la infancia de zhennia liubers y ogtros relatos, por boris pasternak

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    BorisPasternakLa infancia de Zhennia Liubers y otros relatos.

    BIBLIOTECADIGITAL DE

    AQUILES [email protected]

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    LLaa iinn f f aa nn cciiaa dd ee ZZhh ee nn nn iiaa LLiiuu bb ee rrss yy oo tt rroo ss rree llaa tt oo ss

    BBoo rriiss PP aa sstt ee rrnn aa kk

    ZHENIA LIUBERS NACI

    BIBLIOTECADIGITAL DE AQUILES JULIN

    [email protected]

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    Palabras de libertad en tiempos oscuros

    BORIS PASTERNAK pertenece a esa valiente estirpe deautores rusos que resisti los embistes autoritarios delstalinismo y pudo, soportando los rigores que entraaba serun autor disidente, crtico, producir una obra de soberbiacalidad, trascendente.Vivi tiempos oscuros. Rusia padeci el putsch leninista quedestruy las conquistas democrticas de la Revolucin deFebrero del 1917 e instaur una ominosa y sangrientadictadura, mil veces peor que la autocracia zarista, al costo de

    centenares de miles de vctimas.Posterior a Lenn, su discpulo y continuador, Isif Visarinovich Dzhugashvili alias Jos Stalin, llev al

    extremo la vocacin represiva, totalitaria y paranoica del modelo, provocandomillones de muertes por hambre, por fusilamiento y por asesinatos encubiertos(accidentes, envenenamientos, secuestros, etc.), cuando no por los maltratos yel fro de los Gulags. Stalin, Hitler y Mao Zedong son los tres mayores carnicerosen masa en la historia de la humanidad.En esos tiempos y en ese pas, Boris Pasternak escribi su bellsima poesa, susrelatos y su inmortal novela,Doctor Zhivago . En esas opresivas circunstanciashizo una obra literaria que le mereci el Premio Nobel de Literatura en 1958.El hostigamiento perverso al que la KGB y las autoridades soviticas, que habanprohibido la publicacin de la novela de Pasternak en Rusia, sometieron al poetay narrador, por la publicacin en Occidente de su obra, quebrant su salud. Enmayo de 1960 Pasternak muere en las proximidades de Mosc.Es difcil imaginar desde nuestras sociedades lo que signific para Pasternakasumir la independencia que asumi. En la Rusia totalitaria no haba manera desobrevivir sin que el Estado lo quisiera. El Estado era prcticamente el nicoempleador, era quien fijaba las reglas y era quien las violaba impunementecuando le daba la gana. El ciudadano careca de derechos, de posibilidades deexistir al margen de esa maquinaria horrenda que aplastaba sin misericordia aquien quisiera.De ah el inmenso, el soberbio valor exhibido por escritores, artistas eintelectuales que sostuvieron puntos de vista discrepantes, que se expusieron ala marginacin, al acoso, a la crcel, al GULAG y a la desaparicin pura y simplepor parte de la Cheka y sus mscaras (GPU, N.K.V.D., KGB).Disfrutemos sus relatos y honremos a un autor que supo honrar el mensaje delibertad que el mejor arte propaga, defiende y sostiene.

    Aquiles Julin

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    DD aa ss llaa rrgg oossI

    ZHENIA LIUBERS NACI y se cri en Perm. Sus recuerdos ms tardos, igual quelos de antes, cuando eran de muecas y barquitos, se perdan en las afelpadas pielesde oso que tanto abundaban en las casas. Su padre, gerente de las minas de Lniev,contaba con numerosos clientes entre los fabricantes de Chsovo.

    Las pieles regaladas eran de color marrn oscuro, casi negras y muy suntuosas. Laosa blanca de la habitacin de los nios pareca un crisantemo enorme de hojascadas: la haban adquirido para la habitacin de Zheechka; fue elegida,regateada en el almacn y enviada a la casa por un recadero.

    Durante los veranos vivan en una finca, en la orilla opuesta del Kama. En aquellosaos acostaban a Zhenia muy temprano. No poda ver las luces de Motovlija. Peroun da el gato de Angora, asustado por algo, se movi bruscamente durante el sueoy despert a Zhenia. Vio entonces a los mayores en el balcn. El aliso que pendasobre los travesanos era tan espeso y tornasolado como la tinta. El t de los vasos sevea rojizo, los puos y las cartas amarillas, el pao verde. Pareca una pesadilla,pero la pesadilla tena un nombre y Zhenia tambin lo conoca: jugaban a las cartas.

    Pero no poda comprender lo que ocurra en la otra orilla, lejos, muy lejos; aquellono tena nombre, ni color definido, ni contornos exactos. Aunque inquietaba,resultaba familiar, entraable, no era una pesadilla como aquello que se mova y

    murmuraba entre vaharadas de humo de tabaco, despidiendo sombras ondulantes,frescas, sobre las ocres vigas del balcn. Zhenia se ech a llorar. Entr el padre y leexplic. La institutriz inglesa se volvi hacia la pared. La explicacin del padre fuecorta.

    Si es Motovlija! Que vergenza! Una nia tan grande!... Duerme.La nia no comprendi nada, pero satisfecha, sorbi una lgrima que resbalaba

    por su mejilla. Slo necesitaba aquello, conocer el nombre de lo desconocido,Motovlija! Aquella noche eso lo explic todo porque aquel nombre tena unsignificado total, infantilmente tranquilizador.

    A la maana siguiente, sin embargo, empez a hacer preguntas sobre Motovlija ylo que hacan all por la noche; supo que Motovlija era una fbrica, una fbrica delEstado y que en ella hacan hierro, y que del hierro..., pero eso ya no le importaba;quera saber si aquello que llamaban fbricas no eran unos pases especiales yquines eran los que vivan all, pero no hizo esas preguntas, se las guardintencionadamente para s.

    Aquella maana sali de su primera infancia en la cual haba permanecido anpor la noche. Por primera vez en su vida sospech que haba algo que convenaesconder para uno mismo y de revelarlo a alguien, hacerlo tan slo a personas quesaban gritar y castigar, que fumaban y cerraban las puertas con pestillo. Porprimera vez, como aquella nueva Motovlija, no dijo todo lo que haba pensado,reservndose lo ms esencial, concreto e inquietante.

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    Los aos iban pasando. Los nios se haban acostumbrado tanto a las ausenciasdel padre desde su nacimiento que un aspecto esencial de la paternidad era paraellos almorzar con l de vez en cuando y no verle jams durante la cena. Eran cadavez ms y ms frecuentes las partidas de cartas, las discusiones; coman y beban enhabitaciones completamente vacas, solemnemente deshabitadas, y las fraslecciones de la inglesa no podan sustituir la presencia de la madre que llenaba lacasa con la grata pesadumbre de su irascibilidad y obstinacin, como una especiede entraable fluido elctrico. A travs de las cortinas se filtraba el apacible, perono jubiloso, da norteo. El aparador de roble pareca blanquecino, la plata seamontonaba pesada y grave. Por encima del mantel se movan las manos de lainglesa, perfumadas de lavanda; reparta las viandas por igual y posea unainagotable reserva de paciencia; el sentimiento de equidad le era inherente en elmismo elevado grado en el cual su habitacin y sus libros estaban siempre limpios yordenados. La doncella, al servir la comida, se quedaba en el comedor y se iba a lacocina slo en busca del plato siguiente. Todo era confortable y cmodo, peroterriblemente triste.

    Y como aquellos aos eran para la nia de suspicacia y soledad, sentimiento depecado y de aquello que me gustara denominar cristianismo en francs, por laimposibilidad de calificarlo de cristiandad, le pareca a veces que no poda existirnada mejor, no deba existir, que lo tena todo merecido por su depravacin y faltade arrepentimiento. Sin embargo eso jams llega a la conciencia de los nios,era al revs. Su ser entero divagaba estremecido, incapaz de comprender la actitud

    de sus padres frente a ellos cuando estaban en la casa, cuando ellos no es quevolvieran a la casa, sino que entraban en ella.Las raras bromas del padre eran, en general, poco afortunadas y siempre

    inoportunas. El se daba cuenta y senta que los nios lo comprendan. Un matiz demelanclica confusin jams abandonaba su rostro. Cuando el padre se irritaba, seconverta en un ser ajeno a ellos, decididamente extrao en el momento justo queperda el dominio de s mismo. No les conmova ese ser extrao. Los nios jams seinsolentaban con l.

    Pero a partir de un cierto tiempo la crtica que proceda de la habitacin de losnios, y que sin hablar se lea en sus miradas, le dejaba indiferente. No la notaba.Invulnerable a todo, desconocido y lastimoso, ese padre causaba miedo enoposicin al padre irritado, el extrao, el ajeno. Era ms severo con la nia que conel hijo.

    Ninguno de ellos comprenda a la madre: les colmaba de caricias, de regalos,pasaba en su compaa horas enteras cuando ellos menos lo deseaban, cuando esopesaba en sus conciencias como inmerecido y no se reconocan en aquelloscariosos eptetos que brotaban de su disparatado instinto maternal.

    A veces, cuando una excepcional serenidad, clara, inslita, se adueaba de suespritu y cuando no se sentan culpables y se alejaba de su conciencia todo lomisterioso que tanto tema ser descubierto, parecido a la fiebre que precede a laerupcin, vean a su madre como ajena a ellos, como si los evitara y se enfadara sin

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    motivo. Vena el cartero. La carta iba destinada a la madre. La recoga sin dar lasgracias. Ve a tu cuarto. Golpeaba la puerta. Con la cabeza gacha, silenciosos,aburridos, se suman en una larga y triste perplejidad.

    Al principio, lloraban; luego empezaron a tener miedo despus de un enfadoparticularmente violento; ms tarde, con el transcurrir de los aos, acabaron porsentir una hostilidad oculta, cada vez ms arraigada.

    Todo cuando les vena de los padres era a destiempo, de rebote, no estabaprovocado por ellos, sino por causas ajenas y saba a lejana y a misterio, como losgemidos nocturnos en los puestos de vigilancia cuando todos se van dormir.

    En ese ambiente se educaron los nios. No eran conscientes de ello, ya que sonpocos los adultos que saben y entienden aquello que les sustenta, ajusta yconforma. La vida inicia a muy pocos en lo que hace con ellos. Le gusta demasiadosu labor y durante su trabajo habla tan slo con aquellos que le desean xito yadmiran su quehacer. Nadie puede ayudarle, pero estorbarle pueden todos. De qumodo? Pues del siguiente. Si se confa a un rbol el cuidado de su propiocrecimiento todo l se llenar de ramas, o se convertir en raz, o gastar su fuerzaentera en una sola hoja porque se olvidar del universo, del cual debe tomarejemplo, y al producir uno entre mil seguir produciendo en miles siempre lomismo.

