alejandria - lindsey davis

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    LINDSEY DAVIS

    ALEJANDRÍATraducción de Montse Batista

    edhasa

    Consulte nuestra página web: www.edhasa.com En elncontrará el catálogo completo de Edhasa comentado.

    Título original: AlexandriaDiseño de cubierta: Enrique IborraPrimera edición: junio de 2009

    © Lindsey Davis, 2008© de la traducción: Montse Batista, 2009© de la presente edición: Edhasa, 2009

    Avda. Diagonal, 519-521 Avda. Córdoba 744, 2 o pisC

    08029 Barcelona C1054AAT Capital FederalTel. 93 494 97 20 Tel. (11) 43 933 432España Argentina

    E-mail: [email protected] E-mail: [email protected] 

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    ISBN: 978-84-350-6192-6

     Para Michelle, con mi agradecimiento por ser un

    ntrépida compañera de viaje y guía, con mis disculpa

    or el choque cultural, la tormenta de arena, el muse

    errado… y ese aeropuerto.

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    DRAMATIS PERSONAE

    Marco Didio Falco apañador, viajero y dramaturgo.

    Helena Justina su culta esposa y planificadora dviajes.

    Julia Junila, Sosia Favonia y Flavia Albia sudistinguidos tesoros.

    Aulo Camilo Eliano hermano de Helena, un estudian

    plicado.Fulvio el enigmático tío de Falco, un negociador.Casio su pareja en la vida, un anfitrión maravilloso.M.D. Favonio (alias Gemino) el padre de Falco,

    quien se le ordenó que no viniera.

    Talía una artista que lamentará haberlo traído.Jasón su pitón, una verdadera curiosidad.

    En el palacio real:El prefecto de Alejandría y Egipto de gran notorieda

    no hay constancia de su nombre).

    Una panda de niños ricos y cortos de luces sumpleados administrativos, los típicos triunfadores.

    Legionarios:Cayo Numerio Tenax un centurión al que le tocan lo

    rabajos delicados.

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    Mammio y Cotio sus refuerzos, ávidos de gloria.Tiberio y Tito de servicio en el Faro, hastiados (no po

    mucho tiempo).

    En el Museion de Alejandría:Fileto el director del Museion, ¿elevado por su

    méritos?Teón bibliotecario de la Gran Biblioteca, alicaído.Timóstenes de la Biblioteca del Serapion, ansioso po

    scender.

    Filadelfio el guarda del zoo, un seductor.Apolófanes el virtuoso director de filosofía, u

    dulador.Zenón Responsable del observatorio de astronomía.

    Nicanor director de estudios legales, honrado (¡poavor!).Eácidas un autor trágico seguro de sí mismo, ta

    ueno como cualquiera.Chaereas y Chaeteas ayudantes del zoo y del médic

    orense, gente de buena familia.Sobek un cocodrilo del Nilo con muchas ganas dacción.

    Nibytas un viejo lector y apasionado de los librodispuesto a morir por la Biblioteca.

    Heras, hijo de Hermias un estudiante sofista, ndemasiado sensato.

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    Estudiantes lo que cabría esperar.Edemón un médico empírico (purgas y laxantes).Herón un deus ex machina, el dios de las máquina

    errenal.

    Personajes pintorescos alejandrinos:Roxana una admirada viuda, corta de vista.Psaesis un porteador de literas (se merece u

    umento).Katutis en la alcantarilla, contemplando las estrellas.

    Petosiris un director de funeraria (sabe dónde estáos cuerpos).

    Picazón y Sorbemocos sus ayudantes (cosen a gente).

    Diógenes un hombre ambicioso que se dedica

    omercio.Un fabricante de cajas su adlátere.

    Y además:El legendario catoblepas no aparece, pero merec

    una mención.El ñu pura nostalgia.

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    MAPAS

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    [Egipto]Primavera, año 77 d.

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    I

    Dicen que el Faro puede verse desde una distancia d

    reinta millas. De día no, de día no se ve. De todos modol rumor sirvió para que los más jóvenes se estuvieraallados mientras intentaban divisarlo desde la barandil

    del barco en precario equilibrio. Cuando viajéis con niñoened siempre algún juego reservado para esos último

    momentos conflictivos que se dan al término de una largravesía.Los adultos nos quedamos por allí cerca, arrebujado

    n capas para protegernos de la brisa y listos para tirarnol agua si las pequeñas Julia y Favonia se caían por la bord

    Para aumentar nuestra inquietud, veíamos cómo gran parde la tripulación intentaba con apremio averiguar dónde noncontrábamos, mientras la nave se aproximaba a la larglana y notoriamente monótona costa de Egipto, con su

    numerosos bancos de arena, corrientes, afloramientoocosos, vientos repentinamente cambiantes y un

    dificultadora ausencia de mojones. Éramos pasajeros en ugran barco de carga que realizaba su primera y torpravesía de la temporada, y todo parecía indicar que durantl invierno todo el mundo se había olvidado de cómo haceste viaje. El adusto capitán realizaba desesperado

    ondeos una y otra vez, y buscaba en las muestras de agu

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    de mar el cieno que le indicara que se hallaba cerca dilo. Puesto que el delta del Nilo era absolutament

    norme, yo albergaba la esperanza de que no fuera tan mnavegante como para pasarlo de largo. Nuestra salida d

    Rodas no me había llenado precisamente de confianza. Mareció oír que Poseidón, ese viejo y cáustico dios dmar, se reía a nuestra costa.

    Las memorias ampulosas de cierto geógrafo grieghabían proporcionado una gran cantidad de informaciórrónea a Helena Justina. Mi escéptica esposa lanificadora del viaje consideraba que, incluso desdquella distancia, no sólo podía distinguirse el faro, qurillaba como una gran estrella confusa, sino que ademáodía percibirse el olor de la ciudad que flotaba sobre laguas. Ella juraba que podía. Fuera cierto o no, com

    omos unos románticos, nos convencimos de que loxóticos perfumes de aceite de loto, pétalos de rosa, nardálsamo árabe, aceite de mirra e incienso nos daban ienvenida en el cálido océano… eso sí, junto con lo

    demás olores memorables de Alejandría: túnicas sudorosa

    y aguas residuales desbordadas; por no hablar de alguna qutra vaca muerta que flotaba Nilo abajo.Como romano que era, mi hermosa nariz detectaba la

    notas subyacentes más recónditas de aquel perfumReconocía mi herencia. Iba totalmente equipado con

    viejo prejuicio de que todo lo que tuviera que ver co

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    Egipto implicaba corrupción y engaño.Y tenía razón, por supuesto.Finalmente, conseguimos sortear los traicionero

    ajíos sin ningún percance y nos dirigimos hacia lo qu

    ólo podía ser la legendaria ciudad de Alejandría. El capitáareció aliviado de haberla encontrado, y tal veorprendido por su hábil pilotaje. Nos fuimos acercando norme Faro, y el capitán empezó a buscar un espacio vacíara amarrar entre las miles de embarcaciones que sglutinaban entre los malecones del Puerto del Est

    Contábamos con un práctico, pero señalar un trozo dmuelle libre era indigno de él. Se marchó en un bote y dejque nos las arregláramos solos. Nuestro barco estuvo uar de horas maniobrando lentamente de un lado a otro y, inal, conseguimos hacernos un hueco con el método d

    marrar de oído, arañando la pintura de otras dombarcaciones.

    A Helena y a mí nos gusta pensar que somos unouenos viajeros, pero somos humanos y, como talestábamos cansados y tensos. Habíamos tardado seis día

    n llegar desde Atenas vía Rodas tras la previa salida dRoma, que se había hecho interminable. Teníamos dondlojarnos; íbamos a quedarnos con mi tío Fulvio y su noviero no los conocíamos bien y estábamos preocupados poómo íbamos a encontrar su casa. Además, Helena y y

    ramos dos personas instruidas. Conocíamos nuest

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    historia. Así pues, cuando nos enfrentamos al desembarcono pude evitar hacer una broma sobre nuestra situación y que vivió Pompeyo el Grande: a él lo fueron a buscar a srirreme para llevarlo a tierra a conocer al rey de Egipto,

    n el ínterin fue apuñalado por la espalda por un soldadomano a quien conocía, asesinado delante de su esposa hijos y luego decapitado.

    Mi trabajo consiste en sopesar los riesgos y luegorrerlos de todos modos. A pesar de lo de Pompeyostaba totalmente resuelto a ser el primero en bajar por lancha cuando Helena me apartó de un empujón.

    - No seas ridículo, Falco. Aquí nadie quiere tabeza… todavía. ¡Bajaré yo primero! -dijo.

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    II

    Las ciudades extranjeras siempre parecen mu

    scandalosas. Puede que Roma sea igual, pero al senuestro hogar nunca notamos el jaleo.

    Me desperté gimiendo en una cama extraña: dobladajo un cobertor poco corriente confeccionado con unana que no reconocí, y salido de una pesadilla en la que m

    uerpo parecía seguir meciéndose en el barco que nohabía traído, me encontré con una luz y un ruidnquietantes. Al moverme, un insecto sumamente rarevantó el vuelo de debajo de mi oreja izquierda. En xterior, en las calles, se alzaron unas voces nerviosas qu

    travesaron los endebles postigos con pestillo que no puderrar la noche anterior cuando llegamos, pues estabdemasiado exhausto para resolver los enigmancomprensibles de aquellos herrajes de puertas y ventana

    desconocidos para mí. Había bromeado un poco diciendque una esfinge alada griega nos había sometido a unrueba a vida o muerte, y mi ingeniosa compañera habeñalado que en aquellos momentos nos encontrábamos el territorio de la esfinge egipcia con cuerpo de león. Ne me había ocurrido pensar que hubiera alguna diferencia

    ¡Por Júpiter atronador! Los habitantes de aquel nuev

    ugar conversaban a voz en cuello, enzarzados en ásperas

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    argas discusiones sin sentido, aunque, cuando miré fueron la esperanza de ver una pelea con cuchillos, lo únic

    que estaban haciendo todos era encogerse de hombros condiferencia y alejarse tranquilamente con las hogazas d

    an bajo el brazo. El volumen de los sonidos de la calarecía absurdo. Unas campanas innecesarias repicaban sropósito. Incluso los asnos eran más ruidosos que e

    Roma.Volví a echarme en la cama. El tío Fulvio había dich

    que podíamos dormir cuanto quisiéramos. Pues bueno, esno evitó el traqueteo de las criadas, que no paraban de suby bajar por las escaleras de piedra. Una de ellas llegncluso a irrumpir en la habitación para ver si ya no

    habíamos levantado. En lugar de retirarse con discrecióe quedó allí de pie con su túnica informe y sus sandalia

    onriendo con burla.- ¡No digas nada! -masculló Helena contra mi hombr

    unque me pareció que apretaba los dientes.Cuando la criada o esclava se marchó, estuve un rat

    despotricando sobre las muchas humillaciones repugnante

    que se les imponen a los viajeros inocentes por medio de nojosa frase: «¡Recuerda que somos invitados, querido!» No seáis nunca invitados. Puede que la hospitalida

    ea la tradición social más noble de Grecia y Roma, osiblemente también de Egipto, pero se la podéis mete

    or la axila sudada a cualquier pariente servicial que quier

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    mataros de aburrimiento con sus historias del ejército, mismísimo viejo amigo de vuestro padre que espedespertar vuestro interés en su nuevo invento o quienquiera que sea el peligro público que os haya invitad

    compartir su inconveniente casa en el extranjero. Pagavuestra estancia en una mansio honesta, proteged vuestntegridad y mantened el derecho a gritar: ¡Vete al diablo!

