pierre klossowski postfacio

21
PIERRE KLOSSOWSKI POSTFACIO Para LAS LEYES DE LA HOSPITALIDAD Roberta esta tarde / La revocación del Edicto de Nantes / El soplón Al salir de un período en que tres veces seguidas fui conducido al mismo tema, del que resultaron tres variaciones, este fenómeno de la mente pensante me regresa, tal como se produjo, con sus elevamientos, sus caídas y sus ausencias; desde que un día, al tratar de relatar algunas circunstancias de mi vida, me sobrevino de pronto el ser reducido a un signo. La persistencia de un nombre (en la mente pensante) es lo que constituye el pretexto que da cuenta para ella sola de un fondo de pensamiento monótono. La experiencia inicial que se apuntala en el objeto, antes de que pueda desarrollarse de tal suerte en la expresión, tiene que despojarse de todo eso que la retiene en las regiones sensibles de mi ser y abandonar su carácter empírico, las condiciones mismas que la han hecho posible en la existencia, y al final debe pasar hacia una dimensión distinta, jamás la más reducida, me parece ahora, en virtud de una estratagema singular que no me pareció clara sino hasta después de la tercera variación sobre este tema. Cuando dejo de escribir pero quedo en un circuito que se cierra sin cesar, a tal punto que por momentos no hay más que un círculo inmóvil, así es como parece que la mente pensante se anula en el signo por el que se designa. ¿Cómo vivir? Consentir en desarrollar las ideas, en describir las escenas, en hacer que los personajes hablen, es algo que se refiere a un mundo, a mi vida… Pero en ello no hay más que las meditaciones propias con que doy una apariencia inteligible hacia el exterior, algo que me suministra la memoria, requerida al discurso que se prosigue en mí, escribiente. Tan pronto como paro de escribir, la memoria desaparece, se vuelve a formar el circuito inmóvil. ¿Qué es eso que me lo impone? ¿Por qué suerte de ardid se ejerce el prestigio del signo?

Upload: alfriodelanoche

Post on 21-Jul-2016

10 views

Category:

Documents


2 download

TRANSCRIPT

Page 1: Pierre Klossowski Postfacio

PIERRE KLOSSOWSKIPOSTFACIOPara LAS LEYES DE LA HOSPITALIDADRoberta esta tarde / La revocación del Edicto de Nantes / El soplón

Al salir de un período en que tres veces seguidas fui conducido al mismo tema, del que resultaron tres variaciones, este fenómeno de la mente pensante me regresa, tal como se produjo, con sus elevamientos, sus caídas y sus ausencias; desde que un día, al tratar de relatar algunas circunstancias de mi vida, me sobrevino de pronto el ser reducido a un signo.La persistencia de un nombre (en la mente pensante) es lo que constituye el pretexto que da cuenta para ella sola de un fondo de pensamiento monótono.La experiencia inicial que se apuntala en el objeto, antes de que pueda desarrollarse de tal suerte en la expresión, tiene que despojarse de todo eso que la retiene en las regiones sensibles de mi ser y abandonar su carácter empírico, las condiciones mismas que la han hecho posible en la existencia, y al final debe pasar hacia una dimensión distinta, jamás la más reducida, me parece ahora, en virtud de una estratagema singular que no me pareció clara sino hasta después de la tercera variación sobre este tema.Cuando dejo de escribir pero quedo en un circuito que se cierra sin cesar, a tal punto que por momentos no hay más que un círculo inmóvil, así es como parece que la mente pensante se anula en el signo por el que se designa.¿Cómo vivir? Consentir en desarrollar las ideas, en describir las escenas, en hacer que los personajes hablen, es algo que se refiere a un mundo, a mi vida… Pero en ello no hay más que las meditaciones propias con que doy una apariencia inteligible hacia el exterior, algo que me suministra la memoria, requerida al discurso que se prosigue en mí, escribiente. Tan pronto como paro de escribir, la memoria desaparece, se vuelve a formar el circuito inmóvil.¿Qué es eso que me lo impone? ¿Por qué suerte de ardid se ejerce el prestigio del signo?¿Tramaré a mi vez la artimaña de negar el simple efecto de una “imagen”, de un “contenido de emociones”, aislado en una fisonomía?Pero no sería menos arbitrario tener que ceder a semejante confesión. La representación no está del todo allí, hace falta un motivo cualquiera para su producción. Pero no tiene justamente ninguno que la justifique para la mente pensante. El signo permanece siendo siempre el mismo para sí. Y todo eso que la escritura traza no se puede lograr jamás al grado de la persistencia (en la mente pensante) del signo. Lo dicho de tal manera nada más significa que hay mil desviaciones todavía por tomar; ya sea un aporte a la contribución artificiosa de las escenas y de los propósitos, una leyenda, un debate, lo que no debe perder nada de la obstinación del signo. El interés de la persona lectora, en tanto que yo pueda

