revista Ágrafos edición 1

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Revista Ágrafos. Número 1. Octubre-Diciembre 2015.

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Revista

d

Número 1 Octubre–Diciembre 2015 USB Medellín

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Revista

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Comité editorial: Leidy Salazar Natalia Andrea Díaz Johancarlos Palma Pablo Molina

Diseño y diagramación: Johancarlos Palma

Portada: Sara Vélez

Edición: Número 1. Octubre–Diciembre 2015

[email protected] http://agrafosrevista.wix.com/usbmed

La Revista Ágrafos no se hace responsable de los conceptos y opiniones emitidos en los textos, ilustraciones y fotografías, los cuales son responsabilidad exclusiva de los autores.

Revista

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Número 1 Octubre–Diciembre 2015 USB Medellín

En la portada:La Bruja Frutos (Ilustración inspirada en Simón el Mago de Tomás Carrasquilla)

“Una bruja no usa sombrero, no vuela en una escoba, ni utiliza vestimentas largas, tampoco revuelve un caldero. Una bruja es negra, pobre y anciana, que en el cuidado de un niño representa un gran peligro. El diablo es negro, de cabellos revueltos sujetos con un turbante y, miserable. El mal no persigue al rico jamás, persigue al pobre”

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MANIFIESTO ÁGRAFOS

PRESENTACIÓN

LA BRUJA FRUTOS

SIMÓN EL MAGO

ARMONÍA

POEMA

POEMA

POEMA

A UN FILÓSOFO CONOCIDO

OCRE LLUVIOSO

ESTADOS

DE PREGUNTONES A INVESTIGADORES

FERNANDO PESSOA, DE SU DESASOSIEGO Y HETERÓNIMOS

CON TENIDO

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ANTROPOFACTO

LA VIDA, UN ACERCAMIENTO DESDE LO HUMANO

RELATO BAJANDO EL SENDERO

EL LATIR

DIAMANTES EN BRUTO

VELORIO

ECFRASIS - LILITH

ONEIROS

EL VAMPIRO

LA ALDEA TURBIA

Y SIGUE

SUEÑOS

CAMPUS UNIVERSITARIO

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MANIFIESTO ÁGRAFOS

La Revista Ágrafos representa en su nombre a aquellos que no sabemos escribir, que no sabemos leer. Somos ágrafos a modo de ironía, de lucha contra la escritura rígida; como Rulfo, o Salinger, quienes se negaban profundamente a los críticos hirientes y a los periodistas entrometidos que encierran en celdas y en márgenes las letras que vuelan con sus alas de tinta y hombres en cárceles de comercialismo y negocio.

Ágrafos recibe a todo aquel que no sabe escribir bajo los estatutos científicos o academicistas la literatura. Pone su personalidad en los que, con el esfuerzo de plasmar una generación en el papel y en los ojos del prójimo, tampoco sabe leer bajo indicaciones, bajo específicos análisis que degüellan la esencia, el aura de los versos, de los gritos de los poetas. Ágrafos es para quienes saben que no existe una hora para escribir. Porque escribir no es una obligación, escribir no puede ser un trabajo. Escribir es inspiración; leer es contemplación. Y se escribe y se lee con el alma, no con criterios o reglas dogmáticas. Somos Ágrafos.

Si no ¿Qué espera? Ágrafos le invita a ser un ágrafo, que no sabe escribir como los demás, que escribe como sí mismo. Le invita a leer el mundo con su propio horizonte, no con los lentes de alguien que dicta normas. Le invita a ser un Ágrafo más.

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Necesitamos un lenguaje para la conversación. No para el debate, o para la discusión, o para el diálogo, sino para la conversación. No para participar legítimamente en esas enormes redes de comunicación e intercambio cuyo lenguaje no puede ser el nuestro, sino para ver hasta qué punto somos aún capaces de hablarnos, de poner en común lo que pensamos o lo que nos hace pensar, de elaborar con otros el sentido o el sinsentido de lo que nos pasa… (Larrosa, 2004)

Habitar, sentir, degustar el mundo desde la experiencia de lenguaje implica apropiarlo, reconocerse desde él y con él. En esta perspectiva, el lenguaje en forma y contenido, se orienta desde la acción educativa hacia la búsqueda de una lengua propia que rebase el mero acto comunicativo, eficaz, operativo; ese que nos aglutina en formatos estandarizados. Encontrarnos con nuestra lengua, es la manera de sentar un precedente, de romper con los predeterminismos de la lengua masificada.

A la manera de decir de José Luis Pardo (en Valente, J.A. 2000, p. 190) es ir en contra del intento de “librar al lenguaje de su incómodo espesor, un intento de borrar de las palabras todo sabor y toda resonancia, el intento de poner por la violencia un lenguaje liso”. La revista Ágrafos es, en este contexto, una iniciativa que enriquece los procesos formativos de estudiantes, docentes y comunidad en general en tanto su propuesta se abre como posibilidad para una estrecha e íntima conversación en la que la voz propia se reconoce desde la interacción con otras voces, dejando de ser murmullo, susurro. Voz que crea y se re-crea.

Muchas felicitaciones al grupo de estudiantes que asumió decididamente el reto de dar forma al propósito de un ir siendo permanente e inquietante desde la palabra auténtica, comprometida y solidaria.

Alexandra Villa Urrego

Directora del programaLicenciatura en Lengua Castellana

PRESENTACIÓN

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Nombre: Sara DecoloresTítulo: La Bruja FrutosTécnica: Colores y marcadores sobre papelDimensiones: 34 x 24 cmAño: 2015 Licenciatura en Educación Artística y CulturalNivel VII

Ilustradora Invitada

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SIMÓN EL MAGO*

Tomás Carrasquilla Naranjo

Entre mis paisanos criticones y apreciadores de hechos es muy válido el de que mis padres, a fuer de bravos y pegones, lograron asentar un poco el geniazo tan terrible de nuestra familia. Sea que esta opinión tenga algún fundamento, sea un disparate, es lo cierto que si los autores de mis días no consiguieron mejorar su prole no fue por falta de diligencia: que la hicieron, y en grande.

¡Mis hermanas cuentan y no acaban de aquellas encerronas de día entero en esa despensa tan oscura donde tanto espantaban! Mis hermanos se fruncen todavía al recordar cómo crujía en el cuero limpio, ya la soga doblada en tres, ya el látigo de montar de mi padre. De mi madre se cuenta que llevaba siempre en la cintura, a guisa de espada, una pretina de siete ramales, y no por puro lujo: que a lo mejor del cuento, sin fórmula de juicio, la blandía con gentil desenfado, cayera donde cayera; amen de unos pellizcos menuditos y de sutil dolor con que solía aliñar toda reprensión.

¡Estos rigores paternales, bendito sea Dios, no me tocaron!

¡Sólo una vez en mi vida tuve de probar el amargor del látigo!

Con decir que fui el último de los hijos, y además enclenque y enfermizo, se explica tal blandura.

Todos en la casa me querían a cual más, siendo yo el mimo y la plata labrada de la familia; ¡y mal podría yo corresponder a tan universal cariño cuando todo el mío lo consagré a Frutos!

Al darme cuenta de que yo era una persona como todo hijo de vecino, y que podía ser querido y querer, encontré a mi lado a Frutos, que, más que todos y con especialidad, parecióme no tener más destino que amar lo que yo amase y hacer lo que se me antojara.

Frutos corría con la limpieza y arreglo de mi persona; y con tal maña y primor lo hacía, que ni los estregones de la húmeda toalla me molestaban cuando me limpiaba “esa cara de sol”, ni sufría sofocones cuando me peinaba, ni me lastimaba cuando con una aguja y de un modo incruento extraía de mis pies una

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cosa que ... no me atrevo a nombrar.

Frutos me enseñaba a rezar, me hacía dormir y velaba mi sueño; despertábame a la mañana con el tazón de chocolate.

¿Qué más? Cuando, antes del almuerzo, llegaba de la escuela, ya estaba Frutos esperándome con la arepa frita, el chicharrón y la tajada.

Lo mejor de las comidas delicadas en cuya elaboración intervenía Frutos -que casi siempre consistían en chocolate sin harina, conservón de brevas y longanizas-, era para mí.

¡Válgame Dios! ¡Y las industrias que tenía! Regaba afrecho al pie del naranjo; ponía en el reguero una batea recostada sobre un palito; de éste amarraba una larga cabuya cuyo extremo cogía, yendo a esconderse tras una mata de caña a esperar que bajara el “pinche” a comer... Bajaba el pobre, y no bien había picoteado, cuando Frutos tiraba, y ¡zas!... ¡Debajo de la batea el pajarito para mí!

Cogía un palo de escoba, un recorte de pañete y unas hilachas; y, cose por aquí, rellena por allá, me hacía unos caballos de ojo blanco y larga crin, con todo y riendas, que ni para las envidias de los otros muchachos.

De cualquier tablita y con cerdas o hilillos de resorte me fabricaba unas guitarras de tenues voces; y cátame a mí punteando todo el día.

¡Y los atambores de tarros de lata! ¡Y las cometillas de abigarrada cola!

Con gracejo para mí sin igual contábame las famosasaventuras de Pedro Rimales -Urde, que llaman ahora-, que me hacían desternillar

de risa; transportábame a la “Tierra de Irasynovolverás”, siguiendo al ave misteriosa de “la pluma de los siete colores”, y me embelesaba con las estupendas proezas del “patojito”, que yo tomaba por otras tantas realidades, no menos que con el cuento de “Sebastián de las Gracias”, personaje caballeresco entre el pueblo, quien lo mismo echa una trova por lo fino, al compás de acordada guitarra que empunta alguno al otro mundo de un tajo, y cuya narración tiene el encanto de llevar los versos con todo y tonada, lo cual no puede variarse so pena de quedar la cosa sin autenticidad.

Con vocecilla cascada y sólo para solazarme entonaba Frutos unos aires del país -dizque se llamaban “Corozales”-, que me sacaban de este mundo: ¡tan lindos y armoniosos me parecían!

Respetadísimos eran en casa mis fueros. Pretender lo contrario estando Frutos a mi lado era pensar en lo imposible. Que “¡Este muchacho está muy malcriado!”, decía mi madre; que “¡Es tema que le tienen al niño!”, replicaba Frutos; que “¡Hay que darle azote!”, decía mi padre; que “¡Eso sí que no lo verán!”, saltaba Frutos, cogiéndome de la mano y alzando conmigo; y ese día se andaba de hocico, que no había quién se le arrimase.

¡Y cuando yo le contaba que en la escuela me habían castigado! ¡Virgen Santa! ¡Las cosas que salían de esa boca contra ese judío, ese verdugo de maestro; contra mamá, porque era tan madre de caracol y tan de arracacha que tales cosas permitía; contra mi padre, porque era tan de pocos calzones que no iba y le metía unos sopapos a ese viejo malaentraña! Con ocasión de uno de mis castigos escolares se le calentaron tanto las enjundias a Frutos, que se puso a la puerta de la calle a esperar el paso del maestro; y apenas lo ve se le encara midiéndole puño, y con

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enérgicos ademanes exclama: “¡Ah, maldito! ¡Pusiste al niño com’un Nazareno! Mío había de ser... pero mirá: ¡ti había di’arrancar esas barbas de chivo!”. Y en realidad parecía que al pobre maestro no le iba a quedar pelo de barba. El dómine, que fuera de la escuela era un blando céfiro, quedóse tan fresco como si tal cosa; y yo “me la saqué”, porque Frutos en los días de azote o férula me resarcía con usura, dándome todas las golosinas que topaba y mimándome con mil embelecos y dictados a cual más tierno: entonces no era yo “El niño” solamente, sino “Granito di’oro”, “Mi reinito”, y otras cosas de la laya.

En casa el de más ropa que relevar era yo, porque Frutos se lamentaba siempre de que “el niño” estaba en cueros, y empalagaba tanto a mi madre y a mis hermanas, que, quieras que no, me tenían que hacer o comprar vestidos; no así tal cual, sino al gusto de Frutos.

De todo esto resultó que me fui abismando en aquel amor hasta no necesitar en la vida sino a Frutos, ni respirar sino por Frutos, ni vivir sino para Frutos; los demás de la casa, hasta mis padres, se me volvieron costal de paja.

¿Qué vería Frutos en un mocoso de ocho años para fanatizarse así? Lo ignoro. Sólo sé que yo veía en Frutos un ser extraordinario, a manera de ángel guardián; una cosa allá que no podía definir ni explicarme, superior, con todo, a cuanto podía existir.

¡Y venir a ver lo que era Frutos!

Ella -porque era mujer y se llamaba Fructuosa Rúa- debía de tener en ese entonces de sesenta años para arriba. Había sido esclava de mis abuelos maternos. Terminada la esclavitud se fue de la casa, a gozar, sin duda, de esas cosas tan buenas y divertidas de la gente

libre. No las tendría todas consigo, o acaso la hostigarían, porque años después hubo de regresar a su tierra un tanto desengañada. ¡Y cuenta que había conocido mucho mundo, y, según ella, disfrutado mucho más!

Encontrando a mi madre, a quien había criado, ya casada y con varios hijos, entró a nuestra casa como sirvienta en lo de carguío y crianza de la menuda gente. Por muchos años desempeñó tal encargo con alguna jurisdicción en las cosas de buen comer, y llevándola siempre al estricote con mi madre a causa de su genio rascapulgas y arriscado, si bien muy encariñada con todos allá a su modo, y respetando mucho a mi padre a quien llamaba “Mi Amito”.

Mi madre la quería y la dispensaba las rabietas y perreras.

Frutos había tenido hijos; pero cuando mi crianza no estaban con ella, y no parecía tenerles mucho amor, porque ni los nombraba ni les hacía gran caso cuando por casualidad iban a verla. Por causa de la gota que padecía casi estaba retirada del servicio cuando yo nací; y al encargarse del benjamín de la casa hizo más de lo que sus fuerzas le permitían. A no ser porque su corazón se empeñó en quererme de aquel modo no soportara toda la guerra que la di.

Frutos era negra de pura raza; lo más negro que he conocido; de una negrura blanda y movible, jetona como ella sola, sobre todo en los días de vena que eran los más, muy sacada de jarretes y gacha. No sé si entonces usarían las hembras, como ahora, eso que tanto las abulta por detrás; sí lo usarían, porque a Frutos no le había de faltar; y era tal su tamaño que la pollera de percal morado que por delante barría le quedaba tan alta por detrás, que el ruedo anterior se veía blanquear, enredado en aquellos espundiosos

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dedos; de aquí el que su andar tuviese los balanceos y treguas de la gente patoja.

