manual de actividades grupales

147

Upload: ferzero1

Post on 04-Oct-2015

77 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

actividades grupales

TRANSCRIPT

  • Veintisis leyendas panameas

    Tradiciones y leyendaspanameas

  • Bajo criterio editorialse respeta la ortografa de los textos

    que presentan arcasmospropios de su Edicin Prncipe.

    Por la naturaleza de este proyecto editorial,algunos textos se presentan

    sin ilustraciones y fotografasque estaban presentes en el original.

  • Sergio Gonzlez Ruiz

    Veintisis leyendaspanameas

    Biblioteca de la NacionalidadAUTORIDAD

    DEL CANAL DE PANAMPANAM 1999

    Luisita Aguilera P.

    Tradiciones y leyendaspanameas

  • BIBLIOTECADE LA NACIONALIDAD

    Edicin conmemorativade la transferencia del Canal a Panam

    1999

    EditorAutoridad del Canal de Panam

    Coordinacin tcnica de la edicinLorena Roquebert V.

    Asesora EditorialNatalia Ruiz Pino

    Juan Torres Mantilla

    Diseo grfico y diagramacinPablo Menacho

    La presente edicin se publica con autorizacin de los propietariosde los derechos de autor.

    Copyright 1999 Autoridad del Canal de Panam.

    Reservados todos los derechos.Prohibida la reproduccin total o parcial de este libro, por cualquier medio,

    sin permiso escrito del editor.

    La fotografa impresa en las guardas de este volumen muestra una vistade la cmara Este de las esclusas de Gatn, durante su construccin en enero de 1912.

    P.863 Gonzlez Ruiz, SergioG589v Veintisis leyendas panameas/Sergio Gonzlez

    Ruiz. Panam: Autoridad del Canal, 1999.134 pgs.; 24 cm. (Coleccin Biblioteca de la Na-cionalidad)Contenido: Tradiciones y leyendas panameas/Luisita Aguilera P. 158 pginas.ISBN 9962-607-13-21. NOVELA PANAMEA2. LITERATURA PANAMEA-NOVELAI. Ttulo

  • esta pequea parte de la poblacin del planeta a la que nos ha tocado habi-tar, por ms de veinte generaciones, este estrecho geogrfico del continente

    Ernesto Prez BalladaresPresidente de la

    Repblica de Panam

    Aamericano llamado Panam, nos ha correspondido, igualmente, por designio de lahistoria, cumplir un verdadero ciclo heroico que culmina el 31 de diciembre de 1999con la reversin del canal de Panam al pleno ejercicio de la voluntad soberana dela nacin panamea.

    Un ciclo incorporado firmemente al tejido de nuestra ya consolidada culturanacional y a la multiplicidad de matices que conforman el alma y la conciencia depatria que nos inspiran como pueblo. Un arco en el tiempo, pleno de valerososejemplos de trabajo, lucha y sacrificio, que tiene sus inicios en el transcurso delperodo constitutivo de nuestro perfil colectivo, hasta culminar, 500 aos despus,con el logro no slo de la autonoma que caracteriza a las naciones libres y sobera-nas, sino de una clara conciencia, como panameos, de que somos y seremos porsiempre, dueos de nuestro propio destino.

    La Biblioteca de la Nacionalidad constituye, ms que un esfuerzo editorial, unacto de reconocimiento nacional y de merecida distincin a todos aquellos que lehan dado renombre a Panam a travs de su produccin intelectual, de su aportecultural o de su ejercicio acadmico, destacndose en cada volumen, adems, unamuestra de nuestra rica, valiosa y extensa galera de artes plsticas.

    Quisiramos que esta obra cultural cimentara un gesto permanente de recono-cimiento a todos los valores panameos, en todos los mbitos del quehacer nacio-nal, para que los jvenes que hoy se forman arraiguen an ms el sentido de orgullopor lo nuestro.

    Sobre todo este ao, el ms significativo de nuestra historia, debemos dedicar-nos a honrar y enaltecer a los panameos que ayudaron, con su vida y con suejemplo, a formar nuestra nacionalidad. Ese ha sido, fundamentalmente, el esprituy el sentido con el que se edita la presente coleccin.

    BIBLIOTECADE LA NACIONALIDAD

  • PRESENTACIN

    VIII

  • PRESENTACIN

    IX

    Veintisis leyendas panameas del doctor SergioGonzlez Ruiz son pruebas de esta realidad. Los relatospreados de grandes fantasas despiertan la imaginaciny curiosidad de cualquiera que los escuche. En ellas la inteligen-cia se subordina a la imaginacin soadora del relato, que no per-mite ver la realidad por ms que sus hechos demuestren lo con-trario. Todos los que hemos visitado la regin sur de la Pennsu-la de Azuero, hemos visto aquellas dos grandes formaciones ro-cosas que emergen de las aguas de nuestro Ocano Pacfico y alas cuales identificamos como Las Comadres. Pero qu fuerade este sitio si no estuviera matizado por el misterio y fantasa dela narracin popular tipificada como leyenda? El pueblo primiti-vo y civilizado ve en aquellas dos rocas a Ana Matilde y a Juanita,y aunque muchos no aceptan en pblico el suceso mudo, en laintimidad de su pensar, Las Comadres y su playa son testimoniode una herencia que recogen generaciones tras generaciones comobien certifica el autor al referirse a sus padres de quienes lasaprendi, con su peculiar lenguaje vernculo. Sergio GonzlezRuiz, es un fiel amante de las races y costumbres de sus antepa-sados. Para aquel distinguido mdico cirujano y oftalmlogo,escritor, poeta y poltico, los quehaceres del pueblo son cosaspropias con las cuales se ve identificado desde su niez en supueblo natal, Las Tablas. Para Sergio Gonzlez Ruiz, su colec-cin satisface un anhelo: El anhelo de perpetuar lo nuestro, loque es nuestra herencia y que se nos va, se nos escapa, con la

    Presentacin

  • PRESENTACIN

    X

    partida de los viejos hacia la eternidad, como bien prologa suobra. Es que con la partida de cada informante narrador se nosvan cien aos de historia no escrita, irreemplazable e insustitui-ble para la historia de la humanidad. Cada una de las veintisisleyendas recoge un comienzo, un clmax y un final en el cual semueve la trama.

    El repertorio de relatos recoge varias clases de leyenda, lashay: animsticas como Las comadres, El entierro y el nima, Lania encantada del salto del Piln, La misa de las nimas, Lasilampa, La tepesa, Seiles, Setetule. Son leyendas de almas yespritus en pena. Otro grupo est representado en las etiolgicascomo El loro de doa Pancha y La pavita de tierra, en dondese resalta la causa de las cosas. Adems, la obra del galeno santeomuestra leyendas hericas como El zajor de la Llana, al igualque la leyenda religiosa como las tituladas: La leyenda de SantaLibrada, El rbol santo de Ro de Jess o El Esquipulas y losesquipulitas. La contribucin del galeno tableo ha permitidoel salvamento de un material sensible, que dada su condicin deoralidad dentro de la recomposicin de las nuevas formas de vidaque provocan el abandono de expresiones de nuestra narrativapopular. En su presentacin hay que reconocer una intencin derescate del contenido, matizado de una forma que combina unoque otro adorno y aderezo dentro del estilo popular, pero conclara preeminencia de ste. Se advierte que las veintisis leyen-das son autnticas narraciones de nuestro pueblo, fiel herenciadel tiempo y su tradicin.

    Sergio Gonzlez Ruiz naci en Las Tablas, Provincia de LosSantos, el 8 de enero de 1902. Bachiller del Instituto Nacional ygraduado de mdico cirujano de la Universidad de Pensylvania,Filadelfia, EE.UU., ejerci la profesin de mdico en pueblosdel interior y la ciudad capital, en donde se distingui al ocuparcargos de gran responsabilidad. En su vida pblica fue Presiden-te de la Repblica, a.i., Ministro de Estado y Diputado a la Asam-blea Nacional de Panam. Su produccin bibliogrfica abarca en-

  • PRESENTACIN

    XI

    sayos y artculos literarios y cientficos, entre otros un trabajosobre El sndrome de Vogt Koyanayi publicado en la Revista Es-tudio e Informaciones Oftalmolgicas, de Barcelona-Espaa; otrosobre Transplantes corneales, sobre la operacin de Schepenspara el desprendimiento de retina y un importante trabajo so-bre Toxoplasmosis ocular en Panam, publicado en los Analesdel Instituto Barraquer de Barcelona. En el orden literario ha pu-blicado diversos poemas en peridicos locales y un libro de ver-sos titulado Momentos lricos.

    Concluye este recorrido con la obra y personalidad de LuisitaAguilera Patio, dedicada y abnegada educadora de nuestras au-las universitarias donde dedica sus mejores esfuerzos a la ense-anza de nuestra lengua madre. Luisita estudia en Chile dondeinicia su incursin por el mundo de las tradiciones populares yde la cual es fruto un importante estudio dedicado al refraneropanameo, donde se compila una extensa muestra de aquellas fra-ses que dibujan la filosofa del pueblo en sus ms variadas for-mas de pensar. Es por todo ello una contribucin que merece serconsultada. Pero Luisita tambin camina por los senderos de laliteratura costumbrista o la proyeccin esttica del folklore. Estees el caso de los creadores cultos que redescubren las costum-bres de las clases populares suburbanas y rurales, y su reproduc-cin en todas las formas poticas y literarias, como bien apuntael argentino Carlos Vega en su tratado La ciencia del folklore.Tradiciones y leyendas panameas es lo anterior, la mano cul-ta con su forma y estilo moldeando el hecho manejado por elpueblo. Todas y cada una de las leyendas insertadas en el textotienen su origen en las mentes de nuestros hombres y mujeresfolk, de all salen al gabinete de nuestra distinguida escritora quiencon la habilidad que le es caracterstica le da un bien logradointento de vaciar esa herencia del pasado en un molde literario desuave belleza, a buen decir del chileno Rodolfo Oroz, en 1956.Luisita Aguilera persigue valorar el patrimonio imaginativo de sutierra. Salida de las entraas del pas profundo, encuentra en la

  • PRESENTACIN

    XII

    leyenda un material familiar, conocido y conveniente a su prop-sito por lo cual no cabe indagar un inters cientfico sino el inte-rs literario de la pluma que revela sus emociones, su ternura osu trgica melancola. Es la pluma de Luisita la que escribe, noes la transcripcin fiel de la prosa popular con los giros y expre-siones propios del alma del pueblo.

    Rodolfo Oroz describe con agudeza la arquitectura de la pro-sa de Luisita Aguilera al decir que es sobria, sin amaneramientosy complicaciones, sin imgenes intiles, sin futilezas. Y debido aesta sencillez y severidad artstica que renuncia al encaje literaiosuperfluo, su estilo depurado proporciona hondo gozo espiritualal lector.

    La produccin literaria de Luisita Aguilera Patio compren-de obras como El Panameo visto a travs de su lenguaje,Leyendas y tradiciones de Panam, El refranero panameo,entre otras.

    JULIO AROSEMENA MORENOPanam, 1999

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    1

    Sergio Gonzlez Ruiz

    Veintisis leyendaspanameas

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    2

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    3

    os escritores ms arraigados a la patria siempre se hansentido atrados por la tradicin como expresin mate-

    La leyenda panameay Sergio Gonzlez

    L

    Publicado en La Prensa de Barcelona, apareci el 4 del pre-sente mes de agosto un inteligente comentario de la obra denuestro distinguido compatriota, Doctor Sergio Gonzlez, inti-tulada Veintisis leyendas panameas, que obtuvo alto puestode honor en el ltimo concurso literario nacional Ricardo Mir.