Page 2: Pierre Klossowski Postfacio

imaginar uno solo, no se revelará más que a través de muchos compromisos, y estos últimos no se establecerán nunca sin algún resentimiento de mi parte.Sostener todavía hoy que el signo, al ser suficiente por sí mismo, no tiene nada más que un contenido de emociones tesaurizadas, no sería admisible más que si yo no hubiese consentido jamás a esas variaciones sobre el mismo tema. Al tener presente que esas variaciones existen bajo la forma de diálogos y de relatos, sé que eso no es algo que impunemente ellas hayan adquirido. Y la oscuridad que allí se reencuentra, cuando no sea más que una claridad muy fuerte, tiende a todo eso que tales variaciones han podido guardar del estado de una mente pensante que no se quiere atribuir para nada a su punto de partida.Si se tiene en cuenta que el apoyo que me ofrece este último yo con que apenas puedo remplazarme para reconocer de nuevo la intensidad primera antes que la mente pensante la designe, entonces la intensidad usa el signo para la mirada de mi memoria, hasta volverla superflua. Si yo reconozco desde entonces el signo por su contenido de representación, me daré una idea falsa de una intensidad paralelamente usurpadora. La memoria enriquece la representación con contenidos siempre insospechados. Pero, para reducir solo a él mi pensamiento, el signo ha pillado y devastado totalmente mi memoria. De allí esa persistencia, de la que hablo como de una intensidad primera del grado que designa en mí la mente pensante.Un nombre – Roberta – es una designación de por síespecífica de la intensidad primera. Que una fisonomía le responda con toda una sucesión de gestos, de situaciones, he aquí en qué consiste esa malicia. Pero en tal nombre en tanto que signo, ese desarrollo no se produce necesariamente. Allí no hay ninguna sucesión de esos gestos que me han arribado para describir a partir de tal nombre. La coincidencia de la intensidad y del nombre al contacto de la fisonomía, no obstante, no se adquiere a partir del signo en que se designa para la mente pensante. En tanto que signo, ese nombre le vale sólo por un gesto, una situación, una palabra y todo eso a la vez, no confusamente sino integralmente. Si digo que ese nombre vale aquí y allá, no estoy hablando de remplazar en él eso que entonces después yo he descrito, sino que hablo de diversos enunciados a los que él da lugar, que no son de ningún modo los fragmentos de un relato. Un personaje “histórico” sólo por su nombre ya está presente con todos sus actos. Pero lo contrario es la verdad para el nombre de Roberta, porque ella no tiene ninguna “historia”, cuando igualmente cada gesto, cada situación, cada palabra, manifiestos en el enunciado del signo, se me aparece como el principio o la terminación de una historia, pero condicionada por el olvido de eso que precede o de eso que va a seguir. Teniendo por valor un gesto, una situación, ese nombre me aporta esta situación, este gesto, de manera súbita y repentina en relación conmigo mismo, dependiendo de la continuidad cotidiana de sus expresiones discursivas.

Page 3: Pierre Klossowski Postfacio

¿En qué será la designación el término de una cosa que reenvío a la mente pensante? ¿Seré yo el “poste de correos” de nadie?Fascinado con el nombre de Roberta en tanto que signo, hasta cuando estaba en el jardín sin ver en torno mío nada del soleado verdor, y no teniendo otra visión que la penumbra imposible de situar donde se pone en juego el resplandor de su mano sin guante – me decido a describir lo que está pasando en esta penumbra, algo aquí ilusorio. Refiero al nombre de Roberta eso que veo y que no veré para nada si falta tal nombre.La penumbra, el resplandor de la epidermis, el guante, en tanto que designaciones de cosas no existentes aquí a mi alcance, si no es que forman un conjunto del mismo grado que la irreal penumbra. Sin embargo, es a mí, que elegí esos términos, a quien pertenece la facultad de fijarlos. ¿Pretenderé todavía que eso no es propio de la “representación” y que la mente pensante se pertenece únicamente a ella sola, no como mi facultad, sino como una intensidad que me ha encontrado aquí, en medio del verdor? – porque, ¿esta intensidad a dónde puede irse, si yo no estoy allí? ¿Es de mi presencia aquí de lo que ella se sirve para reunir esas imágenes (sin relación con estas otras que me rodean como ambiente)? ¿A qué le da destino ella con esas palabras? ¿Diré que no soy yo quien me designa eso que yo entiendo por “penumbra”, sino que es la mente pensante, afuera de mí, la que se recordará en los términos “penumbra”, “epidermis”, “guante”, etc. ¿Puedo yo separarlas de la suerte de mi organización nerviosa (desarrollada por mi fatalidad) de la misma manera que la voluntad de mi brazo es separable del arco del violín? ¿Y esas designaciones no nacen ellas de manera análoga a las notas que resuenan sobre las cuerdas? ¿Y será así como la mente pensante me usa a mí, de tal manera que yo creo hacer uso de una facultad? Pero entonces ¿no es una intensidad la que me atraviesa y que hace vibrar cualquier cosa que yo traduzco de manera a todas vistas arbitraria por los términos “penumbra”, “resplandor de epidermis”, “guante”… cuando no sea que yo mismo no sea más que una intensidad pura que atiende a la mente pensante de nadie para hacer designaciones con esos términos?Si la mente pensante no tiene un punto de partida humano, buscará agotarse en sus propios productos (signos), pero no los encontrará más allá de nuestras propias disposiciones, de nuestras imposibilidades de vivir y de pensar a la vez eso que vivimos, nuestras caídas y nuestros elevamientos, y entonces ella se nos aparecerá en cuanto nos atasquemos, y desaparecerá en cuanto obtengamos cualquier cosa que sea eficaz.Pero todo eso no será todavía más que pura fabulación: pues al excluirme de la mente pensante, yo no me he excluido más que de mí mismo por medio de ese resto que me queda de mente pensante. Gracias a ese resto, como a partir de un estrecho trampolín, salto a la vida. ¡Veamos! ¿Recaigo en mí mismo? Justo en el momento que yo salto – como quedo suspendido encima del vacío sin fondo – bruscamente una mano me ha retenido por los cabellos… (Cf. Barón de Munchhausen).