Camisa con escote y volante era su corpiño; en primitiva desnudez lucía su brazo roñoso y amorcillado; tapábase las greñudas “pasas” con pañuelo de color rabioso que anudaba en la frente a manera de oriental turbante; sólo para ir al templo se embozaba en una mantellina, verdusca ya por el tiempo; a paseo o demás negocio callejero iba siempre desmantada. Pero eso sí: muy limpia y zurcida, porque a pulcra en su persona nadie le ganó.

¡Muy zamba y muy fea! ¿No? Pues así y todo tenía ideas de la más rancia aristocracia, y hacía unas distinciones y deslindes de castas de que muchos blancos no se curan: no me dejaba juntar con muchachos mulatos, dizque porque no me tendrían el suficiente respeto cuando yo fuera un señor grande; jamás consintió que permaneciese en su cuarto, aunque estuviera con la gota, “porqui un blanco -decía- metido en cuarto de negras, s’emboba y se güelve un tientagallinas”; iguales razones alegaba para no dejarme ir a la cocina, y eso que el tal paraje me atraía: cuestión bucólica. Sólo por Nochebuena podía estarme allí cuanto quisiera, y hasta meter la sucia manita en todo; pero era porque en tan clásicos días toda la familia pasaba a la cocina. Mi padre y mis hermanos grandes, con toda su gravedad de señores muy principales, se daban sus vueltas por allí, y sacaban con un chuzo, de la hirviente cazuela, ya el dorado buñuelo, ya la esponjosa y retorcida hojuela; o bien haciendo del mecedor revolvían el pailón de natilla, que, revienta por aquí, revienta por más allá, formaba cráteres tamaños como dedales.

Las horas en que yo estaba en la escuela, que para Frutos eran de asueto, las pasaba

ésta en hilar, arte en que era muy diestra; pero no bien el escolar se hacía sentir en la casa, huso, algodón y ovillo, todo iba a un rincón. “El niño” era antes que todo; sólo “el niño” la ponía de buen humor; sólo “el niño” arrancaba risas a esa boca donde palpitaban airadas palabras y gruñidos.

Admirada de este fenómeno, decía mi madre: “¡Este muchacho lo tendrá mi Dios para santo, cuando desde niño hace de estos milagros!”.

Al amparo de tal patrocinio iba sacando yo un geniecillo tan amerengado y voluntarioso, ¡que no había trapos con qué agarrarme! Ora me revolcaba dándome de calabazadas contra todo lo que topaba; ora estallaba en furibundos alaridos acompañados de lagrimones, cuando no me daba por aventar las cosas o por morder.

Tía Cruz, persona muy timorata y cabal, al ver mis arranques, se permitió una vez decir delante de Frutos que “el niño” estaba “falto de rejo”. ¡Más le hubiera valido ser muda a la buena señora! Frutos la hartó a desvergüenzas y la cobró una malquerencia tan grande, que siempre que la veía resoplaba de puro rabiosa.

Viendo los hilos que yo llevaba, solía protestar mi padre, y hasta manifestaba conatos de zurra; pero mamá lo aplacaba, diciéndole con las manos en la cabeza: “¡No te metás, por Dios! ¡Quién aguanta a Frutos!”.

Y como de todo lo malo casi siempre me daba cuenta, comprendí que por este lado bien cogidos los tenía, y me aprovechaba para hacer de las mías. Cuando veía la cosa apurada “las prendía” a asilarme en los brazos de Frutos; tomábamos camino del jardín, lugar de nuestros coloquios, y una vez allí... ¡como si estuviéramos en la luna!

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A medida que yo crecía, crecían también los cuentos y relatos de Frutos, sin faltar los ejemplos y milagros de santos y ánimas benditas, materia en que tenía grande erudición; e íbame aficionando tanto a aquello, que no apetecía sino oír y oír. Las horas muertas se me pasaban suspenso de la palabra de Frutos. ¡Qué verbo el de aquella criatura! Mi fe y mi admiración se colmaron; llegué a persuadirme de que en la persona de Frutos se había juntado todo lo más sabio, todo lo más grande del universo mundo; su parecer fue para mí el Evangelio; palabras sacramentales las suyas.

Narrando y narrando llególes el turno a los cuentos de brujería y de duendería. ¡Y aquí el extasiarse mi alma!

Todo lo hasta entonces oído, que tanto me encantara, se me volvió una vulgaridad. ¡Brujas!... ¡Eso sí era la atracción de la belleza! ¡Eso sí merecía que uno le consagrara todita su vida en cuerpo y alma!

Ser payasito o comisario me había parecido siempre grande oficio; pero desde ese día me dije: “¡Qué payaso ni qué nada! ¡Como brujo no hay!”.

Cuanto entendía por hazañoso, por elevado, por útil, todo lo vi en la brujería. Las calenturas del entusiasmo me atacaron.

A fuerza de hacer repetir a Frutos las embrujadas narraciones, pude grabarlas en la memoria con sus más nimios detalles.

Del cuento pasábamos al comentario.

-¡Coger brujas -me dijo una vez- es de lo más fácil! ¡Nu’es más qui agarrar un puñao de mostaza y regala por toíto el cuarto: a la noche viene la vagamunda! Y echa a pañar, a pañar frut’e mostaza; y a lo qu’está bien

agachada pañando, nu’es más que tirale con el cintu’e San Agustín... ¡y ai mesmito qued’enlazada de patimano, enredad’en el pelo! Un padrecito de la villa de Tunja cogía muchas asina, y las amarraba de la pata di’una mesa; ¡pero la cocinera del cura era tan boba que les daba güevo tibio, y las malditas s’embarcaban en la coca! ¡Consiá, cuandu’a las brujas no se les puede ni an mentar coqu’e güevo porqui al momentico se güelven ojo di hormiga.. ¡y se van!

-¡Ajáa! -dije yo-. ¿Y comu’hacen pa caber?...

-¡Pis! -replicó-. ¡Anté que si’achiquitan en la coca a como les da la gana! ¡María Santísima!

-¿Y no se pueden matar? -la pregunté.

-Eso sí; peru’al sigún y conjorme: si se les meti una cortada bien jonda se mueren; pero como son tan sabidas, ellas mesmas se meten otra y s’empatan y güelven a quedar güenas y sanas.

-¿Y matadas comu’hacen?

-¡Tan bobo! ¿No ve qu’ellas no se mueren del tiro sin’una qui’otra vez? Hay que tirales a toda gana la primerita cortada pa que queden ai tendidas. ¡Pero con el cinto de mi Padre San Agustín sí ni les valen marrullas!

-¿Y ondi’hay d’eso? -prorrumpí.

-¿Cinto? -dijo mi interlocutora con gesto de cosa dificultosa-. Eso es muy trabajoso conseguir: tan solamente el obispo se lu’impresta a los curitas jormales.

-¡Amalaya que mamá se lo mandara a prestar!... -exclamé entusiasmado.

-¡Ave María, muchacho! ¿Y qué vas hacer con cinto?

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-¡Eh! ¡Pues pa coger brujas y amarralas de los palos!

A pesar de lo difícil que era conseguir el cinto, salí en busca de mi madre con la empresa. Halléla muy empecinada jugando al tute con otras señoras.

-Mamá... -le dije-. Oigami’ un escuchito... -y poniendo mi boca en su oreja la expuse mi demanda, con ese secreteo susurrante de los niños.

Las señoras, que no eran sordas, largaron la carcajada.

-¡Quitáte di’aquí, empalagoso! -exclamó mi madre-. ¡De dónde sacará este muchacho tanto embeleco!

Salí rezongando y muy corrido. En muchos días no pensé sino en cómo se conseguiría el cinto.

La “brujomanía” se me desarrolló con tanta furia, que no hablaba sino del asunto.

-¿Quién ti ha metido todas esas levas? -díjome una vez mi hermana Mariana, que era la más sabia de la casa-. ¡Nu’hay tales brujas! ¡Esas son bobadas de la negra Frutos! ¡No creás nada!

-¡Mentirosa! ¡Mentirosa! -le grité furioso- ¡Sí hay! ¡Sí hay! ¡Frutos me dijo!

-Y lo que dice Frutos no puede faltar... ¡Como si Frutos fuera la Madre de Dios!... ¡Animal!...

-¡Pecosa! ¡Pecosa! -aullé, embistiendo hacia ella con ánimo de morderla.

Me detuvo cogiéndome por los molledos y estrujándome de lo lindo.

-¡Voy a contarle a papá -dijo- para que te meta una cueriza, malcriado, que ya nu’hay quien ti’aguante!

Corrí en busca de Frutos, y, casi ahogado por el llanto, le grité al verla:

-¡Qué te parece, Frutos!... ¡ji! ¡ji! ¡ji!... qu’esa boba Mariana me dijo quizque nu’hay brujas!... ¡ji! ¡ji!... ¡quizque son cuentos que me metés!

Ella hizo una cara como de susto; me enjugó las lágrimas; y cogiéndome de una mano con agasajo, fuimos en silencio a sentarnos en un poyo detrás de la cocina.

-Vea, m’hijito -me dijo-: es muy cierto qui’hay brujas... ¡puú!... ¡De que las hay, las hay! Pero... ¡nu’hay que creer en ellas!

Mis ojos ya enjutos debieron abrirse tamaños: tal fue mi sorpresa.

Aquello no podía acomodarlo; pero Frutos lo decía, y así tenía que ser.

Hablamos de largo sobre el tema, y como yo no perdía ocasión de desentresijarla, la pregunté:

-Y decime: ¿las brujas son gente que se vuelve bruja, go es mi Dios que las hace?

-¡ No siá bobito! Mi Dios nu’hace sino cristianos; pero se güelven brujas si les da gana.

-¿Y también hay brujos?

-¡Nu’ha di’haber!... ¡Pues los duendes!... ¿No l’he contao pues? Pero como no tienen pelo largo como las brujas, no s’encumbran por la región sino que güelan bajito.

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- ¿Y cómo si’aprendi a ser brujo?

Guardó corto silencio, y luego, con aire de quien revela lo más íntimo, me dijo a media voz:

-Pues la gente s’embruja muy facilito: la mod’es qui’uno si’unta bien untao con aceite en toítas las coyonturas; se qued’en la mera camisa y se gana a una parti’alta; y’así qu’está uno encaramao abre bien los brazos como pa volar, y dici’uno, ¡pero con harta fe! ¡No creo en Dios ni en Santa María! ¡Y güelvi’a decir hasta qui’ajuste tres veces sin resollar; y antonces si’avienta uno pu’el aire y s’encumbra a la región!

-¿Y no se cai’uno?

-¡Ni bamba! Con tal qu’el unto’sté bien hecho y se diga comu’es.

Sentí escalofríos. No debía de saber que el arrodillarse fuera señal de adoración; que de saberlo, viérame Frutos de hinojos a sus pies. Me había hecho el hombre más feliz; había hallado mi ideal.

Esa noche, cuando después de rezar me metí en la cama, repetía muy quedo: “¡No creo en Dios ni en Santa María! ¡No creo en Dios ni en Santa María!” y me dormí preocupado con esta declaración de ateísmo.

Al día siguiente muy de mañana corría yo por los corredores con los brazos abiertos y repitiendo la embrujada fórmula. Mariana, que tal oye, grita: “¡Mamá! ¡Venga y verá las cosas qu’está diciendo este ocioso!”. Pero mi madre no alcanzó a “ver” mi “dicho”, porque antes que llegara había yo tendido el vuelo a la calle, camino de la escuela. No sé por qué, pero me dio recelillo de que mi madre me viera haciendo tales cosas.

A mi vuelta no salió Frutos a recibirme. Fui a buscarla y a reclamar sus obsequios, y por primera vez la encontré hecha la ira mala conmigo: que mamá había ido a querérsela comer viva por las cosas que me contaba y enseñaba; que yo tenía la culpa por “icendario”; y que ya sabía que no volviera a “jorobarla” diciéndole que me contara cuentos, porque así como era tan “picón”...

Al almuerzo me dijo mi padre con una cara muy arrugada: “¡Cuidadito, amigo, cómo se le vuelven a oír las cositas que dijo esta mañana!... ¡Le cuesta muy caro!”.

Tales razones me desconcertaron.

¡Amenazarme mi padre! ¡Ponerme Frutos casi en entredicho! ¡Y precisamente cuando tenía tanto qué consultarle! ¡Quedarme sin saber a qué atenerme en lo del pelo largo, en lo del aceite!

Por tres días rogué a Frutos que tan siquiera me dijera dos cositas, prometiéndola no decir esta boca es mía. ¡Andróminas inútiles! No pude sonsacarle una palabra.

¡Qué malas! Y lo peor era que eso que al principio no pasaba de un capricho me fue alborotando con el obstáculo; que se tornó en deseo, en deseo apremioso, irresistible.

¡Ser brujo!... ¡Volar de noche por los techos, por la torre de la iglesia, por la “región”!... ¿Qué mayor dicha? Qué tal cuando yo diga en casa: “¿Qué m’encargan, que me voy esta noche pa Bogotá?”. Y conteste mamá: “Traéme manzanas”. ¡Y que al momento vuelva yo con una gajo bien lindo, acabadito de coger! ¡Y cuando me encumbre serenito, como un gallinazo, tejado arriba!...

¡Sí! Yo tenía que ser brujo; ¡era una necesidad!

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¡Si hasta sentía aquí abajo la nostalgia del aire! “¡Por la gran “pica”-pensaba-, que aquí en casa me regañan y que Frutos ya no me cuenta nada, yo sabré qué hago! ¿Y al primero que se embrujó, quién le enseñó?... Yo siempre consigo aceite... manque sea de palma- christi... pero ese cuento del pelo largo, como las mujeres... ¡quién sabe!”.

Aquí el rascarme la cabeza.

Yo, que desde el último amén del rezo hasta las seis dormía a pierna suelta, tuve entonces mis ratos de velar. En la excitación del insomnio veía sublimidades facilísimas de llevar a cabo: dos veces soñé que en apacible vuelo giraba y giraba, alto, muy alto; que divisaba los pueblos, los campos, allá muy abajo, como dibujados en un papel.

Pepe Ríos, hijo de un señor que vivía vecino a nuestra casa, era un mi compinche; y al fin determiné abrirme con él y comunicarle mis proyectos. En un principio no pareció participar de mi entusiasmo, y me salió con el mismo cuento de que sí había brujas, pero que no había que creer en ellas, lo que me hizo afianzar más, viendo cuán de acuerdo estaba con Frutos. Pero le pinté la cosa con tal fuego, que al fin hube de trasmitírselo.

