periódico de la urbe, edición 58

24
AÑO 12 No.58 MEDELLÍN, MAYO DE 2012 ISSN16572556 FACULTAD DE COMUNICACIONES UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

Upload: de-la-urbe

Post on 28-Mar-2016

241 views

Category:

Documents


8 download

DESCRIPTION

Periódico del Sistema Informativo De La Urbe, realizado por los estudiantes del Pregrado en Periodismo de la Universidad de Antioquia.

TRANSCRIPT

AÑO 12 • No.58 • MEDELLÍN, MAYO DE 2012 • ISSN16572556 • FACULTAD DE COMUNICACIONES • UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

Palabras propias

No. 58 Mayo de 2012

2

nes y en 600, las desapariciones, partiendo desde 1993. Por lo general, han sido mu-jeres jóvenes y pobres, pero sin que las autoridades hayan podido establecer motivos y responsables de cada caso. Sin embargo, aparecen como posibles causas el tráfico de órganos, las violencias de género, la filmación de asesinatos reales para vender la película a macabros aficionados e incluso la práctica de ritos satánicos basados en sacrificios humanos propios de los pueblos precolombinos .

Modelo económico, un borde del conflictoNo han faltado análisis, desde el quehacer periodístico, acerca de las causas de la

irrupción generalizada del narcotráfico y del exterminio de mujeres en Ciudad Juá-rez. Es el caso del presidente de la empresa periodística Diario de El Paso, y Diario de Juárez, Osvaldo Rodríguez Borunda, quien expuso que el establecimiento de plantas maquiladoras en la ciudad por grandes empresas de Estados Unidos, fue uno de los problemas que detonó la ola de criminalidad en esta ciudad fronteriza porque fueron un filón de oro para un reducido número de empresarios y gobernantes que propi-ciaron un crecimiento desordenado y corrupto de la ciudad: “Así nacieron conflictos sociales combinados con retrasos en infraestructura que fueron caldo de cultivo para la problemática general que hoy vivimos en Juárez”.

El director se refirió, además, a las circunstancias bajo las cuales el diario a su cargo se ha ocupado del tema de la guerra del narcotráfico contra el Estado de México: “La cobertura periodística desplegada por nuestra casa editora desafortuna-damente ha cobrado su cuota de sangre en la persona de tres compañeros muertos”, refiriéndose al asesinato de los periodistas Víctor Manuel Oropeza, muerto en 1991; Armando Rodríguez, en noviembre del 2008; y de Luis Carlos Santiago, acribillado el 16 de septiembre de 2010.

En medio de la persecución contra empresas informativas y periodistas, de la guerra entre los carteles de la droga radicados en Ciudad Juárez, de la falta de ga-rantías por parte de las autoridades para proteger la vida y el ejercicio periodístico, además de las insólitas acusaciones de algunos funcionarios en el sentido de que los medios estimulan con su información el desarrollo de la violencia , se produce la actividad cotidiana y profesional del colega Raúl Flores Simental, a quien volvimos a encontrar en la ciudad de Washington en el segundo momento de esta reflexión periodística continental propiciada por la SIP.

Es profesor desde hace 20 años en la Universidad Autónoma de Juárez, donde dicta clases en Sociología y Comunicación, y coordina la nueva carrera de Periodis-mo. Estudió maestría en Historia y doctorado en Ciencias Sociales. Estuvo 20 años

Gonzalo Medina Pérez [email protected]

Ocurrió en la ciudad mexicana de Puebla durante el Tercer Encuentro He-misférico, 25 y 26 de agosto de 2011, organizado por la Sociedad Interame-ricana de Prensa (SIP), para evaluar el estado de los procesos de impunidad

respecto de los delitos cometidos en contra del ejercicio periodístico en nuestro con-tinente: el periodista y docente mexicano Raúl Flores Simental cuenta al auditorio cómo, producto de una investigación por él dirigida, y realizada con periodistas que cubren la guerra del narcotráfico en Ciudad Juárez, sede de su trabajo, se concluyó en que la mayoría de los reporteros consultados le tenían más miedo a la policía que a los narcotraficantes. Vino la respuesta de un hombre robusto que, con mirada y postura algo desafiantes, desde un rincón del auditorio escuchaba la intervención de Raúl Flores, a quien le dijo: “Eso tiene que comprobarlo”, por lo cual este último le dijo: “Con todo gusto le voy a repetir”, y soltó una vez más su categórica sentencia.

El breve pero contundente testimonio entregado por el profesor y periodista mexicano Flores Simental, es apenas un leve reflejo del drama que desde hace cerca de 10 años vienen protagonizando sus colegas, en especial aquellos que han cubierto la guerra del narcotráfico contra el Estado. Desde 2000 hasta 2011, se calcula en 74 la cantidad de periodistas asesinados, entre reporteros, editores y directores.

Figuran, sin embargo, los datos de entidades como la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), divulgados luego de la muerte violenta del periodista Humberto Millán Salazar, director de una publicación semanal virtual denominada A debate, quien fue encontrado sin vida en Culiacán, el 25 de agosto de 2011. La CNDH dio cuenta, en ese momento, de 72 periodistas asesinados, aunque La Funda-ción para la Libertad de Expresión registró un total de 83 asesinatos, en tanto que Reporteros sin Fronteras dio a conocer la cifra de 80 colegas sacrificados en medio de la confrontación entre narcos y Estado. La Relatoría para la Libertad de Expre-sión, de Naciones Unidas, sostiene que entre 2000 y 2010 fueron 66 los periodistas asesinados y 12 los desaparecidos, a todos los cuales deben sumarse 8 ejecuciones producidas en 2011 .

Los muertos de la droga, las muertas del misterioUn poco al azar, más con ánimo de ilustrar que de discriminar nombres, señale-

mos casos como los de Amado Ramírez, corresponsal de Televisa en Acapulco, quien fue asesinado en abril de 2007; Alfredo Jiménez Mota, del diario El Imparcial, de Hermosillo, Sonora, quien se halla desaparecido desde 2005; Dolores García Escami-lla, de la radiodifusora Estéreo 91 XHNOE, de Nuevo Laredo, Tamaulipas, acribi-llada a balazos en 2005; Raúl Gibb Guerrero, del periódico La Opinión, de Papantla, Veracruz, quien pereció ejecutado en 2005; Marco Aurelio Martínez Tijerina, corres-ponsal de Televisión Azteca, también asesinado .

En lo correspondiente a Ciudad Juárez, el punto fronterizo con El Paso, de Es-tados Unidos, país que está separado de México por el río Bravo, los costos de vidas humanas aportadas por periodistas, sólo por ocuparse del narcotráfico como tema informativo, se estiman en 27 -entre 2000 y 2010-, además de 74 casos comprobados de amenazas a reporteros, según la Procuraduría General de la República de México. Por su parte, Reporteros Sin Fronteras sostiene que uno de cada diez periodistas ase-sinados ha mostrado signos visibles de tortura. Tales crímenes de colegas en Ciudad Juárez se han producido en el contexto de una guerra de proporciones inimaginables . Baste señalar que solo en 2008, México tuvo cerca de 5.600 asesinatos, de los cuales 1.900 ocurrieron en Ciudad Juárez —incluyendo cerca de 30 niños—, producto de lo cual ésta pasó a ser denominada como la ‘urbe más violenta’ de dicho país .

Y como si lo anterior fuera insuficiente, Ciudad Juárez ha enfrentado el drama de las mujeres asesinadas en circunstancias extrañas, un fenómeno de tal magnitud que fue calificado como ‘feminicidio’. Se estima en cerca de 500 el número de críme-

Fotografías: Revista Proceso

Al norte de México está Ciudad Juárez, la de los cientos de atroces feminicidios, la de intensos enfrentamientos entre narcotraficantes, la de

decenas de periodistas asesinados y amenazados por querer “saber más de la cuenta”. Este es un diálogo

con Raúl Flores Simental, un periodista que ha pensado, investigado y vivido muy de cerca lo que sucede en esa zona fronteriza con Estados Unidos.

En la ciudad de los

muertos (y las

muertas)

Ciudad Juárez ha enfrentado el drama de las mujeres asesinadas en circunstancias extrañas, un fenómeno de tal magnitud que fue calificado como “feminicidio”. Se estima en cerca de 500 el número de crímenes y en 600 las desapariciones, partiendo desde 1993. Por lo general, han sido mujeres jóvenes y pobres, pero

sin que las autoridades hayan podido establecer motivos y responsables de cada caso.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

3un piso, excepto una que otra de mayor altura. Cuando el segundo imperio, en nuestra ciudad se re-fugia Benito Juárez; eso ocurrió en el siglo XIX, cuando Benito Juárez marchaba con la República itine-rante a cuestas; en ese entonces, la ciudad se llamaba Paso del Nor-te. De allí el lema que nos orienta: “Refugio de la libertad, custodia de la República”.

Porque, entre otras cosas, la Revolución de 1910 se decide con la toma de Ciudad Juárez. Y ello por una razón, de por sí determi-nante: el punto aduanero y ferro-viario más importante de América Latina, en esa época, era Ciudad Juárez, período en el cual los tre-nes venían de Estados Unidos. Vale la pena recordar, además, que fui-mos una ciudad productora de algo-dón a comienzos del siglo XX.

Si nos miramos como estado -Chihuahua- y como capital -Ciu-dad Juárez-, nosotros somos la parte desértica, somos la provin-cia más grande del país, tanto que en ella caben varios países europeos. Nuestro hablar es más violento, más golpeado, respecto de los chilangos -los habitantes de la capital, o del Distrito Federal- . Ello es, de alguna manera, reflejo del olvido y de una respuesta equi-vocada desde la capital, por eso la violencia que tenemos. El presidente Felipe Calderón actuó equivocadamente y enfrentó el narcotráfico poniéndonos a nosotros como escudo, o sea que somos nosotros quienes hemos aportado los muertos. Porque fue mediante la gue-rra contra los narcotraficantes como él buscó legitimar su discutible elección presidencial.

El colega Raúl Flores Simental guarda silencio, se pone su gorrita de paño con visera, dibuja una sonrisa –como agradeciendo por haber podido desahogarse– y se retira, no sin antes darnos la mano. Al fin y al cabo, somos periodistas y docentes de dos países, México y Colombia, con llagas y dolores semejantes, pero también con anhelos y sueños que van en la misma dirección. Que un nuevo encuentro sea para compartir realizaciones.

en el periodismo, fue reportero en El Fronterizo, en Diario de Juárez y en El Norte. Ha hecho radio, en especial columnas de opinión, y ha sido profesor de Géneros Perio-dísticos y de Medios de Comunicación. Propuso la creación del programa académico de Periodismo, el cual funciona desde hace un año. La Universidad Autónoma de Ciudad Juárez cuenta en el momento con unos 3 mil alumnos.

Acerca de la relación entre Sociología y Periodismo, señala Raúl: “Tuve una formación que me ayudó a entender los problemas políticos, teniendo

en cuenta que la Sociología es una ciencia, mientras que el Periodismo es un oficio. Esa formación permite hacer un Periodismo más profundo, como también es posible hacer, con la ayuda del Periodismo, una Sociología menos de gabinete, más de la ca-lle, más apasionada y no tan aburridamente teórica. Eso te permite llegar a públicos más amplios. Si alguien puede influir más en la sociedad, esos son los periodistas. Sus firmas mueven, influyen. Los sociólogos están más para la reflexión teórica, pero influyen menos en el espacio público”.

