rampa lobsang - yo creo

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    CAPITULO I

    Miss Mathilda Hockersnickler, de Upper Little Puddle-patch, se hallaba sentada junto a la ventana entreabierta.El libro que estaba leyendo acaparaba por completo suatencin. Cerca pas un cortejo fnebre sin que lo notasesiquiera a travs de las vaporosas cortinas de encaje queadornaban sus ventanas, y el altercado que sostenan dosvecinas pas inadvertido para ella por el rumor de laespidistra que adornaba el centro de la ventana interior.

    Miss Mathilda estaba leyendo.Por un momento dej el l ibro sobre su regazo, se

    levant los anteojos de montura de acero hasta la frentey se restreg los ojos enrojecidos. Despus volvi a aco-modarse los anteojos sobre su bastante prominente nariz,tom el libro y continu leyendo un poco ms.

    Desde su jaula, un loro verde y amarillo, de ojos decuentas de vidrio, miraba hacia abajo con cierta curio-.sidad, luego lanz un bronco chillido:

    Polly se fue, Polly se fue!Mathilda se puso de pie de un salto.

    Ay! Vlgame Dios! exclam Lo siento mucho,queridito mo: haba olvidado por completo llevarte a lapercha.

    Abri con cuidado la puerta de la jaula de alambresdorados e, introduciendo la mano, levant aquel loroviejo y algo maltrecho y lo sac con suavidad.

    Polly se fue, Polly se fue! chill otra vez el loro. Vamos, pjaro tonto! le contest Mathilda Eres tquien se va. Voy a ponerte en tu percha.

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    Dicho esto coloc al animal en el travesao de aquella

    vara de un metro y medio de altura que en su extremoinferior tena una especie de platillo o cazoleta. Concuidado le ate la pata izquierda con una cadenita y luegoverific que el recipiente del agua y el de las semillasestuviesen llenos.

    El loro ahuec las plumas y en seguida puso la cabezadebajo del ala, mientras dejaba escapar unos arrullos.

    Ah, Polly! dijo la mujer Deberas venir a leereste libro conmigo. Trata de lo que somos cuandb ya no

    estamos ms ar ;ui. Me gustara saber qu es lo querealmente crea el autor.

    Volvi a su asiento y con toda minuciosidad y recatose acomod la falda de manera que ni siquiera se leviesen las rodillas.

    Volvi a tomar el l ibro y se detuvo, dubitativa, amitad de camino entre su regazo y la posicin de leer,hasta que finalmente lo dej para tomar una larga aguja

    de tejer con la cual, y con una energa sorprendente parauna mujer de sus aos, comenz en seguida a rascarse laespalda, entre los omoplatos, con decidida delectacin.

    Ah! exclam Qu alivio extraordinario! Sinduda que todo es por causa del corpio. Me parece queha de ser una cerda o algo por el estilo que se me hametido ah. Qu alivio da rascarse! concluy, y volvi amover la aguja 'frenticamente, con una expresin degusto dibujada en el rostro.

    Calmada momentneamente la picazn, dej la aguja.n su lugar y tom el libro.

    La muerte! dijo para s, o quizs al distrador

    loro Si al menos supiera qu pensaba realmenteel autoracerca de lo que hay despus de la muerte...

    Se detuvo un momento y extendi una mano hacia ellado opuesto del tiesto de la aspidistra para tomar unasgolosinas que haba colocado all. Despus, con un sus-piro, se puso de pie una vez ms y le dio una al loro,

    que la miraba vidamente, la asi con una garra y enseguida se la llev al pico.

    Mathilda, que ahora tena otra vez la aguja de tejer en

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    una mano, una golosina en la boca y el libro en la manoizquierda, volvi a sentarse y prosigui leyendo.

    Apenas haba recorrido unas lneas cuando nueva-mente se detuvo.

    Por (cri dir siempre el cura que si no se es buencatlico, de esos que asisten continuamente a la iglesia,no se puede alcanzar el reino de los cielos? Me gustarasaber si acaso no estar equivocado y los de las demsreligiones no van tambin all.

    Volvi a sumirse en el silencio, si bien poda orse elleve rumor que haca al tratar de leer algunas de las

    expresiones menos conocidas, como Registro Ascsico,viaje astral, Campos Celestiales, etctera.

    El sol continuaba su marcha por encima de la casa yMathilda segua sentada y leyendo. El loro, con la cabezabajo el ala, dorma. Slo algn movimiento imperceptiblepona de vez en cuando un toque de vida en la escena.

    A lo lejos repicaron las campanas de una iglesia yMathilda volvi a la realidad con un respingo.

    Ay, Dios mo, Dios mo! exclam Me he olvi-dado por completo del t y de que tengo que concurrir alacto de la Congregacin Femenina.

    Se puso de pie de un salto y, luego de colocar consumo cuidado un sealador repujado en el libro, lo ocultdebajo del costurero. Despus, mientras preparaba sutardo t, sus labios se movieron en un susurro quequizs el loro haya sido el nico en percibir.

    Cmo me gustara saber qu ha querido decir real-

    mente este escritor! Cmo quisiera Poder conversar conl! Qu tranquilidad me dara eso!

    En una lejana y soleada isla cuyo nombre no he demencionar aun cuando podra hacerlo, por supuesto,toda vez que lo que digo es verdad, un hombre de razanegra estaba echado lnguidamente a la sombra de ungran rbol aoso. Con ademn cansino dej el libro que

    estaba leyendo y extendi una mano para alcanzar unaapetitosa fruta que penda tentadora cerca de l; la

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    arranc, la mir para ver si tena algn insecto y la echen su desmesurada boca.

    Vaya! musit con la boca llena A dnde que-rr llegar este tipo? Porque yo quisiera saber qu es loque piensa, en realidad.

    Volvi a echarse y se acomod de espaldas contra eltronco del rbol, en una posicin ms descansada. Espantuna mosca que pasaba y dej que su mano siguiera sucrso, como al descuido, para tomar otra vez el libro.

    La vida de ultratumba, el viaje astral, el Registro

    Ascsico...El hombre pas con rapidez algunas pginas pues querallegar al final del asunto sin . tener que tomarse lamolestia de leer todas las palabras. O sea que lea unprrafo, aqu, una frase all, y en seguida volva la pginacon indolencia.

    Caramba! repiti Me gustara saber qu piensa.El sol era ardiente y el zumbido de los insectos ador-

    meca. La cabeza del hombre de raza negra se inclin

    paulatinamente sobre su pecho y poco a poco sus dedosse aflojaron y el libro se desliz de sus manos laxas hastacaer sobre la mullida arena. En seguida comenz a roncar y

    ya todo cuanto ocurra en el mundo, en torno de l, seesfum.

    Un joven que pasaba mir al negro que dorma yluego el -libro. Volvi a observar atentamente al hombre ycon los dedos de los pies asi el libro, y doblando lapierna con rapidez, lo aproxim a su mano. Despus, con

    el libro de modo que no pudiese verlo el hombre aquel, sealej aparentando un aire de total inocencia.

    Pasado un montecillo ,cercano, volvi a salir a plenosol en un tramo donde la arena blanca reverberaba. Elbramar de las rompientes resonaba en sus odos, pero lno lo adverta porque eso formaba parte de su vida pues elruido de las olas contra las rocas del canal era cosa detodos los das. Y tambin era parte integrante de su vida, ypor lo tanto no lo notaba, aquel zumbar de insectos ychirriar de cigarras.

    A su paso iba removiendo la arena con los pies porque

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    siempre exista la posibilidad de que quedase al descu-bierto algo valioso o alguna moneda, como cierta vez le

    haba ocurrido a un amigo suyo que, por hacer lo mis-mo, encontr una moneda de oro.

    Vade la estrecha franja de agua que lo separaba deuna lengua de tierra donde haba tres rboles solitarios, yen seguida se dirigi hacia el espacio que exista entrestos donde se ech con cuidado y lentamente comenza hacer una pequea excavacin para acomodar en ella lacadera. Luego apoy cmodamente la cabeza. sobre laraz del rbol que haba escogido y pos la vista en el

    libro hurtado al desprevenido durmiente.

    Mir en torno atentamente para ver si alguien lo es-piaba o lo persegua y, satisfecho de que todo estuviese encalma, volvi a echarse de espaldas. Pas una mano porsu crespa cabellera mientras con la otra daba vuelta ellibro para leer primero la nota editorial de la contratapa,

    y despus lo volvi otra vez para contemplar la cubiertacon los ojos entornados, las cejas arrugadas y los labiosfruncidos como si estuviese musitando cosas incompren-sibles para l.

    Se rasc la entrepierna y tir de los pantalones paraacomodarse mejor. Despus se apoy en el codo izquier-do, pas unas pginas y comenz a leer.

    Formas mentales, mantras! Tal vez, entonces, yopueda crear una forma mental y Abigail tenga que hacertodo lo que yo quiero.. . S, hombre; caramba! Se

    volvi de espaldas y se tom la nariz por un momentoNo s si creer o no en todo esto dijo.

    De los rincones umbrosos del saln brotaba una atms-fera de santidad. El silencio era absoluto y slo se per-ciba el crepitar de los leos que ardan en el ampliohogar de piedra. A intervalos, a causa de la humedad quetodava contenan algunos de ellos, sala una corriente devapor que silbaba entre las llamas; por momentos, la

    madera produca pequeas explosiones que levantabanuna lluvia de chispas. Y as, aquel titilante resplandor.

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    aada una extraa sensacin al recinto, una nota demisterio.

    A un lado del hogar, de espaldas a la puerta, se hallabaun espacioso silln, y junto a ste una antigua lmparade pie, de varillas de bronce, cuya dbil bombilla elc-trica emita una tenue luz desde los pliegues de unapantalla verde.":">Despus, la luz descendi hasta desapa-recer interceptada por el respaldo del silln.

    Entonces se percibi una tos seca y el rumor de lashojas de un libro, y en seguida hubo otros momentos desilencio turbados slo por el 'crepitar del fuego y el

    volver de las pginas.Desde la lejana lleg el acompasado repiqueteo de una

    campana, al qu'\a poco sigui un cansino chancletear desandalias y un leve murmullo. Una puerta son al abrirse yun momento despus se oy el ruido hueco que haca alcerrarse nuevamente. En seguida comenzaron los acordesde un rgano y un coro de voces masculinas se elev enun cntico. Cuando al cabo de un rato ste ces, se oyotra vez un murmullo y luego sigui un silencio que

    volvi a interrumpir un rumor de voces que susurrabanalgo incomprensible, aunque perfectamente recitado.

    De pronto, en la sala reson el golpe de un libro al caeral suelo y una figura oscura se puso de pie de un salto.

    Ay, Dios mo! exclam Debo de haberme que-dado dormido. Qu cosa tan extraa!

    La figura ataviada de oscuro se inclin a recoger ellibro, lo abri con cuidado en la pgina correspondiente

    y, despus de poner en medio un sealador, lo depositcon todo respeto sobre la mesa. Durante unos instantespermaneci sentado con las manos entrelazadas y el ceofruncido; luego se levant de la si l la y se postr dehinojos frente a un crucifi jo que haba en la pared.Arrodillado, con las manos juntas y la cabeza inclinada,musit una plegaria para impetrar consejo, despus de locual se incorpor y se dirigi al hogar para echar otroleo en los rescoldos que despedan brillantes fulgores.