Pepe no era de los que se ahogan en poca agua: su inventiva todo lo allanó.

-¡Mirá! -me dijo- Mañana qui hay salve en l’iglesia tengo que ir de monarcillo. Yo sé onde tiene el sacristán guardao el aceite, cuando vaya a vestime le robo. Conseguite un frasco bien bueno pa que lo llenemos.

-¿Y de pelo qui’hacemos? -le repuse-. ¡Porque la gracia es que volemos bien altísimo!... Bajito como los duendes... ¡pa qué!

-¡Eso sí qu’es lo pilao! -exclamó Pepe-. Las muchachas de casa y mi máma se ponen pelo y se lo robamos. Qué li’hace que no sea pelo de nosotros; ¡en siendo largo y que se gulungué harto, con esu’hay!

“Este sí es el muchacho -pensaba entre mí, mientras abría la boca pasmado-. ¡Hast’ai! ¡Qué tal que si’ajuntara con Frutos!”.

Al otro día, en son de buscar un perico que dizque se nos había perdido, invadíamos Pepe y yo las alcobas de las señoritas Ríos. Rebuja por aquí, ojea por más allá, dimos con un espejo de gran cajón, y en éste una cata de cabellos de todos colores, enredados y como en bucles unos, otros trenzados y asegurados con cáñamo, otros lacios y flechudos, cuáles en ondas rizosas y bien pergeñadas, el cual “pelerío” se hacinaba entre grasientas y desdentadas peinetas desportilladas y horquillas nada bonitas y perfumadas. Un frasquito de tinta colorada me tentó, y como fuese a echarle mano con mucha golosina, me dijo Pepe:

-¡No lo cojás! Esu’es las chapas de mi máma, y... ¡hasta nos mata!

¡Qué pocos pelos le quedaron al cajón!

-¡Pero eso sí! -me dijo al entregármelo-. ¡Escondé bien todo en tu casa, y que no vayan a güeler nada! ¡Ve que vos sos muy cuentero!... Y si nos cogen... ¡Ni digás tampoco nada de lo que vamos hacer!...

-¡Eh! ¡Vos si crés! -repliquéle con gran solemnidad-. ¡Mirá que nu’hay ni riesgo que yo cuente!...

Desde ese día se nos vio juntos. Y nada que le agradaba a Frutos mi compañía con “ese Caifás”, como llamaba a Pepe.

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Esa noche declaré en casa que no me acostaría sino cuando se acostaran los grandes, porque iba a cumplir diez años. Y así fue. Para distraer mis veladas me pasaba cerca a la vela, volteando como una mariposa, quemando papeles o despavesando, lo que incomodaba a Mariana, única que en casa me hacía oposición.

-¡Ah, mocoso! -decía-. ¡Ya ni’an de noche nos dej’en paz!... ¡And’acostáte, sangripesao!

Mas yo me sentía, entonces, tan gratamente preocupado, que sólo respondía a tales apóstrofes sacándole la lengua y haciéndole “bizcos”.

-¡Ah, muhán! -gritaba Mariana-. ¡Que si papá no te da una tollina... yo sí te cojo!... ¡Peru’he de tener el gusto di’amasate!...

Aumento de “bizcos”.

Doña Rita, madre de Pepe, asistía con sus hijas a la lotería que se jugaba en casa algunas noches, y Pepe no faltaba; pero desde nuestra alianza dejaba éste las delicias del apunte para irse conmigo. Así a nuestras anchas pudimos concertar el plan: la elevación quedó fijada para el domingo siguiente por la noche.

¡Faltaban dos días! ¡Qué expectación aquélla! Hasta la gana de comer se me quitó; hasta Frutos, que en ésas le atacó la gota, se me olvidó.

“¡En qué inguandias andarán!”, decía con aire de mal agüero, cuando pasábamos cerca de su cuarto.

Al fin ese domingo tan deseado amaneció. Desde las doce ya estábamos en el solar de casa apercibiéndonos para arreglar los cabellos. Un forro viejo de paraguas, que

pudimos arbitrar, nos sirvió para pergeñar sendos peluquines, que, como Dios nos dio a entender, aseguramos con cera negra y con amarradijos de cabuya.

Terminada la grande obra verificamos la prueba ante el espejo de Mariana, que fue sacado clandestinamente. ¡Qué bien nos quedaban! ¡Cuán luengos nos caían los mechones! Convinimos, no obstante, que, más que a brujos, nos parecíamos al “Grande Hojarasquín del Monte”.

Guardamos todo con gran cuidado y nos salimos a la calle a disimular. Pero eso sí; devorados por dentro.

Después de angustiosa espera apareció por la noche Pepe con su madre; y no bien la lotería se estableció... ¡como pajaritos para el solar!

Trabóse, entonces, reñida disputa sobre cuál sería el punto adonde debíamos trepar para tender el vuelo. Pepe decía que sobre el horno, que estaba en el corredor del solar; yo, que sobre la tapia del corral, alegando que el horno no era bien alto, y que, como estaba bajo tejado, se torcía el vuelo y no podíamos encumbrarnos. Al fin nos decidimos por el chiquero, que reunía todas las condiciones. De él volaríamos al “Alto de las Piedras”, que domina el pueblo por el sur, y del Alto a la “región”. La elevación debía ser simultánea.

Aunque hacía luna llevamos cabo de vela, y, encendido éste, principiamos en el comedor el “brujístico” tocado. Colgados que fueron de un palo los vestidos de dril, remangadas las camisas, tomamos sendas plumas de gallina y principió la unción. ¡Válgame Dios! ¡Y qué efluvios los de aquel aceite!

Agotado el frasco y luego que las coyunturas nos quedaron hechas un melote, nos colocamos la rebujina de cabellos asegurados

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con barboquejo de cabuya.

Trémulos de emoción salimos solar abajo, con la bizarría de acróbatas que salen al circo saludando al público.

En lo más remoto del solar, allá tras el movible follaje del platanar, al principiar un declive que llamábamos “el rumbón”, estaba el chiquero de recios palos y techumbre de helecho; desaguaba por la pendiente aquélla, formando cauce de negro y palúdico fango que fertilizaba los lulos, las tomateras, el barbasco, allí nacidos espontáneamente.

Amenazantes por demás fueron los gruñidos con que a manera de protesta nos recibió el cerdo, cuando en tan desusadas horas vio invadidos sus dominios; pero nosotros proseguimos impertérritos, haciendo caso omiso de tales roncas.

Adelantándomele a Pepe no paré hasta poner el pie en el último travesaño. Allí, apoyado en uno de los palos que sostienen el techo, cual otro Girardot con su bandera, me detuve un segundo. ¡Mis ojos abarcaron la inmensidad!

Toda la fe que atesoraba la gasté entonces, y, con voz precipitada, por temor de faltar al precepto, con un resuello intempestivo, dije:

“¡No creo en Dios ni en Santa María! ¡No creo en Dios ni en Santa María! ¡No creo en Dios ni en Santa María!”.

¡Y me lancé!

¡Cosa rara! En el vértigo me pareció no volar hacia el Alto convenido. Sentí frío; no sé qué en la cabeza, y... nada más.

Abrí los ojos. Alguien que me cargaba tendióme en una tarima; algo como sangre sentí en la cara; me miré: estaba casi

desnudo y enlodado. Por el desorden de los muebles; por las tablas y fichas de la lotería, dispersas por el suelo; por los regueros de maíz; por el movimiento de alarma, sospeché lo que pasaba. Una ráfaga glacial me heló el corazón; cerré los ojos para no verme, para no presenciar no sé qué espantoso que iba a suceder.

-¡Toñito! ¡Antoñito! ¿Se aporrió? ¿Está herido? -preguntaban.

Sentí que me tocaban, que me acercaban la vela.

-¡No es nada! ¡No es nada!... -clamaban.

- ¡No fue nada... es que está aturdido!

-¡Abra los ojos!... ¡Antonio! ¡Antoñito!

-¡Cálmese! ¡Cálmese, mi siá Anita! ¡Nu’es nada!...

Un ruido como chasquido de dientes me llegó al alma. ¡Abrí los ojos, y vi!... Mi madre estaba tendida en una butaca, con los brazos rígidos, los puños contraídos y apretados, la cara lívida, torcida hacia un lado; los ojos en blanco, la nariz ensanchada como buscando aire; anhelaba gritar y se quedaba seca, agitada por opresora convulsión; unas señoras la tenían, la rociaban, la friccionaban, la hacían aspirar esencias. Mis hermanas lloraban.

Salté de la tarima prorrumpiendo en gritos: “¡Mamita! ¡Mamita!”.

-¡No tiene nada! -vociferaron-. No tiene nada!

-¡No está ni descompuesto!

-¡Cómo fue eso, por Dios!... ¿Cómo se puso así?...

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-Pero si se hirió la cara!... Toñito, no se arrime... que está imposible.

Horrorizado fui a huir.

Me atajaron en la puerta con un platón de agua tibia; la cocinera me paró en medio del humeante baño sin que yo tratara de hacer resistencia; quitóme la inmunda camisa, y así hecho un Adán automático, principió el lavatorio ayudada de unas señoras.

-¡Eh! ¡Pero en qué se cayó este niño, qu’esto no despega!-dijo una.

-¡Si está apestao! -replicó otra, tapándose las narices y haciendo extremos de asco.

-¡Traigan jabón, a ver si esto sale!

Pronto la pelota de jabón de la tierra corrida por hábil mano untó todo mi cuerpo.

-¡Pues mis queridas! -exclamó la enjabonadora-. Esto es aceite de higuerillo, y no cosas de chiquero.

-¡Pues verdá! ¡Pues verdá! -repitieron las demás.

-¡Eh! ¡Pero cómo puede ser eso!

Del platón fuí trasladado a la tarima, y me enjugaron con una colcha. Mariana, ya sosegada, trajo camisa e iba a vestírmela cuando con gran tropel se llenó la pieza de gente. Mi padre venía allí.

-¿Se mató? -preguntó con voz que nunca le había oído.

Sin esperar respuesta salió. No había transcurrido un segundo cuando volvió:

traía una soga.

-¡No le vaya a pegar! -prorrumpen mujeriles voces.

-¡Pobrecito! -dice la del jabón- Qué culpa tiene él!

-¡Es una injusticia, papá!... ¡Véalo herido! -plañían lasde casa.

Papá no atendió: se acercó a mí; y, cogiéndome de un brazo con una mano, levantó con la otra un extremo doble de la soga y dijo trémulo:

-¡Te he tolerado todas las que has hecho; pero con ésta se llenó la medida!... ¡Tomá, vagamundo, pa que aprendás!... -y la soga crujió en mis carnes.

Un grito como aullido de animal resonó en la pieza: era Frutos que entraba.

-¡Mi Amito! ¡Mi Amito! -gimió, tratando de cogerle la soga, e interponiéndose entre él y yo-. ¡Mi Amito, por Dios! ¡No le pegue, por los clavos de Cristo! -y se arrodilla; le abraza las piernas, casi lo tumba-. ¡El no tiene culpa!... ¡No tiene!... ¡No tiene!...

Mi padre la rechaza; pero Frutos se pone en pie, y, saltando hacia mí, me envuelve en sus faldas.

-¡Vieja bruja! -grita él arrancándole el pañuelo y cogiéndola de las greñas-. ¡Largálo!... ¡O te mato!... -la arrastra con una mano, mientras que con la otra me saca del envoltorio.

-¡Quítenmela que la mato! -vocifera con coraje.

Ella se endereza, y, como un fardo, se va de espaldas contra el entablado suelo lanzando

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extraños sonidos.

El entonces toma la soga como la vez primera, y, contando, uno... dos... tres... hasta doce, va asentando azotes sobre mi desnudo cuerpo, que se zarandea como maniquí colgado.

No lancé un ay, ¡yo que ponía los gritos en el cielo porque una mosca se me asentara!

Frutos seguía en el suelo retorciéndose; de repente se levanta y torna a caer; en impúdica rebujina se revuelca, haciendo apartar la gente y tropezando con los muebles; algunos van a cogerla, y los rechaza a puñetazos, a patadas y mordiscos. Pudo, entonces, articular con voz espantosa:

-¡Déjenme que ahora mesmo me largo d’esta maldita casa!

Todos los hombres la acometen, y, arremolinándose en apretada lucha en que se sentían respiraciones de cansancio y traquear de huesos, logran sacarla al corredor.

En el desorden pude verla y se me antojó no obstante mi amor a ella cosa diabólica. Estaba desgreñada, con los ojos crecidos y sanguinolentos, echando espumarajos por la boca.

El médico entra, me examina; declara no haber fractura ni dislocación del hueso, ni cuerda encaramada; tocóme el rasguño de la mejilla, sacó un instrumento, y sin dolor extrajo del rasguño aquel la pequeña astilla de palo; me dio a tomar un bebistrajo que tenía aguardiente; tomó una copa, puso en ella un papel encendido, y, asentándomela en la espalda la fue corriendo, inflándome las carnes en dolorosa tensión; manos femeniles empapadas enaguardiente alcanforado frotaron mi cuerpo;

y, por último, pegáronme en varios puntos pingos de trapo mojados en una agua amarillenta.

Aún no habían terminado estas faenas, cuando se oyeron pasos precipitados acompañados del crujir de almidonadas faldas. Doña Rita apareció en la puerta: traía en las manos uno de los peluquines de marras.

-¡Vengo muerta de pena! -exclamó sofocada haciendo visajes-. ¡Allá le hice dar de Ríos una cueriza a aquel bandido!... ¡Vean las cosas de estos diablos! -y exhibió la peluca-. ¡Pues no estaban de brujos!...¡ Y esto fue lo que se pusieron en la cabeza dizque pa volar! ¡Qué les parece: el pelo que teníamos pa la cabellera de... Jesús Nazareno!...

Todos se agruparon para examinar la cosa, prorrumpiendo en mil extremos de admiración. También el doctor tomó el peluquín en las manos, riendo a carcajadas.