    Y para que no haya nudos en el alma, para que el crecimiento no se detenga, paraque el ser humano no se entrometa torpemente en la hechura de su esenciainmortal fueron instituidas muchas cosas que distraen su banal curiosidad por

    conocer la vida, que no quiere que vea su trabajo y lo evita valindose de todos losmedios. Con tal fin se crearon todas las religiones autnticas, todos los conceptosgenerales y todos los prejuicios humanos, y el ms destacado entre ellos, el que msle distrae, la psicologa.

    Los nios haban salido ya de su primera infancia. Los conceptos de castigo,regalo, recompensa y justicia haban penetrado en su alma de modo infantil ydistraan su atencin, dejando que la vida hiciese con ellos aquello que considerabapreciso, importante y bello.

    II

    MISS HAWTHORN NO LO HABRA HECHO. En uno de sus inmotivadosaccesos de ternura por sus hijos, la seora Liubers zahiri por motivos ftiles a lainglesa, y ella desapareci de la casa. Muy pronto, y casi sin que ellos se diesencuenta, apareci en su lugar una francesa enclenque. Ms tarde, Zhenia slorecordaba que la francesa se pareca a una mosca y que nadie la quera. Su nombrese haba perdido por completo y Zhenia era incapaz de recordar entre qu slabas ysonidos poda encontrarse. Recordaba nicamente que la francesa la haba reidoprimero y luego cogi unas tijeras y recort con ellas los pelos de la osa que estabanmanchados de sangre. Le pareca que desde ahora todos le gritaran, que jams se lequitara el dolor de cabeza y que ya nunca ms comprendera aquella pgina de su

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    libro predilecto que se embarullaba ante sus ojos como un manual despus delalmuerzo.

    Aquel da se le hizo terriblemente largo. Su madre no estaba en casa y Zhenia nolo lamentaba. Le pareca, incluso, que se alegraba de que no estuviese.

    Poco tiempo despus, aquel da tan largo fue olvidado entre las formas de passy futur antrieur, riego de los jacintos y paseos por las calles de Sibrskaia yOjnskaia. Lo haba olvidado a tal punto que la largura de otro, el segundo en lacuenta de su vida, lo not y percibi slo al anochecer, cuando lea a la luz de lalmpara y el relato, en su indolente avance, le sugiri centenares de reflexionesociosas. Cuando recordaba ms tarde la casa de la calle Ossnskaia en la que vivanentonces, la vea siempre tal y como la viera en aquel segundo da largo, cuando yaestaba a punto de finalizar. Fue un da realmente largo. Era primavera. En losUrales la primavera madura dificultosamente, parece estar enferma, pero luegoirrumpe tempestuosa y amplia. Las luces de las lmparas matizaban la vaciedad delaire vespertino. No daban luz, se inflaban por dentro como frutos enfermos dehidropesa turbia y clara que hinchaba las panzudas pantallas. Era como siestuviesen ausentes. Se hallaban en los lugares precisos, encima de las mesas,descendan de los techos escayolados en las habitaciones donde la nia estabaacostumbrada a verlas. Dirase, sin embargo, que las lmparas tenan mucha menosrelacin con las habitaciones que con el cielo primaveral al que se encontraban tanprximas como la bebida de la cama del enfermo. Su alma estaba en la calle dondesobre la tierra hmeda pululaba el parloteo de la servidumbre y se inmovilizaba por

    el fro nocturno la cada vez ms escasa agua del deshielo. Era all donde se perda laluz de las lmparas por las tardes. Los padres estaban de viaje, pero a la madre, alparecer, se la esperaba aquel da. Ese da tan largo o en los prximos. S,probablemente. O tal vez se presentara de pronto. Tal vez hara eso.

    Zhenia se preparaba para acostarse, pero vio que el da era largo por la mismarazn que aquel otro; pens primero en usar las tijeras y cortar esos lugares en lacamisa y la sbana, pero decidi luego que sera mejor usar los polvos de la francesay ocultar as las manchas con lo blanco; tena la polvera en las manos cuando staentr y la golpe. Todo el pecado qued concentrado en los polvos.

    Se pone polvos! Slo eso faltaba!Ahora al fin haba comprendido. Lo sospechaba hace tiempo.Zhenia se ech a llorar por los golpes, los gritos y la ofensa, por sentirse inocente

    de aquello que sospechaba la francesa; saba que era culpable de algo ella losenta mucho peor que aquellas sospechas. Era preciso losentacon todas lasfibras, hasta el embotamiento, lo senta en sus piernas y sienes ocultar eso comofuera, a toda costa. Le dolan las articulaciones, no le parecan suyas en su hipnticasugestin. La agobiante y angustiosa sugestin era obra del organismo que ocultabaa la nia el sentido de todo y, comportndose como un criminal, la obligaba asuponer un mal vil y nauseabundo en aquella prdida de sangre. Menteuse!1. No

    1 Mentirosa . (En francs en el original.)

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    tena ms remedio que negar, defenderse obstinadamente de lo que era peor detodo, de lo que estaba entre el bochorno del analfabetismo y la vergenza de unsuceso callejero. Haba que temblar, apretando los dientes y, ahogndose enlgrimas, pegarse a la pared. No poda lanzarse al Kama porque an haca fro y losltimos hielos bajaban ro abajo.

    Ni ella ni la francesa oyeron en su momento el timbre. El jaleo armado fueabsorbido por la densidad de las oscuras pieles y cuando entr la madre ya eratarde. Encontr a su hija baada en lgrimas y a la francesa arrebolada. Exigiexplicaciones. La francesa le declar sin rodeos que Zhenia, no dijo Zhenia, sinovotre enfant, suhijase pona polvos y que ella ya se haba dado cuenta antes, losospechaba. La madre no la dej proseguir, su error no era fingido, la nia no habacumplido an los trece aos.

    Zhenia... T?... Dios mo, a lo que hemos llegado! (a la madre le pareca enaquel momento que esa palabra tena sentido, como si ya supiera antes que la niase degradaba y corrompa, que ella no haba tomado a tiempo las medidasoportunas y por eso la encontraba en un escaln tan bajo de la cada). Zhenia, ditoda la verdad, si no ser peor! Qu hacas con...? probablemente la seoraLiubers quera decir la polvera, pero dijo con esa cosa y sujetando la cosa en lamano, la agit en el aire.

    Mam, no creas a Mademoiselle, yo nunca... y prorrumpi en sollozos.Pero la madre perciba en ese llanto entonaciones malvolas que no existan en l;

    sentase culpable y, en su fuero interno, horrorizada de s misma; en su opinin

    haba que tomar medidas, era preciso, aunque fuera en contra de su naturalezamaternal, alzarse hasta racionales medidas pedaggicas. Decidi no dejarse llevarpor la compasin, esperar a que pasara ese torrente de lgrimas que tanto laatormentaban.

    Se sent en la cama, fijando una mirada serena y vaca en un extremo del estantede libros. Ola a perfume caro. Cuando la nia se recobr volvi a su interrogatorio.Zhenia dirigi la mirada de sus ojos llorosos hacia la ventana y solloz. El hielobajaba ruidosamente por el ro; brillaba una estrella. La noche, desierta, de speranegrura, sin reflejos, era fra y hueca. Zhenia apart la vista de la ventana. En la voz

    de la madre sonaban la impaciencia y la amenaza. La francesa de pie junto a lapared, era toda seriedad y pedagoga concentrada. Con el gesto de un ayudante decampo su mano descansaba en el cordn del reloj. Zhenia volvi a mirar las estrellasy el Kama. Se haba decidido. A pesar del fro y de los hielos. Y se lanz.Embrollndose en las palabras, aterrorizada, cont a su madre eso, de formainconexa. La madre la dej hablar hasta el fin porque estaba sorprendida de laemocin que haba puesto la nia en su relato. En cuanto a comprender, lo habacomprendido todo desde la primera palabra. Incluso antes, por la profundaaspiracin que hizo Zhenia cuando empez a hablar. La madre escuchabapalpitante de gozo, llena de amor y ternura por aquel frgil cuerpecito. Sentadeseos de abrazarla y llorar. Pero, la pedagoga! Se levant de la cama y levant lamanta. Llam a la nia y empez a acariciarle la cabeza muy, muy despacio, con

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    azulado del jardn, jugueteaba insaciable, infatigable, frentico, riente, el cerezosilvestre y la madreselva se agitaba jubilosa como si se atragantara. A lo largo delda y la noche se oa el tedioso parloteo de los patios; declaraban depuesta la nochey repetan machacones, con voces fraccionadas y entrecortadas que las noches jams volveran y que ellos no dejaran dormir a nadie.

    Los pies, los pies! Pero ellos tenan prisa, volvan borrachos de libertad, leszumbaban los odos y no podan comprender claramente cuanto les decan; seapresuraban a beber, a comer lo ms deprisa posible para apartar las sillas conchirriante ruido y volver de nuevo al da no terminado an, que se quebraba en lacena, donde el rbol al secarse emita su breve crujido, donde el azul del cielogorjeaba estridente y reluca grasienta la tierra como manteca fundida. Habadesaparecido la frontera entre la casa y el patio. La bayeta no alcanzaba a borrar lashuellas de las pisadas. Los suelos se cubran con un enlucido seco y claro que crujabajo los pies.

    El padre haba trado un montn de golosinas y de maravillas. El ambiente en lacasa era maravilloso. Las piedras advertan con hmedos susurros su aparicin deentre el papel de fumar que se iba coloreando paulatinamente, hacindose cada vezms y ms transparente, a medida que capa a capa se desenvolvan aquellospaquetes blancos y suaves como la gasa. Unas se parecan a gotas de leche dealmendras, otras a salpicaduras de acuarela azul, las terceras a una lgrimasolidificada de queso. Algunas piedras eran ciegas, somnolientas o soadoras, otrastenan chiribitas juguetonas como el zumo congelado de las naranjas chinas. No

    apeteca tocarlas. Eran bellas sobre el fondo del espumoso papel que las destacabaigual que destaca la ciruela su opaco brillo.El padre estaba muy carioso con sus hijos y con frecuencia acompaaba a la

    madre a la ciudad. Regresaban juntos y parecan contentos. Y, sobre todo, tenan elnimo tranquilo, eran afables y constantes, y cuando la madre, a hurtadillas,lanzaba miradas de alegre reproche al padre, dirase que extraa esa paz de sus ojospequeos y no bellos y la expanda despus con los suyos grandes y hermosos sobresus hijos y todo cuanto les rodeaba.

    Un da los padres se levantaron muy tarde. Luego, no se sabe por qu, decidieronalmorzar en un barco anclado en un puerto y llevaron consigo a los nios. ASeriozha le dieron a probar cerveza fra. Les gust tanto todo ello que otro davolvieron al barco. Los nios no reconocan a sus padres. Qu les haba pasado?

    Zhenia, perpleja, rebosaba de felicidad y le pareca que ahora siempre sera as. Nose pusieron tristes al saber que aquel verano no les llevaran al campo. El padreparti poco despus. Aparecieron en la casa tres bales enormes, amarillos, conslidos herrajes.

