la testadura no. 49: itzayana delgadillo

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La Testadura, una literatura de paso no. 49: "24 horas" y otros relatos por Itzayana Delgadillo.

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Dirección General:

Mario Eduardo Ángeles.

Textos: Itzayana Delgadillo.

Consejo Editorial: Cristián Martín Padilla Vega, Bardo Garma, David Morales, Miguel Escamilla, Pedro Mo-reno, Salvador Huerta, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles y Jesús Reyes.

Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Paulina Romero, Flor de Liz, Tzolkín Montiel, Enrique Ibarra, Luis Alberto Arellano y Alejan-dro Angulo.

Contacto:

lat e s t ad ur al i t e r ar i a@ g mai l . c om

México, Agosto 2013.

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Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus auto-

res. Cuida el planeta, no desperdicies papel.

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CONTENIDO

-24 horas

-De reproches y venganza

-Juntos hasta la muerte

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24 horas

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La Testadura 7

24 horas

Hora 1:

La clase de las 7 am siempre me ha

parecido eterna. Los minutos transcurren

con lentitud; el ruido aunque no es mu-

cho, es ensordecedor. La bola de pende-

jos que tengo por compañeros nunca

deja de hablar, son nefastos, su sola pre-

sencia es abrumadora, esas voces, esos

rostros. Todo es tan desagradable. Miro

el reloj y son las 7:45 am, estos tipos si-

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La Testadura 8

guen hablando, ni siquiera son temas que

nos interesen para la clase, hablan de su

vida, de su patética vida. Miro de nuevo el

reloj, 7:48 am, parece que este infierno

no tiene fin.

Hora 3:

Todo es tan monótono y aburrido,

siempre son las mismas clases, los mis-

mos profesores elitistas y la misma gente

nefasta de siempre. Pasó la clase de las

8 am y nada nuevo. La clase de las 10 am

más detestable que nunca y yo sigo atra-

pado en estas 4 paredes. *¿qué harías si

hoy fuera tu último día?* de nuevo las

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La Testadura 9

voces en mi cabeza están molestándome,

las ignoro por un rato pero más tarde

empiezo a pensar en ello. ¿Qué haría?

Hora 5:

Allí está ella, la chica con la sonrisa

más bella que he visto, camina hacia mí,

me mira y sonríe. Mi mundo tiembla, ella

es perfecta pero nunca se fijaría en un

tipo tan patético y desagradable como yo.

Suena el timbre, hora de entrar a clase.

Hora 8:

Nada nuevo pasa por mi vida. Siem-

pre hago las mismas cosas aburridas :

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Mo. Eduardo Ángeles

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La Testadura 11

desayunar, ir a la escuela, comer, hacer

tarea, dormir; siempre veo los mismos

paisajes, la misma gente. La rutina es

dueña de mi vida, nada es diferente y eso

hace que me sienta frustrado con mi vida,

atrapado en un mundo en el que no per-

tenezco. Necesito escapar.

Hora 12:

No sé, con exactitud, en qué momento

dejé que la realidad aplastara mis sue-

ños. Cuando era pequeño soñaba con ser

un súper héroe y salvar el mundo, quería

escribir las historias más bellas y salvar

muchas vidas, ya lo había olvidado, pero

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La Testadura 12

hoy estoy dispuesto a recuperarlos, los

saqué del bote de la basura y los desem-

polvé. Gracias a esos sueños, hoy me

sentí con el valor para vencer mis miedos.

Hora 15:

Una vez en la calle, no sabía por dón-

de empezar. La ciudad era la misma de

siempre pero yo ya no la veía igual, la

mezcla de colores que predomina esta

noche, me cautivó. Quiero hacer tantas

cosas, ir a tantos lugares y probar tantos

sabores. Es posible que el tiempo no me

alcance para hacer realidad todos esos

sueños, para conocer tantas cosas, pero

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La Testadura 13

es momento de iniciar esta aventura.

Hora 20:

Nunca me había sentido tan bien co-

mo ahora.

