rampa lobsang - el manto amarillo

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    Captulo uno

    Extraas sombras se rizaban ante mi distrada miradaondulando en mi visin como polcromos fantasmas deun mundo remoto y agradable. El agua moteada de solestaba tranquila muy cerca de mi rostro.Suavemente met un brazo debajo de la superficie ycontempl las perezosas olitas que caus esemovimiento. Esforzando los ojos, mir lasprofundidades. S, aquella piedra grande y vieja, all eradonde l viva... y sala para saludarme!

    Perezosamente, pas los dedos por los lados del pez yainmvil excepto por el gil movimiento de las aletas,mientras se quedaba quieto junto a mi mano.

    l y yo ramos viejos amigos y con frecuencia iba aecharle comida al agua antes de acariciarle el cuerpo.Habamos llegado a la completa comprensin que slologran los que no se temen. Por entonces ni siquierasaba yo que los peces eran comestibles! Los budistasno les quitan la vida a los otros ni les hacen sufrir.

    Aspir profundamente y met la cara bajo la superficie,deseoso de mirar ms de cerca aquel otro mundo. Allme senta como un dios contemplando una forma devida muy diferente. En alguna corriente invisible ondu-laban levemente altas frondas, y fuertes plantas acuti-cas se erguan como los rboles gigantescos de unbosque. Un reguero arenoso serpenteaba bordeado porplantas verde-plidas que semejaban mucho un cspedbien atendido.

    Pececillos multicolores de grandes cabezas pasabanraudos y se lanzaban por entre las plantas en sucontinua bsqueda de alimento y diversin. Un enormecaracol de agua descenda trabajosamente por unagran roca gris para realizar su tarea de limpiar laarena.

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    Pero estaban a punto de estallarme los pulmones; elclido sol de medioda me abrazaba el cuello pordetrs y las speras piedras de la orilla me araaban lacarne. Lanzando una ltima mirada a mi alrededor mearrodill y agradecidamente respir hondo el fragante

    aire. Aqu, en MI mundo, las cosas eran muy diferentesque en el plcido mundo que yo haba estado estudiando.Aqu dentro haba remolinos; mucha inquietud. Dolin-dome un poco de la herida, que se me iba cicatrizandoen mi pierna izquierda, me puse en pie, apoy la espaldacontra un viejo rbol favorito mo y mir a mi alre-dedor.

    El Norbu Linga era como una llamarada de color; elverde intenso de los sauces, el escarlata y oro del Templo

    de la Isla y el denso, denssimo azul del cielo realzadopor el blanco puro de las deshilachadas nubes que llega-ban veloces sobre las montaas de la India. Las tranqui-las aguas del lago reflejaban y exageraban los colores ycreaban un aire irreal cuando una brisa vagabunda rizabael agua y haca que el cuadro se emborronase al moverselas figuras. Todo esto era pacfico y, sin embargo, msall del muro, como yo poda ver, las condiciones eranmuy diferentes.

    Monjes con hbitos rojizos pasaban llevando pilas deropa para lavar. Otros estaban sentados junto al relu-ciente arroyo y retorcan las prendas para que se empa-paran bien. Las cabezas afeitadas brillaban al sol y,a medida que avanzaba el da, se iban enrojeciendo.Pequeos aclitos, recin llegados a la lamasera, saltabanen un frenes de excitacin mientras golpeaban sus tni-cas con grandes y suaves piedras para que pareciesen msviejas, ms gastadas, y dando as la impresin de quequien la llevaba haca ms tiempo que haba sido ac-lito.

    De vez en cuando el sol reflejaba la luz en las doradasvestimentas de algunos augustos lamas que viajaban entre

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    el Potala y el Pargo Kaling. La mayora de ellos eranhombres de venerable aspecto, que se haban hecho vie-os al servicio del Templo. Otros, poqusimos, eran jve-nes y algunos de ellos Encarnaciones Reconocidas, mien-tras que otros haban progresado por sus propios me-

    dios.De un lado a otro, pareciendo muy alertas y feroces,iban los vigilantes, corpulentos hombres de la provinciade Kham, encargados de la tarea de mantener la dis-ciplina. Erguidos y voluminosos, llevaban enormes tran-cas como seal de su cargo. No eran intelectuales sinohombres ntegros de gran musculatura, elegidos slo porellos. Uno se me acerc y me mir con irritada curio-sidad. Aunque tarde, me reconoci y se march en busca

    de culpables que merecieran su atencin.Detrs de m la imponente masa del Potala el Hogardel Dios, una de las ms gloriosas obras humanas,se elevaba hacia el cielo. La roca de mltiples maticesreluca suavemente y enviaba muy diversos reflejos a lasplcidas aguas. Por un efectismo de la mudable luz,las talladas y coloridas figuras de la base parecan dota-das de vida y que se movan como un grupo de personasen animada discusin. Grandes ramalazos de luz amarilla

    reflejados por las Tumbas Doradas en el tejado delPotala se movan rpidos y formaban animadas man-chas en los rincones montaosos ms oscuros.

    Un sbito zank y el crujido de una rama me hizo pres-tar atencin a esa nueva fuente de atraccin. Un antiguopjaro, ms viejo que el mayor de los aclitos, se habaposado en el rbol que estaba detrs de m. Mirndomecon ojos notablemente redondeados, dijo icruaak! yde pronto se volvi para atrs. Extendi toda la longitud

    de su cuerpo y violentamente agit sus alas mientras lan-zaba hacia m, con extraordinarias fuerza y precisin, unregalo que yo no quera, aunque dando un desesperadosalto a un lado, pude escapar de ser el blanco. El pjaro

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    se dio de nuevo la vuelta para mirarme otra vez, y dijocruaak! cruaak! antes de dejar de prestarme aten-cin atrado por algo que le interesaba ms en otraparte.

    En la suave brisa llegaron los primeros dbiles sonidosde un grupo, que se aproximaba, de mercaderes de laIndia. Los yaks protestaban de los intentos de sus con-ductores por darles prisa. Los asmticos crujidos y chi-rridos de los viejos arreos de cuero, el arrastrar demuchos pies y el musical tintineo de los guijarros lan-zados a los lados por el paso de la caravana. Prontopude ver las pesadas bestias muy cargadas con exticosbultos. Con grandes cuernos sobre sus peludas cejas losenormes animales caminaban levantndose y descendiendocon su lento e incansable paso. Los mercaderes, algunosde ellos con turbantes, otros con viejos gorros de piel

    y algunos con gastado tocado de fieltro.

    Limosnas, limosnas por amor de Dios! gritabanlos mendigos. Ah! exclamaban mientras los comer-ciantes avanzaban insensibles. Vuestra madre es unavaca que se junt con un jabal, vuestra semilla es lade Sheitan, vuestras hermanas las venden en el mer-

    cado!Raros olores me cosquilleaban en la nariz hacindomerespirar profundamente y luego estornudar con fuerza.Perfumes del corazn de la India, paquetes de t chino,polvo antiguo que se desprenda de los bultos que trans-portaban los yaks, todo ello traa su olor hacia m. A lolejos, se perdan el sonido de las campanillas de los

    yaks, las altas voces de los mercaderes y las imprecacio-nes de los mendigos. Pronto tendran las damas de Lhasa

    acaudalados visitantes en sus puertas. Pronto los tende-ros regatearan los precios que pedan los mercaderes;levantaran las cejas y elevaran la voz ante los preciosinexplicablemente aumentados. Pronto tendra yo quevolver al Potala.

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    Se me escapaba la atencin. Ociosamente, contemplaba lasabluciones de los monjes, dos de ellos a punto de pe-garse porque uno haba amenazado con lanzarle agua alotro. Actuaron rpidos los vigilantes y se llevaron a losdos monjes revoltosos, cada uno de ellos bien sujeto por

    uno de los Guardianes de la Paz.Pero, qu era aquello? Mi mirada recorri los mato-rrales. Dos diminutos y brillantes ojos me miraban in-quietos casi a nivel del suelo. Dos orejitas grises seinclinaban hacia m. Un cuerpo pequeito estaba agaza-pado y dispuesto a lanzarse si yo haca algn movimientofalso. Un ratoncito gris se preguntaba si le sera posiblepasar entre m y el lago a su regreso. Mientras yo lomiraba, se lanz hacia delante sin dejar de mirarme. No

    deba de haberse preocupado; sin mirar por dnde ibatropez de cabeza contra una rama cada y, con un agudochillido de dolor, salt con una patita en el aire. Habasido un salto lateral excesivo, pues cuando cay perdipie y fue a parar al lago. El pobrecillo no poda salir

    y estaba en peligro de que lo atrapara un pez cuandoyo me met hasta las rodillas en el agua y lo saqu.

    Secndolo cuidadosamente con el extremo de mi tnica,volv a la orilla y dej el tembloroso paquetito en elsuelo. No tard en desaparecer por la pequea madri-guera, sin duda agradecido de haber podido escapar.Por encima de m el antiguo pjaro lanz un burlncruaak! y vol ruidosamente en direccin a Lhasa.

    En direccin a Lhasa? Eso me record que deba diri-girme al Potala! Sobre el muro del Norbu Linga losmonjes se inclinaban observando la ropa puesta a secarsobre el suelo. Todo tena que ser cuidadosamente vigi-lado antes de recogerlo; un Hermanito Escarabajo podaestarse paseando por la ropa y recoger las prendas signi-ficara aplastar al Hermanito, un acto que hara temblar

    y palidecer a un sacerdote budista. Quizs un Gusanitose hubiera refugiado del sol bajo la ropa de un alto lama,

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    y el Gusanito tendra que ser puesto a salvo para que sudestino no fuese alterado por el hombre. Los monjes seagachaban, miraban y suspiraban con alivio cuando unacriaturita tras otra quedaba salvada de la muerte segura.

    Paulatinamente, las pilas de ropa lavada crecan a me-dida que las preparaban para llevarlas al Potala. Lospequeos aclitos vacilaban cargados con grandes mon-tones de ropa ya seca; algunos no podan ver pues lestapaba la vista el montn de ropa. Entonces surga unasbita exclamacin cuando alguno tropezaba y enviabatodo el montn al polvoriento suelo o incluso al barrode la orilla del ro.

    Desde lo alto del tejado llegaba el palpitar y el zumbidode las caracolas y de las grandes trompetas. Sonidos queproducan ecos en las distantes montaas, as que, a veces,si las condiciones eran adecuadas, le rodeaban a uno vibra-ciones y los sonidos rebotaban en el pecho durante mi-nutos. Entonces, de pronto, todo se quedaba tranquilo,tan tranquilo que se podan or los latidos del corazn.

    Sal de la sombra del rbol amigo y penetr por unhueco que haba en la valla. Me temblaban las piernas;

    haca algn tiempo haba sufrido una grave quemaduraen la pierna izquierda no se me cur bien y luegose me partieron las dos piernas cuando una fuerte rachade viento me arranc del tejado del Potala y me arrojrodando por la falda de la montaa. As que cojeaba ydurante algn tiempo me dispensaron de hacer mistrabajos caseros. Pero mi alegra por esa inactividad laestropearon hacindome estudiar ms para que la deudafuera saldada, segn me informaron. Hoy, que era da

    de lavado, me dieron permiso para no trabajar y quedar-me descansando en el Norbu Linga.

