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El Migrante Perdido y Diles que no me maten Textos de dramaturgia por Cristian Martín Padilla Vega Donativo: 20 pesos

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El Migrante Perdido y ¡Diles que no me maten! textos de dramaturgia por Cristian Martín Padilla Vega.

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El Migrante Perdido y Diles que no me maten Textos de dramaturgia

por Cristian Martín Padilla Vega

Donativo: 20 pesos

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Texto: Cristian M. Padilla Vega.

Ilustraciones: El Pulpo Santo.

Edición

Mario Eduardo Ángeles.

La Testadura, una literatura de paso.

www.issuu.com/latestadura

www.latestadura.blogspot.mx

[email protected]

[email protected]

México, Agosto 2015.

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Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores. La Testadura, una literatura de paso, hecha para

olvidarse en los lugares públicos o salas de espera.

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El Migrante Perdido y Diles que no me maten (adaptación al teatro de un cuento de Juan Rulfo)

por Cristian Martín Padilla Vega

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De grupos migrantes y perdidos Los dos personajes que vemos en la presente

portada son Mario Eduardo Ángeles y Cristian Padilla, quienes han venido trabajando juntos hace algunos años en torno al proyecto editorial La Testadura, una literatura de paso. Muchos son los textos que ya han pasado por las pági-nas del proyecto. Escritores y creadores noveles, otros con más trayectoria y reconocimiento, pe-ro que a fin de cuentas se hallan en la forma-ción de una obra personal, lo cual los convertirá en poetas o narradores o ensayistas o, en la apuesta presente, dramaturgos.

Es curioso el ambiente artístico y literario en la ciudad de Querétaro: cada grupo tiene sus talentos, y los que no pertenecen a alguna de las asociaciones, pues nomás no son poetas, ni directores de teatro, ni escritores o bailarines o lo que se les antoje, así como también hay pro-yectos serios que no son tomados en cuenta, es

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decir, no existen por el simple hecho de no apa-recer en las listas de beneficiados con becas o no tener algún contacto en el Diario de Queré-taro, no existen, no son. Y así por cada grupo se puede hacer una lista de quiénes sí son y quié-nes no.

Ahora bien, La Testadura es un grupo bas-tante amplio, y que solo la crítica futura podrá colocar en perspectiva respecto a su contexto y aquilatar su valor artístico y literario. Mientras, no queda más que seguir escribiendo, publicar, hacerse de una obra, lo que hace a los autores (otro tanto depende de las relaciones públicas): Juan Rulfo tiene una parca pero cabal obra lite-raria, Octavio Paz igual tiene una obra cabal aunque más vasta, Francisco Cervantes, nuestro poeta, también se hizo de una obra. Y para eso existen proyectos como La Testadura, donde personajes como Cristian Padilla nos muestran sus trabajos y solo los años nos dirán el valor de estos.

En tanto, podemos reunirnos en torno a al-gún performance báquico, no tomarnos en serio

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nuestro trabajo y terminar atados a una cama. Los textos que ahora nos presenta Cristian

Padilla son dos breves obras de teatro, del tan soslayado arte dramático. Lo mismo se puede decir del ensayo, pues resulta que todos o son poetas o cuentistas o fotógrafos.

En fin, El migrante perdido es una exposi-ción, en cuatro cuadros de riesgoso diálogo na-turalista, de la odisea de miles de seres huma-nos que intenta llegar a territorio estadouni-dense, cuatro crudas tajadas de realidad, que en el filme La jaula de oro nos mostrara magis-tralmente Diego Quemada-Díez. El otro texto es una adaptación para la escena del cuento ¡Diles que no me maten!, de Juan Rulfo, donde Cris-tian selecciona los acontecimientos e incidentes que mejor sirven a la disposición de la acción dramática y así logra el efecto deseado: luego de una vida de constante azoro, Juvencio se afe-rra a esta como lo único que le queda sobre la tierra, no sabe, el desgraciado, que muerto en vida es, podrido está lo que toca, solo le falta sacarse los ojos.

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Un par de textos que se suman a la vasta producción literaria de la ciudad, y que en el futuro serán los jueces de sus creadores, en este caso, Cristian Padilla y, el editor de La Testadu-ra, Mario Eduardo Ángeles. Salud a ambos por las iniciativas.

