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REPÚBLICA DE CHILE Dirección General cié Sanicla-ci TRES ENFERMEDADES EVITABLES LO QUE HAN COSTADO AL PAÍS EN LOS ÚLTIMOS AÑOS I TIFO EXANTEMÁTICO II FIEBRE TIFOIDEA ili VIRUELA SANTIAGO DE CHILE Imprenta y Librería «Artes y Letras» Pasaje Matte 50 y 51 1926

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R E P Ú B L I C A DE C H I L E

Dirección G e n e r a l c i é S a n i c l a - c i

TRES ENFERMEDADES EVITABLES LO Q U E HAN COSTADO AL PAÍS

EN LOS Ú L T I M O S AÑOS

I

TIFO EXANTEMÁTICO

I I

FIEBRE TIFOIDEA

i l i

VIRUELA

S A N T I A G O D E C H I L E

Imprenta y Librería «Artes y Letras»

Pasaje Matte 50 y 51

1926

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TIFO E X A N T E M A T I C O

El Tifo exantemático nos ha arrebatado 8,526 vidas en el espacio de 6 años (1919-1924 inclusives)

¿Qué significan estas cifras fría y desapasionadamente analizadas ante la economía nacional y privada de la fa-milia de los que sucumbieron, a la vez que en aquellas más afortunadas que recuperaron a sus deudos después de semanas de angustias y miserias? Es lo que nos pro-ponemos bosquejar en estas líneas. Vale la pena, sin em-bargo, decir antes unas cuatro palabras acerca de la na-turaleza misma de la enfermedad y, muy en particular, del modo sencillo y natural de prevenirla.

El tifo exantemático es seguramente una de las enfer-medades más antiguas de la humanidad; su historia guar-

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da la más estrecha relación con la pobreza, la miseria el desaseo del hombre, en las múltiples vicisitudes qUe [ acechan en la vida, ya sea después de las grandes guerras miserias acarreadas por las inundaciones, hambres u otras calamidades de otra índole. Es el Tabardillo de los espg. ñoles que descubrieron la América.

Parece fuera de toda duda que las grandes pestilencias de la antigüedad eran exacerbaciones en forma de epidemias de esta enfermedad y de ninguna manera lo que en los tiempos modernos conocemos y designamos con el nom-bre de peste bubónica.

De las enfermedades febrilesj es la más altamente con-tagiosa; de esa manera se explica que entre sus víctimas no haya ninguna otra que cuente con mayor número de médicos, enfermeras y monjas que hayan pagado con sus vidas la atención de sus semejantes, (i)

Como su propia designación lo deja entender, se ase-meja a la fiebre tifoidea con la cual se la confunde aún en los tiempos actuales; pero los hombres de ciencia pueden diferenciarlas con absoluta seguridad. Ese mérito perte-nece en gran parte a la escuela francesa: Louis y sus alumnos primero, Nicolle en los tiempos actuales. Los ale-manes, Weill Félix han simplificado la reacción de aglu-tinación que permite reconocerla.

Son los piojos de los vestidos y mucho más rara vez los de la cabeza, los agentes transmisores de la enfermedad;

(i) El martirologio del exantemático cuenta a su haber en nues-tro país, no menos de cinco aolegas, dos o tres monjas y otras tan--tas enfermeras.

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líos vierten al picar o abandonan en sus deyecciones un animaliU0'—un protozoo — que es el que multiplicándose en el organismo humano da lugar al tifo exantemático.

Bien precisados estos dos hechos elementales que aca-bamos de enunciar, el problema de la prevención es de una sencillez tan admirable como lo es hoy día el de la fiebre amarilla, una vez que sabemos el papel que le co-rresponde a los mosquitos o zancudos (solamente una cierta y determinada especie, y en ella nada más que a la hembra) en la inoculación de la espiroqueta que determi-na la fiebre amarilla-. Tan cierto es lo que decimos que los americanos, convencidos de que el contagiotfcon el piojo era el factor esencial y necesario para la transmisión de la enfermedad, seguros de que cada soldado que había ido al frente de batalla, y sobre todo los que habían esta-do en las trincheras, podían ser portadores potenciales de la terrible infección, adoptaron con todos ellos tan seve-ras medidas de profilaxis que consiguieron que ninguno de sus dos millones de hombres llevara el tifo exantemá-tico a los EE. UU. Dos meses se les mantenía en el puer-to de embarque en rigurosa observación y sometidos al más escrupuloso aseo de todas las regiones pilosas del cuerpo donde pudieran ocultarse los piojos; durante la travesía se extremaban aquellas precauciones, no se les permitía contacto alguno con la población civil sin haber pasado todavía varias semanas más de observación en los campamentos que les .estaban destinados. Así se extremó la guerra al piojo con el resultado que hemos dicho.