    Durante un rato permaneci en cuclillas, junto al hogar,con la cabeza entre las manos.

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    De pronto, en un impulso, se dio una palmada en el

    muslo y se incofpor. Atraves presuroso el oscuro saln yse aproxim a un escritorio oculto entre las sombras.Con un rpido movimiento tir de un cordn y el lugardel recinto se inund de una luz clida. Ech hacia atrsuna silla, levant la tapa del escritorio y se sent. Por unmomento qued con los ojos en blanco clavados en lahoja de papel que haba colocado ante s, y con aireausente extendi la mano derecha en busca de un libroque no pudo pallar puesto que no estaba all. Entonces

    lanz entre dientes una exclamacin de contrariedad y selevant para ir a buscarlo a la silla que estaba al lado dela mesa. Volvi al escritorio, se sent y comenz a pasarlas hojas del libro hasta encontrar lo que buscaba: unadireccin. Con presteza la escribi en un sobre y despusse qued pensando, buscando entre sus ideas, sin saberqu hacer y cmo redactar lo que deseaba decir.

    En seguida, empero, aplic la pluma al papel. Nadaturbaba el silencio, salvo el rasgar de la pluma y el tic-tacde un reloj a la distancia. La carta comenzaba as:

    Estimado doctor Rampa:

    Soy sacerdote jesuita, catedrtico de nuestra Escuela deHumapidades, y he le do sus l ibros con un inters queexcede el habitual.

    Considero que slo quienes siguen nuestra propia rel i-gin pueden alcanzar la salvacin por la sangre de NuestroSeor Jesucristo. As lo siento cuando enseo a mis dis-cpulos y as lo creo cuando estoy en la iglesia. Pero solo,

    en med i o d e l a o s cu r i d ad d e l a no che , cu and o nad i eobserva mis reacciones o analiza mis pensamientos, tengodudas. Ser cierto lo que creo? Nadie, excepto los cat-licos, puede alcanzar la salvacin? Las dems religiones,entonces, son todas falsas, son todas engendros del de-monio? O no estaremos equivocados tanto yo como losdems que pertenecen a mi confesin? Sus libros me hani luminado mucho y permit ido reso lver las dudas espir i -tuales en las que estoy inmerso. De manera que quisierapreguntarle, seor, si usted me respondera ciertas cues-t iones a f in de echar ms luz o fo r ta lecerme en lo quecreo.

    Firm cuidadosamente al pie y ya estaba colocando la

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    carta en el sobre, despus de doblarla, cuando lo asaltun pensamiento. Sin prdida de tiempo, casi con un

    sentimiento de culpa, extrajo la carta, la desdobl yaadi una posdata:

    Le ruego po r su honor de persona consagrada a sup r o p i a f e q u e n o m e n c i o n e m i n o m b r e n i q u e l e h eescr i to , puesto que e l lo es contrar io a las reg las de miorden.

    Firm con sus iniciales, sec la tinta y, despus decolocar rpidamente el papel en ,el sobre, lo cerr. Hurgentre sus papeles en busca de un libro en el cual consultel franqueo hasta Canad, y despus se puso a registrarlos cajones y casilleros hasta dar con los timbres postalescorrespondientes, que peg en el sobre. Hecho esto, elsacerdote escondi cuidadosamente la carta entre los plie-gues de su hbito, se puso de pie y, despus de apagar laluz. sali de la habitacin.

    Oh, padre! dijo una voz en el corredor. Vausted al pueblo o desea que me ocupe yo all de algo?Debo realizar una diligencia y me agradara poderle ser til.

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    No; gracias, hermano replic el anciano profesor asu subordinado. Tengo ganas de dar una vuelta por elpueblo para hacer un poco de ejercicio, que buena faltame hace; de manera que ir a dar un paseo por la calleprincipal.

    As pus, despus de una respetuosa media reverencia,

    ambos emprendieron sus respectivos caminos. El ancianoProfesor sali del vetusto edificio de piedra gris, descolo-rido por el tiempo y cubierto de hiedra, y se ech aandar por el camino principal, con las manos juntas a laaltura del crucifijo, musitando para s segn la costumbrede los religiosos de su orden.

    Ya en la calle principal, una vez traspuesto el granportal, la gente se inclinaba cn respeto a su paso ymuchos se persignaban. As, el anciano profesor se enca-

    min lentamente por la calle hasta llegar al buzn exte-rior de la oficina de correos. Con-cierto sentimiento de

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    culpa ech una disimulada mirada en torno para asegu-rarse de que en las inmediaciones no hubiese ningnclrigo de su orden y, satisfecho de que todo trascurrieracon normalidad, extrajo la carta de entre sus hbitos y ladeposit en el buzn. Hecho esto, con un suspiro dealivio volvi sobre sus pasos.

    De regreso en su estudio privado, y otra vez junto alchisporroteante fuego y con el libro iluminado por lalmpara de pantalla, prosigui leyendo hasta altas horasde la noche. Por ltimo cerr el libro, lo puso bajo llave, y

    se march a su celda musitando para s: "En qucreer, en qu creer? "

    El cielo encapotado contemplaba hosco la noche londi-nense. La lluvia caa copiosamente sobre las ateridascalles poniendo en fuga a los peatones que, de maltalante, sostenan con fuerza sus paraguas contra el vien-to. Londres con sus luces y la gente regresando presurosadel trabajo hacia sus casas. Los mnibus rugan, enormes

    mnibus rojos que salpicaban agua sobre las aceras; lagente tiritaba aterida y procuraba eludir las sucias salpica-duras.

    En el frente de los comercios haba grupos-de personasque esperaban que llegara el autobs que deban tomar; aveces ocurra que alguna de ellas sala precipitadamentedel grupo al ver aproximarse uno de esos vehculos y enseguida deba volver desalentada porque no era el quecorresponda. Londres, con media ciudad regresando a su

    casa y otra media rumbo a sus ocupaciones.

    En Harley Street corazn del mundo de la medicinalondinense, un hombre canoso se paseaba intranquilosobre una alfombra de piel frente al fuego del hogar. Iba yvolva con las manos juntas detrs de la espalda y lacabeza inclinada sobre el pecho. De pronto, en un arran-que, se ech en un mullido silln de cuero y extrajo unlibro del bolsillo. Pas rpidamente las pginas hasta

    encontrar el pasaje que buscaba, en el cual se hablaba delaura humana. Lo ley una vez ms y, cuando concluy,volvi a leerlo. Por un momento permaneci sentado con

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    la vista fija en el fuego hasta que al fin hizo un movi-miento de cabeza que denotaba resolucin y se puso depie. Sali presuroso de la habitacin y se introdujo enotra. Ech llave a la puerta tras y se dirigi al escri-torio, donde apart una serie de informes y certificadosmdicos que deba firmar y, luego de sentarse, tom unahoja de papel de un cajn.

    "Estimado seor Rampa", comenz a escribir con unaletra casi indescifrable. "He ledo su libro con indudablefascinacin, la cual es mucho mayor an a causa r de la

    seguridad que tengo por experiencia de que lo queusted escribe es verdad."

    Se ech hacia atrs, ley cuidadosamente lo que aca-baba de escribir y, para mayor seguridad, volvi a leerloantes de proseguir. "Tengo un hijo, un muchacho muyinteligente a quien hace poco le fue practicada una ope-racin en el cerebro. Ahora, desde ese momento, nosdice que tiene la capacidad de ver colores extraos alre-dedor de los cuerpos de las personas y luces en torno de

    la cabeza; pero no slo en torno de la cabeza y el cuerpode la gente, sino tambin de los animales. Durante mu-cho tiempo eso nos preocup y pensamos qu pudohaber sido lo que habra salido mal en aquella operacin,quizs a causa de haber afectado el nervio ptico, perodespus de leer su libro ya tenemos un mejor conoci-miento del asunto: mi hijo puede ver el aura humana,de modo que s que usted dice la verdad.

    "Mucho me gustara conocerlo en caso de que ustedviniera a Londres, pues considero que podra ser usted demucha ayuda para mi hijo. Lo saludo atentamente."

    Reley el escrito y entonces como antes haba hechoel sacerdote, cuando estaba por doblar la carta y poner-la dentro del sobre, sus ojos se posaron en el busto de unmdico famoso. Se detuvo como hipnotizado por unaabeja y en seguida tom la lapicera otra vez y aadi unaposdata: "Confo en que no revele usted a nadie mi

    nombre, ni lo que le digo en esta carta, pues ello podraperjudicar mi reputacin ante los ojos de mis colegas".Puso sus iniciales al Die, dobl el papel y lo coloc en el

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    sobre, luego de lo cual apag las luces y sali de lahabitacin. Ya afuera, donde se hallaba su lujoso auto-

    mvil, el chofer se incorpor con presteza y escuch queel especialista le deca:

    Al correo de Leicester Square.El coche se puso en marcha y, a poco, la carta se hallaba

    ya dentro del buzn. Das despus l leg a destino.

    Y as se recibieron cartas: cartas de aqu, cartas deall, cartas de todas partes, del norte al sur y del este aloeste. Cartas, cartas y ms cartas; un inacabable alud decorrespondencia, todas ellas en demanda de respuesta,

    todas con aseveracin de que sus problemas eran nicos y que nadie los haba experimentado jams. Cartas decensura, de elogio, de splicas. Desde Trinidad lleg unamisiva escrita en una hoja de papel ordinario que usancomo anotador los escolares, con una letra que denotabauna absoluta falta de ilustracin: "Soy misionero reli-gioso y me dedico al servicio de Dios. Enveme diez mildlares y una camioneta. Ah! Y entretanto mndeme,libre de cargo, un juego de sus libros para entonces creer

    en lo que usted escribe."

    Desde Singapur me lleg una de dos jvenes chinos:"Queremos ser mdicos, pero no tenemos dinero. Desea-mos que nos pague usted el pasaje de avin, en primeraclase, desde Singapur hasta su casa, para conversar ydecirle cmo puede hacer para darnos el dinero de mane-ra que podamos seguir estudios de medicina y hacerlebien' a la humanidad. Y a la vez podra enviarnos usted

    un dinero extra para ver a un amigo en Nueva York.Haga esto por nosotros, lo cual significar hacerle unbien a la gente, y entonces creeremos."

    Las cartas llegaban por cientos, por millares, todas endemanda de respuesta. Pocas, lamentablemente pocas...aunque slo se piense en el gasto de tiempo para escribir,de papel y sobre, de franqueo... Y escriban: "Cun-tenos algo ms acerca de qu hay despus de la muerte.Dganos ms respecto de qu es la muerte. No enten-

    demos eso pues no dice usted lo suficiente, no lo aclara.Dgalo todo.';

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    Otros escriban: "Hable de las religiones; diga si pode-mos esperar algo despus de esta vida aunque no seamos

    catlicos". Y an: "Enveme un mantra para que puedaganar el Sweepstake de Irlanda; si obtengo el primerpremio de un milln le enviar el diez por ciento."

    E, incluso, hubo otra persona que me escribi: "Vivoen Nueva Mxico, donde hay una mina perdida. Dgamednde est puede ir usted al astral y buscarla; si melo d ice y yo la encuentro y me aprop io de e l la , l eregalar algn dinero por sus servicios."