Page 4: Pierre Klossowski Postfacio

La mente pensante, en tanto que nuestra, parece buscar su necesidad, y la identidad del sujeto pensante no perdura y no conoce su duración más que definiéndose como destino. No es más que como destino de alguien que la mente pensante se define en tanto memoria y en tanto olvido, en tanto atención o en tanto distracción. La perplejidad no es jamás la mente pensante, sino el estado de quien piensa que no va a poder determinar su objeto.Una perplejidad, previa al acto de pensar cualquier cosa, brota en la apropiación de la mente pensante por quien no está más que perplejo. Es en virtud de la mente pensante así apropiada como se designa perplejo para decir que de ningún modo sabe pensar eso. Lo puede decir, y no obstante, al pensar que puede decir que no puede pensar nada, se encuentra en una relación extraña con su mente pensante. Es coherente al decírselo, ¿pero con eso se da cuenta de la coherencia de la mente pensante con ella misma, o bien, esta coherencia es eso precisamente que no puede pensar? ¿No será eso lo que una mente pensante coherente excluye?Pero si tal es el caso, la certeza lo excluye otro tanto: pues pensar cualquier cosa cierta y decir que uno está seguro de ello, y que se está seguro de así saber cualquier cosa cierta – todo eso pertenece igualmente a una designación coherente, a una coherencia de la mente pensante con ella misma, pero no se trata para nada de esta coherencia cuando se dice que nos damos cuenta de la perplejidad. Si alguien puede decir algo, ya sea que no se piensa para nada; o bien, que se está seguro de pensar cualquier cosa cierta, ello es porque la mente pensante designa en ese alguien un signo por el que se agota la apropiación de la mente pensante.¿…Y eso quiere decir que el sujeto pensante perderá su identidad a partir de una mente pensante coherente que le excluye de sí misma? El verbo establece la duración del sujeto pensante, con la ficción del pronombre personal en tanto permanencia de una fuente o de un fuego del juicio, para que eso sea siempre un punto entre otros al que la mente pensante en tanto que tal regresa. ¿Y regresa siempre ella? Yo puedo preguntarme a cada palabra si soy yo quien piensa o si son otros quienes piensan en mí, o preguntarme si estoy por mí mismo en donde me piensan, o aun si todavía la cosa es más bien que me piensan a mí antes de que yo piense realmente por mí mismo eso que ellos piensan. Y esos son cada vez los casos variables de propiedad, de apropiación o de expropiación de la mente pensante de nadie. Sus fluctuaciones hacen que la mente pensante nos abandone y nos retome vuelta tras vuelta sin que sepamos con justicia si estamos todavía allí en el intervalo, es decir, en tanto que ella nos retoma y creemos volver a encadenar, si creemos que es uno mismo el que ella había abandonado y el que ella misma consiente a retomar. Tal vez así sí podríamos pensarnos muy bien en el lugar de los otros, por la simple razón de que, en tanto la mente pensante se prosigue en los otros, nos enganchamos a una cadena donde ahora ya no tenemos la punta que habíamos sostenido justo en el instante precedente. De esta perplejidad, nada nos preserva sino las palabras en que hemos puesto la costumbre, nada sino los signos que se han impuesto a

Page 5: Pierre Klossowski Postfacio

nosotros a partir de nuestra designación propia, o sea nosotros-mismos.Toda identidad no reposa más que sobre el saber de un ente pensante afuera de nosotros mismos – si por cierto resulta que hay un afuera y un adentro – un ente pensante que consiente desde afuera a pensarnos en tanto que tales. Si está Dios tanto en el afuera como en el adentro, en el sentido de la coherencia absoluta, nuestra identidad es pura gracia divina; pero si es el medio ambiente, donde todo comienza y finaliza por la designación, entonces nuestra identidad no es más que pura cortesía gramatical.Imaginemos solamente que todas las cosas se continúan en nosotros, en torno nuestro, sin designación alguna, ya sea porque rechacemos los signos admitidos según el código cotidiano, ya sea porque la designación misma nos parece súbitamente indiferente o que la ausencia de designación nos deja en la indiferencia y de ese modo en un estado indiferenciado. Aquí ya no sabemos más si la mente pensante, al venir a pensarse ella misma, ya no designa más nada. En el instante que viene después, cualquier cosa de afuera nos solicita o cualquier persona nos interpela, y todo nuestro sistema de designación entra en acción. Este afuera, no obstante, sobre el que en otro caso no nos habríamos interesado, la presencia repentina de alguien que nos constriñe a hablar o a tener que reaccionar en forma tal de coincidir con eso que diríamos si no nos preocupáramos más, o igual que si preocupándonos o al hablar no pensásemos en nada. Sea lo que sea lo que hagamos, ¿no habremos obedecido siempre al código de signos cotidiano, dado que no será precisamente por medio sólo de nosotros como lo abandonemos rápido? El código de signos cotidiano no cuenta para otra cosa que no sea para llamarnos de nuevo a nuestra propia designación, que quiere que esa instancia otra nos haga como si fuésemos el mismo en cada instante. Eso que venimos de vivir, nos va a pasar sin reflexión alguna, en virtud del código cotidiano; pero, de inmediato, después, puede ser recapitulado por nosotros, puede ser pensado por nosotros como otra cosa sin designación alguna. O es que no nos podemos despojar nunca de los signos que venimos de usar con indiferencia, lo mismo que para confesar esto tenemos necesidad todavía una vez más de esos mismos signos. ¿Pero cómo es que solamente ellos nos pueden regresar, los signos del tener y del ser? Sin duda por una intensidad que de principio se designa ella misma, antes de ser designada. ¿No es extraño que la intensidad se pueda designar ella misma como mente pensante? ¿No será que todavía el juego de los signos cotidianos sea el que nos engaña? ¿En qué caso los signos de este tipo no aparecen con algún grado de afluencia de intensidad? ¿Qué es la indiferencia que me permite su utilización en tal o cual circunstancia? ¿Por qué esta indiferencia, que no era otra cosa más que una ausencia de intensidad, deviene a su vez objeto de una designación?, ¿es que no ha necesitado ella de una nueva afluencia? ¡La afluencia de una fuerza de cara a su propio reflujo! Y si yo hablo de una ausencia de intensidad, ¿puedo todavía distinguir entre lo que es la intensidad que designa y lo que es la intensidad pura y simple?