    El autor de tan atinado comentario es el muy recordadoprofesor de espaol Don Agustn del Saz y Snchez, uno delos ms prestigiosos valores de la intelectualidad espaola con-tempornea, gran escritor y cultor de nuestra lengua castella-na.

    Aqu se le recuerda con gratitud y cario por haber sido porlargos aos profesor del Instituto Nacional y de nuestra entoncesrecin creada Universidad.

    Ofrecemos a continuacin el trabajo del Profesor del Saz,quien regenta en la actualidad una ctedra de castellano en pres-tigioso Centro Universitario barcelons.

    AGUSTN DEL SAZ Y SNCHEZ

    rial y espiritual de su pueblo. Sergio Gonzlez, mdico paname-o que de sus tierras tableas fue a graduarse en Pensilvania, queconoce minuciosamente los pueblos interioranos de Panam, queha vivido sus luchas polticas hasta ser Ministro de Estado y can-didato a la presidencia de la Repblica que ha convivido con losintelectuales de la capital, lanza ahora Veintisis Leyendas Pa-nameas, que a su potica tradicin unen un orgulloso sentir pa-tritico.

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    4

    El alma de pueblitos y campitos, empapada de panameismoautntico tiene todo el inters y encanto de las bellas verdades ymentiras viejas. Estas leyendas algunas las haba odo en Panam,como El padre sin cabeza, otras son variantes de tradicionesespaolas como La misa de las nimas, otras reminiscenciasindgenas americanas como La Tepesa, de rasgos amaznicos.Todo es tan panameo, tan interiorano, tan bellamente impregna-do de supersticiones, de gracias, y pecados campesinos, que laavaricia y la lujuria se extendi como una neblina potica, ya comosilampa, ya como nima irredenta. Montes, piedras, ros, rbo-les, animales y hombres, todo pone en vigencia esa lucha sempi-terna entre el alma y el cuerpo. Hasta las piedras tienen tradicinde personas (Las Comadres), y las nimas, interviniendo, traenlos recuerdos pasados y actualizan los viejos pecados eternos.

    Del terror a lo desconocido nos libra la Virgen en su devo-cin criolla y esos nios que protegen, a quienes los sostienenen sus brazos, de las almas en pena. Sergio Gonzlez, poltico ymedico panameo, con la ms noble sencillez de expresin, nosha narrado estas leyendas que acaban de editarse en Panam. Elnarrador sostiene tal atraccin en su prosa que no es posible de-jar de leer todas sus leyendas despus de conocer una.

    (Publicado en La Estrella de Panam, el lunes 24 de agosto de 1953.)

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    5

    Prlogo

    anhelo: el anhelo de perpetuar lo nuestro, lo que es nuestra herencia y que senos va, se nos escapa, con la partida de los viejos hacia la eternidad y laafluencia constante de elementos y de influencias extraas que le van quitan-do gusto y fisonoma a nuestras costumbres y a nuestras tradiciones.

    No pretendo originalidad, si no es en la forma y en uno que otro adorno yaderezo de algunas leyendas demasiado ingenuas o simples para ser interesan-tes. Pero s reclamo para ellas un mrito y es el de ser autnticas y fieles a latradicin popular; y otro, el de haber sido escritas con cario y con amor:con el cario que se tiene por las cosas de la patria y de la raza y con el amorque inspiran las creencias de nuestros padres y los relatos hechos por ellospara nosotros, a la luz de la lumbre, cuando de nios nos dormamos abraza-dos a sus rodillas o en el regazo de sus brazos cariosos.

    Yo habra deseado publicar esta obra antes y haber gozado el placer deleerle a quien fue el mayor inspirador de estas leyendas, mi querido padre,Don Francisco Gonzlez Roca (ciego desde haca aos) el producto en suforma final. Pero desgraciadamente se adelant la muerte y se llev el mejorde los padres y uno de los ms justos de los hombres que he conocido, antes deque nuestras leyendas vieran la luz. La mayora de ellas las aprend de suslabios o de los labios de mi madre, su abnegada compaera, y algunas estnrelatadas casi literalmente como l las contaba en su peculiar lenguaje vern-culo y con todo el sabor local que tenan los relatos de un hombre tan apegadoal terruo y tan enamorado de su tierra (y de las cosas de su tierra) como l;

    Estas leyendas, sencillas algunas y sentimentales otras, como el almadel pueblo que las ha creado, han sido escritas para satisfacer un

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    6

    porque difcilmente podra encontrarse otro hombre ms conmovedoramenteleal a su tierra nativa y ms amante de todo lo de ella, de sus gentes, de sustradiciones y de sus costumbres, que Francisco Gonzlez Roca, a quien deseode todo corazn y con toda justicia rendir el tributo pstumo de mi doblegratitud por su desinteresada colaboracin y, sobre todo, por haberme ensea-do, entre otras tantas cosas que me ense en la vida, a querer y apreciar lonuestro por encima de todo.

    Panam, mayo de 1952.S.G.R.

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    7

    Las Comadres

    luna, a la pjara pinta, al ternerito sal de mi huerta, al Mi-rn, mirn, mirn y cantaban bellos romances como aquel quedeca:

    Hilito de oro, hilito de oroQue quebrndose me vienequ lindas, seora,qu hijas tiene!

    Yo las tengo, yo las tengo,Las sabr mantener.Con el pan que yo comiereComern ellas tambin.

    Yo me voy enojadoa los palacios del ReyA contarle a mi seorLo que vos me respondis.

    Vuelve ac escudero honrado,Tan honrado y tan cortsQue de las tres hijas que tengoLa mejor te dar.

    Pas hace mucho, muchsimo tiempo. Entonces, como aho-ra, las nias vecinas jugaban en la calle en las noches de

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    8

    sta escojo, sta escojoPor esposa y por mujerQue parece una rositaAcabadita de nacer.

    Lo que te encargo, escudero,es que me la trates muy bien,Sentadita en silla de oroTirndole cartas al Rey.

    Era la misma gente, slo que ms atrasada en muchas cosasque la de hoy da y con costumbres ms sencillas y ms severastal vez, pero con las mismas virtudes y defectos, los mismossentimientos y las mismas pasiones.

    Las nias y los nios jugaban aparte; y los nios, en general,eran tratados como nios y obedecan y respetaban a sus padresen vez de hacer su soberana voluntad como es ahora la regla. Alas ocho de la noche todos estaban recogidos en casa, decan elbendito a sus padres y, con un beso de stos, se iban a la cama.

    Jugaban tambin las nias a las muecas y a las amas decasa. Hacan a veces, en verano, en los patios, a la sombra de losrboles de mango, o de los cerezos u otros rboles frutales,covachas con petates o con hojas de caas o pencas secas depalmas o hacan enramadas; y all jugaban a las comadres y,en compaa, hacan cocinados, reales o ficticios, segn laedad de las nias; todo con la ayuda de alguna persona grande,generalmente la mam de alguna de ellas, que era la que enrealidad cargaba con el peso del trabajo si el cocinado resul-taba de verdad. En estos juegos solan participar tambin niosvarones que eran los encargados de recoger lea, de acarrear elmobiliario, de enterrar las horquetas para la enramada, de car-gar el agua, de las tareas ms pesadas, en fin.

    En esos juegos inocentes primero, en los juegos de prendasdespus y en la misa los domingos, en las procesiones y en las

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    9

    rogativas, en los paseos a la playa, etc., nias y nios empeza-ban a conocerse, a tratarse, ms o menos a distancia. A admirarsede lejos, a hacerse seitas y a enamorarse finalmente.

    Despus venan las palabras deslizadas al odo lo ms dis-cretamente posible, en las ocasiones propicias, los regalosfurtivos de un pauelo o de un rizo, de un perfume o de una flor;las serenatas y, al fin, la declaracin formal, el permiso de lospadres para las visitas, el noviazgo y el matrimonio, cuando no lacita a hurtadillas, los amores clandestinos y la fuga, que ha sidosiempre lo ms frecuente. Fulano se sac a Zutana era la no-ticia principal del pueblo una maana cualquiera y la mayorade estas uniones duraban para toda la vida con o sin la bendi-cin del cura. Otras fracasaban aunque hubieran sido legtimas.Lo mismo que hoy.

    Ana Matilde Espino y Juanita Villarreal eran vecinas y ami-

    gas entraables. Haban crecido juntas, pues haban nacido ypasado su niez en dos casas contiguas, de familias amigas detoda la vida. Juntas jugaron de nias, juntas fueron a la escuelay, despus, ya seoritas, juntas iban a todas partes: a misa, a lasnovenas, a las procesiones, a los juegos de prenda, a los bailes,a las fiestas, a los paseos a la playa; en fin, a todas partes.

    Cuando de nias jugaban en el patio haciendo cocinados,se llamaban comadres y as siguieron llamndose siempre; ycomo se queran sinceramente hacan los planes ms inocentesy peregrinos. Decan primero que no se casaran nunca, quesiempre seguiran juntas; pero si llegaban a admitir que una delas dos se casara algn da, decan que la otra sera su comadre,de veras entonces, porque sera la madrina del primer hijo y vivi-ra, adems, en la misma casa con la comadre.

    Pas el tiempo y fatalmente lleg un da cuando una de lasamigas, Juanita, se enamor con un guapo mozo del pueblo que,sin embargo, no tena la aprobacin de los padres de la joven.Serenatas van y serenatas vienen; acecho a la entrada o a la salida

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    10

    de la iglesia; un papelito hoy y otro maana, el joven tena quevalerse de toda clase de habilidades para comunicarse con Juanita,que estaba celosamente vigilada por sus padres y por la servi-dumbre de la casa.

    Juanita era bella y dulce, pero recatada y tmida. Senta cari-o por Juan Jos Delgado, el guapo mozo, y se senta halagadapor la corte que ste le haca; la oposicin de los padres contri-bua tambin a aumentar su inters por el joven. Pero no podanverse con frecuencia ni hablar como era debido y esto los des-esperaba a los dos. Hasta que se le ocurri un da la idea a JuanJos de buscar la ayuda de Ana Matilde, la amiga ntima y con-fidente de Juanita, y amiga suya tambin. As comenz a visitarcon frecuencia a su amiga Ana, joven tambin, bella y hermosa,de carcter alegre y jovial. Acompaados de la guitarra, que ellatocaba divinamente, cantaban juntos bellas y romnticas can-ciones que Juanita escuchaba desde la casa vecina, sabiendoque eran para ella. Una salida al portal les daba a los jvenesenamorados la oportunidad de cruzar un saludo, una sonrisa o, sino haba moros en la costa, de hablar algunas palabras. A vecesvena el joven a casa de Ana, evitando ser visto por la gente de lacasa del lado y un momento despus llamaba Ana Matilde a sucomadre Juanita para decirle una cosa; y as tenan los enamo-rados una oportunidad de verse.

    Los amores de Juanita y Juan Jos progresaron gracias a laayuda de la comadrita querida, cada da ms amable, ms ange-lical. Qu buena era Ana Matilde! Los dos enamorados laidolatraban y ella, a su vez, los quera con toda el alma. A sucomadrita la quera Ana desde la infancia; era como una her-mana; y al joven Juan Jos, tan inteligente, tan ocurrente y tanalegre, ella le haba tenido siempre mucha simpata y ahora quelo haba tratado de cerca y con frecuencia y que estaba de noviocon su amiga, lo quera ms y encontraba su compaa encanta-dora. Cuando por alguna circunstancia l no vena a la casa, ella,casi sin darse cuenta, pasaba inquieta y apesadumbrada ; y cuando

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    11

    l vena qu alegra tan grande la que senta! Tomaba la guitarraen sus brazos y le arrancaba notas sublimes. Cantaban y rean unrato, antes de que se les juntara Juanita... Y cuando ya enseriaronlos amores Juanita y Juan Jos, vencidos al fin los reparos de lafamilia Espino, y ste visitaba ya a su novia en su propia casa, AnaMatilde no pudo evitar una tristeza, muy delicada pero muy honda,que supo disimular pero que estaba ah en su corazn, a pesar suyo.