    No poda regresar por la entrada principal, pues todoslos altos lamas y abades estaran por all. Ni podra uti-lizar los dursimos escalones que yo sola contar, noventa yocho, noventa y nueve, cien, ciento uno... Me estuve14

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    unto a la carretera mientras pasaban por ella lamas,monjes y peregrinos. Luego hubo algn tiempo de calma ycruc la carretera, cojeando, para meterme entre losmatorrales, subiendo a lo largo del precipicio en la faldade la montaa hasta dejar abajo el pueblo de Sh5 y

    tom por el camino lateral entre los tribunales de Jus-ticia y el Potala.El camino era spero pero hermoso con su profusin depequeas plantas entre rocas. El aire refrescaba y mispiernas empezaban a dolerme intolerablemente. Me re-cog mi andrajosa tnica vieja y me sent sobre una rocaconveniente para recuperar energa y aliento. En direc-cin a Lhasa poda ver pequeas fogatas, pues los merca-deres acampaban al aire libre como solan hacer los indios

    en vez de quedarse en una de las hosteras. Ms all,hacia la derecha, vea el reluciente ro que parta en suinmenso viaje hacia la baha de Bengala.

    Ur-rorr, ur-rorr! dijo una profunda voz de bajo, yuna peluda cabeza tropez contra mis rodillas. Ur-rorr,ur-rorr! respond amablemente. Tras un confuso movi-miento un gran gato negro se plant sobre mis piernas

    y acerc su cara a la ma. Honorable Puss Puss! dije a travs de la densa pelambrera. Me ests aho-

    gando con tus atenciones le puse suavemente las ma-nos sobre sus lomos y lo ech hacia atrs un poco parapoderlo mirar bien. Unos grandes ojos azules, levementebizcos, me miraban. Sus dientes eran tan blancos comolas nubes que tenamos encima, y sus orejas, muy gran-des, estaban alertas al menor sonido.

    El Honorable Puss Puss era un viejo y valioso amigo. Confrecuencia nos reunamos bajo algn arbusto protector ynos contbamos nuestros miedos, nuestras decepciones

    y todas las dificultades de nuestra penosa vida. Ahora memostraba su afecto amasando sobre m, abriendo ycerrando sus grandes pezuas mientras ronroneabacada vez ms alto. Estuvimos all juntos un rato y

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    luego, a la vez, decidimos que ya era hora de mar-charse.Mientras yo segua esforzndome en la subida, hacin-dome tropezar mis pobres piernas, el Honorable PussPuss iba delante con el rabo muy tieso. De vez en cuandose meta entre las matas y cuando yo llegaba a donde lestaba, saltaba y se acercaba juguetn a mi tnica quehaca flamear el viento. Vamos, vamos! excla-m en una de esas ocasiones. asta no es manera decomportarse el jefe de la Guardia de los Gatos. Comocontestacin echaba hacia atrs sus orejas y subindosepor delante de mi tnica llegaba a un hombro mo ydesde all se arrojaba de lado a unas matas.

    Me divertan nuestros gatos. Los utilizbamos como guar-dias, pues un gato siams adecuadamente entrenado esms feroz que cualquier perro. Reposaban, aparentementedormidos, junto a los Objetos Sagrados. Si los peregri-nos intentaban tocarlos o robarlos, esos gatos siempreen parejas los inmovilizaban amenazndoles la gar-ganta. Eran FEROCES, y sin embargo yo poda hacerlo que quisiera con ellos y, como eran telepticos, poda-mos conversar sin dificultad.

    Llegu a la entrada natural. El Honorable Puss Puss

    haba llegado ya y enrgicamente arrancaba grandes asti-llas del poste de madera que haba junto a la puerta.Cuando levant el picaporte el gato empuj la puertacon su fuerte cabeza y desapareci en la humeante pe-numbra. Yo iba mucho ms despacio.

    Aqul era mi hogar temporal. Debido a las heridas demi pierna me haban enviado de Chakpori al Potala.Ahora, al entrar en el corredor, me llegaban los fami-liares olores a casa. El omnipresente aroma del in-

    cienso, los diferentes perfumes segn el tiempo y lafinalidad para los que ardan. El acre, rancio y punzanteolor de la manteca de yak que emplebamos en nuestralmpara, o para calentar pequeos cacharros como cazos,

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    y que utilizbamos para hacer escultura durante los dasfros. Era insistente. Por muy fuerte que frotsemos (y no frotbamos demasiado!), aquel aroma estaba siem-pre all calndolo todo. Un olor mucho menos agra-dable era el de la porquera de yak que, cuando se

    secaba, usbamos para calentar las habitaciones de losancianos y enfermos. Pero ahora avanzaba yo inseguropor el corredor dejando atrs las vacilantes lmparas demanteca que hacan an ms ttricos los muy sombroscorredores.

    Otro perfume que siempre estaba presente en todaslas lamaseras, un perfume tan familiar que no lo no-taba uno, a menos que el hambre hubiera agudizadonuestras percepciones, era la tsampa. Olor a cebada

    tostada, olor a t chino, olor a manteca caliente. Mezcln-dolos resulta la inevitable y eterna tsampa. Algunos tibe-tanos nunca han probado ms alimento que la tsampa;desde que nacieron estn habituados a ese sabor y es elltimo alimento que prueban. Es su comida, su bebida ysu consuelo. Los mantiene durante los ms durostrabajos manuales y les proporciona energa cerebral. Perosiempre he credo que suprime el inters sexual, de modoque el Tibet no tiene dificultad para ser un Estado

    de clibes, una tierra de monjes y con un nivel de naci-mientos en constante disminucin.

    El hambre haba agudizado MIS percepciones y as pudeapreciar el aroma de la cebada tostada, la manteca ca-liente y el t chino prensado. Anduve cansadamente porel corredor y me volv hacia la izquierda cuando melleg ms fuerte el aroma. All, en grandes calderas decobre, los monjes cocineros metan la cebada tostadaen t hirviendo. Uno introduca varias libras de manteca

    de yak y la disolva y otro echaba la sal que habantrado los de una tribu de los lagos de las tierras altas. Uncuarto monje, con un cucharn de diez pies de longitud,remova la mezcla. La caldera herva, salan a la super-

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    ficie ramitas del t prensado y las quitaba el monje quemanejaba el cucharn. Las boigas de yak quemndosebajo la caldera soltaban un olor acre y nubes de humonegro. Todo aquel sitio estaba envuelto en humo y lasnegras y sudorosas caras de los monjes cocineros podanhaber sido las de unos seres de algn profundo infierno.Con frecuencia el monje de la pala sacaba la mantecaque flotaba en la caldera y la tiraba al fuego. Se producaun chirrido, una llamarada y un nuevo mal olor!

    Ah, Lobsang! grit un monje sobre el estruendoall reinante. Vienes otra vez en busca de comida?Pues srvete, chiquillo, srvete! Saqu del interior demi tnica la bolsita de cuero en la que nosotros losmonjes guardbamos la provisin de cebada para un da.Sacudindole el polvo, la llen hasta el borde con nuevacebada recin tostada. De la delantera de mi tnica saqumi cuenco y lo mir con gran atencin. Estaba un pocoestropeado. Del gran recipiente que haba contra la pa-red del fondo saqu un puado de arena muy fina y frotmi cuenco. A la vez me sirvi aquello para limpiarmelas manos! Por fin me qued satisfecho de su estadode limpieza. Pero tena que hacer otra cosa: mi bolsade t estaba vaca, o ms bien, slo contena unos pa-litos, un poco de arena y otras suciedades que siemprese encuentran en el t. Esta vez le di por completo lavuelta a la bolsa para vaciarla de todos los restos. Ponin-dola otra vez al derecho, cog un martillo y separ del tprensado que tena ms cerca un buen pedazo.

    Me haba tocado mi turno; una vez ms saqu mi escu-dilla, la recin limpiada, y la tend. Un monje me sirvitsampa hasta el borde. Afortunadamente pude retirarmea un rincn y sentarme sobre un saco, comiendo all a

    gusto. Mientras coma miraba a mi alrededor. La cocinaestaba llena de los habituales mirones, gente ociosa quese complaca contando los ltimos chismes y amplifi-cando los rumores que haban odo. S, el lama Ten-

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    ching va a la Valla de las Rosas. Se dice que se pelecon el seor abad. Mi amigo lo oy todo y dice... Lagente tiene ideas muy extraas sobre las lamaseras olos monasterios. Con frecuencia se cree que los monjesse pasan todo el da rezando, en la contemplacin o en

    la meditacin, pareciendo buenos y diciendo slo cosasbuenas. Una lamasera es un lugar donde, oficialmente,hombres de vocacin religiosa se congregan con elpropsito de adorar y de la contemplacin para que elEspritu se purifique. Oficialmente! Pero extraoficial-mente el hbito no hace al monje. En una comunidadde varios miles hay quienes se ocupan de deberes case-ros y de la reparacin y el mantenimiento del edificio.Otros cuidan de las cuentas, de la vigilancia de los infe-

    riores, de ensear y predicar... ya basta con eso! Unalamasera puede ser una gran ciudad con una poblacinexclusivamente masculina. Los trabajadores sern losmonjes de clase ms inferior y no tendrn inters en elaspecto religioso de la vida, al que slo prestarn unaatencin superficial. Algunos monjes slo han estado enun Templo cuando han tenido que limpiar el suelo!Una gran lamasera tendr un lugar de culto, escuelas,enfermera, almacenes, cocinas, hostales, prisiones y casi

    todo lo que se halla en una ciudad laica. La principaldiferencia es que en una lamasera todo es masculino ypor lo menos en la superficie todos se dedican ala instruccin y accin religiosa. Las lamaseras tienensus trabajadores serios y sus bienintencionados znganosque zumban mucho. Las mayores lamaseras son ciudadescon muchos edificios y parques extendidos en una ampliarea y a veces toda la comunidad est cercada por unalto muro. Otras lamaseras son pequeas, slo poseen

    un centenar de monjes, todos ellos en un edificio. Enalgunas zonas remotas, una lamasera puede no tener msque diez miembros. As las hay desde diez a diez mil,altos y bajos, gruesos o delgados, buenos y malos, pere-

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    zosos o enrgicos. Lo mismo que en algunas comunidadesexteriores, no son peores que en ellas y muchas vecesno mucho mejores, a no ser que la DISCIPLINA lamsticapueda ser casi militar; todo depende del abad. Puede ser

    un hombre amable y considerado o, en cambio, conver-tirse en un tirano.Contuve un bostezo y segu por el corredor. Me llam laatencin un rumor procedente de uno de los depsitos;pude ver una cola negra que desapareca entre sacos decuero que contenan grano. Los gatos guardaban elgrano y al mismo tiempo se buscaban su cena cazandoratones. En lo alto de uno de los sacos vi a un gatode aire satisfecho que se limpiaba sus patas y que casi

    SONREA de satisfaccin.Sonaron las trompetas reverberando en los corredorescon sus ecos y luego volvieron a sonar. Me volv, diri-gindome al Templo Interior al or el ruido de muchassandalias que se arrastraban hacia all y de pasos de piesdescalzos.Dentro se haca ms densa la oscuridad de la tarde conlas sombras moradas que se deslizaban sobre el suelo yque bordeaban de bano a las columnas. Los lados de las

    ventanas los doraban los dedos del sol, que daban unaltima caricia a nuestro hogar. Pasaban nubes de in-cienso y, al atravesarlas un rayo de sol, mostraban serinfinitas motas de polvo de vivos colores y casi dotadasde vida.