-¡Ave María, dotor!... -siguió doña Rita- ¡Pues no ve! ¡Un milagro patente fue qu’estos enemigos no si hubieran desnucao! ¡Qué le parece, dotor: ¡Y a aquel rumbón!... ¡La fortuna que cayó entr’el pantanero, y que s’enredo en una mata!... ¡Que si no, tiesecito lo levantan del zanjón! Estábamos jugando la lotería muy a gusto; ¡mi acababa de cerrar por las tres pelotas, cuando, dotor!... oímos qui aquel mío grita: “¡Corran qui’Antonio se mató!...”. ¡Li’aseguro, dotor, que me quedé muerta!... Corrieron todos con las velas... cuando a un rato nos lo traen en guandos... con la mera camisita... ¡con porquería de chiquero hasta los ojos!... ¡Chorriando sangre!... Muertecito... ¡Muertecito... mismamente! El mío s’escapó, porque comu’es tan haragán, no si atrevió a volar primero. ¡Pero qué le parece, dotor, que tuvieron cara, los indinos, d’empuercase todos con aceite d’higuerillo

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que le robaron al sacristán!... ¡Dizqu’es preciso pa ser brujos!... ¡Peru así bien untao... se chupó su buena cueriza! ¡No le digo! ¡Si estos muchachos di hoy en día aprenden con el Patas!

-¡No es con el Patas! -prorrumpe mi padre desde el cuarto vecino, saliendo a la escena- ¡No es con él! ¡Este diablo de negra Frutos que ha tolerado Anita es la que los ha metido en ésas! ¡Y no crean ustedes que este niño escapa; puede morir de las consecuencias; el cimbronazo debió se horrible!...

-El peligro es muy remoto y el caso no se presenta alarmante -repuso el esculapio-. Tanto es así, que no he tenido que apelar a un tratamiento enérgico.

-Ojalá así sea... -dijo mi padre-. ¡Pues sí! -agregó-. La maldita negra es la de todo. Desde que me llamaron y supe que la caída había sido del chiquero, todo lo adiviné. ¡Ya él se había chupado su regaño!

Contó, entonces, lo del ensayo de vuelo por los corredores y lo de las palabra aquéllas.

Aclarado el misterio llovieron las admiraciones y preguntas.

Estas pláticas me sacaron del sonambulismo. Me sentí el hombre más desgraciado. “Qué li’hace que me muera -me decía-. ¡Siempre que Frutos m’engaña con mentiras!... ¡Siempre qu’es tan mala!... ¡Siempre que uno no puede volar!... Así como así, mamá se murió -porque la creía muerta-. ¡Así como así, papá me ha pegado con rejo delante de tanta gente!... Así como me han desnudado... Siempre que Pepe es tan traicionero que contó...”.

Sentíame como si todos los resortes de mi alma se hubiesen roto: sin fe, sin ilusiones...

Cerraba bien los ojos para irme muriendo y descansar; pero no: tristezas espantosas pasaban por mi cabeza. Exhalaba hondos suspiros.

Muy tarde, cuando ya se había ido toda la gente, me dormí. ¡Más me valiera velar! Cosas horribles y extravagantes estremecieron mi espíritu: veía a Frutos que volaba, que se reía de mí, haciéndome contorsiones; oía que las campanas doblaban tristes... muy tristes; en esa vaguedad de los sueños aspiraba el olor del ciprés, de luces ardiendo, y veía a mi madre en un ataúd negro... muy negro. Luego estuve en un pantano, sumergido hasta el pescuezo; quería salir, quería gritar, y no podía.

Al fin, merced a extraño impulso pude salir; lancé un grito y desperté temblando, con el cabello parado y empapado en frío sudor. Había luz en la pieza; mi madre, teniéndome de las manos, me sacudía.

-¡Toñito!... ¡Toñito!... -me gritaban.

-No si’asute m’hijito; es una pesadilla.

-¡Mamá viva! -pensé-. ¿Todavía estaré soñando?

Me tomó como a un chiquitín, y estrechándome contra su pecho, me besó la frente y me dijo llorando:

-¡No ve, m’hijo, las cosas que hace para que papá lo castigue!... Y si se ha matado... ¡qué había hecho yo!... -seguía llorando.

-¡Mamita querida!... ¿Usté no si ha muerto? ¿Nu’es cierto que no?

-No, m’hijito; ¿no ve qu’estoy aquí con usted? Eso fue que me dio la pataleta del susto... pero ya estoy aliviada... Tóme otra vez la pócima

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que dejó el doctor; ¡está muy sabrosa!...

¡Sí estaba viva!

Incorporeme para recibir el vaso; mi padre estaba sentado al extremo de la cama.

¡También lloraba!

Me pasó la mano por la frente, me tomó el pulso, y me dijo muy triste:

-¡Tiene mucha fiebre!... ¡Pero mucha!

Fue a despertar al doctor, que se había acostado en la pieza contigua; me dieron unas gotas en agua azucarada.

Sosegué por completo y lloré mucho; pero lloré con alegría.

Seis días estuve en cama, oyendo a doña Rita

y a las visitas los comentarios, ya cómicos, ya tristes, de mi propia aventura. Por ellos supe que Frutos se había ido de casa y que había mandado por los corotos. Esto que el día antes me hubiera trastornado, me fue entonces indiferente.

Don Calixto Muñetón, lumbrera del pueblo, que arengaba siempre en los veintes de julio y cuando venía el obispo; que leía muchos libros y que compuso novena del Niño Dios, vino también a visitarnos. Sin ser veinte de julio se dejó arrebatar de la elocuencia a propósito de mi caída; disertó sobre las grandezas humanas poniendo verdes a las gentes orgullosas; y, al fin se planta en pie, toma en su siniestra su bastón de guayacán, levanta la diestra a la altura de su cara como manecilla de imprenta, y como quien resume, se encara conmigo con aire patético, y dice:

-Sí, mi amiguito: todo el que quiere volar, como usted... ¡chupa!

El atrayente cuento Simón el Mago, escrito por Tomás Carrasquilla a finales del siglo XIX -con el fin de ingresar a una tertulia literaria, denominada “casino literario” que lideraba Carlos E. Restrepo-, rompió, de alguna manera, esquemas al resaltar características y valores tan propios de la identidad antioqueña: brujería, tradición oral, creencias populares, folclor y el lenguaje de un pueblo netamente campesino, reunidos en esta obra hicieron que ésta se convirtiera en uno de los primeros cuentos modernos de Colombia -y el primero escrito por Carrasquilla- que cumple 125 años, en este 2015.

Se trata de la historia de un muchacho con menos de 10 años de edad que creció bajo los cuidados de una negra llamada Frutos y acaparado por los hechizos de sus cuentos, en los que además de componer temas de brujería atendía explicaciones religiosas. Colmada de un lenguaje constituido por expresiones paisas y negras.

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La lectura es un vicio cuando la realidad se vuelve una imposibilidad realizable.

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Nombre: Sara Manuela Jaramillo NoreñaTítulo: ArmoníaTécnica: Tinta mojada Y acuarelaDimensiones: 25x35Año: 2015Licenciatura en Educación Artística y CulturalNivel II

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Buscaba la luz de otra tormentaque acariciara mis ojos,

la soledad.Es raro,

contradecir mis ideascorrer al océano del silencio.

Buscaba sentirme segura en otras manos,menos en las mías...

Estar en otras pupilas y no enfrentarme en el espejo.

Estoy o no estoy. Soy o no soy.Es raro,

contradecir al viento que pega en la caracomo si castigara;

contradecir las señales,las causas, los efectos.

Es raro. Placentero.

Yulisa Ortiz Rendón

PsicologíaNivel VI

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Impulsas tu lengua blanda y metálicaRompiendo la cerradura de mi boca.

Tu lengua, la llaveMi boca, la puerta.

Nazco en el ápice de tu órgano

Que me transita los labiosQueriendo encontrar el camino.

Los succionas dentro de ti;

Te abrazas a ellos para estudiar meticulosamente cada borde,

Los halas, los muerdes, los chupas, los mojas;

Y para entonces sabes que me he rendido,Ya soy una casa que necesita ser habitada

Y tú, el huésped suicidaQue busca siempre morir en mí.

Tu lengua baja como una cascada

Que se rompe entre dos rocas,Las envuelves en tus manos,

Para que no se ablanden,La empuñas, las dibujas, las hundes,

Eres el sediento que se sacia en mi seno.

Sigues cayendo cuesta abajo

Exploras mi abdomen blando y montañosoCon tus dientes afilados de deseosLo arañas, lo acaricias, lo escarbas.

Yo te digo

¡Ven! Entra y habítameSiente mi carne blanda,

Lléname el vacío.

Y tú te ciñes a mis piernasY te internas en tu hogar

Colmas mi útero de sublimidad.Entras y sales para morir de a poco,

Te meces para que la casa sea derribada.

Eres el navegante, el huésped moribundo,Me anclo a tu nuca para morir contigo,

Y ambos sin palabrasCantamos la sonata de invierno,Y morimos entre cuatro brazos.

Natalia Montoya Cardona

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel VIII

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Libre Su mirada cansada, vacía de sentimientos, gélida y lejana, ajena del entorno, del tiempo. Sus labios inexpresivos, delineados con el sabor de la amargura, que apenas pueden abrirse para suspirar ese dolor profundo, ese ardor que le vacía el alma. La cabeza gacha, somnolienta, como embriagada por la soledad, como derrotada por la angustia de no saberse feliz. El cuerpo reposado sobre un asiento del tren con postura desanimada, ensimismada en la pesadumbre de la vida misma. Sus demonios ya no estaban, se habían ido volando dejándole un aterrador agotamiento. Ya no había amenaza ni rencores, fue su único alivio. Estaba libre de todo. Se había desatado de toda culpa y había roto el eslabón del remordimiento. Ahora sonreía como pidiendo el perdón que nunca llegaría. No importaba, sólo sonreía y la placidez estaba ahora en sus labios. No había líos ni penas y, de cualquier manera – pensó – todos somos finitos.

Agua Me gusta el sonido del agua sin importar su intensidad o estado anímico. Me gusta escucharle golpear a mi ventana cuando de pronto ando demasiado ocupada, demasiado desprevenida. Me gusta su sutil manera de llamar mi atención. Me gusta el agua cuando estoy por romper en llanto porque vuelve mis días a la más seca melancolía, a la más incierta tristeza. Encharca mis pensamientos sin autorización – porque igual no la necesita – sabe que puede lavarme el alma cuando esté a su antojo y no podré quejarme. Ella me atrae porque puede destruir en un segundo lo que tardó años en solidificarse. Y no se inmuta. No vive dándose golpes de pecho ni lamentándose, llena de remordimientos. Me gusta el agua en una noche como hoy, acompañada de silencio, llena de soledad, de intriga. Me gusta porque sigue ahí, aún después de haberlo destruido todo y cuando

sabe que ya nada vale la pena recuperarse. Que todo murió bajo sus manos. Que todo está sepultado.

Presión La presión en mi cabeza no cesa, nunca se va. A veces pienso que se ausenta pero es mentira, quien se ausenta soy yo, mi mente loca que sale y vuela, corre, a veces camina a paso lento, otras a paso rápido; da igual porque siempre termina yéndose, engañándose de que es la mejor manera de enfrentar las cosas, fingiendo estar cuando no es cierto. Permanecer parado tras la línea amarilla y al mismo tiempo traspasar el tren, sentir la adrenalina. Estar sentado en la comodidad del asiento del avión y atravesar la ventanilla sin paracaídas para ver la ciudad más de cerca. Abrochar el cinturón y romper con la cabeza el parabrisas del auto. Poner un antidepresivo junto al vaso de agua en la mesa de noche y atragantarse con todos los demás que quedaron en el frasco. No pasa nada, estás bien y yo también lo estoy. Nadie nota algo, apenas cuando andas de mala racha que tu humor no es el mejor. Nunca alguien se da cuenta de que estás podrido, como medio hundido en la mierda. Está bien. Estamos bien, tú y yo también, alejándonos del mundo con los pies apenas amarrados a él, dando vueltas sin parar, andando en círculos, en zig-zag, dándole la espalda al camino, pero jamás en línea recta, escogiendo siempre el camino más arduo, el más difícil y doloroso para disfrutar cada centímetro de amargura, cada gota de sangre, esta despedida y la otra, abrazados de la nostalgia y besando a la soledad, que tampoco se va nunca, como la presión en mi cabeza.

Manuela Giraldo Sánchez

ArquitecturaNivel VI

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Gilena María Sampedro Builes

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel VII

Su carácter tan severo, su mirada fuerte y fijaLa rudeza de su rostro deja ver su mente fina

Sumido en su soledad y alejado de la genteÉl escribe su doctrina, consolida su gran menteY genera controversia pregonando firmemente:

“Ese Dios que ustedes siguen se ha marchado para siempreEste mundo de malicia le ha matado indolente,Yo les traigo el súper hombre, yo les dejo mi decre-toQuien lo quiera que lo tomeQuien lo ignore es pues un necio”

Él escribe de la esencia que supera al individuoMas la vida le traiciona, el amor se le ha perdidoDesligado de lo vano fortalece su pensarMas cortante su destino no le aguarda una piedad.

Él afirma su doctrina suscitando gran asombro Causa impacto en muchas mentesSin embargo muere loco.

A UN FILÓSOFO CONOCIDO

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Pablo Molina

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel VI

Tus lágrimas se deslizan aferradas fielmentea la montaña blanca de mi palidez expectante;Los mares creados por tu desnuda sensibilidadrecrean en sus pupilas el recuerdo de tu rostro;

Las ramas flaquean ante la imperenne sudestaday caen las hojas como soldados naranjas, en otoño,a desfigurar tu fachada en mi memoria.

El chorro desciende hasta las raíces del origen,y La Tierra se baña con el orgasmo ancestral,húmedo y erótico del nacimiento del agua.

Tus facciones retorcidas le ruegan a los diosespresumidos en las sillas nubes de su gloriael bien de tu vida en mis ropas caladas en tu vigoroso aroma.

Se excita nuestra estadía y renace la lluvia;resucita margaritas en Ciudad del Cabo,en el desierto naranja y amarillode nuestra imagen pintada de sosiego.

La luna tímida se viste fashiontras las celosas nubes rojas, grises y azules,disimulando el fin de la luz en la tierra,el fin del calor y de tu rostro inamovible del incesante y eterno gemir de mis pensamientos.

Sólo hay lluvia.Mis cabellos cascadas imitan tu lluvia,luego de tu quebrar en mi partir.Llueves.

OCRE LLUVIOSO

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La palabra es tan perecedera como el recuerdo, pero mientras prevalecen son el paraíso que la inmortalidad jamás será.

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Nombre: Oscar Amir Camacho CruzTítulo: EstadosTécnica: Lapicero y Acuarela Dimensiones: 12 x 10 cmAño: 2015Licenciatura en Educación Artística y CulturalNivel VII

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“Lo importante es no dejar de hacerse preguntas.

La curiosidad tiene sus propias razones de existir.”