    La gente me escriba para que le dijera ms, para que

    le dijera todo; para que le comunicara ms que todo afin de saber en qu creer.

    La seora Sheelagh Rouse se sent al escritorio con elceo fruncido. Sus anteojos de montura de oro apenas semantenan sobre el puente de la nariz y tena que empu-arlos a cada momento con un dedo para ponerlos en su

    sitio.

    Al ver que la silla de ruedas pasaba por su puerta dijo,no sin cierta acrimonia:

    Slo ha escrito diecisis libros. Por qu no escribeotro, el decimosptimo, y le dice a la gente en qu puedecreer? Fjese qu cantidad de cartas ha recibido con elpedido de que escriba otro y les diga en qu creer...Yo se lo mecanografiar! concluy con vivacidad.

    Tadalinka y Cleopatra Rampa estaban sentadas en elcorredor, frente a la silla de ruedas, y sonrean tranqui-

    las. Taddy, enfrascada en sus pensamientos, tena querascarse la oreja izquierda con una pata mientras seconcentraba en las complicaciones de escribir todava unlibro ms. Satisfecha, se levant y se fue contonendosehacia su silla preferida.

    Mama San Ra'ab Rampa elev sus ojos con una expre-sin de cierto desaliento y confusin y sin decir palabraalguna quiz se habra quedado muda me extendi untrozo de cartul ina azul con el t tulo de "Mama San

    Ra'ab Rampa, Pussywillow"; en el centro de la pgina vimi propia cara en azul, como si hubiera estado muerto

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    mucho tiempo y me hubieran desenterrado bastante des-pus. Y, debajo, la cara de gato siams ms horripilante

    que jams haya visto. Por un momento me qued sinhabla . . . pero creo que no deja de ser l indo ver laprimera tapa de nuestra primera obra... Yo estoy acos-tumbrado porque ste es mi decimosptimo libro y ya noes para m ninguna novedad.

    Mama San dije: piensas que debo escribir otrolibro? Vale la pena tomarse todo ese trabajo, estando yopostrado en cama como un estpido, o es mejor que nolo haga?

    Mama San destrab sus ojos metafricamente hablan-do despus del impacto que le haba producido la tapade su primer libro y repuso:

    Claro que s! Por supuesto que debes escribir otrolibro. Yo estoy pensando ya en escribir el segundo!

    Miss Cleo y Miss Taddy Rampa olfatearon la cartulina yse fueron con la cola enhiesta. Aparentemente lashaba satisfecho.

    En ese momento son el telfono y apareci la voz de John Henderson, quien llamaba desde los bosques de losEstados Unidos donde confluyen muchas vertientes deagua.

    Hola, viejo! dijo Acabo de leer algunos artcu-los muy buenos con frases elogiosas para ti. Te be en-viado una revista en la que hay uno ptimo.

    Vaya, John! repuse La verdad es que me im-porta un comino lo que digan las revistas y los diarios acer-

    ca de m. No leo los artculos, sean buenos o malos. Pero,dime: qu te parece si escribo otro libro, el decimosp-timo?

    Caramba, viejo! exclam John Eso es lo quequera orte decir! Ya era hora de que escribieras otro,como que todo el mundo est pendiente de eso y s quela gente consulta a cada momento a los libreros sobre elparticular.

    Eso, pues, fue lo decisivo: todo el mundo pareca estarcomplotado, todos queran otro libro. Pero, qu puedehacer un pobre hombre cuya vida va tocando a su fin y

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    sobre quien pesan tremendos gravmenes en un pas porcompleto indiferente, hasta tal punto que alguna determi-

    nacin debe tomar para que los leos sigan ardiendo ensu casa y los chacales de rditos se mantengan alejadosde su puerta?

    Si algo hay que me amarga son los rditos. Como soyuna persona impedida y la mayor parte del tiempo lopaso en cama, no constituyo una carga para el pas, noobstante lo cual debo abonar los ms absurdos impues-tos, sin descuentos de ninguna especie por ser un escritorque trabaja en su casa. Con todo, hay aqu algunas

    empresas petroleras que no abonan gravamen alguno por-que se dedican a una "investigacin" absolutamentemtica y por ello estn exentas de rditos. Y, adems,pienso en esos pobres diablos de cultistas que se agrupanen organizaciones sin fines de lucro y se .pagan ellos,sus familiares y sus amigos suculentos salarios, pero noabonan impuestos, porque estn registrados como unaorganizacin "sin fines de lucro".

    De manera que, aunque_ no lo quisiera, fue necesarioque me pusiese a escribir el libro decimosptimo; y comolas opiniones coincidan carta tras carta, el ttulo resultser el de Yo creo.

    Este libro versar sobre la vida antes del nacimiento, lavida en la tierra, su trnsito y el regreso a la vida del msall. Le he puesto el ttulo de Yo creo, pero ste es porcompleto inapropiado: no es cuestin de creer, sino desaber. Por mi parte, puedo realizar todo aquello sobre lo

    cual escribo. Puedo ir al astral con la misma facilidad conque cualquier persona puede pasar a otra habitacin...pero, vaya! , esto ltimo es lo que yo no puedo hacer: ira otra habitacin sin muletas y una silla de ruedas,etctera. Pero en el astral no hacen falta muletas, ni sillasde ruedas ni drogas. As pues, cuanto digo en este libroes la verdad, o sea, que no expreso una opinin, sino querelato las cosas tal como son en realidad.

    Y, como ya es hora de que vayamos al grano, pasemos

    al captulo segundo.

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    CAPITULO II

    Algernon Reginald St. Clair de Bonkers cay sobre elpiso del cuarto de bao con un chasquido y al l sequed, murmurando y lloriqueando. Afuera, en el corre-dor, una camarera que pasaba se detuvo y sinti que loshelados dedos del terror suban y bajaban por su espinadorsal.

    Est usted bien, seor Algernon? pregunt, tr-mula, desde el otro lado de la puerta Seor Algernon,se encuentra usted bien? repiti y, al no obtenerrespuesta, hizo girar el picaporte y entr.

    Inmediatamente se le erizaron los cabellos y, tomandoun enorme resuello, prorrumpi en el alarido ms tre-mendo de su vida y sigui chillando cada vez ms altohasta que, ya totalmente sin aliento, cay desmayada en elsuelo, al lado de Algernon.

    Entonces se oy el rumor de unas voces excitadl y elresonar de pasos escaleras arriba y por el corredor. Losprimeros en llegar se detuvieron tan abruptamente quearrancaron la alfombra de sus topes; en seguida se agol-paron juntos y, como si fueran a comunicarse algnsecreto, se pusieron a mirar por la puerta abierta.

    Algernon yaca de bruces sobre el piso del cuarto debao y la sangre que brotaba de un tajo que tena en lagarganta empapaba el cuerpo inconsciente de la camareratendida a su lado, quien de pronto emiti un brevesuspiro, se crisp y abri los ojos. Durante unos segundoscontempl el charco de sangre que se extenda debajo de

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    ella, se estremeci y en seguida, con un horripilantealarido que hizo crispar los nervios de los que all se

    hallaban, volvi a caer desmayada, esta vez con la carahundida en la supuesta sangre azul de su patrn.

    Algernon segua tendido en el suelo y senta que tododaba vueltas, que todo era fantsticamente irreal. Oa unrumor agudo, sollozos, y despus un horroroso burbujeoque gradualmente se iba tornando menos fuerte a medidaque la sangre flua de su cuerpo malherido.

    Senta que algo muy extrao andaba dentro de l.

    Despus hubo un tremendo alarido y la camarera quecaa a su lado con un golpe. Con una repentina sacudida,Algernon sali expulsado de su cuerpo y salt haciaarriba como una pelota sobre una cuerda.

    Permaneci mirando en torno por espacio de unossegundos, asombrado de ese extrao, muy extrao espec-tculo. Le pareca flotar en el cielo raso mirando haciaabajo. Entonces, al ver los dos cuerpos que se hallabandebajo de l, vio el cordn de plata que se extenda desde

    su "nuevo" cuerpo hasta el viejo, que yaca en posicinsupina. Mientras observaba que el cordn se tornaba grisoscuro, espantosas manchas aparecan en el lugar en queste se una al cuerpo que estaba en el suelo, hasta queal f in se marchit y cay como si fuera un cordnumbilical. Pero Algernon permaneca all como pegado alcielo raso. Lanz fuertes gritos en demanda de auxilio,sin darse cuenta de que se hallaba fuera de un cuerpomuerto y en el plano astral. Y all continuaba, adherido

    al decorado techo de aquella vieja casa, itivisible paraaquellos ojos alelados que miraban dentro del cuarto debao, permanecan un rato observndolo todo, y despusse iban para dejar su lugar a otros. Y pudo observar quela camarera volva en s, miraba la sangre en medio de lacual haba cado, gritaba y volva a perder el sentido.

    La impostada voz del mayordomo rompi el silencio.

    Vamos; vamos! dijo No caigamos en el pnico.

    Usted, Bert agreg, sealando al lacayo, vaya a buscara la polica y al doctor Mackintosh. Y me parece quetambin sera conveniente llamar a la funeraria.

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    Dicho esto hizo un gesto imperioso al lacayo y sevolvi hacia los dos cuerpos. Levantndose los pantalonespara que no se le formaran arrugas en las rodillas, seinclin y, con mucho cuidado, tom de la mueca a lacamarera y lanz una exclamacin de enorme disgusto almancharse su mano de sangre. Rpidamente retir lamano y se sec la sangre en la falda de aqulla. Despus,asiendo a la pobre mucama de una pierna de un tobi-llo, la arrastr fuera del cuarto de bao. Hubo algunasrisitas contenidas cuando la falda se enroll en 'su cintura yluego a la altura de los hombros, pero pronto seacallaron ante la severa mirada del mayordomo.

    El ama de llaves se aproxim, se inclin con la mayorgravedad y, en homenaje al pudor, acomod la falda dela camarera. Dos criados la levantaron y la llevaron co-rriendo por el pasillo, salpicando todo con la sangre quechorreaba de sus ropas.

    El mayordomo se abri paso dentro del cuarto debao y observ con atencin.

    Ah, claro! dijo Ah est el instrumento con el

    cual sir Algernon puso fin a su vida aadi, al par quesealaba una navaja de afeitar tinta en sangre que habacado al suelo cerca de la baera.

    Permaneci inmvil como un monolito en la puerta delcuarto de bao, hasta que desde afuera vino el rumor delgalopar de caballos.

    Ya ha llegado la polica, seor Harris dijo el lacayoal entrar, y el mdico est en camino.

    Desde el vestbulo de entrada llegaban voces atrope-lladas; despus se oy el resonar de unos pasos firmes,muy marciales, por la escalera y el corredor.

    Bien, bien; qu pasa aqu? pregunt una vozspera Tengo entendido que hubo un suicidio, peroestn seguros de que de eso se. trata? Quien hablabaera un polica de uniforme azul, que asom la cabeza en elcuarto de bao al tiempo que extraa automticamente suanotador, siempre listo, del bolsillo superior de la

    chaqueta. Tom un cabo de lpiz, lo moj con la lengua yabri con cuidado la libreta. En ese momento se oy el

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    trote ligero de un caballo y otra vez hubo una conmo-cin en el vestbulo, seguida por el resonar de unos pasosmucho ms leves y ms rpidos en las escaleras. Un

    hombre delgado llegaba con una valija negra. Ay, seor Harris! dijo el joven que, en realidad,

    era e l mdico Me han dicho que hay un enfermoaqu... Quizs algo trgico, no?