Muy probablemente hemos tenido en Chile desde tiem-pos remotos casos atenuados de tifo exantemático que no

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han producido sino pequeños focos de infección y conta gio y que imputábamos simplemente a la tifoidea, enfer tnedad muchísimo más frecuente entre nosotros, corno veremos después es también la experiencia de varios ob-servadores de Norte América. Esas formas atenuadas o benignas se conocen bajo la denominación de enfermeda-des de Brill.

Sea de esto lo que se quiera, el hecho es que en iyig tal vez por alguno de los combatientes que regresaba de Francia, o por circunstancias que no nos ha sido dado precisar, estalló en Chile una epidemia de tifo exantemá-tico que atacó en ese año solamente a 14,517 de nuestros compatriotas, de los cuales sucumbieron no menos de 2,800. Hísta el año 1924 la cifra total de enfermos llega a 35,968 y el número de los fallecidos alcanza a 8,526, lo que arroja una mortalidad media de 22.4 por 100.

En los Estados Unidos se valora legalmente la vida hu-mana en cinco mil dólares; nosotros nos atenemos a un cálculo muy moderado hecho hace poco tiempo por nuestro Embajador en los Estados Unidos, don Beltrán Mathieu; quien estimaba la vida de un chileno en 16,000 pesos de nuestra moneda actual. Es, como se vé, un pro-medio bastante más moderado. Esas 8,526 vidas represen-tarían entonces una pérdida de ciento treinta y seis millones cuatrocientos dieciséis mil pesos chilenos.

La cifra da margen para reducir en la proporción que se quiera la vida de nuestros conciudadanos; siempre que-da una suma respetable de millones sacrificados en aras de la más fácil y evitable de todas las enfermedades in-fecciosas que conozcamos. El ejemplo de los Estados Uni-

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dos no puede ser más revelador. Esas muertes han sido m u e r t e s inútiles, innecesarias, perfectamente evitables, co-mo acabamos de hacerlo ver.

pero no es eso todo, los 27,442 que escaparon de la m u e r t e , suponiendo que no hubietan estado enfermos sino 20 días, representan la enorme cifra de 548,840 días de pérdida de trabajo que, a un promedio de 8 pesos al día, nos da 4.390,720 pesos perdidos Veamos en seguida qué gastos ha debido efectuar el Fisco o los particulares para la atención de todos aquellos numerosos enfermos. La ley 4054 ha permitido fijar el gosto diario de atención de uno de nuestros enfermos en 8 pefos, habiendo cieitas regio-nes en que esa suma se eleva. Tendríamos de ese modo que el Fisco ha gastado otros 4.390,720 pesos en aten-der a dichos enfermos. Así tendremos por esos dos ítems, cuidado de enfermos y pérdida de trabajo, 8.781,440 pe-sos que, agregados a la cifra que representa la pérdida de los que murieron a consecuencia del exantemático, dan la gruesa suma de $ 145.197, 44.0.

La pérdida de vidas representa: 8,526 fallecidos por $ 16,000 $ 136.416,000

La pérdida por trabajo de los enfermos sanados alcanza: 27,442 enfermos durante 20 días a $ 8.00 diarios. $ 4.390,720

Los gastos por atención de estos enfer-mos suman: 27,442 enfermos durante 20 días a $ 8.00 diarios $ 4.390,720

Estas cifras dan en total $ 143.197,440

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«Los números son incapaces para traducir el terror cje

las epidemias, las lágrimas que una madre vierte sobre la

tumba de su hijo, no traducen tampoco el desamparo n¡ la tristeza de la mujer que pierde al compañero y sostén de su existencia, arrancado en la plenitud de la vida» Para prevenir todo eso, bien se pueden gastar algunos millones de pesos.

