revista haucaypata nro. 10. 2015

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ISSN: 2221-0369 Año 4 - número 10 Lima - agosto 2015

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Revista de investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo, de publicación cuatrimestral. Lima-Perú.

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Page 1: Revista Haucaypata Nro. 10. 2015

ISSN: 2221-0369

Año 4 - número 10 Lima - agosto 2015

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Director y editorRodolfo Monteverde Sotil

Fotografía de la carátula Procesión del Señor de los Milagros. Cabana-Ancash, 2013. Rodolfo Monteverde Sotil

Revista Haucaypata, investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoAño 4. Número 10, agosto 2015

Publicación cuatrimestralISSN: 2221-0369

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2011-00350LATINDEX: 22532

Hecho por computadoraJr. La Libertad 119 Santa Patricia, La Molina. Lima-Perú

https://sites.google.com/site/revistahaucaypata/

[email protected] los derechos reservados

DifusiónMayra Delgado Valqui

Diseño y diagramaciónErnesto Monteverde P. A.

Las opiniones vertidas en los artículos publicados en esta revista son de entera responsabilidad de cada autor. La revista no se hace responsable por el contenido de los mismos.

© Prohibida la reproducción total o parcial de la revista sin el permiso expreso de su director.

Comité editorialIvan Leibowicz / José Merrick / Alvaro Monteverde Sotil

Imágenes de la presentación, la relación de colaboradores e índicesDiseño publicitario para fósforos Cholita, Ca. 1945-1950. Camilo Blas / Plaza de San Pedro,

Cuzco, 2013. Rodolfo Monteverde Sotil / Catedral del Cuzco, 2015. Rodolfo Monteverde Sotil

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DedicatoriaQueremos dedicar el número 10 de la revista Haucaypata a todos los que han colaborado con ella en estos primeros cuatro años y medio. Gracias a los que se animaron a publicar, a leerla y a compartirla. Muchas gracias al equipo de redacción. Esperamos poder seguir con esta difícil, pero no imposible, tarea de difundir nuestro pasado incaico. La mejor arma para derrotar la desidia contra el patrimonio es su investigación y la educación sobre la base de la

difusión de dichas investigaciones.

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Editorial

Relación de colaboradores

La arquitectura Inca de los Subsectores IIB y VB de Huánuco Pampa: excavación, identificación y registro de sus aspectos constructivos y estructuralesCarlo José Ordóñez Inga

Inkapintay: arte rupestre de resistencia Inca a la conquista española del TawantinsuyuVictor Falcón Huayta

La ocupación Inca del valle de Cotahuasi, Arequipa-PerúJustin Jennings y Willy Yépez Álvarez

Los caminos rituales del volcán Llullaillaco, Argentina (6739 msnm)Christian Vitry

Rocas del Qhapaq Ñan: wankas y mojones en los caminos duales a las cumbres sagra-das de la sierra de Famatina (La Rioja - Argentina)Sergio Martin

Una nota sobre el símbolo Chakana Federico Kauffmann Doig

Evidencias arqueológicas incas en la ciudad del Cuzco en estado de abandono y bajo amenaza de daño y destrucción Rodolfo Monteverde Sotil

Normas editoriales

Índice

Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

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5

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44

65

78

98

103

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La Revista Haucaypata, investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo, es una publicación peruana cuatrimestral que se centra en los estudios arqueológicos e interdisciplinarios, tanto nacionales como internacionales, del incanato. La revista nació con la intención de cumplir tres objetivos que todo arqueólogo debe proponerse en su carrera: investigación, difusión y protección del patrimonio arqueológico. Luego de haber publicado nueve números, entre el 2011 y el 2015, les alcanzamos el número diez, el cual contiene cinco artículos y dos notas.

El resaltante arqueólogo peruano Carlo José Ordóñez nos entrega un interesante análisis arquitectónico del imponente sitio arqueológico de Huánuco Pampa. Por su parte, su colega connacional, el destacado Victor Falcón, expone importante data sobre un registro in situ que realizó a una pictografía, que representa a Manco Inca, plasmada en un farallón a la entrada del pueblo cuzqueño de Ollantaytambo. Un equipo multinacional conformado por el canadiense Justin Jennings y el peruano Willy Yépez, nos alcanzan un sustancial registro e interpretación de la ocupación incaica del valle de Cotahuasi en Arequipa. Desde el país hermano de Argentina, Christian Vitry y Sergio Martin, nos envían dos importantes contribuciones sobre las estrategias incas empleadas para comunicar, unir y sacralizar el paisaje de esta zona del continente sudamericano. El primero de ellos trata sobre los caminos rituales empleados para ascender al volcán Llullaillaco a 6739 msnm y, el segundo, sobre los caminos duales en las cumbres de la sierra de Famatina, en la Rioja. Finalmente, les acercamos dos interesantes notas. En una de ellas, el conocido arqueólogo peruano Federico Kauffmann Doig, sintetiza en una nota sus impresiones sobre el símbolo precolonial de la Chakana. En la otra, quien escribe, expone brevemente el estado de abandono que está sufriendo paulatinamente el centro arqueológico del Cuzco y sus alrededores.

Este número de la revista es especial, ya que con él hemos logrado publicar diez ejemplares, en tan solo cuatro años y medio, con casi sesenta artículos escritos por profesionales y estudiantes peruanos y extranjeros. Sin ellos, y sin las críticas de nuestros lectores, esta difícil, pero no imposible meta, no hubiera podido cumplirse. Esperamos poder seguir por esta senda muchos años más, mejorando en cada número, para poder difundir el conocimiento de nuestro riquísimo pasado cultural incaico. Finalmente queremos agradecer a nuestro equipo editorial, columna vertebral de la revista, y al Dr. Frank

Meddens por su invalorable apoyo con la revista.

Rodolfo Monteverde SotilDirector y Editor

4Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo

REVISTA HAUCAYPATA

Editorial

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Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

Colaboradores

Victor Falcón HuaytaLicenciado en arqueología

(Universidad Nacional Mayor de San Marcos)

Willy Jesús Yépez AlvarezLicenciado en arqueología

(Universidad Católica Santa María de Arequipa).

Investigador asociado (Royal Ontario Museum, Canada)

Sergio MartinArqueólogo. Investigador (Instituto

Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano).

Profesor adjunto de antropología social y cultural FCAd (Universidad

Nacional de Entre Ríos)

Justin JenningsPh.D. Curador de arqueología

(Royal Ontario Museum, Canada). Profesor asociado de antropología

(Universidad de Toronto)

Federico Kauffmann DoigDoctor en arqueología y en historia

(Universidad Nacional Mayor de San Marcos)

Carlo José Ordóñez IngaLicenciado en arqueología

(Universidad Nacional Mayor de San Marcos). Maestría en antropología

(Universidad Nacional Mayor de San Marcos)

Christian Vitry Arqueólogo (Universidad Nacional

de Salta. Proyecto CIUNSa Nro. 2108/0)

Director del Programa Qhapaq Ñan–Salta (Dirección General de

Patrimonio Cultural)

Rodolfo Monteverde SotilLicenciado en arqueología

(Universidad Nacional Federico Villareal). Licenciado en historia del arte (Universidad Nacional Mayor de

San Marcos)

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6Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo

REVISTA HAUCAYPATA

La arquitectura Inca de los Subsectores IIB y VB de Huánuco Pampa: excavación, identificación y registro de sus aspectos constructivos y estructurales

Carlo José Ordóñez [email protected]

ORDÓÑEZ INGA, Carlo José, 2015. La arquitectura Inca de los Subsectores IIB y VB de Huánuco Pampa: excavación, identificación y registro de sus aspectos constructivos y estructurales. Revista Haucaypata. Inves-tigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo. Nro. 10 : 6-23. Lima.

Introducción Huánuco Pampa se localiza en el distrito de La Unión, provincia de Dos de Mayo, región Huá-nuco, sobre los 3600 msnm. Este asentamiento Inca cuenta con aproximadamente 3500 edifi-caciones, construidas desde el periodo de Tú-pac Inca Yupanqui (Morris y Covey 2003: 136) hasta la llegada de los españoles, abarcando al-rededor de setenta años (1470-1533 dC). Las primeras investigaciones arqueológicas e intervenciones de conservación de la arquitec-tura las realizó el Institute of Andean Research de Nueva York, Estados Unidos de Norteaméri-ca, entre 1963 y 1966, bajo la dirección de John V. Murra. Estos estudios comprendieron las principales unidades arquitectónicas del sitio, como el ushnu y sus plataformas, las portadas, la fuente del Inca, el kushipata1, los almacenes o qollqas, el “templo incompleto” y las kallankas norte y sur (figura 1). Todos estos trabajos, que

consistieron en la consolidación y limpieza de la arquitectura, fueron complementados con la clausura de las vías carrozables que cruzaban el sitio, así como la delimitación y señalización de la zona arqueológica, la cual se veía seriamente afectada por la constante extracción de piedras de los edificios inca para ser reutilizadas en cons-trucciones modernas, sumándose a esta afecta-ción las excavaciones clandestinas. Sin embargo, a pesar de la importancia de estos trabajos la in-formación disponible es escasa2.

1 Plataforma artificial ubicada al este del sitio (Sector IIB) y sobre la cual existen los cimientos de algunos recintos ceremoniales.2 En los últimos años Mónica Barnes viene ordenan-do, estudiando y publicando la importante colección de fotografías y notas de campo entregadas por Murra al American Museum of Natural History en 1998 (Bar-nes 2013: 555).

Resumen A través de los primeros resultados del “Proyecto de Investigación Arqueológica Huánuco Pampa con Fines de Consolidación, Conservación, Mantenimiento y Puesta en Valor” (2013), se exponen algunas particularidades constructivas y estructurales emergentes a partir del proceso de excavación realizado en los Subsectores IIB y VB del sitio, que permitió obtener un mayor conocimiento sobre el grado de experiencia, manejo de los materiales y las técnicas para la construcción de las edificaciones Inca.

Palabras claves: arquitectura, arqueología, Inca, Huánuco Pampa.

Abstract The results and initial outcomes of the “ Huanuco Pampa Archaeological Research Project, for the purpose of its consolidation, conservation, maintenance and enhancement” (2013), demonstrate some of the construction and structural characteristics which have emerged from the excavations carried out in Subsectors IIB and VB of the site. These allow an improved understanding of the degree of experience, the management of materials and the techniques used for the construction of the Inca buildings present.

Keywords: architecture, archaeology, Inca, Huanuco Pampa.

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La arquitectura Inca de los Subsectores IIB y VB de Huánuco Pampa: excavación, identificación y registro de sus aspectos constructivos y estructurales

Carlo José Ordóñez Inga

Figura 1: Arquitectura monumental Inca ubicada en los Sectores I y II de Huánuco Pampa. 1. El ushnu; 2. La portada; 3. La fuente del Inca y 4. El templo incompleto. Fotografías tomadas por Ordóñez entre los años

2007 y 2015.

Posteriormente las investigaciones fueron re-tomadas por Craig Morris durante la década del setenta (1971-1972 y 1974-1976), las cuales comprendieron tres etapas: 1. El levantamiento de un plano completo de la ciudad; 2. La recu-peración de una pequeña muestra (7-10%) de artefactos y restos arqueológicos asociados a las edificaciones de la ciudad y; 3. Un estudio detallado de la función de los artefactos y sus patrones de relación o asociación con varios tipos de edificaciones y sectores (Morris 1981: 142). Sin embargo, años después, Morris lega-ría una tarea que no pudo cumplir en aquella oportunidad al señalar que: “Por varios años mis colegas y yo hemos llevado a cabo un es-tudio arqueológico general de Huánuco Pam-pa con miras a la reconstrucción de las acti-vidades más importantes que tuvieron lugar

en dicho centro y del rol que desempeñó en el go-bierno de las provincias. No se ha llevado a cabo todavía un estudio arquitectónico en sí.” (Morris 1987: 27). Luego de las excavaciones arqueológicas realiza-das por Craig Morris, Huánuco Pampa no volve-ría a experimentar grandes intervenciones hasta el año 2006, cuando la Sub Dirección de Conser-vación y Gestión del Patrimonio Arqueológico del Instituto Nacional de Cultura (actual Ministerio de Cultura), encomendó al licenciado Alfredo Bar Esquivel realizar el “Proyecto de Puesta en Valor del Ushnu ubicado en el Complejo Arqueológico Huánuco Pampa”, desarrollándose propuestas técnicas de conservación y protección de la zona arqueológica e interviniendo en la restauración del muro oeste y la escalera central de acceso al ushnu (Sector IA).

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8Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo

REVISTA HAUCAYPATA

El 2007, bajo la dirección del arqueólogo José Luis Pino Matos, se ejecutó el “Proyecto de Investigación Arqueológica Huánuco Pampa con fines de Diagnóstico para su Puesta en Uso Social”, el cual se centró principalmente en el ushnu, logrando definir su sistema constructi-vo y evidenciando que el deterioro de sus es-tructuras se debió a sismos que produjeron el hundimiento de algunos sectores del terreno, además de identificar que el desgaste super-ficial, que presentan las piedras, se debe a las intensas lluvias y a los cambios bruscos de tem-peratura. Asimismo, las excavaciones en área ayudaron a corregir algunas de las interpreta-ciones de proyectos anteriores en cuanto a ni-vel estructural y composición arquitectónica. Así, algunos hallazgos como el descubrimiento de un pozo de ofrendas ayudaron a confirmar la interpretación de la función principal del edificio, es decir, servir como escenario de ce-remonias vinculadas a las deidades a través de actividades rituales que involucraban ofrendas líquidas (Pino 2008). En los años siguientes, no se realizaron pro-yectos de investigación arqueológica relaciona-dos al estudio de la arquitectura, deteniéndose este proceso de identificación y análisis de los elementos y componentes arquitectónicos de la urbe inca. Por esta razón, con el propósito de retomar estos estudios, el 2013, a través del “Proyecto de Investigación Arqueológica Huá-nuco Pampa con Fines de Consolidación, Con-servación, Mantenimiento y Puesta en Valor” (Proyecto Qhapaq Ñan-Ministerio de Cultura), el autor planteó abrir unidades de excavación en tres edificaciones ubicadas en el Subsector IIB, seleccionadas por reunir características ar-quitectónicas similares (estructuras de planta rectangular construidas con mampostería rús-tica y distribuidas alrededor de un patio cen-tral) y en un edificio localizado en el Subsector VB, denominado usualmente kallanka, con el objetivo de realizar detallados estudios de la arquitectura, que consistieran en investigar los materiales, los elementos arquitectónicos-constructivos y la identificación de los sistemas de drenaje que, complementados con los reco-nocimientos superficiales del entorno (Ordóñez 2013a y Ordóñez y Vidal 2014) buscaban con-tribuir al conocimiento de la arquitectura Inca de este centro administrativo-ceremonial pro-vincial. A continuación se expone parte de los

resultados obtenidos durante esta investigación.

Contextualización espacial de las estruc-turas investigadas Los cuatro edificios investigados fueron la Uni-dad Arquitectónica 1 (UA 1), ubicada en el Sub-sector VB, y las Unidades Arquitectónicas 28, 29 y 39 (UA 28, UA 29 y UA 39), integrantes del Grupo Arquitectónico 53, emplazadas en el Subsector IIB. Para una mejor comprensión del área investigada, se presenta a continuación una aproximación a las actividades que se desarrolla-ron en dichos sectores tomando como referencia las investigaciones arqueológicas realizadas por el arqueólogo Craig Morris (figura 2). Como se conoce, una de las principales funcio-nes de los centros urbanos asociados a la gran red vial inca fue la administración (Morris 1981: 148), sin embargo este tipo de establecimientos imperiales, como Huánuco Pampa, también pue-den ser considerados “centros ceremoniales” por la presencia de edificios monumentales y gran-des espacios (Morris 1973: 129) vinculados a ac-tividades de carácter ritual. Asimismo, como se detallará más adelante, las excavaciones arqueo-lógicas permitieron recuperar ciertas evidencias que condujeron a pensar que en estos asenta-mientos se realizaron además algunas activida-des de producción. En Huánuco Pampa varias de las funciones administrativas se centralizaron al este del sitio (Morris 1981: 149), en el Subsector IIB; cuya im-portancia se materializa a través de varias cons-trucciones imponentes como las kallankas, las portadas, el incahuasi, la fuente, el kushipata, el “templo incompleto”, entre otras. Precisamente, a través de las excavaciones arqueológicas reali-zadas por Craig Morris en esta área se recupe-ró principalmente abundante material cerámico (150,000 fragmentos de cerámica), lo cual le per-mitió proponer, considerando las formas de las vasijas, que en esta área se llevaron a cabo acti-vidades vinculadas a la preparación de comida y

3 Grupo Arquitectónico es una denominación técnica otorgada a varias unidades arquitectónicas asociadas entre sí (Ramos 2011). En este caso el Grupo Arquitec-tónico 5 está conformado por cuatro edificios de planta rectangular (UA 28, UA 29, UA 30 y UA 39) asociados a un patio, sin embargo para los fines de esta investi-gación solo se seleccionaron tres (UA 28, UA 29 y UA 39).

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La arquitectura Inca de los Subsectores IIB y VB de Huánuco Pampa: excavación, identificación y registro de sus aspectos constructivos y estructurales

Carlo José Ordóñez Inga

Figura 2: A la izquierda el plano sectorizado de Huánuco Pampa (Morris y Thompson 1985), digitalizado por Ordóñez 2007. A la derecha los Subsectores VB y IIB con la ubicación de las Unidades Arquitectónica 1 (Sub-

sector VB) y 28, 29 y 39 (Subsector IIB). Lámina elaborada por Castro 2015.

chicha, o aswa como es conocida localmente esta bebida fermentada de maíz, en una escala relativamente masiva (Morris 1981: 149) e im-portante para la organización de festividades y ceremonias públicas que cimentaron las rela-ciones sociales, económicas y políticas entre los grupos étnicos locales y el estado Inca. Por otro lado, al norte y colindante a la pla-za central, en el Subsector VB, se encuentra un gran conjunto arquitectónico que destaca por su organización espacial, el cual fue identifica-do como un acllahuasi (Morris 2013 [1974]). Este espacio fue utilizado por las acllas o muje-res escogidas por sus conocimientos del mundo Inca, las cuales no debían tener contacto con los hombres, y que se dedicaban casi exclusiva-mente a hilar, tejer, cocinar y preparar chicha (Astuhuamán 2005: 334). El reconocimiento y las excavaciones de este “centro de producción no agrícola” en Huánuco Pampa permitieron la recuperación de 200000 fragmentos de ce-rámica y otros artefactos, los cuales sugirieron

que varios tipos de bienes pudieron ser produci-dos al interior de este conjunto, sin embargo solo existen pruebas contundentes para la fabricación de textiles (Morris 2013 [1974]: 67-71).

Aspectos constructivos y estructurales de los edificios incas investigados A continuación se exponen los principales ras-gos arquitectónicos de los edificios incas inves-tigados, mencionando de manera sucinta las excavaciones realizadas. Las Unidades Arquitec-tónicas 1, 28, 29 y 39 se componen principalmen-te por cuatro muros que definen su planta rectan-gular (tabla 01), si bien es cierto que su técnica constructiva es de muro doble con mampostería de piedra rústica y relleno de mortero de barro, algunas características y particularidades cons-tructivas no habían sido consideradas hasta an-tes del proceso de excavación realizado en el 2013 (figuras 3 y 4). En el caso de la Unidad Arquitectónica 1, se rea-lizó una unidad de excavación tipo trinchera (12

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10Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo

REVISTA HAUCAYPATA

por 4 m) en el extremo este de la estructura, la cual comprendió la parte interior y exterior del recinto. Además, se realizaron algunas amplia-ciones (3.5 m por 4 m al suroeste y 6 m por 3 m al noreste), con tramos que profundizaron hasta el nivel de las bases del paramento, sobre todo en los extremos interiores norte y sureste del recin-to. Por otro lado, en las Unidades Arquitectónicas 28 y 39 se abrieron cinco unidades de excavación en cada una de ellas, y en la Unidad Arquitectóni-ca 29 se realizaron seis unidades de excavación, algunas de las cuales profundizaron hasta el nivel de las bases del paramento, sobre todo en aque-llas ubicadas al interior de los recintos; en cier-tos casos éstas permitieron el descubrimiento de banquetas (una adosada a lo largo y al exterior del muro sur de la Unidad Arquitectónica 28 y otra adosada al exterior del muro oeste de uno de los recintos de la Unidad Arquitectónica 39). Además, se realizaron unidades de limpieza, que permitieron la liberación de escombros de las ba-ses de los paramentos a conservar.

Materiales La arquitectura siempre ha necesitado de la ma-teria para expresarse espacial y volumétricamen-te, por lo tanto la elección de los materiales y de los sistemas constructivos empleados han condi-cionado el arte de construir (Cairoli 2004: 147). Es por ello, que los materiales, tanto en su estado natural como artificial, permitieron a los anti-guos constructores la creación de grandes obras de diverso carácter funcional, siendo empleados mayormente aquellos que por su cercanía, faci-lidad de acopio, procesamiento y puesta en obra tuvieron mayor difusión. En la arquitectura Inca de Huánuco Pampa la continuidad constructiva de los pobladores de la región influyó en el manejo y búsqueda de mate-riales locales en estado natural como las tierras, arcillas, maderas, piedras y fibras vegetales. Los cuales fueron empleados para la construcción y consolidación del asentamiento Inca, pues era de conocimiento ancestral la ubicación de sus canteras, el uso que se le daba a cada insumo y el trabajo que necesitaban realizar para su trans-formación y empleo en la construcción. Después de examinar la información proporcionada por las excavaciones arqueológicas fue posible ob-servar como estos materiales fueron empleados en el proceso constructivo de las edificaciones estudiadas, las cuales representan hasta cierto

Figura 3: Plano de la Unidad Arquitectónica 1 (Subsector VB) indicando los códigos de los muros (Elementos Arquitectónicos). Lámina basada en el

levantamiento planimétrico de Quiroga 2007.

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11La arquitectura Inca de los Subsectores IIB y VB de Huánuco Pampa: excavación, identificación y registro de

sus aspectos constructivos y estructurales

Carlo José Ordóñez Inga

Figura 4: Plano de las Unidades Arquitectónicas 28, 29 y 39 (Subsector IIB) con la codificación de los muros (Elementos Arquitectónicos). Lámina basada en el levantamiento planimétrico de Quiroga 2007.

punto una muestra significativa del modo de construcción Inca en el sitio, considerando que la tipología constructiva es similar en la mayo-ría de las edificaciones del área monumental. De este modo se llegó a identificar que la tierra,

la arcilla y la piedra fueron empleados principal-mente en la arquitectura de los recintos, encon-trándose evidencia de ellos en cimientos, muros, revoques, pisos, y algunos elementos arquitectó-nicos complementarios como banquetas y canales.

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12Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo

REVISTA HAUCAYPATA

Tabla 1: Dimensiones principales de las Unidades Arquitectónicas 1 (Subsector VB), 28, 29 y 39 (Sub-

sector IIB). Elaborado por Ordóñez 2015.

Cimientos De las evidencias expuestas en las excavacio-nes, se identificó la inexistencia de una cimenta-ción tradicional, es decir, aquella cuyo espesor es mayor al ancho del muro, cuya profundidad es amplia y que está formada por cantos rodados de grandes dimensiones unidas con mortero; sino más bien se descubrió un cimiento que reflejó el mismo espesor del muro, de reducida profundi-dad y compuesto por el mismo material del pa-ramento. Preliminarmente, aunque es necesario realizar comparaciones con otros asentamientos similares, se puede argumentar que esto se debe-ría a una decisión tomada durante la ejecución de la obra, donde se optó por la construcción de una pequeña zanja realizada en la capa de origen na-tural, que profundizó aproximadamente 0.35 m, en el caso de la Unidad Arquitectónica 1, y entre 0.22 m hasta 0.50 m de profundidad hacia el in-terior de las estructuras del Grupo Arquitectónico 5 (en este último caso, la diferencia del nivel de la altura de la zanja registrada se debe a la pendien-te del terreno natural en sentido oeste-este), co-rrespondiendo al asentado de una o dos hiladas del paramento. Es probable que dicha zanja haya sido excavada, trabajada y compactada a fin de obtener un nivel sólido que permitiese contener la primera hilada, siendo juiciosos sobre la resis-tencia que les ofrecía la capa de origen natural, la misma que brindaría la seguridad suficiente como para no profundizar la cimentación. Este juicio del “maestro constructor” se sustenta en la posibilidad de que la mano de obra haya sido lo-cal y por lo tanto la experiencia y el conocimiento constructivo aún estaban presentes, replicando ciertos patrones que se reflejaron en este tipo de edificaciones. A través de las excavaciones arqueológicas rea-lizadas al interior de la Unidad Arquitectónica 28 se pudo observar que la capa de origen natural no es un estrato compuesto únicamente por tierra, sino más bien una capa de composición mixta (tierra con cantos rodados) con un espesor míni-mo de aproximadamente 0.20 m a 0.30 m de tie-rra compacta con granulometría fina, coloración oscura y cantos rodados de pequeña dimensión, cuya profundidad no ha sido identificada debido a que las excavaciones profundizaron solo hasta observar el nivel de cimentación del paramento y porque excedía el tiempo programado. La carac-terística de esta capa de terreno es la capacidad portante que revela su composición, ello debido

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La arquitectura Inca de los Subsectores IIB y VB de Huánuco Pampa: excavación, identificación y registro de sus aspectos constructivos y estructurales

Carlo José Ordóñez Inga

Figura 5: Extremo oeste de la Unidad Arquitectónica 29 del Subsector IIB. Nótese el piso interior de la estructu-ra en relación a la primera hilada de piedras que funcionan como cimiento. Fotografía tomada por Vidal 2013.

a la presencia de cantos rodados, que unidos a la tierra, brindan mayor capacidad de resisten-cia al suelo que recibe la carga total de la edifi-cación evitando así asentamientos diferenciales estructurales. Esto pudo haber sido percibido por los constructores quienes al momento de la edificación encontraron un suelo sólido que compactaron a fin de definir la zanja de cimen-tación. De las observaciones realizadas, se de-finió que la primera hilada fue ubicada sobre una base de tierra arcillosa colocada al interior de la zanja, la cual respondería a una solución de impermeabilización de la zanja del cimiento evitando así la presencia de humedad en la base de la estructura, este material también fue em-pleado en el mortero del núcleo del paramento y en el asentado de los elementos líticos. Las piedras de la primera hilada o cimentación no poseen dimensiones superiores a los elementos líticos que forman parte del paramento, salvo en las esquinas curvas, donde se introdujeron piezas de mayor dimensión probablemente

para brindar una mayor solidez a una sección donde el amarre entre piedras pudo ser débil (fi-gura 5).