Page 6: Pierre Klossowski Postfacio

En el uso de los signos cotidianos, la designación de mí mismo supone siempre la intensidad más fuerte: mí mismo (yo) se constituye como el signo de la mente pensante en tanto que mía, a partir de ésta todas las otras designaciones aseguran mí coherencia conmigo mismo, y la de mí mismo con el mundo. ¿Pero qué deviene mi coherencia a partir de un grado de intensidad donde la mente pensante, al cesar de retomarme en la designación de mí mismo, se inventa un signo por el que ella designará su coherencia con ella misma? Si eso ya no es más mi propia mente pensante, ¿no es ese signo mi exclusión de toda coherencia posible? Si es todavía la mía, ¿cómo concebir que ella se designe como ausencia de intensidad al más alto grado de tal situación?Cualquier cosa que llegue a mi mente pensante es para que sea mirada como muerta en tanto que mía en tal signo: tendrá una coherencia tan estrecha con él que la invención del signo marca la potencia cero de la mente pensante.Pero de nada sirve distinguir aquí entre la intensidad que designa y la intensidad designada para reencontrar mi coherencia entre yo y el mundo. Un mismo circuito es el que me hace regresar al código de los signos cotidianos y el que me hace salir de nuevo, quedando a la misericordia del signo, desde que yo busco explicarme a mí mismo el acontecimiento que él representa.Cuando nada llega a la mente pensante, en tanto que muchas cosas llegan del mundo, ella no conoce otra intensidad más que yo y, para todo lo que está más allá, nada más conoce sus variedades de intensidad más o menos fuertes, más o menos falibles, al grado de los signos cotidianos. Pero, en tanto que sólo esos mismos signos le permiten definirse como mía en relación con sus fluctuaciones, la designación de mí mismo, a la que siempre regresa, disimula su propia incoherencia. Cuando le llega de repente cualquier cosa que vale por todo eso que no puede llegar jamás a la mente pensante, pero que vacía los signos cotidianos de toda la intensidad que les pone para designarse como mía: será en su más alto grado de intensidad un signo con el que, único, la mente pensante conocerá su más perfecta coherencia. ¿Pero qué quiere decir que ella solamente la ha podido encontrar en un momento que yo ignoro? ¿No existe entonces más que siempre después de aquello para lo que fue mente pensante?... Mientras más fijo yo esta coherencia, la mente pensante se mira más como muerta en tanto que mía en ese signo, de modo tal que una pura intensidad regresa sobre sí misma sin comienzo ni fin… Ese signo único denuncia la incoherencia absoluta donde caigo en relación con el mundo, donde yo siempre estoy después, al designarme como mí mismo. He aquí que he cesado de ser necesario para la mente pensante cuando la creo más necesaria para mí a fin de conservarme coherente con el mundo; pero a fuerza de quererlo mí mismo, he devenido el signo porque mi pensamiento se designa como la ausencia de intensidad de todas las cosas.¿Quiere decir esto que el signo único responde a la discontinuidad absoluta del mundo conmigo mismo? ¿Semejante signo no será uno de continuidad? ¡Pero no tiene ningún sentido decirlo, porque el signo

Page 7: Pierre Klossowski Postfacio

inventado por la mente pensante tiene una intensidad más fuerte que ninguna otra que le preceda en el pensar o que le prosiga! ¡Y decir que ello será una solución de continuidad no es verdad más que según el código de los signos cotidianos! De donde, a partir del signo único, las designaciones de mí y de mi mundo aparecen como perfectamente arbitrarias.Pero ¿será que por azar, para escapar de lo arbitrario, es como la mente pensante se designa por tal signo único? ¿No es ello arbitrario al más alto punto? Pero no más arbitrario que una designación, y entonces ¡también ese signo único! ¿Cómo la mente pensante podrá encontrar su más perfecta coherencia en el más arbitrario de todos los signos –el signo único? ¿La mente pensante va a sostener eso todavía? Seguro que no, no más que a mí mismo; ¿no he cesado yo de ser necesario para la mente pensante? A la vez, la mente pensante cesa de ser necesaria para el signo único en su más estrecha coherencia con él. En su más alto grado de intensidad, ¿será una su más estrecha coherencia con un signo único con el que revela eso que ella tiene en sí de más arbitrario?...¿El nombre de Roberta en tanto que signo único es vivido por mí en su persistencia?¡Pero la mente pensante se mantiene afuera de la vida por ese signo! Se mantiene en ninguna parte, si no es que en los enunciados del signo, a los que el signo da lugar. Y ese lugar no es para mí habitable como sí lo es la memoria de las cosas vividas.Así resulta que la memoria jamás es otra cosa que el residuo de las designaciones cotidianas de todo eso que nosotros vivimos, de manera tal que la mente pensante no es más que impaciencia para la mirada de lo vivido donde el olvido permite la coherencia de la mente pensante con ella misma. De allí viene la avaricia de la mente pensante, de allí viene su repugnancia para enunciar las circunstancias más diversas de la experiencia vivida.Pero como todo esto me parece todavía contradictorio, porque con toda evidencia la represión que me hace sufrir el signo (en tanto que el nombre de Roberta) forma entonces mi sola experiencia, mi sola manera de vivir, yo me digo en mí mismo que lo vivido excluye toda invención de un signo, en razón misma de la discontinuidad de la vida. Cuando hablamos de una experiencia vivida, no es de nuestra mente pensante de lo que estamos hablando, sino de un grado de intensidad relativo a lo que ella designa, nada que sea un signo, conforme resulta ser un evento que no es de la vida sino de ella misma. Y entonces se abre para mí una perspectiva embarazosa, aunque ello no cause ningún embarazo a la mente pensante: de nosotros a las cosas vividas, no hay más que desproporción; entre nuestra receptividad y todo eso que se le da a ella con el riesgo de sumergirla, no hay ninguna medida común. Pero ante estos dones inconmensurables nosotros reaccionamos siempre de la misma manera, sin duda las leyes de la impulsión y de la repulsión aquí pueden significar cualquier cosa. Así que no será más que en relación con los otros como estableceremos la diversidad de comportamientos en nuestra manera de reaccionar, pero no tenemos para hacernos

