salvatore r a - guerras demoniac as 02 - barbacan la guarida del maligno

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LAS GUERRAS DEMONACASVOLUMEN II

BARBACAN, LA GUARIDA DEL MALIGNO

R.A. SALVATORE

T I M U N MAS

Diseo de cubierta: Vctor Viano Ilustracin de cubierta: Allan Pollock Ttulo original: The Demon Awakens Traduccin: M Jos Vzquez 1996 R. A. Salvatore This translation published by arrangement with The Ballantine Publishing Group, a Division of Random House, Inc. Grupo Editorial Ceac, S.A., 2000 Para la presente versin y edicin en lengua castellana Timun Mas es marca registrada por Grupo Editorial Ceac, S.A. ISBN: 84-480-3145-8 (Obra completa) ISBN: 84-480-3147-4 (Volumen 2) Depsito legal: B. 11.232-2000 Hurope, S.L. Impreso en Espaa - Printed in Spain Grupo Editorial Ceac, S.A. Per, 164 - 08020 Barcelona Internet: http://www.ceacedit.com

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Para Owen Lock, por haber tenido fe en m y por recordarme que yo deba tener fe en m mismo. Para Vernica Chapman, por su amplitud de miras y su agudeza. Para Kuo-yu Liang... la energa es contagiosa. Y para quien, en secreto, me encontr en un lugar y un momento oscuros y encendi una luz. Y, naturalmente, como siempre para Diana y los nios.

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Primera Parte

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El conflictoRegresaste a casa, to Mather? Cuando te marchaste de Andur'Blough Inninness, de tu hogar lfico, regresaste al lugar de tu infancia? Crea que era un sueo que me haba conducido por los Pramos hacia el norte, hasta un valle de rgidos pinos y musgo carib que llegaba hasta la rodilla. Ahora me pregunto si fue un recuerdo recobrado, un volver atrs siguiendo el mismo rumbo que los elfos haban tomado el da en que me sacaron de Dundalis. Quizs ellos haban cubierto mi memoria con un velo para que no deseara escapar de Caer'alfar y regresar a mi tierra. Quizs el ltimo Orculo de Andur'Blough Inninness no haba hecho ms que alzar ese velo. Ni siquiera me haba parado a considerar tal hiptesis hasta que mi viaje hacia el norte me condujo a estas tierras familiares. Tena miedo de haber errado el rumbo, tena miedo de haber regresado a casa por medio del recuerdo, no de un sueo. Ahora lo he entendido. Esta tierra es mi tierra, mi guarida de guardabosque. Est bajo mi proteccin, aunque la gente que la habita, orgullosa y dura, crea que no la necesitan y con seguridad la rechazaran si se la ofreciera. Hay mucha ms gente que cuando yo viva aqu. Prado de Mala Hierba sigue siendo un pueblo de ochenta vecinos los trasgos no lo atacaron despus del saqueo de Dundalis y a unos cincuenta kilmetros hacia el oeste, ms all del lmite de las Tierras Agrestes, han construido un pueblo con casi el doble de habitantes. Lo han llamado Fin del Mundo, nombre que le va que ni pintado. Y, sabes, to Mather?, han reconstruido Dundalis y han conservado el nombre. Todava no s qu siento al respecto. Es la nueva Dundalis un homenaje o una burla a la antigua ciudad? Sent dolor cuando, recorriendo el ancho camino de carros, fui a dar ante un poste de sealizacin nuevo, desde luego, pues nosotros no tuvimos jams cosa semejante que indicaba los lmites de Dundalis. Por un momento, he de admitirlo, me aferr a la absurda fantasa de que mis recuerdos de destruccin y matanza eran un error. Quiz, me atrev a pensar, los elfos me haban engaado hacindome creer que Dundalis y su gente haban muerto para impedirme huir de su custodia, o para salvaguardarme del deseo de huir. Bajo el nombre que indicaba el poste, haban escrito Dundalis dan Dundalis, y tambin McDundalis, indicando que el lugar era el hijo de Dundalis. Debera haber comprendido lo que implicaba. Con enorme prevencin recorr los ltimos kilmetros hasta el pueblo... y vi un lugar que no conoca en absoluto. Ahora hay una taberna, ms grande que la vieja casa comn y construida sobre los cimientos de mi antigua casa. Construida por extraos. Fue un momento difcil, to Mather. Me sent total y absolutamente fuera de lugar. Haba llegado a casa y, sin embargo, aqulla no era mi casa. La gente era la misma fuertes y robustos, duros como una noche de invierno y, no obstante, no eran los mismos. No eran ni Brody Amable, ni Bunker Crawyer, ni Shane McMichael, ni Thomas Ault, ni madre, ni padre, ni Pony. No era Dundalis. Rehus la invitacin del dueo de la taberna, un hombre de aspecto risueo, y sin mediar palabra supongo que haba llegado el momento en que la gente del pueblo empezaba a sospechar que era un poco raro me volv por donde haba venido. Desahogu mis frustraciones con el letrero del poste, lo admito, arrancando la tabla 5

inferior, los garabatos referidos al pueblo original. Nunca me haba sentido tan solo, ni siquiera aquella maana despus del desastre. El mundo haba continuado sin m. Entonces fui a hablar contigo, to Mather, y atraves la ciudad y sub por la pendiente del extremo norte. Hay varias cuevas pequeas en lo alto de la pendiente, dominando el valle. En una de ellas, eso crea, encontrara al Orculo. Encontrara al to Mather. Encontrara la paz. Nunca lo haba hecho en esta sierra. Es una cosa divertida, la memoria. Para los elfos, es un camino para ir hacia atrs en el tiempo, para redescubrir viejas escenas con la perspectiva de una nueva luz. As ocurri aquella maana. La vi, to Mather; vi a mi Pony, tan viva, tan maravillosa y bella como siempre. La record de forma tan vvida como si, de hecho, hubiera estado a mi lado de nuevo otra vez... durante unos pocos momentos efmeros. No tengo amigos nuevos entre los actuales habitantes de Dundalis, y en realidad no espero tener ninguno. Pero he encontrado la paz, to Mather. He vuelto a casa. Elbryan Wyndon

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1 El oso negroBaj rugiendo por esa colina deca el hombre, balanceando el brazo frenticamente en direccin a la pendiente boscosa al norte de Dundalis. Met a mi familia en la bodega del stano... Bendita la hora en que se me ocurri excavarla! El que hablaba tena ms o menos su misma edad, advirti el guardabosque mientras se acercaba al grupo de diez personas ocho hombres y dos mujeres que se haban reunido fuera de la casi destruida cabaa en las afueras de Dundalis. Maldito osazo dijo uno de los otros hombres. Tres metros y medio indic el primer hombre, la vctima del ataque, abriendo los brazos tanto como le fue posible. Pardo? pregunt Elbryan, aunque la pregunta era meramente retrica, pues un oso de tres metros y medio de alto tena que ser pardo. Los del grupo se volvieron todos a una para observar al extranjero. Haban visto a Elbryan por el pueblo en varias ocasiones durante los ltimos meses, casi siempre sentado tranquilamente en la taberna, el Aullido de Sheila, pero ninguno, salvo Belster O'Comely, el posadero, haba intercambiado una palabra con el hombre de aspecto sospechoso. La desconfianza se pintaba claramente en sus caras, mientras miraban al forastero y su rara vestimenta: la capa verde bosque y la gorra triangular. Negro corrigi la vctima en tono neutro, frunciendo el entrecejo. Elbryan asinti, aceptando que eso era ms verosmil que la primera afirmacin. A partir del color dedujo dos cosas: en primer lugar, que el hombre seguramente exageraba el tamao del oso; y, en segundo lugar, que el ataque distaba mucho de ser normal. Un oso pardo poda bajar rugiendo por la colina y abalanzarse sobre la cabaa como si se tratara de un alce; pero los osos negros eran criaturas tmidas por naturaleza y no se mostraban agresivas salvo que se encontraran acorraladas u obligadas a defender a sus cachorros. A qu te dedicas? le pregunt otro hombre en un tono que a Elbryan le hizo pensar que lo estaba acusando del ataque. El guardabosque hizo caso omiso del comentario, pas por delante del grupo y se arrodill para examinar una serie de huellas. Tal como sospechaba, el oso no era en absoluto del tamao que pretenda el excitado granjero; probablemente medira entre metro y medio y metro ochenta, y pesara de cien a ciento cuarenta kilos. Aun as, Elbryan no encontraba injustificada la excitacin del hombre. Un oso de metro ochenta puede parecer el doble de alto cuando est encolerizado. Y, adems, los destrozos en la casa eran considerables. No podemos tolerar truhanes insisti un hombre grande, Tol Yuganick. Elbryan levant la vista para mirarlo. Era fuerte, ancho de hombros, vigoroso tanto por su aspecto como por la forma de hablar. Su cara, pulcramente afeitada, casi pareca la de un nio, pero cualquiera que mirara al poderoso Tol saba que eso era una falsa apariencia. Elbryan observ que las manos del hombre pues las manos a menudo son lo ms elocuente eran speras y gruesas, con callosidades. Era un trabajador, un autntico hombre de la frontera. Formaremos un solo grupo todos juntos, saldremos y cazaremos la maldita

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bestia dijo, y escupi al suelo. A Elbryan le sorprendi que el hombretn no hubiera decidido salir l solo a cazar el oso. Qu pasa contigo? vocifer el hombre mirando al guardabosque. Te hemos preguntado a qu te dedicas, pero no hemos odo respuesta alguna todava. Tol se fue acercando al agachado guardabosque mientras hablaba. Elbryan se irgui; era tan alto como el hombre, y aunque no era tan pesado era ms musculoso. Te crees que eres de Dundalis? pregunt el hombre de modo terminante; y de nuevo las palabras sonaron como una acusacin o una amenaza. Elbryan no parpade. Arda en deseos de gritar que l perteneca a aquel lugar ms que ninguno de ellos, que haba estado all cuando los cimientos de la taberna que tanto queran eran los de su propia casa! Sin embargo, no le cost tragarse las palabras; sus aos con los elfos le haban proporcionado aquel control y aquella disciplina. Estaba all, en Dundalis, en Prado de Mala Hierba, en Fin del Mundo, para proporcionar a aquella gente una proteccin que no haban tenido nunca. Si un guardabosque adiestrado por los elfos hubiera estado all unos siete aos antes, Dundalis no habra sido saqueado, crea Elbryan; y, frente a aquella responsabilidad, la hosca actitud de aquel hombre pareca de poca importancia. El oso no volver se limit a decirles el guardabosque, y tranquilamente se alej. Oy el murmullo sordo a sus espaldas, distingui la palabra extrao varias veces, y ninguna de ellas pronunciada con afecto. Seguan planificando la salida para cazar al oso, advirti Elbryan; pero se haba propuesto adelantrseles. Un oso negro haba atacado una granja y era un hecho lo suficientemente misterioso para obligarlo a investigar. Elbryan se asombr de lo fcil que le resultaba seguir la pista del oso. La bestia se haba alejado corriendo de la granja, y haba sembrado la devastacin en su camino a travs de los arbustos; incluso haba abatido algunos rboles pequeos con una furia que el guardabosque nunca haba visto antes en ningn animal. Las huellas correspondan seguramente a un oso de tamao medio, pero a Elbryan le pareca estar siguiendo la pista de un gigante fomoriano o de alguna otra criatura maligna e inteligente, alguna criatura cuyo nico propsito fuera la destruccin. Tema que aquel oso hubiera cogido alguna enfermedad, o que estuviera herido. Cualquiera que fuera la causa, la destruccin total que el animal haba sembrado a su paso convenci al guardabosque que no podra dejar escapar a la criatura, aunque haba albergado la esperanza de ahuyentar al oso hasta los bosques ms alejados y espesos. Subi por la ladera de una empinada colina, escrutando intensamente cada sombra. Los osos no son criaturas estpidas; haban aprendido a retroceder para encontrar las huellas de los cazadores y as sorprenderlos por detrs. Elbryan se agach junto a un rbol pequeo, y puso una mano en el suelo para percibir las sutiles vibraciones de todo lo que pudiera significar un aviso. Capt un ligero movimiento de un arbusto por el rabillo del ojo. El guardabosque no se movi; se limit a girar la cabeza a fin de observar mejor la sombra. Not el viento, y advirti que soplaba desde donde l se encontraba hacia la sombra. El oso apareci y, rugiendo, se abalanz hacia l. Elbryan se dej caer sobre una rodilla, puso una pesada flecha y, con un suspiro de resignacin, la dispar. Consigui acertarle; la flecha no alcanz la cara del oso sino que le horad el pecho, pero el animal continu acercndose. El guardabosque se