Muros Los paramentos de las cuatro unidades arquitec-tónicas presentan rocas de diversos tipos: caliza (en mayor proporción), arenaria, graníticas, can-tos rodados, entre otras; todas ellas provenientes de canteras cercanas como: 1. Jondovado (en el área conocida como Guellaymaylanan a las fal-das del cerro denominado “piedras” o “número rumi”); 2. Cerro Qollqa o Pirwa Pirwa; y 3. Las zonas bajas de la pampa (sector “rumichaca”) y en las cercanías a los afluentes de agua de la zona. La presencia de algunas piedras esquistos, cono-cidas en la zona como “canquil”, demuestran la relación con algunas áreas aledañas al sitio como Pachas y Sillapata (ambas ubicadas a una hora y media en automóvil desde Huánuco Pampa) donde este material está presente en numerosos sitios arqueológicos (Gueshgas, Nunash, Saway,

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y que es posible obtener en toda el área de la al-tiplanicie5. El sistema constructivo implica además que en cada hilada se asienten piedras que abarcan no solo el espesor de los paramentos, que con-tienen el núcleo del muro, sino que se insertan en este, siendo elementos de mayor longitud que cumplen la función de amarre. Dichas pie-dras son conocidas comúnmente como “clavos”. Definiendo estructuralmente el paramento, este funciona como tres secciones adosadas, posibles de reaccionar de manera independiente en casos de cargas fuera del centro de gravedad, por ello la presencia de algunos elementos que traspasan el espesor del núcleo garantizan una mayor co-nexión de la estructura del muro, aunque sin lle-gar a una solidez como bloque unitario. Se debe indicar que el diseño de los recintos propone la presencia de esquinas curvas y rectas hacia el interior; esto aparentemente respondería a un patrón arquitectónico propio de la arquitectura local que comprende las actuales provincias de Huamalíes y Dos de Mayo, donde es característico observar edificaciones arqueológicas con plantas en “D” en varios sitios, como Gueshgas, Nunash, Saway, entre otros, dicha constante ha sido repli-cada en las edificaciones estudiadas en Huánu-co Pampa. La disposición del relleno, al interior del muro, es semi ordenado, existiendo sectores donde la disposición de las piedras aparenta un acomodo entre piedras pequeñas y medianas de cantos rodados y piedras angulosas, sobre las cuales se aplican capas de mortero de tierra ar-cillosa de color amarillento (cuyos componentes básicos son limo, arena y arcilla) y otras donde la

4 Las características arquitectónicas sugieren que la construcción de estas estructuras habría sido ejecu-tada por tramos, siguiendo el sistema laboral andino identificado en algunas investigaciones como “chutas” (Urton 1984: 7-43). Es decir, el trabajo fue realizado mediante cuadrillas de trabajadores, probablemente de distintas procedencias, encargados de realizar las labores por sectores. Al respecto, Frank Solomon tam-bién menciona el uso de un sistema de organización similar entre los actuales pobladores de Huarochiri (por “trechos” o “tramos”) en el departamento de Lima (Salomon 2006: 101-103).5 Una pequeña evidencia de plomo utilizado aparente-mente como mortero fue descubierta el 2014 entre las piedras del denominado templo incompleto, ubicado en el Subsector IIB de Huánuco Pampa, el autor viene desarrollando actualmente investigaciones al respecto con la finalidad de contrastar esta hipótesis.

entre otros) que se remontan hasta el periodo Intermedio Temprano (200-600 dC). No se debe descartar además la reutilización de estos elementos que pudieron pertenecer a algunas edificaciones de menor importancia. El trabajo realizado en las piedras, con ciertas herramientas líticas o de metal, ha dejado en su superficie evidencias del canteado y desbasta-do, obteniéndose en algunos casos bloques con una superficie semi-regular en la cara vista, empleados sobre todo en las jambas de los va-nos de acceso. La superposición de los elemen-tos líticos en los paramentos es semi-ordenada, siguiendo siempre un criterio de “encajado”, es decir, la colocación de elementos que cubran al máximo la superficie evitando el menor espacio de junta, siendo visible en los muros norte (EA 93.4) y oeste (EA 96) de la Unidad Arquitectó-nica 28 la presencia de algunas rocas colocadas en sentido vertical como buscando superar de manera expeditiva las alturas del paramento. Asimismo, si bien es cierto, se crean juntas que van de 0.06 m a 0.08 m, estos espacios fueron completados con “pachillas”, cuya utilización, que en algunos casos contribuye a la estabili-zación de los elementos líticos para lograr su posición a plomo en el paramento y en otros simplemente sellan y reducen el espacio de las juntas, puede ser considerada también una ca-racterística de las construcciones Inca pues fue observada en numerosos sitios arqueológicos del Cuzco como Tambomachay, Ollantaytam-bo, Machupicchu, etc. Las pachillas se mues-tran como pequeños cantos rodados o lajas de fragmentos residuales ya trabajadas, las cuales son visibles sobre todo en la sección media del muro sur (EA 89.2.2 y 89.2.3) de la Unidad Arquitectónica 29, siendo probable que en el resto del paramento se hayan desprendido del soporte debido a la degradación del mortero, dichas particularidades podrían ser la eviden-cia del trabajo de un determinado grupo de constructores o pircacamayoc, dado que en los demás paramentos el distintivo es el empleo de rocas de mediana dimensión y de tenden-cia alargada4. Otra materia prima importante empleada en la construcción de los muros fue la tierra arcillosa, que por su gran plasticidad fue empleada como mortero en el asentado de los elementos líticos. Este material correspon-dería a una capa de formación natural localiza-da entre los 0.60 m y 0.80 m de profundidad

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excesiva presencia del mortero llena los espa-cios internos (figura 6). De los trabajos de excavación, se pudo ob-servar, adherido al lado externo del muro este (EA 4) de la Unidad Arquitectónica 1, una capa de arcilla de espesor variable, cerca de las ba-ses del paramento. Esta capa, fue identificada como parte de algún trabajo de mantenimien-to realizado en la superficie del muro a fin de brindar una impermeabilización a las bases frente a los efectos de la humedad por infiltra-ción de aguas pluviales. Asimismo, adosado al mismo muro, las excavaciones mostraron una pequeña estructura de planta en “C”, que repli-ca el sistema constructivo de muro doble con relleno, cuyo espesor es de aproximadamente 0.50 m con una altura de 0.40 m, correspon-diendo a una estructura agregada, construida rompiendo el sustrato impermeabilizante de arcilla antes mencionado. Su función aún no

ha sido definida del todo. Por otro lado, la evidencia de cuatro hornacinas localizadas al interior de uno de los recintos de la Unidad Arquitectónica 39, en el muro sur (EA 38), permite plantear la hipótesis de la presencia de las mismas en el paramento opuesto siguiendo el criterio de simetría. Además, en las excavacio-nes realizadas al interior del recinto (colindante al EA 36) se rescataron tres lajas de piedras esquis-tos o “canquil” como son conocidas en la zona. Este tipo de roca, debido a su facilidad para ser desbastada, permite obtener lajas de material la-pídeo, empleado en los dinteles de las hornacinas. Del mismo modo se identificó una ligera incli-nación en los paramentos, la misma que va de 3° a 6° (figura 7), lo cual demostraría la influen-cia Inca, pues se conoce que sus edificaciones se caracterizaban por este rasgo estético (Puelles 2005; Protzen 2008), pero es posible también que la inclinación de los paramentos haya sido una respuesta a factores de tipo estructural ya que si se considera la presencia de las cubiertas inclinadas, estas habrían generado cargas direc-tas en el paramento, el cual al poseer una inclina-ción creaba una sección trapezoidal que permitía verticalizar las cargas al interior de la zona resis-tente y dirigirlas a la cimentación (Protzen 2008: 286-289). Revoques Las principales evidencias de revoque fueron reportadas en: 1. El ángulo que forman los muros sur y este (EA 89 y EA 92) de la Unidad Arquitec-tónica 28; 2. Al interior del paramento norte (EA 93.2.1) y en la hornacina del muro este (EA 94.2) de la Unidad Arquitectónica 29; y 3. En el lado interno del muro norte (EA 40) y al interior del nicho del muro oeste (EA 36.2.3) de la Unidad Arquitectónica 39. Estos revoques poseen un es-pesor variable entre 0.03 m a 0.06 m cuya com-posición es tierra arcillosa y fibra vegetal (ichu de pequeñas dimensiones). Estas evidencias han so-brevivido en el tiempo dado que muestran rasgos de quema, lo que ha provocado la cocción de las arcillas del revoque y la combustión de la fibra ve-getal, fijándolas en algunos casos al soporte mu-rario. La presencia de revoques en los paramentos comprueba que la técnica constructiva original preveía el revestimiento integral de los muros, lo cual permitía crear dos condiciones, la prime-ra, convertirse en una barrera térmica que ha-bría permitido mantener condiciones de confort

Figura 6: Detalle del relleno constructivo del muro sur de la Unidad Arquitectónica 1 (Subsector VB).

Fotografía tomada por Ordóñez 2013.

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Figura 7: Esquina entre los muros este (EA 4) y sur (EA 1) de la Unidad Arquitectónica 1 del Subsector VB. Nótese la inclinación del muro sur, una característica común en numerosas construcciones incas. Fotografía

tomada por Ordóñez 2014.

al interior del recinto y, la segunda, obtener superficies uniformes posibles de recibir algún tipo de enlucido o coloración final. Además, se encontraron evidencias de re-voque de coloración gris-rojiza en el lado in-terior del muro este (EA 4) de la Unidad Ar-quitectónica 1, lo cual nos condujo a pensar en la posibilidad del empleo de pigmentos en la decoración interior. Sin embargo, el análisis físico-químico y mineralógico realizado por la ingeniera Enma Minaya, del Laboratorio de Conservación y Restauración del Museo Nacio-nal de Arqueología, Antropología e Historia de Pueblo Libre (Lima), determinó que la mues-tra (M10) correspondía a un elemento arcillo-so calcinado, que presentaba un aspecto físico compacto a terroso, de grano grueso y de color rojizo y negro; cuya composición química pre-sentaba mayor proporción de silicatos de alú-mina con ocres e impurezas de carbón amorfo negro y óxidos de hierro que correspondía, se-

gún el análisis mineralógico, a tierra con arena, con alto porcentaje de ocre rojo en la forma de Hematita (Fe2 O3.n H2O) y silicatos tales como arcilla, cuarzo, feldespato y restos de roca graníti-ca en estado de transformación (figura 8). En an-teriores oportunidades se reportaron contextos arqueológicos de incendios al interior de algunos edificios excavados (Sectores II y VIII principal-mente) con restos de tierra rojiza adherida a los muros y paja o ichu carbonizado sobre los pisos como en los almacenes o qollqas. A través de es-tos análisis se demostraría que estas evidencias corresponderían a incendios, que en algunos ca-sos fueron controlados (Ordóñez 2014 y Ordóñez y Zavala 2015: 10).

Pisos Durante el desarrollo de las excavaciones se identificaron diversas pavimentaciones, las mis-mas que, de acuerdo a su emplazamiento, pue-den clasificarse en: 1. pisos interiores y 2. pisos

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Figura 8: A la izquierda una fotografía de una muestra de arcilla (M10) extraída del interior del muro este de la Unidad Arquitectónica 1 (Fotografía tomada por Ordóñez, 2015). A la derecha una microfotografía de la misma

muestra. Fotografía tomada por Minaya 2015.

La arquitectura Inca de los Subsectores IIB y VB de Huánuco Pampa: excavación, identificación y registro de sus aspectos constructivos y estructurales

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exteriores. Al respecto, por cuestiones de espa-cio, queda pendiente para un siguiente artícu-lo la realización de un análisis más detallado en relación a la tipología de pisos o apisona-dos Inca puesto que las diferencias observa-das permiten una clasificación minuciosa que brindaría luces sobre las técnicas empleadas para su elaboración. Los trabajos al interior de la Unidad Arquitectónica 1 definieron un api-sonado y tres pisos. El primero corresponde a un apisonado de la capa de origen natural, contemporáneo a la construcción del recinto y los tres sucesivos a diferentes remodelacio-nes internas que llevaron a la aplicación de una capa de mortero compuesta de arcilla amarilla mezclada con piedrecillas compactadas a fin de obtener un nivel regular (Ordóñez y Zavala 2015). Externamente, en lo que corresponde-ría a una calle de uso público, se identificaron dos pavimentos superpuestos de cantos roda-dos de pequeñas dimensiones, acomodados si-guiendo una ligera pendiente de oeste a este, lo que permitió, durante su funcionamiento, el libre discurrir de las aguas pluviales, opinión que coincide con lo sostenido por Harth-Terre (1964) al señalar que esta misma calle serviría como desagüe de las aguas pluviales en la plaza (Harth-Terre 1964: 25). Además, se hallaron

pisos al interior de las Unidades Arquitectóni-cas 28, 29 y 39, los cuales presentaron algunas diferencias en sus composiciones, inclinación y grosor. Por otro lado, externamente, en el pa-tio del Grupo Arquitectónico 5, las excavaciones permitieron identificar un pavimento de cantos rodados de muy pequeñas dimensiones, con un espesor de 0.03 m a 0.10 m, acomodados de for-ma irregular y siguiendo una ligera pendiente desde los extremos del patio, que permitió el li-bre discurrir de las aguas pluviales al centro de dicho espacio.

Banquetas En términos generales se debe entender como banqueta a aquella estructura baja y alargada adosada a los muros de los recintos cuya presunta función fue la de asiento o acera (Espinoza 2010: 278). Precisamente, adyacente al lado externo de toda la longitud del muro sur (EA 89) de la Uni-dad Arquitectónica 28, las excavaciones eviden-ciaron una banqueta (38.82 m de largo, 0.60 m de ancho y 0.24 m de altura) elaborada en piedra natural o semi canteada unidas con mortero de tierra arcillosa. En algunos tramos fue posible observar que los elementos líticos no solo se loca-lizaban al borde de la banqueta, como elemento de contención del relleno, sino que también es-

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Figura 9: Unidad de excavación ubicada en el extremo este del patio del Grupo Arquitectónico 5. Nótese la asociación de la banqueta, el piso y el canal. Fotografía tomada por Julca 2013.

tico. Las dimensiones de la sección descubierta de la banqueta alcanzaron los 2 m de largo, 0.35 m. de ancho y 0.24 m. de altura, es decir, corres-pondiente solo al área excavada. El proceso cons-tructivo de esta última banqueta probablemente se inició con la excavación de una pequeña zan-ja contigua al muro oeste (EA 36) de la Unidad Arquitectónica 39, luego se dispuso una delga-da capa de arcilla en la base de la zanja (sobre la capa natural o tierra estéril) obteniendo una altura predeterminada; al finalizar la construc-ción se obtuvo un murete simple de dos hiladas, ubicándose posteriormente tierra arcillosa y pie-dras de relleno al interior del referido murete y el muro oeste (EA 36) de la Unidad Arquitectónica 39; para finalmente disponer en la cabecera de la banqueta arcilla a modo de acabado y recubri-miento.

taban dispuestos en la parte superior generan-do un nivel semi uniforme resistente al tránsi-to. Debido a las características arquitectónicas de emplazamiento del recinto (en esta parte el terreno presenta una pendiente en sentido oes-te-este), la disposición de los vanos de acceso y considerando que existió un alero de la cu-bierta original, es probable que se haya proyec-tado la altura de la banqueta con la finalidad de impedir el ingreso de las aguas pluviales al interior del recinto. Características similares fueron observadas en el segmento de una banqueta descubierta contigua al muro oeste (EA 36) de la Unidad Arquitectónica 39, aunque en este caso presen-taba dos hiladas de piedras calizas desbastadas blanquecinas unidas con un mortero de arcilla amarillo-rojizo conformando un aparejo rústi-

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Figura 10: Reconstrucción hipotética de la Unidad Arquitectónica 1 (Subsector VB). Lámina elaborada por Cas-tro 2014.

Canales Al interior de Huánuco Pampa existen en su-perficie varias evidencias de canales. Excava-ciones arqueológicas realizadas en el Subsector IIB permitieron descubrir tres segmentos de un mismo canal, de orientación sur-norte, con una inclinación aproximada de 3° y localizados en el extremo este del patio del Grupo Arquitec-tónico 5. El canal mencionado se aproxima a la Unidad Arquitectónica 39, a 0.55 m del muro oeste (EA 39), correspondiendo dicha distan-cia a una banqueta que recorre parcialmente el frontis del edificio. El canal está compuesto por dos muretes, am-bos de un solo paramento (0.35 m a 0.40 m de altura y 0.23 m de ancho), conformados por piedras calizas canteadas y cantos rodados des-bastados, unidos con mortero de tierra arcillo-sa. En dos secciones del murete este del canal se observó un mayor empleo de material arci-lloso; posiblemente esto responde a factores

constructivos al tenerse conocimiento de las pro-piedades impermeabilizantes de este material. Las excavaciones brindaron información sobre el proceso constructivo, el cual se inició con la apertura de una zanja (0.40 m de ancho y una profundidad variable entre 0.35 m a 0.40 m) en el estrato natural, cuyo interior fue sometido a una quema controlada, quizá con fines rituales o probablemente para disminuir la humedad del suelo generando a su vez la formación de una capa delgada de carbón y cenizas (0.06 m. a 0.07 m. de grosor) en la base de esta estructura; sobre ésta última se colocó un revestimiento de arcilla, siendo este el material que cumplió la función de impermeabilizante. A continuación se definió el lecho empleando un mortero compuesto por arcilla y tierra natural; durante este proceso se construirían los paramentos y se instalarían las grandes lajas de piedras a manera de cubierta (fi-gura 9).

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En cuanto al registro arquitectónico, los edi-ficios, materia de investigación, están constitui-dos por muros dobles con mampostería de piedra rústica y relleno de mortero de barro y piedras, como la mayor parte de la arquitectura Inca presente en Huánuco Pampa que, a pesar de su sencillez, fueron proyectados para resolver la ne-cesidad de contar con espacios multifuncionales que permitieran principalmente la preparación de alimentos y chicha para el desarrollo de activi-dades ceremoniales y festivas de la élite (Unida-des Arquitectónica 28, 29 y 39) así como para la preparación y consumo de alimentos, probable-mente asociadas con eventos públicos realizados en la plaza central de Huánuco Pampa (Unidad Arquitectónica 1); todas ellas con un trasfondo político, económico y religioso desestructurado posteriormente con la conquista española. Como bien se sabe, la arquitectura requiere siempre del empleo de materiales aptos para la construcción, las evidencias han demostrado que la planificación de Huánuco Pampa no fue la excepción. Los grupos étnicos locales, que ya contaban con una larga experiencia constructi-va, participaron, a través de la mita o tributo en trabajo que se exigía rotativamente a los jefes de familia (Morris 2013: 54), en la construcción del asentamiento; ellos trajeron consigo todo su conocimiento acerca de la calidad y eficiencia es-tructural de materiales como la piedra, la tierra, la arcilla, entre otros, lo que sumado a la trayec-toria constructiva de los incas permitió ejecutar un proyecto de gran envergadura. Asimismo, a través de nuestras investigaciones en los últimos años, se corroboró que la ubicación de ciertas canteras de materiales aún es conservada en la memoria de los pobladores contemporáneos de la altiplanicie de Huánuco Pampa y que insumos como la tierra y la arcilla siguen siendo emplea-dos en la construcción de sus viviendas. En relación al diseño estructural de las edifi-caciones, es probable que estas hayan respon-dido a criterios básicos de proporción, forma y escala. La continuidad constructiva emplean-do muros portantes fue desarrollada de forma general en las edificaciones, y detalles como la presencia de muros de sección trapezoidal per-mitió obtener una adecuada respuesta de los materiales, incluso de aquellos poco resistentes como la tierra y la arcilla, los cuales puestos en obra junto con materiales de mayor resistencia, como las piedras, brindaron efectividad en la

A modo de conclusiones Huánuco Pampa fue uno de los centros ad-ministrativos-ceremoniales incas más impor-tantes en el Tahuantinsuyo. Su planificación, diseño y arquitectura monumental constituyen actualmente la evidencia más importante del poder estatal Inca y de la capacidad organi-zativa de sus constructores en esta región. El presente artículo se enmarcó en el registro y análisis detallado de ciertas estructuras arqui-tectónicas, abordando sus aspectos constructi-vos y estructurales, con la posibilidad de que varias de las afirmaciones vertidas puedan ser contrastadas en el futuro (figura 10). Si bien es cierto que esta investigación aborda de manera conjunta las características arquitectónicas de las edificaciones excavadas, para el autor aún queda pendiente su caracterización de acuerdo a la tipología arquitectónica existente, la cual podría ser reestructurada a la luz de nuevos datos. Al respecto y en líneas generales, Craig Morris (1987) identifica al interior de Huánu-co Pampa seis tipos de edificios individuales: 1. Estructuras circulares con una sola puerta y un umbral a nivel del piso; 2. Los edificios de almacenamiento rectangulares; 3. Los edifi-cios de almacenamiento circulares, estos dos últimos diferentes por sus pequeñas puertas y por presentar un umbral alto; 4. Estructuras alargadas conocidas generalmente como Ka-llankas; 5. Plataformas con aparejo de piedra y; 6. Edificio rectangular básico pequeño (Mo-rris 1987: 29 - 30). Sin embargo, a través de nuestros trabajos de campo, se observó la pre-sencia de algunos edificios que no podrían ser incluidos en esta clasificación; este es el caso de las edificaciones investigadas en el Subsec-tor IIB, las cuales presentan un ancho similar a las dimensiones de los “edificios rectangulares básicos pequeños” (4 m a 7.5 m) expuestas por Morris, pero cuyas longitudes son superiores a las registradas para este tipo (26.56 m a 39.12 m). Por ello se considera que la clasificación “edificio rectangular básico” es correcta, mas no debería estar sujeta necesariamente al ad-jetivo “pequeño”, pues existen otros edificios con dimensiones mayores que tampoco llegan a encajar en la clasificación de kallankas; por lo tanto las diferenciaciones deberían partir, ade-más de las dimensiones, por la identificación de las funciones que se desarrollaron al interior de las edificaciones.

Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

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sus aspectos constructivos y estructurales

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estabilidad de las estructuras. Actualmente, la composición estructural de las edificaciones de la altiplanicie de Huánuco Pampa ha cambia-do, dado que durante el periodo Inca la piedra jugo un rol preponderante complementado con el uso de la tierra y actualmente esta forma se ha invertido al utilizarse la tierra en mayor proporción y la piedra, por lo general, en los cimientos. Finalmente, se sostiene la necesidad de conti-nuar con las investigaciones arqueológicas de la arquitectura Inca en los diferentes asentamien-tos que conformaron el imperio a fin de resolver algunas interrogantes como las relacionadas a diseños y planificación de áreas urbanas, tipo-logía constructiva, clausura y abandono de la arquitectura Inca, la organización y sistema de trabajo en las obras, acabados de pisos, trata-miento de superficies, posibilidades de cubier-tas, sistemas de drenaje, entre otras. Si bien es cierto que el estudio de la arquitectura se basa en aspectos técnicos-constructivos también es posible profundizar en el análisis simbólico de sus componentes, pues se ha considerado, por ejemplo, que gran parte de la arquitectura de la zona este de Huánuco Pampa es una reflexión del mito del origen del Inca (Morris 1987: 48) y que la configuración arquitectónica del In-cawasi, ubicado en el mismo sitio, estaría refle-jando la idea de orden a nivel social, espacial y temporal de acuerdo al diseño cuatripartito de la edificación arquitectónica y su relación con el tocapu casana (Pino 2014: 385).

Agradecimientos Mis sinceros agradecimientos a todos los pro-fesionales del equipo de investigación y conser-vación del Proyecto Integral Huánuco Pampa por su inagotable dedicación para el trabajo. A los amigos integrantes de la Comunidad Cam-pesina de Aguamiro que participaron durante las excavaciones arqueológicas del año 2013. Un agradecimiento especial a la arquitecta Ta-nia Castro por su colaboración permanente y aportes significativos durante la redacción del presente artículo. Al magister José Luis Pino por sus sugerencias durante la realización del presente trabajo. A la ingeniera Enma Minaya, del Laboratorio de Conservación y Restauración del Museo Nacio nal de Arqueología, Antropo-logía e Historia de Pueblo Libre (Lima), por su invalorable apoyo con los análisis. Finalmente,

al Proyecto Qhapaq Ñan del Ministerio de Cul-tura del Perú por la confianza otorgada para el desarrollo de esta investigación.

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REVISTA HAUCAYPATA

Inkapintay: arte rupestre de resistencia Inca a la conquista española del Tawantinsuyu

Victor Falcón [email protected]

FALCÓN HUAYTA, Victor, 2015. Inkapintay: arte rupestre de resistencia Inca a la conquista española del Tawantinsuyu. Revista Haucaypata. Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo. Nro. 10: 24-43. Lima.

El escenario Esta investigación trata de una pictografía que es parte de la llacta (asentamiento) de Tambo, en uno de sus últimos momentos de ocupación incaica independiente que, a su vez, fue coetá-nea con los primeros años de la presencia his-pana en los Andes1. Se encuentra ubicada en una zona previa al ingreso del actual pueblo de Ollantaytambo2, en la jurisdicción política del distrito de Ollantaytambo, provincia de Uru-bamba, región Cusco (figura 1). Geográficamente, Ollantaytambo se encuen-tra en el valle de Yucay –conocido como “Valle Sagrado de los Incas”–, definido por río el Vil-canota o Urubamba. Es una sección que –en el piso del valle– va desde los 3500 msnm (a la altura del pueblo de Calca) a los 2800 msnm (a la altura de Ollantaytambo). Corresponde a un valle interandino cálido de región Quechua en el esquema de Pulgar Vidal (1967). El paraje donde se encuentra la representa-

ción rupestre es conocido por los pobladores ac-tuales como “Inkapintay”, haciendo referencia a la imagen ejecutada sobre la roca de un farallón que, extendiéndose del cerro Pinkuylluna, cae ha-cia el valle por su margen derecha. La pictografía está a una altura aproximada de 50 m, contados desde la pista asfaltada que pasa junto al farallón y que comunica las localidades de Pisaq, Calca, Yucay, Urubamba y Ollantaytambo. En este paraje, el río Vilcanota hace un mean-dro muy agudo que cierra el paso del valle por su margen derecha. Este meandro fue aprovechado

1 El proyecto de investigación fue autorizado mediante Resolución Directoral Nacional N° 894/INC de fecha 22 de junio de 2009. El informe final del proyecto fue aprobado mediante Resolución Directoral Nacional N° 224/INC de fecha 10 de febrero de 2010. Este artículo se basa en el informe final.2 Aproximadamente, 1.5 Km al este de su actual plaza de Armas.

Resumen Primer informe del proyecto de investigación destinado al registro in situ de la pictografía de Inkapintay ubicada en Ollantaytambo, Cusco. Esta representación rupestre fue realizada a instancias de Manco Inca en 1536, en el marco de la resistencia al dominio español del Tawantinsuyu. Luego de un corto periodo en Ollantaytambo, Manco se retira a Vilcabamba que, entonces, se constituiría en el último reducto de los incas rebeldes. En 1572, la captura y ejecución de Túpac Amaru I marca el fin de esta etapa de rebelión.

Palabras claves: Cusco, Ollantaytambo, Inkapintay, Inca.

Abstract This is the first report on a research project designed to record the in situ pictography at Inkapintay, located in Ollantaytambo, Cusco. The rock art representations here were realized at the behest of Manco Inca in 1536 in the context of resistance against the Spanish dominion of Tawantinsuyu. After a short period in Ollantaytambo, Manco retreated to Vilcabamba that, for a time, constituted the last redoubt of the Inca rebels. The capture and execution of Tupac Amaru I in 1572 marked the end of this stage of the rebellion.

Keywords: Cusco, Ollantaytambo, Inkapintay, Inca.

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Victor Falcón Huayta

Figura 1. Ubicación de Inkapintay. Mapa con coordena-das UTM WGS 84.

por los incas para construir una serie de estruc-turas y elementos en esta zona de la entrada a su llacta de Tambo, controlando y reforzando, de este modo, su acceso. En este lugar deci-dieron pintar en lo alto –distinguible de este modo desde lejos– la representación rupestre de Inkapintay (figura 2). La pictografía se puede observar a simple vis-ta desde la pista asfaltada y la vía del tren que, viniendo desde el Cusco, conducen a Ollanta-ytambo y Machu Picchu respectivamente. Hoy en día –debido al intemperismo– la imagen se percibe borrosa, lo cual da una primera impre-sión errónea, al punto que una lugareña la de-nominó “las llamitas”, debido a la percepción parcial de la sección roja de una parte de la representación rupestre que ha resistido más al decoloramiento y, por eso, es más notoria a simple vista. Por su ubicación y difícil acceso nadie había podido llegar hasta esta pictografía desde su ejecución lo que, por otra parte, ha re-dundado en su conservación (figura 3).Antecedentes Esta representación rupestre es de naturale-za excepcional, no sólo por las circunstancias en la que fue ejecutada sino porque es una de las pocas –sólo conocemos dos existentes– que cuenta con una referencia etnohistórica preci-sa3. Vale decir, escrita en una crónica acerca de las motivaciones históricas, autor y fecha de su realización. El siguiente es el texto que la refie-re: “se fue huyendo con sus capitanes y llevó muchos indios al pueblo de Tambo, allí edificó muchas casas y corredores y ordenó muchas chácaras. Y mandó retratarse el dicho Mango Inga y a sus armas en una peña grandísima para que fuese memoria. Y como no pudo allí asistir resistir [sic] en el dicho pueblo de Tam-bo, desde allí se retiró más adentro, en la mon-taña de Vilcabamba, con los demás capitanes; y llevó indios, y a su mujer la Coya, y dejó el reino y corona, mascapaycha y chambi...” (Guaman Poma 1993: 310 [1615: 406]). Posteriormente en el XIX esta imagen fue captada por el alemán Johann Moritz Rugen-das (1844) en uno de sus bocetos que ilustran la entrada del pueblo de Ollantaytambo (Cum-mins 2004: 184, 547, Fig. 6.1; Protzen 2005: 331, Fig. 15.12). Es decir, el artista capturó la

3 El otro caso se trata de “los cóndores” de Garcilaso de la Vega (Falcón 2013: 59).

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Figura 2. Ubicación del paraje de Inkapintay en relación al actual pueblo de Ollantaytambo. El río Vilcanota corre abajo, de este (derecha) a oeste (izquierda), es decir, hacia Machu Picchu y la región de Vilcabamba.

Fuente: Google earth.

intención del mentor de la pictografía pues, hasta ahora, domina la zona de ingreso al asen-tamiento Inca, pudiendo ser vista desde lejos. Hay que resaltar que el boceto de Rugendas muestra una figura esquemática y antropo-morfa con los brazos alzados. Este detalle es importante pues es parte de una serie de obser-vaciones y referencias erróneas que –sobre la configuración de la pictografía– se dieron a lo largo del tiempo, hasta hace muy poco4. Por ejemplo, a principios del XX Luis E. Val-cárcel se refiere a la pictografía de Inkapintay del siguiente modo: “En lo alto de un peñasco, cerca al pueblo y fuerte antiguo de Tampu, los viajeros reconocen la figura de un guerrero pintada con ocre rojo indeleble. Esta repre-sentación antropomórfica es perfecta al pare-cer… El sitio en que aparece la pintura es in-accesible, a más de 40 metros sobre la tierra. El artista debió trabajar descolgado desde la cuchilla.” (Valcárcel 1926: 13 y 14)5. A fines del siglo pasado esta pictografía fue referida por el antropólogo cusqueño Jorge Flores Ochoa quien, por primera vez, establece

la relación entre la pictografía de Inkapintay y Manco Inca sobre la base de la referencia cro-nística de Guaman Poma de Ayala. Sin embargo, debido a su difícil acceso y a que sólo era posible observarla desde la pista asfaltada, le atribuye rasgos que no ostenta (Flores Ochoa et al. 1993: 31, 32 y Flores Ochoa 2001). Jean-Pierre Protzen señala que: “Es difícil de-terminar si estas son las pinturas a las que hace referencia Guaman Poma, pues se encuentran tan erosionadas que no se reconocen los dise-ños... en un dibujo realizado por Rugendas (c. 1844), que muestra el acceso a Inkapintay desde el Cuzco, puede observarse en lo alto de la cara de una roca la representación de una figura vestida con una túnica y los brazos extendidos

4 Esta serie de percepciones no será tratada aquí en detalle.5 Por otro lado, como ya señaláramos (Falcón 2013: 51) la cita que se atribuye a José Gabriel Cosio es inexacta: “se ve en la roca una pintura indeleble que representa un soldado indio en la actitud de lanzar una flecha hacia Ollantaytambo” (Cosio 1924: 104, citado en Hostnig 2008).