Es la gran masa de nuestro pueblo, del elemento tra-bajador y esforzado de este país, lo mismo que el obrero que se hacina en fábricas y talleres que paga y continúa pagando con sus vidas el desaseo corporal y la infección a que los predispone.

Jamás nos cansaremos de repetir que, después de la dictación de las leyes y de la provisión adecuada para asegurar su ejecución, ningún deber más imperioso hay para un hombre de Estado que la salud del pueblo. El constituye el'gran elemento que labra y asegura la gran-deza de la nación.

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F I E B R E TIFOIDEA

Nos ha arrebatado 51,240 vidas en los últimos veinte años (1905-1924 inclusive)

La fiebre tifoidea representa, especialmente entre noso-tros, un problema de la más alta importancia sanitaria. No sólo porque elige sus víctimas en la edad de la vida en que el individuo ha llegado al máximum de su capaci-dad productiva, sino porque, además, la protección indi-vidual es prácticamente nula, sin la cooperación inteligente de la comunidad. De ahí que sirva como índice precioso para juzgar de la inteligencia con que la colectividad afronta este problema de sanidad pública.

Desde el punto de vista epidémico cada caso de tifoi-dea debería ser estudiado escrupulosamente con igual interés y cuidado que uno de cólera asiático: ambos pue-

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den ser el punto de partida de focos o epidemias de in

calculables proporciones. En la guerra de Cuba, el 90 po r

ciento de los soldados americanos se infectaban con la tifoidea en las ocho primeras semanas de servicio militar En la guerra mundial, tomadas las medidas previsoras que aconseja la ciencia, se redujo esa enfermedad a pro. porciones tan pequeñas, que esa tarea constituyó una de las más elocuentes demostraciones de lo que es capaz de realizar la medicina preventiva.

«Desde el punto de vista de la medicina preventiva, escribe uno de los más célebres higienistas modernos Milton J. Rosenau—es correcto considerar el estallido de la fiebre tifoidea como un reproche a la sanidad y a la ci-vilización de la comunidad en que aparece. Cuando este asunto sea mejor comprendido, se hará responsable a las autoridades sanitarias de la aparición de ésta y otras en-fermedades evitables, de.la misma manera que hoy se res-ponsabiliza a los patrones por los accidentes evitables».

A qué distancia formidable de este desiderátum, reali-zado ya en diversas partes, nos encontramos nosotros, lo evidencian las cifras que apuntamos al comenzar. Agre-guemos, desde luego, que por cada enfermo que muere hay un mínimum de 8 que han sanado.

La tifoidea es una enfermedad cuyo agente microbiano es de naturaleza esencialmente humana: vive y se mul-tiplica en el intestino del hombre, de tal manera que en todo caso debemos buscar y precisar el corto circuito que se produce entre uua deposición alvina o evacuación in-testinal y la boca de la persona que se enferma.

Por felicidad, el bacilo de la tifoidea muere inás o me-

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nos fácilmente en el agua, el aire O eí suelo; pero en la leche crece sin inconveniente.

Se ve, pues, de lo que llevamos expuesto, que es el hombre mismo la verdadera fuente de infección y, en con-s e c u e n c i a , la lucha eficaz en contra de la enfermedad de-berá tener como guía el hecho de que la infección se es-parce directa e indirectamente de hombre a hombre. El agua, la leche y sus productos; las legumbres y vegetales que se consumen al natural; las ostras, las moscas, los dedos, sábanas, frazadas, etc., sirven solamente de inter-mediarios para hacer llegar hasta el paciente los gérmenes de la infección tífica.

Pero hay otro hecho no de menor importancia: es el que se relaciona con los denominados i-portadores de gér-menes ».

Una persona puede haber tenido una tifoidea de tal ma-nera insignificante que ni siquiera le ha obligado a guar-dar cama,—son las llamadas febrículas tifoideas,—ignora, por lo tanto, que ha sido víctima de esta grave enfermo-dad y, lo que es todavía muchísimo más grave, ignora, además, que es un «portador.» de la enfermedad, que puede diseminarla y dar lugar así a verdadeios focos de epide-mias, grandes o pequeños. Un tífico de verdad y que ha sanado de la enfermedad puede también ser un portador con los mismos tristes priviFegios que acabamos de seña-lar para el que ignoraba haber tenido la tifoidea.