    - Estamos en Oriente -dijo Helena parranquilizarme-. Dicen que el ritmo de vida es distinto.

    - Siempre hay una buena excusa para la horribncompetencia de los extranjeros.

    - No te amargues -Helena se dio la vuelta, se acurrucntre mis brazos y, una vez más, se puso cómoda y s

    quedó grogui.A mí se me ocurrió una idea mejor que dormir.

    - Estamos en Oriente -murmuré-. Las camas solandas, el clima templado y agradable; las mujeres soinuosas, los hombres están obsesionados con la lujuria…

    - No me lo digas, Marco Didio…, quieres añadir unnueva entrada en tu lista de «Ciudades en las que he hech

    l amor», ¿no?- Siempre me lees el pensamiento, señora.- Es muy fácil -insinuó Helena con crueldad-. Nunc

    ambia.Así era la vida. Estábamos en Oriente. No teníamo

    ningún asunto que nos apremiara y el desayuno seguir

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    irviéndose durante toda la mañana.

    * * * 

    Conocía las disposiciones para el desayuno porquFulvio me lo había explicado. Como hombre con un pasaddel que nunca hablaba y que se dedicaba a negocios qu

    levaba con misterio, mi tío por parte de madre tenendencia a ser lacónico (a diferencia del resto de nuestramilia), de manera que impartía información esencial cobsoluta claridad. Las normas de su casa eran pocas ivilizadas: «Haced lo que queráis, pero no llaméis

    tención de los militares. Llegad a tiempo para la cena. Loerros no deben subirse a los divanes de lectura. Los niñomenores de siete años tienen que estar acostados antes dque empiece la cena. Toda fornicación se llevará a cabo eilencio». Pues eso sí que constituía un reto. Helena y yramos unos amantes entusiastas; me moría por ver si esra posible.

    Habíamos dejado a mi perro en Roma, pero teníamodos niñas menores de siete años: Julia, que estaba a puntde cumplir cinco, y Favonia, que tenía dos. Habrometido que serían unas huéspedes ejemplares y, com

    l llegar estaban profundamente dormidas, nadie tenía aú

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    onocimiento de lo contrario. También venía con nosotrolbia, mi hija adoptiva, quien probablemente tuvielrededor de diecisiete años y, por consiguiente, una

    veces asistía a las comidas formales como una adulta mu

    ímida y otras se iba furiosa a su habitación con cara docos amigos, llevándose con ella todos los dulces de asa. La habíamos encontrado en Britania. Algún día ser

    un encanto. O, al menos, eso nos decíamos.Albia constituía un elemento fijo y éste era el segund

    viaje importante que realizaba con nosotros. El hermano dHelena, Aulo, fue una incorporación inesperada a mi grupoPodía ser una cruz cuando quería, cosa frecuente dado qura un tipo brusco y desagradable. Aulo Camilo Eliano, e

    mayor de los dos hermanos de Helena, había trabajadomo ayudante mío en Roma antes de que le diera po

    marcharse a Atenas a estudiar derecho cuando (por cuarta quinta vez, que yo sepa) quedó deslumbrado al encontrar s«verdadera» vocación. Igual que ocurría con todos lostudiantes, en cuanto su familia creyó que por fin iba entar la cabeza en una universidad prestigiosa

    umamente cara, un pajarito le dijo al joven que nseñanza era mejor en otra. O en todo caso, que selebraban mejores fiestas y existía la posibilidad d

    mejorar la vida amorosa de uno. Cuando fuimos a hacerluna visita el mes pasado, se sumó de gorra a nuestr

    ravesía diciendo que deseaba ardientemente estudiar en

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    useion de Alejandría. Yo no dije nada. Era su padre el quagaría por ello. El senador, un hombre tolerante

    diligente, no tendría más remedio que sentirse agradecidor el hecho de que Aulo no hubiera expresado -d

    momento- el deseo de convertirse en gladiadoalsificador de arte o escritor de poesías épicas de dieollos.

    Fulvio no podía saber que llevaría conmigo al gandude mi cuñado, pero al resto sí nos esperaba. El hermano dmi madre, el más complicado de un trío de chiflados, que hace años era el tío Fulvio, se escapó de casa parunirse al culto de Cibeles en Asia Menor. Después dquello, no se le vio durante dos décadas bien buena

    durante las cuales se le conoció como «ése del que nadhabla nunca», aunque por supuesto siempre era objeto d

    ervientes discusiones en las reuniones familiares cuandya se había ingerido bastante vino y la gente empezaba nsultar a los miembros ausentes. Crecí al lado de muchaías refinadas que masticaban sin dientes los panecillos iempo que especulaban sobre si Fulvio se había castrad

    on un pedernal, como se suponía que hacían los devotos.Hace un año, en Ostia, nos encontramos de nuevo. Equella misión me acompañó también todo el cortejo, d

    modo que Fulvio ya sabía que iba con toda una tribu. Seaparición en Italia fue toda una sorpresa para todos. Po

    quel entonces, se dedicaba a actividades en el extranjer

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    que resultaban sospechosas y que, por lo visto, continuablevando ahora que vivía en Egipto. Como se trataba d

    Fulvio, no se había molestado en explicar por qué se habmudado allí. En Ostia, tanto él como su compinche Casi

    mostraron cierta inclinación por Helena; al menos habido a ella a quien la pareja brindó una invitación parlojarse en su casa de Alejandría. Sabían que ella quería veas pirámides y el Faro. Al igual que yo, Helena Justinenía listas mentales; como turista metódica que erspiraba a ver las Siete Maravillas del Mundo. Ten

    numerosos objetivos y ambiciones; para ser hija de uenador, dichas ambiciones eran extravagantementulturales, motivo por el cual -bromeaba ella- se habasado conmigo. Habíamos visitado Olimpia y Atenas en u

    viaje a Grecia el año anterior. Y, en la ruta hacia Egipto

    habíamos incluido Rodas.- ¿Y cómo estaba el querido Coloso? -preguntó Fulvi

    uando nos reunimos con él en la azotea de su casa. Allí, efecto, se estaba sirviendo el desayuno prometido y, uzgar por las migas que había en el mantel, había sido a

    durante al menos las últimas tres horas.- Se desmoronó con un terremoto, pero los pedazootos son espectaculares.

    - Es una monada…, ¿no te parece adorable un hombron unos muslos de casi diez metros?

    - Bueno, Marco ya es bastante musculoso para m

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    gusto… Muchas gracias por invitarnos, Fulvio, ¡esto edivino! -Helena sabía cómo zafarse de una charla groserde un solo puñetazo.

    Fulvio se dejó llevar. Aquella figura barrigona vestid

    on un inmaculado atuendo romano -largo hasta loobillos y todo de blanco- era uno de esos expatriadorritables que no creían en aquello de intentar integrars

    En el extranjero vestía toga incluso en ocasiones en las qun Roma ni se le habría ocurrido molestarse. El únicndicio de su lado exótico era su enorme anillo damafeo.

    Mirando hacia el mar, en dirección norte, Helenontemplaba el espectáculo que ofrecían aquella

    maravillosas vistas marinas, que bullían bajo un cálido cielzul. Mi astuto tío se las había arreglado para adquirir un

    asa en la zona del Brucheion, el que antaño fuera distrito real y que seguía siendo el lugar más espléndido olicitado para vivir. Ahora que los incestuosos y regio

    Ptolomeos habían sido relegados al olvido a patadas ponosotros, los romanos -quienes limpiamos hábilmente

    mundo de rivales-, dicho distrito era aún más deseable paras personas de buen gusto. Ya habíamos vislumbrado sutractivos atmosféricos a nuestra llegada, la noche anterioues Alejandría era el centro de una enorme industria dabricación de lámparas; aquí las calles estaba

    maravillosamente iluminadas de noche, a diferencia d

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    odas las demás ciudades en las que Helena y yo habíamovivido -Corduba, Londinium, Palmira-, e incluso de nuestquerida Roma, donde los ladrones apagaban de inmediatualquier lámpara que se colgara.

     Nuestro barco había atracado muy cerca de la casa dmi tío. Era poco probable que la suerte siguieonriéndonos. Tras más de diez años como informantnvestigador, esperaba que la Fortuna me diera patadas y naricias. No obstante, habíamos logrado encontrar un gu

    digno de confianza que aseguraba que, aunque pareciencreíble, los ciudadanos de Alejandría eran muy amableon los extranjeros; yo tenía mis dudas al respecto. Nací recí en una ciudad, la mejor del mundo, y sabía que todaas ciudades compartían la misma actitud: lo únicdmirable de los extranjeros es la inocencia con la que s

    eparan de su dinero de viaje. Fuera como fuese, con ayuddel guía habíamos encontrado la casa con tanta rapidez quo único que vimos fue que Alejandría era una ciudaxpansiva, exorbitantemente cara y griega hasta la médun su estilo.

    Helena seguía impartiendo sus pequeñas leccioneulturales. Por consiguiente, supe que Alejandro Magnhabía llegado a esta zona más o menos al término de suventuras conquistadoras; al parecer, encontró un puñad

    de chozas de pescadores que se pudrían junto a un lago d

    gua dulce y se dio cuenta del potencial que tenía el luga

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    ba a construir un poderoso puerto para dominar el extremriental del Mediterráneo, donde los ancladeros seguroran escasos y se hallaban muy distantes unos de otro

    Uno no se pasa años dando palizas a las ciudades famosa

    del mundo sin adquirir una noción de lo que impresionaráos visitantes… y de lo que perdurará. Sin embarglejandro tenía las ideas muy claras. Si vas a fundar u

    ugar nuevo y a ponerle tu propia etiqueta, lo haces bien.- Lo diseñó todo él mismo.- Bueno, no te conviertes en el general más grande d

    a historia a menos que sepas que nunca debes fiarte de tuubordinados.