Bernabé Galicia Beltrán

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EL MIGRANTE PERDIDO ACTO I (Escenario a oscuras, entra una luz tenue roja; y entre una voz en off; se escucha de fondo la canción de “clandestino” de Manu Chao). NARRADOR: Las condiciones sociales, económi-cas y culturales han ido modificando nuestras formas de vida. Una vida precaria va obligando a las personas a emigrar en busca del sustento cotidiano. Los flujos migratorios obligados son algo común en nuestros días, el tren, “la bestia”, va cargando en sus vagones a miles de perso-nas que buscan llegar a la “tierra prometida” (Sale en off la música y se ilumina el escenario aparece de fondo un tren estacionado, se escu-cha un fuerte silbido de “la bestia”).

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La Migra, el viejo y la Mara

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MIGRANTE PERDIDO: Otra parada y no llega-mos al norte. Ya me habían advertido que el viaje era largo, pero ya es un chingo. Me parece como si hubiera estado viajando en este tren por años. ESPÍRITU (aparece detrás de él, vestido de negro y hablando lenta y burlonamente): Pues has viajado años, güey. Nomás que no quieres en-tender. MIGRANTE (sorprendido al verlo detrás de él): Ay, cabrón. Me espantaste, otra vez tú. ¿Qué chingados quieres? ESPÍRITU (ya hablando normal): Pues cómo que qué quiero, convencerte de que ya dejes el tren. Ándale ya vámonos. MIGRANTE: Otra vez con eso. Entiende que no. Yo no me bajaré del tren hasta llegar a los Uni-

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ted. ESPÍRITU: Ay, sí, los “united”, no mames. Que pinche necio eres. MIGRANTE: Ya, ya mejor saca algo de comer, me muero de hambre. ESPÍRITU: Pero tú pá que quieres comer, criatura (se escuchan las voces acercarse de otros mi-grantes). MIGRANTE: Ya cállate, mejor déjame ver si me regalan algo de papear, o siquiera agua. (Los migrantes vienen en grupos de tres hom-bres y dos mujeres, vienen platicando sobre su odisea y lo cansado del viaje. Algunos tienen acento centro americano). (El migrante se acerca a ambos grupos, pero

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hombres y mujeres lo ignoran, el espíritu sale del escenario). MIGRANTE: Oigan, valedores. No traerán un taquito, aunque sea de carne (ja,ja). No se crean, siquiera denme agua. Oigan. Oigan. (Lo ignoran y se dirige hacia las mujeres). MIGRANTE: Carnalitas, no sean gachas, aquellos gandallas me ignoraron. Pero, ustedes se ven de buen corazón. Tengo mucha hambre y sed. No traerán…? (Se escucha el silbido del tren y todos corren a subirse. El migrante perdido se sube al último, se oscurece el escenario).

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ACTO II (Se ilumina el escenario. El tren está estaciona-do y todos los migrantes están sentados en una fogata comiendo. El migrante perdido está acostado y despierta lentamente. Se le ve des-plazado del grupo). MIGRANTE (Se despierta desubicado, pero con hambre y sed): Carajo, me muero para no sentir hambre, pero me despierto con más. Y ninguno de estos culeys, me invita ni un pinche bolillo duro. (Se acerca a la fogata, exagerando gestos de hambre y sed, pero todos lo vuelven a ignorar. Se regresa a su rincón desesperado y se sienta). ESPÍRITU (llega de sorpresa y lo espanta, el mi-grante perdido se levanta del susto):

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¿Quihúbule, canijo? (ja,ja,ja, se carcajea al verlo asustado). MIGRANTE: ¿Otra vez tú? Me carga el payaso. Lárgate. Qué no vez que ya me quieren hablar, pero si te ven, como estas de pinche feo me van a seguir ignorando. ESPÍRITU: Uy, uy, uy. Estarás muy guapo, güey. No te pelan, ni te pelarán. ¿No entiendes ver-dad? (El migrante comprende que este pesado puede ser su única compañía, se pone serio y le pre-gunta inocentemente). MIGRANTE: Y dime, ¿tú de dónde vienes?, ¿vas hasta los United o te quedarás en la border? ESPÍRITU: Ay sí, los “United”, en la “border”, ya porque vas con los gringos hablas inglés, ¿no? ja, ja, ja. No ma…má, dijo el niño.