    Los monjes, los lamasy los humildes aclitos pasaban yse acomodaban en el suelo, aadiendo cada uno unanota de color que se reflejaba en el aire vibrante: lastnicas doradas de los lamas del Potala, las de color aza-frn o rojo de otros, las marrones oscuras de los monjes

    y las descoloridas por el sol de los que solan trabajarfuera. Todos ellos se sentaban en filas en la posicinaprobada. Yo a causa de mis graves heridas de lapierna que me impedan sentarme de la manera man-

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    dada qued relegado a una posicin al fondo, dondeestuve oculto por una columna envuelta en humo paraque no destruyera la pauta. Mir en torno mo viendoa todos los chicos, a los hombres mayores y a los viej-simos sabios, cada uno de los cuales atenda a sus devo-

    ciones segn su comprensin. Pens en mi madre, la ma-dre que ni siquiera me haba dicho adis cuando memarch de casa cunto tiempo pareca hacer de eso!para ingresar en la lamasera de Chakpori. Hombres,todos hombres. Slo saba de hombres. Cmo eran lasMUJERES? Yo saba que en algunas partes del Tibethaba monasterios donde los monjes y las monjas vivanuntos, casados, y tenan hijos.

    El incienso suba girando, el servicio religioso zumbaba, yel crepsculo se hizo oscuridad slo aliviada luego por lasvacilantes lmparas de manteca y el suave y brillanteincienso. Hombres! Acaso estaba bien que vivieransolos los hombres, sin relacin alguna con las muje-res? Y cmo eran las mujeres? Acaso pensaban lomismo que nosotros? Por lo que yo saba, slo se ocu-paban de modas, peinados y tonteras por el estilo.Adems, parecan mscaras con todo lo que se ponanen su rostro.

    Cuando termin el servicio religioso me puse difcil-mente en pie temblndome las piernas y apoy la espaldaen la columna para que no me atropellaran los quesalan. Luego me dirig por el corredor al dormitorio.

    Un viento muy fro soplaba por las ventanas abier-tas. Vena directamente del Himalaya. Las estrellas re-lucan muy fras en el claro aire de la noche. Por unaventana de abajo me llegaba una temblona voz que

    recitaba:sta es la Noble Verdad del origen del sufrimiento. Esla insaciable sed que causa la renovacin de los re-tornos...

    Maana, me dije, y seguramente durante varios das,

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    Captulo dos

    T, chico, t; sintate como est mandado! La voz

    era como un trueno y en seguida dos manazas megolpearon en las orejas, a la izquierda y a la derecha.Por un momento cre que todos los gongs del Templosonaban a la vez; vi ms estrellas de las que solanestar visibles incluso en la noche ms clara. Una manoagarr el cuello de mi tnica, me hizo ponerme enpie y me zarande como si estuviera sacudiendo el trapodel polvo en la ventana.

    -CONTSTAME, muchacho, CONTSTAME!gritaba la

    irritada voz. Pero no me dej la oportunidad de res-ponder pues no cesaba de sacudirme, hasta que me re-chinaron los dientes y se me cay rodando por el suelomi cuenco. Se me cay el saquito de cebada. Se soltla correa que lo cerraba y el grano se esparci por elsuelo. Satisfecho por fin, el Hombre Feroz me ech aun lado como a un mueco de trapo.

    Sigui un sbito silencio y se notaba un tenso aire deexpectacin. Cautamente me toqu la tnica por detrs

    de mi pierna izquierda; se me haba abierto una herida yde ella me sala un hilillo de sangre. Mir en busca dela explicacin del silencio. Un abad estaba a laentrada mirando al Hombre Feroz. Ese chico dijoha sido gravemente herido y tiene permiso especialdel Recndito para sentarse como le sea ms cmo-do. Est autorizado a responder a las preguntas sinlevantarse. Entonces el abad se me acerc, mir misdedos manchados de sangre y dijo: --Pronto dejarn

    de sangrarte. Si no, visita al Enfermero. Se despi-di del Hombre Feroz con un movimiento de cabeza

    y sali de la habitacin.

    Yo dijo el Hombre Fernz he venido especial-

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    mente de la Madre India para deciros la Verdad delBudismo. En este pas habis prescindido de nuestrospreceptos formando una rama que llamis lamasmo.He venido para explicar las Verdades Originales. Memir como si yo fuera su enemigo mortal y luego ledijo a un muchacho que me diera mi taza y mi sacode cebada ya vaco. Durante los momentos en que elchico recoga del suelo esas cosas y mientras barranla cebada derramada, aquel hombre recorra la habi-tacin como en busca de otra vctima. Era alto y del-gado, muy moreno y con la nariz muy ganchuda. Lleva-ba el hbito de una antigua orden india y nos mirabacomo si nos despreciara.

    El Maestro indio lleg al final de la habitacin y subi ala pequea plataforma. Con cuidado ajust el atril a sualtura. Metiendo la mano en una bolsa de cuerotiesa y con bordes cuadrados, sac de ella unas nota-bles hojas de papel. Era un papel fino y ancho, no comolas largas y gruesas hojas que utilizbamos nosotros. Lassuyas eran finas, translcidas y casi tan plegables comotela. Aquella rara bolsa de cuero me fascinaba. Era muybrillante y en el centro de uno de sus estrechos ladostena una brillante pieza de metal que se abra cuandose presionaba un botn. Un pedazo de cuero formabaun asa muy conveniente y decid que algn da tendra

    yo una bolsa como aquella.

    El indio manej sus papeles, nos mir severamente ynos cont lo que ya sabamos desde haca mucho tiempo.Observ con gran inters cmo se le mova la puntade la nariz cuando hablaba y cmo se le formaba unborde saliente en la frente al mirar las pginas. Quecul era la historia que nos cont? Pues la de siem-

    re.Hace dos mil quinientos aos el pueblo de la Indiaestaba desilusionado con su religin; los sacerdotes hin-des se haban degenerado y slo pensaban en losla-

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    ceres terrenales y en sus ganancias personales. Losque ellos deban haber ayudado, se alejaban de susantiguas creencias y se volvan hacia lo que pudieraofrecerles alguna esperanza. Los profetas y adivinosrecorran aquella tierra prediciendo torturas ymaldiciones. Los que domaban a los animalesdecidieron que stos eran mejores que los sereshumanos, de modo que adoraron a los animalescomo a dioses.Los indios ms cultos, los hombres de profundopensamiento que teman por la suerte de su pas, seapartaban de la religin de sus antepasados ymeditaban mucho sobre la triste situacin del almadel hombre. Uno de aqullos era un raj hind, un

    rey guerrero enormemente rico. Se preocupabaangustiadamente por el futuro de su hijo nico,Gautama, que haba nacido haca muy poco en unmundo trastornado.El padre y la familia tenan grandes deseos de queGautama fuese un prncipe guerrero y heredase mstarde el reino de su padre. Un viejo adivino, al quese llam para que dijese su profeca, habaasegurado que el joven sera un profeta de gran

    renombre. Al angustiado padre le pareci aquelloun destino peor que la muerte. Le rodeabanmuchos ejemplos de jvenes de clase alta querenunciaron a una vida de comodidades y que semarcharon como peregrinos, descalzos y vestidos deandrajos, en busca de una nueva vida espiritual. Elpadre decidi hacer cuanto pudiera para con-trarrestar la profeca del adivino; prepar susplanes...

    Gautama era un joven refinado y sensible, con unainteligencia aguda y alerta capaz de penetrar porentre los subterfugios hasta el corazn de lamateria. Aunque autcrata, tanto por nacimientocomo por educacin, tena consideracin a quieneseran inferiores a l. Fue cuidadosamente atendido yprotegido y slo se le permita tratar a quienes erancriados personales suyos o iguales a l en casta.

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    Cuando el adivino dijo su profeca el padre haba dadolas rdenes ms severas para que su hijo estuviese siem-pre protegido de los males y penas que aquejaban aquienes vivan ms all de los lmites de palacio. Al

    muchacho no se le permita salir solo; sus viajes eransupervisados y no se consenta que se encontrase conquienes padecan pobreza o sufrimientos. El lujo, y sloel lujo, haba de ser su ambiente. Cuanto el dineropudiera comprar era suyo. Quedaba implacablementeexcluido todo lo desagradable.Pero su vida no poda continuar as. Gautama era unoven espiritual y con mucha decisin. Un da, sinsaberlo sus padres ni sus tutores, sali de palacio con

    un criado bien elegido. Por primera vez vio cmo vivanotras castas. Cuatro incidentes causaron en l los pen-samientos ms profundos, y as cambi el curso de lahistoria religiosa.

    Al comienzo de su viaje vio a un hombre viejsimo,al que hacan temblar la edad y la enfermedad, apo-

    yado pesadamente sobre dos bastones mientras se arras-traba con gran dificultad. Sin dientes, cegado por lascataratas e impedido por los aos, el anciano volvi la

    cara inexpresivamente hacia el joven prncipe. Por pri-mera vez en su vida comprendi Gautama que la vejezpuede llegarles a todos y que con el creciente paso delos aos uno ya no est activo y gil.

    Muy impresionado, el joven prncipe continu su ex-cursin lleno de extraos pensamientos. Pero an habade recibir una nueva y fuerte impresin: cuando loscaballos disminuyeron su velocidad en un recodo, lahorrorizada mirada de Gautama se pos sobre una mise-rable figura que, mecindose y gimiendo, estaba sentadaa un lado del camino. Un hombre cubierto de pstulas,extremadamente delgado y lleno de enfermedades, selamentaba mientras se quitaba del cuerpo costras ama-rillentas.

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    El joven Gautama se impresion mucho. Muy afectado(quiz tambin fsicamente enfermo por lo que habavisto) se hizo estas preguntas mientras su criado lehaca proseguir el camino: DEBE uno sufrir? Es elsufrimiento para todos? Es inevitable sufrir? Mir a

    su criado y se pregunt el joven prncipe por qu estabaaqul tan tranquilo y despreocupado como si ese espec-tculo fuera corriente en el mundo. Entonces, pens,por eso le haba protegido su padre.

    Siguieron su excursin y Gautama estaba demasiadoimpresionado para ordenar otra cosa. Pero el Destino nohaba terminado su labor. A una exclamacin de Gau-tama, los caballos disminuyeron la marcha hasta dete-nerse. Junto al camino haba un cadver desnudo, gro-

    tesco e hinchado por el terrible calor del sol. A un lati-gazo del conductor se elev en compacta masa unadensa nube de moscas que se alimentaban en el cuerpodel cadver. ste, descolorido y maloliente, qued com-pletamente descubierto a la vista del joven. Mientrasl lo miraba, una mosca sali volando de la muerta boca,zumb y se pos de nuevo.

    Por primera vez en su vida vio Gautama la muerte,supo que HABA muerte al fin de la vida. El joven

    orden con un gesto al conductor que volviese y meditsobre la fugacidad de la vida pensando en la belleza deun cuerpo que ha de deshacerse. Era la belleza tan tem-poral?, se pregunt.

