primeras paginas mataron gaitan

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Herbert Braun M  ATARON  A G  AITÁN  www.puntodelectura.com/co Empieza a leer... Mataron a Gaitán

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  • Herbert Braun

    MATARONA GAITN

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    carlosTorresTypewritten Text www.puntodelectura.com/coEmpieza a leer... Mataron a Gaitn

  • Herbert Braun es profesor de Historia en la Universidad de Virginia de los Es- tados Unidos y autor de El rescate: dia-rio de una negociacin con la guerrilla. Ha escrito, entre otros ensayos, Cmo vivieron los colombianos la Violencia? y Aves del corral, toallas, whisky y algo ms: Colombia entre el recuerdo y el ol- vido, publicados en la Revista Nmero, y De palabras y distinciones: hacia un entendimiento del comportamiento coti- diano de los colombianos durante la Vio- lencia de los aos cincuenta, incluido en La restauracin conservadora, 1946-1957 (Rubn Sierra Meja, editor, Universidad Nacional de Colombia, 2012). Naci en Bogot cinco meses despus del 9 de abril. Ese da su mam fue sor-prendida por la multitud en el centro de la capital cuando se diriga a una cita con el gineclogo. Logr huir en un taxi. Su pap mand bajar las rejas de la Ferrete-ra Vergara en la Avenida Jimnez, entre la novena y la dcima, tan pronto oy que la gente gritaba mataron a Gaitn! Se fue a pie por la carrera sptima hasta llegar a su casa en la calle 70A.

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  • Ttulo: Mataron a GaitnTtulo original: The Assassination of Gaitn. Public Life and Urban Violence in Colombia 1985, Herbert Braun Del prlogo: 2008, Herbert Braun De la traduccin: Hernando Valencia Goelkel

    Primera edicin en castellano, 1987 De esta edicin:

    2013, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A.Carrera 11A No. 98-50, oficina 501Telfono (571) 7 05 77 77Bogot, Colombia

    Diseo de cubierta: Pauline Lpez Sandoval

    Fotografa de cubierta: Sady Gonzlez, de la coleccin de libros Memoria fotogrfica de Bogot, Revista Nmero Ediciones

    ISBN: 978-958-758-521-6

    Printed in Colombia - Impreso en Colombia

    Primera edicin en Colombia, abril de 2013

    Todos los derechos reservados.Este libro no puede ser reproducido por ningn medio, ni en todo ni en parte, sin el premiso del editor.

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  • Contenido

    Prlogo a la tercera edicin ..........................................11Nota del autor .................................................................17

    I. La dialctica de la vida pblica ......................... 21 El ascenso al poder .............................................. 23 Los ideales de la vida pblica ............................. 38 La vida pblica y el capitalismo ......................... 55 Las controversias del consenso ........................ 68

    II. El hombre de en medio ........................................ 77 Gaitn combativo ................................................. 79 Gaitn terico ..................................................... 91 Gaitn equilibrador ............................................ 98 Gaitn clasista ..................................................... 105

    III. Experimentos en la vida pblica ........................ 113 Gaitn izquierdista ............................................. 115 Gaitn derechista ................................................ 128 Gaitn estadista .................................................. 138 Gaitn jerrquico ................................................ 150

    IV. La ampliacin del espacio pblico ...................... 155 Gaitn ambiguo ..................................................... 157 Gaitn corporal ................................................... 167 Gaitn gaitanista ................................................ 176 Gaitn orador ..................................................... 190 Gaitn propagandista .......................................... 200

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  • V. Las exigencias del poder .................................... 209 Gaitn convivialista .......................................... 211 Gaitn responsable ............................................. 219 Gaitn irresponsable ......................................... 237 Gaitn peligroso ................................................ 249

    VI. La muerte de Gaitn ......................................... 261 Mataron a Gaitn! ........................................... 263 A Palacio! A Palacio! ........................................ 273 Reuniones de convivialistas .............................. 281 El pas nacional y el pas poltico .................... 290

    VII. La multitud ......................................................... 305 La multitud y el orden social .......................... 307 El saqueo ............................................................. 319 La multitud por dentro .................................... 325

    VIII. El ocaso de la convivencia ................................ 339 Las jerarquas ...................................................... 341 La conversacin .................................................. 353 El cuerpo de Gaitn ........................................... 363 El fin ................................................................... 378

    Conclusin .......................................................... 395

    Posdata ................................................................. 409

    EXPLICACIN DEL TEXTO ................................................... 417

    AGRADECIMIENTOS ........................................................... 433

    BIBLIOGRAFA .................................................................... 437

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  • Colombia se divide, por decirlo as,en dos naciones: los bogotanos y los provinciales,

    siendo los segundos los ilotas de los primeros []Puesto que aqu han fraguado toda la vidalos polticos las guerras que los provinciales

    hemos debido pelearles para adelantarsu fortuna, quedndose ellos divirtindose y

    charlando sabrosamente entre enemigos []

    Rafael Uribe Uribe(1898)

    Ciudad pacata, insular y mediterrnea,le ha correspondido [a Bogot] desde la Colonia

    la tarea de formar en torno suyo una nacin,orientarla, definir su destino, mantenerla

    unida y compacta [] y ser en todo tiempola casa solariega donde llegan todos los colombianos

    de los ms remotos lugares del pasen busca de una cultura, de un gran prestigio

    nacional, de la realizacin de un sueo ambiciosoo simplemente de una existencia cmoda

    y tranquila al amparo de su hospitalidad.

    Rafael Azula Barrera(1956)

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  • Prlogo a la tercera edicinTres palabras

    (2008)

    Mataron a Gaitn! Mataron a Gaitn! En boca de todos. Tres palabras. Tres palabras repetidas. Seis. Nueve. Ms. Tres palabras en muchas voces. Voces de rabia, de dolor, de rencor, de desolacin. Voces con lgrimas, angustia, miedo, inseguri-dad. Voces de incertidumbre, de alivio, de alegra. Tres palabras; muchas emociones.

    Mataron a Gaitn! Mataron a Gaitn! En la tarde del 9 de abril de 1948, esas tres palabras fueron una afirmacin para mu-chos, un dolor, una expresin espontnea con la cual buscaban con desespero llegarles a otros, tocarlos, decirles que Mataron a Gaitn!, que esa muerte la sentan todos, que era de todos, que era contra todos, tres pala bras que salan sin pensarlas de los pul mones para no sentir a solas esa agona, para convertirse en algo grande, colectivo, una multitud. Mataron a Gaitn! Mata-ron a Gaitn!