    - Por lo visto -me informó Helena-, no había traídiza o, puesto que llevaba la cartera llena de mapas d

    Mesopotamia, no quedaba espacio suficiente. De modo qu

    un cortesano obsequioso le dijo que en lugar de esutilizara harina de alubias para marcar el plano de la ciudaSe tomó infinitas molestias en la alineación, pues querque los vientos refrescantes y saludables del mar llegaranoda la ciudad… Se llaman vientos etesios, por cierto…

    - Gracias, querida.- Entonces, cuando Alejandro hubo terminado, unnorme nube oscura de pájaros se alzó del lago Mareotis stos devoraron toda la harina. Los libros dicen -Helenenía el ceño fruncido- que los adivinos convencieron

    lejandro de que se trataba de un buen augurio.

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    - ¿No estás de acuerdo? -yo también estaba ocupaddevorando… el despliegue de pan, dátiles, aceitunas queso de cabra que nos había proporcionado el tío Fulvio.

    - Obviamente, Marco. Si los pájaros se habían comid

    as marcas, ¿cómo llegó a construirse la magníficuadrícula griega de calles?- ¿No aceptas el mito y la magia, Helena? -pregunt

    mi tío.- No puedo creer que Alejandro Magno se dejar

    nredar por un atajo de adivinos.- Elegiste una esposa sumamente pedante -coment

    Fulvio mirándome.- Me eligió ella a mí. En cuanto puso de manifiest

    us opiniones, su noble padre la entregó sin dilación. Estquizá tendría que haberme preocupado. De todos modos, s

    tención a los detalles resulta útil cuando trabajamos. Disfrutaba haciendo alusión a nuestro trabajo. Mantenlerta al tío Fulvio. A ese viejo farsante le gustaba dar ntender que estaba involucrado en negocios secretos parl gobierno. Yo también había aceptado tareas como agent

    mperial y, sin embargo, nunca había encontrado a ningúuncionario que supiera de la existencia de aquel tío míoEl trabajo de informante requiere escepticismo, así comunas buenas botas y un elevado presupuesto para gastono te parece, tío Fulvio? El se puso en pie de un salto.

    - ¡Marco, hijo, no puedo quedarme aquí sentad

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    harlando! Casio cuidará de ti. Anda por aquí, por algunarte; ¡a él le gusta el jaleo y le encanta la vida hogareñ

    Esta noche vamos a servir algo muy especial…, espero qus guste. La cena va a ser en vuestro honor y he invitado a

    ibliotecario.

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    III

    En cuanto Fulvio se hubo alejado con brío y ya n

    udo oírnos, Helena y yo refunfuñamos. Todavía estábamogotados tras el viaje y habíamos albergado la esperanza doder retirarnos temprano aquella noche. Lo último qu

    queríamos era que nos hicieran desfilar como trofeoomanos frente a algún dignatario de provincias indiferent

     No me entiendan mal. A mí me encantan larovincias. Nos proveen de artículos de lujo, esclavospecias, sedas, ideas curiosas y gente a la que desprecia

    Egipto envía al menos un tercio del suministro anual dgrano a Roma, además de médicos, mármol, papiro

    nimales exóticos que serán sacrificados en la arena, aomo fabulosos artículos de importación de zonas remotade África, Arabia y la India. También proporciona udestino turístico que, incluso teniendo en cuenta a Grecino tiene parangón. Ningún romano sabe lo que es buenhasta que no ha grabado su nombre indeleblemente en unterna columna faraónica, ha visitado un burdel de Canop

    y contraído una de las horribles enfermedades que halevado a Alejandría a dar unos profesionales de

    medicina de fama mundial. Algunos visitantes pagan por moción adicional de montar en camello. Nosotro

    odíamos prescindir de ello. Habíamos estado en Siria

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    Libia. Ya sabíamos que estar cerca de un camello quscupe es una experiencia repugnante y una de las causaor las que todos esos médicos seguían en el negocio.

    - Fulvio está entusiasmado de tenernos aquí. -Helen

    ra la parte buena y amable de nuestra asociación.Yo me aferré al rencor.- No. Es un esnob arribista. Algún motivo tendrá par

    ongraciarse con este escarabajo de los rollos; nos esutilizando de excusa.

    - Tal vez Fulvio y el bibliotecario son unos buenomigos que echan unas partidas a juegos de tablero todoos viernes, Marco.

    - ¿Y eso dónde deja a Casio?

    * * * 

     No tardamos en descubrir dónde estaba Casio: en unalurosa cocina del sótano, en plena organización de lo

    menús y muy nervioso. Tenía a toda una cohorte dmpleados desconcertados trabajando para él, y en algunoasos contra él. Casio tenía las ideas muy claras sobrómo dar una fiesta y sus métodos no tenían nada que veon los egipcios. Yo creía que Fulvio quizá lo hubieronocido retozando con los adoradores de Cibeles en laostas aún más salvajes de Asia Menor, por lo que m

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    orprendió la eficiencia con la que abordaba un banquete ericlinios.

    - Deberíamos contar con nueve divanes, para seeremoniosos, pero voy a conformarme con siete. Fulvio

    yo no somos partidarios de ofrecer invitaciones en lolrededores de los baños sólo para completar el número dnvitados. Atraes a pelmazos gordos sin moralidad qu

    vomitarán en tu peristilo. Huelga decir que nunca tdevuelven la invitación… Pensaba que tu padre iba a estaquí contigo, Falco.

    - ¿Escribió para deciros eso? ¡De ninguna manerCasio! Sí que propuso importunarnos con su presenciero le dejé bien claro a ese viejo zorro que tenrohibido venir por aquí.

    Casio se rió tal como se ríe la gente cuando no cree

    que hables en serio. Lo fulminé con la mirada. Mi padre yo habíamos pasado separados la mitad de mi vida y ésa era mitad que me gustaba. Trabajaba en la compraventa dntigüedades, en la especialidad en que «antiguo» signific

    «montado ayer por un bizco de Brucia». Mi padre, que ten

    mucha labia, podía hacer que lo de «procedencia dudosaareciera una virtud. Cualquier cosa que le compraras seruna falsificación, pero tan ostensiblemente cara que nuncodrías reconocer que te timó. Apuesto a que mientras tlevaras el objeto a casa se le caería un asa.

    - ¡Lo digo en serio, no va a venir! -declaré. Helen

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    oltó un resoplido. Casio se rió de nuevo.Pese a su cabello cano, aquel hombre tenía un

    omplexión robusta; iba a hacer pesas dos veces poemana. Se suponía que si alguna vez Fulvio se metía e

    roblemas, Casio lo sacaría de ellos por medio de uerza, aunque yo ya había visto a ese guardaespaldas ección y no tenía ninguna fe en él. Era un tipo apuesto, uno

    quince años más joven que mi tío, quien debía de tener dieños más que mis padres; según esto, Fulvio debía de teneos setenta bien cumplidos y Casio cerca de sesentfirmaban que llevaban un cuarto de siglo juntos. M

    madre, que siempre estaba al tanto de los asuntos privadode los demás, juraba que su hermano era un solitario qununca se había establecido. Esto no hacía otra cosa qudemostrar lo esquivo que podía ser Fulvio. Por una ve

    mamá se equivocaba. Fulvio y Casio tenían anécdotas que remontaban en el tiempo e incluían varias provincias. N

    había duda de que Casio se exaltaba por las recetas de suanapés como un hombre que se hubiera pasado añoufriendo crisis nerviosas con cada fiesta que hab

    elebrado. Su proceder era muy meticuloso, y él disfrutabon ganas.Helena se ofreció para ayudar, pero Casio nos mand

    hacer turismo.

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    * * * 

    En cuanto pusimos el pie en la calle, el habitu

    ugareño que sabe que han llegado extranjeros se levantó dun salto de la alcantarilla en la que estaba esperandacientemente. No éramos tan tontos como para contratar

    un guía para visitar los lugares de interés. Lo apartamos mpujones y nos alejamos con brío. El hombre se qued

    an sorprendido que tardó unos momentos en recuperar ompostura y maldecirnos, cosa que hizo mediante uiniestro rezongo en un idioma desconocido.

    Aquel hombre iba a estar allí cada día. Yo ya conocías reglas. Al final me ablandaría y le permitiría que nolevara a alguna parte. Haría que nos extraviáramos; yerdería los estribos; mi actitud desagradable lonvencería de que los extranjeros eran unos fanfarrone

    gritones e insensibles, y dentro de un par de siglos, el odicumulado a raíz de incidentes como aquél llevaría a unanguinaria revuelta. Yo sería parte de la causa, lo sé, per

    únicamente porque había querido pasar una o dos horaaminando sin rumbo fijo de la mano de mi esposa por un

    nueva ciudad.Al menos aquel día nos escapamos los dos solos. Aul

    debía de haberse levantado al amanecer y se había ido a p

    l Museion para intentar convencer a las autoridade

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    us propios hombres de confianza para que dirijan el lugarersonas de rango ecuestre, con frecuencia ex esclavos dalacio-, y su tarea consiste en desviar sus ricos recurso

    directamente a las arcas imperiales. Los senadores tiene

    ficialmente prohibido poner el pie en el barro del Nilo, nea que adquieran ideas impropias y empiecen a conspiraMientras tanto, el cargo de prefecto de Egipto se honvertido en un trabajo codiciado para los funcionarios dango medio, sólo por detrás de la dirección de la Guard

    Pretoriana. Estos hombres podían ser pesos pesados de olítica. Hace ocho años, fue un prefecto de Egipto, Julilejandro, el primero que aclamó a Vespasiano commperador; luego, mientras Vespasiano se las ingeniabara ganar su ascenso al trono, brindó su zona de influencn Alejandría.

    Yo estaba en contra de los emperadorequienesquiera que fueran, pero tenía que trabajar. Aunqura un informante privado, de vez en cuando desempeñab

    misiones imperiales, sobre todo cuando éstas contribuíaninanciar viajes al extranjero. Me había dirigido has

    Egipto en una «visita familiar», pero ésta encerraba portunidad de hacer un trabajo para el jefe. Helena labía, naturalmente, y también Aulo, quien me ayudaría collo. De lo que no estaba seguro era de si Vespasiano s

    había molestado en informar al actual prefecto de que s

    me había encargado una misión de carácter informal.

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    Digamos que la reunión de aquella noche con ibliotecario resultaba un tanto temprana para monveniencia. Por lo general, me gusta hacerme una idea da investigación por mí mismo antes de meterme con lo

    rotagonistas.