    Las ruedas del vehculo giraban y el polvo se levantabaen nubecillas detrs de l. El joven prncipe, reconcen-trado y abstrado, meditaba. Por casualidad o porque loquiso su sino, mir a tiempo de ver a un monje bienataviado y de serena expresin, que iba por la carre-tera. El monje, persona de gran calma, irradiaba un aurade paz interior, de bienestar, de amor a sus semejantes. Elpensativo Gautama, alterado ya hasta lo ms profundopor lo que llevaba visto, recibi un nuevo choque. Acaso

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    la paz, el contento, la tranquilidad y todas las virtudes,slo podan encontrarse s se retiraba uno de la vidamundana y se haca religioso? Monje? Miembro dealguna Orden mstica? Entonces l decidi se con-vertira en alguien como aquel monje. Se retirara de lavida en palacio, renunciara a la nica vida que conoca.

    Su padre se enfureci y su madre llor y suplic. Elcriado fue expulsado del reino. Gautama se sentaba soloen su habitacin y no dejaba de pensar. Pensaba ince-santemente en lo que haba visto. Se deca que si enuna sola excursin su NICA excursin haba vistotanto, cunto ms sufrimiento y miseria no habra en elmundo? Rechazaba los alimentos, estaba abatido y lan-guideca; slo se preguntaba qu hara, cmo escaparade palacio y cmo se convertira en un monje.

    Su padre trataba por todos los medios que saba dealiviar la pena y la depresin que afligan al joven prn-cipe. Los mejores msicos tocaban constantemente paraque el joven no pudiera pensar. Malabaristas, acrbatas yartistas de toda clase trataban de distraerlo. Se busc portodo el reino a las jvenes ms hermosas, muchachasmuy versadas en las ms exticas artes del amor paraque le depertaran a Gautama la pasin y as lo sacaran de

    su melancola.Los msicos tocaban hasta que caan exhaustos. Lasmuchachas bailaban y practicaban ejercicios erticos hastaque tambin se desmayaban de cansancio. Slo entoncesse fij Gautama en quienes queran divertirlo. Mir conhorror las raras posturas en que haban cado los msi-cos. Contempl muy impresionado a las desnudas mu-chachas, plidas por el desmayo, y resaltndoles loscosmticos intensos y feos al desaparecer sus saludables

    colores.Una vez ms medit sobre la fugacidad de la belleza ylo pasajera que sta era. Qu triste, qu fea era laVida! Qu vulgares y artificiales resultaban las mujeres

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    pintadas cuando su inmediata actividad haba terminado!Decidi marcharse, huir de cuanto haba conocido y bus-car la tranquilidad dondequiera que se hallase. Supadre, alarmado, duplic y luego triplic la guardia depalacio. Su madre chill y se puso histrica. Su esposa,

    una pobre mujer, se desmay, y todas las damas depalacio lloraron a la vez. El beb de Gautama, dema-siado pequeito para saber lo que pasaba, gritaba a lavez que los dems. Los consejeros de palacio agitabansus manos sin saber qu hacer y lanzaban torrentes depalabras intiles.

    Durante varios das estuvo pensando en la manera demarcharse. Los guardias palaciegos lo conocan bien. Elpueblo del reino no lo conoca, pues poqusimas veces

    haba salido de los lmites de palacio. Por fin, cuandoya estaba casi desesperado, se le ocurri que slo tenaque disfrazarse para que no lo reconociera la guardia. Deun criado amigo, que fue bien recompensado y que inme-diatamente sali del reino, recibi Gautama unas viejas yandrajosas ropas como las que llevaban los mendigos. Enun anochecer, antes de que las puertas del palacio secerraran, se puso Gautama su disfraz, y con el cabellorevuelto y las manos y la cara bien cubiertas de sude-

    dad, se march con los mendigos a los que hacan salirde noche.

    Fue al bosque, lejos de los caminos principales y de lagente, temiendo que su desconocimiento de la vida coti-diana le traicionara. Vag toda la noche esforzndose porllegar a los lmites del reino de su padre. No tema alos tigres ni a otros animales salvajes que acechaban denoche; su vida haba estado tan protegida que no CONO-CA el peligro.

    Ya en palacio haba sido descubierta su fuga. Fue re-gistrado todo el edificio, y tambin lo fueron otras cons-trucciones anejas y los parques. El rey iba de un lado aotro gritando rdenes y los soldados armados estaban

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    alerta. Por fin decidieron acostarse y esperar al alba paraorganizar bien la bsqueda. En los departamentos de lasmujeres hubo mucho llanto y lamentaciones por la furiadel rey.Gautama recorra el bosque evitando en lo posible ha-

    blar con la gente y, cuando no poda evitar que le hicie-ran preguntas, no contestaba. Coma de los cereales yfrutas que encontraba y beba en los fros y claros manan-tiales. Pero noticias del extrao agabundo, que no seconduca como un vagabundo normal, llegaron a pala-cio. Los hombres del rey salieron en gran nmero perono pudieron encontrar al fugitivo, ya que ste se escon-da siempre donde no podan llegar los caballos.

    Por fin decret el rey que todas las bailarinas fueran

    llevadas a la selva, que persiguieran all a Gautama eintentasen atraerle. Durante das bailaron y se contor-sionaron por la selva interpretando sus danzas ms seduc-toras cuando Gautama poda verlas. Por fin, cerca de loslmites del dominio de su padre, Gautama se present ydijo que se iba por el mundo en busca de espiritualidad

    y que no volvera. Su esposa corri hacia l con su nioen brazos. Gautama no atendi sus splicas sino quLcontinu su viaje.

    El Maestro indio, despus de relatar lo que sabamos tanbien como l, dijo: De la religin hind, que entoncesera decadente, naci una nueva Creencia que traera con-suelo y esperanza a muchos. Por esta maana termina-remos nuestra sesin. Continuaremos esta tarde. Puedenmarcharse! Los otros se levantaron, se inclinaron res-petuosamente ante el Maestro y salieron. Yo tena grandificultad para eso; mi tnica se me haba pegado a miherida de la pierna con la sangre seca. El Maestro sali

    sin mirarme. Me qued sentado pasando mucho dolor ysin saber qu hacer. Entonces entr un viejo monjeque haca la limpieza y me mir sorprendido. Oh! dijo. Vi que sala el Maestro y entr para limpiar.

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    Qu te pasa? Yo se lo expliqu, ensendole la grancicatriz que haba vuelto a abrirse con el roce de la t-nica, y le dije cmo me haba taponado la herida conmi tnica. El viejo murmur Tsk!, Tsk! y sali loms pronto que le permitieron sus deformes piernas.

    No tard en volver con el enfermero.Me dola mucho la herida; me pareca que la carne seme arrancaba de los huesos. Ay, hijo mo! dijo elenfermero. Es tan seguro que has nacido para pasarlomal como que las chispas van hacia arriba! suspir ymurmur: Pero POR QU algunos de estos GrandesMaestros, que deban ser ms sensatos, son tan duros einsensibles? Vamos! dijo mientras me pona unacompresa de hierbas y me ayudaba a levantarme. Ahora

    estars bien, te dar una nueva tnica y destruiremosesta. Entonces yo exclam, asustado, mientras me tem-blaban las rodillas: Reverendo Maestro, no puedotener una NUEVA TNICA pues todos creern que soyun nuevo chico recin ingresado. Prefiero seguir consta. El viejo enfermero se ri mucho y dijo: Venconmigo, muchacho, ven conmigo y ya veremos juntoslo que podemos hacer en este importante asunto.

    Salimos lentamente por el corredor hasta donde estabala enfermera. All dentro, en mesas distantes, haba mu-chas hierbas, algunos minerales en polvo y cosas rarasque entonces no poda yo identificar. os tibetanos slobuscan ayuda mdica en caso de extremada urgencia.Nosotros no utilizbamos los equipos de urgencia tancorrientes en Occidente. Preferamos atenernos a la na-turaleza! Por supuesto, un miembro roto tena que sercurado y una herida grave cerrada con puntos. Utiliz-bamos los largos pelos de una cola de caballo para coserlas heridas y si se hervan bien eran muy adecuados. Paracoser las capas profundas usbamos las largas fibras delbamb. Tambin se empleaba el bamb como tubo parasacar el pus de una herida interna. El musgo de spha-

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    grum bien lavado serva como una esponja muy til yera utilizado para compresas con o sin ungentos her-bales. El enfermero me llev a una habitacin lateralen la que yo nunca me haba fijado. De una pila detnicas viejas y remendadas sac una. Estaba limpia ybien cosida, aunque muy descolorida por el sol. Mis ojos

    se animaron al verla pues una vestidura como aqullademostrara que yo llevaba en la lamasera muchsimotiempo. El enfermero me hizo seas de que me quitarala tnica. As lo hice y me hizo un reconocimiento porsi tena otras heridas. Jumm!, ests muy delgado ypoco desarrollado. Deberas ser ms corpulento para tuedad. Cuntos aos tienes? Se lo dije. Tan sloeso? Pues yo crea que eras tres aos mayor. Bueno, yaeres un hombre, eh? Ahora ponte esta otra tnica.

    Hinch el pecho y procur ponerme lo ms derechoposible para parecer ms alto y fuerte, pero las piernasno me obedecan. Aquella prenda me vena algo grande

    y procur que no se notara. En fin! dijo el enfer-mero, pronto crecers y la llenars. Qudate con ellapuesta. Adis!

    Ya era hora de comer antes de las clases de la tarde.Haba perdido ya mucho tiempo, de modo que fui directa-

    mente a la cocina donde expliqu mi caso: Come,come, chico, y que te siente bien! dijo el amistosococinero lleno de holln, que me atendi generosamente.Por la ventana entraba la luz del sol. Apoy los codosen el marco mirando hacia afuera mientras coma. Devez en cuando era mucha la tentacin y le tiraba un pocode tsampa por el borde del cuenco a algn pobre monjeque estaba abajo. Quieres ms? dijo el monje co-cinero algo asombrado. MS? Debes de estar hueco

    aadi hacindome un guio. Seguramente me sonro- o mi aspecto era de culpable pues el cocinero nodejaba de rerse y dijo: Entonces mezclemos un pocode holln con esto!

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    Pero las bromas no podan durar demasiado. Mi escu-dilla se haba vaciado de nuevo. Abajo, un grupo cadavez mayor de monjes se limpiaban sus vestimentas y mi-raban suspicazmente en torno a ellos. Uno incluso echa andar por la senda a toda prisa y yo sal de la cocina

    lo ms inocentemente que pude y me fui por el corre-dor. Cuando dobl una esquina de ste un monje furiosoapareci y, al verme, vacil. Djame ver tu cuenco grit. Con la expresin ms inocente que pude se lodi para que lo inspeccionara. Pasa algo malo, seor?se es de verdad mi cuenco prosegu. El monje loexamin cuidadosamente buscando las huellas delholln que yo haba quitado completamente. Me mircon gran sospecha y al devolverme el recipiente, me

    dijo: Ah!, t eres el herido. No podas haber subidoal tejado. Alguien nos ha tirado holln desde all. Locoger! Despus de decir eso se march a toda prisahacia arriba. Respir profundamente.