    Tres palabras. Una acusacin. (Ellos!) (Ellos!) Mataron a Gai tn! Lo saban. No era una equivocacin. No, no era un acci-dente. No ocurri al azar. Fueron ellos. Ellos! No dudaron. No tenan por qu dudar. Al go tan grande, trgico, histrico, fue concebido, organizado, planea do, meticulosamente, por perso-nas importantes, por los que detenta ban el poder, por los que tenan los medios de hacerlo, por los de arriba, los que lo odia-ban, sus enemigos, nuestros enemigos. Mataron a Gaitn! (Ellos!) (Ellos!) Esa verdad la vivan por dentro. Les perteneca. Era suya, subjetiva. Ese da, miles de colombianos actuaron

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  • convenci dos de que saban la verdad. Al volcarse contra la casa del caudillo con servador y contra el peridico conservador, con tra los edificios pblicos, contra el Ministerio de Justicia, con tra al Arzobispado, ellos convirtieron su verdad subjetiva en una realidad histrica.

    Tenan razn? Fueron ellos? No lo sabemos. Es proba-ble que no fueran ellos. Pero no lo sabemos. Es posible que fue-ran algunos mandos medios y no los de arriba los que azuza-ron a Juan Roa Sierra para que se parara con el Smith & Wesson calibre 32 en el bolsillo, sobre el andn de la sptima, al lado de la oficina del caudillo, para esperar a que saliera a la una de la tarde a almorzar. Pero no lo sabemos. Saber ms es impor-tante para la historia del pas. No lo es tanto para la historia rela tada en este libro. Mataron a Gaitn! Mataron a Gaitn! fue un aconte ci miento que cogi a todos por sorpresa quiz a todos me nos a unos pocos, y, sin estar seguros de los hechos, actuaron como si lo estuvie ran. Por dentro se llenaron de una verdad histrica.

    Esa verdad subjetiva fue la que me llev a escribir este li-bro. Los hechos del 9 de abril, especialmente en Bogot, son ampliamente cono cidos. Mi intencin no era descubrir algo que resultara completamente novedoso sobre lo acaecido en esa fatdica tarde. S quise rescatar para la historia a los miles de individuos que se convirtieron, en un instante, en un ven-daval enloquecido y destructor. Mi intencin no era defender a esa multitud, ni mucho menos celebrarla. se habra sido un esfuerzo moralista y poltico con el que la multitud nuevea-brilea habra quedado simplificada, convertida en vctima o en hroe de la historia. Quise entenderla. Intent escribir su historia de tal manera que, ojal, algunos, o hasta muchos, de los que se sofocaron en esa rabia colectiva, se hubieran enten-dido meses y aos despus, recordando lo que haban hecho, jus tificndose un poco, reviviendo el dolor, la rabia, la borra-chera, los robos, la destruccin, y recordando todo con una gran tristeza, seguramente con algo de remordimiento, sintien-

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  • do esa nostalgia no por esa tarde, sino por los das que se le an-ticiparon, los das con Gaitn, das en que se sentan acompaa-dos, dirigidos, am parados. Quise escribir desde las emociones que eran de ellos, desde adentro, desde abajo. Ciertamente, esto es una imposibilidad, pero es pero haberme aproximado a esa multitud, a esa humanidad enfure cida. Quise entender tres palabras. Mataron a Gaitn! Mataron a Gaitn! Quise en ten-der a esa multitud que la sociedad colombiana, casi en su totali-dad, desde la derecha hasta la izquierda, conden. Y qui se ha-cerlo sin condenar a esa sociedad, la ma.

    Mataron a Gaitn! Mataron a Gaitn! Esas palabras me lle-varon a Gai tn, a esos das anteriores en que los que gritaban su muerte se haban sentido acompaados, dirigidos y ampa-rados por l. Sin llegar a entender la intimidad pblica que ellos sintieron en vida por el caudi llo liberal, no iba a lograr com-prender las emociones con que ellos lle naban esas palabras. Ma taron a Gaitn! Mataron a Gaitn! Jorge Elicer Gaitn no me interesaba mucho. Pensaba que lo entenda, que en l no ha-ba mayor misterio que descubrir. Poco a poco, imaginndo-melo desde abajo, desde los ojos de sus seguidores, fui descu-briendo a un hombre que me sorprendi. Gaitn no era el fascista, el socialis ta, el populista, el revolucionario, el resenti-do, el demagogo. Era un hombre fuerte y dbil, seguro e inse-guro, un idealista, un civilista que crea en las leyes del pas, un hombre que valoraba la propiedad privada y tema el poder desestabilizador de los grandes conglomerados, de las fortunas ilimitadas, de lo que hoy en da llamaramos la privati zacin de la economa y de la sociedad. Gaitn era un hombre organi-zado, disciplinado, trabajador y ordenado, un hombre que bus-caba el orden social. Y era ms que eso, mucho ms. Gaitn hu-mano. Mata ron a Gaitn! Mataron a Gaitn!

    Jorge Elicer Gaitn era un poltico didctico. En mu chos de sus discursos intentaba ensearles a sus seguidores, al pue-blo que lo oa, c mo era que desde adentro funcionaba el bi-par tidismo, cules eran sus ideales y cules sus deficiencias. Con

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  • Gaitn a mi lado empec a indagar de nuevo sobre la vida p-blica de los jefes del tradicional sistema poltico. Qued fascina-do. Gaitn admiraba a esos jefes y a esa poltica, y fue tambin su crtico ms acrrimo. Su ambivalencia me llev ms all del simple rechazo al sistema, sentimiento que alberg bamos los acadmicos en los sesenta y setenta. Los jefes polticos resul ta-ron ser unos hombres orgullosos pues estaban convencidos de que haban logrado mantener el pas en paz desde la Guerra de los Mil Das (1899-1902). Se sentan responsables de la con-cordia, de lo que ellos llamaban la convivencia. Intent enten-derlos tal como lo haca con Gaitn y con la multitud del 9 de abril, desde adentro, aproximn dome al entendimiento que te-nan de s mismos. A estos hombres los llam convivialistas. Hubiera querido que se sintieran reflejados en estas pginas.

    Mataron a Gaitn! Mataron a Gaitn! Son palabras de ellos, de los convivialistas. Palabras en boca de todos. Palabras de mie do, asombro, incertidumbre, tristeza, alivio, alegra. Ale-gra? No lo s. Pero algunos odiaban tanto a Gaitn que no po-demos esperar que no los embarga ra esa emocin. La historia es de todos. Espero que el lector logre acercarse al alivio, si no a la alegra, que entonces sintieron algunos co lombianos. Y otros que lo odiaban no eran de los de arriba. No era sim ple-mente cuestin de clase o de jerarqua. Entre el pueblo haba muchos que lo queran ver muerto. Ese negro malparido hijueputa se la busc, me dijo alguno. No lo inclu en el libro. No s por qu. Me lo dijo en una larga conversacin despus de que nos habamos toma do ms de un aguardiente. Lo in cluyo ahora.