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MIGRANTE: Mira, ahí viene alguien. Trae cobijas y comida. (Se acerca un joven estudiante que trae algunas cobijas, comida y un termo con café. Pero, igno-ra al migrante y se va hasta la fogata). ESTUDIANTE: Buenas noches. ¿Cómo van? Les traigo unas cositas espero les sirvan. Me llamo Pepe y estudio antropología. Me gustaría entre-vistarlos. MUJER 1: Oy tú. A éste, quesque nos quiere en-trevistar. MUJER 2: Ni que fueramos artistas, jajaja. MANUEL: Cállense. No ven que el muchacho viene en buen pedo.

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RODRIGO: Chiale, mi chavo. Y por qué quieres entrevistarnos. ESTUDIANTE: Es para la escuela. Háganme el paro. JOSE: Va que va. Comienza conmigo y así esta bola de rancheros se anima. (Todos sonríen y aceptan ser entrevistados). ESTUDIANTE: No, de hecho no los quiero entre-vistar uno por uno, sino a todos. Déjenme pren-do la grabadora. Para que platiquen a gusto, ni la tomen en cuenta. (Se acerca el migrante perdido, con ganas de hablar en la entrevista, pero es ignorado. El es-píritu lo jalo y lo regresa al rincón). ESPÍRITU: Vente pá acá, cabroncito. No seas

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metiche. (el migrante se jalonea, pero el espíritu insiste). Mira, ven te voy a contar mi historia. Yo vengo de… MIGRANTE: Mira, flaco. Alguien viene, es la poli-cía. Déjame les aviso a estos compañeros. (Sale gritando hacia la fogata). Corran, corran. Viene la tira. Escóndanse, pendejos. (Los migrantes lo ignoran. Hasta que escuchan el silbato, los torpes pasos y un grito. POLICIA1: A ver, mugrosos. Deténganse ahí. POLICIA 2: Alto ahí. Dije (dispara al aire). (Todos salen corriendo, incluyendo al estudian-te, se esconden. Pero las dos mujeres se retra-san porque una se cae y la otra trata de levan-tarla y los dos policías las agarran).

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POLICIA 1: ¿Qué pasó mugrosas? ¿Qué andan haciendo por acá? (interrogan mientras reco-rren sus cuerpos con miradas lascivas). (Las tienen sujetas de las manos). MUJER 1: Déjenos ir, señor. Por favor, no nos regrese a nuestro país. POLICIA 2: El señor está en los cielos, eso de-penderá de que ofrezcan. MUJER 2: Traemos cien entre las dos, es para llegar a la frontera, oficial. POLICIA 1: Uuuy, es re´ poquito. Pero, si le agregan otra cosita. (Mientras le dice esto le cierra el ojo y se las llevan detrás del escenario. El escenario se oscurece).

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ACTO III (Aparecen todos, menos el migrante perdido y el espíritu, están sentados junto al tren conso-lando a las dos mujeres). JOSÉ: Hijos de su p…, malditos sean. RODRIGO: Ya, José. Ves de por sí cómo están. (Mujeres lloran desconsoladas). MANUEL: Me cae que está, caón. Qué nos ha pasado, por qué nos tratan así. Como delin-cuentes. Dicen que somos ilegales. Se quejan de como tratan a sus paisas los gringos. Pero, ellos nos tratan peor. MIGRANTE (conmovido, llorando): Sí, es verdad.

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Por qué la vida es tan cu… (Nadie lo mira si-quiera). ESPIRITU (jalándolo, hacia un rincón): vente pa´ acá. No seas chillón, méndigo. (Lo consuela). (Se apaga la luz en el escenario).

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ACTO IV (ÚLTIMO) (Todos están arriba del tren, en los vagones el tren silba está a punto de partir). (Abajo aún desconsolado el migrante perdido está sentado llorando. El espíritu de pie lo ob-serva preocupado). ESPÍRITU: Ya, muchacho. Así son las cosas y na-da se puede hacer. No entiendes que así es la realidad. Todos vivimos un infierno propio. Pero, hay que aceptarlo. Tienes que aceptar la reali-dad (le grita y lo levanta) ¿me oyes? ¡Tienes que aceptar la realidad, yaaa! (Lo suelta, pero le sigue gritando). Tú y yo estamos peor. ¿Sabes por qué te igno-