    Lleg al fin el da del matrimonio de Juanita y Juan Jos. Ana

    Matilde fue Dama de Honor de su comadrita querida. Despusde la ceremonia y de la celebracin alegre y fastuosa, hubo besosy lgrimas, votos de felicidad, recuerdos y aoranzas... y prome-sas, muchas promesas, antes de la despedida. Juanita y Juan Josse fueron a pasar la luna de miel a la finca y Ana qued sola en sucasa, desolada y triste. Pero al regreso de los esposos, la visita-ron, la agasajaron y la invitaron a venir a su casa todos los das.Las dos amigas queridas pasaban horas enteras cosiendo o bor-dando o simplemente charlando y jugando, mientras Juan Jos seiba a sus quehaceres. Muchas veces coman juntos los tres y des-pus de la celebracin iban los dos esposos a casa de Ana Matilde,en donde pasaban la velada.

    Cuando Juanita sali encinta se renovaron los propsitos deencompadrar. Ana Matilde sera la madrina del nene y as fue. Unhermoso nio vino, pues, a completar la felicidad del nuevo ho-gar y la comadre Ana fue la madrina.

    Alegra! entusiasmo! fiesta! el da del bautizo del nio.Lo llevaron a la iglesia con msica. Repicaron las campanas delpueblo cuando el padre derram sobre la cabecita inocente lasaguas bautismales. Despus, brindis con las bebidas ms finas,comida abundante, fuegos artificiales, en la noche, y, finalmen-te un regio baile.

    Ana jugaba ahora con su ahijado como antao jugaba con lasmuecas. Le hablaba chiquito, le deca cosas dulces y, sin pen-sarlo, lo llamaba a veces nio lindo de pap, cuando estaban

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    12

    solos; y senta una ternura exquisita, casi maternal. Otras veces,al hablarle con dulzura al nene, inconscientemente miraba al pa-dre; y al encontrarse sus miradas, ella temblaba toda y se sonro-jaba, pero pronto se sobrepona y pasaba su turbacin; disimulabay se iba. Pero Juan Jos poco a poco fue dndose cuenta de loque pasaba en el alma de su comadre y empez tambin, a pesarsuyo, a mirarla con malicia, a pensar en ella con insistencia y areparar en sus encantos.

    Una tarde lleg a su casa y encontr all sola a Ana Matilde quemeca al nene en una hamaquita especial que le tenan. (Su coma-dre le haba pedido que se lo cuidara mientras ella sala a una dili-gencia). Estaba de espaldas. Tena el pelo recogido en un rodetesobre la cabeza y la nuca descubierta. Juan Jos lleg por detrs,suavemente, hasta cerca de ella que, al sentir su proximidad, sentatambin en la nuca el hechizo de su mirada ardiente. Juan Joscontempl aquella cabeza adorable y aquella nuca tan blanca y tanlinda y, sin saber bien lo que haca, la bes con inusitado ardor;busc luego los labios... Ella quera resistir pero no supo qu lepasaba que se sinti incapaz de hacerlo como si se hubiese queda-do paralizada y, finalmente, correspondi el beso con toda la sedcontenida de un amor que tanto tiempo haba sentido en silencio.

    Haca ya das que Ana Matilde no vena a visitar a sus compa-

    dres. Siempre estaba esquiva, siempre tena algo que hacer. Evi-dentemente, evitaba a Juan Jos. Pero Juanita, inocente y siem-pre cariosa y amable, crea en sus excusas e iba a verla a la casasuya y a veces la ayudaba en los quehaceres domsticos. Se lleva-ba en ocasiones el nene a casa de su amiga y as pasaban juntasalgn tiempo. Finalmente, Ana Matilde volvi a frecuentar la casade sus compadres. Volvieron a ser como antes.

    Ahora haba llegado Agosto y los paseos a la playa estaban en

    su apogeo. Juanita haba invitado a Ana Matilde y a otras amigas yamigos a un paseo el sbado siguiente.

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    13

    De todas partes del pueblo y de los campos vecinos bajaronese da a la playa familias enteras en carretas y a caballo. Laplaya estaba invadida. Todos los lugares de sombra fueron apro-vechados por la gente, evitando solamente la sombra malsana delos manzanillos. Las carretas con sus toldos de encerado ser-van tambin de refugio para el sol y en caso de lluvia.

    La playa era amplia; lisa y casi plana, tal como es hoy. Te-na slo un ligero declive, lo que la haca bastante segura. Habauna loma y junto a los pies de sta una albina pequea a la cualpenetraba un estero. Una barra de piedras vease all cerca de laloma, frente a la boca del estero y hacia la mano izquierda. Ha-cia la derecha se extenda la playa como una franja intermina-ble, bordeando el mar, y limitada atrs por una serie o sucesinde pequeas dunas de arena blanca y finsima cubiertas a tre-chos, por el verde encaje de las parras de batatilla.

    Se baaba mucha gente frente a la llegada o sitio ms prxi-mo al fin del camino, a la margen derecha del estero. Ms haciala derecha, a medida que se alejaba uno de este lugar, habamenos y menos gente. En uno de estos sitios ms solitarios sebaaban las comadres, que haban elegido un bonito real,fresco y sombro, ah cerca, detrs de las dunas.

    Al medio da muchos se quedaron durmiendo la siesta a lasombra de los mangles, agayos, y palos de maquenca. Juanita,que haba estado durmiendo un rato, despert de pronto, sobre-saltada. Haba estado soando algo desagradable pero no podaprecisar qu. Busc con la vista a su esposo y no lo encontr endonde lo haba visto haca poco aparentemente dormido. Tam-poco estaba su comadre Ana en el sitio en donde estaba antes.Los dems estaban por all tendidos debajo de los rboles calla-dos, quietos, inmviles. Mir hacia la playa. Estaba desierta.Ahora empezaba ella a darse cuenta de algo que haba pasado poralto, que no haba captado claramente en el momento oportuno;algo vago como un presentimiento, algo que haba credo perci-bir en un cruce fugaz de miradas entre Ana Matilde y Juan Jos.

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    14

    Haban estado cantando los tres una bella cancin de amor y ellahaba credo notar una mirada dulce de inteligencia entre los dos,pero al instante haba desechado ese primer asomo de sospechade su parte... Se levant, se fue resbalando, sigilosamente, por lasuave arena, a veces de rodillas, a veces medio acostada, por en-tre las ramas bajas de rboles enanos, hasta que percibi un ru-mor de voces, y se detuvo a escuchar. No se oa bien. Avanz unpoco ms y, detrs de un cerrito de arena, en una sombra formadapor unas trepadoras y las ramas de unos coquillos, alcanz a verdos personas, un hombre y una mujer, que hablaban en voz muyqueda. Aguant la respiracin. Vi que se abrazaban y se besaban.El corazn le salt en el pecho y le repiquete en las sienes,anticipando el peligro. Haba credo identificar al hombre. EraJuan Jos. Avanz un poco ms. Ahora vea mejor. Era l, sinduda. Se acerc ms, jadeante ya de la emocin; y en un momen-to en que se separaron los cuerpos pudo ver claramente que elhombre era su marido y pudo ver tambin la cara de la mujer.Era su amiga de infancia, su comadre Ana! Por unos instantesse qued exttica, sin saber qu hacer. Tembl toda; crey desfa-llecer; pero, sacando fuerzas de flaqueza, empez a retrocederpara no ser vista; y cuando ya estuvo segura de que no podanverla, quebr intencionalmente unas ramitas para hacer ruido, enla esperanza de que al orlo terminaran el odioso idilio.

    Regres a su sitio, se tendi en la arena nuevamente y se fin-gi dormida. Casi al instante regres la comadre Ana, con muchacautela, pero evidentemente turbada y se acost en la arena blan-da y fresca, debajo del rbol de mangle, en el mismo sitio endonde haba estado antes de acudir a la amorosa cita; y se quedall, inmvil, aunque realmente presa de sobresalto y desespera-cin, aparentando lo mejor posible que dorma. El compadre novino. Se fue por all mismo a otro real en donde (pensaba l)dira ms tarde que haba pasado todo el tiempo.

    Comadre, despierte, que ha dormido ya mucho (dijo alfin Juanita a su amiga, haciendo un gran esfuerzo para ser amable

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    15

    y para que no le temblara la voz. Se haba levantado y estaba depies, cerca de Ana Matilde.) Venga, vamos a darnos un bao aadi.

    Plida y nerviosa se levant Ana Matilde, haciendo mila-gros para disimular; y sin decir nada sigui obediente a su amigaque, dando media vuelta, se dirigi resueltamente hacia la orilladel mar. Entraron las dos hasta donde reventaban las olas. Nohaba nadie ms alrededor.

    Vamos a lo hondo propuso Juanita, al mismo tiempoque empujaba hacia adentro un tuco de los muchos que emplea-ban los baistas para flotar, agarrados a ellos y para nadar, maradentro, hasta distancias a las cuales no podan llegar con la solafuerza de sus brazos. Ana Matilde se agarr de un extremo delpalo con una mano y comenz a nadar con la otra, imitando a suamiga y las dos se fueron alejando de la orilla. Cuando estuvieronbien lejos, le dijo Juanita a su comadre lo que acababa de ver. Analament de todo corazn lo que haba pasado; le pidi perdn; leconfes su lucha interior: cmo haba tratado de alejarse de ellos;cmo haba intentado dominar su pasin y cmo al fin haba sidodbil y no haba podido evitar el incidente que acababa Juanita depresenciar. Juanita, a su vez, le hizo duras recriminaciones; lallam falsa amiga; la maldijo. Las dos lloraron y se desearon lamuerte como la nica solucin a su desgracia; y, finalmente,Juanita, en su desesperacin y atormentada por los celos, con unbrusco sacudimiento, le arrebat el tuco a Ana Matilde y se fuenadando y empujndolo cada vez ms lejos con el deliberado pro-psito de hacer que su comadre se ahogara. Ana Matilde comen-z a nadar desesperadamente y a pedir auxilio. Pero nadie la oa,excepto Juanita, porque los dems estaban demasiado lejos. Alfin, tras un esfuerzo sobrehumano, alcanz a Juanita justamentecuando una ola gigantesca, inmensa, le haba arrebatado a sta elpalo en que se apoyaba; se agarr de ella, llena del temor a lamuerte porque ya le fallaban las fuerzas; y ahora las dos, agarrn-dose y hundindose mutuamente, cansadas ambas y tratando de

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    16

    apoyarse la una en la otra para salvarse, se fueron, arrolladas porla enorme ola y envueltas en el tremendo torbellino de los aguas,y hasta hundirse al fin en el fro y negro fondo del mar.

