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Pendejos Reynaldo Sietecase

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TU JEFA

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  • Pendejos

    Reynaldo Sietecase

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  • ndice

    Bella luz de la noche 11

    Las cosas por su nombre 23

    Diario del cazador 39

    Los ngeles bailan cumbia 53

    Pelusa duerme en el silln 67

    Esta boca es ma 81

    El precio del amor 97

    El prximo hijo de puta 113

    Lo mat sin querer 125

    Acaso no matan a los cerdos? 139

    Nota del autor 155

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  • Cuando yo nacun ngel loco muy locovino a leer en mi manono era un ngel barrocoera un ngel muy loco, torcidocon alas de aviny ese ngel me dijoapretando mi manocon una sonrisa entre dientesvas bicho a desafinarel coro de los contentosvas bicho a desafinarel coro de los contentoslets play that.

    TORQUATO NETO, Lets play that.

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  • Bella luz de la noche

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  • Lucifer, as se va a llamar. Bella luz de lanoche, Malito. S, Malito se va a llamar...

    Silvita habla como si escupiera las pala-bras. Masticando rencor con cada slaba. Tiene elcabello teido de violeta. Corto, bien arreglado.Si no fuera por los ojos enrojecidos, la piel plida,los moretones en los brazos, la delgadez extrema,dara el tipo de esas colegialas que concurren a lasescuelas privadas de Barrio Norte, cerca de miconsultorio. Su nariz levemente respingada le daun toque francs. Se parece a la actriz de la pel-cula Amelie pero ms pequea, mucho ms peque-a. A pesar de su aspecto, brilla cuando sonre.

    La celadora la observa espantada. A dife-rencia de la chica, ella es cuadrada y maciza comouna heladera. Se levanta y descorre las cortinas delcuarto. Por primera vez reparo en sus zapatos acor-donados que parecen recin lustrados.

    As se ve mejor dice, y se queda para-da al lado del ventanal, en actitud vigilante. De-trs de los cristales se destacan las rejas y, msatrs, es posible adivinar el cielo limpio del me-dioda. Le quedan diez minutos, doctor meapura.

    El rumbo que tom la charla la irrita. Lle-va el pelo recogido en la nuca, bien tirante y en

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  • su cara de sargento se destaca un desagradablelunar junto a la nariz. Imagino que superaracon facilidad el casting para encontrar a la cela-dora modelo.

    Silvita vuelve a ser el centro de mi atencin.Se incorpora de golpe y hace caer la silla que ocu-p durante la hora y media que dur el test de eva-luacin psicolgica que me orden hacerle el juezde menores. Me mira desafiante, parece intuir unaagresin en cada gesto que se hace a su alrededor.Acaba de cumplir quince aos y est furiosa. Todoporque le pregunt por su embarazo.

    Te da miedo, cagn? A m qu mierdame importa! Es mi hijo, entends? Es mi hijo!Va a nacer y le voy a poner el nombre que se mecante el culo!

    Silvita grita histrica. Trato de decirle queella tiene derecho a hacer lo que quiera y que losnombres son apenas etiquetas que heredamos. Nos por qu pienso en Romeo intentando arrancarseel apellido que le impeda el amor. Silvita grita msfuerte. Qu absurdo traer a Shakespeare a esta ha-bitacin de internado. Absurdo? Ahora ella suel-ta las compuertas del llanto y por primera vez pa-rece lo que es: una nia desvalida. Quiero calmarla,hasta abrazarla con palabras quiero, pero de inme-diato comprendo que toda la psiquiatra del mun-do se derrite como hielo al sol ante su desamparo.Ahora chilla como si la estuviesen por matar.

    Si no me dejan tener a mi beb, memato!

    Grita y grita sin parar hasta que la celado-ra gorda se decide a intervenir y la desparrama por

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  • el suelo con una rotunda bofetada. Presiento queesperaba este desenlace.

    La panza no, la panza no... gime Sil-vita sentada en el piso. Con las dos manos seagarra la barriga chata. Su declarado embarazoparece por ahora el producto de alguna de sus alu-cinaciones.

    No s por cul de las infinitas variantes demi cobarda quedo clavado a la silla que me sostie-ne. La gorda ni me mira, se acomoda el delantal ypresiona un timbre que est junto a la puerta. ElInstituto Virgen de Itat es un establecimiento se-miabierto, destinado a menores delincuentes. Esmenos hostil que la Brigada, pero el trato con losinternos no siempre es el ms adecuado. Segn elinforme del juzgado que me encarg las pericias,desde que tena doce aos Silvita se escap cuatroveces de institutos similares.

    Ac te queremos ayudar... pero vos noquers... vos no quers, pendeja. Sos una burra...un animalito que no quiere entender la celado-ra parece ms triste que enojada. Habla comouna ta aburrida de las travesuras reiteradas de susobrina preferida.