    Vamos, vamos, doctor! intervino el rubicundopolica Todava no hemos concluido la investigacin.

    Tenemos que averiguar la causa del deceso...P e r o , s a r g e n t o r e p l i c e l m d i c o , e s t

    usted seguro de que est muerto? No habra queverif icarl o antes?

    Sin decir palabra, el sargento le seal el cuerpo y lehizo reparar en el hecho de que casi tena la cabezaseparada del cuello. La herida apareca bien abierta, ahoraque toda la sangre haba salido del cuerpo, cubriendo elpiso del cuarto de bao y la alfombra del corredor.

    Y bien, seor Harris dijo el sargento, qu nospuede decir de esto? Quin lo hizo?

    El mayordomo se moj nerviosamente los labios, mo-lesto como estaba por el cariz que tomaban las cosas.Senta como si estuviesen por acusarlo de homicidio,pero hasta el ms ignorante se habra dado cuenta de quela herida haba sido hecha por propia mano. Con todo,haba que andar con cuidado con la autoridad, de ma-nera que respondi:

    Como b i en sabe us t ed , me l l amo Geo rge Har r i s y s oy el mayordomo de la casa. Tanto el personal como yo

    nos asustamos al or gritar a la camarera AliceWhite, cuyos alaridos iban subiendo de tono cada vezms hasta tal punto que cremos que nuestros nerviosiban a estallar; despus se oy un golpe y nada ms.Entonces subimos corriendo hasta aqu y nosencontramos hizo una pausa dramtica y extendi lasmanos en direccin al cuarto de bao con esto...

    El sargento musit algo para s y se mordi el bigote,

    unos enormes mostachos que le caan a los lados de laboca.

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    Que venga esa tal Alice White dijo. Quiero interro-

    garla ahora. Oh, no! intervino el ama de llaves, quien llegabapor el corredor No se puede, sargento; tenemos quebaarla, pues est cubierta de sangre, y tiene un ataquede histeria. Pobrecilla, no es para menos. Y no pienseusted que va a venir aqu a intimidamos, porque eso nolo hemos hecho nosotros; y debo recordarle todas lasveces que ha venido usted de noche a mi antecocina paraque le diese sus buenas comidas...

    Bien; mejor ser que echemos un vistazo al cuerpodijo el mdico, adelantndose con suma cautela. Esta-mos perdiendo mucho tiempo y as no vamos a ningunaparte. Dicho esto dio un paso hacia adelante y concuidado se quit los gemelos de los puos almidonados, losguard en un bolsillo y se recogi las mangas, despus dedarle su chaqueta al mayordomo para que se la tuviera.

    Se inclin y examin atentamente el cuerpo sin to-carlo. Despus, con un movimiento rpido del pie, lo diovuelta hasta que qued boca arriba con los ojos fijos.

    La entidad que haba sido Sir AlgernoM observaba conasombro todo aquello. Se senta muy raro. Por un mo-

    , mento no pudo entender qu haba sucedido, pero al-guna fuerza extraa lo mantena sujeto al cielo raso, enposicin invertida, contemplando los ojos muertos, vi-driosos y sanguinolentos del difunto Algernon. Segua enesa posicin, contra el techo, como en xtasis, hechizado

    por la extraa experiencia, cuando su atencin quedpendiente de las palabras del seor Harris.

    S, el pobre Sir Algernon fue oficial subalterno de laGuerra de los Bers. Luch con gran denuedo contrastos y result malherido. Por desgracia lo hirieron en unlugar muy delicado, que no puedo nombrar con msprecisin ante las damas presentes, y en .estos ltimostiempos su incapacidad cada vez Mayor para... desempe-arse lo haba llevado a ataques de depresin. En muchas

    ocasiones, nosotros y otras personas le omos decir queno vala la pena vivir la vida sin sus exigencias y ame- ,nazaba con poner fin a todo.

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    El ama de llaves prorrumpi en un sollozo de conmise-racin y lo propio hizo su segunda ama. El primer criado

    coincidi, en un susurro, en que l tambin haba ododecir tales cosas. En tanto, el mdico haba advertidounas toallas ordenadamente dispuestas en los toalleros, ycon diligencia las extendi sobre el piso del cuarto debao. Con el pie hizo a un lado la sangre que ya habacomenzado a coagularse y, al observar que en una barrahaba una gruesa estera de bao, la coloc en el suelo,

    junto al cuerpo, y se arrodill. Tom su estetoscopio demadera y, luego de desabrochar la camisa del cadver,

    coloc un extremo en su pecho a la vez que apoyaba unodo en el opuesto. Todo el mundo permaneca quieto ycontena la respiracin, hasta que al cabo el mdico hizoun movimiento de cabeza.

    No, no hay seales de vida. Est muerto.Dicho esto retir el estetoscopio, lo guard en un

    bolsillo especial de sus pantalones y se puso de pie.Despus se limpi las manos con un trapo que le exten-

    da el ama de llaves.Doctor inquiri el sargento, sealando la navaja, esse el instrumento que caus la muerte de este hombre?

    El mdico mir la navaja, la movi con un pie ydespus la levant con el trapo.

    S dijo. Esto le seccion las cartidas, pasandopor las yugulares. La muerte debe de haberse producidocasi en forma instantnea. Yo calculo que habr tardadosiete minutos en morir.

    El sargento Murdock estaba muy atareado mojando ellpiz y tomando abundantes notas en su libreta. En esosmomentos se oy el pesado andar de un carruaje tiradopor caballos y otra vez son la campanilla de calle en lacocina. Hubo voces en el vestbulo y en seguida aparecipor las escaleras un hombrecillo elegante que salud- conuna ceremoniosa inclinacin de cabeza al mayordomo, almdico y al sargento, en ese orden.

    Puedo llevar ya el cadver? pregunt. Me pidie-ron que viniera aqu a buscar un cuerpo, el de unsuicida.

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    El sargento mir al mdico y ste al sargento, y luegoambos se volvieron al seor Harris.

    T i ene us ted a l go que dec i r a l r espec to , seorHarris? Sabe si va a venir algn pariente del occiso? inquiri el sargento.

    No, sargento , No tendr a t iempo para l legar tanrpido. Creo que el pariente ms cercano vive a mso menos media hora de viaje con un buen caballo, y ya hemandado a un mensajero. Me parece que lo adecuadosera que la empresa se llevara el cuerpo al depsitoporque, por supuesto, no podemos dejar que los parien-

    tes de Sir Algernon lo vean en tan deplorable estado, no escierto?El sargento mir al doctor y el doctor mir al sar-

    gento; en seguida, los dos dijeron al mismo tiempo ques; pero el sargento, como representante de la autoridad,aadi:

    Est bien. Llvense el cuerpo, pero debemoscontar con un informe muy detallado en la comisara loantes posible. El inspector querr tenerlo antes de la maana.

    Deber informar al mdico forense, pues esposible que l quiera efectuar la autopsia dijo el mdico.El mdico y el sargento se retiraron. El hombre de la

    1, funeraria hizo salir amablemente al mayordomo, a loscriados, al ama de llaves y a las mucamas, y a conti-nuacin subieron las escaleras dos de sus empleados con 1

    un fretro. Entre ambos lo depositaron en el suelo, fueradel cuarto de bao, y retiraron la tapa. Adentro, ste sehallaba cubierto de aserran hasta la cuarta parte. Los

    hombres se introdujeron en el cuarto de bao, levantaron1- el cuerpo y lo depositaron sin miramiento alguno sobreel aserrn. Luego volvieron a colocar la tapa.

    Indiferentemente se lavaron las manos en el lavabo y,como no encontraron toallas limpias, se las secaron conlas cortinas. Despus salieron 1 corredor, dejando a supaso manchas de sangre semicoagulada en la alfombra.

    Levantaron el fretro refunfuando y se dirigieron a laescalera.

    1 A ver si echan una mano aqu, ustedes pidi el de

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    la funeraria a dos criados. Sostengan el extremo deabajo para que no se nos caiga.

    Los dos hombres se apresuraron a hacerlo, y as baja-ron el fretro con cuidado por las escaleras y lo llevaronfuera, donde lo deslizaron dentro de un carruaje negro.El hombre de la empresa subi al interior y sus dospeones treparon al pescante, tomaron las riendas y loscaballos se echaron a andar Ion paso cansino.

    El sargento Murdock volvi a subir las escaleras, pen-sativo, y se introdujo en el cuarto de bao. Tom con eltrapo la navaja abierta, la puso a un lado, y acto seguidorealiz una inspeccin para ver si poda hallar algo msque sirviese de prueba.

    El espritu de Sir Algernon, pegado al cielo raso, mi-raba hacia abajo totalmente estupefacto. Entonces, quinsabe por qu; el sargento volvi la vista hacia el techo,lanz un grito de espanto y cay con un golpeqerompi la tapa del asiento. Despus, el espritu de SirAlgernon se desvaneci y perdi toda conciencia, salvo la

    de un extrao zumbido, un misterioso remolino y unasnubes oscuras que giraban como el humo de una lmparade parafina cuya llama estuviese muy alta y hubiesequedado abandonada en una habitacin.

    Y as las tinieblas se hicieron sobre l y el espritu deSir Algernon ya no tuvo inters por lo que suceda, almenos por el momento.

    Algernon Reginald St. Clair de Bonkers se movi in-quieto en lo que pareca ser un profundo sueo produ-

    cido por algn narctico. Extraos pensamientos bullanen su semiembotada conciencia. Le llegaban rumores ais-lados de msica celestial seguidos de sonidos infernales.Se revolvi con desasosiego y, en un momento de mayorlucidez, se movi y not con asombro que sus movi-mientos eran pesados, torpes, como si estuviese inmersoen una masa viscosa.

    Se despert sobresaltado y trat de sentarse en posi-cin erecta, pero observ que sus movimientosestabanlimitados, pues slo poda efectuarlos con lentitud. Elpnico se apoder de l y se debati angustiado, pero

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    advirti que sus movimientos eran pausados, ampulososy se calm bastante. Se toc los ojos para ver si estabanabiertos o cerrados, porque no vea luz alguna. Baj las

    manos para palpar la cama, y entonces se estremeciaterrado porque debajo de, l no haba lecho alguno:estaba suspendido como l mismo se dijo "como unpez mtid en-un jarabe, en 'un acuario".

    Por Un momento se debati dbilmente con los brazos,como si nadara, tratando de empujar contra algo parallegar a alguna parte. Pero con la misma fuerza que lempujaba con sus manos y brazos extendidos y con todoel mpetu de sus pies, lo mismo haca un "algo" que lo

    retena.Asombrado, not que sus esfuerzos no le quitaban el

    aliento ni lo agotaban; de modo que, al er que elloseran intiles, se qued quieto y se puso a pensar.

    "Dnde estaba yo? ", trat de recordar. " Ah, s!Ya me acuerdo: resolv suicidarme porque no tena sen-tido continuar de la manera como iba, sin tener contactocon mujeres a causa de mi incapacidad. Qu desgraciaque aquellos malditos bers acertaran en ese lugar! ",murmur para s.