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sorprendi de la gran velocidad de la bestia. Haba visto osos en Andur'Blough Inninness, incluso haba visto escapar a toda prisa a uno que Juraviel haba atacado con un par de piedras a la vez; pero la velocidad de aquella criatura era monstruosa, tan rpida como la de un caballo. Una segunda flecha sigui a la primera y penetr profundamente en el hombro del oso, que rugi de nuevo pero apenas redujo la marcha. Elbryan saba que no podra disparar por tercera vez. Si se hubiera tratado de un oso pardo habra podido subirse a un rbol, pero uno negro poda trepar a cualquier rbol ms rpidamente que l. Esper, agazapado, mientras el oso se le acercaba amenazador, y entonces, en el ltimo instante, el guardabosque se ech a rodar de lado colina abajo. El oso derrap para detenerse y se dio la vuelta para perseguirlo. Cuando Elbryan se arrodill, de cara a la colina, mirando al oso, la criatura se irgui sobre sus patas traseras, imponente y enorme. Pero dej expuestas algunas partes vitales. Elbryan tens la cuerda del arco con todas sus fuerzas; las tres plumas de Ala de Halcn se separaron al mximo. Al guardabosque le repugn su tarea cuando vio el agujero en el pecho de la bestia. Y entonces se acab; de repente la criatura rod muerta. Elbryan se dirigi hacia el cadver; tras esperar un poco para estar seguro de que no se movera, se acerc al animal y levant el labio superior del morro. Tema encontrar saliva espumosa, un sntoma de la peor enfermedad. En tal caso Elbryan tendra un trabajo inmenso, pues debera dar caza, poco menos que noche y da, a los dems animales infectados, desde mapaches y comadrejas hasta murcilagos. No haba espuma; el guardabosque suspir aliviado. Pero su sosiego dur poco, ya que Elbryan trat de imaginar por qu aquel animal normalmente dcil se haba vuelto tan agresivo. Continu examinando la boca y la cara, y observ que los ojos estaban lmpidos y no llorosos; luego inspeccion el torso del oso. Encontr la respuesta en forma de cuatro dardos armados de lengetas, clavados profundamente en la grupa del oso. Forceje hasta extraer uno no fue tarea fcil y examin la punta. Elbryan reconoci la savia negra y venenosa, una sustancia que provoca fuertes dolores y se extrae del raro abedul negro. Con un gruido el guardabosque arroj el dardo al suelo. No haba sido un accidente sino un ataque deliberado contra el oso. El pobre animal haba enloquecido de dolor, provocado por alguien; algn humano probablemente, habida cuenta del tipo de dardo. Elbryan se concentr y empez a danzar para elogiar al espritu del oso y agradecerle los dones que ofreca en forma de comida y abrigo. Luego, con habilidad, lo despellej y limpi la piel. Desperdiciar el aprovechable cuerpo de la criatura, dejarlo descomponer o incluso enterrarlo entero sera, de acuerdo con las normas de los elfos y con las de Elbryan, un insulto flagrante al oso y, por consiguiente, a la naturaleza. Termin el trabajo a ltima hora de la tarde, pero el guardabosque no descans ni tampoco volvi a Dundalis para informar a la gente del pueblo de la captura. Algo, alguien, haba ocasionado aquella tragedia. Pjaro de la Noche sali de caza otra vez. No fueron mucho ms difciles de encontrar que el oso. Su refugio, una simple choza de troncos y tablas viejas Elbryan tuvo la inequvoca impresin de que provenan en buena parte de las ruinas de Dundalis, estaba en lo alto de una colina. Haban dispuesto ramas por todas partes para camuflarlo, pero muchas estaban

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marchitas, con las hojas secas y pardas, un signo revelador. El guardabosque los oy mucho antes de verlos; rean y cantaban, desafinando terriblemente, aunque sus voces eran humanas tal como haba sospechado. Elbryan se desliz a hurtadillas colina arriba, de rbol en rbol, de sombra en sombra, aunque pensaba que desde dentro los hombres no lo oiran... aun cuando hubiera estado acompaado por un centenar de aldeanos y por una veintena de gigantes fomorianos! Vio las herramientas propias de tramperos que colgaban alrededor de la choza junto con docenas de pieles puestas a secar. Elbryan comprendi que aquellos hombres entendan de animales. En una tinaja, no lejos de la pared trasera de la choza, el guardabosque encontr una espesa mezcla de lquido negro, y enseguida supuso que se trataba del veneno irritante que haban usado con el oso. Las paredes de la choza estaban en muy mal estado, con grietas entre las tablas, de modo que Elbryan no tuvo problemas para atisbar el interior. Tres hombres yacan sobre pieles apiladas, probablemente de oso negro, y beban cerveza espumosa en viejas jarras. De vez en cuando, uno de ellos se iba hacia un lado y sumerga su jarra en un tonel, despus de haber sacado todas las moscas y abejas que haban cado en el lquido. Elbryan sacudi la cabeza con asco, pero record que deba tener cierta prudencia. Aqullos eran hombres de las Tierras Agrestes, fuertes y bien armados. Uno tena muchas dagas en una sencilla bolsa que colgaba de la bandolera que le cruzaba el pecho. Otro llevaba una pesada hacha, mientras que el ltimo dispona de una espada delgada. Desde su privilegiada posicin, el guardabosque observ tambin que una barra atrancaba la nica puerta. Se dirigi a la parte delantera de la casa y cogi la daga de su mochila. La puerta no encajaba muy bien y dejaba una grieta considerable en un lado, lo bastante ancha para meter la hoja de la daga. Con un movimiento rpido de la mueca, Elbryan destrab la barra, abri la puerta de una patada y de una zancada penetr en la choza. Los hombres se revolvieron derramando cerveza; uno grit mientras echaba mano a la espada, cuya empuadura estaba bien sujeta a su cadera. Se levantaron con bastante rapidez, mientras Elbryan permaneca impasible junto a la puerta, empuando a Ala de Halcn, que tena la punta de plumas y la cuerda quitadas, como si fuera un inofensivo bastn de paseo. Qu quieres? pregunt uno de los hombres, un bruto de pecho como un tonel y una cara con ms cicatrices que barba. A no ser por la cara de criminal y por la salvaje y descuidada barba, aquel hombre podra haber pasado por hermano de Tol Yuganick, observ Elbryan con desagrado, como si sus cuerpos hubieran sido cortados con el mismo patrn. El sujeto sostena su enorme hacha frente a l, y si Elbryan no le daba una respuesta razonable estaba claro lo que pensaba hacer con ella. El hombre de la espada, alto, enjuto y sin un pelo en parte alguna de la cabeza, estaba detrs del hombre fornido, y miraba boquiabierto a Elbryan por encima del hombro de su compaero; mientras el tercero, un flaco y nervioso infeliz, se haba retirado a la esquina ms alejada y se frotaba los dedos, que no estaban lejos de sus numerosas dagas. He venido a hablar con vosotros acerca de cierto oso dijo con frialdad Elbryan. Qu oso? pregunt el hombre fornido. Nosotros slo obtenemos pieles. El oso que volvisteis loco con vuestros dardos envenenados contest Elbryan speramente. El oso que destruy una granja en Dundalis y que estuvo a punto de matar a una familia. Contina espet el hombre.

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El mismo veneno que estis elaborando ah detrs prosigui Elbryan, una rara mezcla que pocos conocen. Eso no prueba nada replic secamente el hombre, chasqueando los dedos sucios en el aire. Sal inmediatamente de aqu, o de lo contrario no tardars en sentir el borde de mi hacha! No tengo intencin de hacerlo repuso el guardabosque. Tenemos que hablar de compensaciones, a los granjeros y a m por mis esfuerzos para cazar el oso. C... compen...? tartamude el hombre alto y calvo. Pagos dijo Elbryan. Advirti el movimiento incluso mientras hablaba: el hombre situado en la esquina agarr una daga y la lanz con pericia. Elbryan apoy la planta del pie izquierdo y gir en el sentido de las agujas del reloj; la daga vol inofensivamente y se clav profundamente en la pared. El guardabosque se prepar para lanzar un golpe horizontal, pero advirti que su movimiento era precipitado, pues el hacha del hombre fornido se haba levantado para bloquearlo. Tan pronto como empez el movimiento, Elbryan puso el pie derecho hacia afuera y gir en sentido contrario a las agujas del reloj, hurtando el cuerpo para evitar el golpe del hacha. En aquel momento, lanz su ataque: se dej caer sobre una rodilla, e impuls su palo de travs para alcanzar la parte interior de la pierna desequilibrada del hombre. Un brusco cambio de ngulo proyect el palo vertical y violentamente hacia arriba, y ste golpe al hombre en la ingle. Ms rpido que un gato, Elbryan retir el palo un palmo y medio, modific el ngulo del arma, y golpe hacia adelante tres veces en rpida sucesin, pinchando al fornido hombre en la concavidad del pecho. El hombre se desplom; Elbryan se irgui enrgicamente y, agarrando a Ala de Halcn con ambas manos, lo puso en posicin horizontal sobre su cabeza para detener el golpe cortante de arriba abajo de la espada del segundo hombre. El guardabosque le peg un rodillazo en el vientre y, cuando el sujeto empezaba a doblarse, movi el palo para apartar la espada a un lado. Entrelaz el palo en el brazo del hombre, enganchndolo por debajo del sobaco, dio un paso de lado con el pie izquierdo por detrs del costado inmovilizado del hombre, y empuj con todas sus fuerzas. El desgraciado sali lanzado por el aire y fue a caer pesadamente de espaldas. Elbryan se dio la vuelta al punto, consciente de su vulnerabilidad. Previsiblemente, otra daga estaba en camino, y el guardabosque tuvo el tiempo justo para elevar a Ala de Halcn y desviar su vuelo; afloj el agarro del palo en el momento en que choc con la daga para que sta no rebotara lejos. Por fortuna cay verticalmente, y Elbryan la atrap cogindola por la punta. En un abrir y cerrar de ojos, all estaba el guardabosque con el palo en una mano delante de l y, en la otra mano, la daga lista para ser disparada. El hombre flaco palideci al verlo y dej caer al suelo las dagas que blanda. Elbryan luch denodadamente para dominar la clera que lo impulsaba a clavar la daga en el pecho de aquel hombre sucio, una clera que no hizo sino aumentar cuando el guardabosque pens en lo que aquellos tres haban hecho al oso y en las potencialmente devastadoras consecuencias de sus insensatas acciones. Con un gruido arroj la daga, que se clav en la pared junto a la cabeza del hombre. Sin quitar la vista de Elbryan y sin dejar de gimotear, el hombre flaco se dej caer pesadamente y se qued sentado en el rincn. Elbryan mir en torno. Los otros dos se tambaleaban en pie; ninguno de los dos empuaba arma alguna. Cmo os llamis? pregunt el guardabosque. Los hombres se miraron unos a otros con curiosidad.