Albert Einstein

En las interacciones cotidianas que se tienen con los niños y niñas, nos vemos sumergidos en un mar de preguntas, que muchas veces ignoramos o contestamos rápidamente en un afán incomprensible por salir de ellas, sin darnos cuenta que poco a poco matamos la curiosidad de los niños e inhibimos su afán de búsqueda, exploración, indagación y su capacidad de asombro. Es por eso que se ve pertinente proponer un ejercicio reflexivo en torno a las formas de actuar frente a la curiosidad infantil y cómo podríamos potencializarla para generar en los niños un interés genuino por la investigación.

El niño es curioso por naturaleza, ya que “vive

en un estado de apertura en el que el mundo y las cosas atraen su atención. Los objetos lo llaman, le interesan, va a ellos, los manipula, tantea, investiga, experimenta, ensaya.” (Universidad de los Niños EAFIT, 2011, p.29). Esto les permite llegar a ese anhelado “por qué” de las cosas, y los adultos debemos de estar ahí, no para darle respuestas de todo, sino para ofrecer un acompañamiento en la búsqueda de las respuestas a sus preguntas.

Ya destacaba Pablo Peñas (s.f.), al estudiar la filosofía para niños de Matthew Lipman, que los niños son capaces de hacer filosofía debido a su capacidad de hacerse preguntas, de cuestionar la realidad, el mundo y la sociedad en la que vive, y si entendemos esto nos daremos cuenta que esas relaciones y respuestas que en ocasiones les damos frente a sus dudas los limita, o por el contrario puede motivarlos y convertirse en un motor hacia la construcción de conocimiento, que es lo que realmente debemos buscar como maestros en formación.

Si no vemos en la capacidad de asombro y en la curiosidad de los niños una potencialidad y un tesoro, podemos seguir formando sujetos que se enfrenten a sus realidades de una manera acrítica. Lipman plantea que:

Muchos adultos han dejado de asombrarse y preguntarse porque sienten que no hay tiempo para ello, o porque han llegado a

DE PREGUNTONES A INVESTIGADORES:

Más que simple curiosidad, un camino hacia el conocimiento

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la conclusión de que no es productivo ni lucrativo dedicarse a reflexionar sobre lo que no puede cambiarse. Muchos adultos no han tenido nunca la experiencia de un asombrarse y un reflexionar que, de algún modo, influyera en sus vidas. Como resultado, estos adultos han dejado de cuestionar y buscar los significados de sus experiencias y, al final, se convierten en ejemplos de aceptación pasiva que los niños aceptan como modelos para su propia conducta. (Lipman, Sharp, & Oscatan, 1998, p. 89)

Afirmando que la prohibición de asombro y preguntarse es una transmisión generacional que poco a poco va creciendo, se apodera de los momentos que compartimos con los niños y les cortamos las alas, por así decirlo, de la curiosidad. Por eso se hace una invitación constante a preservar el sentido de asombro natural en los niños, su apertura a la búsqueda de significados y su anhelo de comprensión al por qué de las cosas, ya que así guardaríamos la esperanza de una sociedad más crítica; invitación a la que los maestros ya no podemos hacernos los sordos y debemos de posicionarnos como agentes de cambio.

Aunque la investigación es algo que comúnmente se le asigna a los adultos, es necesario recalcar que no son ellos los únicos que pueden empezar dicho proceso y debido a que la pregunta es la base de toda investigación, junto a los niños y jóvenes el aula puede convertirse en una comunidad de investigación, es decir, en un espacio de exploración, reflexión y diálogo de temas problemáticos que fácilmente pueden surgir de las preguntas que los mismos niños realizan a diario.

Además, es necesario considerar a los niños

como sujetos capaces de ser investigadores en su propia causa, debido a que pueden “descubrir y re-descubrir el mundo natural y social en sus diversas manifestaciones, decodificarlo y hacerlo comprensible y explicable para los demás” (Liebel, 2007, p. 10) y esto, precisamente, es el sentido genuino de lo que significa investigación. Por esto Liebel no plantea que se debe investigar a los niños, que es lo que comúnmente hacen los investigadores adultos, sino que se debe buscar investigar con los niños.

Es hora que los adultos valoremos esas preguntas que los niños formulan, las escuchemos con atención, ellas son el camino hacia la comprensión del mundo infantil, nos daremos cuenta que el conocimiento científico no es exclusivo de los adultos, los niños también pueden desarrollarlo, pero todo depende del acompañamiento que le brindemos. Pues sería un acto de doble moral del maestro, acompañante o cuidador invitar a los niños a ser investigadores, que exploren y reflexionen sobre las cosas que le rodean si ellos mismos no lo hacen.

Como maestros es importante tener en cuenta todo este tipo de habilidades y ver en la capacidad de asombro, la curiosidad y las preguntas generadas por los niños, una fuente inagotable de conocimiento, que guiada adecuadamente puede permitir un acercamiento a temprana edad a la investigación, brindándoles así herramientas a los niños y niñas para asumir sus vidas y sus rutas académicas de una forma distinta. Ya que como lo propone el Ministerio:

Las niñas y los niños necesitan sentir que su maestra, maestro y agente educativo se involucran con interés en sus actividades; que se muestran atentos a sus preguntas, indagaciones

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y propuestas, y que se apropien de ellas para promover mayores exploraciones, que les inspiran y motivan para seguir aprendiendo del mundo.” (2014, p. 23)

Es hora que los adultos valoremos esas preguntas que los niños formulan, las escuchemos con atención, ellas son el camino hacia la comprensión del mundo infantil y nos daremos cuenta que el conocimiento científico no es exclusivo de los adultos, los niños también pueden desarrollarlo.

Todo depende del acompañamiento que le brindemos, debemos reconocer las potencialidades de cada uno de los niños y brindarles ambientes enriquecedores que les permita cuestionarse y, como Lipman (1998) plantea, “descubrir sus propias orientaciones ante el mundo”. Además, sería un acto de doble moral del maestro, acompañante o cuidador invitar a los niños a ser investigadores, que exploren y reflexionen sobre las cosas que le rodean si ellos mismos no lo hacen.

Así pues, comprometámonos como maestros en formación a nunca dejar de preguntarnos, a siempre motivar la curiosidad y la reflexión en los niños y niñas, ya que como se platea: “con las preguntas se busca conocer, comprender, despertar interés por lo que parece obvio e incluso, llegar a refutar, comprobar teorías o ideas preconcebidas culturalmente.” (Universidad de los Niños EAFIT, 2011, p. 22), es decir, a estimular el desarrollo de nuevos conocimientos, cuestionamientos y habilidades para la vida.

¡Luchemos por esto y siempre cuestionemos nuestra actitud frente las preguntas de los niños,

ya que esta hace la diferencia!

Bibliografía

• Liebel, M. (2007). Niños investigadores. Encuentro (78), 6-18.

• Lipman, M., Sharp, A., & Oscatan, F. (1998). La filosofía en el aula. Madrid: Ediciones de la Torre.

• Ministerio de Educación Nacional. (2014). La exploración del medio en la educación inicial. Bogotá: MEN.

• Peñas, P. (s.f.). Filosofía para niños. Un estudio para su aplicación didáctica. El Búho. Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía.

• Universidad de los Niños EAFIT. (2011). Sin preguntas, ¿para qué respuestas? Medellín: Universidad EAFIT.

Diana Carolina Rojas Álvarez

Licenciatura en PreescolarNivel VI

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“El pensamiento viene, más brillante que el sol de laRazón que lanza

sus constantes rayos en derredor hasta el borde de laruina—

o, como las tonalidades cuadriculadas tonalidades de plata que seciernen

bajo la lujosa luna en extraños remolinos ventosos.”

Alexander Search

El lusitano Fernando Pessoa no configura su persona como un sólo poeta, si no como aquel que crea vidas; que logra salir de sí para formar múltiples personalidades, convirtiéndose en un fenómeno escritural que abarca la creación de otros poetas y escritores, cuyas diferencias se denotan en la lectura de sus textos y poemas.

Fernando Antonio Nogueira Pessoa nace el 13 de junio de 1888 en Lisboa, Portugal, el pueblo suicida como lo escribiría Miguel de Unamuno. Su vida giró en función de bastantes contrastes, el encuentro de un nuevo mundo y una nueva lengua, la lengua inglesa, la cual sería su primera lengua literaria. Se dice que desde muy niño ya creaba heterónimos con los que se comunicaba en sus largos tiempos de soledad, por ejemplo a los seis años de edad creaba a Chevalier de Pas. De allí se puede entender su facilidad

con la que pudo perpetuar el nombre de sus más reconocidos heterónimos. Entendiendo la heteronimia como la invención de diversos (o diferentes) autores, cuyas personalidades tienen características diferentes, marcadas por un estilo literario y/o estético reflejado en las obras de cada heterónimo. Es así como a lo largo de su vida nacen aproximadamente 72 heterónimos como el naturista y pagano Alberto Caeiro da Silva, que nace en abril de 1889 y muere en 1915 a causa de una tuberculosis; maestro del mismo Pessoa y del ingeniero y futurista Álvaro de Campos, al igual que fue maestro del médico Ricardo Reis que más adelante se revelaría contra él y su muerte la anunciaría años más tarde en 1984 José Saramago en su novela El año de la muerte de Ricardo Reis. Donde Ricardo Reis se reencuentra con Fernando Pessoa (Su creador) ya muerto. Cabe destacar al inglés Alexander Search y su hermano Charles James Search, o el suicida Barón de Teive, el solitario Bernardo Soares, Coelho Pacheco, el pagano António Mora, la triste María José, o el francés Jean Seul de Méluret que nace en agosto de 1885. Cada uno marcado con su propia historia y estilo escritural.

Algunos estiman la magnitud de la soledad de Pessoa ¿Pero se puede reafirmar una concepción de soledad cuando lo acompañan tantos personajes con los que conversar? Lo que sí es claro es que Fernando Pessoa vivía un constante desasosiego que compartía con Bernardo Soares, manifestando su preocupación por y en la metafísica, evidenciado en muchos de sus heterónimos.

FERNANDO PESSOA, DE SU DESASOSIEGO Y HETERÓNIMOS

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“¿Qué pienso yo del mundo? ¡Yo qué sé lo que pienso del mundo? Si enfermase pensaría en ello.

¿Que idea tengo yo de las cosas? ¿Que opinión sobre las causas y los efectos? ¿Qué he meditado sobre Dios y el alma y sobre la creación del mundo? No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos y no pensar. Y correr las cortinas de mi ventana (pero no tiene cortinas).”

Alberto Caeiro

A diferencia de lo que muchos creen sobre la soledad de Pessoa, el poeta tuvo un amor en su vida, Ophelia Queiroz. Mujer mucho más joven que él. Sin indagar sobre este aspecto intimo que se puede examinar en el libro Cartas de amor de Fernando Pessoa y Ophelia Queiroz, es necesario referenciar su percepción sobre el amor el cual no encuentra más metafísica que sentirlo aunque este sea inalcanzable. También es necesario describir una anécdota sobre el heterónimo que algún día su amada le creó; Ferdinand Personne. En francés Ferdinand=Fernando y Personne=Pessoa (persona en español), el cual también significa Nadie como adverbio. Este juego de palabras intuye a que el poeta, al haber creado una variedad de personalidades, no había tenido un Yo definido.

“No quiero la noche sino cuando la auroraen oro y azul la hace deshacer.Aquello que mi alma ignora--es lo que quiero poseer--.

¿Para qué ?... Si lo supiese, no haríaversos para decir que aún no lo sé.Tengo el alma pobre y fría...¡Ah!, ¿con qué limosna la calentaré?...”

Fernando Pessoa

Fernando Pessoa, maestro de la poesía, concebía el poema como una proyección de ideas en palabras y siempre a través de la emoción. Sin embargo, no sólo se dedicó a la poesía. En 1922 a la edad de 34 años publicó su cuento más reconocido, El banquero anarquista. Incursionó en el teatro simbolista con obras como Diálogo en el jardín del palacio, La muerte del príncipe o su más conocida obra publicada en 1915 en la mítica revista Orpheu, O Marinheiro. Drama que plantea la irrealidad de la realidad, el tiempo y lo que conocemos como pensamiento, la cual da apertura al llamado teatro estático y de las únicas que publicó en vida. Es curioso saber que después de publicado este drama, Álvaro de Campos envía una carta a la revista Orpheu alagando su drama estático.

Después de doce minutosde tu drama El Marineroen que hasta el ágil y astutosiente sueño y queda en bruto,y de sentido, ni olerlo,dice una de las veladorascon lánguida hechicería:

Eterno y bello, sólo el sueño.¿Por qué estamos hablando todavía?

Justamente eso queríapreguntar a esas señoras...

Álvaro de Campos

Bajo su heterónimo Antonio Mora escribe una variedad de ensayos y postulados sobre el paganismo y el ocultismo, recopilados y publicados al español en el año 2006. Hay que aclarar que la mayoría de los textos no vieron la luz del sol en vida de Pessoa y fueron publicados póstumamente. Es pertinente destacar una conmovedora carta escrita por su único heterónimo femenino, la jorobada

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María José, remitente de una desgarradora y trágica carta de amor a un cerrajero. Pero una de las obras en prosa más polémica y famosa de este autor es el peculiar Libro del desasosiego. Escrito por su heterónimo, el retraído y solitario Bernardo Soares. Libro inacabado el cual cada vez más los estudiosos y traductores del poeta lusitano van a tener que agregar o cambiar, debido a su baúl lleno de gran cantidad de hojas sin fechar. Esta obra expone una serie de reflexiones, llamamientos e ironías a la cotidianidad, a la vida/existencia y la pregunta de la soledad y compañía.

10.Y así soy, fútil y sensible, capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una emoción que prolongue y entre hasta la sustancia del alma. Todo en mí es tendencia para ser a continuación otra cosa; una impaciencia del alma consigo misma, como un niño inoportuno; un desasosiego siempre creciente y siempre igual. Todo me interesa y nada me cautiva. Atiendo a todo siempre soñando; fijo los mínimos gestos faciales de aquel con quien hablo, recojo las entonaciones milimétricas de cada palabra proferida; pero al oírlo, no lo escucho, estoy pensando en otra cosa, y lo que menos retengo de la conversación es la noción de lo que en ella se dijo, por mi parte o por parte de aquel con quien hablé. Así, muchas veces, repito a alguien lo que ya le había repetido, le pregunto de nuevo por aquello a lo que ya me había respondido; pero puedo describir en cuatro palabras fotográficas, el semblante muscular con el que él me dijo lo que no recuerdo, o la inclinación de oír con los ojos con que recibió la narración que ya no recordaba haberle contado. Soy dos, y ambos mantienen la distancia—hermanos siameses que no están unidos.

Bernardo Soares.