Las madrugadas en la ciudad siempre

son más hermosas cuando está lloviendo

y contemplar ese paisaje en compañía de

mi mejor amigo hizo de esas horas algo

inolvidable. Le conté de mis sueños y mis

planes, quería empezar a cumplirlos hoy

mismo. Era ahora o nunca.

Hora 23:

Caminé a casa, entré corriendo hasta

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La Testadura 14

el cuarto donde dormía mi madre, le di un

beso en la frente y le dije cuanto la amo.

Me dirigí a la parada del bus, dispuesto a

iniciar con mi nueva vida. La chica de la

bella sonrisa estaba ahí, esperando el

bus, me acerqué a ella, no sé de donde

saqué el valor pero la besé. Estaba emo-

cionado y a la vez apenado, así que en

vez de tomar el bus, empecé a caminar a

la escuela.

Hora 0:

Tuve el día más feliz de mi vida y aun

así no me era suficiente. Aún me faltaba

una cosa por cumplir, así que corrí y corrí

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La Testadura 15

hasta encontrar el edificio más alto de la

ciudad. Subí hasta llegar a la azotea, el

cielo se veía maravilloso, era el amanecer

más precioso que alguna vez había visto,

me sentía pleno y ya no tenía miedo, solo

que aun necesitaba un poco más para

sentirme de verdad vivo, así que caminé

lentamente hasta llegar al borde del edi-

ficio, ahí me detuve a observar la ciudad,

la adrenalina envenenó mi alma y yo sólo

pude preguntarme:

¿Cómo ha de ser volar?

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De reproches y venganza

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La Testadura 17

De reproches y venganza

¿Alguna vez has tenido un secreto que

consume tu alma? Yo sí…

Para mí, él era lo más importante, era

mi mejor amigo; para él, yo era la puta

con la que se acostaba cada vez que te-

nía ganas y sí, yo estaba consciente de

eso y me cagaba la idea, pero para mi

pinche suerte él era un experto en enga-

ños y yo, yo me dejé seducir por la sen-

sualidad de sus mentiras. Estaba atada a

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Macaria España

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La Testadura 19

su boca, a su cuerpo, a su sexo y la ver-

dad es que así me sentía bien y a veces,

sólo a veces me sentía feliz.

Pero casi siempre deseaba que él

fuera solo mío y es que era inevitable

sentirme como idiota cada vez que me

dejaba para estar con cualquier perra que

le cruzara en el camino. Siempre había

algo más interesante que hacer o alguien

más importante a quien ver. Y yo, yo se-

guía ahí como pendeja esperándolo, es-

peraba que él se tomara la molestia de ir

a donde me encontraba para estar con-

migo, para hacerme suya, solo esperaba

que él fuera mío, sólo mío. Sin embargo,

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La Testadura 20

siempre era lo mismo, nunca tenía tiem-

po para mí, al menos no cuando yo se lo

pedía. Y eso tenía que acabar.

Como si todo lo anterior no hubiese

sido suficiente, desde algunos días atrás

lo sentía lejos. Cada vez sentía sus ganas

más apagadas, su cuerpo más frío, sus

caricias más monótonas. En sus labios ya

no había sabor, ya no encontraba calor

en sus brazos, ya no había cariño en sus

ojos. Ya no hacíamos el amor, ahora era

solo sexo.

Hacía mucho que no lo veía, ni siquie-

ra la miseria de tiempo que antes dejaba

para mí. Empezaba a creer que está vez

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La Testadura 21

había alguien a quien de verdad quería o

tal vez, sólo ya no deseaba verme. Poco a

poco se alejaba de mí, pero yo no podía

permitir que se fuera, no sabía vivir sin él,

lo necesitaba a mi lado.