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Vuestros nombres! Paulson respondi el hombre fornido, Cric y Ardilla aadi, indicando en primer lugar al hombre alto y luego al lanzador de dagas. Ardilla? inquiri Elbryan. Un tipo nervioso explic Paulson. El guardabosque sacudi la cabeza. Que os quede bien claro esto, Paulson, Cric y Ardilla: comparts el bosque conmigo, y estar vigilando cada uno de vuestros movimientos. Otra tontera, otra crueldad, como la del oso os acarrear problemas mucho ms serios, os lo prometo. Y vigilar vuestras trampas. Se acabaron las de quijada... Paulson empez a quejarse, pero Elbryan le mir con tal fiereza que el hombre se encogi. ... Y cualquier otro tipo de trampa que cause dolor a vuestras presas. Tenemos que ganarnos la vida indic Ardilla con voz trmula. Hay modos mejores contest con voz neutra Elbryan. Como confo en que encontraris esos modos, no os pido monedas como compensacin... esta vez. Los mir a los ojos, uno tras otro, con fijeza, y su mirada expresaba con claridad que las amenazas iban en serio. Y t quin eres? os preguntar Paulson. Elbryan descans sobre sus talones, considerando la pregunta. Soy Pjaro de la Noche respondi. Cric ri con disimulo, pero Paulson, paralizado por aquella intensa mirada, puso una mano sobre la cara de su compaero. Un nombre que harais muy bien en recordar termin Elbryan, y se dirigi a la puerta, dando la espalda audazmente al peligroso tro. Ni por asomo se les ocurri atacarlo. El guardabosque dio la vuelta a la choza hasta la parte trasera y volc el caldero de veneno. Al irse, cogi unas pocas trampas de quijada, piezas repugnantes de hierro dentado con bisagras y una serie de pesados muelles para agarrar con fuerza las patas de cualquier animal que pillaran. Su prxima parada fue la taberna el Aullido de Sheila, en Dundalis. Una docena de hombres y mujeres estaban en la sala comn, bulliciosos hasta que entr el extranjero. Elbryan se encamin a la barra e hizo una inclinacin de cabeza a Belster O'Comely, lo ms parecido a un amigo que tena en la zona. Slo agua dijo el guardabosque; al tiempo que hablaba, Belster imit con un movimiento de labios las previsibles palabras del guardabosque, y empuj un vaso hacia l. Qu hay del oso? pregunt el risueo posadero. El oso est muerto replic severamente Elbryan, y se fue al lado ms apartado de la habitacin, se sent en una silla junto a la mesa del rincn y apoy la espalda contra la pared. Not que varios clientes desplazaban sus sillas e incluso que una mujer se giraba para darle la espalda. Elbryan baj la punta triangular de su gorra y sonri. Comprenda que se comportaran as. No se pareca mucho a aquella gente; ni tampoco a ningn otro ser humano, salvo a aquellos pocos que se haban aventurado por el valle de los elfos y haban pasado aos junto a seres como Belli'mar Juraviel y Tuntun. Elbryan echaba de menos a aquellos amigos, incluso a Tuntun. Era cierto que se haba encontrado desplazado en Caer'alfar, pero en muchos sentidos el guardabosque se senta ms desplazado all entre una gente que tena el mismo aspecto que l pero que vea el

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mundo con ojos muy diferentes. Sin embargo, a pesar de las importantes consideraciones relativas a su situacin, la sonrisa de Elbryan era genuina. Haba sido un buen da, aunque lamentaba haber tenido que matar al oso. Se consol al pensar en su deber, en su voto para que Dundalis y los dos pueblos vecinos no compartiesen el destino que haba sufrido su propio pueblo. Se qued en el Aullido de Sheila cerca de una hora, pero nadie, salvo Belster, le brind ni tan siquiera una breve mirada cuando se march.

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2 El fraile locoTinson dijo el alcaide Miklos Barmine a Jill mientras ella haca la guardia en la muralla de Pireth Tulme que bordeaba el mar. Jill mir con curiosidad al bajo y robusto sujeto. Saba que Tinson era el nombre de una pequea aldea situada tierra adentro a una veintena de kilmetros de la fortaleza. No tena ms que unas veinte casas y una taberna y era albergue de rufianes y putas al servicio de los soldados de Pireth Tulme. Al Acecho del Viajero aadi el alcaide con su laconismo habitual. Otra pelea? pregunt Jill. Y algo ms repuso el alcaide alejndose. Rene diez hombres y vete. Jill se qued mirndolo mientras se marchaba. No le gustaba Miklos Barmine. No le gustaba en absoluto. Haba reemplazado a Constantine Presso tres meses atrs, pues el antiguo alcaide haba sido enviado al norte al frente de Pireth Dancard. Al principio Jill crey que el alcaide nuevo era ms de su estilo, una persona rigurosa en lo referente a detalles y deberes. Pero result ser un sujeto lujurioso, caprichoso y codicioso, que tom como una ofensa personal que Jill rechazara sus requerimientos amorosos. Incluso sus estrictas reglas acerca del deber se relajaron en una semana y Pireth Tulme volvi a sus habituales diversiones. A Jill le sorprendi hasta qu punto echaba de menos a Constantine Presso, que era un hombre decente al menos segn los valores morales que reinaban en Pireth Tulme. La joven haba servido a las rdenes de Presso durante ms de un ao, y l siempre se haba comportado con ella como un caballero y haba respetado su decisin de no participar en los inacabables jolgorios. Ahora que se haba ido Presso y que el mando estaba en manos del incordiante Miklos Barmine, Jill tema que la presin sobre ella fuera en aumento. Apart tan funesto pensamiento y se concentr en la misin que le haban encomendado. El castigo que le infliga Barmine por su negativa a acostarse con l consista en hacerla trabajar ms. Poco se imaginaba el muy imbcil que ese castigo era ms bien una recompensa para Jill! Haba habido otra pelea la cuarta en menos de dos semanas en Al Acecho del Viajero, la taberna de Tinson de nombre aparentemente muy adecuado. Jill no tena ni idea de lo que podra ser ese algo ms que Barmine haba insinuado, aunque sospechaba que no poda tratarse de nada extraordinario. La mujer se encogi de hombros; al menos tena algo que hacer adems de recorrer las murallas. Reuni diez de los Guardianes de la Costa de Pireth Tulme, utilizando la excusa de la resaca para rechazar a los dems, y emprendi el camino a marcha rpida por el enlodado sendero. Llegaron a la mugrienta Tinson ya avanzada la tarde. La plaza del pueblo estaba vaca y en silencio. Siempre estaba en silencio, advirti Jill, quien en las tres veces que haba visitado el lugar no haba visto ni un solo nio. La mayor parte de la poblacin de Tinson dorma durante el da pues preferan la juerga de la noche. Un grito procedente de Al Acecho del Viajero llam la atencin de Jill. Debemos prepararnos deca una voz que era un tremendo bramido perceptible incluso desde aquella distancia y con una pared de por medio. Oh maldad, qu lugar tan propicio has encontrado! Qu insensatos somos que nos echamos

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a dormir cuando la oscuridad se cierne! Los soldados entraron en la taberna por la puerta principal; doblaban en nmero a los parroquianos. Lo primero que vio Jill fue un hombretn gordo y robusto subido a una mesa, que blanda una jarra vaca en actitud amenazadora para mantener a raya a los parroquianos ms cercanos, todos obviamente interesados en hacerlo caer de su improvisado plpito. Jill orden a su tropa que tomara posiciones, y se acerc a ver al hombre que serva tras el mostrador. El fraile loco le explic el tabernero. Estuvo aqu toda la noche, y hace muy poco rato que ha vuelto. No anda escaso de dinero, puedo asegurarlo. Dicen que vendi joyas a los mercaderes en la carretera, y aunque no obtuvo un precio justo, ni mucho menos, sali con el zurrn lleno de oro. Jill observ al fraile con curiosidad. Llevaba el tosco hbito de la iglesia abellicana, aunque viejo, rado y deslucido, como si el hombre hubiese pasado en los caminos mucho, muchsimo tiempo. La barba negra era espesa y poblada; era muy alto, cerca de dos metros, y deba de pesar unos ciento treinta kilos. Tena los hombros anchos, los huesos gruesos y slidos, pero Jill tuvo la sensacin de que el exceso de peso, la mayor parte del cual se concentraba en el vientre, era de reciente adquisicin. Lo que ms la impresion fue su ardor casi febril; sus ojos castaos tenan un brillo que no haba visto desde haca muchos aos. Piedad, dignidad, pobreza! gritaba y despus aada bufando burlonamente : Vaya, vaya! Jill reconoci la letana piedad, dignidad, pobreza, la misma que el abad Dobrinion Calislas haba pronunciado el infausto da de su boda. Ah! bram el gigantn Qu piedad hay en putaear? Qu dignidad existe en la temeridad? Y la pobreza? Oro y joyas... Ah, joyas! Siempre la misma cancin dijo el tabernero malhumorado. No lo vais a obligar a bajar? grit a los guardias. Jill no estaba segura de que tuvieran que ser tan expeditivos con el fraile. Era obvio que su comentario sobre el putaeo, sobre todo, haba levantado ms de una encolerizada protesta, y Jill tema que cualquier accin abierta, un asalto fsico en lugar de intentar calmar al hombre, causara una bronca general. Pero era bien poco lo que poda hacer para detener a los soldados, dada su indisciplina y el permiso del tabernero. Se dispuso a cruzar la habitacin para intentar mantener las cosas en calma, pero se detuvo al or que el tabernero aada en voz baja para que los dems no lo oyeran: Ten cuidado porque tiene algn poder mgico. Maldita sea murmur Jill, y al darse la vuelta vio que dos soldados, uno de ellos Gofflaw, se disponan a agarrar al monje. Ah, adiestrados para estar preparados! aull alegremente el hombretn y, agarrando a Gofflaw por la mueca, alz por los aires al sorprendido soldado. Antes de que el hombre pudiera reaccionar, el forzudo fraile lo levant por encima de su cabeza y, tomando impulso, lo arroj hacia el otro lado de la habitacin. Un tercer soldado desenvain la espada y la descarg en una de las patas de la mesa, con lo que el fraile se desplom sobre el pobre segundo soldado que haba intentado cogerlo. El monje dio una voltereta en el suelo, mostrando una agilidad sorprendente para su peso y tamao, y se puso en pie gritando a todo pulmn y atropellando a las dos personas que estaban ms cerca, un soldado y un habitante de la aldea. La pelea se generaliz. La fuerza bruta del fraile asombr a Jill. El hombre corra en todas las direcciones, tumbando a cuantos encontraba, sin dejar de rer enloquecidamente, incluso cuando