    Detrs de m son una risita y la voz del monje-cocinerodijo: Bien hecho, chico, deberas ser actor. No tetraicionar, pues, si no, sera yo la prxima vctima! yse march a cumplir alguna misteriosa misin rela-cionada con las provisiones mientras yo continuaba sinmuchas ganas de volver a la clase. Llegu el primero yme acod en la ventana, pues siempre me fascinaba mirarel paisaje desde aquella altura. La vista de los mendigosen la Pargo Kaling (o Puerta Occidental) y la emocinque nunca me fallaba al ver la eterna espuma de nievecayendo de los altos picos del Himalaya, podan hacer-me pasar all horas y das enteros contemplando.

    En torno al distrito de Lhasa formaban las montaasuna gran U, el poderoso Himalaya que constitua lacolumna vertebral del Continente. Con tiempo sobradome entretuve mirando el paisaje. Por debajo de m losblancos muros del Potala se fundan imperceptiblementecon la roca viva de lo que haba sido, haca muchsimo

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    tiempo, un volcn. La blanqueada estructura hecha porlos hombres destacaba sobre el gris y marrn de lamontaa y nadie poda decir ahora dnde terminabaaqulla y dnde empezaba sta, pues se haban fundidoambas totalmente. Las faldas inferiores de la montaa

    estaban cubiertas por los pequeos matorrales que nosservan a los chicos de escondite cuando tratbamos deevitar que nos descubrieran. An ms abajo estaban losedificios del pueblo de Sh6, con los grandes tribunalesde Justicia, las oficinas del Gobierno, las imprentasgubernamentales, el registro y la prisin.Era un paisaje lleno de actividad. Los peregrinoscaminaban por la Ruta de los Peregrinos esperandoadquirir virtud tendindose en el suelo. Avanzaban un

    poco arrastrndose y luego se quedaban otra veztendidos boca abajo. Desde all arriba ese espectculoresultaba muy divertido. Unos monjes caminaban agrandes pasos entre las casas deban de ser vigilantestras un malhechor, pens y unos lamas iban acaballo. Un abad y su squito se dirigan hacia laentrada principal por nuestra carretera. Un grupo deadivinos exaltaban las virtudes de sus horscopos: Bendecidos por un Seor Abad, fijaos, con toda

    seguridad les traern a ustedes suerte!Me atraa el verde de los sauces ms all del camino ylas hojas se movan suavemente por la brisa. Charcosde agua reflejaban las veloces nubes y cambiaban decolor segn los colores de las ropas de los caminantes.Un adivinador se haba instalado al borde de un granestanque y pretenda leer el futuro a sus clientes en elagua sagrada al pie del Potala. Haba por all muchocomercio!

    Pargo Kaling estaba llena de gente. Haban sido insta-lados pequeos puestos y los comerciantes itineranteshacan mucho negocio vendiendo comida y dulces a losperegrinos. Muchos amuletos y cajas de encantosestaban envueltos en un puesto, brillando al sol losadornos tur-

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    quesas y dorados. Indios alegremente enturbanados ycon grandes barbas y ojos brillantes paseaban en buscade gangas.

    Enfrente se elevaba Chakpori la Montaa de Hierroalgo ms alta que el Potala, pero no tan adornada ni con

    tantos edificios, sino austera, algo gris y triste. PeroChakpori era la Casa de la Curacin, mientras que elPotala era la Casa de Dios. Ms all de Chakpori el RoFeliz reluca y resonaba mientras se diriga rpido haciala baha de Bengala. Ponindome las manos de pantallapor encima de mis ojos y esforzndome un poco pude veral barquero que conduca a sus pasajeros de una a otraorilla del ro. Su hinchado bote de piel de yak siempreme fascinaba y empezaba a preguntarme si no estara

    mejor de barquero que de pequeo aclito en una granlamasera. Pero bien saba que an no era tiempo de serun barquero, pues tena antes que estudiar y quin haodo que un monje se convierta en barquero?

    Muy lejos, a la izquierda, la dorada techumbre del JoKang, o catedral de Lhasa, deslumbraba los ojos al refle-ar los rayos del sol. Contempl al Ro Feliz, mientrascruzaba la tierra pantanosa, deslumbrante por entre lossauces, y reciba un pequeo afluente bajo el bello Puente

    Turquesa. Y tambin lejos vi un brillante hilo de plataque disminua al alejarse cuando el ro segua hacia lastierras bajas.

    Era aqul un da de mucha actividad y, asomado a laventana con cierto peligro de caerme desde muchaaltura pude ver ms mercaderes que llegaban por elcamino de Drepung cruzando los altos desfiladeros mon-taosos. Pero pasara mucho tiempo antes de que llega-sen lo bastante cerca de m para verlos con detalle, y laclase empezara antes.Las faldas de las montaas estaban salpicadas de lama-seras, grandes unas como si contuvieran una ciudad cadauna, y pequeas otras precariamente sostenidas en las al-

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    turas de roca en pendiente. Algunas de las mspequeas y de las situadas en posicin mspeligrosa, eran ermitas de monjes que habanrenunciado al mundo y que se encerraban ensus reducidsimas celdas para pasar all el resto

    de sus vidas. Era EN REALIDAD tan buenosepararse tanto del mundo? Ayudaba aalguien que un hombre joven y saludable seencerrase en una pequea celda para pasarseall quiz cuarenta aos en completa oscuridad

    y silencio total, mientras meditaba sobre lavida y trataba de l iberarse de los vnculos dela carne? Deba de ser muy raro, pens, novolver a hablar ni andar, y comer slo un da

    s y otro no.

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    Captulo tres

    Pens en mi Gua, el lama Mingyar Dondup, que muyrepentinamente haba tenido que irse a la lejana Pari;pens en todas las preguntas que fluan en m y a lasque slo l poda responder. No tena que preocuparmepues maana regresara l y entonces me alegrara devolver a Chakpori. Aqu, en el Potala, haba demasiadaceremonia, demasiada burocracia. S, me preocupabanmuchos problemas y apenas poda esperar lasrespuestas. Desde haca unos momentos un ruidocreciente ocupaba mi conciencia; su volumen era comoel de una manada de yaks en plena carga. Y entraroncon gran alboroto en la clase mis compaeros: jugabana ser una manada de vales! Me situ prudentemente alfondo de la habitacin y me sent cerca de la pared paraque no me atropellasen los que corran.Estuvieron dando vueltas persiguindose, con un revo-loteo de tnicas y gritando alegremente. De pronto seoy un resonante jUAAMPF! y un violento ruido de aireexpelido. La habitacin qued en un silencio mortal y loschicos quedaron inmviles como figuras talladas en el

    Templo. Mi aterrorizada mirada vio al Maestro indiosentado en el suelo. Se le haban puesto bizcos los ojos yno poda fijar la vista de tan impresionado como estaba.Su recipiente de cebada se le haba derramado en elsuelo, observ con cierta satisfaccin. Empez a moverselentamente y se puso dificultosamente en pie apo-

    yndose en la pared y mirando en torno suyo. Yo era elnico que estaba sentado y evidentemente no habaintervenido en la travesura. Qu maravilloso y raro estener la conciencia completamente limpia! All, sentado,me hinchaba la conviccin de mi inocencia.

    En el suelo, medio inconsciente por el golpe o petrificado

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    de miedo, se hallaba el muchacho que haba ido a cho-car de cabeza con el diafragma del Maestro indio. Lanariz del chico sangraba pero el indio le dio un puntapi

    y le chill: --j LEVNTATE! Se agach, agarr alchico por una oreja y lo puso en pie. Desgraciada yhorrorosa porquera tibetana! grit golpendole a aqulen las orejas a las vez que hablaba: Te ensear acomportarte bien con un caballero indio! Te ensear

    yoga para que mortifiques tu carne y liberes tu esp-ritu! Tengo que preguntarle a mi Gua, pens, PORQU algunos de estos Grandes Maestros de otros pasesson tan salvajes.

    El chilln Maestro dej de golpear al chico y dijo: Da-remos ms tiempo de clase para que os convenzis de

    que deberais aprender en vez de tener malos modales.Ahora mismo empezaremos. Grit: Oh, HonorableMaestro, no he hecho nada absolutamente y es injustoque deba quedarme!El indio me mir enfurecido y dijo: T... t eres elpeor de todos. El que ests impedido e intil no quieredecir que debas escapar del castigo por tus pensamien-tos. Te quedars como los dems.

    Recogi sus papeles esparcidos y lament que la hermosa

    cartera de cuero con el mango arriba y el brillante botnque serva para abrirla hubiera quedado estropeada por sucontacto con nuestro basto suelo de piedra. El indio lonot y gru: Algunos tendrn que pagar por estomuy caro; exigir otra al Potala. Abri su cartera yremovi sus papeles ponindolos en orden despus dehaberlos sacado todos. Satisfecho por fin, dijo: Estamaana terminamos diciendo que Gautama renunci a suvida en palacio y que continuara aqulla en busca de la

    Verdad. Continuemos ahora.Cuando Gautama sali del palacio de su padre el rey,llevaba un torbellino en la mente. Haba experimentadouna sbita e impresionante experiencia al ver la enfer-

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    medad, que l no conoca, al ver a la muerte, que nuncahaba visto, y al conocer la profunda paz, la extremadatranquilidad y el contento. Sus pensamientos eran quequien llevaba una expresin contenta vesta tambin unhbito de monje, de modo que la satisfaccin y la paz

    interior slo se encontraran en el atuendo de un monje, y as busc su tranquilidad interior y el sentido de lavida.Sigui vagando en tierras ms all de donde reinaba supadre, siguiendo los rumores de los monjes cultos y loseruditos ermitaos. Aprendi de los mejores Maestrosque pudo encontrar, estudiando dondequiera que habaalgo que saber. Cuando aprenda de un Maestro cuantoste poda ensearle, segua su camino, siempre tras el

    conocimiento, siempre en busca de lo ms elusivo quepuede haber en esta Tierra: la paz mental, la tranquili-dad.

    Gautama era un discpulo muy apto. La vida le habafavorecido, era de cerebro alerta y de muy despiertaatencin para todo. Poda recoger toda clase deinformacin y ordenarla en su mente rechazandocuanto le fuese intil y reteniendo slo lo que le era debeneficio y valor. Uno de los Grandes Maestros,

    impresionado por la buena disposicin de Gautama ysu aguda inteligencia, le pidi que se quedara a enseartambin l y que se convirtiera en compaero suyo paracomunicar el conocimiento a otros estudiantes. Peroesto era completamente ajeno a la creencia deGautama, pues razonaba l cmo poda ensear loque l no comprenda del todo? Cmo ensear a losotros cuando l mismo an andaba buscando laVerdad? Conoca las Escrituras y los comentarios de

    stas pero, aunque las Escrituras daban un cierto gradode paz, siempre haba cuestiones y problemas que lerompan la tranquilidad que l andaba buscando, asque Gautama sigui vagando.Era un hombre obsesionado, un hombre con unapasio-

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    nado impulso que no le permita reposar y que siemprele llevaba en busca del conocimiento, en busca de laVerdad. Un ermitao le hizo creer que slo la vida asc-tica le permitira la tranquilidad y as, a pesar de ser bas-tante impetuoso, Gautama prob la vida de los ascetas.Desde haca mucho tiempo haba renunciado a todas las

    cosas materiales, no se conceda placeres materiales y sloviva en busca del significado que hay ms all de lavida. Pero luego se esforz para comer cada vez menos y,segn cuentan las viejsimas historias, por fin logr man-tenerse con slo un grano de arroz al da.