    III

    EL TREN SALA DE NOCHE. El padre, que se haba trasladado un mes antes,escriba que la casa ya estaba dispuesta. Algunos coches bajaban al trote hacia laestacin; su proximidad se notaba en el color del pavimento. Estaba negro y la luz

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    de las farolas de la calle golpe de pronto ocres hierros. En aquel momento, desde elviaducto, se abri ante sus ojos el panorama del ro y debajo de ellos apareciatronador un barranco negro como el holln, trajinante y angustioso. Corra comouna flecha hacia adelante y all lejos, muy lejos, en el otro confn, se expanditerrorfico haciendo oscilar los parpadeantes abalorios de las lejanas seales. Hacaviento. Se perdan los contornos de las casuchas y las vallas y como las cascarillasde los cedazos ondeaban vacilantes en el aire revuelto. Ola a patatas. El cocherorebas una fila de carros saltarines llenos de cestas y bultos que tena delante, yvieron de lejos el gran carro que llevaba su bagaje. Llegaron a su altura. Desde elcarro, Uliasha grit algo a la seora, pero el fragor de las ruedas ahog su voz;saltaba sacudida en los baches y tambin su voz saltaba.

    La novedad de todos aquellos ruidos nocturnos, la noche y el frescor disipaban latristeza de Zhenia. Lejos, muy lejos, negreaba algo misterioso. Tras las barracas delpuerto se agitaban unas lucecitas, la ciudad las enjuagaba en el agua de la orilla y delas lanchas. Despus se hicieron numerosas, se reproducan densas y lustrosas,ciegas como gusanos. En el muelle de Liubimov azuleaban sobriamente laschimeneas, los techos de los depsitos, las cubiertas. Panza arriba, las barcazasmiraban al cielo. Aqu debe haber muchas ratas, pens Zhenia. Les rodearon losporteadores. Seriozha fue el primero en saltar a tierra. Mir en torno suyo y quedmuy sorprendido al ver que ya estaba all el carrero que llevaba sus bagajes; elcaballo haba alzado la cabeza, la collera, grande de pronto, pareca un galloenhiesto; el caballo retrocedi apoyndose en la parte posterior de un carro. Y l

    que estuvo preocupado todo el tiempo por el retraso que llevaran!De pie, con su blanca camisa de licesta, Seriozha sentase radiante ante laperspectiva del viaje. Para los dos constitua una novedad, pero l ya conoca yamaba las palabras depsitos, locomotora, va muerta, directa, y el sonido de lapalabra clase tena para l un sabor agridulce. Tambin a Zhenia le atraa todoeso, pero a su modo, sin la sistematizacin que distingua a su hermano.

    Inesperadamente, como si saliera de las entraas de la tierra, apareci la madre.Orden que llevaran a los nios a la cantina. Desde all, abrindose pasomajestuosamente por entre la muchedumbre, se encamin hacia aquel que fuedenominado por primera vez, en voz alta y amenazadora, jefe de estacin,trmino que se mencion despus con frecuencia en diversos lugares y condistintas variantes, entre las ms diversas bataholas.

    Los nios no dejaban de bostezar, sentados junto a una de las ventanas llenas depolvo, recargadas y enormes, que parecan ms bien oficinas hechas de cristal debotellas donde era preciso quitarse el sombrero. Zhenia vea por la ventana algoque no era una calle, sino ms bien una habitacin, slo que ms adusta y grave queesa de la jarra de cristal; en aquella habitacin penetraban lentamente laslocomotoras y se detenan sembrando la oscuridad, y cuando se iban, dejando vacala habitacin, resultaba que no era una habitacin, porque haba cielo tras unospostes y al otro lado un montculo y casitas de madera, y la gente, alejndose, ibahacia all; tal vez ahora cantaran all los gallos y acabara de pasar el aguador,

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    dejando sucias huellas de su paso...Era una estacin de provincias, sin el ajetreo de la capital, sin esplendores; los

    viajeros acudan con tiempo anticipado desde la ciudad sumida en la noche,dispuestos a una larga espera; estacin silenciosa, con emigrantes dormidos en elsuelo, entre perros de caza, bales, mquinas enfundadas en lonas y bicicletassueltas.

    Los nios se acostaron en las literas de arriba. Seriozha se durmi de inmediato.El tren no haba partido an. Amaneca y Zhenia fue dndose cuenta de que elvagn era azul, limpio y fresco. Y tambin se dio cuenta... pero ya dorma.

    Era un hombre muy grueso. Lea el peridico y se balanceaba. Mirndole se veaclaramente el balanceo que, como el sol, inundaba, invada todo el vagn. Zhenia lecontemplaba desde lo alto con la misma perezosa meticulosidad con que piensa enalgo o mira algo una persona completamente despierta con la mente fresca, quesigue acostada porque espera tan slo que la decisin de levantarse llegue por smisma, sin su ayuda, clara y libre al igual que sus restantes pensamientos. Alcontemplarle, pensaba al mismo tiempo cmo es que estaba en su compartimento ycundo haba tenido tiempo de vestirse y lavarse. No tena ni idea de la hora queera. Acababa de despertarse; deba de ser, lgicamente, la maana. Zhenia lemiraba, pero l no poda verla: las literas se inclinaban hacia la pared. El no la vea,porque aunque de vez en cuando miraba por encima del peridico hacia arriba, delado, al sesgo, sus miradas no se cruzaban cuando las diriga hacia su litera; o bienvea la colchoneta o bien... Zhenia recogi y estir las medias que haba aflojado.

    Mam est de seguro en aquel rincn, ya arreglada y leyendo un libro decidi,analizando las miradas del gordinfln. A Seriozha no le veo abajo. Dnde sehabr metido? Zhenia bostez placenteramente y se desperez Qu calor tanterrible!. Tan slo ahora se dio cuenta de ello y mir desde lo alto por la ventanillasemiabierta. Pero, dnde est la tierra?, pens conmocionada en lo mas ntimo desu ser.

    Lo que vea era realmente indescriptible. La rumoreante nogalera por dondecorra, serpenteando, el tren, habase convertido en mar, en el universo, en todocuanto se quisiera. El bosque susurrante, frondoso, descenda en toda su amplitudcuesta abajo, hacindose ms y ms espeso; luego se achicaba y terminababruscamente, ya negro del todo. Y aquello que se alzaba al otro lado del precipiciopareca una inmensa nube de tormenta, llena de rizos y bucles de color verdepajizo. Zhenia, absorta en sus pensamientos, retuvo el aliento y percibi deinmediato la fluidez de aquel aire inmvil e ilimitado; comprendi de pronto que lanube de tormenta era una comarca, una regin que llevaba un nombre sonoro demontaa, todo expandido en derredor, lanzado hacia abajo con las piedras y laarena, hacia el valle; que la nogalera slo saba susurrar ese nombre, susurrarlo sindescanso: aqu y all, y ms a-ll--; tan slo ese nombre.

    Son los Urales? pregunt a todo el compartimento, incorporndose en lalitera.

    El camino restante lo pas Zhenia pegada a la ventanilla del pasillo, sin apartarse

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    ni por un momento, como adherida a ella, asomando a cada instante la cabeza.Tena ansia por ver. Descubri que era ms agradable mirar hacia atrs que haciadelante. Los majestuosos picos conocidos se cubran de bruma y retrocedan.Despus de una breve separacin, durante la cual se ofrecan a la vista nuevascordilleras maravillosas, volva a encontrarlos. El panorama montaoso era cadavez mayor y ms amplio. Algunos picos se vean negros, otros iluminados, aqullososcurecidos, los de ms all a punto de estarlo. Se juntaban y separaban,descendan y volvan a subir. Todo se realizaba de acuerdo a un lento girar, como larotacin de las estrellas, con la cautelosa reserva de los gigantes, que a un pelo de lacatstrofe cuidan la integridad de la tierra. Dirige esos complejos desplazamientosun zumbido uniforme, grandioso, inaccesible al odo humano, con la vista puesta entodo. Su mirada de guila lo abarca todo; mudo y oscuro pasa revista a cuanto lerodea. As se construyen, se construyen y reconstruyen los Urales.

    Zhenia entr un instante en el compartimento, guiando los ojos por laintensidad de la luz. La madre charlaba con el desconocido y se rea. Seriozha,sentado en el divn de felpa roja, sostena en la mano una especie de correa adosadaa la pared. La madre escupi en el puo la ltima pepita, sacudi del vestido las quehaban cado en l e inclinndose, rpida y gil, tir todos los desperdicios debajodel banco. En contra de lo que caba suponer, el gordinfln tena una vocecitacascada y ronca. Probablemente era asmtico. La madre se lo present a Zhenia y lle tendi una mandarina. Era divertido y, al parecer, bondadoso; al hablar se llevabaconstantemente la gordezuela mano a la boca. Sus palabras parecan inflarse y, de

    pronto, como ahogndose, se interrumpan con frecuencia. Supo que era deEkaterinburg, que haba viajado a lo largo y ancho de los Urales y conoca muy bienla comarca, y cuando extrajo un reloj de oro del bolsillo de su chaleco y se lo llev alos ojos hasta casi rozar la nariz, guardndolo despus, Zhenia observ que susdedos inspiraban confianza. Como es frecuente en la naturaleza de los gordinflonessus movimientos eran como los de alguien que da; su mano se balanceaba todo eltiempo como si la tendiese para el besamanos y saltaba suavemente como sigolpeara una pelota contra el suelo.

    Ya falta poco dijo, ladeando la vista y alargando los labios en direccincontraria a Seriozha, aunque se diriga a l precisamente.

    Sabes, l dice que hay un poste en la frontera de Asia y Europa y que tieneescrito Asia desembuch de golpe Seriozha bajando rpidamente del divn, ycorri al pasillo.

    Zhenia no entendi nada y cuando el gordinfln le explic de lo que se trataba,tambin corri hacia all para esperar el poste, temerosa de haberlo dejado pasar.En su desbordada imaginacin, la frontera con Asia se alzaba en forma de unlmite fantasmagrico, algo as como unos barrotes de hierro como los que secolocan entre el pblico y la jaula de los pumas, como una franja que indicara unpeligro negro como la noche, amenazador y hediondo. Esperaba aquel poste comola subida del teln en el primer acto de una tragedia geogrfica sobre la cual habaodo contar muchas fbulas por todos cuantos la conocan, solemnemente

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    emocionada de tener la suerte de estar all y poderlo ver muy pronto.Sin embargo, lo que antes la impuls a volver al compartimento donde estaban los

    mayores continuaba sin variacin: a la griscea nogalera que bordeaba la lneafrrea desde haca media hora no se le vea fin, y la naturaleza no pareca prepararsepara el prximo acontecimiento. Zhenia senta rabia contra la aburrida ypolvorienta Europa que tan fastidiosamente aplazaba el advenimiento del milagro.Qu desilusin la suya cuando al grito frentico de Seriozha desfil ante la ventana,de costado a ellos, y qued atrs algo semejante a un monumento funerario,llevando consigo el tan esperado nombre mgico hacia el aliso de los alisos que leperseguan! En aquel instante, multitud de cabezas, como puestas de acuerdo, seasomaron por las ventanillas de todas las clases y el tren, que descenda cuestaabajo en medio de una nube de polvo, se anim. En Asia ya existan muchasestaciones desde haca tiempo y, sin embargo, seguan agitndose los pauelos enlas cabezas asomadas, la gente intercambiaba miradas, haba hombres rasurados,barbudos, y volaban todos entre nubes giratorias de arena; volaban y volabandejando atrs los alisos polvorientos hace poco an europeos, pero asiticos desdehace mucho tiempo.