    Permaneci un momento pensando en el barbado berque haba levantado su fusil y deliberadamente, muydeliberadamente, le haba apuntado, no con la intencinde matarlo, sino con el claro propsito para decirlo conla debida correccin de privarlo de su hombra. Pensen el "estimado seor vicario", quien haba recomendadosu casa como lugar muy seguro para las mucamas que

    quisieran ganarse la vida. Y pens, adems, en su padrequien, cuando l era un muchachito y an concurra a laescuela, le dijo: "Bien, Algernon, hijo mo, ya es tiempode que sepas las cosas de la vida. Tendrs que practicarlascon alguna de las mucamas que aqu tenemos. Vers quees muy bueno hacerlo, pero por cierto no debes tomarlas cosas demasiado en serio. Esas clases inferiores estnaqu porque ello nos conviene, te enteras? "

    "S", pens; "hasta el ama de llaves se sonrea de un

    modo peculiar cuando alguna mucama especialmente bien

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    parecida entraba a servir. Entonces, sta le deca: 'Aquestar usted segura, querida, pues el amo no la molestaren absoluto. Es como esos caballos que andan por ah...

    usted me entiende, que han sido tratados por el vete-rinario... De modo que aqu estar perfectamente bien',dicho lo cual se retiraba con una risita socarrona."

    Algernon record su vida con algunos detalles. El im-pacto del proyectil y cmo se haba doblado y vomitadode angustia. En sus odos todava resonaba la bronca risadel viejo campesino ber como l deca: "No ms

    aleo para ti, hijo. Ya no podrs perpetuar el apellido de

    tu familia. Ahora sers como esos eunucos de los que sehabla por ah".

    Algernon sinti que enrojeca de vergenza y recordsu plan largamente meditado de suicidarse a partir de laconclusin, a la cual haba arribado, de no poder seguirviviendo en tales condiciones. Le haban parecido total-mente intolerables las veladas alusiones a su incapacidad,cuando el vicario lo llam para decirle que le agradaracontar con un joven como l para colaborar con las

    congregaciones femeninas y las clases sabatinas de cos-tura, porque como deca "Nosotros no tendramosque preocuparnos demasiado, no es cierto? , ni abogarpor el buen nombre de la Iglesia, no es verdad? "

    Y, adems, estaba aquel mdico, el antiguo doctor dela familia Mortimer Davis, que sola ir por la tarde ensu viejo caballo Wellington. Cuando llegaba, se sentabanen el estudio y tomaban juntos una copa de vino, pero la

    tranquilidad siempre terminaba cuando el mdico deca:"Y bien, Sir Algernon; me parece que debera someterloa un examen para ver si no le estn apareciendo carac-teres femeninos. Porque si no tomamos precaucionesmuy extremas, podra ocurrir que desapareciese el pelode su barba y... ejem... se le desarrollasen las mamas.Una de las cosas de las cuales debemos estar pendienteses de todo cambio que pueda producirse en el timbre desu voz; porque, como han desaparecido ciertas glndulas,

    la qumica de su cuerpo ha cambiado". Y el mdico loobservaba de modo muy zumbn para ver cmo lo toma-

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    ba. Despus aada: " vaya! Me gustara beber una copade vino, porque el que tienen ustedes es buensimo. Suestimado padre era un buen conocedor de los placeres de

    la vida, en particular en cuanto a mujeres... Vaya,vaya, vaya! "

    Para el pobre Algernon, la medida se colm cuandocierto da oy que el mayordomo deca a la casera: "Esalgo espantoso lo que le ha ocurrido a Sir Algernon, noes cierto? Un joven tan varonil, tan vital, verdaderoarquetipo de hombre. Recuerdo bien antes que ustedviniera aqu y l fuera a la guerra que sola ir a caballoa cazar con perros y qu impresin inmejorable produca a

    las matronas del distrito. No hacan ms que invitarlo areuniones y siempre lo consideraban el mejor partido y elhombre ms apropiado para sus hijas en edad de merecer.Y ahora..., las madres del lugar lo miran con lstima,pero al menos saben que no hace falta una dama de com-paa cuando l sale con sus nias. Un hombre muyinofensivo, muy inofensivo, en verdad".

    "S", recapacit Algernon, "un hombre muy inofen-

    sivo. Pero quisiera saber qu habran hecho ellos en milugar, tirado all en el campo de batalla, sangrando, conlos pantalones del uniforme tintos de rojo, y el cirujanoque vena para cortarme la ropa y amputar con el bisturlos despedazados restos de lo que a un hombre lodiferencia de una mujer. Oh, qu tortura! Hoy existelo que se llama cloroformo, que sirve para aliviar eldolor, para que no se sienta el tormento de una opera-cin; pero en el campo... No, all no hay ms que un

    bistur que corta y una bala entre los dientes para queuno pueda morderla y no gritar. Y, despus, la vergenza,el oprobio de no tener... eso! Soportar la mirada delos compaeros subalternos, que lo observan a uno comoturbados, y al mismo tiempo se ponen a decir cosassoeces a nuestras espaldas.

    "S, qu vergenza, qu vergenza! El ltimo des-cendiente de una familia antigua, los Bonkers, que lle-

    garon con la invasin de los normandos y se estable-cieron en esa saludable regin de Inglaterra para fundar

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    una gran casa solariega y tener granjeros. Y ahora, l, elltimo eslabn, impotente por servir a su pas, impotente y

    a merced de las risas de sus iguales. Pero, de qupueden rerse? ", pens, "de un hombre que queda dismi-nuido por servir a los dems? " Y pens que ya, por haberluchado por su tierra, su linaje quedara sin descendencia.

    Algernon yaca all, ni en el aire ni en la tierra. Nosaba dnde se encontraba. Se hallaba all, debatindosecomo un pez recin pescado, y entonces pens: "Estarmuerto? Qu es la muerte? Yo me he visto muerto,entonces cmo estoy aqu? "

    Inevitablemente, sus pensamientos volvieron otra vezsobre los hechos ocurridos desde su regreso a Inglaterra. Yse vio caminando con cierta dificultad, observando conatencin los gestos y las actitudes de sus vecinos, sufamilia y sus servidores. La idea de que deba eliminarse,de que deba acabar con esa vida intil, haba ido to-mando cuerpo. En cierta oportunidad se haba encerradoen su gabinete para tomar una pistola, limpiarla concuidado, cargarla y dejarla ya preparada. Esa vez haba

    colocado la boca de fuego en su sien derecha, tirando deldisparador. Pero se fue un intento fallido. Durante unosinstantes qued aturdido, incrdulo: su fiel pistola, quehaba llevado consigo y utilizado durante la guerra, alfin, lo haba traicionado, puesto que an segua vivo.Extendi una hoja limpia de papel sobre el escritorio ydeposit la pistola sobre ella. Todo estaba como debaestar: la plvora, el proyectil y la cpsula, o sea, perfec-tamente en orden. Volvi a armar todo y, sin pensar, tir

    del disparador. Hubo un fuerte estampido y la ventana sehizo aicos. Entonces se oyeron pasos que llegaban a lacarrera y unos fuertes golpes a la puerta. Se levantlentamente y fue a abrir. El mayordomo, que era quienhaba acudido, estaba plido y asustado.

    Ay, Sir Algernon, Sir Algernon! Pens que algoterrible haba sucedido dijo, sumamente agitado.

    Oh, no! No ha ocurrido nada. Estaba limpiando la

    pistola y sta se dispar... Haga que vengan a arreglar laventana, quiere?

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    Despus de eso, en una ocasin quiso salir a cabalgar.Esa vez l haba elegido una vieja yegua tordilla y aban-donaba el establo cuando el mozo de cuadra rio entredientes y le susurr al establero: "Qu te parece? Dosviejas yeguas juntas, ahora". El se volvi y le asest ungolpe con la fusta al muchacho, despus de lo cual dej lasriendas sobre el cuello de su cabalgadura, se ape y se diri-gi presuroso a su casa para no volver a montar nunca ms.

    En otra oportunidad pens recurrir a una extraaplanta procedente del Brasil, pas poco menos que desco-nocido, de la cual se deca qu provocaba la muerte

    instantnea a quienes mordieran sus bayas y sorbieran suvenenoso zumo. Y as lo haba hecho, pues un viajero lehaba regalado un ejemplar de tal. planta. Durante das lareg y la cuid como a un nio recin nacido; y cuando

    ya estaba florecida y en su plenitud, tom las bayas y sel len de el las la boca. " Ay, qu suplicio! ", pens; "qu vergenza! No produjeron la muerte, sino cosasmil veces peores. Qu trastornos gstricos! Nunca, entoda la historia", pens, "ha existido purga que se le

    parezca, una purga tal que no diera el menor tiempo anada. Y el espanto de la casera cuando tuvo que recogersus prendas sucias y drselas a la lavandera." De slopensarlo le suban los colores a la cara.

    Y, despus, esa ltima tentativa. Se haba dirigido aLondres, al mejor cuchillero de la ciudad, y logrado lamejor y ms afilada navaja, un hermoso instrumento conel nombre y el sello de su fabricante. Sir Algernon habatomado esta hoja estupenda y la haba asentado y asen-

    tado muchas veces. Despus, con un rpido movimiento,se cort la garganta de oreja a oreja, de manera que lacabeza se mantuvo sobre los hombros slo merced a lasvrtebras cervicales.

    Por eso se haba visto muerto. Saba que estaba muertoporque saba que se haba suicidado, y porque des-pus mir desde el cielo raso y de un rpido vistazocomprob que estaba en el suelo. Y ahora permaneca en

    la oscuridad, en una profunda oscuridad, pensando ypensando.

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    La muerte? Qu era la muerte? Haba algo despusde ella? Tanto l como sus subordinados y otros ofi-ciales haban conversado en misa acerca del tema. Elsacerdote hablaba de la vida eterna, del ascenso a loscielos, y un ostentoso hsar, un mayor, dijo: " Oh, no,padre! Estoy seguro de que eso es absolutamente err-neo. Cuando uno est muerto est muerto, y eso es todo.Si yo mato a un ber, me quiere decir que va a irderecho al cielo o al otro mundo? Si lo mato con unabala en el corazn y le pongo un pie en el pecho, puedodecirle que est perfectamente debajo de m, muerto,acabado como un miserable cerdo. Cuando estamosmuertos estamos muertos, y eso es todo".

    Volvi a meditar en todas las discusiones acerca de lavida posterior a la muerte. Se preguntaba cmo alguienpoda decir que hubiese vida despus de ella. "Si se mataa un hombre... pues, ste queda muerto y eso es tdo.Si existiera un alma veramos que algo sale del cuerpo almorir, no es cierto? "

    Algernon pensaba en todo eso sin saber qu habaocurrido ni dnde estaba. Y de pronto le asalt la ideaterrible de que quiz todo no fuese ms que una pesa-dilla y que tal vez hubiese padecido una alteracin men-tal y estuviese internado en un asilo de . locos. Concuidado tante en derredor de s para ver si haba co-rreas que lo sujetasen, pero no: flotaba nada ms, flotabacomo un pez en el agua. Y volvi a preguntarse qusucedera. "Era la muerte? Estoy muerto? Entonces, si

    estoy muerto, dnde estoy, qu estoy haciendo en esteestado extrao, flotando a la deriva? "

    Las palabras del sacerdote volvieron a su mente:"Cuando dejes tu cuerpo, un ngel estar all para reci-birte y guiarte. Sers juzgado por Dios en persona ytendrs el castigo que el propio Dios dictamine".