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alguno haca un regate y lograba encajarle un puetazo en el cuello o en la cara. Preparaos! ruga una y otra vez el fraile, y gritaba algo acerca de un dctilo y despus acerca de un demonio. Jill lo contempl unos instantes, sinceramente intrigada. Era evidente que el hombre estaba loco, o al menos lo pareca; pero, tras haber pasado un ao y medio con los Guardianes de la Costa, no le pareca tan mal clamar por el entrenamiento y la virtud. Un grupo de soldados rode al monje y uno de los hombres lo amenaz con la espada y le inst a gritos a rendirse. De pronto se vio un deslumbrante fogonazo azul, y los soldados salieron volando con los cabellos de punta. El fraile rompi a rer desaforadamente. Y volvi a la carga. Se lanz contra una aterrorizada mujer y la cogi por los hombros. No te acuestes con ellos! le rog con la mayor seriedad, y Jill tuvo la sensacin de que el hombre pona en juego algo personal al pedrselo. Te lo ruego, no lo hagas, puesto que eres parte de la invasin. Es que no te das cuenta? Eres parte de la ganancia del dctilo! Un soldado salt por detrs sobre el fraile, que se vio obligado a soltar a la mujer. Pero el monje se limit a gritar y, con un movimiento de hombros, se deshizo del asaltante y volvi a la carga. Jill le sali al paso; el fraile se dio cuenta de que era una mujer y de nuevo moder y suaviz sus maneras. Jill se tir al suelo y, pegando un barrido con las piernas, hizo caer al monje cuan largo era. Cinco hombres se le echaron al instante encima y lo sujetaron, pero de algn modo el gigantn logr ponerse otra vez en pie. Ms soldados y algunos aldeanos se precipitaron contra l y consiguieron al fin reducirlo. Lo empujaron hacia la puerta y sin miramientos lo echaron fuera. Jill vio que Gofflaw desenvainaba la espada y se dispona a seguirlo. Djalo en paz! le orden. Gofflaw le solt un gruido, pero ante la inflexible mirada de Jill envain la espada. Y, si vuelves a aparecer por aqu aull uno de los soldados, probars el mordisco de una espada. Od la voz de la verdad! grit el fraile en respuesta. Conocedme por lo que soy, y no por los insultantes nombres que me dais! Soy el perro sabueso de mal agero, el mensajero del desastre! Eres un borracho! rugi el soldado. El hombretn farfull algo ininteligible y dio media vuelta para alejarse Ya aprenderis prometi con aire inexorable. Ya aprenderis. Jill volvi junto al tabernero que se limitaba a sacudir la cabeza. Es un hombre peligroso coment el tabernero. Jill asinti, pero no estaba segura de pensar lo mismo. El hombretn loco no haba hecho amago alguno de rematar sus ataques. Haba agarrado y golpeado, haba arrojado a Gofflaw al otro lado de la habitacin, pero nadie, ni siquiera el fraile, haba resultado herido. A juicio de Jill, a Gofflaw le poda servir de escarmiento que lo arrojaran una o dos veces al otro lado de la habitacin. Se acerc a la puerta y vio al fraile alejndose por la calle fangosa, lamentando los pecados de los hombres y llamando al arrepentimiento. A unos veinte pasos de la taberna se volvi bruscamente y se entreg a una diatriba sobre los das de oscuridad que se avecinaban, sobre la incapacidad del mundo

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para hacer frente a las fuerzas del mal, sobre la oscuridad que se estaba alimentando con la podredumbre interna de la tierra. Est loco de remate comentaron los soldados. El fraile loco repuso el tabernero. Jill no estaba muy convencida de que lo estuviera. En modo alguno.

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3 El hermano JusticiaDesde un balcn apenas visible, maese Jojonah mir hacia abajo, a la gran habitacin desprovista de muebles salvo unos aparejos de entrenamiento situados en el muro ms alejado. En el centro se encontraba de pie el joven robusto, con la cara ojerosa por falta de sueo. Llevaba slo un taparrabos y tena una actitud defensiva, los hombros encorvados, los brazos cruzados para cubrir la zona lumbar y el vientre. Incluso su cabeza estaba desnuda, pues sus superiores se la haban rasurado. Salmodiaba una y otra vez, para alentar sus flaqueantes fuerzas, y De'Unnero, el nuevo maese que haba ocupado el lugar de Siherton, se paseaba majestuosamente cerca de l, y de vez en cuando lo azotaba con un ltigo de montar. Detrs de Quintall haba un inmaculado del dcimo ao. Eres dbil e intil! grit De'Unnero, azotndolo en los hombros. Y formabas parte de la conspiracin! La boca de Quintall se movi para formar la palabra no, pero no emiti sonido alguno y tan slo pudo sacudir la cabeza. Eras uno de ellos! rugi De'Unnero, y volvi a azotarlo con el ltigo. Maese Jojonah apenas poda seguir mirando. La formacin de Quintall se estaba realizando desde haca ms de un mes, desde que el padre abad Markwart haba tenido una visin de Avelyn vivo. Avelyn! Pensar en el joven hermano provocaba escalofros a lo largo de la espina dorsal de Jojonah. Avelyn haba matado a Siherton; el cuerpo, o lo que quedaba de l, no se haba encontrado hasta bien entrada la primavera, casi un ao despus de la tragedia. Y para colmo, si la visin de Markwart era cierta, Avelyn haba sobrevivido y haba huido con un valioso lote de piedras sagradas. Jojonah cerr los ojos y record las veces que Siherton le haba advertido acerca de la dedicacin casi inhumana de Avelyn. Avelyn ser un problema, haba profetizado, y sus palabras se haban confirmado. Pero por qu?, se preguntaba Jojonah. Qu es lo que haba provocado el problema, una falta de Avelyn o su carencia total de faltas en una orden cada vez ms perversa? Por supuesto, el hermano Avelyn Desbris era un problema, un espejo oscuro en el que los padres de Saint Mere Abelle no soportaban mirarse. Avelyn, cualquiera que fuese el criterio que aplicara Jojonah, era lo que se supona que tena que ser un monje, un monje genuino, pero su manera de ser no se adecuaba a la progresiva secularizacin del monasterio. Que la piedad de un joven monje llegara a ser una amenaza para la orden era algo que maese Jojonah no poda llegar a aceptar. Ms aun, el maese estaba demasiado cansado, demasiado perturbado por las prdidas de Siherton y de Avelyn l mismo tambin se senta perdido para poner paz dentro del monasterio. Markwart estaba obsesionado con ver a Avelyn y sobre todo a las piedras otra vez en el monasterio, y la palabra del padre abad era sacrosanta. El restallar del ltigo capt de nuevo la atencin de Jojonah hacia la escena inmediata. Jams haba sentido ningn afecto por el bruto de Quintall, pero aun as senta piedad por l. Lo estaban sometiendo a dursimas condiciones, desde privaciones de sueo hasta largos perodos de hambre. Desmontaran pieza a pieza la fortaleza de

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Quintall, tanto fsica como mental, y luego volveran a montarla bajo la gua y el control de los padres instructores. Reduciran al hombre a un instrumento de destruccin, la destruccin de Avelyn. Cada pensamiento de Quintall se dirigira de forma exclusiva a ese nico propsito; Avelyn Desbris se convertira en el origen de todos sus males, en la amenaza ms odiada de Saint Mere Abelle. Jojonah se estremeci y se alej, tratando de no imaginarse la escena que sobrevendra cuando al fin Quintall atrapara a Avelyn. La cueva pareca una caricatura gigantesca del saln del trono de un rey. Un enorme estrado de tres peldaos, centrado en la pared del fondo, ostentaba un trono de obsidiana tan enorme que dos hombres robustos podran sentarse en l sin tocarse en absoluto. La habitacin dispona de dos hileras gemelas de columnas macizas, cada una de ellas esculpida a semejanza de un gigante guerrero. Como el trono, tambin eran de obsidiana, de lneas elegantes pero de alguna manera discordantes que se entrecruzaban como fibras de msculos entrelazados. El suelo y las paredes eran de roca negra, sin adorno alguno, y mostraban el apagado gris habitual de la piedra de Aida; las nicas puertas que haba eran de bronce. No ardan antorchas; la luz de la habitacin provena de cada uno de los lados del estrado: un flujo continuo de lava surga de las esquinas de la pared posterior, bajaba por unos agujeros del suelo para sumergirse en los tneles de Aida, y luego se extenda por los negros brazos de la montaa, hundindose ms y ms en Barbacan. Ubba Banrock y Ulg Tik'narn, los jefes de los powris de las lejanas Julianthes, y Gothra, el rey de los trasgos, parecan aun ms pequeos en aquella enorme habitacin. Incluso Maiyer Dek, el jefe de los gigantes fomorianos, se senta pequeo e insignificante al contemplar aquellas estatuas, como si stas pudieran cobrar vida y rodearlo. Y, con sus casi cinco metros de estatura, Maiyer Dek no estaba acostumbrado a sentirse empequeecido. Sin embargo, aun cuando las veinte columnas, y una docena ms, lo hubieran cercado, no le habran resultado ms impresionantes que la criatura que se recostaba en el trono. Los cuatro huspedes del Dctilo se sentan abrumados por el imponente peso de su autoridad. Cada uno de ellos era el ms poderoso de su respectiva raza. Eran jefes de ejrcitos que se componan de centenares de miembros en el caso de los gigantes, de millares en el de los powris y de decenas de millares en el de los trasgos. Eran la oscuridad de Corona, los que sembraban la afliccin, y no obstante parecan seres miserables y humildes ante el gran Dctilo, meras sombras de aquel ser infinitamente ms tenebroso. Los trasgos y los gigantes se unan con frecuencia, pero ambas razas odiaban a los powris casi tanto como a los humanos. Excepto cuando el Dctilo estaba despierto. Excepto en los tiempos en que las fuerzas ms oscuras los aliaban con un propsito comn. No poda haber luchas por el poder entre los lderes de las distintas razas cuando el Dctilo se sentaba en su trono de obsidiana. No somos cuatro ejrcitos rugi el Dctilo de repente dirigindose a los cuatro, y Gothra estuvo a punto de caerse a causa de la severidad imponente de aquella retumbante voz. Tampoco tres, si los powris consideran sus respectivas fuerzas como aliadas. Somos un solo ejrcito, una sola fuerza, un solo propsito! De un salto, el demonio se levant del trono y les tir un pedazo de tela gris con una imagen negra del Dctilo bordada en ella. Marchaos y empezad el trabajo con esto les orden. Maiyer Dek fue el primero que examin el pedazo de tela.

