saavedra bautista - el ayllu

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BAUTISTA SAAVEDRA EX-PROEESOR D E L A FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS SOCIALES DE L A P A Z (BOLIVIA3 EL AYLLU ESTUDIOS SOCIOLOGICOS Prólogo de don RAFAEL ALTAMIRA

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sociologia boliviana

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Page 1: SAAVEDRA Bautista - El Ayllu

B A U T I S T A S A A V E D R A E X - P R O E E S O R D E L A F A C U L T A D D E D E R E C H O Y C I E N C I A S S O C I A L E S

D E L A P A Z ( B O L I V I A 3

E L A Y L L U ESTUDIOS SOCIOLOGICOS

Prólogo d e d o n

R A F A E L A L T A M I R A

Page 2: SAAVEDRA Bautista - El Ayllu

I

(

P R O L O G O

E l señor Saavedra ha tenido la bondad de ped i rme u n pró­logo para su l i b r o E l A y l l u . Acojo la petición con v ivo agrade­c imiento , porque mediante e l la satisfago varios anhelos sen­t imentales de m i espíritu: uno , el que emana de ser el autor u n hispanoamericano, y creo ocioso explicar lo que eso signi­f i ca para mí ; o t ro , e l que deriva del asunto científico del l i ­b r o , que es de los que f o r m a n parte de m i s aficiones más arraigadas, a las que t a n escaso cul to puedo dedicar desde que graves atenciones adminis trat ivas pesan sobre mis hombros ; u n tercero, en f i n , se ref iere a l nuevo test imonio que así me ca­be dar de que, no obstante l a nueva orientación de m i v ida , todo lo que se ref iere a l a América me encuentra prop ic io s iempre.

Hasta u n cierto romant i c i smo (que ya a m i edad apunta s in que nos demos cuenta muchas veces), hace simpática y gratísima para mí esta labor . E l señor Saavedra estudia cues­tiones que son las que pr imeramente me preocupan en m i ca­r r e r a científica, y las que p r o d u j e r o n m i p r i m e r l i b r o de este género, l a H i s t o r i a de l a Propiedad Comunal ; y mientras escribo las presentes líneas, así como mientras leí E l A y l l u , re­v iven en mí aquellos años juveniles, cuyo más delicioso recuer­do es precisamente el de las ilusiones ideales que los anima-

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ban, y e l de los esfuerzos p o r la c u l t u r a p r o p i a y p o r e l conse­guimiento de la santa ambición de añadir algo txt i l a l a obra útil de los maestros que nos f o r m a r o n .

Pero ya es demasiado hab lar de mí m i s m o ; mayor peca­do ahora, puesto que no será mucho el t iempo que pueda de­dicar a los o t ros . Hablemos del señor Saavedra y de su l i b r o .

Don Baut i s ta Saavedra no es u n advenedizo en esta clase de estudios. Profesor de Derecho en la Univers idad de L a Paz, durante algunos años; investigador de h i s t o r i a americana en los archivos españoles, tiene, como se ve, abolengo que le ha­ce doblemente colega mío ; y si después l a política — g r a n t i r a ­n a — le llevó a sus dominios , fue para que se ocupase del M i n i s ­ter i o o Secretaría de Instrucción Pública, y luego, de func io ­nes diplomáticas que aún desempeña. E n l a comple ja t r a m a de la v i d a de wx pueblo , el verdadero p a t r i o t a no puede decir nunca cómo y en qué esfera servirá m e j o r a l suyo; y por eso, aunque si me dejase l levar de añoranzas mías, podría desear que e l señor Saavedra volviese a l a cátedra, p o r o t ro lado, no he de i n c u r r i r en el e r r o r vulgar de creer que deben, n i aún pueden, rechazarse otras direcciones de la act iv idad a que em­p u j a e l destino (o lo que sea: destino es u n tópico l i t e r a r i o que la c u l t u r a clásica hace pesar sobre nosotros) y que m u ­chas veces nos dan la fórmula adecuada de nuestro "hacer" , que nosotros mismos no sabíamos v i s l u m b r a r .

E l A y l l u comienza con este párrafo de una gran verdad : "Las costumbres e instituciones de los pueblos indígenas del continente sudamericano no h a n sido aún debidamente exhu­madas, menos sometidas a u n estudio comparat ivo que las h i ­ciera aptas para c o n t r i b u i r a ciertas conclusiones sociológi­cas". Gran verdad, digo, y eso que e l propósito data de los días mismos de la conquista . Recuérdese que Páez de Castro, aquel interesante cronista de Carlos V , t u v o ya el pensamien­t o de escribir u n Tratado sobi'e l a oonfoiínidad que él creía ver entre "las costumbres y re l ig iones" de los " ind ios occi­dentales con las antiguas que los historiadores escriben de es­tas partes que nosotros hab i tamos" ; pero e l siglo X V I , que v i o y adivinó muchas cosas, carecía, no obstante precursores de tanto empuje como Abenjadun, de todo el aparato crítico e i n ­f o r m a t i v o (según hoy se dice) necesario para labor t a n com-

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ple ja como l a que Páez pretendía real izar . E r a necesario que transcurriesen cerca de cuatro siglos para que, ensanchada con­siderablemente la espera del m a t e r i a l de t raba j o y cambiados y depurados los métodos, fuese posible acometer científicamen­te la investigación comparat iva . Aún así, respecto de Améri­ca es p r o n t o . Fa l ta mucho por averiguar en p u n t o a su pasa­do y en p u n t o a las supervivencias de su presente, para que no nos acometa a cada instante el sagrado temor de que nuevos descubrimientos y observaciones nos derroquen la construc­ción apresuradamente levantada. E l empuje que recientemen­te han adqu i r ido los estudios y exploraciones arqueológicas y etnográficas entre los americamstas de todos los países, y en l a j u v e n t u d un ivers i tar ia de no pocas naciones de Hispanoamé­r i ca , a l ienta l a esperanza de que l a h o r a de la cosecha no tar ­dará m u c h o .

Mientras tanto , bueno es i r preparando el camino, con to ­da cautela, sí, pero también con aquel a r d i m i e n t o que e l amor a la verdad pone en las almas y abre horizontes para ellas y para todos los que reciben su i n f l u j o . E l l i b r o del señor Saa­vedra responde a esa necesidad, y su autor lo ha escrito usan­do aquella indispensable di l igencia que guía hacia e l espigueo de las fuentes originales e inéditas, y aquella discresión que se abstiene de convert i r en sentencia f i r m e el atisbo o l a h i ­pótesis .

Esa discreción es, en estas materias , más necesaria que en n inguna o t r a . L a mayoría de las cosas que se h a n dicho y sostenido hace pocos años en m a t e r i a de l o que ya se ha bau­tizado de "Preh is tor ia jurídica", están hoy, o negadas o en te­la de ju i c i o , y es imposib le edif icar sobre ellas nada estable. H a n padecido estos estudios especialmente de exceso de siste­m a y de geométrica u n i f o r m i d a d en la concepción de la v ida humana p r i m i t i v a , y l a curación de este e r r o r no ha de lograr­se con nuevos sistemas, si no con l a observación concreta de los hechos y la paciencia de esperar a que ellos hablen e i m ­pongan, a l afán s impl i s ta de nuestro espíritu, l a comple j idad variadísima de l a r ea l idad .

Cierto es que mucho de l a h i s to r ia se nos escapa hoy y se nos escapará siempre, p o r f a l t a de notic ias , de documentos y monumentos , incluso en lo más externo de ella; que en lo i n -

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t e m o e inefable de l a obra humana , casi entera se evapora en alas del t i empo ; pero contra esos vacíos inevitables no es acon­sejable el rel leno de hipótesis, sino l a f ranca confesión de nues­t r a impotenc ia .

Así me parece admirable , en términos generales, e l p u n t o de v ista mesurado y crítico que el profesor Meyer ha tomado , con respecto a las instituciones p r i m i t i v a s , en el t omo I de su H i s t o r i a de l a pjitigüedad. Yo mismo '— y perdóneseme que vuelva a c i tarme, puesto que el señor Saavedra toca esta cues­t ión— si hub iera de escribir nuevamente l a H i s t o r i a de la Pro ­piedad Comonal , corregiría no pocas cosas y, sobre todo , l a a f i r ­mación correspondiente a la general idad de aquella f o r m a de d is f rate en los t iempos p r i m i t i v o s que en la época de p u b l i ­cación de m i obra era corr iente asegurar y estaba patroc ina­da p o r i lustres investigadores. Hoy , aunque no le f a l t a n bue­nos padrinos , l a cuestión se ha l la realmente en u n a posic ión de duda y espera (^).

L o mismo juzgo que es preciso hacer con todas las que comprende lo que Ol ive ira M a r t i n s llamó el "cuadro de las ins­t i tuciones p r i m i t i v a s " . Semejante posición no podrá desapa­recer sino a costa de muchos pacientes trabajos de análisis y de colección de hechos concretos; y p o r haber puesto en ello su intención y sus energías, el señor Saavedra merece los plá­cemes de todos los estudiosos.

Teriñino deseando: m u y sinceramente q u e ' e l autor t rans ­f o rme dentro de breves años este ensayo de pocas páginas en una monografía vo luminosa, para l a cual le sobran, a m i j u i ­cio, arrestos y condiciones intelectuales.

R A F A E L A L T A M I R A

M a d r i d , Mayo de 1913.

(1) D e e l l a h e t r a t a d o a m p l i a m e n t e e n m i Bibliografía de l a p r o p i e d a d co ­m u n a l , p u b l i c a d a p o r e l S u p l e m e n t o d o c t r i n a l d e l Boletín J t u r i d i c o - A c l i n i n i s t r a -t i v o . M a d r i d , 1904.

Costumbres e instituciones p r i m i t i v a s de los pueblos i n ­dígenas del continente sudamericano no h a n sido aún debi­damente exhumadas, menos sometidas a u n estudio compa­ra t ivo que las hic iera aptas para c o n t r i b u i r a ciertas conclu­siones sociológicas.

Las investigaciones hechas no pasan de descripciones na­rrat ivas , epidérmicas: trabajos de imaginación más que cons-tmcciones científicas. Y si se ha intentado ascender a los orí­genes de las vinculaciones de los pueblos precolombinos con otras civilizaciones, con otras razas, a lo más que se ha ido es a señalar analogías arqueológicas con las ramas • orientales del vie jo cont inente . E l tema de v incu lar las civilizaciones pre-americanas con otras extraconttnentales ha sido fecunda en teorías aventuradas. Y no ha fa l tado quien las niegue. André Lefevre, en su l i b r o : "Las Lenguas y las Razas", d i j o : "Se h a n relacionado ciertas creencias, ciertas constmcciones del Perú y México, con religiones y artes indias o egipcias. Nada más quimérico, a m i modo de ver . S i hay coincidencias, son f o r t u i ­tas, o resul tan de la evolución, que tiende a hacer pasar todos los grupos humanos por las mismas etapas o por los mismos grados" (^). S in embargo, no se podrían desconocer ciertas innegables semejanzas antropológicas, arquitectónicas, esctdtu-rales y sociales.

(1 ) Página 170.

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B A U T I S T A S A A V E D R A

Ciertos rasgos arquitectónicos, la fabricación de vasos y ánforas, l a f o r m a de navegación, la iconografía, los usos de en­terramiento , etc., encierran una evidente s i m i l i t u d con las ar­tes, i n d u s t r i a y costumbres de egipcios y babilónicos. Las ruinas de Tiaguanacu son fuente valiosa para tales indicaciones. Re­cientes excavaciones h a n proporc ionado elementos esculturales m u y parecidos a las artes babilónicas y egipcias. E l arte a r q u i ­tectónico de sus monumentos , l a labor plástica de los mono­l i tos , como los objetos de alfarería, l legaron a u n a c u l t u r a su­per ior , sobre todo el arte de fabr i car ánforas y vasos sagra­dos, de perfección marav i l l osa . L a iconografía aianara y azte­ca, p o r la hor i zonta l idad de los ojos, la boca cuadrangular, co­mo ha hecho notar Sentenach (^), t ienen íntimo parecido a la escultura sagrada i n d i a y babilónica. Y en este orden de opi ­niones existe l a de u n sabio cuyo renombre es de todos cono­c ido . A le jandro H u m b o l d t decía: "que entre los pueblos del an­t iguo y nuevo continente existen puntos de notable semejan­za, lo prueban el que hemos indicado del calantica de las ca­bezas de Isis con el tocado mexicano, las pirámides de gradas análogas a las del F a y u m y Sakhah, el uso frecuente de l a p i n ­t u r a jeroglífica, los cinco días complementarios que añaden a l año mexicano y recuerdan las epagomenas del año menfí-t i c o " e ) .

Estudios filológicos a su vez han sido puestos a c o n t r i b u ­ción; pero , desgraciadamente, con gran deficiencia de elemen­tos lingüísticos y de espíritu crítico. N o h a n fa l tado tentat i ­vas lingüísticas para emparentar e l quechua y el a imara con e l sánscrito. E n t r e éstas merece especial mención' el t raba j o del uruguayo Vicente F ide l López, que escribió en 1868 u n l i ­bro de cuatrocientas páginas, para probarnos que el quechua y e l sánscrito eran id iomas arios : " E l resultado al cual he l le ­gado —dec ía— extrañará mucho a las gentes, y yo espero, por adelantado, encontrar u n a fuerte oposición entre los sabios de todo rango y de todos los países. Cuando ellos me oigan de­c i r que el quechua es una lengua ar ia , me encontrarán, s in du< da, o, b i en ignorante , o b ien audaz, y no podrán menos de son­reír a l solo enunciado de una proposición t a n parado ja l en apa­r ienc ia y t a n imprev i s ta para e l los" . Y , después de exponer al ­gunas consideraciones t e r m i n a con esta frase: " p a r a decirlo

(2 ) E N S A Y O S S O B R E L A A M E R I C A C O L O M B I N A , 1898.

(3 ) M O N U M E N T O S D E L O S P U E B L O S I N D I G E N A S D E M E X I C O , pág. 87.

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E l A T t L Xr

todo en dos palabras: el quechua es u n a lengua aria aglutinan-te"

Mucho después, u n escr itor chi leno, José Manue l Barr iga , en u n estudio que hizo sobre l a lengua araucana, sostenía que: "siguiendo esta regla ( la de conocer la ident idad de las raíces de los idiomas indoeuropeos) hemos podido ver i f i car la con­cordancia de algunas araucanas con las de sus congéneres, el sánscrito, e l griego y el latín". Y a poco agrega: "Est imamos opor tuno anotar aquí algunas conclusiones que hemos estable­cido en el curso de nuestras investigaciones: las raíces arau­canas corresponden a las más antiguas de los id iomas greco-l a t i n o s " . E r a , s in gran reparo, sostener el parentesco de aquel i d i oma del extremo sur de América con los id iomas salidos de las regiones septentrionales de l a I n d i a (^).

Y , o t ro escritor, bo l iv iano éste, se impuso la tarea, menos científica aún que aquellos otros trabajos y con procedimien­tos gramaticales más defectuosos, de emparentar estrechamen­te el a imara con los id iomas indoeuropeos, y, lo que es más absurdo, de sostener que este lenguaje fue " e l de Adán, madre de todos los id iomas conocidos", Para probar s u , tesis abor­tada desde su iniciación, escribió u n l i b r o ' (1870) t i t u l a d o " L a Lengua de Adán" ( « ) .

Estudios venidos después demostraron cuan descaminados andaban aquellos trabajos destinados a emparentar lenguas sudamericanas con idiomas indoeuropeos. Federico MüUer (Etknografíe Genérale) sostuvo que "las lenguas americanas descansan en su con junto en el p r i n c i p i o del po l i s intet i smo o de incorporación: en efecto, en t a n t o que en nuestras lenguas las concepciones aisladas que la frase reúne entre sí se pre­sentan en f o r m a de palabras sueltas, en las lenguas america­nas, p o r el contrar io , se encuentran reunidas en ind iv i s ib le u n i ­d a d . Consiguientemente, l a pa labra y l a frase se f u n d e n " .

Esta autorizada opinión fue aceptada, casi s in beneficio de inventar io , p o r otros lingüistas de menor categoría, que en vez de estudiar personalmente la estructura gramat ica l de a l ­gunos de los id iomas americanos, se entregaron a l a jrácil ta ­rea de copiar l o que aquel eminente filólogo sostuviera. E n t r e

(4) L E S R A I C E S A Y R E N N E S D U P E R O U París, 1871, pág. 19. (5 ) O R I G E N D E L A L E N G U A A R A U C A N A . E n s a y o lingüístico. T r a l b a j o

p r e s e n t a d o a l C o n g r e s o Científico P a n a m e r i c a n o , 1910, V o l . X I , págs . 409 y 410. (6 ) L A L E N G U A D E A D A N . L a P a z , 1888.

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B A U T I S T A S A A V Í B D B i A E l . A X t I . ü

los lingüistas que secimdaron aquellas conclusiones, se cuen­t a n : Hovelacque, que sostiene, acomodándose a opiniones de americanistas, que esos idiomas t ienen las siguientes p a r t i c u ­laridades: la de r e u n i r el verbo a los pronombres o a los n o m ­bres regímenes; l a de poseer una conjugación n o m i n a l posesi­va; l a de hacer var ia r el verbo cuando se t r a t a de expresar que el objeto de la acción ha var iado , o cuando es menester m a t i ­zar l a acción; en f i n , la de usar el procedimiento de composi­ción inde f in ida por síncope y elipsis ( L a Linguis t ique , pági­na 179) .

André Lefevre h a seguido estas indicaciones, y ha creído conveniente, con respecto de los id iomas quechua y a imara, decir algunas cosas que no son ciertas. Así, escribe: " E l or- , ganismo del quechua es aproximadamente idéntico a l de los restantes id iomas aglutinantes de América; re lat ivamente r i co en compuestos m u y cortos (chirapiu, nube; r a r r u , b loque de nieve; ch imborazo ) . Abunda en formas sufijas y en derivados de inde f in ida l o n g i t u d . N o t ienen género; el nombre y el ver­bo están confundidos; las partículas nasales y los pronombres personales y pasivos suplen a todos los matices del pensamien­t o " . (Las Lenguas y las Razas, pág. 184) .

Las observaciones anteriores serían aplicables también al a imara p o r ser i d i o m a f ra terno del quechua, no que éste haya salido de aquél, como sostuvieron algunos profanos en lingüís­t i ca . Si b i en es cierto que e l quechua' y, de consiguiente, el a i ­mara , pueden clasificarse entre las lenguas aglutinantes, no son exactas alguiias de las afirmaciones del profesor de Antropo ­logía que hemos c i tado . Esos dos id iomas no dist inguen el gé­nero p o r la desinencia como en los indoeuropeos o semíticos, pero no confunden el verbo y el n o m b r e . E n a imara los pro ­nombres se incorporan , se encapsulan en el nombre , verbigra­cia: lacaja, lacasa, lacaama: m i boca, nuestra boca, t u boca: laca es el nombre boca, y j a , sa y m a , los pronombres m i , nuestra, vuestra . E l nombre anda siempre suelto y separado del ver­bo, concordando con él en número: contigo y con él fu imos al pueblo a vender: j i imianpi , jupamapi, inanca-m, marca , pueblo, r u , a l a l j i a m t a q i i i , a vender: aljaña, vender taqiui, a. E n t a l f r a ­se vemos que los pronombres y el nombre piueblo van sepa­rados del verbo vender. Y así p o r el est i lo .

Cuando los lingüistas nos dicen que el quechua y el a ima­r a son aglutinantes y polisintéticos, nos dan solamente una no­ción del grado de proceso evolutivo en que se encuentran; pe-

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r o nada nos hacen saber si las lenguas americanas tienen al ­gún parentesco con otros id iomas, posiblemente con los del grupo malayo-pol inesio. A lo más que se ha ido , es a que se nos diga con Lefevre: "Has ta hace poco t i empo no se.podía abor­dar s in gran desconfianza y extrema reserva la lingüística ame­r i c a n a . S i hoy ocupa su verdadero lugar, gracias a los Lucien y A d a m y los Víctor H e n r y •—cuyos trabajos han conformado las previsiones de Hovelacque y de Vinson^—• estuvo entrega­da durante siglos a las fantasías de los misioneros, que t r a ­taban de encontrar cerca del Ontar io o en Chile, algún dia­lecto escapado de Babel , o, a las ilusiones de los etimologistas desenfrenados (Braseur, de B o r b o u r g ) , que relacionaban e l n a n h t u a l con las lenguas germánicas, o lá jerga de Vancouver

"con el francés y el inglés a u n t i empo , s in preguntarse s i t a l o cual pa labra no había sido m u y natura lmente tomada de los colonos extranjeros , o las teorías preconcebidas de los t u r a -nistas, monogenistas, que buscaban arios o coptos o budistas en el Perú y restos de las diez t r i b u s de I s rae l en el Far West" . ( L i b r o c itado, pág. 175) .

Palabras ligeras que nos dejan en la m i s m a obscuridad en que se encuentra el autor re fer ido sobre dos problemas f u n ­damentales que nos interesa a los americanos: a) la relación de parentesco o a f in idad que puedan tener entre sí los id i o ­mas evolucionados y aun los dialectos entre sí, para poder de­duc i r cuál es o cuáles son los troncos comunes, de dónde sa­l i e r o n y se dispersaron por el continente, especialmente, p o r e l centro y sudamericanos, en aquellas partes en que se halla­r o n civilizaciones que bro taban con pu jante savia cuando v i ­no la conquista española; b ) l a relación o conexión que esos idiomas p u d i e r o n tener con otros de alguno de los grupos en que se h a n d i v i d i d o las lenguas conocidas o su p r o p i a f l o ra ­ción s in contacto alguno con los del m u n d o ant iguo .

Seguramente estos estudios nos darían l a clave de muchos problemas etnográficos de preh is tor ia americana, que ahora ig ­noramos .

Parece c ierto que no se ha quer ido seguir u n e jemplo h a r t o fecundo de filología comparada. Porque a este género de i n ­vestigaciones se debe el haberse encontrado las fuentes más remotas de la vinculación de los pueblos l lamados indoeuro­peos. Sorprendentes descubrimientos demostraron la comuni ­dad de procedencia de lenguas, que se habían considerado has­t a entonces extrañas a todo parentesco, desligadas de todo la-

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B A U T I S T A S A A V E D B A

zo de unión. L a frase de Le ibn i tz : " N a d a presta tanta luz a la indagación de los orígenes de las naciones como el estudio de los lenguas", se puso a la orden del día,

Max Müller había sostenido que los pueblos que hablaban idiomas procedentes de u n tronco común, e ran también her­manos de sangre, "¿Quién se había atrevido a a f i r m a r , escri­bía en 1865, que las naciones teutónicas, célticas y eslavas eran, en real idad, de l a m i s m a carne y de la m i s m a sangre que los griegos y romanos que las t i l d a b a n desdeñosamente de bárba­ras? C^). Y como M a x Müller pensaban también Pictet , F. Mü­l ler , Schxarder, G. H u m b o l d t y o t ros , Pero poco después, sur­gió l a siguiente duda: ¿el parentesco de lengua i m p l i c a nece­sariamente e l de sangre? M , Oppert denunciaba en 1879 el error de ver en la lengua u n vínculo de raza, " E l lazo de len­gua, dice, es u n a cosa, y el lazo de l a sangre, o t r a b ien dife­rente . Los grandes Estados europeos constituyen unidades po­líticas a las que no corresponden n i la u n i d a d de lenguas n i la u n i d a d de religión y costumbres" (^). Se alegó, además, que l a lengua no probaba sino l a presencia de u n solo elemen­to en l a composic ión etnográfica de una nación, puesto que razas diferentes podían hablar e l m i s m o i d i o m a (®). Cualquie­r a que sea el papel que hayan jugado los cambios de la raza en las mutaciones del lenguaje, no se puede establecer lazos necesarios entre las dos naciones (^°).

Planteada de esta manera la cuestiión, lógicamente se ha deducido que s i la filología va más lejos de todo documento l i t e r a r i o en lo de averiguar los orígenes de los pueblos no t ie ­ne mayor alcance retrospectivo que l a antropología. " E l estu­dio de los cráneos, se ha dicho, t iene el p r i m e r rango entre los elementos que nos l levan a l conocimiento de los pueblos. L a i n d u s t r i a de éstos, sus sepulturas, armas, brujerías, vesti ­dos, nos enseñan su edad, su pasado, su rango actual en las vías de l a civilización. L a craneología sólo puede f i j a r sus orí­genes, los lazos de sangre que les une, cualquiera que sea el c r i t e r i o que se tenga en las relaciones de las lenguas como ín­dice de u n a penetración recíproca" (^^).

(7 ) L A M I T O L O G I A C O M P A R A D A , V I I X , pág, 242, (8 ) Z a b o r o w s k i , L E C E N T R E - A S I E E T L E S O R I G I N E S A R Y R E N N E S , R e -

vue-sclentií lqué, n ü m , 23, pág, 708, ( 9 ) I B I D . (10) J . V e n d r y e s , L E L A N G A G E , París, 1921, pág, 276. (11) I B I D . , pág. 708.

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E X A Y I - I - U

Puede ser que l a craneología penetre más le janamente en e l parentesco consanguíneo de las razas. Mas, sus revelacio­nes serán siempre insuficientes, su datos simples, fríamente silenciosos, para hablarnos del complejo t e j ido de los vaive­nes humanos, para hacer r e v i v i r el a lma de los pueblos. La antropología nos conducirá a las fuentes étnicas. E l estudio comparat ivo de sonidos y palabras, de fonemas y morfemas nos conducirá a captar las vibraciones más sutiles del pasa­do remoto de las razas y de los pueblos, más de lo que pudie­r a n revelarnos los datos de l a craneología, que no podrá de­cirnos cuáles fueron las ideas y los sentimientos que se agi­t a r o n en las concavidades de u n a caja ósea. L a filología com­parada, en cambio, nos llevará a la raíz de las civilizaciones, es decir, a l nac imiento y formación del espíritu humano , pues " l a psicología se hace con la f i lología", Renán sostenía con g r a n verdad : "las lenguas nos t r a n s m i t e n el pensamiento y la acción de generaciones desaparecidas quizás con mayor fide­l i d a d que los documentos l i t e r a r i o s " , porque " e l p rob lema de los orígenes del lenguaje es idéntico a l de los orígenes del es­píritu humano , y gracias a él nos encontramos a l f rente de las edades p r i m i t i v a s " (^^).

E l concepto de raza es cada vez más vago e inseguro. Sus deslindes antropológicos y su acción social no h a n sido cla­ramente determinados. L a formación de las razas obedece a fenómenos biológicos y geográficos antes que a influencias pu ­ramente sociales o políticas. N o se h a podido c i r cunscr ib i r en una definición precisa sus deslindes específicos. Las d i ­versas características sobre las que se ha intentado constru ir su concepto se excluyen, unas veces, o no concuerdan otras , ¿Qué es la h i s t o r i a sino la elaboración lenta y secreta de unas ra ­zas fundidas en otras, de elementos étnicos que se amasaron, confundieron, para disgregarse en nuevas ramas que vuelven a mezclarse después? E n ese f l u j o perpetuo de las varieda­des étnicas, la filología seguirá siendo el ins t rumento más segu­r o para penetrar en las obscuridades del pasado,

S i la filología no puede demostramos el parentesco de sangre, demostrará l a vinculación histórica o prehistórica, la comunidad geográfica, e l estado psicológico, l a correlación de v ida nacional , y últimamente, las procedencias sociales, Si por e jemplo , tomamos los pueblos neolatinos, cuyas s imi l i tudes

(12) L ' A V E N I R D E L A S C I E N C E , pág, 166.

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lingüísticas nos conducen a su fuente común: el latín, la her­m a n d a d que de ellos se deduce, no es étnica, una vez que el i m p e r i o romano , a l t iempo de su disgregación, formábase de u n a federación de pueblos, razas e id iomas . Todos estos ele­mentos convivían ba jo el i m p e r i u m romano , enlazados p o r el s u t i l y admirable sistema nervioso de las leyes, adheridas a una organización política más jurídica que mater ia l , movidos p o r u n solo espíritu y p o r u n mismo lenguaje. E n ese pode­roso y lato organismo v ibraba una psiquis , característica a t r a ­vés de razas y pueblos diversos, y que no era o t r a que moda­lidades del genio romano extendidas a todos los dominios del i m p e r i o de los Césares. A donde nos remontará, de consiguien­te , aquella filiación lingüística, es a u n a fuente común de i n ­terferencias históricas, en u n a palabra , á encontrar los lazos de copartición psíquica, política o social en tiempos pasados de los pueblos de h o y .

Mas, no sólo las s imi l i tudes de lenguaje encierran en sí l a v i r t u d de l levarnos a las procedencias humanas . Existe t a m ­bién ident idad en los usos, costumbres e inst ituciones de los pueblos, de donde podría inducirse la comunidad de sus oríge­nes.' Pero, ¿acasp ' las semejanzas sociales valen tanto como aquéllas? ¿Tendrán igual fuerza retrospect iva e igua l precisión sobre todo , de revelamos la filiación serial de las ideas y usos de los hombres? M . Taylor , en sus investigaciones acerca de l a h i s t o r i a p r i m i t i v a , ha sostenido: "que existen costumbres si ­mi lares , no sólo en razas emparentonadas por l a lengua, sino también en razas cuyas lenguas son enteramente diferentes {^^). E n cambio, M a x Müller opinaba que tales investigaciones, pa­r a ser provechosas, debían encerrarse en los límites impuestos p o r la ciencia del lenguaje; que no debían compararse más que las costumbres de las naciones cuyas lenguas se sabe que t ie ­nen el mismo or igen. E l estudio comparat ivo , decía, de las cos­tumbres arias o de las costumbres semíticas o turanias , daría resultados más satisfactorios que u n a comparación de todas las costumbres del género humano C^*).

Las s imi l i tudes sociales t ienen mayor extensión, son más generales que las del lenguaje. Empero , esta m i s m a l a t i t u d , ¿no será u n signo de su escasa conexión y f a l t a de substancia demostrat iva del parentesco d é l o s pueblos? Entonces la cues-

(13) A N T R O P O L O G I A , X I V , pág. 4 0 9 . . (14) O B . C I T . , pág. 254.

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tión se reduce a esta distinción: s i las semejanzas son comu­nes a todos los grupos y a todos los t iempos, no t ienen n ingu­na i m p o r t a n c i a para explicar los vínculos sociales. S i son, por e l contrar io , propias de ciertos pueblos y de ciertas ramas, se rían preciosos elementos de esclarecimiento de su parentesco. Esta conclusión no envuelve sino u n círculo v ic ioso . Pueden las costumbres e instituciones no explicar nada p o r su difusión humana; pero el someter la comparación de ellas a una previa relación de hab la común tampoco explicaría nada, puesto que, pueblos hermanos p o r la sangre y p o r inst ituciones, pueden hablar dist intos id iomas, y viceversa, u n m i s m o i d i o m a puede ser usado p o r razas y naciones diferentes, Por o t r a parte , si e l lenguaje es u n espejo de la c u l t u r a de una raza, el re f le jo de su evolución social y m e n t a l , e l ins t rumento de sus progre--sos, ¿ cómo se puede dejar de exigir que sea e l c r i t e r i o de sus costumbres e instituciones?

Entonces, ¿cuál es la interpretación que debe darse a la semejanza de los fenómenos sociales? L a variedad de r i t o s , creencias, religiones, inst i tuciones, ¿será e l producto de unas mismas necesidades, desenvolviéndose en fases idénticas, reco­r r i endo iguales ciclos de exteriorización? ¿Se explica, cual sos­t ienen los evolucionistas, p o r u n paralel ismo de los gmpos agricultores , o b ien , como suponen los psicólogos, ,por l a p r o ­pagación rítmica e i m i t a t i v a de l o humano , algo así como u n eco salido de rma cuenca p r i m i t i v a y que ha repercut ido de col ina en col ina y de valle en valle?

Gabrie l Tarde, en su or ig ina l l i b r o Les Lois dfe Tíimitation, ha escrito u n interesante capítulo sobre las s imi l i tudes socia­les (^^). Allí con singular maestría, explana esta teoría: si cier­tas semejanzas en las formas y funciones animales no son a t r i -buibles a la un idad de sus orígenes ancestrales, sino a la iden­t i d a d del medio físico, a la u n i f o r m i d a d de propagaciones on­dulatorias de la mater ia , igualmente, las analogías sociales, por e jemplo, las s imi l i tudes de los neozelandeses con los h igh land-ers de Boy Roy y de Mac ivoy , las de los aztecas con los egip­cios o chinos, no son resultados de fuentes comunes de pro ­cedencia. " ¿No es, pues, añade, más verosímil ver en estas aproximaciones, de una parte , la u n i d a d fundamenta l de la na­turaleza humana , la ident idad de sus necesidades orgánicas de las que la satisfacción es el f i n dé toda evolución social, y de

(15) I I , págs . 41 y s i g u i e n t e s .

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Otra parte , la u n i f o r m i d a d de la natru'aleza exterior ofrecien­do a necesidades parecidas los mismos recursos y casi los mis ­mos espectáculos, que debe provocar, inevitablemente, la exis­tencia de industr ias , artes, percepciones, mi tos y teorías bas­tante semejantes?"