Estas dos clases de «portadores» siembran o distribu-yen los microbios de la tifoidea por intermedio de sus deposiciones y también por la orina. Muchos de los conva-lecientes de una tifoidea son portadores también por un

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período de tiempo que fluctúa entre dos y diez semanas; los portadores crónicos se calcula que representan, mas o menos, el 2 a 4 por ciento de los que realmente han te-nido la enfermedad. Per intermedio de esas personas se llega a contraer la tifoidea en un tanto por ciento muy crecido, cinco hasta cuarenta por ciento.

Piénsese en una «portadora», de oficio cocinera, enfer-mera, mozo de hotel o empleada de una escuela, y se comprenderán muy luego y fácilmente las cifras que pre-ceden y, mucho mejor todavía, después de leer la relación del caso histórico de la «Typhoid Maryn. Esta mujer, co-cinera de oficio, desde 1901, en que contrajo la fiebre ti-foidea, a 1915 había infectado a no menos de 51 perso-nas. Sus deposiciones en este último año contenían aún enormes cantidades de bacilos tíficos; otros días no se les encontraba. Se cree, además, que esta misma mujer haya sido la causante de una epidemia de tifoidea en Ithaca, Nueva York, en 1903, que atacó a no menos de 1,300 personas.

Hacer inofensivos nuevamente a estos portadores, o es-terilizarlos, es una tarea que la ciencia estudia anhelosa-mente, aunque sin gran éxito hasta ahora.

En Chile, por más penoso que sea decirlo, no pasan de cuatro las ciudades que tengan agua potable perfecta-mente pura; desgraciadamente, aún en esos casos, es en cantidad insuficiente. En no pocas ciudades el corto cir-cuito de que hablábamos al comenzar, está separado sim-plemente por «una línea imaginaria», como dice nuestro Asesor Técnico. El agua potable de muchas de las ciuda-des de Chile se infecta a menudo con deyecciones huma-

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o a S ; si las epidemias no son todavía más frecuentes y mortíferas, como lo fué la de Talca en 1898-99, se debe

al hecho de que desde los primeros años de la vida nos J a e m o s infectado a pequeñas dosis, y de esa manera ad-q u i r i d o una cierta inmunidad, habiendo poblaciones del sur del país en que tal vez un 50 por ciento de los «sobre-vivientes» han tenido la fiebre tifoidea; Lautaro, por ejemplo.

Agua potable de mala calidad, legumbres regadas con aguas servidas en casi todas partes, campos abonados con excremento humano, aún a las puertas de la capital; leche y, en general, los alimentos sin fiscalización suficiente res-pecto a su calidad, he ahí los grandes factores que hacen que la tifoidea sea una enfermedad que, propiamente, no desaparece jamás en nuestro país.

Mientras tanto, en todos los países en que se han pre-ocupado con espíritu científico y sanitario de la provisión de agua potable, la tifr idea ha desaparecido en propor-ciones perfectamente comparables a aquellas en que se ha hecho desaparecer la viruela.

En todo caso, nuestros 51,240 muertos nos cuenta a razón de $ 16,000 por persona, 819.840,000 pesos.

Ahora bien, como por cada muerto hay no menos de 8 enfermos, tenemos que el número de enfermos ha sido de 409,460. Eliminados los muertos, hay 358,720 enfermos que han dejado de trabajar 20 días cada uno de ellos, o sea, 7.174,400 días. A razón de $ 8 diarios, 57.395,420. pesos.

Cuidados hospitaliarios de esos mismos enfermos, igual número de días y a $ 8, $ 57,394,400.

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En resumen tendremos:

Por pérdidas de 5 1 , 2 4 0 vidas $ 8 1 9 . 8 4 0 , 0 0 0

Por 20 días que han dejado de trabajar 3 5 8 , 7 2 0 e n f e r m o s $ 57-395 ,200

Por cuidado hospitalario de esos enfermos $ 57-395,200

Lo que dá un total de $ 9 3 4 . 6 3 0 , 4 0 0

De este modo es como perdemos anualmente, y nada más que por el capítulo de la fiebre tifoidea, en pleno siglo XX, la exhorbitante suma de $ 4 6 . 0 0 0 , 0 0 0 , en cifras re-dondas.

«Los números son incapaces para traducir el terror de las epidemias, las lágrimas que una madre vierte sobre la tumba de su hijo; no traducen tampoco el desamparo ni la trizteza de la mujer que pierde al compañero y sostén de su existencia, arrancado en la plenitud de la vida».