    * * * 

     No obstante, lo primero era el turismo: Alejandría eruna ciudad hermosa. Estaba tan magníficamente diseñadque, a su lado, Roma parecía haber sido fundada poastores… y así había sido, por cierto. La Vía Sacra, qu

    erpenteaba hacia el Foro Romano con hierba entre surregulares adoquines de piedra, era como un sendero dabras comparado con la elegante calle Canope. El resto nra mejor. Roma nunca había contado con una red forma

    de vías públicas, y no sólo por el hecho de que las SietColinas estén en medio. Los romanos no aceptan órdenen lo referente a cuestiones domésticas. Dudo que niquiera Alejandro de Macedonia pudiera decirle a uatidor de cobre del Esquilino cómo tenía que orientar saller; seria prestarse a que el heroico macedonio recibier

    un fuerte martillazo en la cabeza.

    Helena y yo deambulamos cuanto pudimos por aquel

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    noble ciudad, sobre todo teniendo en cuenta que yo monvertí en un visitante admirador malhumorado y que elstaba embarazada de cuatro o cinco meses, otra razón poa cual habíamos aceptado rápidamente la invitación de m

    ío. Vinimos en cuanto se inició la temporada dnavegación del año. Helena no tardaría en perder movilidad, nuestras madres insistirían en que se quedara easa y, si lo dejábamos para después del nacimientontonces habría -así lo esperábamos- otro bebé con el qundar a cuestas. Con dos crías ya era suficiente, y el hech

    de poder dejarlas en casa de un pariente resultaba de grayuda. Esta podría ser la última vez que fuera factible hacurismo en los próximos diez o veinte años, de modo qu

    nos lanzamos a ello.Alejandría tiene dos calles principales, ambas de uno

    esenta metros de ancho. Sí, lo habéis leído bien: eran lastante anchas como para que un gran conquistador hicier

    marchar a todo su ejército antes de que las multitudes sostaran al sol, o como para que hiciera desfilar unolumna de varios carros de guerra en fondo mientra

    harlaba con sus famosos generales, que ocupaban suropias cuadrigas. Revestida de mármol en toda songitud, la calle Canope era la más larga, con la Puerta da Luna en su extremo occidental y la Puerta del Sol al estosotros alcanzamos dicha calle más o menos en la mita

    desde donde las puertas no serían más que unos punto

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    distantes si pudiéramos ver más allá de los remolinos dgente. La calle Canope atravesaba el distrito real y sruzaba con la calle del Soma, llamada así por la tumba a

    que había sido trasladado el cuerpo embalsamado d

    lejandro Magno después de que lo mataran las heridas, ansancio y la bebida. Sus herederos lucharon por osesión de sus restos; el primero de los Ptolomeos robl cadáver y lo trajo aquí para dar renombre a Alejandría.

    Si la tumba de Alejandro nos resultaba bastantamiliar era porque Augusto la copió para su propi

    mausoleo, con los cipreses plantados en sus terrazairculares y todo. La de Alejandro era considerablement

    mayor, uno de los edificios más altos del centro de iudad.

    Como es lógico suponer, entramos y examinamos e

    amoso cuerpo cubierto de oro que yacía en un ataúraslúcido. Actualmente, la tapa del ataúd está selladunque los guardias debieron de facilitar el acceso ugusto tras la batalla de Actio porque, cuando ese réprob

    ingió presentarle sus respetos, le partió un trozo de

    nariz a Alejandro. Lo único que pudimos distinguir fue eerfil borroso del héroe. Más que de paneles de cristal, taúd parecía estar hecho de sábanas de esa cosa llamadalco. En cualquier caso, le hacía falta un buen cepillad

    Generaciones de papamoscas habían dejado las marcas d

    os dedos y había entrado polvo de arena por todas parte

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    Dado que para entonces el insigne cadáver ya tenía cauatrocientos años, no nos quejamos por no podestablecer un contacto más cercano.

    Helena y yo tuvimos una ingeniosa discusión sobr

    or qué a Octavio, sobrino nieto de Julio César, se le habntojado destruir el mejor rasgo de Alejandro, esa nariz tamaravillosamente plasmada en las elegantes estatuas de servicial escultor, Lisipo.

    Es cierto que Octavio/Augusto era un hombrngreído y detestable, pero muchos patricios romanooseen estos mismos defectos y no se dedican a atacadáveres.

    - Una payasada -explicó Helena-. Todos los generaleuntos. Uno de la pandilla. «Puede que seas Magno…, ¡pere puedo retorcer la nariz!» «Vaya, mirad; se le ha quedad

    n la mano a Octavio César…» «Deprisa, deprisa, volvedegársela y esperemos que nadie lo note.» -Sin amilanarsor las convenciones, mi amada se acercó todo lo que pudla bóveda opaca e intentó ver si los conservadores había

    vuelto a encolar la nariz.

     Nos pidieron que circuláramos.

    * * * 

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    Gran Puerto, teníamos una buena vista del Faro. El dnterior, cuando arribamos, nos habíamos aproximad

    demasiado a él, de manera que al levantar la vista resultmposible verlo como era debido. Entonces pudimo

    preciar que se alzaba en un espolón de la isla, dentro de uecinto decorativo.Su altura total era de aproximadamente unos cient

    uarenta metros. Se trataba de la estructura artificial málta del mundo, y tenía tres pisos: unos enormes cimientouadrados que sostenían un elegante octógono sobre

    que, a su vez, descansaba una redonda torre linternematada por una gran estatua de Poseidón. El faro d

    Ostia, en Italia, se había construido siguiendo el mismdiseño, pero tuve que admitir que no era más que una mamitación.

    Una parte de la isla de Faros, junto con el heptastadiormaba un gran brazo en torno al Gran Puerto. En el lad

    de la costa en el que nos encontrábamos, había variombarcaderos, algunos de los cuales circundabatracaderos seguros. A nuestra derecha, a lo lejos, cerca d

    a casa de Fulvio en la que nos alojábamos, otrromontorio llamado Lochias completaba el círculSabíamos que en esta famosa península se encontrabamuchos de los viejos palacios reales, lo que antaño fuerguarida de Ptolomeos y Cleopatras. Ellos habían tenido u

    uerto privado y una isla privada a la que llamaro

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    ntirrhodus porque sus magníficos monumentoivalizaban con los de Rodas.

    La parte principal de la isla de Faros daba la vuelta edirección contraria, formando así el dique que protegía

    Puerto del Oeste. Este era aún mayor que el Gran Puerto ra conocido como el puerto de Eunostos, con su ensenadnterior Kibotos, todo ello supuestamente obra del hombr

    Por detrás de nosotros, allí donde no nos alcanzaba la visy al otro lado de la ciudad, estaba el lago Mareotis, unxtensión de agua interior donde aún más muelles marraderos servían para la exportación de papiros y otrortículos que se producían en los alrededores del lago.

    Para los romanos, todo aquello resultabmpresionante.

    - ¡Estamos tan acostumbrados a pensar que Roma es

    entro del mundo comercial! -se maravilló Helena.- No resulta difícil darse cuenta de por qué Alejandr

    ue capaz de representar semejante amenaza. Supongamoque Cleopatra y Antonio hubieran ganado la batalla d

    ctio. Ahora, podríamos estar viviendo en una provincia d

    mperio Egipcio, donde Roma no sería más que unsignificante lugar atrasado en el que unos nativos incultotaviados con burdas prendas autóctonas se empeñarían e

    hablar latín en lugar de griego helénico -me estremecíLos turistas evitarían visitar nuestra ciudad, resueltos e

    ambio a estudiar la curiosa civilización de los antiguo

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    truscos. Lo único que tendrían que decir sobre Roma eque los campesinos son groseros, la comida asquerosa que las condiciones sanitarias apestan.

    Helena se rió tontamente.

    - Las madres advertirían a sus sugestionables hijas quos italianos quizá fueran apuestos, pero que las dejaríambarazadas y luego se negarían a abandonar sus huertas da Campania.

    - ¡Ni aunque el tío de la chica le ofreciera al tipo euestión un buen trabajo en una fábrica de papiros!

    Cuando ya regresábamos a casa, pasamos junto a umporio absolutamente enorme que hacía que el almacéentral de Roma pareciera una colección de tenderetes doles. Junto a los muelles, encontramos también

    Caesarium de Cleopatra. Dicho monumento a Julio Césa

    que entonces todavía se hallaba inacabado, se habonvertido en el refugio donde la reina levantó a un Marcntonio herido para que muriera en sus brazos, después d

    que intentara suicidarse en su propio retiro, otrmonumento impresionante junto al puerto llamad

    Timonium. Más tarde, el Caesarium sería escenario deuicidio de la propia Cleopatra, cuando ésta arrebató atisfecho Octavio la esperanza de exhibirla en eremonia de su Triunfo. Aunque sólo fuera por eso, ya maía bien esa chica. Lamentablemente, Octavio convirtió

    Caesarium en un santuario para su espantosa familia, que l

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    chó a perder. El lugar estaba custodiado por dos enormebeliscos antiguos de granito rojo que, según nos contaro

    habían traído de algún otro lugar de Egipto. Era una de laventajas de esta provincia. El lugar estaba plagado d

    xóticos ornamentos de exterior. Si aquellos obeliscos nhubieran pesado toneladas, sin duda Augusto los hubiermbarcado y llevado a Roma. Estaban suplicando s

    utilizados como elementos de paisajismo moderno.Contemplamos el Caesarium y sentimos la punzada d

    hallarnos al lado de la historia. (Creedme, se parecmuchísimo a la punzada que notas cuando te mueres poentarte un rato y beberte un vaso de agua fresca

    Encontramos una esfinge gigante, contra cuya zarpa de leópenas pudimos apoyarnos, puesto que unos guardias nocharon enseguida. Helena trató por todos los medios d

    dejar bien claro que el halo de misterio que rodeaba Cleopatra no derivaba de su belleza, sino de su ingenio, svivacidad y sus vastos conocimientos intelectuales.

    - No me decepciones. Nosotros los hombres nos maginamos rebotando sobre almohadas de saté

    erfumadas, salvajemente desinhibida.- Es que a los generales romanos les gusta pensar quhan seducido a una mujer inteligente. Luego puedengañarse diciendo que lo han hecho por su propio bien -surló Helena.

    - Cualquier cosa un poco menos frígida que la típic

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    sposa de un general les hubiera parecido algo sensacionCésar y Antonio. Una hora con Cleo lanzando su cetr

    hacia el techo y haciendo eróticas volteretas hacia atrás sduda pasaría de una manera muy agradable.

    - Y la Reina del Nilo podría estimular sus fantasías a vez que hacía alarde de haber estudiado filosofía natury de su fluidez en lenguas extranjeras.

    - La habilidad lingüística no era la clase de gusto pevertidillo a que me refería, Helena.