    Algernon pensaba en todo eso. "Si Dios fuese un Diosamable, por qu habra de castigar a las personas no

    bien mueren? Y si la persona est muerta, cmo esposible que la afecte el castigo? Pero all estaba l",pens, "echado y quieto, sin ningn dolor en particular,

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    sin ningn placer especial, sino simplemente echado contoda quietud".

    En ese momento, Algernon se sobresalt temeroso.Algo lo haba rozado. Era como tener una mano metidaen el crneo. Tuvo la impresin, no de una voz, sino lasensacin de que alguien estuviese pensando en l: "Paz,calma, escucha".

    Por unos instantes, Algernon se debati y trat de huir.Aquello era demasiado misterioso, excesivamente inquie-tante, pero estaba como clavado. Y entonces tuvo otravez aquella impresin: "Paz, calma y librate de eso".

    Pens: "Soy oficial y caballero. No debo sentir pnico.Debo servir de ejemplo a mis hombres". Y as, confun-dido como estaba, guard compostura y dej que latranquilidad y la paz entraran en l.

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    CAPITULO III

    Algernon sinti de pronto un estremecimiento que loconmovi y el pnico se apoder de l. Por un instantele pareci que el cerebro estaba por estallar dentro delcrneo.

    En torno, las tinieblas se tornaban cada vez ms espe-sas, pero si bien no poda ver nada en medio de aquellatotal oscuridad, inexplicablemente sen ta unas trgidas

    nubes, ms negras que esa cerrazn, que se revolvan enderredor y lo rodeaban.En medio de las tinieblas le pareci distinguir un

    brillante rayo de luz, como una delgada lnea, que lle-gaba hasta l y lo tocaba; y a travs de esa fina lnea queconstitua aquel rayo luminoso tuvo la impresin de quele decan: "Paz, paz, sernate y hablaremos contigo".

    Con un esfuerzo sobrehumano, Algernon luch contrael pnico que lo invada y gradualmente se fue calmando

    hasta que otra vez pudo reposar con cierta placidez a laespera de los acontecimientos. Estos no tardaron en ma-nifestarse: "Queremos ayudarte... Estamos muy ansiosospor auxiliarte, pero t no nos dejas..."

    Sinti qe eso le daba vueltas en la cabeza, "t nonos dejas", pens: "pero si yo no he pronunciado unasola palabra, cmo pueden decir que no dejo que meayuden? No s ni quines son ni tampoco qu quierenhacer; no s siquiera dnde estoy. Si esto es la muerte",

    pens, "qu es, pues? Es la negacin de todo? Lanada? Estar condenado por toda la eternidad a vivir en

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    una oscuridad como sta? Pero as, incluso, esto planteaun problema", pens. "Vivir? Pues bien, dnde estoyviviendo? "

    Las ideas bullan y su cabeza era un torbellino. Recor-daba lo aprendido en su niez: "La muerte no existe...Yo soy la Resurreccin. En la casa del Seor hay muchasmoradas. . . Yo preparar un camino para t i . . . Si teportas bien irs al cielo... Si te portas mal, al infierno.Slo los cristianos tienen la posibilidad de ir al cielo"..Muchas cosas contradictorias, muchas cosas equivo-cadas... Cosas que el ciego ensea al ciego. Los sacer-dotes y los preceptores de la Escuela Dominical que,aunque ciegos, queran ensear a los dems, a los queconsideraban an ms ciegos. Y pens: "El inf ier-no? Qu es el infierno? Qu es el cielo? Existe elcielo? "

    En mitad de sus reflexiones le interrumpi un pensa-miento imposible de dominar: "Estamos dispuestos aayudarte si antes admites que ests vivo y que hay vidadespus de la muerte. Queremos ayudarte si ests prepa-

    rado a creer sn reservas en nosotros y en lo que pode-mos ensearte".

    Algernon se rebelaba contra esa idea. Qu era eso deaceptar ayuda? Qu, esa disparatada tontera de creer?qu era lo que t en a que creer? Si deba creer , esosignificaba que haba alguna duda. Lo que l quera eranhechos y no cosas en las que creer. El hecho era quehaba muerto por propia mano; lo segundo, que habavisto su cuerpo muerto; y lo tercero, que en ese mo-

    mento estaba en una total oscuridad, al parecer inmersoen cierta sustancia viscosa y trgida que le impedamoverse demasiado. Y, ahora, esos tontos que, no sabade dnde, enviaban pensamientos a su mente para decirleque deba creer. Y bien; pero, qu era lo que tena quecreer?

    "Ests en la etapa siguiente a la muerte", le decaaquella voz, pensamiento, impresin o lo que fuere. "En

    la Tierra has recibido instruccin equivocada,- te hanenseado mal y tu orientacin ha sido errnea; y si

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    quieres liberarte de la prisin que te has impuesto a ti

    mismo, nosotros te sacaremos de ella." Algernon perma-neci silencioso y medit en eso hasta que de prontopens con resolucin: "Muy bien; si pretenden que crea,antes deben decirme qu me est sucediendo. Ustedesdicen que me encuentro en la primera etapa despus dela muerte, pero yo crea que la muerte era el fin detodas las cosas"..

    " Eso es! ", prorrumpi con gran vehemencia aquelpensamiento o voz. " Eso es! Te hallas rodeado por las

    negras nubes de la duda, por los densos nubarrones de lasin razn. Te rodean las tinieblas de la ignorancia, y eseaislamiento en que te encuentras te lo has forjado t, telo has impuesto a ti mismo y slo t puedes destruirlo."

    A Algernon eso nole gustaba un pice. Le pareca quele estuvieran echando la culpa de todo. "Pero no tengorazn alguna para creer", dijo entonces; "slo puedoatenerme a lo que me han dicho. En las distintas parro-quias me han enseado diversas cosas y desde mi niezme adoctrinaron las maestras de la Escuela Dominical yuna gobernanta. Y ahora creen ustedes que puedo des-hacerme de todo eso simplemente porque a mi mentellega una impresin desconocida, que no s qu es?

    Hagan cualquier cosa para demostrarme que hay algo msall de estas tinieblas."

    De pronto apareci un hueco en medio de la oscuri-dad. Las sombras se apartaron de improviso, como si se

    corriese el teln de un escenario para que los actorespudieran comenzar la representacin, y poco falt paraque Algernon perdiera el sentido por la impresin que leprodujo una luz brillante y las portentosas vibracionesdel a i re . A punto estuvo de lanzar un gr i to por e larrobamiento de ese instante; pero en seguida... la duda.Y, con la duda, otra vez esa marejada de tinieblas, hastaque de nuevo qued inmerso en aquella trgida oscuri-dad. La duda, el pnico, los reproches a s mismo, todo

    se volva contra las enseanzas del mundo. Comenz adudar de su cordura. Cmo podan ser posibles cosascomo sa? Y entonces tuvo la certidumbre de que estaba

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    loco, persuadido de padecer alucinaciones. Su pensa-miento se volvi hacia aquella potente planta brasilea

    que haba ingerido y supuso que tal vez hubiese produ-cido efectos colaterales. Vio su cuerpo yacente en elsudlo... pero, lo haba visto, en realidad? Cmo podaverse a s mismo si estaba muerto? Record que habamirado hacia abajo desde el cielo raso y visto una por-cin de pelo ralo en la cabeza del mayordomo. Entonces,de ser eso verdad, cmo no haba notado antes esepunto de calvicie? De ser cierto, cmo no se habadado cuenta de que, evidentemente, el ama de llaves

    usaba peluca? Pensaba en todo eso y se debata entre laidea de que era posible que hubiese vida despus de lamuerte y la de que sin duda, estaba loco.

    "Dejaremos que tomes tu propia decisin, porque laLey seala que no se puede auxiliar a nadie a menos quela persona est dispuesta a aceptar auxilio. Cuando estspronto a recibir ayuda, dnoslo y volveremos. Y recuerdaque no hay razn alguna para que contines en este total

    aislamiento que te has impuesto. Esta oscuridad es pro-ducto de tu imaginacin."

    El tiempo no tena sentido. Los pensamientos iban yvenan, pero Algernon se preguntaba qu era la velocidaddel pensamiento. Cuntos pensamientos haba tenido?De saberlo, podra deducir cunto tiempo haca queestaba en esa posicin y en tal estado. Pero no; el tiempo

    ya no tena sentido. Nada tena sentido, por lo que

    poda apreciar. Extendi sus manos hacia abajo y advir-ti que debajo de l no haba nada. Lentamente, con unesfuerzo infinito, llev los brazos hacia arriba en toda sulongitud, pero no haba nada; nada que l pudiese perci-bir en absoluto. Nada, excepto esa extraa resistenciacomo si estuviese moviendo los brazos en un jarabe.Despus dej que las manos reposaran sobre su cuerpo ylo palp. $; all estaban su cabeza, su cuello, sus hom-bros... y por supuesto sus brazos, puesto que usaba sus

    manos para palparse. Pero en ese momento dio un res-pingo: estaba desnudo. Entonces, al pensarlo, comenz asonrojarse. Y si en ese momento llegaba alguna persona

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    y lo encontraba desnudo? En su medio social no sedeba aparecer as, eso "no era de hacer". Pero, por loque le pareca, an conservaba su cuerpo humano. En-tonces, sus dedos que tanteaban al azar, se detuvieron derepente y lleg a la absoluta conclusin de que, sin dudaalguna, estaba trastornado, loco, puesto que hurgandoencontr partes que le haban sido daadas por los fusi-leros bers y sus restos amputados por los cirujanos. Yahora estaba intacto otra vez! Era evidente que slo setrataba de su imaginacin. Era verdad, pens, que habacontemplado su cuerpo agonizante y que todava estabaagonizando. Pero entonces lo asalt el ineludible pensa-miento de que haba mirado hacia abajo. Cmo poda,pues, haber mirado hacia abajo siendo l el cuerpo queagonizaba? Y si haba podido mirar hacia abajo eraporque, obviamente, alguna parte de 11 su alma o comoquiera llamrsela deba de haber salido de su cuerpo.Adems, el mero hecho de haber podido mirar haciaabajo y verse a s mismo indicaba que _"algo" habadespus de la muerte.

    Pero all estaba, pensando, pensando y pensando. Sucerebro pareca trepidar como una mquina. Poco a po-co, algunos pequeos conocimientos adquiridos en elmundo aqu y all fueron ponindose en su sitio. Seacord de cierta religin... Cmo era? Hinduismo?Islamismo? No lo saba, pero era una de esas estramb-ticas religiones forneas que slo los nativos profesaban,pero que no obstante enseaban que hay vida despus de

    la muerte y que cuando un hombre probo muere va a unlugar donde se dispone de incontables muchachas com-placientes. Pero l no vea chicas disponibles ni no dispo-nibles por ninguna parte, sino que estaba sumido en unaserie de pensamientos. Tieneque haber vida despus dela muerte, tiene que haber algo y tiene que haber al-guien; porque, de no ser as, cmo poda habrselecruzado por la mente ese pensamiento luminoso?