    La historia es de todos. Pero no de todo. Este libro pre-tende ser una interpretacin vertical que lleve al lector a enten-der lo que yace en la existencia objetiva y en la profundidad subjetiva de los que son sus protagonistas, Gaitn, los convi-vialistas, los gaitanistas y la multitud del 9 de abril en Bogot. No pretende ser una historia horizontal, que abarque el siste-ma poltico en esos aos, o el gaitanismo como movimiento na-

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  • cional, o la vida de la masa urbana en Bogot y en las ciudades y los municipios. El libro ofrece una interpretacin de la pol-tica, del gaitanismo, de las clases sociales y la cultura poltica del pas, pero no es una historia de cada uno de ellas. Espero que estas pginas contribuyan a que otros lleguen a una com-prensin ms completa de esos fenmenos.

    Este libro se public por primera vez en 1985 en ingls, con el ttu lo The Assassination of Gaitn: Public Life and Urban Violen-ce in Colombia. Gracias a las gestiones de Marco Palacios, y con la traduccin magis tral de Hernando Valencia Goelkel, sali pu blicado en Colombia por la Universidad Nacional, en 1987. Propuse entonces como ttulo las tres palabras, Mataron a Gai-tn! Seguramente a los editores les pareci demasiado sensacio-nalista ese ttulo, y quiz no se equivocaron. Se public como Mataron a Gaitn, no como una expresin, tres pala bras en bo-ca de todos, sino como un hecho. Mataron a Gaitn. Ambos ttu-los son buenos. Pero el segundo afirma lo que no sabemos, que fueron ellos, los de arriba, los que lo mataron, que fue una cons-piracin, algo determinado y sabido. Este libro va en direccin contraria, hacia una comprensin de la espontaneidad y la in-certidumbre en la historia. En 1998, Editorial Norma public una segunda edicin, y no cambiamos el ttulo.

    Comenc la investigacin para este libro en 1978, a trein-ta aos de los eventos culminantes. Cuando fui a las fuentes e hice las entrevistas orales, senta que los eventos haban transcurrido haca ya muchsimos aos. Yo tena treinta. Mi infancia me era lejana. Hoy me acuerdo de 1978, de las entrevistas que hice, como si fuera ayer. Los protago-nistas del 9 de abril, que son los protagonistas de este libro, seguramente se sentan entonces mucho ms cercanos a esos eventos de lo que yo poda haberme imaginado. Tenan la memoria viva.

    En 1978 nosotros los escritores y los acadmicos no pensbamos en la memoria. Hoy muchos de nuestros trabajos la manejan. Espero que mi experiencia sirva de leccin. No

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  • slo debemos, sino que podemos recuperar la experiencia vivi-da de los colombianos, de los aos cincuenta hasta nuestros das. Todos nosotros vivimos nuestro pasado en el presente, especial mente esos recuerdos de momentos traumticos. Por eso de b haberles hecho ms preguntas a los protagonistas so-bre estos eventos, muchas ms.

    Sin embargo, con este libro espero haber trado algo del 9 de abril, y de los aos treinta y cuarenta, hasta nuestros das. Cuando sali por primera vez, haba muchos colombianos que haban vivido el 9 de abril. Esta tercera edicin se encuentra con un pas en el que para una gran mayora el 9 de abril no es un recuerdo. Ya es historia lejana.

    Tres palabras salieron de los pulmones de cientos de mi-les de colombianos en la carrera sptima con la Jimnez, en la Plaza de Bolvar, al frente del Palacio de la Carrera, en la Perse-verancia, en el barrio Egipto, al norte sobre la Avenida Chi le, en las ciudades, en los muni cipios, en las veredas, en los ca mi-nos, en ese instante, cuando les sorprendi la noticia, al orla en boca de todos sin saber bien dnde ni cundo ni por quin, sin tener la certeza de que Jorge Elicer Gaitn ya haba muer-to, pues todava se deca que en ese cuerpo haba an un res-piro. Mataron a Gaitn! Mataron a Gaitn! Y minutos despus y a la hora y durante esa tarde y al da siguiente, Mataron a Gai-tn! Ma taron a Gaitn! Ya al otro da y al que le segua, mataron a Gaitn, mataron a... G..a..i..t....n Luego el silencio, y en tonces los das, uno tras otro.

    Querido lector: hagamos historia. Tres palabras. Entend-moslas. La historia que usted encontrar en este libro es una his toria narrada*. Es un relato escrito a partir de las fuentes his-tricas. Espe ro que su lectura sea amena. Mataron a Gaitn! Acerqumonos a los que gritaron esas tres palabras, a los que las murmuraron.

    * Herbert Tico Braun: La historia como relato, reportaje de Guillermo Gonz-lez Uribe, revista Nmero, edicin 19, septiembre de 1999.

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  • Centro de Bogot. 1948.

    A. Sitio del primer ataque de la Guardia Presidencial a la multitud (o sobre la multitud).

    B. Sitio del ataque que dispar a la multitud en la Plaza de Bolvar.

    1. Ministerio del Interior 11. Museo Colonial 2. Palacio de la Nunciatura Apostlica 12. Notaras Pblicas Nos.1 y 2 3. Jornada 13. Teatro Coln 4. El Espectador 14. Palacio de San Carlos 5. Ministerio de Justicia 15. Gobernacin de Cundinamarca 6. Universidad Javeriana Femenina 16. Caf Windsor 7. Palacio Arzobispal 17. Palacio de Comunicaciones 8. Jockey Club 18. Embajada de Estados Unidos 9. Ministerio de Educacin 19. Mercado Central 10. Palacio de Justicia 20. Polica

    Carrera 3

    Carrera 4Cal

    le 1

    4

    Calle

    15

    ClnicaCentral

    Carrera 5

    Carrera 6

    Carrera 7CalleReal

    TeatroNuevo Catedral

    CapitolioPlazade Bolvar

    PalacioPresidencial

    Sitio delasesinato

    Carrera 8

    Carrera 9

    Carrera 10Tiendas

    de artculosde metal

    Avenida Jimnez

    El Tiempo

    Calle

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  • ILA DIALCTICA DE LA VIDA PBLICA

    La vida pblica no es slo poltica sino, a la par,y aun antes, intelectual, moral, econmica, religiosa;

    comprende todos los usos, todos colectivos,e incluye el modo de vestir y el modo de gozar.