    - ¿No? ¿Ni siquiera para gritar «¡Más! ¡Más, Césarn siete idiomas?

     Nos fuimos a casa a descansar. Aquella noche nos ibhacer falta energía. Teníamos que soportar una cen

    ormal con un dignatario. Eso no era nada. Antes de qumpezara, según las reglas de la casa de mi tío, teníamo

    que convencer a Julia y Favonia para que se fueran a ama mucho más temprano de lo que ellas querían… y pa

    que se quedaran allí, claro.

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    IV

    Casio se había entregado en cuerpo y alma a la velad

    Casi todo salió bien. La decoración y algunos de los platoran magníficos.

    Sirvió pescado a la parrilla con salsa alejandrinunque Casio lo veía como un cumplido a Egipto, mpinión era que a cualquier invitado del lugar le parecer

    in duda que la receta no estaba a la altura de la preciadversión de su madre. Casio estaba pidiendo a gritos que lnformaran de que, actualmente, las ciruelas damascena

    deshuesadas eran un tópico, y de que toda la genmportante utilizaba pasas de Corinto en sus salsas… Po

    tro lado, Casio comentó en voz baja que no hubierodido adiestrar a los cocineros a tiempo para elaborar unuena receta romana. Tenía miedo de que el jefe repostero acuchillara si le pedía que lo intentara. Peor todavíospechaba que el hombre había intuido la posibilidad d

    que le pidieran que cambiara su repertorio, y quizá yhubiera envenenado los buñuelos de miel. Le sugerí a Casique se comiera uno para comprobarlo.

    Finalmente, el bibliotecario hizo acto de presenciunque llegaba tarde. Tuvimos que soportar el nerviosism

    de Fulvio durante una hora, pues ya estaba convencido d

    que lo habían desairado. Llegado el momento, mientras

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    hombre se quitaba los zapatos y lo ponían cómodo, Fulvinos quiso hacer creer que llegar tarde era una costumbrdel lugar, un cumplido que implicaba que el invitado sentía tan a gusto que tenía la sensación de que el tiemp

    no tenía importancia… o alguna majadería por el estilo. Vque Albia lo miraba fijamente con unos ojos como platoya se había asustado al ver el atuendo de mi tío, que llevabuna de esas prendas holgadas para las grandes cenas, dsas que llaman «síntesis», confeccionada en gasa de u

    vivo color azafrán. Al menos el bibliotecario le había traídFulvio un tarro de higos en conserva a modo de obsequi

    o cual solucionaría el problema del postre si Casio caedondo después de probar los buñuelos.

    El hombre se llamaba Teón. A primera vista parecíceptable, pero iba vestido con una ropa que debería habe

    levado a la lavandería por lo menos quince días atráunca habían sido unas prendas elegantes. El hombre luc

    una barba rala y descuidada, y su túnica de diario colgabobre su cuerpo enjuto como si nunca comiera como e

    debido. O le pagaban tan poco que no podía vivir de acuerd

    on su honorable posición, o era dejado por naturalezPuesto que yo, a mi vez, soy cínico por naturaleza, supussto último.

    En la cena, Casio nos colgó a todos unas guirnaldaspeciales y, a continuación, nos indicó dónde debíamo

    entarnos. Por su proceder, todo estaba delicadament

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    studiado. La intención era que hubiera tres platoormales, aunque el servicio tenía curiosidad y la distinció

    no quedó muy clara. Con todo, entablamos conversacióon diligencia siguiendo los turnos correctos: el aperitiv

    e dedicó al tema del viaje de mi grupo. Helena, que hacde nuestra portavoz, nos ofreció una graciosa alocucióobre el tiempo, el capitán del barco mercenario y nuestrarada en Rodas… destacando la observación de lo

    gigantescos pedazos del Coloso caído y de la estructura diedra y metal que lo hubiera sostenido eternamente en p

    de no ser por el terremoto.- ¿Aquí sufrís muchos terremotos? -preguntó Albia a

    ío Fulvio en un griego sumamente esmerado. Estabprendiendo el idioma y tenía instrucciones de practicarladie diría que en otro tiempo esta pulcra y seria jove

    había deambulado por las calles de Londinium siendo ungolfilla que podía espetar «¡Piérdete, pervertido!» en mádiomas de los que Cleopatra hablaba con elegancia. Comadres adoptivos, nos sentíamos orgullosos de ella.

    Helena había creado un manual de conversación pa

    nuestra hija adoptiva que incluía la pregunta con la qulbia se había lanzado con dulzura para romper el hielo. Ygasajé a los presentes con más ejemplos.

    - La siguiente frase continúa con el tema volcánico«Por favor, disculpa que mi esposo se haya tirado un ped

    durante la cena; tiene una dispensa del emperador Claudio

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    Una nota a pie nos recuerda que es cierto; todo romandisfruta de ese privilegio por cortesía de nuestrrecuentemente vilipendiado ex emperador. Si deificaron

    Claudio, fue por un buen motivo.

    Albia logró devolver el decoro a la conversación.- Mi frase favorita es: «Ayúdame, por favor; msclavo ha expirado de una insolación en la basílica».

    Helena sonrió.- Pues yo estaba particularmente orgullosa d

    «¿Podrías decirme dónde hay un boticario que vendallicidas baratos?», que tiene una continuación: «S

    necesito alguna otra cosa de naturaleza más delicadpuedo confiar en su discreción?».

    El tío Fulvio hizo gala de un inesperado buen humor nformó a Albia con frases pronunciadas lentamente:

    - Sí, en este país hay terremotos, aunque por fortuna mayor parte de ellos son leves.

    - ¿Causan muchos daños, si se puede saber?- Siempre cabe esa posibilidad. Sin embargo, es

    iudad lleva existiendo cuatrocientos años sin ningú

    ercance… -Albia tenía problemas con los númerogriegos, y empezó a entrarle el pánico. El bibliotecarihabía estado escuchando con expresión inescrutable.

    Cuando llegaron los primeros platos, cambiamos dema, por supuesto. Yo me concentré educadamente en la

    uestiones locales. Apenas había comentado si se esperab

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    mucho calor durante nuestra estancia, cuando Aulo mnterrumpió y se puso a explicar cómo le había ido aquel

    mañana en el Museion. Aulo podía llegar a ser mugrosero. Ahora el bibliotecario supondría que lo había

    nvitado para poder suplicarle una plaza para Aulo.Teón fulminó con la mirada al aspirante a estudiosoo debió de impresionarle lo que vio: un tip

    malhumorado y agresivo de veintiocho años, que haciempo que tendría que haberse cortado el pelo y, con taocos modales, que cualquiera podía darse cuenta de po

    qué no había seguido los pasos de su padre en el SenadSin embargo, nadie imaginaría que Aulo había pasado ueríodo rutinario como tribuno en el ejército, e incluso uño en la oficina del gobernador en la Hispania Bética. Etenas, se había dejado una barba como la de los filósofo

    griegos. A Helena le aterrorizaba que su madre se enteraringún romano honesto lleva barba. El acceso a buena

    navajas de afeitar es lo que nos distingue de los bárbaros.- Las decisiones sobre las admisiones las toma

    Museion… no está en mis manos -advirtió Teón.

    - Oh, la cosa no va por ahí, querido huésped. Utilicmi encanto -dijo Aulo con una sonrisa triunfal-. Mceptaron enseguida.

    - ¡Por el Olimpo! -se me escapó-. ¡Menuda sorpresa!Teón pareció pensar lo mismo.

    - ¿Y tú a qué te dedicas, Falco? ¿Has venido por

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    ducación o por el comercio?- Sólo es un viaje para visitar a la familia y dedicar u

    iempo moderado a visitar los lugares de interés.- Mi sobrino y su esposa son unos viajeros intrépido

    terció el tío Fulvio con una sonrisa radiante. El tampoce quedaba atrás a la hora de hacer turismo, aunque no habalido del Mediterráneo, mientras que yo había estado eonas más remotas: Britania, Hispania, Germania,

    Galia… Mi tío se estremecería con sólo pensar en todasas lúgubres provincias con su abundante presencia degionarios y ausencia de influencia griega-. Y suctividades guardan relación con asuntos imperiales, ¿e

    Marco? Y he oído que te dedicaste al Censo hace ndemasiado tiempo, ¿verdad? Falco está muy bieonsiderado, Teón. Bueno, sobrino, cuéntanos, ¿quién va

    er objeto esta vez de una penetrante auditoría?Si Casio no estuviera colocado entre nosotros en s

    diván, le hubiese dado un puntapié a Fulvio. Es típico quos parientes hablen más de la cuenta. Hasta ese punto ibliotecario nos había visto como los habituale

    xtranjeros poco leídos que querían ver las pirámides. Poupuesto, ahora su mirada se agudizó.Helena le sirvió un poco de cerdo «con dos rellenos

    y lo resolvió con eficiencia:- Mi esposo es informante, Teón. Sí que es cierto qu

    hace dos años llevó a cabo una investigación especial sobr

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    a evasión del Censo, pero su trabajo en Roma consistrincipalmente en comprobar los antecedentes de lauturas parejas para el matrimonio. La gente tiene unercepción equivocada de lo que hace Falco, aunque d

    hecho su labor es comercial y rutinaria.- Los informantes nunca suscitan simpatías -comentTeón no del todo con sorna.

    Me limpié los dedos pegajosos en la servilleta.- La fama se hereda. Habrás oído hablar de hombre

    deshonestos entre mis colegas de profesión que, en asado, informaban a Nerón sobre la fortuna de suiudadanos para que éste los llevara ajuicio cocusaciones falsas, de modo que pudiera quedarse con suosesiones. Los informantes, por supuesto, sacaban tajad

    de todo ello. Vespasiano puso fin a ese chanchullo…, y n

    s que yo haya tenido nada que ver en dicho asunto. Hoy edía todo son cuestiones de poca monta. Impugnar herenciaara viudas esperanzadas o ir a la caza de socios fugitivo

    de pequeños negocios cargados de deudas. Ayudo a loiudadanos a evitar algún mal trago que otro; sin embarg

    ara el mundo en general mi trabajo sigue teniendo misma fragancia que un sumidero obstruido.- ¿Y qué haces para el emperador? -El bibliotecario n

    ba a dejarlo correr.- La gente está en lo cierto. Desatasco obstruccione

    óxicas.