Page 8: Pierre Klossowski Postfacio

comprender más que los mismos signos – esos del código cotidiano. Así, nuestra experiencia vivida permanece limitada tanto por sus constantes para reaccionar como por sus signos. ¿Será un bien o un mal que ninguno de nosotros pueda vivir jamás ni probar todo eso que nos arriba del mundo, si no es por una sola cosa que le afecta más que otras, en virtud de una intensidad – que no se tratará más que de aquella – que es propiamente la suya? Pero en cada uno la intensidad conoce destinos particulares, y la más grande ilusión nos viene de creer que, por tales designaciones, esos destinos no pueden reunirse jamás, y más difícil aún será que se puedan asimilar. Y cada uno no entiende jamás por el tema de todas las cosas más que una sola, siguiendo su intensidad propia, de modo que los mismos signos no servirán más que para eso que permanece siendo lo más común en la evidencia, de lo que resulta una caída en el desorden de la mente pensante, a partir de este cambio ilusorio al que las designaciones cotidianas nos han acostumbrado.La discontinuidad del mundo vivido (que nuestros signos arreglan en una continuidad para hacer nuestra coherencia cotidiana) procederá entonces con la simultaneidad de los eventos como con la experiencia simultánea de los otros sujetos: en todo lo que agarre, encuentra una pluralidad de intensidades que se ignoran pero que, en esta ignorancia irreductible, se atraviesan mutuamente, cada una disponiendo de manera abusiva, según su intensidad propia, del mismo sistema de signos propuesto a todos.Y, en efecto, ¿a qué se puede parecer el mundo, si cada día se pueden inventar nuevos signos para experimentar fielmente la novedad de cada día? ¡Ya no será nunca más discontinuo, bajo el pretexto de hacer coincidir en nosotros la mente pensante con el mundo en que creemos vivir! Ahora bien, esta coincidencia ya no dará cuenta jamás de eso que vivimos, sino de su coherencia ya no con lo vivido, sino con los signos nuevamente inventados. Absurda suposición que denota más o menos la incoherencia que hay al fondo de toda designación de lo vivido. Para nosotros mismos, reinventar los signos para coincidir con la novedad de cada día es un testimonio de nuestra propia discontinuidad. ¿Serán valiosos todavía después que pasemos a una nueva experiencia? Pero nosotros ni siquiera soñaremos con compararlos, porque nosotros mismos con cada designación nueva nos cambiaremos a partir de eso que nos encontraremos de inédito en el mundo y entonces para la mirada de otro. De todas maneras, para la mirada de la mente pensante nos encontraremos a nosotros mismos siempre coherentes con un nuevo signo, como si nunca hubiera habido signos anteriores, del mismo modo en que nos ofrecemos el ejemplo de lo discontinuo absoluto según los signos cotidianos. Y por tanto, la coherencia con el mundo, que aseguran esos signos por su constante regreso, queda siendo de las más precarias, situada en el mismo grado que las fluctuaciones de intensidad en la mente pensante, en tanto que nuestra, ya que así se resienten como la imagen de la discontinuidad universal.En suma, la intensidad de la mente pensante y la discontinuidad están en función una de la otra, porque nuestra misma vida es algo

Page 9: Pierre Klossowski Postfacio

que se pasa de la coherencia de todas las designaciones y porque la mente pensante quiere suspender en un signo eso que nos parece vivir o haber vivido.Así, pensar, lo mismo que vivir, a despecho de la mente pensante, da testimonio de la confianza extraordinaria que ponemos en un sistema de signos tan restringido, por la necesidad de no sucumbir al desorden vivido – ya ni se diga que para entretener en nosotros mismos la incoherencia, a falta de poder sostener la del mundo a partir de una mente pensante coherente en un signo único.Desde ese momento, pensar, reencontrar la coherencia en el seno del desorden vivido, ¿no es algo que vuelve a oscilar, a deslizarse, a bascular entre los signos y lo vivido, según una más o menos grande, más o menos falible intensidad de la designación que finalmente pone al signo afuera de la vida y que rechaza la vida en la incoherencia?¿Y entonces qué es lo que nos pasa en cuanto aceptamos la incoherencia entre nosotros y el mundo? ¿En dónde se sitúa el punto decisivo donde nos retiramos de vivir para efectuar ésta o esta otra designación? ¿A partir de qué momento, no se diga la necesidad de una coherencia interior, sino la incoherencia más allá de nosotros deviene insoportable, y violenta toda designación del sistema cotidiano? ¿La intensidad que la mente pensante designa por un signo único no será debida a un sentimiento insoportable? O bien, ¿no será el componente de la misma potencia al cuidado de sí misma? ¿No será la incoherencia insoportable todavía allí una designación de la mente pensante en relación a una ausencia de signo, la simple imposibilidad de constituirse en un signo único? ¿Dónde se prepara allá si no es que aquí la designación para que la mente pensante regrese a su propia dimensión?Eso que llega del mundo no le llega a nadie, sino que cualquier cosa le llega a cualquiera, cosa que vale para todo aquello que llegue del mundo. Y cuando del mismo modo esa cualquier cosa se designa en el mundo como una futilidad, en tanto que esta cosa fútil llega a la mente pensante en su más alto grado de intensidad, como sea que en lo sucesivo así llegue, la mente pensante no le designará más que por esta cosa, fútil en el mundo.“¡En tanto que cada quien nada más entiende una sola cosa, me repito yo hasta la saciedad, se debe de hablar de otra cosa!”Pero la coherencia de la mente pensante la vuelve insaciable.O bien se conserva en este grado de intensidad con que la mente pensante le designa, o bien ella no designa nada.En el uso de los signos cotidianos, tal signo único siempre permanece entendido-por-debajo. Con aquello que le siga, no designará ya más a sí mismo nada que no sea designado al mismo tiempo por esta cosa única, que vale por todo aquello que llega del mundo, a despecho de las designaciones del código cotidiano en que se abusa de su interlocutor, cuando este último debe ser su prójimo o igual.Si no hablan cada uno más que por su signo único, parece que sólo la coherencia de la mente pensante en el signo da lugar a tal diálogo de sordos. ¿Cómo? Por lo tanto, el uno y el otro no hablarán cada quien