Si bien, este texto no pretende hacer un análisis crítico sobre Pessoa y su obra, ni mucho menos valorarlo con juicios y sentencias academicistas. Este texto pretende a quien lo lea, generar un breve acercamiento

a la obra de este gran poeta, que a partir de aquí comience a conocer y aventurarse en el universo pessoano, se empape de todas sus redes y los pensamientos que una sola persona puede generar. Desasosegarse con un desasosegado esperanzado en la vida, intuir nuevos mundos, nuevos caminos.

BIBLIOGRAFÍA

• Pessoa, Fernando, (1988). El marinero (drama estático en un cuadro). España: Pre-Textos.

• Pessoa, Fernando, (2006). El regreso de los dioses. España: Acantilado.

• Pérez López, Pablo Javier, (2013). Los mató la vida. Medellín, Colombia: Tragaluz Editores.

• Pessoa, Fernando, (2013). El banquero anarquista. Medellín, Colombia: Tragaluz Editores.

• Pessoa, Fernando, (2011). Poemas de Alberto Caeiro. España: Visor Poesía.

• Pessoa, Fernando, (2014). Libro del desasosiego. España: Acantilado.

• Pessoa, Fernando, (2014). Yo soy una antología. Medellín, Colombia: Editorial Universidad de Antioquia.

Johancarlos Palma

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel VII

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Cada historia es un Edén y cada escritor es un magnánimo creador, pero la inmortalidad no depende de éste sino del lector.

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Nombre: Susana Carolina Arenas CorreaTítulo: AntropofactoTécnica: FotografíaLicenciatura en Educación Artística y CulturalNivel VI

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“Sólo se ve bien con los ojos del corazón, lo esencial es invisible a los ojos”

Le decía el zorro al Principito en uno de sus diálogos.

Estar en algún lugar es efecto de una causa llamada camino, entonces estancia y recorrido han de ser tan importantes de nombrar...

Al cruzar las puertas de la Universidad de San Buenaventura -la del campus-, es común que las miradas sean acaparadas por la voluminosa estructura grisácea ubicada en frente, tras un telón de palmeras sobre el cenit del relieve bonaventuriano. Inercialmente, nuestros ojos prefirieron dirigirse a algo menos inerte, fue entonces cuando enfocaron sobre el occidente del campus, a un verde lleno de vida, con diferentes tonalidades, resaltante entre el pálido pasto recién podado. Mientras nos acercábamos, pudimos ir distinguiendo cada uno de los arboles cuyas copas se portaban

como eslabones de la cadena verdosa captadora de nuestro interés.

Una breve sobresaliente de la tierra escudriña tras ella las raíces de los árboles y con ellas, el lecho rocoso de una fuente fluvial que llamaremos quebrada. El agua corre hacia abajo (no es redundante, porque ella también corre hacia arriba), rebosando los obstáculos entre ella y la mar, mientras su lomo carga con breves porciones de hojarasca. Ella, transparente, devela el fondo del cauce por el cual transita y así va hidratando con el néctar de la vida el conjunto de plantas sésiles congregadas en torno a ella, mientras corre hacia arriba, hacia el cielo por: raíz-tallo-ramas-hojas, flor... ¡sudor!. Nuestras fosas nasales acostumbradas a la polución citadina se regocijan al olfatear aire puro; mientras nuestros oídos lo hacen con los sonidos que busca el viento para llegar hasta ellos. Tal como las palabras de Neruda a los de su amada.

LA VIDA, UN ACERCAMIENTO DESDE LO HUMANO

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En contravía ascendemos por el serpenteante camino trazado por años de ausente intervención humana, pisando con cautela la multiplicidad de piedras que hacen las veces de peldaños móviles. Un solo elemento que se presenta en una amplia gama de texturas, tamaños y formas, es el encargado de apoyar nuestro caminar mientras tratamos de no caer en el agua, no por mantener secos los zapatos sino por respeto a los espíritus del agua que tanto Koguis, Arhuacos, Emberas, entre otros y nosotros respetamos sin dogma, solo por sentido común.

Es así como se llega al epicentro del lugar que pretendemos describir en esta ocasión, tras sentarnos en una piedra grande y llenar nuestros pulmones de un aire deliciosamente puro. Hacia abajo, hacia arriba, se nota el transcurrir de las aguas, formando pequeños lagos donde el sol, las hojas y nuestros rostros encuentran su duplicado, pequeñas cascadas que reflejan el valor de los pequeños detalles.

Es una escena digna de adjetivos mucho más majestuosos de lo que se le pudo atribuir anteriormente. Aquí la vida prolifera y se manifiesta de múltiples formas: grupos de renacuajos juegan entre ellos, mientras las piedras soportan arañas hiperbolizadas por la entomofobia, el viento permite el mágico sostén de las mariposas que ya sea solas o en pareja irrigan belleza a la atmosfera, aleteo tras aleteo, ellas y las libélulas emigran en busca de refugio cuando del cielo empiezan a caer gotas de lluvia. Las lágrimas que le permiten descargar al cielo sus sentimientos encontrados tras el choque de fuerzas, difuminan las posibilidad de que ellas vuelen, impactando en sus alas. Nos quedamos sentados, viendo cómo gota a gota la quebrada se funde con el cielo. La brisa fue leve y fugaz, entonces nuestra atención fue captada por el magistral vuelo que las

aves ejecutaban al unísono del canto para despedir al día con su sol.

No paramos de regocijar nuestra vista sobre los rededores del lugar… Las guaduas y el viento, piñas, plantas, y enredaderas; flores, piedras, y agua; mariposas, libélulas, arañas, aves y los altos árboles que permiten deslizar entre ramas al luar y sus estrellas, mientras expresan la nocturna sonrisa del firmamento, nos ensueñan en este mundo onírico paralelo de la urbe.

Ya pasó el día, faltamos a clase, el hambre se manifiesta y el frío filtra poro a poro la piel, por ello decidimos retornar, no sin antes encriptar a nuestros recuerdos tan mágico lugar y reconocer lo que nos enseñó: Es a la vida donde deberíamos volver nuestras miradas. Jamás aquellas estructuras enormes y longevas podrán equipararse a la efímera belleza que condensa una pequeña flor en sus colores.

Kaiser Duler

Licenciatura en Educación FísicaNivel IV

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Hay muchos relatos que dejan de narrarse en un día, siempre puede la desidia o la desconfianza en las propias letras por su pobreza estética, filosófica y literaria, pero bajando el sendero...

Bajando el sendero no hay mucho qué ver, es oscuro -a las figuras políticas anteriores y a la de turno no les ha alcanzado la plata para poner el alumbrado público por estos lares-, y la luna a veces, hoy por ejemplo, deja pasar su luz por entre las ramas de los árboles, pero en la penumbra hay que esforzar la vista para poder enfocar algún acontecimiento, o un árbol, o un búho petrificado en cualquier rama, o el agua que baja sonora por la quebrada, entonces, prefiero caminar a largos pasos y pasar de soslayo la mirada por todo. ¿Por todo?

Movimiento veloz. Una sombra larga y angosta (¿Imaginaria o real? qué figura tan lánguida). No sé, la sugestión seguramente. Qué dolor de estómago. Movimiento no tan veloz... ya es lento, y se dirige... sí, hacia mí. Despacio, con capucha cubriendo el rostro y un paso un tanto dislocado -o arañado-, manos en un lugar que no logro enfocar, o que no quiero por eludir que sea el acostumbrado en personajes de esa figura y caminado. Cerquita, cerquita, me dice:

- Oís, ¿Qué tenés ahí para mí?

Cuchillo, o navaja en mano, no sé, ni quiero. Pienso en el celular, la billetera -en realidad despoblada de billetes- y en el libro que acabo de comprar. ¿Qué le entrego? El viejo siempre me ha dicho <<Hijo, en esa situación, entregue las cosas, es mejor, eso se consigue luego, la vida no vuelve a conseguirse>>. En mi cabeza ya he asegurado que prefiero entregar el celular; en la billetera hay papeles importantes, y el libro, ni hablar, además a este qué le va a interesar leer, con qué tiempo, si el trabajo del robo es siempre tan agitado.

En mi cabeza, seguro, está entregar el celular. Qué dolor de estómago, y el Señor ladrón, ejerciendo su complicada profesión está como ansioso o a lo mejor más espantado que yo, y me muestra el metal que brilla, casi paradójicamente, con luz propia en la penumbra. Y yo no sé, la cabeza dice algo muy segura, pero no sé cómo voy a reaccionar, las reacciones en su mayoría son abruptas y tercas.

-Pero esperá -le digo, qué me vas a apuñalar con dolor de estómago ¿¡Dos dolores al mismo tiempo!? No es justo.

RELATO BAJANDO EL SENDERO

Felipe Salazar Tabares

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel III

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Las oleadas de la vida habían ido, venido, llevado a distantes tierras y desvanecido en la memoria como mensajes en la arena: relaciones, identidades, labores. Esas sensaciones que otrora fueran vívida evidencia del visceral latir, que hacían llenar los pulmones y destellar las neuronas, se habían paulatinamente transformado. Lo que antes era el rugir del viento fresco de ideas prometeicas y proyectos por venir, era ya un hálito que, cada vez más infrecuente, opacaba los ruidos del ajado cuerpo cuya edad -y la edad de lo que llaman espíritu- ya no marchan en sincronía. Poco a poco la vida se convirtió en una constante búsqueda de la negación de que el tiempo para realizar promesas y ensueños, lentamente se le escapaba.

El último ápice de luz se apagó y tuvo que abandonar la lectura de sus páginas, y sin lucha, en absoluta resignación, se dejó entregar al estupor letárgico y lento que ya por costumbre le embriagaba en compañía de la oscuridad y que vaticinaba un viaje en el que a su modo de creer, su ser quedaría disgregado.

En llanos verdes y floridos, de vastos bosques y de aquel aire puro rebosante de energía, recorría en absoluta libertad, ahora era libre de todas las limitaciones de las cuales su cuerpo marchito le apresaba. Vio los más imponentes paisajes que en su vida pudo ver y los hizo uno. Caminó al lado de

las criaturas más majestuosas que en su vida imaginó, como flotando a su antojo en un hilar de sonrisas y miradas cálidas. Un susurro del viento llevaba una tonada sorda, era como si en aquel mundo el sonido fuera el tiempo, fuera la imagen, fuera el cimiento. Alzó carrera para escuchar el rugir vigorizante de las criaturas y el caer de las hojas de los árboles, alcanzó a escuchar la melodía del agua fluyendo en un riachuelo y se pudo sentir cubierto por sus aguas tórridas y tenues. Pero el golpeteo incesante le ensordecía, le perseguía a todo lugar que pronto el paisaje parecía mudo ante tal sonido amenazante. Observó en todas direcciones con la esperanza de encontrar resguardo de esa sinfonía dispar pero lo único que vio fue su paisaje ensoñado desvanecerse y derrumbarse. Cerró los ojos y se tapó los oídos, se arrodilló en el suelo y deseó con todo su ser que el hiriente golpeteo dejara de atravesarlo. Estaba mareado, se desvanecía, por un segundo halló en sí las fuerzas para abrir los ojos, sólo para ver cómo su mundo ensoñado se había desvanecido junto con él y se dejó ir, el latir cesó.

EL LATIR

Susana Carolina Arenas Correa

Licenciatura en Educación Artística y CulturalNivel VI

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Aquella tarde del lunes, con el inmensurable firmamento ante sus ojos le propuso: —ven... gritemos juntos—. Ella salió de su estado hipnótico, se levantó de su regazo y lo miró con curiosidad.

—¿Alguna razón en específico que justifique la arrebatada proposición del caballero?—, dijo coqueta y siempre glamorosa.

Él la observó con ternura y gracia. Renata, de largos cabellos oscuros como la más fría de las noches le devolvió la mirada con más determinación que nunca; le gustaba sentir la profundidad de su alma por medio de sus ojos y desnudarlo con el más simple de los gestos. Al pasar los segundos pensó que no tendría respuesta y olvidó el asunto recostándose de nuevo en sus piernas.

El joven volvió a mirar tal magnificencia celestial, tantos colores danzando elegantemente en su propia fiesta llamada atardecer lo dejaban sin aliento y al respirar

hondo el frío aire de octubre sintió en su interior una llama imprudente e inexplicable, una necesidad de abrazar las nubes, un deseo ardiente de más libertad, una sensación de verdadera paz.

Permíteme tener el gran honor de ver sangrar tu diamante —respondió él finalmente, guardando silencio y nuevamente tomando la palabra antes que ella lo cuestionara— somos seres aparentemente majestuosos, vivimos en la realeza, somos excesivamente racionales y lineales... excesivamente aburridos; como lujosas joyas.

Ella rio por lo bajo, porque sabía lo que se venía a continuación.

Pura basura, —continuó él—, pura, pura basura. Tú y yo sabemos que todos estos protocolos y etiquetas no son más que una forma de alimentar nuestras mundanas vidas vacías. Pero nuestra verdadera esencia está tan llena de vida, tan cálida y pura, sin dinero ni drogas, sin el oro y el whisky, sin tus extrañas decisiones y mi sumisión al aceptarlas, tan humilde que lo único que puede mi miserable alma ofrecerte así sea por tan solo unos minutos, tan solo por un pequeño suspiro de existencia es que dejemos de ser diamantes relucientes y gritemos juntos liberando toda la tristeza y frustración, acumuladas por una vida de perdición, que fue la que elegimos. Seamos felices por unos instantes.

DIAMANTES EN BRUTO

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Ella miró las montañas oscuras ante las nubes teñidas de rosa y naranja a lo lejos y sonrió, no tenía nada que decir, porque sus miradas encontradas lo decían todo. Sabía que su existencia estaba vacía, corrompida y que aunque deseara salir de ella no podría hacerlo, pues era el camino que había elegido para sí misma, así que ¿por qué no cumplir el deseo del hombre que siempre amó? No tenía nada que perder, porque al parecer, no tenía nada más que ofrecer.

Se pusieron uno frente al otro y dejaron salir sus más grandes represiones y sentimientos escondidos, cada grito era un suspiro que se convertía en inmediata paz y una graciosa hazaña para recordar aquellos posteriores días de invierno en donde hasta la más minúscula gota de agua fría trae a tu mente aquellas escalofriantes memorias del pasado.

Al terminar de gritar y de reírse por un buen rato danzaron abrazados toda la tarde en medio de las auras de otoño, sus sentimientos eran tan evidentes que no había necesidad de ser expresados por palabras.