Hemos citado las frases de Lefevre, que i n t e r p r e t a n ideas evolucionistas, cuando sostiene que las semejanzas religiosas, artísticas y sociales, son resultado de u n proceso idéntico de desdoblamiento humano , que forzosamente debe pasar por iguales etapas de evolución. Pero ¿es posible que el impulso xdtal de los pueblos les induzca a plasmar los mismos signos sociales? ¿No está la v ida " l l ena de lo i m p r e v i s t o " , que es­capa de la cont inu idad de u n fondo comtin? (^^). Que necesi­dades idénticas provoquen, semejantes ideas y parecidos me­dios o procesos de satisfacerlas puede ser verdad, en cierta ma­nera, pero ¿ cómo se explicaría la semejanza de costumbres que no responden a inclinaciones fundamentales, y que se refie­r e n más b ien a la f o r m a superf ic ial de los humanos? ¿Qué ne­cesidad, por e jemplo , impulsa impresc indiblemente a que se sepulten los muertos en Eg ipto y en la América m e r i d i o n a l en parecidas condiciones de momificación? ¿Hay acaso, en pre­servar el cadáver de su corrupción y en rodearle, a l t i empo de su enterramiento , de objetos de uso personal , algo de fundamen­talmente orgánico o psíquico, s in cuya ejecución la naturaleza física o inte lectual del hombre quedaría dislocada e i n c u m p l i ­da? De n inguna manera . L a mayor par te de las costumbres, antes que explicarse p o r la exigencia de necesidades vitales, se explica p o r el i m p e r i o y tiranía de algunas preocupaciones. Quizás más b ien mttchos de los hábitos humanos son contra­r ios a las necesidades naturales : tales eran, verbigracia, entre las prácticas religiosas y morales, el ayuno, la castidad, las mort i f i cac iones corporales y todas las prácticas ascéticas.

Tampoco podría mantenerse t r i u n f a l m e n t e la teoría de la u n i f o r m i d a d del medio ambiente, la repetición ondu la to r ia de los agentes físicos. Muchas s imi l i tudes sociales h a n nacido en regiones d iametra lmente opuestas. ¿Qué ident idad de medio ambiente hay entre el antiguo Lacio y l a hoya andina del T i ­ticaca, que han produc ido las semejanzas de la gens y del Ay­l lu? Tarde ha abandonado, pues, ese p u n t o de v is ta para co­locarse en u n terreno netamente sociológico: en el de la i m i -

(16) H e n i l B e r g s o n . L A E V O L U C I O N C B E A D O E A . I , pág, 23 .

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tación. "Antes, dice, de negar l a pos ib ihdad de la difusión de las ideas p o r lenta y gradual unitación que habría terminado p o r c u b r i r casi todo el globo, es menester tener en cuenta des­de luego, l a inmensa duración de los t iempos prehistóricos y pensar también que tenemos pruebas de las relaciones hab i ­das a grandes distancias no solamente entre los pueblos de la edad de bronce, sirio también entre los pueblos de la edad de p i e d r a p u l i d a , y quizás de la p iedra no p u l i m e n t a d a " . " E n re­sumen, concluye, todo lo que es social y no v i t a l o físico, en los fenómenos sociales, así como en sus s imi l i tudes como en sus diferencias, t iene la imitación p o r causa" i^'').

Aunque la imitación no sea, en la s i m i l i t u d de los fenóme­nos sociales, la sola causa eficiente, como sostiene el sociólo­go francés, el mérito de esa teoría está en que abre una vía más de interpretación de esas extrañas semejanzas que pare­cen denunciar u n a misma procedencia. L a etnología se arro ­gaba para sí el fuero exclusivo de dar l a clave del parentesco de las razas. L a craneología se consideró, a su vez, como el m e j o r ins t rumento de investigación, no obstante la pobreza de sus datos . Empero , la sociología comparada y la psicolo­gía arqueológica pueden c o n t r i b u i r más dé lo que se cree a esclarecer ese problema, hondo como la noche de los t iempos, de los orígenes humanos .

Apl icado este c r i ter io a la cuestión harto debatida, pero no por eso m e j o r planteada, de la procedencia del hombre ame­ricano, los resultados serían quizás más decisivos que los que se han obtenido de estudios puramente antropológicos.

(17) O B . C I T . , págs. 51 y 54.

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L a sociología moderna se impuso una tarea i m p o r t a n t e : se propuso averiguar cuál era la u n i d a d i r reduct ib le de la aso­ciación, " d é l a composición soc ia l " . Empleóse para ello el pro ­cedimiento químico de análisis y descomposición de los elemen­tos componentes de las sociedades actuales o pasadas. ¿Cuál ha debido ser esta un idad de donde procedieron todas las com­binaciones, todas las modalidades sociales? ¿Ha sido el i n d i ­v iduo , la f a m i l i a , l a gens, l a horda , e l clan o l a t r i b u ? H e aquí una de las interrogaciones cuya respuesta está l igada a los pro ­blemas más capitales de la sociología. H a y muchos que pien­san que, "todos los seres humanos, desde los salvajes in fer io ­res a los hombres más civilizados, v iven en grupos de fami l ias , y que estos grupos de l a composición social, son productos na­turales de las actividades fisiológicas y psicológicas ayudados p o r la selección n a t u r a l " (^). Pero l a u n i f o r m i d a d de parece­res no es l a m i s m a cuando se t r a t a de establecer las relacio­nes sexuales y cooperativas de esos p r i m i t i v o s grupos . N o fa l ­t a n tampoco teorías que desconocen el molde f a m i l i a r , para sos­tener luego que las formas orginarias de asociación son las hordas prehistóricas, errantes y degradadas, en las que no re i ­na sino una promiscu idad sexual s in freno y el re la jamiento más completo de toda cooperación colectiva (^).

(1 ) P . E . G i d d i n g s , P R I N C I P I O S D E S O C I O L O G I A . I I , págs . 202 y 208.

(2) G u m p l o w i c z . L U C H A D E R A Z A S ; E n g e l s , O R I G E N D E L A F A M I L I A .

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Probable es que la ciencia social no gane gran cosa con estas disputas. L a obscuridad que re ina en las relaciones p r i ­mi t ivas de los hombres , la insuf ic iencia de los materiales r e ­cogidos, y, sobre todo, los intereses de escuela, i m p i d e n ver de­masiado claro en este orden de fenómenos. Lo i m p o r t a n t e se­ría determinar e l grado de a f in idad social, de cohesión estruc­t u r a l , que h a n tenido en c ierto momento de su evolución los grupos humanos . ¿Cuál ha sido el grado de ton i c idad plástica que h a n necesitado o poseído los núcleos sociales más simples, las células germinativas de la asociación, para desenvolverse después en todas las demás formas de l a colect ividad conoci­da? Esta indagación, que es d i s t in ta de la que se propone en­contrar el fenómeno s o d a l , o sea, l a molécula psicofisiológica

' d e la sociedad, tiene mayor i m p o r t a n c i a para descifrar muchos problemas de l a sociología arqueológica.

L a teoría de la gens es l a que resuelve este p u n t o de m o ­do sat is factor io . E n ella se encuentra ese temperamento de cohesión y v i t a l i d a d aglutinante, que en sentido f igurado vie­ne a const i tu i r la célula h u m a n a . Esa asociación f a m i l i a r for ­mada por parientes consanguíneos, todos los cuales son descen­dientes de u n antepasado común, constituye u n núcleo de afec­ciones comunes también, pues, como dice M . W a r d , " e l senti­miento es la única fuerza psíquica y a l mismo t iempo la fuer­za social f u n d a m e n t a l " (^). Pero el concepto de la gens no es el mismo para, todos . H a r t o conocida es la anarquía de opi ­niones que reina dentro de la l i t e r a t u r a de l a f a m i l i a p r i m i t i ­va . Unos confunden la gens con el c lan; otros con la horda o la t r i b u . M . Durkheün es de los que ha dicho: " E l clan r o m a ­no es la gens, y es b ien entendido que la gens era l a base de l a antigua constitución r o m a n a " (^). M . Gumplowiczs ' fue quien renovó últimamente la teoría de que las t r i b u s no se p r o d u j e r o n p o r la multiplicación de fami l ias , sino p o r "restos de hordas y bandas humanas p r i m i t i v a s que desde el p r i n c i p i o se h a n considerado como extrañas a todo parentesco de san­gre" . U n d is tmguido sociólogo, F r a n k l i n Giddings, preten­de ver el germen de las sociedades étnicas en las pequeñas hor ­das compuestas de pocas f a m i l i a s . " L a más pequeña sociedad, escribe, un ida y organizada, compuesta de grupos sociales me­nores (hordas) que son por sí más amplios que l a f a m i l i a , es

(3 ) C O M P E N D I O D E S O C I O L O G I A , V I I I , pág. 216. (4 ) D E L A D I V I S I O N D U T R A V Á I L S O C I A L , V I , pág. 160. ( 5 ) L U C H A D E R A Z A S , X X X I L pág. 215.

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l a t r i b u " (^). Y concordando con esta teoría, M . D u r k h e i m cree, en nuestros días, "que el verdadero protop lasma social, el germen de donde h a n debido salir todos los t ipos sociales, es la h o r d a " C ) , b i en que p o r horda entienda, a diferencia de otros, " u n a masa homogénea, cuyas partes no se d is t ingui ­rían imas de o t ras " .

Dejando a u n lado toda esta var iedad de interpretaciones de las pr imeras formas de asociación, no tenemos sino que volver los ojos hacia los tres t ipos clásicos: la gens, la f a t r i a y el c lan o la t r i b u . Son tres estados especiales, no de s imple dilatación social o religiosa, sino de peculiar correlación de elementos psíquicos y colectivos. E n cada uno de ellos desa­parecen o se a f loran , p o r lo menos, los vínculos que hacían la

- característica moda l idad de la fase anter i o r . E l parentesco consanguíneo, t r a m a con que se te je la gens, va borrándose poco a poco para dar paso a l parentesco puramente fact ic io . Vienen después otros factores a i m p r i m i r su sello a la agru­pación, como el cu l t ivo de l a t i e r r a , y entonces aparece la coo­peración y la convivencia de pueblo, como lazos de asociación. " L a gens no era una asociación de fami l ias , sino l a f a m i l i a mis ­ma , pudiendo comprender indi ferentemente una sola línea o p r o d u c i r numerosas ramas; pero constituyendo siempre una f a m i l i a (^). Esa congregación de fami l ias f o rmando u n gru­po fue " l l amada en lengua griega f a t r i a y en la l a t ina c u r i a " i°). La t r i b u o clan es una asociación t e r r i t o r i a l , sobre todo, con cierta organización política. E n el antiguo derecho romano , la t r i b u , ateniéndonos a Momsen, "significó or ig inalmente el campo de c o m u n i d a d " (^°). Igualmente , en los tratados bre-hones, según Sumner Maine, el sept irlandés no ha sido sino la f a m i l i a asociada, y la t r i b u , u n a u n i d a d cooperativa orgá­nica y autónoma". " Su constitución dependía de l a t i e r r a que ocupaba C^).

L a gens, la f a m i l i a consanguínea con u n antepasado co­mún, es el núcleo típico origineirio de donde proceden las de­más formas de desdoblamiento h u m a n o . L a célula social, si puede emplearse este paradigma, es la gens, no el ind iv iduo

(6 ) P R I N C I P I O S D E S O C I O L O G I A , I I , pág. 207. (7 ) O B . C I T . , V I , pág. 149. (8) E . de C o u l a n g e s , O B . C I T . , X , pág. 123. (9 ) P . de C o u l a n g e s , I I I , pág. 133. (10) D E R E C H O P U B L I C O R O M A N O , XI, pág. 25 . (11) O B . C I T . , págs. 99 y 172.

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O l a h o r d a . A las investigaciones sociológicas que demostra­r o n que la f a m i l i a era el nudo de arranque del t e j ido social, puede agregarse e l descubrimiento del ayllu. E l ¡ayUu no es sino la gens p r i m i t i v a de las poblaciones del centro del cont i ­nente sudamericano.

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E l ayllu, t a l cual debió exist ir or ig inalmente , puede llegar a ser conocido mediante una inducción r igurosa . Sus restos dispersos, agrietados y musgosos, denuncian su ant igua estruc­t u r a . S in embargo, será necesario rodearse de juiciosas pre­cauciones, para no caer en erróneas interpretaciones .

Estudiemos el ayl lu en las ramas aimaras (^) o dentro de la organización incásica, su constitución es la m i s m a . Exis­t e n muchas razones para creer que la civilización a imara, a cuyo id i oma pertenece aquel vocablo, fue una de las más a n t i ­guas del continente sud . Igualmente la naturaleza de las for -

(1) E l n o m b r e a i m a r a podría t e n e r p o r etimología l a p a l a b r a A Y A R I - M A R A , q u e s i g n i f i c a l i t e r a l m e n t e " U e v a e l t i e m p o " , o metafáricamente; " t i e m p o l e j a ­n o " . J u a n D u r a n d , e n s u l i b r o "Et imologías perú-bolivianas" (1931, pág. 6 ) , s o s t i e n e q u e a i m a r a , está f o r m a d o d e A Y A M - M A E A , " a e r o l i t o , p i e d r a m u e r t a d e l a e s t r e l l a " , y también "batán de q u i n u a " . T a l af irmación n o n a c e de' a q u e ­l l a t e n d e n c i a d e a s i g n a r a orígenes d e s c o n o c i d o s h e c h o s i m a g i n a r i o s l l e n o s d e poesía s imból ica . P e r o es m á s p r o s a i c a l a v i d a d e l o s p u e b l o s . L o m á s n a ­t u r a l es q u e e l v o c a b l o a i m a r a , v i e n e d e J A Y A - M A R A , q u e s i g n i f i c a t i e m p o de ­m a s i a d o l e j a n o . E s t a denominación h a p o d i d o s e r u s a d a p o r l o s m i s m o s k o l l a s o a i m a r a s m o d e r n o s y p o r l o s q u e c h u a s , p a r a d e s i g n a r u n a civilización m u y a n t i g u a , p e r d i d a e n l a n o c h e d e l p a s a d o , c u y o s r e s t o s r e p r e s e n t a t i v o s e r a n aquéllos a q u i e n e s d e n o m i n a b a a i m a r a s .

S i r C l e m e n t s B . M a r k h a m , e n u n a C o n f e r e n c i a q u e d i e r a e n 1871, e n l a R e a l S o c i e d a d Geográfica d e L o n d r e s , c o n e l título: " L A S P O S I C I O N E S G E O ­G R A F I C A S D E L A S T R I B U S Q U E F O R M A R O N E L I M P E R I O D E L O S I N ­C A S " , d e d i c a u n capítulo t itxi lado; "Apéndice s o b r e e l h o m b r e a i m a r a " , a p r o -

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mas colectivas del i m p e r i o peruano proceden de la civilización a imara . De madrera que, estudiando la constitución íntima y sus grados evolutivos en las ramas aimaras podemos estar se­guros de in te rpre tar los movimientos genuinamente origina­rios del a y l l u . Por o t r a parte , los datos que recojamos de las formas convivenciales de la civilización incásica no concurr i ­rán sino a robustecer el concepto induct ivo que obtengamos de él.

E l a y l l u , según la significación que le dan los h is tor iado ­res españoles del i m p e r i o incásico, i m p o r t a una relación f a m i ­l i a r o de grupo , p o r razón de parentesco consanguíneo. Gar-cilaso de la Vega, describiendo l a c iudad del Cuzco, dice, en­t r e otras cosas: " E n aquel espacio largo y ancho vivían los incas de l a sangre real , d ivididos p o r sus ayUius, que es l i n a ­je , que aunque todos ellos eran de una sangre y de r m l ina je , descendientes del rey Manco Capac, con todo eso hacían sus divisiones de descendencia de t a l o cual rey, por . t odos los re -

b a r q u e e l n o m b r e a i m a r a q u e s e d a a l a l e n g u a y población de l a h o y a d e l T i t i c a c a , e s apócrifa y d e b i d a sólo a u n a m a l a interpretación d e l e n g u a s d e l u g a r q u e h i c i e r o n l o s jesuítas d e J u l i . A M a r k h a m h a s e g u i d o e n e s t a opinión e l d o c t o r P a b l o E r e n e i c h .

L a s r a z o n e s e n q u e s e f u n d a M a r k h a m s o n d e índole p u r a m e n t e histórica: s e a t i e n e a l s i l e n c i o q u e g u a r d a r o n l o s c r o n i s t a s españoles r e s p e c t o de u n a r a m a y l e n g u a i m p o r t a n t e s . L o s a i m a r a s s o n — s e g t j n é l — l o s h a b i t a n t e s d e l a p r o v i n c i a de este n o m b r e q u e p o b l a b a n l a p a r t e a l t a d e l v a l l e d e l rio A b a n c a y y P a c h a c h a c a . S o s t i e n e después, c o m o conclusión d e s u s i n v e s t i g a c i o n e s , q u e l o s q u e h o y s e l l a m a n a i m a x a s poííladores d e l C a l l a o , f u e r o n , según e l P . A l o n ­s o B a m o s , traídos c o m o mit ímaes p o r e l i n c a C a p a c k Y u p a n q u l , m i t i m a e s , t r a s ­p l a n t a d o s e n s u m a y o r p a r t e de l a g e n u l n a p r o v i n c i a d e A i m a r a s " . " L o s d e s ­c e n d i e n t e s , dice', de e s t o s c o l o n o s a u n a r a s , a l a v e z q u e c o n s e r v a b a n e l n o m ­b r e de a y l l u o t r i b u , q u e l e s e r a o r i g i n a r i a , g r a d u a l e i n s e n s i b l e m e n t e a d o p t a ­r o n l a l e n g u a de l a s gentes d e l C o l l a o , m c u y o a m b i e n t e -vi-vían, a i m q u e c o n ­s e r v a b a n m u c h a s p a l a b r a s d e s u l e n g u a m a d x e " . T o d a e s t a l a b o r i o s a c o n s t r u c ­ción de M a r k h a m , c a e p o r t i e r r a c o n u n s o l o a r g u m e n t o , q u e él n o h a q u e r i ­d o v e r o h a v i s t o m a l . S i l o s a i m a r a s q u e v i n i e r o n a l a h o y a d e l T i t i c a c a d e l a p r o v i n c i a d e A i m a r a s ( q u e e n l o s m a p a s c o l o n i a l e s está e n t r e l a s p r o v i n ­c i a s d e A r e q u i p a , G u a m a n g a y C u z c o ) h a b l a b a n o r i g i n a l m e n t e q u e c h u a , c o m o d i c e D ' O r b l g n y y e l m i s m o M a r k h a m , ¿ c ó m o s e h a p o d i d o d a r e l n o m b r e d e a i m a r a a l a l e n g u a q u e h a b l a b a n l a s g e n t e s d e l C o l l a o , a l a s q u e d o m i n a r o n y d e q u i e n e s t o m a r o n e l i d i o m a c o m o c r e e e l P r e s i d e n t e de l a S o c i e d a d Geográ­f i c a d e L o n d r e s ?

S i l o s a i m a r a s t r a s p l a n t a d o s a l C o l l a o n o hotola.ron o r i g i n a l m e n t e ese i d i o ­m a q u e h o y c o n o c e m o s c o n t a l n o m b r e m a l h a p o d i d o a raíz d e s u t r a s p l a n t e l l a m a r s e a i m a r a a l i d i o m a q u e c h u a q u e h a b l a b a n , p u e s t o q u e e l s a b i o inglés s u p o n e q u e f u e e s p e c i a l m e n t e después d e l a c o n q u i s t a española, c u a n d o l o s c o l o n o s q u e c h u a s d e l a p r o v i n c i a de A u n a r a s t o m a r o n t o t a l m e n t e e l i d i o m a d e l C o l l a o , e l a i m a r a q u e d e c i m o s a h o r a .

N o ,es p o s i b l e c r e e r p o r u n m o m e n t o q u e c o l o n o s q u e traían u n i d i o m a d o ­m i n a d o r c o m o e l q u e c h u a e n época d e l m a y o r b r i l l o d e l i m p e r i o incásico y

E l , A Y I - I . IT

yes que fueron , diciendo: éstos descienden del inca fu lano , aquéllos del inca zutano, y así por todos los demás" (^). Asi ­mismo en u n a carta de don Francisco de Toledo a l Consejo de Indias , fechado en el Cuzco a 18 de marzo de 1572, con mo­t ivo de l a remisión y averiguación que hizo de cuatro paños incásicos, encontramos este párrafo: " d i j e r o n ser de los n o m ­bres y ayllos siguientes: de descendencia e ayllo de Manco Ca­pac; ayllo S inchi Roca; ayllo L loque Y u p a n q u i " . E l sentido de esta referencia es el m i s m o que se ve en Garcilaso.

Cieza de León, que indudablemente es el más concienzu­do de los narradores españoles, reseñando el reinado de L l o ­que Y u p a n q u i , ref iere que rogó este monarca a su suegro Za-ñu, que pasase a v i v i r a l Cuzco, y "haciéndolo así se le dio y

d a s u l e n g u a n a c i o n a l , h u b i e s e n p e r d i d o l a l e n g u a m a t e r n a , s i n d e j a r h u e l l a a l g u n a de s u p r e s e n c i a , p u e s l a s p a l a b r a s q u e c r e e M a r k h a m q u e c o n s e r v a r o n d e l q u e c h u a s o n n e t a m e n t e a i m a r a s q u e p a s a r o n m á s b i e n a l q u e c h u a y q u e s o n c o m u n e s a a m b o s i d i o m a s p o r s u f r a t e r n a l p r o c e d e n c i a . ¿ C ó m o , podría p r e g u n t a r s e , i g u a l e s c o l o n o s t r a s p l a n t a d o s a C h a r c a s n o p e r d i e r o n e l l e n g u a ­j e m a t e r n o h a s t a h o y ? ¿ Y n o t e n e m o s e l c a s o típico d e l o s c a l l a g u a y a s , q u e d e n t r o d e p r o ' v i n c i a s a i m a r a s s u b s i s t e n m a n t e n i e n d o s u i d i o m a p r i m i t i v o , e l q u e c h u a ?

E s i n f a n t i l , p o r o t r a p a r t e , l a explicación q u e s e d a p a r a d i s c u l p a r a G a r ­c i l a s o q u e s e r e f i e r e a l a i m a r a , según, d a t o s q u e l e envió e l P . A l o a b a z a d e J u l i : "Jamás p u d o o c u r r l r s e l e , d i c e , q u e l o s jesuítas h u b i e s e n d a d o e s t e n o m ­b r e a u n a l e n g u a d e l C o l l a o , p o r c u a n t o q u e h a b l a d e l n o m b r e c o m o q u e s e a p l i c a a l a l e n g u a d e l a p r o v i n c i a l l a m a d a A i m a r a , e s d e c i r , d e l a p r o v i n c i a q u e él m i s m o l e d e s c r i b i e r a situándolo a l O . d e l C u z c o y n o e n e l C o l l a o " . L o q u e a G a r c i l a s o n o h a p o d i d o ocurrírsele e s q u e l o s a i m a r a s h a b l a s e n e l a i ­m a r a de q u e s e l e d a b a c u e n t a . E l m e j o r q u e n a d i e sabía q u e t o d a s e s a s p r o ­v i n c i a s próximas a l C u z c o h a b l a s e n e l q u e c h u a . . L o s jesuítas también l o s a ­bían c u a n d o refiriéndose a l q u e c h u a l e l l a m a n : " l a l e n g u a g e n e r a l d e l C u z ­c o " . E l a i m a r a es vma l e n g u a m á s rica e n v o c a b l o s y e n g i r o s q u e e l q u e c h u a y h a d e b i d o e s t a r c u a n d o l a c o n q u i s t a d e C a p a c k Y u p a n q u i e n l a relación d e l griego r e s p e c t o d e l latín. L a iBxtensión geográfica q u e a l c a n z a n l o s n o m ­b r e s a i m a r a s e n e l c o n t i n e n t e e s p r u e b a c o n t r a r i a a l o q u e s o s t i e n e M a r k h a m q u e l o s a i m a r a s e r a n t r i b u s d e l C o l l a o . E n l a m i s m a p r o v i n c i a g e n u i n a m e n ­te a u n a r a , según n u e s t r o a u t o r , e x i s t e n n o m b r e s c o m o l o s d e P a m p a m a r c a , v o c a b l o i n d i s c u t i b l e m e n t e a i m a r a . H a y además o t r o s l u g a r e s q u e l l e v a n e l s u j i f o b a m b a , c o m o C o c h a h a m b a , H a n t a b a m b a , A c o b a m b a . E s t a d e s i n e n c i a n o e s s i n o l a p a m p a a i m a r a y q u e h a v e n i d o modificándos,e e n b a m b a .

S i M a r k h a m s o s t i e n e q u e d e l a p r o v i n c i a d e A i m a r a s s e t r a s p l a n t a r o n c o l o ­n o s a l C o l l a o , ¿no podría c o n e q u i v a l e n c i a d e p r o b a b i l i d a d e s s o s t e n e r s e q u e a q u e l l a denominación d e a i m a r a s f u e l l e v a d a p o r c o l o n o s d e l a h o y a d e l T i ­t i c a c a , de a q u e l l a civilización q u e extendióse e n o r m e m e n t e p o r e l c e n t r o d e l c o n t i n e n t e ?

(2) D E L O S C O M E N T A B I O S R E A L E S , I , pág. 233. A y U o , d i c e n l o s c r o n i s t a s españoles, d a n d o u n a vocalización c a s t e l l a n a , y

ésta es l a q u e s e u s a h o y ; p e r o l o s aborigénes d i c e n a y l l u , q u e e s l a p r o n u n c i a ­ción q u e s e a c o m o d a a l a e s t r u c t u r a g r a m a t i c a l d e l a i m a r a .

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B A U T I S T A S A A V B B B A

señaló para su v iv ienda l a parte más occidental de la c iudad, la cual p o r estar en laderas y collados, se llamó Anancuzco, y ' en lo l lano y más bajo , quedóse el rey con su casa y vecindad; y, como ya todos eran orejones, que es tanto como decir nobles, y casi todos ellos hubiesen sido en f rmdar la nueva c iudad, t u ­viéronse siempre p o r i lustres las gentes que vivían en los dos lugares de l a c iudad l lamados Ananciozco y Orencuzco. Y a l ­gunos indios quis ieron decir que el inca había de ser de u n o de estos lugares, y el o t ro del o t r o " (^).

L a reseña de Cieza de León establece u n p u n t o fundamen­t a l en la formación de las noblezas incásicas, mediante la con­sagración del l ina j e consanguíneo y heredi tar io , ya cuando el i m p e r i o l lega con su tercer inca a u n período de organización política y aristocrática de f in ida .

Cuando se nos pone de manif iesto , que el ayllu i m p o r t a una relación de parentesco aristocrático, patronímico, se nos da el sentido más clásico de la gens, esto es, de aquella f a m i ­l i a que, según de Coulanges, " f o r m a b a u n cuerpo cuya consti ­tución era completamente aristocrática" (* ) . Pero el ayllu no ha permanecido cristal izado en su p r i m i t i v a es tructura f a m i ­l i a r sino que se ha t rans formado sucesivamente en c lan y co­m u n i d a d de aldea. T a l m o v i l i d a d evolut iva podría dar lugar a esta interrogación: ¿el ayllu, es or ig inar iamente una gens, cu­yo desdoblamiento ha produc ido la t r i b u , la marca y la na­ción? ¿O b ien, ese grupo f a m i l i a r consanguíneo surgió única­mente en época en que la constitución social de los poblado­res de la hoya del Tit icaca había llegado a u n grado medio o superior de desenvolvimiento?

Se ha dicho, y con c ierta razón, "que los más difíciles pro ­blemas de la asociación etnogénica, son aquéllos que se refie­r e n a las pr imeras formas de l a f a m i l i a y a las relaciones de l a f a m i H a con los orígenes del c lan y de la t r i b u " (^). Esta m i s m a d i f i c u l t a d tendríamos en la penetración de la consti­tución p r i m i t i v a del ayllu, s i n o poseyéramos elementos de cla­r o discernimiento recogidos tanto por los cronistas españo­les cuanto p o r una investigación directa en las ramas aima­r a y quechua o peruana. L a estructura p r i m i t i v a del ayllu es

(3 ) S E G U N D A P A R T E D E L A C R O N I C A D E L P E R U , p u b U c a d a p o r M a r ­c o s Jiménez d e l a E s p a d a . M a d r i d , 1890, págs . 192 y 193.

(4 ) L A C I U D A D A N T I G U A , X , págs. 112 y 123. (5 ) G i d d l n s , O B . C I T . , I I L pág. 324.

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E l . A T t I . tr

la de una gens. Los aylliis congregándose, mezclándose, f o r m a ­r o n comunidades terr i tor ia les y pueblos . Mas, dentro de es­tas agrupaciones mayores subsiste l a f a m i l i a , aunque no con sus rasgos y fisonomía p r i m e r o s . E n u n período poster ior , en ese período en que las t r i b u s terr i tor ia les esbozan l a naciona­l idad , cuando se organiza el i m p e r i o peruano, resurge nueva­mente el ayllu casi en su f o r m a antigua y típica, sobre todo , en las fami l ias aristocráticas que se apoderan del gobierno de la nación.

Los ayllus aristocráticos del Cuzco, en su organización i n ­terna, t ienen una exacta correspondencia con la constitución p a t r i a r c a l del genos griego o de la gens l a t ina , en que el pa­rentesco de sangre o nombres se t ransmi te de generación en generación mascul ina, p o r representación del pater familias ( " ) . "Todos los jefes^ dice M . M a r k h a m , o, m e j o r dicho, los cabecillas de los ayllus o l inajes, fueron l lamados incas, y no fue sino hasta u n período poster ior que el nombre pasó a ser título especial de la f a m i h a r e a l . A u n después, los hombres principales de esta cuna or ig ina l de la raza i m p e r i a l , retuvie­r o n el nombre de incas; pero se pretendía que el título les fue conferido como favor especial" C ) . E l pasaje de M . M a r k ­h a m p e r m i t e establecer esta inferencia : que el título inca, que designaba realmente u n a función pat r iar ca l , de l ina j e en sus orígenes, se tomó como d ignidad i m p e r i a l , con las mismas leyes y famil iares r i t o s . I g u a l cosa vemos producirse en Roma (que en su h i s t o r i a tiene muchos puntos de analogía con el impe­r i o peruano) , donde la d ignidad y las funciones del impefator representaban, en grande, dentro de aquella vigorosa centra l i ­zación estatal, la a u t o r i d a d y prerrogativas del pater familias q u i r i t a r i o .

(6 ) M . d e C o u l a n g e s , a l d e s c r i b i m o s l o s c a r a c t e r e s c o n s t i t u t i v o s d e l a g e n s , n o s d i c e : " C a d a f a m i l i a t i e n e s u s l e y e s , n o e s c r i t a s s i n d u d a , p e r o s í g r a b a ­d a s p o r l a c r e e n c i a r e l i g i o s a e n e l corazón d e c a d a i n d i v i d u o : t i e n e s u j u s t i c i a i n t e r i o r , p o r . e n c i m a d e l a c u a l n o h a y n i n g u n a a q u i e n p u e d a a p e l a r s e ; y p o ­s e y e n d o d e n t r o de sí m i s m a c u a n t o e n r i g o r p u e d e n e c e s i t a r e l I n d i v i d u o p a r a s u v i d a m a t e r i a l y m o r a l , n o l e h a c e f a l t a n a d a de f u e r a , y e s , p o r c o n s i g u i e n ­te, u n e s t a d o o r g a n i z a d o , u n a s o c i e d a d q u e s e b a s t a a sí m i s m a . M a s l a f a m i ­l i a d e l o s a n t i g u o s t i e m p o s n o está r e d u c i d a a l a s p r o p o r c i o n e s d e l a f a m i l i a m o d e r n a , p o r q u e m i e n t r a s e n l a s g r a n d e s s o c i e d a d e s l a f a m i l i a s e d e s m e m ­b r a y s e a m i n o r a , c u a n d o n o h a y o t r a s o c i e d a d , s e e x t i e n d e , s e d e s a r r o l l a y s e r a m i f i c a s i n d e v i d i r s e , q u e d a n d o m u c h a s r a m a s m e n o r e s a g r u p a d a s a l r e d e ­d o r de l a m a y o r , c e r c a d e l h o g a r único y d e l sepiücro c o m ú n " . C I U D A D A N ­T I G U A , X , págs. 127 y 128.

(7) X H E J O U R N A L O P T H E R O Y A L G E O G R A P H I C A L S O C I E T Y , v o l . X L I , 1071.

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B A U T I S T A S A A V E B B A

Los caracteres propios del áyllu, en su origen, son, según las inducciones más rigurosas los de la f a m i l i a consanguínea. E n el aylhi que nos describen los cronistas peninsulares, en­contramos a l a vez que" u n a cohesión consanguínea, u n régi­m e n p a t r i a r c a l del anciano o jefe, que es el t ronco del cual proceden o p o r el cual se relacionan y agrupan las fami l ias . Esta u n i d a d del grupo consanguíneo ha debido ser a n t e r i o r a las tradiciones recogidas p o r los historiadores y a l a f o r m a ­ción, de consiguiente, de las grandes t r i b u s guerreras.