    Pas todo su tiempo en la ms profunda meditacinpermaneciendo inmvil a la sombra de una higuera deBengala. Pero por fin su reducida dieta lo traicion; sedesmay de hambre, de mala nutricin y de falta de todocuidado. Estuvo mucho tiempo al borde de la muerte

    an no haba encontrado el secreto de la tranquilidad.Segua sin hallar el significado ms all de la vida.Ciertos "amigos" se haban reunido en torno a l du-rante los das de hambre lie pas Gautama, y vean en llo extraordinario, el monje que poda vivir con slo ungrano de arroz al da. Creyeron que lograran grandesventajas asocindose con un hombre tan sensacional. Pero,

    como los "amigos" de todo el mundo, tambin stos leabandonaron a la hora de su necesidad. A punto demorir Gautama de hambre, sus amigos le dejaron unotras otro en busca de nuevos sensacionalismos. Gau-tama se vio de nuevo solo, libre de la distraccin de losamigos, libre de seguidores, libre para empezar de nuevoa meditar sobre el significado ms all de la vida. Esteepisodio fue el punto decisivo en la carrera deGautama. Durante aos haba estado practicando todo el

    yoga que poda, mortificando su carne, libre su espritude las trampas del cuerpo, pero ya encontraba el yogaintil para l; ste slo era un medio de ensear ciertadisciplina a un cuerpo recalcitrante y no tena gran mrito

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    para ayudarle a uno a adquirir la espiritualidad. Tambinse encontr con que era intil llevar una vida tan austera,porque la austeridad continuada slo conduca a la muer-te, con lo cual quedaran sin contestar sus preguntas y sumisin sin terminar. Tambin se pregunt sobre ese

    problema y decidi que lo que haba estado haciendo eracomo tratar de achicar el ro Ganges con una criba o tratarde hacer nudos sin cuerda.Una vez ms medit Gautama, sentado bajo un rbol,tembloroso y con la debilidad que suele aquejar a quieneshan estado mucho tiempo sin comer y que slo por lospelos han escapado de las puertas de la muerte. Sentadobajo el rbol, meditaba profundamente sobre el problemade la desgracia y del sufrimiento. Tom la solemne deci-

    sin de que, como ya haba pasado ms de seis arios enbusca del conocimiento, sin saber lo que deseaba, se sen-tara a meditar y no volvera a levantarse hasta haberhallado la respuesta a su problema.Gautama se qued all sentado, el sol se puso, la oscuri-dad invadi la Tierra, los pjaros nocturnos comenzaronsus llamadas y los animales empezaron su merodeo. Gau-tama segua sentado. Pasaron las largas horas de la noche

    y pronto apareci en el cielo levemente la luz del da, pues

    empezaba a amanecer. Gautama, sentado, meditaba.Todas las criaturas de la Naturaleza haban presenciadolos sufrimientos del cansado Gautama el da antes,cuando estuvo sentado solo bajo el gran rbol. Contaba lcon la simpata y la comprensin de los animales y todaslas criaturas de la Naturaleza pensaban en cmo podranayudar a la humanidad para salir de los difciles caminosen que se haba metido.Los tigres dejaron de rugir para que su cancin y sus

    llamadas no molestaran al meditativo Gautama; los monoscesaron de charlotear y dejaron de balancearse de rama enrama; en cambio, se sentaban en silencio, con

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    esperanza. Los pjaros interrumpan sus cantos y movansus alas con la esperanza de ayudar a Gautama envin-dole oleadas de amor y de aire fresco. Los perros, quenormalmente ladran y corretean, se inmovilizaron detrsde los arbustos donde los rayos del sol no caan sobreellos. El rey de los caracoles, mirndole, vio que los perros

    desaparecan en la sombra y crey que l y los suyospodan ayudar a la humanidad por medio de Gautama.Llamando a los suyos, el rey de los caracoles los condujopor la espalda de Gautama hasta su cuello y se pusieronsobre la cabeza enrojecida por el sol, aquella cabezasumida en la meditacin y tan requemada por losardientes rayos del sol; los caracoles se apiaban y consus frescos cuerpos protegan a Gautama del calor del solde medioda y, quin sabe, quizs aquellos caracoles, al

    mantener fresca la cabeza de Gautama, le ayudaran en suinvestigacin final. Los seres de la Naturaleza eran amigosdel Hombre, no le teman y hasta que ste se condujotraidoramente para con ella la gente de la Naturalezaestaba dispuesta a ayudarlo.Continu el da y Gautama segua sentado, inmvil, taninmvil como una estatua. Una vez ms lleg la noche, laoscuridad; de nuevo al acercarse el alba surgieron en elcielo leves colores y luego el sol barri el horizonte. Pero

    esta vez el sol haba trado a Buda la iluminacin. Como sile hubiera cado encima un rayo, se le ocurri unpensamiento a Gautama; tena ya una respuesta, o por lomenos una parcial respuesta a los problemas que lehaban preocupado tanto. Le iluminaba ya un nuevoconocimiento, se haba convertido en "el Iluminado", queen indio es "el Buda".Su espritu haba sido iluminado por lo que haba ocu-rrido durante su meditacin en el plano astral, haba

    conseguido penetracin y recordado las cosas que viera enaquel plano. Ahora saba que poda librarse de la desgraciade la vida en la Tierra, que poda volver a

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    la Tierra en el interminable ciclo de nacimiento, muertey vuelta a nacer. Haba conseguido llegar a conocerpor qu sufra el Hombre, qu causaba ese sufrimiento,cul era su naturaleza y cmo poda terminarse esto.

    Desde aquel momento Gautama se convirti en Gau-

    tama el Despierto o, para decirlo con la palabra india,Gautama el Buda. Medit de nuevo sobre cul deba sersu curso de accin. Haba sufrido y estudiado y tenaque ensear a los otros o dejarles que descubrieran porlos medios con que l mismo haba descubierto? Sepreocup de esto y se pregunt si alguien creera lasexperiencias por las que l haba pasado. Pero decidi quela nica manera de lograr una respuesta a esto era hablarcon los dems, darles la buena noticia de la iluminacin

    que l haba recibido.Levantndose y llevndose un poco de alimento y deagua, emprendi el viaje a Benars, donde esperaba en-contrar a cinco de los antiguos asociados que le habanabandonado cuando tanta ayuda necesitaba, los que ledejaron cuando l decidi comer de nuevo.Despus de un viaje que dur mucho tiempo, pues Gau-tama el Buda estaba an dbil por las privaciones quehaba sufrido, lleg a Benars y encontr all a los cinco aquienes buscaba. Habl con ellos y les dio lo que lahistoria conoce como "el Sermn del Giro de la Ruedade la Ley". Cont a su pblico la causa y la naturalezadel sufrimiento, y les dijo cmo deban hacer para vencerel sufrimiento; les habl de una nueva religin que ahorallamamos budismo. Y budismo significa la religin de losque buscan volver a despertarse.

    As que Gautama supo lo que era el hambre. Tambinyo conoca el hambre! Deseaba que nuestro Maestro hu-biera tenido ms comprensin, pues nosotros, los chicos,nunca tenamos mucho que comer ni nos sobraba nuncamucho tiempo, y con su voz montona super el tiempoconcedido para la clase. Tenamos hambre, estbamos

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    cansados y fastidiados de todo, apenas capaces de com-prender la importancia de lo que l deca.El chico que haba ido a parar contra el Maestro indio,segua sentado sorbiendo, su nariz claramente daada,quiz rota, pero tena que continuar all procurando cor-tarse el fluir de la sangre con los dedos para no irritar

    ms al Maestro. Y entonces pens qu sera todo aquello,para qu tanto sufrimiento, por qu quienes pueden mos-trar compasin y comprensin se conducen de un modotan sdico. Decid que en cuanto volviese mi Gua pro-fundizara ms en estos problemas que me estaban tras-tornando. Pero vi con un considerable placer que elMaestro indio pareca un poco cansado, dando la impre-sin de tener un poco de hambre y sed y se mova con-tinuamente de un pie a otro. Nosotros, los nios, estba-

    mos sentados en el suelo, todos con las piernas cruzadasexcepto yo, y tena que estorbar lo menos posible. Losdems se sentaban con las piernas cruzadas, en filasordenadas. El Maestro paseaba por detrs de nosotrospara que no supiramos dnde estaba en un momentodeterminado pero aquel hombre, el indio, miraba por laventana contemplando cmo se movan las sombras porel suelo y cmo transcurran las horas. Tom una deci-sin; se estir y dijo: Bueno! Tendremos un descanso,

    os distrais, no prestis atencin a mis palabras, aunqueson unas palabras que pueden influenciar todas vuestrasvidas durante eternidades. Tendremos un descanso demeda hora. Podis tomar vuestro alimento y luego vol-veris aqu tranquilamente y reemprender mi charla.

    Rpidamente volvi a meter sus papeles en la cartera decuero, que se cerr con un iclick! muy satisfactorio.Luego se march con un revuelo de su tnica ama-

    rilla. Nos quedamos sentados, bastante impresionadospor la rapidez de la interrupcin, hasta que los otros sepusieron veloces en pie, pero yo tuve que incorporarmepenosamente. Tena las piernas tiesas y haba de soste-

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    nerme en pie apoyndome contra la pared para luego irempujando una pierna delante de la otra. Siendo el ltimoen salir, me dirig hacia donde estaba mi amigo el monje-cocinero y le expliqu mi situacin, ya que se me casti-gaba por los pecados de los otros.

    Se ri de m y me dijo: Y qu me dices del joven-cito que tiraba puados de holln desde la ventana?Acaso tu kharma no est a la altura del de los dems? Ysi tus piernas no estuvieran daadas, no habras sido tincluso el jefe de los revoltosos?De nuevo se ri de m, benvolo. Era un viejo muy sim-ptico. Luego me dijo: Anda, srvete! No me nece-sitas para que te sirva, ya te has valido t mismo desobra. Come bien y vuelve antes de que ese hombre tanirritable se enfade ms. As que tom el t, el que hababebido en el desayuno, el que tom tambin en el al-muerzo; el mismo que tomara durante aos: tsampa.Nosotros los tibetanos no tenemos relojes de pared nide bolsillo. Cuando yo estaba en el Tibet ni siquiera sabaque existan los relojes de pulsera, pero sabamos la horapor algo interior en nosotros. La gente que depende deella misma, y no de recursos mecnicos, desarrolla dife-rentes facultades. As, mis compaeros y yo podamosdarnos cuenta del paso del tiempo con la misma precisinque quienes llevan relojes. Bastante antes de pasar lamedia hora habamos vuelto a la clase, y regresamoscautamente, con la misma tranquilidad que los ratonesque tan bien se alimentaban con nuestro grano en losalmacenes.

    Entramos en una ordenada procesin, todos excepto elpequeo que sangraba por la nariz. El pobre haba acu-

    dido al enfermero, que le descubri que se haba rotola nariz, y fui yo el encargado de presentarle al Maestroindio un palo en el que iba enrollado un papel dondese explicaba la razn de que el nio ya un pacienteno se presentara.

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    Los otros se sentaron y esperamos, apoyando yo la es-palda en la pared y sosteniendo el palo con el papel enun extremo. De pronto, apareci el indio en la puerta

    y se nos qued mirando irritado. Luego se me acerc yme ri: T, chico, t! Qu haces ah jugando conun palo? pregunt. Seor le dije, molesto.