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L A V I R U E L A

En 20 años ha atacado a 88.177 ciudadanos, de los cuales han sucumbido 39,670

Si la ciencia e inteligencia sanitaria de una localidad pueden medirse por el modo cómo protegen a la colecti-vidad en contra de la tifoidea u otras enfermedades evita-bles, qué podríamos decir al verificar las cifras enormes que acusan nuestras estadísticas con respecto a la más fácil de evitar de todas las infecciones que conozcamos. Sencillamente que constituye, hoy por hoy y por sí sola, la más grande afrenta sanitaria que registran los archivos de la sanidad pública de cualquier país medianamente civilizado.

En- efecto, las medidas profilácticas, y muy en particu-lar, la vacunación y revacunación en tiempo oportuno,

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dan garantía absoluta para defenderse de la terrible y te. mible fiebre eruptiva que se denomina Viruela, de tal manera que el que rehusa a la comunidad ese grado de inmunidad, le roba cierta parte de la protección que los demás le ofrecen al que en su egoísmo rechaza la inocula-ción preventiva.

Antes de que a fines del siglo XVIII, 1796, hubiera Jenner llevado a la práctica, tras larga experimentación, el célebre dicho de una joven cliente que le declaró que «no podía ella contraer la viruela porque había tenido ya la Cowpox», o sea, el virus de la infección cutánea de un animal, llamada vaccinia o cowpox, la enfermedad era en todas partes del mundo, de tal manera frecuente que sola-mente un cinco por ciento se escapaba de ella y no menos del 25 por ciento moría, quedando muchos de los que sa-naban mutilados o estropeados para toda la vida.

A tal extremo llegaba el terror de contraer la enferme-dad que, las mujeres en particular, no trepidaban en ha-cerse inocular la viruela misma en sus formas más atenua :

das, a fin de escapar a las terribles deformaciones que solía dejar, en especial en la cara. Demás está decir que esas formas atenuadas eran nada menos que viruelas y por lo tanto, perfectamente infectantes y transmisibles a otras personas.

Los resultados altamente halagadores que ofrece la vacuna para protegerse de la viruela a los que han reci-bido el virus, han sido experimentados y demostrados en innumerables ocasiones y localidades. Lo más práctico de todo es vacunar al niño el primer año de la vida y reva-cunarlo a los 12. La inmunidad puede durar la vida ente-

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ra p e r 0 e s m u c ' 1 0 s e g u r o > e n particular ante una epidemia, repetir la vacunación. Los japoneses extienden

el intervalo entre una y otra vacunación a cinco años.

En Alemania no hay propiamente un solo caso de vi-ruela desarrollado en su- territorio; los pocos casos que anotan sus estadísticas son todos importados de los paises limítrofes, donde las preocupaciones no son tan severas como en Alemania.

Como medio compulsivo indirecto vale la pena recor-dar el que subsistió en¡ muchos de los pequeños estados que formaron más tarde el imperio. Un súbdito alemán podía rehusar la vacunación, pero sí contraía la enferme-dad, debía pagar a la Municipalidad 300 marcos de in-demnización, y si fallecía a consecuencia de dicha enfer-medad, la suma llegaba a 500. De ese modo se resarcía la autoridad de los gastos que demanda la preparación del medio seguro de evitar la enfermedad que las autorida-des ponían gratuitamente a, disposición de los habitantes.

En los cantones suizos, donde la vacunación no es obli-gatoria, se ha comprobado en 1922 que cada caso de viruela, aún de las formas más benignas, les costaba alre-dedor de 26 libras esterlinas por persona, mientras que la vacunación les demandaba mucho menos; de un chelín por individuo, cantón del Tesino, por ejemplo. La epide-mia en definitiva dió lugar a 1,159 casos, todos de una extremada benignidad. El 90 por ciento no habían sido vacunados; impusieron a la Federación un gasto de cerca de 30,000 libras esterlinas. Gasto evitable, declaran las autoridades sanitarias del país, si todos sus habitantes hubieran aceptado la vacunación obligatoria.

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En todo caso, el hermoso ejemplo de Alemania se ha imitado con idéntico resultado en muchísimas partes del mundo, de tal manera que figura hoy día la viruela a la cabeza de las enfermedades evitables.