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Mis guerreros no son bordadoras empez a decir el jefe de los fomorianos; pero, tan pronto como las palabras salieron de su boca, el Dctilo se plant de un salto delante del gigante, y pareci crecer. Un aullido bestial escap de los labios del demonio, mientras su mano se disparaba hacia el frente y abofeteaba a la enorme criatura con fuerza suficiente para tumbarlo en el suelo. Entonces el Dctilo empez un ataque ms insidioso, una descarga mental de imgenes de tortura y agona, y Maiyer Dek, el orgulloso y fuerte jefe, la ms poderosa de todas las criaturas mortales en toda Barbacan, gimi miserablemente y se retorci en el suelo, implorando gracia. Cada soldado de mi ejrcito debe llevar este emblema decret el Dctilo. Es mi ejrcito! Y t dijo a Maiyer, inclinndose y levantando con facilidad la mole del gigante treme veinticuatro de tus mejores guerreros para que me sirvan de guardia personal. Y as prosiguieron las reuniones a lo largo de los das. El Dctilo demonaco haba despertado haca varios aos; vigilaba, perciba cada matanza de humanos en las Tierras Agrestes, saboreaba la sangre de cada cadver en la que un powri sumerga su gorra infame, escuchaba los gritos de los marineros y de los pasajeros de los barcos fugitivos que se hundan en las marejadas del despiadado Mirinico. La oscuridad haba ido en aumento, y los humanos se debilitaban cada vez ms. La criatura vio que haba llegado el momento de organizar sus fuerzas para empezar los ataques unificados. Terranen Dinoniel era polvo en la tierra, y esta vez el Dctilo estaba dispuesto a ganar. Entreg armaduras forjadas por l en los flujos de lava gemelos del saln del trono, a los veinticuatro gigantes que le llev Maiyer Dek, e hizo protecciones todava ms sutiles para los cuatro jefes: grandes abrazaderas mgicas, tachonadas con clavos, que protegeran de los golpes de cualquier arma a quienes las llevaran. Ninguna de las tres razas perversas tena reputacin de lealtad o de honor, pero en aquel momento, gracias a las abrazaderas, el Dctilo poda confiar en que los cuatro generales elegidos sobreviviran a cualquier traicin inesperada de sus subordinados. Y stos eran realmente numerosos. Fuera de la cueva, en las laderas cubiertas de rboles de Aida, miles de trasgos, powris y gigantes se agrupaban en sus respectivos campamentos, y miraban en direccin sur hacia el agujero que sealaba la entrada principal de la guarida del demonio. Los tres campamentos estaban situados entre los ms recientes brazos de la montaa, dos vetas negras de lava enfriada, todava rojas en la embocadura ya que el magma segua fluyendo lentamente de las entraas del volcn, que salan al exterior por el sureste y por el sudoeste, como si fueran los brazos extendidos del propio demonio. No haba rastro de vegetacin; toda vida haba quedado extinguida bajo las tinieblas, quemada por los fuegos y cubierta por la lava enfriada. Incluso las criaturas que estaban situadas en la parte central del rea limitada por los dos brazos notaban el calor residual, y el aire trmulo llevaba los zumbidos del poder prometido, el hormigueo del ansia de salir y matar. Todo por el Dctilo. Cmo te llamas? Quintall. El hombre gema mientras el ltigo lo azotaba de nuevo y dejaba lneas rojas en su espalda. Tu nombre? Quintall! El ltigo restall otra vez. T no eres Quintall! le grit De'Unnero en la cara. Cmo te llamas? Quin... Ni siquiera pudo completar la palabra antes de que el ltigo,

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manejado con pericia por un inmaculado del dcimo ao, le arrancara un hondo gemido. Arriba en el balcn, fuera de la vista de la vctima y de los dos torturadores, maese Jojonah suspir y sacudi la cabeza. Aquel hombre era increblemente resistente, y Jojonah tema que muriese a causa de los golpes antes de renegar de su identidad. No temas dijo detrs de l la voz del padre abad Markwart, los tratados no mienten; es una tcnica probada. Jojonah realmente no lo dudaba; slo se preguntaba por qu en nombre de Dios se haba desarrollado una tcnica semejante! La desesperacin engendra trabajos tenebrosos observ el padre abad, acercndose a Jojonah precisamente cuando el ltigo volva a restallar. Para m esto es tan desagradable como para ti, pero qu otra cosa podemos hacer? El cuerpo de maese Siherton confirma nuestros temores. Sabemos los trucos que Avelyn utiliz para escapar, y que el alijo de piedras mgicas que se llev es considerable. Vamos a dejarlo en libertad para que pueda provocar la decadencia, o quizs el hundimiento de nuestra orden? Por supuesto que no, padre abad replic maese Jojonah. Ninguno de los monjes que vive en Saint Mere Abelle conoce mejor a Avelyn Desbris que Quintall prosigui el padre abad. Es la persona idnea. Para ejecutarlo, pens Jojonah. Para recuperar lo que en buena ley nos corresponde dijo el padre abad, leyendo los pensamientos de Jojonah con tanta claridad que ste se gir para mirarlo de cerca; el monje se pregunt si Markwart no estara utilizando alguna magia para leerle la mente. Quintall nos servir como una extensin de la iglesia, como un instrumento de nuestra justicia prosigui con severidad el anciano padre abad, con una determinacin en su voz, normalmente temblorosa, que Jojonah nunca haba odo antes. El maese comprendi la desesperacin del hombre, a pesar de que lo ocurrido los crmenes de Avelyn y su desercin no dejaba de tener precedentes. Tampoco las piedras robadas representaban ningn peligro real para la Orden Abellicana; Jojonah saba que en las subastas que se celebraban con regularidad se venda en promedio el doble de piedras de las que se haba llevado Avelyn, y que los poderes de las piedras que posean los mercaderes y nobles superaban a los del alijo de Avelyn. Para los responsables de Saint Mere Abelle, lo nico verdaderamente importante con respecto a las piedras robadas era el cristal gigante de amatista, por el solo hecho de ser una piedra cuya magia ellos todava no haban sabido descifrar. As que el tonto de Avelyn no representaba realmente ningn peligro serio para la abada o para la orden. Pero no era sa la cuestin, no era la causa de la desesperacin del padre abad. Markwart morira pronto en manos de su peor enemigo, el tiempo, y no deseaba dejar detrs ningn cabo suelto, lo cual inclua la existencia del renegado Avelyn. Muy pronto estaremos sobre la pista de Avelyn indic el padre abad. A menos que Quintall contine resistiendo os decir maese Jojonah. Markwart lanz una risita entrecortada. Son tcnicas que no fallan: la falta de sueo y de comida, las recompensas y castigos llevados a cabo por nuestros jvenes e impacientes padres. Las ideas de Quintall del bien y del mal, del deber y del castigo, estn siendo sistemticamente reemplazadas por los principios que se le inculcan cuando se le dan las recompensas. Es una criatura con un solo objetivo. Compadcelo, pero compadece aun ms a Avelyn Desbris. Dicho esto, Markwart se fue. Jojonah lo mir mientras se alejaba, y se estremeci al ver la absoluta frialdad del

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aura de aquel hombre. Otro restallido del ltigo capt entonces su atencin. Cmo te llamas? pregunt De'Unnero. Quin... El hombre dudaba; incluso desde el balcn, maese Jojonah percibi que estaban a punto de ganar una batalla. De'Unnero empez de nuevo a apremiar al hombre torturado, pero se detuvo, y Jojonah advirti que el joven monje haba visto un cambio en la actitud de Quintall, tal vez una extraa luz en sus ojos. Jojonah se apoy en la baranda y escuch con atencin cada inflexin, cada susurro. Hermano Justicia replic el magullado hombre. Maese Jojonah se ech hacia atrs. No estaba an convencido del todo de aceptar la tcnica usada para programar a Quintall, o su objetivo; pero tena que reconocer que pareca efectiva.

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4 BradwardenEs miedo lo que los inspira? Son celos? O es algo ms sutil, una voz interior que les dice que ellos y yo no somos de la misma especie? Naturalmente, no saben que he estado con los Touel'alfar, pero est muy claro, tanto para ellos como para m, que no compartimos el mismo punto de vista. Elbryan se dej caer en la silla, y reflexion sobre sus propias palabras. Cruz las manos frente al rostro y desvi la mirada del espejo. Cuando volvi a mirar, el espectro de su to Mather aguardaba pacientemente en las profundidades del espejo. Belli'mar Juraviel me advirti que sera as prosigui Elbryan. Y, de hecho, parece perfectamente lgico. La gente de la frontera de las Tierras Agrestes necesariamente tiende a formar un grupo cerrado. Su miedo los asla, y a menudo no pueden distinguir un amigo de un enemigo. Esto es lo que me ocurre cuando acudo al Aullido de Sheila. No me comprenden; no comprenden mi actitud ni mis conocimientos, y menos aun mis deberes; y por esta razn me temen. S, to Mather, debe de ser temor, pues qu tengo yo que pudiera envidiar la gente de Dundalis? Segn sus criterios soy mucho ms pobre. El joven solt una risita y se pas una mano por el pelo castao claro. Sus criterios murmur de nuevo, y no pudo menos que sentir pena por las gentes de Dundalis, de Prado de Mala Hierba y de Fin del Mundo, amontonadas en sus cabaas. Era cierto que disfrutaban de algunas cosas agradables de las que Elbryan careca: lechos suaves, slidas jofainas para agua, comida almacenada. Pero el guardabosque tena dos cosas mucho ms valiosas, desde su punto de vista, dos cosas que no cambiara por todos los tesoros de todos los reinos de Corona. Libertad y deber, to Mather dijo con la mayor firmeza. No trazo lnea alguna de propiedad, porque esas lneas son a la vez barreras. Y, al final, es la sensacin de realizacin, de tener un objetivo, y no la riqueza obtenida mediante tal realizacin, lo que proporciona satisfaccin y felicidad. Por eso camino vigilante. Por eso soporto comentarios hirientes y reprimendas. Tengo fe en lo que hago, en mi objetivo, porque yo, por encima de los dems, comprendo las consecuencias que se derivaran de un fracaso. Pero estoy solo, pensaba para s el joven, que no estaba preparado todava para decir la verdad en voz alta. Permaneci sentado un buen rato y luego apoy las manos en los brazos de la silla para levantarse. En aquel instante not una vibracin suave y sutil. Era msica? Saba que era msica aunque pareca en extremo suave, demasiado lejana para poder orla. Ms bien tena el presentimiento de un sonido suave y delicado, dulce como una arpa lfica, melodioso como la voz de la seora Dasslerond. Mir al espejo, a la imagen distante, y sinti su calma. Elbryan sali de la cueva inmediatamente para or mejor la msica. No fue as; en cualquier direccin que se volviese, la meloda flotaba en el lmite mismo de su percepcin. Pero estaba all. Algo estaba all. Y el to Mather quera que lo encontrara.

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Aquel da haba planeado ir a Prado de Mala Hierba y luego dirigirse hacia el oeste siguiendo la trayectoria del sol para acercarse a Fin del Mundo. Pero ya no poda ir pues aquella msica sutil lo intrigaba, aunque saba a buen seguro que no supona amenaza alguna. Haban acudido los elfos a visitarlo? Despus lo inquiet otro pensamiento, la idea de que haba odo antes aquella cancin, pero no poda precisar dnde. EL guardabosque emple la mayor parte de la maana buscando la direccin de la que provenan las serenas notas. Utiliz todo lo que haba aprendido, todos los medios a su alcance; concentr todos sus sentidos, uno tras otro, en cada direccin, planta o animal, buscando algn indicio de su origen. Por fin descubri una serie de huellas. Un solo caballo y grande, dedujo, sin herraduras y al paso. En aquel territorio haba caballos salvajes; unos quizs haban huido de la tragedia de Dundalis, otros se haban escapado de caravanas y adems haba otros cuyas races en aquella tierra eran ms antiguas que las de los hombres. No eran numerosos y a buen seguro eran asustadizos, aunque Elbryan haba acariciado la idea de domar uno de ellos. Sin embargo, no tard en convencerse de que no podra hacerlo en aquella ocasin, pues mientras segua el rastro advirti que tambin estaba siguiendo la fuente de la msica. As pues, dedujo Elbryan, el caballo iba montado. Tal pensamiento no lo desanim, sino que lo intrig aun ms. Alguien se haba internado en sus dominios, alguien que no viva en los pueblos, pues si as fuese el caballo habra llevado herraduras. Elbryan baj por una ladera cubierta de rboles, y fue a parar a un valle estrecho y a la orilla de un impetuoso ro. Lo vade con ciertas dificultades, pero no tuvo problemas para encontrar el sendero al otro lado, pues el jinete no haba hecho esfuerzo alguno por ocultar las huellas. Elbryan acortaba la distancia de modo uniforme. No tard en percibir las autnticas notas... de un instrumento de viento; rebusc en su memoria pues estaba seguro de que haba odo antes aquel peculiar y obsesionante sonido. Entonces record el instrumento, soplado por un comerciante en ocasin del dcimo aniversario de Elbryan. Era un instrumento curioso, una bolsa de piel y una serie de tubos: una gaita. El guardabosque lo sigui con rapidez y sigilo a travs de una serie de onduladas colinas. Luego, de pronto, se detuvo, pues la msica haba cesado. Elbryan atisb desde detrs de un rbol. En lo alto de la colina, en medio de un bosquecillo enmaraado de abedules y maleza, haba un hombre alto, ms alto que l aun teniendo en cuenta la perspectiva desfavorable del guardabosque. Tena el cabello negro y espeso y la barba poblada. Estaba desnudo al menos del vientre para arriba; su torso era robusto, de msculos bien definidos y espalda arqueada. Sostena los tubos debajo del brazo y hacia abajo; haba dejado de tocar. Bueno, guardabosque, te gusta cmo soplo los tubos y obtengo los tonos? pregunt con una ancha y luminosa sonrisa. Elbryan se agach, aunque era evidente que el hombre lo haba visto. No poda creer que hubiera advertido su presencia y supiera quin era! Te ha llevado un buen rato encontrarme vocifer el hombre. No lo habras conseguido si yo no hubiera tocado la gaita para que me siguieras la pista! Y tu quin eres? pregunt el guardabosque. Bradwarden el Gaitero respondi con orgullo el hombre. Bradwarden el Hombre del Bosque. Bradwarden el Padre Pino, Bradwarden el Tierno Caballo, Bradwarden el... Se interrumpi cuando Elbryan, intuyendo con razn que aquella retahla poda prolongarse bastante, sali de detrs de un rbol.