    Algernon dio un brinco, asombrado. " Oh! Est ama-neciendo! ", exclam. La oscuridad era menos densa enese momento, por cierto, y tambin menor la turgencia

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    que lo rodeaba; y observ que se hunda suavemente,muellemente hasta que sus manos extendidas por debajo

    del cuerpo tocaron "algo". A medida que el cuerpo sehunda cada vez ms s int i que sus manos se a fe-rraban... Pero, no, no poda ser! No obstante, otrostanteos le confirmaron que s, que sus manos estaban encontacto con un mullido csped. Despus, su cuerpoexange qued tendido sobre la hierba recortada.

    'Tuvo la cabal nocin de que al fin se hallaba en algnlugar material y que haba otras cosas adems de oscu-ridad; y cuando lo pens y se dio cuenta de ello, las

    tinieblas fueron menores y se hall como en una claridadvaporosa. A travs de la bruma pudo distinguir vagasfiguras, aunque no con nitidez, no lo bastante bien comopara saber de qu figuras se trataba, pero s que erantales.

    Mir hacia arriba y distingui una figura en sombras,pero con claridad. Pudo ver dos manos que se elevabancomo en actitud de bendecir, y despus oy una voz,esta vez, no un pensamiento dentro de su cerebro, sino

    una verdadera y beatfica voz que hablaba en ingls yque evidentemente perteneca a alguien que haba-estadoen Eton o en Oxford.

    Incorprate, hijo dijo aquella voz. Incorprate ythmam2. las manos. Vers que soy corpreo como t, yal notarlo tendrs una razn ms que te pruebe que estsvivo... Claro que de otra manera, pero vivo. Y cuantoantes te des cuenta de que ests vivo y de que hay vidadespus de la muerte, antes podrs entrar en la GranRealidad.

    Algernon intent dbilmente incorporarse, pero las co-sas parecan en cierto modo distintas puesto que noacertaba a mover sus msculos como de costumbre. En-tonces volvi a hablar aquella voz.

    Imagina que te levantas; imagina que te pones de pie.Lo hizo y, para su sorpresa, vio que se pona de pie y

    que lo sostena una figura que se tornaba cada vez ms

    clara y ntida hasta que pudo distinguir ante s a unhombre de mediana edad, de aspecto notablemente inteli-

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    gente y ataviado de amarillo. Algernon contempl entoda su extensin a aquella figura y, al bajar la vista, sevio a s mismo. Al notar que estaba desnudo lanz una

    repentina exclamacin de temor: Oh! dijo. Dnde est mi ropa? No puedo

    exhibirme as! La ropa no hace al hombre, amigo mo le dijo,

    amable y sonriente, aquella figura. Venimos a la tierradesprovistos de ropa y renacemos en este mundo tambindesnudos. Piensa en las prendas que quisieras tener pues-tas y las vers en ti.

    Algernon se imagin a s mismo vestido como unoven despreocupado, de pantalones de corte marineroazul oscuro, largos hasta los talones, y chaqueta de unrojo subido. Se imagin, asimismo, con un cinturn ex-traordinariamente blanco, con pistoleras, y pens en unosbotones brillantes y tan pulidos que poda ver su carareflejada en ellos. E imagin en su cabeza un casco negrocon una tira de cuero cruzada de mejilla a mejilla pordebajo de la barbilla, y en el flanco la vaina de un arma

    blanca. Entonces esboz para sus adentros una ntima ysecreta sonrisa al par que pensaba: " A ver, ahora; quelo hagan! " Pero su asombro no tuvo lmites cuando sevio el cuerpo ceido por un uniforme, ajustado con 'uncinturn y con borcegues militares. En su flanco habaun tahal del cualpenda la vaina y percibi el peso de lapistolera que tiraba del cinto hacia abajo. Por debajo delmentn sinti la presin del barbiquejo, y despus, alvolver la cabeza, pudo ver sobre sus hombros unas relu-

    cientes charreteras. Eso ya era demasiado... realmentedemasiado. Algernon se sinti desfallecer, y a buen segu-ro habra ido a dar sobre el pasto si aquel hombre demediana edad no se hubiese inclinado gentilmente parasostenerlo.

    Los prpados de Algernon temblaron.Creo, oh, Seor! , creo musit dbilmente Per-

    dona mis pecados; perdona las culpas en que pueda haber

    incurrido.El hombre que estaba con l sonri con indulgencia.

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    Yo no soy el Seor le di jo. No soy ms quealguien cuya tarea es la de auxiliar a los que llegan desdel a T i e r r a , a e s t a e t a p a i n t e r m e d i a ; y e s t o y d i s -puesto a prestarte esa ayuda cuando t lo ests a reci-birla.

    Algernon se enderez, esta vez sin dificultad.E s t o y p r e p a r a d o p a r a r e c i b i r e s a a y u d a q u e

    t p u e des prestarme dijo. Pero dime: has estado enEton o en Balliol?

    L l m a m e a m i g o n a d a m s r e p u s o l a f i g u r a

    a q u e l l a con una sonrisa. Despus nos ocuparemos detus preguntas. Antes tienes que entrar en nuestro mundo.

    Se dio vuelta y movi las manos hacia uno y otro ladocomo si descorriese cortinas, y por cierto que lo quesucedi fue algo as. Las penumbrosas nubes se disiparon,las sombras se desvanecieron y Algernon pudo observarque se hallaba de pie en el csped ms verde que jamsse hubiese visto. El aire que lo envolva vibraba devitalidad, lleno de vigor. Desde alguna parte que l igno-

    ra a le llegaban impresiones no sonidos, sino sensa-ciones de una msica... "Msica del aire", se le ocu-rri suponer; y. observ que era notablemente reconfor-tante.

    Haba gente que iba y vena como en los paseospblicos y eso le produjo la impresin, a primera vista,de que l tambin se hallaba caminando quiz por elGreen Park o el Hyde Park de Londres, si bien especial-mente embellecidos. Haba parejas sentadas en los ban-

    cos y personas que deambulaban, pero Algernon volvientonces a sentirse presa de un formidable espantoal advertir que algunas se movan a unos centmetrospor encima del suelo. Una de ellas realmente corraa campo traviesa a cerca de tres metros de la tierramientras otra la persegua, y ambas proferan voces degozosa felicidad. Entonces, de improviso, sinti un esca-lofro que le recorri la espina dorsal y se estremeci,pero en ese momento su Amigo lo tom levemente del

    brazo.

    Ven le dijo; sentmonos aqui, pues quiero hablar-

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    te un poco acerca de este mundo antes de seguir ade-lant, ya que en caso contrario lo que veas despus podra

    constituir en verdad un obstculo para tu recuperacin. Recuperacin... repuso Algernon. Vaya con la

    recuperacin! Yo no tengo que recuperarme de nada.Estoy perfectamente sano, perfectamente normal.

    Vamos le di jo su Amigo con una amablesonrisa; sentmonos aqu a contemplar los cisnes ylas dems aves, y podr darte una idea de la nuevavida que te aguarda.

    No sin cierta resistencia, y todava disgustado por la

    idea de que poda estar "enfermo", Algernon se dejconducir a un banco cercano.

    Pon te cmodo le d i j o e l Amigo no b i en sehubieron sentado. Mucho es lo que tengo que decirte;puesto que ahora te encuentras en otro. mundo, en otroplano de la existencia; de manera que cunta msatencin me prestes, con mayor facilidad podrsconducirte en este mundd.

    A Algernon le asombraba enormemente que los bancosdel parque fueran tan confortables, como si se adaptaran ala forma del cuerpo, cosa totalmente distinta de lo queocurra con los de los parques londinenses que l cono-ca, donde se poda tener la mala suerte de dar con unaastilla si uno se deslizaba en ellos.

    El agua era de un refulgente azul y los cisnes, deblancura deslumbrante, se deslizaban majestuosamente. Elaire, tibio, se mova trmulo. Entonces, de repente, a

    Algernon le asalt un pensamiento, una idea tan sbita yalarmante que casi le hizo dar un respingo en el asiento:No haba sombras! Mir hacia arriba y tampoco vio solalguno, sino que todo el cielo brillaba.

    Ahora hablaremos de esas cosas dijo el Amigo,porque debo aleccionarte de lo que concierne a estemundo antes que entres en la Casa de Reposo.

    Lo que me llama muchsimo la atencin expresAlgernon es ese manto amarillo que lleva puesto. Per-

    tenece usted a alguna congregacin o sociedad, o a algu-na orden religiosa?

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    Ay, Dios mo ! Vaya, las cosas que se te ocu-

    rren! Qu importancia puede tener el color de mi man-to? Qu puede importar que lleve puesto un manto? Silo llevo es porque quiero llevarlo, porque me pareceapropiado para m, porque constituye un uniforme parala tarea que desempeo. Sonri y luego agreg al parque sealaba las prendas de Algernon: T llevas tam-bin un uniforme: pantalones azul oscuro, chaqueta rojosubido y un casco especial en la cabeza. Y, adems, uncinturn blanco. Por qu ests vestido de esa manera

    tan llamativa? T te vistes como quieres vestirte, si biennadie te asignara aqu tarea alguna a causa de esa mane-ra de ataviarte. Del mismo modo, yo me visto como mecorresponde y porque ste es mi uniforme. Pero... esta-mos perdiendo el tiempo. A Algernon le bast con eso

    y, cuando mir en torno, pudo observar a otras personasde manto amarillo que conversaban con hombres y muje-res vestidos con prendas muy exticas. Debo decirte

    segua hablando su compaero que en la Tierra te han

    informado muy mal respecto de la verdad de la vida y dela verdad de la existencia posterior. Tus orientadoresreligiosos son una serie de individuos que se han puestode acuerdo, o un conjunto de anunciantes que pregonansus propias mercancas y se han olvidado por completode la verdad de la vida y de la vida posterior. Mir entorno y, despus de una pausa, continu: Observa atoda esa gente que anda por aqu: podras decir quines cristiano, quin' judo, budista o musulmn? Todos

    son iguales, no es cierto? Y todas las personas que vesen este parque, excepto las de manto amarillo, tienenalgo en comn: todas se han suicidado.

    Algernon se sobresalt. Si todos se haban suicidado,pens, entonces era posible que se encontrase en unhogar de insanos y quizs ese hombre de manto amarillofuese un guardin. Y pens en todas las cosas extraasque le estaban sucediendo, que ponan en tensin su

    credulidad. Debes saber que el suicidarse es una falta gravsima.

    Nadie debe hacerlo. No existen razones que lo justifi-

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    quen; si la gente supiese lo que debe sufrir despus de

    eso, tendra ms sensatez. Este es un centro de atencin prosigui su compaero donde a los que se han suici-dado se los rehabilita, se los aconseja y se los devuelve ala Tierra en otro cuerpo. En primer lugar, voy a hablarteacerca de la vida en la Tierra y en este plano de laexistencia.

    Se acomodaron mejor en el asiento. Algernon contem-plaba los cisnes que se deslizaban plcidamente en elestanque y observ que en los rboles haba multitud de

    pjaros y ardillas. Y vio, tambin, no sin inters, queotros hombres y mujeres de manto amarillo conversabancon las personas que tenan a su cargo.