    Jos Ortega y Gasset (1930)

    Sucede que en nuestro pas la sola actividad intelectuales la poltica. La poltica es un mnimo intelectual

    como la ley es un mnimo tico; y a ella vamostodos los que hubisemos preferido una carrera humanstica []

    Ni vencedores ni vencidos, los intelectuales colombianos podemos vivir fuera de la poltica.

    Juan Lozano y Lozano(1944)

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  • El ascenso al poder

    Lentamente, Alfonso Lpez se incorpor. Frente a sus co- partidarios liberales, declar que al cabo de slo cien das, el 9 de fe brero de 1930, uno de ellos sera presidente de Colombia.1 Los viejos estadistas lo contemplaron con algo de escepticis-mo y seguramente recordaron su propia ingenuidad y los aser-tos imprudentes de su juventud. Haban estado fuera del po-der desde que perdieron la Guerra de los Mil Das (1899-1902), la ltima de las guerras civiles decimonnicas entre liberales y conservadores, y haban sido incapaces de derrotar a los con-servadores en cinco elecciones durante la paz subsiguiente. La repblica conservadora exista ya desde 1885, antes de que na-cie ra Lpez. Pero los liberales jvenes escuchaban expectan-tes. Sentan la marea del cambio. Crean unnimemente que lograran la primera transferencia poltica y duradera del po-der en la historia del pas. Las guerras civiles eran cosa del pa-sado. Incluso, muchos conservadores jvenes compartan sus ideales. La generacin que no haba participado en las guerras

    1 Alejandro Vallejo, Polticos en la intimidad (Bogot: Ediciones Antena, 1936), pg. 36. Lpez consideraba que haba seis o siete clases de liberales: reaccionarios, con-servadores, liberales progobiernistas, antigobiernistas, socialistas y revolucionarios. No tena reserva alguna en decirles a sus colegas liberales que l perteneca a la l-tima categora. Ver El liberalismo debe prepararse para asumir el poder, en Al-fonso Lpez, Obras selectas (primera parte, 1926-1937) (Bogot, Cmara de Repre-sentantes, Coleccin Pensadores Polticos Colombianos, 1979), pg. 63.

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  • crea que finalmente poda implantar el progreso y la de mo-cra cia en Colombia. Sus ingredientes habran de servirle a la nacin como nadie antes lo haba hecho.

    Ni en la guerra ni en la paz la poltica haba sido demo-crtica. Estaba erigida sobre un enorme abismo cultural entre los jefes y el pueblo. Tradicionalmente haba sido una activi-dad espordica. Desde los orgenes de los partidos polticos en la primera mitad del siglo xix, los jefes liberales y conserva-dores slo haban logrado movilizar grandes contingentes de adeptos durante perodos limitados. Con ms frecuencia en el siglo xix que en el siglo xx, estos episodios gira ban en torno a campaas militares convocadas por los jefes de un parti do con tra los jefes del otro. La transitoria resolucin de esas gue-rras, o el agotamiento, traan cierto grado de paz, una atenua-cin de la mstica par tidista, ese fervor de las masas del que se alimen taban las guerras, y el regreso a una atmsfera de conci-liacin responsable entre los dirigen tes. Estos intermedios eran decisivos, porque permitan a los jefes medir la distancia que los se paraba de sus partidarios y ponerle a cada epi sodio su punto final.

    Los perodos de sosiego militar estaban colmados de acti-vidad pol tica. Aunque las campaas electorales, que eran la nor ma en el siglo xx ms de lo que haban sido en el siglo xix, a veces se libraban tan apasiona damente como las guerras, eran menos costosas y menos convulsivas. Tanto en tiempo de gue-rra como de paz, los partidos incorporaban re giones enteras, pueblos y aldeas a sus redes clientelistas, multiclasistas y ten-taculares atrayendo a su seno a colombianos de todas las con-diciones. Ms que la ideologa, estaban en juego la vida y la supervivencia. En la guerra los vencedores encontraban pro-teccin, y en la paz, cargos polticos grandes y pequeos, faci-lidades de crdito, y hasta tierras podan quedar al alcance de los que vivan en zonas defendidas por su partido. El partido que obtena la Presidencia en Bogot consolidaba la situacin

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  • de sus seguidores en todo el pas, ya que para estos resultaba fcil reconocer el acceso al poder de su partido como el mo-mento de obtener el suyo propio. A veces sus jefes los incita-ban a eso, pues vean su propia fuerza reflejada en la de sus partidarios.2

    Lpez era hijo de un hombre acaudalado, don Pedro A. Lpez, quien haba creado un gran emporio comercial en Hon da, sobre el ro Magdalena, cerca de Bogot, y era el fun-dador de uno de los primeros bancos de la nacin, el Banco L pez. Mientras acceda a la ri queza educ a su hijo para que siguiera sus pasos. Algunos de los principales intelectuales conservadores y liberales de la poca fueron sus tutores; fue enviado a estudiar a Brighton, en Inglaterra, y despus a la Packard School de Nueva York.3

    2 Excluidas las guerras de Independencia, Colombia sufri ocho guerras civiles de importancia en el siglo xix. Hubo elecciones presidenciales regularmente a lo largo del siglo, y tan slo una vez, en 1867, se suspendi una eleccin por causa de violen-tos conflictos entre los partidos. En el siglo xx, de 1904 a 1949 hubo elecciones presidenciales y para el Congreso ininterrumpidamente. El gobierno de Laureano Gmez y Roberto Urdaneta Arbelez fue derrocado en medio del primer gran es-tallido del conflicto del siglo xx conocido como La Violencia; luego de un interlu-dio militar de cuatro aos, hubo de nuevo elecciones regularmente despus de 1958, si bien la agitacin rural se prolong en la dcada de los sesenta. En el siglo xix las elecciones de 1857 fueron las nicas decididas popularmente. Las otras fueron de-terminadas por el Congreso o por un cuerpo electoral. Desde 1914 han estado abiertas al pblico, si bien no siempre han participado ambos partidos. Malcolm Deas ha escrito un matizado e incitante anlisis del impacto de estos dos partidos en la formacin de la nacin en el siglo xix. Ver su obra La presencia de la pol-tica nacional en la vida provinciana, pueblerina y rural de Colombia en el pri-mer siglo de la repblica, en Marco Palacios, ed., La unidad nacional en Amrica Latina: del regionalismo a la nacionalidad (Mxico: El Colegio de Mxico, 1983), pgs. 149-73.3 Para biografas de Lpez, ver Hugo Latorre Cabal, Mi novela: apuntes biogrficos de Alfonso Lpez (Bogot: Ediciones Mito, 1961), y Eduardo Zuleta ngel, El presi-dente Lpez (Medelln: Ediciones Alba, 1966).