S i comparamos estos fxmdamentos del ayllu con los de l a f a m i l i a l a t ina , hal lamos ser los mismos . M o m m s e n sostie­ne que: " l a f a m i l i a comprendía todas las personas, de uno y o t r o sexo, que descendían, p o r línea de varón y legítimo ma­t r i m o n i o , de u n ascendiente común ó- que se reputaban des­cender de él" (^). Pero l a f a m i l i a de los pueblos arios no só­lo fue núcleo de parentesco rea l sino también una asociación rel ig isoa. M . de Coulanges lo ha demostrado con gran erudi ­ción: " L a unión de los miembros de l a f a m i l i a antigua ha con­sistido en algo más poderoso que el nac imiento , que el senti­miento y que l a fuerza física: es l a religión del hogar y de los antepasados, l a cual hace que f o r m e l a f a m i l i a xm cuerpo en esta v i d a y en la o t r a " (^).

E n el a y l l u , se descubre igualmente su fundamento r e l i ­gioso. M e j o r dicho, su constitución es hondamente religiosa. Podríamos atenernos en este p u n t o a la información del pres­bítero Francisco de Av i la , cura de Guaneo, que escribiendo a l Arzobispo de L i m a , le decía: " E n todos los dichos pueblos (prov inc ia de H u a r o c h i r i ) había ídolos mayores y menores, y no hay f a m i l i a de indios aunque no haya quedado de una ge­neración más que una persona que no tenga su p a r t i c u l a r Dios pénate en su casa, de manera que s i procedieron de Juan ocho o diez personas éstos t ienen u n ídolo que dejó aquél de quien proced ieron . Y este ídolo guarda el más p r i n c i p a l de aque­l l a f a m i l i a . Y en quien está el derecho de sucesión en los bie­nes y lo demás, de manera que el guardar este ídolo es como entre nosotros el derecho de patronazgo que pasa con la he­rencia y cuando j u r e sanguinis no hay quien proceda y suce­da suele el que lo tiene, encomendarlo a l que le parece más prop incuo p o r a f in idad o más amigo" {^°).

(8 ) D E B E G H O P U B L I C O B O M A N O , I , pág. 12. (9) O B . C I T . , pág. 44. . (10) A r c h i v o G e n e r a l de I n d i a s . A u d i e n c i a d e L i m a . 1548—1699. B e l a c i d n

d e l P . F r a n c i s c o A v i l a , c u r a d e G u a n e o , s i n f e c h a . E s t a n t e 71. Cajón 3. L e g . 9. *

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E X A X 1 X U

Pero donde se encuentra el signo inequívoco de la fisono­mía religiosa del a y l l u , es en el cul to de los antepasados. Los pobladores precolombinos, los aimaras, especialmente, h a n de­jado huellas m u y acentuadas de sus r i tos consagrados al cul­to de sus mayores . Los menhires y cromleches, cuya edifica­ción es innegablemente religiosa, se encuentran en comarcas aimaras. " E n S i l lus tani y en otras regiones, asegura Sebas­tián Llórente, se encuentran también antiquísimos círculos so­lares, que suelen confundirse con los cercos formados p o r ca­zadores y pastores para coger animales montaraces: se com­ponen de grandes piedras dispuestas en círculos o en varios círculos concéntricos, y en nada di f ieren de las construccio­nes del mismo género que se h a l l a n en la I n d i a , S ir ia , Dina­marca y Bretaña y se clasif ican de monumentos ciclópicos o megalíticos" (^^).

E l culto de las sepultaciones llegó hasta el empleo de pro ­cedimientos perfectos, cual lo demuestran los chidlpas, p ro ­cedimiento parecido al de los enterramientos egipcios. E n una relación de costumbres de los indios pacajes, prov inc ia de a i ­maras, encontramos respecto de los enterramientos la siguien­te descripción: " L a manera que tenían estos pacaxes para en­terrarse, era sacar las tr ipas a los d i funtos y las echaban en una ol la y las enterraban debajo de t i e r r a , j u n t o a l cuerpo l iado con unas sogas de p a j a . Y las sepulturas eran fuera del pueblo, cuadradas y altas, a manera de bóveda, y el suelo em­pedrado, y p o r a r r iba cubiertas con unas losas y p,or de fue­r a pintadas con algunos colores. Y a l d i funto le enterraban con los mejores vestidos y ofrecían mucha comida y azua, y daban de comer a los indios que se ha l laban en el ent ierro , y hacían a l d i funto gran l l a n t o " (^^).

E n general, las sepultaciones se hacían en montículos de corte y formas regulares, más que irregulares, como sostiene Prescott. Su arqui tec tura era simplísima, consistente, ordina-i-iamente, en u n a bóveda de adobes o piedras acumuladas unas sobre otras y recubierta de t i e r r a . Allí dentro colocaban los muertos en posturas simbólicas y rodeados de tesoros, ofren­das, v a j i l l a , ídolos, guacas.

(11) A N T I G Ü E D A D E S P B I M I T I V A S D E L P E B U , B e v i s t a p e r u a n a , v o l . I I , pág. 104.

(12) B E L A C I O N E S G E O G B A F I C A S D E I N D I A S , t o m . 1, pág. 60.

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B A U T I S T A S A A V E D R A

E n u n curioso l i b r o destinado a l a investigación del o r i ­gen de los indios del nuevo mundo , del P. Gi-egorio García, se encuentra u n párrafo que podría servir a este propósito. Dice: " E n esto parecen los indios a los judíos, que solían en­terrarse en montes y lugares altos: y los indios de los llanos del Perú, p o r no tener montes, porque son arenales, los ha­cían de la m i s m a t i e r r a y a r e n a . . . y a l presente se ven ruinas de sus soberbios edificios: demás de lo cual, por toda la Sie­r r a del Perú están los campos llenos de sepulcros, a modo dé torrecillas, a l presente están llenos de calaveras y de cuerpos de aquellos gentiles, que con el u n i f o r m e temperamento y su t i ­les aires, están secos e incorporados: que los unos y los otros he v isto , y c o n f i r m a r o n esta verdad todos los que h a n andado p o r aquellas ruinas {^^).

Tales prácticas funerario-religiosas no fueron propias de uno u o tro pueblo . Son comunes, como hace notar el h i s tor ia ­dor americano, a t r i b u s y pueblos de ambos continentes (^*). As imismo se descubre en las momias caracteres antropoló­gicos que demuestran, fuera de los procedimientos art i f ic iales de deformación craneana, la existencia de razas diferentes. Es­t a m i s m a observación se ha hecho valer en el estudio de los túmulos de E u r o p a y nor te de Afr i ca , para combat i r l a teoría del "pueblo de los dolmens" , que atribioía a una sola rama ét­nica l a in i c ia t i va de los monumentos megalíticos.

E n los grupos aimaras subsisten aún las libaciones y ofren­das en la t u m b a de los muer tos . Pero estas prácticas, ¿son originarias de los p r i m i t i v o s pueblos que se h a n perpetuado a través del t i empo y de las variaciones sociales, o h a n sido copiadas de los conquistadores? Es innegable que las ofren­das m o r t u o r i a s se encuentran en las sepultaciones de los an­tiguos aimaras, como lo denuncian los túmulos de los c h u l l -pas, donde se encuentra vasos, ánforas y platos que hacen suponer que depositaban comidas y bebidas. Tales o frec imien­tos funerarios , quizás se pract icaban, no sólo en fuerza de las ideas de, supervivencia del espíritu, sino también por l a creen­cia en los largos viajes que debían emprender los muer tos . M . de Coulanges nos da, en el capítulo del "Cul to de los muer tos "

(13) O R I G E N " D E L O S I N D I O S D E L N U E V O M U N D O E I N D I A S O C C I ­D E N T A L E S , 1720, pág, 96.

(14) G . H . P r e s c o t t , H I S T O R I A D E L A C O N Q U I S T A D E L P E R U , I I L pá­g i n a 104.

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E L A Y L L U

de l a "C iudad A n t i g u a " , u n a explicación de estos r i tos mor­tuor i o s . "Puesto que el m u e r t o tenía necesidad de comer y beber, se comprendió que los vivos tenían que satisfacerla y se hizo ob l igator io el cuidado de l levar a los muertos sus a l i ­mentos, para no abandonaiies a l capricho de los sentimientos variables del h o m b r e . Así se estableció una rehgión de la muerte , cuyos dogmas t a l vez se b o r r a r o n p r o n t o , pero cu­yos r i tos d u r a r o n hasta el t r i u n f o del c r i s t ian ismo" (^^).

Interpretación sería ésta que tendría en el caso actual el mérito, a más de señalar su s i m i l i t u d con los r i tuales aima­ras, de l levamos a una conclusión inev i tab le . L a religión de la t u m b a con todas sus solemnidades litúrgicas no ha debido surgir sino dentro de l a constitución patronímica de la f a m i ­l i a . L a arqu i tec tura funerar ia sólo ha podido progresar con el arraigo a la t i e r r a de las t r i b u s errantes y con el cul to de los antepasados. E n las fami l ias peruanas el culto de los an­tepasados revestía esos mismos caracteres. "Los incas, nos d i ­ce M . M a r k h a m ( " ) , adoraban también a sus antepasados. L a pacarina o antecesor del ayl lu o l ina je , se idealizaba como al ­m a o esencia de sus descendientes". Y en la nota que ha pues­to para explicar el significado de pacarina que deriva del ver­bo: pacarina, amanecer, nos da, precisamente, una raíz aima­r a : piacara. " E l emblema que se adoraba, agrega, era el ver­dadero cuerpo, l lamado m a l q u l , que se conservaba con el ma­yor esmero en cuevas l lamadas machay, y en fiestas solemnes los ayllus se reunían" (^'').

(15) O B . C I T . , l, pág. 20. (16) O B . C I T . , pág. 52. (17) I B I D , 52.

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I V

Se entrecruzan, pues, múltiples consideraciones para dar lugar a suponer, que en los pr imeros albores de las poblacio­nes aimaras surgió el ayllu, l ina je , o sea l a f a m i l i a patroní­mica , antes de toda organización t r i b a l y nac ional . Empero , la mayor parte de los investigadores de las civilizaciones pre­colombinas del continente sud, sostienen que l a única evolu­ción social digna de tenerse en cuenta, es la incásica. Supo­ne que las demás razas y poblaciones no pasaron de la orga­nización t r i b a l , en la cual se encuentran casi todas las pobla­ciones aborígenes. Esta afirmación i m p l i c a l a idea de que los grupos sociales inferiores no han conocido o t r a f o r m a de con­vivencia, dentro de l a cual no se acepta la existencia de la fa­m i l i a extensa y autónoma o lo que en otros téi-minos impor ­t a la teoría que Gumplowicz ha sostenido diciendo: "que los grupos singenéticos ordinar ios más inferiores en que se dis­t r i b u y e n los pueblos salvajes o s in civilización son las t r i b u s " (^). Pero t a l aserción es insostenible respecto de las pobla­ciones de nuestro continente, y los científicos e historiadores que t a l cosa h a n a f i rmado , lo h a n hecho sencillamente, por­que no h a n pasado en sus investigaciones de la epidermis de la sociología americana. Y mucho más desprovista de funda­mento sería t a l creencia si se t r a t a de los aimaras, de cuya civilización asombrosa tendríamos test imonios evidentes en las ruinas de Tiaguanacu, en los restos de su constitución social y en la riqueza de su hermosa lengua.

(1 ) O B . C I T . , I I , pág. 213.

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E n cuanto al a y l l u , no es de suponer que hubiese naci ­do exclusivamente en la r a m a aimara, n i tampoco podría sos­tenerse que hubiese aparecido en ella con anter ior idad a las de­más del cont inente . Por poco que se penetre en el conocimien­to de las instituciones p r i m i t i v a s de estos pueblos indígenas, se encontrará siempre l a f o r m a típica de la gens. Así, por ejem­p lo , el c a l l p u l l i azteca, t e r r i t o r i a l m e n t e considerado, es seme-

' j ante a l ay l lu mcásico, cuando éste tenía la estructura del clan, como ha de verse más adelante. ¿La ident idad de los p r i m e ­ros gérmenes de l a composición social se debe acaso a la co­p i a o i n f l u j o de unos pueblos en otros? ¿Será el resultado de la herencia de troncos comunes, pero netamente americanos, o se remontará su procedencia a fuentes más lejanas, a las ra ­mas orientales del v ie jo continente?

E l barón de H u m b o l d t ha sostenido que "no hay t r a d i ­ción alguna que revele lazos de unión entre las naciones de la América m e r i d i o n a l y las del nor te del i s tmo de Panamá". Pero después agrega: "Mas, poco i m p o r t a que las tradiciones no nos descubran relación alguna directa entre los pueblos de una y o t r a América, pues su h i s t o r i a nos da a conocer no­tables analogías en sus respectivas revoluciones políticas y re­ligiosas de que data la civilización de los Aztecas, Músicas y Peruanos" (^).

Las analogías son aún mayores en orden a las lenguas i n ­dígenas . Gran número de ellas denuncian u n parentesco f r a ­t e r n a l . H u m b o l d t mismo sostiene que "en el dédalo de los id iomas americanos b ien se ve que pueden agruparse muchos en fami l ias , mientras qué otros quedan enteramente aislados". Mas, cree él que l a tendencia u n i f o r m e de los idiomas anun­cia, sino ident idad de origen, por lo menos extremada ana­logía en las disposiciones intelectuales de los pueblos amer i ­canos desde l a Groenlandia a las t ierras magallánicas" C ) . Por su parte , M . D'Orbigny, uno de los más grandes sabios que ha vis i tado largamente l a América, abona las observacio­nes del sabio alemán, cuando descubriendo semejanzas sor­prendentes entre los habitantes de l Orinoco y los guaraníes del Paraguay, decía: "Encontramos , en todo el m i s m o estado social, las mismas modificaciones de costumbres, de faculta­des morales e intelectuales; pero ¡cuál no fue nuestra so ipre-

(2 ) M O N U M E N T O S D E L O S A N T I G U O S P m S B L O S D E A M E R I C A I • g l n a 9. . • ,

( 3 ) I B I D . , pág. 11.

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E l , A X X, I j V

sa, cuando esta comparación nos demostró que palabras evi­dentemente guaraníes, que no podían haber sido comunicadas más que p o r el contacto, se encuentran en el número de pa­labras citadas p o r e l sabio v ia jero en las lenguas de las na­ciones Caribes, Omaguas, Maipures , Tamanaques, Parenis y Chacías del Orinoco y de Cumaná! T a l teoría da lugar a con­c lu i r que los guaraníes se extendieron p o r codo el largo de la América m e r i d i o n a l " (* ) .

H u m b o l d t , como D'Orbigny, aceptan, para explicarse t a n singulares semejanzas, dos extremos que no satisfacen a la crí­t ica moderna . La ident idad de disposiciones intelectuales, i n ­sinuada p o r el p r i m e r o , no hace sino aplazar la d i f i c u l t a d . No ha podido exist ir en América esa ident idad dada la variedad de razas y del medio f ísico. Tampoco la analogía de disposi­ciones puede engendrar raíces comunes de lenguaje. Su pro­posición se ha l la en plena contradicción con las leyes de la f i ­lología comparada que demuestran l a existencia de raíces i r r e ­concil iables. De otro lado, las mismas necesidades fisiológi­cas no producen los mismos sonidos, n i las mismas formas de expresión del pensamiento. ¿Cómo se explicaría entonces la p l u r a l i d a d de lenguas?

E n cuanto a D 'Orbigny, el e r ror a que nos conduciría se­ría el de suponer que los guaraníes se extendieron p o r todo el continente, cuando p o r los historiadores coloniales, como por u n estudio más exacto que se ha hecho de este id ioma, se viene en conocimiento que las t r i b u s guaraníes ocupaban só­lo determinadas zonas del Paraguay, Paraná y Uruguay . Me­nos aún que aquellas hipótesis podría resolver el prob lema en cuestión l a teoría de los m f l u j o s recíprocos. Dada la geo­grafía del continente sus formidables barreras de montañas y repliegues inaccesibles, de bosques impenetrables, de llanos y desiertos inconmensurables, la imitación, el contacto inme­diato o frecuente, h a n debido ser, sino nulos , demasiado te­nues para p r o d u c i r esos fenómenos sociales de sorprendente s i m i l i t u d .

N o quedaría o t r a explicación razonable de las analogías americanas, sobre todo de las lingüísticas, que la de suponer que esa ident idad proceda de fuentes comunes, que desapa­recieron, y que dispersándose p o r cl imas y pueblos diversos

(4) L ' H o m m e A m e r l c a i n I n t . , pág. X I I .

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adqu i r i e ron caracteres nuevos en sus fonemas y morfemas dan­do nacimiento a lenguas como el arawak, el aimara, el guara­ní, e l quechua, que se extendieron geográficamente debido a causas políticas y económicas. "Circunstancias históricas •—di­ce Vendryes— explican el predomin io de una lengua tomada como base y su extensión p o r encima de los parlares locales. Algunas veces u n dialecto, es decir, la lengua de r m país da­do, que se extiende a los países vecinos, llega a ser una len­gua c o m t i n " . A su vez las lenguas comunes se fraccionan y se desmigajan p o r segmentación a medida que una lengua se emplea con mayor extensión.

Fuerza, desde luego, a esta conclusión, la comunidad de raíces en las principales lenguas indígenas como el quechua, a imara , atacameña y guaraní. Acaso podría oponerse a esta inducción la ley de la renovación dialectal, con que M a x Mü­l ler contrad i jo lo expuesto por G r i m , de que " toda m u l t i p l i c i ­dad de dialectos proviene de u n a u n i d a d p r i m i t i v a " . Müller considera en su apoyo que "nada sorprendió tanto a los m i ­sioneros jesuítas como el número i n f i n i t o de dialectos habla­dos por los indígenas de América. Lejos de ser prueba de una civilización adelantada esa m u l t i p l i c i d a d de lenguas, revelaba más b ien que las diversas razas de América no se habían so­met ido nunca durante c ierto espacio de t i empo a u n a podero­sa concentración política, y que jamás habían llegado a f u n ­dar grandes imper ios nacionales" (^ ) . .

Las suposiciones del filólogo alemán están en oposición con los datos más elementales de l a h i s to r ia y preh is tor ia ame­ricanas, que nos enseñan el paso, p o r el continente de Colón, de civilizaciones e imperios poderosos. L a existencia de len­guas irreconci l iables en sus fuentes y en su estructura puede encuadrarse b i e n con la teoría pol igenista que, en l a p l u r a l i ­dad de ellas; ve la m u l t i p l i c i d a d de centros creadores de id i o ­mas diversos; pero t a l cuestión es d i s t inta , y nada tiene que ver con lenguas hermanas, o que, puedan, en diversos grados de parentesco, referirse a u n centro común de procedencia.

E n América, las s imihtudes sociales y filológicas no t ie ­nen o t r a interpretación. Esta comunidad no podría negarse desde luego, entre las civihzaciones a imara y quechua, s i es que ésta no es sino u n desdoblamiento de aquélla. Las estre-

(5) L E L A N G A G E , pág. 308. París, 1921. (6 ) L A C I E N C I A D E L L E N G U A J E , I I , pág. 60.

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E l / A Y X I , U

chas relaciones que se descubren entre ambas ramas inducen a pensar que t u v i e r o n remotamente una fuente común.

E l quechua fue i d i o m a que representando una extensa c i v i ­lización no hizo sino c u b r i r m u y p,or encima una más honda que ella: l a a imara, s in haber podido b o r r a r l a . Raspando u n po­co el barniz quechua queda como roca f i r m e el a imara y su civilización. ¿Quiénes fueron aquellas gentes, aquellos pueblos, aquellas razas? Ese es el prob lema p o r d i luc idar y que está intocado. Todos los investigadores, científicos o no, se h a n l i m i t a d o a estudiar la civilización quechua, lo que h a n visto en l a superficie de l a estratificación de las culturas indígenas del contüiente. Poco o nada han penetrado en el fondo del problema, en la c u l t u r a a imara .

N o sabemos por dónde e l alemán Pablo Ereneich haya de­ducido que ambas lenguas son " fundamentalmente diversas" C ) . Bastaría hacer u n a l igera comparación entre las gramá­ticas de ambos idiomas para descubrir l a ident idad de raíces (^). Prueba de esa comunidad sería la p a r i n o m i a de ciertos vocablos. Así, por e jemplo, los numerales tres (quimsa, k i m -sa) , cinco (phiscay y pheska) , seis (soctay y sojgta) y diez (chunca y t u n c a ) , son unos mismos con variaciones fonéticas imperceptibles casi. Hay además u n a larga serie de vocablos comunes a ambas lenguas; así son: auqa ( t i r a n o ) , a j i l o (ba l ­bucear) , a l l p i ( m a z a m o r r a ) , a n k u ( n e r v i o ) , al lqo ( p e r r o ) , atipaña (vencer) , aicha (carne) , a i l l u ( l i n a j e ) , amaya ( d i f u n t o ) , apaña ( l l e v a r ) , apu (capitán), koya re-iimcqorpachaña (hospe­d a r ) , chúachaña ( c l a r i f i c a r ) , cuspa (bo lsa) , chhuUa (chosa), chu j l chu j (calofr ío) , ch'awara (segadora), chajtaña (enrique­cer ) , chirwaña ( e s p r i m i r ) , ch'usaña (estar ausente), ch ' is i ( f r ío ) , chaka (puente ) , c h a j r u m a (mezc lar ) , chukuña (de cu-

(7) B O L E T I N D E L M I N I S T E R I O D E C O L O N I Z A C I O N , N ? 21, pág. 713. L a Etnografía d e l a América d e l S u d .

(8) E l d o c t o r M a x U l i l e o p i n a también q u e ; " E l a i m a r a y e l q u e c h u a s o n e n s u o r i g e n d e e s t i r p e d i f e r e n t e , c o m o p r u e b a l a d i f e r e n c i a d e l o s f i m d a m e n -tos d e s u s v o c a b u l a r i o s , e s p e c i a l m e n t e Bii l a denominación d e l a s p a r t e s d e l c u e r p o . S u g r a n s e m e j a n z a p r e s e n t e h a s i d o d e b i d a a u n a c t o d e asünilación p o r p a r t e d e u n a d e l a s l e n g u a s a l a o t r a , c o m o p u e d e s u c e d e r e n t r e l e n g u a s v e c i n a s . Y a v e m o s j x i r l a comparación de l a s d o s l e n g u a s , q u e l a asimilación n o p u e d e h a b e r s i d o l a d e l a i m a r a a l q u e c h u a , s i n o l a d e l q u e c h u a a l o t r o . E s t e r e s u l t a d o t a n s e g u r o está e n c o m p l e t a armonía c o n o t r o s q u e s e h a n d e s a c a r de l a extensión p r e i n c a i c a d e l a s d o s l e n g u a s , a u n q u e l a opinión comi3n h a s t a e l día h a j u z g a d o e n f a v o r d e l a m a y o r extensión o r i g i n a l d e l q u e c h u a i n d e b i d a m e n t e " . ( C o n f e r e n c i a d a d a e n L a P a a e n sesión d e a m e r i c a n i s t a s . 1910) .

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B A t t T I S T A S A A V E D B A '

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c l i l l as ) , chalwa (pescado), cheqa (verdad) , c h i j i ( g rama) , chi -wanko ( m i r l o ) , cliiñi (murciélago) , ch 'uru (caracol ) , chupu (div ieso) , h a r a r a n k u ( l a g a r t i j a ) , h u k u m a r i (oso) , hucha (cul ­p a ) , q'ucho (r incón) , qarachi ( roña) , khuchuña ( c o r t a r ) , qkes-p i (retazos de v i d r i o ) , q 'achu (yerba ) , kutiña ( vo lver ) , con­cho ( t u r b i o ) , k u n t u r i ( c óndor ) , kus i -kus i (araña), qallaña (co­menzar ) , qoquña (restregar ) , K e n t i ( p i c a f l o r ) , qellqaña (es­c r i b i r ) , luq 'ana (dedo) , l a ika ( b r u j o ) , l a r k a (acequia) , l a p h u ( h o j a ) , Uamp'u ( p o l v o ) , Ilakisiña ( a f l i j i r s e ) , U i l h ( sarpuUido) , Uamkliaña (manosear) , Uust'aña ( resbalar ) , UojUe (avenida) , lajUaña ( laborar madera ) , Uiphiña ( l u c i r ) , llalliña (aventa jar ) , l lausa (babas) , misq'isiña ( a d u l a r ) , m a i n i m p i (con o t r o ) , m u -qhiña ( o l e r ) , m a l i n a ( p r o b a r ) , munaña (querer ) , machaña (embriagarse) , m i l l u ( a l u m b r e ) , massi ( compañero) , m i s i (ga­t o ) , marquaña ( l levar en brazos) , m a m a ( m a d r e ) , m a n u (deu­d a ) , m i n q V ( s u s t i t u t o ) , m a t h i (calabaza), m i c h a (mezquino ) , m o k o ( n u d o ) , moroq ' o ( redondo ) , nusphaña (pensar) , nina ( fuego) , ñuño, ( t e t a ) , o r k o (macho ) , oqe (ojos zarcos) , p i r w a , (granero ) , p 'usuUu ( a m p o l l a ) , p i l i ( p a t o ) , p i l p i n t o (mar ipo ­sa) , perka (pared ) , p ' isaka (perd i z ) , p h u y u ( p l u m a ) , phiña ( b r a v o ) , p u k a r a ( fortaleza, p u c h ' u ( m a n a n t i a l ) , paqema ( p r i ­s ionero) , pacha ( t i empo , l u g a r ) , pallaña (recoger) , pantana ( e r r a r ) , pachiña ( q u e b r a r ) , p ichana ( b a r r e r ) , p i l l u ( gu i rna l ­d a ) , p i n q i l l o ( f l a u t a ) , p i s i (escaso), p'osoka (espuma) , puchu ( sobra ) , etc.

¿A qué conclusiones lingüísticas puede conducimos t a l pa­r idad?

E l parentesco en las lenguas consiste en u n con junto de rasgos comunes a los idiomas que se compárala, y que tenien­do u n mismo or igen se han difei-enciado p o r circunstancias históricas. T a l ha sucedido entre el a imara y el quechua. La alteración fonética -que h a n sufr ido por influencias geográfi­cas, políticas y de entrecruce recíproco no ha podido mante­ner en la mayor par te de los casos completa ident idad en las voces or iginarias de una o t r a fuente común. N o podría a t r i ­buirse esta hermandad lingüística, como piensan algunos, en­t r e ellos M a r k h a m , sólo a l i n f l u j o de la dominación incaica sobre los a imaras . E l error de M a r k h a m y otros está en su­poner que e l a imara salió del quechua, o viceversa. Ningún i d i o m a sale entero de o t r o . Entretenerse en buscar u n a co­m u n i d a d o s i m i l i t u d íntima de vocablos aimaras y quechuas sería vana ocupación si no supiésemos p o r ciertos datos históri­cos que ambas civilizaciones t u v i e r o n contactos m u y estrechos.

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porque de o t ro modo s in el auxi l iar histórico •— al decir de u n entendido en l a m a t e r i a — las conclusiones que puede a r r o j a r el método comparat ivo en filología, que consiste en pro lon ­gar en el pasado desconocido el método histórico, quedan m u y atenuadas en su valor ( " ) . L a etimología de vocablos sin conocimiento alguno de las relaciones históricas de los id io ­mas a que pertenecen, no darían mucha luz acerca de la coor­dinación lingüística que se estudia, una vez que palabras que tienen el roismo sentido y l a m i s m a pronunciación no tienen relación de parentesco a lgmio .

L a cronología incásica, como la azteca, no remonta más allá del siglo X I I . Pero tanto los peruanos como los aztecas encontraron a su paso monumentos antiquísimos que atesti­guan el f lorec imiento de civilizaciones poderosas. Los incas quedaron sorprendidos a l contemplar los restos de Tiagna-nacu. Cieza de León n a r r a la veneración religiosa con que m i r a b a n las gentes procedentes del Cuzco aquellas majestuo­sas ruinas que, indudablemente, i n v i t a b a n a med i tar sobre una antigüedad le jana . E l arcaísmo tiguanaquense no debe a t r i ­buirse a la c u l t u r a incásica. P,or p u n t o general, debería acep­tarse la observación de u n dist inguido peruanólogo, el señor Llórente, quien cree: "que no es t a n fácil d i s t ingu ir las a n t i ­güedades p r i m i t i v a s de las que pertenecen a la civilización de los incas, a quienes suele a t r ibu i rse toda la c u l t u r a del an­t iguo Perú. Los h i jos del Sol, añade, en el interés de su do­minación y de su cul to , acostumbraron t r a n s f o r m a r los an­teriores monumentos , cubriéndolos de nuevas construcciones o, a l menos, las c i r cundaron de edificios consagrados a la ado­ración solar que dejan en débil luz las creencias y trabajos más antiguos . Los grandes monumentos , que nunca podrían improvisarse , y que se ha l lan en lugares a donde no llegó o sólo ejerció una in f luenc ia efímera la dominación de los i n ­cas, c iertamente que no fueron levantados p o r su gobierno"

(9 ) V e n d r y e s , L A L A N G A G E , pág. 360. (10) R E V I S T A P E R U A N A , 1879, v o l . I I , pág. 6.

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N o cabe la menor duda . H u b o una civilización extensa, superior y antigua a la incásica y de la que no quedan sino aquellos soberbios vestigios de Tiaguanacu, cuyos últimos des­cubrimientos a f i r m a n indiscut ib lemente su grandeza respecto de toda otra , equiparándose únicamente a la azteca. Nada t a m ­poco se opone a que los aimaras fuesen los representantes de ese grado de f lorec imiento social . N o obstante, M . M a r k h a m niega desde el p u n t o de v ista megalítico la creencia en la an­t igua civilización a imara anter ior a l a incásica; pero las i n ­ducciones de este d ist inguido escr itor son puramente históri­cas y carecen de base científica. Se atiene exclusivamente a l relato de cronistas españoles, los que no pueden darnos res­puesta a cuestiones de orden más pro fundo que l a simple na-i-ración de las tradiciones borrosas de pueblos desaparecidos. Esas investigaciones recién están p o r hacerse, mas, con otro género de c r i t e r i o y con otros ins t rumentos . L a arqueología, la filología y la sociología comparadas, sobre todo, h a n de de­c id i r estas cuestiones. Entre tanto , las razones son puramente presuntivas.

E n t r e las muchas que de esta índqle m i l i t a n en apoyo de la antigua civilización aimara, hay una de orden geográfico. La extensión a que llega la civilización a imara ha quedado ates­t iguada en los nombres de lugares, montes y ríos (^). De es-

(1 ) " E n t r e ' l a s t r i b u s q u e c h u a s d e S o l i v i a , a n t i g u o d o m i n i o d e l o s a i ­m a r a s , t e n e m o s l o s s i g u i e n t e s l u g a r e s d e o r i g e n a i m a r a : H a c h a c o t a — m a r

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B A U T I S T A S A A V E D B A

t a índole son las que apuntamos con respecto a la extensión geográfica del a imara en e l continente sudamericano. N o nos dejaremos arrastrar , p o r c ierto , de aquellas falsas aparien­cias que han inducido a afirmaciones s in fundamento serio. Tropezaremos con una d i f i cu l tad , que siempre se puede sal­var, pero que es ocasionada a erróneas interpretaciones . Y ella no es o t r a cosa que la alteración fonética que han sufr ido los vocablos aimaras en su contacto con el quechua, p r i m e r o , y con el español, después. L a inf luenc ia de este último ha des­f igurado en gran escala la fonética a i m a r a . E n la mayor parte de los nombres aimaras y quechuas es la vocalización caste­l lana la que ha venido a prevalecer. Con todo, en el fondo de la palabra alterada se puede descubrir la voz indígena.