Vacunación, aislamiento y desinfección son los tres agen-tes más valiosos que podamos oponerle.

Hamburgo, Londres y Nueva York, tres de los más grandes puertos del mundo y aptos, por lo tanto, para poder recibir la viruela de otros países; Chicago, Cristia-nía, Estockolmo, Copenhague, Boston, Filadelfia y otras grandes ciudades nos han dado también muy hermosos ejemplos del modo cómo luchar contra tan terrible flagelo.

Pero, repitámoslo una vez más: no hay otro medio para proteger a la colectividad que la vacunación y revacuna-ción obligatoria. En todos los países, por más adelantados que estén en higiene pública, hay de vez en cuando algu-nos casos de viruela. En Inglaterra, en los cuatro primeros meses de 1925, se habían denunciado 2,393 casos.

En Detroit, U. S. A., entre .Marzo y Junio de 1924, hubo 795 casos con 105 muettos. Fuera del gasto de la atención de los enfermos en el hospital (cerca de 20 pesos de nuestra moneda al día) las autoridades sanitarias de Detroit gastaron $ 127,854 dólares, calculándose, además, que las 784 personas que tuvieron la viruela entre el 13 de Abril y el 13 de Agosto de 1924 dejaron de trabajar 27,152 días. Calculando de la misma manera que lo hace-mos para con nuestros conciudadanos, tenemos que la epi-demia de Detroit habría costado alrededor de $. 2.713.872 de nuestra moneda.

Nueva York, con sólo seis casos, pero amenazada por

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piladelfia y Camden, votó 80,000 dólares para intensificar

en I925 s u c a m P a n a de protección y prevención contra la v i r u e l a . (Artículo de fondo: British Medical Journal, Mayo 2 3 de 1925, Pág- 976).

Para terminar, recordaremos que en el año que terminó

el 30 de Junio de 1924, hubo en el mundo 149,-550 casos viruela, (30,771 en 45 de los Estados de Norte Améri-

ca, e s t o e s ' a q u ' n t a parte del total) muriendo no menos de 22,346.

No es extraño,.pues, que en los Estados Unidos, con varios de sus Estados que han rehusado la vacunación obligatoria, esté hoy la viruela mucho más difundida que en Alemania.

«Corra usted el riesgo. Vacúnese y protéjase usted mismo; o bien, corra el riesgo de contraer la viruela; si la atrapa, es por culpa suya», tal es la concesión que autori-dades sanitarias del Estado de Minnesota U. S. A., hicie-ron a sus conciudadanos que protestaban de la vacunación obligatoria. Pues bien, en 1,924 hubo en ese Estado recal-citrante 3,073 casos de viruela, de los cuales fallecieron 306. De esos ni uno sólo había sido vacunado con éxito en los siete años precedentes y 243 no lo habían sido jamás.

La línea de conducta adoptada por las autoridades de Minnesota nos parece absolutamente inaceptable entre nosotros.

En todo caso la vacunación es obligatoria en Chile. Por desgracia, como hemos tenido ocasión de exponer-

lo en otras ocasiones, personas inconscientes, inescrupulo-sas y mal intencionadas habían realizado la obligación de

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vacunar de una manera arbitraria e inconsulta y sin verifi. car los resultados que obtenían, ni mucho menos se empe-ñaban en revacunar.

Así se explica el crecidísimo número de enfermos que figuran en cada epidemia, y el que muchos hubieran per-dido ya la protección que habían recibido, llegando la mortalidad a 8o por ciento en 1919 y en otras ocasio-nes a 68,66 y 61 por ciento.

Hemos fijado en 45 por cienlo el ptc medio de moitil-dad más aproximado a la verdad en los veinte años de epidemia que analizamos.

Veamos, pues, qué pérdida representa para el país la mortalidad por la más afrentosa plaga y la más fácil de prevenir, y la morbilidad que comporta.

En los veinte años ha habido un mínimum de 88,117 enfermos, de esos han fallecido 39,670 que, a $ 16,000, no dan $ 634.720,000.

El número de enfermos que han sanado llega a 48,507. Esos individuos, suponiendo que sólo hubie-ran dejado de trabajar un mínimum de veinte días, ha-brían dejado de ganar, a razón de $ 8 al día, un total dé 970,140, lo que da $ 7.761,120. Por atención en hospi-tales, lazaretos o en sus domicilios, durante un mínimum de veinte días, igual cantidad de $ 7.771,120.