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Figura 3. Farallón de Inkapintay. Instalación de cuerda para preparar la plataforma de trabajo cerca de la pictografía. La parte superior de la cuerda marca la cabecera del lugar donde se encuentra la imagen. Las

lugareñas –sobre los rieles del tren– miran los trabajos del proyecto. Foto: Valentí Zapater.

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(Fig. 15.12)” (Protzen 2005: 328, 330). El ingeniero Rainer Hostnig propone una versión de la representación rupestre luego de haberla observado con un largavista que, desde la pista asfaltada, resulta en una versión nueva de la representación rupestre (esquemática-antropomorfa) con cabeza con tocado semicir-cular, carente de brazos y piernas y empleo de los colores azul, rojo y blanco en su ejecución (Hostnig 2003: 112; 2008). Sólo mencionamos estas referencias para señalar que había inte-rrogantes importantes surgidas a raíz de las di-ferentes versiones de la pictografía, las mismas que debían ser dilucidadas a través de un exa-men cercano y riguroso, fundamento de todo estudio e interpretación de las imágenes (Con-sens 2002). Así como, para recabar datos para el diagnóstico de su estado de conservación.

Ubicación de la imagen en la roca El farallón rocoso en donde está la pictogra-fía es el flanco del cerro Pinkuylluna, que cae hacia el río Vilcanota. En esta zona el cerro for-ma paredes rocosas verticales a partir de des-glosamientos laminares masivos que definen planos que descienden progresivamente hacia el piso del valle. A partir de este rasgo geoló-gico natural se definen cuatro planos que nos sirvieron para ascender hasta la pictografía y que usaremos para fines descriptivos. El borde norte de la pista asfaltada marca el inicio de la zona del perfil de la zona de Inkapintay, allí se ubica una señal de tránsito que indica una cur-va y, asimismo, la inflexión del meandro del río Urubamba y el estrecho que forma. A partir de este margen la superficie del terreno se eleva suavemente en un primer tramo que llega has-ta la pared construida para elevar un canal de agua que, al parecer, es de data prehispánica, pero que actualmente se encuentra revestido –o parcialmente reconstruido– con cemento. A partir de este canal se elevan las paredes verti-cales de roca que hemos denominado “planos”, los mismos que asumen una forma triangular, con la base hacia abajo y el ápice hacia arriba; es decir hacia el punto en el cual se ha ejecuta-do la pictografía (figura 4). El primer y segundo planos no presentaban evidencias y/o rasgos culturales. Sin embargo, al estar directamente bajo la pictografía definie-ron un acceso natural diagonal muy empinado por uno de los costados del farallón, a través

del cual se pudo ascender con la ayuda de una cuerda instalada por el equipo Ukhupacha. Este primer tramo del ascenso nos permitió llegar hasta unos 5 m de la pictografía, la cual se en-contraba detrás del ápice del segundo plano. Los integrantes del equipo Ukhupacha resolvían los problemas de la ascensión en la pared rocosa a medida que se alcanzaba cada tramo parcial. Desde el ápice del plano 2 se observó de cerca la pintura, en la parte superior del plano 3, ubica-do hacia atrás. Aquí, se determinó que se podía acceder con mayor facilidad y seguridad a través de una escalera que apoyada en este punto –y asegurada a la roca mediante cuerdas– se levan- a la roca mediante cuerdas– se levan-tara hasta el costado de la pictografía.

El ascenso y registro de la pictografía Como se dijo, esta pictografía está plasmada en una pared rocosa vertical inaccesible. Por ello buscamos ayuda especializada, vale decir, exper-tos en progresión vertical en roca. En este senti-do, desde hace unos años un grupo de voluntarios y especialistas españoles colaboran con diferen-tes proyectos culturales peruanos que requieren este tipo de apoyo técnico. La cooperación fue desinteresada y –en nuestro caso– sólo se re-quirió solventar gastos de estadía del personal mientras duraban los trabajos de campo. Así, en esta etapa del trabajo resultó fundamental –para lograr nuestro objetivo de examinar de cerca la imagen– el personal del “Proyecto Ukhupacha” (www.ukhupacha.uji.es). Este personal especia-lizado proporcionó los equipos y arneses necesa-rios para lograr un acceso seguro al lugar donde se encuentra la imagen. La progresión vertical se inició con una prospec-ción de las paredes rocosas con el fin de evaluar sus características y las rutas más accesibles a la pictografía. Se organizaron dos equipos de pros-pección, el primero exploró la parte alta del fara-llón para ganar su borde superior y poder realizar descensos sobre la pictografía. Otro equipo buscó una ruta de ascenso a partir del canal o acequia que corre al pie del farallón y los diferentes pla-nos naturales ascendentes (figuras 5 y 6). En am-bos frentes se definieron áreas en donde se ins-talaron “triángulos de fuerza” para asegurar las cuerdas, tanto para los ascensos como para los descensos, según se presentaron las necesidades del proyecto en los días sucesivos (figura 7). Las cuerdas de escalamiento que aseguraron los ar-neses se fijaron en anclajes enganchados a placas

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Figura 4. Planos del farallón de Inkapintay y ubicación de la pictografía. Hacia el lado inferior izquierdo se en-cuentra el gran muro Inca que cerraba el paso a la llacta de Tambo u Ollantaytambo. Al pie y, en primer plano,

las vías del tren a Machupicchu. Foto y elaboración: Victor Falcón.

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atornilladas en la roca. Para lo cual se hicieron, en donde fue estrictamente necesario, orificios con taladros de 8 mm de diámetro por 25 mm de profundidad (figuras 8 y 9). No se tocó la picto-grafía con las manos, los zapatos u otro elemento de escalamiento6. Luego de una evaluación de la topografía, las características de las rocas y los rasgos cercanos a la pictografía se procedió a dar las últimas indica-ciones a los arqueólogos sobre el uso de los arne-ses, mosquetones (argollas) y cascos, además de las cuerdas de escalamiento. A la par, se subió la malla cuadriculada de dibujo para ubicarla sobre la pictografía. En la discusión entre arqueólogos y especialistas en la progresión vertical se había decidido que la solución más adecuada –para habilitar una plataforma para realizar el trabajo de observación y registro– era colocar un tablón sostenido por tirantes de cuerdas aseguradas en la parte superior o cabecera del plano de la picto-grafía. Este tablón se subió a través de una cuerda oblicua, que fue tendida entre la cabecera del fa-rallón (arriba) y el “triángulo de fuerza” realizado

6 Al final del proyecto se retiraron los anclajes y los otros accesorios de escalamiento.

Figura 5. Prospección desde la base del farallón de Inkapintay. Lugar donde se encuentra un canal

cementado. Foto: Victor Falcón.

Figura 6. Prospección en la cabecera del farallón donde se encuentra la pictografía. Abajo el valle de Yucay y el río Urubamba o Vilcanota. Vista en dirección al este, a la ciudad del Cusco. Foto: Victor Falcón.

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Figura 7. Instalación del triángulo de fuerza en la base del farallón de Inkapintay. En el fondo, la pista asfal-tada que conduce al pueblo de Ollantaytambo y, atrás, el río Vilcanota. Foto: Victor Falcón.

Figura 8. Taladramiento y tornillo autoroscante para fijar las argollas del “triángulo de fuerza” al pie

del farallón de Inkapintay. Foto: Valentí Zapater.

sobre una gran roca a pocos metros de la pista asfaltada (abajo). Asimismo, este tablón estu-vo separado de la pared rocosa por dos listones de madera clavados a él en sus extremos (figura 10). La Municipalidad de Ollantaytambo nos facilitó una escalera telescópica de aluminio que sirvió para este fin los siguientes días de trabajo. Una vez colocada y asegurada la escalera, ésta so-brepasaba la pictografía por un costado lo cual permitía un acceso rápido, seguro y reiterado por parte de los arqueólogos. Finalmente, el equipo Ukhupacha instaló la plataforma de trabajo a la altura de la pictografía estabilizándola única-mente a través de cuerdas. El dibujo a escala se realizó tomando los puntos del diseño con la ayuda de un palillo de madera al cual se adhirió un nivel de aire para conseguir la horizontalidad absoluta (esta técnica cumple la misma función de la plomada en el dibujo de plantas en las excavaciones arqueológicas). Pos-teriormente se tomaron y fotografiaron muestras de pigmentos. El dibujo de la pictografía se reali-zó con una malla, de 2 x 2 m subdividida en cua-drados de 20 cm, elaborada con cuerda sintética. Se sujetó a las fisuras naturales de la roca a través de clavos para tensarla adecuadamente. Esta ma-lla no entró en contacto directo con la superficie

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Figura 9. Taladramiento y tornillo autoroscante para fijar las argollas del “triángulo de fuerza” al pie del far-allón de Inkapintay. Foto: Victor Falcón.

Figura 10. Envío de plataforma de trabajo –ya armada– hacia el lugar de la pictografía. Foto: Valentí Zapater.

de la pintura pues estuvo tensada sobre peque-ños palillos de caña, que la distanciaron unos 10 cm de la superficie de la roca. Esta malla fue extendida y tensada sobre la pictografía cubriendo la mayor parte de la ima-gen a excepción de la ancha banda blanca de su base, pues el diseño resultó ser de mayores di-mensiones que la que calculamos desde abajo. La malla contaba con tirantes que se proyecta-ban desde las esquinas y las partes medias de cada lado para tensarla –manteniendo las di-mensiones de las subdivisiones– y usando una plomada para establecer su verticalidad total. Las tiras fueron fijadas con clavos que se ubi-caron lejos de la pictografía, aprovechando en lo posible las grietas de la roca o colocando un tornillo autoroscante. Cada cuadro de 20 cm estuvo codificado por una letra del alfabeto (de A a J, dispuestas en la columna de la izquierda) y un número (de 1 a 10, dispuestos en filas de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha), de este modo, cada cuadro resultaba con un código, por ejemplo, “A1” para el cuadro de la esquina superior iz-quierda de la malla. El dibujo de la pictografía fue realizado –con la referencia del reticulado

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Figura 11. Arqueólogos sobre la plataforma de trabajo realizando el dibujo a escala de la pictografía de Inkapintay (detrás de la malla cuadriculada). Foto: Valentí Zapater.

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así ubicado– en una escala de 1/20 sobre papel milimetrado. La parte inferior del diseño, que quedó fuera del reticulado, fue registrada a tra-vés de medidas complementarias directas. Este método se inspiró en las pautas proporciona-das por Kolber para petroglifos de fácil acceso (2002). Finalmente, se tomaron fotografías digitales en alta resolución con la escala IFRAO (con referencia de colores estándar) y la libreta de campo para anotar observaciones (figura 11). Por otra parte, Valentí Zapater –fotógrafo del proyecto Ukhupacha– realizó tomas desde di-versos puntos de la zona, el valle y sobre la pic-tografía. Una medición de altura con un GPS (Garmin, modelo GPSMAP 60CSx) realizada por Felipe Sacristán (Ukhupacha) al nivel de la pictografía indicó 2902 msnm y 2830 msnm para la base de una señal ubicada al lado de la

carretera. Es decir, de acuerdo a esta medición habría una altura de 72 m, contados desde la pis-ta asfaltada hasta la pictografía. Por otro lado, Alberto Lozano (Ukhupacha) realizó una medi-ción de la misma altura y entre los mismos pun-tos utilizando wincha y plomada el resultado fue de casi 50 m. Existe pues una discrepancia que debe ser dilucidada en una futura intervención de campo en Inkapintay (figura 12).

Elementos y hallazgos en torno a la imagen Seguramente la zona de ingreso a Ollantaytambo forma un sector susceptible de ser considerado a la luz de los últimos momentos de su ocupación en el marco del conflicto desatado por Manco Inca. Parte de sus elementos fueron reformula-dos o realizados –como por ejemplo, la pictogra-fía– a instancias del Inca rebelde en el trance de su resistencia, sólo así toman sentido muchos de

Figura 12. Esquema de un corte del farallón de Inkapintay. Elaboración: Alberto Lozano, Proyecto Ukhupacha.

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sus rasgos7. Por ello, examinamos el complejo de la entrada a la llacta Inca, en especial lo que resta de la “gran muralla” que, antiguamente, llegaba hasta el río Vilcanota y resguardaba la ruta formal del camino de entrada (Protzen 2005: 331. Fig. 15.11)8. Tanto el equipo de escaladores como de ar-queólogos revisamos cuidadosamente las pa-redes y superficies rocosas de la zona en bus-ca de otras representaciones rupestres con un resultado negativo. Sin embargo, pudimos es-tablecer la existencia de pequeñas estructuras cuadrangulares, edificadas con piedras semi-canteadas unidas con mortero de barro, ubi-cadas sobre peñones a lo largo de la escarpada falda sur del Pinkuylluna, en el tramo que va desde la zona de Inkapintay hasta el pórtico de T’iyupunku, muy cerca del poblado actual de Ollantaytambo. Por su número y emplazamien-. Por su número y emplazamien-to esta serie de estructuras parecen haber sido destinadas a controlar y proteger la margen derecha del río y el paso de Inkapintay (figura 13)9. Otro hallazgo que puede resultar signifi-cativo es la existencia de piedras redondeadas (cantos rodados pequeños) que ocasionalmen-te se encuentran entre las ranuras de las rocas del farallón de Inkapintay. Son completamente atípicas de las características formales de las rocas que forman el farallón y debieron ser lle-vadas desde el lecho del río Vilcanota u otro to-rrente de agua. Probablemente se trate de pro-yectiles para huaracas u hondas (figura 14)10.

7 Aunque Protzen (2005: 328) no puede asegurar que el artífice de las “ruinas de Inkapintay” (“gran muro”) sea Manco Inca, éstas pudieron ser refor-zadas –en el contexto del conflictivo momento– a través de los “puestos de control” sistemáticamente ubicados en la cabeceras de los empinados riscos. 8 Este gran muro, con un angosto pasaje tallado en la roca (con rasgos no muy claros pues no ha sido ex-cavado y limpiado), recintos y hornacinas, fue roto para dar paso a la vía del tren y la moderna autopista (Protzen, 2005: 329. Fig. 15.9. Ver: “plano de las rui-nas de Inkapintay”). 9 Estas estructuras parecen no haber sido documen-tadas hasta el momento como parte de esta llacta Inca.10 Hay que recordar el enfrentamiento que se dio en esta zona de la entrada de Ollantaytambo por parte de las tropas españolas y sus aliados nativos al mando de Hernando y Gonzalo Pizarro contra los defensores del Tambo al mando de Manco Inca. El desenlace de esta batalla fue la victoria de este últi-mo (Guillén 2005: 605; Vega s/f: 132-145).

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Figura 13. Algunos de los “Puestos de control” dispues-tos en los farallones del Pinkuylluna que caen hacia el valle. Se emplazan, sucesivamente, entre Inkapintay –véase la pequeña estructura que corona los planos de la Figura 13– y T’iyupunku. Foto: Victor Falcón.

Figura 14. Uno de los cantos rodados encontrados entre los resquicios de las rocas en el farallón de Inkapintay.

Foto: Victor Falcón.

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Observaciones sobre la imagen y el aná-lisis de las muestras de pigmentos Con respecto a la documentación de los co-lores –básicamente rojo y blanco– de la pic-tografía hay que señalar que se debe tomar en cuenta que las zonas de colores –por ejemplo del rojo– no son uniformes; vale decir el ma-tiz varía según el punto en donde el color se ha conservado más denso o ha sido más afectado por el intemperismo. Así, la referencia del color por medio de un diccionario Munsell es sólo un indicador que debe ser tomado en cuenta en el contexto físico del punto de donde se hace la lectura. Para el caso que nos ocupa, las lecturas que aquí indicamos se hicieron con las partí-culas que se tomaron como muestras de la pic-tografía, de modo que una de éstas se colocó directamente sobre el color de la tabla11. Así, los resultados más cercanos fueron: rojo 2.5YR ¾ y blanco 10YR 8/1.

Se tomaron fotos a toda la pictografía y sus ras-gos más notables, utilizando la escala de colores de IFRAO (figura 15). Asimismo, se fotografiaron todos los puntos de donde se extrajeron mues-tras de pigmentos (antes, durante y después). Las muestras de pigmentos consistieron de unas pocas partículas que fueron directamente intro-ducidas en tubos asépticos etiquetados. Cada muestra cuenta con una ficha que consigna el cuadrante de donde se la extrajo y otros detalles. Se extrajeron un total de nueve (9) muestras co-rrespondientes a los colores rojo, blanco y un hi-potético gris. Una muestra adicional (color blan-co) fue recogida de un paso natural ubicado en la parte posterior de la pictografía, para indagar su

11 Otro factor que se debe tener en consideración es el número de tablas que contiene el diccionario Munsell del que se dispone.

Figura 15. Detalle de la pictografía de Inkapintay. Segmento de la sección roja –delineada con blanco– de la pechera del uncu. Foto: Victor Falcón.

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Tabla 1. Muestras de los pigmentos y su lugar de procedencia.

posible relación como fuente de pigmento (ta-bla 1). Se procesaron cuatro muestras de pig-mentos en el laboratorio de Difracción de Ra-yos X de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. El análisis de los pigmentos estuvo a cargo del doctor Carlos Landauro del laboratorio de Difracción de Rayos X y Espectroscopia Mossbauer de la UNMSM. Su interpretación preliminar indica que el pigmento blanco usa-do en la ejecución de la pictografía de Inkapin-tay está constituido básicamente de yeso (Gym-sum: sulfato de calcio hidratado), el pigmento rojo de whewellita (Oxalato de calcio hidra-tado). Finalmente, lo que en algún momento consideramos un posible pigmento gris –que podría haber rellenado el interior del uncu y que sólo tomamos para descartar esta hipóte-sis– es un compuesto de yeso, cuarzo, whewe-llita, merlinoite y muscovite. La muestra pro-veniente del pasaje natural ubicado detrás de la pictografía y que corresponde a una sustancia blanca opaca que, en un primer momento pen-samos la fuente del pigmento del color mencio-nado, no arrojó una posible confirmación de esta hipótesis12.

Análisis de la imagen Del trabajo de observación y registro se conclu-ye que la imagen corresponde a una represen-

12 El resultado fue más irregular pues mostró la pre-sencia de ácido úrico hidratado.

tación esquemática de un uncu de forma cua-drangular de 2 m de ancho por 3 m de alto, compuesta de dos partes. La primera de ellas es una figura cuadrangular definida por una grue-sa banda demarcatoria en forma de “U” pintada de blanco, cuya parte superior se cierra con una forma triangular invertida pintada de rojo y deli-mitada en su borde inferior con una gruesa línea blanca. Sobre este diseño cuadrangular y en la parte superior media se dispone una figura ovoi-de vertical roja que lleva sobre la mitad superior una gruesa banda blanca que la enmarca. No es-tamos seguros de que esta parte se une a la figura cuadrangular a través de una sección vertical que muestra trazas de pigmento rojo pues éstas pue-den deberse a un corrimiento del pigmento rojo. No se detectaron otros rasgos de diseño de la pictografía. No se observan variaciones de tonos intencionales en el rojo y el blanco, a excepción, de aquellos debidos al intemperismo (figura 16). Por observaciones en algunas puntos de la pic-tografía (parte superior derecha del cuadrángulo) el orden de la aplicación de los pigmentos fue, en primer lugar el rojo, en segundo lugar, el blanco. Sólo se habrían usado esos dos colores para ela-borar la imagen. No se tiene certeza del uso del supuesto gris correspondiente a la parte interna del uncu y del cual tomamos una muestra para evaluar esta posibilidad . El uso de este color se hace más dudoso en la medida que no se hubie-ra observado desde abajo, más aún, teniendo en cuenta de que el principal objetivo de la pictogra-fía fue su visibilidad. Por último, se descarta la existencia de un pigmento azul –señalado por R.

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Hostnig– en la medida que, una observación cercana de las trazas de este supuesto color, in-dica que se debe a la presencia de algún tipo de liquen que crece en diferentes partes del plano de esta roca, incluidos algunos puntos sobre los diseños rojo y blanco de la representación ru-pestre (figura 17).

La problemática de conservación y pro-tección del sitio En cuanto a la conservación, los resultados de este proyecto –cuyo informe final fue entre-gado en el momento e instancias respectivas– deberían servir de base para la implementación de un proyecto de conservación y protección de esta importante evidencia de la historia colonial temprana en el Perú. Destacamos dos elemen-tos que merecen atención especial en cuanto a tomar medidas de conservación. La primera la pictografía en sí y, la segunda, la arquitectura asociada al pie del farallón de Inkapintay.

En cuanto a la pictografía, el plano de la roca sobre la que se ejecutó la imagen está ligeramen-te inclinado hacia adelante. Sin embargo, esto no ha evitado que la lluvia e insolación hayan sido los principales factores de su deterioro. La parte más dañada por este factor es la sección izquier-da del uncu. Las huellas de una escorrentía de agua –proveniente desde la parte superior– se combinan con la insolación de los primeros rayos del sol que alcanzan esta parte de la roca por la mañana. Afortunadamente, a medida que pasan las horas y por la inclinación del plano rocoso, los rayos solares no alcanzan el resto de la pin-tura, que queda a la sombra el resto del día. Hay que enfatizar que estas observaciones han sido hechas a fines de julio, pudiendo variar en otras épocas del año. En las partes conservadas el color parece bas-tante firme y vivo, distinguiéndose más el rojo debido a que el blanco se confunde con las dife-rentes chorreras que discurren sobre el plano de la roca debido a que, previsiblemente, tienen un alto componente de carbonatos. Se recomienda

Figura 16. Pictografía de Inkapintay. Foto: Valentí Zapater.

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Figura 17. Dibujo a escala de pictografía de Inkapintay. Elaborado por Mónica Suárez y Victor Falcón.

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el monitoreo y la observación de la pictografía a lo largo del año13, así como el levantamiento detallado de la topografía del plano rocoso en el que se ubica la pictografía con el fin de plan-tear las soluciones físicas (infraestructura lige-ra) para protegerla de los factores climáticos. Por otro lado, líquenes no identificados cre-cen en franjas cortas y anchas sobre todo el plano de la roca y cubren los pigmentos rojo y blanco en dos puntos específicos de la pictogra-fía: el extremo derecho del tocado semicircular blanco de la cabeza y la parte inferior derecha del trazo blanco que delimita por la base de la sección roja del uncu, así como, al interior no pintado de éste. Finalmente, un poste de una antigua línea de comunicaciones, ahora en desuso, se ubica so-bre del gran muro Inca al pie de la pictografía de Inkapintay. Uno de los tirantes que lo sos-tiene, asimismo, ha sido asegurado a un gran cincel directamente clavado a la fina mampos-tería de piedra entallada Inca que da hacia la pista. Ambos elementos, evidentemente, están fuera de lugar, además, están a la vista de todos los viajeros que pasan por este paraje (figuras 18 y 19)14. No somos los primeros en señalar la impor-tancia de Inkapintay y la necesidad de darle la atención debida. En el 2001 reconocido antro-pólogo cusqueño Jorge A. Flores Ochoa escri-bió: “Merece atención, si fuera posible trata-miento cuidadoso y adecuado para conservarla porque Tampu es el único sitio del país que tie-ne el privilegio de contar con el retrato mural de un Inca histórico.” (Flores Ochoa 2001: 4). Algunas conclusiones preliminares Los resultados de nuestro trabajo confirman que la representación rupestre de Inkapintay es la misma a la que hace referencia Guaman Poma de Ayala en su famosa crónica (1615)15

cuando escribió “Y mandó retratarse el dicho Mango Inga y a sus armas en una peña gran-dísima para que fuese memoria”. Concurren a esta conclusión los elementos contextuales de la

13 Lo cual puede ser realizado por el personal de la DDC-Cusco que se encuentra destacado en Ollantaytambo. 14 Se recomienda su retiro por parte de la DDC-Cusco.15 Casi 80 años después de que se dieron los sucesos de la resistencia de Manco Inca en Ollantaytambo.

pictografía que, si bien es cierto no son direc-tos16, creemos que sí son lo suficientemente rele-vantes para acotar y confirmar esta relación. Así, señalamos en primer lugar su naturaleza de re-presentación rupestre, su ubicación en relación a la zona de ingreso de la llacta de Ollantaytambo, sus colores y sus partes componentes, así como, su intencionalidad; aún hoy funcional puesto que puede verse desde lejos cuando uno se aproxima por el piso del valle a la ciudadela Inca (aspecto paisajístico). Finalmente, la referencia cronística de Guaman Poma con un comentario detallado dando cuenta del hecho que él juzgó lo suficien-temente relevante –desde su perspectiva nativa– como para escribirlo en su crónica. Naturalmente, por el momento, no hay modo de fechar de forma absoluta la pintura por medios físico-químicos (C14) que, por otro lado, tal vez resultaría innece-sario dada la cantidad de evidencia indirecta que acota muy bien, cronológica y corológicamente, esta manifestación rupestre. Desde este punto de vista, no es válida una observación que exija un “documento escrito coetáneo” a la pictografía y los hechos que rodearon su realización, des-virtuando la información de Guaman Poma por ser “posterior”, “tardía” o “no testimonial” ya que con este criterio, ciertamente, tendríamos que cuestionar toda la etnohistoria andina y lo que nos aporta en el conocimiento del pasado. Otro aspecto, es la evaluación contextual e histórica de las fuentes escritas, que siempre es necesaria. Nuestra interpretación de esta imagen estiliza-da es que la parte cuadrangular correspondería a una configuración relacionada a los uncus cuya estructura básica sería posteriormente reprodu-cida con bastante regularidad en los diseños de escudos –y también algunos uncus– sobre que-ros incaicos de la colonia. Sin embargo, anotamos que –de modo notable y es una interrogante a re-solver– la estructura de este diseño no se registra en los escudos –heráldicos– incas dibujados por Guaman Poma de Ayala en su Nueva Corónica. Estamos de acuerdo con la interpretación de que la parte superior correspondería a una cabeza humana; en este caso representaría la cabeza del Inca que, asimismo, porta el tocado semicircular (blanco) de los cascos guerreros incaicos.

16 En el sentido que no hay un documento escrito –coetáneo– que vincule, directamente, a Manco Inca con la elaboración de la imagen, como alguna vez se me exigiera.

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Figura 19. Detalle de estaca metálica clavada en el muro –cerca de una hornacina– del gran muro de Inkapintay. Foto: Victor Falcón.

Tanto las dimensiones (3m de alto x 2m de ancho), ubicación (sobre un farallón al costado de la entrada controlada y restringida, a casi 50 m sobre el nivel del piso del valle), así como, los colores usados tuvieron la doble finalidad de: 1) Ser visibles a larga distancia y, 2) Transmitir un mensaje cargado de significado simbólico a través de dos vehículos: la forma y el color. El primero de ellos, estaría representado por el escudo (las “armas” de la frase del cronista) y la cabeza (el “retrato”) de Manco Inca. El se-gundo aspecto está relacionado al significado del color, principalmente, el rojo vinculado a la sangre, a los rituales de sacrificio, la fertilidad y asociado a accesorios simbólicos de la indu-mentaria real como la maskapaicha o borla real incaica, asimismo, la flor del kantu o kantuta elegida como emblemática de la realeza porta-da por la Coyas y representadas sobre queros y los vestidos en la pintura colonial, los ejemplos son numerosos y no los mencionaremos acá.

Recomendaciones para futuras investi-gaciones La nuestra fue sólo una primera aproximación

Figura 18. Detalle de elementos extraños al gran muro de Inkapintay. Foto: Victor Falcón.

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cercana a esta valiosa imagen. Deben hacerse registros detallados del relieve y topografía de la roca de la pictografía de Inkapintay, así como evaluar su composición geológica y estabilidad. El equipo de progresión vertical del Proyecto Ukhupacha puede ser convocado por la Direc-ción Desconcentrada de Cultura-Cusco (DDC) para la asistencia técnica que permita el acceso de proyectos de conservación y puesta en va-lor de la pictografía17. Asimismo, es necesario el empleo de equipos topográficos y geodésicos de alta precisión (sub-métrico) para levantar detalladamente la zona de Inkapintay. Esta área de acceso a la llacta de Ollantaytambo no se destaca convenientemente para narrar –a propios y extraños– la historia del lugar. Sólo se enfatizan las ruinas incaicas de la zona cen-tral, olvidándose –los propios cusqueños– de esta etapa gloriosa de resistencia a la invasión europea que sus propios ancestros opusieron al dominio y la subyugación18. Las recomendaciones para futuras investiga-ciones sobre el arte rupestre de estilo incaico en el valle de Yucay deben contemplar el exa-men detenido de los sitios de Banderachayoc I y II (Calca) y Q’echuqaqa (Urubamba), entre otros (Hostnig 2008 y Falcón 2013). Ya que el tipo de representación –especialmente el moti-vo central del uncu– es de una factura similar al de Inkapintay. Sin embargo, las variaciones debidas a los elementos –iconográficos y arqui-tectónico-funerarios– asociados sustentarían una interpretación diferente19. Es indudable que los rasgos del paisaje y el pa-norama que dominan son elementos comunes a estas pictografías, sin embargo, las motiva-ciones y sus historias particulares responden a

17 Ya que conocen el terreno y poseen la experiencia necesaria.18 Diariamente miles de visitantes pasan raudamen-te por el lugar. Sea en dirección a Ollantaytambo o a Machu Picchu, sea en autos, buses o trenes. Sin embargo, pocos sabrán que lo hacen bajo la mirada del último Inca rebelde del Tawantinsuyu.19 Nuevamente parece que la monumentalidad de la arquitectura Inca –a la cual se destinan ingentes y constantes recursos– opaca o posterga el estudio de otros aspectos importantes de esta sociedad. Como, por ejemplo, su arquitectura funeraria, el culto a sus ancestros, el dominio y lenguaje del paisaje, así como, parte del simbolismo del mismo “valle sagra-do de los incas”.

diferentes circunstancias que debemos dilucidar en la medida de lo posible, para entender este tipo de expresión y transmisión de mensajes a través del lenguaje semasiográfico-icónico Inca (Gonzáles y Bray 2008: iv) que, en el valle de Yu-cay, revisten especial relieve por tratarse de un ámbito y rasgo natural destacado que atrajo la atención de los últimos grandes incas del Tawan-tinsuyu (Niles and Batson 1997).