Page 10: Pierre Klossowski Postfacio

de nada más que de su propia coherencia, nada más que de su propia mente pensante, nada más que de supropio signo, único para cada uno: y es cierto, cada uno es coherente en ese grado de la mente pensante, pero cesa de serlo en tanto que, bajo la constricción del signo, bajo la constricción de la coherencia de la mente pensante que no pertenece más que a la mente pensante misma, cuando es la constricción que ellos sufren y que ellos creen designar de tal suerte sin hacerlo jamás, porque cada uno no ve en el otro más que la incoherencia del mundo y así recae en relación con el mundo en su propia incoherencia que los dos establecen por completo en la imposibilidad de entenderse sobre el signo único, y se habrán de entender el uno con el otro por la misma constricción.La intensidad al grado que la mente pensante se habrá convertido en cada uno para ser designada por un signo único no sabrá verificarse ella misma en otra por ese mismo signo, en tanto que ella misma designa para el uno en relación con el otro uno ausencia de intensidad, o sea, una ausencia de constricción – luego entonces: de una reciprocidad de extrañeza absoluta o de la ausencia absoluta de tal signo.La coherencia de la mente pensante con ella misma en un signo único no se prueba más que bajo la especie de una constricción tal que yo la pruebo a partir del nombre de Roberta –para que yo fuese incapaz de sustraerme a su persistencia y que la mente pensante designe su intensidad más fuerte por ese signo y ahí encuentre su coherencia,al punto de vaciar todo el sistema de las designaciones cotidianas a partir de mi designación propia en tanto que yo mismo;todavía allí mía, la mente pensante me designa en efecto como ausencia de intensidad, allí donde por medio de los signos sin ninguna constricción, no se llega jamás al fondo de una incoherencia entre el mundo y mi persona, entre mi persona y mi persona misma;pero a partir de ese signo único – si hubiese querido creerme por un instante pensante yo mismo en ese signo,sobre-el-campo se había restablecido el sistema cotidiano sin verificar más que la incoherencia de mi mente pensante en ese signo,pero al grado de intensidad que ella había alcanzado, la mente pensante me dejó para no encontrar su coherencia más que en ese signo, sustituto de toda otra designación que no termine más que en el mundo y más que en mí mismo;y de ahí en adelante, ella está en el nombre de Roberta como la mente pensante de nadie y por tanto más coherente porque ya no es más la mía –la única cosa que llegó, valiendo por todas las cosas que alguna vez jamás pudieron llegar al mundo.Si busco ahora transcribir alguno de los enunciados que dimanan de este nombre de Roberta (en tanto que signo único), gestos, situaciones, palabras – sin nada que les preceda ni que les siga --,no encuentro más que una designación cotidiana tan fútil cual la mano enguantada de Roberta como figurando lo más propiamente la

Page 11: Pierre Klossowski Postfacio

unicidad de ese signo en el que la mente pensante encuentra su coherencia,ya sea que el guante fuese con la mano de Roberta como la coherencia misma de la mente pensante con el signo,ya sea que el gesto de desenguantarse y de dejar aparecer la epidermis de su mano fuese un simple retorno de la mente pensante a su pura intensidad,ya sea que el gesto de otra persona por desenguantarla no fuese más que análogo a la mente pensante de nadie en su coherencia con el signo en tanto que el nombre de Roberta,y que la aparición de la epidermis de su palma figura la incoherencia de mí mismo, por ese guante arrancado,ya sea, ese guante, un signo de ausencia de intensidad en relación con la aparición de la epidermis de su mano, como retorno a la intensidad pura.¿Será posible que un signo único pueda designar todo eso que llega – de afuera de mí – como la sola cosa que le importa conocer – tal como se la promete sordamente el nombre de Roberta?¿Entonces, será acaso esta suerte de acontecimiento del que yo no tomo parte más que en un grado de intensidad, la mente pensante designada por ese signo como su perfecta coherencia? Esta suerte de acontecimiento tal que se manifiesta en los enunciados del signo sin comienzo ni fin – luego entonces, discontinuos en cuanto a mi propia continuidad cotidiana, pero coherentes al punto de revelarme la discontinuidad de mis días.Sometido a tal constreñimiento, me puse durante mucho tiempo a buscar un equivalente, y no soportándolo más que al devenir loco en mi enmudecimiento, como lo había exigido la coherencia de la mente pensante, en ese mismo instante ocurrió que el equivalente me llegó.¿Cuál era la función del equivalente buscado respecto a lo que la mente pensante se designa por ese signo? ¡Al equivaler a la mente pensante de nadie, el signo único se asegura la perfecta coherencia y yo ya no la sostengo! ¿Por dónde todavía hay que buscar la sombra de este equivalente si no es por el mundo en relación al que la mente pensante en tanto que mía no es más que incoherencia? ¿Mi mente pensante? Ya muerta en el signo para que yo quisiese recordarme en el mundo como un acontecimiento para mí resuelto y jamás llegado al mundo…¿Pero no designaba el signo todo eso que llega al mundo por un solo acontecimiento del que él era el signo? ¿A quién va a rendir cuentas el mundo del grado de intensidad por la que se designa la mente pensante de nadie, desde que nada llega del mundo que no me haya llegado ya en el signo?¡Que no me haya llegado!... ¿Al inventar ese signo, la mente pensante me evitará la alienación de mí mismo, sin memoria alguna? ¿Para quién entonces el signo, si no para mí? ¿No estamos apuntados uno por el otro?¿O bien el signo, por sí mismo, me impedirá ser todavía la persona que soy?