    IV

    L A VIDA TOM UN RUMBO NUEVO. La leche no llegaba a la casa, a la cocina,con un repartidor, sino que la traa Uliasha por las maanas recin ordeada y el

    pan era distinto del de Perm. Las aceras eran de mrmol o de alabastro, deondulado brillo blanco; sus losas relucan hasta en la sombra como solescongelados, absorbiendo vidamente las sombras de los esbeltos rboles que,extendidos a sus lados, se diluan y fundan en ellas. Aqu el salir a la calle, ancha,luminosa, con vegetacin, era complemente distinto.

    Igual que en Pars repeta Zhenia las palabras del padre.Lo haba dicho el primer da que llegaron. La casa era confortable y espaciosa. El

    padre haba tomado un tentempi antes de ir a la estacin, y no particip delalmuerzo. Su cubierto qued tan limpio y reluciente como Ekaterinburg; se limit aextender la servilleta, a sentarse de lado y a contar algo. Se haba desabrochado elchaleco y la pechera asomaba fresca y retadora. Deca que era una magnfica ciudadde tipo europeo; llamaba cuando haba que recoger o traer alguna cosa, llamaba ycontaba. Y por caminos desconocidos de habitaciones desconocidas aparecasilenciosamente una doncella morenucha vestida de blanco, con fruncesalmidonados, a la que se hablaba de usted y ella, la nueva, sonrea a la seora y alos nios. Se le daban rdenes respecto a Uliasha, que se hallaba en la cocina, noconocida an y probablemente muy, muy oscura, donde habra seguramente unaventana desde la cual podra verse algo nuevo: un campanario o una calle o pjaros.Uliasha, seguramente, estara all preguntndole algo a esa seorita, ponindose loms viejo para ir colocando las cosas; estara all preguntndole y mirando en qurincn est el horno para ver si es el mismo que en Perm o bien en otro distinto.

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    El padre dijo a Seriozha que el liceo no estaba lejos, ms bien muy cerca, y quetenan que haberlo visto al venir. El padre bebi un sorbo de agua mineral ycontinu:

    Ser posible que no te lo haya enseado? Desde aqu no se ve, tal vez desde lacocina (calcul un instante), pero ser en todo caso el tejado...

    Tom otro sorbo de agua y llam.La cocina result ser clara y fresca, exactamente igual, as se lo pareci a Zhenia

    un minuto ms tarde, a como se la haba imaginado en el comedor: refulgan losazulejos blanquiazulados del fogn y haba dos ventanas dispuestas en el orden queella esperaba; Uliasha se haba cubierto los desnudos brazos y la cocina se llen devoces infantiles; por el tejado del liceo haba gente y se vean las partes altas de unosandamios.

    S, lo estn reparando dijo el padre cuando todos en fila, empujndose yriendo, pasaron al comedor por un pasillo ya conocido, pero no explorado, al quetendra que volver al da siguiente despus de haber colocado los cuadernos,colgado del gancho su manopla de bao y haber acabado con mil quehaceressemejantes.

    Es una mantequilla extraordinaria dijo la madre, tomando asiento.Pasaron a la sala de estudio, que haban ido a ver an sin cambiarse de ropa, tan

    pronto como llegaron.Por qu esto es Asia? pens Zhenia en voz alta.Pero Seriozha, extraamente, no comprendi aquello que habra comprendido en

    otro tiempo: hasta aquel entonces vivan al unsono. Corri hacia el mapa colgadode la pared y traz con la mano una raya a lo largo de la cordillera de los Urales ymir a su hermana vencida, a su parecer, por semejante argumento.

    Simplemente se pusieron de acuerdo para trazar un lmite natural, y eso estodo.

    Zhenia record el medioda, tan lejano ya. No poda creer que el da, en el cualhaba cabido todo eso, el da que continuaba ahora en Ekaterinburg, no hubieraterminado an. Pero al pensar que todo eso ya perteneca al pasado, conservando suinanimado orden en la lejana correspondiente, experiment un sentimiento deasombroso cansancio espiritual tal como al anochecer lo siente un cuerpo despusde un arduo da de trabajo. Como si tambin ella hubiera participado en elapartamiento y traslado de aquellas pesadas bellezas y estuviera rendida.Convencida, no se sabe por qu, de que ellos, sus Urales estaban all, dio mediavuelta y corri a la cocina a travs del comedor donde ya haba menos vajilla, peroan permaneca la asombrosa mantequilla con hielo sobre sudorosas hojas de arce yla quisquillosa agua mineral.

    El liceo estaba reparndose, los vencejos cortaban bruscamente el aire comodescosan con los dientes las costureras el madapoln, y abajo Zhenia asom lacabeza reluca un coche junto al hangar abierto de par en par; brotaban chispasde un torno de afilador y ola a todo cuanto haban comido, pero mejor y msapetecible que cuando se sirvi; era un olor melanclico y tenaz, como en un libro.

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    Zhenia olvid para qu haba ido a la cocina y no se dio cuenta que sus Urales noestaban en Ekaterinburg; observ, en cambio, cmo iba anocheciendo en el patio ycmo cantaban en el piso de abajo haciendo, probablemente, un trabajo fcil:habran fregado, tal vez, el suelo, y con manos an calientes extendan las esteras,tiraban el agua del cubo de fregar y aunque la tiraron abajo, qu silencioso era todo!Y cmo brotaba el agua del grifo y cmo... Y bien, seorita..., pero Zhenia evitabaan a la nueva doncella y no quera escucharla... y cmo abajo segua pensando, en el piso inferior al de ellos ya conocan su venida y diran seguramente: Hoy hanllegado unos seores al nmero dos.

    Uliasha entr en la cocina.Aquella primera noche los nios durmieron profundamente y despertaron

    Seriozha en Ekaterinburg y Zhenia en Asia, como pens de nuevo con extraeza yasombro. En los techos se irisaba alegremente el estratiforme alabastro.

    Se lo haban comunicado en verano. Le hicieron saber que ingresara en el liceo.La nueva era agradable, desde luego. Pero se lo notificaron. No era ella quien habainvitado al profesor a la sala de estudio donde la luz solar se adhera tanto a lasparedes pintadas al temple que tan slo el atardecer se consegua arrancar el dacon sangre. No fue ella quien le llam cuando en compaa de la madre entr en lasala para que l conociese a su futura discpula. No fue ella quien le adjudic elabsurdo apellido de Dikij2. Acaso era ella quien quera que los soldados torpones,resoplantes y sudorosos, como el rojo espasmo del grifo cuando se rompe la caera,hicieran siempre la instruccin al medioda y que sus botas fueran pisoteadas por la

    violcea nube de tormenta que en cuanto a los caones y ruedas saba mucho msque las blancas camisas, las blancas tiendas de campaa y sus blanqusimosoficiales? Acaso haba pedido ella que desde ahora dos cosas como la palangana yla toalla, combinados como los carbones en la lmpara de arco, provocaran en elacto la tercera idea que se evaporaba de inmediato, la idea de la muerte, comoaquella muestra del barbero donde eso le haba ocurrido por vez primera? Acasoestaba ella conforme con que las barreras rojas que prohiban detenerse seconvirtieran en lugares misteriosos, prohibidos en la ciudad y los chinos en algopersonalmente terrible, algo que le perteneca y la horrorizaba? No todo, como esnatural, se aposentaba tan dolorosamente en su alma. Muchas cosas, como suprximo ingreso en el liceo, eran agradables. Pero como todo lo restante, se le eranotificado. La vida dej de ser una bagatela potica para fermentar en sperocuento negro, en tanto en cuanto era prosa y se haba convertido en un hecho. Loselementos de la existencia cotidiana penetraban opacos, dolorosos y obtusos en sualma en formacin que pareca estar en un estado de constante desembriaguez. Sedepositaban en su fondo reales, endurecidos y fros como somnolientas cucharas deestao. Y all, en el fondo, el estao comenzaba a flotar, se funda en bolas y goteabaen ideas fijas.

    2 Diki, en ruso, significa salvaje.

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    V

    L ES VISITABAN CON FRECUENCIA LOS BELGAS. As les llamaban. As les

    llamaba el padre cuando deca: Hoy vendrn los belgas. Eran cuatro. El que nollevaba bigotes vena raras veces y no era locuaz. En ocasiones se presentaba solo yde imprevisto, entre semana, eligiendo algn da que haca mal tiempo o llova. Losotros tres eran inseparables. Sus rostros parecan tabletas de jabn fresco, intacto,envueltas todava en papel, perfumadas y fras. Uno de ellos llevaba barba; eraespesa, esponjosa y castaa, tambin era esponjosa su cabellera castaa. Sepresentaban siempre en compaa del padre de vuelta de no se sabe qu reuniones.En la casa todos les queran. Hablaban como si vertieran agua en el mantel: deforma ruidosa, refrescante y siempre de cosas distintas, inesperadas para todos; suslimpios chistes y ancdotas, comprensibles para los nios, dejaban en ellosprofundas huellas y saciaban su sed.

    Surga en derredor de ellos el bullicio, brillaba el azucarero, la niquelada cafetera,los blancos y fuertes dientes, las ropas slidas. Corteses y amables, bromeaban conla madre. Aquellos colegas del padre posean el fino don de frenarle oportunamentecuando, en respuesta a sus rpidas alusiones y comentarios sobre asuntos ypersonas que en aquella casa slo ellos, los profesionales, conocan, el padre sepona a hablar detalladamente, con parsimonia, en un francs deficiente, de lascontrataciones,les rferences approuvesy las ferocits, es decir,bestialits, ce que veut dir

    en russe3, latrocinios en Blagodat.El belga sin bigotes se haba dedicado desde haca algn tiempo a estudiar el ruso,y probaba con frecuencia sus fuerzas en ese nuevo campo, en el cual naufragaba

    todava. Como resultaba violento rerse de las palabras del padre dichas en lenguafrancesa y sus ferocitsturbaban a todos, los esfuerzos de Negarat proporcionabanuna bendita ocasin para rerse a mandbula batiente.