Hay, desde luego, u n a indicación idiomática que puede al lanar e l t r a b a j o . Todos los nombres de lugares que l levan

d e lágrimas, e s t a n c i a d e T a r a p a y a ( A y o p a y a ) ; A c h a c h i h i v a . t a ^ a ' b u e l o m u e r ­to , e n C a p i n o t a ( A r q u e ) ; H u m u c h M m a — a g u a d e l pájaro, serranía a l S . d e , CochalDamba, ; Amaya—cadáver , e s t a n c i a d e C h a r o p a y a ( A y o p a y a ) ; H a n q o -k a l a — p i e d r a b l a n c a , t r e s e s t a n c i a s d e C a p i n o t a ( A r q u e ) ; A n u c a r a n l — c o n p e ­r r o , p r o p i e d a d e s d e Q u i l l a k o l l o (Tapacarí) ; A s i r u m a r k a — c o m a r c a d e c u l e b r a s , e n S a n Joaquín de H o c t a ( C e r c a d o ) ; H a y a p a y a . — l e j o s de dos , p r o v i n c i a s d e C o -c h a b a m b a . K a l a q h a w a n i — f i m d a de p i e d r a , e s t a n c i a d e C a x a z a ( A r q u e ) ; K a l a -k a l a ^ p e d r e g a l , cercanías d e C o o h a b a m b a ; Kálacbaka—puente de p i e d r a , es ­t a n c i a de P a s o (Tapacarí) ; K a l a q o t o — m o n t ó n d e p i e d r a s , e s t a n c i a d e Tola . ta ( T a r a t a ) ; K a l a l l u s t a — p i e d r a r e s b a l a d i z a , e s t a n c i a d e l Paredón ( T a r a t a ) ; K a -l a s a y a — p i e d r a p a r a d a , e s t a n c i a d e I t a p a y a (Tapacarí ) ; K a l a w i n t o — a p o y o d e p i e d r a , e s t a n c i a de Tapacarí ; K a l u u y u — c a s a d e p i e d r a , e n T a r a t a (Tapacarí y C l i a p a r e ) ; Kantumarca—^límite d e u n p u e b l o , e s t a n c i a d e S a n t a A n a d e C a l a -c a l a ; Q ' a r a k o U o — c i m a p e l a d a , e s t a n c i a d e C h a r a p a y a ( A y o p a y a ) ; Q ' a r a m a r k a — país estéril, e s t a n c i a d e S i p e s i p e (Tapacarí) ; Q o q a p a y a n i — c o n d o s árboles, río a f l u e n t e d e l C o t a j e s ; K o l p u u m a — a g u a s a l i t r o s a , e s t a n c i a d e Q u i r q u i a . v i ( A r ­q u e ) ; Q o ñ a q o ñ a ^ b l a n d o b l a n d o , c o m a r c a de S a n t a A n a d e Caláosla; O o t a q o -t a n l , c o n l a g u n a s , e s t a n c i a d e M o r o c h a t a ( A y o p a y a ) ; Q o t a l a q ' a — t i e r r a d e l a l a g u n a , e s t a n c i a d e A r a n i ( E u f i t a ) ; Q o t a w a n a — l a g u n a s e c a , e s t a n c i a d e L e q u e (Tapacarí) ; K u p i — d e r e c h a , e s t a n c i a d e P o o o m a ( T o t o r a ) ; C h a k a p a y a — d o s p u e n t e s , serranía de l a p a r t e O . d e S i p e s i p e ; C M i a l l a — a r e n a , cantón d e T a p a ­carí; C h a h a l l a c h a l l a , a r e n a l e s , e s t a n c i a s d e T o t o r a y C a p i n o t a ; C h h a p i s i r q ' a — c e r c a d o d e e s p i n a s , e s t a n c i a s de M o r o c h t a , C o l o m i y T i n q u i p a y a ; C h a r a p a y a r — d o s p i e r n a s , cantón d e l n o m b r e d e u n río; C h h i l i m a r k a — p u e b l o e n h o n d o n a ­d a , e s t a n c i a de C i q u l p a y a (Tapacarí ) ; Chhojñakollo—colina v e r d e , e s t a n c i a d e l P a s o (Tapacarí) ; C h o k e m a t a — c r i a d e r o d e o r o , cantón d e A y o p a y a ; W a n k a r a — t a m b o r , e s t a n c i a - d e T a c o p a y a ( A r q u e ) ; L a q ' a l a q ' a — t i e r r a , t i e r r a , e s t a n c i a d e T a r a t a ; ' L a l k a q o t a — l a g u n a e n c a n t a d a , e s t a n c i a d e S a c a o a ( S h a p a r e ) ; L l a l l a w a — a n i m a l m o n s t r u o s o , • e s t a n c i a d e T o t o r a , M a c h a k a — ^ n u e v o cantón d e A y o p a y a , o n c e e s t a n c i a s de d i f e r e n t e s c a n t o n e s de C o c h a b a m b a ; M i s q u i — d u l c e p r o v i n c i a y a n t i g u a c i u d a d d e C o c h a b a m b a ; P a l l k a — b i f u r c a d o , cantón d e A y o p a y a , río q u e b a j a de l o s n e v a d o s d e T m ' a c a s g y o t r a s e s t a n c i a s ; P a y n k o l l o — d o s c o l i ­n a s , e s t a n c i a d e S i p e s i p e (Tapacarí ) ; P u k a r a — f o r t a l e z a , e s t a n c i a s d e Q u i r o g a " . R e v i s t a A C A D E M I A A I M A R A , núm. 5, pág. 32 y 33.

E l A T X I . U

por pre f i j o o suf i jo la voz "maroa " que significa: pueblo o l u ­gar, " p a t a " : a l tura , eminencia, " p a m p a " : l l anura , afueras del pueblo, bajío, y los que l levan la desinencia " n i " , que quiere decir " c o n " , "que t iene" , son, indudablemente, a imaras . M u ­chos de estos nombres h a n sufr ido una verdadera conmoción fonética, que ha corroído substancialmente sus desinencias, pues, es función p r o p i a de la alteración fonética atacar el mor ­fema haciendo difícil sn descifración. Otras veces el vocablo a imara ha recibido en u n a de sus partes, en el p re f i j o o el .su­f i j o , un agregado quechua o castellano. Así " u m a - c h i r i " , es u n compuesto de " u n m " , agua, a imara, y " c h i r i " , frío, quechua. E n " H u m a h u a c a " y "Asnucal lo" , la segunda voz de la pr ime ­r a palabra y l a p r i m e r a de la segunda, son castellanas y las otras a imaras .

B i e n será antes de entrar en el conocimiento de los sig­nos que nos dan el test imonio de la expansión a imara, que no­temos que su t o p o n i m i a no responde sino a una elemental de­signación de los lugares en razón de su más expresiva y direc­ta condición n a t u r a l . Es la traducción de los hechos t a l cual se les ha visto , o de l a p r i m e r a y más sencilla impresión que haya causado a sus bautizadores. No hay en los nombres na­da que pueda revelar leyenda, alegoría. L a imaginación no ha entrado para nada en su juego . Se ve claro que es u n dialec­to p r i m i t i v o , onomatopéyico, tosco, desnudo de abstracciones y de galas, que ha llevado la huel la de su visión sobre la na­turaleza por donde ha i d o .

E l agua b a u t i s m a l del a imara, en el continente sud, co­mienza desde el paralelo 5' E n las líneas que siguen no va­mos a hacer una enumeración de todos los casos de topomán-tica a imara, sino una s imple enunciación que tiene el alcan­ce de paradigmas. Esto es, citaremos los que puedan recono­cerse a l p r i m e r golpe de vista s in necesidad de entrar en u n análisis s u t i l de sus mor femas . Ahí está u n "Guanea-bamba^', que debe ser "Guanea-pampa", l lano de piedras; "Moyobam-ba", no es sino "Muyu-pampa" , p lanic ie redonda; "Cajamar-ca" y Chachapoyas", son aimaras . E n el p r i m e r o existe el se­l lo particularísimo del suf i jo " m a r c a " y en el segundo la voz radical "chacha", hombre , es todo lo claro que se qu iera .

S i descendemos en el mapa más a l sud del paralelo 6' y entramos en l a zona que hoy comprende los departamentos peruanos de Guamanga y Ayacucho, encontramos los siguien­tes nombres : "Uchumarca" , que debió ser "Juchúsmarca":

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B A U T I S T A S A A V E D B A

pueblo de poca monta ; "Vambamarca" , que fue, seguramenfe, "Pampamarca" , pueblo del l lano ; "Ja l lubamba" , que era "Ja-I l u p a m p a " o "Ja jo ipampa" : l l a n u r a l luviosa o sal i trosa. E n el departamento del Cuzco, sede del imper i o incásico, hallaremos aún mayor número de nombres a imaras . Ahí van los siguien­tes: " U r u b a m b a " , que era " U r u p a m p a " , l l anura del día; " V i l l -cabamba", o sea " V i l l c a p a m p a " ; V i l l ca , según Berton io quiere decir "adorator io del so l " , también significa u n a cosa iped ic ina l . Ahí están los nombres : "Capajmarca" : "pueblo r i ­co", "Pampamarca" : pueblo del l lano ; "Checca-Cupi": izquier­da-derecha, etc. H a y otros nombres aún como: "Marca-pata" : pueblo al to ; "Ccosfi ipata": a l t u r a caliente; "CoUquemarca", pueblo donde hay p la ta : "Chal labamba" , que debe ser "Cha-l lapampa" , s i t io arenoso; " U m a m a r c a " : pueblo húmedo; "CoU-quepata" : a l t u r a de p la ta ; "Laura -marca" : pueblo donde hay pescado; "Corpapata" : a l tura , límite, etc. Y si fuéramos a ex­tender nuestras ojeadas a otros campos de aplicación de es­tas inducciones, encontraríamos, tratándose del hogar incai ­co, que los nombres de muchos incas son de filiación a imara. Mayta-Capac, L loque-Llupanqui , Huaina-Capac, Atahual lpa , son, en sus prenombres, a imaras .

Arequipa y sus adyacencias son o t ro test imonio viviente de t o p o n i m i a a imara . Este nombre no viene como explicaba algún escritor peruano de " A r i - k h e p p a j " , " l a s ierra de atrás". Porque aun siendo a imara l a frase, ella no interpreta , n a t u ­ralmente , los hechos geográficos. ¿Por dónde debía l lamarse "s ierra de atrás" a las montañas aquéllas que pueden conside­rarse como costaneras? Su posición geográfica es exterior a los centros reconocidamente aimaras del a l t i p l a n o . N o es ne­cesario hacer t a n forzadas interpretaciones . L a etimología de Arequipa es más sencilla y n a t u r a l . E l l a es " A r i - q u i p a " , " a r i " , la sierra, el f i l o de la cordi l lera , y " q u i p a " , vue l ta . Ber ton io trae la explicación de este último vocablo . "Qu ipa" , prepo­sición: la vuelta , o, la o t ra parte : "CoUoquipa" : "a la vuelta del c e r ro " . (Vocabular io de l a lengua a i m a r a ) . De manera que " A r i q u i p a " , la s ierra de l a o t r a parte , que es interpretación ca­bal de la posic ión de las serranías de esta región, en razón de las t ierras inter iores , se convirtió, p o r transformación eufóni­ca de la i en e española, en Arequ ipa .

E l famoso volcán M i s t i no es sino u n vocablo aimara, que significaría: la emisión de materias inf lamables . Y el o t ro vo l ­cán que está a l lado del M i s t i , se l l a m a Chachani, voz neta-

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E t A Y t L U

mente a imara . E n las proximidades de Arequipa existen luga­res, cuyos nombres lo son igualmente, por e jemplo: "Guaña-marca " : lugar seco; " K i s g u a r a n i " , donde se da l a "k i sguara" , árbol del a l t ip lano ; "Soccosani", lugar donde hay "soccosas", cañas huecas. Y s i descendemos más a l sur, es c laro, que nos aproximamos más a l hogar a imara . Llegamos a l Collao y mar-genes del T i t i caca . Allí vemos sinnúmero de lugares que lle­van el sello a imara : Aporoma, Pusi , Carani , Calacoto, Para, (Phara, seco), etc.

Demás está decir que el nor te de l o que hoy es B o l i v i a es­tá salpicado de nombres a imaras . Las montañas, los ríos, las ciudades, los pueblos l levan títulos a imaras . Oruro no es co-mo algunos,, entre ellos Nicolás Acosta, sostienen que s igni f i ­ca: " lugar del d ía" . Es sencillamente el p l u r a l de " u r u " , n o m ­bre de los indios pobladores de las márgenes del Desaguade­r o y cuyo dialecto es u n dialecto pariente del a imara . Cocha-bamba y sus alrededores están revelando que allí imperó el a imara . Cochabamba era "Cochapampa", l lano cenegoso, y así lo escribe el Padre Reginaldo de Lizárraga, (1580), Obispo que llegó a ser de Santiago de Chile y Asunción del Paraguay, en^ su "Descripción de las I n d i a s " (Revista histórica del I n s t i t u ­to histórico del Perú, 1907). Y allí, en aquellas regiones, po­bladas después por quechuas, encontramos nombres de luga­res como "Qui l lacoUo" : "QhellacoUo", cerro de ceniza: "Cala-cala" , lugar de piedras; " M u y u r i n a " , donde se da vueltas; " V i -l o m a " ; " h u i l l a - h u m a " , agua r o j a ; " T a r a t a " : "Tarahata " ; "Cha­rapaya" , dos piernas, y los otros lugares con el suf i jo "paya" : dos. Todos esos nombres en quechua no t ienen interpretación alguna.

Y bajando siempre al sud encontramos en Potosí sinnú­mero de vocablos aimaras con los que se baut izaron lugares "Photocs iu" : " h a reventado" . Es u n a armonía i m i t a t i v a . Por o t ro lado existen estos nombres: "Sevaruyo" : " U y u n i " : con v i ­vienda, poblado; "To lapampa" : campo de tho la ; " H u a r i " : v i ­cuña; "Torapalaca" : encruci jada; "Colquechaca", puente de p lata , "Choro lque" , caracol de p la ta ; " M o r o c k o " , redondo, etc.

Del lado de Chuquisaca encontramos también nombres ne­tamente a imaras . "Tarabuco" : Taraphuco" , doble ol la ; "Phu -cuphucu" : hondonadas; " M u y u p a m p a " ; " M t u r u - m u r u " , recorta­do; "Azero" , serpiente. Pero la extensión toponímica, p o r ese lado se detiene en la sierra de Incaguasi y a l sud de la p r o v i n ­cia, l lamada Azurduy . Desde allí encontramos nombres de ín-

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B A U T I S T A S A A V B B B I

dolé guaraní. Los chiriguanos, r a m a guaraní, l legaron hasta esas regiones y baut izaron esos lugares con su dialecto .

Volv iendo hacia el sud, entramos en t e r r i t o r i o argen­t ino y allí, en el norte , tropezamos con vocablos aimaras de­signando lugares o accidentes geográficos, aunque m u y de allá en cuando, lo que demuestra que el a imara perdió en aquellas regiones el v igor de su in f luenc ia . S in embargo, hal lamos n o m ­bres como éstos: " I r u y a " , "Poma" , " C a c h i " . U l t imamente l le ­gamos a Catamarca, netamente a imara, que podría estar for­mada p o r "Ccata", corva de p ierna y "marca " , pueblo o lugar, o, p o r " K a t a " , poco, y " m a r c a " . Rechazando el i n f l u j o a ima­r a , vienen nombres terminados en "gasta" , que en calchaquí quiere decir: pueblo; t iene la m i s m a significación que " m a r ­ca" . E n la prov inc ia de Salta se encuentran sinnúmero de l u ­gares con el suf i jo "gasta" ; "Ampoc-gasta", "Payogasta", " A l -bigasta" , "Ba lmigas ta" , "Tinogasta" , etc., etc. Rodol fo R. SchuUer, en su estudio sobre las lenguas Sincan-antai, (atá­camenos) y calchaquí, 1908, trae una serie de nombres de es­ta desinencia que i n u n d a n el nor te argent ino .

Por el oriente, el a imara se detiene en los pr imeros valles que descienden a l o t ro lado de la gran cordi l lera andina . Su avance no penetra a la región de los grandes bosques, donde los nombres dé los ríos y lugares pertenecen a otros dialectos. E n cuanto a l occidente, hacia el mar , l a extensión del a imara sobre el Pacífico, en las zonas vinculadas a l centro a imara : la hoya del Tit icaca, es innegable. Hállanse huellas visibles de su d o m i n i o . Tacna, en a imara "Tacana", gradería, "Pal l ca" : an­gostura, val le ; "Pachía"; "Chiapa" ; "Tola-apacheta"; "Jaspam-p a " . I q u i q u e también es a imara , s ignif ica " j o r n a d a que requie­re d o r m i r " . Tarapacá es asimismo a imara : "Tarapaca" , dos aves grandes juntas , inseparables. Calama, que debió ser "Ca-l a h u m a " : roca liúmeda; "Sipoca" : "S iphuca" ; "Qui l lagua" , "Chuquicamata" , "Corapaña", etc., son vocablos aimaras en su fonética y en su semántica.

Y repentinamente cesan los nombres aimaras . E n cambio aparecen términos atácamenos o calchaquíes, que consagran su predomin io en la designación de lugares. Surge el suf i jo "gasta" , que signif ica pueblo . Ahí tenemos Antofagasta. Pe­r o esta invasión de vocablos calchaquíes sobre Atacama, que es a imara y que quiere decir: "hasta el sembrío", fue, induda­blemente, poster ior a l domin io a i m a r a . Fue una cuña de avan­ce del calchaquí saUdo de ciertas regiones, de lo que es aho-

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É L A Y L L U

r a e l nor te argentino, que se incrusta hasta el mar , dentro de la inf luencia costanera del a imara . A esta inducción nos l le­va el hecho de que los vocablos aimaras siguen a lo largo, aun­que con menos frecuencia, de la costa chi lena. Copiapó es tér­m i n o a imara . E n los documentos españoles del siglo X V I se l lamaba "Copayapo", hasta donde fue l a Audiencia de Char­cas, que p o r transformación fonética v ino a ser Copiapó. Pues bien: Copayapo se descompone así: Copa: "verde" : " y a p u " : sembradío: sembradío verde quiere decir Copiapó. Y más allá hallamos el célebre Aconcagua, que es a imara, en esta f o r m a : "Janco-cahua": "Janeo": blanco y "cahua" , límite, demarcación de u n pueblo, "cerca o de u n lugar lo postrero de u n pueblo" , d i ­ce B e r t o n i o .

E n términos generales b ien puede decirse que el aimara ejerció una indeleble in f luenc ia lingüística en el continente sudamericano, desde el paralelo 5" hasta cerca del 28', l a t i t u d sud . E r a m u c h o . Y el poder de su léxico, preciso y enérgico, sobrevive aún, después del coloniaje, dentro del mismo cas­tel lano .

E n apoyo nuestro nos es grato t raer aquí la opinión au­tor izada de u n d is t inguido escritor peruano, el doctor Igna­cio L a Fuente, que ha sostenido que "las relaciones íntimas que l iga a l a imara y quechua independientemente de las afinida­des de raza y cont inu idad geográfica, denotan con c lar idad que dichas lenguas son hermanas, y sirviéndose de la hermosa me­táfora del doctor V i l l a r , puedo agregar que su parecido es co­m o el de los tal los brotados del mismo tronco y formados con idénticos elementos. Este mismo sabio, en su notable obra Lingüística nacional, hace notar que la 1 i n i c i a l r a r a en el kes-hua, es frecuente en el a imara, sucediendo lo contrar io con la r . E l número considerable de términos geográficos de o r i ­gen a imara, prueba, evidentemente, la gran difusión que tuvo la raza que lo hablaba (^). Chachapoyas viene de chacha, h o m -

(2) E l D r . M a x t r h l e h a e x p l a n a d o a l m i s m o a r g u m e n t o d e extensión geo-gráXica d e l a i m a r a , d i c i e n d o lo s i g u i e n t e : S e p u e d e p r o b a r q u e l a l e n g u a a i ­m a r a h a c e u n o s m i l a m i l q u i n i e n t o s años atrás, f u e h a b l a d a - d e s d e e l f i n s u r d e l lago Auüaga h a s t a e l v a l l e d e l R i m a c e n e l Perú, y f u e oída a t m hasta- e n ol i n t e r i o r de l a A r g e n t i n a y d e C h i l e , p o r q u e l o s n o m b r e s d e l o s n e v a d o s A n -c o q u i j a e n T u c u m á n y A c o n c a g u a e n C h i l e , h a n s i d o s i n d u d a a l g u n a o r i g i n a d o s d e l f u m a r a " .

" T o d a l a reglón d e s d e T u p i z a h a s t a L i m a está l l e n a de" n o m b r e s geográ-íloos de o r i g e n a i m a r a , q u e c o m p l e t a n l a s p r u e b a s d e t a l l a d a s s o b r e e l u s o d e l a i m a r a e n p r o v i n c i a s , d o n d e n o h a q u e d a d o h a s t a e l día o t r o r . e c u e r d o . - U n

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B A U T I S T A S A A V E D B A

bre ; Chancay de chanca, h i l o ; Tayacaya de taya, v iento ; L a m ­pa significa l i t e r a . Cajamarca, Pampamarca, Ko lkemarca y to ­dos los que l levan el a f i j o de miarca son también de or igen a i ­m a r a " ( 8 ) .

Muchos se han ocupado de este asunto; pero los más con poco espíritu crítico y con mucha f a l t a de ciencia filológica. E n t r e nosotros, no h a n fa l tado aficionados e investigaciones aimarológicas, que se hayan ocupado de tales cuestiones, pe­ro esos trabajos h a n carecido de toda base científica. Así el presbítero Isaac Escobari , que se daba de conocedor del id io ­ma aimara, en u n breve estudio que dirigió a las Sociedades de Arqueología y Numismática de París, y que se publicó por dichas corporaciones en francés, en 1881, en su preocupación de ver en el quechua u n i d i o m a salido del a imara, hace las siguientes af irmaciones: "Cuzco es alteración de "Kgoskgo" (grano) y Qui to , de " k i t u " (enlace) . Y después agrega: " E n los lugares de los que la h i s tor ia o la tradición h a n conserva­do los nombres se observa que estos nombres son de origen a i m a r a . Así " U r u b a m b a " , "Ckan l lantaytambo" , "Paucartam-bo" , situados en el i m p e r i o del Cuzco, son p u r o a imara o sa­cados de él. "Samantay-tambo" , ha debido ser, p r i m i v i t a m e n -te, "Samantan-tambo" , y "Paucartambo" : " P a n k a r t a m b o " .

Juan D u r a n d , peruano, que se dedicó a escribir sobre ana­logías y comunidad de raíces entre el a imara y el quechua y otros id iomas sudamericanos, con gran ardor filológico, dedi­có en su l i b r o : "Etimologías perúnbolivianas", u n capítulo so­bre la antigüedad del a imara" , en que asienta las siguientes afirmaciones:

" A juzgar por los nombres geográficos del Perú y de m u ­chos de l a América, la lengua a imara —refug iada hace más de cuatro siglos en CoUa-suyo— alguna vez tuvo extendida su ci-

dlaleoto c a s i p u r o e i n a d u l t e r a d o a i m a r a — v i v e todavía e n la-, l e n g u a c a n q u l de l a p r o v i n c i a p e r u a n a de Y a u y o s . L a g u e r r e r a nacic5n d e l o s C h a n c a s e n l a p r o v i n c i a ; d e A y a c u c h o , e r a n a i m a r a s y h a h l a h a n todavía e s t a l e n g u a e n e l t i e m p o de l a c o n q u i s t a . L o s orígenes d e l C u z c o s e p i e r d e n e n u n período d e dominación a i m a r a , y l a s g u e r r a s d e l o s I n c a s q u e c h u a s c o n t r a l o s C h a n c a s a i m a r a s , s e p u e d e . e x p l i c a r quizá c o m o g u e r r a d e emancipación, c o m o l a s d e R o m a de l o s r e y e s c o n t r a l o s E t r u s c o s q u e l a habían f t a n d a d o " .

Todavía e n e l t i e m p o d e l a c o n q u i s t a e l títullo a i m a r a " M a l l c u " y " M a n -c u " , d e c a c i q u e s d e r a n g o s u p e r i o r f u e oído y e s t a b a .en u s o d e s d e e l lago A u -l l a g a h a s t a e l v a l l e d e L i m a " .

(3) E S T U D I O S E T N O G R A F I C O S D E L A H O Y A D E L T I T I C A C A . Boletín d e la S o c i e d a d Geográfica d e L i m a , t o m . I I I , n o s . 10, 11 .y 12, 1894.

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E L A Y E L U

vilización en gran parte de nuestro cont inente . Es sabido que lo último que p ierden las civilizaciones son los nombres de los lugares impuestos por su raza" .

"Puede asegurarse que pocos son los puntos del Perú, y aun de gran par te de Sudamérica, donde no se encuentre u n lugar con nombre a imara, en el cual el significado del n o m -hre corresponde a l objeto designado en dicha lengua. Muchos de esos nombres están situados al lado de comarcas donde, a la llegada de los españoles, se expresaba i d i o m a d is t ia to de] quechua, como el mochica, el araucano, el pulche, el muisca, el p iaporo u otras lenguas. Esto prueba, indudablemente, que la raza que habló ese id ioma, confinada en el Collao, habitó aquellas otras regiones muchos años antes que se in i c iara la extensión del quechua y de los otros dialectos; pues en la his­t o r i a de los pueblos, sus lenguas son uno de los documentos más f idedignos" .

Y refiriéndose a la pos ib i l idad de explicar estas incrusta­ciones lingüísticas p o r el sistema de mitamaes, escribió estas otras líneas:

"Estudiando este punto , en nuestro prop io t e r r i t o r i o , te­nemos el e jemplo que esos trasplantes no se efectuaron en la región mochica (de l noroeste de la costa del Perú) , conquis­tada por los últimos incas; y, s in embargo, es fácil constatar que la conquista de los quechuas encontró al lado de nom­bres yungas otros exclusivos de la lengua amiara . Este hecho, ctiando menos indica que los mochicas, de probable proceden­cia centroamericana, cuando se establecieron en la costa del Perú, encontraron aquellos lugares ya poblados p o r t r i b u s ai ­maras . Idéntica cosa se puede decir de los lugares conquista­dos por Huayna Cápac y su padre, en las faldas del Pichincha y Coto-paksi, donde a l lado de nombres quechuas encontraron otros exclusivos de la lengua Colla, y que todo esto no tiene o t r a explicación que la poster ior llegada a esas regiones de los quechuas y sus Incas" (* ) .

Nicolás Acosta, en u n prólogo que puso a la obra de Eme-ter io V i l l a m i l de Rada, t i t u l a d o " L a lengua de Adán", registra muchísimos casos de t o p o n i m i a y a imara, tanto en B o l i v i a y otros lugares lejanos del continente. Y no tiene reparo en ex­tender su mirada , con el lente a imara, hasta Venezuela. Así

(4) E T I M O L O G I A S P E R U - B O L I V I A N A S , págs . 2 y 3.

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es cómo consigna estos tres nombres de lugares: " G u a i r a " , que en a imara quiere decir " v i en to " ; "Cúcuta", que según él sería "Cucu-huta" , casa de duendes; "Umacagua" , pozo de agua. Cree, asimismo, que Tucumán, " t u c u m a n " ; Catamarca, " j ata-marca" , son vocablos aimaras, cuando el de " t u c u m a n " , es a todas luces quechua, por la desinencia " m a n " , que no es a i ­m a r a . Probablemente allí concluyeron las conquistas incásicas.

Pero si Tucumán, que es quechua y, Catamarca, por el sufij,o " m a r c a " , netamente aimara, pueden dar ocasión a que se elaboren singulares teorías acerca de la extensión e i m ­portancia que pud ie ron alcanzar estos id iomas, evidente t a m ­bién es, que siguiendo este sistema de inducciones se pueda l le­gar, como se ha llegado, a sostener inveros imi l i tudes , como en el caso de sitios venezolanos en los que se pretende ver tér­minos a imaras .

T a l es la postura en que se coloca Carlos Cuervo Márquez, bastante i lustrado , por o t r a parte , en mater ia de preh is tor ia americana, cuando nos dice en su l i b r o "Estudios arqueoló­gicos etnográfícos", (1920), lo siguiente: " L a p r i m i t i v a zona de dispersión de los pampeanos se reconoce fácilmente por l a voz " p a r a " , que signif ica agua, río o l l u v i a ; en uno de los dialec­tos del Perú, en la prov inc ia de T r u j i l l o , t iene esta última acep­ción. Este vocablo se encuentra en centenares de nombres geo­gráficos diseminados desde el Paraguay y el río de L a Plata, hasta la Go i j i ra y el m a r de las A n t i l l a s " . Y en comprobación de tales asertos agrega estas líneas: " L a presencia de unos mis ­mos nombres en toda la zona or i enta l de l a América del Sur, desde el Paraguay hasta las Ant i l l as , y en los valles andinos ocupados p o r los caribes que > de aUí v in ieron , indica la estre­cha relación que existe entre pampeanos y caribes. Por ejem­p lo : "Paraguaypoa", en la Go i j i ra , Paraguay, en el sur; "Guai ­r a " , en la costa de Venezuela, " G u a i r a " en el Paraguay; "Cu-yabo" , pueblo y s i t io de las colinas, en Colombia; "Cuyabo" afluente del Paraguay; "Haití", is la caribe, "Haití", pueblo deí Paraguay; " P a r i a " , golfo de Venezuela, " P a r i a " c iudad v lago de Bo l iv ia , etc."

Otros escritores en estos asuntos: M . Créqui-Montfort y P. Rivet , en u n t raba jo publ icado en el "Journal de l a Societé des americanistes de París" (1925), sobre la Lengua " u r u " o

puquina" sostienen, p o r supuesto, s in base alguna científica, que aunque en grado menor encuentran una semejanza igual ­mente señalada en la lengua " u r u " con los dialectos más ale-

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\. A T E X r

jados de s u actual ubicación el " loyanaguana" del río Para­guay y el " a r w a k " de las Guayanas, etc." De donde resulta que, según el escritor colombiano Cuervo Márquez, la lengua que usaron los pampeanos, que era el " car ibe" , se extendió a toda la zona or i enta l del continente sud, y según Créqui de M o n t f o r t , el " u r u " t iene semejanzas, p o r alguna comunidad de or igen, con lenguas del río Paraguay y de las Guayanas. Esta anarquía de opiniones, en los investigadores de asuntos f i l o ­lógicos, es el resultado de la ausencia completa de u n estudio lingüístico, es decir, de u n estudio a fondo de la estructura gramat ica l de todos estos dialectos.

N o es labor sencilla, s in duda, e l d i luc idar cuestiones eti­mológicas. El las son, las más seductoras de la lingüística. E l parentesco que p u d i e r o n tener los id iomas entre sí, no se des­cubre por la s i m i l i t u d de palabras, sino p o r el estudio coni-parat ivo de la estructura gramat i ca l de el los . " E n lingüísti­ca —escribe M . Vendryes— las semejanzas son a rnenudo en­gañosas . Ellas lo son, part i cu larmente , en mater ia de vocabu­l a r i o " .

H a y que ponerse en guardia sobre este género de conclu­siones, que en muchos casos no obedecen, sino a vuelos ima­ginativos . Porque se puede dar y se da que muchos vocablos tengan el mismo tono fonético y, s in embargo, no signif ican l a m i s m a cosa. Más aún: pueden tener el mismo significado y l a m i s m a pronunciación y corresponder a idiomas que no t ie­nen ningún parentesco n i n inguna relación histórica. E n los casos de que hemos hecho mención es posible explicar esa pa­r i d a d etimológica, quizás con el mismo sentido, en muchos de ellos, refiriéndolos a u n a fuente común lingüística de donde procedieron los id iomas que, con el andar de los t iempos y v ia jando p o r regiones distintas f o r m a r o n lenguas al parecer irreconci l iables, o por lo menos diferentes.

L a difusión geográfica de u n a lengua no demuestra sino que una civilización a cuyo servicio se hal laba ella se exten­dió por lugares donde estampó su huel la imperecedera. S i en e l siglo X X encontramos en Ing la te r ra una c iudad, río, región, que encierre en su nombre u n or igen la t ino , no habrá menos que concluir que los romanos o la civilización la t ina , llegó has­t a allí. Igualmente , s i en el siglo L o L X los exploradores y arqueólogos de ese entonces encontrasen en el polo sur, en el Cabo o en Austra l ia nombres de filiación inglesa, la induc­c ión no se haría esperar. Tendrían que aceptar que antiguos

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viajeros y audaces exploradores, que hablaban su id ioma, el inglés, uniendo la g lor ia a l interés, habrían excursionado has­ta tales confines dejando huellas de su permanencia y domi ­nación, fundando colonias y ciudades, así como los sirios y fe­nicios hace tres m i l años fundaban las suyas. Y para no dis­c u r r i r sólo en el campo de la hipótesis, tenemos que los n o m ­bres de or igen céltico existentes en el noroeste de Europa , re­cuerdan la permanencia de los celtas en t iempos prehistóricos en aquellas regiones. "Estableciéronse en Ing la terra , dice Emerson, y d ieron a mares y montañas nombres que son poe­mas e i m i t a n las verdaderas voces de la naturaleza" (^).

M u y a propósito de esta inducción podemos c i tar u n pa­saje de Max Müller ( " ) : " E n los h imnos vedas, dice, que son las más antiguas composiciones l i terar ias en sánscrito, el ho­r izonte geográfico de los poetas se hal la l i m i t a d o casi siem­pre a l noroeste de la I n d i a . H a y m u y pocos pasajes que con­tengan alusiones al m a r o a la costa, mientras que las monta ­ñas nevadas, los ríos de Pendjab y los paisajes del valle alto del Ganges, son objetos famil iares para los antiguos bardos. E n una palabra : todo muestra que l a raza que hablaba el sáns­c r i t o entró en la I n d i a por el nor te y se extendió después gra­dualmente a l sur y este. Ahora podemos probar que en la épo­ca de Salomón, el sánscrito se había extendido p o r el sur has­ta la desembocadura del I n d o " . L a aplicación de estos razo­namientos a la t o p o n i m i a a imara en gran parte del oeste del continente sud, desde Quito hasta la Argent ina, const i tuyen argumentos incontestables de su p r i m i t i v a extensión. Las con­quistas incásicas con su i d i o m a i m p e r i a l , e l quechua, no han podido desarraigar esos nombres or ig inarios n i b o r r a r l o s . S u ' i n f l u j o , a l o más que ha ido es a quechuizar las desinencias a imaras .

(5 ) I N G L A T E R R A , I V , pág. 4 3 . (6 ) C I E N C I A D E L E N G U A J E , V , pág. 201.

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V I

Todos los elementos que pueden recogerse de las civihza­ciones precolombinas, nos inducen a aceptar que el ayllu se remonta a una época antiquísima, anter ior a l período, megalí­tico . Los monumentos dedicados a los chullpas, con sus dife­rentes formas arquitectónicas, copiándose los unos a los otros, son los comprobantes más sólidos para fortalecer t a l creen­cia. Los túmulos, en su simplísima construcción p r i m i t i v a , re­velan el culto del antepasado, l a so l idar idad f a m i l i a r . S in em­bargo, algunos cronistas peninsulares h a n creído que la ant i ­gua f o r m a convivencial de los aimaras era el salvajismo com­pleto . Así, Cieza de León, por e jemplo , nos dice, hablando de los p r i m i t i v o s pobladores del Collao: "que los antiguos mora ­dores vivían hechos salvajes, s in tener casas n i otras moradas que cuevas de las muchas que vemos y riscos y peñascos de donde salían a comer de lo que hal laban en los campos" (^). Pero este modo de ver el or igen de los pueblos de la hoya del Tit icaca es prop io del c r i ter io convencional, a p a r t i r de Ar is ­tóteles, que se ha tenido de los grados de desdoblamiento so­c ia l : salvajismo, barbar ie y civilización.