    Dicen que era tan grande la ola que se levant inopinadamenteaquel da y tal el zumbido y estruendo que hizo, que toda la genteque se hallaba en la playa en otros sitios, tuvo que huir despavori-da presa del ms grande pnico hasta lo alto de las dunas, parasalvar la vida; y que cuando la enorme ola se retir, poco des-pus, dej al descubierto dos enormes piedras gemelas que antesno existan, justamente en el sitio en donde las infortunadas j-venes, las dos comadres queridas, haban peleado por amor y ce-los, unos momentos antes. Sus cuerpos nunca fueron encontra-dos y se dice que fueron transformardos por la mano del Altsi-mo en esas dos piedras llamadas desde entonces Las Comadres,que han quedado all para siempre como testimonio mudo de latragedia y que le han dado el nombre a la ms popular de las pla-yas tableas: la playa de Las Comadres.

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    17

    El Charcurn

    Dice una vieja leyenda que una vez lleg a Las Tablas unviejo comerciante francs y despus de un tiempo deestar all establecido, enferm de los ojos. Estaba ya perdiendola vista y de nada le servan ni las medicinas que le haban orde-nado los mdicos de Panam, a donde haba ido en busca de losrecursos de la ciencia, ni las tomas ni los baos de los yerberos.Al fin, ya desesperado por la terrible amenaza de la cegueratotal, le pidi a Santa Librada, patrona de Las Tablas, que le hicie-ra el milagro de curarlo, ofrecindole en cambio una manda uoferta en prueba de gratitud y reconocimiento. Le prometi a lasanta unas campanas de oro si lo curaba.

    Dicen que el francs, en forma milagrosa, mejor bien prontoy se puso bueno. Y que para pagar su manda encarg al Perunas campanas de oro por las cuales pag una fortuna. Sucedaesto en tiempos cuando an estaban los mares de la AmricaHispana infestados de barcos piratas y aconteci que uno destos persigui al barco en que venan del Per las campanas deoro, buscando, aparentemente, un momento propicio para ata-carlo pero sin lograr reducir la distancia lo suficiente para dis-parar sus caones. As llegaron a las costas panameas y en-tonces el barco de las campanas de oro logr escapar, poniendorumbo a Mensab, en donde entr, yndose bien arriba hasta laboca misma del ro que, como es bien sabido, desemboca enuna bella ensenada o pequea baha.

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    18

    Dice la tradicin que hasta la entrada misma del puerto llegel pirata, sin atreverse a entrar, pero que la nerviosidad de lostripulantes del barco que traa el sagrado presente era tan grande,que al llegar a un charco amplio y profundo llamado El Charcurn(probable contraccin de charco y grande) arrojaron al fondo lascampanas de oro de Santa Librada.

    En el curso de muchos aos se hicieron esfuerzos para recu-perar las campanas de oro pero todos los intentos fueron envano. El Puerto de Mensab es muy profundo y en ese sitio sedice que alcanza una profundidad enorme, lo que ya de por s esuna gran dificultad para los buzos que han tratado de encontrar lascampanas de oro; pero la causa principal de los fracasos, siempreque alguien se ha aventurado a tratar de recuperar el tesoro, hasido que, al instante, el Charcurn, generalmente quieto, sereno,tranquilo y tan transparente que permite ver en su fondo algo queamarillea como el oro, se torna turbulento, se revuelve, seopaca; porque dicen que un monstruo marino hace repentinamentesu aparicin, revuelve el fondo, agita las aguas, de ordinariomajestuosamente tranquilas, y el resultado es que sbitamente seforma un inmenso remolino, peligroso, trepidante, sonoro, queamenaza tragarse al intruso. Por eso ya nadie desde hace much-simos aos, trata de sacar las campanas. Todos saben que es in-til intentarlo siquiera. Por eso tambin hace ya mucho tiempoque el pueblo, como para consolarse de una derrota o burlndosetal vez, de buen grado, de su impotencia, se invent historietas ycantos llenos de buen humor, alusivos a la leyenda de las campa-nas de oro del Charcurn. Hay un canto que recuerdo haber odocantar en una tuna, en unos carnavales tableos y cuya letra de-ca:

    Muchachas, vamos al CharcurnLa que se descuidaSe va pal plan.

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    19

    A buscar campanas, al CharcurnY si se descuidanSe van pal plan.

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    20

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    21

    El entierro y el nima

    Jos Mara Gonzlez y Juanita del Castillo formaban unapareja feliz. Haca unos pocos aos que se haban casado ytenan ya, adems de dos hijitos como dos ngeles, blancos yrubios, una buena casa en el campo, una extensa heredad y unahacienda de ganados de las ms grandes de la comarca, la queera no slo su fortuna sino, adems, su orgullo; especialmentepara Doa Juanita, orgullosa por naturaleza y por tradicin, comoque, hija de padre y madre espaoles y ricos, haba estado siem-pre acostumbrada al lujo y al poder, lo que sin embargo no im-peda que fuese una buena esposa, amorosa, trabajadora y muyfiel, aunque un poco dominante. Jos Mara, por su parte, des-cendiente directo tambin de espaoles pero pobres, era el tipodel hombre trabajador hasta el exceso, econmico hasta la exa-geracin, honrado a carta cabal y por lo tanto sencillote e inge-nuo. l le daba a su esposa todos los lujos que la fortuna deambos les permita; pero siempre, como era la costumbre de lapoca (y que todava persiste entre los campesinos de la re-gin), enterraba a hurtadillas sus piezas de oro y monedas deplata cada vez que poda, hasta que lleg a reunir una gran can-tidad de dinero en esta forma, sin que nadie, ni siquiera su espo-sa, se diera cuenta. Y de esa plata no tocaba ni un real. Preferapasar cualquier apuro antes que tocar una de esas monedas. Aunhoy da no es raro ver entre los campesinos, que han conserva-do mejor que nadie las tradiciones y costumbres de nuestros

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    22

    antepasados, algn viejo, pobremente vestido y viviendo mise-rablemente, que al morir deja un cntaro lleno de plata. Pareceque al enterrar el dinero se desarrolla una psicologa especial enel dueo del tesoro, que goza con la contemplacin de l, devez en cuando, y siempre con el pensamiento de tenerlo ah; ysufre tambin con el celo y la obsesin por conservarlo intacto,los que alcanzan a veces extremos increbles.

    As le sucedi a Jos Mara Gonzlez. Tena una fortunaenterrada en la tierra pero no quera tocarla y se fue el origen desu desgracia.

    Aconteci que llegaron por esos das a Las Tablas unos

    Garcas, gente preparada y muy ladina, de seguro provenientesde algn pueblo ms adelantado; muy bien trajeados, de hablarfcil y de maneras distinguidas. Parecan gente muy importan-te. Trabaron amistad con don Jos Mara a quien pronto fasci-naron con sus modales y ste les brindo la hospitalidad mscumplida y generosa. Los Garcas haban venido a ventilar al-gn asunto de negocios y necesitaron, de momento, un fiador.Naturalmente la persona ms indicada para tal fin, ah en esepueblo, extrao para ellos, vino a ser don Jos Mara y ste, sinpensarlo dos veces, les sali de fiador. Cuando le cont a laesposa lo que haba hecho, sta, como mujer al fin, desconfia-da, le desaprob la accin, dicindole que a lo mejor esos hom-bres quedaban mal y l tendra que pagar la fianza.

    Las nuevas pronto corrieron por el pueblo de lo que habahecho don Jos Mara por los forasteros y aunque, a la verdad, amuy pocos les importaba un bledo lo que pudiera pasar, todosdecan lo mismo: que don Jos Mara tendra de seguro quepagar esa plata. Algunos se lo decan a l mismo pero la mayo-ra se lo deca a la seora. Y como los forasteros se fueron unbuen da sin despedirse siquiera (anochecieron y no amanecie-ron, deca la gente), se redoblaron los cuchicheos y habladu-ras: lo que es don Jos Mara tiene que pagar esa plata. Y

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    23

    tendr que vender todo el ganado porque es mucho el dinero de lafianza y el ganado no vale nada.

    La seora estaba nerviosa y enojadsima; y el pobre don JosMara, nervioso tambin, no supo ni cundo empez a vender susganados, en la certeza de que, efectivamente, tendra que pagar ycuanto antes, mejor. Vendi el ganado de La Garita, el del Llanodel Ro, el de Las Coloradas. Doa Juanita, que al principio erade las que lo molestaban ms con la cantinela de que tendraque pagar, trat ahora de pararlo, dicindole que era una locura loque haca, que no siguiera vendiendo; pero en vano; el hombresigui vendiendo ganado, terrenos y todo. Ella entonces lo ame-naz con dejarlo si segua deshacindose de todas las propieda-des.

    Te has vuelto loco, y vamos a quedar en las latas, le decadoa Juanita.

    Y yo me voy de aqu. A m no me vern pobre en LasTablas, no seor.

    Don Jos Mara, a pesar de que tena su tesoro enterrado, nohizo caso y sigui vendiendo. Era verano y algunos ganados esta-ban ya en la sierra. A la sierra se fue, pues, a buscar el resto de lahacienda para venderla.

    La seora decidi irse. Averigu cundo haba salida de canoay se fue a la Villa a cogerla; se fue y se llev los dos hijitos. Ledej la llave de la casa a su cuada Petra.

    Cuando don Jos Mara regres, encontr la casa cerrada ysola. Corri a casa de su hermana y supo la mala nueva. Preci-pitadamente se fue a Los Santos, en busca de su esposa y sushijitos. Le pidi por favor que volvieran; le asegur que con eldinero que l tena enterrado haba para comprar todas las ha-ciendas de Las Tablas; pero fue en vano todo, pues la seora nole crey la historia del entierro y lo que era ella, no era ver-dad que la veran pobre en Las Tablas.

    Decepcionado regres don Jos Mara a su casa. La canoasali de Los Santos y en ella sali doa Juanita con los dos

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    24

    nios; pero ya el viento norte era muy fuerte y el mar se picabamucho. Un seor llamado Montiano le cont, pocos das des-pus, a don Jos Mara, cmo la canoa se haba volteado y sehaba hundido apenas hubo salido un poquito mar afuera. Montianoera pasajero tambin de la malhadada canoa y uno de los pocossobrevivientes del naufragio. Haba encontrado a doa Juanitaluchando con las olas dos veces: la primera, llevaba los dos hiji-tos pegados a sus ropas; la segunda vez ya la mar le haba llevadouno de los nios y quedaba uno todava agarrado de ella; despusya no volvi a verlos ms.

    Don Jos Mara lloraba y lloraba, en silencio. Se acost amorirse de pena y efectivamente no dur mucho tiempo. Cuan-do ya sinti llegar la hora de la muerte llam a su hermanoJuancho y le dijo:

    Hermano, Dios me ha castigado por mi avaricia o mi igno-rancia. Mi pobre Juanita y mis pobres hijitos muertos en esaforma tan dolorosa y triste!... pero bien, me queda el consuelo deque ya no voy a durar mucho.

    Hizo una pausa y prosigui luego:Yo tengo un entierro de oro y plata y quiero que lo saque,

    pero la mitad del entierro debe entregrsela a Juan Pablo, el her-mano menor de Juanita, porque de ella era la mitad de mi fortuna;ella tena algo cuando nos casamos y me ayud tambin a traba-jar. En la puerta del potrero de El Cocal, junto a un guapocansaboca, hay dos botijas llenas de oro y plata, enterrados. En-tre las dos botijas hay tambin enterrada la cacha de una daga quele puede servir de gua. Lleve a Juan Pablo con Ud. la noche quevaya a sacar el entierro y divida con l.