Cayó el ocaso, la nostalgia y la melancolía tomaron forma de lágrimas que se resbalaban por sus delicadas mejillas, él se las limpió. Con un último beso le hizo saber que siempre fue suyo y que eso no cambiará.

Se puso su cruz de madera y tomó el arma. Aquella epifanía había terminado, el cruel mundo volvía a abrazarlo como si hubiera perdido al más querido de sus hijos y finalmente retornaba a casa. Besó el frío acero, se aferró fuertemente a la madera mientras hacía una plegaria y le dirigió una mirada fugaz a Renata que resignada desviaba sus ojos grises, incómoda. El temible demonio había despertado de nuevo, no miró atrás y se marchó.

El atardecer había muerto una vez más y consigo se llevó el último despojo de su humanidad. Estaba listo para ir a luchar con la mente tranquila, pues todos sus infernales pecados no le significaban nada, porque al jurarle amor eterno a aquella dama había cometido lo que para él sería su último crimen en esta vida; enamorarse profundamente.

Juan Esteban Ardila Londoño

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel I

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…Solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa.

Julio Cortázar

¿Por qué se tenía que ir en este momento?

—Cómo te voy a extrañar mi vieja— dice Natalia.

Natalia, así se llama mi novia, me conduce al cuarto del tío beato. La beso, la abrazo, la consiento. Su mirada en llanto me seduce.

Las caricias nos envuelven en el pecado cristiano y el aire de oraciones nos conduce al placer. Ella me dice que no, pero ya es demasiado tarde. La lujuria rompe la pureza del cuarto.

En la muerte de la abuela, los familiares lloran. La marca del orgasmo se esparce como humo en la pieza del tío beato. Natalia llora.

VELORIO

Aicardo Rivera Montoya

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel VI

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Quizá no puedan reconocerme pero mi nombre es Lilith, la primera en mi género y condición. Nací del barro al igual que el más antiguo de sus antepasados: Adán, con quien debía poblar esta tierra y brindar los

ECFRASIS

LILITH

Lilith. Jhon Coller (1892)

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primeros nombres a lo existente. Mi palabra favorita siempre fue la igualdad, cosa que mi primer amante no conocía. Él, en su completa ignorancia, se posaba sobre mí tratando de dominarme, pese a que el creador nos hizo iguales. Y ya que Adán no quiso compartir el poder en nuestro lecho, lo abandoné. Lo abandoné burlándome de mi creador, de su favoritismo estúpido por quienes poseen entre sus piernas algo menos que una herramienta para el placer de quienes dominamos la noche. Fue en una de éstas, de luna plata en la que me mostré ante el artista; mis labios rozaron cada centímetro de su cuerpo, introduje en mí todo su ser, él sació todo su deseo entre mis piernas cálidas y húmedas, mientras que yo me llevé como premio la semilla de la vida derramada entre sueños nocturnos. Pero este no fue el fin de nuestra historia, pues el pintor me siguió buscando entre sus deseos nocturnos. Yo seguí apareciendo, mientras mi más preciado amante, pincelada a pincelada, le dio forma a mi cuerpo desnudo: le brindó color a mi piel, pálida como la luz de la luna; a mis senos, claros y del tamaño justo para el deleite de, incluso, los más exigentes gustos; a mi cabello rojo, como las llamas que arden en el infierno, del que soy soberana. Mi rostro suele ser la perdición de quien me mira fijamente, mis labios carnosos solo pronuncian palabras que erotizan la piel de quien las escucha. Enrollándose entre mi cuerpo, acariciando mi sexo, se encuentra la tentación, la misma que con solo palabras convenció a quien pasó a ocupar mi lugar en el jardín del edén. La serpiente ahora juguetea conmigo entre los sueños de quienes buscan el placer; la forma que se encuentra tras de mí, besando mi

cuello y produciendo el mayor de los goces, es el pecado, a quien a menudo engaño en busca de nuevos brazos que puedan saciar mi lujuria. El lugar en el que nos encontramos no es más que los bosques del subconsciente, el lugar donde a menudo soy visitada por cada habitante de este mundo, y donde tomo forma del más erótico de sus sueños.

Esta soy yo, Lilith, la primera mujer, la amante del diablo; quien disfruto inicialmente de las delicias del sexo. La primera realmente libre.

Jonathan Castañeda Villada

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel V

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En los sueños hay batallasEn la vida hay batallas

Cuando la guerra termineEl amor se rendirá en brazos de los enamorados.

Juan Fernando Escobar Cuartas

Confuso e ignoto, exacto y familiar; en ésas antítesis me hallaba, me encontraba en un lugar que sabía muy bien no había visto, pero andaba por allí con firmeza de navegante cuyo mar y criaturas conoce como las provisiones que porta. Estaba muy acompañado, me rodeaban personas que tenían una voz diáfana y rostros brumosos, sus facciones no existían, sin embargo eran tan completos como yo. Cuando hablé todo se volvió lúcido y pude sospechar la dimensión en la cual me encontraba pero desconocía la razón de mi temporal estadía allí ¿Quién me trae a éstos parajes y con qué intensión? A veces creo que la respuesta está en quien pregunta y otras veces simplemente hilo suposiciones que se fundamentan en el deseo de salir de la rutina, de la costumbre de tener que explicar todo por la lógica de las masas. Ahora mi voz ha disparado una luz que da vida a todo, a los rostros que estaban pero no reconocía, al lugar que consideraba nunca haber visitado, es más, reconocía muy bien a los que desconocía, eran trabajadores de mi Alma Mater y me situaba en frente de uno de ellos; allí yo pretendo conocer algo muy importante, los otros charlan sobre algo

agradable, lo sé muy bien porque percibo su alegría, están cómodos, pero yo no, todavía no sé lo importante.

Y es tan importante lo que indago que no sabía sobre qué preguntaba e ignoraba lo que él me respondía, sin embargo le miraba intensamente, él siguió batiéndose ante mí… Y yo, pues quería pendenciar contra todo lo que había allí, el contento me empezaba a escocer y luego todos estaban murmurando sobre algo que iba a acaecer en la mayor prontitud, pero nadie especificaba, era un chisme que bailaba por todos los oídos y que despreciaba a los míos, así resulta que la ausencia de conocimiento genera caos, de éste le sigue la ira… ¿ira? Ni si quiera tenía rabia, ni odio sobre alguno de los presentes, de hecho, todos allí empezaban a conmocionarse con mi extravío, ¡qué tan dichosos eran ellos que sabían dónde estaban! Yo dudaba de todo con mayor fuerza, la tormenta de ideas inconclusas navegaban con mayor rapidez, mi bote iba a naufragar y no sabía qué hacer… ¡Eso era! Me sentía impotente, ¡no!, va más allá, es como el marinero que pierde todas sus herramientas de navegación al pasar una tormenta y luego está en la inmensidad y qué desesperante resulta ésta, rodeado de toneladas de vida y muerte, resulta ser un lugar donde fácilmente vislumbra la

ONEIROS

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simultaneidad de los destellos del día y de la noche, las estrellas son la esperanza, la única, porque la tormenta resultó ser tan atroz que la flecha que apuntaba su norte se ha estropeado, su situación, mi situación, nuestra situación es angustiosa ¿Morir? ¿Perder el rumbo? ¿Descarriar el espíritu a causa de negras intensiones? ¿Cuáles intensiones?; Ahora pienso mucho en mi rumbo, me percato de algo que ya pasó pero que el recogimiento sobre mi existencia no dejó atender: Mi brújula no está apuntando, las olas gobiernan y la ruta es una anarquía absoluta; ¡malditas velas del destino! Te dejas llevar por el arrebato de los vientos de aquellos instintos divinos ¡Divino como Eros y Afrodita encarnados en un mismo ser! ¡¿Cómo se puede ser tan malditamente divino?! Angustia, no tener ni la más remota idea de tu rumbo.

Angustia, el pequeño instante en el que las sensaciones advierten la pérdida de algo profundamente querido.

Angustia, tu camino es turbulencia, tus amistades resultan ser los problemas, tu familia te dio la nave y provisiones que sabes usar pero que el miedo paraliza la habilidad del amaestramiento que posees.

Angustia, estar en un mundo creado por ti, crees tener dominio sobre él, pero eres tú el peor enemigo… Nunca te habías enfrentado a él, ¿cierto? ¡Tener que vencerte para triunfar! Angustia tan profunda, ¿cómo me enfrento y triunfo sobre el “yo”? El infierno resulta ser el paraíso, éste resulta ser una mentira, Angustia: ¿qué pasará cuando triunfe sobre mí?

Angustia, comprender que eres dueño de nada y capaz de todo… ¿cómo ser el Señor de las cosas obtenidas cuya existencia resulta ser indómita? ¿Cómo dominar una sensación?

¿Uno es Señor de la propia existencia?

Ausencia tan mía, presencia tan tuya y tan lejana… ¿lejana? Si supiera que está lejos sería una hermosa certidumbre, como aquellas constelaciones cerca del horizonte que salvan al navegante de una desesperante perdición en el mundo físico; ¿por qué no existes en mis lamentos? O ¿acaso no eres y yo soy un reflejo de un destino mal labrado? Mi vista se despista, mi ilusión se mantiene en la niebla de los errabundos caprichos del deseo… ¿deseo? Deseo tener a mi lado algo que amo con toda mi existencia y temo que éste haya idealizado a ese ser, aquél que es tan divino en su desdén, y como si no le bastara, impone su ausencia con tal brío que lloro… Lloro cascadas de sangre en mi interior, ¡mi alma conoce una angustia tan profunda! ¡Qué incertidumbre tan insondable!

Se disipa un poco el huracán, los vientos del destino onírico han hecho presente a alguien: la única persona que sí conozco en la realidad, ¡pero es diferente! ¡No es como la imagino! ¡Ella es tal como la amo! ¡Tal como la conocí en donde el tiempo nunca se dilata y corre a su paciencia! Ella me vio mirarla y también lo hizo cuando desvié mi vista ¡Qué pavor inspira la presencia de un verdugo y de un ser que conmociona tu existencia! Ella saluda al burócrata y me ignora, luego, miedo ignorado y corro para estar ante ella… No hay sorpresa, ¿Ella lo planeó? ¡Qué divinidad! Nos miramos y qué coincidencia hay en ése verbo, sus brazos me acercan y yo le abrazo, le doy muchas promesas, las ya dichas y otras nuevas, me mira decirlas y ama, allí hay amor mutuo, que resulta ser posibilidad, es ilusorio ¡Deseo tanto que ésta angustia fuera una fantasía! Y si lo fuera ¿Valdría la pena vivir? ¡Es tan fuerte ésta que hasta en los terrenos de Morfeo parece ser una diosa! diosa cruel y reivindicadora…

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Ella con su hondura ternura me dice: Te amo; me acaricia y yo me conmuevo, ante mi fascinación me acoge con un beso.

Así es que he regresado a mi tierra natal, ya no necesito brújula ni navío alguno, a mi lado ella es la valquiria de un guerrero que ha peleado contra el peor de los enemigos: contra sus propias tormentas que sacuden el alma hasta perderla. Angustia, ¿te vas cuando te empiezo a conocer?

Angustia, eres una de las tantas batallas que viven en mi alma hasta el fin de mi mundo físico.

Angustia, no te vayas, quiero que me veas triunfar.

El alba ha despedido la gran batalla interna que dejó a un combatiente ganador y a otro que se lamenta de la ilusión ya vencida por la realidad… ¡regresa el vacío! Y alguien tenebroso sonríe en la lejanía de ésta existencia, sospecho bien que es la angustia, ahora, la brújula está desorientada, pero por lo menos sé dónde la debo encontrar para no perder el espíritu y así llegar a la tierra natal. Mi alma no está perdida a causa de un factor externo y el más profundo amor no ha despertado en mí para llenarme la vida. El miedo entrena al marinero para que algún día no necesite velas para navegar ni brújula para llegar porque éste mundo es su mundo, ser un Señor digno y conocido de él… Ya es cuestión de tentar al fiero labrador de senderos y hacerle frente a las honduras emociones que se debaten por el control de mi espíritu. Ahora es tiempo de tener un sueño igual de real, ya es momento de despertar de los tormentos de la realidad,

quisiera hundir nuevamente mis ojos en los de ella y embarcarme en el viaje que no tiene punta de inicio ni pared de fin.

Anhelo que el agua cause tormentas que purifiquen mi espíritu y aparte las ideas que enlutan el verdadero amor… ¡quiero ideas para eternizarlo!

Angustia, no eres amiga ni rival, entonces ¿qué eres?

Angustia, eres el terreno de la batalla que purifica el alma de los guerreros, las aguas bestiales que preparan al marino para el mar eterno.

Angustia, no te odio, tampoco te amo, pero te necesito, no quiero ser más un neófito del amor, la vida y menos de la muerte; llévame al más allá del dolor y del placer, quiero estar en el lugar donde has llevado a todos, quiero ser sabio… Y allá no me hará falta ella y no la necesitaré a mi lado, es simple, la vida y la muerte son nuestros lazos, el amor es la cuerda que toma puerto donde quiera.

Ya el navegante con su última fuerza ha podido embarcar, allí la ve y su sonrisa no finge ser un sueño, es una realidad más.

7 de septiembre de 2015.

Juan Fernando Escobar Cuartas

Licenciatura en Lengua CastellanaEgresado

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-¡Eh! Sí que han pasado cosas raras. -Decía un tendero, gordo y bigotón, a los clientes distraídos. -Primero, ese montón de perros muertos en el parque Berrio; luego, ese vandalismo de grafiti en varias iglesias de la ciudad; y por último, esos jóvenes de esa universidad todos locos diciendo ver espantos. Un borracho entusiasta proclamó ante las palabras del tendero: -Eso pasa a toda hora hombre. Y en esas universidades mantienen drogados esos guerrilleros. -Las tiendas, además de su labor de abastecer a las gentes, también cumplen una labor social de informar, porque, aunque alguien no lea los periódicos o vea las noticias, se entera de lo más notorio que sucede en la ciudad. Así pues, estos rumores se propagaban generando una leve incertidumbre en las personas. Sin embargo, esto no evitaba que Alex, después de trabajar todo el día en la fábrica, se pusiera su buso de cierre, su gorra de marca brillante, y decidiera pegarse una “volada” de la rutina a una de las tantas carreras de motos que hacen ilegalmente en las lomas de Envigado.