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    - ¿Eso requiere habilidad?- Sólo unos hombros fuertes y saber cuándo aguanta

    a respiración.- Marco está siendo modesto. -Helena era mi mejo

    eguidora. Le guiñé un ojo con picardía, dando a entendeque si nuestros divanes estuvieran juntos le hubiera dado upretón. Eso iba en contra de las convenciones socialeero a mí no me preocupan esas minucias. Helena vestía dojo oscuro, un color que le proporcionaba un brilleductor, y llevaba un collar de oro. Se lo había comprad

    yo después de una misión particularmente rentable-. Es unvestigador de primera con unas habilidadexcepcionales. Trabaja con rapidez, discreción nquebrantable humanidad. -«Y es un pulpo», me dijerous ojos oscuros desde el otro extremo del semicírculo d

    divanes.Mandé más mensajes oculares privados a Helen

    Teón se había dado cuenta de que pasaba algo, pero aún nhabía averiguado que se trataba de simple lascivia.

    - La noble Helena Justina no sólo es mi esposa, sin

    que además es mi contable, gerente y publicista. ¡Si Helendecide que necesitas un agente de investigación, couenas referencias y precios asequibles, te arrancará uorretaje, Teón!

    Entonces Helena nos dirigió una radiante sonrisa

    odos.

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    - ¡Este mes no, cariño! ¡Estamos de vacaciones eEgipto!

    - ¡Pero Argos, el que todo lo ve, nunca duerme! hora fue Aulo quien abrió de nuevo el pastel con air

    omposo. Estaba rodeado de idiotas. Nadie tenía la mámínima idea de lo que era la discreción… buenxceptuando a Casio, que estaba tan agotado por susfuerzos de todo el día que se había quedado dormido coa barbilla apoyada en el antebrazo. Un antebrazumamente peludo que sobresalía de unas vestiduras d

    manga ancha de diseño africano.- Una alusión a los clásicos, ¿eh? -Helena le dio uno

    golpes en broma a su hermano con el extremo de unuchara para el marisco-. Marco prometió que sería tod

    mío. Ha venido aquí a pasar unos días conmigo y con la

    equeñas.Me puse a comer de mi cuenco con cara de inocent

    esoro doméstico.Entonces, Helena dio un brusco pero hábil viraje

    mpezó una charla educada sobre la Gran Biblioteca. Teó

    arecía estar dispuesto a ignorar a Helena. Me honró couna queja profesional:- Debes de pensar que la Biblioteca es la institució

    más importante de la ciudad, Falco, pero a efectodministrativos cuenta menos que el observatorio,

    aboratorio médico… ¡e incluso que el zoo! Tendrían qu

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    gasajarme y en cambio me acosan a cada momentmientras que a otros les tratan con deferencia. Poradición, el director del Museion es un sacerdote, no urudito. No obstante, él incluye en su título «Jefe de la

    Bibliotecas Unidas de Alejandría», en tanto que yo, qustoy a cargo de la colección de conocimientos máamosa del mundo, soy simplemente su conservador engo menos importancia que él. ¿Y por qué el Faro, unimple fogata en lo alto de una torre, goza de tanta famuando la biblioteca es la verdadera almenara, una almenar

    de la civilización?- En efecto -Helena le siguió la corriente, haciendo

    u vez caso omiso de su intento de ignorar a las mujeresLa Gran Biblioteca, Megale Biblotheca, debería ser una das Maravillas del Mundo. He leído que Ptolomeo Sote

    que fue el primero que empezó a fundar un centro drudición universal en este lugar, decidió reunir no sóliteratura helénica, sino «todos los libros de los pueblo

    del mundo». No reparó en gastos ni en esfuerzos. -Establaro que la investigación de Helena no impresionó a Teón

     las mujeres no se les permitía estudiar en su biblioteca,uve la impresión de que rara vez se mezclaba con ellas. Edudoso que estuviera casado. Los intentos de adulación poarte de Helena se toparon con una expresión abatid

    malhumorada y grosera. Era un hombre difícil. Helen

    robablemente desesperada, hizo sonar un montón d

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    ulseras y planteó una pregunta obvia-. Dime, ¿cuántoollos tenéis?

    Fue como si el bibliotecario hubiera mordido ugrano de pimienta. Palideció y se atragantó. Fulvio tuvo qu

    darle unas palmadas en la espalda. El alboroto despertó Casio de su cabezada, de manera que Teón también lfreció una mirada de reproche como si la culpa fuera de omida. Casio se sumó a la conversación como si no s

    hubiera dormido y dijo entre dientes:- ¡Por lo que se oye sobre la famosa biblioteca, lo

    gorrones de los eruditos tienen una espantosa falta dmoralidad, y todo el personal está tan descorazonado quhan estado a punto de rendirse! -Era la primera vez que vel compañero de mi tío revelar su lado dispéptico. Todaas cenas son iguales.

    Entonces, en el preciso momento en que Aulbligaba al bibliotecario a beberse una taza de agua garrándolo de una forma que indicaba que de verda

    nuestro chico había estado en el ejército-, aparecieron doiguritas descalzas y patéticas en la puerta: Julia y Favon

    on los ojos desorbitados, berreando porque se habíadespertado solas en una casa extraña.El tío Fulvio gruñó. Helena y Albia se pusieron de pi

    de un salto y salieron a toda prisa de la habitación parlevarse a las niñas de vuelta a la cama. Albia tendría qu

    haberse quedado con ellas. Cuando Helena regresó

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    omedor, ya habían servido el tercer plato y los esclavos shabían retirado. Los hombres habíamos intensificado itmo de nuestra ingestión de vino, y estábamos habland

    de carreras de caballos.

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    V

    Sorprendentemente, el tema de los caballos era el qu

    mejor dominaba el bibliotecario. Aulo y yo nos lapañamos bastante bien, en tanto que Fulvio y Casi

    hablaron de competiciones legendarias en las quarticipaban bestias nobles en hipódromos internacionale

    utilizando anécdotas llenas de color y en ocasiones subida

    de tono.Helena confiscó para sí la jarra de vino para olvidaque éramos unos pelmazos del deporte. Los hombreomanos llevaban a sus esposas a las cenas co

    magnanimidad, pero ello no significaba que no

    molestáramos en hablar con ellas. Sin embargo, Helena nba a tolerar ser postergada a las dependencias de lamujeres como una buena esposa griega, dejando que shombre saliera para que una juerguista profesional lntretuviera. Antes que yo, ya había tenido un esposo quntentó ir por libre; le entregó una notificación de divorcio

     Nosotros formábamos un equipo: ella se abstuvo ddarme la lata y, al terminar la cena, la busqué, la encontrnterrada debajo de un montón de cojines y me la llevé a ama. Sé desnudar a una mujer que dice tener demasiadueño. Cualquiera puede ver dónde están los botones de la

    mangas. Helena estaba lo bastante sobria como pa

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    moverse pesadamente en las direcciones adecuadas.

    Simplemente, le gustaba la atención; para mí tambiéue muy divertido.

    Dejé su vestido rojo extendido con cuidado sobre urcón y puse encima los pendientes y demás. Luego, arroj

    mi túnica sobre un taburete, y me metí en la cama al lado dHelena, pensando en lo bueno que sería levantarse tarde día siguiente, antes de otro de los pausados desayunos dmi tío que duraban toda la mañana en su azote

    delicadamente soleada. Después, tal vez, ahora que ya lonocía, pudiera ir a molestar a Teón fisgoneando por siblioteca y pidiéndole que me enseñara el funcionamient

    del sistema de catálogo… No hubo suerte. Primero nuestras hijas descubriero

    dónde estaba nuestra habitación. Como todavía se sentíabandonadas, se aseguraron de hacérnoslo saber. No

    despertaron dos duros proyectiles de artillería humana quayeron en picado sobre nuestros cuerpos tendidos y quuego se arrebujaron entre los dos. No sé por qu

    habíamos tenido unas niñas con cabeza de hierro y unoies de conejo que propinaban unas patadas fuertes ápidas.

    - ¿Por qué no tenéis una niñera que cuide de ellas?había preguntado el tío Fulvio con genuino desconciertYo le había explicado que la última esclava que comprara dicho propósito se encontró con que Julia y Favonia

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    daban tantísimo trabajo que anunció que sólo aceptaría senuestra cocinera. Esto aumentó su incomprensión. Fulviendría que haberlo sabido todo sobre el caos familiareció en la misma familia de locos que mi madre. Por l

    visto, su cerebro había borrado el sufrimiento. Quizás mío también lo hiciera algún día.El próximo horror fue un desayuno agitado.Acabábamos de dejarnos caer bajo la pérgola, cuand

    ímos unos fuertes pasos que subían ruidosamente por lascaleras. Me di cuenta de que se avecinaban problema

    Fulvio también pareció reconocer unas botas militareDado que las normas de su casa eran firmes en cuanto a ntraer este tipo de atención, la rapidez con la que reaccionue sorprendente. Se levantó como pudo con la intenció

    de llevar a los recién llegados abajo, a algún lugar má

    rivado, pero tras su noche de jolgorio fue demasiadento. Tres hombres entraron en la azotea pisando fuerte.

    - ¡Mmm…, soldados! -murmuró Helena-. ¿En qué hastado metido, Fulvio?

    Por lo que recordaba de las comprobaciones rutinaria

    que había hecho antes de salir de Roma, en Egipto habdos legiones, aunque se suponía que ejercían el control comano blanda. El hecho de tener un prefecto en Alejandrmplicaba que hubiera tropas destinadas aquí de formermanente para demostrar que el hombre iba en seri

    ctualmente, las tropas que no estaban en el interio

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    cupaban un fuerte doble en Nicópolis, el nuevo suburbiomano que Augusto había construido en el lado est

    Desde un punto de vista geográfico, el fuerte estaba mituado, justo al norte de una provincia larga y estrech

    uando los forajidos se encontraban mucho más al suxplotando los puertos del Mar Rojo, y las incursioneronterizas desde Etiopía y Nubia ocurrían aún más lejos. o peor de todo era que, durante las crecidas del Nilicópolis sólo era accesible en batea. Aun así, eopulacho alejandrino tenía fama de pendencier

    Resultaba útil tener a las tropas cerca para que sncargaran de ello, y el prefecto podía sentirse importan

    yendo de un lado a otro con una escolta armada.Al parecer, la milicia también llevaba a cabo cierto

    ervicios para garantizar el cumplimiento de la ley que e

    Roma hubieran recaído en los vigiles. Así pues, en lugar dquivalente de mi amigo Petronio Longo, recibimos

    visita de un centurión y dos adláteres. Antes de que dijerao que querían, mi tío adoptó el aspecto de un mozo duadra travieso. Corrió para llevarse al centurión a s

    studio… aunque los soldados fingieron considerar que ermás discreto que ellos se quedaran en la azotea parvigilarnos a nosotros. Habían visto la comida, claro está.

    ¡Buena treta, nobles soldados rasos! Inmediatamentes pregunté sobre lo que les había inducido a molestar

    mi tío.