A l lado de la organización del imper io peruano, existían t r i b u s salvajes disgregadas, en plena degradación social, que fueron sucesivamente incorporadas p o r las armas a l a centra­lización política incásica. Estas t r i b u s b ien pud ieran ser m i ­radas como restos degenerados de otras organizaciones nacio-

(1 ) C R O N I C A D E L P E R U , I V , pág. 2 .

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nales anteriores a l imper i o cuzquefio. Y en t a l pendiente de­generativa encontraron los descubridores a los aimaras en el siglo X V I , que hoy se h a l l a n próximos a su extinción. Es po­sible que Cieza de León hubiera recogido una tradición fácil de explicar el or igen de aquellas gentes, viendo p,or una espe­cie el espejismo menta l , en los grupos degenerados cercanos, las formas de v ida de las t r i b u s antiguas.

I g u a l o parecida opinión daba el v i r r e y Francisco de To­ledo en la Meatnoria d i r i g ida a la Corte de España en 1582. E n ­t r e otras cosas, mani f iesta lo que l a l e t ra copiamos: " E l go-gobierno que los indios tenían antes que yo personalmente los visitase, era el mismo , o m u y poco menos poHtico, que te­nían en t i empo de la tiranía de los incas, y en éste se i ban conservando y los habían dejado estar los gobernadores; por­que, no embargante que se entendía que para el servicio de Dios y de V . M . , y de su b ien y cr is t iandad, era m u y conve­niente mudarles el modo de v i v i r y todo lo demás que hacían, les parecía a los mismos gobernadores y los persuadía l a gen­te, que no se sufría n i convenía meter l a mano en esto, por­que les sería m u y grave a los naturales y que sería escandali­zarlos y alterarlos y cosa i n f i n i t a menear mater ia t a n pesada y di f icultosa como en efecto l o ha sido j contradicha de to ­dos. Estos indios , como está dicho, hacían su viv ienda en los montes y mayores asperezas de la t i e r r a , huyendo de hacerla en lugares públicos y l lanos; ahí vivía cada uno con la l iber­t a d que quería en cuanto a la ley, porque no se podían doc­t r i n a r , y en lo demás, en vicios, borracheras, bailes y táquis, m u y en per ju i c i o de sus vidas y sa lud . Morían como bestias y enterrábanse en el campo como tales, gastaban e l t i empo en comer, beber y d o r m i r , s in que vo luntar iamente n inguno se ofreciese a l t raba jo , aunque fuese la labor de sus mismas he­redades, sino lo que tasadamente habían menester para su co­m i d a y j o r n a l , para la paga de sus tasas. Los curacas y caci­ques principales los tenían tan sujetos que ninguna cosa les rnandaban que no la tuviesen por ley; no poseían cosa p r o ­p i a más de lo que los caciques querían, n i les valían n i les osa­b a n negar las haciendas, mujeres e hi jas , n i se las pedían, n i se atrevían a pedírselos s i se las tomaban de miedo que no los matasen" (^).

Estas y otras referencias a u n estado de pleno salvajismo no prueban nada contra la antiquísima organización f a m i l i a r

(2 ) B E L A C I O N E S G E O G R A F I C A S D E I N D I A S , l. apén. I I I , pág. C L I .

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del ayllu. Son test imonios s implemente de que antiguas na­ciones habían caído 'en degradación completa desde épocas an­teriores a l descubrimiento de América. Verdad , que la degra­dación que atribuíamos a los pueblos aimaras que en el a l t i ­plano andino y comarcas adyacentes esbozaron una civi l iza­ción digna de consideración, no puede extenderse a todas las t r ibus del cont inente . H a habido , y hoy mismo existen, hor­das salvajes que no pasaron de las formas más rud imentar ias de convivencia social y política. El las h a n v i v i d o y v iven en pleno estado de salvajismo, separadas unas de otras, hablan­do dialectos part iculares , que en el fondo revelan una proce­dencia común. Probablemente, a esta clase de t r i b u s , que pue­b lan aún vastas regiones del centro del continente sud, ha de­bido referirse Müller. Empero , es extraño que ignorase que nos quedan huellas asombrosas de l a existencia de civil izacio­nes poderosas.

E l estudio de las relaciones sexuales de los habitantes p r i ­mi t i vos , constituye una fuente de indagación riquísima res­pecto del ayllu, l i n a j e . Los cronistas españoles aluden a una tradición vaga y le jana de u n estado de comunidad sexual. L a po l igamia que se encuentra en los t iempos del i m p e r i o i n ­cásico, reservada t a n sólo a los jefes e incas, si es que este hecho se considera como \ rezago de comunidad sexual, se­ría de una época anter ior a la constitución del ayllu. Cosa dis­t i n t a pasó en l a r a m a azteca, en la cual se conservaron hasta u n período poster ior a l callpíulli, huellas evidentes del uso co­lectivo de la m u j e r , po l igamia que coincidía con la comunidad de la t i e r r a (^). ¿Pero la po l igamia aristocrática, será necesa­r iamente , como se ha supuesto, u n aspecto de desdoblamien­to , o, p o r lo menos, u n rezago de l a co inunidad sexual? ¿Será más b ien u n signo del predomin io excesivo del varón y de la abyección de l a m u j e r ? Así nos lo atestiguan los pueblos orientales, en que f lorece l a po l igamia dentro de u n régimen despótico p a t r i a r c a l . E n e l pueblo israel i ta como en China, u n hombre tenía tantas mujeres cuantas podía mantener, y en muchos pueblos semíticos la cuantía del ganado se relaciona con el número de mujeres , colocándose a éstas en una cate­goría y dependencia casi semejante a aquél.

E n t r e las t r i b u s americanas, es la m i s m a l a razón de la p l u r a l i d a d de mujeres . Así en la relación que hace el Padre Arment ia de las t r i b u s de Madre de Dios, vemos l a explicación

(3 ) S e n t e n a c h , E N S A Y O S O B R E L A A M E R I C A C O L O M B I N A , I I I , pág. 40.

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de esa costumbre . Recti f icando ciertas aseveraciones respec­to de los indios araonas, dice: "Sólo los capitanes t ienen cua­t ro mujeres, y uno he,,visto que me aseguraron que tenía seis: éste era el capitán ytutna. Habiéndoles yo dicho que debían v i ­v i r con una sola m u j e r , me contestaron: ¿y si ésta se muere, quién me servirá? Es decir, que las mujeres son una especie de l u j o y comodidad como son los criados y criadas entre las famil ias acomodadas, en los países c ivi l izados. Aún más, son una especie de bestias de carga, unas verdaderas esclavas. Los hombres son ociosos, haraganes, quieren ser servidos p o r m u ­jeres, porque consideran indigno del hombre servir a o t r o . . . este of icio es entre ellos p r o p i o de las mujeres " (* ) .

Lo que se ve aquí es más b ien una relación de / poder eco­nómico y social de los hombres . Ahora b ien : esa posesión p r i ­vilegiada de los hombres deriva de la acumulación de energías y prerrogativas que tuvo siempre el sexo fuerte respecto del femenino . Y si la po l igamia fuera la consecuencia de la co­m u n i d a d sexual y del predomin io social de la m u j e r , no se ex­pl ica que ella exista siempre dentro de u n régimen despótico del h o m b r e . E l a imara hoy t r a t a como-bestia a su m u j e r , con ausencia de las dulzuras domésticas, cuando se embriaga la m a l t r a t a y estropea como u n gaje de su derecho m a r i t a l . Las faenas, p o r pesadas que sean, se reparten igualmente, s in dis-tiiición de sexo, y, cuando emprenden v ia je por los ásperos y sol itarios caminos de las serranías, ella es quien va a pie tras de su m a r i d o , caballero en el asno. Esa fa l ta de benevo­lencia hacia el sexo débil, sentimiento que, por o t r a parte , es esencialmente moderno , nacido de una idealización del afecto sexual, o sea del amor, es contrar io a l predomin io de la m u ­je r en épocas lejanas, predomin io que se ha hecho co incidir con la promiscu idad de ella C'). L a agrupación de muchos sentimientos e ideas en derredor del apetito sexual, sólo pue­de ser el resultado de la mayor duración de la unión de las parejas . A la satisfacción puramente carnal de la unión pa­sajera, se sucede el afecto de benevolencia m u t u a , proceden­te de la mayor intens idad de la convivencia en u n solo hogar.

( « L A R E V I S T A D E L A P A Z , 1892, pág. 356. (5 ) A propósito d e l o s m a l t r a t o s q u e l e d a e l a i m a r a a s u m u j e r , c a b e r e c ­

t i f i c a r u n a f a l s a apreciación r e s p e c t o d e l o s b o l i v i a n o s . S i g h e l e e n s u o b r a : E L D E L I T O D E D O S , d i c e : " M a n t e g a z z a h a b l a e n s u s v i a j e s d e la. m u j e r d e B o l i v i a , l a s c u a l e s s e q u e j a b a n d e s u s m a r i d o s , c u a n d o éstos n o leB g o l p e a ­b a n " . ( C a p . V , pág. 141) . S e m e j a n t e afirmación e n términos g e n e r a l e s es c o n ­t r a r i a a t o d a v e r d a d .

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" L a duración de estas uniones, dice Starcke, es decir, lo que hace que las l lamemos m a t r i m o n i o s y no uniones l ibres , no la m o t i v a n las relaciones sexuales, sino razones económi­cas, en cuanto el hombre ehge una m u j e r para tener una ayu­da en los deberes cotidianos de la v i d a " {^).

A la necesidad de asistencia y cuidados recíprocos, suce­de el interés p o r la prole , como sentimiento de reproducción, al p r inc ip i o , y de proyección m o r a l de la personal idad des­pués . Es una observación m u y exacta la hecha por u n sagaz investigador: " E n las pr imeras etapas del desarrollo huma­no, el afecto sexual es m u y in fe r i o r en intensidad a los t ier ­nos sentimientos con que los padres halagan a sus h i j o s " C'), y a la m u j e r , agregaríamos nosotros . Se puede concluir en es­te p u n t o , que la unión sexual gana en intensidad de afectos y duración, cuando pierde en extensión y v a r i a b i l i d a d . Si la duración de las uniones sexuales es cada vez más acentuada y tiende a espiritualizarse, es, pues, probable , que la prostitución o el uso indi ferente y colectivo de l a m u j e r , el hetiairisino, no hubiese existido dentro de l a constitución de l a f a m i l i a , del ayllu, n i quizás antes, como u n período social marcado .

Empero , Garcilaso de la Vega, a l hablar de las uniones sexuales de los antiguos peruanos, nos cuenta que: "Muchas naciones se j u n t a b a n a l coito , como bestias, s in conocer m u ­jer prop ia , sino como acertasen a toparse, y otros se casa­ban como se les antojaba, s in exceptuar hermanas, h i jas , n i madres . E n otras guardaban las madres y no más . E n otras provincias era lícito y aun loable ser las mozas cuan desho­nestas y perdidas quisiesen, y las más disolutas tenían más cierto su casamiento, que el haberlo sido, se tenía entre ellos p o r mayor cal idad, a lo menos las mozas de aquella suerte eran tenidas por hacendosas y de las honestas, decían, que por f lojas no las había querido nadie . E n otras provincias usa­ban lo contrar io , que las guardaban a las hi jas con gran recato, y cuando concertaban de casarlas, las sacaban en público, y en presencia de los parientes, que se habían hal lado a l otorgo, con sus propias manos las desfloraban, mostrando a todos el tes­t i m o n i o de su buena guarda . E n otras provincias corrompían la v i rgen que se había de casar los parientes más cercanos del novio , y con esta condición concertaban el casamiento, y así

(6) L A S F A M I L I A S E N L A S D I F E R E N T E S S O C I E D A D E S , 1, pág. 36. (7) R . W e s t e r m a r c k , H I S T O R I A D E L M A T R I M O N I O E N L A E S P E C I E H U ­

M A N A , X V I , pág. 376 . .

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la recibía después el m a r i d o . Pedro de Cieza, capítulo v e i n t i ­cuatro , dice l o m i s m o " (^).

De propósito hemos copiado el párrafo en que el h i s tor ia ­dor incaico nos describe las formas de m a t r i m o n i o america­no, para con estas aparentes contradicciones comprobar l a es­t r u c t u r a patronímica del ayllu. Esas diversas maneras de con­siderar el va lor de la pureza e impureza de la m u j e r , pueden conformarse o no con las diversas teorías vertidas sobre lo que se ha l lamado " e l m a t r i m o n i o p r i m i t i v o " . Todas las com­binaciones posibles que se vean en el m a t r i m o n i o humano , que, p o r o t r a parte , p o r razón misma de esta inqu ie ta v a r i a b i l i ­dad no son susceptibles de ser clasificadas en ciertas y deter­minadas formas , son naturales en e l hombre , que no recono­ce límite n i época para sus uniones. Westermarck ha dicho que " en el h o m b r e se encuentran todas las formas posibles de m a t r i m o n i o " (®). L a po l igamia es u n fenómeno social de todas las razas y de todas las civilizaciones, tma tendencia es­pecífica, destinada a fundar en u n solo t ipo las variedades creadas por la monogamia, como observa m u y b ien Remy de G o u r m o n t en su interesante l i b r o Física del A m o r (^*'). " E n casi todas las especies humanas, agrega después, existe una pol igamia substancial , d is imulada ba jo una apariencia de mo­nogamia" (^^).

L a f a m i l i a patronímica y la evolución duradera del ma­t r i m o n i o excluyen la mezcla de sangre de los parientes ya con­sanguíneos, ya facticios o, acomodándonos a l tecnicismo de Mac Leñan, la f a m i l i a y la gens son exogámicas. Puede obje­tarse contra el sistema p a t r i a r c a l de las fami l ias que f o rma­r o n el imper io peruano, que según los r i t o s de la realeza incá­sica, debían los miembros de ella casarse entre hermanos . A l ­gunos autores h a n visto en este género de uniones los reza­gos del uso colectivo de la m u j e r , o, p o r l o menos, la prece­dencia del " m a t r i m o n i o consanguíneo". Cuando Mommsen sostenía: "que la gens era una república nacida de la comu­n i d a d de or igen rea l o probable , hasta fact ic ia , mantenida en u n haz compacto por la comunidad de fiestas religiosas, de se­p u l t u r a y de herencias, a la cual podían pertenecer todos los indiv iduos l ibres , y , p o r tanto , las mujeres también", se ob-

(8) C O M E N T A B I O S R E A L E S , t. I , X I V , pág. 16. (9 ) O B . C I T . , pág. 449. (10) X V I , pág. 170. (11) I B I D , pág, 186.

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jetó que tales relaciones implicarían u n a constitución endo-gámica de la gens. L a gens, se d i j o , fue exógama, como lo con­f i r m a n varias descripciones, entre ellas l a de T i t o L i v i o (^^). Pero e l carácter exogámico o endogámico de la gens, p o r m u ­cho que estas formas matr imonia les fuesen marcadas y ex-cluyentes, no destruye n i ataca su constitución y composición patronímica.

E l e jemplo de los simbólicos hermanos Mallcu-Capac y M a m a Ocllo, no probaría la supervivencia n i de la unión sexual pasajera, n i la existencia de la f a m i l i a consanguínea en que " e l vínculo de hermano y hermana, en ese período, trae con­sigo el ejercicio del comercio carnal recíproco" (^*). Estas uniones, entre parientes, como se ha dicho, demuestran más bien la tendencia a mantener la pureza de sangre, esto es, la constitución gentílica aristocrática de la f a m i l i a . Por o t r a par­te, no es del todo evidente que entre los peruanos existiese t a l costumbre desde t iempos desconocidos, como tradición reco­gida del ayllu. preinicásioo. Westermarck sostiene a propósito: "Garcilaso de la Vega a f i r m a que, desde u n p r i n c i p i o , los i n ­cas del Perú establecieron como ley absoluta que el herede­r o del t r ono se casara con su hermana mayor legítima, mien ­tras que Acosta y Ondegardo a f i r m a n que entre los peruanos se consideraba i legal todo m a t r i m o n i o en el p r i m e r grado, hasta que Tupac Inca Y u p a n q u i , a l t e r m i n a r el siglo X V , se casó con su hermana consanguínea y dictó u n decreto para que "los incas se pud ieran casar con sus hermanas consanguíneas, pero no con o t ras " (^*).

B i e n considerado este p u n t o de las relaciones incestuo­sas, la opinión de la mayoría de los arqueólogos de la f a m i l i a p r i m i t i v a , se inc l ina a la conclusión de que las uniones con­sanguíneas se hacen cada vez más proh ib i t i vas , por razón de sus consecuencias degenerativas. M o r g a n sostiene que las ' prohibic iones de m a t r i m o n i o entre parientes cercanos, ha na­cido de l a observación de los resultados visibles de semejan­tes uniones. Otros escritores suponen, p o r el contrar io , que t a l conocimiento es imposib le en razas nómadas e in fant i les . Haciéndose cargo de estas y otras observaciones Westermarck se decide, y parece que con mucha jus t i c ia , por la n a t u r a l y secreta diferenciación de parientes que se opera en el seno

(12) P . E n g e l s , O B . C I T . , I V , pág. 222, (13) E n g e l s , O B , C I T . , XX, pág. 68 . (14) O B , OIT„ pág, 310.

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de las f a m i l i a s . Sus frases de una convicción sobresaliente, son éstas: "Natura lmente , estoy de acuerdo con M . H o u t h en lo que no existe aversión innata a l m a t r i m o n i o con parientes cercanos. Lo que yo sostengo es que existe una aversión innata a u n comercio sexual entre personas que v iven juntas desde los pr imeros años, y que siendo generalmente parientes estas personas, t a l sentimiento se mani f iesta especialmente como ho­r r o r a l comercio entre parientes cercanos" (^^).

Es profusa la historiografía de las diversas y complejas formas en que puede considerarse la f a m i l i a p r i m i t i v a , y na­da podría sacarse en l i m p i o en lo que respecta a la promis ­cuidad de la m u j e r , a la incestuosidad de las uniones, a las reglas proh ib i t i vas o permisivas de las uniones con miembros extraños a la gens o a la constitución verdaderamente patroní­mica de la asociación f a m i l i a r .

(15) O B . C I T . , pág. 437.

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V i l

Hasta aquí hemos podido entrever que el ayllu aparece en las poblaciones antiguas como p u n t o de p a r t i d a de agrega­ciones y congregaciones posteriores .

E l ayl lu germina p r i m e r o como núcleo f a m i l i a r , y t o m a después otras formas de convivencia social más ampl ia , ex­tensa y económica. A la evolución de las formas sociales del ayllu podría aplicarse l o que Fuste l de Coulanges observaba de la f a m i l i a o r i enta l p r i m i t i v a . " A l p r i n c i p i o , dice vivía ais­lada la f a m i l i a , s in reconocer el ind iv iduo más dioses que los domésticos (de i gent i les ) . Sobre la f a m i l i a se formó la f a t r i a con sus dioses ( juno curiales) ; v ino en seguida la t r i b u y los dioses de la t r i b u (teos f i l i o s ) , y se llegó al f i n a la c iudad" (^). No podremos decir del ayllu que haya recorr ido gradualmen­te y de la m i s m a manera aquellas fases de desarrollo y guia­do del mismo espíritu rel ig ioso . L o único que es posible af ir ­m a r es que el ayllu, llega a ser en cierto momento u n c lan agrí­cola y cooperativo y una comunidad de aldea o marca .

E l ayllu, considerado como clan, representa la evolución complementar ia del ayllu l i n a j e . Y no sería posible tener u n concepto claro de la composición social y de su desenvolvi­miento de los pueblos del -centro del continente sud si no es­tudiásemos detenidamente la organización ciánica que alcan­zó el ¡ayllu. Por o t ra parte , por una especie de correlación, el

(1) O B . C I T . , I I I , pág. 150.

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estudio del clan no permitirá obtener nuevas inducciones res­pecto de la teoría del ayllu gens. Pero antes, vamos a preci ­sar los rasgos const i tut ivos del c lan y sus líneas de diferen­ciación con otras agrupaciones sociales.

Hemos adelantado ya la significación de l a gens, t anto en el concepto clásico, como en el moderno , considerando que ella es la asociación f a m i l i a r consanguínea o fact ic ia alrede­dor de u n hogar, cuyo representante es el pater familias, i n ­vestido de poderes y funciones religiosas, jurídicas y aún po­líticas. Hemos visto también que la congregación de fami l ias f o r m a el clan o la t r i b u . La t r i b u en el concepto clásico era la "agrupación de muchas f a t r i a s " {^) . E l clan irlandés tiene el m i s m o significado que la t r i b u . "Perpetuándose la f a m i h a asociada, dice S. Maine , de generación en generación, en la antigua sociedad irlandesa, formó, desde luego, el sept; des­pués el clan, haciéndose tanto más a r t i f i c i a l cuanto más se amphaba su círculo" (^). N o obstante, el concepto moderno de l a t r i b u no ha sido u n i f o r m e . Ordinar iamente se ha enten­dido p o r esta denominación, una colect ividad más o menos numerosa de indiv iduos o fami l ias , s in consideración a l a es­t r u c t u r a f a m i h a r , sujeta a u n régimen despótico de u n jefe guerrero y con una organización político-social demasiado r u ­d i m e n t a r i a . Esta descripción se ha dado p o r los viajeros y ex­ploradores de las poblaciones bárbaras y salvajes de Afr i ca , América y Oceanía. Gumplowicz ha sostenido que las t r i b u s no se producen por la multiplicación de fami l ias , y que aqué­llas (son los restos de hordas y bandas humanas p r i m i t i v a s que desde el p r i n c i p i o se han considerado como extrañas por la sangre" (* ) . Esta afirmación es h i j a primogénita del p o l i -genismo sistemático del autor ; pero es evidente que el polige-nismo no tenga mucho que ver en la constitución íntima de la f a m i l i a y de la t r i b u .

U n dist inguido sociólogo, M . Giddings, a l pretender esta­blecer la base in terpre ta t iva de las sociedades étnicas, parte de que en el fondo más i n f e r i o r de estas colectividades "es­tán las pequeñas hordas compuestas de pocas f a m i h a s " . Expo-

(2) F u s t e l d e C o u l a n g e s , O B . C I T . , pág. 135. (3 ) L A S I N S T I T U C I O N E S P R I M I T I V A S , pág. 182. " C l a n , p a l a b r a d e o r i ­

g e n céltico, q u e s i g n i f i c a u n a t r i b u o colección d e f a n a l l i a s q u e o b e d e c e n a u n j e f e , t i e n e u n a n t e p a s a d o c o m ú n y l l e v a n e l m i s m o a p e l l i d o . W e b s t e r ' s , C O M ­P L E T E E N G L I S C H D I C T I O N A R Y " . E s t a definición n o e s e x a c t a p o r q u e s e c o n f u n d e c o n l a d e l a g e n s .

( 4 ) L U C H A D E R A Z A S , X X X I I , pág. 215.

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ne, además, cuatro modos de resolver posiblemente el origen de l a t r i b u matronímica, 'que para el profesor americano,^ es la f o r m a más p r i m i t i v a y antigua de las sociedades etnogéni-cas. Por el p r i m e r o , puede admit i rse que los clanes son más antiguos que la t r i b u , y que ésta se or ig ina de los clanes p o r integración. Por el segundo, una s imple horda indiferencia-da, ha crecido hasta alcanzar las dimensiones de la t r i b u , d i ­ferenciándose luego en clases. Por el tercero, cada horda ve­cina se ha diferenciado en organizaciones de clanes, y, f i n a l ­mente, puede suponerse que cada horda , en u n grupo de hor ­das, llegó a ser prácticamente u n clan, que comprende una mayoría de todos los miembros de aquel clan, y con ellos a l ­gunos indiv iduos de los otros clanes, y que tales clanes, hor­das a l f i n , f o r m a n juntos una organización t r i b a l (^).

Estas combinaciones de p u r a inducción crítica pueden i r hasta el i n f i n i t o . Mas, de ese con junto de interpretaciones, surge u n concepto definido y típicamente deslindado de lo que es la t r i b u . L a t r i b u "es una pequeña sociedad t m i d a y or­ganizada y compuesta de grupos sociales menores, que p o r sí son más amplios que la f a m i l i a " , y cuyos vínculos de paren­tesco quedan to ta lmente borrados . L a t r i b u es la f o r m a más compleja y más extensa de los grupos sociales p r i m i t i v o s . E n todo , de lo que nos ha quedado de las instituciones de la t r i ­bu , dice de Coulanges, se observa que se constituyó en su o r i ­gen para ser una sociedad independiente y como si^^no hubie­se tenido ningún poder social que le fuese super ior" ( " ) .

• Pero lo que distingue la t r i b u de las otras agrupaciones humanas es su estrecha alianza con l a t i e r r a . Su estructura n i es consanguínea n i exclusivamente rehgiosa, como sucede en la gens, en la f a t r i a o en el sept. Estos dos aspectos pierden su predomin io para dar lugar a l vínculo de la cooperación agrícola. "Desde el momento , dice Sumner Maine, en que una t r i b u se f i j a de u n modo permanente y de f in i t ivo en una ex­tensión dada de t e r r i t o r i o , la t i erra , o el suelo substituye al parentesco como fundamento de la organización social" C ). L a t r i b u , entendida así, se distingue p o r u n con junto de coo­peración activa de sus miembros , más agrícola que política, en razón de que estas funciones están simplif icadas en l a au­t o r i d a d del jefe y consejo de ancianos. Sobre todo , la concep-

(5 ) G i d d i n g s , O B . C I T . , pág. 207. (6 ) O B . C I T . , pág. 135. (7 ) O B . C I T . , I I I , pág. 68.

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ción científica de l a t r i b u , se dist ingue de la denorainación vulgar, en que en aquélla son las funciones agrícolas y de coo­peración económica lo que constituye su integración psico-social, prescindiéndose del agregado i n f o r m e que a p r i m e r a v is ta ofrece l a colect ividad, que es lo que f o r m a el concepto vulgar de l a tribu.

Para explicar la evolución de la gens basta l a nacional i ­dad no hace f a l t a r e c u r r i r a ideas revolucionarias ( m u y co­munes en otros t iempos a las teorías geológicas y sociales) que explican por choques violentos y extraños las transfor ­maciones de los grupos agrícolas. Es l a cont inua y lenta ac­ción de las mismas fuerzas internas, expansivas, en combina­ción con los factores extemos, especialmente geográficos, la que determina la evolución de los grupos humanos . N o obs­tante, e l concepto de l a t r i b u no puede quedar encerrado en u n solo molde , n i en cuanto a su estructura interna n i en cuan­to a las formas de su desenvolvimiento.» Por esto, s i se t r a t a de dar una idea más o menos redondeada de ese grado de co­lec t iv idad social y política, es casi p o r método, y porque es necesario tener ciertos puntos de intel igencia común cuando se investigan los fenómenos de la congregación social .

Las aclaraciones que preceden sirven, pues, de premisas, hasta c ierto punto , para a f i r m a r que s i el ayllu despunta en la aurora de las p r i m i t i v a s poblaciones del centro del cont i ­nente como asociación f a m i l i a r , l lega después a t o m a r las proporciones y funciones de clan y de t r i b u . Sin embargo, el ayllu, como l ina j e o f a m i l i a subsiste independientemente, pe­r o con u n vis ible descoloramiento. Starcke sostiene que "pue­de decirse que está reconocida la organización de l a f a m i l i a p o r la t r i b u , como lo que los ind iv iduos por sí mismos pre­f ieren, mientras que l a organización c i v i l y política está re­conocida por el i n d i v i d u o , como aquella ante la cual debe so­meterse para la conservación de la v i d a social" ( * ) . L a obser­vación no puede ser más o p o r t u n a . E n efecto, en l a organi ­zación t r i b a l , es el agregado i n d i v i d u a l l a fuente de todo el ré­g imen social; y p o r esto mismo , l a f a m i l i a , en este grado de dilatación social, es u n hecho de vo luntad , de constitución de hecho, sol idariamente estructurada, y en la que los ind iv iduos se ven adheridos por vínculos más poderosos que su vo luntad .

E n verdad, cuando se opera la constitución del imper i o pe­ruano , e l ayllu, l ina je , vuelve a rebro tar en razón de que las

(8 ) I i A F A M I L I A E N L A S D I F E R E N T E S S O C I E D A D E S , I , pág. 3.

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bases fundamentales de l a organización política de esta na­c ional idad son completamente aristocráticas. Por punto gene­r a l , l a inducción fuerza a creer que, desde cierto momento , el ayllu, t r i b u , se desenvuelve en sentido inverso, es decir, que mientras se define y consolida ésta, l a f a m i l i a consanguínea va perdiendo su p last i c idad const i tu t iva . N o es que se ope­ren superposiciones de una y o t r a f o r m a de convivencia. Lo que hay es que en la civilización a imara la voz ayllu sirve, y es la única conocida, para designar tanto l a asociación f a m i ­har , gens, cuanto la asociación t e r r i t o r i a l y agrícola, t r i b u . Cosa igual pasó en las instituciones irlandesas con la palabra fine. S. Maine nos dice: " L a misma palabra fine, f a m i l i a r , se aplica a todas las subdivisiones de la f a m i l i a ir landesa. De­signa a la t r i b u en su sentido más ampl io , en cuanto preten­de gozar c ierta independencia política, y a todos los cuerpos intermedios hasta l a f a m i l i a t a l cual l a entendemos, y aun a las fracciones de la f a m i l i a " (^).

E l ayllu, gens, h a subsistido, indudablemente , aunque m a r c h i t o , dentro de l a organización t r i b a l y nacional a que alcanzaron los a imaras . L a conquista española no encontró sino e l ayl lu t r i b u . Así vemos xma relación colonial de 1586 re lat iva a la prov inc ia del Collao, de población a imara, las si­guientes informaciones respecto a l ayllu, en su aspecto ciá­nico . Dice ella: " A los quince capítulos. Gobernábanse con­f o r m e a l o que el inca tenía puesto, que era, p o r sus ayllos y parcialidades, nombrada de cada ayllo u n cacique, y eran tres ayllos l lamados Collana, Pasana, Cayao; cada ayllo de éstos tenía trescientos indios y u n p r i n c i p a l a quien obedecían, y es­tos tres principales obedecían a l cacique p r i n c i p a l , que era so­bre t odo . Tenía el cacique p r i n c i p a l mando y poder sobre to­dos los demás principales , los cuales le eran obedientísimos en todo lo que mandaba, así en las cosas de guerra como en las cosas de jus t i c i a y castigos de del i tos . E r a este cacique puesto p o r el inca y subsedían sus h i jas , y a f a l t a de ellos sus hermanos, aunque eran preferidos en la herencia e l her­mano legítimo del cacique a su h i j o , aunque fuese legítimo"

Todavía subsiste e l ayl lu casi con e l m i s m o molde t r i b a l que nos describen los cronistas españoles, no obstante las al ­teraciones de carácter agrícola y t r i b u t i v a s introduc idas p o r

(9 ) L A S I N S T I T U C I O N E S P R I M I T I V A S , I I I , pág. 83. (10) R E L A C I O N E S G E O G R A F I C A S D E I N D I A S , t o m . I I , págs. 40 y s igtes .

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los peninsulares en la composición de los grupos indígenas. Valiéndonos de los registros de t ierras de aborígenes podemos saber que el ayllu actual consta de c ierto número de fami l ias , veinte a cuarenta, que dan u n t o t a l de cien á trescientos i n d i ­viduos, repart idos en determinadas agrupaciones l lamadas es­tancias. O explicando inversamente; el ayllu es el con junto de estancias, cuyo número varía de cuatro a cinco y de diez a quince, enumerando cada estaaiicia u n grupo de cinco, ocho, diez, quince o trein'Ea f a m i l i a s . Este número, con todo , no es f i j o , y hay estancias p o r ejemplo, que constan de sólo dos fa­mi l ias .