Era una noche fría precedida de una tarde lluviosa. Antes de empezar las carreras, todos los motorizados que pensaban participar y mirar, se encontraban en la estación de gasolina ubicada en el principio de la Loma del Escobero. Sin problemas conseguían la marihuana y el trago necesario para hacer animado el evento. A Alex no le atraían tanto las locas carreras, excesos y fanfarronerías de aquellos niños pupy’s dueños de motos de último modelo; a él le gustaba estacionarse

con su moto Boxer y mirar los cuerpos exhibidos de la mayoría de las chicas que allí convergían. Guardaba en su mente el contoneo de enormes y redondas nalgas femeninas, y se hacía ilusiones de hundir su cabeza en los prominentes pechos que saltaban coquetamente. Tenía sed y quería una cerveza. Empezó a caminar hacia un estadero cerca de la gasolinera, y mientras su mente se perdía en las curvas de una flaca emo que le pasó enfrente, tropezó con alguien. Alex manoteó bruscamente a la persona, enojado por ser arrebatado de su ensueño. Al volver la mirada se encontró con un hombre alto, bastante pálido y de mirada extraña. Pero eso no evitó que Alex dijera: -¡Hijueputa! ¡Fíjate marica! -el hombre dejó caer la cabeza hacía un lado y sonrió fríamente. - Disculpa -respondió amablemente. Alex se sentía violento, pero dejó que su sed le ganara a su impulso de pelea y siguió su camino al estadero mientras el hombre alto le seguía sonriendo. “Esta gonorrea qué tanto me mira”, pensó Alex volviendo su mirada al estadero y luego dirigiéndola de nuevo a donde el sujeto, quien había desaparecido. “Cacorro”, pensó nuevamente, y no le dio más importancia después de comprar la cerveza.

-Hola, ¿por qué tan solito? -se había acercado a Alex, el cual desde hace media hora miraba el escenario, una chica bastante sensual. Tenía todo lo que a él le gustaba: Senos grandes, caderas anchas, cintura plana, (el pelo no importaba) labios grandes y carnosos, un escote revelador, jeanes rotos y una forma de

EL VAMPIRO

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mover las manos y la boca, denotando lo fácil que era de llevar a la cama. El nombre de la chica era Vanesa. Acababa de terminar con su novio a causa de una infidelidad y quería venganza. Soñaba con estudiar psicología o administración, o cualquier carrera que le diera control sobre la gente. Había salido del colegio hace un año y usaba el dinero que le daba su papá, quien trabajaba para alguna gran empresa, para pagar sus tantas aventuras. Todo esto no le importaría a Alex cuando más tarde ella se lo contara. Él sólo estaba anonadado, pues nunca se había fijado en él mujer semejante. Desde el colegio, Alex, se resignaba a los sobrados de los demás, a las relaciones mediocres y mujeres de escasa belleza con las que terminaba besándose, prometiéndoles la luna y, después, corriendo con los pantalones abajo, dejándolas solas en las confusiones del amor lujurioso. Hasta que llegó el día en que apareció Johana, a quién dejó embarazada y no le permitió escapar, atándolo a una relación, a la responsabilidad de cuidar a un niño y llegar temprano a casa. Pero esa noche de vicios y extremos, Alex no llegaría temprano.

Hablaron de las farras pegadas el pasado diciembre. Alex ocultó la existencia de su hijo y compromiso alguno. Conversaron sobre fincas y guayabos; se burlaron de las gentes que veían y criticaron con groserías a los gobiernos existentes. Al cabo de una hora, mientras los demás motorizados arrancaban hacía la cima de la noche, Alex y Vanesa fueron acercándose y sintiendo el calor mutuo de los cuerpos. Estando ya, en el clímax de una serie de caricias furtivas y besos con sabor a cerveza, vino de caja y cigarrillos, los dos desconocidos compartieron una mirada cómplice, la cual Alex aprovechó para decir: -Móntese pues, para que pasemos bueno, mamacita-. Vanesa, cegada por el despecho y algo de borrachera, no lo pensó dos veces y se acomodó en la moto Boxer Bajaj para

partir. Alex sintió su abrazo, y sus senos contra su espalda. Arrancó a toda prisa, no creía su suerte en esa noche. Mientras tanto, Johana lo esperaba para decirle que estaba embarazada otra vez.

Llegaron a un motel cualquiera de pinta descuidada. Vanesa pensó que irían a uno mejor, pero se conformó al cabo de un segundo. Alex pagó un “ocasional”, cogió las llaves frenéticamente y se dirigió con Vanesa a la pieza 110 sin dar un paso atrás. Alex echó seguro a la puerta. Se desnudaron afanosamente. Estaban embriagados de deseo. No pensaban. Sólo respiraban porque era necesario para vivir. La locura no les dio tiempo de sutiles caricias. Ella se dejó caer en la cama y él cayó con furia sobre ella. Vanesa abrió las piernas y él la penetró sin romanticismos, acosado por una fiebre de lujuria. Al cabo de diez minutos en los que cambiaron de posición una vez, en medio de gemidos de borrachos y cuando apenas Vanesa sentía cosquilleos, Alex ya estaba llegando al orgasmo: empezó a sentir el escalofrío de placer por todo el cuerpo, la contracción de las caderas, agitación en el pulso. En aquel momento cuando ya el semen salía de sí, cuando comprendió que todo eso tal vez fue un error, siendo lo mejor ir a casa y tratar de querer a Johana, cargar a su hijo y ser buen padre, un frío metal se posó en su nuca atravesándola sin piedad. El metal era una afilada hoja y sobresalía por su garganta. El cuerpo de Alex se paralizó, sus ojos se desorbitaron, se ahogaba con su propia sangre, las manos se crispaban. Vanesa, perdida en gimoteos con los parpados cerrados, no se dio cuenta de nada hasta que sintió que algo se derramaba sobre su pecho. Abrió los ojos y vio a Alex convulsionando, haciendo gárgaras rojas y herido de muerte con un enorme puñal en el cuello. Quien sostenía el arma era un hombre alto, bastante pálido, de mirada extraña y ampliamente

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sonriente. Vanesa, como pudo, se quitó el cuerpo, dando sus últimos estertores, y corrió hacia a la puerta que encontró cerrada. No sabía en dónde había quedado la llave, tal vez en el pantalón de Alex o caída en algún lugar; estaba desesperada, y vio cómo el hombre alto y pálido extraía el puñal de la garganta de Alex y levantaba el cuerpo de con una facilidad inhumana, mientras se bañaba con la sangre que emanaba de la herida. Aquel ser temblaba de placer mientras el carmesí corría por su cuerpo; los dientes le tiritaban de alegría acompañados de una risa nerviosa. Vanesa gritaba desesperada, gritaba con todas sus fuerzas, pero el único ser humano que la escuchó era el recepcionista del motel, quien pensó que Alex tenía muy buena habilidad con las muchachas. Del cadáver ya sólo emanaban gotas, y fue lanzado como un trapo hacía un rincón de la habitación y el hombre alto, aun temblando, dijo: - ¡Más! -y se comenzó a acercar a Vanesa con el puñal en alto. La chica estaba aterrada, desnuda, indefensa, empapada en sangre. Pensó que era una pesadilla, que cerraría los ojos y todo terminaría, pero al cerrarlos y abrirlos el asesino se aproximaba más. Volvió a cerrar y abrir, y escuchó: - ¡Quiero más!- Lo intentó de nuevo y el puñal se alzaba encima de su cabeza. Cerró sus ojos otra vez y nunca más los volvió a abrir.

- ¡Eh! Sí están sucediendo cosas muy raras. O eso me parece a mí, sinceramente. -decía un tendero, gordo y bigotón, en la mañana de dos días después, a los primeros clientes que llegaban.- ¿Por qué decís eso, caballero? -preguntó alguien animosamente.- Imagínese que a Alex, el pelado de allí, lo encontraron muerto en un motel- respondía el tendero buscando al amable ser que le siguió la conversación. -Muerto con una pelada, dicen. Y en la casa esperándolo esa pelada Johana toda triste. Véala ahí va detrás

de ese carro fúnebre para la iglesia. Qué pesar de esa niña. -Concluyó el bigotón, señalando una aletargada marcha que acontecía en la calle, sin encontrar aún a su interlocutor. Al frente de la marcha se hallaba una joven, con un niño en brazos, llorando exasperadamente entre gentes de negro, pesares y flores.-Vea pues. Bueno, muchas gracias hombre ¡Hasta luego! -dijo al fin el incógnito preguntador, dejándose claramente visualizar por el tendero. Así, el gordo bigotón, vio cómo se alejaba entre los vestidos negros, los llantos y las flores, un hombre alto, bastante pálido, de mirada extraña y ampliamente sonriente, al carro fúnebre.

Mauricio Gutiérrez

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel IV

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Lejos, quizá perdida para el mundo, pero no para sus habitantes, hay una aldea: la aldea Turbia. El porqué de su nombre es sabido gracias a la historia que un abuelo le contó en una fresca noche a su nieto predilecto, y que de boca en boca, gracias a sus amiguitos, terminó escrita en un libro de bolsillo que desenterré ayer en los mantillos de mi jardín. Al correr la pasta descubrí que había acabado de hallar el único ejemplar. Voy a compartirles los ancestrales capítulos para postergar en el mundo la filosofía de vida de aquellos aldeanos.

Capítulo primero

Me arrojé desnudo al salto del Kimahai. No lograba ver claramente mi rostro en el lago, pero si dejaba de nadar me hundiría para siempre. Salgo, pongo los pies en la arena, y se escurren las últimas gotas de agua por mi piel. Mi corazón, ya tranquilo, contempla el mundo junto con todos sus rostros.

Capítulo segundo

A la ponencia del sol, fuimos Nasae y sus hijos en busca de pistas para empezar la caza del año. Hojarascas secas tronaron con rápidas pisadas; afanados giramos a tratar de alcanzar al animal. Llegamos a la planicie, bien apartados de la aldea; teníamos la visión libre de maleza, y lo que apareció ante nosotros no alimentaría ni a dos niños o madres. De repente, otro ruido. Esta vez era uno grande, pero ni siquiera los hijos de Nasae tenían aliento para continuar.

Capítulo tercero

Entre los mayores practicábamos el combate. Por respeto a nuestras madres es prohibido golpear los rostros. En medio de los agarres de nuca, el collar de piedras de mi infancia fue a dar despedazado al aire; entonces los espectadores callaron. La ira enturbió mi alma y golpeé el rostro.

Capítulo cuarto

Apagada la hoguera, guardados los tambores, terminada la fiesta, y tranquilos los corazones; todos nosotros, los aldeanos, cerramos los ojos para recibir del viento el nombre de nuestro hogar. Al fondo, los sapos, el salto del Kimahai en su discurrir. Todos tenemos algo turbio, a partir de hoy la aldea se llamará Turbia.

Mi abuelo una noche me regaló sus historias ancestrales. Mis amigos y yo, en los tiempos de ocio, las hicimos transportables en un pequeño libro. Pasaron los años, y no los volví a ver; creo que les ocurrió algo trágico, como a mis padres, perdidos para siempre. La tristeza me llevó a enterrarlo en el jardín que hoy heredo. Los capítulos, hundidos en la tierra, perdidos para el mundo, de nuevo afloran para verificar que aún las personas de esta aldea, y de cualquier otra, son vivamente turbias.

Yefferson Castaño

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel IV

LA ALDEA TURBIA

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Colgó sus palabras como amuletos al lado de las velas que iluminan el lado izquierdo de su cuarto, en donde reposa la estampa de El Corazón de Jesús junto con unas rosas marchitas, una hoja amarillenta y rasgada con su último poema, una pata de marihuana y un condón. Su cuarto está oscuramente solo, incluso más que su alma. El barco encima del estante donde guarda su ropa interior ya no navega, se ha hundido entre gritos, lágrimas y alcohol, dejando una nota pendida del palo mayor con la palabra ‘’Recuerdo’’. Su cama está rebujada, las almohadas están en el suelo, la cobija está enmarañada en la extremidad derecha de su lecho y las sábanas están llenas de semen, sudor y gemidos ahogados entre sus hilos.

Su piano también se ve deteriorado, está lleno de nada. Sus teclas ya no producen bellas melodías sino chillidos. Ya no hay cincuenta y dos teclas blancas porque las treinta y seis piezas restantes se arremetieron contra ellas y las dejaron negras. Las partituras de Beethoven y Bach están sangrando, ¿la culpable? una copa de vino tinto se regó en ellas y nubló indefinidamente sus sueños. Sus libros tampoco están, se niegan a ser leídos, y para empeorar la situación, su pluma se ha quedado sin tinta y la hoja permanece vacía. Al apreciar todo esto, opta por sentarse en esa vieja silla roja la cual ha acompañado tantas penurias, y mientras va dejando caer su cuerpo sobre la misma, cierra sus ojos y escucha cómo llora el cielo] . Sus recuerdos lo llenan de nostalgia, y ahora en el cuarto parece estar lloviendo también; su rostro muestra desconsuelo y soledad, sus puños

se aprietan cada vez más fuerte y de sus labios comienza a brotar sangre a causa de la presión que ejercen los dienten sobre ellos. De su boca surgen murmullos ensangrentados que repiten continuamente: -¡Cómo quema la soledad! ¡Cómo quema la soledad! ¡Cómo duele la soledad! ¡Cómo duele vivir!

El piso se llena de pequeñas gotas de sangre que cuentan la historia de una agonía, y la vieja silla se estremece por todo el peso de la melancolía. Es extraño como en esos momentos el suicidio se convierte en una oferta tentadora, aunque esto no significa el anhelo por abandonar la vida, sino una posible manera de olvidar tanto sufrimiento que ha hecho recoger el alma como una bola de papel próxima a ser lanzada al basurero. Pero sin importar el sin fin de ideas turbias y notas quizás vacías, sigue aferrándose a la idea de la existencia de una leve llama que pueda iluminar su vida como lo hacen las velas destellantes de su cuarto, y eso hace que aún siga, como sí vivir fuera sólo respirar.

De un momento a otro, abre apresuradamente sus ojos y da un brinco que casi lo tumba de la silla. Parece que esa pequeña llama le ha permitido ‘’salir’’ nuevamente de sus crisis de vida.

Y sigue.

Y SIGUE

Daniel García Peña

Licenciatura en Lengua CastellanaNivel VIII

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La locura es una perspectiva, la lucidez es otra; para la primera hay tratamientos y para la otra ataduras, sin embargo en el mundo siguen hablando de libertad.

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Nombre: María Isabel RestrepoTítulo: SueñosTécnica: Marcadores sobre papelLicenciatura en Educación Artística y CulturalNivel II

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Nombre: Yorh LuksTítulo: Campus Universitario Técnica: FotografíaDimensiones: 4784 x 1184Año: Junio 2014Licenciatura en Educación Artística y CulturalNivel VII

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