    Se llamaba Negarat; era valn de la parte flamenca de Blgica. Le recomendaron aDikij como profesor. Anot su direccin en ruso, trazando de muy cmica maneralas letras que no existan en su alfabeto. Le salan dobles, como desparramadas. Losnios se permitan ponerse de rodillas sobre los cojines de cuero de los sillones y

    apoyar los codos sobre la mesa: todo estaba permitido, todo se hallaba revuelto.Rean a carcajadas, se retorcan de risa al ver las letras que haba trazado. Evansgolpeaba la mesa con el puo y se secaba las lgrimas; el padre, temblando de risa,se paseaba todo rojo por la habitacin: Ya no puedo ms! repeta y estrujaba elpauelo.

    Faites de nouveaudeca Evans, aadiendo lea al fuego.Commencez 4.Y Negarat, entreabierta la boca, titubeante como un tartamudo, meditaba en la

    forma de trazar aquellas letras rusas tan desconocidas como las colonias del Congo.Dites: uvy nievygodno propona el padre con voz ronca y hmeda.

    3 Las referencias aprobadas, las ferocidades, bestialidades, que en ruso significa... (En francs en el original.)4 Pruebe otra vez. Comience. (En francs en el original.)

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    Ouvoui, nivoui.Entends-tu? Ouvoui nievoui, ouvoui nievoui. Oui, oui, chose inouie, charmant

    rean los belgas.

    El verano se acab. Zhenia pas los exmenes con buenas notas, algunasexcelentes. El rumor fro y transparente de los pasillos del liceo flua como si saliesede algn manantial. Todos se conocan all. Las hojas del jardn amarilleaban condestellos dorados. En su claro y saltarn reflejo se angustiaban los cristales de lasaulas, opacos en el centro, brumosos e inquietos en su parte inferior. Los postigosse retorcan en azules espasmos; las ramas broncneas de los arces rayaban su fraclaridad.

    Zhenia no saba que todos sus temores quedaran convertidos en aquelladivertida broma. Dividir ese nmero dearshiny vershkov5 por siete! Vala la penahaber estudiado los zlotniki, doli, funty, pudy6, etctera, que siempre le haban parecidolas cuatro edades del escorpin? En el examen de gramtica se demor en larespuesta, porque todas las fuerzas de su imaginacin estaban concentradas en elintento de representarse las desafortunadas razones que podan haber producidoesa palabra que escrita de otro modo resultaba tan hirsuta y salvaje. No acab decomprender el porqu no la mandaron al liceo, aunque qued admitida e inscrita yya le haban cortado el uniforme de color caf, se lo haban probado con alfileres enpruebas tediosas y largas durante horas enteras, y en su habitacin se le abrieronhorizontes nuevos en forma de cartera, portaplumas, una cestita para llevar elalmuerzo y una calcomana asombrosamente repulsiva..

    5 Arshim y vershok son antiguas medidas rusas equivalentes, respectivamente, a 0,71 metros y 4,4 centmetros.6 Antiguas medidas rusas.

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    EEll dd ee ssccoonn oocciidd oo I

    L A NIA ESTABA ENVUELTA, desde la cabeza, en una toquilla de lana gruesaque le llegaba hasta las rodillas y se paseaba por el patio como una gallinita. Zheniaintent acercarse a la pequea trtara y hablar con ella. Pero en aquel mismoinstante golpearon con fuerza las hojas de una pequea ventana, Kolka! gritAnisia. La nia parecida a un hatillo de campesino al que se le hubieranenfundado unas botas de fieltro se dirigi presurosa a la portera.

    Llevarse los deberes al patio significaba siempre memorizar hasta elembotamiento alguna excepcin de la regla y recomenzar todo de nuevo de regresoen la casa. Ya desde la misma entrada en las habitaciones sentase invadida por unaespecial semipenumbra y frescor, por la familiaridad peculiar siempre inesperadade los muebles que, una vez ocupados los lugares prescritos, no se movan de ellos.Era imposible predecir el futuro, pero poda verse cuando se entraba en la casadesde fuera. Estaba a la vista su plan, la distribucin a la que l, rebelde a todo lodems, se someta. No exista ningn sueo inspirado por el aire de la calle que nodesechara el espritu animoso y fatal de la casa que poda con todo tan pronto comose cruzaba el umbral de la puerta.

    Esta vez era Lrmontov1. Zhenia manoseaba el libro, doblado con las tapas hacia

    dentro. Si en la casa lo hubiera hecho Seriozha, ella se indignara por semejanteasquerosa costumbre, pero en el patio era otra cosa.Projor coloc la heladera sobre la tierra y regres a la casa. Cuando abri la puerta

    que conduca al zagun de los Spitzyn, brot de all un remolino de ladridos ferocesde los pelados perritos del general. La puerta se cerr con breve tintineo.

    Mientras tanto, el Terek2, saltando como una leona de hirsuta melena en laespalda, segua rugiendo tal como le corresponda y Zhenia dud ahora si todo lodescrito se refera al ro o a la cordillera. Le daba pereza consultar con el libro y lasdoradas nubes de los pases meridionales, que apenas si haban tenido tiempo deacompaar a Projor al norte, le reciban ya de nuevo en el umbral de la cocina conun cubo y un estropajo.

    El ordenanza dej el cubo, desmont la heladera y se puso a lavarla. El solagosteo quebr el follaje de los rboles y se pos en la cintura del soldado. Habapenetrado todo rojo en el desteido pao del uniforme y lo impregnaba vidamentecomo si fuera trementina.

    El patio era espacioso, con caprichosos recodos, profundo y pesado. Empedradohaca tiempo en el centro, sus piedras se haban cubierto de espesas yerbas rizosasy planas que por las tardes exhalaban un olor cido y medicamentoso como el quesuele respirarse cuando hace calor en las proximidades de los hospitales. Uno desus ngulos, entre la portera y la cochera, adhera a un jardn vecino.Y hacia all se dirigi Zhenia. Sujet la puerta baja de la escalera con un tronco

    1 Lrmontov, Mijal Iricvich (1814-1841). Gran poeta ruso.2 Ro del Cucaso, cantado por Lrmontov.

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    tuviera vida. Algunos troncos se deslizaron hacia el suelo y cayeron sobre la yerba,haciendo un leve ruido. Fue como una seal, como el golpear del vigilante en lacarraca. Lleg el crepsculo. Nacieron multitud de sonidos, suaves, brumosos. Elaire empez a silbar algo muy antiguo, algo del otro lado del ro.

    El patio estaba vaco. Projor, terminado su trabajo, haba salido fuera del portn.El rasgueo melodioso y tristn de la balalaika del soldado se posaba all bajo, muybajo, a nivel mismo de la yerba. Sobre l giraba, danzaba, se interrumpa ydescenda, inmovilizndose en el aire, un fino enjambre de mosquitos silenciososque volva a descender, se inmovilizaba y sin alcanzar la tierra se elevaba en el aire.Pero an ms fino y silencioso era el tintineo de la balalaika. Descenda ms bajoque ellos sobre la tierra y sin cubrirse de polvo, ni ensuciarse, volva a ascender,mejor y ms areo que el enjambre, titilando y quebrndose, con recadas, sinapresurarse.

    Zhenia regresaba a la casa. Cojea se dijo pensando en el desconocido dellbum, cojea, pero como es un seor no usa muletas. Entr por la puerta deservicio. Un olor a manzanilla se extenda tenaz y dulzn por el patio. Desde hacealgn tiempo mam se ha montado toda una farmacia, multitud de tarros azulescon tapones amarillos. Suba lentamente por las escaleras. La barandilla de hierroestaba fra, los peldaos chirriaban en respuesta al roce de sus pies. De prontoacudi a su mente un pensamiento extrao. Subi de golpe dos escalones y sedetuvo en el tercero. Se le ocurri pensar que entre su madre y la portera existadesde algn tiempo una semejanza imperceptible. En algo completamente

    imperceptible. Zhenia se detuvo. Era algo, se dijo pensativa, algo a lo que se refierencuando dicen: todos somos humanos, o estamos hechos de la misma pasta... o bienel destino juega a ciegas... Con la punta del pie apart un frasco cado que volescaleras abajo, cay sobre unas bolsas de basura y no se quebr. Es decir, algo queera muy, en una palabra, muy, muy comn a todas las personas. Pero entonces, porqu no exista esa semejanza entre ella y Aksinia? O, por ejemplo, entre Aksinia yUliasha? Eso le pareci a Zhenia tanto ms extrao porque era difcil hallar apersonas ms dispares; haba en Aksinia algo trreo, recordaba las huertas, a unapatata gigantesca o el verdor de una calabaza desenfrenada, mientras que mam...Zhenia sonri tan slo de pensar en la posibilidad de la semejanza.

    Sin embargo, era precisamente Aksinia la que daba pie a esa comparacinobsesiva y era ella quien llevaba la ventaja en aquella semejanza. No ganaba lacampesina, la que perda era la seora. En un segundo, a Zhenia se le figur algosalvaje. Le pareci que en su madre se haba implantado un cierto principiopueblerino y se la imagin deformando las palabras al modo campesino, diciendome se y pens que llegara un da en el cual, luciendo su nueva bata de seda, sincinturn, contonendose como un barco, soltara de pronto un exabrupto.

    En el pasillo ola a medicinas. Zhenia fue a ver a su padre.

    II L OS LIUBERS RENOVABAN EL MOBILIARIO. El lujo hizo su aparicin en la

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    casa. Adquirieron un equipaje y compraron caballos. El cochero se llamabaDavletash.

    En aquel entonces los neumticos constituan una gran novedad. En todas lascalles se volvan y seguan el coche con los ojos: la gente, las tapias, las capillas y losgallos.

    Tardaron mucho en abrirle la puerta y mientras que el coche por respeto a ella sealejaba al paso, la seora Liubers grit tras l:

    No los lleves lejos! Hasta la barrera y vuelta. Cuidado al bajar la cuesta.El blanquecino sol que la introdujo desde el porche al gabinete del doctor, segua

    calle adelante y alcanzando el cuello crdeno, prieto y pecoso de Davletash, localentaba y estremeca.

    Entraron en el puente y comenz la charla maliciosa, redonda y cabal de las vigas,concebida en tiempos lejanos para todas las pocas; el barranco la tenapiadosamente presente y la recordaba siempre tanto al medioda como durante elsueo.

    Vykormysh trat de subir la cuesta por la tierra de slice que se desprenda bajosus patas y dificultaba su marcha; todo extendido en un esfuerzo superior a l,haca pensar en una langosta trepadora; de pronto, al igual que esa criaturavoladora y saltarina por naturaleza, cobr momentnea belleza en la humillacin desus esfuerzos sobrenaturales. Dirase que de un momento a otro agitara furioso lasrelucientes alas y saldra volando. Y, en efecto, el caballo dio un tirn, lanz haciaadelante las patas delanteras y avanz a corto trote por la superficie desierta.

    Davletash procur sujetarle, acortando las riendas. Un perro lanz tras ellos unosladridos agnicos, desgranados, breves. El polvo pareca plvora de fusil. El caminotorca bruscamente a la izquierda.