    .....Se muri don Jos Mara. Pasaron las nueve noches y los

    rezos y las misas. Una noche temprano, Juancho convid a JuanPablo para que lo acompaara a El Cocal a sacar un entie-

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    25

    rro de su hermano Jos Mara. Una vez en el lugar indicado porel difunto, comenzaron a cavar y al poco tiempo encontraron lacacha de la daga; le entr la codicia a Juancho y pens que eramejor cogerse todo; as es que dijo a Juan Pablo:

    Mi hermano me habl de dos botijas llenas de oro y plata,pero parece que estaba delirando porque lo que ha dejado es unacacha de daga vieja. Si Ud. quiere seguir escarbando, siga soloque yo me voy.

    Juan Pablo, que era apenas un muchacho de trece aos y queles tena miedo a los muertos, no quiso ni pensarlo, quedarseah solo. As es que regresaron al pueblo.

    Como a media noche volvi Juancho solo a escarbar el en-tierro y l que da el primer coazo a la tierra, y una voz trapajosaque le dice: eso no es lo tratado, compadre. Juancho cay ful-minado del susto, perdi el habla y el sentido y qued all ex-nime por mucho tiempo. Cuando volvi en s ya era casi de day se fue corriendo a buscar a Juan Pablo y le cont lo que lehaba pasado.

    Vaya a sacar Ud. el entierro, que yo no lo quierole dijoa Juan Pablo; pero Juan Pablo tampoco lo quiso y ah se quedel entierro por mucho tiempo.

    Desde que sucedieron las cosas que dejo relatadas empeza-ron a verse fantasmas en la puerta del potrero de don Jos Mara.Los que pasaban de noche por el camino real de El Cocal, alpasar frente al sitio donde estaba el entierro, vean a veces unaluz que corra por el llano: otras, la sombra blanca de un hombre,de seguro el nima de don Jos Mara; y, a veces, las dos cosasy otros aparatos ms.

    Pas mucho tiempo. Pasaron los lutos. Ya pocos se acorda-

    ban de don Jos Mara. Llegaron las fiestas de Santa Libradaese ao. El primer da de toros, en el portal de la casa de Agus-tina Gonzlez, en la esquina de la plaza, al lado de la iglesia,estaba sta con su ta Petra, la hermana del difunto, viendo los

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    26

    toros. Haba mucha gente en el portal, del campo y del pueblo;pero entre toda la gente llamaba la atencin una muchachaempollerada y cargada de toda clase de prendas: peinetas debalcn, cadenas chatas, mosquetas de perlas, sortijas, etc.Agustina se qued observando a la muchacha y de pronto agarr adoa Petra por el brazo, mientras le deca, temblando y palide-ciendo de nerviosidad: Mire, mire ta, all.

    Qu te pasa, muchacha, has visto a un fantasma? dijo laseora.

    All, esa muchacha, ta. Esa muchacha carga una cadenadel cofre de to Jos Mara. Ud. se acuerda, ta, de aquella cade-na con los doblones de oro y la cruz grande y el escapulario deoro? Mrela, mrela, sa es la misma.

    Doa Petra reconoci, en efecto, la cadena, que ella habavisto entre las prendas de su hermano. sa era indudablemente laprenda. Cmo la habra obtenido esa nia?Averigu quin eray supo que era hija de un seor Juan Ramrez, hombre pobrecito,que de la noche a la maana haba hecho fortuna.

    Efectivamente, Juan Ramrez era un agricultor humilde quetrabajaba muy duramente para sostener a su mujer y a sus hijos.Sbitamente este hombre, que estaba casi en la miseria, habaempezado a prosperar y a muchos llam la atencin esa prospe-ridad: Juan Ramrez con pantaln negro de casimir y camisasblancas muy finas; con sombrero blanco y montando caballosde a cien pesos! Reyes, el hijo, jugando plata, cortejando mu-chachas de las familias ms acomodadas; y su hija, luciendoprendas y joyas riqusimas ! La familia Ramrez haba subidocomo la espuma. Pero no pas mucho tiempo cuando empez acorrer el rumor de que Juan Ramrez estaba loco; que no dor-ma de noche; que se le oa hablando cosas incoherentes; queno dorma nunca en la misma casa sino que se iba y peda posa-da en alguna casa vecina, hoy en una, maana en otra. Y as se fuepoco a poco, primero en el pueblo y sus alrededores; despus decampo en campo. Un da, en el Sesteadero, le pidi posada a

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    27

    Bartolo Crdenas y como se levantaba a cada rato y volva a acos-tarse y no dejaba dormir, el dueo de la casa le pregunt:

    Hombre Juan; qu es lo que le pasa a Ud. que se para cadarato? Qu es lo que tiene que no lo deja dormir?

    Vea, amigo Bartolo, ya no aguanto ms. Voy a contarle aUd. lo que me pasarespondile Juan Ramrez. Lo que a mme pasa es que me persigue un nima.

    Cmo es eso, o Juan?Como lo oye. A m me persigue el nima de Jos Mara

    Gonzlez y me sigue por todas partes. Hizo una pausa. Bartoloestaba asustado pero se anim a pedirle que continuara.

    Ud. se acuerda de las abusiones que salan en el potrerode o Jos Mara? Bueno, una noche yo iba por el camino realdel Cocal y al enfrentar a la puerta del potrero de o Jos Maravi un bulto por la parte aentro de la cerca. Yo taba muy pobre ymuy jodo; as que me dispuse, dentr y conjur el nima de oJos Mara. Cuando me le acerqu al bulto, o que me dijo:

    Juan, quieres tener plata?, ven para decirte dnde est. Yo lo segu y me llev a un lugar, al pie del guabo cansaboca

    que hay ah.Escarba aqu me dijo pero antes vamos a hacer un

    trato.Y yo jice el trato con el muerto pero no he cumplo.Bartolo contaba que cuando lleg a este punto del relato, l

    estaba temblando de miedo y que no haba sabido ms de s;que cuando volvi a despertar, el viejo Ramrez haba desapa-recido y que poco tiempo despus lo encontraron muerto deba-jo del guabo cansaboca en el potrero de Jos Mara Gonzlez.Es una lstima que Crdenas se desmayara. Hubiera sido muyinteresante saber qu trato haba hecho Juan Ramrez con elnima de don Jos Mara.

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    28

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    29

    El canto del mochuelo

    Est grave la seorita Elisa. Hace ya tres das que pasa enuna gran agona. La fiebre no cede. El mdico ha dichoque es pulmona lo que tiene y ya se le han puesto millones deunidades de penicida. Temprano se hizo el diagnstico y se co-menz el tratamiento.

    Elisa es joven y fuerte. Hasta hace pocos das rebosaba sa-lud y alegra. Slo despus del baile del 28 de Noviembre se ha-ba rociado al salir del saln, camino de su casa. Uno de esoschaparrones imprevistos, fugaces, llamados barre-jobos, tan ca-ractersticos del fin del invierno, la haba sorprendido en la calle.Se haba mojado un poco y se haba resfriado. Despus el doctorhaba dicho que tena neumona doble.

    Antonio estaba desesperado, triste, abatido. Amaba a Elisa

    entraablemente. Eran vecinos y la haba visto crecer desde niahasta verla convertida en la hermosa mujer que era ahora. Ellaera tan dulce, tan buena... Acababa de verla en un momento quefue permitido hacerlo. Estaba tan descompuesta, tan plida, tanlnguida! Y esa mirada suya, de ansiedad! Y esa respiracin tanfuerte y tan rpida! A pesar del oxgeno que le administraban cadahora, a veces se pona ciantica y siempre estaba agitada como sile faltara aire.

    Era verdad que la pulmona era una enfermedad muy gra-ve. Por algo la llamaban los mdicos ingleses y norteamerica-

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    30

    nos el Capitn de la muerte; pero ahora con los antibiticostodo haba cambiado.

    Qu enorme diferencia entre las condiciones actuales ylas que l haba conocido all mismo en su pueblo, all mismoen su barrio! Aquellas calles lbregas, aquellas calles fangosas,de invierno y llenas de polvo en verano. Ni un coche, ni unbombillo elctrico, ni acueducto, ni servicios higinicos, ni hos-pital, ni nada. Entonces la gente se mora sin el auxilio de laciencia. Repas con la mente tantos cuadros tristes que habacontemplado en su niez: Toribio, muerto de ttano, sin unasola inyeccin de antitoxina, en medio de dolores tremendos; yPedro; y Margarita; y el peor y ms triste de todos los casos, suhermanito Manuel... Apenas si se daba l cuenta de las cosasentonces, pero haba algo que se le haba grabado en la mentepara toda la vida. Era de noche. Estaban velando. Repartancaf y galletas de soda. Estaban sentados en el portalete de lacocina, ah precisamente donde l estaba ahora, cuando empe-z a cantar un pjaro en el palo de mango del patio que estabaah todava como testigo mudo. Uno de los presentes (no podarecordar quin) haba dicho: malo, est cantando el mochue-lo; y otro haba comentado en voz baja, como para no ser odopor los familiares, pero sin cuidarse de l, tal vez por lo peque-o que era entonces: lo que es a este nio no lo salva nadieporque cuando hay un enfermo grave y canta el mochuelo, lamuerte es segura. Antonio recordaba claramente cmo habasentido una ola fra de terror y haba escuchado el fatdico can-to: Pim, pim, pim, pim Despus, recuerda que entr a ver asu hermanito y que ste lo mir con una mirada de ansiedad yde angustia que le haba llegado al alma y que luego haba vuel-to los ojos hacia otra parte, exactamente como lo haba miradoElisa hacia un rato. Al fin el sueo lo haba vencido y a la ma-ana siguiente, lo recordaba como si fuera ahora, con ojos es-tupefactos, haba visto, en una mesa adornada de flores, conuna mortaja muy blanca y entre cuatro velas grandes de cera, a

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    31

    su hermanito tendido, quieto, inmvil; y, delante del nio muer-to, a su madre desgarrada por el dolor, llorando amargamente.

    Pas un largo rato. Antonio, en las sombras, lloraba en si-

    lencio. Su amada sufra y estaba grave de muerte. l lo presentapor ms que el mdico se sintiera confiado: Su Elisa morira.

    Era ya de madrugada. En el patio 1as frondas comenzaban ailuminarse con la luz de una luna tarda. Empezaba a hacer fro.Este ao soplaba la brisa del Norte temprano. De repente empe-z a cantar el mochuelo otra vez, desde lo alto de algn rbolcercano: el mango o el nspero, quin sabe si el guanbano.

    Antonio sinti, a pesar suyo, un estremecimiento de terror.Se espantaron las gallinas, (como entonces pens Antonio).Era ya seguro. Su Elisa iba a morir.

    Ms por qu? Qu demonios tena que ver el canto deun pajarraco con la vida o con la muerte? Esas supersticiones loasustaban a l cuando era nio. Ahora era diferente. La gente delos campos es muy imaginativa, se deca. Al or ese cantomontono, pim, pim, pim, pim, por horas y horas, siempre igual,siempre el mismo, llegaron a encontrarle algn parecido, algu-na analoga, con los golpes del martillo en los clavos cuando elcarpintero del lugar tena, a media noche, que hacer algn ca-jn de muerto, de urgencia.

    Pim, pim, pim, pim, segua imperturbable el mochuelo sucanto fatdico. Antonio, muy a su pesar, lo escuchaba y, gra-dualmente, a medida que se prolongaba el canto, le iba encon-trando un lejano parecido, despus un parecido indudable, conel martilleo del carpintero haciendo cajones de muerto.