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Yo me llamo Pjaro de la Noche dijo, aunque imaginaba que de algn modo aquel hombre ya lo saba. El hombre asinti sin dejar de sonrer. Elbryan Wyndon aadi, y Elbryan asinti mirndolo asombrado al considerar las implicaciones de aquel nombre perdido desde haca mucho tiempo. Todos en Dundalis, a excepcin de Belster O'Comely, conocan a Elbryan con el nombre que le haban dado los elfos. Quiz me lo hayan dicho los animales coment Bradwarden. Soy ms listo de lo que parezco, sin duda, y ms viejo de lo que puedas suponer. Quiz los animales, quiz las plantas. Bradwarden se interrumpi y le hizo un guio tan exagerado que Elbryan lo vio pese a la distancia que los separaba. Quiz tu to. El guardabosque se qued de piedra, incapaz de encontrar siquiera las palabras adecuadas para formular las preguntas obvias. Senta desconfianza pero no temor, as que continu colina arriba, tanteando cada paso antes de apoyar el peso del cuerpo, como si recelase que el lugar estuviera sembrado de trampas. Deberas haberlos matado a los tres sigui diciendo el gaitero. Elbryan se encogi de hombros sin entender lo que Bradwarden le quera decir. Paulson y sus compinches sigui el hombre alto. No causan ms que problemas. Debera habrseme ocurrido matarlos yo mismo, cuando vi un animal tratando de escapar de una de sus perversas trampas con una pata apresada en ella. Elbryan iba a responder que haba destruido las crueles trampas pero las palabras se le atascaron en la garganta cuando, al acercarse a travs de la maleza, vio los cuartos traseros de un caballo, vio que el hombre estaba montado. Pero al acercarse ms vio que haba sido el hombre, y no el animal, quien haba dejado las huellas. Para Elbryan, el Pjaro de la Noche, que haba peleado con gigantes fomorianos y con trasgos, que haba vivido con los elfos, un centauro no era inquietante en absoluto. Aun as lo asaltaron muchas preguntas, demasiadas para poder ordenarlas. Y tambin lo asalt el recuerdo de un sonido de gaitas que haba odo en una ocasin en que l y Pony haban estado en silencio en la ladera que se cerna sobre Dundalis; rememor, tambin, las leyendas del fantasma del bosque, medio hombre y medio caballo, que tanto lo haban fascinado de pequeo. No causan ms que problemas coment Bradwarden despectivamente. Y los matar si vuelvo a or otra vez un grito de mis amigos animales! Elbryan no puso en duda que lo hara. Haba en el tono del centauro una nota demasiado desapasionada, demasiado inhumana. Un estremecimiento le recorri la espina dorsal al imaginar lo que poda hacerles a Paulson, Cric y Chipmunk aquella poderosa fiera, que deba de pesar ms de trescientos cincuenta kilos y era tan astuta como para haber evitado al guardabosque durante todas aquellas semanas. Bueno, Elbryan Pjaro de la Noche, tienes algn instrumento para acompaar mi gaita? Cmo sabes quin soy? le pregunt el guardabosque. Si los dos nos ponemos a preguntar, no habr nadie para responder lo rega Bradwarden. Entonces, contesta a mi pregunta repuso el joven. Ya lo hice replic Bradwarden. Quizs... Quizs lo que haces es eludir una respuesta lo interrumpi Elbryan. Ah, mi querido mozuelo humano dijo Bradwarden con su encantadora sonrisa, aunque pareca tener un aire de superioridad por venir de tan arriba, no querrs que te cuente mis secretos, verdad? Cmo te divertiras si lo hiciera? Elbryan se tranquiliz y baj la guardia. Supuso que uno de sus amigos le haba

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hablado de l a Bradwarden; uno de los elfos, seguramente Juraviel. O bien haba sucedido as, decidi Elbryan, o el centauro haba escuchado a escondidas cuando l haba acudido al Orculo, pues Bradwarden tena noticias del to Mather y de la pequea cueva. En cualquier caso, Elbryan sinti en lo ms profundo de su corazn que quien tena ante l no era un enemigo, y pens que era ms que una simple coincidencia que aquel mismo da, por primera vez desde que haba llegado a aquel territorio, l hubiera lamentado abiertamente su soledad. Mat un ciervo esta maana dijo de pronto el centauro. Te invito a comer; incluso te dejar asar tu parte. Sin ms, el centauro infl la gaita y comenz a tocar una animada marcha militar al tiempo que emprenda el trote con sus robustas patas. Elbryan ech a correr detrs buscando continuamente atajos entre la maleza para no quedarse rezagado. En algunos aspectos eran muy diferentes. Fiel a su palabra, Bradwarden permiti a Elbryan encender un fuego y asarse su venado, en tanto que l se comi su porcin cruda, casi un cuarto del ciervo. Odio matar estas pobres criaturas dijo el centauro y remat la frase con un atronador eructo. Son muy lindas y atractivas para alguien con un cuerpo como el mo, en ms aspectos de lo que te imaginas. Pero con los frutos y las bayas no tengo ni para hincar un diente. Necesito comer carne para llenarme la barriga. Y tengo una considerable barriga! aadi acaricindose el estmago en el punto en que el torso humano se una con la mitad inferior de caballo. Elbryan sacudi la cabeza y sonri aun ms cuando Bradwarden solt otro tremendo y atronador eructo. Llevas mucho tiempo en esta regin? pregunt el guardabosque. No te he visto nunca, ni tampoco he topado con tus huellas. No seas tan duro contigo mismo repuso el centauro. Vivo en esta regin desde antes de que viviera el padre de tu padre. Y qu se supone que tendras que haber visto? Una huella de caballo o mis excrementos? Habras credo que eran de un vulgar caballo, aunque, si hubieras examinado los excrementos, habras comprobado que mi dieta no es la misma que la de mis amigos los caballos. Y por qu tendra que mirarlas ms de cerca? pregunt Elbryan con expresin desabrida. Sucio asunto se replic Bradwarden. El guardabosque asinti, perdonndose a s mismo por haber pasado por alto las seales. Adems continu Bradwarden, yo saba que habas venido, mientras que t no sabas que yo viva aqu. As pues yo dira que jugaba con ventaja, de modo que no debes castigarte a ti mismo. Cmo... lo sabas? Me lo dijo un pajarito contest el centauro. Una deliciosa criatura que dice su nombre dos veces seguidas. Elbryan frunci el entrecejo ante tan crptica declaracin, pero se limit a sacudir la cabeza pensando que no era importante. Cuando estaba a punto de plantear otra pregunta en una direccin completamente distinta, se acord de una amiga que encajaba a las mil maravillas con la descripcin que le haba hecho el centauro. Tuntun afirm ms que pregunt. Claro, ella ri Bradwarden. Me previno que no esperara gran cosa de ti. No me extraa dijo secamente el guardabosque. As que le dije que te estara vigilando continu el centauro. Aunque he

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descubierto que no necesitas mucha vigilancia. Entonces, t eres amigo de los elfos dijo Elbryan esperando encontrar algn punto en comn. Conocido de los elfos, dira yo repuso el centauro. Son buenos para el vino, y respetan los animales y los rboles, pero son demasiado burlones y refinados! Para acentuar este punto solt el eructo ms sonoro que Elbryan haba odo jams. Nunca oirs un trueno salir de la barriga de un elfo! Bradwarden solt una ruidosa carcajada, alz un enorme pellejo y bebi un lquido de color mbar; Elbryan reconoci que era pasmo lo que le caa en la boca y le resbalaba por la barbuda cara. Tendras que haberlos matado dijo el centauro de repente, emitiendo cada palabra con abundantes salpicaduras de vino. Elbryan pens que Bradwarden se refera a los elfos y frunci el ceo de incredulidad. Me refiero a los tres hombres aclar el centauro. Paulson, Cric y... quin era el tercero? Ardilla. El centauro solt un bufido. Idiota refunfu. Tendras que haberlos matado a los tres. No tienen ninguna consideracin, te lo digo yo, y no causan ms que problemas. Entonces por qu Bradwarden los ha tolerado? pregunt Elbryan. Supongo que llevan en esta regin bastante tiempo, a juzgar por su campamento; y obviamente los conocas. El centauro asinti a tan lgico razonamiento. Lo he pensado admiti. Pero no me dieron ningn pretexto. Y hizo una pausa y gui el ojo maliciosamente no temas, pues la carne humana no me gusta especialmente. Entonces la has probado? razon Elbryan, sin morder el anzuelo. Bradwarden eruct de nuevo y empez un largo discurso sobre las enfermedades de los humanos. Elbryan se limit a sonrer y dej que el centauro divagara ms y ms; sopesaba las palabras de la criatura con suma atencin para poder descubrir los distintos aspectos de su personalidad. Elbryan sospechaba, y pudo confirmarlo a lo largo de las semanas siguientes, que l y el centauro no tenan objetivos tan distintos. l era guardabosque, un guardin de los humanos de la frontera y tambin de los bosques y sus criaturas. La misin de Bradwarden, al parecer, no era tan distinta, salvo que el centauro se ocupaba ms de los animales, en particular de los caballos salvajes; incluso le haba advertido que haba dado la libertad a muchos caballos, ya que sus amos humanos los trataban mal. Apenas se ocupaba de los humanos. Haba visto el asalto de Dundalis aos antes, confirm a Elbryan, aunque se limit a comentar que aquello haba sido una lstima. La suya lleg a ser una amistad en desarrollo, una sonrisa y un intercambio de noticias cuando coincidan en la misma zona. Para Elbryan, el hecho de haber conocido a Bradwarden fue, por supuesto, algo maravilloso. Senta que la prxima vez que visitara al Orculo, la sensacin de soledad ya no lo seguira hasta la cueva.