    La calle negra se embotaba en un callejn sin salida y terminaba en la rojaempalizada del depsito ferroviario. Se vea llena de gente. El sol que la iluminabade costado, tras los arbustos, pareca envolver en paales unas extraas figuritascon chaquetas de mujer. Los iluminaba con luz blanca, hiriente, como si brotase deun cubo derribado por una bota de un puntapi; era como hmeda cal que corrieseen torrente por la tierra. La calle herva. El caballo marchaba al paso.

    Tuerce a la derecha! orden Zhenia.No hay paso respondi Davletash, sealando con el ltigo la roja terminal de

    la empalizada. Es un callejn sin salida.Prate entonces. Quiero ver.Son nuestros chinos.Ya lo veo.Davletash comprendi que la seorita no tena ganas de hablar con l, canturre

    un lento So-o-o! y el caballo, balanceando todo el corpachn, se par en seco.Davletash lanz un silbido fino, entrecortado, incitndole a mantenerse como eradebido.

    Los chinos cruzaban el camino sujetando en las manos enormes hogazas de pande centeno. Vestan de azul y parecan campesinas con pantalones. Las cabezas

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    destocadas terminaban en una coleta en lo alto del occipucio que pareca hecha depauelos anudados. Algunos se detenan. Y Zhenia poda examinarles. Sus rostroseran plidos, terrosos, sonrientes. De tez oscura y sucia como el cobre oxidado porla miseria.

    Davletash sac la petaca y se dispuso a liar un cigarrillo. En aquel instante, desdela esquina hacia donde se dirigan los chinos, salieron algunas mujeres.Seguramente tambin ellas iban en busca del pan. Los que estaban en el caminocomenzaron a rer y a acercarse a ellas cimbrendose como si tuvieran las manosatadas a la espalda. La sinuosidad de sus movimientos era subrayada por el hecho,sobre todo, de que todo su cuerpo, desde el cuello hasta los tobillos, estaba cubiertopor el mismo ropaje como si fueran acrbatas. No haba en ello nada terrible, lasmujeres no echaron a correr, sino que se detuvieron y tambin ellas rompieron arer.

    Qu haces, Davletash?El caballo, el caballo se escapa, no quiere estarse quieto respondi Davletash

    con voz entrecortada al tiempo que golpeaba al caballo con las riendas y tiraba deellas.

    Cuidado, vas a volcar, por qu le fustigas as?Es preciso.Tan slo cuando sali al campo y tranquiliz al caballo, que haba empezado ya a

    cabriolar, el astuto trtaro, habiendo evitado que la seorita viera un espectculobochornoso sacndola de all con la velocidad de una flecha, tom las riendas con la

    mano derecha y guard la petaca, que segua teniendo en la mano, en el bolsillo delchaquetn.Regresaron por un camino distinto. La seora Liubers debi de verles por la

    ventana de la casa del doctor. Sali al porche justo cuando el puente acab decontarles su cuento y lo empezaba de nuevo al paso del carro del aguador.

    IIIA LIZA DEFENDOV, la nia que trajo unas bayas arrancadas del serbal al liceo, laconoci Zhenia un da de exmenes. La hija del sacristn volva a examinarse defrancs; a Zhenia Liubers la hicieron sentar en el primer sitio libre y se conocieronas, sentadas en pareja. ante una misma frase.

    Est-ce Pierre qui a vol la pomme3 Oui, C'est Pierre qui vola.... etc. El que Zhenia estudiara en casa no puso fin a la amistad de las nias. Siguieron

    vindose. Sus encuentros, debido a las ideas de la seora Liubers. eran unilaterales.A Liza se le permita visitarles. A Zhenia, por ahora, se le prohiba ir a la casa de losDefendov.

    Esos espaciados encuentros no impidieron que Zhenia se encariara con su

    3 Fue Pedro el que rob la manzana? S. Fue Pedro quien rob... (En francs en el original.)

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    amiga. Se haba enamorado de Liza, es decir, pas a ser el sujeto pasivo en susrelaciones, su manmetro, vigilante, apasionadamente ansioso. Toda mencin quehaca Liza de sus compaeras, que Zhenia no conoca, suscitaba en ella unsentimiento de amargura y vaciedad. Se le caa el alma a los pies: eran los primerosaccesos de celos. Sin motivo, debido a su propia suspicacia. Zhenia estabaconvencida de la perfidia de Liza que, aparentemente sincera, se rea en el fondo detodo cuanto se refera a los Liubers, tanto a sus espaldas como en la clase y en sucasa, pero lo aceptaba como algo lgico, como algo que subyaca en la naturalezadel afecto. Sus sentimientos eran casuales en la eleccin del objeto, ya querespondan en su origen a la imperiosa necesidad del instinto que desconoce elamor propio y slo sabe sufrir y sacrificarse a mayor gloria del fetiche elegido porprimera vez.

    Ni Zhenia ni Liza se influan recprocamente en nada: Zhenia segua siendoZhenia y Liza. Liza. Se vean y se separaban, aqulla con gran sentimiento, sta sinninguno.

    El padre de los Ajmedianov, comerciante en hierro, haba hecho una gran fortunaen el ao que mediaba entre el nacimiento de su hijo Nuretdin y Smaguil. Smaguilpas a llamarse Samoil y el padre decidi dar a los muchachos educacin rusa; noomiti ningn detalle del esplndido tren de vida de los grandes seores rusos y endiez aos de esfuerzos lo haba sobrepasado con creces. Los hijos salieronvictoriosos de la prueba, es decir, se adaptaron al modelo prescrito y el amplioimpulso de la voluntad paterna se imprimi en ellos, ruidoso y destructor, como en

    un par de aspas que se hacen girar y se dejan luego a merced de la inercia. Loshermanos Ajmedianov eran los alumnos ms emprendedores del cuarto curso.Estaban constituidos por tiza quebradiza, perdigones de escopeta, estruendo depupitres, obscenos insultos y rostros de rubicundas mejillas que se despellejabanen invierno, narices respingonas y aire de suficiencia. Seriozha hizo amistad conellos en agosto. A finales de septiembre haba perdido su personalidad. Era lgico.Ser un licesta tpico, v despus algo ms, significaba estar de acuerdo en todo conlos Ajmedianov y lo que Seriozha ansiaba era ser licesta.

    Liubers no se opuso a las amistades de su hijo. No observ en l ningn cambio ysi de algo se daba cuenta lo atribua a la edad de transicin. Adems, tena la menteocupada por otras preocupaciones. Desde haca algn tiempo haba empezado acomprender que estaba enfermo v que su mal era incurable.

    IV A ZHENIA NO ERA L PRECISAMENTE quien le daba pena, aunque todos entorno hablaban de lo increblemente inoportuno y fastidioso que resultabasemejante convocatoria. Negarat era demasiado complicado hasta para los padres ytodo cuanto ellos sentan hacia los dems se transmita confusamente a los nios, lomismo que a los animales domsticos demasiado mimados. Lo nico queentristeca a Zhenia era que ahora todo fuera distinto y que los belgas seran tanslo tres y ya no podran rerse como antes. Sucedi aquella tarde cuando todos

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    estaban sentados ante la mesa y Negarat dijo a la madre que le haban llamado parael reclutamiento militar y deba salir para Dijon.

    Pero, qu joven es usted entonces! exclam la madre y comenz acompadecerle de mil modos.

    Negarat segua sentado sin alzar la cabeza; la conversacin no cuajaba.Maana vendrn a enmasillar las ventanas coment la madre y le pregunt si

    no quera que la entornase un poco.Negarat contest que no era preciso, que no haca fro y que en su pas no las

    enmasillaban.Poco despus lleg el padre; tambin l, al conocer la nueva, se deshizo en

    lamentaciones. Pero antes de comenzar a lamentarlo pregunt soprendido,enarcando las cejas.

    A Dijon? Pero, no es usted belga?Negarat cont entonces la historia de la emigracin de sus viejos de manera tan

    divertida como si no fueran sus padres y tan tierna como si hablara de unosextraos cuya historia hubiera ledo en un libro.

    Perdone que le interrumpa dijo la madre. Hijita, a pesar de todo, cierra unpoco la ventana; maana vendrn a enmasillarla. Bueno, contine. Su to me pareceun autntico miserable. Es posible que lo haya hecho hallndoserealmentebajo juramento?

    Negarat reemprendi el relato interrumpido. Cuando lleg al documento delconsulado, remitido por correo en la vspera, se dio cuenta que Zhenia no

    comprenda nada y se esforzaba por entender. Entonces se volvi hacia ella ycomenz a explicarle lo que significaba el servicio militar sin hacerle ver con qu finlo haca para no herir su amor propio. S, s, comprendo. S, comprendo,comprendo, repeta Zhenia de manera maquinal, llena de agradecimiento.

    Pero, por qu tiene que irse tan lejos? Sea soldado aqu, haga lainstruccincomotodos precis imaginndose con toda claridad los prados que se divisaban desdela colina del monasterio. S, s, lo comprendo. S, s, s, repeta y los Liuberssentados sin hacer nada pensaban que el belga atiborraba a la nia de detallessuperfluos e introduca observaciones somnolientas y simplonas. De pronto lleg

    un momento en el cual Zhenia sinti compasin por todos aquellos que hacatiempo o recientemente tuvieron que ir, como Negarat ahora, a diversos lugareslejanos y emprender, despus de despedirse, un viaje inesperado, como cado delcielo, que los traa aqu, al extrao para ellos Ekaterinburg para ser soldados. As debien se lo explic aquel belga. Jams nadie se lo haba hecho entender as. Elpanorama de las blancas tiendas de campaa dej de serle indiferente, se puso demanifiesto su evidencia: las compaas se ensombrecieron, convirtindose enconjuntos de personas aisladas con uniforme de soldados por los cuales empez asentir lstima en el mismo momento en que se les infundi sentido y cobraron vida,hacindose prximos y entraables. Negarat se despeda.

    Parte de mis libros se los dejar a Zvetkov. Es el amigo de quien tanto les habl.Por favor, madame, utilcelos como antes. Su hijo sabe dnde vivo, suele visitar a la

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    Espera, no s dnde est el enganchn. Conozco al cojo se. Ya est, gracias aDios.

    Se te ha roto?No, felizmente est entero. El agujero lo tengo en el forro, pero es viejo y la

    culpa no es ma. Bueno, vamonos, espera que me limpie la rodilla. Ya est, vamos. Leconozco, vive en el patio de los Ajmedianov. Recuerdas que te cont que Negaratpor las noches reuna a la gente, que beban y tenan las luces encendidas toda lanoche? Lo recuerdas? Recuerdas que el da del cumpleaos de Samoil dorm en sucasa? Pues bien, l es uno de esos.