La distinción que señalamos en familias y estancias, es desde el punto de vista de la legislación co lonia l . E l concep­to de f a m i l i a es enteramente moderno en estas definiciones legales. E n cuanto a la estancia, vocablo netamente castella­no, no tiene o t ro significado que la comunidad de pastos. Si­guiendo la opinión de don Juan de Solórzano, la conservación de pastos comunes constituye la estaoticia, y así distingue la estancia de ganado mayor y la de ganado menor (^^). Mas, en o t r a parte asegura el i lus t re jur i sconsul to español, que las t ierras de labranza pertenecientes a una comunidad de indios se l lamaban cha,caras en el Perú y estancias en Nueva Espa­ña (^2). Este vocablo, considerado p o r la Academia como de origen americano, debe provenir de la distinción del ganado estante y t ranshumante , derivación que concuerda con el p r i -rner sentido que da Solórzano a esa voz y de donde por exten­sión se explicó, probablemente, a la comunidad de t ierras en general . Pero sea cual fuese la interpretación de t a l denomi­nación, en el fondo, se t r a t a de participación colectiva de cier­tos beneficios agrícolas E n este último sentido ha sub­sistido la palabra en los " l i b ros de rev is i ta de t ierras de o r i ­gen" . Para e jemplo, citaremos la clasificación t e r r i t o r i a l de la prov inc ia a imara de Carangas, hecha en 1850. Dice la re­v is i ta : " E l aylhi Guanaque, consta de las lestancias: Guanaque,

(11) P O L I T I C A I N D I A N A , I I , págs. 104 y 105 (12) I B I D , I X , pág. 94 . (13) E l señor R i g o b e r t o P a r e d e s , e n s u a p r e o i a b l e monografía d e l a p r o ­

v i n c i a d e I n q u i s i v i , ña, l l e g a d o a d e c i r : " C o n l a denominación d e c o m u n i d a d o e s t a n c i a s e conocía e l c o n j u n t o d e rancherías indígenas a g r u p a d a s e n u n a , r e ­gión d e t e r m i n a d a . L a reunión d e c o m t m i d a d e s f a m i l i a r e s f o r m a b a n l o s a y l l u s y l a d e éstos l a m a r c a , q u e e q u i v a l e a l a p a l a b r a p u e b l o ; a l a c a b e z a de c u y o g o b i e r n o s e e n c o n t r a b a e l m a U o u " . P R O V I N C I A D E I N Q U I S I V I , X V L pág 197. N u e s t r a opinión e s q u e t a l m o d o d e j u z g a r l a c o m u n i d a d t e r r i t o r i a l n o es e x a c t a n i c o m p l e t a . E l a u t o r h a t o m a d o únicamente e l s i g n i f i c a d o v u l g a r d e l a p a l a b r a e s t a n c i a .

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con veintidós famihas ; Pulani , con tres; Kamocha, con seis, y Tuva, con dos. E l t o t a l de ind iv iduos alcanzaba a ciento se­tenta de los que setenta eran varones y noventa y dos muje ­res. E l ayllu.Maransaya compónese de las estancias: A i q u i , con diez famihas ; Coquesa, con trece; Tanchani , con doce; V i n t o , con once; Chiltagua, con nueve; Planchihuilapampá, con do­ce; Tolacapani, con cuatro ; Hanocco, con seis, con u n t o t a l de trescientos cuarenta y seis miembros : ciento setenta y sie­te varones y ciento setenta y nueve mujeres . E l ayllai Aran-saya, consta de las estancias: Chiltacco, con quince fami l ias ; Malamala , con cuatro ; ChuUapota, con trece; Chiv i l la , con trece; Cullco, con nueve; Cuquesana, con cuatro ; t o t a l tres­cientos setenta y cinco ind iv iduos ; c iento setenta y cuatro va­rones y ciento noventa y u n mujeres " (^*).

Transformado el ayllu f a m i h a r en organización t r i b a l agrí- . cola, mantenía aun ciertas huellas, aunque débiles, de su cons­titución p r i m i t i v a consanguínea. Así descúbrense dentro del c lan dos clases de miembros : el originario y el agregado, co­mo se les designa en la legislación co lon ia l . ¿Cuál es la pro ­cedencia de cada tmo de éstos y de dónde deriva la distinción de sus funciones y posición dentro del ayllu, t r i bu? Para d&r exacta explicación a estos dos puntos vamos a referirnos a do­cumentos coloniales. "Or ig inar ios , dice el subdelegado de Omasuyos, Marqués de la Plata C"'), son aquéllos que tuvie ­r o n su p r i m e r or igen en el ayllo, en que a l a actual idad se m i ­r a n existentes y se conciben solariegos, como que l ogran d i ­cho su or igen anticuado en aquellas t ierras , nominando ayllo lo que nosotros r e p a r t i m i e n t o . Estos por l o m i s m o se supo­nen de superior cahdad y aun se t ienen p o r mejores que los yanoconas, forasteros y uros , de f o r m a que entre ellos el o r i ­g inar io es más recomendable que los forasteros para exercitar empleos públicos, gozar más t i e r r a en su ayllo, alcanza el me­j o r lugar, contr ibuye e l t r i b u t o de cuota superior, cual es el de diez pesos y sufren las pensiones de la m i t a d de Potosí. Fo­rasteros (agregados) son los que no teniendo en aquel repar­t i m i e n t o su origen n i confundiéndose con l a nobleza de d i ­chos or ig inarios aparecen como agregándose a las t ierras de comunidad (de las que se les asignan las necesarias para su

(14) A R C H I V O D E L T E S O R O P U B L I C O . L a P a z . R e v i s t a d e l a p r o v i n c i a d e C a r a n g a s , 1851.

(15) I n f o r m e d e l s u b d e l e g a d o d e O m a s u y o s , marqués' d e l a P l a t a , a l I n t e n ­d e n t e de L a P a z . C o s c o c h a c a , 2 d e m a y o d e 1792. A c a d e m i a d e l a H i s t o H i a . M a ­d r i d , Colección M a t a L i n a r e s , t o m o 3.

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cómoda subsistencia) pagan cinco pesos de t r i b u t o a l año y sufren la pensión de la enunciada m i t a , como ayudando a los o r i g i n a r i o s " .

Los or ig inarios y forasteros, distinción def inidamente te­r r i t o r i a l , hace recordar a l antiguo nombre consanguíneo de l a f a m i l i a y a l m i e m b r o fact ic io , no l igado como aquél por víncu­los de sangre al antepasado común, sino p o r u n lazo de afec­tos o de representación subst i tut iva de los descendientes le­gítimos. Ta l distinción en u n p r i n c i p i o consanguínea y f a m i ­l i a r , cuando los grupos humanos l legan a const i tu i r una or­ganización más ampl ia donde el vínculo de congregación no es el parentesco, sino e l arraigo a la t i e r r a y su cu l t ivo , en­tonces los miembros componentes del grupo agrícola se dis­t inguen p o r una posición o relación t e r r i t o r i a l respecto de la c omunidad . E l forastero, m i e m b r o extraño a la constitución t e r r i t o r i a l del clan, es u n signo de reviviscencia del m i e m b r o fact ic io de la antigua gens. Empero , no es esto únicamente lo que podría l levamos a la reminiscencia del m i e m b r o f i c t i c i o y externo de la gens a imara . Existe aún una costumbre que no puede ser sino la huel la del ensanche externo de la f a m i l i a , mediante l a adopción del extraño, m u y semejante a lo que pasaba en la legislación r o m a n a . E l uta guagua, h i j o de la ca­sa, es u n h i j o adoptivo , pero más que desde el p u n t o de vista del régimen c i v i l y f a m i l i a r , desde el p u n t o de vista de la co­laboración agrícola. Las obligaciones y derechos que nacen de este hecho, siendo recíprocas para ambas partes, pueden r o m ­perse vo luntar iamente , s in hallarse, trabados por las f o r m a l i ­dades que la ley romana establecía en estos casos. Esta for­m a de adopción se busca p o r l a pare ja s in descendencia, y no en fuerza de la idea de proyección de la personal idad p u ­ramente m o r t a l y subjet iva, sino en relación a la prop iedad y sucesión de el la . Está t a n íntimamente ligado el a imara a la t i e r r a , como en todo grupo agr icul tor , que su personalidad i n ­d i v i d u a l como f a m i l i a r se condensa y re f le ja en su sayaña, par­cela de c u l t i v o . Sabemos que en l a antigua gens romana, esen­cialmente rel igiosa, la adopción arrancó su existencia del cu l ­t o de los antepasados. E n la gens a imara , en el ayllu, es posi­ble que la aceptación del uta guagua tuviese t a l origen, no lo a f i rmamos . Hoy , dentro del ayllu, c lan, y más prop iamen­te, dentro de la f a m i h a sólo obedece a la sucesión t e r r i t o r i a l . Pero ese interés psicológico de proyectar hacia el porven i r la personal idad agrícola, l a i n m o r t a l i d a d de la t i e r r a , ¿no será u n a transformación de la adopción religiosa que existía en la gens lat ina?

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V I H

L a causa, o m e j o r dicho, las causas, que h a n i n f l u i d o p r i n ­c ipalmente para que el ayllu, gens, se t rans forme en ayllu, clan,-son de orden agrícola. N o conocemos, n i por referencia de los cronistas españoles, los pr inc ip ios conforme a l cual se ope­r a n los repart imientos de t ierras cultivables de los p r i m i t i v o s a imaras . Garcilaso, Ondegardo y Acosta son quienes h a n da­do mayor luz sobre el régimen agrícola pemano , y sólo por las referencias de éstos podemos i n d u c i r lo que fuera el a i ­mara , pues sabido es que las conquistas salidas del Cuzco no ahogaron las costumbres peculiares de cada prov inc ia o na­ción sometida a l cetro incásico.

L a gran civilización a que llegó el imper io del Sol, a l i gua l de l romano , se operó mediante la asimilación lenta y silencio­sa de las instituciones de los vencidos. A su vez, las leyes e instituciones salidas del núcleo, que podríamos l l a m a r propia­mente incásico, s in que sea posible señalar cuáles son éstas en toda su origüialidad, fueron a f l o t a r superf ic ialmente én u n p r i n c i p i o , como en todo régimen establecido por l a conquis­ta , y a impregnarse fuertemente, después, en las costumbres y normas de la v i d a agrícola de los pueblos sometidos al ce­t r o cuzqueño. E l procedimiento colonizador de los mltknaesi, análogo a l sistema la t ino , ha debido c o n t r i b u i r a l a imi f i ca -ción gubernat iva del i m p e r i o , aunque esta unificación, en mo­mentos de ser sorprendida 'por los españoles, es más aparen­te que r e a l . T a l colonización mediante el trasplante de pobla-

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dores de una prov inc ia en o t r a u otras, a más de buscar la amalgamación de inst i tuciones, l levaba también el propósito de regularizar el sistema hacendarlo basado en el cul t ivo co­m u n a l de la t i e r r a . Cieza de León, en el capítulo X X I I I de su Cróniqa del P e n i , nos da cuenta detallada del espíritu que in fo rmaba el p l a n político agrario de los raitliniaes.

E n cuanto a la constitución comunista del ayllu, es decir, del c lan, f tmdadamente se puede suponer que no existía dis­tinción alguna entre las poblaciones aimaras y quechuas. E l Ayllu ha debido ser or ig inar iamente a imara, pasando después es­ta denominación a la organización ciánica de la civilización incásica. Aylluy, en quechua, i d i o m a del i m p e r i o , deriva de Ayllu. P;or tanto , habría que aceptar que el ayllu incásico, en lo poco que de él conocemos p o r los conquistadores peninsu­lares, representa el ayllu a imara . B i e n es verdad que si la c i ­vilización incásica se desarrolló aparte y poster iormente a la a imara , la estructura f a m i l i a r y t r i b a l en aquélla ha podido t o m a r caracteres d ist int ivos y peculiares. De esto lógicamen­te se deduce que el ayllu incásico no es el molde donde debie­r a estudiarse el ayUu a imara . Esta observación no sólo encie­r r a u n fondo de verdad, sino que es prudente tenerla en cuen­t a . Pero s i ambos desdoblamientos sociales, si es que el incá­sico no procede del a imara , der ivan de una fuente común, pues­t o que las líneas y rasgos más fundamentales de su estructu­ración no son dist intos , la verdad estaría en ciertos elemen­tos adquir idos o derivados, pero más formales que substancia­les . E n e l fondo de esos organismos está f i rmemente arraiga­do e l núcleo h u m a n o , resistente a la acción del t i e m p o . Y es­to no sólo puede decirse de las instituciones americanas. E n todos los fenómenos de l a v ida social y psíquica de los pue­blos hay una fuerza conservatriz, semejante a la fuerza cen­trípeta de los cuerpos, que mantiene casi invívitos los elemen­tos pr imeros y fundamentales contra las tendencias de la va­r i edad y de los cambios a que nos ar ras t ran otros factores evo­l u t i v o s . N o andamos, pues, descaminados a l servirnos de la delincación del ayllu t a l cual lo encontramos en las poblacio­nes sometidas a l i m p e r i o cuzqueño, para remontarnos a la or­ganización del ayl lu a imara, perdido para nosotros en sus p r i ­meras fases evolut ivas .

Ahora b ien , ¿cuál puede ser la .organización del ayllu a i ­mara? Siguiendo dos procedimientos es posible responder a esta pregunta . E n p r i m e r lugar, ateniéndonos a los datos ca­racterísticas del ayllu incásico, t a l como nos anot ic ian los cro­nistas españoles. E n segundo, estudiando los rasgos aún pre -

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dominantes de una organización netamente indígena en los restos que de esta institución quedan en las poblaciones ai­maras . Pero, hay u n otro camino más eficaz y sencil lo. Nie -b u h r y Max Müller lo h a n empleado al investigar la antigüe­dad de las civilizaciones indo-europeas. Es a l lenguaje a quien debemos pedir su auxi l io , escudriñando el sentido de vocablos que teniendo u n origen remoto explican los hábitos y usos de los pueblos que los emplearon . Hacen ver "que la raza de hombres capaz de crear tales palabras, palabras que la corr ien­te de los siglos ha arrastrado a tantas r iberas, s in quitarles su significación, no podía ser una raza de salvajes, de simples cazadores nómadas" C).

E n el a imara encontramos palabras que son una revela­ción del estado social p r i m i t i v o de los pueblos que usaron es­te i d i o m a . Con ellos se demuestra que los aimaras v i v i e r o n dentro de u n régimen civil izado de paz y cu l tura avanzada de l a t i e r r a . L a r iqueza y var iedad de los términos agrícolas prue­ban que su constitución social era, por encima de todo , agra­r i a . Podríamos c i tar , como ejemplo, estos vocablos:

Raíz sustantiva A L I . Su ramifloación en acciones o verbos:

1. A L I Ñ A . V e g e t a r , c r e c e r , p l a n t a r . 2. A L S U Ñ A . G e r m i n a r , b r o t a r . 3. ALSJAÑA. E s t a r n a c i d o y a e l árbol . . 4. A L I S I Ñ A . T e n e r árboles, t m t e r r e n o . 5. A L I A S I N I Ñ A . F o r m a r o s e r u n bos<iue. 6. A L T A N A . C o m e n z a r a d e s e n v o l v e r s e , c r e c e r . 7. A L I R I I Ñ A . S e r d e rápido y v i g o r o s o i n c r e m e n t o . 8. A L I K B A Ñ A . B i f u r c a r s e o d e s p r e n d e r s e . 9.' ALIPTAÑA. T r a n s f o r m a r s e l a p l a n t a e n árbol .

10. A L I R I Ñ A . S e r apto a l a a l t u r a , a l e v a n t a r s e . 12. A L I K B E R I Ñ A . E s t a r nutriéndose, c r e c i e n d o l a p l a n t a . 13. ALISKAÍÍA . S e r d e c r e c e r e n c o n t o m o . 14. A L I N T A Ñ A . E s t a r v i v a l a p l a n t a . 15. A L I T A T A Ñ A . R a d i c a r b i e n , v i g o r i z a r s e .

16. A L C A T A Ñ A . T o m a r p u j a n z a , r a m i f i c a r s e . 17. A L I Q U I P A Ñ A . C r e c e r l e a r b u s t o s o parásitos a l árbol . 16. ALCATAÑA. C u b r i r un o b j e t o l a vegetación. 18 . ALJATAÑA. T a p a r m a l e z a s a l árbol o c u b r i r l o . 19. A L I C K I B I Ñ A . S e r árbol, q u e r a d i c a b i e n y h o n d o . 20. A L I C H A Ñ A . E c h a r v a r i o s b r o t e s e l árbol . 21 . A L I N T I R I Ñ A . S e r árbol q u e r a d i c a b i e n y h o n d o . 22 . A L I R A Ñ A . E c h a r v a r i o s b r o t e s e l árbol . 23. ALIRPACAÑA. E s p a r c i r s e , e c h a r d e sí e l árbol . 24. A L T H A P I Ñ A . C o n c e n t r a r s e , h a c e r s e c o p u d o .

(1 ) M a x M i U l e r , L A M I T O L O G I A C O M P A R A D A , I , pág. 43.

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2 5 . A L I B A Y A Ñ A . 26 . A L I A Ñ A . 2 7 . A L I Y A Ñ A . 2 8 . A L I E I Ñ A . . 29. AtrECAYAÑA. 3 0 . A L I P T A Y A Ñ A . 31 . A L I A S C A Ñ A , 32 . A L I N T A Y A Ñ A .

3 3 . A L I T A T A Y A Ñ A . 34. A L C A T A Y A Ñ A . 3 5 . A L I E Q U I P A Ñ A . 3 6 . A L I C K J A Ñ A . 3 7 . A L I A L I C H A Ñ A . 3 8 . A L C H A Y A Ñ A . 39 . A L I R A Y A Ñ A . 4 0 . A L I Y H A Y A Ñ A . 41 . A L I Ñ A . 4 2 . A L L S Ü Ñ A . 43. A L L S J H A Ñ A . 4 4 . A L L T A Ñ A . 4 5 . A L L I R A Ñ A . 4 6 . A L U C H A Ñ A . 4 7 . A L L I N T A Ñ A , 48 . A L L I T A T A Ñ A . 4 9 . A L L C A T A Ñ A . 5 0 . A L L I Q U I P A Ñ A . 5 1 . A L L J A T A Ñ A . 5 2 . A L L T A P I Ñ A . 5 3 . K H A R P A Ñ A . 5 4 . K H U R P A Ñ A .

H a l M r c r e c i d o p l a n t a s o árboles . C u l t i v a r p l a n t a s , c u i d a r l a s . T e n e r h u e r t o o árboles . S e r j a r d i n e r o o c u l t o r d e p l a n t a s . D e r i v a r d e o t r o s árboles; p l a n t a r d e g a j o s . D a r v i g o r a l u i árbol, r e f o z a r l o . F o m e n t a r , h a c e r v i v i r l a p l a n t a . P l a n t a r h o n d o y p e r p e n d i c u l a r . H a c e r d e s p l e g a r , t o m a r c u e r p o , r a m i f i o a r . A r r i m a r p l a n t a s o c e p a s a l árbol . T r a n s p l a n t a r , i n t e r c a l a r árboles . D i s e m i n a r p l a n t a s . S e r p l a t a d o r , d i s p e r s a r p l a n t a s . H a c e r p l a n t e l e s o a l m a c i g o s . F o r m a r b r a z o s , p l a n t a r d e r a m a l e s . P r o p a g a r , t r a s p l a n t a r . R o m p e r , d e s c u a j a r e l t e r r e n o . E s c a r b a r , h a c e r ^ o y o s , d e s p l a n t a r . C o s e c h a r , e x t r a e r e l p r o d u c t o . R e m o v e r , q u i t a r l a t i e r r a . D e s a t e r r a r , d e s c u b r i r . S e p a r a r , d i s m i n u i r l a t i e r r a . E n t e r r a r , s e m b r a r , p l a n t a r . E s p a r c i r , d e s c u b r i r p l a n t a s . A b r i g a r , a t e r r a r e l p i e d e l árbol . C u b r i r , e c h a r t i e r r a e n c u n a . T a p a r e n t e r a m e n t e , a g l o m e r a r . J i m t a r , a m o n t o n a r , a g l o m e r a r ( 2 ) . R e g a r l o s t e r r e n o s s e m b r a d o s . D e s t r i p a r t e r r e n o s p a r a sembradío .

Asimismo tenemos términos que ind i can el uso de gana­do y su pastoreo, verbigracia ; Uigua, ganado; kaura, l lama, ganado lanar o r ig inar io del a l t ip lano ; aguatiña, pastear; agua-tiri , pastor, etc.

T a l var iedad en la expresión de las modalidades más psi ­cológicas de l a v ida agrícola no sólo atestigua u n grado avan­zado de arraigo a la t i e r r a y a su cu l t ivo , sino una proceden­cia le jana (^) de régimen geográfico y climas que no son de la meseta andina, puesto que existen sinnúmero de palabras destinadas a signif icar operaciones de a r b o r i c u l t u r a , cuyo cul­t i vo no fue conocido en el a l t ip lano andino . Esa vinculación estrecha al suelo supone uxi régimen estable de v ida y de or­ganización social, e l amor de u n pueblo a l paci f ismo, la cons­trucción de ciudades, como Tiaguanacu, cuyas ruinas sólo pue-

(2 ) E s t o s v o c a b l o s h a n s i d o t o m a d o s d e l U b r o d e V i l l a m i l y R a d a , L A L E N -GTTA D E A D A N .

(3 ) V i l l a m i l y R a d a h a c e a s c e n d e r a m á s d e c i n c u e n t a p a l a b r a s de a s o m ­b r o s o m a t i z , q u e e x p r e s a n l a s i d e a s r e l a t i v a s a l árbol, a l a p l a n t a y a s u c u l ­t i v o . ( " L A L E N G U A D E A D A N " , pág. 1 6 ) .

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den compet ir con las de México. Y si l a organización agraria fue avanzada en aquellos pueblos, su estado c i v i l f a m i l i a r no lo era menos. Los delineamientos de las relaciones f a m i l i a ­res son claros y perfectamente definidos, s in que se encuen­t r e ese estado de confusión o indiferenciación p r o p i a de los salvajes. Así tenemos en el i d i o m a a imara estas voces que re­velan la estructura f a m i l i a r y las relaciones de sus miembros . Achachila, antepasado, abuelo; guartml, m u j e r , esposa; allchi, nieto ; tolíca, yerno ; l lojcha, nuera; yaca, h i j o ; phucha, h i j a ; guagua, niño; ginchu khañu ( o re ja sucia) , h i j o m a l habido, Bastardo; guajcha, huérfano (*); taica, madre común, abue­la ; tate, padre; sullca, h i j o menor ; j i la , hermano; cullaca, her­mana; uta, casa, etc.

Ateniéndonos ahora a las inst itucioi jes incásicas y por las cuales se induce la organización que debía tener el ay l lu ai ­mara , se puede sostener que ella fue idéntica en sus rasgos fundamentales . L a división de l a t i e r r a laborable y su d i s f ru ­te en común ha debido ser régimen aimara, que trascendió y pasó a ser de los pueblos incásicos. O en otros términos: la civilización cuzqueña no hacía sino recoger las instituciones que pueblos que ent raron a f o r m a r su composición arrastra­b a n desde le jos . Según el padre Acosta, a quien ha seguido Garcilaso, la t i e r r a , deducidos los cult ivos destinados a la fa-piiliá i m p e r i a l y a l cu l to , era del dominio y uso colectivo. "De esta tercera parte , dice, ningún p a r t i c u l a r poseía cosa prop ia n i jamás poseyeron los indios cosa prop ia , si no era por mer-ped especial del Inca y aquello no se podía enajenar n i aun d i v i d i r entre los herederos. Estas t ierras de comunidad se re. partían cada año y a cada uno se le señalaba el pedazo que había menester para sustentar su persona y la de su m u j e r y sus h i jos , y así era unos años más otros menos según era la f a m i l i a para lo cual habían sus medidas determinadas" (^).

Estas medidas, ateniéndonos a Garcilaso, tenían por ba­se el tupu (") equivalente a una fanega y media española de

(4 ) E s t e v o c a b l o d e s f i g u r a d o p o r l a fonética española e n g a u c h o , s e u s a e n e l Perú y C h i l e , p a r a d e s i g n a r l a últiima y s u e l t a f r a c o i d n d e u n b i l l e t e d e lote ­ría. A s i m i s m o e n C h i l e s e u s a n l a s s i g u i e n t e s v o c e s : l l a p a , y a p a , a d e h a l a e n es ­p e c i e q u e d a e l v e n d e d o r ; t i n l a , t h i n c a : c o r a z o n a d a , a d v e r t e n c i a d e l corazón; g u a g u a , niño o niña.. T o d a s e s t a s p a l a b r a s s o n a i m a r a s .

(5 ) H I S T O R I A N A T U R A L Y M O R A L D E L A S I N D I A S , t o m o I I , X V , pá­g i n a 187.

(6) E l v o c a b l o t u p u es n e t a m e n t e a i m a r a , y s i g n i f i c a , genéricamente, m e ­d i d a , mfitrón. E m p l é a s e también p a r a d e s i g n a r Txna l e n g u a española. T o p o d i ­c e n e n e l Perú .

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t ierras C ) . Cada ind iv iduo casado y sin h i j o tenía derecho a u n tupu. A l advenimiento de cada h i j o varón recibía el pa­dre u n otro y para las hi jas med io . E l h i j o emancipado o ca­sado arrastraba tras sí su l o te . N o así la h i j a casada, que de­bía i r a par t i c ipar del cul t ivo del m a r i d o . La nobleza y fa­m i l i a rea l recibían t ierras en proporción a l número de sus miembros , mujeres , criados y de las mejores de l a comarca en que vivían, s in considerar la participación común que te­nían en la hacienda rea l y en la del So l . E l cu l t ivo de t ierras se operaba p o r medio de u n sistema especial de cooperación comunista . Labrábanse, pr imeramente , p o r todos los brazos há­biles de la colect ividad, las t ierras destinadas al manten imien ­to del cul to solar y de sus m i n i s t r o s ; luego las de las viudas y huérfanos; las de los viejos, enfermos e impos ib i l i tados y las de soldados ocupados en la guerra . Después de la labor de estos repart imientos , cada f a m i l i a o ind iv iduo atendía a los suyos, "ayudándose unos a o t ros " , p o r ' so l idar idad recí­proca de servicios. U l t imamente eran cultivados los lotes de : a nobleza y del rey .

Ahora si se compara esta organización agraria con la que tenían los aztecas en el ioallpulli, se encuentran semejanzas verdaderamente sorprendentes, que dan lugar a pensar en u n centro común de procedencia de las civilizaciones americanas. Vamos a c i tar u n documento que nos l leva a esa demostra­ción: Su título es: " e l orden que tenían los indios en el suce­der en las tierras y baldíos" . Dice así: "Es de saberse, es­cribe, que había tres maneras de t i e r ras . Una se l lamaba yaoc-lall , que quiere decir t ierras de guerra; otras se l lamaban cla-tocaclali, que quiere decir t ierras de señoríos, y otras se l la ­m a r o n oallpiüali, que quiere decir, tierras: de particulares, de pueblos o barrio. Las t ierras de guerra que ord inar iamente estaban en los mojones n i eran de nadie n i sucedía nadie en ellas, porque las ocupaba el señor que mantenía la guerra. Cuanto a las t ierras del señorío, no hay d i f i cu l tad , porque el ^eñor las daba y qui taba como le parecía y dividía entre los h i j os y padres. Otras t ierras que son las del tercer género, que eran t ierras l lamadas callpulah, que parecía tener algu­na p a r t i c u l a r i d a d , y son las tierras de dentro de los pueblos y barrios. Por la mayor parte sucedían los h i jos y no se las qui taban, sino por del ito , y esto no porque ellos tuviesen pro -

(7 ) C a d a f a n e g a e q u i v a l e a 64 áreas 396 mil iáreas . (8 ) B I B L I O T E C A D E L A A C A D E M I A D E L A H I S T O R I A , M a d r i d , Colección

Muíioz, t . 42 . f o l . 35 a 37.

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piedad en las t ierras , porque como los señores eran t iranos daban todas las t ierras a vasallos y quitábanlos a ellos a su vo luntad , y así no eran propiamente señores o dueños de las t ierras , sino terrazqueros o solariegos de los señores. De ma­nera que se podía decir que todas las t ierras , montes y cam­pos, todo estaba a v o l u n t a d de los señores y era suyo, porque lo tenían todo t i ranizado y así vivían a v iva quien vence y lo que ganaban todos lo repartían los señores entre s í " .

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I X

¿A qué género de inducción puede arrastrarnos aquella ident idad de instituciones americanas? ¿Provendrá de u n pa­rale l ismo en los inst intos humanos o procederá de una co­mún fuente lejana? E n el or igen de las comunidades socia­les, cualesquiera que sean ellas, los procesos de formación de l a prop iedad agrícola se entrecruzan con caracteres de una m i s m a índole. Por o t r a parte , si entre las poblaciones ameri ­canas es donde se nota con cierta acentuación la p a r i d a d de razas, costumbres e id iomas, ¿por qué sólo el régimen agrí­cola había de escapar a ese r i t m o de semejanza?

Las formas más generalizadas p o r el imper i o incásico, en cuanto a l r epar t imiento parcelario , orden de cult ivos , sistema t r i b u t i v o , sm alterar el f ondo or ig inar io de la prop iedad clá^ nica, ha debido u n i f o r m a r las relaciones de l a persona y la t i e r r a , y aprox imar , por medio de la centralización, l a propie­dad comunal a los órganos del Estado incásico. B ien puede i n ­ferirse, de todo eso, que en las poblaciones aimaras, antes de l a dominación peruana, el sistema t e r r i t o r i a l fue el mismo que en las poblaciones incaicas. Cronistas como Cieza de León, sostienen que las provincias aimaras del norte , como el Co­l lao , conocían u n completo procedimiento de cult ivos y re­gadíos (^). Según D'Orbigny, la nación a imara había conoci­do l a v ida agrícola y p a s t o r i l de una manera m u y desenvuelta

(1 ) C B O N I C A D E L P E R U , X V I I , pág. 63.

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"de donde las ideas sociales posteriores salieron germinadas, de donde el p r i m e r gobierno monárquico y religioso hubo na­c ido" ( 2 ) .

Comnrobada l a par idad entre el régimen azteca y el i n ­caico habría una razón demás para sostener la ident idad de este último con las instituciones agrícolas a imaras . Si care­cemos de observaciones y descripciones directas de la estruc­t u r a ciánica de los pueblos aimaras, encontraremos en las Que nos h a n dejado los cronistas peninsulares respeto de propie ­dad comunista incásica, base suficiente para reconst i tu i r aque­l l a organización t e r r i t o r i a l .

Volvamos a l régimen incásico. L a organización agraria no sólo m i r a b a a la distribución t e r r i t o r i a l de lotes cul t iva­bles, sino a l a vinculación in terna de cierto género de relacio­nes de convivencia y cooperación comunista, a l espíritu, po­demos decir, de las labores de la t i e r r a y de su aprovecha­m i e n t o . Nada más interesante para revelar esa admirable dis­posición de relaciones hondamente psíquicas que a manera de sistema nervioso coordinaba los movimientos colectivos del c lan, que u n pasaje del cronista mestizo que nos va sirviendo de guía en este p u n t o . " L a cosecha del Sol, dice, y la del i n ­ca, se conservaba cada una p o r sí aparte, aunque en unos mismos depósitos. L a semilla para sembrar la daba e l dueño de las t ierras que era el sustento de los indios que t raba ja ­ban, porque los mantenían de la hacienda de cada uno de ellos cuando labraban y beneficiaban sus t ierras : de manera que los indios no ponían más del t raba j o personal . De la cosecha de sus t ierras part iculares no pagan los vasallos cosa alguna a l i n e a " ( « ) .

Además, completando ese sistema de cooperación y aún de beneficencia m u t u a , l a explotación de los ganados y pastos, ele­mento p r i m o r d i a l a la v ida sedentaria y agrícola de los gru ­pos humanos, siguió la suerte del suelo cu l t ivab le . "De l ga­nado, nos dice el Padre Acosta, hizo el Inca la m i s m a d i s t r i ­bución de las t ierras que fue contar lo y señalar pastos y tér­minos del ganado de las Guacas del Inca y de cada pueblo" . "Los hatos concejiles o de comunidad son pocos y así los l la ­maban Guaochallajoa" (* ) . Estos pastos y ganado en común dieron or igen a l a estancia de cuya legislación tuvo gran cui-

(2 ) L ' H O M M E A M E R I C A I N , pág. 223. (3) C O M E N T A R I O S R E A L E S , l i t ) . V , pág. 136. (4 ) O B . C I T . , pág. 188.

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B E A Y E E U

dado la Corona española, como puede verse de la Política I n ­diana de don Juan Solórzano. Cuando el cuidadoso jesuíta nos dice que el ganado comunal se l l a m a Guaochallaana, nos da precisamente u n vocablo a imara, cuyo significado sería: ga­nado de llamas de los pobres. He ahí u n otro dato que reve­l a que la constitución comunal de la t i e r r a debió tener u n o r i ­gen a imara o que dentro del ayllu, c lan, la constitución agra­r i a fue la m i s m a que en la incásica como que en quechua, id io ­m a o f i c ia l de este i m p e r i o , la t r i b u t e r r i t o r i a l se denomin,ó igualmente ayllui.

De la contextura de l a asociación agrícola que hemos exa-mmado , resultan dos aspectos principales , que const i tuyen los puntos de- equ i l i b r i o de la prop iedad ciánica incásica o aima­r a : la posesión m d i v i d u a l o f a m i l i a r del suelo por d i s t r i b u ­ción de lotes, la cooperación comunista de su cu l t ivo y el de­recho colectivo que tenían a los pastos, f rutos reproduct ivos o de consumo en ciertos casos de necesidad. Esta combinación del uso y d is f rute de la propiedad, es m u y semejante a la que existió en muchos pueblos ibéricos (* ) y corporaciones esla­vas y germánicas (gesammteigentlium). E l antiguo sistema te­r r i t o r i a l irlandés, según los tratados bretones, estaba sujeto igualmente a u n régimen análogo. La t i e r r a t r i b u t a r i a , c u l t i ­vada o no, pertenecía a la t r i b u , ya se compusiera de una fa­m i l i a asociada de parientes, ya comprendiera una aglomera­ción más considerable y más a r t i f i c i a l . Pero en las grandes t r i b u s se asignaban con carácter permanente numerosas fane­gadas a las fami l ias de príncipes o a pequeños grupos t r i b u -t ivos , y la t i e r r a de éstos tendía siempre a div idirse entre sus miembros , reservándose ciertos derechos de hermandad . Cual­quier t r i b u considerable reconocía u n jefe, ya sea uno de los numerosos legisladores de la t r i b u , a quienes los anales i r l a n ­deses l l a m a n reyes, ya uno de esos jefes de f a m i l i a a quienes los jurisconsvxltos irlandeses h a n l lamado oapita cognationxmi

Ese comunismo preco lombino fue después mantenido en la legislación española, casi completamente. L a Recopilación de Indias en la ley X V I I I , t i t u l o X I I del l i b r o I V , consagró que: " l a venta, beneficio y composición de t ierras , se haga con t a l atención que a los indios se les dejen con solDre todas las que les pertenecieron, así en p a r t i c u l a r , como p o r comu-

(5 ) V . Joaquín C o s t a , C O L E C T I V I S M O A G R A R I O E N E S P A Ñ A . ( 6 ) S u n u n e r M a i n e , L a s Y . P r i m i t i v a s , pág. 145.