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5 El aviso del profeta gordinflnLas noticias relativas a su inmediato traslado a Pireth Vanguard, en el lejano norte, no cambiaron en lo ms mnimo el malhumor de Jill. Segn todos los informes, el tiempo era mejor en la parte norte del golfo de Corona, ms fresco, con fuertes vientos y mayores cambios estacionales. En Pireth Tulme incluso el invierno era un gran manto gris de nubes y una fra lluvia, que slo difera del verano por la temperatura. Pero Jill se haba acostumbrado a una rutina, en consonancia con el sempiterno tiempo gris. Cada da se pareca al anterior, una existencia de perpetuo trabajo y vigilancia. Los segundos, los minutos y las horas parecan pasar lentamente, y sin embargo, al mismo tiempo, una vez transcurridas las semanas, pareca como si se hubieran ido volando. El incidente en Al Acecho del Viajero haba supuesto cierta emocin, algo que rompa la rutina. A Jill se le haba quedado grabada la imagen del fraile loco, segua oyendo sus palabras y hallaba en ellas cierta afinidad con lo que yaca en lo ms profundo de su corazn. Ella se tema que no haba sentido del honor o del deber en Pireth Tulme, ni en los hombres del rey, ni en los Guardianes de la Costa, ni en lugar alguno de Honce el Oso, ni en todo Corona. Y aquel hombre, por proclamar la verdad con un entusiasmo que exceda incluso el de las orgas de Pireth Tulme, aquel hombre a quien no sorprendera la tragedia que haba marcado la vida de la joven Jill, que la habra previsto y habra alertado contra ella, aquel hombre, aquel santo profeta, era tachado de loco. Jill suspiraba profundamente cada vez que pensaba en aquel hombre. Sus palabras le sonaban a verdad y resonaban en los intervalos de calma entre los gemidos y chillidos que sallan sin cesar de las habitaciones de Pireth Tulme, mientras ella haca la guardia. El fraile loco prevea la catstrofe; Jill no poda menos que desear que hubiera entonado su letana en un pequeo pueblo fronterizo algunos aos atrs. Habran prestado odos a sus advertencias las gentes de aquel pueblo? Seguramente no ms que los soldados de Pireth Tulme, que haban reanudado sus diversiones en cuanto regresaron de Tinson. Pero, a pesar de sus impresiones, Jill segua su guardia vigilante, da tras da, a menudo hasta bien entrada la noche. Y segua preservando su honor y su virtud, negndose a abandonarse a las tentaciones de las fiestas, negndose a rendirse a la desesperanza... y eso era precisamente lo que vea Jill en el hedonismo que la cercaba. Los soldados de Pireth Tulme se dedicaban al jolgorio y a los placeres de la carne para no ver el vaco de sus almas. Haban sacrificado sus corazones, por as decir, a sus riones. As eran las cosas. Jill soportaba estoicamente las pullas de sus compaeros, sobre todo del alcaide Miklos Barmine, que pareca codiciarla ms aun por el hecho de que ella no se le hubiese rendido. Quiz Pireth Vanguard sera mejor, se atreva a veces a pensar Jill; pero, inevitablemente, sus esperanzas naufragaban en la cruda realidad de la vida de Honce el Oso, en el ao 824 del Seor. Era una maana gris como casi todas y Jill estaba sentada en la muralla entre

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las almenas, con las piernas colgando sobre una altura de sesenta metros y la mirada clavada en la niebla que se cerna sobre la Baha del Casco de Caballo. Pireth Tulme estaba particularmente silenciosa despus de una noche de borrachera, una noche que Jill haba pasado en el tejado de la torre, envuelta en su manta y acurrucada bajo el armazn de la nica catapulta de la fortaleza. Mantena todos los sentidos concentrados en el presente, sin pensar en nada excepto en los farallones rocosos que se erguan como centinelas silenciosos en medio de la neblinosa baha, en el constante chapoteo de la marea menguante contra las rocas all abajo, en el balido de una oveja de vez en cuando en el campo en pendiente que se extenda al otro lado de la fortaleza. Y en una vela cuadrada que se abra paso entre la niebla gris. Se puso en pie y se asom entre las almenas escrutando el mar. Era sin duda una vela que avanzaba hacia Pireth Tulme y no hacia adentro o hacia afuera del golfo de Corona. La primera reaccin instintiva de Jill fue avisar de alguna manera a la embarcacin. Justo al lado de la catapulta, la fortaleza dispona de un can de seales, un barril de componentes voltiles aunque, como no se haba utilizado durante tantos aos, Jill tema que sera imposible encenderlos diseado para enviar avisos a una fortaleza mayor, la de los hombres del rey, a unos diez kilmetros tierra adentro. Jill se dio cuenta de que no poda reunir la ayuda suficiente para preparar a tiempo el can, as que comenz a agitar los brazos y a gritar, para alertar de las rocas a la tripulacin del barco y de este modo impedir una desgracia. Pero se qued boquiabierta y paralizada por la sorpresa cuando la embarcacin respondi disparando su propia catapulta y una enorme roca fue a estrellarse contra el acantilado una decena de metros debajo de Jill. Era exactamente la situacin para la que la joven soldado se haba preparado durante aquellos aos, tal como haba imaginado que sucedera. Y, sin embargo, por algn motivo le pareca irreal y por eso se qued aturdida durante unos momentos. Entonces vio que el barco no iba solo, sino que lo acompaaban otras embarcaciones mucho ms bajas. Una al menos una ya haba pasado junto a Pireth Tulme y se diriga a la playa de la Baha del Casco de Caballo; otras dos flanqueaban el velero por la derecha y una tercera por la izquierda. Un segundo proyectil se elev por encima de la muralla de la fortaleza, sobrevol tambin la muralla trasera y se estrell contra el campo. Jill grit con toda la fuerza de sus pulmones mientras las embarcaciones seguan acercndose, y luego grit una segunda vez al ver que nadie le contestaba. Observ la actividad sobre la cubierta del barco: pequeas siluetas se afanaban de un lado a otro para hacer pasar la carabela entre los rocosos centinelas de la baha. Entonces distingui las gorras rojas. Powris murmur sin aliento. No tuvo tiempo de preguntarse dnde podan haber robado o capturado el barco; volvi a gritar y se gir para mirar la puerta de la torre. All tendra que haber habido un segundo centinela, para retransmitir la alerta a los soldados. Jill sacudi la cabeza agitando la corta melena rubia. La joven herva de frustracin y desesperacin. Atron otro proyectil, que fue a estrellarse contra la muralla frontal de Pireth Tulme y derrib algunas piedras. Jill corri por la muralla en direccin a la puerta, sin dejar de observar la baha. La embarcacin baja estaba muy cerca de la playa, y por la escotilla abierta de otra que ya haba llegado a la orilla salan en tropel docenas de enanos con gorras rojas, que se esparcan por la arena sembrada de conchas! Reson otro disparo en el momento en que Jill tiraba con fuerza del enorme

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pestillo de la puerta; aquella vez el proyectil no era una piedra ni pez, sino un amasijo de docenas de ncoras pequeas de varios brazos. Maldita sea farfull al ver que muchos de los garfios se aferraban a los muros. Grit a los soldados que estaban dentro de la torre para que corrieran a los muros, alertndolos de la presencia de powris en la baha, y luego ech a correr desenvainando la espada y sin dejar de proferir maldiciones. Los haban cogido desprevenidos; cuando alcanz de nuevo el muro frontal, vio que todava nadie haba salido de la torre. Probablemente, la mitad de los soldados no haba dado crdito a sus gritos de alerta o simplemente estaban demasiado borrachos para hacerle caso, y la otra mitad seguramente no haban sido capaces de dar con sus malditas armas. Los enanos trepaban con sorprendente agilidad por las cuerdas tensadas entre el barco y los muros, ayudndose de manos y tobillos. Jill primero intent desenganchar las ncoras, pero estaban demasiado bien aferradas gracias al peso de los enanos que suban por las cuerdas. Luego la emprendi con una cuerda. La acuchill una y otra vez, desportillando incluso la hoja de la espada al fallar un golpe y dar contra la piedra. Pero las cuerdas eran gruesas y resistentes, y Jill se dio cuenta de que no podra cortarlas todas, de que slo lograra cortar una o dos antes de que los malignos powris empezaran a coronar la muralla. Deprisa! grit mirando hacia la puerta de la torre, que se haba abierto. Por fin apareci Miklos Barmine, restregndose los ojos y parpadeando repetidamente como si la luz lo deslumbrara, aunque era un da apagado. Estaba a punto de preguntar a gritos a Jill a qu vena tanto alboroto, pero se detuvo y parpade asombrado al ver a la joven luchando con la cuerda. Otro hombre surgi tras el alcaide. A la muralla! A la muralla! grit desesperadamente Barmine, y el hombre desapareci en la oscuridad de la torre llamando a gritos a sus compaeros. Jill logr cortar la cuerda, y media docena de powris se precipitaron en las fras aguas. La joven corri hacia la cuerda siguiente pero decidi no cortarla al ver que un enano estaba a poca distancia del muro. Golpe al powri con todas sus fuerzas en el momento en que ste se encaramaba a la muralla. La criatura se aferr tenazmente a la piedra, pero Jill le propin un espadazo en la cara y el powri se precipit gritando al vaco. Entonces Jill se dedic a cortar la cuerda. Algunos soldados acudan ya desde la torre, pero los powris estaban coronando el muro. Jill no haba logrado an cortar la mitad de la cuerda, cuando tuvo que interrumpir su trabajo para enfrentarse a otro enano que se haba encaramado al parapeto. La criatura desenvain una espada corta pero demasiado tarde para detener el salvaje golpe de la mujer, que lo alcanz en los ojos y lo ceg. El enano contraatac con virulencia, pero Jill ya se haba apartado para colocarse detrs de l, y, cuando el powri acab su enloquecido giro y se puso a la defensiva, Jill le pas un brazo sobre el hombro y el otro entre las piernas y, levantndolo, lo arroj al abismo. Pero no tuvo tiempo de descargar otro espadazo contra la cuerda, porque otro enano le sali al paso blandiendo una porra entre gritos y aullidos. Los soldados hacan frente con valenta a los enanos de gorras rojas a lo largo del muro. Jill vio cmo un par de powris se abalanzaban sobre un hombre, que cay de rodillas llevndose las manos a la herida mortal que haba recibido en el pecho. Jill se entreg de nuevo a la lucha, retrocediendo a saltos para eludir los golpes de aquella espantosa porra. Atac con un gruido pinchando hacia adelante; luego, cuando