El espíritu de González CasanovaSobre su experiencia con una institución de la docencia y la investigación, como

es el siempre recordado profesor Pablo González Casanova, con quien recibió clase en la Universidad Autónoma de México, Raúl destaca que el libro clásico es “La de-mocracia en México” :

Es de los sociólogos fundadores de un pensamiento propio, su formación fue clave; eso se dio en tiempos de la reflexión marxista en México, cuando a éste llegaron chilenos, españoles, nicaragüenses, todos huyendo de las dictaduras de la época. Siento que la Sociología puede enriquecer al Periodismo, puede haber Periodismo sin Sociología; pero no al contrario.

Ante la ola de persecuciones a periodistas de toda clase en Ciudad Juárez, y con mo-tivo de la violencia que venimos padeciendo, debo afirmar que el Periodismo se ejerce sin identidad: proliferan los asesinatos de periodistas y casi siempre se quedan en la impuni-dad, otras veces bajo el manto de la publicidad. Hemos vivido una situación de terror tal, que en las fotos de los diarios, incluidas las sociales, no aparecen los apellidos, sino solo los nombres de las personas. Eso por miedo a represalias de secuestros o amenazas y por no provocar a las autoridades. Un profesor, compañero nuestro, fue detenido por la policía por haber estado presente en la detención de una persona. Lo esposaron y subieron a una patrulla. El crimen se ha diversificado, todos estamos expuestos al secuestro, al chantaje, al secuestro expreso. Y los periodistas no estamos libres de ello.

Vale la pena indicar que el Estado dejó crecer la impunidad, incluida la delincuencia, y eso influyó en el crecimiento de esta última. Claro que el periodismo también ha faltado a la delicadeza con la que debe tratarse la nota de policía, dada la falta de manuales ade-cuados. Creo que hace falta una mayor revisión y que se contribuya a un mejor trabajo, a superar la victimización y que, por tanto, se imponga la norma ética.

El paso siguiente del Periodismo, hoy en Juárez, es promover códigos de ética, códigos de autorregulación que nos acerquen más a la sociedad civil. Estamos en un México dis-tinto, lo cual significa que hay que discutir más, recibir mayores críticas de la sociedad, porque hemos sido poco abiertos a esa crítica.

El periodista y sociólogo Raúl Flores Simental detiene por un momento sus re-flexiones sobre el periodismo y dirige su mirada hacia los cambios recientes produci-dos en Ciudad Juárez:

Podemos definirla como una ciudad que estuvo viva durante mucho tiempo, por-que era un polo de atracción, la ciudad con más crecimiento en todo el país, con un predominio de la maquila, con una inversión significativa de capital extranjero; en lo estético, Ciudad Juárez no es una ciudad bella, es muy desértica. Con motivo de la oleada de violencia que hemos padecido, ahora ya no crecemos, incluso mucha gente se ha regresado a sus lugares de origen. Se calcula en decenas de miles esa migración; hay muchas casas, barrios y negocios abandonados, producto de la extorsión. La vida nocturna se vino al suelo y, con ella, la economía.

Con base en un estudio realizado con grupos focales, vimos cómo los jóvenes, producto de la violencia generalizada, ahora están refugiados en sus redes sociales, en sus casas; son, por lo tanto, unas juventudes limitadas. Es ésta una etapa muy difícil, marcada por el temor, aunque confiando en que éste pueda disminuir.

Resulta inevitable pensar en Ciudad Juárez y la relación que ha tenido con la literatura. Nuestro entrevistado asevera que, por desgracia, Juárez no tiene una his-toria de producción literaria, ella está más presente en la historia que en la literatura:

Juárez es una ciudad muy chaparra, con edificaciones que en general no pasan de

1 CAMACHO, Fernando et al. “La cifra de periodistas asesinados en México de 2000 a la fecha llegó a 74”. La Jornada, periódico mexicano, 2 sep. 2011. P. 7.2 CAMACHO, Op. cit.3 CNN México. “Periodistas piden a la ONU protección para trabajar en Ciudad Juárez”. 18 ago. 2010.4 RTV.ES. “Ciudad Juárez, la más peligrosa del mundo, supera ya los 2.000 asesinatos violentos”.

5 SOURCE AFP publicado por Libération, periódico francés, 3 ene. 2009.6 DIARIO EL UNIVERSAL. “Gómez Mont culpa a medios de violencia “. Mario Héctor Silva. Afir-mación emitida por el Secretario de Gobernación de México, el 2 de junio de 2010, durante su visita a Ciudad Juárez para firmar un convenio que contribuyera a garantizar la integridad de las mujeres.7 Pablo González Casanova nació en Toluca en 1922. La democracia en México es una obra que se ha convertido en un clásico de las Ciencias Sociales. De allí que se utilice con frecuencia en cursos de Historia, Teoría Política, Ciencia Política, Sociología y Economía. González Casanova, por tanto, es definido como un pionero en la investigación de la democracia en su país, sobre todo por haberla relacionado con el campo de la Sociología.8 Escribe el ensayista mexicano Gabriel Zaid, en su texto Chilango como gentilicio, que chilango es una variación que se realizó en el Estado de Veracruz de la palabra chilango que proviene del maya xilaan que significa desgreñado. También se hace referencia a César Corzo Espinosa, quien propuso que la palabra chilango tiene un origen náhuatl en la palabra chilan-co que significa donde están los colorados y que hace alusión al color de piel de los habitantes de la ciudad de México.

Raúl Flores Simental, periodista y docente mexicano

Diversos momentos de tensión en Ciudad Juárez, registrados por la revista mexicana Proceso

Editorial

Opinión

No. 58 Mayo de 2012

4

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

RectorAlberto Uribe Correa

DecanoFacultad de Comunicaciones

Jaime Alberto Vélez

Jefa Departamento de Comunicación Social

Deisy Katherine García Franco

Las opiniones expresadas por los autores no comprometen

a la Universidad de Antioquia

CIRCULACIÓN 10.000 EJEMPLARES

Comité De La Urbe PrensaHeiner Castañeda, Luis Carlos Hincapié, Patricia Nieto, Elvia Acevedo, Ramón Pineda, Raúl Osorio, Jorge Ignacio Sánchez y Gonzalo Medina

Director Sistema Informativo De La UrbeJorge Ignacio Sánchez

Director periódico De La UrbeRamón Pineda

Coordinación EditorialÁlex Esteban Martínez Henao, Juan David Ortiz Franco

RedacciónJonathan Alzate, Yeison Medina, Elizabeth Otálvaro, Álex Martínez, Yenny Matínez, Natalia Ortiz, Laura

Bueno, Stíven Ríos y María Paulina Rubiano

DiseñoJulieth Duque Hernández

ColaboraciónAlfonso Buitrago, Elvia Acevedo, Gonzalo Medina, Esteban Ardila, Cristina Arévalo y Heiner Castañeda

CorrecciónAlba Rocío Rojas

FotografíaHugo Villegas, Manuel Cascallar, Jonathan Alzate, Yenny Martínez, Juan Sebastián Mesa, Álex Martínez, Sandra Ramírez y Julieth Duque

Caricatura Átomo

Ilustraciónes Julieth Duque Hernández

Portada Propiedad Raíz, intervención del artista Cristian Muñoz en la Avenida del Río Fotografía: Julieth Duque

Sistema Informativo De La Urbe Edificio de Extensión Calle 70 N° 52-72, oficina 708 Teléfonos: 2198943, 2198945 [email protected] delaurbedigital.udea.edu.co

ImpresiónLa Patria - Manizales

FACULTAD DE COMUNICACIONES

Ciudad UniversitariaCalle 67 N° 53-108

Medellín - Colombia

Número 58Mayo de 2012

Los actores políticos, si en verdad los anima una vocación de poder, no pueden negarse al escenario del reconocimiento público. Tienen la necesidad y el deber de responder a la demanda social de argumentar y construir sentido con la

comunidad en la que actúan.La Universidad de Antioquia está convocada a una reflexión sobre su presente y

su futuro. Bajo un manto de miedo que se intenta apoderar del campus, en medio del estallido de petardos y ‘papas’ bomba, los diferentes estamentos iniciamos la valoración de lo sucedido. Como sistema informativo De La Urbe, además del cubrimiento perio-dístico que nos corresponde, queremos y necesitamos comprender, queremos identificar rumbos, entender motivos y proponer caminos.

La Universidad ha llamado a un pacto como expresión de compromiso de los esta-mentos universitarios y de la sociedad, que resulte de la reflexión colectiva basada en el ejercicio libre y amplio de la palabra. Y, también, con énfasis, ha llamado a que las autoridades, que tienen esa función, para que judicialicen a los responsables de estos actos. Comprendiendo el énfasis de ese llamado, queremos referirnos a una de las con-diciones para que el proceso sea vinculante y serio: la visibilidad de los interlocutores.

Tenemos una institucionalidad clara y visible, enfrentada a un antagonista difuso. Y cuando decimos “institucionalidad” no nombramos solamente a las “directivas” ni nos referimos a “gobierno”; aludimos al cuerpo que nos hace Universidad, al conjunto de instancias, grupos, intereses y personas que vemos en el Alma Máter el lugar para contribuir al desarrollo político, económico, social, cultural y científico del país. Cubrir-se, mimetizarse, protege a los encapuchados en la refriega, pero los invisibiliza en el escenario de las discusiones y las decisiones.

Aceptemos, en virtud de la discusión, que logran ponerse en la agenda (de hecho nos ocupamos de ellos). Su notoriedad se las otorga la agitación momentánea, pero ca-muflarse juega en contra de ellos y de quienes nos vemos atrapados en su dinámica. Sin temas precisos ni interlocutores claros, el suyo es un esfuerzo costoso y fallido que nos

disminuye a todos. Son actores públicos, sin duda. Aparecen, se hacen oír, literal y po-derosamente; pero la ausencia de debate nos cierra a todos la posibilidad de someter los puntos de vista al escrutinio, a la reconsideración, a su validación o negación dialéctica.

La vehemencia que se intuye de su performance parece asentarse exclusivamente en la ilusión de poder que otorga la exhibición de fuerza en dosis cada vez mayores. Esa es, tal vez, su más clara convicción. Y nos preguntamos: ¿Debemos leer sus actos y sus anónimos como expresiones dignas de fe, sin la posibilidad de refutarlas con la palabra? Esa es la aspiración de los fundamentalismos religiosos, no de los espacios civiles demo-cráticos, donde nadie debe ni puede imponer su visión por la fuerza.

La universidad es el espacio natural para el debate. Su esencia es la confrontación abierta, rigurosa, respetuosa y constructiva. Pareciera que para algunos sectores no existen esas bases, o éstas les son tan difusas que no logran cohesionarlos como parte de esta comunidad académica. ¿Hemos retrocedido al punto en el que debemos repe-tirnos las bases fundacionales del proyecto universitario? ¿Tocará volver, con la cartilla elemental, sobre las líneas generales del proyecto social y ético que representa la Uni-versidad? ¿Debemos repetirlas sin cesar, escribirlas en las paredes, propagarlas en las redes sociales, reiterarlas en pantallas y tableros?