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n i d a d , y las aguas y riegos; y las t ierras en que hub ieran he­cho acequias u o tro cualquier beneficio, con que por i n d u s t r i a personal suya se hayan fert i l i zado , se reserven en p r i m e r l u ­gar, y por ningún caso no se les pueden vender, n i enajenar" . Hay , pues, dondequiera que se estudie la constitución de la prop iedad antigua, u n a constante acción y reacción entre las formas de distribución y aprovechamiento de la t i e r r a y la f a m i l i a . Ese fracc ionamiento de la prop iedad t e r r i t o r i a l en­t r e los miembros de las fami l ias , que nos revela el derecho bretón, viene contorneando más y más los perfiles de la f a ­m i l i a moderna y de la propiedad i n d i v i d u a l . E n el sistema i n ­cásico la t i e r r a , cuyo domin io eminente, que podríamos decir, pertenece a l clan, que después fue subst i tuido p o r el i m p e r i o , no se div ide por sucesión del jefe o representante de la f a m i ­l i a . E l l a pasa a uno solo de los miembros , mientras los otros reciben su parcela p o r xma o t r a distribución. De aquí es que la gran f a m i l i a se subdivide, pero la prop iedad n o . E n el ay l lu a i m a r a actual cada jefe de f a m i l i a tiene su lote, una sayaña, cuyo término nos da el significado psico-social que la propie ­dad a imara arrastra probablemente desde sus orígenes. Saya-ña quiere decir, estar de pie, representar.

E n sentido lato , esta idea es bastante comple ja . Signif ica representar el hecho m i s m o del cu l t ivo y el goce de la parce­la ; representar la f a m i l i a a la que se pertenece, y estar dis­puesto a c u m p l i r con las obligaciones que nacen de la p r o ­piedad a l f rente del a y l l u en general . L a sayaña no es tampo­co divis ible p o r sucesión del padre de f a m i l i a , y s in embargo de que la prop iedad comunal , dentro de la legislación bo l iv ia ­na, queda a la par que la propiedad par t i cu lar , hay una tenden­cia arraigada del a imara a no fracc ionar su lote, contentán­dose con gozarle pro ind iv iso en la mayor parte de los casos de cosucesión. Pero en este p u n t o del"estudio de la prop iedad comxmal a imara incásica o azteca surge u n a cuestión. ¿Cómo se concibe el que siendo la gens preco lombina netamente pa­tronímica, por consiguiente, hered i tar ia por pr imogen i tura , el c lan t e r r i t o r i a l fuese comunista, donde el derecho al suelo no se adquiere por sucesión, sino p o r repar t imiento del soberano o del Estado?

Es indudable que existe una a n t i n o m i a evidente entre el régim^en de sucesión, y más s i es p o r pr imogen i tura , y la co­m u n i d a d de la prop iedad . La comunidad t e r r i t o r i a l es en el c lan y la sucesión patronímica en la f a m i l i a , es decir, que la constitución de la gens es consangumea y de vínculos perso­nales, dentro de u n núcleo reduc ido . A l contrar io , la t r i b u te-

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r r i t o r i a l es extensa y los lazos de asociación son los del c u l t i ­v o . ¿Pero acaso puede formarse u n concepto de la gens ais­lándola completamente de la t ierra? ¿De qué vivía y cuáles eran los medios de subsistencia de la f a m i l i a asociada p o r los vínculos de la sangre? Indudablemente del cu l t ivo de la t i e ­r r a . Ahora b ien : s i la gens ha poseído u n a prop iedad t e r r i t o ­r i a l , dentro del clan, f o rmado éste por la congregación de m u ­chas gens, la prop iedad ha debido también tener t m carácter f a m i l i a r y p a r t i c u l a r . T a l sería la d i f i c u l t a d insalvable para aquéllos que ven, como Fustel de Coulanges, en el tránsito de la gens a l a t r i b u u n a especie de dilatación social y nada más.

Otra debiera ser la interpretación de tales aparentes con­tradicciones. E l ayllu ha debido poseer, como grupo f a m i l i a r , u n lote de cult ivos ; pero él no pasaba por sucesión al p r i m o ­génito, sino que seguía perteneciendo y al imentando a l núcleo, cualquiera que fuese el cambio de sus miembros componentes. L a única cosa que, probablemente, heredaba el representan­te de la f a m i l i a , era la a u t o r i d a d . L a prop iedad no era d i v i ­s ible . Su goce debió ser colectivo, puesto que el a y l l u , gens, f o rmaba u n solo haz compacto y resistente. A medida que la gens perdía ésta su ton ic idad aglut inante la prop iedad perdía también su índole f a m i l i a r pr ivada para pasar a ser comunal con el nac imiento del c lan . E n el ayllu a imara parece que los lazos de parentesco se subst i tuyen poco a poco con vínculos de so l idar idad agrícola. Una vez que l a prop iedad f a m i h a r era indiv is ib le , en cuya i n d i v i s i b i l i d a d existía t m p r i n c i p i o de comunidad , la asociación debía operarse en la labor conjun­ta de l a gens para cu l t ivar la t i e r r a , para el recíproco aprove­chamiento de las sayañas. E n el comunismo ciánico subsis­tía aún esta reminiscencia de la p r i m i t i v a cooperación agrí­cola nacida de l parentesco rea l o f i s t i c i o . Garcilaso nos d i ­ce: "Que los vecinos de cada colación ya sabían por el pa­drón que estaba hecho, a cuáles t ierras habían de acudir , que eran las de sus parientes o vecinos más cercanos". Sumner Maine ha notado la m i s m a transformación en los vínculos de la f a m i l i a i r landesa. " D u r a n t e mucho t iempo, escribe, se ha pretendido que la organización social l lamada t r i b u , ha sido p o r de p r o n t o la de las comtmidades nómadas, y que a l t omar posesión f i j a del suelo, las sociedades humanas experimenta­r o n sensibles modif icaciones. De esta manera, la atención se ha desviado de una observación cuya exact i tud atestiguan, a m i parecer, las pruebas más serias, y es la de que, desde el mo­mento en que una t r i b u se f i j a de u n modo permanente .y de-

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f ipi i t ivo en u n a extensión dada de t e r r i t o r i o , la t i e r r a o el sue­lo substituye al parentesco como fundamento de la organiza­ción social . T a l substitución es sumamente lenta; ba jo cier­tos respectos, n i s iquiera está completada todavía; pero su cm--so ha sido continuado a través de las edades" C).

D i l u i d a la gens dentro de la t r i b u , l a representación pa­t r i a r c a l , la autor idad f a m i l i a r y religiosa de otros t iempos, pasa a l jefe de la t r i b u , a l mallcu ( m a y o r ) , de los ayllus f u n ­didos en m i círculo más extenso de asociación. Y s i la orga­nización t r i b a l ha llegado a la nacional idad, especialmente me­diante la dominación de unas t r i b u s respecto de otras, la po­testad de r e p a r t i r l a t i e r r a de labranza y la adjudicación de lotes de cu l t ivo se concentra en manos del rey o emperador. T a l pasa entre los incas y los aztecas, como se ha v i s t o . E n la .estancia (partes agrícolas de que se compone el ayllu) moder­na, como la f a m i l i a monógama ha llegado a su aspecto más i n ­d i v i d u a l desapareciendo completamente " l a f a m i l i a asociada", la relación consanguínea, dentro de la colectividad agrícola, es­tá reducida a una cooperación personal y m u y débil. Pero si l a cooperación dentro del ayllu h a debido existir en todo su r i go r en t iempos anteriores, en que el cu l t ivo de la prop iedad se arraigaba con hondos caracteres en los albores del c lan, hoy en la estancia la m u t u a l i d a d del t raba jo se ha l la casi ext in ­guida o l i m i t a d a sólo a las pocas personas que componen es­t r i c tamente u n a f a m i l i a . Este a f lo jamiento de los vínculos agrarios se debe, pues, a l f racc ionamiento de la f a m i l i a hasta llegar a la posesión de la prop iedad i n d i v i d u a l . Y a t a l trans­formación del colectivismo a imara e incásico, han c o n t r i b u i ­do tanto la legislación co lonial como l a de la república. La cooperación no existe s iquiera entre todos los miembros del ayllu, sino en los de la estancia, tratándose de ciertos aprove­chamientos comunes como recomposición dé acequias, aviva-miento de mojones, defensa y aprovechamiento de pastos.

(7 ) L A S I . P R I M I T I V A S , 1 X 1 , pág. 68.

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E l régimen español, s i i n t r o d u j o alguna innovación en l a constitución de l a prop iedad comunista del ayllu t e r r i t o r i a l , no fue de aquéllas que borrasen to ta lmente sus rasgos carac­terísticos . Todas las t ierras del continente, conquistadas y por conquistarse, se consideraron res nullius y de p a t r i m o n i o del soberano español, sobre cuya base de ficción se constituyó la prop iedad co lon ia l . L a ley p r i m e r a , título X I I , del L i b r o I V de la Recopilación de Ind ias , debía constar de caballerías y peonías otorgadas "a todos los que fueren a pob lar t ierras nuevas, haciendo distinción entre escuderos y peones, y los que fueren de menor grado y merec imiento , y los aumenten y m e j o r e n atenta la cal idad de sus servicios, para que ctdden de l a labranza y cr ianza" .

Las encomiendas que, según el espíritu rel igioso de la conquista, consistía en entregar al domin io señorial de los conquistadores de c ierta cal idad, u n número de indios , con el f i n de que sean instruidos y reducidos a la fe cr ist ia­na, llegó a ser el p r i n c i p i o de la serv idumbre personal y de las transformaciones de l a prop iedad . Según las in f o r ­maciones del jur i sconsul to Solórzano las encoatniendas tuv ie ­r o n por or igen en que los españoles se hallasen necesitados del servicio de los indios "así para sus casas como para la busca y saca de oro y p lata , labor de los campos, guarda de los ganados y otros m i n i s t e r i o s " . Los pr imeros gobernadores h i c i eron estos repart imientos a los conquistadores " y les en­cargaban, dice e l mismo autor , su instrucción y enseñanza en

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l a religión y buenas costumbres, enoomendándoles mucho sus personas y buen t ra tamiento , comenzaron estas reparticiones a l lamarse encomiendas y las recibían los indios en esta for ­ma , encomenderos o comendatarios, del verbo la t ino comenr do, que mías veces signif ica rec ib i r alguna cosa en guarda o depósito y otras i"ecibirlas en amparo y protección" (^).

"Ovando —nos dice u n notable escritor español, refirién­dose a la obra humana de Fray Bartolomé de las Casas— re­partió los indios de la Española entre los castellanos, según el favor que cada uno alcanzaba con él: a unos ciento, a otros c in­cuenta, var iando la fórmula usada por Colón, en estos tér­minos más generales: "A vos. Fulano, se os encomienda tan­tos indios en t a l cacique, y enseñadles las cosas de nuestra san­ta fe católica". "De aquí v ino darse el nombre de encomien­das a los repart imientos , y el de lenconiienideros a los agracia­dos; los cuales, como quiera que su ob jeto p r i n c i p a l era en­riquecerse, cuidaban poco de la doctr ina , y menos del buen t r a t a m i e n t o . Los indios sobrecargados de u n t raba jo despro­porcionado a sus fuerzas y hostigados con la aspereza con que se les t rataba , o sucumbían a la fat iga o se escapaban a los m o n ­tes, s in que las violencias con que allí se les arrastraba a las labores bastasen a remediar el menoscabo que sentían los co­lonos con la pérdida de tantos brazos. Teníanse, por lo mis ­mo , que renovar, de cuando en cuando, los repart imientos pa­r a igualar las porciones; pero en esta nueva distribución los que tenían más favor lograban completar su número, y aun aventajar lo , a costa de otros menos atendidos, que tenían que quedarse con pocos ind ios . Este orden, observado p o r Ovan­do en Santo Domingo , se extendió después a todas las Ind ias , y con él los disgustos, las reclamaciones, las discordias, y, en f i n , las guerras civi les" (^).

Empero , no todos los naturales quedaron sometidos a t a l sistema de distribución feuda l . L a "composic ión de t i e r r a s " , n o m b r e con el que se designaba el r epar t imiento de campos de cu l t ivo , recordaba a las leyes agrarias de Roma, pero l le ­vaba por f i n p r i n c i p a l el imp lantamiento de t r i b u t o s . E l re­p a r t i m i e n t o de t ierras fue inic iado en el Perú, por el v i r r e y Francisco de Toledo, en 1581. Los naturales adqu i r i e ron ba-

(1 ) P O L I T I C A I N D I A N A , I I , I , pág. 222.

(2) V I D A S D E E S P A Ñ O L E S C E L E B R E S , F R A Y B A R T O L O M E D E L A S C A ­S A S , P O R D O N M A N U E L J O S E Q U I N T A N A . M a d r i d , 1879, I I . Págs. 210 y 211.

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E E A Y E E U

j o esa f o r m a legal el domin io comunal de sus t ierras , respe­tando así la legislación de Indias los delineamientos funda­mentales del antiguo colectivismo peruano (^). A las orde­nanzas del v i r r e y Toledo había precedido una información que la Corte mandó levantar sobre el m e j o r sistema que conven­dría i m p l a n t a r en la co lonia . E n t r e esa información f i gura la de Polo de Ondegardo, corregidor del Cuzco y el más letra­do de los conquistadores que v i n i e r o n entonces a América, que abogaba porque se mantuviese el régimen rentístico del co­lect ivismo incásico, que aún se mantenía íntegramente en aquel t i empo (1561) (* ) . Estas y otras consideraciones fueron ten i ­das en cuenta p o r la Corte, que en cédula de 28 de dic iembre de 1568, instruía a aquel v i r r e y "que la f o r m a de la tasa que parece más conveniente es que aquélla se haga por j u n t o to ­do e l r epar t imiento conviene a saber, que haciendo respeto al número de los indios y a la cal idad y disposición de las t ie ­rras y a los ar t i f i c i os , oficios, tratos y negociación de ella re­gulando todo esto no p o r lo que los indios t raba jan , que son ociosos y holgazanes, sino p o r lo que pueden y deben traba­j a r , se haga una jus ta estimación de lo que en dinero, f rutos y especies pueda haber y se puede sacar y sobre aquello se haga a r b i t r i o de la par te que ha de quedar a ellos y de lo que nos y los encomenderos habemos de hacer" (^).

E l g ran v i r rey , cuyas dotes sobresalientes de hombre de Estado le asignan el p r i m e r puesto entre los gobernadores de l a Colonia, se atuvo más a l a revelación de los hechos hab i ­tuales de los naturales que a las instrucciones que se le i m ­p a r t i e r o n o a doctrinas en boga sobre regímenes rentísticos. Sus ordenanzas fueron dictadas con u n cr i ter io práctico, pa­r a lo que recorrió personalmente la mayor parte de los domi ­nios de su gobierno. Con mucha verdad decía el v i r r e y mar ­qués de Montesclaros hablando de él: "que en las cosas en que don Francisco de Toledo no hubiese declarado mot ivos , f iemos de su prudencia que fueron fundadas en razón y j u s t i ­c ia" (**). V is i tando las provincias , según e l mismo Montescla­ros, "hizo u n a estimación de las subsistencias que tenían en cada p a r t i d o y conforme a ella tasó lo que los naturales que

(3) Joaquín C o s t a , C O L E C T I V I S M O A G R A R I O , pág. 6ó. (4 ) O B . C I T . , pág. 71. (5) A r c i d v o d e I n d i a s . C a r t a a S . M . d e l Marqués d e M o n t e s c l a r o s , 2 d e

m a r z o de 1614. E s t . 70, C a j . 1, L e y . 35. (6) C a r t a a S . M . d e l v i r r e y d e l Perú, marqués d e M o n t e s c l a r o s , 1614. E s t .

70, C a j : 1, L e g . 36. -

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B A U T I S T A S A A V E D B A

l a habi taban habían de pagar" C). Impuso por t r i b u t o s a ca­da natmral " u n a cant idad de ocho pessos, y ordenó que esto se pagase, cinco de p lata , dos en carneros de la t i e r r a ( l la ­mas o alpacas) y lo restante en telas o ropas fabricadas de su m a n o " ( « ) .

E l sistema t r i b u t a r i o de don Francisco de Toledo mante­nía, hasta cierto punto , e l régimen incásico, obligando a pagar el impuesto con trabajos personales. A u n se creyó por algu­nos, en ese entonces, que el v i r rey , como dice el l icencia­do Alcón, había in fer ido agravio a los naturales a l exigirles contribuciones pecuniarias "quitándoles las comodidades de pa­gar en las cosas que cogían y tenían en sus t i e r r a s " (^).

Sabemos, en efecto, que en el régimen incásico, como en las antiguas instituciones agrarias de Roma, no existía la t r i ­butación per cápita, sino de s imple cooperación personal , me­diante el cul t ivo de t ierras destinadas al sostenimiento del cu l ­to , de la reyecía y del pueblo . "Los ingas señores que fueron de estos reinos, dice el mismo licenciado Alcón, en carta que escribe a S. M . en 15 de marzo de 1575, según ref ieren los na­turales de ellos, ningún t r i b u t o l levaban a sus subditos de sus haciendas y grangerías, sino servicio personal en que todos servían conforme a sus Estados. Unos en mandar y gobernar y tener cargos y oficios de su casa y haciendas y en juzgar y mandar a los infer iores y en las guerras, y l a gente común y ba ja en t raba jar en las sementeras y otras obras del inga y guardarle su ganado y hacerle r opa r i ca y común y al ­gunos en labrar minas de oro y p l a t a , . . . De estos servi­cios personales que estaban repart idos entre todos los indios y n inguno servía más que en u n a cosa sacaban todo lo que en­tendían en ello comida y vestido para ellos y sus mujeres e h i ­jos y honra la t ienen los que s irven a los pi-íncipes" (^°).

E l Padre Acosta, igualmente, nos ref iere el régimen co­m u n i s t a de los naturales del Perú en estos términos: "Para entender, escribe, el orden de t r i b u t o s que los indios daban a sus señores, es de saber, que asentando el inca los pueblos que conquistaba, dividía todas sus t ierras en tres par tes " . Y

(7 ) I B I D . ( 8 ) C a r t a c i t a d a . (9) A r c h i v o G e n e r a l d e I n d i a s . C a r t a d e l l i c e n c i a d o Alcón a S . M . , 25 d e fe­

b r e r o de 1583. E s t . 70. C a j . 4, L e g . 22. (10) A r c h i v o G e n e r a l d e I n d i a s . C a r t a d e l l i c e n c i a d o Alcón a S . M . , 15 d e

m a r z o d e 1575. 1572—1575. E s t . 70, C a j . 41, L e g . 19.

B E A Y E E TI

después de decimos, como se ha visto anterioi 'mente, que es­t a división tenía por objeto la religión, el sostenimiento de la casa real y la subsistencia de l a comunidad, escribe: " L a se­gunda parte de las t ierras y heredades era para el inca . De ésta se sustentaba él, su servicio y parientes y los señores, las guarniciones y soldados y así era la mayor parte de los t r i b u ­tos, como lo muestran los depósitos o casas de pósito que son más largas y anchas que las de los pósitos de las guacas" (^^).

Las descripciones de Acosta como las de todos los cronis­tas e historiadores del imper i o incásico respecto de la f o r m a de c o n t r i b u i r que tenían los peruanos, no expresa, en real idad, u n sistema rentístico t a l cual fue usado en la organización de u n Estado, desde t iempos remotos . Es más b i e n u n sistema de cooperación comunista . L a conquista española impuso des­pués tasas o contribuciones directas. E n e l choque de las dos civilizaciones no siempre desaparece to ta lmente la vencida. Las razas que habían esbozado la civilización preco lombina, eran de esas s in gran ton i c idad para resist ir y reaccionar a l choque de una invasión. Las instituciones peruanas se ext inguieron suavemente, s in sobresaltos y convulsiones propias de una v i ­da nacional próxima a ext inguirse .

(11) O B . C I T . , VI, pág. 188.

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L a cooperación agrícola, ya l o d i j imos , ha debido desapa­recer en el ay l lu por la relajación de los lazos consanguíneos y por la amplificación social y t e r r i t o r i a l del c lan . L a legis­lación española, sobre todo, ha sido el factor p r i n c i p a l de su antiquísima desnaturalización. H o y ella se l i m i t a a ciertas la­bores que interesan a la comunidad, tales como la apertura de acequias y avivamiento de l inderos . Por lo demás, es s im­plemente el gobierno político de los mayores, mal lcus , (que en la f o r m a h a n venido a t o m a r otras denominaciones espa­ñolas) un ido a la posesión i n d i v i d u a l del suelo, l o que mant ie ­ne en u n haz de i m i d a d el a y l l u . Pero es de suponer, a juzgar p o r ciertos rasgos aún existentes, que en época de su mayor t on i c idad colectiva, cuando p o r su menor a m p l i t u d y exten­sión demótica y t e r r i t o r i a l conservaba frescura y cohesión, h u ­biese desenvuelto en su seno funciones de mayor so l idar idad social en las mismas condiciones existentes en los clanes cél­ticos y en las comunidades orientales .

L a defensa colectiva, compacta, contra agresiones extra­ñas, subsiste aún en el a y l l u como función conservatriz que nos recuerda esa i r r i t a b i l i d a d fisiológica, ins t in t i va , de los p r i m i t i v o s grupos para mantener por medio de la guerra ex­cursiva o puramente defensiva la in tegr idad t r i b a l . Y , no obs­tante los m f l u j o s desvirtuadores de la dominación española, han llegado ciertos clanes aimaras a f l o ta r casi, por decirlo así, en el naufragio de las inst ituciones indígenas. Merced a

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S U a c t i tud t a n cerrada como re f ractar ia a las corrientes nue­vas, algunos ayllus hay, que h a n sobrevivido casi en sus for ­mas p r i m i t i v a s . Se conoce, p o r e jemplo , u n clan l lamado Co­l lana, cuya constitución interna y contorneamiento externo son m u y part i cu lares . Allí no se aceptan extraños, sobre todo blancos, sino p o r vía de hosp i ta l idad pasajera. L a jus t i c i a se admin i s t ra p o r sus propias autoridades y por u n consejo de los mayores. L a cooperación agrícola es más v iva y sol idaria . Los delitos de robo , especialmente el de ganado, se castigan severamente, y las reincidencias, con la pena de m u e r t e . E l asesinato y las heridas se consideran como delitos casi p o r de­bajo del r o b o . Esta valorización social de los actos que ata­can la propiedad animada e inanimada, es m u y característi­ca de los grupos agricultores en que el producto de la t i e r r a o lo que está arraigado a ella, como el ganado, se considera como de naturaleza sagrada. E n el a y l l u moderno, los del i ­tos de sangre dan lugar todavía solamente a la composición, y es verdaderamente interesante el presenciar una transacción de este género. Se señala el precio por la parte lesionada; vie­nen en seguida los escatimos, y, últimamente el precio de la compensación, quedando desde este momento restablecidas las relaciones famil iares o individuales , rotas o in te r rumpidas por una lesión o m u e r t e .

E l a imara siente recóndito h o r r o r a la intervención de la jus t i c i a moderna para arreglar sus querellas criminales y c i ­v i les . N o ha podido comprender jamás las ventajas del siste­m a de los castigos expiatorios , cuya eficacia es, en efecto, de dudosa aceptación, porque él no atiende a l ob jet ivo de la re­paración m a t e r i a l , que para el hombre protohistórico debió ser l a única f i n a l i d a d protectora de los actos de jus t i c i a colecti­v a . Para la f a m i l i a agrícola el del i to contra uno de sus m i e m ­bros se traduce en la pérdida de u n cooperador de cu l t ivo , de u n bracero de la faena más fundamenta l a la v ida del grupo. Esta es l a conciencia colectiva de la sociedad agrícola respec­to de u n del ito de sangre. Por tanto , de ese fondo de u t i l i t a ­r i s m o v i t a l , de cohesión física y psíquica, se desprende el con­cepto del del ito y de la manera de penar lo . L a pena no puede tener sino u n carácter compensativo de la pérdida de la dis­minución de u t i l i d a d de elementos de existencia y prosper idad de la f a m i l i a y del g rupo . E l concepto del del i to , como infrac­ción de leyes preexistentes de orden m o r a l y la pena como ex­piación de esa especie de pecado social, es u n a concepción mística y re lat ivamente moderna .

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E l sistema de la icomposición pecuniar ia ha debido ser aún mucho más caracterizado en el clan a imara p r i m i t i v o , no des­v i r tuado n i p o r i a acción del t iempo n i por el i n f l u j o de otras ideas. Su s ingular idad ha debido consistir en que la compo­sición no tenía lugar en dinero, como en el weregeLd germá­nico o c r i c irlandés del Senchus M o r , por la sencilla razón del desconocimiento de numerar io , sino en ganado, como aún hoy se efectúa cuando el que se ve obligado a la indemnización no cuenta con moneda corr iente . Por o t ra parte , la composic ión ha debido ser u n arreglo puramente pr ivado y par t i cu lar , i n ­terv iniendo la a u t o r i d a d ciánica sólo en casos de verdadero y pro fundo desacuerdo. De todos modos, las huellas que en­contramos en el ayUu contemporáneo, p e r m i t e n con lu i r que la p last i c idad del a y l l u , c lan preco lombino , era del todo seme­jante a los grupos sociales que la arqueología jurídica de nues­tros días ha encontrado en el fondo de las grandes rami f i ca ­ciones étnicas que h a n venido a f o r m a r las nacionalidades mo­dernas. Finalmente , la concepción del ayllu se nos hará más clara y comprensiva s i damos vuel ta a una de sus fases estruc­turales . Las reglas y r i tos que presidían el m a t r i m o n i o incá­sico y a imara, pueden l levamos a dos conclusiones. L a una, que la f o r m a endogámica de las uniones matr imonia les es pa­recida a la de las t r i b u s protohistóricas o históricas de elemen­tos sociales homogéneos. L a o t ra , que: el ayllu, c lan es una transubstanciación del ayllu, gens.

Puede ser que la tendencia de los grupos humanos a con­servarse aislados mediante las uniones exclusivamente inter ­nas, sea m i r a d a como u n período i n t e r i n o de crecimiento so­c i a l . Puede también sostenerse su generalidad como proceso ine ludib le de la desenvoltura colectiva. Los arqueólogos de la f a m i l i a p r i m i t i v a , como los etnógrafos observadores de las cos­tumbres salvajes, aceptan o rechazan, según la orientación cien­tífica que sigan, la endogamia o la exogamia, como etapas es­tables duraderas y excluyentes, o b i en como regímenes que combinan sucesiva o a l ternadamente . Lo que podría susten­tarse con c ierta generalidad, es que la f i n a l i d a d consanguínea de la gens, esa especie de egoísmo de sangre que i m p i d e la d i ­fusión de los componentes de l a gran f a m i l i a hacia e l exte­r i o r , i m p e r a férreamente, mientras ella permanece en los lími­tes domésticos y religiosos que la desl indan de otros grapos semejantes o mayores . Así no era p e r m i t i d o contraer m a t r i ­mon io a u n m i e m b r o de f a m i l i a con m u j e r que perteneciera a

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otra , y de esto hemos encontrado comprobación signif icativa en las uniones aristocráticas del Cuzco.

Esta prohibición del estado m a t r i m o n i a l parece que era régimen común a todos los miembros del c lan . Garcilaso nos dice: " E n los casamientos de la gente común eran obligados l o s concejos de cada pueblo a labrar las casas de sus novios, y el a juar lo proveía la parentela . N o les era lícito casarse los de una prov inc ia en otra , sino todos en sus pueblos y dentro de su parentela (como las t r i b u s de I s rae l ) por no confundir los l inajes y naciones mezclándose unos con otros ; reservaban las hermanas, y todos los de u n pueblo se tenían p o r parientes (a semejanza de las abejas de una co lmena) , y aún los de una nación y de u n a lengua. Tampoco les era lícito irse a v i v i r de una prov inc ia a o t ra , n i de u n pueblo a o t ro , n i de u n b a r r i o a o t ro , porque no podían con f imd i r las decurias, que estaban hechos de los vecinos de cada pueblo y b a r r i o , y porque tam­bién las cosas las hacían los concejos, y no las habían de ha­cer más de una vez, y había de ser el b a r r i o o colación de sus parientes" .

A l f rente de los hechos descritos, no fa l ta , s in embargo, quien sostenga que los clanes aimaras fueron exógamos. E l d is t inguido arqueólogo Adol fo Bandelier, p r o l i j o investigador de las borrosas antigüedades aimaras, ha creído conveniente sostener (^) la f o r m a matronímica de los ayllus, y la consi­guiente exportación de la m u j e r . Para llegar a esta conclu­sión, se atiene a documentos de or igen español que obran en su poder . Es, p o r o t r a parte , iateresante, aunque vagamente confuso en lo tocante a la concepción del ayllu, e l pasaje a que nos re fer imos . Exprésase de esta manera: " L a organiza­ción de los antiguos aimaras se conoce imperfectamente; sin embargo, hay algunas indicaciones pos i t ivas . Lo que ahora se l l a m a comunidad (que no es o t r a cosa que la t r i b u en otras secciones de la América) existía, y los documentos españoles de la p r i m e r a v i s i ta así como de subsecuentes acontecimien­tos de naturaleza análoga, establecen p o r encima de toda du­da, que el clan, ba jo el nombre de ay l lu , f o rmaba la u n i d a d so­c ia l de los indígenas. L a t r i b u o comunidad no es sino una asociación tácita de «aylkis, rma cascara dentro de la cual los ayllus ( imperfectamente designados como l inajes ) se regían

(1) G A B C I L A S O , C O M E N T A R I O S R E A L E S , pág. 128. (2 ) S I N O P S I S E S T A D I S T I C A Y G E O G R A F I C A . 1903.

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autónomos. E n el ayllu, l a descendencia era en línea mater-• na, es decir, que los íxijos seguían el clan de la madre ; el casa­miento era, p o r consiguiente, exógamo; nadie podía casarse en el ayllu de su procedencia m a t e r n a . Todo esto resulta de do­cumentos antiguos españoles en m i poder . E n donde el ayllu, clan, gens, etc., r ige las condiciones sociales, es impos ib le la d i ­nastía, porque el padre queda separado socialmente de sus h i ­jos y la madre no tiene poder político, así que la herencia que­da l i m i t a d a a l beneficio en los intereses comunes s in derecho n i a la prop iedad absoluta n i oficios n i t ítulos". Las conclu­siones del arqueólogo Brandel ier adolecen de graves errores. Pr imeramente , cree que el ayllu, considerado como clan, es la un idad social de los aimaras, cosa contrar ia a todas las induc­ciones y a los mismos documentos coloniales, en los que dice fundarse. Como hace visto , es el ayUu, gens la u n i d a d proto -plásmica de los a imaras . E n cuanto a la opinión de la exoga-m i d a d del clan, ella con f i rma lo que venimos diciendo, pero no por las razones a que se atiene Bandel ier . S i el ayllu, c lan, ha sido u n a transubtanciación del ayllu, gens, patronímico y religioso, no ha podido ser la fihación materna l a que modela­ba su constitución.

E n tesis general, el éxodo del varón, que busca en otro clan m u j e r , no i m p o r t a siempre el arraigamiento de éste en el clan de la m u j e r , n i tampoco supone que se establezca la filiación materna l , respecto de los h i j os de estas uniones. Pues si los ayllus t ienen una constitución patronímica, el nuevo encuen­t r o irá a f o r m a r par te de este régimen social y así recíproca­mente . L a exogamia no debió ser, con todo , el régimen abso­l u t o , in franqueable . S i el varón sigue la comunidad de la m u ­jer , también aquélla seguirá la del m a r i d o . E n u n i n f o r m e (1657) del doctor Diego León, protec tor de naturales , se leen estas líneas: "Los indios forasteros también se casan con i n ­dias de diferentes munic ip ios y h a n de seguir los fueros de las mujeres y la ind ia , cuando es forastera y se casa en el pueblo donde el i n d i o existe y es n a t u r a l y o r i g i n a r i o " (^).

Dentro del gobierno p a t r i a r c a l que t ienen los ayllus, cla­nes, como todas las t r i b u s pastoriles o guerreras sedentarias o novedizas no podían los hombres seguir la condición de la m u j e r n i rnucho menos aún, los h i j os seguir la filiación

(3) A c a d . d e H i s t o r i a d e M a d r i d . C o l e o . M a t a L i n a r e s , t o m . 9.