    La chica no dice nada, slo se revuelve porel piso tomndose la panza. Cuando otras dos pre-ceptoras se la llevan a su cuarto parece una mue-ca rota. Los brazos le cuelgan y arrastra las piernasmientras la trasladan. La sigo. Pido permiso paraobservarla por la ventanita de la habitacin. Du-rante varias horas se quedar en el lugar donde ladepositaron. Acostada boca arriba, con los ojosabiertos. Imagino que vuelven a pasar por su ca-

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  • beza las memorias dulces, cuando sus padres vi-van todava y la cuidaban, y sus peores salvajadas.Tal vez no piensa en nada.

    Amalia Costa la besaba en la nariz. Eso ledaba mucha cosquilla. A Silvita no le gustaba rer-se porque s. No, Mamalia, no me hagas eso, nome lo hagas, deca como prembulo innecesarioal regocijo que le ocasionaba el mimo de su ma-dre. Esperaba ese beso con ansiedad. Era el besode dormir. El beso que borraba los contornos sr-didos de la casilla que habitaban en el corazn deVilla Casale.

    Mamalia, como la llamaba Silvita, habanacido en Asuncin del Paraguay y se vino aBuenos Aires en busca de trabajo en plena eufo-ria econmica, a principios de los noventa. Argen-tina entonces era el Primer Mundo y un peso eraun dlar aunque no lo tuvieras.

    La mam de Silvita trabaj de empleadadomstica hasta romperse los riones. Despus seembaraz. Su pareja, Benjamn Luna, un cordo-bs cantante de cumbia y adicto a cuanta sustan-cia ilegal le pasara cerca, le termin contagiandoel virus del sida. En pocos aos pasaron de las no-ches de fiesta a las madrugadas de dolor. Murie-ron casi al mismo tiempo, cruzndose reproches.Nunca confes en nadie. Nunca le creas a unhombre, porque siempre te terminan cagando, lerepeta Mamalia. Silvita tiene que hacer un esfuer-zo para recordarlos juntos y alegres. En el cajn dela mesa conserva una foto donde estn los tres en

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  • el zoolgico de Palermo. La madre tiene un pa-uelo en la cabeza y el padre una campera marrnde corderoy. Silvia est entre los dos, tomada desus manos. Todos sonren.

    Cuando sus padres murieron tena apenasseis aos y qued al cuidado del nico parienteque le quedaba vivo: el to Hugo, un buen tipo,conductor de un camin de recoleccin de resi-duos. Tengo un puesto importante se vanaglo-riaba. Yo no levanto la mugre, yo manejo lamugre, la administro. Durante un tiempo fueronun remedo de familia. Dos soledades que se cru-zaban de noche ante un plato de sopa, y por lamaana ante el mate cocido del desayuno.

    Silvita creci en la calle. Su escuela fueronlos pasillos de la villa. Sus maestros, los atorran-tes del boliche de Paco: ladrones, merqueros, nar-cos, cafishos y travestis. Sus amigos de infanciafueron los pibes chorros del barrio, los rateritos.Cuando el hermano de su madre muri en un ac-cidente, Silvita haba cumplido los doce pero suvida acumulaba ms frustraciones que la de unaprostituta a los sesenta. Las haba pasado muyfeas, y las hubiera pasado peor si no fuera por losarranques violentos que tena cuando alguien lamolestaba. A los diez aos, le rompi con un la-drillo el parabrisa a un patrullero en medio deuna razzia policial en el asentamiento. Meses des-pus, al tipo que la desvirg le clav un cuchillode cocina en la espalda. Poco a poco logr ganar-se el respeto de todos.

    Se puso de novia varias veces. Siemprecon chicos del barrio. Aprendi a sobrevivir a los

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  • codazos. En apenas un ao rob una decena denegocios pequeos por encargo de los capangasdel asentamiento. Al poco tiempo arm su pro-pio grupo. Aunque todos eran ms grandes queella, era Silvita la que tomaba las decisiones. Alos quince ya haba participado de ocho secues-tros. Se colaban en los autos de sus vctimas ylos llevaban a la villa. Desde all, pedan un res-cate mdico y que pudiera reunirse rpido.Cuando la familia pagaba, soltaban al tipo en al-gn sitio alejado de la Capital y abandonabanlos vehculos en el interior de la provincia. Apartir de los testimonios de las vctimas, que da-ban cuenta de la edad de los presuntos implica-dos, los diarios comenzaron a hablar de La ban-da de los Pibes.

    A Silvita tambin le atribuyen la muerte deun secuestrado aunque en el Juzgado de Menoresopinan que es altamente improbable que haya ase-sinado a alguien.

    Fue Juano Toloza, l ltimo de sus novios,el que cont la historia en el juzgado y luego ladesminti por sugerencia de su abogado.