Estamos ante el desafío de reconstruir las bases elementales de la convivencia, representadas en el respeto a la vida y a la integridad, el respeto por la palabra como nuestra máxima conquista, la defensa del ejercicio de la conversación franca, el recono-cimiento y acatamiento de unas normas mínimas de legalidad, la defensa de lo público mediante el debate transparente, sin temores, sin miedo a que el otro esgrima la estra-tegia de la eliminación como camino para imponerse.

En la Universidad de Antioquia, asistimos a una competencia por la conquista de la credibilidad, no por la búsqueda de una verdad dogmática que interprete el mundo y lo guíe hacia un paraíso. Los actores políticos, si en verdad los anima una vocación de poder, no pueden negarse al escenario del reconocimiento público. Tienen la necesidad y el deber de responder a la demanda social de argumentar y de construir sentido con la comunidad en la que actúan.

Los invitamos a decir, a superar el hacerse oír. Sin sus argumentos, estamos incom-pletos. Sin una voz nítida, estaremos obligados a intuir las explicaciones, suponer su interés y adivinar sus motivos. Tendremos que dudar también, con todo derecho, de la bondad de sus pretensiones. Su accionar está teñido de sospechas: ¿tienen una “estrate-gia de desvío”, mediante la cual ponen la atención en unos hechos escenográficos para no tratar los temas de fondo? ¿Se trata de una estrategia de intoxicación y saturación?

El crédito que se le puede otorgar a una postura política o ideológica depende, por una parte, de quien la encarna; en segundo lugar, de su representatividad como porta-voz de un grupo social; y, en tercer lugar, del compromiso que refleja con su causa. Hoy, podríamos decir que no sabemos quiénes son y que no es claro qué ni a quién represen-tan. Eso sí: es evidente un compromiso militante, con una causa difusa, una causa que nos desconcierta por inasible.

John Esteban Ardila Espinosa [email protected]

La situación de la Universidad de Antioquia, la cual viene en deterioro desde hace aproximadamente dos años y que el 18 de abril se presentó en una de sus mayores expresiones, me confunde y me hace sentir inútil frente a la respon-

sabilidad que tengo como estudiante, como ciudadano y como actor político de lo que allí pasa.

Me hace sentir inútil cuando pienso ¿Qué puedo hacer por la U. de A.? Ese espacio que por años ha sido más que mi hogar. El lugar donde he construido mis sueños, mi identidad. El sitio que me permitió acercarme al conocimiento y a personas que se dedi-can a estudiar las problemáticas del país. Ese espacio en el que he aprendido a ser amigo de quien no comparte mis ideas, de quien viste diferente, de quien viene de otra región. El lugar donde he sentido la esperanza de quien quiere cambiar el mundo.

Y cuando intento responder esa pregunta siento que todo lo que he construido y aprendido en el mundo de la academia se derrumba. No hay idea lo suficientemente fuerte como para detener el caminar indiferente de miles de hombres y mujeres que, como yo, hemos sido espectadores de una pesadilla que se apodera de un sueño colec-tivo.

No encuentro salidas a lo que para muchos ya hace parte de la identidad de la Uni-versidad: el sonido estruendoso que rompe el eco de quienes dialogan en los pasillos, las lágrimas que mojan los rostros de quienes no lloran de rabia sino de ardor por el

gas lacrimógeno. No hay debate acalorado que se compare a la confrontación de dos enemigos que ni se conocen.

He pensado en pedir la renuncia de Alberto Uribe Correa; pero que esté o no en el cargo de rector es lo mismo. He pensado en actos simbólicos como los que se han hecho varias veces; pero creo sinceramente que sería uno más. He pensado en confrontar a quienes, por parte y parte, dicen defender nuestros intereses; pero el miedo me puede más que la indignación.

La situación de la Universidad me confunde porque mientras en los salones de clase se habla de democracia, las autoridades universitarias se apegan más al poder. Cuando se habla de pluralidad, en las asambleas de estudiantes se intimida a quien no comparte las ideas que allí gobiernan. Mientras se rechaza el uso indiscriminado de la fuerza por parte de los agentes del Estado, muchos aprueban los hechos de terror que utilizan algunos grupos al interior del campus, como si la violencia fuera legítima para unos y para otros no.

Algo está pasando con la Universidad y si no somos capaces de afrontar y solucio-nar los conflictos que nos afectan como universidad, ¿con qué autoridad pretendemos ser el faro moral que conduce los caminos del país? Somos el reflejo de una sociedad indiferente, con temores, que por años ha decidido que la mejor forma de solucionar los problemas es la vía armada. Somos eso, un simple reflejo.

La Universidad ha actuado como muchos de los políticos de este país, mucho discurso y poca práctica. A pesar de esto, queda la esperanza de que la comunidad universitaria encuentre los caminos adecuados para salir del estancamiento en el que se encuentra porque espero no ser el único que se pregunta: ¿Qué puedo hacer por la U. de A.?

Entre hacerse oír y decir

Cuando responder se hace difícil

Opinión

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

5

Alfonso Buitrago Londoño [email protected]

El periodista estadounidense John McPhee, citado por Norman Sims en el libro Los periodistas literarios, enumera los aspectos que un escritor de no-ficción no hace: “Uno no inventa diálogos. Uno no hace personajes mixtos (…), uno no se mete en sus cabezas y piensa en su lugar. Uno no puede entrevistar a

los muertos”. En Colombia, tendríamos que explicarle a McPhee, pareciera que necesitáramos escuchar a los muertos y

pedirles explicaciones; aunque a ellos no les importe, como dice Thomas Lynch en El enterrador. En estos días de marchas patrióticas, de golpe es como si los miles de muertos de la Unión Patriótica hubieran

salido a la calle a gritar sus consignas. “Marcha Patriótica y Unión Patriótica suenan a lo mismo”, dijo Antonio Navarro Wolff en El Espectador (23 abr. 2012).

Al mismo tiempo, para explicar las formas explosivas de recientes protestas estudiantiles, uno quisiera que algún estudiante desaparecido o alguno de los que ha muerto con sus propias ‘papas’ bomba contaran lo que les pasó. Pues, mire usted, señor McPhee, solo los muertos conocen el desenlace final, aunque no les importe.

Pero para hablar con los muertos alguien tiene que entrevistarlos y aquí en Colombia una periodista, llamada Patricia Nieto, se puso a hacerlo. Esa conversación, que usted proscribe, señor McPhee, quedó registrada en el libro Los escogidos, que le recomendamos.

Los muertos con los que conversó son desaparecidos que fueron a dar al cementerio de Puerto Berrío, después de viajar a la deriva por el río Magdalena, donde los lanzaron sus asesinos. Los habitantes del pueblo los escogen para intercambiar favores con ellos. Y los rezan y les ponen nombres, como a Milagros.

La periodista se ve tentada a escoger el suyo, pero duda: “¿Será frío el vínculo con los muertos. Con cuál lenguaje se les hablará… Seré capaz de conversar con el ánima de un desconocido. Soportaré la familiaridad con el más allá… Para qué ingresar en el mundo de los muertos de la guerra arrullados por el agua?”

Y entonces, “trayendo a Milagros a su boca”, se plantea la entrevista imposible, la entrevista a un muerto. No hay respuestas, tiene razón, señor McPhee; pero, mire usted, uno oye a Milagros. Ella habla y uno entiende.

1. ¿Quién te dejó en este pabellón de los olvidados?2. ¿Llegaste en carreta, bestia o coche fúnebre? 3. ¿Qué dijo el médico cuando exploró tu pupila? 4. ¿Fue Pacho, el dueño de los muertos pobres, quien recompuso tus facciones?5. ¿Alcanzaste la bendición del cura? 6. ¿Alguna mujer te rezó un responso?7. ¿Quién divisó tu cuerpo tendido en un recodo del río? 8. ¿A qué horas se sorprendieron los niños con tu cuerpo como toro desollado? 9. ¿Cuántas horas permaneciste en ese pozo oscuro? 10. ¿Se alimentaron los peces de tu carne? 11. ¿Sorprendiste a los pescadores cuando emergiste del lecho frío? 12. ¿Sabe a hierro la tierra después de la lluvia? 13. ¿Te acompañó la luna?14. ¿Ya se ponía el sol cuándo te mataron? 15. ¿Viste la cara del asesino? 16. ¿Cómo se llama aquel que ordenó tu muerte? 17. ¿Suplicaste piedad? 18. ¿Percibiste el sudor oxidado del que te tapó los ojos?19. ¿Buscaste compasión en el rostro feroz que te apuntaba? 20. ¿Te hirió las muñecas el alambre dulce con el que las amarraron? 21. ¿Rasgaron la piel de tu cuello cuando te enlazaron como si fueras una fiera? 22. ¿Se quebraron tus dientes con el primer culatazo? 23. ¿Oíste el quejido de tus costillas cuando se partieron? 24. ¿Te obligaron a caminar sobre leña encendida? 25. ¿Te ataron a la cola de un caballo? 26. ¿Le dieron fuete al caballo para que volara? 27. ¿Te negaron el tiro de gracia antes de cortar tus carnes? 28. ¿El pánico te secó las lágrimas? 29. ¿Llamaste a tu mamá en el último minuto?30. ¿Y tu alma? ¿Abriste la boca para que se fuera? ¿Sentiste cuando cayó en tus manos el hilito de san

gre con wque estaba amarrada a tu corazón? 31. ¿Dónde quedaron tus ropas y tus alhajas? 32. ¿Ha salido tu hermano mayor a buscarte?33. ¿Dónde quedaron tus hermanos niños? 34. ¿Sigue en pie tu casa?35. ¿Ha florecido tu jardín? 36. ¿Era dulce el perfume de tu padre? 37. ¿Te gustaba la leche recién hervida? 38. ¿Cómo se llamaba el perro que te meneaba la cola? 39. ¿Eran azules tus días? 40. ¿Jugabas en el regazo de tu madre? 41. ¿Cómo te nombró ella?

Heiner Castañeda Bustamante [email protected]

Es cierto que abundan las razones para estar inconformes; es cierto que el océano en el que vivimos no es de aguas calmadas; es cierto que por todas las esquinas se filtran las inequidades; es cierto que no es éste un tiempo que

invite a quedarnos callados; es cierto esto y todo aquello que aluda al compromiso que tenemos de hacer que el mundo que vivimos se parezca más al que soñamos. Por eso aquí en la Universidad es donde las voces divergentes tienen que hacerse oír. Pero no, el estallido cotidiano de petardos y bombas artesanales silencian a las unas y a las otras, rompen el hilo de la conversación, aniquilan todo aquello que se parezca al debate civilizado.

Se dirá que los reclamos hechos a punta de palabras llegan a oídos sordos y que por lo tanto las explosiones son un mejor lenguaje, pero después de tantos años de escucharlas, de padecerlas, de ignorarlas, de maldecirlas, de intentar descifrarlas, de sobrevivirlas, de reparar sus daños, apenas queda un registro en los titulares de los medios de comunicación que hablan de vidas perdidas, de extremidades amputadas, de denuncias hechas, de rabias contenidas, de destrozos varios, de declaraciones va-cuas, de señalamiento públicos y de oídos más sordos.