    Zhenia se acordaba. Comprendi que en ese caso estaba equivocada, no habapodido ver al desconocido en Perm, se le haba figurado. Sin embargo, seguaparecindoselo; sumida en aquellos pensamientos, pasaba revista a toda su vida enPerm y segua sin hablar a su hermano. Tuvo que franquear algo, sujetarse a algo ycuando mir en torno suyo se encontr en la semipenumbra de unos mostradores,rodeada de livianas cajas, estantes, obsequiosos saludos y ofrecimientos... Seriozhahablaba.

    El librero que comerciaba con toda clase de tabacos, no tena los libros quepedan, pero les asegur que Turguniev ya estaba enviado desde Mosc, que venade camino y que hace unos minutos deca lo mismo al seor Zvetkov, su profesor.Hicieron gracias a los jvenes los cumplimientos del librero y el error en que, sehallaba: se despidieron y se fueron con las manos vacas.

    Al salir, Zhenia pregunt a su hermano.

    Dime, Seriozha, cmo se llama la calle que se ve desde nuestra leera? Nuncame acuerdo de su nombre.No lo s; jams estuve en ella.No es cierto, yo misma te vi.En la leera? Es que t...No, en la leera no, pero s en la calle, la que est detrs del jardn de Cherep-

    Savich.Ah, te refieres a eso! Es cierto, cuando se pasa delante se la ve. En lo profundo

    del jardn, hay all unos hangares y lea. Pero, si es nuestro patio! Claro, es unaparte del patio. Qu gracia! La de veces que habr pasado por delante pensando enel modo de llegar hasta all... Primero a la leera, desde all a la buhardilla, hay alluna escalera, la he visto. Entonces, aquella parte del patio es nuestra?

    Seriozha, me vas a ensear cmo se llega all?Otra vez! Pero si es nuestro patio. Qu quieres que te ensee? T misma...Seriozha, no me has entendido. Yo te hablo de la calle y t del patio. Te hablo

    de la calle. Ensame el modo de llegar a ella. Me lo ensears, Seriozha?No te entiendo. Hoy pasamos por ella... y ahora dentro de poco la dejaremos de

    lado.Qu dices?Lo que oyes. El calderero est en la esquina.Entonces es la que est tan llena de polvo...

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    S, la misma por la que preguntas. Y el jardn de Cherep-Savich est al final, a laderecha. No te rezagues, no vayamos a llegar tarde a comer. Hoy tenemos cangrejos.

    Se pusieron a hablar de otras cosas. Los Ajmedianov haban prometido ensearlea estaar los samovares. Y en respuesta a su pregunta sobre qu era el estao,Seriozha contest que se trataba de un mineral opaco que se utilizaba para soldarpucheros y calcinar ollas; los Ajmedianov saban hacer todas esas cosas.

    Tuvieron que correr para evitar que una caravana de carros les cortara el paso. Yse olvidaron: ella de su ruego de que le enseara el paso a la calleja desierta ySeriozha de su promesa de hacerlo. Pasaron por delante de la calderera y al respirarel clido y grasiento tufo que suele haber cuando se limpian picaportes ycandelabros de cobre, record Zhenia de pronto dnde haba visto al cojo y a lastres desconocidas; y al momento siguiente comprendi que Zvietkov, a quienmencion el librero, era justamente l.

    VI NEGARAT SE IBA POR LA TARDE. El padre fue a despedirle, regres de laestacin ya avanzada la noche y su aparicin en la portera produjo un gran revueloque tard en calmarse. Salan con luces, llamaban a alguien. Llova a raudales ygraznaban unos gansos que haban dejado escapar.

    La maana se present brumosa y friolenta. Azotada por una lluvia ruin, quegiraba salpicando lodo, la hmeda calle gris rebotaba como si fuera de goma,saltaban los carros y chapoteaban los chanclos de los transentes al cruzar la

    calzada.Zhenia regresaba a casa. Aquella maana el eco del revuelo nocturno resonabatodava en el patio; no le dejaron el coche y se dirigi a pie a la casa de su amiga,diciendo que iba a la tienda en busca de semillas de camo. Sin embargo, a mediocamino se convenci de que no llegara sola desde el centro comercial de la ciudad ala casa de Liza y dio la vuelta. Record, adems, que como era temprano Liza, detodas formas, an estara en el liceo. Se haba mojado por entero y senta fro.Aunque el tiempo mejoraba, el cielo segua cubierto. Un esplendor fro y blancorecorra las calles, se pegaba a las mojadas losas como una hoja. Las nubes oscurasse apresuraban a salir de la ciudad, se apretujaban atolondradas, pnicamenteinquietas al final de la plaza, pasadas las farolas de tres brazos.

    El hombre que se trasladaba deba ser muy desordenado o anrquico. Los enseresde un despacho modesto no estaban cargados, sino tirados simplemente en el fondode la carreta tal como estaban en la habitacin; las ruedecillas de los sillones, queasomaban bajo sus blancas fundas, giraban sobre su fondo como si fuera parquet acada vaivn del carro. Las fundas eran blancas como la nieve y a pesar de queestaban impregnadas de agua hasta el ltimo hilo resaltaban tanto que parecandifundir su color a las piedras radas por la intemperie, al agua aterida bajo lasvallas, a los pjaros que volaban desde las cocheras, a los rboles que, sacudidos porel viento, volaban en pos de ellos, a fragmentos de plomo y hasta al ficus que en sucubeta se meca saludando desmaadamente a todos cuantos desfilaban

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    velozmente ante l.El aspecto de la carreta era inaudito y llamaba involuntariamente la atencin. El

    cochero caminaba al lado y el fondo, muy ladeado, avanzaba al paso, rozando losguardacantones. Por encima de todo ello sobrevolaba como un andrajo mojado yplmbeo la palabra ciudad, haciendo nacer en la mente de Zhenia multitud deideas que eran tan fugaces como el fro resplandor de octubre que recorra las callesy caa al agua. Enfermar tan pronto como coloque sus cosas, se dijo pensando enel desconocido dueo de las pertenencias de la carreta. Y se imagin al hombre,a unhombre en general, de caminar inestable, desparejoque colocaba sus muebles por losrincones. Se imagin vivamente sus movimientos y gestos, en particular el modocmo sujetaba el trapo y cmo, cojeando en torno a la cubeta, secaba las hojas delficus empaadas por el fro. Pescar un resfriado, tendr escalofros y fiebre. Assuceder sin duda alguna. Tambin eso se lo imagin Zhenia muy vivamente. Muyvivamente. La carreta trepid cuesta abajo en direccin a Iseti. Zhenia tena que ir ala izquierda.

    Esto suceda, seguramente, a causa de alguien que pisaba con fuerza detrs de lapuerta. El t del vaso suba y bajaba en la mesilla de noche junto a la cama. Suba ybajaba la rajita de limn en el t. Las franjas de sol se balanceaban por lasempapeladas paredes. Se balanceaban verticalmente igual que el jarabe que sevende en las tiendas en cubos de cristal detrs de los rtulos donde un turco fumaen pipa. En los cuales un turco... fuma... en pipa. Fuma... en pipa.

    Suceda a causa, seguramente, de unos pasos. La enferma volvi a dormirse.Zhenia enferm al da siguiente de la marcha de Negarat, el mismo da que supo,despus de su paseo, que Axinia, por la noche, haba dado a luz un nio; el da en

    que al ver la carreta con los muebles decidi que a su dueo le amenazaba unaenfermedad.

    Zhenia tuvo fiebre durante dos semanas; su cuerpo, cubierto de sudor, queddensamente sembrado de pesada pimienta roja que haca arder sus prpados ypegaba las comisuras de la boca. La venca la transpiracin y el sentimiento de estarhorriblemente gorda se mezclaba con el sabor a vinagre. Era como si la llama que lahaba inflado fuera introducida en ella por una avispa, como si su fino aguijn, tan

    delgado como un pelo, se hubiera quedado en su cuerpo y ella quisiera extraerloms de una vez y de distinto lugar. Bien de un pmulo violceo o de un hombroinflamado que senta latir bajo el camisn, bien de alguna otra parte.

    Ya estaba en vas de curacin. La sensacin de debilidad, sin embargo, se hacasentir por su cuenta y riesgo en una extraa geometra propiaque provocaba en ellaun leve mareo y nuseas.

    El sentimiento de debilidad que poda iniciarse por alguna parte de la mantacomenzaba a superponer encima diversas capas vacas que iban creciendogradualmente, se hacan de pronto inmensas en las horas crepusculares, tomando laforma de la superficie que subyaca en aquella demencia espacial. Otras veces,separndose de un dibujo del empapelado de la pared, haca desfilar ante ella, franjatras franja, diversas amplitudes que se relevaban unas a otras con suavidad, como si

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    estuvieran engrasadas. Todas esas sensaciones la agotaban por el incrementosucesivo, regular, de sus proporciones. A veces la atormentaban medianteprofundidades que descendan sin fin, hacindole ver desde el principio, desde laprimera raya del entarimado, su insondable hondura, lanzando su cama muy, muysuavemente, hacia el fondo con ella dentro. Su cabeza, como un terroncito deazcar, caa al abismo de la estremecedora vorgine del caos vaco, inspido; sedisolva, se dilua en l.

    Se deba todo ello a la elevada sensibilidad de los laberintos del odo.Tenan la culpa aquellos pasos. Bajaba y suba el limn. Suba y bajaba el sol por el

    empapelado de los muros. Entr la madre y la felicit por su restablecimiento.Zhenia tuvo la impresin de que ella lea los pensamientos de otros. Haba odoalgo semejante al despertar. La felicitaban sus propios brazos y piernas, codos yrodillas, felicitaciones que ella, desperezndose, admita. Fueron sus parabienes losque la despertaron. Y tambin los de la madre. Era una extraa coincidencia.

    Los de casa entraban y salan, se sentaban y se levantaban; Zhenia hacapreguntas y reciba respuestas. Algunas cosas haban cambiado durante suenfermedad, otras permanecan invariables. Estas no le importaban, aqullas no ladejaban en paz. Su madre, al parecer, no haba cambiado, el padre no cambi ennada, era el de siempre. Los que cambiaron fueron ella misma y Seriozha, lasituacin de la luz en el cuarto, el silencio en todos los dems, algunas otras cosas,muchas ms. Haba nevado? No, de vez en cuando caa algo de nieve, pero sedeshelaba, el suelo se helaba un poco, en fin, nada en concreto, no haba nieve.

    Apenas notaba a quin diriga las preguntas. Las respuestas se daban a porfa.Los que estaban sanos venan y se iban. Apareci Liza. No queran dejarla pasar,luego recordaron que el sarampin no se repeta y Liza entr a verla. Vino Dikij.Zhenia ni cuenta se daba de quin responda a sus preguntas.

    Cuando se fueron todos a comer y qued a solas con Uliasha se acord de lomucho que se rieron aquella vez en la cocina al or una estpida pregunta suya.Ahora ya no se le habra ocurrido hacerla. Para ella fue una pregunta sensata,inteligente, hecha con el tono de una adulta. Pregunt si Axinia estaba embarazadade nuevo. La cucharilla tintine en las manos de la sirvienta al retirar el vaso.