    Y si fuese verdad la leyenda? pens con redoblado te-mor. Qu sabemos nosotros de los misterios de la vida y de lamuerte? Pero es absurdo! Qu lgica hay en esa tonta leyen-da? Y sin embargo, despus de todo qu sabemos nosotros silo lgico o lo que nos lo parece es real y verdadero? Y si resul-tase que todo lo que creemos y todo lo que juzgamos cierto,

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    32

    1gico y cientfico no es realmente as sino de otro modo?Antonio senta que sus convicciones se debilitaban. Tena

    miedo. Su novia adorada estaba en peligro de muerte. All es-taba tendida, presa de una enfermedad terrible. No, su novia te-na que vivir! El mdico le estaba aplicando los tratamientos msmodernos, pero era preciso hacer lo que fuera para salvarle lavida: lo lgico y lo ilgico, lo cientfico y lo anticientfico.

    Como un autmata se levant Antonio y se fue a la trastien-da, cogi un riflecito de saln que all haba y se fue, patioabajo, caminando, primero muy rpido, despacio despus, msy ms despacio, sigilosamente, con mucho cuidado Arribadel guanbano estaba el mochuelo, desprevenido, cantando sumonorrimo interminable: pim, pim, pim, pim

    A la luz de la luna vease la sombra del cuerpecito indefenso(una lechuza pequea parece el mochuelo). Antonio lo vio bien,alz el rifle, apunt: fuego! y rod por el suelo, sin vida, elinfeliz monchuelo.

    Elisa amaneci sin fiebre y, como suele suceder en las pul-

    monas, despus de la dramtica lucha con la muerte que la hizopasar asfixindose horas y das, en medio de la ms horrorosadesesperacin, ahora dorma como un ngel, como si no hubiesepasado nada, tranquila y feliz.

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    33

    La nia encantada del Saltodel Piln

    El Ro Perales nace como un humilde arroyuelo en las fal-das del Canajagua y baja en direccin Noreste por entrepeascales, como cantarina fuente primero, hasta encontrar unpequeo valle, el que sigue, ya convertido en ro por la afluen-cia de diversas quebradas y ros menores, que se le van suman-do en el trayecto. Despus penetra entre cerros de mediana altu-ra que forman una doble cadena en direccin norte y noreste yque en la parte ms baja reciben el nombre genrico de Cerrosdel Castillo. En la parte media de ese estrecho valle recibe lasaguas del Ro Hondo que baja tambin del Canajagua y un pocoms abajo las del Ro Pedregoso (famoso por formar las msaltas cataratas de la provincia de Los Santos), y que ya en estesitio es conocido con el nombre de Ro Laja por correr por unlecho de piedra viva. As aumentado su caudal, el Ro Perales, atrechos corre en forma sosegada y tranquila, a trechos en formarauda y torrentosa, segn el declive y la configuracin del terre-no y en su descenso forma a veces rpidos y saltos, de los cua-les el ms famoso es el Salto del Piln, ya entre las ltimasestribaciones de los Cerros del Castillo, antes de llegar a lastierras bajas de Perales.

    Ya sea por lo impresionante del paraje, ya por el estruendoque hacen las aguas al estrellarse contra la roca viva, ya seaporque algo extraordinario pasara all en tiempos remotos, laleyenda existe, desde poca indefinida, de que hay all un en-

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    34

    canto y an hoy, cuando uno pasa cerca de ese sitio un hlito demisterio y de recelo parece envolverlo a uno y pocas son las per-sonas que se atreven a baarse en el charco, profundo y redondocomo un piln, que la fuerza de las aguas ha cavado en la laja vivaa travs de los siglos.

    Los indios de la costa haban sido sometidos o se haban

    refugiado en las montaas para desde all, en unin de otrastribus, seguir resistiendo al invasor espaol. Haca ya tiempoque haba muerto Atatara, seor de Pars; y sus aliados, o ha-ban muerto o haban sido vencidos. En los llanos de Las Ta-blas exista ya una pequea colonia espaola y una ermita, a laorilla de un arroyuelo cuyo nombre primitivo se perdi en elsilencio de los tiempos y que vino a conocerse despus con elnombre de Quebrada de la Ermita. De all salan algunas expe-diciones de espaoles y de indios vasallos a explorar las comar-cas hacia el sur y el oeste, hacia las regiones montaosas, siem-pre en la esperanza de encontrar oro. No hubo quebrada o roque no exploraran.

    Un da iba Don Julin del Ro con un grupo de indios, explo-rando el Ro Perales. Iban ro arriba y no haban tenido ningntropiezo hasta cuando llegaron a un sitio en donde poda orse yaclaramente el ruido de un salto; aqu los indios se detuvieron y leinformaron a su amo que de all no seguiran ms adelante; queah cerca haba un salto y que era peligroso llegarse hasta l por-que era un lugar encantado en el cual sala un espritu en la formade una mujer muy bella, peinndose con un peine de oro, paraatraer a los hombres y que ms de un espaol que se haba aven-turado a llegar hasta all, haba desaparecido misteriosamente.

    Don Julin pens que aquel cuento eran patraas de los indiosy les increp, los insult, pero en vano. No logr que siguieranadelante. Son patraas, pensaba Don Julin. Quin sabe qurica tumba de indios habr en estos alrededores y ellos no quie-ren que sea profanada. Y el cuento del peine de oro? Peine de

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    35

    oro han dicho? De seguro que habr eso y quin sabe que otrosobjetos ms de oro. Dej atrs, pues, a la asustada gente y siguiadelante sin hacer caso de las admoniciones que le hacan.

    Cuando lleg al sitio en donde estaba el salto fue sobrecogi-do por un extrao sentimiento, mezcla de temor supersticioso yde admiracin pura y simple. Subi por la orilla izquierda delro hasta llegar a lo ms alto de una inmensa barrera de piedraque se levanta transversalmente y cierra el paso al curso naturalde la corriente. Contempl el ro que se deslizaba por su lecho,casi sin declive, mansamente, hasta encontrar la barrera de pie-dras inmensas en donde estaba parado. Era evidente que en laestacin lluviosa, en las formidables crecidas del ro, toda esamuralla era sobrepasada por las turbulentas aguas; y ah, a suspies, veanse, aqu y all, grietas profundas abiertas en la roca yperforaciones hondas, cilndricas, hechas en las lajas por lasaguas en el curso de siglos o milenios. Mas como era ya finesde diciembre y comienzos de la estacin seca, las aguas claras,transparentes como un cristal, al encontrar la barra alta, trans-versal y maciza de piedras, se desviaban a la derecha para pre-cipitarse, por una amplia brecha, (mayor y ms baja que todaslas dems) socavada en la parte ms vulnerable de la roca, conun gran estruendo, en un chorro ancho, abundante, raudo y po-deroso que cae a uno como canal profundo, abierto y cavadotambin en la roca, en donde las aguas forman un hervideroblanco de espumas y agitadas olas y remolinos vertiginosos;para deslizarse al fin, ms adelante, con increble rapidez, sobreel lomo liso de la laja viva y caer ms abajo an en un ampliopozo, redondo y profundo, con paredes cortadas a pico y lisascomo las de un brocal. Aqu notaba que las aguas se dividan endos corrientes, una menor que gira alrededor del pozo, silencio-so, de aspecto misterioso, superficie relativamente tranquila ycolor casi negro; y otra rpida, murmurante y espumosa que seva gritando o gimiendo hacia una como laguna espaciosa, endonde se remansan las aguas antes de precipitarse de nuevo en un

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    36

    rpido que queda ms abajo y en el cual un ruido de aguas espu-mosas y agitadas, al romperse contra las piedras que se les opo-nen, rivaliza con el ensordecedor estruendo, incesante y eterno,del salto. All abajo, bien lejos, se adivinaba el remanso tranqui-lo, el curso lento y silencioso del ro. A los lados, las laderas dela montaa y un follaje sombro de algarrobos, guayabos de mon-taa, harinos, caracuchos y madroos de la tierra, que en estapoca aparecan blancos como trajes de novia, cubiertos total-mente de florecillas blancas como los azahares. Don Julin, queestaba embebido en la contemplacin, deleitosa y solemne a untiempo mismo, de este paraje bello y salvaje, se haba olvidadode la supersticin de los indios; pero los madroos, blancos comotraje de novia, le hicieron recordarla.

    Y un instante despus, atnito, mudo de asombro, contemplla ms bella y extraordinaria visin del mundo. Sobre el hervide-ro de las aguas, en la neblina sutil que se levantaba de ellas, en-frente del chorro, se dibujaban los colores del iris. De pronto,vi surgir una figura esbelta y blanca de mujer. Luego la vio quealz las trenzas de oro con una mano fina y blanca donde brilla-ban al sol, como diamantes, las gotas de agua; y que con la otramano empez a peinarlas con un peine amarillo y reluciente comoel oro.

    Estaba desnuda y sus senos y su talle y su cintura, sus muslos ysus piernas, todo era perfecto. Don Julin temblaba de emocin yde espanto; pero ella lo mir con sus ojos azules, de un azul pro-fundo, y le sonri con tal dulzura que en un instante se sinti sinmiedo alguno y ms bien dispuesto a seguir tras esa hermosa apari-cin, atrado como se senta por su divina belleza.

    A quin quieres ms? le dijo al fin la nia encantada oencantadora, a m o al peine de oro?

    Por un instante Don Julin permaneci mudo, presa del asom-bro y del recelo. Luego, habl casi sin saber lo que deca, paracontestar a la pregunta:

    A ti, oh divina criatura; a ti, mujer o demonio, lo que seas; a

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    37

    ti hermosa mujer cuya belleza sin igual me ha hecho sentir unapasin sublime dijo Don Juan con notable vehemencia.

    Sonri la hermosa entonces y djole:Te has salvado, Julin del Ro, porque te has olvidado del

    oro envilecedor. Si hubieras mencionado siquiera la palabra oro,habras rodado a ese abismo que se abre a mis pies. Yo cuidolos tesoros de estas montaas y a los que han llegado hasta aqucon sed de oro les he dado su castigo. Pero t, que prefieres labelleza al oro, te has salvado. Puedes irte, enhorabuena.

    Don Julin la miraba extasiado, absorto, en silencio. Sintiuna ansia infinita de besar esos labios, de acariciar ese cuerpovirginal, blanco, sonrosado y tierno; y senta que una voluptuosi-dad nueva, distinta, desconocida, lo envolva como en sutiles re-des. Se olvid de que sa no era una mujer real sino un encanto,se olvid de todo y al fin le dijo con voz enronquecida por laemocin de amor:

    Te adoro, mi princesa; no me pidas que te deje.Y como la nia encantada comenzara a hundirse suavemen-

    te entre las espumas de las aguas turbulentas, Don Julin, queestaba al borde de la roca cortada a pico, sobre el precipicio, selanz tras ella y, enlazado a su angelical figura, se fue hasta elfondo de las aguas agitadas; y de all en los delicados brazos desu amada, como en un sueo, sinti que se deslizaba dulcemen-te sobre el lomo liso de la laja, hasta el remanso misterioso, froy profundo del charco del Piln.

    Hasta las hadas tienen sus amores. Desde aquel da la nia

    encantada del Salto del Piln no ha vuelto a salirle a nadie ms.

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    38

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    39

    La leyendade Santa Librada

    Todos los pueblos de nuestro pas tienen un patrn o patro-na, un santo o santa que han escogido como el predilectode su devocin, al que consideran como el ms milagroso de to-dos los santos y como protector de los intereses de esa tierra, ala cual tiene amor acendrado y da proteccin absoluta. Llegan aser tan grandes la devocin y el cario que a su patrn toman losfeligreses que, con el transcurso del tiempo, casi que se olvida launiversalidad del Santo en cuestin y en las mentes de los habi-tantes del pueblo o de la parroquia llega a prevalecer la idea deque el patrn o la patrona tiene para ellos una preferencia o ex-clusividad en todo, como si fuera algo propio, como de la fami-lia. A l o a ella recurren para todas las cosas y le mandan lasmandas ms diversas y curiosas, desde una vela de a real hasta unacadena chata, a cambio de los favores ms peregrinos.