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su golpe fue hbilmente desviado, propin una patada por debajo del barrido de la porra y alcanz al enano en el vientre. El powri ni siquiera retrocedi, sino que volvi al ataque con uno, dos, y todava un tercer golpe. Jill comprendi que pronto estara fuera de combate porque not que otro powri se le acercaba rpidamente por detrs. Dio un paso al frente y, girando repentinamente, se dej caer sobre una rodilla y arremeti hacia adelante; con la mano que tena libre agarr el brazo del segundo enano, armado de una espada, mientras ella le hunda profundamente la suya en el pecho. Se incorpor de un salto apartando al powri herido de un empelln y, girndose otra vez, volvi con furia a la carga. Se acerc demasiado a la porra como para recibir un golpe fuerte, y soport un flojo porrazo que le permiti en cambio atacar y propinar un pinchazo en la garganta del enano. Jadeando, la mujer inspeccion la escena. No podan ganar. Los Guardianes de la Costa de Pireth Tulme luchaban con valor, pero eran inferiores en nmero y haban perdido su nica ventaja: las murallas. Si hubiesen estado preparados, si hubiesen estado alerta, habran podido cortar la mayor parte de las cuerdas antes de que los enanos coronaran el muro. Si los soldados se hubiesen entrenado para un ataque semejante, sus defensas habran estado coordinadas y el can de seales ya habra sido disparado para pedir refuerzos. Jill vio un destacamento de seis soldados junto a la catapulta; tres maniobraban las palancas y los otros tres intentaban desesperadamente mantener a raya a un puado de powris. Saba que deba acudir en su ayuda, pero comprendi que era intil. Se luchaba a todo lo largo de la muralla; seguan llegando ms y ms powris, y otro grupo, procedente de los dos botes barril que se haban internado en la Baha del Casco de Caballo, atacaba con salvajes gritos por el campo en pendiente situado detrs de la fortaleza. Pireth Tulme estaba perdida. Jill vio al alcaide Miklos Barmine gritando rdenes desde el muro cercano a la torre, rodeado de powris. Recibi un tremendo golpe, luego otro, pero respondi con una estocada que derrib de la muralla a un powri. Una de las camaradas de Jill apareci en la puerta de la torre, pero fue abatida por una hueste de gorras sangrientas que cargaban en aquel momento contra la torre. Barmine continuaba gritando, aunque sus palabras no tardaron en convertirse en gruidos y aullidos de agona. Sangraba por una docena de heridas y reciba golpe tras golpe, aunque segua blandiendo tozudamente la espada. Luego Jill lo perdi de vista pues tuvo que enfrentarse a otro enano. La criatura entr en accin con energa y, pensando que cogera a la mujer por sorpresa, le lanz un salvaje golpe lateral. Jill lo esquiv con facilidad y respondi al ataque con una patada que alcanz al powri en la espalda con suficiente potencia para desequilibrarlo, por lo que el enano cay dos metros y medio desde el parapeto al nivel inferior. Otro tom rpidamente su lugar y propin una serie de estocadas con su corta espada. Jill se las apa para echar una fugaz ojeada a la torre. Las huestes de los powris la invadan, y Barmine haba cado de rodillas y tena la cara, los brazos y el cuerpo entero cubierto de sangre. Espoleada por la horrible visin, atac con fiereza. Levant la espada, descarg un tajo de izquierda a derecha, y luego la retras de nuevo para dar a continuacin un golpe de revs; cada movimiento produca, al entrechocar las dos espadas, un sonido metlico. Al tiempo que propinaba el ltimo golpe, Jill adelant el pie derecho; entonces gir la hoja y descarg un nuevo golpe que hizo retroceder al powri. Pero otro enano apareci tras el primero en su ayuda, y aun otro ms detrs de aqul. Jill oy el

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grito agnico de un soldado en su retaguardia, y se acab de convencer de la inminencia de la derrota. La chica se lanz hacia adelante y, brincando a lo ms alto de la muralla, salt de almena en almena, por encima de los pinchazos de la espada del sorprendido powri. Se alej de los tres perseguidores con unas pocas zancadas largas, y se dirigi hacia el extremo ms alejado de la muralla frontal. Haba otra cuerda fijada en aquel punto; el ltimo enano agarrado a ella estaba apenas a metro y medio de la muralla. Jill ech una ojeada hacia los combatientes. Haban cado muchos powris pero eran ms los que continuaban luchando, y cada soldado que resista estaba rodeado, peleando desesperadamente. Barmine estaba de rodillas, pero ya no ofreca resistencia alguna, y un powri mojaba su gorra en su cara. Jill se estremeci cuando el enano levant en alto la gorra, y en el mismo movimiento clav su claveteada porra en la cara del agonizante alcaide. La chica ya haba visto bastante. Jill podra haber hecho caer al enano que suba por la cuerda, pero de ese modo habra dado a sus tres perseguidores tiempo para alcanzarla. As que envain la espada, se quit el cinturn y salt desde la muralla hasta ms all del enano que trepaba; a duras penas consigui agarrar la cuerda con una mano, y la mantuvo cogida con todas sus fuerzas pues haba una cada libre de sesenta metros. El powri enseguida invirti su direccin y empez a bajar por la cuerda agarrndose a ella con habilidad y fuerza. Sus tres compaeros, con la tpica lealtad de los powris, se pusieron a trabajar a la vez en el ncora y en la cuerda, sin importarles en absoluto si su camarada se caa con aquella mujer tan peligrosa. Jill no tena tiempo para luchar. Peg una patada hacia un lado, tratando de mantener a raya al enano, pero su inters principal estaba en conseguir que su cinturn, que sostena firmemente en su otra mano, pasara por encima de la cuerda. Consigui enlazarlo, pero solt su agarro en la cuerda y empez a caer. Con la mano libre se asi como pudo al otro extremo del cinturn, y de esta forma se quedo colgando, sostenindose nicamente del cinto; as pudo deslizarse y alejarse de su enemigo rpidamente y pronto penetr en la niebla, en direccin al barco, que permaneca fondeado a ms de treinta metros de la orilla. El otro extremo de la cuerda estaba fijado a la verga del palo mayor. En aquella cubierta haba bastantes powris, aunque ninguno de ellos la haba visto todava. Jill pens soltarse al pasar por encima de la proa, con la esperanza de poder saltar a cubierta, que estaba lo suficientemente despejada para permitirle rodar unas cuantas vueltas con objeto de amortiguar el impacto. Si poda atravesar la cubierta hasta la catapulta de popa o, mejor aun, hasta los calderos de pez y las fogatas junto a la catapulta, podra causar estragos de consideracin. Su plan result frustrado, pues cuando Jill se aproximaba a la parte frontal de la embarcacin, la cuerda cedi y de pronto su descenso fue mucho ms brusco que el mpetu hacia adelante. La muchacha grit pensando que iba a estrellarse de cabeza contra la proa del barco. Pero tuvo la suerte de ir a caer en las fras aguas a poca distancia de la embarcacin. Emergi con la boca llena de agua, escupiendo, con los odos an ensordecidos por los gritos de los moribundos que caan desde las murallas de la fortaleza. La consuma la clera tanto contra los powris como contra sus propios camaradas. Si hubiesen estado preparados, aquel desastre no les habra ocurrido. Si se hubiesen regido por el cdigo de conducta que les corresponda, habran podido rechazar a los powris.

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En la cada haba perdido la espada, pero no le preocup. Gruendo sordamente comenz a nadar en torno al barco con la mxima velocidad que le era posible, pues tema que las piernas no tardaran en entumecrsele y no le obedeceran. Rode la popa y vio el cabo del ancla, una robusta cuerda que se hunda a babor. Le dolan los brazos por el fro y el cansancio, pero se agarr al cabo y escal los tres metros que la separaban de la borda. Se encaram justo cuando la catapulta volva a abrir fuego, una bola de pez que se remont por encima de la muralla de Pireth Tulme. Jill advirti que el proyectil probablemente causara ms dao a la hueste de powris que a los hombres, pero a los enanos no pareca importarles y aullaban de jbilo mientras cargaban la bola siguiente. Tres powris sostenan la bola, envuelta en una pesada manta, por encima de sus cabezas y muy cerca del cucharn, cuando Jill los derrib lanzndose en plancha. Los powris fueron a estrellarse contra el pasamano de la borda pero no soltaron la carga, y la bola de pez rod por la borda arrastrndolos. Un cuarto powri se ech sobre Jill y la cogi por la garganta. La muchacha no poda creer que aquella diminuta criatura pesara tanto. Y qu fuerza tena! En un instante el powri la derrib sobre la espalda y le apret el cuello con todas sus fuerzas. Jill trataba desesperadamente de obligarlo a soltarla torcindole hacia afuera los pulgares. Pero era como si intentara abrir grilletes de hierro. Entonces cambi de tctica y comenz a aporrear al enano en la cara y en los ojos. Sin embargo, el powri no ceda e incluso trataba de morderle los dedos. A poco las manos de Jill se agitaban en vano frente al pecho de barril del powri, pues su fuerza la abandonaba por momentos. Se dio cuenta de que morira como Pireth Tulme mora y, de nuevo, maldijo en silencio la imprevisin y el descuido de los hombres y mujeres a quienes se haba visto forzada a confiar su vida. Morira, no por su culpa, sino porque los Guardias de la Costa se haban debilitado. Manoteaba salvajemente, y los ojos se le empezaron a nublar. Una mano choc contra el slido pecho del powri, contra una bola de metal que asomaba por encima del cinturn. La empuadura de una daga. Jill golpe cuatro veces al enano antes de que ste se diera cuenta de que lo estaban apualando. Con un aullido, al fin afloj su presa, revolvindose para evitar las pualadas. Jill lo hiri de nuevo en el pecho, por entre los brazos que trataban de golpearla, y luego otra vez ms arriba, en la garganta. El enano cay rodando, pero Jill apenas poda moverse. Permaneci tendida unos minutos y al fin reuni la fuerza suficiente para incorporarse sobre los codos. El powri estaba boca abajo cerca de la borda. Jill aspir otra bocanada de aire y se puso en pie tambalendose. Se dirigi hacia la catapulta, que tena el brazo bajado y estaba lista para disparar; luego mir las tinajas de brea hirviente, preguntndose qu dao podra causar. El powri la atac por la espalda empujndola hacia el travesao inclinado. Jill se dio la vuelta y le raj la cara con el pual, a pocos centmetros de la herida que le haba infligido en la garganta. El powri retrocedi un par de pasos pero volvi a la carga. Jill dobl las rodillas y baj el hombro, para recibir el ataque. Flexionando las piernas, levant en alto al enano; luego anduvo unos rpidos pasos y lo arroj con todas sus fuerzas al cucharn de la catapulta. Inmediatamente Jill se apart hacia un lado, agarr el disparador y tir de l con energa. El powri casi haba salido del cucharn cuando se dispar la catapulta; el enano

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sali lanzado por los aires, abierto de piernas y brazos, en un salvaje y giratorio vuelo. Muchos otros enanos oyeron el grito y, al advertir el curioso proyectil, se dirigieron hacia la cubierta de popa; Jill no tena tiempo. Peg una patada a los barriles de brea, derram uno sobre el cabrestrante que sostena la cuerda del ancla e impuls otro para hacerlo rodar escaleras abajo hacia la cubierta principal inferior. Luego se dirigi hacia el pasamano de la borda, pensando que la nica salida posible era el agua fra. De nuevo tuvo mucha suerte, pues encontr un bote colgando de la popa. En un momento lo hizo caer al agua, y entonces, mientras los powris suban a la cubierta de popa y estallaban focos de fuego en el cabrestante y en la catapulta, salt hacia afuera tan lejos como pudo, tratando de evitar la brea ardiente que flotaba y los tres enanos que se agitaban en el agua, esforzndose por mantener la cabeza fuera de ella. Se dirigan al bote igual que Jill, pero la muchacha alcanz a uno de ellos con facilidad y lo elimin con la daga que antes haba conseguido luchando. Los powris no eran tan peligrosos en el agua, advirti la chica al acercarse al segundo. Nad directamente en direccin a l, dndose cuenta de que, si se retrasaba, el tercer powri llegara al bote antes que ella. Por fin atrap al ltimo y esforzado enano, lo apual con fuerza en el hombro, y luego nad en lnea recta hacia la pequea embarcacin y se agarr desesperadamente a ella. Un cuadrillo disparado por una ballesta espume en el agua junto a su cabeza. Jill trat de ponerse detrs del bote, para usarlo como barrera frente a las ballestas de los powris situados en cubierta. Sin embargo, saba que su posicin era desfavorable, pues ellos estaban muy por encima de ella y el bote se hallaba demasiado cerca del barco, por lo que conseguiran buenos ngulos de tiro cualquiera que fuese el lugar que ella eligiera. Y, por el profundo entumecimiento que invada sus miembros, saba tambin que tena que salir del agua, y pronto. Un crujido de madera la alert de un nuevo problema de los powris. Se arriesg a atisbar por encima de la borda del pequeo bote, y vio que la cuerda del ancla del barco se haba quemado completamente y que ste, movido por el oleaje, se balanceaba sin control. Los arqueros tuvieron que enfrentarse en