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  • En 1904, a los dieciocho aos, fue nombrado director de Pedro A. Lpez y Ca. Renunci diez aos despus debido a desa-venencias con sus tres hermanos menores. Sin empleo, Lpez se meti a la poltica y lleg al Congreso en 1915, donde ini-ci una estrecha amistad con una estrella joven del conserva-tismo llamada Laureano Gmez. Tambin fue nombrado di-rec tor del Banco Mercantil de las Amricas, con base en Nueva York. Sus superiores lo tenan por uno de los ban que ros lati-noamericanos ms capaces, pero se vio obligado a re nun ciar ante las acusaciones de que haba usado su curul en el parla-mento para favorecer a sus patronos.4

    A medida que decaa su fortuna aumentaba la pasin de L pez por la vida poltica. Se volvi clebre en Bogot. Se le vea en todas par tes, en los oscuros cafs a lo largo de la Calle Real, hoy conocida como la carrera sptima, en los clubes pri-vados y en las redacciones de los peridicos. Asista a innume-rables tertulias de intelectuales, siempre para hablar de polti-ca. No abordaba otros temas; no se sabe si porque, al no haber frecuentado nunca una universidad, se sintiera inseguro, o por-que otros asuntos no le interesaban. Daba la impresin de no trabajar nunca ni de tener un horario fijo, y se apareca en los momentos ms inesperados. Lleg a tener la reputacin de ser un bohemio respetable, un maestro del ocio.5

    Lpez no propuso que el presidente fuera l. Propugn en cambio a Enrique Olaya Herrera, una figura consagrada del liberalismo que haba sido ministro de Relaciones Exterio-res en 1914 y era, desde 1922, embajador en los Estados Uni-dos. El desafiante joven liberal demostr ser una persona prag-mtica. Quera que los liberales apoyaran a un individuo que

    4 J. J. Garca, Polticos y amigos (Bogot: Ediciones Tercer Mundo, 1975), pg. 21.5 Este aspecto de la personalidad de Lpez est mejor desarrollado por Vallejo, Polticos, pgs. 28-29.

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  • no causara miedo. Confiado y lisonjero, el nuevo jefe del par-tido rechaz todas las insinuaciones conservadoras en busca de un compromiso.6

    Los conservadores se encontraban irrevocablemente di-vididos entre Jos Vicente Concha, Guillermo Valencia, el fa-mo so poeta de Popa yn, y Alfredo Vzquez Cobo, el an enr-gico general de la Guerra de los Mil Das. Concha haba sido presidente recientemente, y los otros dos ya haban sido candi-datos a la primera magistratura. Desdichadamente, la Iglesia ca tlica, que tradicionalmente respaldaba al candi dato conser-vador como propio, no fue de mucha ayuda. Ismael Perdo mo, nombrado haca poco arzobispo de Bogot y primado de Co-lombia, fue incapaz de decidir cul de los tres candidatos era el ms catlico.7 Desesperados, los conservadores acudieron a Mariano Ospina Prez, un joven ingeniero de Medelln. Era sobrino del anterior presidente, Pedro Nel Ospina, y proceda de una respetadsima familia terrateniente con una larga tradi-cin en la poltica del partido. Pero ningu no de los candidatos quera inclinarse ante los sectores jvenes de su colectividad.

    Los lderes de la nueva generacin se hacan or todos los das. En el decenio anterior a las elecciones de 1930, eranlos hom bres nuevos de la ciudad, los que pensaban, hablaban y escriban en Bogot. Se apoderaron de los lbregos cafs de la ciudad, discutan en voz alta, recitaban versos sensuales, lean obras prohibidas por la Iglesia, escriban prosa y poesa para los diarios e incluso se asomaban a las ideas socialistas.

    6 Ibd., pgs. 33-36.7 Para recuentos de la eleccin desde la perspectiva conservadora, ver Aquilino Gai-tn, Por qu cay el partido conservador (Bogot: s. e., 1955); Jos Restrepo Posada, La Iglesia en dos momentos difciles en la historia patria (Bogot: s. e., 1935); sobre la visin liberal, ver Luis Eduardo Nieto Caballero, Cmo lleg el liberalismo al poder, en Plinio Mendoza Neira y Alberto Camacho Angarita, eds., El liberalismo en el gobierno, vol. i (Bogot: Editorial Antena, 1946), pgs. 16-30; Vallejo, Polti-cos, pgs. 39-44.

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  • Estos jvenes escandalizaban a la lite tradicional de Bo-go t con sus actitudes irrespetuosas y su conducta extravagan-te. Vestan de colores vivos y se burlaban de los cachacos, esos bogotanos de la clase al ta que lentamente paseaban por las ca-lles con traje negro de chaleco, som brero hongo y clavel rojo en el ojal, al rtmico balanceo de sus para guas. Se rean de las presentaciones en sociedad y las sesiones de chismes al caer de la tarde, llamadas chocolate santafereo, en los hogares de la li te. La tradicin vena desde la poca colonial, cuando la ciu-dad se conoca como Santa Fe de Bogot.8

    Los jvenes iconoclastas sentan que tenan poco en co-mn con los viejos y estirados polticos que desempeaban dis-cretamente sus funciones pblicas y evitaban en lo posible toda clase de publicidad. Aquellos haban participado en el Quin-quenio, el primer gobierno de coa licin del siglo. En 1909, asu miendo el nombre de centenaristas, ya que su actuacin se efectuaba cien aos despus de la proclamacin de la inde-pendencia, derrocaron discretamente a Rafael Reyes, el gene-ral que fue el arquitecto del Quinquenio, porque a su parecer el rgi men se haba vuelto dictatorial. En 1910 formaron la Unin Republica na, un movimiento bipartidista que aspiraba a reemplazar a los viejos partidos con nuevos ideales republi-canos.