Agradecimientos Por su desinteresada ayuda profesional (Ad ho-norem) agradezco al equipo del Proyecto Ukhu-pacha (http://www.ukhupacha.uji.es), en la per-sona de Salvador Guinot, quien hizo posible el acceso de los arqueólogos a la pictografía. A los integrantes del equipo hispano-peruano de pro-gresión vertical en este proyecto fueron: Felipe Sacristán (España), Alberto Lozano (España), Valentí Zapater (España), Antonio Sinchi Roca (Perú) y Edwin Cobos (Perú). Asimismo, al Dr. Richard Burger, al señor Ronald Castillo Espino-za, entonces, funcionario del Municipio de Ollan-taytambo, y a mi colega Mónica Suárez Ubillús por su eficiente y comprometida participación en esta etapa de la investigación. Finalmente, a los revisores de esta revista.

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La ocupación Inca del valle de Cotahuasi, Arequipa-Perú

Justin [email protected]

Willy Yépez Á[email protected]

JENNINGS, Justin y Willy YÉPEZ ÁLVAREZ, 2015. La ocupación Inca del valle de Cotahuasi, Arequipa-Perú. Revista Haucaypata. Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo. Nro. 10: 44-64. Lima.

Introducción Durante el siglo XV el Imperio Inca se desa-rrolló en Cuzco y se expandió por gran parte de los Andes, impactándolo de manera sustancial. La imposición de su gobierno trajo profundos cambios políticos y económicos a las regiones conquistadas. Sin embargo, el poder Inca no fue absoluto y los administradores adaptaron sus políticas a las condiciones locales (Menzel 1959; D´Altroy 1992; Covey 2000). Diferentes grupos fueron integrados al Imperio a través de distintos factores, entre ellos: complejidad polí-tica, distancia desde la capital imperial, hostili-

dad hacia el control externo, importancia ideoló-gica, potencial de recursos naturales, entre otros (Schreiber 1992 y Kaulicke et al. 2003 y 2005). El valle de Cotahuasi, en la sierra de Arequipa, fue una de muchas áreas que sucumbieron al go-bierno cuzqueño; región que tuvo gran impor-tancia para el gobernador Inca (Trawick 1994: 85) (figura 1). Este artículo analiza los registros etnohistóricos y arqueológicos existentes y expo-ne los datos recolectados durante el desarrollo de nuestro proyecto de prospección arqueológica y de excavaciones de prueba realizados en el valle alto (desde el pueblo de Cotahuasi hasta el distrito

Resumen Este artículo combina datos etnohistóricos, estudios arqueológicos y excavaciones de prueba para describir la ocupación Inca del valle de Cotahuasi, al sur del Perú. La ocupación Inca del valle es un buen ejemplo de control imperial directo. El imperio incaico construyó un centro administrativo llamado Maulkallacta en la parte superior del valle, implementó un camino a través del valle y se creó un centro ceremonial en un sitio ritual local. Así, el poder Inca se pudo sentir en la vida cotidiana del valle, por medio de las vasijas utilizadas y las estructuras arquitectónicas construidas. Esta alta inversión Inca en el valle se debe tal vez a cuatro factores: los ricos yacimientos de oro, plata, cobre, sal, y obsidiana; la ubicación del valle a lo largo de un corredor natural de Cuzco a la costa; el alto nivel de resistencia a la conquista Inca y el bajo nivel de complejidad política local.

Palabras claves: Imperio Inca, arqueología, valle de Cotahuasi, imperialismo.

Abstract This article combines historical records and data from archaeological survey and test excavations to describe the Inca occupation of the Cotahuasi Valley of southern Peru. The Inca occupation of the valley is a good example of direct imperial control. The empire constructed an administrative center called Maulkallacta in the upper valley, built an Inca road through the valley, and created a ceremonial center from a local ritual site. Inca power could be felt as well at every village in the vessels that were used and in the structure that were passed every day. This high Inca investment in the valley was perhaps due to four factors: rich deposits of gold, silver, copper, salt, and obsidian, the location of the valley along a natural corridor from Cuzco to the coast, the high level of resistance to the Inca Conquest and the low level of political complexity.

Keywords: Inca Empire, Archaeology, Cotahuasi Valley, Imperialism.

Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

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La ocupación Inca del valle de Cotahuasi, Arequipa-Perú

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Figura 1. Mapa del departamento de Arequipa con la localización del valle de Cotahuasi. Imagen adaptada del Go-bierno Regional de Arequipa, proyecto “Desarrollo de Capacidades en Zonificación Ecológica y Económica para el Ordenamiento Territorial en la Región Arequipa”, archivo de acceso público. Patrón de ubicación y distribución de los sitios en el valle durante el Intermedio Tardío. El área resaltada muestra los límites de nuestro estudio.

de Puica) en 1999-2000 (figura 2); además re-visa y evalúa los trabajos arqueológicos preli-minares realizados en el área (Chávez Chávez 1982; Chávez Chávez y Salas Hinojoza 1992; Trawick 1994 y 2003). A continuación haremos una breve descripción del valle, de sus recursos naturales y de su ubicación geográfica, y luego compararemos los antecedentes arqueológicos con nuestro registro en campo de las socieda-des del periodo Intermedio Tardío. Conclui-mos con un resumen de la conquista Inca y exponemos evidencia arqueológica de la ocu-pación imperial en el valle de Cotahuasi. Con esto esperamos no solo enumerar los pasos que se dieron para lograr la conquista sino también brindar algunas explicaciones tentativas sobre la estrategia de integración Inca.

Geografía del valle, medio ambiente y recursos naturales Con una profundidad de más de 3500 metros,

desde el fondo del valle, Cotahuasi es el cañón más profundo del mundo (Pérez Vera 1997: 31). Ubicado a 14o latitud sur y 73o longitud oeste, el valle se encuentra a lo largo del extremo norte del Altiplano volcánico de Arequipa, en los An-des Centrales. El Cotahuasi-Ocoña es uno de los ríos que cortan de manera profunda el Altiplano a medida que se dirigen hacia el Océano Pacífi-co (figura 1). Durante el Terciario y Cuaternario ocurrieron erupciones volcánicas y levantamien-tos en la región de Cotahuasi. Estos procesos, combinados con la actividad glacial y la erosión fluvial, fueron responsables de la creación del va-lle (Olchauski y Dávila 1994 y Burger et al. 1998). La actividad geológica ha dejado un espectacular paisaje de precipicios de 1000 metros de altura, laderas fértiles nutridas por manantiales y cam-pos inclinados inestables. Actualmente el valle se encuentra aislado. El único camino para llegar a Cotahuasi se conec-ta con los pueblos de Chuquibamba (6 a 8 horas

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Figura 2. Patrón de ubicación y distribución de los sitios arqueológicos en el valle durante el Intermedio Tardío. El área resaltada muestra los límites del estudio.

en ómnibus), Majes (8 a 10 horas) y la ciudad de Arequipa (11 a 14 horas). Antes de la construc-ción de la carretera (hasta los años de 1960), el viaje a Arequipa se efectuaba en acémilas, tar-dando hasta 8 días. La ciudad del Cuzco está aproximadamente a 220 km y puede llegarse en seis días a caballo (Trawick 1994: 33). A pe-sar de las actuales limitaciones, el valle es un corredor natural y su posición entre la sierra y el mar hicieron de este una importante vía de transporte y comunicación de la sierra sur del

Perú hasta inicios del siglo XX (Trawick 1994: 33, Capítulo 2). Desde el periodo Arcaico Medio (6000 -4000 aC) hasta los tiempos modernos, la ubicación geográfica del valle trajo periodos de prosperidad a sus habitantes (Jennings 2002; Trawick 2003; Jennings y Yépez Álvarez 2009 y 2015; Perry et al. 2006). La región es un área con recursos naturales muy particulares. Aquí se encuentra la mayor fuente de obsidiana de los Andes Centrales, cerca y al-rededor del pueblo de Alca (Burger et al. 1998;

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La ocupación Inca del valle de Cotahuasi, Arequipa-Perú

Justin Jennings y Willy Yépez Álvarez

Figura 3. Plano de Rascancha (CO-13), un pueblo típico ocupado durante el Intermedio Tardío.

Jennings y Glascock 2002). Además, el valle está situado dentro de la zona geológica Pu-quio y Caylloma, conocida por ser una de las

principales de áreas de producción de metales del Perú, donde la plata, el oro y el cobre son aún explotados (Trawick 1994 y 2003; Canchaya et

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al. 1995; INGEMMET 1995). Cerca al pueblo de Huarhua, en Pampamarca, se encuentran las minas de sal de Huarhua, un depósito de sales de roca dentro de calizas y otras rocas sedimen-tarias de aguas profundas y del océano (Concha Contreras 1975: 74 y Jennings et al. 2013). Los estudios arqueológicos indican que todos estos recursos fueron explotados por los habitantes del valle desde el Horizonte Medio, o tal vez desde antes (Jennings et al. 2013: 128-129). Al igual que en otros valles de los Andes, en Cotahuasi es posible caminar desde el desierto sub-tropical seco hasta el equivalente al piso de la tundra ártica en el transcurso de un día (Trawick 1994: 32). La vegetación natural del valle es escasa y consiste en pastos perennes, arbustos semi-leñosos y diversos tipos de cac-táceas. Sin embargo, gran parte de la ecología del valle es vista como un artefacto cultural, debido a que por mucho tiempo los pobladores han transformado su ambiente de acuerdo a sus necesidades (Huillet 1992: 16). Cotahuasi, así como otros valles de la sierra (Murra 1972 y Brush 1977), demandó un patrón de explota-ción económica de tres o cuatro zonas en donde las partes altas del valle y los pastos naturales fueron aprovechados intensamente como ali-mento para camélidos; mientras que los es-pacios más bajos fueron usados para diversos tipos de agricultura (Trawick 1994: 57).

El Intermedio Tardío y la conquista Inca Durante el Intermedio Tardío (1000-1476 dC), las aldeas prosperaron en tanto que la población crecía y la estratificación social au-mentaba. A diferencia del Horizonte Medio (600-1000 dC), el número de aldeas aumen-tó y en algunos casos se duplicaron (Jennings y Yépez Álvarez 2009). Nuevas aldeas fueron construidas en lugares geográficos semejantes a las del Horizonte Medio, con el nuevo siste-ma de asentamientos compuestos por 14 aldeas vinculadas con cementerios (figura 2). Estas eran usualmente organizadas alrededor de una o varias plazas y la mayoría presenta conglo-merados de casas agrupadas alrededor de pa-tios centrales o alineadas a lo largo de terrazas domésticas. Las estructuras tuvieron plantas cuadradas o rectangulares, aunque una varie-dad de edificios de forma poligonal irregular también fueron comunes. Los vanos de acceso

fueron realizados en los muros cortos de las es-tructuras (figura 3). Se encontró en cada aldea un grupo de edifica-ciones bien conservado, que pueden ser separa-dos por su tamaño y elaboración arquitectónica de las demás estructuras del sitio. Mientras que en la mayoría de los casos, las estructuras domes-ticas median entre 4 y 6 metros de longitud, estas edificaciones tenían una longitud promedio de 5 a 9 metros. Hornacinas y otros ornamentos fue-ron más comunes dentro de estas edificaciones. Las estructuras estaban generalmente agrupadas alrededor de la plaza central y/o en el punto más alto del sitio. La forma, embellecimiento, y ubica-ción de estas edificaciones indican que las estruc-turas eran casas de elite. También tenemos evidencia de distinciones de status en los cementerios. Algunas tumbas de alto status, por ejemplo, tienen una capa de es-tuque cubierta con pintura roja o mayor cantidad de hornacinas. Aunque la mayoría de las tumbas han sido saqueadas, existe evidencia de distin-ción social en los artefactos encontrados: grupos de individuos enterrados en las mejores tumbas tenían acceso preferencial a bienes de prestigio evidenciados en las vasijas y tejidos. A pesar de la probable existencia de una elite en la aldea, no hemos conseguido evidencia de que haya exis-tido una jerarquía política más allá del nivel de las aldeas. Tampoco hemos encontrado una dis-tinción clara en el tamaño de los sitios de aldea, y la composición arquitectónica de cada una de ellas no difiere de manera significante. No exis-tieron grandes diferencias de poder político en-tre aldeas reflejadas en el número de habitantes, arquitectura administrativa, estructuras de elite y especialización artesanal. No existió una jerar-quía política en todo el valle. Sin embargo, en Tiqnay o Alca La Antigua (CO-02) se puede distinguir un grupo de tres templos que probablemente fueron edificados al inicio del Intermedio Tardío. Su arquitectura fue única y dos de los templos quedan como recuerdo de la tradición de estructuras en “D”, típica de la arqui-tectura religiosa Wari (figura 4). Probablemente en el sector de los templos de Alca La Antigua se realizaron importantes rituales relacionados a la fertilidad agrícola porque en el extremo suroeste del templo se han reconocido cientos de “placas de piedra pintadas” (Kauffmann 1992). Las placas recrean motivos geométricos simples, aplicados con pintura roja, complementados con diseños

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Justin Jennings y Willy Yépez Álvarez

Figura 4. Plano del sector ceremonial de Alca. Los templos están marcados como T1 a T3.

en amarillo, verde y anaranjado. Estas placas, que representaban una forma de “pago”, fueron colocadas entre los espacios libres de la rocas y cavando hoyos en la base de las rocas. Las placas se han encontrado en múltiples sitios, en diversos contextos poco estudiados (Jennings 2002: 359-372). El número resonante de pla-cas ofrecidas y la arquitectura ritual del lugar sugieren que Alca La Antigua era un centro ri-tual importante del Intermedio Tardío. Aunque el poder ritual de Alca La Antigua parece haber crecido durante este periodo, la ausencia de un sitio principal en el valle indica que la jerarquía política por encima del nivel del valle jamás se realizó (Jennings y Yépez Álvarez 2009). Aun así, el poder de Alca La Antigua fue sufi-ciente para organizar las fuerzas militares del valle y desafiar al Inca. De acuerdo a las cróni-cas y las historias locales, la resistencia al con-trol de los cuzqueños fue feroz (Trawick 1994: 77), como Garcilaso de la Vega relata (1985: 106-107 [1609]): Hecha la calcada, passó el Inca Maita Cápac, y entró por una provincia llamada Allca, don-de salieron muchos indios de Guerra de toda

la comarca a defenderle el passo de una aspe-rissimas cuestas y malos passos que hay en el camino, que son tales que aun passar por ellos caminando en todo paz, ponen grima y espanto, cuanto más haviéndolos de passar con enemigos que lo contradigan. En aquellos passos se huvo el Inca con tanta prudencia y consejo, y con tan buen arte militar, que aunque se los defendieron y murió gente de una parte y de otra, siempre fue ganando tierra a los enemigos. Los cuales, viendo que en unos passos tan fragosos no le podian resistir, antes ivan perdiendo de día en día dixeron que verdaderamente los Incas eran hijos del Sol. pues se mostravan invencibles. Con esta creencia vana (aunque havia[n] resistido más de dos meses), de común consentimiento de toda la provincial lo recibieron por Rey y señor, prometiéndole fidelidad de vassallos leales. El Inca entró en el pueblo principal llamado Allca con gran triunfo. De allí passó a otras grandes provincias cuyos nombres son: Taunsma, Cota-huaci. Pumatampu. Parihuana Cocha... Sin embargo, el “gran triunfo” del Inca duro poco tiempo. Luego de la derrota, los grupos de la región se reunieron nuevamente para combatir

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Figura 5. Patrón de ubicación y distribución de los sitios en el valle durante el Horizonte Tardío. El área resal-tada muestra los límites del estudio.

a los Incas. De acuerdo con Cieza de León (1985: 116-117 [1550): Los que escaparon de los enemigos, como me-jor pudieron, fueron a parar a su provincia, a donde de Nuevo procuraron de allegar gente y buscar favores, publicando que habían de mo-rir o destruir la ciudad de Cuzco, matando todo las advenedizos que en ella estaba; y con mucha soberbia, inflamados en ira. se daban priesa a recoger armas y. sin ver el templo de Curican-cha, repartían entre ellos mesmos las seño-ras que en él estaban. Y estando aparejados,

se fueron hacia el [cerro] de Guanacaure. para desde allí entrar en el Cuzco, donde había avi-so destos movimientos y Capac Yupanqui ha-bía juntado todos los comarcanos al Cuzco y confederados. Y con los orejones aguardó a sus enemigos, hasta que supo estar cerca de Cuzco, a donde fueron a encontrarse a ellos, y entre los unos y los otros se dio la batalla, animan-do cada capitán a su gente. Mas, aunque los de Condesuyo pelearon hasta más no poder, fueron vencidos segunda vez con muerte de más de seis mili hombres dellos y que escaparon volvieron

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Figura 6. Se aprecia: 1. Qhapaq Ñan que vincula al sitio de Maukallacta (CO-12) con pueblos de la región de Apurimac y Cuzco; 2. parte Inca de Maukallacta; 3. parte del Intermedio Tardío de Maukallacta; 4. pueblo moderno de Puica; 5. andenes en abandono y de uso temporal del pueblo de Suni y 6. segmento incólume del Qhapaq Ñan que articula a los pueblo del valle hasta la región del Cuzco, en la actualidad es usado por caravanas

de llameros. Imagen tomada de Google Earth Pro.

huyendo a sus tierras. Estos registros sugieren que la conquista Inca del valle fue ferozmente disputada, por lo tanto no es sorprendente que el imperio recurriera a una vasta variedad de medidas para conso-lidarse en este importante centro de recursos y corredor de transporte. Los intentos del Inca de incorporar el valle parecen haber tenido éxito1.

La ocupación Inca del valle de Cotahuasi La transformación del valle, de una región re-calcitrante a un área leal al Inca, se llevó a cabo en menos de cien años. Al contrario de otras regiones de los Andes, que resistieron la con-quista Inca (Murra 1980: 174-178), no existe evidencia de que los sitios en Cotahuasi hayan sido forzados a ser reubicados, con la posible excepción de Achombi (CO-26), donde gente de otras regiones fue establecida en el valle (figura 5). Aunque varios cementerios y peque-ñas aldeas puedieron haber estado desiertos

después de la conquista Inca del valle, ninguno de los pueblos principales fueron abandonados y no se fundaron nuevos lugares para habitar2. Aun así, la inversión Inca en la región fue sus-tancial (a pesar de los cambios mínimos en el patrón de asentamiento del Intermedio Tardío y el Horizonte Tardío), por ejemplo instalaron un centro administrativo y construyeron un camino principal. Edificaciones en estilo imperial fueron

1 En el tiempo de las campañas en Quito, los guerreros de Cotahuasi pelearon en los ejércitos del Inca (Jiménez de la Espada 1965: 314 [1881]) y en el tiempo de la con-quista española, el valle de Cotahuasi fue una de las áreas más leales de respaldo al Inca (Hemming 1970: 247).2 Sin embargo, es posible que los sitios abandonados continuaran siendo ocupados durante el Horizonte Tardío. Aunque nosotros datamos los sitios por la pre-sencia - ausencia de muestras de cerámica local, estilo Inca o relacionadas con el estilo Inca – era común que el estilo local del Intermedio Tardío siguiera en uso en las áreas conquistadas.

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levantadas en muchas aldeas y el uso de ce-rámica Inca se hizo más común. Los Incas pugnaron por consolidar el área ritualmente, empleando los ritos y creencias locales para in-tegrarlos al canon imperial.

*Maulkallacta, un centro administrativo Inca El cambio más significativo en el valle fue la construcción de Maulkallacta (CO-12), un tí-pico centro administrativo de siete hectáreas, localizado cerca del actual pueblo de Puica. El sitio dominó la ruta principal de acceso al valle alto y fue permanente tránsito al Cuzco (Figu-ra 6). Casi todos los tipos de vivienda son de una habitación sin frontones – que es una de las estructuras Incas más comunes. (Gasparini y Margolies 1980: 160). Las hornacinas, ven-tanas y vanos de acceso fueron construidos al estilo Inca y están colocados simétricamente en los muros largos y, raramente, en los más chicos (Gasparini y Margoiles 1980: 13). Las kanchas, bloques rectangulares amurallados, que envolvían grupos de viviendas de una habi-tación, no fueron encontradas en el sitio, pero los edificios en Maulkallacta estaban clara-mente agrupados libremente alrededor de pa-

tios abiertos. Kanchas irregulares como las de Maulkallacta son más frecuentes en los centros Inca fuera del Cuzco (Gasparini y Margolies 1980: 186) (Figura 7). La parte más importante del sitio fue proba-blemente una gran plaza abierta con dos de los principales símbolos arquitectónicos del poderío imperial – el usnu y la kallanka (Hyslop 1990: 18, 69). Fuera del Cuzco, los usnus fueron usual-mente plataformas escalonadas hechas en pie-dra que se encontraban en la plaza principal. La plataforma era un símbolo visible del poder del estado usado por el Inca como trono, un estrado para reuniones militares, para juicios y para ri-tuales (Hyslop 1990: 70-72). En Maulkallacta se registró un usnu en escombros, que fue arrasado hasta sus cimientos. La kallanka se define por te-ner planta rectangular con tres vanos de acceso ubicados en uno de sus lados más largo asociado a la plaza, un modelo típico para la época Inca (Hislop 1990). Para brindar soporte al techo, usualmente se usaban pilares a intervalos den-tro de la estructura (Gasparini y Margolies 1980: 196). Las construcciones fueron probablemente estructuras de multiuso: para almacenamiento y hospedaje temporal, así como para actividades

Figura 7. Vista de las edificaciones Inca en Maulkallacta.

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Figura 8. Tumbas de piedra reconstruidas al este de la plaza de Maulkallacta.

rituales y administrativas (Gasparini y Margo-lies 1980: 199-200). La kallanka fue destruida, pero se conservó la pared frontal con sus tres vanos de acceso, los cuales fueron clausurados intencionalmente; a una altura de 1.5 metros. Se preservó solamente la base de los otros tres muros. A lo largo del extremo sur de la plaza de Maulkallacta, se han registrado ocho tumbas disturbadas, únicas en el valle (Figura 8). La arquitectura funeraria es bastante similar a ejemplos de tumbas Inca encontradas en Cuz-co y Arequipa (Guaman Poma 1980 [1615: 262] y Sobczyk 2000: 250-253). Siete de las ocho tumbas se encuentran en terrazas artificiales, que varían en el ancho (de 2 a 5 metros). Las tumbas son rectangulares, compuestas de dos 0 tres niveles. El ingreso y piso inferior de la es-tructura son subterráneos (2 m de profundidad aproximada). El piso y el techo poseen grandes bloques de piedra talladas, pareciéndose bas-tante a una caja sólida. Lamentablemente, las cámaras fueron saqueadas, pero se encontra-ron junto a restos de óseo humanos, tres frag-mentos de cerámica del Horizonte Tardío, in-cluyendo un tiesto de un cántaro tipo aríbalo.

*El Camino Inca Cuzco -Chala Los Incas desarrollaron un sistema extenso de caminos para desplazar tributos, fuerzas e in-formación de manera efectiva (Hyslop 1984). En el Condesuyo, el Inca construyó dos cami-

nos principales, uno transversal y otro costero (Von Hagen 1955; Hyslop 1984; Manrique y Cor-nejo 1990: 23). El camino transversal corre desde la boca del río Chala hasta Cuzco y fue utilizado para llevar pescado y otros productos desde el océano hasta la capital (Von Hagen 1976). Desde el Cuzco el camino cruzaba el Apurimac y se diri-gía hacia el sur por el valle de Cotahuasi, luego de bajar casi hasta el moderno pueblo de Cotahua-si, subía hasta salir del cañón antes de la cascada de Sipia, cruzando la puna hasta las orillas de la laguna de Parinacochas, y finalmente llegaba al valle costeño de Chala (figura 9) cerca de la fuen-te de sal de Huarhua. Aunque el camino parece seguir una ruta de comunicación muy antigua (Burger et al. 1998: 193-194; Jennings y Glascock 2002: 112-113 y Jennings 2002), el esfuerzo para mantener y mejorar el camino fue sin duda fun-damental. Nuestra investigación en el valle de Cotahuasi identificó varias posibles secciones del camino prehispánico a lo largo de la región. Estos tie-nen una extensión de 3 a 5 km, representados por graderías de piedras marcadamente desgas-tadas. Uno de estos tramos es visible en el pueblo moderno de Alca ascendiendo al este del valle. El camino cruza por una zona de andenes agrícolas, los mismos que integran el paisaje de cuatro sitios ocupados durante el Intermedio Tardío (CO-2, CO-43, CO-33, CO-29), y antes de salir del va-lle pasa por el sitio Maulkallacta con dirección a Cuzco. Aunque los pobladores del valle insisten

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Figura 9. Segmento del Qhapaq Ñan y movilidad de la sal de Huarhua (CO-50): 1. mina de sal, pueblo de Hua-rhua y trayecto hacia los pueblos de Parinacochas en Ayacucho; 2. camino que relaciona al pueblo de Huarhua y la quebrada de Pampamarca; 3. Pampamarca y la ruta hacia el pueblo de Antabamba en Apurimac; 4. pueblo de Mungui; 5. pueblo de Cotahuasi; 6 y 7. pampa y sitios de Tenahaha (CO-45) y Collota (CO-8); 8. apu y sitio de Huiñao (CO-48); 9. margen izquierda y acceso a sitios del pueblo de Locrahuanca; 10. sitio de Tulla (CO-23)

y 11. pueblo de Taurisma. Imagen tomada de Google Earth Pro.

que este camino es parte de los restos del ca-mino real Inca, no pudimos determinar el pe-ríodo de construcción mediante las ruinas de superficie. Lo que sí queda claro es que este camino se utiliza actualmente de manera con-tinua. Cabe resaltar que fue la única vía de inte-gración antes de la construcción de la carretera Alca-Puica.

*Arquitectura Inca insertada en sitios locales Por lo menos se puede encontrar una cons-trucción Inca en cada uno de los sitios prin-cipales conservados en el valle3. En Ullchulca (CO-33), por ejemplo, dos construcciones fue-ron edificadas empleando las bases y gradas que forman el muro fortificado del Horizonte Medio (figura 10). Las estructuras tienen mu-ros hastiales altos rematados en forma triangu-lar, detalle arquitectónico claramente de estilo

Inca (Gasparini y Margolies 1980: 164). También existe una construcción al extremo este de Jucha-yoc (CO-11) con rasgos arquitectónicos atípicos en la región. Esta estructura, insertada en un área de terrazas de una habitación, contiene dos colum-nas en su pared norte, similar a una Kallanca, un caso típico del estilo Inca (Gasparini y Margolies 1980: 170-173). Además, una estructura en Tulla (CO-23) contiene dos hornacinas trapezoidales. Cabe resaltar que en los primeros períodos en Co-tahuasi solo se utilizaron hornacinas rectangula-res y cuadradas. Las construcciones comentadas,

3 Hay tres sitios de importancia (CO-26, CO-27, CO-37) que contienen arquitectura del Horizonte Tardío, pero ninguno con la arquitectura aún de pie. Los pueblos más pequeños ocupados durante el Horizonte Tardío, como CO-21. CO-29, y CO-39, tienen arquitectura pero ninguno es de estilo Inca.

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Figura 10. Remanente de estructura Inca local en Ullchulca (CO-33).

en estos y otros sitios, sirvieron como recorda-torios omnipresentes del poder imperial Inca. La influencia Inca en Alca La Antigua fue par-ticularmente fuerte (figura 11). Por lo menos tres edificaciones se construyeron con el estilo Inca. Las primeras dos, de planta rectangular, están construidas sobre una plataforma ar-tificial en el extremo sur del sitio. La primera estructura mide aproximadamente 20 x 4 me-tros y contiene cuatro grandes ventanas y un acceso trapezoidales. La segunda, está al sur de la primera estructura y tiene dos vanos de ac-ceso trapezoidales. Esta se subdivide en cuatro compartimentos, pero las paredes están muy pobremente conservadas como para determi-nar si existieron accesos. Los rasgos y detalles arquitectónicos de las construcciones (accesos, ventanas y esquinas) sugieren que fueron cons-truidas con estilo Inca (Hyslop 190: 8-12). Se necesita continuar con la investigación en Alca La Antigua y otros lugares principales del valle para entender cómo la construcción de estas edificaciones se relaciona a la ocupación incai-ca. Mientras las construcciones pueden reflejar la imposición del control imperial directo sobre los centros de población del valle, también pue-den haber sido el resultado de la emulación de las prácticas de construcción Inca por parte de las élites locales.