Page 12: Pierre Klossowski Postfacio

¿El equivalente por encontrar me hará permanecer entonces en mí mismo al dejar al signo para sí mismo?El equivalente supone tal autonomía del signo, si equivale a cualquier cosa: mi posible locura, es eludida.O, la locura, es la pérdida del mundo y de sí misma, a título de un conocimiento sin comienzo ni fin.La intensidad misma de la mente pensante se experimenta por esta alternativa de la locura aceptada o eludida: o bien perder el signo, dejándolo ser para sí mismo, al saber que existe ignorado por el mundo, y así alienándome el signo que por sí nada tiene de loco; o bien sufrir la intensidad del signo, libre de perder el mundo, para conocer sin comienzo ni fin.Este dilema, yo lo denuncio. Y al no haber querido renunciar ni al signo, ni al mundo, yo soy de ahí en adelante responsable del uno y el otro, y yo estoy a la vez en contra mía y del signo y del mundo. Y mi conocimiento de ahí en adelante tiene un comienzo y un fin…El signo, al valer un gesto, una situación, una palabra, da lugar a los enunciados (sin ningún equivalente en las designaciones cotidianas que no son cosas triviales ni fútiles).Así el signo proyecta su sombra sobre la realidad cotidiana del mundo. De la que él suprime la memoria que da lugar al mundo.Y yo devengo oscuro al notar los enunciados a que el signo da lugar con toda claridad, porque yo los integro a la realidad cotidiana, como una descripción, no de la realidad, sino del lugar dado a esos enunciados por el signo.Y yo los redacto como si fueran hechos, describiendo la sombra sobre la realidad, el vacío en la memoria, el olvido de eso que precede y de eso que sigue al acontecimiento, lo que caracteriza los gestos, las situaciones, las palabras que valen para mí el signo.¿Pero no he dicho que esa malicia consiste en responder, en tanto que nombre, a una fisonomía exterior a ese signo?Y, en efecto, así parece que la sombra proyectada por el signo sobre la realidad del mundo recubre perfectamente esa fisonomía, exterior al signo, porque ella lo disimula bajo ese nombre.O, si es que hay, al grado de intensidad que la mente pensante designa por ese nombre, una coincidencia entre la fisonomía y el signo que le marca un lugar en la mente pensante, coherente en tanto que devenir oscuro si ella nunca se hubiese interrogado solamente por una coincidencia de este tipo –eso no es más que aquélla, implícita en el signo, que yo he debido respetar en mi descripción, al dejarla en la sombra que yo describo, siendo portada por el signo sobre la realidad, sin perder nada de la intensidad que la mente pensante designa con ese signo…Mas no poder deslindarme en la simple coincidencia del nombre con esta fisonomía, mas indagar por un equivalente para esta coincidencia, bajo el constreñimiento que este signo ejerce sobre mí, mas indagar por esta suerte de equivalente en tanto la elusión de mi locura que tiene el constreñimiento… Mas no saberme tener a la sombra del signo…Desde que yo me pongo a describir esta misma fisonomía en la notación de los enunciados resultantes, más allá del tiempo, de ese nombre de Roberta, y que, en esos hechos discontinuos, ella figura,

Page 13: Pierre Klossowski Postfacio

ya no más por la sola coincidencia del nombre, sino como fisonomía, justo en lo exterior de ese signo que lo ha recubierto con su sombra,la descripción de la sombra misma vuelve a establecer los contornos de la fisonomía como su participación en la realidad exterior,y esta fisonomía sale como por sí misma de la sombra portada sobre la realidad por el signo;de donde hay una interferencia entre el signo y la fisonomía,ya sea una inversión de la función del signo en tanto que nombre, desempeñado desde entonces por la mente pensante en su más alto grado de intensidad, pero por eso mismo vacante tanto así que la fisonomía no la desempeña ella misma, bajo ese nombre,una inversión de la función del nombre en tanto que signo, cuando el vocablo Roberta no responde más que de la propiedad de una fisonomía;la fisonomía vale de ahí en adelante por el signo, llamada (por su nombre) para verificar ella misma los enunciados (gestos, situaciones, palabras), o sea, las cualidades que el signo asigna a su nombre;cuando el nombre le garantiza la propiedad de esas mismas cualidades a la sombra del signo,el signo ya no vale más que por aquello de la expropiación de la fisonomía en tanto que ella participa de la realidad exterior,o sea, para una divulgación de las cualidades que el signo asigna al nombre de Roberta.De tal suerte que así ella nunca ha desempeñado la función primitiva de la mente pensante que se designa por ese signo,con el fin de reivindicar para ella misma ese nombre como de su propiedad, la fisonomía ha tenido que manifestar su coincidencia con el signo; no perteneciéndose a ella misma, por ese nombre, más que para dar del mismo modo mayor fuerza a su expropiación en el mundo por el signo en que ella misma ha devenido…Entonces: no pudiendo reivindicar el nombre garante de su propiedad, bajo pena de coincidir con el signo que lo expropia –ni desautorizar las cualidades asignadas a su nombre por el signo, bajo pena de perder la propiedad de su fisonomía, garantizada por el nombre –el silencio que ella opone al dilema se podría interpretar como una prueba tácita o una denegación, desde que yo la hago mía para entender al exterior el constreñimiento que el signo ha ejercido sobre mí para su prestigio.La divulgación de un signo, imposible de verificar en sí, siempre tiene mucho de delirio, cuando del mismo modo esta divulgación testimoniará el constreñimiento que el signo ejerce sobre aquello que lo divulga, y que de esa manera creerá escapar del delirio.Pero todo lo contrario es lo que pasa: muy lejos de que el constreñimiento del signo se relaje, su divulgación todavía queda manchada por una apariencia de impostura donde la idea desde entonces obsesionada de aquello que ha divulgado el signo, en tanto que el signo no se verifica en el exterior.