Lo anterior podría incluso asimilarse con el objeto de encontrar caminos que deriven en una probable compresión de estos métodos. Sin embargo, lo que no es posible comprender es el daño colateral que trae zaherir la casa que nos cobija en nombre del todo vale cuando las cosas no están como creemos que deben estar. A todas estas quiénes son el objetivo de la disputa: la estudiante desprevenida que sale del museo, la señora aseadora que trastabilla nerviosa, el vigilante que abandona la portería, el profesor que declara terminada la clase o el policía uniformado que se hace ‘universitario’ impulsado por los señuelos de los petardos. Cuáles son las reglas de este juego en el que la casa y sus huéspedes son las principales víctimas; cuál es el sentido del rebelde que quema su cama en señal de protesta porque no tiene sábana; quién es el otro bando sino nosotros mismos los que contemplamos nuestro propio destrozo.

No es fácil resignarse a saber que esto ocurre en la Universidad de Antioquia, no es fácil reducirlo todo a ‘fuerzas oscuras’ que nos hacen daño; no es fácil entender que un lugar hecho para el conocimiento y la creatividad sucumba ante la rudeza de la fuerza; no es fácil suponer que solo un manual de buenas intenciones habrá de redimirnos como universitarios; no es fácil suponer que ‘así es la vida’ y que no hay otra posibilidad. No puede ser suficiente comportarse como los meros observadores de un institución lesionada, expertos en cerrar los ojos y hacer de la estridencia de los explosivos un asunto anecdótico que se traduce en otra tarde ‘libre’ para comentar la aventura que significó escapar una vez más de la última refrega plagada de gases lacrimógenos, de guijarros lanzados sin dirección ni juicio, y de estampidas huma-nas buscando escapar, quien lo creyera, de la barbarie, en un lugar cuya naturaleza debería estar representada precisamente por la civilidad, la confianza y el respeto.

Para habitar esta casa no basta con entrar y salir por sus puertas, no es suficien-te asumir que un carné nos representa, ni admitir que por ser nuestro este espacio tenemos el derecho a lapidarlo por más razones que existan para la sublevación, por-que se trata del refugio, de la hoguera que reúne, del techo que cobija, de la madre que enseña. Entonces, cabe preguntarse si son la universidad y sus instalaciones el objetivo militar y político de foráneos que la desprecian, o si aquí adentro sin darnos cuenta y en nombre de su defensa se están dando las condiciones para su propia rui-na. Al menos esa es la interpretación de todos aquellos que pensamos que destruir la propia casa bajo cualquier bandera es la mejor ofrenda para quienes de verdad quieren devastarla.

La entrevista imposible

Destruir la casa

En primera persona

No. 58 Mayo de 2012

6

“Toda la gente te tiene loco que si estás gordo, qué gordo estás. No comas tanto, cuidate un poco; si no parás, vas a reventar.

Y vos decís que no comés nada, que desde el lunes vas a empezar un nuevo régimen de pastillas, pero con eso no me engañás”. *

Álex Esteban Martínez Henao [email protected]

Una sudadera, una camiseta vieja, una tobillera para una dolencia añeja y un par de tenis desgastados son la única indumentaria para el primer día de esfuerzo. El recorrido está claro, la velocidad no tanto y depende de cuán

rápido se adapte el cuerpo al ejercicio. La ‘pinta’ deportiva va a tono con la carrera: un circuito trazado alrededor de Comfama de Aranjuez que se hará hasta que el sedentario corazón y los pulmones aguanten.

Los primeros pasos son ligeros. El viento de la noche roza la cara. Otros que hacen el mismo recorrido, a las primeras zancadas, ya me han rebasado. Se nota que llevan tiempo haciéndolo. Yo apenas empiezo a tratar de bajar la panza, a punta de ejercicio. Las gotas de sudor aparecen como lágrimas. Para ser el primer día, se suponía que eran suficientes unos 20 minutos, interrumpidos por una sesión de estiramiento.

Al cabo de diez minutos de haber arrancado la carrera, el aire empieza a faltar. Se requieren bocanadas cada vez más profundas para complacer ese apetito voraz de oxígeno que se despierta. El dolor en el pecho confirma que el corazón, que late como endemoniado, se resiste a acelerarse conforme las piernas van exigiéndolo. Él está tan fuera de forma como yo. Trotar no es la única manera de luchar contra la panza y los kilos de más que cuelgan del abdomen, pero es a la que me acojo. Yo, como otros tantos, tengo sobrepeso.

Kilitos de másDe acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad y el

sobrepeso son “la acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”. Esta condición se mide a través de una fórmula tan recientemente popular como la de Einstein: el Índice de Masa Corporal (IMC). Éste se calcula divi-diendo el peso de una persona en kilos por el cuadrado de su talla en metros (kg/m2). Si como resultado de la división se obtiene un IMC igual o superior a 25, se tiene sobrepeso; si este valor resulta igual o superior a 30, es obesidad.

Para los hombres que no tienen una calculadora a la mano, pueden enterarse de su peso ideal con un cálculo simple: es una relación entre la estatura y el peso a razón de un kilo por cada centímetro después del metro. En mi caso, que mido 1,74 metros y peso 94 kilogramos, debería pesar 74 kilos, 20 menos de los que actualmente tengo. Con ese exceso, mi IMC es de 31,05.

Pero más allá de los comentarios graciosos que pudieran hacerse a raíz de la presencia de un gordo o de lo inofensiva que parezca una barriga abundante, una persona con obesidad o sobrepeso puede sufrir enfermedad coronaria, presión arte-rial alta, diabetes de tipo 2, cálculos en la vesícula, problemas respiratorios y ciertos tipos de cáncer como el estomacal y el colorrectal.

De acuerdo con la OMS, “el sobrepeso y la obesidad son el quinto factor princi-pal de riesgo de defunción en el mundo”, al punto de que cada año mueren cerca de 2,8 millones de personas adultas. Además, “el 44% de la carga de diabetes, el 23% de la carga de cardiopatías isquémicas y entre el 7% y el 41% de la carga de algunos cánceres son atribuibles a ello”. Según esta Organización, a 2008, mil 500 millones de adultos mayores de 20 años tenían sobrepeso, lo que equivale a que “más de una de cada diez personas de la población adulta mundial eran obesas”.

Las EPS en Colombia sólo pueden atender la obesidad y el sobrepeso cuando se padece alguna enfermedad conexa. Prácticamente hay que esperar a que el corazón y las venas se llenen de grasa para poder consultar, a que el hígado colapse o a que cualquier parte del cuerpo falle antes de que la condición se pueda tratar. La obesi-dad tiene lo que en la jerga especializada se conoce como etiología multifactorial; su origen está atado a múltiples causas, “resultado de la conjunción de factores biológi-cos, genéticos y ambientales”, como declara la doctora en Nutrición, Dixis Figueroa Pedraza. La principal de estas causas es un desequilibrio entre la energía ingerida a través de los alimentos y la que efectivamente se gasta.

El ambiente y las costumbres inciden en que la cintura vaya creciendo tras una acumulación de tejido adiposo en el abdomen y alrededores. En mi caso, fui criado en una familia en la que una de las muestras de cariño era una copiosa porción de comida, con énfasis en harinas y azúcares y pobre en frutas y verduras. ‘Coma para llenar, no para alimentar’, es el mensaje implícito que se lee en platos y bandejas antioqueños.

La genética también puede incidir en la cantidad de grasa que acumula el cuer-po. El sobrepeso y la obesidad tienden a ser hereditarios. Mi papá, si bien falleció por una complicación respiratoria, siempre tuvo sobrepeso y dos de mis tías maternas tienen obesidad mórbida. En mis pasos, mis familiares leen los movimientos de mi papá, con la torpeza propia de quien tiene una panza abundante.

Entre otras causas se encuentran los factores del ánimo, que puede llevar a que se ingieran más alimentos; el hipotiroidismo; el síndrome del ovario poliquístico; algunos medicamentos como corticoesteroides, antidepresivos como el litio y anticon-vulsivantes, pueden estimular la retención de líquidos por parte del cuerpo así como reducir la velocidad con la que se queman calorías; el consumo de licor o cigarrillo; el envejecimiento, puesto que se pierde masa muscular; el embarazo y el exceso o falta de sueño.

El ascenso social está influyendo recientemente en el aumento de peso. En la me-dida que las sociedades enriquecen, la clase media crece y se engorda debido a que el consumo de calorías se incrementa. Y no es de extrañar: a mejores ingresos, neveras –y barrigas– más robustas. También está la dieta de comidas rápidas y de productos elaborados fuera del hogar. En el documental Super Size Me, Morgan Spurlock desa-yunó, almorzó y cenó con productos de McDonald’s durante 30 días. Con sólo cinco días de ingerir esta dieta de 5 mil calorías, Spurlock subió unos 4,5 kilogramos.

Más allá de lo que dicta la báscula, las cifras son desalentadoras. En 2010, un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reveló que más del 50% de la población de sus países miembros padece sobrepeso, y que uno de cada seis es obeso. En Colombia, la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional (Ensin) del 2010, en la que se encuestaron 50 mil 670 hogares, identificó que uno de cada dos adultos tiene exceso de peso.

Además, se presentó un aumento respecto de la encuesta anterior, realizada en 2005, pasando de un 45,9% en 2005 a un 51,2% en 2010. El 52% de las personas que viven en áreas urbanas tienen sobrepeso u obesidad. “Esta misma proporción se presenta en 22 departamentos del país”, siendo San Andrés y Providencia, Guaviare, Guainía, Vichada y Caquetá los que presentan mayor prevalencia de esta condición.

El perfil alimentario del habitante de Medellín, elaborado en 2010 por la Alcal-día y la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad de Antioquia, muestra datos similares: un 50,8% tenía exceso de peso. Los investigadores hallaron que esta prevalencia estaba distribuida así: sobrepeso, 34,6% y obesidad, 16,2%. “Por comunas, el sobrepeso fue mayor en Laureles-Estadio (40%), Castilla (39%), El Po-blado (38%), San Javier (37%) y Villa Hermosa (37%); mientras la obesidad presentó mayores prevalencias en Castilla (21%), Doce de Octubre (21%), Santa Cruz (21%) y Aranjuez (19%)”, indica el informe.

La luchaSi bien hay quienes se toman en broma su panza y presumen de ella como una

inversión, hay otros que la padecen al punto de consumir toda clase de brebajes con tal de volver a un peso más saludable. Desde la linaza, con su supuesto poder ‘quie-brabarriga’, pasando por episodios de anorexia y bulimia, por la ingesta de jabón que se usaba a principios del siglo XIX para ‘lavar la grasa del cuerpo’, por pastillas recomendadas en horario estelar por multimillonarios culebreros, hasta por charlas con expositores que, con voz y ceceo españolete, quieren enzeñarnoz a comer a travéz de la hipnoziz: la lucha por conservar o retornar a un peso saludable tiene múltiples formas.