    Estos liberales y conservadores moderados crean en la con ciliacin. Obtuvieron la mayora en el Congreso y eligie-

    8 Los jvenes polticos estaban orgullosos de lo que hacan en calles y salones de Bo-got durante los aos veinte y, una vez llegados al poder, rememoraban nostlgica-mente sus das bohemios. Para recuentos de sus vidas durante ese perodo, he-chos por otros que no llegaron a ser tan poderosos, ver Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia 1915-1934 (Bogot: Ediciones Tercer Mundo, 1974); Vallejo, Polticos; Jos Antonio Osorio Lizarazo, Colombia: donde los Andes se disuelven (San-tiago: Editorial Universitaria, 1955); J. J. Garca, poca y gentes (Bogot: Edicio-nes Tercer Mundo, 1977); Laureano Garca Ortiz, Los cachacos de Bogot. Bo-letn de la Academia de Historia (1936): 126-29; y Germn Arciniegas, La academia, la taberna y la universidad, Revistas de las Indias 58 (octubre 1943): 5-15.

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  • ron a uno de los suyos a la Presidencia. El movimiento no sobrevivi a la administracin de Carlos E. Restrepo. Pero su ideal de compromiso se manifest en los subsiguientes gobier-nos conservadores de Jos Vicente Concha (1914-1918), Mar-co Fidel Surez (1918-1921), Pedro Nel Ospina (1922-1926) y Miguel Abada Mndez (1926-1930).9

    El presidente Surez era un fillogo renombrado que se pasaba la mayor parte de su tiempo leyendo textos desconoci-dos. Cuando haca su diaria caminata matinal a la iglesia, po-cos bogotanos reconocan a su presidente. Por su parte, Aba-da Mndez, el ltimo presidente de la repblica conservadora, era experto en los clsicos. Muy rara vez hablaba y pocos lo vean en las calles cuando caminaba hacia la universidad para dictar su curso de derecho pblico.

    La generacin joven pasaba buena parte de su tiempo en pblico. El grupo ms famoso se congregaba en el caf Wind-sor, de propiedad de dos centenaristas liberales, Agustn y Luis Eduardo Nieto Caba llero.10 Estos se denominaban apropiada-mente Los Nuevos, tomando el nombre de una revista de corta vida publicada pocos aos antes. Eran liberales y conservado-res que se enorgullecan de su capacidad para discutir calmosa y racionalmente cuestiones en torno a las cuales haban ido a la guerra las generaciones anteriores. Estos vidos intelectuales eran un microcosmos de los futuros dirigentes del pas.

    Lpez rara vez se dejaba ver all, pues era mayor y ms serio que los dems. Sola estar en otros lugares, cerciorndose de

    9 Para un recuento maravilloso y matizado del desarrollo de la cultura del cachaco y su concomitante mentalidad civilizadora, ver Marco Palacios, La clase ms ruido-sa. Eco. No. 254 (diciembre 1982): 113-56; para una visin general del perodo, ver Jos Fernando Ocampo, Colombia siglo XX: estudio histrico y antologa poltica, 1886-1934 (Bogot: Ediciones Tercer Mundo); lvaro Tirado Meja y Mario Arru-bla, en Mario Arrubla y otros, Colombia hoy (Bogot: Siglo xxi, 1978).10 Augusto Ramrez Moreno, Los leopardos (Bogot: Editorial Santa Fe, 1935), pgs. 220-21.

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  • que no se le esca para el poder. Cuando el gobierno de tran-sicin de Olaya Herrera lle g a su fin en 1934, Lpez fue ele-gido presidente. Sus cuatro aos en el ti mn produjeron las reformas agraria, fiscal, laboral y constitu cional ms significa-ti vas de ese perodo, las cuales fueron denomina das la Revolu-cin en Marcha. Impedido por la Constitucin para ser reele-gido en el siguiente perodo gubernamental, volvi a ser presidente en 1942.

    Los hermanos Alberto y Felipe Lleras Camargo figuraban entre los miembros principales del grupo del Windsor. Des-pus de 1930 par ticiparon en facciones opuestas del partido li-be ral. Alberto, el menor, se agarr al faldn de la levita de Lpez y fue presidente durante un ao, de 1945 a 1946. Felipe sigui a otro liberal, a Jorge Elicer Gai tn, pero senta me-nos inclinacin por la vida pblica que su herma no. Gaitn a veces iba al Windsor pero las charlas le parecan frvolas y poco constructivas.11

    Algunos de los liberales que frecuentaban el Windsor eran izquier distas. Gabriel Turbay, por ejemplo, estaba enamorado del comunismo y de los ideales de la revolucin rusa. Pero des-pus de 1930 se volvi miembro fiel del partido liberal. Ocu-p prcticamente todos los puestos del gabinete, fue nombra-do embajador en los Estados Unidos y a mediados de los aos cuarenta pareca encaminado a la Presiden cia.12 Otros, como Jos Mar, Luis Tejada y Luis Vidales, viraron a la izquierda, in-cluso antes de la victoria liberal.

    Algunos destacados intelectuales conservadores tambin hacan parte del grupo del Windsor. Cuatro de ellos, Augusto

    11 Jos Antonio Osorio Lizarazo, Gaitn: vida, muerte y permanente presencia (Bo-got: Carlos Valencia Editores, 1979), pgs. 66-67. Este libro fue publicado por pri-mera vez por Lpez Negri, en Buenos Aires, en 1952.12 Ver Agustn Rodrguez Garavito, Gabriel Turbay: un solitario de la grandeza (Bo-got: Ediciones Prcer, 1966).

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  • Ramrez Moreno, Silvio Villegas, Eliseo Arango y Jos Cama-cho Carreo, forma ron su propio grupo y agresivamente se denominaron Los Leopardos.13 Los obsesionaba una inquie-tud intelectual y cristiana ante el creciente auge del materia-lismo, y despus de 1930 se convirtieron en los crti cos ms acerbos de los liberales en el poder.

    Tan absorbente como sus estudios y sus charlas en cafs era su devocin a las redacciones de los peridicos. Ya desde 1913 Eduardo San tos, quien se describa como hombre de le-tras y omnvoro lector, haba hipotecado la pequea casa que he red para comprar El Tiempo, peridico que estaba dando sus primeros pasos y se hallaba en dificul tades econmicas, a su cu-ado, Alfonso Villegas Restrepo.14 Santos hi zo del Peridico un xito financiero, y a travs de sus ecunimes edito riales se cre una slida posicin que haba de llevarlo a la Presiden-cia en 1938. Alfonso Lpez invirti tambin en un peridico nuevo, El Dia rio Nacional, pero con menos xito. A comienzos de los aos veinte Villegas Restrepo volvi a probar suerte en el periodismo y fund La Rep blica. Los liberales Fidel y Luis Cano llevaron de Medelln a Bogot el peridico de su fami-lia, El Espectador. En 1929 Los Leopardos fundaron El Debate, un diario catlico que apoyaba las aspiraciones presidencia-les de Guillermo Valencia. En mayo de ese mismo ao Jos Camacho Carreo rompi con sus amigos y fund El Fgaro para de fender la candidatura de Jos Vicente Concha.