    Traigo un mensaje del enfermero... Y tend el palohacia l. Por un momento no pareci tener idea de lo quehaba de hacer, y de pronto se apoder tan violentamentedel palo que estuve a punto de caerme de bruces. Tiran-do el palo despus de quitar el papel, ley ste. Al hacerlohizo un gesto an ms de enfado y lo tir lejos de s,gesto muy ofensivo para nosotros los tibetanos, pues con-siderbamos sagrado al papel, ya que mediante ste lea-mos la historia, y aquel hombre, aquel sabio indio, habatirado un papel sagrado.

    Bueno! Qu hacis ah mirando como papanatas? Yole miraba con gran asombro, pues me pareca insensatasu conducta. Si l era un Maestro, entonces, decid, yo noquera ser Maestro. Groseramente me hizo seas paraque me quitara da en medio y me sentara. As lo hice yl se situ ante nosotros y empez a hablar. Nos dijoque Gautama haba encontrado una manera diferente

    de abordar la realidad, una manera que se llam ElCamino Intermedio. Desde luego, las experiencias deGautama haban sido dobles; nacido prncipe que tuvo elmximo de lujo y comodidades, con muchas bailarinas asu disposicin (jai decirlo, los ojos del Maestro indio seanimaron!) y cuanto poda comer, as como todos losdems placeres que poda desear, pas luego de esoal sufrimiento y a la ms abyecta pobreza, llegando casi alextremo de morir de hambre. Pero, como Gautama com-

    prendi fcilmente, ni las riquezas ni los andrajos ence-rraban el secreto del eterno problema del Hombre. Demodo que la respuesta deba de estar entre aqullas ystos.

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    El budismo es considerado frecuentemente como unareligin, pero en el estricto sentido de la palabra no esuna religin. El budismo es una manera de vivir, uncdigo de vida y, con tal de que siga uno ese cdigo conexactitud, pueden obtenerse ciertos resultados. Por con-

    veniencia puede llamarse religin al budismo, aunquepara aquellos de nosotros que son verdaderos sacerdotesbudistas, religin es un trmino errneo y la nicadenominacin acertada es El Camino Intermedio .El budismo se fund en las enseanzas de la religinhind. Los filsofos hindes y los Maestros religiososhaban enseado que el camino del propio conocimiento, elconocimiento del espritu, y las tareas que se enfrentan conla humanidad, eran como uno que anda por el filo de

    una navaja donde la menor inclinacin a un lado u otropueden hacerle caer.

    Gautama conoca todas las enseanzas hindes, pues enlos comienzos de su vida era un hind. Pero gracias asu propia perseverancia descubri un Camino Inter-medio.La extremada negacin de s mismo es mala, lleva a unpunto de vista distorsionado. Se pueden considerar prove-chosamente condiciones como las existentes al afinar uninstrumento de cuerda. Si uno pone demasiado tirantela cuerda de un instrumento, como una guitarra por ejem-plo, puede llegar a punto de romperse, de modo que elmenor toque pueda hacerla saltar y, por tanto, habren esa tensin una falta de armona.Si se suprime toda la tensin en las cuerdas de un ins-trumento, se encontrar uno de nuevo con que hay faltade armona y sta slo puede hallarse cuando las cuer-das estn correcta y rgidamente templadas. Eso mismo

    pasa con la humanidad cuando la indulgencia o el excesode sufrimiento en los diversos casos carece de armona.

    Gautama formul su creencia en el Camino Intermedio yformul preceptos en los que uno puede lograr la armo-

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    na, pues uno de sus dichos fue: El que busca puedelograr la felicidad si practica bastante la bsqueda. Unade las primeras preguntas que puede hacerse unapersona es: Por qu soy desgraciado?. Es la preguntams frecuente. Gautama el Buda se pregunt por qu eradesgraciado; meditaba muchsimo sobre ello y lleg a laconclusin de que incluso un recin nacido sufre, y sillora es por haber nacido, por el dolor e incomodidad dehaber nacido y de salir del cmodo mundo que l conoca.Los bebs lloran cuando estn a disgusto, y cuando sehacen mayores quiz no lloren pero hallan maneras deexpresar su descontento, su falta de satisfaccin y sudolor efectivo. Pero un beb no piensa en por qu llora,sino que se limita a llorar. Reacciona sencillamente comoun autmata. Ciertos estmulos hacen que una personallore, y otros que ra, pero el sufrimiento el dolor slose convierte en un problema cuando la gente se preguntapor qu sufre, por qu es infeliz.

    Las investigaciones han revelado que la mayora de laspersonas sufren en cierta medida cuando tienen diez aosde edad y se han preguntado por qu han de sufrir. Peroen el caso de Gautama esta pregunta no se plante hastalos treinta aos, pues sus padres hicieron cuanto

    pudieron para evitarle que sufriera en forma alguna. Lagente que ha estado superprotegida y mimada no sabe loque es la desgracia, de modo que si de pronto cae sobreellos la desventura no estn en situacin de enfrentarsecon ella y con frecuencia padecen ataques mentales onerviosos.

    Todo individuo tiene que enfrentarse en alguna ocasincon el sufrimiento y afrontar las razones por las que sufre.

    Toda persona ha de padecer dolor fsico, mental o

    espiritual, pues sin el dolor no podra haber sobre laTierra enseanza, ni habra purificacin, ni se saldra dela escoria que actualmente rodea al espritu del Hombre.

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    Gautama no descubri una nueva religin; toda su ense-anza, su contribucin a la totalidad del conocimientohumano, est enfocada sobre o en torno al problema deldolor o de la felicidad. Durante su meditacin, mientraslas criaturas de la naturaleza permanecan quietas y l

    poda pensar sin ser molestado y mientras los caracolesrefrescaban su cabeza recalentada por el sol, Gautamacomprendi el dolor, comprendi la razn del sufrimiento ylleg a creer que saba cmo poda vencerse ste. Enseesas cosas a sus cinco primeros asociados y susenseanzas se convirtieron en los cuatro principios sobrelos que reposa toda la estructura budista. Son Las CuatroNobles Verdades, de las que trataremos ms adelante.

    Caan las sombras de la noche; la oscuridad descenda

    tan rpidamente que apenas podamos vernos unos aotros. El Maestro indio se apoyaba en la ventana y superfil se dibujaba a la dbil luz de las estrellas. Seguahablando, olvidando o sin pensar que los chicos tenamosque levantarnos para el servicio de medianoche, luegopara el servicio de las cuatro y de nuevo a las seis dela maana.

    Por fin pareci darse cuenta de que se cansaba y queall en la oscuridad, de espaldas a la luz de las estrellas,

    quizs estuviese desperdiciando el tiempo porque nopoda vernos y no saba si le prestbamos atencin o siestbamos dormidos sentados.De repente dio una palmada en el atril con un resonanteiZUANG!. Fue un ruido sobrecogedor inesperado-- ytodos saltamos asustados, de modo que llegamos aapartar bastante del suelo nuestros cuerpos y al instantecamos con ruidos blandos y gruidos de sorpresa.

    El Maestro indio sigui all durante unos cuantos minu-tosy luego dijo: Marchaos y sali de la habitacin. Erafcil para l, pens. Slo era un visitante con especialesprivilegios y nadie iba a sealarle su obligacin. Podairse a su celda y descansar toda la noche si quera. En

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    cambio, nosotros tenamos que irnos al servicio delTemplo.Nos pusimos pesadamente en pie y yo era el ms pesadode todos. Luego salimos, dando tumbos, de la oscurahabitacin al corredor, an ms oscuro. No era corrienteque hubiera clases a aquella hora y no haba luces. Sin

    embargo, los corredores nos eran muy familiares y llega-mos bien a uno de los pasillos principales que, porsupuesto, estaba iluminado con las inevitables y vaci-lantes lmparas colocadas en nichos a la altura de lascabezas y que dos monjes llenaban constantemente demanteca y tendan los pabilos que flotaban en la gra-sienta superficie.

    Con pasos inseguros nos dirigimos hacia nuestro dormi-torio, donde nos acostamos en el suelo, sin ms historias,procurando dormir un poco antes de que las trompetas yconchas nos llamaran para el servicio de medianoche.

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    Captulo cuatro

    Me acurruqu bajo los grandes baluartes haciendo con

    mi cuerpo casi una pelota mientras procuraba atisbar poruna pequea abertura. Me dolan mucho las piernas ysenta barras de fuego que, segn tema, soltaran lasangre de un momento a otro. Pero tena que perma-necer all, DEBA sufrir aquella incomodidad, hecho ungurruo y asustado, mientras trataba de otear el lejanohorizonte. En postura tan molesta, me hallaba casi enla cumbre del mundo! Sin alas no poda subir ms, o idea que me atraa mucho sin elevarme en alguna

    poderosa cometa. El viento silbaba y aullaba en torno am, rasgando las Banderas de las Plegarias, lamentn-dose en los techos de las Tumbas Doradas y dejando caerde vez en cuando sobre mi cabeza destocada una llo-vizna de fino polvillo de la montaa.

    A primera hora de la maana me haba escapado y, conmiedo y temblando, haba salido a escondidas por mi ca-mino secreto a travs de los corredores poco usados ylos pasadizos. Detenindome para escuchar a cada pocosescalones, haba salido por fin con extremada precaucinal Tejado Sagrado, que slo el Recndito y sus ntimosamigos podan visitar libremente. All haba PELIGRO.El corazn me lata al pensar en ello. Si me cogan, meexpulsaran de la Orden del modo ms deshonroso.Expulsado? Y qu hara yo entonces? Me invada elpnico y durante un buen rato estuve a punto de regre-sar a las regiones inferiores a las que yo perteneca. Elsentido comn me lo impeda, pues bajar sin haber cum-plido mi misin sera sin duda un fracaso.Expulsado en desgracia? Y por qu haban de expul-sarme? No tena casa. Mi padre me haba dicho que micasa no era ya mi hogar y que deba abrirme paso yo

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    solo en la vida. Mi ojo errante capt el brillo del RoFeliz. Buscaba al muy moreno barquero del bote depiel de yak y se me aclar la mente. Eso hara; serabarquero! Para mayor seguridad a anc por el borde del

    Techo Dorado, libre de que me viera el mismo Recnditoincluso si se aventuraba por all con aquel viento. Las

    piernas me temblaban con el esfuerzo y el hambre gruadentro de m. La lluvia resolvi el problema, pues pudemojar los labios en un charquito que se haba formado.No llegara l NUNCA? Miraba angustiosamente el dis-tante horizonte. S... s; me frot los ojos con el revsde mis manos y volv a mirar. HABA una nubecilla depolvo! Vena de Pari! Por lo pronto olvid el dolor enmis piernas y tambin el incesante peligro de ser visto.Me qued all quieto mirando. Lejsimos, se acercaba un

    grupo de jinetes a Lhasa. Arreciaba la tormenta y la nubede polvo que levantaban los cascos de los caballos sedeshaca casi en cuanto se formaba. Yo no dejaba demirar protegindome los ojos del cortante viento, perosin perderme nada.