Muestra de esa pelea es la prohibición de comercializar la sibutramina. En 2010, el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima) declaró que este “medicamento empleado para inhibir del apetito, indicado estrictamente en personas obesas, puede generar efectos secundarios como ansiedad, aumento de la presión sanguínea y el ritmo cardíaco, depresión, afecciones hepáticas y renales, dolor de cabeza, insomnio, estreñimiento, migraña, gastritis, entre algunos otros”.

Pese esta advertencia, un año después de emitida la alerta, el Invima tuvo que emitir una recomendación para evitar el consumo de medicamentos que, pese a ser promovidos como herbales, contaban con trazas de sibutramina. Aún hoy es fácil conseguir cualquiera de los 73 medicamentos que en ese momento fueron señalados de ser de alta peligrosidad, ya que contienen rimonabant, retirado del mercado co-lombiano en 2009 debido a su asociación con el aumento en el riesgo de depresión; fenitoína, un anticonvulsivante; fenolftaleína, utilizada en pruebas químicas; y bu-metanida, un diurético.

Baladaspara un

gordo

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

7

Una corazonadaEn frente del computador, justo como cuando escribo esta historia, apareció un

mal síntoma. Era un dolor, una leve presión sobre el corazón. Seguí en lo mío, pero preocupado. El dolor no se iba. Pasaban los minutos y seguía ahí. Estuvo conmigo, dentro de mí, hurgándome cuidadosamente las entrañas a lo largo de unos 30 minu-tos. Desapareció. Al día siguiente llegó nuevamente. Me tomé el pulso y el corazón estaba agitado. Consulté donde el médico. La doctora me decretó panzón, me envió un par de exámenes y me dijo que era hora de bajar de peso. Gran noticia: ya lo sabía.

Mientras me comentaba que con buena alimentación se podían controlar los factores de riesgo. Durante dos semanas estuve a punta de ácido acetilsalicílico como medida preventiva. De acuerdo con algunas investigaciones, la también conocida como Aspirina, sirve para reducir los riesgos de infarto de miocardio por sus propie-dades anticoagulantes. Aun así, el electrocardiograma salió bien. No pasaba nada, simplemente estaba gordo. Aunque la doctora y los exámenes no lo vieran, el corazón me había dado una alerta.

Un Renault 4A diferencia de la mayoría de los hombres, Jorge Ignacio Sánchez adorna sus ore-

jas con parchecitos de microporo color piel. Nacho, como prefiere que lo llamen, los utiliza desde hace tres meses. Gracias a esos puntitos que cubren siete microimanes implantados con una pistola de acupuntura, ha bajado de peso. Cuenta —presume— que ya las camisas le abotonan en el cuello, que ya la ropa le queda grande, que dos pantalones que compró en diciembre del año pasado los utilizó un mes porque ya le quedan anchos.

Cuando le pregunto por qué engordó, sonríe y lo resume con su vida como em-pleado público, cuando sus caminatas comprendían la distancia entre su oficina y el ascensor y que sus piernas eran los vehículos oficiales. Además, engordó “cuando dejé de bailar, y dejé de bailar para ponerme a trabajar; ese era mi deporte”. Con el tiempo, con las habilidades y facciones perdidas, con una preocupación creciente por su salud, optó por considerar que lo conveniente era no engordar más. Su mujer le dijo: “No podés manejar un carrotanque con el motor de un Renault 4; tu corazón es el motor del Renault 4 y tu cuerpo es la carrocería del carrotanque”.

Un cartoncito verde y blanco, del tamaño de un calendario y con el extremo superior desgastado por la fricción del bolsillo es la muestra de la fe de Nacho. En él, su dietista consigna el cambio. Entre 11 fechas, Nacho se refiere a los datos de su primera cita como si fueran versículos de la Biblia en la voz de un fanático de altopar-lante: 12 de enero del 2012, 98 kilogramos, 112 centímetros de perímetro de cintura, y un 36.65 de porcentaje de grasa. Para sus 170 centímetros de estatura, registraba un IMC de 34.72.

Las sesiones de auricoloterapia –que han podido reducirle la ansiedad, el estrés y el apetito– van acompañadas de un estricto régimen alimenticio. Después de todo, por más difícil que parezca, una de las claves está en cerrar la boca; soportar esos eternos hiatos de ansiedad y hambre entre comidas que se despiertan son la principal causa por la que las personas abandonan sus dietas.

Un volante verdoso reúne las indicaciones para satisfacer las necesidades calóri-cas de Nacho. Por ejemplo, sus otrora abundantes desayunos, pasaron a ser una cade-na de ‘os’ disyuntoras antes que de ‘íes’ sumadoras: una porción de toronja, naranja, piña o papaya; café, té o chocolate dietético en leche descremada; media arepa, una tajada de pan, una tostada o tres galletas de soda; un huevo sin aceite, una tajada de jamón, una salchicha baja en grasa o una tajada de queso duro blanco o cuajada.

A pesar de que quiere bajar más, se encuentra satisfecho. En su última cita, la del 22 de marzo de 2012, registró 89,9 kilogramos y un perímetro de 100 centíme-tros en la cintura para contar ahora con un IMC de 31,53. Cuenta –presume– que ha recuperado el gesto técnico y sus habilidades en el baile; que ahora puede patear la ‘pecosa’ con Juan Esteban, su hijo quinceañero que le demandaba tiempo a través de una pelota.

Operación a barriga abiertaDurante su última cena, Julio César no estuvo acompañado por un Judas delator

ni por un Pedro acucioso e impertinente. No repartió pan y vino. Su última cena –an-tes de que su estómago fuera intervenido– fue una crema de tomate. Después de años de abundantes comidas, de comer plato tras plato, de tentar la saciedad, a lo largo de

las últimas dos semanas había ingerido solamente líquidos. Una foto en el celular de su amigo Alexánder, muestra la apariencia de Julio César hace 21 meses: su rostro brillante y liso, con las arrugas faciales borradas. Un candado de pelos aleatoriamen-te canosos cierra, por lo menos simbólicamente, su boca. De su rostro, abundante y redondo, sale una sonrisa bonachona.

Según él, esa crema le supo a gloria. Al día siguiente estaría amarrado en una ca-milla, con las piernas forradas en vendas y una especie de medias veladas. Recuerda que cuando vio el reloj del quirófano antes de que le pusieran la mascarilla eran las 12:00 m. Desde 2004 hasta junio de 2010, su cuerpo pasó de pesar 97 kilos a 136 ki-los. Con sus 180 centímetros de alto, su índice de masa corporal alcanzó 41,98 Kg/m2.

Según cuenta, cuando dejó de trabajar en una empresa empezó a aumentar de peso. Además de la tranquilidad de dejar ese trabajo y de emprender un proyecto por su cuenta, se dio a la buena vida y al sedentarismo. Pese a que intentó con diferentes dietas orientadas por profesionales, cuando bajaba de peso y dejaba la dieta no tenía la disciplina para conservar los resultados. El efecto yoyo hacía que con la misma fuerza con la que lograba disminuir tallas las subiera rápidamente.

Con el tiempo, con los kilos de más, la presión iba en aumento. El dolor en las rodillas se tornó insoportable, ya no podía caminar porque no lo aguantaba; su se-gundo artejo derecho —el que le sigue al dedo gordo del pie—se empezó a opacar pues-to que la sangre no le llegaba, los vellos de las piernas se le cayeron. Julio no podía dormir profundamente ya que desarrolló apnea obstructiva del sueño, una afección en la cual el flujo de aire de la respiración se pausa o disminuye mientras duerme, debido a que la vía respiratoria se estrecha, bloqueada o vuelve flexible. Se dormía en cualquier parte a cualquier hora, e inmediatamente empezaba a roncar.

Tras un largo trámite con distintos especialistas, justo en la cita con el médico bariátrico, se encontró con los integrantes de la junta técnico científica de la EPS. A pesar del miedo con el que retrasó durante un año y medio la cirugía, se dejó conven-cer. Siete inserciones más gruesas que un lapicero más una herida, derivada de un error de una enfermera, son la huella del bypass gástrico. Esta intervención consiste en crear una bolsa gástrica de entre 10 y 30 centímetros aproximadamente que hará las veces de estómago. Conectada con el intestino delgado, será el resto del estómago el que continuara produciendo jugos gástricos y recibiendo irrigación sanguínea.

Con este procedimiento, se redujo la cantidad de alimentos que ingiere Julio Cé-sar, por lo que tiene que tomar pastillas para aportar micronutrientes fundamentales para su alimentación. Ya no come como antes. Me muestra insistentemente un frasco de Mr. Tea para contarme que se puede pasar el día tomando solamente eso. Si bien come, a veces es indisciplinado pero por lo opuesto que hace ya cerca de dos años: por no comer. Y tiene razón, el estómago ahora es un poco más sensible, así que ha tenido que ir ensayando alimentos para hacerse a una idea de qué puede digerir sin complicaciones.

La cara de Julio César ahora es delgada. Su cuerpo no quedó marcado por la pér-dida de peso y su piel, fuera de un rollito de carne similar a la pancita de cualquier hombre mayor, no parece una persiana. Lo que es mejor, pesa 89,9 kilos.

La carreraComo el tobillo no resiste el tan-tan-tan-tan del trote, esta vez, con la misma su-

dadera, la misma camiseta vieja y un par de tenis desgastados giro sobre una elíptica. He comido en abundancia últimamente y diciembre con sus calorías está atrás pero no lejos. Los pasos son más livianos. El pecho se infla acorde con la exigencia. El corazón late con fuerza. Puedo correr sin desgastarme. Espero que con esta rutina –corriendo sin desplazarme dentro del gimnasio– pueda olvidarme y eliminar esta constante pero inconveniente pancita.

*Balada para un gordo, canción interpretada por Juan y Juan (1970).

Punto de encuentro

No. 58 Mayo de 2012

8

Suelen ser sitios para estar en ellos jugando, conversando, comiendo, contemplando la vida. A veces son solo

lugares de paso, para no quedarse, para seguir derecho, pero tienen algo en común, son espacios abiertos, son

eso que se llama en las ciudades, “espacio público”. Y con los años van construyendo una dinámica que afecta

el entorno o viceversa, van convocando un tipo particular de personas, unos estilos de vida que son su sello.

En este dossier hay parques, plazuelas y paseos, parches que cargan una historia, una forma vivir a Medellín.

El Berrío, el Bolívar, el Lleras, el San Antonio, el Obrero…; si usted vive en Medellín, es posible que sepa dónde están estos parques.

Pero, ¿conoce dónde queda el de La República, un parque que ha sido testigo de historias de muerte y de sexo?

Yenny Martínez [email protected]

Tal vez el dolor por el familiar, por el amado muerto, no permita mirar más allá del muro blanco, de las flores fúnebres. Tal vez el viaducto del Metro que le queda cercano no invita a cruzar la carrera Bolívar para sentarse en

sus bancas mugrientas, para llevar a los niños a montar en sus mataculines, toboga-nes y columpios. Tal vez pocos se dan cuenta de que al frente del Cementerio San Pedro hay un parque que es casi tan viejo como este lugar. Y tal vez pocos son los que saben que tiene un nombre: La República.