*Cerámica Inca en el valle Se han identificado muestras de cerámica Inca en cada uno de los sitios reconocidos y dentro de la mayoría de cementerios de este período. Esta cerámica, conocida como estilo Chapi en la secuencia de estudio de cerámica Cotahuasi (Jennings 2002: 336-342), esta definida por su relación de forma, superficie, tratamiento, motivos de diseño y técnica de cocción con la cerámica Inca del Cuzco. El Huayllura es otro estilo cerámico local que adoptó las formas de las vasijas y la iconografía Inca (Jennings 2002: 325-329). Hemos comprobado, con análisis químicos, que la mayor cantidad de vasijas de estilo Chapi fueron importadas (Bedregral et al. 2015: 164). Las muestras del estilo Chapi están excepcio-nalmente bien cocidas, extremadamente com-pactas y, a diferencia de la mayoría de estilos de Cotahuasi, no tienen un centro de color plomo. La pasta compacta de los fragmentos de estilo Chapi es distinta a las otras usadas en

el valle; esta varía en color, de anaranjado al café, y el tipo y número de inclusiones no plásticas es variable. Feldespato (1/16 – 1/4mm), mica (1/8 – 1/4mm) y andesita (1/8 – 1/4mm) pueden en-contrarse en algunos casos en densidad, varian-do entre el 3 al 10%. Las formas de la cerámica estilo Chapi, incluyen formas de vasijas abiertas y poco profundas, platos, ollas de cuello corto y expandido, aríbalos, keros y posiblemente jarras de una asa. La cerámica está bien pulida, pero presenta una gama de tratamientos, alisado con brillo y deco-ración con pintura. Muchos de los fragmentos están completamente cubiertos con diseños pin-tados de formas geométricas negras, blancas, ro-jas, anaranjadas y, ocasionalmente, violetas. En general, los motivos son repetitivos y finamen-te ejecutados, e incluyen líneas rectas, gruesas bandas, triángulos colgantes, líneas y triángulos aserrados, rombos negros, diseños de triángulos

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Figura 11. Alca La Antigua y las características fisiográficas del valle medio de Cotahuasi: 1. sitio de Juchayoc (CO-11); 2. sitio Cahuana (CO-6) y segmento del Qhapaq Ñan que vincula la zona de captación (puna), como la vertiente del río Chococo, permitiendo el acceso a la fuente de Obsidiana Condorsayan; 3. canal de riego que vincula históricamente al sitio de Cahuana (CO-6) y andenes en uso; 4. Alca La Antigua (CO-1) compartiendo un tramo del camino Inca que vincula esta margen con sitios de la parte alta; 5. apu Condorsayan; 6. apu Aica que crean, vinculan y armonizan el sistema agrícola en uso y 7. carretera Alca-Puica en la margen izquierda del

valle. Imagen tomada de Google Earth Pro.

opuestos o similares a “relojes de arena”, he-lechos, diamantes entrecruzados con líneas, y bandas entrecruzadas (figuras 12 y 13). El estilo Chapi es muy similar y parecido a la cerámica Inca cuzqueña y de las provincias (Rowe 1944 y Pärssinen y Siiriänen 1997). Las formas son Inca (Rowe 1944: 48) y los moti-vos son ejemplos bien ejecutados del estilo imperial. Análisis de activación de neutrones sugiere que muchas de las cerámicas Chapi se realizaron en las regiones del Cuzco o, más raramente, del lago Titicaca. Una pasta bien cocida, dura y compacta de los fragmentos se-para más a estas vasijas de los otros utensilios de Cotahuasi (Bedregral et al. 2015: 164). Sin embargo, unas cuantas formas y decoraciones utilizadas en mercancías Chapi parecen estar relacionadas con tradiciones locales y pueden haber sido producidas localmente. Evidencia que tenemos por la química de las arcillas. Por

consiguiente, la pasta podría ser un reflejo de una nueva técnica de cocción y/o la introducción de especialistas en cerámica en el valle.

*Alca La Antigua y Cahuana: una transforma-ción ritual Debido a que el Inca usualmente se esforzaba por encontrar maneras de incluir las tradiciones locales en la cosmología imperial oficial (Kolata 1997: 249; Urton 1999: 61-62; Bauer y Stanish 2001: 244), la estrategia general seguida por los Incas, en relación a la religión local, era permitir la continuación de la adoración de los dioses loca-les antiguos, con tal que los dioses Incas también fueran adorados (Valcárcel 1980: 77; Spaulding 1984: 82; Cobo 1990: 3 [1653]; Espinoza Soriano 1997: 435). Esta estrategia de co-opción parece haber sido aceptada en el valle de Cotahuasi. La diseminación de la cerámica con estilo Inca y lo-cal del Horizonte Tardío en lugares rituales en el

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Figura 12. Cerámica Inca “Estilo Chapi”.

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Figura 13. Cerámica Inca “Estilo Chapi”.

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valle sugiere no solo que los templos continua-ron siendo venerados durante este período, sino también que la cerámica Inca fue proba-blemente utilizada como ofrenda o parte de la parafernalia ritual del lugar. Mientras que la adoración continuó en estos lugares, el principal centro ritual del valle fue probablemente abandonado. Durante el Hori-zonte Tardío, el área alrededor de los tres tem-plos de Alca La Antigua fue abandonada. No se registraron muestras de cerámica con influen-cia Inca en las tres unidades de excavación rea-lizadas en estos templos (figura 4), y sólo un 2% de los fragmentos de cerámica recolectados de la superficie en esta parte del sitio son de influencia Inca4. El abrupto final del uso de los templos, y probablemente la tradición de las ofrendas de placas pintadas asociada a él (Jen-nings 2003a y 2003b), sugiere que el Inca no cooptó el poder ritual de Alca La Antigua. Más bien, parece que los Incas destruyeron el poder ritual de este sitio porque percibieron que era una amenaza a su gobierno. Aunque el lugar continuó siendo uno de los pueblos principa-les en el Horizonte tardío5, la evidencia sugiere que Cahuana (CO-6) surgió para convertirse en el centro ceremonial del valle durante la ocu-pación Inca. El sitio de Cahuana se ubica en una terraza natural de un cerro al sur de un pueblo mo-derno y epónimo, ocupado desde el Horizonte Temprano hasta el Horizonte Tardío. Aunque nunca fue mencionado por los cronistas, exis-ten cuatro factores que sugieren que el lugar tuvo una marcada importancia ceremonial en el período Horizonte Tardío. Primero, los In-cas se instalaron y ocuparon casi la mitad del lugar a fin de construir una serie de edifica-ciones alrededor de las tres plazas (figura 14). Con excepción de Maulkallacta, el lugar tuvo el mayor número de edificaciones Inca en el va-lle. Segundo, en la parte central de dos de las plazas hay un afloramiento de piedras roja, las vetas de piedras rojas fueron importantes elementos en la religión Inca y posiblemente también tuvieron un significado ritual (Hys-lop 1990: capítulo 4). En tercer lugar, los Incas

4 En comparación a un pequeño porcentaje de cerá-micas del Horizonte Tardío encontrado en la cima, el 23 % de los restos recolectados en todo el lugar datan de este período.

construyeron un canal que recorría el sitio y en muchas partes, construyeron edificios sobre este (Trawich 1994: 79). El agua era sagrada para el Inca, y los trabajos de canales y andenes fueron importantes en la planificación de los sitios ritua-les y administrativos (Hyslop 1990: 130). Final-mente, el saliente pico que se formó en la parte superior tuvo significado ritual. La relación del pico con el lugar recuerda al Huayna Picchu que domina el famoso Machu Picchu. Muchas cimas y picos eran sagrados para el Inca y así se mantie-nen hasta hoy (Isbell 1978: 59), y en el Horizonte Tardío encontramos fragmentos de zampoñas de cerámica en la cima del cerro con vista a Cahua-na, detalle que sugiere que la montaña pudo ha-ber sido un lugar sagrado6. Las evidencias registradas sugieren que Ca-huana fue ritualmente importante desde el Ho-rizonte Medio. Por consiguiente, es probable que el sitio se convirtiera en el centro ritual de la región. Mientras otros lugares con trazos de patrón ritual continúan siendo usados durante la ocupación Inca, ninguno de ellos tiene estructu-ras asociadas al estilo Inca. Sin embargo, el sitio de Cahuana fue transformado en un lugar ritual colmado de construcciones Incas, destacado con los elementos naturales que fueron importantes para la religión del estado Inca, como el agua y la piedra.

Conclusiones La presencia Inca en el valle de Cotahuasi fue determinante. El imperio construyó el sitio de Maulkallacta en el valle superior, instaló un ca-mino principal a través del cañón desde el Cuzco al mar y creó un centro ceremonial imperial en un sitio ritual local. El poder Inca pudo sentir-se en cada pueblo del valle, tanto en las vasijas que usaron como en las estructuras que usaron a diario. Este alto grado de inversión parece haber

5 El sitio de Alca La Antigua continuó siendo ocupado durante el periodo Inca y las recolecciones de super-ficie sugieren que incluso puede haber aumentado en tamaño durante este período. Algunas de las cerámicas más finas, influenciadas por los Incas, encontradas en el valle, vienen de la recolección de superficie y de con-textos locales de excavaciones en Alca. 6 El cerro que domina el sitio de Cahuana tiene frag-mentos de cerámica esparcidos en su cima que datan desde el Horizonte Medio hasta la época moderna. Aunque la cima no fue modificada, una terraza fue construida en el lado de la colina.

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Figura 14. Plano del sector ceremonial del sitio de Cahuana (CO-6).

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sido el producto de tres factores. Primero, el valle fue una fuente rica en oro, plata, cobre, sal y obsidiana y proveedor de productos agrí-colas y camélidos. La dispersión en la superfi-cie de cerámicas, textiles y recursos de extrac-ción (Jennings 2002); la distribución de estos fuera del valle (Burger y otros 2002: 344); y la lista de tributos recopilados por los españoles (Julien 1991: 25-28) sugieren que el Inca apro-vechó debidamente estos bienes. Segundo, el área fue un corredor natural desde el Cuzco hasta la costa, convirtiéndose en un espacio de gran importancia geográfica; por ello el Inca tuvo un interés vital en controlar la zona. Esto se vio reflejado en la instalación de un camino real a través del valle que fue una arteria prin-cipal que conectó parte de la sierra y la costa del imperio. Finalmente, la gente del valle no solo luchó una prolongada batalla contra la conquista Inca, sino que también se rebelaron poco después de su derrota inicial. Gobernar de manera indirecta probablemente no fue una opción, de forma que sólo una significativa y sostenida ocupación Inca pudo consolidar el área para el Imperio. Aunque el interés Inca en controlar la región fue obvia, la manera como el imperio esco-gió proceder fue poco común. Los Incas eran conocidos por la severidad de sus represa-lias contra grupos que resistían su gobierno – ocasionalmente ejecutaban porciones signi-ocasionalmente ejecutaban porciones signi- ejecutaban porciones signi-ficativas de la población y colonizaban nueva-mente el área con personas de otras regiones (Rostworowski 1999: 73-77). Mientras que las tradiciones orales en el valle de Cotahuasi su-gieren que el Inca buscó reducir la influencia del sitio de Alca La Antigua en los días poste-riores a la conquista (Trawick 1994: 80-85), no hay evidencia arqueológica que sugiera que el Inca hubiera tratado de destruir la sociedad del valle. Como Cieza de León sugiere para la zona alta de Arequipa (1985: 116-11 7 [1550]): Capac Yupanqui los fue siguiendo hasta su propia tierra, donde les hizo la Guerra de tal manera que vinieron a paz, ofreciendo de re-conocer al Señor de Cuzco, como lo hacían los otros pueblos que estaban en su amistad. Capac Yupanqui los perdonó y se mostró muy alegre con todos, mandando a los suyos que no hiciesen daño ni robasen nada a los que ya tenían por amigos. En vez de trasladar a la gente de la región, el

Inca permitió que casi todas las aldeas permane-cieran ocupadas y no se fundaron nuevos sitios. Se impuso el control directo sobre el área y se in-trodujo estilos arquitectónicos y novedosa tecno-logía en la cerámica de estilo Inca en los pueblos. La construcción de un centro administrativo, un camino y el centro ceremonial aseguraron una presencia imperial constante en todos los aspec-tos de la sociedad del valle de Cotahuasi. La im-portancia de esta región llevó a una inversión im-perial sustancial dentro de la misma y, a su vez, esta inversión convirtió la región en una aliada del Inca cuando el imperio se tuvo que enfrentar a los invasores españoles después de menos de un siglo.

Reconocimientos Les agradecemos a los pobladores del valle de Cotahuasi por su hospitalidad y por sus historias del pasado. También a cada uno de los miembros del proyecto: Clarence Bodmer, Forrest Cook, Michael Hendrik, Kelly Knudson, Klarissa More-na, Gregory Mazzeo, Cecilia Quequezana Lucano, y Hendrik Van Gijseghem. Un especial agrade-cimiento a Amelia Arguelles Talavera y a su hija Fabiola por abrir sus corazones y sus hogares du-rante el transcurso de nuestro trabajo en el valle. Los comentarios de Hendrik Van Gijseghem y Ja-mes Tate sobre nuestros primeros borradores de este documento fueron de gran ayuda para noso-tros. Les agradecemos también a Rodolfo Monte-verde Sotil, Luis Manuel Gonzalez y María Teresa Sparks por su apoyo. Esta investigación fue rea-lizada por una donación de la National Science Foundation (Concesión #9903508) y el permiso de Instituto Nacional de Cultura del Perú (Reso-lución Directoral Nacional Nro. 977/INC 1999).

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Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

Los caminos rituales del volcán Llullaillaco, Argentina (6739 msnm)1

Christian Vitry [email protected]

VITRY, Christian, 2015. Los caminos rituales del volcán Llullaillaco, Argentina (6739 msnm). Revista Haucaypata. Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo. Nro. 10: 65-77. Lima.

Introducción y antecedentes Uno de los elementos que vertebraron la eco-nomía, la política y la ideología implementada por los incas, a lo largo de los Andes, fue la uti-lización de vías de comunicación y transporte. Los caminos representaban el complejo siste-ma administrativo, uniendo regiones densa-mente pobladas con las despobladas, zonas de producción con centros de consumo, movili-zando productos, mano de obra al servicio del Estado (mitayos), ejércitos, dirigentes de alto rango, productos suntuarios, poblaciones tras-ladadas, etc. También describían las divisiones espaciales y sociopolíticas básicas del Estado, debido a que un camino principal salía desde la capital incaica, el Cuzco, a cada uno de los cua-tro suyus, teniendo una estrecha vinculación

con el sistema de Ceques, la organización espacial de las ciudades y la ubicación de los santuarios (Zuidema 1964; Hyslop 1992; Bauer 1996). Se-gún Hyslop, para los pueblos dominados por los incas, los caminos representaban un símbolo del poder y la autoridad del Estado. Asimismo fueron usados para “comprender y expresar la geogra-fía cultural y estaban muchas veces investidos

1 La versión original de este trabajo fue presentada en el XV Congreso Nacional de Arqueología Argentina, realizado en Río Cuarto (Córdoba, 2004), cuyo título era Contribución al estudio de caminos de sitios ar-queológicos de altura. Volcán Llullaillaco (6.739 m). Salta – Argentina. Lamentablemente nunca fue pu-blicado, por lo que aprovecho esta oportunidad para compartir el manuscrito con leves cambios.

Resumen Los Incas en su proceso de expansión territorial lograron abarcar la mayor superficie territorial en la historia prehispánica de Sudamérica, la cual estuvo integrada -en todo sentido- por una vasta red de caminos que conectaban todos los rincones del Tawantinsuyu. Además, la conquista también fue altitudinal, ya que unas doscientas montañas entre 900 y 6.700 metros fueron ascendidas con fines rituales, llegando a consumar en algunas de ellas ofrendas humanas. En los últimos años, los estudios viales empezaron a integrar los caminos rituales que se desprendían del Qhapaq Ñan para dirigirse hacia la cima de las altas montañas andinas. En el presente trabajo se describen los caminos rituales que ascienden al volcán Llullaillaco.

Palabras claves: caminos rituales, arqueología de montaña, incas, volcán Llullaillaco.

Abstract The Incas in the process of territorial expansion managed to encompass the largest land area in the pre-Hispanic history of South America, which was based -in every sense- on a vast network of roads connecting all parts of Tawantinsuyu. Further, the conquest was also altitudinal as some two hundred mountains between 900 and 6700 meters high were ascended for ritual purposes, in some cases with the intention of carrying out human sacrifices at their summits. In recent years, research into ancient roads has begun to include studies of ritual paths branching off the Qhapaq Ñan, mounting the peaks of the high Andean mountains. In this paper the ritual roads which ascend the Llullaillaco volcano are described.

Keywords: rituals roads, high mountain archeology, Inca, Llullaillaco volcano.

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66Los caminos rituales del volcán Llullaillaco, Argentina (6739 msnm)

Christian Vitry

de un considerable significado ritual.” (Hys-lop 1992: 255). Además, opina que los caminos también pueden haber servido para pensar, “... ayudando a concebir por asociación las rela-ciones entre un lugar o un grupo de personas, con otro.” (Hyslop 1992: 258); pues junto a todo ese movimiento de productos y tributos, tam-bién viajaban ideas, concepciones del mundo, historias de lugares lejanos. Pero sin duda esto fue mucho más allá, pues existieron caminos que llevaron esta relación a otro nivel, entablan-do vinculaciones entre los humanos y los apus o deidades de las altas montañas de la cordillera, relacionando el Kay Pacha con el Hanan Pacha. Los caminos rituales que ascienden a las montañas fueron mencionados en algunas publicaciones académicas (Rebitsch 1966: 51-80; Niemeyer y Rivera 1983: 91-193; Núñez 1981:49-57; Reinhard 1983: 27-62 y 1997: 105-129; Schobinger 1986: 297-317; Beorchia Ni-gris 1987; Hyslop 1992; Lynch 1996: 187-203; Ceruti 2003; Castro et al. 2004: 439-451; entre otros). Sin embargo, no fueron investigados sistemáticamente hasta hace relativamente poco tiempo, cuando los estudios de los ado-ratorios de altura empezaron a integrar al sis-tema vial Inca de una manera más detallada y contextual, abordando el estudio de los cami-nos ceremoniales de las altas montañas como elementos de importancia para la comprensión de la geografía sagrada y el paisaje cultural an-dino (Astuhuamán Gonzáles 1999; Vitry 2000, 2005b, 2006 y 2008). Sobre la base de la información publicada y complementada con nuestras investigaciones de campo, tenemos que, sobre un total de 199 montañas con evidencias arqueológicas en la cordillera de los Andes, en 32 de ellas (16%) se registró caminos en sus laderas y/o cerca de las cumbres, y, en la base o proximidades de 45 montañas (22,6%) pasa el Qhapaq Ñan o cami-no troncal (Vitry 2008); información parcial, ya que resta mucho camino por recorrer para acercar estas cifras a la realidad. La red vial Inca de la región aledaña al vol-cán Llullaillaco no a sido objeto de estu-dios específicos. Solo existen algunos an-tecedentes que citan tramos relativamente aislados en relación directa con algunos sitios como tambos, chasquiwasis o bien con adoratorios de altura (Núñez 1981; Niemeyer y Rivera 1983, Hyslop 1984; Beorchia Nigris

1987). Sin embargo, el antecedente más preciso de un tramo de camino Inca estudiado es el tra-bajo de Lynch (1996), quien describe con sumo detalle un camino arqueológico, comprendido entre Catarpe y Salar de Punta Negra (Chile), que se dirige directamente hacia el Llullaillaco. El camino que accede a la máxima altura del Llullaillaco vincula directamente siete sitios ar-queológicos: Filo Norte (5000 msnm), Tam-bo (5200 msnm), Laderas Bajas (5548 msnm), Cota de Agua (5710 msnm), Laderas Altas (6300 msnm), Portezuelo del Inca (6550 msnm) y Con-junto de la Cima (6700 a 6739 msnm). Separa-dos de éstos se encuentra el sitio conocido como Cementerio (4900 msnm) el cual se vincula indi-rectamente desde el sector oriental (figura 1). El 24 de junio de 2014 todo el Complejo Ceremonial del volcán Llullaillaco fue incluido en la Lista del Patrimonio Mundial de UNESCO en el marco del Qhapaq Ñan – Sistema Vial Andino. Los ante-cedentes camineros específicos del volcán Llu-llaillaco se remontan a las primeras exploracio-nes realizadas por el austríaco Mathias Rebitsch, en la década de 1960, que desarrollaremos más adelante. En 1974 Beorchia localizó un segmento de camino empedrado en la base de la montaña, cerca al sitio Cementerio. Asimismo aporta el dato brindado por el guía (Celestino Alegre) de la existencia de un tramo de camino proveniente de Chile (Beorchia 1987: 120). Hyslop se refiere bre-vemente a este tipo de caminos como “de carácter religioso y excepcional” y publica una fotografía del Llullaillaco que muestra un segmento de ca-mino tipo despejado a 5400 msnm (Hyslop 1992: 90 - fig. 4.2). Reinhard (1997) menciona en varias oportunidades la presencia de sendas y caminos que vinculan los sitios relevados. A principio de la década del presente siglo, publicamos un par de artículos periodísticos dando a conocer detalles constructivos y del trazado sobre el paisaje del ca-mino Inca hacia la cima del Llullaillaco, constitu-yéndose en el primer avance del presente trabajo (Vitry 2001b y 2004). Publicaciones orientadas principalmente al estudio de los sitios y hallazgos arqueológicos del Llullaillaco, mencionan nueva-mente la información disponible sobre los cami-nos (Reinhard y Ceruti 2000 y Ceruti 2003).

Ubicación El volcán Llullaillaco se encuentra en el extremo occidental de la provincia de Salta, departamen-to Los Andes, República Argentina. Forma parte

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Figura 1: Esquema del volcán Llullaillaco donde se aprecia el trazado del camino y la distribución de los sitios arqueológicos asociados. Dibujo gentileza de Miguel Xamena, Museo de Arqueología de Alta Montaña. Salta.

Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

del grupo de montañas que marcan el límite internacional entre Argentina y Chile (figura 2). Desde el punto de vista morfoestructural se encuentra emplazado en la región de la Puna que es la continuidad del desierto de Atacama (Chile) y el Altiplano de Bolivia, constituyendo uno de los lugares más áridos del planeta. Fi-siográficamente posee una forma elíptica con el eje mayor en sentido este-oeste y un diáme-tro de aproximadamente 20 Km. Se trata de un estrato-volcán del cuaternario formado por el apilamiento de coladas lávicas y piroclásticas, conformando un voluminoso edificio de lavas dacíticas calcoalcalinas ricas en potasio sobre las rocas del antiguo basamento de la Puna (Alonso 1999; Strahler y Strahler 1989: 252). Se le considera en estado de latencia debido a los registros de actividad eruptiva registradas en 1854, 1868 y 1877 (Alonso 1999). Debido a la extrema aridez de la región el Llullaillaco carece de glaciares y posee solo algunos plan-chones de nieve por encima de la cota de 6000 metros de altura (figura 3). Nuestras prospecciones en diferentes sectores de la base del volcán por la ladera este (Argen-tina) no evidenciaron vertientes. Sin embargo,

entre los 5400 y 5800 msnm, sobre las laderas ENE, este, ESE y sur, localizamos once surgientes manifestadas a través de ocho cuerpos de agua de escasa profundidad (profundidad máxima 0,80 m) y tres cauces provenientes del deshielo con abundante agua, pero de corto recorrido –entre 10 y 30 metros de longitud- perdiéndose abrup-tamente en el interior del suelo, debido segura-mente a la permeabilidad del terreno. Todo este sector bien acotado altitudinalmente lo denomi-namos “cota de agua”. Esta forma de manifesta-ción del agua (en la actualidad) nos da pie a inter-pretar el topónimo Llullaillaco en forma literal, considerando siempre que las condiciones hidro-geológicas del volcán no hubiesen sufrido grandes modificaciones. Según el diccionario quechua de Gonzalez Holguin (1989 [1608]), “Llulla” significa mentira, cosa engañosa, y aparente y vana o falsa. “Yaku” o “llaco” quiere decir agua. Es sabido que las montañas son grandes reservorios de agua; es allí donde se producen las precipitaciones en for-ma de nieve, y desde donde brotan las vertientes, se trata entonces de una montaña que en cierta forma “engaña” o “miente” respecto al agua, no entregándola como vertiente de base bien defini-da, sino a través de pequeños cuerpos de agua y

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Christian Vitry

Figura 2: Mapa de ubicación del volcán Llullaillaco y su relación con la regiones morfoestructurales del Noroes-te Argentino.

cortos cauces. Cabe destacar que la disposición de los sitios arqueológicos está totalmente re-lacionada con la particularidad hidrogeológica de la montaña. Pese a ello, cabe aclarar que por el flanco chileno el Llullaillaco tiene vertientes que brindan agua casi todo el año por la que-brada de las Zorritas, quebrada de Llullaillaco y quebrada de Tomomar, cauces que desembo-can en el Salar de Punta Negra.

Los caminos rituales hacia un espacio sagrado De todos los picos de la región, incluyendo el norte de Chile, sur de Bolivia y noroeste de Argentina, el volcán Llullaillaco es el más alto y aparentemente el más importante, a juzgar

por la energía invertida en la construcción de los numerosos edificios que van de la base a la cima, el camino y las características de las ofrendas allí depositadas hace cinco siglos (Reinhard y Ceruti 2000; Ceruti 2003). Para los andinos toda la naturaleza fue consi-derada sagrada y los incas, en su proceso de do-minación, tuvieron muy en cuenta esta particular concepción de la geografía e invirtieron mucha energía en ello (Bauer 1996 y 2000). Resulta in-teresante pensar en el proceso de transformación de algo tan concreto como una montaña, en algo tan abstracto como una deidad. El espacio geo-gráfico en cuanto objeto, desde el momento en que es cargado de significación, se erige en un espacio diferente, ha cambiado y posee un valor

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Figura 3: Volcán Llullaillaco visto desde el sitio conocido como “Cementerio” ubicado a 4900 msnm.

agregado que es entendido y compartido por la cultura que lo significó. La literatura andina tiene muchos ejemplos al respecto, tales como las vertientes, los lagos, las rocas, la tierra y muchos más elementos naturales que fueron transformados semióticamente. Las monta-ñas poseen sobrados elementos para que jus-tifiquen su significación religiosa (Vitry 1997 y 2001a). Los caminos arqueológicos que ascienden al volcán Llullaillaco fueron descriptos en prime-ra instancia por Rebitsch durante la campaña de 1958. Encontrándose aproximadamente a 6500 msnm, el autor expresa: “Hemos llega-do a un camino derruido, con viejas murallas de sostén, colocado en zig-zag. Vemos uno que otro trozo de leña, que alguna vez dejó caer un agotado cargador indígena” (Rebitsch 1966: 63). En la campaña de 1961 el mismo autor vuelve a localizar otro tramo de camino a ma-yor altura que el descripto anteriormente: “En la ladera pedregosa, entre el “portezuelo” a

6.550 m y la zona de la cumbre, a 6.700 m, pue-den reconocerse todavía en algunos lugares los restos de una angosta escalinata dispuesta en zig-zag, reforzada con pequeños y bajos muros, y algunos trozos de ramas encajados entre pe-druscos.” (Rebitsch 1966: 70). Consideramos como base del volcán tanto el Tambo (5200 msnm) como el cementerio indíge-na (4900 msnm), lugares a donde llegan los cami-nos relevados y desde donde la pendiente cambia, tornándose más escarpada. Nuestras prospeccio-nes a escala regional (1999, 2004 y 2005) y la de otros colegas que estudiaron el área, revelaron la existencia de por lo menos tres caminos con com-ponentes incas que llegan al volcán provenientes de diferentes sectores: (1) oeste, desde el salar chileno de Punta Negra (Niemeyer y Rivera 1983, Lynch 1996); (2) norte - nornordeste, de la zona de Socompa, en el límite internacional argentino-chileno (Nuñez 1981); y (3) sureste, proveniente de la zona del Salar Llullaillaco en Argentina (Vi-try 2001b).

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Los caminos rituales del volcán Llullaillaco, Argentina (6739 msnm)

Christian Vitry

Figura 4: Mapa que indica el posible derrotero seguido desde el Cuzco hasta el volcán Llullaillaco.

Estos caminos, con un ancho que oscila entre los 1,50 m y 3 m, se encuentran por segmentos de hasta centenares de metros longitudinales entre los 3800 y los 5000 msnm (+/- 200 m), sobre típico paisaje altiplánico. Son de tipo des-pejado y en pocos segmentos se hallan amojo-nados o con muros pequeños de contención, lo que sumado a los procesos de acumulación de arena, propios de la región, se tornan en rasgos de muy baja visibilidad. En partes puede notar-se claramente la arquitectura Inca, tanto por el tipo de construcción, como por su trazado rec-tilíneo en el terreno (Lynch 1996: 197). Los caminos de los sectores norte y oeste se

unen en un Tambo (5200 msnm) ubicado casi sobre el límite internacional Argentina-Chile, al NE del volcán, sobre territorio argentino. El ca-mino proveniente del Salar Llullaillaco, luego de pasar por el Cementerio, tiene una variante que se dirige hacia el Tambo. El Tambo es el sitio con mayor cantidad de recintos de todo el complejo arqueológico del volcán Llullaillaco y punto de partida hacia la cumbre, a juzgar por los caminos arqueológicos que estudiamos en el área. En la cima del Llullaillaco existe una plataforma ceremonial de la cual se extrajeron los cuerpos de tres niños incas, los resultados de ADN, de al menos dos de los tres cuerpos, sugieren que su

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REVISTA HAUCAYPATA

Figura 5: Sitio arqueológico conocido como “Tambo” ubicado a 5200 msnm y por donde pasa el camino ritual proveniente de Chile hasta la cima del volcán.

procedencia es el Perú (Reinhard y Ceruti, 2000: 122). Como aporte complementario a di-cha información podemos describir dos de los posibles derroteros seguidos por poco más de mil quinientos kilómetros de distancia, desde Cuzco hasta el volcán Llullaillaco. Posiblemen-te hayan tomado el camino más directo en di-rección sur, que pasaba por Arequipa (Perú), e ingresaba al actual territorio chileno atrave-sando las localidades de Pica, Catarpe, San Pe-dro de Atacama y Salar de Punta Negra, hasta el Tambo ubicado en la base del volcán a 5200 msnm, ya en territorio argentino (figura 4). Otra alternativa que analizamos (Vitry 2014), sugiere que el peregrinaje desde el Cuzco hasta el volcán debió involucrar dos de los tres prin-cipales centros místicos religiosos de los Andes: el lago Titicaca, Cuzco y Pachacamac (Stanish y Bauer 2011). Esto se infiere por el análisis de la cerámica hallada en contexto arqueológico, que indica como lugar de procedencia los dos pri-meros lugares de los recién mencionados (Bray et al. 2005) y nos pone frente a un derrotero y un necesario estudio de las geografías involu-cradas en esos peregrinajes, para comprender mejor la infraestructura simbólica que le da soporte a la infraestructura edilicia de dichos

contextos arqueológicos. En tal sentido, el rol de los caminos fue determinante y el actual estudio de ellos, en forma conjunta e integral con el pai-saje, es una línea de trabajo que promete buena información y comprensión del pasado.