Un día entré a su casa, subí hasta su

cuarto. Me detuve a observarlo por un

rato, ese rostro tan cálido, ese cuerpo

que me incitaba a pecar y esas manos

que me llevaban a la gloria. Entonces el

despertó, se asustó un poco al verme ahí,

yo le sonreí y él pareció tranquilizarse. Me

acerqué a él y besé su frente, sus meji-

llas, sus labios. Él empezó a jugar conmi-

go, me desnudó y empezó a penetrarme,

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La Testadura 22

pero aun así no sentía que fuera mío,

entonces me desesperé y bajé corriendo,

quería salir de ahí pero algo me dijo

*anda, haz que sea tuyo*, consideré la

propuesta, caminé a la cocina y tomé un

cuchillo *es la única forma en la que él

puede ser solo tuyo*, lo pensé varias

veces mientras sostenía el filoso cuchillo

en mis manos *vamos no seas cobarde*,

estaba decidida, así que subí rápidamen-

te la escalera, entré a su cuarto, me acer-

qué a él y sin pensarlo apuñalé su co-

razón una y otra vez hasta que él se

desangró por completo *se siente

bien ¿no?*, vaya que se sentía bien.

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Mo. Eduardo Ángeles

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La Testadura 24

La voz desapareció.

Mis manos estaban llenas de su san-

gre y eso parecía no importarme, para mí

su cuerpo acribillado era como una obra

de arte, una obra que yo había hecho y

me sentía satisfecha con el resultado,

sentir su sangre era como tocar el cielo,

estaba en éxtasis y cada una de sus supli-

cas fueron para mí, un eco de todas las

lágrimas que había derramado por culpa

suya.

Fue entonces cuando me sentí verda-

deramente feliz, con mis manos llenas de

su sangre, con el olor de su muerte, con

su sufrimiento en mi mente, con mi alma

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La Testadura 25

extasiada por el sabor de la venganza y es

que aunque no era mío ya no podía ser de

nadie.

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Juntos hasta la muerte

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La Testadura 27

Juntos hasta la muerte

La miré fijamente, ella era preciosa.

Estaba ahí, recostada, sumergida en un

profundo sueño del cual ya no iba a des-

pertar, así es, estaba muerta. Yo no podía

creerlo, ella era demasiado joven para

estar muerta, pero yo no podía hacer na-

da para devolverle la vida; sólo me paré

ahí, a lado de su ataúd, recordando su

sonrisa tan luminosa, su mirada tan cáli-

da, recordé la frase que en algún momen-

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La Testadura 28

nos habíamos dicho:

“quiero vivir contigo hasta morir”

Y así lo había hecho ella, estuvo con-

migo hasta que la muerte la arrancó de

mis brazos. Y ahora ¿qué se suponía que

debía hacer? ¿resignarme? Juro que lo

intenté pero no me fue posible, ella era el

gran amor de mi vida y yo no me podía

dar el lujo de perderla, pero ¿qué podía

hacer si ya estaba muerta?, sé que juré

estar con ella hasta la muerte, hasta mi

muerte y esa aún no había llegado.

-¡Esperen, no se lleven el ataúd, aún

no estoy listo!- Grité con fuerza pero na-

die me escuchó.

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La Testadura 29

Se la habían llevado al cementerio,

para luego abandonarla en ese oscuro

agujero de tierra. La dejaron ahí sin nadie

que la escuchara, sin nadie que hablara

con ella y yo no podía permitírselo, por-

que sabía que ella detestaba la soledad y

necesitaba tener a alguien que la escu-

chara. Ella no sabía estar sin mí.

Me desesperé de sobremanera y es

que sentía que le había abandonado, que

estaba rompiendo mi promesa y no podía

soportarlo porque ella creía en mí y sabía

que si no iba por ella, dejaría de amar-

me… entonces me armé de valor. To-

mé una pala y conduje el carro hasta

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La Testadura 30

el cementerio, busqué, de entre todas, su

tumba. Pedí perdón a Dios por lo que iba

a hacer y comencé a excavar.

Con cada puño de tierra que sacaba

me sentía más y más cerca de mi amada.