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    Tuvieron el mérito de mostrarse recatados… durantinco minutos enteros. Helena Justina no tardó eblandarlos. Rellenó unos panecillos recién hechos coodajas de salchicha para ellos, mientras Albia les pasab

    unos cuencos con aceitunas. No ha nacido soldado quueda resistirse a una chica de diecisiete años muducada, con el cabello limpio y delicados collares duentas; debió de recordarles a las hermanas pequeñas qu

    habían dejado en casa.- Y bien, ¿cuál es el gran misterio? -les pregunté co

    una amplia sonrisa.Se llamaban Mammio y Cotio, una prolongad

    ventolera con la hebilla del cinturón rota y un tarrequeño de grasa de cerdo al que le faltaba el pañuelo duello. Se movieron, incómodos, pero entre bocado

    ocado del desayuno me lo contaron, indefectiblemente.Aquella mañana habían estado en el despacho de Teón

    l bibliotecario. En su mesa de trabajo había una guirnaldde rosas, vincas y hojas verdes, la guirnalda con la quCasio nos había engalanado a todos la noche anterior en

    ena. Dicha guirnalda era un encargo especial sobre el quCasio había sido meticuloso, seleccionando personalmenl surtido de hojas y el estilo. El adorno había conducidou centurión hasta la florista que lo había confeccionado, sta acusó a Casio y les dio la dirección del lugar dond

    ntregó los adornos. Egipto era una provincia burocrátic

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    or lo que en algún registro figuraba que la casa establquilada por el tío Fulvio.

    - ¿Qué le pasaba a Teón?- Estaba muerto.

    - ¿Muerto? ¡Pero si no probó ninguno de loastelillos envenenados del repostero! -Helena se rimirando a Albia. Los soldados se pusieron nerviosos ingieron no haberla oído.

    - ¿Asesinato? -pregunté con indiferencia.- Sin comentarios -anunció Mammio con gra

    ormalidad.- ¿Eso significa que no os lo dijeron o que n

    legasteis a ver el cuerpo?- No lo vimos -juró Cotio en tono de superiorida

    moral.

    - Claro, los chicos buenos no quieren andar por ahmirando cadáveres. Podría ser que os marearais… ¿Y poqué llamaron al ejército? ¿Es lo habitual?

    Según nos informaron los muchachos (bajando la vozue porque el despacho de Teón estaba cerrado con llav

    Habían tenido que echar la puerta abajo. No había llave, nn su puerta ni en su persona, ni en ningún otro lugar de habitación. La Gran Biblioteca estaba llena de matemáticoy demás eruditos a los que el alboroto atrajo ruidosamentdichas mentes brillantes dedujeron que había sido otr

    ersona la que había encerrado dentro a Teón. Anunciaro

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    u descubrimiento a voz en grito, a la usanza del mundcadémico. Corrió el rumor de que las circunstancias eraospechosas.

    Los matemáticos habían querido resolver el enigma d

    a habitación cerrada por sí mismos, pero un estudiante dilosofía envidioso que creía en el orden cívico dio partea oficina del prefecto.

    - ¡Ese chivato debió de corretear hasta allí con toda apidez de sus piernecillas! -Como soldados que eran,

    mis informadores les fascinaba el hecho de que alguiequisiera involucrar a las autoridades de manera voluntaria.

    - Quizás el estudiante quiera trabajar en dministración cuando tenga un empleo de verdad, y cre

    que con ello mejorará su perfil -se burló Helena.- O tal vez lo único que pasa es que es un sopló

    squeroso.- ¡Ah, eso no le impide entrar en la administració

    gubernamental! -me di cuenta de que Mammio y Cotionsideraban a Helena una mujer sumamente fascinant

    Eran unos chicos perspicaces.

    La cuestión es que el soplón nos había metido en unuena. En aquel momento, el centurión le estaba ordenandFulvio que sacara el menú de la noche anterior

    onfirmara si alguno de nosotros había sufrido efectodversos. Mi tío sería interrogado sobre si Casio o

    enían alguna cuenta pendiente con Teón.

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    - Como sois visitantes en la ciudad, seguro quvosotros sois los primeros sospechosos, por supuesto dmitieron los soldados con franqueza-. Cuando se cometlgún delito, el hecho de que podamos decir que hemo

    rrestado a un grupo de extranjeros sospechosoontribuye a la confianza pública.

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    VI

    Dejé que Helena y Albia mantuvieran ocupados a lo

    oldados y bajé al estudio de mi tío. Encontré calmados Fulvio y Casio. Este último estaba un poco colorado, perólo porque se habían puesto en entredicho sus dotes dnfitrión. Fulvio estaba suave como la pasta de aj

    machacado. Interesante: ¿acaso estos viejos muchacho

    habían tenido que responder ante la burocracia en otracasiones? Actuaban conjuntamente y tenían una coleccióde trucos. Sabían el de sentarse muy separados para que enturión no pudiera mirarlos a los dos al mismo tiemp

    Dijeron cuánto lo sentían y fingieron estar ansiosos po

    yudar. Habían pedido que les subieran unos pastelillos dasas muy pegajosos, que al centurión le costaba comemientras intentaba concentrarse.

    Me hicieron señas para que me marchara, como si nhubiera ningún problema. Me quedé.

    - Soy Didio Falco. Puede que tenga un interérofesional.

    - Ah, sí -dijo el centurión, no sin esfuerzo-. Tu tío mha estado explicando quién eres.

    - ¡Vaya, bien hecho, tío Fulvio! -Me pregunté cómme habría descrito; probablemente como el apañador d

    mperador, pues dicha insinuación les proporcionar

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    nmunidad a Casio y a él. El centurión no parecmpresionado, pero dejó que me entrometiera. Era u

    hombre de unos cuarenta años, avezado a la lucha erfectamente capaz de encargarse de aquello. Se hab

    lvidado de ponerse las grebas cuando lo llamaron a todrisa, pero por lo demás era un hombre elegante, biefeitado, pulcro… y parecía observador. Ahora tenía a treomanos fingiendo que eran ciudadanos influyentes ratando de desconcertarle, pero él mantuvo la calma.

    - Dinos, ¿cómo te llamas, centurión?- Cayo Numerio Tenax.- ¿A qué unidad perteneces, Tenax?- A la Tercera Cirenaica. -Reclutada en el norte d

    frica, el territorio que se extendía a continuación de aqun el que nos encontrábamos. No se acostumbraba

    mplazar a las tropas en su provincia natal, por si acasran demasiado leales a sus primos y vecinos. De mod

    que la otra legión de Nicópolis era la Vigésimo SegundDeiotariana: gálatas a los que se les dio el nombre de uey que había sido un aliado romano. Debían de pasars

    mucho tiempo deletreándoselo a los extranjeros. Loirenaicos probablemente los miraran y se mofaran dllos.

    Hice el discursito para ganarme su amistad:- Mi hermano estuvo en la Decimoquin

    polinaris…, estuvo destinado aquí durante un brev

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    eríodo, antes de que Tito los reclutara para la campaña eudea. Festo murió en Betel. Oí decir que, despué

    volvieron a traer a la Decimoquinta, pero temporalmente.- Se superaban las necesidades -confirmó Tenax

    Siguió mostrándose cortés, pero la vieja cantinela damaradería no lo engañó-. La mandaron a Capadocia, creoSonreí abiertamente.- ¡Mi hermano pensaría que de una buena se hab

    ibrado!- ¿Acaso no lo pensaríamos todos? Tendríamos que

    tomar un trago -propuso Tenax, que hizo el esfuerzounque probablemente no lo decía en serio. Por suerte n

    me preguntó dónde había servido yo, o en qué legión; si hubiese mencionado la deshonrada Segunda Augusta y spantosa Britania, se habría quedado helado. En aqu

    momento no le presioné, pero tenía intención de aceptar smable ofrecimiento.

    Me callé y dejé que Tenax llevara la voz cantantParecía competente. Yo hubiera empezado averiguando dqué conocía Fulvio a Teón, pero, o bien ya lo había

    ontemplado, o Tenax suponía que cualquier extranjero coa posición que tenía mi tío automáticamente se movía esos círculos. Lo cual implicaba la pregunta: ¿quosición? ¿Quién creía el centurión que eran mi astuto tí

    y su musculoso compañero? Probablemente ellos dijero

    que «mercaderes». Sabía que se dedicaban a procurar art

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    de lujo a entendidos; allí en Italia mi padre tenía su manarga metida en ello. Sin embargo, Fulvio era también u

    negociador oficial de grano y otros artículos, y abastecíaa flota de Rávena. Todo el mundo sabía que los factores d

    grano también hacían de espías para el gobierno.Tenax optó por empezar preguntando a qué hora nodejó Teón anoche. Después de algunos razonamientoalculamos que no era tarde.

    - Mis jóvenes invitados todavía estaban cansados dviaje -se mofó Fulvio-. Terminamos a una hora razonablTeón habría tenido tiempo de volver a la biblioteca. Era uerrible esclavo del trabajo.

    - La responsabilidad de su posición hacía presa en élñadió Casio.

    Todos cruzamos unas miradas de lástima.

    Tenax quiso saber qué se había servido para cenaCasio le explicó y le juró que todos habíamos probado dodos los platos y bebidas. El resto estábamos vivos. Tenascuchó y tomó unas mínimas notas.

    - ¿El bibliotecario estaba borracho?

    - No, no -Casio inspiraba confianza- No habrá muertor abusar de la bebida. Ni por lo de anoche.- ¿Alguna señal de violencia? -tercié.Tenax se cerró en banda.- Lo estamos investigando, señor. -No podía quejarm

    de sus tácticas evasivas. Yo nunca daba detalle

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    nnecesarios a los testigos.- ¿Y qué es todo eso de una habitación cerrada co

    lave?Tenax frunció el ceño, irritado por el hecho de que su

    hombres hubieran hablado.- Estoy seguro de que resultará irrelevante.- Puede que la llave saltara de la cerradura cuand

    charon la puerta abajo -dije con una sonrisa-. Se habolado bajo las tablas del suelo y…

    - Podría ser, si la biblioteca no fuera un edificio tahermoso, cubierto de losas de mármol… -masculló Tenaon un mínimo dejo de sarcasmo.

    - ¿Sin rendijas?- Yo no vi ni una dichosa rendija, Falco -respondi

    on aire apesadumbrado.

    - Aparte de la puerta cerrada, que por supuesto puedener una explicación inocente, ¿hay alguna otra cosa qu

    no parezca normal en esta muerte?- No. Ese hombre pudo haber sufrido un ataque d

    poplejía o un infarto.

    - Pero, ahora que los eruditos han sacado el temtendrás que hallar una explicación? ¿O quizá lautoridades preferirían acallar el asunto discretamente?