Caminos desde la base hasta los 6000 msnm Desde la cota fijada como base (5200 msnm) la pendiente cambia y se torna más escarpada. Este cambio morfológico del terreno tiene su correlato con el tipo de camino. Desde el Tambo (figura 5) parte un camino de tipo despejado pero adaptado a las geoformas, no son geométricos como los In-cañán observados en zonas montañosas más ba-jas, pero poseen elementos arquitectónicos incas. Esto podría tratarse de una respuesta adaptativa al terreno o bien la posibilidad de que los cons-tructores fueran locales. Su construcción es sim-ple, pero denota un profundo conocimiento del terreno, pues está trazado por los sectores más firmes de la montaña, adaptándose a las diferen-tes irregularidades por donde atraviesa (figura 6). Justamente esta elección es la que jugó a favor de su conservación, pese a los siglos transcurridos y los fuertes procesos erosivos. Su ancho oscila entre los 1.50 a 2 metros, es de tipo despejado sin amojonamiento lateral, nivelado en sectores,

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Los caminos rituales del volcán Llullaillaco, Argentina (6739 msnm)

Christian Vitry

Figura 6: Camino tipo despejado, ubicado a unos 5400 msnm.

asciende por la ladera serpenteando, sin for-mar quiebres bruscos en las curvas, buscando siempre la menor pendiente (figura 7). En este sector el camino atraviesa por dos si-tios ubicados a 5548 msnm y 5710 msnm, cita-dos en la bibliografía como ruinas intermedias (Reinhard 1997: 110). A nuestro criterio, y dada la proximidad con las vertientes, ambos sitios estarían relacionados con el aprovisionamiento de agua de todo el complejo arqueológico. En este sentido existen dos sendas formadas por el tránsito que se diferencian de los caminos for-malmente construidos que venimos describien-do. Una proviene del sector del Cementerio y se dirige por una colada basáltica hacia un sector de vertientes formado tanto por pequeños cuerpos de agua como por cortos arroyos entre los 5450 msnm y los 5700 msnm. La otra senda parte desde una estructura de planta circular ubica-da a 5710 msnm, hacia el norte rumbo a una ante cumbre que se caracteriza por tener una forma triangular y se localiza al Norte, en cuya parte posterior (oeste) se encuentra un cuer-po de agua y pequeños torrentes en el camino.

Caminos desde los 6000 msnm hasta la cima A partir de los 6000 msnm se produce un nue-vo cambio de pendiente, llegando en algunos sectores a tener 45° de inclinación. El camino

Figura 7: Camino tipo despejado, con un ancho constante, situado a 5600 msnm.

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Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

Figura 8: Dibujo que recrea la utilización de maderas y mojones en las curvas angulosas de los caminos en zigzag.

Figura 9: Madera de unos 70 cm de largo. Formaba parte de las marcas ubicadas en las curvas de los caminos en zigzag.

arqueológico se adapta a la nueva situación mediante un trazado en zigzag, en este caso con cortes bruscos, generando curvas de tipo angulosa cerrada (Vitry 2000: 193). Un de-talle que llamó la atención y ayudó a nuestra estrategia observacional es la existencia de ma-deros o troncos de casi un metro de longitud ubicados en cada curva o ángulo del zig-zag, los que aparentemente estaban erguidos para indicar el derrotero en caso de nevadas, tam-bién registramos pequeños mojones de rocas en dichos lugares, que cumplieron aparente-mente la misma finalidad (Vitry 2002 y 2008). La presencia de maderas en los costados de los caminos fue común en los desiertos andinos, pero no se había registrado hasta el presente en las altas montañas (Hyslop 1992: 58). Cabe destacar que los lugares más cercanos para ob-tener madera leñosa se encuentra a más de cien kilómetros de distancia, por lo cual no estamos de acuerdo con la interpretación de Rebitsch cuando expresa: “Hemos llegado a un camino derruido, con viejas murallas de sostén, colo-cado en zig-zag. Vemos uno que otro trozo de leña, que alguna vez dejó caer un agotado car-gador indígena” (Rebitsch 1966:63). Al obser-var la regularidad de los maderos en las esqui-nas de las curvas nos queda claro que forman parte del camino (figuras 8 y 9). Estas características son constantes hasta el Portezuelo del Inca, donde se emplazan unas ruinas de gran porte, excavadas por Rebitsch en 1958 y 1961. A partir de esta cota el terreno

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Los caminos rituales del volcán Llullaillaco, Argentina (6739 msnm)

Christian Vitry

Figura 10: Camino de 1,5 m de ancho con muro lateral superior a un metro de altura y ubicado a 6650 msnm.

Figura 11: Complejo arqueológico de la cima del volcán Llullaillaco. Se aprecia la estructura doble subrectangu-lar, otra rectangular abierta y finalmente el camino que conduce hasta la plataforma donde fueron ofrendados

los “Niños del Llullaillaco”.

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Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

se suaviza y la pendiente disminuye notable-mente. Desde esta altura y hasta la cima el te-rreno tiene menor pendiente y el camino cobra mayor espectacularidad, debido a que posee muros de contención que sirvieron para ni-velarlos sobre la ladera, pudiéndose apreciar también algunas hileras de rocas que lo demar-can perfectamente. Es en este sector donde Rebitsch comenta: “En la ladera pedregosa, entre el “portezuelo” a 6550 msnm y la zona de la cumbre, a 6700 msnm, pueden reconocerse todavía en algunos lugares los restos de una angosta escalinata dispuesta en zig-zag, reforzada con pequeños y bajos muros, y algunos trozos de ramas en-cajados entre pedruscos.” (Rebitsch 1966: 70). Nuestras prospecciones en el terreno, en el su-puesto lugar no lograron dar con tales escalina-tas, las cuales posiblemente se erosionaron por la fuerte pendiente quedando solo un muro la-teral de contención (figura 10). En los últimos metros del volcán, se aprecian claramente dos caminos, uno que se dirige hasta la plataforma donde fueron enterrados los niños incas ofren-dados y otro que asciende hasta la cima (figura 11). El primero está bien marcado con una hile-ra de rocas a cada lado y el segundo con muros de contención y un cerrado zig-zag hasta la cús-pide del Llullaillaco.

Consideraciones finales A partir de la observación directa y emplean-do una metodología específica para el regis-tro de caminos con componentes incas (Vitry 2005), que ayuda a sistematizar la información obtenida, hemos logrado localizar y describir los diferentes segmentos de los caminos rela-cionados con el volcán Llullaillaco, tanto a es-cala regional como en la propia montaña. Como síntesis de los resultados obtenidos se puede decir que los tipos de caminos relevados corresponden a: despejado, despejado y amo-jonado, con talud, con rampa; entre los men-cionados por otros autores que se suman a la lista tenemos del tipo: empedrado (Beorchia 1987) con escalinatas. (Rebitsch 1966). La resolución arquitectónica del camino res-ponde principalmente a la inclinación y carac-terísticas del terreno; los caminos de tipo “des-pejado” y “despejado y amojonado” se localizan desde los 3700 msnm, que marca el piso de la Puna, hasta cotas cercanas a los 6000 msnm,

donde la montaña produce un fuerte cambio de pendiente. Caminos en zig-zag con taludes o muros de re-fuerzo y caminos con rampa y escalinatas se loca-lizan entre los 6000 msnm y la cima. La mayoría de éstos poseen mojones construidos con rocas en las curvas o maderos de una longitud unifor-me que oscilan entre los 0,70 m y 1 m. El ancho de los caminos se mantiene constante, con pocas variaciones en todos los segmentos prospectados. Los caminos van uniendo una serie de estructu-ras ubicadas a diferentes alturas. Respecto a estas diremos que se observaron dos tipos arquitectó-nicos de construcciones:– Estructuras de clara filiación Inca y con alto grado de inversión energética con las siguientes características: planta rectangular, vanos trape-zoidales, muros dobles rellenos, rocas seleccio-nadas y parcialmente canteadas, plataformas, banquetas de refuerzo de muros, asociación con el camino y relación con ítems artefactuales de fi-liación Inca en superficie.– Estructuras de planta subcircular y subrec-tangular con una arquitectura “expeditiva”, con muros simples, sin relleno, de escasa altura. Se encuentran aisladas o asociadas a las anteriores pero ocupando espacios diferenciados, sin rela-ción directa al camino (cuando están aisladas) y sin presencia de ítems artefactuales de filiación Inca visibles en superficie. Al respecto pensamos que las diferencias cons-tructivas pueden estar relacionadas con una dife-renciación social y/o jerárquica, entre los incas y los posibles mitayos encargados de la construc-ción, mantenimiento y abastecimiento de edificios y caminos en momentos previos a las peregrina-ciones y durante el desarrollo de las ceremonias de ofrendas en el volcán. Restaría explorar en detalle la vertiente occidental para comprobar o descartar la presencia de sitios y caminos. La ruta arqueológica de ascenso al volcán desde la base a la cima se encuentra por la falda orien-tal, aunque el camino de acceso proviene del nor-te y oeste. Las exploraciones regionales no reve-laron la presencia de algún poblado prehispánico de filiación Inca en el actual territorio argentino, encontrándose una secuencia completa de sitios y caminos por el actual territorio chileno, cobran-do especial importancia la localidad arqueológi-ca de Catarpe como centro administrativo y una serie de pequeños sitios asociados al camino en dirección al Llullaillaco.

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Los caminos rituales del volcán Llullaillaco, Argentina (6739 msnm)

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Nos queda mucha información por procesar y otra que, por razones de espacio, no podemos brindar en la presente entrega, futuras prospec-ciones en el área aportarán nuevos datos, espe-cialmente aquellos relacionados con la red de caminos incas y sitios arqueológicos de la puna argentina, los cuales todavía no fueron objeto de estudio específico. Sin la información a nivel regional, el estudio de los adoratorios de altura y las posibles hipótesis interpretativas relacio-nadas con los sitios de las cimas se encuentran hasta el momento descontextualizado y sesgado.

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Rocas del Qhapaq Ñan: wankas y mojones en los caminos duales a las cumbres sagradas de la sierra de Famatina (La Rioja - Argentina)

Sergio [email protected]

MARTIN, Sergio, 2015. Rocas del Qhapaq Ñan: wankas y mojones en los caminos duales a las cumbres sagra-das de la sierra de Famatina (La Rioja - Argentina). Revista Haucaypata. Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo. Nro. 10: 78-97. Lima.

Introducción Las prácticas de adoraciones y actividades rituales con objetos de piedra son manifes-taciones universales de muy larga data. En los Andes, las rocas, además de cumplir funciones utilitarias y cotidianas, en ciertas oportunida-des eran sacralizadas, veneradas y formaban parte de la cosmovisión e ideología de las socie-dades precolombinas (Duviols 1979), e incluso desde sus orígenes míticos fueron incluidas en los principios de la religión andina1, ocupando un lugar preponderante en el desarrollo de esas tradiciones culturales. Los datos del registro arqueológico y de los cronistas permitieron identificar numerosas

representaciones materiales líticas de las deida-des sagradas del mundo andino (Martin Cárde-nas 1990: 104). Una tradición que adquirió una mayor visibilidad en épocas del dominio incaico, pero que sin duda se remonta a momentos muy anteriores a ellos (Monteverde 2014). Las piedras que fueron predeterminadas y selec-cionadas para cumplir una función religiosa han

1 El Enqa o Inka, poder espiritual que podría conside-rarse como una deidad que ordena todo lo que pasa en este mundo, y que está representado en los rituales por piedras esféricas u ovoides y brillantes, que reúnen ca-racterísticas especiales y que se las hallan en las altas cumbres (Flores Ochoa 2002: 615).

Resumen En el imperio del Tahuantinsuyo, la roca fue uno de los elementos a los que el inka recurrió para legitimar su autoridad expansiva, cohesionar las poblaciones con los diversos espacios venerados y componer los paisajes de estos territorios sagrados. En este trabajo presentaremos los resultados de prospecciones de un sector ubicado al sur del Kollasuyu (Famatina-La Rioja-Argentina), en el que se detectaron wankas y mojones asociados a un tramo doble o dual del Qhapaq Ñan. Los datos contextuales, su registro espacial, los detalles de sus análisis morfológicos y el examen de antecedentes en otras regiones, servirán para aproximarnos a entender aspectos religiosos y sociopolíticos del accionar imperial materializado en este sector por estructuras líticas sacralizadas en los caminos.

Palabras claves: Inka, Qhapaq Ñan, rocas sagradas, religiones andinas.

Abstract In the empire of Tahuantinsuyo, rock was one of the elements that the Inka had recourse to to legitimize their expansionist authority, to unite diverse populations, venerated spaces and landscapes and to bring together sacred domains. In this paper we present the results of prospection of a sector located in the south of Kollasuyu (Famatina-La Rioja- Argentina) in which wankas and boundary markers associated with two tracts of a dual stretch of the Qhapaq Ñan were detected. Contextual data, spatial configuration, details of morphological analysis and a review of comparable data from other regions, have been deployed to research and interpret religious and socio-political aspects of the imperial presence and actions materialized in this region by means of sacralized lithic structures alongside the roads.

Keywords: Inka, Qhapaq Ñan, sacred rocks, Andean religions.

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Rocas del Qhapaq Ñan: wankas y mojones en los caminos duales a las cumbres sagradas de la sierra de Famatina (La Rioja - Argentina)

Sergio Martin

tenido distintas formas, tamaños y colores. Po-dían ser móviles o inmóviles o formar parte de una estructura fija al suelo (un cerro entero, una roca solitaria o montículos de pequeñas ro-cas apiladas); con dimensiones variables (des-de grandes formaciones hasta rocas de diminu-tas dimensiones) y con distintas inversiones de trabajo en su manufactura (evidencias de talla o cantería más expeditiva, de conductas tecno-lógicas más complejas o simplemente escogi-das y veneradas en su estado natural). En igual sentido, las rocas pudieron cumplir diversos aspectos religiosos: ofrendatorios, chamánicos, oraculares, curativos, de protec-ción (podían proteger una chacra, un espacio, un objeto, una persona e incluso podían atraer la suerte de quien la poseyera o venerara2). Como parte de las investigaciones de la ar-queología Inka, fundamentalmente de rocas esculpidas, Van de Guchte (1990, en Kaulicke et al. 2003) le adjudica a estos monumentos pétreos funciones conmemorativas (vinculadas a cultos ancestrales, eventos de marcaciones te-rritoriales y protección de actividades produc-tivas); comunicativas y mediadoras (servían para establecer un puente entre lo humano y lo sobrenatural por medio de observatorios establecidos en el espacio) e identitarias (re-velaban estatus o jerarquías en determinados sistemas). Entre las rocas fijas elegidas para sus rituales, hemos observado que existen algunos elemen-tos que pueden ser recurrentes, más no exclu-yentes en tal distinción: a) es relevante el tema dimensional, pero aso-ciado asimismo con la ubicación en el espacio ocupado,b) pueden ser altamente visibles desde diferen-tes sectores, en zonas más planas o sobre algu-na elevación, c) su morfología permite relacionarla con algún rasgo de la naturaleza,d) por su forma se la relaciona con algún rasgo antropomorfo o se la identifica con un hecho histórico,f) está asociada a algún recurso natural, g) sus colores o características la distinguen del resto del entorno paisajístico,h) está localizada en algún punto intermedio entre dos ámbitos o paisajes diferentes o bien en la zona donde se produce un cambio de am-biente.

Recurrentemente, los diversos espacios del Ta-huantinsuyo han presentado un alto grado de sa-cralidad y los caminos no han estado ajenos a esta particularidad. Las asociaciones entre las rocas y los caminos han mostrado que las rutas estaban cargadas de ritualidad y de espacios para realizar diversos tipos de ceremonias (Pimentel 2009: 9), que aún pueden ser identificadas en algunos pro-cedimientos religiosos actuales de los habitantes de los Andes. En la sierra de Famatina, ubicada al noroeste de la provincia de La Rioja (figura 1), la dominación Inka tuvo una fuerte presencia que hoy conoce-mos a través de registros etnográficos (Martin 2014), relevantes sitios arqueológicos (Greslebin 1940; Schobinger 1966; González 1982; Martin 2001; Ceruti 2010), una importante red de ca-minos (Aparicio 1936; Rhomeder 1949; Raffino 1982; Martin 2005; Barcena y Martin 2009) y estructuras con diferentes funciones ubicadas al borde del mismo. Precisamente en el subtramo del Qhapaq Ñan Corrales-Las Pircas3, al implementar prospec-ciones intensivas ya utilizadas con éxito en el es-tudio de los sistemas viales (Trombold 1991 y Be-renguer et al. 2005), detectamos una agrupación entre rocas con características particulares que podrían formar parte de rituales ceremoniales en el tramo de ascenso/descenso hacia las áreas sa-gradas ubicadas en las cumbres más elevadas de esta serranía. La asociación de estos conjuntos de rocas al contexto de caminos ceremoniales dobles o dua-les (Martin 2015), la proximidad y conectividad con dos adoratorios de altura Cerro Negro Overo 5791 msnm y General Belgrano 6097 msnm (fi-gura 2) con plataformas ceremoniales (Schobin-ger 1966 y Ceruti 2010) y el análisis ubicacional y morfológico de los monumentos se suman al aporte de los antecedentes en otras regiones del Tawantinsuyu, para demostrar también aquí, as-pectos sacros entre las rocas y el Qhapaq Ñan en momentos de la expansión inka.

2 García Miranda (1998) considera que algunos au-tores confunden talismanes con objetos que han sido sacralizados y ocupan los altares rituales de algunas poblaciones andinas.3 Este subtramo forma parte del tramo del Qhapaq Ñan Corrales-Las Pircas, provincia de La Rioja, decla-rado como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.

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Figura 1: Imagen satelital de la sierra de Famatina con la traza del Qhapaq Ñan reconocido y los sitios mencio-nados en el texto.

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Figura 2: Las cumbres de la sierra de Famatina con la ubicación relativa de los sitios inkas.

Previo a detallar los resultados de las prospec-ciones en este sector meridional del Kollasuyu haremos un breve repaso de algunas tradicio-nes contemporáneas relacionadas a estos mo-numentos sagrados e incluiremos igualmente a los caminos como ámbitos propicios para la de-tección de monumentos de piedra erigidos y/o sacralizados para la veneración de las wakas en el marco de las creencias andinas.

Prácticas rituales actuales en las rocas sagradas de los Andes Con el movimiento impulsado por la reforma toledana y su extirpación de idolatrías, mu-chas de la rocas que identificaron los españo-les como deidades andinas fueron destruidas o bien ocultadas para no desaparecer a mano de los “cazadores de creencias”. Recordemos que las instrucciones de los misioneros del siglo XVI y XVII era destruir, hurtar y quemar todas las idolatrías de los pueblos originarios. La elo-cuencia de las crónicas, por ejemplo en los rela-tos de Arriaga, hacen alusión de que en uno de sus viajes él y sus compañeros destruyeron 603 wakas principales, 3418 konopas, 189 wankas y 617 malkis (Salnow 1987: 51). Tal como refie-re la crónica observamos que, además de los cuerpos de los ancestros y los lugares de vene-raciones, también las piedras rituales de menor tamaño, que formaban parte del conjunto de las creencias andinas, no pudieron escapar del exterminio europeo. Únicamente los diferentes

grados de mimetismo entre las representaciones sagradas y los conceptos poco usuales de la reli-giosidad andina, que desconocían los españoles, contribuyeron a que algunas formas naturales y abstractas, que componían el universo religioso de los inkas, no fueran detectadas (Brittenham 2011). Sin embargo, no en todos los casos la conquista fue la única responsable del exterminio religioso. Los propios pueblos originarios, tal como seña-la el cura Bartolomé Álvarez “desampararon los oráculos, rompieron caminos y calzadas que te-nían hechas a mano y puentes con que pasaban de unos cerros a otros” (Álvarez 1998: 74 [1588]) con el objeto de que sus adoratorios e ídolos no pudieran ser descubiertos ni alcanzados por las tropas conquistadoras (Platt et al. 2011: 137). Muchos de estos lugares, con monumentos y ob-jetos sagrados de piedra, fueron escondidos bajo tierra con la misiva de alejarlos de los espacios de ofrendatorios y evitar la destrucción de sus dei-dades (Platt et al. 2011: 138), mientras que las ro-cas que sobrevivieron, al ser identificadas, fueron resignificadas con cruces, iglesias o imágenes de la religión católica (figura 3) implantadas sobre las wakas o muy próximas a ellas (García Miran-da 1998). A pesar de la destrucción, todavía en diferen-tes lugares de Sudamérica, el catolicismo popular andino demuestra pautas conductuales del hom-bre hacia las piedras sagradas en ceremonias que conjugan aspectos sacros de la religión católica

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Figura 3: En la localidad de Famatina la religión católica resignificó algunos espacios sagrados próximos a las wakas precolombinas.

Figura 4: Rocas veneradas y ofrendadas durante junio de 2014 en diversos sectores del ámbito procesional al Señor del Qoyllurit’i en Mahuayani-Cuzco.

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Rocas del Qhapaq Ñan: wankas y mojones en los caminos duales a las cumbres sagradas de la sierra de Famatina (La Rioja - Argentina)

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con lo festivo de las creencias de los pueblos originarios locales (Herrera 2013: 23). Las ob-servaciones etnográficas de estos fenómenos religiosos actuales han sido señalados como escenarios apropiados para indagar y tomar dimensión de la significancia que las rocas pu-dieron haber adquirido en los cultos del pasa-do precolombino (Pérez Galán 2010: 2 y Ma-tos 2015: 15). Son conocidos, por ejemplo, los peregrinajes actuales al nevado de Sinakara, durante la celebración del culto al Señor del Qoyllurit’i en Mahuayani-Cuzco (Sallnow 1987; Ceruti 2007; entre otros) donde las rocas ad-quieren una dimensión relevante en los ritos de ascenso hacia los espacios sagrados y forman parte de este paisaje cultural. Allí, como en mu-chos otros movimientos rituales de personas en los Andes, es común observar que las piedras son ofrendadas por los peregrinos en los ámbi-tos correspondientes (figura 4), rememorando prácticas ancestrales del mundo andino (Ceruti 2007), pero también cumpliendo con lo esta-blecido por la religión católica, que utiliza las rocas para explicar los orígenes milagrosos de las apariciones cristianas de vírgenes y niños Jesús sobre las mismas (Sallnow 1987). En el valle del río Mantaro (Perú), rocas sa-gradas como Chapina Wanka son consultadas por arrieros arrojando pequeñas piedras sobre la parte superior para definir la suerte y el re-sultado del viaje a emprender (García Miranda 1998: 67 ). En Bolivia, a unos 13 kilómetros de la ciudad de Cochabamba, en la localidad de Quillacollo, los rituales en agosto a la Virgen de Urkupiña (también conocida como “La Ma-mita Milagrosa”) involucran las rocas de una cantera en el área del calvario hacia donde se peregrina. Las piedras extraídas por cada fiel, connotadas espiritual y simbólicamente, serán devueltas en el calvario el año siguiente luego de haber concedido los favores solicitados por los promesantes (Medina 2014: 67). El noroeste argentino aporta asimismo algu-nos datos de interés respecto al fenómeno de la sacralidad en las rocas como parte de la histo-ria de las religiones en los Andes. Uno de ellos está localizado en la quebrada de Humahuaca, en los orígenes míticos de la virgen de Punta Corral que ha sido destacado en diversas inter-venciones de investigaciones etnográficas (La-fón 1967 y Costilla 2010) y etnoarqueológicas (Ceruti 2011). El rescate de la tradición oral

menciona la veneración de una piedra blanca en los orígenes míticos de este dinámico fenómeno, que se transforma en algún momento en la vir-gen de Copacabana, convirtiéndose en uno de los cultos regionales más importantes del norte de Argentina. También un caso local, aún vigente en la provin-cia de La Rioja, demuestra que estas regiones no estuvieron ajenas a estas conductas. Una de las actuales veneraciones más populares a una pie-dra se produce los viernes de cada Semana Santa en el extremo oriental del departamento Aimo-gasta, a escasos kilómetros de la sierra de Velasco y a unos 100 kilómetros de la capital provincial. Allí asisten miles de peregrinos a pie y a caballo desde diferentes localidades del país. El objetivo de este peregrinaje es venerar una roca en la que se advierten características antropomorfas que ha sido sacralizada por entender que responde a una manifestación pétrea de Jesucristo4 (figura 5). Este movimiento ritual se conoce como culto al Señor de la Peña y según los registros históri-cos se produce desde hace unos 250 años, aunque arqueológicamente podría haber sido motivo de peregrinaciones de comunidades que aprovecha-ron el recurso faunístico del barreal en el que la roca está emplazada y donde se realizaron activi-dades propiciatorias en la misma (Cáceres Freire 1948: 31). Los casos mencionados más atrás son solo al-gunos de los registrados para todo el ámbito geo-gráfico del Tahuantinsuyo que, desde una pers-pectiva mítica, relatan historias de las rocas, sus orígenes ancestrales y la cosmología andina. Se ha argumentado que durante épocas inkas: “Sobre la tierra había piedras que podían estar vivas y gente quizás petrificadas” (Daltroy 2003: 174), que podían actuar como wakas buenas o malas, ya que también las rocas por su aspecto podían infligir cierto temor a quienes transitan cerca de ellas, donde generalmente se desarrollan ritos propiciatorios y conexiones con el inframundo (Cruz 2006: 38).

4 La figura tradicional del Señor de la Peña reconoce una imagen antropomorfa que vista desde el norte ase-meja una imagen de un Cristo de perfil. Sin embargo, vista desde el sudeste, en una cara plana se puede ad-vertir otros rasgos antropomorfos de un rostro que aún no había sido descripto. La veneración de ambas, en épocas precolombinas, podría responder a elementos de la dualidad andina.

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Figura 5: La roca sagrada del Señor de la Peña (Aimogasta - La Rioja - Argentina). A. imagen del perfil de la roca venerada en la actualidad y B. rostro antropomorfo de la roca observada desde el sudeste.

Sitios menores del Qhapaq Ñan: rocas y sacralidad en los caminos Las rocas como uno de los elementos consti-tutivos más relevantes de los paisajes sociales5, tuvieron en los caminos6 una alta variabilidad morfológica y dimensional. Funcionalmente pudieron variar según los contextos regionales, sus asociaciones y emplazamientos y fueron usados como unidades físicas para la delimita-ción vial, pero también como elementos posee-dores de una alta carga simbólica (Hyslop 1984;

5 Tomamos como paisaje el resultado de espacios que se originaron desde las percepciones cognitivas de las comunidades que lo habitaron en un largo proceso histórico (Ingold 1993).6 Los caminos son entendidos aquí como un modo artificial de construir una vía sobre la superficie del terreno, proveyendo una buena comunicación para trasladarse entre diferentes localidades, no obstante incorporamos además la idea de aquellas vías transi-tadas que conectan dos o más lugares, sin construc-ciones deliberadas cuyos límites están definidos y con un prolongado uso en el tiempo (Hyslop 1992).

Vitry 2002 y 2007; Sanhueza 2004 y 2011; Beren-guer et al. 2005; Aviles 2008; Jacob y Leibowi-cz 2011; Muñoz 2012; Pino Matos y Montalván 2014; entre otros). Las actividades rituales en las rutas permitieron la articulación de los caminantes y los paisajes constituidos por elementos ancestrales y del pa-sado (Dufai 2012: 631). Las rutas estaban carga-das de significados, daban forma a la cosmología de las poblaciones y ordenaban los territorios sa-grados, aunque las recurrentes sacralizaciones de estructuras pétreas eran también empleadas por los grupos dominantes como estrategia para co-hesionar los grupos con su espacio y para legiti-mar su autoridad en el mismo (Pérez Galán 2010). En el Qhapaq Ñan se ha reconocido una impor-tante diversidad de sitios arqueológicos pequeños que John Hyslop (1992) denominó sitios meno-res. Sin embargo, solo detallaremos aquí las apa-chetas, tokankas, wankas y mojones (Galdames 1990 y Vitry 2002) por estar incluidas dentro de las categorías que mas utilizó el Inka para marcar su territorio espacial y simbólicamente.