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materna , porque n o sería el régimen del predomin io del va­rón, sino el de la m u j e r el que se siguiese del sistema exogá­mico que se pretende ver en la agregación de los ayl lus . Fuer­za, p o r o t r a parte , a creer que los h i j os , sobre todo los varo­nes, debían quedar dentro del a y l l u y seguir por tanto la f i l i a ­c ión paterna, el que los clanes aimaras fuesen agrícolas. E n semejante estructura , es el brazo v a r o n i l lo que constituye el va lor y la r iqueza del grupo, fuera de que l a constitución pa­tronímica de la f a m i l i a , como la sucesión por mayorazgo de l a t i e r r a cult ivable , no podía sino conducir a la prohibición del éxodo de los h i jos varones. Esta estimación del hombre respecto de la m u j e r no podía sino traducirse en la costum­bre de que era la m u j e r quien siguiese l a condición del m a r i ­do, entrando a l a y l l u de éste.

Es posible que el m a t r i m o n i o puramente interno haya exis­t i d o sólo dentro del núcleo estrictamente germinat ivo de la gens. L a ley de irradiación social, como la ley física de la on­dulación del mov imiento , ha llevado las relaciones famil iares f u r a de sí a buscar el contacto de otros cuerpos colectivos igual­mente cerrados. L a incorporación del m i e m b r o fact ic io y el m a t r i m o n i o exogámico, l legaron a ser pr imeras manifestacio­nes de esos movimientos centrífugos, Cuando la gens se agran­da, el m a t r i m o n i o entre miembros de fami l ias dist intas es u n paso inev i tab le . Dentro de la t r i b u , después que la gens ha perd ido su energía celular, se busca la mezcla de fami l ias s in repugnancia, y quizás no se t iene escrúpulo alguno en buscar m u j e r en o t r a t r i b u , Pero éste es u n proceso l ento . Subsiste $iempre una fuerza de concentración protectora que resurge cautelosa. Puede ser que en el fondo eso obedezca a la ley biológica de que la var iedad de uniones t iende a desviar el t i ­po u n i f o r m e de la raza y del grupo o, como decía el m i s m o Gar­cilaso: "para no confundir los l ina j e s " .

E n las poblaciones incásicas y aimaras hay u n desdobla­miento parecido . L a consanguinidad, cuando el a y l l u llega a convertirse en clan, es sólo convencional y de p u r o consenti­m i e n t o . Se cree en el parentesco de todos los miembros del a y l l u , quizás más que por la tradición de una raíz común de procedencia, por el hecho de vecindad, p o r el hábito constan­te de verse unos y otros reunidos, de sentir la vibración de la semejanza, o porque "los hombres se asemejan a sus contem­poráneos todavía más que a sus progenitores" , como d i j o Tar­de s i m a l no recordamos. N o es ya el techo mezquino de la choza, pero sí u n techo más ampho y más psíquico lo que con-

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grega a l grupo ; la protección recíproca y el sometimiento a una área de t i e r ras . Es sobre todo en el a y l l u sobreviviente, donde podemos descubrir las huellas de la exogamia del clan a imara ant iguo . N o obstante el delineamiento t e r r i t o r i a l y cooperativo del a y l l u existente, se ve que dentro de l a estan-pia, que es el grupo, como tenemos dicho que tiende a suplan­t a r a l clan, se considera como costumbre poco leal a la inte­gr idad nucleal el que u n hombre busque m u j e r en o t r a estan-pia. Esto depende de que los miembros de una estancia se consideran como extraños respecto de los indiv iduos de otros ayl lus. L a formación de una nueva pare ja dentro del grupo, determina u n género especial de cooperación f a m i l i a r . Los pa­rientes y amigos de los contrayentes ofrecen en cal idad de pre­sentes ciertas cantidades de dinero o cabezas de ganado, se­gún la pos ib i l idad económica del contrayente. E l monto de presentes está destinado a proporc ionar u n pequeño capital con el que ha de iniciarse la existencia y prosper idad agríco­la de la pare ja . Además, tales ofrecimientos revisten casi el carácter de depósitos temporales . Se consideran dados como préstamos hechos al m a t r i m o n i o , que contrae, por la simple aceptación, el deber de r e t r i b u i r en equivalentes similares en paso análogo, tratándose de las mismas personas o fami l ias de quienes recibió las dádivas.

Por encima de estos lazos de so l idar idad social, está la tendencia t rad i c i ona l , heredada problablemente de la const i tu­ción pecul iar de la gens;, a no a b r i r demasiado las mural las convivenciales a l extraño. Así, en el campo de l a m o r a l i d a d de las acciones a l igua l de lo que se ha observ^ado en las t r i ­bus bárbaras, para el a imara, el acto dañoso cometido en la persona o bienes del extraño, no es reprochable en l a medi -'da que lo es cuando se t r a t a de u n m i e m b r o del mismo ay l lu , s i es que no se le reputa laudable . Además, se pueden citar otros signos demostrativos de ese espíritu de concentración ciánica. E n t r e estos signos existen algunos de naturaleza p u ­ramente psicológica, expresados con todo el colorido de u n len­guaje pr intoresco . Cuando u n a imara quiere dar a entender que se refiere a los de su clan, .o me jo r dicho, cuando con una sola expresión quiere n o m b r a r simbólicamente a l g r u p o ' a l que pertenece, dice: Btnanoahjanaca. Su traducción sería: los de adentro. Pero este vocablo tiene una energía y va lor tan sub­je t ivo , que no sería posible v e r t i r l o a l español. Pálidamente, podría traducirse p o r esta frase: los que somos y componemos e l núcleo. Inversamente, cuando se quiere dar el d i s t int ivo del

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ind iv iduo extraño, la manera como se le designa es, agregan­do inmediatamente a l nombre p r o p i o de la persona el del ay­l l u o estancia a que pertenece. L a asociación del nombre per­sonal a l del grupo, ha,ce pensar en una lejana separación y dis­tinción de los ayl lus, y que éstos, en su organización agrícola, absorbieron a l m i e m b r o arraigándole al cu l t ivo de l a t i e r r a co­lec t iva .

E l ay l lu , c lan, debió en c ierto m o m e n t o de su evolución a b r i r las puertas de su composición a elementos extraños. Es- • t a alimentación de fuera ha debido caracterizarse en las p r i ­meras etapas de exteriorización, tomando mujeres en otros grupos y clanes. E n este período de transformación del ay l lu , c lan, es cuando el varón va a l a y l l u de l a m u j e r .

Hemos hablado ya del forastero , del extraño a l a y l l u , que s in ser or ig inar io de él viene a agregársele para c o n t r i b u i r a las labores colectivas de la t i e r r a común. La entrada del fo­rastero en e l seno del a y l l u se opera cuando éste tiene una composic ión netamente ciánica, es decir, agrícola. Esta dis­tinción de or ig inar io y de agregado ha sido mantenida por la legislación española p o r razones rentísticas. Los pr imeros due­ños tradicionales de la t i e r r a colonizada en cierta manera por el régimen peninsular , contribuían con la tasa más elevada. Los forasteros o agregados, que no tenían el usufructo , pero no el domin io , pagaban la tasa i n f e r i o r .

Réstanos aún examinar o t r a fase del ,ayllu.

L a evolución que en el seno de él se operó lenta y silen­ciosamente dio p o r resultante una nueva f o r m a de conviven­cia, que podría compararse a l a comunidad de aldea del Orien­te . Dentro del a y l l u , agrícola, surgió la marca , que no es si ­no el clan f i j ado en f o r m a del pueblo (* ) . L a base de la mar ­ca fue el cu l t ivo de las t ierras de comunidad y aprovechamien­to de pastos y aguadas. " L a división tercera que h i c i eron de las t ierras , dice Polo de Ondegardo, fue para la comunidad , y estas t ierras dividían en cada año y d iv iden hoy en todo el r e i n o " C). E m p u j a d o p o r estos intereses colectivos, e l c lan agrícola, difuso y desparramado, se congrega y concentra po­co a poco f o rmando así l a marca . Los conquistadores nos d i -

( 4 ) " E n t r e l a s k a b l l a s , d i c e D u r k h e i m ( D E L A D I V I S I O N D t T T B A V A I L S O C I A L ) , l a m l d a d política e s e l c l a n f i j a d o e n f o r m a d e a l d e a " . (Pág. 1 5 3 ) .

(5 ) Colección de D O C U M E N T O S I N E D I T O S .

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cen, como consta en una información acerca del gobierno y costumbres de los naturales mandada levantar por el v i r r e y Enríquez en 1582 i^). " E n cada prov inc ia había pueblos po­blados muchos e puestos sus moxones y señalados sus térmi­nos a cada u n o y cada pueblo tenía a cargo sus términos pa­r a derezar los caminos y la manera del gobierno era por ca­ciques que tenían sus pueblos e jurisdicciones señaladas".

E n la H i s t o r i a de l Berecho, de Summer Maine encontra­mos descrita la comunidad de aldea teutónica, que puede to­marse como exacta interpretación de la marca a imara . Refi­riéndose a lo que escribe M a u r e r sobre la constitución jurí­dica de l a m a r k a o m u n i c i p i o ( t o w u s h i p ) , y el derecho seño­r i a l , dice: " E l muni c ip i o (.explico aquí la cosa t a l cual la con­c ibo) f o rmaba u n grupo de fami l ias teutónicas, organizado y autónomo, que ejercía u n derecho de propiedad pro.indiviso, sobre u n a porción de t i e r r a deslindada, su m a r k a , aplicando a l cu l t ivo de su prop io domin io u n sistema comunista, y sub­sistiendo del producto del t r a b a j o " . E n o t r a parte agrega: "Las antiguas comunidades agrícolas de los teutones, tales co­m o existían en Alemania, parece que se organizaron de la ma­ñera siguiente: Se componía de cierto número de fami l ias que ocupaban, a título de propiedad, u n d i s t r i t o d iv id ido en tres partes; la m a r k a del ayuntamiento o aldea, la m a r k a común o t ierras baldías y de pasto y, p o r último, l a m a r k a arable o t i e r r a cu l t ivada . L a comunidad habi taba la aldea, ocupaba la i n a r k a común a título de prop iedad m i x t a y cul t ivaba la t ie ­r r a arable compuesta de lotes apropiados a las necesidades de las fami l ias C).

T a l interpretación de l a formación de la marca es un i for ­me entre los sociólogos. " L a masa de l a población —dice a su vez M . E m i l e D u r k h e i m , hablando del c l a n — no se div ide ya p o r relaciones de consanguinidad, reales o f ict ic ias , sino, se­gún l a división del t e r r i t o r i o , e l c lan no tiene o t r a conciencia de sí que como de u n p r u p o de indiv iduos que ocupan una misma porción de t e r r i t o r i o . Aparece entonces l a aldea propia ­mente dicha (®).

E n las poblaciones aimaras e incásicas pasan las cosas de u n modo análogo. L a fijación de u n grupo de fami l ias más o

(6 ) A r c h . d e I n d i a s . S i m a n c a s s e c u l a r . P r o b a n z a d e l g o b i e r n o y c o s t u m -I b r e s d e l o s i n g a s . E s t a n t e 70, C a j . I , L e g . 3 '

( 7 ) H I S T O R I A D E L D E R E C H O , I , págs . 13 y 68 . (8 ) D E L A D I V I S I O N D U T R A V A I L S O C I A L , V I , pág. 126.

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menos extenso, en determinado t e r r i t o r i o , repart ido por lotes y cult ivable en cierto grado de cooperación comunista, con dis­f r u t e colectivo de pastos y ganado, or ig ina la formación de u n grupo de chozas donde vive la autor idad colectiva, e l nijallcu, el cacique y consejo de ancianos, Este grupo de casas consti­tuye la comunidad de aldea, la ¡marca, vocablo netamente ai ­mara , que designa el pueblo y la aldea. De manera que este vocablo comprendería en su sentido genuino la p r i m e r a y se­gunda acepciones de la m a r k a teutónica.

A l estudiar las comunidades aimaras, creímos que éramos los pr imeros en descubrir la ident idad de la palabra marca, para designar en a imara, como en el antiguo teutón, la pose­sión colectiva de la t i e r r a ba jo ciertas reglas de convivencia que son m u y semejantes entre las poblaciones germanas, i r ­landesas, eslavas, españolas y a imaras . Pero nuestra sorpre­sa fue grande cuando vimos que con mucha anter i o r idad se había notado el uso de esa m i s m a palabra entre grupos ciá­nicos t a n d is t intos . Engels, en su obra: Orig'ien de l a F¡amilia, nos dice lo siguiente: " L a comunidad f a m i l i a r , con cul t ivo del suelo en común, menciónase ya en las Indias por Nerco en t i empo de Ale jandro Magno, y aún subsiste en el Pandschab y en todo el noroeste del país. E l mismo Kovalevsky ha pod ido encontrar la en el Cáucaso. E n Argel ia existe aún en las k a b i -las . H a debido hallarse hasta en América, donde se cree des­c u b r i r l a en los icalpulUs descritos por Z u r i t a en Nuevo México . Por el contrar io , Cunow (Ausland, 1890), ha demos­t rado de una manera bastante clara la existencia de esta espe­cie de régimen de federación local en el Perú, en la época de la conquista, en el que, ¡cosa extraña! la federación local se l lamaba marca, con reparto periódico de las t ierras cultivadas, y, p o r consiguiente, cu l t ivo i n d i v i d u a l " ( " ) .

Es sorprendente la ident idad del vocablo marca para de­signar las comunidades de aldeas teutónicas y a imaras . Des­de el punto de v ista filológico no es cosa r a r a la p a r i d a d de términos que no t ienen equivalencia; pero si existe en ellos una correspondencia de f o r m a y sentido no puede menos de sorprendernos. ¿Cómo ha podido esa palabra servir en aima­r a , civilización que a p r i m e r a vista parece dislocada de todo lazo de las razas indoeuropeas, para n o m b r a r i m mismo he­cho social, una m i s m a interpretación psicológica surgidos ' en

(9 ) O B . C I T . , I I , pág. 105.

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E B A Y L E U

pueblos t a n dist intos y distantes? Muchas teorías se han ex­planado y podrían aún sustentarse para explica?: ésta y otras analogías no sólo lingüísticas, sino también sociales. N o ha si­do propósito de esta obra entrar en estudios de filología com­parada, n i los elementos lingüísticos de que disponemos per­m i t e n t a l empresa. Lo único que podríamos sostener es que el uso de ese vocablo entre los aimaras no puede atr ibuirse a una importación de los conquistadores. Los españoles le en­cont raron en los idiomas indígenas. Cieza de León nos cuen­ta , p o r e jemplo, hablando del V emperador del Cuzco, que: "así lo pus ieron por obra y sal ieron de u n pueblo que está en aquella comarca a quien l l a m a n m a r c a y así l legaron, etc." (^"). Sabemos también que los pr imeros descubridores del Cuzco encontraron el pueblo o lugarejo , l lamado Marcapata (pueblo a l t o ) , lo que fue después prov inc ia de Quispicanchi , no lejos de la capi ta l incásica. Por o t r a parte , marca es u n su­f i j o de las denominaciones de lugar o pueblo cuando se quie­re determinar la t o p o n i m i a de él. Pueblo nuevo o Machaca-marca ; comarca de p iedra : Calamarca: lugar l lano : Pampa-marca ; lugar donde hay p lata : Colquemarca.

N o conocemos el t raba jo de Cunow n i la demostración que hubiera dado del régimen agrícola federal de los incas; pero Engels como Cunow, padecen error a l creer que marca es el término empleado únicamente para signif icar la federa­ción de t ierras y su c u l t i v o . L a aplicación más exacta que t ie­ne tanto en el sentido usado p o r los cronistas españoles, cuan­to en el que subsiste en el i d i o m a aimara, es la de lugar, co­marca, comunidad de habitación, o lo que en frase técnica po­dríamos decir: " c omunidad de aldea" . Posible es que hubiese expresado también l a comunidad de t ierras y cult ivos , y po­demos inc l inarnos a creer que así fue s i tenemos en cuenta que l a comunidad agrícola ha debido engendrar la comunidad de aldea o de comarca. Marca , en este sentido ha debido venir , de marca , comunidad de cult ivos y d is frute colectivo de la t ie ­r r a . Esta inducción sería paralela a la transformación de la denominación del a y l l u . Hemos visto cómo el arraigo y dis­f r u t e colectivo de la t i e r r a p o r u n grupo de población se l l a ­ma a y l l u , esto es, que el clan t e r r i t o r i a l , el nombre de a y l l u , ex­presión trasladada de la constitución gentílica y patronímica del a y l l u , gens.

(10) O B . C I T . , X X X V I , pág. 135.

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B A U T I S T A S A A V E D B A

E l nacimiento de la marca a imara se deriva, probablemen­te, del desdoblamiento que se operó en la gens, y a la fisono­mía agrícola que tomó el grupo p o r razón de su arraigamien­t o a la t i e r r a . Es entonces cuando se agrupan las habitacio ­nes, que sin pertenecer a unos mismos miembros de f a m i l i a , const i tuyen u n hogar en grande, animado por la vinculación de la aynda y cooperación agrícola y de l a defensa colectiva. L a t i e r r a es idealmente ind iv is ib le , pero para e l cu l t ivo y d is f rute existe la división parce lar ia . Y este proceso evolut i ­vo ha sido el m i s m o en el m u n d o occidental que en el o r ienta l . S u m m e r Maine no excusa entrar en investigaciones compa­rat ivas acerca de este p u n t o . " L a comxmidad, dice, es una co­m u n i d a d de parientes; pero, aunque verosímilmente sea m u y rea l la filiación común, l a tradición de u n or igen común se ha debi l i tado lo bastante para p e r m i t i r que la ficción repre­sente u n papel considerable en esta iastitución que, en u n mo­mento dado, se abre a los extraños de afuera. A l p r o p i o t i e m ­po, la t i e r r a t iende a convertirse en verdadero fundamento de este grupo ; se admite como elemento esencial de su v ida , y per­manece e l dominio en común, mientras se reconoce la propie ­dad pr ivada sobre los muebles y el ganado. E n l a verdadera comunidad de aldea ya no se encuentra la habitación y la me­sa común, que están en uso a l a vez en la f a m i l i a asociada y en la comunidad doméstica; l a m i s m a aldea es una aglome­ración de casas encerradas, es verdad, en u n espacio reduci ­do; pero~cada habitación es d is t inta de las demás, y la entra­da en ella es cuidadosamente p r o h i b i d a a los vecinos" (^^),

Poco a poco, esa cohesión p r i m e r a del grupo y su aisla­miento respecto ,de otros se re la ja v is ib lemente . L a coopera­ción agrícola t iende, en v i r t u d de l a división de t raba jo social, a individual izarse , y esta individualización se deriva del frac­c ionamiento o distribución f a m i l i a r y a u n personal de los lo ­tes de c u l t i v o . Así el hcenciado Ondegardo nos dice: " B i e n es que se entienda que aunque muchas parcialidades vayan a ha­cer una cosa de comunidad , nunca las empiezan s in ver y me­d i r lo que cabe a cada uno ; y entre los mismos de cada par -c iahdad hacen también su división que l l a m a n suyos, y no ayuda el uno a l o t ro , aunque acabe p r i m e r o , p o r n inguna co­sa, y fue buen medio , entrellos, porque son t a n descuidados, que cada uno se diera la menor pr isa para dexar el t raba j o a l compañero" (^^).

(11) O B . C I T . , i n , pág. 75. (12) C i t a d o p o r J . C o s t a , C O L E C T I V I S M O A G R A R I O E N E S P A Ñ A , pág. 69.

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E E A T E E U \

E s t i relajación comunista, que en verdad es aplicable a las últimas etapas de transformación del c lan a imara, tiene todos los caracteres de u n a ley sociológica: la función de la división del t r a b a j o . E l l a se reahza en l a estructura de las sociedades de u n modo inevi table . L a comple j idad de ellas es la fuerza in terna que las i m p u l s a . M . D u r k h e i m , refiréndose a la acción di ferenciadora de l a división del t raba jo en el clan, acción p o r la cual de cerrado que era en u n p r i n c i p i o se con­vierte en i n m i g r a t o r i o , dice: " B a j o esta f o r m a , el c lan ha per­dido algunos de sus caracteres esenciales: no solamente todo recuerdo de u n común origen ha desaparecido, sino que se ha despojado casi completamente de toda impor tanc ia políti­ca. L a i m i d a d política, es la centena". " L a población, dice Waitz , hab i ta en las aldeas, pero se reparte, ella y su domin io , según las centenas que, para todos los negocios de la guerra y de l a paz, f o r m a n la u n i d a d que sirve de fundamento a to ­das las relaciones" C^").

Esta desviación de la estructura in terna de l a comunidad de aldea, cuya característica cooperativa t iende a ser substi­tu ida p o r fraccionamientos seriales de centenas, fenómenos que se presenta en l a gens l a t ina (^•'), encuéntrase también en l a marca a imara . E n u n documento co lonia l leemos la si­guiente relación: " E l inca tenía poblada y ennoblecida la c iu­dad del Cuzco, donde residía y tenía fortaleza y presidio en su guarda, y lo demás eran rancherías o pueblos pequeños que se gobernaban p o r caciques, que era el título que daba a los que proveía p o r gobernadores; y éstos tenían unos diez m i l indios , que l l amaban chunga guaranga, otros a cinco m i l , a qu ien de­cían pisca guaranga, y otros a qu ien l l amaban guaranga, y

(13) D E L A D I V I S I O N D I T T R A V A I L S O C I A L , V I , pág. 160. (14) M o m i n s e n d i c e : " N o o b s t a n t e q u e l a c u r i a s e n o s o f r e c e c o m o

i m g r u p o p e r s o n a l , b i e n p u e d e d e c i r s e que , a l o m e n o s e n u n p r i n c i p i o , h d b o de .exist ir e n e l l a también ^ ^ n c u l o l o c a l , s u p u e s t o q u e l a s n o m i n a c i o ­n e s de l o s r o m a n o s , e n c u a n t o d e e l l a s c o n o c e m o s , s o n l o c a l e s , y p u e d e c o n ­j e t u r a r s e q u e e r a sí , p o r q u e e l p o s e e d o r m á s a n t i g u o d e l o s b i e n e s p r i v a d o s t e r r i t o r i a l e s p a r e c e h a b e r s i d o l a f a m i l i a , y l a unión p e r s o n a l de c i e r t o n u m e ­r o d e f a m i l i a s , e r a p o r n e c e s i d a d , a l a v e z , t i n a xmlón t e r r i t o r i a l . Después de l a individualización d e l a p r o p i e d a d d e l s u e l o , e s t a b a s e desapareció, y l a s p a r ­t i c u l a r e s c u r i a s c o m p r e n d i e r o n , sí , todavía a t o d o s l o s E m i l i o s o a t o d o s l o s C o m e l i o s , p e r o y a n o t u v o relación c o n l a t i e r r a " . " S e g ú n e l e s q u e m a , c a d a c u r i a e s t a b l e c e d i e z d e c u r i a s o u n a c e n t u r i a p a r a ' e l s e r v i c i o m i l i t a r " . i i E R E -C H O P U B L I C O B O M A N O , I , pág. 24 y 26.

" L a c o m l t i a c u r a t i a , d i c e D u r k h e i m , d o n d e l a gens j u g a b a u n p a p e l s o c i a l t u e r o n r e e m p l a z a d a s o p o r l a c o m l t i s c e n t y r a t i a , o p o r l a c o m i t i v a t r i b u t a " . D e l a D I V I S I O N D U T R A V A I L S O C I A L , V I , pág. 160.

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B A U T I S T A S A A V E D B A /

; otros a menos, hasta llegar a l número de pachaca, qrife es l o mismo que u n c iento" (^°).

A este test imonio que nos refiere que los pueblos peque­ños, las marcas, para darles su nombre prop io , se organizaban siguiéndose u n p r i n c i p i o de unidades de centenas (tunca gua-ranca, diez m i l ; pisica guaramca, cinco m i l ) , podemos agregar lo que trae la "Probanza del gobierno y costumbre de los i n ­dios, mandada levantar por el v i r r e y Enríquez en 1582". " C a ­cique de guaranga (en a imara guaranca) quiere decir cabeza de m i l indios y el inga los proveía como le parecía para que tuviese cuenta y cargo destos m i l indios para acudir con ellos a donde él le mandaba" . "Cacique de pachaca (pataca) es l o m i s m o que tiene dicho de guaranga, salvo que pachaca se en­tiende ser cacique de cien ind i o s " (^'').

E n la transformación del clan a imara como en los de su gé­nero, se presenta u n fenómeno de concentración p r i m e r o y o t ro de difusión después. Vemos que la comunidad de aldea, la marca, se f o r m a p o r una especie de condensación social y t e r r i t o r i a l . Aflójanse los vínculos de a f in idad, mediante l a ley de división del t raba jo , y viene c ier ta tendencia de difusión so­c ial y la individualización del cu l t i vo . L a característica del p r i ­mer f l u j o , es la t i e r r a y su cu l t ivo colectivo. L a de la segun­da fase de transformación, la unidad, como dice Waizt , es la centuria, "que sirve de fundamento a todas las relaciones" es­pecialmente a las de orden polít ico. L a administración inter ­na como la defensa externa reposa sobre esa base de l a cen­t u r i a , que no es, p o r o t r a parte , más que u n desvío del comu­nismo hacia la individualización atemperada, que no llega to ­davía a l atómico ind iv idua l i smo de hoy .

Ese desdoblamiento hacia el ind iv idua l i smo político que se observa en la marca a imara, y en el colectivismo incaico, fue reforzado p o r la legislación española. Aque l grupo l lamado estancia por los españoles, no es sino l a marca que ha veni­do sobreviviendo dentro del clan, especialmente en los ayllus extensos. E n los ayllus reducidos la estancia se confunde con ellos.

N o parece sino que l a difusión t r i b a l que alcanzaron los ayllus llegó a t a l p u n t o que el v i r r e y Toledo, en vista de que

(15) B E L A C I O N E S G E O a B A P I C A S , t. I , a p . I I I , C X L . (16) A r c h . G . d e I n d i a s . C a r t a s y e x p e d i e n t e s d e v i r r e y e s d e L i m a 1577,

E s t . 70, C a j . I , L e g . 3 '

B E A T E E Ü

vivían "d iv id idos e apartados y tuviesen tierras e aguas, pas­tos y las demás necesarias para s u conservación", como de­clara la provisión que dictó en Guamanga el 11 de dic iembre de 1572 ( " ) , se decidió a reduc ir los . Esta reducción o concen­tración "a pueblos donde vivían juntos y congregados" tuvo por f i n p r i n c i p a l la cristianización y pago de t r i b u t o de los naturales .

N o es nuestro propósito establecer generalizaciones sobre el ayllu. Semejantes generalizaciones l levan en sí el pel igro de falsear la f i e l y despreocupada apreciación de los hechos. Sometiéndolos a cr iterios preconcebidos, l o que se construye es más obra subjet iva que ob je t iva . Más valor tendría, en es­te caso, l a exposición de u n sistema personal, puramente teó­r i co , que ese mar ida j e inarmónico entre la observación incom­pleta y lo puramente ideológico.

Nuestra tarea ha sido más de exposición que de sistema­tización. N o pensamos sino in i c ia r el p r i m e r jalón en seme­jante estudio, que esconde riquísimos como profundos filones de m e t a l precioso, cuya explotación fortaleecerá de manera sor­prendente la Sociología y la Etnografía americanas.

(17) A r c h . G . d e I n d i a s . P r o v i s l d n d a d a p o r d o n F r a n c i s c o d e T o l e d o s o b r e reducción d e n a t u r a l e s . 1572. E s t . 70, C a j . I , L e g . 28.

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I N D I C E

I — F O R M A C I O N D E L H O M B R E Página

L a Ciudad Andina ••• 9 L a F a m i l i a Saavedra. H Rosa B a u t i s t a . . . . . . . 12 E l Escenario Político 13 Una Niñez Promisora . 23 L a Etapa Univers i tar ia 24 Título y Cu l tura . . . . 25 E n la Cátedra 26 E l Proceso Mohoza. 27 Abogado de B o l i v i a . 31 I n f o r t u n a d a Incursión Política 37 M i n i s t r o de Instrucción . . . . . . 37 Plenipotenciario en el Perú 39 Figura , Carácter y Destino de Saavedra; 40

11 — H A C I A E L P O D E R

L a Curva del L ibera l i smo • • • • 49 Fundación del Part ido Repub l i cano . . . . . . . 64 E l Político . 65 L a Acción Republicana 67 L a Acusación a Montes 91 "Reiv indicac ionismo" y "Practicismo^' 97 L a Agitación Revolucionaria . . . . . . . . . 81 Maleamiento y Agonía de u n Régimen 103 L a Revolución del 12 de Jul io de 1920. 111 L a Reacción Chilena. . . . . . . 117

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Página

Los Desacuerdos Republicanos 122 L a Junta de Gobierno . Gobierno de la Junta 123 L a Cuestión Por tuar ia 126 E l Problema Presidencial 128 Elección Presidencial de Saavedra 131

I I I — E N E L P O D E R

L a Responsabil idad del Gobernante 133 E l Programa Gubernativo 135 " L a Democracia en Nuestra H i s t o r i a " 136 E l Choque con la Real idad 145 E l Pleito con Chile 156 E l Petróleo y el I m p e r i a l i s m o en B o l i v i a 160 E l Empréstito "Nico laus" 161 L a Defensa del Chaco 178 L a Subversión Parlamentar ia 182 L a Revolución Hacendarla 189 L a Lucha con la "Rosca" 192 L a Agitación Obrera 196 Justic ia Social 200 Frente a la Corte Suprema de Justicia 203 L a Rebelión Armada 206 A m a r g u r a y Fortaleza del Gobernante 220 Protección del I n d i o — 225 L a T i e r r a Pública y l a Colonización 232 L a Obra Gubernativa 236 E l Progreso Urbano de L a Paz 239 E l Centenario de Ayacucho 241 Política In ternac iona l 243 L a Sucesión Presidencial 245 Rumbo a E u r o p a 256

I V — MAS A L L A D E L P O D E R

E l V ie j o M u n d o 261 Frente a la Traición 264 L a Lucha Contra el Si l ismo 272 L a Revolución de 1930 284 E n la Ruta Sociahsta 292 E l Part ido Republicano Socialista 295 Presidencia de Salamanca 298 L a Acusación a Saavedra. 308 E n el U m b r a l de la Tragedia 315

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Página

Iniciación de la Guerra del Chaco 318 L a I n c u r i a Gubernativa 32 J " S a r t o r Resartor" 328 A la Vera del Desastre 336 Caída de Salamanca 345 ¿Resistencia o Capitulación? 348 Hacia la Paz 355 E l Protocolo de 12 de Junio de 1935 366 Política I n t e r n a 374 Verbo de Admonición 378 Preparando el F u t u r o 382 L a Ciénega M i l i t a r i s t a 387 ¿Por qué Luchó B o l i v i a en el Chaco? 393 Desde el Ostracismo 401 Busch en el Poder 405 Los Oficiantes de la Deslealtad 410 Mbctificación Política 417 Recompactación de Filas 422 Como en las Peores Epocas 426 L a Liquidación del Chaco 428 Patr io t i smo Atormentado 431 La Lucha Contra la Dic tadura 434

V — M U E R T E D E L C A U D I L L O

Vísperas de Re tomo 439 Vencido p o r la Parca 442 La Congoja Nac ional 444 Apoteosis 447

E L A Y L L U

Prólogo 445 1 459

I I 471 I I I ; 475 I V 485

V 493 V I 505

V n 513 V I I I 521

I X 529 X 535

X I 541 Indice General 547

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E U G E N I O G O M E Z

BA UTISTA SAA VEDRA

{Seguido de E L AYLLU, por Bautista Saavedra)

BIBLIOTECA DEL SESQUICENTENARIO DE LA REPUBLICA

L a Paz - Bolivia

Page 56: SAAVEDRA Bautista - El Ayllu

V O L U M E N No. 12

Es prop iedad del autor . Quedan reservados los derechos del autor de acuerdo a Ley, ba jo el registro

1929/75.

I m p r e s o e n B o l i v i a — P r i n t e d i n B o l i v i a P r i m e r a edición, o c t u b r e de 1975

E d i t o r e s : B i b l i o t e c a d e l S e s q u l c e n t e n a r i o de la . República de B o l i v i a . I m p r e s o r e s : Litografías e I m p r e n t a s " U N I D A S " , S . A . , L a P a z

A s p i r a m o s a q u e e s t e t r a b a j o s e a u n a contribución a l e s t u d i o de u n a época histórica d e l país, a l través d e l a v i d a d e u n h o m b r e que , c o m o p o c o s , dejó m a r ­c a d o s s u s p a s o s , e n e l a c o n t e c e r n a c i o n a l , c o n v igo ­r o s a energía. P o r e s o h e m o s q u e r i d o h a c e r l o , s o b r e todo, d o c u m e n t a d o , a n t e s q u e m e r a m e n t e "estét ico" — c o m o s u g i e r e n q u e s e a n l a s biografías de l a épo­c a — o p u r a m e n t e " i n t e r p r e t a t i v o " , e n b a s e de algún m é t o d o i d e a l i s t a o d e l a " interpretación m a t e r i a l i s ­t a d e l a H i s t o r i a " . .

S u extensión gt tarda a l g u n a armonía c o n l a i m p r e s ­c i n d i b l e incorporación d e d o c u m e n t o s r e l a t i v o s a l a v i d a d e l b i o g r a f i a d o , y q u e n o s h a . p a r e c i d o n e c e s a ­r i o i n s e r t a r .

E L A U T O R .