    La publicacin ms importante de la segunda mitad del decenio fue Universidad, dirigida por el intelectual liberal Ger-

    13 Ramrez Moreno ofrece un recuento novelado, si bien no es completamente irreal, de sus hazaas en Los leopardos.14 Toms Rueda Vargas, Recuerdos de El Tiempo viejo, en Escritos, 2 vols. (Bogot: Antares, 1963). 2, pgs. 306-11. Para la visin que tena Santos de s mismo como intelectual joven, ver sus observaciones durante su ingreso a la Academia Colombia-na de la Lengua, julio 20, 1938, en Anuario de la Academia de la Lengua, 7 (1938): 115-16.

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  • mn Arciniegas. En las animadas pginas del semanario los fu-turos dirigentes expresaban libremente sus ideas sobre la si-tuacin del pas, la vida intelectual y cultural, y su responsabi-lidad propia como futura generacin de dirigentes. Alfonso L pez exiga eficiencia en los cargos pblicos. Laureano G-mez se preguntaba si algn da surgira una cultura co lombia-na. Carlos Lleras Restrepo, un diminuto estudiante de econo-ma, precozmente calvo e incesante fumador, escriba sobre la necesi dad de reestructurar las instituciones financieras del pas. Gabriel Tur bay y muchos otros se referan a la necesidad de reformar el Congreso. Gaitn escriba sobre derecho penal y les haca saber a sus contempo rneos que sus ideas no eran ni tan originales ni tan avanzadas como ellos crean.15

    La caballeresca controversia bipartidista era alterada a ve-ces por Gmez y Gaitn. Estos introducan temas que obsesio-naron a sus colegas durante sus aos en el gobierno. Laureano Gmez era el hijo mayor de una familia de modestos recur-sos que se haba trasladado a Bogot en 1888. En Ocaa, Nor-te de Santander, eran conocidos como una familia conservado-ra respetable. Naci un ao despus del viaje, en el centro de Bogot, a unas cuadras del Palacio Presidencial y de la Cate-dral, las dos instituciones que habran de dominar su vida. Se educ en el Colegio de San Bartolom, de los jesuitas, y en la Univer sidad Nacional, donde obtuvo su grado de ingeniero en 1909. Gmez era un estudiante reservado y tmido que slo asu mi su personalidad al entrar a la vida pblica. Nunca prac-tic su profesin. A los dos aos de salir de la universidad era ya representante a la Cmara, y en 1915 fue elegido senador por el departamento de Boyac, sin que tuviera an la edad legal para ocupar su curul.16

    15 Las custicas observaciones de Gaitn se hallan en Universidad 81, mayo 12, 1928. pg. 412.16 Existen ms biografas de Gmez que de cualquier otro miembro de su genera-cin, incluido Gaitn. Ninguna de ellas, sin embargo, llega a ser desapasionada o

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  • Poco despus Gmez habra de obtener una reputacin en el Congreso por sus dotes de orador. Le complaca decir lo inesperado, y pronto lleg a ser considerado el gran inquisidor de la cosa pblica. Amigos y enemigos lo llamaban el Mons-truo por su lucha implacable contra los presidentes de su pro-pio partido y por sus campaas contra la laxitud, la inmorali-dad y la corrupcin en las altas esferas del gobierno.

    En 1921 Eduardo Santos y Fidel Cano fueron llamados al Palacio de la Carrera como mediadores en el conflicto cau-sado por una diatriba oratoria de Gmez contra el presidente Surez. El conservador acu saba al presidente de haber pedido un pequeo prstamo a unos empresarios extranjeros que lo haban visitado para indagar sobre las posibilidades de su nego-cio en Colombia. La suma era insignificante, y aparentemente el presidente no haba hecho ninguna concesin con dicionada al prstamo. Parece que Surez haba contrado algunas deu-das y su exiguo salario presidencial era insuficiente incluso pa-ra man tener su austero e intelectual estilo de vida. Entristecido y humi llado pblicamente, Surez reconoci su culpa, renun-ci y luego se des may en pleno Senado.17

    La generacin joven organiz conferencias para discutir los problemas que enfrentaba Colombia. Lpez invit a G-mez a presentar sus puntos de vista en una de ellas. El 8 de ju-nio de 1928, ante la lite cultural y poltica de la ciudad reuni-

    profesional. Ver Jos Francisco Socarrs, Laureano Gmez: psicoanlisis de un resenti-do (Bogot: Editorial abc, 1942); Hugo Velasco, Ecce Homo: biografa de una tempes-tad (Bogot: Ediciones argra, 1950); Felipe Antonio Molina, Laureano Gmez: histo-ria de una rebelda (Bogot: Editorial Voluntad, 1940); Carlos H. Pareja. El Monstruo (Buenos Aires: Editorial Nuestra Amrica, 1955). James Henderson ha adelantado una muy esperada biografa de este enigmtico personaje.17 El desafortunado incidente es descrito por Molina, Las ideas liberales, pgs. 210-14. Ver tambin Carlos Lleras Restrepo, Borradores para una historia de la repblica liberal (Bogot: Editorial Nueva Frontera, 1975).

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  • da en el Teatro Municipal, Gmez escandaliz a sus oyentes al decirles que Colombia tena pocas probabilidades de llegar a ser una nacin civilizada. En su opinin, la mezcla racial de es-paoles fanticos, indios salvajes y negros primitivos, junto a las adversidades climticas y geogrficas, haba resultado fatal.18

    La ciudad lo escuch con desaliento, aunque Gmez no di jo nada nue vo. Estaba contradiciendo la creciente euforia de Los Nuevos, as co mo el optimismo que era la razn de ser del ci-clo de conferencias. El Tiempo escribi que las palabras del elo-cuente tribuno cayeron sobre esta ciudad alegre como una lo-sa funeraria.19 A Eduardo Santos lo tor turaba el mensaje del poltico conservador, porque de ser cierto, la po ltica careca de sentido. Cmo decirle al pueblo que es necesario pug nar ar diente, ordenada, inteligentemente por superarse a s mismo todos los das, por lograr que cada etapa de su vida sea mejor que la anterior, si no se cree en que pueda realizar esta tarea. Sin un pueblo no es posible fabricar siquiera un estado relati-vo de cultura.20

    Las ideas de Gmez fueron ridiculizadas en los cafs y en los salones de la ciudad por simples, acientficas y pesimistas. El 3 de agosto volvi al Teatro Municipal para responderles a quienes se haban burlado de l. Los polticos colombianos, ex-clam, eran como unos peces. Fros y mudos. No pueden ejer-

    18 Las conferencias de Gmez fueron publicadas como Interrogantes sobre el progre-so de Colombia: conferencias dictadas en el Teatro Municipal de Bogot (Bogot: Edito-rial Revista Colombiana, 1929). Fueron reeditadas por Populibro en 1979. Para las opiniones de Gmez sobre otros temas, ver su obra El cuadriltero (Bogot: Edito-rial Centro, 1939); Comentarios a un rgimen (Bogot: Editorial Minerva, 1934) y Dis-cursos (Bogot: Coleccin Populibro, No. 1. Editorial Revista Colombiana, 1968). Muchos de sus escritos y discursos han sido reunidos recientemente en Obras selec-tas (Bogot: Cmara de Representantes, Coleccin Pensadores Polticos Colombia-nos, 1981).19 El Tiempo, junio 9, 1928, pg. 4.20 Ibd., junio 10, 1928, pg. 1.