    Los milagros que realiza el patrono o la patrona se cuentanpor millares en cada parroquia todos los aos y casi siempreson los mismos y retribuidos en forma casi idntica: una manitode plata por haberle salvado una mano con una postema; unbracito de oro por haberle hecho sanar, sin defecto alguno pos-terior, un brazo con fractura del hmero o del radio; un collarde oro por haberle evitado la operacin de las glndulas (amg-dalas ) etc., etc. Pero entre estos milagros comunes y corrientessobresalen algunos que son verdaderos prodigios y que a travsdel tiempo y la distancia han llegado hasta nosotros envueltos en

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    40

    un halo de misterio y de ingenua y cariosa exageracin, comoveremos ms adelante.

    Al patrn o a la patrona se le celebra todos los aos su fiestaen la fecha correspondiente y estas fiestas patronales son lasms grandes del pueblo. Primero son las novenas y la salve, lavspera del da del santo. Esa noche sale el patrn o patrona enprocesin por las calles del pueblo y despus de la procesinhay fuegos artificiales en los que nunca faltan, adems de lascmaras y bombas, voladores y cualquier adicin modernade pirotecnia, los clsicos montantes. El da del santo hay lamisa solemne en la maana, parranda y cantadera todo el da ybailes en la noche. Al da siguiente hay la corrida de toros delprimer da, con cabalgata, paseo de la bandera, etc.; un da sere-no despus, que en algunos lugares es da de coleadera deganado o girra; y, por ltimo un segundo da de toros o co-rrida en la cual toreros aficionados conservan la tradicin espa-ola del toreo y todos demuestran la aficin a los toros quellevamos en la sangre, lo mismo que llevamos en el alma lamsica de Espaa. Y aun hay pueblos que celebran todava unda ms de fiesta llamado da de la gallota.

    Las Tablas, pueblo tpico del interior indo-espaol de Pana-m, conserva muy bien esas tradiciones y tiene, al igual que losotros pueblos de alguna importancia en el Istmo, su patrona,muy guapa y muy querida y espaola por aadidura, Santa Li-brada; y todos los aos le celebra sus fiestas en forma solemnecon derroche de entusiasmo y sin evitar gastos a todo lujo.

    Si hemos de creer la leyenda, Santa Librada o Santa Liberatacomo la llaman muchos, vino a Las Tablas con los primerospobladores espaoles o tal vez los precedi un poquito y ya losestaba esperando cuando stos llegaron al sitio en donde se le-vant ms tarde su templo. En efecto, dicen las viejas tableashaber escuchado de labios de sus abuelas que hubo un tiempolejano cuando los fundadores del pueblo andaban buscando unsitio o lugar adecuado para echar los cimientos de la poblacin y

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    41

    en esa bsqueda llegaron a una extensa llanura, casi plana y lisacomo una mesa, pero con ligeras ondulaciones y suaves colinas,en las cuales crecan, aqu y all, a largas distancias, algunas ma-tas o minsculas agrupaciones de rboles, arbustos y enredade-ras. En medio de esa llanura, casi despoblada de rboles, que aho-ra comenzaba a dorarse con la llegada del verano, vease un bos-que relativamente pequeo, pero espeso y sombro, en una pe-quea depresin del terreno por cuya parte ms baja corra (ycorre an) una cantarina fuente (de cristalinas aguas en aquel tiem-po lejano).

    Penetraron en ese bosque los cansados espaoles y casi en-seguida les atrajo el canto maravilloso de unos pajaritos, tal vezlos bimbines, puis y picogordos y el de otros pjarosamarillos, ms grandes que los canarios (tal vez los chapines)y aun el de otros pajaritos ms pequeos, de pecho amarillo ydorso negro (quizs los chuos), cuyas maravillosos armo-nas rivalizaban con las de los canarios, si bien su voz era msdbil que la de stos. Siguiendo a estos bellos cantores del bos-que y admirando la belleza y magnificencia de los rbolesmilenarios que all haba, se fueron internando ms y ms en lafrondosa arboleda. Qu maravilla de altura y de espesor la de losespavs, los ceibos, los corotes o higuerones! Qu soberbiaelegancia la de los bongos, balsos, panamaes y algarrobos! Quesbeltez y belleza la de los cedros, maras, caobas, manglillos yguayabos de monte! Qu sublime belleza la de ese conjunto deverdor con sus gradaciones de verde, desde el verde claro de lashojas nuevas, de los helechos y de las palmas de coco, el verdecaa de los barrigones y de las caazas o bambes, el verde yceniza de los guarumos, el verde plateado de los algarrobos y elverde y oro de los caimitos, hasta el verde oscuro de las palmasreales, las de corozo, las de pisv y las de Pacora; de losnsperos, los higos, los rascadores, los guabos, los harinos y cienclases ms de rboles del trpico! Pero por encima de todo estoqu bella, qu hermosa policroma! la de esos rboles que al

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    42

    perder sus hojas en esta poca del ao, se haban llenado de flo-res, salpicando as de manchas multicolores el fondo verde os-curo del bosque: los caafstulos de rojas flores; los macanos yguayacanes de flores amarillas, de oro; los robles de flores colorlila plido; los madroos de blancas flores como los azahares;los caracuchos de flores blancas, rojas y amarillas; los balos deflores de color rosa plido; los poroporos de hermosas floresamarillas y las flores de la cruz, de color morado. Y debajo delaltsimo techo de los rboles mayores, helechos, lianas y beju-cos de diversas clases y formas (de corazn, de mariquita,de corona, de culebra, redondito, negrito, blanco,colorao, barquillo, puque-puque, etc.) y una profusin deplantas sin nombre y de parsitas diversas; toda esa confusin deplantas de la selva tropical, toda esa vegetacin lujuriante de lacual se desprende un vaho que, unido al que se levanta de la hu-medad y de la descomposicin de materias orgnicas en el suelo,parece embotarle a uno los sentidos y envolverlo como en unmgico letargo. . .

    Iban los espaoles ya un poco fatigados de tanto andar porllanos y por bosques, desde hacia ya mucho tiempo. Lospajarillos seguan adelante entonando sus trinos y como indi-cndoles el camino a seguir. Ellos los seguan como autmatas.Para empeorar las cosas los corrococos y chigarras, con susmillones de voces, iguales, ensordecedoras, contribuan aaletargarlos ms. Siguieron, pues, desganados, un poquito msadelante, en medio de la penumbra del bosque, cuando de pron-to se alegraron sus ojos con la presencia de un claro o limpioen medio del boscaje, un lugar abierto en donde, minutos des-pus los deslumbr la luz que a chorros entraba desde el cielopor un boquete abierto en medio del follaje.

    El claro estaba hecho de rocas milenarias en las que, desdeluego, no haba rboles sino apenas algunos arbustos creciendoen las grietas, entre las peas, junto con enredaderas, pitahayasy tunas de rojo fruto, campanillas blancas, rosadas, azules; flores

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    43

    silvestres, amarillas y rojas; y algunas orqudeas de plstica be-lleza y maravillosos colores. En el centro de estas rocas, as ador-nadas como un altar, iluminada por los rayos del sol, con la carabella y radiante, vease la imagen de una santa. Los admiradosespaoles cayeron de rodillas, como movidos por un resorte, antela sublime aparicin. Pasada su turbacin inicial, reconocieronen la bella estatua de piedra que tenan delante a la imagen de lajoven mrtir gallega, Santa Librada. Pensaron que era de buenagero tal encuentro y, de comn acuerdo, decidieron llevarse laestatua de piedra de Santa Librada que, por un milagro de la pro-videncia, all haban encontrado, con la idea de poner la pobla-cin, que iban a fundar, bajo la proteccin de la santa y de erigirlea sta un templo en la dicha poblacin.

    Eligieron para situar el pueblo la parte ms alta y plana de lallanura, cercana al bosque, y all improvisaron sus viviendas;ah colocaron a la virgen en un altar; pero cul no sera su sor-presa cuando un da amanecieron sin su santa venerada? Todosestaban desconcertados. Quin se habra llevado la santa? Sehabra ido ella sola? Sera su desaparicin otro milagro tan grandecomo su inesperada aparicin en medio de aquel bosque solita-rio? Salieron todos a explorar los terrenos vecinos: y fueron adar, al fin, al mismo bosque y al sitio mismo en donde la habanencontrado el primer da.

    All estaba ella, bella y radiante, como satisfecha de encon-trarse en ese primitivo altar de la naturaleza. De rodillas todos,rezaron y le dieron gracias a Dios por haberles devuelto tanpreciado tesoro. Una vez ms se la llevaron consigo, pero denuevo volvi Santa Librada a dejarlos para regresar a su sitiopredilecto. Hasta que al fin, interpretando como voluntad de 1asanta el que fuera all en donde se le erigiera su templo, le pro-metieron que all levantaran su iglesia y fundaran su pueblo.Esto fue lo que pens aquella buena gente, segn dicen las vie-jas; y enseguida se dio comienzo al trabajo de desmonte y lim-pieza del terreno para hacer las casas y construir una ermita

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    44

    que alojara temporalmente a la milagrosa imagen. Tumbaron tam-bin montes para sembrar maz, arroz, pltanos y otros frutos; yen los llanos comenzaron a criar sus ganados. Despus de pocosaos haba ya una pequea aldea, con hatos de ganado en los lla-nos vecinos y con campos de cultivo, salpicados, aqu y all, porrboles gigantescos que quedaban como seal apenas de lo queantes haba sido selva virgen, bosque umbro.

    Pasaron los aos y la poblacin fue creciendo. Sobre laspeas donde haban encontrado la santa, hubo una ermita poralgunos aos; pero pronto se comenzaron los trabajos para laedificacin de un templo, el cual, se hizo precisamente sobrelas mismas rocas milenarias que haban servido a la sagradaimagen de mansin o altar. Y desde entonces (y an antes, comoqueda dicho) ha venido obrando milagros Santa Liberata, entreaquella gente y sus descendientes, gente sencilla y buena, tra-bajadora y creyente, que han creado riqueza y abundancia entoda la regin por medio de sus esfuezos y su inteligencia, ayu-dados por la fe en su santa patrona que les ha colmado de bendi-ciones y beneficios, sanando a los enfermos (hijos, hermanos yseres queridos); haciendo llover, en las sequas, despus de lasrogativas; en las faenas del campo, dndoles buenas cose-chas; en las tormentas y en los temblores de tierras, librando asus protegidos de todo mal. Millares son los enfermos sanadospor su santa intervencin, innumerables los perseguidos de duen-des, brujas y demonios que se salvaron por su fe en Santa Li-brada y muy rico, por supuesto, tambin, el cofre de prendas de lasanta en el cual se han ido acumulando los regalos de los agrade-cidos tableos, del pueblo y del campo, a travs de los tiempos.

    En el ao de 1900 estall la ltima guerra civil en el Istmo,encabezada por el gran caudillo liberal tableo, Dr. BelisarioPorras. Esta guerra, que comenz en el centro de Colombia en1899, dur tres aos y en el curso de ella hubo altas y bajas en lasuerte de las fuerzas contendoras, conservadoras, y liberales. Elgobierno conservador colombiano tena, desde luego, muchas

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    45

    ventajas a su favor. Como gobierno que era tena ms recursos dearmas, de organizacin, de dinero y de crdito, amn de batallo-nes de soldados regulares, bien disciplinados; pero los patriotasliberales tenan la fuerza incontrastable de su decisin y su entu-siasmo para luchar por sus ideales y eran, en el Istmo, la inmensamayora indudablemente.