Mi corazón empezó a agitarse, me sentía,

de cierta manera, feliz. Cuando la pala

chocó con la caja, sentí que el corazón

iba a salirse de mi pecho. Abrí con veloci-

dad la caja, vi sus ojos ya sin vida, su piel

tan blanca, tan fría, pero nada de esto

importó, yo seguía amándola con el fervor

de cuando nuestra relación inició.

La tomé en mis brazos y la llevé hasta

el coche. La senté, como de costumbre,

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La Testadura 31

en el asiento del copiloto, y comencé a

conducir de vuelta a casa:

“-Lamento haber dejado que te ente-

rraran y te dejaran sola en ese lugar,

amor mío, es que no sabía qué hacer,

estaba asustado y no podía concebir la

vida sin ti, pero no sabía cómo reaccionar

ante tal situación. Pero ya estoy contigo,

amor, y debo aceptar que te veo más her-

mosa que nunca, me muero por besarte y

por tenerte de nuevo entre mis brazos.”

Una vez que llegamos a casa, la subí

al cuarto y la recosté en la cama. No sa-

bía qué hacer con ella, por una parte mi

cuerpo ardía de deseo por estar con ella,

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La Testadura 32

y por otra mi cabeza me decía que todo

eso estaba mal. Sin embargo, llegó un

momento en el que perdí el control total

de mi cuerpo. Las ganas por hacerle el

amor estaban consumiendo mi alma y no

pude luchar más con ello.

Comencé a besarla, primero la frente,

las mejillas, su boca y por último sus se-

nos. La despojé de su empolvada ropa y

recorrí con caricias cada rincón de su frio

cuerpo, abrí ligeramente sus piernas y la

penetré con fuerza. Su cuerpo sin vida,

sin ganas y la ausencia de sus gemidos

me excitaban cada vez más y así seguí

cogiéndomela hasta que llegué al éxtasis

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La Testadura 33

y llené su vagina con mi semen caliente.

Reposé unos cuantos minutos y volví a

comenzar de nuevo, y es que su cuerpo

sin vida me prendía cada vez más, mi

pene se adueñó de cada orificio de su

cuerpo, esa fue la primera vez en que

pude cogérmela de la manera que siem-

pre había querido y que ella nunca me

había dejado. Aquella noche terminé

exhausto y satisfecho como pocas veces

en la vida.

Sin embargo, una vez terminado el

acto sexual me sentí sucio y desagrada-

ble, no sé cómo es que había tenido

el valor para ultrajar de esa forma tan

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salvaje el cuerpo ya sin vida de mi espo-

sa, así que lo único que quería era termi-

nar con mi desgraciada vida. Entonces

caminé desesperado hasta el closet, to-

mé la pistola que había escondido ahí

por más de 10 años, la introduje en mi

boca y estaba a punto de jalar el gatillo

cuando la policía irrumpió en mi casa

deteniendo de esta forma mi suicidio.

Desde entonces y gracias al crimen

que cometí con el cuerpo de mi difunta

esposa, vivo esclavizado en este hospital

psiquiátrico y debo admitir que no hay un

solo día en el que no desee tener en mis

manos el cuerpo de algún difunto para

hacerle el amor.

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Verónica Posada

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Estos tres cuentos giran en torno a la muerte,

pero presentada desde diferentes puntos de

vista: un asesinato, un intento de suicidio y algo

que no sé cómo nombrar. A dos de ellos los

considero los cuentos más enfermos que he

escrito, y bueno, si algún día están aburridos, pues léanlos, proba-

blemente pasen un rato agradable.

ITZAYANA DELGADILLO nació en Agosto de 1993 en la ciudad de

México. Apasionada por el mundo de la moda y la literatura. Ac-

tualmente estudia la Lic. en Letras Españolas en la Universidad de

Guanajuato. Es miembro del equipo de redacción en la revista

universitaria Estafeta UG y también ha colaborado con la revista

digital Golfa. Ocasionalmente escribe en http://

esperanzasazules.blogspot.mx/

¡Que la voz corra!.

La Testadura, una literatura de paso