Por su costado oriental, prestantes familias de la vieja Medellín han desfilado: los Bedout, los Amador, los Echavarría Misas, Fidel Cano, Pedro Nel Gómez, Manuel Uribe Ángel y Pedro Justo Berrío llegaron hasta allí encajados en un ataúd, rumbo a su morada final. Los elegantes mausoleos contrastan con las tumbas coloridas de la Galería Los Dolores, esa que a diario se llena de cadáveres y de lágrimas. El hoy Museo Cementerio, a pesar de albergar a los muertos, sigue vivo, visitado no solo por dolientes, sino por turistas que van a contemplar su belleza. Mientras tanto, La República parece agonizar.

La rampa de skate, el pequeño Teatro al Aire Libre, la cancha de fútbol, las barras para ejercitar el cuerpo, los juegos infantiles, la fuente que no funciona y las gigantescas ceibas, carboneros y acacias amarillas, podrían desaparecer si se hace realidad la ejecución del Plan Sevilla, que proyecta la construcción de edificios co-merciales, como parte de ese conjunto del Metroplús, el Complejo Ruta N, el Parque Explora, el Parque de Los Deseos y el Jardín Botánico de Medellín Joaquín Antonio Uribe.

Desaparecerían las canchas y los árboles para ser similar a los que ha transfor-mado a su paso el Metro, “pero si yo estoy viva eso se les friega, porque no los dejo tumbar”, dice Nora Rendón, habitante de Sevilla, el barrio al que pertenece este parque. A ella le gusta escribir y en su artículo Bajo la ruta de los pericos efectúa un recuento de lo bueno que era vivir por allí, a comienzos del siglo XX: los niños, la gente, “jugaban en esas mangas, sobre las hojas secas que caían de las palmas, se rodaban por esos morros que había al frente del Cementerio y que, en 1934, don Ri-cardo Olano, por el gran amor que le tenía a la ciudad, lo convirtió en el Parque de La República”. Pero “el gran amor” del que fue uno de los hombres más ricos de Me-dellín, y el urbanizador del barrio, en realidad –reconoce después Nora– se traduce en construir un parque para poder valorizar los terrenos y después, la urbanización Sevilla para la clase obrera.

Entre muertos y “mujeres de la vida licenciosa”Los terrenos en donde están ahora los barrios San Pedro, Sevilla y El Bosque

eran conocidos como El Camellón del Llano. Por ahí estaba trazado del camino que iba de la Villa de La Candelaria a Hato Viejo. En 1842, se construye el Cementerio San Pedro y, en la primera década del XX, la Estación El Bosque, fundamental en el recorrido del Ferrocarril de Antioquia. Así, poco a poco, el sector fue incrementando su población: campesinos desplazados, madres solteras y obreros.

Según el archivo del camposanto, para el ensanche de la carrera Bolívar en 1925, el Concejo compró las mangas del frente para adecuarlas como plaza, para que fuera utilizada en la celebración de festividades. Sin embargo, las adecuaciones no fueron las suficientes y se frustró la construcción de la plaza. En 1926, La Sociedad del Cementerio de San Pedro interviene en el asunto y construyó allí la casa del mayor-domo: no duró mucho en pie. Un año después, el municipio renovó las intenciones de cimentar la plaza y nació así la Plaza de la República.

Una vez construido el primer edificio de la Clínica León XIII, la Plaza de la República, se establece como el marco de organización territorial de barrios que empezaban a tener un rápido crecimiento: Pérez Triana –hoy San Pedro– y Sevilla, fundados a comienzos del siglo XX. En 1930, se inaugura la Casa Cural para celebrar la Santa Misa en la capilla del Cementerio, mejorar la atención a los católicos del sector y reducir los actos delictivos; además, se manda a trasladar hacia un costado de Parque los negocios de las flores que se vendían dentro del Cementerio, debido a que se prestaban para el hurto y la reventa de las que se colocaban en las bóvedas.

Las lápidas también las robaban, las lijaban y las revendían –del delito solía acu-sarse a los sepultureros–. Las autoridades del cementerio tomaron medidas para que no siguiera sucediendo. La favorecida fue Margot Rueda, una florista que terminó aprendiendo todo sobre mármol; fue pionera de las famosas marmolerías que están contiguas al Museo Cementerio de San Pedro. A sus 87 años, la dueña de la Mar-molería San Francisco ha sido testigo de la vida del parque, de la aparición de los prostíbulos y la marihuana en la década del 50; de los travestis, en la del 70; de los muertos del sicariato, en la del 80; de la construcción del Metro, en la del 90; y del abandono en el que se halla ahora.

En la década del 50, la prostitución a “puerta cerrada” era evidente y San Pedro estaba lleno de cantinas. Las casas de lenocinio eran finas –a fin de cuentas, sus vecinos eran riquillos del barrio Prado– y sus clientes, políticos y artistas. Lovaina, Popayán, El Fundungo, Revienta y Bolívar, se convirtieron en calles en las que –entre unas pocas casas de familia– gravitaban un buen número de inquilinatos, tabernas y burdeles.

Fotografía: Yenny Martínez

Las vicisitudes de La República

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

9Al sexo, se le suman otros ingredientes que darían mucho de qué hablar. En el

periódico Sucesos Sensacionales comenzaron a divulgar que fue por este sector que rodea al Cementerio San Pedro por donde llegó la “hierba mala” a la ciudad. Y en la tesis Inicios de la vida alegre en la calle Lovaina de Medellín, el sociólogo Carlos Andrés Orozco afirma que allí “se descubren frecuentes casos de inundaciones, incendios, derrumbamiento de casas, actos de suicidio, intoxicación, peleas y robos”.

En 1951, el Municipio decretó que la única zona de tolerancia de Medellín podía radicarse en el Barrio Antioquia. Pero como si el sexo no se dejara reglamentar, lo que generó esta decisión fue el aumento de burdeles en diferentes sectores de la ciu-dad. A Lovaina, entonces, le surgió mucha competencia, se desvalorizó hasta conver-tirse en lo que es ahora: pobres inquilinatos habitados por mujeres que se prostituyen por muy pocos pesos o por algo de sacol o de basuco.

Pero en los años 50 y 60 no todo era prostitución y drogas en el sector del San Pedro. Allí funcionaban la Escuela el Bosque, la Fábrica de Fósforos El Sol, Tejidos Unión y la Escuela de Arte Religioso. Y en este contexto de contrastes nació en 1959, Rubén Darío Pulgarín, quien hasta hace pocos años habitó el barrio Sevilla. Ahora vive en Campo Valdés pero baja con frecuencia al Parque de La República a encon-trarse con sus viejos amigos, que conoció cuando estaban entre sus 15 y 20 años; en la actualidad pasan de los 60.

Todos ellos se criaron en los sectores del Fundungo, Lovaina y San Pedro. Darío recuerda que cuando niño se reunían 10 o 15 amiguitos a las 12 de la noche para ha-cer “el trencito” y dar el paseo por todas las calles, solo para escuchar a los hombres gritar: “¡Biquini, biquini, biquini!”. Y para ver a las mujeres de “la vida licenciosa”

que, en ropa interior, “nunca mostraban los senos”. En esos recorridos –a veces en el tramo del Parque–, les tocaba ver atracar, asunto que los paralizaba, pero lejos de sentir-se amenazados, se consideraban seguros en su barrio.

Entre el tinto y la marihuanaA pesar de que el Parque le pertenece al barrio Sevilla,

sus habitantes son los que menos lo disfrutan, como sí lo hacen los de otros sectores aledaños. Ángela Rodríguez, quien ha vivido la mayor parte de sus 82 años al pie del Parque, es una de las que no lo usa; mejor ve los toros desde la barrera, desde el balcón de su casa: “De aquí de donde vivo, para abajo siempre ha sido sano”. Si doña Án-gela dice que del Parque hacia abajo es “sano”, es porque le parece que del Parque para arriba, no.

A todo a hora huele a marihuana, especialmente por el Teatro al Aire Libre, pues en sus gradas se sientan muchachos a fumársela. O van de ahí hasta la cancha en la que taxistas, jóvenes, estudiantes, niños, viejos, se inventan partidos de fútbol, sobre todo en las noches. Debajo del viaducto, entre vahos de orín, está el Parque Infantil, con sus columpios, más usado por los marihuaneros que por los niños. Al lado, las barras para hacer ejercicio, en las que muchachos provenien-tes de Aranjuez, Santo Domingo y Campo Valdés adiestran el cuerpo y ‘elevan sus mentes’.

El olor a “hierba mala” muere con el aroma del café amargo que don Darío y sus amigos disfrutan cuando se sientan en alguna de las tres bancas de cemento si-tuadas en una esquina del Parque, tinto que compran al frente, en Los Panchos y La República, las cafeterías que, según ellos, “llevan toda la vida ahí”. Conversan, leen

el periódico Q’ hubo y rememoran.Hace 50 años, el Parque no era en cemento: únicamente los senderos; el resto era

mangas y árboles. Cuenta don Darío que había tres vías que separaban al Cemente-rio del Parque: la carrera Bolívar, la carrera que rebota hacia Barranquilla y “una callecita que era la más ancha”. Calles utilizadas como parqueadero al servicio de Tax San Pedro, flota que pertenecía al médico cirujano, Samuel Villegas.

Ellos lo conocieron. Cuentan que trabajó en la Clínica León XIII, que era yerno de Mariano Ospina Pérez —quien fue Presidente de Colombia—; que era buena per-sona, a pesar de su carácter “fuerte y templado”; que se “paraba a puños con el que fuera”, que era alto, peli indio, tez blanca y nariz larga. Pero, sobre todo, que tenía “mucha plata”.

En los 70, cuando don Darío ingresó a trabajar en esa flota, la empresa dispo-nía de 350 taxis, luego adquirió colectivos con ruta a Santo Domingo y, finalmente, compró más, completando así 545 vehículos. Esta suma originó el primer taller en el sector, que al servicio de la flota y bajo la administración del señor Luis Jiménez, dio inicio a una tradición auto-mecánica que se observa hoy en día en la zona. Al “doctor” Samuel lo asesinaron a finales de los años 80, en la calle del Fundungo, cer-ca de su oficina. “La causa fue porque se metió en el negocio de los carros ‘mellizos’, de esos que aparecen con la misma placa de otros carros legalmente matriculados”, afirma don Darío; como consecuencia, Tax San Pedro desaparece.

Y es en la década del 80 cuando el narcotráfico estba en pleno apogeo que algu-nos jóvenes de la zona se sienten seducidos por el negocio. Uno de los más recordados es “Pinina”, antes le decían “Dame diez” porque siempre pedía diez pesos cuando

tenía hambre. Algún día le cambió la vida. Se volvió sica-rio de Pablo Escobar, el mafioso que solía verse seguido en las cantinas célebres de la zona: Los Panchos y La Fania.