    - Llevaré a cabo una investigación minuciosa ontestó Tenax con frialdad.

    - ¡Nadie insinúa una maniobra para encubrir el asunto

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    exclamó Fulvio. Entonces dejó claro que, a menos quhubiera un buen motivo para seguir interrogándolo, dabor terminada la entrevista-. Podéis descartarnos. Es

    hombre salió vivo de nuestra casa. Sea lo que sea lo que

    ha ocurrido a Teón, debió de suceder en la biblioteca, y no pudisteis encontrar respuestas cuando examinasteis scenario, quizás es que no haya ninguna.

    El centurión permaneció sentado mirando fijamentu tablilla de notas unos momentos, mordiendo el estil

    Me dio lástima. El panorama me era conocido. Tenax nenía nada con lo que seguir investigando, no había pista

    El prefecto nunca le ordenaría directamente qubandonara la investigación; no obstante, si lo hacía y habrotestas lo culparían a él, mientras que si seguía adelanampoco ganaría nada, pues sus superiores insinuarían qu

    staba perdiendo el tiempo, que era demasiado puntillosoque suponía una carga para el presupuesto. Con todo, hablgo que lo tenía inquieto.

    Al final se marchó y se llevó a sus soldados, perhabía cierto descontento en su manera de alejarse con pas

    argo.- No me sorprendería que dejara a alguien vigilandnuestra casa.

    - ¡No hace falta! -exclamó Fulvio-. En esta ciudaeina la desconfianza… ya somos objeto de las mirada

    ficiales.

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    - ¿Ese tipo que está sentado fuera en el bordillreparado para hostigar a la gente?

    - ¿Katutis? Oh, no, es inofensivo.- ¿Quién es? ¿Un campesino pobre que se gana la vid

    duras penas ofreciéndose como guía turístico?- Creo que viene de un templo -respondió Fulvio corusquedad.

    Bueno, ahora sabía que estaba en Egipto. Hasta que ne persiguiera un sacerdote siniestro y rezongador nodías decir que habías vivido en esta provincia.

    Aquella tarde cayó sobre mí otra maldición. Fulvidebió de haberme descrito con un curriculum muy floriddel que Tenax informó a la base. Me convocaron a l

    ficina del prefecto. Allí me recibió un emisario imperiade alto rango; un esbirro importante me examinó, m

    ransmitió un caluroso saludo de parte del prefecto (aunquste no salió para brindarme dichas efusiones en persona

    y me pidió que me hiciera cargo de las investigacioneobre la muerte de Teón. Me dijeron que involucrando a uspecialista imperial calmarían la agitación política entre

    lite del Museion, no fuera que supusieran que no sstaban tomando en serio el asunto.Lo entendí. Mi presencia resultaba útil. Con esta

    disposiciones, el prefecto y las autoridades romanas daríaa impresión de estar preocupados como correspondía. Lo

    cadémicos se sentirían halagados por mi supues

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    mportancia para Vespasiano. Si Vespasiano se enteraba dque me habían asignado el trabajo, él sí que se sentirhalagado de que su agente estuviera tan bien consideradlas autoridades se equivocaban en su opinión sobre m

    ero no los saqué de su error). Para ellos lo mejor de todra que aquello tenía todos los ingredientes de un casdifícil. Si yo metía la pata, sería un extranjero quien tendra culpa. Ellos quedarían como si hubieran hecho todo l

    que estaba en sus manos. El incompetente sería yo.Al regresar a casa, le conté lo ocurrido a Helena, qu

    me sonrió con unos ojos enormes y tiernos.- Esto encaja perfectamente con tu línea de trabaj

    habitual, ¿verdad, cariño? -Helena sabía cómo bajarme lohumos con un dejo de duda. Tomó unos sorbos de snfusión de menta con un aire demasiado pensativo. En s

    razo destelló un brazalete de plata cuyo brillo igualabaus ojos-. Un rompecabezas ridículo que no hay manelara de resolver y en el que todo el mundo se quedar

    mirando cómo fracasas, ¿no? ¿Puedo preguntarte cuánto tvan a pagar?

    - Lo que suele pagar el gobierno… lo que significque lo único que esperan es que me sienta honrado por hecho de que hayan depositado tanta confianza en mí.

    - ¿No habrá honorarios? -preguntó Helena con uuspiro.

    - No habrá honorarios -respondí suspirando también

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    El prefecto supone que ya estoy contratado para lo que seque Vespasiano me haya enviado a hacer aquí. Suncionario no me preguntó de qué se trataba, por cierto.

    Helena dejó el cuenco de la infusión.

    - Entonces, ¿les dijiste que su oferta suponía para ti unsulto?- No. Dije que suponía que me pagarían los gasto

    ara los cuales pedí un cuantioso anticipo de inmediato.Cómo de cuantioso?

    - Lo suficiente como para financiar nuestra excursiórivada a las pirámides cuando haya solucionado este caso

    - Cosa que estás seguro de conseguir, ¿verdad? -mreguntó Helena con su dulce cortesía habitual.

    Yo la besé con mi acostumbrado e irresistible aire dmbaucador.

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    VII

    Aulo no tardó en regresar del Museion, ansioso po

    ecitar la extraña suerte que había corrido nuestro invitadla cena. Le molestó que ya lo supiéramos. Se calm

    uando le dije que no se desabrochara las botas, que podvenir conmigo a inspeccionar el lugar del delito. Si es que trataba de un delito.

    * * * 

    La noche anterior Casio había tenido la cortesía deder a Teón la litera que Fulvio y él utilizaban en su

    desplazamientos para que lo llevara a casa. Casio llamntonces a los porteadores y les ordenó que noondujeran a la Biblioteca o al punto más cercano al qu

    udieran llegar siguiendo exactamente el mismo recorrido obtuvimos ninguna pista al volver sobre los pasos d

    Teón, pero nos convencimos de que aquél era el procedede un detective experto. Al menos nos sirvió parrotegernos del sol.

    El jefe de los porteadores, Psaesis, cuyo nombr

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    onaba como un escupitajo, era muy agradable para tratarsde una persona que tenía que transportar a extranjeros ricoara ganarse el pan y el ajo. Como se defendía con

    griego, antes de salir le preguntamos si anoche

    ibliotecario parecía el mismo de siempre. Psaesis dijque encontró a Teón un tanto taciturno, inmerso en sropio mundo tal vez. A Aulo le pareció una actitud normaara un bibliotecario.

    El transporte de mi tío era un recargado palanquín ddos plazas con almohadones de seda púrpura y un dosel comuchos flecos. Habría hecho que sus pasajeros se sintieraomo potentados consentidos, de no ser porque loorteadores tenían distintas estaturas, con lo cual, cuanddquirían velocidad, su inestable carga recibía fuerteacudidas. Las curvas eran traicioneras. Perdimos tre

    lmohadones, que cayeron por la borda mientras nosotronos aferrábamos donde podíamos. Aquello debía de sehabitual, porque los porteadores se detuvieron a recogerloasi antes de que nosotros gritáramos. Cuando nos dejaron nuestro desuno, sonrieron triunfalmente como

    reyeran que la cuestión era aterrorizarnos.

    * * * 

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    Aulo fue delante. Su figura fornida penetró cotrevimiento en el territorio del Museion. Llevaba pues

    una túnica blanca, un cinturón elegante y unas botas caraodo ello con la gracia de un joven que se consideraba u

    íder nato… convenciendo asía todo el mundo de que lrataran como si lo fuera. No poseía el más mínimo sentidde la orientación, pero era el único hombre que conocapaz de hacer que los barrenderos le indicaran el caminin que esos picaros lo mandaran derecho al muladar loca

    En Roma había sido un ayudante chapucero, ignorantholgazán y de habla demasiado educada, pero descubrí quuando le interesaba un caso se esforzaba y se volvesponsable.

    Aulo se aproximaba a la treintena y había dejado atráodos los momentos necesarios de bebida excesiv

    mistades poco apropiadas, mujeres de vida alegre, flirteoon la religión y dudosas ofertas políticas; sin duda estabreparado para establecerse en ese mismo estilo de vidgradable al margen de la alta sociedad que llevaba sadre, una persona sin complicaciones. Cuando se cansa

    de estudiar, Roma lo recibiría a su regreso. Tendría unouantos buenos amigos y ningún asociado cercano. Era duponer que le buscarían una esposa obediente, una chicon un pedigrí medio decente y que sólo adoptara unctitud ligeramente mordaz con Aulo. Una muchacha qu

    cumularía unas facturas en ropa más elevadas de lo qu

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    odía cubrir el patrimonio de los Camilos, aunque Aulstaba tan lleno de inventiva que de un modo u otro harrente a la situación.

    Yo no tenía ni idea de la clase de intelectual que er

    ulo. De todos modos, la decisión de estudiar había siduya, por lo que quizá se aplicara más que los jóvenes quienes mandaban a Atenas por la fuerza sólo para evitaque se metieran en líos en Roma. En Grecia había conocid

    su tutor, quien al parecer lo tenía en buena consideraciónunque Minas era un hombre de mundo… un bebedompedernido. Sería capaz de decir cualquier cosa paeguir cobrando sus honorarios. ¿Cómo había conseguidulo que lo aceptaran en el Museion? Tal vez lo lograr

    implemente echándose un farol.- Este centro -dijo Aulo menospreciando la joy

    gipcia como un verdadero Romano- fue fundado por loPtolomeos para dar realce a su dinastía. Es un enormomplejo de aprendizaje que forma parte del distrito re

    de Brucheion. -El día anterior había visto que loomplejos del palacio y el Museion ocupaban casi u

    ercio de la ciudad… y la ciudad era grande. Aulo siguihablando en tono de eficiencia-: Ptolomeo Soter lmpezó a construir hace unos trescientos cincuenta año

    El general de Alejandro, militar de carrera, tenía veleidadede historiador. De ahí su gran ambición: no sólo crear u

    Templo de las Musas para glorificar su cultura

  • 8/19/2019 Alejandria - Lindsey Davis

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    ivilización, sino además incluir en él una biblioteca quontuviera todos los libros del mundo conocido. Quería se

    más que nadie. Su intención deliberada era poder competon Atenas. Hasta el catálogo es una maravilla.

    Aulo me había conducido a través de algunos de loardines por los que Helena y yo habíamos paseado el dnterior. El no se detuvo a oler las flores. Era un muchachtlético y se movía con rapidez. Su visita guiada fuucinta:

    - Mira las agradables zonas exteriores: estanques dgua fría, topiario, columnatas. En el interior: salones dectura revestidos de mármol con podios para los oradore

    hileras de asientos, divanes elegantes. Una acústicxcelente para la música y los recitales de poesía. Uefectorio c