Llegamos de ese modo a la espantable suma de 650.242,240 pesos consumidos por la viruela en veinte años.

D R . LUCAS SIERRA,

Director General de Sanidad.

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COMENTARIOS SANITARIOS

POR

J. D. LONG, Asesor Técnico MINISTERIO DE HIGIENE

Hace poco que el Director General de Sanidad, Dr. Lucas Sierra publicó en «El Mercurio» una serie de tres artículos titulados «Lo que cuestan al país tres enfermedades evi-tables».

Discutió el Dr. Sierra las tres enfermedades Viruela, Fie-bre Tifoidea y Tifo Exantemático. En los últimos veinte años murieron de ellas 99,436 personas; un término medio de 4,971 personas por año. Se deduce de los artículos que la pérdida económica anual, como resultado del tiempo per-dido en las ocupaciones y el valor capital de las vidas per-didas, es $ 86.503,504.

Todos los higienistas modernos creen que las dos enfer-medades viruela y tifo exantemático son perfectamente evi-tables, y que se puede prevenir un 7 5 X de los casos de fiebre tifoidea. Aceptando esto como verdad, se deduce que

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será posible reducir el número de defunciones hasta la cifra de 641 en lugar de 4,971 y la pérdida económica anual desde la cifra de $ 86.503,504 hasta $ 11.072,448.

El ahorro posible en vidas y dinero es bien apreciable pero como la mortalidad de estas tres enfermedades repre-senta solamente 4 .5X de la mortalidad total, el resultado es relativamente insignificante.

Durante los mismos 20 años hubo en Chile un to-tal de 2.184,009 defunciones, un término medio de 109,200 por año, con un promedio de mortalidad de 31,2 por mil. La población del país aumentó en el mismo perío-do de 3.107,331 a 3.869,814, un aumento total de 762,483, a razón de 38,124 par año. Del aumento anual de 38,124, 29,167 representa el aumento vegetativo, o la diferencia entre nacimientos y defunciones, y el resto de 8,957, s e debe en grah parle a la inmigración, porque las estadísticas oficia-les muestran una inmigración aproximadamente de 7,000 personas por año.

Los expertos en estadísticas demográficas calculan que países crecientes en su desarrollo pueden tener, con buenas condiciones sanitarias, promedios de mortalidad muy bajos, y la prueba de la exactitud de tal cálculo se ve hoy día ¿jn países como Nueva Zelandia con su promedio de mortali-dad de 8.25 por mil, en los EE. UU. con un promedio de 119 por mil, en Australia con 10 pQr mil, y en varios otros países con promedios de 10, t i , 12 y 13 por mil. Se calcula que cuando un país ha pasado el ápice de su crecimien-to y la población tiende a estabilizarse en un número más tí-menos fijo, que el promedio de mortalidad también tiende a estabilizarse en cifras de 14 o 15 por mil. Esta tendencia se.

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jebe al hecho que en países crecientes hay siempre una pre-p o n d e r a n c i a de individuos jóvenes, en comparación con los países estabilizados en números de población, y, por consi-guiente, la expectativa media de la vida es más prolongada.

Chile es un país en desarrollo creciente, la prueba de este hecho, se ve en su subido promedio de nacimientos, en sus recursos naturales todavía rio desarrollados, en sus enormes extensiones de terrenos no cultivados, y en el otro hecho que según la extensión o area del país puede abarcar den-tro de sus límites una población de 30.000,000.

Si Chile hubiera tenido un promedio de mortalidad a la par de los demás países crecientes, hubiera tenido durante los últimos 50 años 1111 promedio de mortalidad de 15 por inil, y, por consiguiente, habría alcanzado a una población hoy día de 7 a 8 millones en vez de la población de 3.869,814 que actualmente' tiene.

El clima, las condiciones naturales y sociales favorecen un aumento igual o superior al aumento que los demás paí-ses han tenido, pero las condiciones sanitarias han traído una serie de consecuencias que han mantenido constante-mente un alto promedio de mortalidad y, así efectivamente, ha prevenido el aumento natural a que el país tuvo todo de-recho a aspirar.