La rumba, la música no siempre ha estado en los al-rededores del Parque, dentro de éste también se vivía un ambiente festivo. Fue en los tiempos del Quiosco que esta-ba casi en el centro. Doña Margot, la florista que se volvió marmolera, se acuerda que era de techo rojo y azul, al igual que sus taburetes. En éste se escuchaba pura música guasca, y de comer “se conseguía desde un huevo duro”. Pero doña Ángela, la que ve todo desde el balcón, cree que fue ese negocio el que atrajo toda clase de vicios y ladro-nes: “¡Muy peligroso, la cosa más horrenda! Ahí fumaban

marihuana y robaban a todo el que pasara”. El Quiosco desapareció con el paso del viaducto del Metro. “Eso fue positivo; en

cierto sentido, quitó los lupanares que había por toda Bolívar y por todo el Fundungo, lo puso fino, a valer, la gente de otras partes de la ciudad todavía le tiene miedo. Pero no, ya no es tan peligroso como antes, no voy a decir que no se ha acabado el robo. Solo que lo que compuso esto fue el Metro, su ruido me despierta a las 4:30 de la mañana y cuando no lo oigo me hace falta”. Pese al optimismo de doña Ángela, ahí sigue, oliendo a marihuana, invisible para quienes pasan por su lado, para quienes van a enterrar o recordar sus muertos, para los que suben por Bolívar rumbo a los demás barrios de la Comuna 4, para el resto de habitantes que no saben que en la ciudad hay un Parque de la República.

Darío recuerda que cuando niño se reunían 10 o 15 amiguitos a las 12 de la noche para hacer “el trencito” y dar el paseo por todas

las calles, solo para escuchar a los hombres gritar: “¡Biquini, biquini, biquini!”. Y para ver a las “mujeres de la vida licenciosa” que, en ropa interior, “nunca mostraban los senos”.

Fotografías:Álex Esteban Martínez

No. 58 Mayo de 2012

10 Punto de encuentro

“La acción, sin la oración, no tendrá ni luz ni sabor” solía decir San Antonio de Padua, el franciscano que es patrón del Parque San

Antonio, el del desplumado pájaro de Botero, el que reúne a una buena parte de las negritudes

de la ciudad, el que tiene una plazoleta habitada por el viento. Una novena al santo.

Stiven Ríos Vanegas [email protected]

¡Oh bendito San Antonio de Padua!, el más gentil de todos los santos, patrono de los enamorados, de los novios y de las cosas perdidas; encuentra la vida en el par-que de Medellín encomendado a tu nombre, exhuma las pesadillas de los asustados, sonríele a los enamorados y has aparecer las verdades de este parque que con recelo guarda sus historias.

Dios, tú que nos diste a San Antonio de Padua, te suplicamos que por medio de este amigo de Francisco -quien renunció a sus riquezas, -custodies ese parque que está al frente y a lado de tu iglesia. Ese que lleno de bancas y jardineras ve pasar tran-seúntes, gente que se detienen a aspirar un pucho de marihuana, a besar y acariciar a su pareja, a la que desea y cree amar.

¡Oh gran patrono bendito!, protege a quienes esperan el amigo o amiga impun-tual, a quién conversa, a quien te implora que aparezca ese objeto o virtud que ha perdido y al que se redime ante ti para implorarte por ese ser amado conocido o que desea conocer. Confío en ti aquella plazoleta custodiada por las esculturas de Fernando Botero, poblado en sus costados de pequeños bares que invitan a la rumba.

(El parque San Antonio está inmerso entre los ruidos, el alto tráfico de la Aveni-da Oriental y la Carrera Junín, entre las calles Amador y Maturín. Cerca y lejos de todo. Comunica con San Juan por un puente colgante. A su lado tiene al más popular de todos los Éxito).

Te pido por esas parejas que entre cervezas pasan la tarde en romances y recla-mos. Te pido por las secretarias, por los vendedores, por los oficinistas que luego de cumplir con sus deberes gustan de conversar al son de música del trópico. Te pido por las negritudes, reunidas para recordar a sus amigos, a sus familiares y a sus amores que descansan en tu gloria por el atentado perpetrado aquel 10 de junio de 1995, cuando en pleno bazar estallaron 10 kilos de dinamita, camuflados en un robusto pájaro de bronce.

(Fueron veintinueve quienes murieron ese día. 200 quedaron heridos. Y no fue la única explosión. Años después, un hombre murió y 18 resultaron heridos por la explosión de una granada en el establecimiento “Brisas del parque”, luego de un triunfo de la Selección Colombia frente a Ecuador).

San Antonio, que obras tantos prodigios con tus devotos, acompaña el sueño de esos inquilinos permanentes, quienes en la mañana recogen el material reciclable de la ciudad y descansan en las bancas escondidas detrás de la iglesia. Comparte también con los transeúntes que cruzan el puente colgante de San Juan; con los nego-ciantes del parque; con la Administración y con ese hombre de edad avanzada que, desplazado de la ruralidad a los laberintos de la urbe, está sentado en el atrio de la iglesia recordando lo que fue, pensando en lo que será.

Oh gentil y querido santo, cuyo corazón siempre está lleno de compasión, susu-rra a los oídos de ese niño -al que le gustaba estar entre tus brazos- las necesidades de los artesanos que frente al Éxito, compiten por el mercado pasajero. Cuéntale las dificultades de las trucheras, bares y negocios que están en el bulevar. Háblale de la incansable búsqueda de los emboladores, esos que ruegan a los caminantes para que acepten una muestra gratis en uno de los zapatos – y así se animen a embetunar el otro-.

San Antonio a quien el Niño Jesús amo y honró, concede lo pedido.San Antonio, poderoso en palabra y acción, concede lo pedido.San Antonio, siempre dispuesto a ayudar a los que te invocan, concede lo pe-

dido. Amén.

La novena del santoDía primeroBenevolente San Antonio de Padua, escucha las súplicas de esa mujer madura,

que se pinta los labios de un llamativo, que se viste de minifalda, chaqueta y som-brero y que suele decir que “esto está muy miedoso, están colgando gente”, mientras busca en su cochecito un jugo de naranja en bolsa.

(De voz ronca, ella a diario recorre los alrededores de la plazoleta en busca de fugitivos clientes de jugos, tinto y mecatos. Desde hace trece años es vendedora infor-mal en el parque. Comenzó en de Bolívar, pero fue desplazada por “la envidia de las otras” que vendían menos. Se adaptó a San Antonio, pero no es fácil: la plazoleta vive vacía en la mañana, congestionada en la tarde y desocupada en la noche. Y además, como lo expresa mucho, ha aumentado la cantidad de atracos).

San Antonio, poderoso en palabra y acción, escucha a los vendedores ambulan-tes. Amén

Día segundoOh glorioso San Antonio, pon atención a los reclamos, quejas, dudas de Beatriz

Elena y el resto de los artesanos que tienen un cupo en las casetas del Bulevar a un costado del Parque. Ayúdalos para que siempre tengan el diseño para pagar sus recibos.

(Estar allí, por la calle Maturín, no es gratis. Cada uno de los artesanos debe cancelar a la Alcaldía 25 mil pesos mensuales, y a la administración del parque, 7 mil pesos -por el vigilante-. También asumen los costos de la energía. Ellos tienen un contador colectivo con el que les hacen el cobro mensual de lo consumido. Al llegar el recibo, dividen la cifra entre todos. Cada uno paga alrededor de 6 mil pesos. Beatriz Elena ha sido artesana buena parte de su vida. Antes de tener esta caseta -hace siete años- se hacía en las aceras de La Playa. A cada instante se enfrentaba a la Policía y a

Una plegaria a San Antonio

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

11

Espacio Público. En diciembre y en las ferias se hacía bastantes ventas que ahora en donde está no lo logra. “Ya no estoy para tirarme en una acera a vender”).

San Antonio, siempre dispuesto a ayudar a los que te invocan, protege a los artesanos del parque. Amén.

Día terceroOh santo protector de las cosas perdidas, apiádate

de quienes están expuestos a la inseguridad. Cuida a los transeúntes de quienes al no encontrar otra forma de emplearse, se han organizado como grupo para ro-bar celulares, billeteras y bolsos a los que allí pasan.

(Lo hacen en gallada, rodeando a la víctima, aunque el parque tiene un mecanismo de control que compromete siete frentes de seguridad, conformados cada uno por treinta personas. El propósito es gene-rar unas alarmas comunitarias que informen de los posibles peligros allí. A veces funciona, a veces no. La Policía que tiene un CAI en la calle Amador, en la mitad del parque, afirma que las victimas de atracos no se atreven a denunciar por miedo).

San Antonio, poderoso en palabra y acción, pro-mueve la justicia. Amén

Día cuartoGlorioso intercesor nuestro, vela por los alcohó-

licos callejeros que deambulan por el parque, escon-diendo la botella para no llamar la atención de los policías.

(El consumo de bebidas embriagantes, a pesar de estar prohibido en espacios públicos, allí es cotidiano. Suele verse a los bebedores escondiendo las botellas en bolsas, sorbiendo disimuladamente. En las bancas del extremo de la plazoleta con un pendón que dice “Grupo Alfa y Omega – Parque San Antonio”, una organización invita a los alcohólicos que quieren dejar de serlo para que asistan a las charlas que dan todos los días a las 10 a.m.).

San Antonio a quien el Niño Je-sús amo y honró, reubica al perdido. Amén.

Día quintoOh patrono, adivina y encuentra

al responsable del parque San Anto-nio. Nadie quiere hacerse cargo de espacio público.

(Existe una disputa entre el EDU -Empresa de Desarrollo Urbano- y la Administración del parque por la im-posibilidad de comprender a quién le corresponden las cargas del parque San Antonio, pues por poco y ni la Alcaldía de Medellín lo toma como propio. El EDU se desprende de la responsabilidad argumentando que pertenece a la Administración, a ex-cepción de la zona central –el techo de los parqueaderos- que si alquila para la realización de eventos. Y en el otro lado está la Administración del Par-que San Antonio que fuera de pagar la seguridad privada, se libera de las responsabilidades con el argumento de que es la Alcaldía la encargada de velar por sus necesidades).

San Antonio, siempre dispuesto a encontrar las cosas perdidas, encuentra al encargado de este Par-que. Amén.

Día sextoSan Antonio bendito, aquí está tu trabajo como

patrono de los enamorados; fortalece los novios que mi-ran a la iglesia, te dan una sonrisa y luego se despiden.

(Una sonrisa, una caricia, un abrazo espontáneo. Resuenan los besos, aturden las carcajadas y deslum-bran los parpadeos. Él a la derecha y ella a la izquier-da. Él la mira y ella sonríe. Se intimidan, se hablan y se desean. Él sucio, ella también; él despeinado, ella también; él enamorado y ella también. En el lado de la plazoleta que está cruzando la calle Amador, entre la iglesia, las oficinas de la EDU y la Alianza Colom-bo Francesa, se hacen los enamorados y los indigen-tes que hacen de las bancas su cama. Sacol, bazuco, chirrinchi son olores que pueden percibirse en ese entorno arborizado. Por las mañanas, los de Espacio Público, expulsan de allí a aquellos que a su parecer estorban, mientras que Bienestar Social los baña, los alimenta y les cambia un poco el aspecto. En las tar-des y en las noches regresan).

San Antonio a quien el Niño Jesús amo y honró, protege al desamparado. Amén.

Día séptimoOh San Antonio, encomiendo ante ti los que salen del

trabajo, los obreros, las amas de casa y los que esperan por un empleo; estos que siempre sentados en los alrededores de la plazoleta intimidan al transeúnte y se expanden por allí como si fuera una isla a la que fueron enviados para permanecer como sus dueños.