    El viento huracanado inclinaba los rboles. Las hojasbailoteaban como locas y el viento se las llevaba hacia lodesconocido. El lago junto al Templo de la Serpienteno era ya plcido como un espejo; las agitadas olas seestrellaban alocadas contra la orilla de all. Los pjaros,que conocan bien los cambios del tiempo, buscabancautamente proteccin siempre de frente al viento. Delas cuerdas de las Banderas de las Plegarias, casi a puntode romperse con la presin, llegaba una especie detamborileo en tanto que de las grandes trompetas atadasal tejado de abajo venan broncos bramidos mientras elviento bata las bocinas. All, en la parte ms alta del

    Tejado Dorado, senta yo temblores, extraos rasguosy sbitas rachas de antiqusimo polvo que se elevaba delas vigas de abajo.

    Una horrible premonicin me hizo volverme a tiempo de

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    ver una fantasmal figura precipitndose hacia m. Unosbrazos pegajosos me sujetaron y me sacudieron con vio-lentos golpes. No pude chillar, no tena aliento! Unanube negra y maloliente me envolvi producindome nu-seas con su peste. No haba luz, slo una lobreguez

    llena de ruidos, y OLOR! No haba aire, slo aquelgas nauseabundo!

    Tembl. Mis pecados me haban descubierto. Un Esp-ritu Malo me haba atacado y estaba a punto de lle-vrseme. Por qu desobedec la Ley y sub al TerrenoSagrado? Entonces, mi mal humor triunf. No, NO mellevaran los Diablos. LUCHARA con todos ellos. Fre-ntico, con pnico ciego e inmensa indignacin, me

    defend arrancando grandes pedazos al Diablo. Mesent aliviado y re casi histrico. Lo que me habaasustado tanto haba sido una viejsima tienda de pielde cabra, podrida con el paso de los aos, que el vientome haba tirado encima. Sus restos eran arrastrados yahacia Lhasa!

    Pero la tormenta tuvo la ltima palabra; con un triun-fante bramido una gran racha me empuj por el resba-ladizo suelo. En vano trataba de aferrarme con mis flojas

    manos; intilmente pretenda agarrarme al tejado. Llegual borde, vacil y ca como una pluma en brazos de unviejo lama, quien me mir asombrado y abri la bocacuando yo llegu as le pareci del mismsimo cielollevado por el viento.

    Como sola ocurrir en Lhasa con las tormentas, se habaterminado de golpe toda aquella conmocin y el grantumulto. Haba amainado el viento que ya slo suspi-raba en torno a los dorados aleros y tocaba suavemente

    las grandes trompetas. Las nubes seguan corriendo so-sobre las montaas y, con la velocidad de su carrrera, sedeshilachaban. Yo, en cambio, no estaba tan tranquilopues haba MUCHA tormenta en m. CoGiDo!, me dijeentre dientes. Cogido como el chico ms tonto de la

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    lamasera. Ya tendra que dedicarme a barquero o aconductor de yaks. AHORA s que me he metido enun lo!, me dije. Seor! exclam con voz tem-blona. Lama Custodio de las Tumbas, es que yo es-taba... Y el lama me interrumpi suavemente: S,s, hijo, lo he visto todo. He visto cmo te arrastraba elvendaval. Te han bendecido los Dioses!Le mir y l a m. Entonces me di cuenta de que anme abrazaba; se haba impresionado tanto que ni si-quiera se haba dado cuenta. Con gran consideracin,me solt. Mir en direccin a Pari. No, ya no los podadistinguir! Deban de haberse detenido, yo... Hono-rable Custodio! chill una voz. Has visto cmovolaba ese nio por encima de la Montaa? Los Diosesse lo llevaron, que la Paz sea con su alma! Me volvhacia l. Era un viejo monje de aspecto corriente. Sellamaba Timon y era uno de los que barran los Templos yhacan tareas por el estilo. n1y yo ramos buenos ami-gos. Al mirarme y reconocerme, se agrandaron de asom-bro sus ojos.

    ;Que la Bendita Madre Dolma te proteja! excla-m. De modo que eras T!!! Hace pocos das quela tormenta te llev a ese tejado y ahora otra tormenta

    te nos devuelve. Esto es desde luego un milagro. Em-pec a decir: Pero si yo estaba... Pero el Lama meinterrumpi: S, s, lo sabemos todo, lo hemos vistotodo. Estaba dando una vuelta para ver si todo estaba

    bien y vi que VOLABAS SOBRE EL TEJADO ANTE m.

    Me senta un poco triste, pues haban credo queuna vieja tienda podrida de piel de cabra, era yo!Pues que lo creyeran. Luego pens en el miedo que habapasado y cmo haba credo que los malos espritus lucha-

    ban contra m. Cautamente mir por si haba por allalgn trozo de la vieja tienda. No, al luchar con ella lahaba deshecho y todos los pedazos se los haba llevadoel viento.

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    Mira! Mira! grit Timon. Aqu tenemos laprueba! Mrale, MRALE! Naturalmente, tambin yomir, aunque l se diriga al lama y vi que se me habaquedado envuelto un trozo de una Bandera de Plegaria.En una mano sujetaba an media bandera. El viejo lama

    chasqueaba la lengua y baj, pero yo me apresur aasomarme esperando ver a mi amado Gua, el LamaMingyar Dondup, por si apareca all muy lejos. Perola tormenta que se termin haba dejado completamenteborroso el paisaje y ahora barra los valles dejando nubesde polvo, hojas voladoras y sin duda los restos de lavieja tienda de piel de cabra.

    El anciano Custodio de las Tumbas volvi y mir porencima de los baluartes conmigo. S, s dijo. Te

    vi salir por el otro lado del muro, movindote ante msostenido por el viento, y luego vi que caas en la partems alta del Tejado Dorado de las Tumbas; no pudesoportar mirarte. Vi que te esforzabas por mantener elequilibrio y me tap los ojos con la mano. Ms valeas, me dije, o me habra visto usted luchando con latienda de piel de cabra y habra comprendido que estuveall todo el tiempo. Entonces lo habra pasado mal.

    Hablaban mucho cuando pasamos a los otros edificiosde abajo; una conversacin muy animada. Un grupo demonjes y lamas comentaba que me haban visto llegarde la montaa y que el viento me haba impulsadomientras yo agitaba los brazos. Haban credo que meestrellara contra las paredes o que el viento me arrojaracontra el Potala y ninguno de ellos haba esperado vol-verme a ver vivo. Ninguno de ellos haba comprendidoque lo que se elevaba entre nubes de polvo y un terribleventarrn era una vieja tienda de piel de cabra y no yo.

    Ay, ay! dijo uno. Lo he visto con mis propiosojos. De pronto lo arranc el viento de donde estaba yvol sobre mi cabeza agitando los brazos. Nunca crellegar a ver semejante cosa! S, s! dijo otro. Yo

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    estaba mirando por la ventana, asombrado de lo fuerteque era la tormenta y precisamente cuando vi a este chicovolando hacia m se me llenaron los ojos de polvo. Casime dio en la cara cuando pas. Eso no es nada!

    exclam otro. A m l leg a darme en la cara

    y casi me sac el cerebro. Estaba yo en el parapetocuando se me acerc, quise agarrarlo y estuvo a puntode romperme el hbito. Lleg a subrmelo por encimade la cabeza y estuve cegado un rato. Cuando pude yaver, se haba ido. Cre que haba llegado su hora, peroveo que est aqu.

    Me pasaban de uno a otro como si fuera yo una estatuaque hubiese ganado un premio. Los monjes me tocaban,los lamas me acariciaban y nadie me dejaba explicar que

    no me haba llevado el viento volando como ellos decansino que haba estado a punto de estrellarme. Unmilagro! exclam un viejo de los que estaban en elexterior del grupo. Y luego dijo otro: Miren, ahviene el Seor Abad! Los presentes dejaron paso res-petuosamente a la figura de tnica dorada que habaaparecido entre nosotros. Qu ha ocurrido? pre-gunt: Por qu estis congregados as? Explicadme

    d i j o vo l v i ndose hac ia e l l ama de mayor

    edad presente. Extensamente, y con muchasintervenciones del grupo siempre creciente, quedexplicado el asunto. Mientras, all estaba yo deseandoque me tragase el suelo... y fuese a parar a lacocina! Tena hambre, pues no haba comido nadadesde la noche anterior.

    Ven comigo ! me orden e l Seor Abad. Elmayor de los lamas me agarr del brazo y me ayud,pues yo estaba cansado, asustado, dolorido y

    hambriento. Pasamos a una amplia habitacin que nohaba visto yo antes. El Seor Abad se sent.Estuvo un rato en silencio como meditando en lo quele haban dicho y por fin le dijo al lama que antes habahecho el relato: Cuntamelo todo otra vez sin omitir

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    de nuevo o el relato de mi maravilloso vuelo desde elsuelo hasta la Tumba del Santo. Precisamente entoncesprodujo un prolongado ruido mi estmago vaco; nece-sitaba alimento. El Seor Abad, procurando no sonrer,dijo: Llevaoslo para que coma. Me imagino que lo

    mucho que ha pasado le ha dejado hambriento. Llamenluego al Honorable Herbolario el Lama Chin para que leexamine sus heridas. Pero primero que coma el chico.

    Qu BUENA saba la comida! Desde luego llevasuna vida con muchos altibajos, Lobsang me dijo miamigo el monje-cocinero. Primero sales volando deltejado y arrojado de la montaa y ahora me dicen quefuiste desde el pie de la montaa hasta el tejado msalto. Una rara vida dirigida por el Diablo! Siguirindose de sus propias gracias y se fue. A m no meimportaba que se riera de m, pues siempre era muyamable conmigo y me ayudaba en muchas cosas. Otroamigo fue a saludarme. Ronroneando y frotndose contramis piernas me hizo mirar hacia abajo. Uno de losgatos haba ido a reclamar mi atencin. Lo acarici pere-zosamente y cada vez ronroneaba ms fuerte. Hubo unleve roce entre los sacos de cebada y all se fue silen-cioso y muy rpido.

    Me acerqu a la ventana y mir Lhasa. No haba sealesdel grupito dirigido por m Gua el lama MingyarDondup. Le habra sorprendido la tormenta? Me lopregunt y pens si tardara mucho en llegar: Maanaentonces, eh?, y me volv. Uno de los que estaban en lacocina estuvo diciendo algo y yo slo haba odo loltimo que dijo. S aadi otro van a quedarse enla Valla de las Rosas esta noche y llegarn maana.

    Entonces intervine yo: Ah! Hablan ustedes de miGua, el Lama Mingyar Dondup? S, segn parecetendremos que cuidar de ti un da ms, Lobsang dijootro de los presentes: Pero eso me recuerda que elHonorable Enfermero te est esperando; date prisa.

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    Apesadumbrado, pensaba yo que en este mundo habademasiado trastorno. Por qu tena mi Gua que inte-rrumpir su viaje y quedarse quizs uno o dos dasen la lamasera de la Valla de las Rosas? En aquellapoca de mi existencia crea yo que slo mis asuntostenan importancia y no me daba plena cuenta de la gran

    labor que el Lama Mingyar Dondup realizaba para losdems. Coje a lo largo del corredor hasta la enfer-mera. Y precisamente sala el enfermero, pero al vermeme agarr por el brazo y volvi a entrar conmigo. Quhas estado haciendo? Siempre pasa algo cuando vienesal Potala. Estuve ante l modosamente y le dije loque los testigos visuales haban atestiguado del viento

    y de la gran tormenta. No le dije que yo estaba ya enel Tejado Dorado, pues bien saba yo que en segui