    La guerra se libr principalmente en tierra, pero hubo tam-bin combates navales y desembarco de tropas en ciertos luga-res estratgicos por parte de ambos bandos contendores. Un da,aseguran personas mayores de Las Tablas, se present un barcode guerra colombiano, frente a las costas tableas con la inten-cin aparente de desembarcar tropas conservadoras por Mensabo por la Boca de La Laja. Pero cuando el barco estuvo ya cerca,el Capitn pudo ver asombrado, que miles de hombres, armados,con fusiles y caones, esperaban en las playas de Mensab y deLa Candelaria, listos a impedir el desembarque y, lo que era peortodava, colocados en situacin ventajosa para coger a los inva-sores entre dos fuegos. El capitn mir con los catalejos y viocmo se paseaba por la playa, del lado de Mensab, una mujercitavestida con falda roja y capa de color azul con una espada en unamano y una cruz en la otra, dando rdenes como si fuera la Capi-tana que comandara ese ejrcito. Orden entonces alejarse deese puerto y poner proa hacia la Boca de La Laja; pero en lasplayas del Uverito y en las de ambos lados de la boca de La Lajavi el mismo cuadro de Mensab y La Candelaria y a la mismaCapitana u otra igualmente vestida y del mismo tamao, que dabardenes y se aprestaba a la defensa. En estas circunstancias alcachaco no le qued otro recurso que desistir de la invasin yalejarse, cavilando de dnde habra sacado esta gente tantos hom-bres y armas, por qu tendran esas capitanas y cmo estara deguarnecida la plaza de Las Tablas, si tenan tan gran contingentede tropas regadas por las playas. Muchas gentes de Las Tablas,Sesteadero, La Laja, Santo Domingo, Loma Bonita, Cocobolas,Manantial y Palma Grande se dice que presenciaron el milagro

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    46

    (porque milagro era) y que Santa Librada en persona haba estadoese da al frente del misterioso ejrcito.

    La nueva se reg pronto por todas partes y caus gran revue-lo, sobre todo en el pueblo. La gente acudi a la iglesia a ver a supatrona, que tales muestras les daba de su amor y proteccin; yall estaba ella, radiante de felicidad y de belleza, con las mejillasencendidas. Estaba idntica en todo slo que sus mejillas pare-can chapeadas como cuando uno se expone mucho tiempo alsol; y luego notaron algo los fieles, que arranc de todos lospechos, al mismo tiempo, un oooh! de admiracin que subi ha-cia las naves del templo como una ola de fervor religioso, al mis-mo tiempo que todos, como movidos por un resorte misteriosose postraban de hinojos. Era que haban visto todos que lospiececitos de la Santa estaban cubiertos de arena.

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    47

    El rbol santode Ro de Jess

    N un descendiente del original o de algn descendiente de aqul.Lo cierto es que slo hay un rbol tal, y dos retoos nuevos, nicosen esa regin de Ro de Jess, nicos en el pas, en el ContinenteAmericano tal vez, quizs en el mundo; porque ningn panameo niningn extranjero, de todos los rincones de la tierra, que todos losaos lo visitan, en ningn lugar del mundo ha visto jams otro rbolcomo se. Alto como un cedro, una caoba o una mara, de troncogrueso y recto hasta bien alto, de numerosas ramas y con una copagrande y frondosa, de hojas de tamao mediano, de forma ovaladay muy verdes, tiene un parecido lejano con el maran de Curazao,pero tiene particularidades que lo hacen diferente y muy raro, quellaman la atencin y que desde tiempo inmemorial atrajeron o cap-taron la curiosidad de los hombres e inspiraron en ellos supersti-ciones que lo han hecho legendario. Las gentes lo han bautizadocon el nombre de rbol del Paraso y le atribuyen virtudes y po-deres extraordinarios.

    En el mes de enero la corteza gris del tronco, las races visi-bles y las grandes ramas comienzan a llenarse de manchasnegruzcas en las cuales, despus de corto tiempo, empiezan asalir unos brotes que al principio no se sabe a ciencia cierta quson, pero que gradualmente se convierten en ramilletes, de di-versos tamaos y formas, de unas flores parecidas a ciertas or-

    adie sabe cuntos aos o cuntos siglos de existenciatiene el rbol, ni si ha sido siempre el mismo o es ste

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    48

    qudeas y a la flor de la granadilla, razn por la cual tambin seconoce el rbol con el nombre de granadillo o rbol de granadilla.En esas flores predomina el color morado oscuro pero combi-nado con otros tonos o variedades de morado, el lila y el rosa-do, en la parte interior; y el amarillo claro y el amarillo quema-do y otras tonalidades de colores de difcil clasificacin, en laparte externa. Estas flores en forma de ramillete, van saliendoen brotes sucesivos y llenan el rbol desde las races y el troncohasta las ramas, de tal suerte que al llegar la Semana Santa, estel rbol, por as decirlo, vestido de flores, cuyos colores ento-nan muy bien con los colores litrgicos de La Pasin. Y lo msnotable es el aroma grato, indescriptible, que llena los aires delcampo aledao.

    Ese aroma, aroma de una inmensa flor, cautiva tambin laimaginacin de las gentes. Pareciera un incienso pagano y tro-pical elevndose desde ese altar que la Naturaleza levanta a Dios.Pero aun hay otras peculiaridades que han impresionado a lasgentes de Ro de Jess. El rbol no da ms que dos frutos, comodel tamao y la forma de una toronja, con un contenido gelati-noso, maloliente y efmero pero desprovisto completamente desemillas, razn por la cual no puede el rbol reproducirse en esaforma, segn el decir de la gente. Por otra parte, cuando se hanpuesto a prender ramas en formas diversas, han salido yemas orenuevos numerosos cuando se coloca la rama horizontalmen-te. Luego, todos esos renuevos se mueren, menos uno, que vivepor un tiempo pero que acaba tambin al fin por secarse. Unaanciana de Ro de Jess me ha contado que su madre logr enesta forma prender un arbolito en el patio de su casa, el cuallleg a crecer hasta alcanzar una altura de tres metros ms omenos; pero que un da de tormenta, de los muchos que suelehaber en Veraguas, un rayo lo destruy. Y desde entonces no havisto ni sabido que se haya logrado prender otro. Solamente enel sitio donde se encuentra el rbol viejo han prendido dos hijos,como ya se ha dicho.

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    49

    Adems de todo esto, el rbol del Paraso se encuentra enmedio de una ceja de monte, cercana a un estero, a corta distan-cia del Puerto de La Trinidad. Hay manglares cercanos pero nohay mangles ni rboles de los comunes en las orillas de losmanglares o del mar en esa como isla de vegetacin que rodeaal granadillo; y ste es nico en su clase, sin parecido alguno,con los rboles que lo rodean.

    Las flores, que son hermosas y fragantes, cautivan desde lue-go, al visitante y todo el mundo arranca su manojo de flores y lolleva consigo; pero no pasa mucho tiempo cuando ya han perdidosu perfume y su belleza. Al contacto con las manos de los hom-bres o al ser separadas del tronco que les da savia y vida, prontose marchitan y deshojan. Sin embargo, las gentes, de muchas le-guas a la redonda, aseguran que son milagrosas y las conservan,como guardan tambin las pencas benditas que reparte el Padrelos Domingos de Ramos y que, puestas en cruz a la entrada de lascasas y chozas, protegen a los habitantes, de muchos males. En elcaso de las flores del granadillo los milagros que stas hacenson curativos. Una hojita colocada en el hueco de una muela qui-ta enseguida el dolor de muelas del afectado. Que un nio tienedolor de odo? Se le introduce un ptalo cuidadosamente dobla-do en el odo externo y el dolor desaparece por arte de magia. Ysi alguno despierta una noche con dolor de estmago, con unainfusin de ptalos de la milagrosa flor, que se tome bien calien-te, desaparecen todos los sntomas y el enfermo amanece bien.Desde tiempos remotsimos saben esto los habitantes de la re-gin y lo han practicado con buen xito.

    Es indudable, pues, que hay algo misterioso, sobrenatural, enese rbol del Paraso de Ro de Jess. Tal vez sea una de esassilenciosas bendiciones que El Eterno ha derramado sobre sushijos. As piensa la gente sencilla de la regin y as pensaron susabuelos y por eso, desde tiempo inmemorial se desarroll unadevocin mstica en estas gentes que creen en los poderes cura-tivos, sobrenaturales, del rbol y que todos los aos van en rome-

  • SERGIO GONZLEZ RUIZ

    50

    ra desde que empieza a florecer el rbol santo, a pagar mandas, arezar a su sombra, a pedirle remedio para sus males, a ponerlevelas y a recoger las milagrosas flores que llevan a su casa comoseguro remedio para muchas enfermedades.

    Con el tiempo se han ido sumando curiosos turistas a la Cara-vana que anualmente va a visitar el rbol del Paraso o granadillode la Trinidad y durante los das de Semana Santa, especialmenteel Viernes Santo, el espectculo que all se contempla es impo-nente, en su sencillez.

    En un espacio amplio, en medio del monte, abierto y limpiode malezas por los campesinos especialmente para esos das deSemana Santa, se ven millares de velas encendidas entalanqueras o candelabros rsticos, improvisados con ma-deras del bosque, y a centenares de fieles que arrodillados rezanrosarios y oraciones diversas, frente al inmenso altar del rbolsanto de granadillo, adornado por Dios mismo con sus miste-riosas flores que despiden el incienso inigualable de su exquisi-to y extico perfume. Es un espectculo mitad cristiano, mitadpagano, que por lo mismo impresiona hondamente como que loque all hay es una comunin de almas con su Creador, en laforma ms amplia y ms simple, ante el primitivo altar de laNaturaleza.

  • VEINTISIS LEYENDAS PANAMEAS

    51

    Las piedras grabadasde Montoso

    Habamos subido desde Las Minas, que est a cuatro-cientos metros de altura, al Alto de La Pea, ya en ple-na cordillera. uco, con su cima aguda y grcil, a 800 metros deelevacin, nos quedaba a la derecha. Desde lejos nos haba pare-cido el lugar por donde ahora bamos, un filo angosto; pero ahorase dilataba ante nosotros una gran extensin de tierra plana, inte-rrumpida apenas, aqu y all, por una loma o una cuesta. Prontocambiamos de rumbo. Ibamos ahora en direccin sur por unameseta descendente, detrs de la cordillera del Alto de la Pea.Hacia el poniente se vean valles, ros y algunas lomas que obs-truan nuestra mirada escrutadora. De pronto, se nos apareci elms bello espectculo que hayan contemplado ojos humanos. Msall del verdor de los valles y colinas, ms all de esa gama deverde, desde el verde claro del llano hasta el oscuro, casi negro,de lo ms tupido de la selva, apareci de repente un retazo deespejo bruido, de cambiantes colores y reflejos, inmenso, mag-nfico, en forma de tringulo agudo con el vrtice hacia el conti-nente y la base en la lnea imprecisa donde se une al mar infinito.Era el golfo de Montijo. Nos detuvimos un instante a contem-plarlo y a adivinar las islas que, como pequeas manchas apare-can en medio del golfo; y a identificar los ros; all El San Pedro,all El San Pablo. Seguimos andando y poco despus se nos apa-recieron delante, primero los llanos de Chepo, en medio de lamontaa (numerosas colinas de cumbres redondeadas y cubiertas

  • SERGIO GONZLEZ