    Se lo mereca, el chabn ese se lo mere-ca. La sobr todo el tiempo y eso no se hace conSilvita. La llamaba nenita. Le deca Mir, turri-ta, si no me sueltan pronto, en algn momentolos voy a venir a buscar para convertirlos en pelu-ches. Eso deca: Los voy a hacer peluches. No-sotros al principio, nos asustamos un poco porqueel tipo pareca muy pesado.

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  • Silvita por entonces tena el pelo color ver-de. Un verde oscuro, tipo militar. Segn Juano,siempre le gust teirse el pelo de colores. Ese datena el pelo verde, media docena de pastillas en-cima y una pistola nueve milmetros que le habanrobado, una semana atrs, a un guardia privadoque custodiaba el depsito de un supermercado.

    Silvita no dijo nada cont Juano.Lo escuch, lo escuch un rato largo. La voz deltipo sala entre sobona y amenazante por debajode la bolsa negra que le habamos puesto en la ca-beza para que no nos reconociera. Le hablaba s-lo a ella, como si fuera la nica de nosotros con laque vala la pena conversar. Dale, nenita, te con-viene, dejame ahora, antes que empiecen los pro-blemas. Si la segus complicando, todos se van aarrepentir. Ninguno de nosotros se mova, habalogrado confundirnos. Al rato, Pancho lo querasoltar. Para qu nos vamos a meter en un quilom-bo, mir si es servilleta, dijo. Silvita se levant dela cama, estaba desnuda de la cintura para arriba.Me acuerdo perfecto. Se le notaba la piel de galli-na y los pezones chiquitos y parados. Sac la pis-tola que guardbamos debajo de la almohada y seacerc despacio a la silla que estaba en medio delcuarto. El tipo empez a mover la cabeza, inquie-to, como si intuyera algo malo, y forceje un ins-tante con las cuerdas que le ataban las manos alrespaldar. Yo pens que Silvita iba a asustarlo, quelo hara cagar en las patas y listo... pero no. Se pa-r justo detrs del hombre con las piernas separa-das, le apoy el cao en la nuca y, sin decir unapalabra, apret el gatillo. As noms, apret el ga-

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  • tillo. Como te lo digo, apret el gatillo. La bolsanegra estall como un globo.

    Cuando la detuvieron en un espectacularoperativo policial, que incluy fuerzas combina-das de la Polica Bonaerense y de la Federal, en eljuzgado no podan creer que tuviera la edad quedeca tener entre insultos y mordiscos. Al puntoque mandaron a una comisin a buscar una copiade su partida de nacimiento.

    Rati puto! No me toqus o te juro quecuando salga te hago mierda!

    Las frases salan de un cuerpito tan frgilque contradeca la conviccin con la que soltabamaldiciones y amenazas.

    No me toqus, cagn, no ves que estoyembarazada!

    Ese da le tiraron del pelo y la patearon. Ledieron duro con un palo y duro tambin con unasoga. Recibi trompadas en la espalda y la cabeza.A su novio de turno, el Lito, tambin lo cagarona golpes. El chabn era al revs de la nena. Tenadiecisiete pero pareca de treinta. Le dieron tantaspias que cada vez que Silvita se acuerda se ponea llorar. Ahora est preso, pero no le dijeron dn-de. La cana les tendi una cama. Haca varias se-manas que los venan vigilando. Cuando cobra-ron el ltimo de los rescates ya estaban cocinados.Los dejaron llegar a la vieja casa del to Hugo, unaprefabricada que se levanta sobre el borde exteriorde la villa, y despus de un par de horas los entra-ron a buscar.

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  • Cuando reventaron la puerta, Silvita y Li-to estaban en la cama, desnudos. Los cuerpos bri-llantes de sudor se revolvieron impotentes ante lairrupcin de la polica.

    Dame la ropa, cagn! alcanz adecir Silvita antes que le soltaran el primer basto-nazo.

    Es jueves y llueve. Es la segunda vez quevoy a visitarla. Ayer Silvita tuvo un aborto espon-tneo. Aunque el juez de menores no me lo pidi,volv al Instituto para verla. Tiene fiebre y no quie-re salir de la cama. Le pregunt a una de las cela-doras si la haba visto un mdico y me dijo queno, que recin por la tarde vendra una enferme-ra para evaluarla. Que tal vez el tero se le infec-t pero que no es nada grave. Que me quede tran-quilo. Que cualquier cosa la llevarn de urgenciaal hospital. Eso me dijo.

    Para qu quers que viva, doctor? Pa-ra acostarme de noche y que nadie me venga a darun beso? Si estoy nadando en la mierda. Todos losque yo quiero estn muertos. Mi novio est pre-so. Ya no me voy a poder casar. Para qu quersque viva? Encima estas brujas no me dejan teirel pelo.

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