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Los monumentos de piedras apiladas denomi-nadas apachetas son sitios ceremoniales recep-tores de ofrendas que aún en la actualidad son venerados en los caminos de los Andes. Ellos se destacaron por sus ubicaciones y por los ta-maños que desarrollaron en algunos sectores del Tahuantinsuyo (Hyslop 1992), donde se yerguen con varios metros de alto e importan-tes superficies (Vitry 2002). Están construidos principalmente en zonas de altura por sobre los 4000 msnm (Hyslop 1992: 204 y Sanhueza 2004: 334), aunque también se han podido de-tectar por debajo de estos registros (Pimentel 2009: 11)7. Su distribución espacial no es regu-lar, sino con emplazamientos en los remates de cuestas o portezuelos, en las bifurcación de un camino, aunque también en zonas muy llanas o Pampas (Gentile 2005; Pimentel 2009: 11; Sanhueza 2011: 333), y aunque algunos auto-res las confunden con mojones, las apachetas no cumplirían una función señalera ya que al-gunas veces no se alcanzan a divisar desde los caminos hasta los lugares donde están ubica-das (Carrizo 1958). Su uso como áreas de des-canso y la posibilidad de apreciar el horizonte o largas extensiones de los terrenos circundan-tes, fueron algunas de las justificaciones para explicar la existencia de las apachetas, al igual que sus funciones demarcatorias por cambio de ambientes o de características topográficas (Hyslop 1992: 204 y Vitry 2002: 186). Estudios más recientes consideran que probablemente las apachetas hayan destacado lugares de tran-sición en las topografías desde donde se produ-ce un cambio visual en el paisaje, vinculándolas con rituales simbólicos de cambios jurisdiccio-nales (Sanhueza 2011: 333-334). Los orígenes de estos sitios menores como propios del imperio Inka y su variabilidad mor-fológica han sido motivo de discusión entre los investigadores de la arqueología de los cami-nos8. En el norte de Chile, en base a los tipos cerámicos asociados, las evidencias se remon-tarían al Intermedio Tardío (ca. 900-1450 dC) o incluso a momentos previos (Pimentel 2009: 15), mientras que en otros casos solo han sido representativos de la época imperial (Hyslop 1992: 204; Vitry 2002: 187; Gentile 2005). Junto a las apachetas también fueron detec-tadas las wankas y las tokankas. Las primeras fueron definidas como monolitos de formas alargadas, cúbicas o simplemente rocas natu-

rales que se distinguen del resto por su forma, tamaño, color o ubicación (Duviols 1979 y Azca-rate 1996); suelen estar emplazados en el terreno ocupando diferentes espacios arquitectónicos, campos de cultivos o en los caminos; a veces es-tán labrados con desbastes en la parte superiores de su contextura y otras utilizados solo en su for-ma natural con distintas funciones en el campo y en las urbes (Duviols 1979). Para el noroeste argentino, también se han definido como wankas o huancas a aquellas rocas o peñascos de gran tamaño, en ocasiones rodeadas de otras de me-nores dimensiones, que cumplieron la función de monumentos simbólicos, a veces en estado natu-ral y otras modificadas y con colores singulares en relación al paisaje que ocupaban (Tarragó y González 2004: 300). Las wankas servían para realizar ceremonias rituales polifuncionales, en ciertos casos con sacrificios y depósitos de ofrendas a manera de ushnu (Tarrago y Gonzá-lez 2004: 300). Las tokankas en cambio, eran piedras grandes o rocas escarpadas ubicadas a la vera del camino (Carrizo 1958); sitios ofrendato-rios considerados de valor espiritual, y que tam-bién funcionaban como sitios de descanso (Vitry 2002 y Aviles 2008). La utilización de rocas graníticas de tamaños semejantes con usos ceremoniales/rituales en prácticas festivas estatales ha sido destacado en el sitio el Shincall en Catamarca (Moralejo 2013) donde se detectó un bloque de granito negro próximo a la traza del Qhapaq Ñan ocupando un espacio dominante en el patio interno de la Kan-cha, que al igual que en otras instalaciones inkas del Cuzco fue considerada como una piedra con funciones de ushnu (Farrington 1999: 61). Por último, los mojones, hitos o tupus, son estruc-turas arquitectónicas de piedras apiladas o super-puestas que tienen formas, tamaños y distancias

7 Sobre el Qhapaq Ñan en la cuesta de Las Trancas (ladera oriental de la sierra de Famatina), detectamos una apacheta ubicada en una cota de 3145 msnm. El sitio está construido en la parte más alta de esta cuesta, es de dimensiones reducidas y presentó algunos frag-mentos de cerámica tosca sin decoración. 8 Algunas de estas estructuras líticas se han identifica-do desde momentos tempranos en las rutas caravane-ras andinas (Nuñez y Nielsen 2011) y su variabilidad a través del tiempo y en diferentes ámbitos ha sido su-gerido como uno de los mecanismos para identificar regionalización y cambio (Nielsen 1997: 169).

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que varían entre sí, según las distintas áreas donde han sido erigidos y las funciones que pu-dieren haber cumplido. Pueden detectarse en los bordes de un camino, en espacios públicos, de culto, en corrales o estar formando parte de un área de actividad agrícola9. La función más común asignada a este tipo de evidencia material es la demarcación de la red vial (Niemeyer y Rivera 1983; Hyslop 1992; Vitry 2002), no obstante se los ha identificado también como marcas de organizaciones terri-toriales para la construcción y mantenimiento del camino (Lynch 1995), demarcadores o hi-tos territoriales del imperio y de sus fronte-ras provinciales, políticas, étnicas y/o rituales (Berenguer et al. 2005). Kumai (2002) en un pormenorizado análisis del término mojón los interpreta como indicadores del avance o del momento en el proyecto de conquista, pero también sugiere su uso como linderos de cam-pos cultivados, elementos vinculados a riego de las chacras, divisores de pastizales, demarcador de áreas de cotos de caza o como indicadores de wakas (Kumai 2002: 625). Igualmente los mo-jones fueron utilizados en rituales de tránsito y para veneraciones ancestrales, adquiriendo tal grado de relevancia, que en algunos casos hizo que estos marcadores fueran custodiados por guardias (Kumai 2002). También registran antecedentes en la historia andina como wakas capaces de proteger los espacios de quienes querían usurparlo o invadirlo y castigar a los invasores10 . Esta variabilidad de emplazamientos ha he-cho pensar a algunos autores que las irregula-ridades en los espacios ocupados denotan que no han estado vinculados solo a cumplir una función de medición (Hyslop 1992), sino que podrían considerarse también como: “estruc-turas cargadas de significados que pudieron comportarse como elementos polisémicos, res-pondiendo a distintos significados o funciona-lidades según el contexto y las características con que se presentaran” (Sanhueza 2004: 493). En ciertas regiones geográficas como en Chile, desde el río Loa hacia el norte, es quizás uno de los lugares donde con más detenimiento se han analizado estos sitios menores (Niemeyer y Rivera 1983; Sanhueza 2004; Berenguer et al. 2005), en ámbitos con una excelente con-servación arqueológica y un mayor número de posibilidades para obtener datos con mínimas

influencias de las sociedades locales (Berenguer et al. 2007). En estos contextos, se han identifi-cado asociados con la red vial Inka elaboradas manufacturas con formas cilíndricas, troncopira-midales, con aletas o construcciones muy expe-ditivas (Sanhueza 2004; Berenguer et al. 2005). Los mojones pueden aparecer de a uno, en pares o triples y sus reducidas dimensiones hacen pen-sar que han sido levantados para ser vistos a cor-ta distancia y en ciertas ocasiones posiblemente en épocas post-incaicas (Berenguer et al. 2005). Su espacialidad los ubica en altiplanicies exten-sas donde no existen accidentes topográficos sig-nificativos que sirvan de guía en los derroteros; en los caminos de alta montaña para ser visuali-zados en caso de nevadas (Vitry 2007); en las in-flexiones de las curvas y en terrenos con cambio de pendientes importantes, así como también en puestos de observación y cumbres de cerros con funciones astronómicas (Vitry 2002). La distancia entre los mojones es variada se-gún los autores que han discutido sobre ellos, y también del área donde hayan sido relevados. Hay opiniones sobre emplazamientos a distan-cias irregulares, con tramos de hasta 85 kilóme-tros entre uno y otro mojón (Niemeyer y Rivera 1983 y otros sectores en donde se suceden en distancias cortas que pueden llegar a fracciones

9 Kumai (2002) cita trabajos de Cesar Fonseca Martel sobre ritos relacionados a mojones en la década del 60 en el cultivo de las chacras de papa durante la ceremo-nia de chacra-manay. Esta fiesta se realiza con el pro-pósito de confirmar simbólicamente el derecho de los comuneros a las tierras heredadas por sus antecesores donde se realiza el manay o cultivo de la papa. Para comprender mejor esto citamos textualmente a Martel (1973): “... La fiesta del chacra-manay empieza con el recorrido de los campos por los linderos de la comuni-dad, quienes colocan en sus recorridos cruces y flores en las pianas o mojones en actitud de confirmación simbólica del territorio de la comunidad… Rezan y mascan coca al pie de una piana. Empiezan a bajar. A veces se detienen junto al dueño de la parcela para mascar coca por breves minutos y continúan bajan-do. Los principales tiran unas piedrecitas repitiendo los nombres de los poseedores de las parcelas” (Mar-tel 1973 en Kumai 2002: 627). 10 En una orden de amojonamiento de Don Pedro Osores de Ullua por mandato de Francisco de Zuñiga, fechada en la villa de Talavera de Puna en Bolivia se comenta “que por causa de no habérsele amojonado las dichas tierras se les entraban en ellas españoles e indios” (Platt 2011: 596). Si los espacios no estaban amojonados, no estaban protegidos.

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Figura 6: Camino despejado y amojonado doble y paralelo en la Pampa de Casablanca.

del kilómetro (Sanhueza 2004). También conocidos como tupus y sayhuas, es-tas pilas de piedras formaron parte de los siste-mas de medida incaicos durante el proceso de amojonamiento y compartían los principios de medición de los caminos, usados como elemen-tos materiales para realizar deslindes territo-riales en la organización de la mita caminera de cada ayllu (Sanhueza 2004). A pesar que el tupu pareciera ser un elemen-to para medir, no ha podido definirse con pre-cisión una unidad de medición en particular (Daltroy 2002). La extensión de estas unidades pudo responder a criterios económicos, políti-cos y sociales, organizados ritualmente en los diferentes espacios (Sanhueza 2004).

Wankas y mojones en el subtramo dual Casablanca-Las Trancas En las prospecciones de la red vial Inka a am-bos lados de la sierra de Famatina, el subtramo Casablanca-Las Trancas fue el único en donde detectamos un conjunto de sitios menores aso-ciados espacialmente, que no habían sido men-cionados en trabajos precedentes. Este sector

está emplazado sobre una pampa, a unos dos ki-lómetros del sitio Chilitanca (Martin 2001) sobre el camino Inka que atraviesa la sierra de Famati-na por la cuesta del Tocino, al oeste, y a unos nue-ve kilómetros aproximadamente del sitio Pampa Real ubicado en la zona más baja del cerro Negro Overo (Rhomeder 1941 y Schobinger 1966) sobre el área que conduce a los adoratorios de altura. Geomorfológicamente, estas pampas repre-sentan el comienzo de un glacis, que en su sec-tor oriental se conoce como pampa del Ajencal o Chilitanca, mientras que hacia el occidente estas planicies, se angostan y quedan ubicadas a la de-recha del rio Achavil con el nombre de Pampa de Casablanca. El subtramo presenta una longitud lineal de siete kilómetros aproximadamente en-tre ambas pampas con una altitud que va desde los 2470 a los 3000 msnm. Las estructuras líticas están ubicadas sobre o al borde del Qhapaq Ñan doble o dual (figura 6), recientemente interpretados como caminos rituales que conectaban los espacios sagrados de altura con las zonas más bajas (Martin 2015). Los diez sitios menores, ocho mojones y dos bloques graníticos, que interpretamos como

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Figura 7: Disposición espacial de los sitios menores (wankas y mojones) asociados a los caminos dobles en la Pampa de Casablanca.

wankas11, fueron relevados, mapeados y geore-ferenciados junto a la red vial (figura 7) y en uno de ellos se realizaron sondeos estratigráficos.Las wankas (figura 8) están constituidas por ro-cas de tamaños regulares (tabla 1), aunque pre-sentan varias de menor porte, formando un cir-culo y/o un semicírculo irregular a su alrededor.

11 Las wankas estarían dentro de las categorías de sitios menores que más se asemejan con los bloques de cuarzo que detectamos junto al Qhapaq Ñan en la ladera oriental del Famatina, y además de la cues-tión dimensional (las tokankas suelen ser rocas de mayores dimensiones). Las wankas detectadas en otras regiones del NOA (Tarrago y González 2004) también presentan piedras más pequeñas rodeando al monumento principal.

Ambas wankas son de granito rosado propio del lugar y son los únicos dos bloques con estos tamaños que aparecen en esta geoforma que, en este caso en particular, están ubicados en las proximidades de la red vial, muy visibles desde casi todos los sectores del camino sobre la pam-pa. Las rocas más pequeñas alrededor de las wankas darían la sensación de estar depositadas en señal de ofrenda hacia la roca rosada e hipoté-ticamente consideramos que podrían expresar la materialización de las deidades locales en torno a una waka o ushnu. A excepción de algún fragmento de cerámica reco-lectado en las trazas camineras, no se han detecta-do otros artefactos en superficie, ni tampoco al ex-cavar la wanka Nro. 2, en la que solo se obtuvieron

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Tabla 1: Mojones y wankas en los caminos duales de la Pampa de Casablanca (Famatina).

Figura 8: Wankas ubicadas al este (W2) y al oeste (W1) del subtramo del Qhapaq Ñan en la Pampa de Casablanca.

restos de carbón. No obstante, este registro podría coincidir en parte, si consideramos que las wankas son sitios rituales y estas prácticas no suelen incluir el descarte de artefactos, pero si el incinerado12, desechado, o enterrado de ofrendas (Nielsen 1997-98: 173). En visitas posteriores y en ocasión de transi-tar por la pampa de Casablanca, en la wanka Nro. 2, uno de los miembros de nuestro equi-po detectó sobre el suelo e inmediatamente al lado de la roca, sobre la cara norte, un sencillo cencerro para ganado caprino, cuyo cuerpo es-

ba elaborado sobre un vaso de latón actual, per-forado, con un tornillo como lengueta y collar de alambre (figura 9). No sabemos aún si este objeto fue perdido allí por el animal que lo portaba o si el mismo fue depositado en carácter ofrendatorio por

12 Ejemplos etnográficos han demostrado como en los pueblos andinos se realizan rituales destinados a ve-nerar los espíritus de la naturaleza con ofrendas de se-millas, hojas de coca, grasa de llamas o alpacas y otros ingredientes incinerados en las materializaciones de tales deidades (Sallnow 1987:131).

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Figura 9: Moderno cencerro de latón detectado en W2 durante una de los relevamientos del Qhapaq Ñan en la Pampa de Casablanca.

los pastores que transitan con su ganado por estos espacios. De acuerdo a las investigaciones etnográficas de pastores de puna, las conductas de descarte de los objetos rituales a lo largo de las rutas arqueológicas serían practicadas con cierto conservadorismo, tratando de preservar aquellos objetos representativos de manifesta-ciones culticas; además observaciones etnoar-queológicas han detectado que los cencerros forman parte del mobiliario ritual que en oca-siones componen los depósitos de ajuares mor-tuorios y no son comúnmente producto de las ofrendas (Nielsen 1997-98: 173). Una de las wankas está ubicada (W1) sobre el borde norte del ramal de la traza simple del Qhapaq Ñan y la restante junto al borde sur de las trazas dobles o paralelas (W2). En ambos casos existe una alternancia tanto al este como al oeste de la pampa de Casablanca, con un mojón seguido por una wanka, separados por distancias semejantes. Las veneraciones de las imágenes de las dei-dades inkas en torno a las huacas o ushnus fueron realizadas en diversos sitios rituales

del imperio (Astuhuamán 1997 y Monteverde 2011) y no descartamos la idea de que probable-mente ambas rocas wankas están simbolizando los dos nevados sagrados (Cerro General Belgra-no y Negro Overo), lugar de las prácticas cere-moniales hacia donde se dirigían también estos caminos duales. Por las dimensiones de las wankas descartamos que hayan sido usadas como área de refugio y por su emplazamiento en este relieve no habrían cum-plido la función de un lugar de descanso. Tampo-co han servido para delimitar las rutas incaicas o como señalero del camino, ya que el principal indicador del Qhapaq Ñan, en este sector, es el amojonamiento producido por las dobles hileras de piedras (despejado y amojonado), en el que los sitios menores forman parte de ellas o están em-plazadas a su lado. Su dispersión regular, aunque en un espacio re-ducido para este tipo de propuesta, lo aleja de los hipotéticos deslindes administrativos o marcas que permitan repartir tareas de mantenimiento de los caminos, fundamentalmente por su unici-dad, ya que aún empleando las mismas estrategias

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Figura 10: Algunos de los mojones detectados y relevados en el subtramo del Qhapaq Ñan de la Pampa de Casablanca.

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de prospección no han sido ubicadas en otros tramos de esta u otras regiones del territorio provincial. La otra categoría de sitio menor detectado en la sierra de Famatina fueron los mojones (figu-ra 10). Efectivamente, se registraron en el tra-mo Chilitanca-Casablanca ocho mojones que no sobrepasaron los 50 cm de altura y que es-taban visiblemente asociados con las wankas. En general se puede observar una expeditiva elección de sus elementos constitutivos y las rocas usadas para su construcción no presen-tan trabajos de cantería, sino una selección de materiales con tamaños heterogéneos que van desde pequeños a grandes. Las formas origina-les de los mojones no han podido ser determi-nadas, pero en virtud de las escasas rocas que forman los apilamientos, se infiere que no ha-brían alcanzado alturas significativas. Entre los mojones no hemos detectado ubica-ciones de a pares como sucede con frecuencia en otras regiones del Tahuantinsuyo y más allá de la regularidad de la superficie de esta geo-forma, en ciertas épocas del año los pastizales le restan visibilidad a los monumentos. Cabe destacar que el total de este subtramo con los sitios menores no sobrepasa los 1500 m linea-les de extensión. Respecto a su distribución espacial, seis de los mojones están emplazados al sur del camino; tres de ellos formando parte del borde amojo-nado y los tres restantes están levemente ale-jados del mismo. Los otros dos mojones están ubicados en el intersticio formado entre las dos trazas camineras del subtramo de los caminos dobles. Asimismo, cinco de estos monumentos líticos están relacionados al camino dual, lo mismo que una de las wankas. El resto de los mojones y la otra wanka forma parte del ramal simple o de una sola traza.

Epilogo El sistema de Famatina por su relieve y estra-tégica ubicación puede haber ocupado un lugar de relevancia en el contexto Inka regional que, como se ha postulado aquí, excede una fun-ción eminentemente material o sesgada hacia lo económico. Sus espacios, con caminos car-gados de sacralidad, cumplieron las premisas de las tradiciones andinas, pero también sir-vieron para legitimar los nuevos territorios que el imperio cuzqueño dominaba (Acuto 1999

y Bauer y Stanish 2001). Las veneraciones de he-chos ancestrales hacia las deidades de esta forma-ción riojana habrían estado ligadas al rol de esta sierra como waka regional, materializada por los dos nevados que en tiempos del Inka cumplieron una función sagrada con eventos de peregrinajes hacia sus cumbres (Schobinger 1966; Ceruti 2007 y 2010; Martin 2015). El registro de los sitios menores plasmados por la triada wanka - mojón - caminos duales, se des-taca por su regularidad, emplazamiento y contex-to. La fusión de estos elementos dota al paisaje de componentes rituales que colaboran en la sacra-lización del territorio y le asignan características que lo distinguen del resto de la región, quizás por ser esta la serranía de mayor altitud (fuera del sistema cordillerano) ubicada al este del Ko-llasuyu meridional. Desde lo espacial y dentro de los ambientes de mayor transitabilidad13, la pampa de Casablanca es el último lugar con relieve más regular como para materializar estas asociaciones de wankas y mojones con una distribución lineal y extensa en el paisaje. De allí en adelante el camino al co-menzar el ascenso por la cuesta de las Trancas y del Tocino ya no puede mantener la rectitud por la topografía del terreno y comienzan los flan-cos abruptos y escarpados que obligan a sortear las geoformas, utilizando trazados que incluyen cuestas y caminos con pendientes abruptas sobre un desierto de altura cubierto por un manto de escombros detríticos. Además de esta condición topográfica, es tam-bién el último lugar en el trayecto de ascenso en la ruta del Qhapaq Ñan desde donde se puede apreciar, en ciertos sectores, las wakas de los ce-rros Negro Overo y General Belgrano y por ende las cotas más altas de la sierra. La visual hacia los ámbitos sacralizados resultó ser una variable sig-nificativa durante los movimientos que realizaron las personas en los distintos paisajes, e incluso en algunas crónicas se deja entrever la relación en-tre la visual hacia las wakas o adoratorios y las acciones rituales de tales ceremonias14. También los sitios menores y los caminos do-bles como demarcadores de espacialidad podrían

13 La pampa de Tamberías en las proximidades del si-tio pampa Real presenta una geoforma con relieve se-mejante a la de Casablanca, aunque con niveles altitu-dinales superiores a los 4000 msnm y bajo condiciones ambientales de mayor complejidad que esta última.

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Rocas del Qhapaq Ñan: wankas y mojones en los caminos duales a las cumbres sagradas de la sierra de Famatina (La Rioja - Argentina)

Sergio Martin

vincularse con aspectos agriculturales. El sec-tor más alto de esta geoforma (entre los 2900 y 3000 msnm), próximo al sitio donde están ubi-cados los mojones y las wankas, delimita efecti-vamente la frontera fitogeográfica y ambiental que separa las provincias del Monte y Puneña (Cabrera 1976) y con ello las áreas más favora-bles de prácticas agrícolas tradicionales. Este conjunto de observaciones, que incluye factores topográficos, ambientales y visuales, nos parecen relevantes si consideramos que desde una perspectiva cosmológica andina, los límites transicionales de los Andes denomina-dos punkus reconocen que la culminación de un espacio y el inicio de otro deben ser venerados y recibir ofrendas (Vitry 2002 y Sanhueza 2011). Los antecedentes de algunos espacios del Tahuantinsuyo han demostrado que los inkas en las entradas y salidas a los ámbitos rituales monumentalizan algunos sectores del entorno físico con el objeto de visibilizar la condición ceremonial de estas áreas (Hyslop 1992). En el caso de la pampa de Casablanca los componen-tes espaciales estarían demarcando los límites de ingreso a los espacios sagrados de las wakas del Famatina y la ruta de ascenso hacia los ado-ratorios estaría validando la conformación de un escenario destinado a actividades simbóli-cas. Los diversos elementos que lo componen, permiten destacar al paisaje como un ámbito ceremonial con una importante inversión de energía que se manifiesta en los estudios de la vialidad regional, con elementos característicos de la cosmovisión Inka como la dualidad de las wakas, de sus cerros sagrados y con pequeños sitios de rocas rituales que fueron erigidos in-distintamente para comunicar, mediar y custo-diar el legado de sus ancestros. Agradecimientos Al Dr. Roberto Bárcena. A la secretaría de cultura de La Rioja. Al equipo de profesiona-les y técnicos que participaron en las campañas durante el relevamiento del Qhapaq Ñan en el

14 Álvarez en sus crónicas describe que: “todas las veces que veían el cerro le iban mochando… cuan-do iban desde sus pueblos a Potosí, desde donde le daban la primera vista le mochaban y le llamaban señor, y pedían ventura, salud y riqueza” (Álvarez 1998: 347 [1588]).

oeste riojano. A SECyT-UNLAR por el financia-miento de las investigaciones realizadas oportu-namente. Fundamentalmente a todos los habi-tantes del Famatina que siempre nos consideran un integrante más de su comunidad.

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Una nota sobre el símbolo Chakana

Federico Kauffmann [email protected]

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En el gráfico conocido como “mapa cosmo-gónico”, trazado hacia 1600 por Joan de San-ta Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua (San-ta Cruz ca. 1613), figura la palabra Chacana (Chakana) junto a un dibujo que presenta un conjunto conformado por cuatro estrellas (fi-gura 1 y 2). Las mismas están articuladas por dos líneas. Estas se cortan dando así nacimiento a un dise-ño en forma de una X, algo similar a una cruz cuadrada que bien podría aludir a la Cruz del Sur como lo plantea Carlos Milla Villena (1983), al enfatizar el valor emblemático relevante que se adjudicaba a esta constelación en el pasado remoto del Perú. El signo cruciforme cuadrado fue graficado desde los tiempos aurorales de la civilización ancestral peruana, hace más de tres mil años. Aparece ya representado, de modo elocuente, en el arte de Chavín-Cupisnique, binomio cultu-ral caracterizado por su marcado simbolismo1. Por su forma, el signo Chakana sugiere ser, ciertamente, la representación de una es-trella. Sin embargo, su diseño no se inspiró en la voluntad de reproducir los contornos de uno o de un conjunto de cuerpos celestes. Consideramos que se trata de un emblema que originalmente debía evocar a un elemen-to terrenal, tenido como sagrado, que termi-nó por ser identificado con una estrella o con una constelación en particular, que a par-tir de entonces recibió similar simbolismo. Esta conclusión, se basa en una tradición prac-ticada por los antiguos peruanos, que los llevaba a identificar a entes terrenales premunidos de valores emblemáticos con cuerpos celestes. Así, Bernabé Cobo (ca. 1653), repitiendo a Juan Polo de Ondegardo (1571), refiere que Chuquichin-chay, el rey o arquetipo de los felinos de acuerdo

1 Este emblema renace ahora, al haberlo adoptado como divisa el movimiento político peruano Perú Po-sible; al que no pertenece ni ha pertenecido el autor.

a diversas fuentes, que recibía entre otros nom-bres el de Qhoa y tenía facultades de hacer llover o granizar, era identificado con una estrella, que por lo mismo era conocida con igual nombre. Este lucero era el planeta Venus, de acuerdo al “mapa cosmogónico” de Santa Cruz Pachacuti. Por su parte, Urcuchillay, constituye otro ejemplo de la Laya, nombre de una estrella, pero al mismo tiempo de un “carnero de muchos colores, que entendía en la conservación del ganado” y con el que era identificado el cuerpo celeste. De igual manera la luna no era adorada, en el antiguo Perú, por su condición estelar sino por cuanto personificaba a la Diosa Tierra o Pacha-mama y por extensión al sexo femenino. Los testimonios citados permiten concluir, de este modo, que también el emblema Chakana, en su forma prístina, pudo estar constituido por un signo originado en la graficación de un elemento de procedencia terrenal, de especial veneración, que por su forma estrellada y de acuerdo a lo que se desprende de referencias antiguas debió ser identificado con la constelación de la Cruz del Sur. Consideramos que el diseño cruciforme, que es propio del signo Chakana, afloró partiendo de una yuxtaposición de la figura más generalizada de representar en el Perú antiguo a la Pachama-ma: un emblema a manera de una greca consti-tuida por tres escalones. Aquel “signo escalona-do” no era otra cosa que la evocación gráfica de las andenerías rituales; de la Pachamama en per-sona, cultivada por el hombre (figura 3). Es interesante recordar al respecto que en el vetusto como monumental diccionario de Diego Gonçalez Holguín (1608), Chakana es traducido por “escalera”. Con la unión de cuatro motivos escalonados, que son símbolos prístinos de la Diosa Tierra, expues-tos en forma simétrica, aflora una cruz cuadrada y voluminosa; en otras palabras el motivo Chaka-na. Este recurso llevaba a enriquecer, gráfica-mente, el emblema primordial de la Pachamama constituido por un signo escalonado simple, y con ello también acrecentaba su valor emblemático.

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Figura 1. El llamado “mapa cosmogónico” que incluye Joan de Santa Cruz Yamqui Salcamaygua (1879 [ca. 1613]) en su obra. Nótese el dibujo al que acompaña la palabra Chakana.

Una nota sobre el símbolo Chakana

Federico Kauffmann Doig 99

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Figura 2. El llamado “mapa cosmogónico” redibujado y publicado por Luis E. Valcárcel, en base al dibujo original estudiado y reproducido por Roberto Lehmann-Nitsche en su obra de 1928 (véase Lehmann-Nitsche 1928 y Kau-

ffmann 2002, Vol. 5: 767-768).

100Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo

REVISTA HAUCAYPATA

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Una nota sobre el símbolo Chakana

Federico Kauffmann Doig 101

Figura 3. El emblema elemental de la Diosa Tierra o Pachamama en forma de escalones (=terrazas de cultivo o andenes). Su multiplicación daba lugar a nuevos valores simbólicos: el ushno (o ushnu) y la Chakana. Abajo: Dibujo de Guaman Poma [1615] en el que Manco Inca aparece sentado sobre un ushno occidentalizado. Como se sabe a los soberanos del incario se les atribuía carácter divino. Representaban a la divinidad de la más alta jerarquía (una especie del Dios del Agua), la que en este caso toma asiento sobre la Pachamama. Portada del Sol de Tiahuanaco / sector central. Presenta al dios del agua parado sobre la Pachamama, simbolizada a manera de

un ushno. Nótese en el símbolo ushno un motivo central, que acaso aluda al útero de la Pachamama.