    La Tierra es una escuela de instruccin donde lagente va para aprender por medio de penurias cuando nosabe hacerlo con bondad. La gente vu a la Tierra delmismo modo que all se va a la escuela; y, antes de bajara la Tierra, las entidades que van a tomar posesin de uncuerpo terrcola reciben asesoramiento acerca del mejortipo de organismo y de las mejores condiciones que lespermitirn conocer lo que han ido a aprender, o, para serms preciso, a fin de aprender aquello para lo cual enrealidad descienden a la Tierra. Porque, por supuesto, selos alecciona antes de partir. Ya lo vers por experienciapropia, de manera que permteme que te hable de esteplano en particular. Aqu estamos en lo que se denominael bajo astral. Su poblacin est de paso y se hallaconstituida exclusivamente por suicidas porque, como tehe dicho, el suicidio es una falta y quienes incurren enella son mentalmente inestables. En tu caso particular, tte suicidaste porque estabas incapacitado para procrearpor ser un mutilado; pero para eso fuiste a la Tierra, parasoportarlo y aprender a superar ese estado. Con todaseriedad te digo que antes de ir a la Tierra conviniste enque sufriras esa mutilacin, de manera que esto quieredecir que has fracasado en la prueba. Significa que tienesque comenzar de nuevo y pasar otra vez por todos esospadecimientos... O ms de una vez, si vuelves a fracasar.

    Algernon se senta totalmente abatido. Para l, lo que

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    haba hecho era lo ms digno del mundo al terminar conlo que supona una vida intil, y ahora le decan que

    haba cometido una falta y que deba expiarla. Pero yasu compaero continuaba hablando.

    Este plano, el astral inferior, est muy cerca delterrestre. Se encuentra lo ms bajo posible, pero sin quepor el lo se pueda volver en real idad a la Tierra. Tepondremos en una Casa de Reposo para llevar a cabo tutratamiento. All se procurar estabilizar tu estado men-tal, se tratar de fortalecerte para tu definitivo retorno ala Tierra no bien las condiciones lo permitan. r ero aqu,en este plano astral , podrs ir de un lado a otro avoluntad; o, si lo deseas, podrs volar por los aires conslo pensarlo. Del mismo modo, si llegas a la conclusinde que tu atuendo es absurdo como por cierto lo es,puedes cambiar esas, ropas con slo pensar en las que teagradara llevar.

    Algernon pens en un traje muy lindo que haba vistocierta vez en un pas trrido y que recordaba como muy

    blanco, liviano y de hechura elegante. Hubo de prontoun crujido y, al mirar alarmado hacia abajo, vio que suuniforme se desvaneca y lo dejaba desnudo. Grit asusta-do y se puso de pie con las manos en las pa-rtes vergon-zosas; pero apenas se hubo levantado se encontr conque ya tena puestas otras prendas: las que l habaimaginado. Avergonzado y Peno de rubor volvi a sen-tarse.

    Aqu vers que no tienes necesidad alguna de co-

    mida; con todo, si te asalta algn impulso de glotonera,puedes conseguirla, cualquiera sea la que deseares. Notienes ms que pensar en ella y se materializar en elaire. Piensa, por ejemplo, en tu plato preferido.

    Algernon reflexion uno o dos segundos y despuspens en un bistec, patatas asadas, tarta Yorkshire, zana-horias, nabizas, repollo, una buena copa de sidra y ungran cigarro para rematar la comida. No bien lo hubopensando cuando ante l apareci una forma vaga que sesolidific hasta corporizarse en una mesa cubierta con uninmaculado mantel blanco. Entonces aparecieron tambin

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    unas manos que fueron colocando la vajilla frente a l,las fuentes de plata, la cristalera... Algernon levant lastapas una a una y vio la comida que haba escogido,cuyo aroma pudo tambin percibir. Su compaero nohizo ms que mover las manos, y tanto la comida comola mesa desaparecieron.

    En rea l idad no hay n inguna neces idad de estascosas extravagantes, ninguna necesidad de esta clase vulgarde comida puesto que aqu, en este plano astral, elcuerpo absorbe su alimento de la atmsfera. Como

    puedes ver, en el cielo no brilla sol alguno, sino quetodo el cielo es el que brilla, y de l toman todas laspersonas el alimento que les hace falta. Aqu no haygente muy delgada ni muy gruesa, sino que todos sonsegn las exigencias del cuerpo.

    Algernon mir en derredor y pudo apreciar que esoera sin duda as: no haba personas gordas, no habapersonas flacas, no haba gente muy baja ni excesiva-mente alta, sino que todos estaban notablemente bien

    formados. Algunos de los que deambulaban tenan pro-fundas arrugas en la frente porque, sin duda, estabanconcentrados pensando en el futuro, dolindose del pa-sado y lamentando sus torpes acciones.

    A h o r a d e b e m o s i r a l a C a s a d e R e p o s o d i j o s u compaero ponindose de pie. Seguiremosconversando mientras caminamos. Tu llegada ha sido algoprecipitada, y si bien nosotros estamos siempre atentospor s i hay suicidas, haca tanto tiempo que t lo venaspensando que... ay! , nos tomaste bastantedesprevenidos cuando te inferiste aquella desesperadacuchillada final.

    Algernon se incorpor y sigui de mala gana a sucompaero. Lentamente se echaron a andar por el ca-mino que bordeaba al estanque y pasaron junto a peque-os corrillos de gente que conversaba. De tanto en tantose vea que algn par de personas se levantaba y comen-zaba a andar tal como haban hecho ellos.

    Aqu l a s cond i c i ones son ag radab l es po rque enesta etapa del proceso tienes que ser, digamos,reacondicionado para regresar a las penurias y sufrimientos

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    LOBSANG RAMPA

    Tierra. Pero recuerda que la vida terrestre no es ms queun pestao comparada con el Tiempo Real, y que cuan-

    do hayas concluido tu vida en la Tierra y la hayascumplido con xito, vers que no vuelves a este lugarsino que pasars de largo e irs a otra fase de los planosastrales, es decir, a un plano que depende de lo quehayas adelantado en la Tierra. Suponte que all vas a laescuela: si meramente pasas el examen, es posible quedebas quedarte en el mismo grado; pero si ' obtienesmejores notas podrs pasar al siguiente, y si alcanzasmencin honorfica hasta podras adelantar dos grados.

    Lo mismo ocurre en los planos astrales. Puedes salir de la Tierra con lo que llaman "muerte" y ser trasportado aun plano astral determinado; o, si has vivido extremada-mente, bien puedes ser conducido a un plano mucho mselevado y, cuanto ms alto subas, claro est, las condicio-nes sern mejores.

    ' Algernon estaba muy entretenido con los cambios depaisaje. Ms all de la zona del estanque penetraron porel claro de una cerca. Ante ellos se extenda un prado

    hermoso y bien cuidado; un conjunto de personas, sen-tadas en sillas, escuchaban a alguien que se hallaba de pie

    y que, como era notorio, pronunciaba una conferencia.No obstante, el compaero no se detuvo sino que prosi-gui su camino hasta que al cabo llegaron a una eleva-cin del terreno. Subieron por all y ante ellos apareciun hermossimo edificio, no blanco, sino con un ligerotinte verdoso, un color apacible que infunda tranqui-lidad y paz al espritu. Llegaron as a una puerta que se

    abri automticamente y entraron en un vestbulo bieniluminado.

    Algernon miraba en torno con enorme inters. Jamshaba visto lugar alguno tan hermoso, ni siquiera l, queperteneca a la clase alta de la sociedad inglesa y pensabaque conoca bastante la belleza de los edificios. Lascolumnas parecan etreas y de ese amplio vestbulo deentrada partan muchos corredores. En medio pareca

    haber un escritorio circular en torno del cual se hallabansentadas algunas personas.

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    YO CREO

    Les presento a nues t ro amigo A lgernon St .Clair de Bonkers dijo su acompaante,

    adelantndose hacia ellas. Creo que, como lo estabanesperando, le habrn asignado ya su habitacin.

    Hubo un rpido hurgar de papeles hasta que, al cabo,una joven repuso:

    S ; as es, seor. Har que lo conduzcan a sucuar to. Inmediatamente, un joven se levant y se dirigihacia ellos.

    Yo lo acompaar; por favor , s game di jo .El acompaante de Algernon hizo a ste una leve

    inclinacin de cabeza y luego se volvi para abandonar eledificio. Algernon sigui a su nuevo gua por un corredormuellemente alfombrado hasta llegar a una habitacinmuy espaciosa en la cual haba una cama y una mesa.Anexas a la habitacin haba otras dos ms pequeas.

    Ahora, seor, tenga la amabilidad de acostarse. Enseguida vendr un equipo de mdicos a examinarlo. Nopuede usted salir de su habitacin hasta que el faculta-tivo que se le ha asignado lo autorice. Sonri y sali

    del cuarto.Algernon mir en derredor y despus entr en las

    otras dos habitaciones. Una pareca un cuarto de estar,provisto de sillas y un confortable sof; la otra, pues...apenas era un cuarto muy pequeo, de suelo duro, conslo una silla rstica... y nada ms. " Oh! Por lo vistono hay aqu cuarto de bario", pens de pronto; pero alinstante advirti que para qu tendra que haberlo... Nohaba sentido, en realidad, ninguna necesidad de utili-zarlo, y quizs en ese lugar nadie tuviese que recurrir atales instalaciones.

    Permaneci de pie junto a la cama pensando quhacer. Tratar de escapar? Se aproxim a los ventanales

    y observ que se podan abrir perfectamente; pero cuan-do trat de pasar... no: alguna barrera invisible se loimpeda. Se sinti posedo de cierto pnico, pero retro-cedi hasta la cama y comenz a quitarse la ropa. "C-

    mo voy a hacer sin ropa de dormir? "; pens entonces;mientras, volvi a or aquel crujir. Mir hacia abajo y

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    LOBSANG RAMPA

    not que tena puesto un largo camisn blanco como los

    que haba usado durante su permanencia en la Tierra.Levant las cejas lleno de asombro y lentamente, pensa-tivo, se introdujo en la cama. Unos minutos despus oyque alguien golpeaba discretamente a su puerta.

    Pase! dijo Algernon, y entonces entraron trespersonas, dos hombres y una mujer, que se presentaroncomo integrantes del equipo de rehabilitacin.

    Algernon se asombr de que no hubiera estetoscopioalguno y de que no le tomaran siquiera el pulso, pues

    aquellas tres personas se sentaron, lo miraron y una deellas comenz a hablarle:

    E s t s a q u p o r q u e h a s c o m e t i d o l a g r a v ef a l t a d e suicidarte, con lo cual todo el tiempo quepermaneciste en la Tierra fue vano. De manera quetendrs que comenzar otra vez y soportar nuevasexperiencias con la esperanza de que aproveches estaprxima oportunidad y no reincidas.

    El hombre continu dicindole que se lo sometera aradiaciones tranquilizantes especiales para que recobrasepronto la salud, pues era preciso que retornase lo antesposible a la Tierra. Cuanto antes vol iese, ms fcil leresultara todo.

    P e r o c m o e s p o s i b l e q u e v u e l v a a l a Tierra? exclam Algernon Estoy muerto, o almenos mi cuerpo fsico est muerto; entonces, cmoconsideran ustedes que pueden ponerme de nuevo en l?

    S repuso la joven;