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ran, eh lo sabes, cabrón? MIGRANTE: Porque les caemos mal, porque es-tamos muy sucios (contesta inocente). ESPÍRITU: ¡No seas tonto! De verdad no te has dado cuenta. Estamos muertos. Tú y yo… muer-tos. Te ignoran porque no te pueden ver. ¿Entiendes? ¡Estás muerto! Los dos estamos muertos (dice mientras estalla en llanto y se sienta torpemente). MIGRANTE: ¿Muertos? ¿Muerto yo? Ja, ja, ja. ¿Qué dices, estás loco? (ríe a carcajadas, gritan-do. El tren pita y comienza su marcha lenta-mente). ¿Muertos? Ja, ja, ja… ¿Muertos? Ja, ja, ja. ¡Noooo! (Grita mientras corre para alcanzar a subirse a un vagón. El espíritu se queda parado. Moviendo la cabeza tristemente. El tren pita y avanza rápido. El escenario se oscurece).

FIN

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¡DILES QUE NO ME MATEN! Juan Rulfo Adaptación teatral: Cristian Padilla (Aparecen Padre e hijo en un cuarto de adobe y piso de tierra, el padre tiene amarrada las ma-nos, está de pie y tiene la ropa manchada de sangre. El hijo está sentado escuchando a su padre) Juvencio-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad. Justino-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti. Juvencio-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile

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Karma

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que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios. Justino-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá. Juvencio-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues. Justino-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por sa-ber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tama-ño. Juvencio-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles. (Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo):

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Justino-No. (Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato). (Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir): Justino-Voy, pues. Pero si de perdida me afusi-lan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos? Juvencio-La Providencia, Justino. Ella se encar-gará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge. (Sale Justino, se baja la luz. Juvencio ahora per-manece sentado). II (Se ilumina el escenario, aparece Juvencio sen-

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tado, meditando, en cuanto comienza a hablar, se para y comienza a caminar por todo el esce-nario) Juvencio-Me trajeron de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana sigo todavía aquí, amarrao y esperando. No puedo pegar ojo, no-más ando piense y piense. Ya ni hambre siento, y eso que la última vez que probé bocado, jue-ron puros quelites. No tengo ganas de nada. Sólo de vivir. No quiero que me maten. No me quiero morir, no me quiero morir. Quén me iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creiba que estaba. Aquel asunto de cuando tuve que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacer ver los de El Sitio, sino porque tuve sus razones. (Se queda en silencio unos segundos, recordan-do, poco a poco. Y comienza a narrar)

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Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Pie-dra, por más señas mi compadre. Al que yo tuve que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también mi compadre, me negó el pasto para mis animales. Primero me aguanté por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, vi cómo se me jue-ron muriendo uno tras otro mis animalitos hos-tigados por el hambre. Y mi compadre, don Lupe, me seguía negando la yerba de sus potreros. Jue entonces que, me puse a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las pra-deras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca. Pero yo, volvía a abrir otra vez el bujero. Así, de día se tapaba el bujero y de noche se

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volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo. (Mientras Juvencio sigue narrando, a sus espal-das aparecen sus recuerdos, él de joven discu-tiendo con su compadre, Don Lupe Terreros). Yo y don Lupe alegábamos, y volvíamos a alegar sin llegar a acuerdo alguno. Hasta que una vez don Lupe me dijo: Don Lupe-Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato. *Juvencio (Joven)-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomo-do. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.

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Juvencio-Y en la noche, cuando yo me quedé bien dormido, me mató un novillo. Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, co-rriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía des-pués, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso de-bería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está. Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos mu-chachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los mucha-chitos se los llevaron lejos, donde unos parien-

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tes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo. Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban: -Por ahí andan unos fuereños, Juvencio. Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los pe-rros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida. (Sigue con las manos atadas, se queda triste, en silencio y se sienta) III (Aparece el Coronel, en su despacho sentado. Revisando unas órdenes de sus superiores, ha-