Page 14: Pierre Klossowski Postfacio

¿Cómo y por qué nunca lo será – ahora que aquello que la ha divulgado del mismo modo ha hecho desviarse la designación de la mente pensante – y por qué entonces el signo (en tanto que nombre de Roberta) será verificado al exterior nada más por la fisonomía que reivindica ese nombre como su propiedad pero que deviene por el mismo signo? ¿Cómo lo verificará ella?¿Perpetuar su divulgación por ese signo que la expropia de ella misma no es preparar esta fisonomía para la impostura? ¿Desde que es el signo de su expropiación, cómo es que ese nombre de Roberta la tendrá todavía por igual a ella misma bajo esta fisonomía?El signo en que ella ha devenido le da al nombre de Roberta una función de develamiento.Pero ¿el silencio, que la fisonomía opone a ese nombre, porque de nuevo ha querido ser a la manera de la sombra del signo, revelará por su parte una complicidad con el mundo exterior: en un efecto por el que ese silencio únicamente puede interpretarse como confesión o como denegación a través de la intermediación del código de los signos cotidianos?De tal suerte deviene el objeto de la apreciación que está más allá según ese código, como si el más allá pudiera alguna vez probar la virtud constrictora de un signo único.La intensidad al grado con que la mente pensante se designa en mí por ese signo que de ahí en adelante depende todo entero de esta apreciación; y como ella misma viene del exterior donde la impostura tiene mayor aprecio que el constreñimiento, más aún siendo ello de un signo único, entonces la apreciación del más allá se confunde en el silencio de esta fisonomía, descrita y divulgada, en tanto que yo quedo solo para sufrir el constreñimiento del signo.¿Pero por qué necesito yo de su confesión? ¿Habrá confirmado en el exterior el constreñimiento que me hace sufrir el signo, habrá entendido este constreñimiento en el exterior, habré yo encontrado por suerte el equivalente de mi locura eludida?¿A dónde regresa el silencio de esta fisonomía opuesta a su nombre en tanto que signo? ¿El signo debe ser tenido por un retrato? ¿No era el modelo, por lo que había devenido en ese signo? ¿A qué apunta entonces su silencio? A comportarse ya nunca más como el modelo, sino como el retrato mismo. Porque, sufriendo a su vez el constreñimiento de su propia fisonomía devenida el signo que la expropia, ella recupera en el silencio del retrato la propiedad de su fisonomía – exento a callar los enunciados del signo: gestos, situaciones, palabras – o sea, los actos por los que se expropia el modelo. He aquí eso que esta fisonomía había rechazado, al grado del signo que ella ha devenido..En lugar del equivalente a mi locura eludida, yo encuentro entre ese silencio de la fisonomía y el silencio de la apreciación de más allá, un retrato. Pero en tanto que se trata todavía de un escamoteo del signo único, yo quiero explotar ese silencio del retrato para hacer un cuadro. Y, en efecto, me veo forzado a obligar esta fisonomía para que haga esos gestos, para que esté en esas situaciones, diga esas palabras que vale para mí el signo, los gestos que dan testimonio de

Page 15: Pierre Klossowski Postfacio

la coherencia en mi de la mente pensante con el signo en que ella ha devenido – aun sean gestos de denegación – y es allí donde se ataca al retrato por las figuras que le circundan, interpuestas entre la fisonomía y esta apreciación exterior a la que hace llamado su silencio, luego entonces a la complicidad pública.Así, ese retrato, repentinamente poblado de otras figuras, deviene un cuadro destinado a la lección por la imagen. Pero la lección que la imagen enseña no es más que la institución de una costumbre: las leyes de la hospitalidad. Inofensiva sobre el cuadro, esta costumbre…¿Ese cuadro era inevitable? Vana lección, equivalente irrisoria, constreñimiento persistente, locura por siempre ineludible, costumbre inofensiva, loco peligrosamente apacible justo cuando llego al fin de mis días…¿Por qué no operar en silencio sobre esta fisonomía, exterior al signo, en lugar de provocar su silencio, al describirla bajo ese nombre de Roberta?¿Por qué no operar palabra por palabra al revés de las designaciones cotidianas sobre lo cotidiano vivido justo entonces en la incoherencia?El equivalente que yo busco para el constreñimiento de mi locura eludida no se puede encontrar más que en una costumbre,-- costumbre que lleva íntegros al mundo y a mí mismo a la mente pensante, la mente pensante de nadie, coherente con el signo, surgido en la alienación del mundo y de mí mismo,asegurando, al revés de las designaciones cotidianas, su coherencia arbitraria con el signo único en esta costumbre.Si eso se puede, toda descripción del signo único será al fin superflua,desde entonces es que un signo se basta a sí mismo – y de ahí en adelante, inmediatamente coincidirá con lo arbitrario de las designaciones cotidianas, o sea, con la discontinuidad absoluta de todo eso que es vivido en el mundo,y entonces jamás habrá una coherencia del lado de la mente pensante en un signo único que pueda ejercer su constreñimiento en tanto que hace salir de la incoherencia de lo vivido.Así cuando igualmente ese signo único dará lugar a esta costumbre: las leyes de la hospitalidad,las que aquí no hallarán para nada ese lugar que les da el signo único en tanto que costumbre, y he aquí por qué se ejerce ese constreñimiento bajo el cual me ha fallado describir también ese lugar en que no se halla para nada la práctica de esas leyes en tanto que costumbre,en tanto es verdad que el signo único, al ser suficiente para sí mismo, vuelve superflua una descripción, debido a su solo constreñimiento.