    Pero, nena dijo ocultando el rostro. Djala que descanse, no es cosa de queest siempre...

    Y sali corriendo, dejando a medio cerrar la puerta; toda la cocina retumb depronto como si se hubieran desplomado los estantes con la vajilla y tras las risas seoy un vocero, del cual participaban la asistenta y Halim, vocero que seacrecentaba entre ellos sonoro, presto y retador, como si acabada la ria seenzarzaran en una pelea; despus, alguien se acerc y cerr la puerta olvidada.

    No tena que haber preguntado eso. Era todava ms estpido.

    VIISER POSIBLE QUE DE NUEVO EST DESHELANDO? Eso significa quetampoco hoy sacarn el coche de ruedas y no podr ser enganchado el trineo.

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    Zhenia se pasaba las horas junto a la ventana; se le quedaba fra la nariz yentumecidas las manos. Acababa de salir Dikij. Hoy se fue descontento de ella.Pero, quin puede estudiar cuando cantan los gallos en el patio, zumba el cielo ycuando cesa el rumor vuelven los gallos a entonar su cntico! Las nubes peladas ymugrientas se parecen a una manta sarnosa. El da hinca su hocico en el cristalcomo un ternero en busca de leche. Es como si fuera primavera. Pero a partir delalmuerzo el aire fro, azulado, atenaza como un aro, el cielo se encoge y hunde, seoye la anhelante respiracin de las nubes y las horas en su apresurado correr haciael norte, hacia el crepsculo invernal, arrancan la ltima hoja de los rboles, barrenlos parterres, pinchan a travs de las rendijas, cortan la respiracin. Tras las casasasoman las bocas de las armas invernales, apuntan a su patio cargadas del poderosonoviembre. Pero es octubre todava.

    Es octubre todava. No se recuerda un invierno semejante. Dicen que la siembrade otoo est perdida y hay temores de hambre. Como si algn hechicero hubiesealzado su varita mgica, rodeando con ella chimeneas, tejados y las casitas que elhombre hizo para los estorninos. All habr humo, aqu nieve, all escarcha. Pero nohay todava ni lo uno ni lo otro. Un crepsculo desnudo, macilento, los echa demenos.

    Tensa los ojos; a la tierra le duelen las luces de las casas, de las farolas encendidastan temprano como duele la cabeza de fijar la vista durante una larga y angustiosaespera. Todo est en tensin y en acecho; preparada la lea en las cocinas,rebosantes de nieve las nubes y el aire preado de brumas... Cundo pronunciar el

    hechicero, que ha rodeado todo cuanto la vista alcanza con sus mgicos crculos, elconjuro para invocar el invierno cuyo espritu ya est a la puerta?Cmo es posible tanto descuido! Claro, nadie se fija en el calendario de la sala de

    estudio; es un calendario infantil de hojas arrancables. Pero... sealaba el 29 deagosto! Qu cosas!, como dira Seriozha. Estaba en rojo. La decapitacin de San Juan el Precursor. Como se desprenda fcilmente del clavo y Zhenia no tena nadaque hacer se dedic a arrancar sus hojas. Las arrancaba sin dejar de aburrirse y muypronto dej de comprender lo que haca; de vez en cuando se deca a s misma:treinta, maana treinta y uno.

    Lleva tres das sin salir de casa.Estas palabras dichas en el pasillo la hicieron salir de su ensimismamiento y vio

    cuan lejos haba ido en su ocupacin. Ya llegaba a ltimos de noviembre. La madreroz su mano.

    Dime, hija, si...Lo que sigui era increble. Interrumpiendo a su madre, como en sueos, le pidi

    Zhenia que dijese Decapitacin de San Juan el Precursor. Perpleja, la madrecumpli su ruego: no dijo Percursor como deca Axinia.

    Al momento siguiente la propia Zhenia qued asombrada. Qu le haba pasado?Qu la impuls? De dnde haba salido? Fue ella, Zhenia, quien hizo la pregunta?Poda pensar, acaso, que mam...? Qu raro e inverosmil! Quin habrinventado?...

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    La madre segua de pie ante ella. No poda creer en sus odos y la miraba con losojos muy abiertos. La salida de Zhenia la haba dejado perpleja. Pareca unapregunta burlona; su hija, sin embargo, tena los ojos llenos de lgrimas.

    Sus confusos presentimientos se cumplieron. Durante el paseo percibi con todaclaridad cmo se dulcificaba el aire, se ablandaban las nubes y se haca ms suave elgolpear de los cascos del caballo. No haban encendido todava las luces cuandoempezaron a girar, a vagabundear por el aire, secos copos grisceos. Tan prontocomo salieron del puente desaparecieron esos copos aislados y cay un chaparrncontinuo de espesa nieve. Davletash baj del pescante y subi la capota de cuero.Zhenia y Seriozha quedaron en la oscuridad y con poco espacio. Zhenia sintideseos de enfurecerse a la manera de la furiosa intemperie que les rodeaba.Comprendieron que regresaban a la casa porque oyeron de nuevo los cascos delcaballo golpeando el puente. Las calles estaban irreconocibles. La noche lleg depronto y la ciudad, como enloquecida, movi infinidad de gruesos labiosempalidecidos. Seriozha se asom al exterior y con la rodilla apoyada en el fondo leorden que les llevara al barrio de los artesanos. Zhenia qued muda de admiracin:haba conocido todos los secretos y encantos del invierno en el modo como sonaronen el aire las palabras dichas por su hermano. Davletash grit en respuesta que erapreciso regresar a la casa para no cansar al caballo, que los seores iban al teatro ytendra que enganchar el trineo. Zhenia se acord de que los padres se iban y ellosse quedaran solos.

    Decidi instalarse lo ms cmodamente posible ante la lmpara y leer hasta bien

    entrada la noche aquel tomo de Cuentos del Gato Ronroneador que no era paranios. Deba buscarlo en la alcoba de mam. Y tambin chocolate. Leera, chupandoel chocolate, y oira cmo la nevasca cubra de nieve las calles.

    Tambin ahora caa la nieve a raudales cubriendo las calles. Trepidaba el cielo ydesde l, misteriosos y terribles, se desprendan incontables pases y comarcas. Eraevidente que aquellos pases cados no se sabe de dnde, jams haban odo hablarde la vida, ni de la tierra, y ciegos, casi nocturnos, la cubran sin verla, sin conocerla.

    Aquellos reinos eran deliciosamente espantosos, satnicamente encantadores.Zhenia los contemplaba con arrobamiento. El aire se tambaleaba, aferrndose atodo cuanto poda, y lejos, muy lejos, ululaban los campos como azotados brutal ydolorosamente, muy dolorosamente, con un ltigo. Todo estaba revuelto. La nochehabase precipitado sobre ellos, furiosa por las enmaraadas canas que la marcabandesde abajo, cegndola. No se distingua el camino y cada uno iba como poda, losgritos y las vociferaciones no se encontraban y perecan en diversos tejadosarrastrados por la ventisca. Nevaba copiosamente.

    Largo rato estuvieron pateando en el pasillo sacudiendo la nieve de sus blancas einfladas pellizas. Era mucha el agua que se desprendi de sus chanclos sobre ellinleum a cuadros! Tirados sobre la mesa vieron cscaras de huevos y el tarrito dela pimienta, sacado de su soporte, no haba vuelto a su lugar de antes; haba muchapimienta tirada sobre el mantel, rastros de yema derramada y una lata de sardinas amedio comer. Los padres ya haban cenado, pero seguan en el comedor, metiendo

  • 8/14/2019 LA INFANCIA DE ZHENNIA LIUBERS Y OGTROS RELATOS, POR BORIS PASTERNAK

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    papel.Zhenia entonces volvi a su tarea. No encerr los perodos entre parntesis.

    Continu la divisin anotando los perodos unos tras otros. No se les vea fin. Lafraccin en el cociente era cada vez mayor. No ser el sarampin que vuelve? esa idea acudi de pronto a su mente. Hoy Dikij habl algo sobre el infinito.Haba dejado de comprender lo que haca. Durante todo aquel da tuvo la sensacinde que algo le ocurra, tambin senta deseos de dormir o de llorar, pero no podacomprender de qu se trataba, pues no estaba en condiciones de razonar. El ruidotras la ventana iba cesando. La ventisca se calmaba poco a poco. Las fraccionesdecimales eran una novedad para ella. Como le falt margen en la parte derecha,decidi empezar de nuevo, hacer los nmeros ms pequeos y comprobar cadaoperacin. El silencio era absoluto. Tena miedo de olvidar la cifra anterior y norecordar el producto. La ventana no se ir a ninguna parte pens sin dejar deverter treses y sietes en el cociente sin fondo, les oir llegar con tiemposuficiente, el silencio es absoluto; tardarn en subir, llevan abrigos de piel y mamest encinta. Vaya, resulta que el 3773 se repite; lo puedo copiar simplemente oreducirlo.

    Record, de pronto, que Dikij le haba dicho hoy que no era preciso hacerlo,bastaba simplemente con suprimirlos o ignorarlos. Zhenia se levant paraacercarse a la ventana.

    El patio se haba aclarado. Los raros copos que salan flotando desde la oscuranoche, navegaban hacia la farola de la calle, la circundaban y, serpenteando, se

    perdan de vista. En su lugar emergan otros. Reluca la calle cubierta con el niveotapiz de los trineos; era blanco, luminoso y apetecible como los dulces de loscuentos. Zhenia se entretuvo en la ventana, admirando los crculos y los trenzadosque formaban junto a la farola los plateados copos de los cuentos de Andersen.Despus de un largo rato de contemplacin se dirigi al dormitorio de la madre enbusca del libro. Entr sin lmpara. Se vea bien. El tejado del hangar revesta lahabitacin de un resplandor movedizo. Las camas se congelaban y relucan bajo elhlito de aquel enorme tejado. Tiradas en desorden vio sedas color humo,diminutas blusitas que exhalaban el olor sofocante y opresivo de las axilas y elcalic. Ola a violetas y el color negro-azulado del armario recordaba la noche en elpatio, como la seca y tibia penumbra donde se mova aquel helado resplandor. Labola metlica de la cama reluca como nico abalorio. Apagaba la otra una camisaechada encima. Zhenia entorn los ojos y el abalorio se desprendi del suelo ynaveg hacia el armario. Se acord de que haba venido en busca del libro y con len la mano se aproxim a una de las ventanas del dormitorio. La noche eraestrellada. Haba llegado el invierno a Ekaterinburg. Lanz una ojeada al patio y sepuso a pensar en Pushkin. Decidi pedir al profesor que le encomendase unaredaccin sobre Oneguin.

    Senozha tena ganas de charlar.Te has perfumado? pregunt. Djame tambin a m.Haba estado enc