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blando en voz baja, apenas moviendo los labios. Manda a hablar a un Sargento). Coronel- Sargento, venga pa acá. Sargento (entra corriendo y se cuadra, hace sa-ludo militar)- A sus órdenes, mi Coronel. Coronel- Mire, Sargento. Quiero que se jale pal pueblo de El Sitio y me traiga a un hombre que se llama Juvencio. Pa más señas, debe de tener más de sesenta años, debe de ser ya un viejo. Sargento- Ta güeno, mi Coronel. Me llevo mi tropa. Coronel- Qué tropa ni que la jodida, llévese dos hombres que lo acompañen, no me oyó que es un viejillo nomás. Váyase ahora mesmo. Sargento (saluda y sale de prisa)- En seguida, Coronel Terreros. (Se apaga la luz del escenario) IV (Al iluminarse se ve a Juvencio sentado, lloran-do. Se incorpora lentamente y comienza a ha-

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blar, limpiándose las lágrimas) Juvencio-Y ahora bian ido por mí, cuando no esperaba ya a nadie, yo confiado en el olvido en que me tenía la gente; creyendo que al menos mis últimos días los pasaría tranquilos. Yo creiba que, ya viejo, me dejarían en paz. Por eso no me resigno a morirme, ya soy puro pelle-jo, flaco, viejo, probe. Hasta mi mujer me dejó hace hartos años. Y yo ni fui a buscarla, ni virigue si se jue con alguien. Yo me la pasaba escondido. Ya lo único que me queda para cuidar, es la vi-da, mi vida. No puedo dejar que me maten (gritando desesperado) ¡¡¡No puedo dejar que me maten, noooooo!!! Tiene que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá busca-ban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que soy yo. (Se baja la luz, y Juvencio se queda sentado, se recuesta y trata de dormir un poco).

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V (Se ilumina el escenario, aparecen el Sargento caminando por delante, en medio Juvencio y atrás dos soldados, custodiando al preso) Juvencio-Yo nunca le he hecho daño a nadie, eh, señor. Óigame por vía de Dios. Yo nunca he hecho daño a nadien. Pa ónde me llevan. Sargento (va fumando, da una calada a su ciga-rro y ordena): Muchachos, callen ese cabrón cobarde. Soldado 1- Ya olliste a mi Sargento, ya cállate. Soldado 2 (dándole un fuetazo en las piernas)- Sacón, cállese ya. (Llegan hasta las puertas del despacho del Co-ronel Terreros Sargento-Mi coronel, aquí está el hombre.

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Coronel-¿Cuál hombre? Sargento-El de El Sitio, mi coronel. El que usted nos mandó a traer. Coronel-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en El Sitio -volvió a decir la voz de allá adentro. Sargento-¡Hey, tú! ¿Que si has habitado en El Sitio? Juvencio (Intenta contestarle a la voz de aden-tro, pero el Sargento .o jala, indicándole que le conteste a él, no a la voz que sale de adentro.)-Sí. Dígale al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco. Coronel-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros. Sargento-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros.

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Juvencio-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió. (Entonces la voz de allá adentro cambió de tono, sale el Coronel furioso y lo confronta,): Coronel-Ya sé que murió -dijo-. (Se calma, y se voltea hacia el público, sigue hablando)-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enrai-zar está muerta. Con nosotros, eso pasó. -Luego supe que lo habían matado a macheta-zos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tira-do en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su fa-milia.

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Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a sa-ber que el que hizo aquello está aún vivo, ali-mentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonar-le que siga viviendo. No debía haber nacido nunca. (Regresa a su despacho y desde dentro gritó): Coronel-¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo! Juvencio (llorando, suplicando desesperado)-¡Mírame, coronel! Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates...! Coronel-¡Llévenselo!. Juvencio-...Ya he pagado, coronel. He pagado

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muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castiga-ron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!. (Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacu-diendo su sombrero contra la tierra. Gritando). (En seguida la voz de allá adentro dijo): Coronel-Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros. (Se llevan a jalones a Juvencio el Sargento y los dos soldados. Se apaga la luz). (Se ilumina el escenario y aparece Justino, el cuerpo de su papá está en un rincón ensan-grentado. Su hijo lo cubre con una cobija y lo

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saca arrastrando, mientras le dice): Justino-Tu nuera y los nietos te extrañarán. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron. (Mientras saca el cuerpo Justino de su padre, se va apagando la luz). Fin.

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Cristian M. Padilla Vega (Querétaro, 1976)

Poeta queretano, ha publicado los libros: La emancipación del aire (UAQ, 2009) y La Guitarra y el mar (La Testadura, 2013). Es autor de la Testadura no. 23, La noche en un suspiro.