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  • cer su resbaladiza agilidad, engor dar y multiplicarse sino en-tre el agua [] Al sol, al aire libre, morirn.21 Esta vez el tono acre de Gmez y su inusitado ataque personal a los di rigentes de la nacin fueron los que causaron conmocin entre la lite de la ciudad.

    Gaitn comparta la preocupacin de Gmez por la mora-lidad en el gobierno. En junio de 1929, junto con el leopardo Sil vio Villegas, organiz una manifestacin de protesta contra los malos manejos del municipio, con tan inesperado xito que estu-vieron a punto de tumbar al presidente Abada Mndez.22 Tres meses despus Gaitn atac durante dos semanas al gobierno y al ejrcito por la matanza de los tra bajadores de las bananeras en Cinaga, en huelga contra la empresa norte americana United Fruit Company. Los discursos diarios de Gaitn constituyeron la primera defensa del pueblo colombiano des de el recinto del Congreso de que tuvieron memoria los bo gotanos.23 El debate puso a Gaitn en primer plano ante la opinin pblica y lo con-virti en figura clave de la cada de la repblica conser va dora.

    21 Gmez, Interrogantes, pg. 71.22 El relato ms completo de este acontecimiento es el de Alejandro Vallejo, Bogot: ocho de junio (Bogot: Publicaciones de la Revista Universidad, 1929); los conservado-res tambin cubrieron los eventos en El Debate, junio 7-9, 1929.23 Entrevista 49, con Agustn Utrera, barbero de Bogot y seguidor de Gaitn, di-ciembre 5, 1979; entrevista 55, con Manuel Jimnez, seguidor de Gaitn, diciem-bre 7, 1979; entrevista 5, con Po Nono Barbosa Barbosa, carpintero y albail, se-guidor de Gaitn, abril 8, 1979, y conversaciones subsiguientes. Es esta la masacre de los obreros de las bananeras, cuya fama mundial se debe a Gabriel Garca Mr-quez y su Cien aos de soledad.

    Muchos aos antes de que Garca Mrquez enfrentara las cuartillas en blanco, Gaitn, el poltico pragmtico, comprob el error del novelista. Garca Mrquez rode en silencio a los muertos de esa masacre. Al haber decretado la historia ofi-cial que los muertos no murieron, no podan, por lo tanto, ser recordados. Pero Gaitn haba asegurado que tal cosa no sucedera. Hoy en da, ao tras ao, se re-cuerda a los muertos en Colombia no como una fantasa, sino como una realidad. Una relacin ms completa de las actividades de Gaitn en el caso de los obreros de las bananeras se presenta en el tercer captulo.

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  • Olaya Herrera regres de Washington para efectuar una cor ta campaa, donde se colmaron las plazas de Bogot, Me-delln y Cali. Los libe rales estaban gratamente sorprendidos de la sbita popularidad de su partido, pero los conservadores jvenes teman que la poltica es tuviese cambiando con dema-siada rapidez. Se preguntaban cmo les ira con los liberales en el poder. Los nexos de generacin y de esti lo les permiti-ran gobernar juntos?

    Olaya Herrera triunf sobre los conservadores divididos con slo el 44,9% de los votos.24 La jugada les sali bien a los li berales, y el nuevo presidente form un gabinete de coalicin, llamado Concentracin Nacional, con conservadores y libera-les, viejos y jvenes.25 Los redac tores de El Debate no se inquie-ta ron demasiado por la victoria de Olaya. Lo tenan, como a su propio can didato, Guillermo Valencia, como a un hombre de paz que representaba sus ideales; mientras que el otro candida-to conservador, Vzquez Cobo, significaba un retroceso a la poca de los caudillos militares. Pensaron que no habra mayo-res cambios, que la repblica centralista permanecera intacta, igual que la Constitucin y las relaciones entre la Iglesia y el Es tado, que nada alterara el orden, la libertad y la justicia.26 Los con servadores recorda ron a sus lectores que Olaya era tan ad ver so como ellos al tumulto, al des orden y a la licencia.27 Pareca que la generacin iba a mantenerse unida.

    24 Mauricio Solan. Colombian Politics: Historical Characteristics and Pro-blems, en R. Albert Berry, Ronald G. Hellman y Mauricio Solan, eds., Politics of Compromise: Coalition Government in Colombia (New Brunswick, N.J. Transaction Books, 1980), pgs. 9-20.25 Para un estudio profundo de los ministros del gabinete durante el siglo xx, ver John I. Laun, El reclutamiento poltico en Colombia: los ministros de Estado, 1900-1975 (Bogot: Universidad de los Andes, 1976).26 El Debate, febrero 14, 1930, pg. 3.27 Ibd., febrero 13, 1930, pg. 3.

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  • Despus del 9 de febrero de 1930, los liberales y conser-vadores jve nes iniciaron un largo perodo de campaas elec-torales. La paz habra de traer consigo el respeto por la vida y por la Constitucin. En el hori zonte se atisbaba a largo plazo una movilizacin sosegada del pueblo. A mediados de los aos cuarenta, cuatro elecciones presidenciales y ocho para el Con-greso haban alterado dramticamente la relacin entre los po-lticos y el pueblo. Si un contrato social segua pareciendo dis-tante, tampoco se trataba de una de esas treguas tradicionales que les permita a los jefes mantener sus posiciones.

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    carlosTorresTypewritten TextQueda prohibida, salvo excepcin prevista en la ley, cualquier forma de reproduccin, distribucin,comunicacin pblica y transformacin de esta obra sin contar con autorizacin de los titulares depropiedad intelectual. La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delitocontra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Cdigo Penal).