Page 103: Revista Haucaypata Nro. 10. 2015

Daba lugar, ciertamente, a la elaboración de un símbolo cruciforme complejo, que debido a su condición formal fue correlacionado con una estrella; mejor aún con la constelación de la Cruz del Sur por la presencia de sus cuatro esquinas en punta. El signo Chakana fue también graficado redu-cido a sólo su mitad superior. Esta modalidad daba paso a un motivo compuesto por escalo-nes que se desplazan lateralmente, dando como resultado una plataforma conformada por tres peldaños presentes en cada lado; esto es, dan-do paso a una forma nueva de visualizar a la Pachamama con la unión de dos de sus símbo-los básicos de sólo tres peldaños. Un ejemplo clásico de la Pachamama en for-ma de una plataforma escalonada, puede ser apreciado en la composición central del cuadro iconográfico tallado que presenta la Portada del Sol de Tiwanaku. Es sintomático que sobre la mencionada plataforma vaya parado el Dios del Agua, en su versión Tiwanaku, con sus cre-cidos lagrimones, inequívocos emblemas del agua destinada a fecundar a la Pachamama. Era el resultado de este connubio simbólico, el que permitía a los hombres contar con el sus-tento imprescindible a su existencia. Bibliografía

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Rodolfo Monteverde [email protected]

MONTEVERDE SOTIL, Rodolfo, 2015. Evidencias arqueológicas incas en la ciudad del Cuzco en estado de abandono y bajo amenaza de daño y destrucción. Revista Haucaypata. Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyo. Nro. 10: 103-115. Lima.

Nuestra última estadía en el Cuzco, en julio, coincidió con la temporada más alta, por ende la más cara del año, debido a la gran cantidad de turistas, nacionales y extranjeros. Debido a este aumento de visitantes podría decirse -a modo de inocente excusa- que la Municipali-dad y el Ministerio de Cultura poco pueden ha-cer para mantener el ideal ornato y limpieza de las evidencias arqueológicas, localizadas en y alrededor del centro arqueológico cuzqueño (fi-gura 1 y 2). Pero esta alza, en la tasa promedio del turismo, se da todos los años en esta misma época desde hace muchísimo tiempo. Además, en los últimos seis años, que hemos visitado en diversas ocasiones y en distintos meses el Cuzco, siempre ha sido desalentador el terrible abandono que sufren muchos sitios en y cer-ca del núcleo central arqueológico, delimitado por los ríos, hoy canalizados bajo la superficie, Saphy y Tullumayo, que durante el apogeo del Tahuantinsuyo enmarcaban importantes edifi-cios organizados en torno o próximos a la plaza Haucaypata. Abandono que también es evi-dente en el tramo canalizado del río Huatanay (unión de los ríos Tullumayo y Saphy), donde en ciertas partes es visible no solo el empleo de piedras trabajadas de estilo Cuzco Imperial, en el paramento del canal, sino también gran can-tidad de basura dentro de su cauce. Dentro del núcleo arqueológico las calles y muros de paramento Cuzco Imperial han reci-bido diferente grado de protección y cuidado. Solo por mencionar un ejemplo, la calle donde está el muro con la famosa piedra de los doce ángulos, cuenta con un vigilante del Ministe-rio de Cultura casi toda la mañana y tarde -que impide tocarla o apoyarse sobre ella-, es punto de visita imperdible en el city tour y su entor-no inmediato está limpio. Situación que no se repite en otras calles o muros incas cercanos, ya que están relativamente abandonados. Por ejemplo, en algunas calles y esquinas hay acu-mulación de bolsas de desperdicios al pie de

muchos muros arqueológicos, como en el cruce de la calle Cabra Kancha con Tullumayo (figura 3). Muchas de estas bolsas son fácilmente abier-tas a diario por perros vagabundos, que buscan alimentarse, o por personas, que tratan de ganar-se la vida comerciando con lo reciclable. Además, al no tener mayor vigilancia la gran cantidad de muros incas de la ciudad, cada noche están ex-puestos a ser dañados por las personas que, al salir de las discotecas o que están bebiendo en la calle, los usan como urinarios públicos. El problema de la basura también afecta al tra-mo del camino Inca al Antisuyo, que se inicia en un extremo de la plaza Mayor, delineada por los españoles parcialmente sobre el Haucaypata (fi-gura 1 y 2). Este camino, que sube por la cuesta de San Blas, presenta por tramos acumulaciones de basura (figura 4 y 6), dejada ahí por los ha-bitantes de las casas aledañas y por los turistas u otros que lo usan para llegar a importantes si-tios arqueológicos como Kusilluchayok y Laqo, o a sus viviendas construidas dentro del Parque Arqueológico de Sacsayhuamán (P.e. villas San Blas y Tambillo). Un tramo del camino, conoci-do como Paqlachapata, ha sido restaurado por la Municipalidad del Cuzco, al parecer reciente-mente. En el panel informativo colocado por el Municipio, próximo a la obra y a la acumulación de desperdicios, se lee irónicamente: “tramo en el que se dice las personas que llegaban del ca-mino del Antisuyo, hacían un alto para poder cambiar de ropas e ingresar muy elegantes a la ciudad…” (figura 5). Metros más adelante, continuando por el ca-mino al Antisuyo, antes de entrar en la zona ar-queológica, en el cruce de la carretera que lleva al Cristo Blanco de Sacsayhuamán y a Quenqo, hay un panel informativo, colocado por el Insti-tuto Nacional de Cultura (INC), en evidente es-tado de abandono (tiene los soporte a punto de derrumbarse) (figura 2, 7 y 8). Alrededor suyo, existe a unos metros un pequeño contenedor de basura colapsado, que ha originado que haya,

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lamentablemente, gran cantidad desperdicios desperdigados por el suelo y entorno a eviden-cias de paramento Inca. Cabe resaltar que el INC dejó de funcionar hace cinco años, cuando en el 2010 se creó el Ministerio de Cultura; es decir, durante este lustro el Ministerio no ha

cambiado o mejorado, no solo la situación de este panel, sino la de otros muchos paneles de sitios arqueológicos, como el de Sapantiana (figura 9). Nuestra visita a la ciudad del Cuzco, fines de ju-lio de este año, tuvo como finalidad terminar de prospectar la parte baja del Parque Arqueológico

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Figura 1. Plano parcial del núcleo arqueológico de la ciudad del Cuzco, delimitado por los ríos Saphy y Tullumayo, y la parte baja del Parque Arqueológico de Sacsayhuamán (PAS) donde se aprecian algunos sitios arqueológicos; entre ellos Sapantiana y Tetecaca, en evidente estado de abandono. La línea negra más gruesa representa al cami-

no principal al Antisuyo, que parte de la plaza Mayor y se prolonga por la cuesta de San Blas hasta el PAS.

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de Sacsayhuamán, en donde existe gran can-tidad de sitios propuestos como huacas del sistema de Ceques que, según el documento colonial de Bernabé Cobo, organizaba espa-cialmente a la capital cuzqueña de los incas (figura 1). De estos sitios podemos mencionar a Chincana Grande, Sapantiana, Quenqo Gran-de, Laqo, Kusilluchayok y Tetecaca. Muchos de ellos, no están incluidos dentro del circuito “turístico oficial”; es decir, hay que comprar un ticket para visitarlos, tienen un control de en-trada y salida, tienen personal que los vigilan o mantienen relativamente limpios, etc. De los sitios mencionados: Sapantiana, Laqo, Kusi-lluchayok y Tetecaca, son de libre acceso y, a diferencia de “los sitios oficiales”, están literal-mente desprotegidos y abandonados a su suer-te, a pesar que se acceden a ellos relativamente rápido desde la plaza Mayor cuzqueña o desde los otros “sitios oficiales”. Sapantiana y Tetecaca son los que en peor es-tado de conservación se encuentran, ya que no pudieron salvarse del abandono y desidia de las instituciones estatales, encargadas de velar por ellos, y de los ciudadanos comunes, locales o foráneos, obligados a cuidarlos. Ambos sitios se encuentran a pocos minutos de la plaza Mayor

del Cuzco, pero sin embargo las autoridades no han reparado en su terrible situación. Están com-puestos por enormes afloramientos rocosos de caliza tallados con figuras zoomorfas y geomé-tricas; entorno a los cuales hay estructuras ar-quitectónicas de mampostería Cuzco Imperial. Mientras que Tetecaca está en el sector del Anti-suyo, Sapantiana pertenece al del Chinchaysuyo. El fácil y descontrolado acceso y permanencia de las personas y mascotas sobre la superficie de los afloramientos rocosos de estos sitios están con-tribuyendo remarcablemente en su destrucción; ya que los visitantes caminan, se sientan, fuman, beben o comen sobre ellos, dejando muchas veces basura, mientras pisotean las tallas escultóricas que poseen (figura 10). En el caso de Tetecaca, el interior de uno de sus afloramientos rocosos, a modo de un abrigo, es usado como punto clan-destino de acopio de basura (figura 11 y 12). En su tesis doctoral Marteen Van de Guchte (1990)1, señaló que en el afloramiento rocoso de

1 VAN DE GUCHTE, Marteen, 1990. Carving de world: Inca monumental sculpture and landscape. Thesis (Phd), University of Illinois, Graduate College. Urbana-Champaign.

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Figura 2. Vista aérea parcial del núcleo arqueológico del Cuzco y del PAS. Nótese la proximidad que existe entre los sitios señalados y su fácil acceso desde la plaza Mayor. A pesar de ello, todos presentan diferente grado de conser-vación y protección. El cuadrado azul marca la ubicación de un letrero o panel colocado en el cruce de una moder-na carretera, que lleva al Cristo Blanco de Sacsayhuamán, y el camino al Antisuyo. Foto tomada de Google Earth.

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Sapantiana había una talla escultórica de un felino. En julio, cuando lo recorrimos, no pu-dimos encontrarla, probablemente porque ha desaparecido debido al desgaste de la super-ficie por donde se concentran y desplazan los pobladores y turistas (figura 13). Asimismo, a pocos metros hay columpios y una piscina (figura 14, 15 y 16), a los cuales concurren dia-riamente los pobladores y visitantes de la ciu-dad. Desconocemos cuando se implementaron, pero encontramos irresponsable e irrespetuoso el que se haya permitido construir estos juegos e infraestructura. Volvemos a repetir, Sapan-tiana es muy probable que haya sido una de las huacas mencionadas por Bernabé Cobo; por ende, su entorno inmediato es un rico potencial arqueológico para aproximarnos a conocer con

evidencia sólida y tangible el sistema de Ceques cuzqueño. Además recordemos, que esta zona del Chinchaysuyo corresponde al Hanan Cuzco o Alto Cuzco, una de las que contaba con mayor privilegio. Por el momento, los visitantes a estos juegos y piscina, pisotean y ensucian las bases de los muros incas adosados al afloramiento de Sapantiana (figura 17 y 18). Demás está decir que prácticamente se encuentra cubierto de basura (figura 19 y 20), al igual que el tramo del río ca-nalizado que corre, en una suerte de quebrada, próximo a él (Choquechaca). Las evidencias arqueológicas de la ciudad del Cuzco mencionadas no son las únicas en latente peligro de perderse para siempre, son muchas más. Pensamos que esta terrible situación no se solucio-nará solamente colocando grandes contenedores

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Figura 3. Cruce entre las calles Cabra Kancha y Tullumayo. Escenas como estas se pueden ver en diferentes partes de la ciudad. Practicamente las bolsas permanecen todo el día al pie de los muros arqueológicos. Durante la noche aumentan y los jóvenes que salen de las discotecas o que beben en las calles usan estos pasajes como urinarios

públicos. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

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de basura o contratando más personal de lim-pieza o vigilantes. Acá la mejor herramienta para poder disminuir considerablemente el estado de abandono y la mala conservación de las evidencias arqueológicas comentadas, es desarrollando planes de vigilancia y ornato que vayan de la mano con programas de edu-cación dirigidos a concientizar a los pobladores y visitantes, a través de paneles informativos colocados en cada calle o cerca de los muros ar-queológicos o coloniales de la ciudad, en donde se cuente un poco la historia de lo que el espec-tador está presenciando. Historia que debería también ser difundida en publicaciones perió-dicas, de corte académico y de fácil lectura, so-bre la base de las excavaciones arqueológicas que anualmente se realizan en o cerca de la ciu-dad. Lo mismo debería hacerse con los sitios arqueológicos próximos al núcleo arqueológi-co, como Sapantiana y Tetecaca, que también deberían ser tratados como Quenqo Grande o el propio Sacsayhuamán. Mientras se siga dan-do preferencia a solo algunas evidencias, sin importar el resto, no se podrá mejorar en nada. La explotación turística del centro cuzqueño debe ir de la mano con su protección. Recor-demos que anualmente Cuzco es la región que genera mayor cantidad de dinero como resul-tado del turismo. Dinero que podría invertirse en mejorar el ornato, la salubridad y la pro-tección del patrimonio material de la ciudad. Cuzco no solo es Machu Picchu, así como tam-poco es solo la piedra de los doce ángulos, es mucho más. Así como nadie permitiría colocar columpios dentro de Machu Picchu, por tener los ojos del mundo encima y por ser “un pro-ducto nacional sobre explotado económica más no académicamente”, se debe respetar a Sapan-tiana, y las autoridades ediles cuzqueñas y el Ministerio de Cultura, en especial al programa Qhapaq Ñan, deberían iniciar los trámites para recuperar el área intangible de este sitio, reti-rando los columpios y la piscina que hay cerca de él. Finalmente, deseamos insistir en que el desarrollo de un pueblo solo se dará sobre la base del conocimiento de su pasado, conoci-miento que aportará notablemente en aumen-tar el respeto, el amor y la protección de nuestro patrimonio. La mayor inversión que debe hacer el Estado, y en este caso específico el Ministe-rio de Cultura, es la protección del patrimonio arqueológico sobre la base de la educación.

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Figura 4. Tramo del camino principal al Antisuyo. Bol-sas de basura se encuentran tiradas en casi todo su reco-

rrido. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

Figura 5. Detalle del panel informativo colocado por la Mu-nicipalidad cuzqueña al pie del tramo del camino al Anti-suyo restaurado por ellos. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

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Figura 6. Tramo del camino al Antisuyo restaurado por la Municipalidad cuzqueña. Nótese las bolsas de basura en el lado izquierdo. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

Figura 7. Intersección entre la carretera que lleva al Cristo Blanco de Sacsayhuaman y el camino al Antisuyo. Se aprecia un letreo del ex INC y un contenedor de basura, a la derecha. Durante nuestra visita estaba lleno, por ello se aprecian bolsas de desperdicios en el suelo. Detrás del letro hay evidencias arqueológicas incaicas. Rodolfo

Monteverde, julio 2015.

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Figura 8. Detalle del letrero o panel del ex INC a pun-to de colapsar, los colores están desgastados y no se aprecia con claridad la información. Rodolfo Monte-

verde, julio 2015.

Figura 10. El enorme afloramiento rocoso de Tetecaca. Abierto libremente al publico y sin control, día a día se va deteriorando. Nótese la bolsa azul de basura en la parte inferior de la foto. Rodolfo Monteverde, 2013.

Figura 9. Letrero del ex INC en muy mal estado de con-servación colocado en Sapantiana. Hace cinco años dejó de funcionar esta institución y a la fecha no ha sido cam-

biado. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

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Figura 11. Otra vista de Tetecaca. Se aprecia un paramento Inca de estilo Cuzco Imperial próximo a una porción pétrea, a modo de abrigo rocoso, que es utilizado como basurero, la foto la tomamos en el 2013, pero en la actua-

lidad nada a cambiado. Rodolfo Monteverde, 2013.

Figura 12. Esta foto la tomamos este año. Se tra-ta del abrigo rocoso que se aprecia en la lámina anterior. Nótese la gran cantidad de basura que hay en la entrada e interior. Rodolfo Montever-de, julio 2015.

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Figura 13. Vista de la ciudad del Cuzco desde lo alto del afloramiento rocoso de Sapantiana, al cual se accese sin permiso ni control. Se aprecia a personas caminando sobre las tallas geométricas con bolsas, que en muchos casos

abandonan en el afloramiento. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

Figura 14. Irresponsable e irrespetuosa colocación de unos columpios a escasos metros del afloramiento rocoso de Sapantiana, adosado a muros incas. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

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Figura 15. Vista de los columpios desde lo alto del afloramiento rocoso de Sapantiana, nótese la proximidad que hay con los muros incas. En la parte posterior de los columpios hay una piscina. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

Figura 16. Piscina construida muy cerca del afloramiento rocoso de Sapantiana. Se aprecian tramos parciales de muros incas reutilizados y alterados. A la izquierda se ven los columpios. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

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Figura 17. Personas que van a los columpios o a sentarse entorno a la piscina y pisan a diario y en diferentes momentos los muros incas adosados a la enorme roca de Sapantiana. Fíjense en la basura tirada en el suelo y en lo que portan estas personas, que lamentablemente también terminará sobre el afloramiento o el suelo. Rodolfo

Monteverde, julio 2015.

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Figura 18. Detalle un muro arqueológico próximo al alforamiento rocoso de Sapantiana, hoy totalmente abando-nado y lleno de basura. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

Figura 19. Rocas labradas al estilo Cuzco Imperial co-locadas a modo de gradas sobre la roca de Sapantiana. Nótese la botella de pástico en la parte superior. Rodolfo Monteverde, julio 2015.

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Figura 10. La imagen habla por sí sola. Parte alta del afloramiento rocoso de Sapantiana, cuando tomamos la foto era medio día. Al fondo se aprecia la ciudad del Cuzco, otrora corazón de la capital imperial del Tahuantinsuyo.

Rodolfo Monteverde, julio 2015.

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La bibliografía debe incluir todas las citas del texto y sólo éstas. La bibliografía se presenta al final del artículo, después de los agradecimientos, y ordenada alfabéticamente por el apellido del o de los autores citados. Los títulos de las revistas y los nombres de las instituciones se indicarán

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completos (no sólo sus siglas). Se debe seguir el siguiente modelo:

Artículo en una publicación colectiva:MEDDENS, Frank; BRANCH, Nicholas; VIVANCO, Cirilo; RIDDIFORD, Naomi y KEMP, Rob, 2008. High altitude Ushnu platforms in the Department of Ayacucho Peru, structure, ancestors and animating essence. En: Pre-Columbian landscapes of creation and origin: 315-355. (Editado por John Edward Staller). Springer. New York.

Libros: MATOS, Ramiro, 1994. Pumpu, centro administrativo inka de la puna de Junín. Editorial Horizonte. Lima.

Revistas: McEWAN, Gordon; GIBAJA, Arminda y CHATFIELD, Melissa, 2005. Arquitectura monumental en el Cuzco del periodo intermedio tardío: evidencias de continuidades en la reciprocidad ritual y el manejo administrativo entre los horizontes medio y tardío. Boletín de Arqueología PUCP, Nro. 9: 257-280. Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima.

Internet:TOPIC, John; LANGE TOPIC, Teresa y MELLY, Alfredo, 1999. Las investigaciones en Namanchugo. El oráculo de «Catequil». Informe presentado al Instituto Nacional de Cultura (INC). Accesible en Internet http://www.munihuamachuco.gob.pe/milenario/huamachuco/2001.html [Consultada el 19-04-10, 12: 08 hrs.].

Fuente etnohistórica: MOLINA, Cristóbal de, 2008 [1574-1575]. Relación de las fábulas y ritos de los Incas. Julio Calvo Pérez y Henrique Urbano (edición, estudios y notas). Universidad de San Martín de Porres (USMP). Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología. Lima.

Los agradecimientos van antes de la bibliografía y no deben exceder las 60 palabras.

Las notas deben ser a pie de página y deben estar a tamaño 9, estilo Time New Roman, espacio simple y justificado.

Agradecemos anticipadamente su participación y difusión.

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Nro. 1. Enero 2011. http://sites.google.com/site/revistahaucaypata/

home/revista-haucaypata-nro-1-2011

¿Cómo era el ushnu de la plaza Haucaypata del Cuzco? Rodolfo Monteverde Sotil - Archivos Audiovisuales del Cuzco (Disponibles en Internet) Sheylah Vásquez Salcedo - Inca sacred space, platforms and their potential soundscape. Preliminary observations at usnu from Ayacucho Frank Meddens y Millena Frouin - Indiferencia y destrucción: El caso de Patipampa, un asentamiento Tawantinsuyo en el valle de Pisco-Ica Eberth Serrudo Torobeo - Metalurgia doméstica durante la presencia Inka en el valle Calchaquí Norte, Salta-Argentina Cristian Jacob - Materialidad en una tumba Inka de los Andes del Sur. El caso de La Huerta, Quebrada de Humahuaca, Jujuy-Argentina Iván Leibowicz, Claudia Aranda y Cristian Jacob - Entrevista al Dr. Ramiro Matos Mendieta Jolie Soto Pérez

Nro. 2. Mayo 2011. https://sites.google.com/site/revistahaucaypata/

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Esculturas zoomorfas talladas en afloramientos rocosos dentro del Parque Arqueológico de Sacsayhuaman-Cuzco Rodolfo Monteverde Sotil - Choquequirao, un asentamiento imperial cusqueño del siglo XV en la Amazonía andina Gori Tumi Echevarría López y Zenobio Valencia García - Aproximación a los queros incaicos de la colonia. Un ejemplar de estilo transicional-formal del Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia del Perú Victor Falcón Huayta - Antes de la presencia Inca: desentramando la homogeneidad de la cultura material de las unidades domésticas de Juella en la Quebrada de Humahuaca, Jujuy-Argentina Santiago Barbich - Montañas sagradas en los confines del imperio Inka: Nevado montañoso de Cachi, Salta-Argentina Cristian Jacob e Ivan Leibowicz - El poderío de la Coya durante el auge del imperio incaico Alicia Alvarado Escudero - Entrevista al Dr. Federico Kauffmann Doig Sheylah Vásquez Salcedo

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Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

Nro. 3. Noviembre 2011. https://sites.google.com/site/revistahaucaypata/

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Emplazamiento de la arquitectura funeraria en los valles de Andahuaylillas y Lucre, Cuzco Geanette Guzmán Vinatea y Marlene Castro Fabre - Glosas sobre la decoración en la cerámica Inca-Cuzco Federico Kauffmann Doig - The Late Intermediate Period egalitarian polities of Ayacucho and Apurímac Frank Meddens - Producción metalúrgica doméstica en el Intermedio Tardío. El caso de Juella, Jujuy- Argentina Ivan Leibowicz y Cristian Jacob - San Marcos, Huagil y Huaca Doris: tres sitios Inca de la Huaranga de Pacarán, valle del río Cañete, Lima Milena Vega-Centeno Alzamora - Proyecto de Investigación Arqueológica Pacarán 01, valle medio del río Cañete, Lima Favio Ramírez Muñoz, Guido Casaverde Ríos y Gori Tumi Echevarría López- Entrevista al Dr. Waldemar Espinoza Soriano Rodolfo Monteverde Sotil.

Nro. 4. junio 2012. https://sites.google.com/site/revistahaucaypata/

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La Luna como objeto liminal en la concepción del tiempo indicativo entre los incas Ricardo Moyano - Construyendo narrativas de la Capacocha Cristian Jacob e Ivan Leibowicz - Tiana: asiento Inca Victor Falcón Huayta - Evidencias materiales de dos huacas del sistema de Ceques cuzqueño: Chincana Grande y Laqo. Parque Arqueológico de Sacsayhuamán-Cuzco Rodolfo Monteverde Sotil - Cultos, rituales y paisajes sagrados en los Andes Centrales, siglo XVII: Apo Parato, Junín Andrea Gonzáles Lombardi y César Astuhuamán Gonzáles - Vasijas incas en los confines del imperio: los aríbalos y platos ornitomorfos de la Quebrada de Humahuaca, provincia de Jujuy, Argentina María Andrea Runcio - Una reseña sobre El Shincal: Una capital administrativa Inka al Sur del Kollasuyu. Catamarca, Argentina Guillermina Couso - Entrevista al Dr. Juan Ossio Acuña Rodolfo Monteverde Sotil.

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Nro. 5. diciembre 2012. https://sites.google.com/site/revistahaucaypata/home/

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Hallazgos de Canis familiaris en el santuario de Pachacamac Isabel Cornejo, Denise Pozzi-Escot, Katiusha Bernuy, Enrique Angulo y Luis Miguel Tokuda - Proyecto arqueológico Ychsma. Breve informe metodológico de las investigaciones arqueobotánicas de la temporada 2012 en Pachacamac, Lima Tatiana Stellian - El Curacazgo de Coayllo durante el Imperio Inca Rommel Angeles Falcón - Arqueología y arte en dos viajeros franceses del siglo XIX. El caso de Choquequirao, Cusco Gori Tumi Echevarría López y Zenobio Valencia García - Camino-Tambo-Chaskiwasi. El Qhapaq Ñan a través de las fuentes etnohistóricas andinas Reinaldo Andrés Moralejo - Reseña de la conferencia: Los incas, propuestas y debates interdisciplinarios Rodolfo Monteverde Sotil.

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Nro. 6. mayo 2013. https://sites.google.com/site/revistahaucaypata/home/

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Cuzco y Machu Pijchu Manuel Chávez Ballón - Excavaciones arqueológicas en un “basural” del Sector VIII, Subsector G, de Choquequirao Gori Tumi Echevarría López y Zenobio Valencia García - El Usno de Tamburco: vínculos de una plataforma ceremonial Inca con el paisaje local en la ruta del Chinchaysuyu. Apurímac José Luis Pino Matos y Wendy Moreano Montalván - Huancasragau: un asentamiento Inca en la cuenca del río Gorgor. Cajatambo-Lima Arturo Ruiz - ¿Cuándo comenzó “a existir” el arte rupestre incaico? Victor Falcón Huayta - El incómodo patrimonio arqueológico en la “modernización” de Lima: construcción de túneles, la ampliación de la avenida Javier Prado Este y la afectación de Puruchuco-Huaquerones Rodolfo Monteverde Sotil.

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Nro. 7. diciembre 2013. http://issuu.com/revistahaucaypata.iat/docs/revista_

haucaypata._nro._7._2013

El Museo Machu Picchu de la Casa Concha, Cuzco Victor Falcón Huayta - “El sermón del cura”, la religión Inca y su relación con el cristianismo en la obra de Cristóbal de Molina Christian Giovanni Cancho - Incanäni: un complejo funerario Wamalli con indicios de arte rupestre Inca en el Alto Marañón, Huánuco-Perú Carlo José Alonso Ordóñez Inga - Observaciones a las excavaciones de rescate realizadas por la Municipalidad de Ate-Ministerio de Cultura en el sitio arqueológico de Puruchuco-Huaquerones, Lima-2013 Alberto Bueno Mendoza y Gori Tumi Echevarría López - La procedencia de los ¿collis?: una propuesta y perspectiva desde el Manuscrito de Huarochirí, Lima-Perú Antonio Raymondi Cárdenas.

Nro. 8. mayo 2014. https://sites.google.com/site/revistahaucaypata/home/

revista-haucaypata-nro-6-2013

The abandonment process at Tambokancha (Zurite, Cuzco): Inca actions and rituals of site closure Ian Farrington - Esculturas zoomorfas del Parque Arqueológico de Sacsayhuamán, Cuzco: una aproximación a su entendimiento simbólico Rodolfo Monteverde Sotil - El ushnu, el qhapaq ñan y las huacas en el Altiplano del Chinchaycocha. Una aproximación a las estrategias de apropiación y control territorial Inca, desde la lectura de los paisajes rituales y la astronomía José Luis Pino Matos y Wendy Moreano Montalván - Los calzados utilizados por los Incas para las altas montañas Christian Vitry - Las fuentes etnohistóricas y la arqueología de montaña en el estudio de los escenarios incaicos en altas cumbres Constanza Ceruti - Paisajes rituales incaicos. Una mirada desde las crónicas coloniales Ivan Leibowicz, Cristian Jacob, Félix Acuto y Alejandro Ferrari - Presentación del libro: Inca sacred space: landscape, site and symbol in the Andes, 2014. Frank Meddens, Katie Willis, Colin McEwan y Nicholas Branch (editores). Editorial Archetype. Londres Frank Meddens.

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Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

Nro. 9. enero 2015. https://sites.google.com/site/revistahaucaypata/

home/revista-haucaypata-nro-9-2015

Más allá y más arriba del Cuzco. En torno a los ushnus de puna durante el Horizonte Tardío Gabriel Ramón Joffré - Quilcas en Sillustani, Puno. Cronología e implicancias Berenguela Sánchez y Gori Tumi Echevarría - Peregrinación andina al santuario de alta montaña en la cima del cerro Sixilera, norte de Argentina María Constanza Ceruti - Formaciones sociales en el noroeste argentino. Variabilidad prehispánica en el surandino durante el Periodo de Desarrollos Regionales y el estado Inca Verónica I. Williams - Divulgar para conocer, conocer para querer y proteger nuestro patrimonio cultural Rodolfo Monteverde Sotil.

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Auspician:

Page 125: Revista Haucaypata Nro. 10. 2015

REVISTA HAUCAYPATALima-Perú

agosto 2015

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Investigaciones arqueológicas del TahuantinsuyoREVISTA HAUCAYPATA

Index

Editorial

List of Collaborators

The Inca architecture of Sub-sectors IIB and VB of Huanuco Pampa: excavation, identification and documentation of their construction related and structural aspectsCarlo Jose Ordoñez Inga

Inkapintay: a study of the rock art of Inca resistance to the Spanish conquest of Tawan-tinsuyuVictor Falcon Huayta

The Inca occupation of the Cotahuasi Valley-PeruJustin Jennings y Willy Yépez Álvarez

Rituals roads around the Llullaillaco volcano, Argentina (6739 masl)Christian Vitry

Rocks of the Qhapaq Ñan : wankas and boundary markers alongside dual roads to the sacred summits of the Famatina mountain range (La Rioja - Argentina)Sergio Martin

A note about Chakana symbolFederico Kauffmann Doig

The archaeological remains of the ancient Inca city of Cuzco are found in a state of neglect and are under threat of damage and destructionRodolfo Monteverde Sotil

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