Las causas principales de la mortalidad han sido, no la viruela, ni la fiebre tifoidea, ni el tifo exantemático, que producen tanta alarma en el pueblo, han costado tantas pérdidas económicas, y para cuya supresión el Congreso está siempre dispuesto a conceder gruesas sumas de dinero, sino las causas que tenemos entre nosotros día tras día, tan comunes y tan familiares a todos que apenas llaman la

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atención, a saber: la mortalidad infantil y las enfermeda-des respiratorias. La mortalidad infantil es responsable del 3 3 X de la mortalidad total, y las enfermedades respirato-rias del 4 0 X de la. mortalidad total. La reducción de ambas causas en 75X1 misma cifra que los higienistas fijan como fácilmente posible en el caso de fiebre tifoidea, dará un pro-medio total de mortalidad para el país de 15.2 por mil, precisamente la cifra que se calcula como norma para un país con su población estabilizada.

Sin entrar en detalles, se puede decir que tal reducción en el promedio de mortalidad, con la persistencia del actual promedio de nacimientos, 39.5 por mil, significaría un aumento anual de 24.3 por mil en lugar del actual aumen-to de 8.7 por mil. Con un aumento de 24.3 por mil la po-blación doblará en 25 años, con el aumento medio de los últimos 20 años de 8.7 por mil, la población doblará en 80 años.

¿Qué significaría un aumento de poblacipn como el arri-ba indicado?

1. Más casas para alojarlos, y por conseguiente, más tra-bajo, mejores sueldos, menos desocupación, más desarrollo agrícola para alimentarlos, más desarrollo en todas las fá-bricas e industrias.

2. Mejor educación, más escuelas y colegios, más con-tentamiento por parte del pueblo, el hombre que trabaja y que tiene buenas rentas está siempre más contento y feliz que el ocioso.

3.' Más comercio, más negocios, más consumidores y compradores de productos, más prosperidad.

4. Para el Estado, más ingresos por tener más que pa-

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rán impuestos directos e indirectos, y menos impuestos ra el individuo porqué habrá más personas entre las

cuales se distribuirían los impuestos.

¡j Más seguridad nacional por los crecidos recursos y hombres para defenderla.

6_ Por último, menos muertes, menos enfermedades, menos sufrimientos y más felicidad en la vida.

Del punto dé vista económico, si se acepta las cifras del Director General de la pérdida anual debidas a las tres en-fermedades de viruela, fiebre tifoidea y tifo exantemático, a razón de $' 17.401, por persona por año, la pérdida sería convertida en ganancia, al mismo tipo, én la suma de $ 968.915,116, una 'suma suficiente para el presupuesto de la nación en los momentos actuales.

Para obténer los resultados indicados, hay dos medios de aplicación inmediata, primero, buenas y suficientes, aguas potables. Lo más económico sería ampliar los abasteci-mientos existentes y purificar las aguas por medio de Ja fil-tración rápida para aclararlas y remover el enturbiamiento y las substancias vegetales que suelen tener}' después estez-i-lizarlas con el cloro liquiden, el 'procedimiento más moder-no, eficaz y barato. Agua pura en cantidades suficientes para los usos domésticos, reducirá la mortalidad general muy rápidamente en 33X; s u s efectos son más notables en los niños, y conozco pueblos que han reducido su mortali-dad infantil en un 5oX> e n u n a ñ ° después de tener buena agua potable. Segundo: las enfermeras sanitarias; los resul-tados. que ellas podrán producir no se notan con tanta ra-pidez como los resultados del agua potable, pero son muy marcados y duran casi permanentemente. Los países que

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tienen enfermeras sanitarias en números suficientes siempre tienen bajos promedios de mortalidad infantil, y debido a la propaganda educativa que llevan, un promedio decre-ciente en el número de casos de tuberculosis.

Naturalmente, hay muchas otras medidas de importan-cia como la fiscalización de alimentos, bebidas, drogas, le-ches, etc., la construcción de desagües, cloacas y alcantari-llados, el examen físico y corrección de defectos en los alumnos de las escuelas y colegios, las campañas contra las moscas y otros insectos dañinos, la vacunación contra la viruela, y medidas preventivas contra enfermedades espe-ciales, y todas estas medidas serán aplicadas, pero no hay ninguna medida de tanta importancia inmediata y de un alcance general, como buena y suficiente agua potable,