(Es el parque de los afrodescendientes. Y entre ellos hay de todo. Están los que se pueden llamar niches, negros y nigas que están organizados como el grupo “Los Cocue-los” y discriminan a los que están allí y no tienen su mismo color de piel. También están el resto, los que rumbean sin más en los locales de cerveza que están en el costado de la plazoleta, al lado de la Avenida Oriental, y al lado de Junín. Muchos vienen de Urabá y llegaron aquí luego de que el cambio del Parque Berrio -con la construcción del Metro- los llevara a encontrarse en un lugar más amplio y tranquilo).

San Antonio, poderoso en palabra y acción, acompaña a las negritudes. Amén.

Día octavoOh Santo nuestro acompaña a Sigilfredo y los demás

administradores de los locales de rumba, en la buena mar-cha de sus negocios, para no atrasen en sus pagos y no falte la clientela.

(“La Administración no sirve, no colabora con la segu-ridad ni el aseo”. Sigilfredo Marín Lleva 13 años como ad-ministrador del bar Punto de Encuentro de San Antonio, allí vende cerveza, y a diferencia de los otros locales del sector de la Avenida Oriental, tiene la autorización para comerciar con más licores. La competencia de los cervecia-deros cercanos no es una desventaja. Es una oportunidad en el mercado. Por meses, él dejó de cancelar la cuota de administración, ya que hasta la seguridad debieron asu-mirla todos los locales de la plazoleta por medio de un frente de vigilancia. No todos pagan el arriendo del local, al ser de copropiedad mixta, se les permite a algunos que

sea propio).San Antonio, poderoso en palabra y

acción, Protege a los comerciantes. Amén.

Día novenoOh glorioso San Antonio, patrono de

los enamorados y de las cosas perdidas, te pido para cerrar esta novena que espantes los malos olores, los olores a orín del que tanto se quejan transeúntes, clientes y co-merciantes y que no cesan a pesar de la ins-talación de baños móviles.

(Néstor Galeano lleva dos años ad-ministrando La Casa Musical Los Gra-nadinos, que antes estaba en un local de Pichincha con La Oriental. De pocas pala-bras, sostiene su inconformidad por tener que lavar el local todos los días, antes de abrir, porque se le orinan en la fachada del negocio. Y la queja es de todos, de los que tienen restaurantes y almacenes de ropa a lo largo de Junín y Maturín –en esas calles se parquean muchas rutas de buses que van hacia el sur-.

San Antonio a quien el Niño Jesús amo y honró, ruega por nosotros. Amén.

Oración finalHe aquí San Antonio bendito, rogándote para que es-

cuches las súplicas en estos rezos hechos para ti. El parque San Antonio, que hace honor a tu nombre, personifica un ser silencioso, pálido y solitario. San Antonio es aquél par-que de dos piezas para un solo corazón.

(Un solo corazón separado por la calle Amador. 33 mil metros cuadrados de una historia que comenzó en 1874 con los procesos para la construcción de una iglesia - hoy conocida como Parroquia San Antonio de Padua-. En los años 80, ahí quedaba un cementerio de carros, era un lu-gar inhóspito, abandonado. En la alcaldía de Juan Gómez Martínez y su Plan de Parques y plazoletas centrales en 1989, nace la idea de construir ahí, pero es el gobierno de su sucesor Luis Alfredo Ramos que se adquiere el pre-dio en 1992. Se convoca a un concurso arquitectónico para darle forma y gana el consorcio integrado por las firmas CONVEL y A.I.A -Arquitectos e Ingenieros Asociados-. Se pretendía que diera solución a múltiples tensiones urbanas, que se capacitara como un “hecho urbano urbanizador de un sector en deterioro”).

Oh enviado de Dios, has visibles las cicatrices que aún no logran sanar en este espacio. No abandones nunca al parque San Antonio, ese desierto de cemento, habitado, en su mayor parte, por el viento. Amén.

Acuérdate de las mañanas, cuando

entre las jardineras y las bancas del Parque

se desplazan con voz dominante los

trabajadores de Espacio Público para llevarse de allí a aquellos que

a su parecer estorban, mientras que Bienestar

Social los baña, los alimenta y les cambia un

poco el aspecto.

Punto de encuentro

No. 58 Mayo de 2012

12

Ciudad de sueños, ciudad con gente a bordo, turistas que llegan a ver su belleza, ciudad mía, tuya, de nadie… Ante ustedes, llega este hombre que es turista de la parte que nadie quiere conocer y mucho menos reconocer, de

la otra ciudad, una ciudad de pobres corazones.

Jonathan Alzate Jiménez [email protected]

Son las 6:40 de la tarde y el río Medellín se ha convertido en un monstruo de color café, café mierda. La ser-piente de agua se creció porque la lluvia se encargó de alimentarla hasta hastiarla, hasta convertirla en una serpiente peligrosa. “El que crea que el río Medellín es inofensivo, ¡está en la olla!”, me dijo un muchacho

que estaba organizando su pipa para fumarse un puchito de bazuco. En verdad, el río que atraviesa a Medellín no es tan tranquilo como parece. Estamos debajo del puente de San Juan escampándonos de un fuerte aguacero que quiso llegar, así como así, después de que un día con sol se asentara por un ratico en esta parte del mundo.

Al lado del río, hace unos años han ido construyendo y modificando un sendero peatonal, al que comúnmente se le conoce como la Avenida del Río. Pero esta avenida o paseo peatonal tiene dos caras:

Del puente de San Juan hacia arriba, al sur, se encuentra la avenida del río bonita, la vigilada, a la que concurren turistas y en la que eventos, como La Feria de Flores o los alumbrados decembrinos tienen cita cada año.

Del puente de San Juan hacia abajo está la Avenida del Río donde vive mucha gente. ¡Sí!, allí vive gente, esa es su casa, sus ‘palacios’ llenos de basura, colchones, que en algún momento fueron recogidos en la basura, ratas, perros, gatos y muchas tórtolas conviven con ellos. Allí habitan los hombres y las mujeres que optaron por vivir por fuera de esa otra Medellín, decidieron dormir sus mentes con alucinógenos y aprovecharon un espacio de ciudad que es suyo, aun cuando lo llamen ‘espacio público’.

Quisiera aclararles que este relato no es una de esas notas de periodismo en donde uno habla y el otro responde, en el que las cifras y las voces oficiales complementan esta historia. Quisiera, más bien, que el otro hable y se desaho-gue y vomite toda esa tristeza que se esconde tras sus ojos desorbitados, ese otro al que llaman indigente, desechable o, como dirían los sociólogos, personas con problemática de calle.

Acá está mi casa...“Hace 18 años que me fui de la casa y te digo: ya no me importa volver. Me salí por esto –me

señala una pipa con basuco– y ya no hay forma de regresar; a mí sí me gustaría, pero ni modo. Yo tengo dos hijos: un pelao de 17 años y una niña de 14 años. Ellos viven con mi mamá, con quién más. Las niña es hija de un hijueputa de por acá, por acá nos enamoramos y por acá la tuvimos; pero ya ese no está por acá. Ya la niña me la quitó Bienestar Familiar porque…, pues, usted sabe. En todo caso, no quiero volver a ninguna parte. A veces me gustaría que este río me tragara todita. ¿Ve ese desagüe grandote? Ahí vivo yo con una costeña, a veces cuando el río se crece nos toca subir de piso…, ¡ja ja ja!, de piso. Pero es verdad, más por esta época en la que no para de llover, nos toca dormir en el puente que cruza Colombia y ahí sí que es maluco dormir. Mucha gente y qué pereza. ¿Y a usted qué lo trae por acá? La mariguana la venden por otra parte, y si necesita un ratico, le cuesta 2.000 pesos. Pero hable ya. ¿O es otro chichipato que quiere que uno se lo mame por 500 pesos? Si es así, ¡váyase por donde vino y déjeme sola!”.

Daniela tiene 38 años pero ya parece de 50 años, aun así sigue con su mentalidad de niña de 18 años, un síntoma del mucho consumo de drogas como el sacol, el basuco y el perico, entre otros alucinógenos que ha metido. Cuando su consumo comienza a temprana edad, la persona se queda estancada en esa época de su existencia, ese momento en que abrió las puertas de otro clóset.

Ya son casi las cuatro de la tarde de un jueves y Daniela me pide agua. Le regalo un termo que tengo lleno de Frutiño con sabor a uva. Nunca me quiso decir cómo se llamaban sus hijos, lo que sí sé es que en sus ojos aún quedaba una madre. “A mí no me gusta que pidan que se los mame porque me da asco, además uno se siente como agarrando una tripa llena de ganas y qué pereza. Pero toca y más si es de esos viejitos amplios ¡Hágale con más ganas! Bueno, sardino, yo sigo acá con lo mío y nunca lo vaya a coger. ¿Sabe? En verdad, a mí me gustaría volver a casa, pero… acá ya está mi casa”.

Esta avenida es mi rancho

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

13

Cuando escribes cosas bonitas a oscuras…

A Juanchito se le enredó la pita…

“Y llego, me hago el que no estoy; me subo a la copa del árbol de mangos donde puedo dominar la ciudad. Realmente, agarré esta mierda hace 10 años. Me acuer-do que fue un parcero el que me pasó esa bolsita negra con gales. Desde ese día, el sacol fue mi mejor amigo, y mis amigos… eran solo fantasmas, una mata de faltones. Acá en la calle no te podés fiar de nadie: ¡el que menos corre, vuela, cucho!, ¡el que menos corre, vuela! Sí, me he tirado la vida durante diez años. Ya no me gusta el sacol porque el efecto no es tan bueno, por eso comencé a tirar basuco, porque es otro voltaje ¡Uuy, hijueputa!, si viera. Claro que el problema de consumir esta mierda es que uno se vuelve un Supermán y por eso me he ganado unos buenos muendazos. Más de una vez me les paré en la raya a los más carefeos y ellos me devolvían hecho un harapo.

“¿Mi familia? No me pregunte de eso que ellos no quieren saber nada de mí. Mi mamá de vez en cuando viene por acá y me trae alguna ropita, comidita; pero plata, no, ¡eso no! Ella me dice que mejor vamos a un centro de rehabilitación, que vamos donde Papá Vane-gas. ¿Papá Vanegas! ¿Y quién es ese man? ¿Para qué ir donde un cucho que dice que es un papá y que le gusta ayudarle a pelaos como yo? Pero no, ñoni, yo solo le copio a Dios, al propio patrón.

“La primera vez que tire sacol fue horrible porque yo no estaba adaptado. Claro que a los 15 o 20 minutos empecé a soñar despierto, los fantasmas de mi cabeza comenzaron a volar por todos lados. En mi casa, siempre fui muy ‘plaga’; en el barrio, sí que hice cagadas, hasta que empecé a robarle las cosas a mi mamá, las cosas de la casa. Y un día el cucho me sacó de la casa, a palo, mijo. Mis viejos no son de por acá; ellos son de San Pedro de los Milagros y yo también; pero eso no importa. Esta avenida es mi rancho, aquí vivo con lo mío sin que nadie me moleste. ¿Cambiar? ¿Volver a ser el de antes? Para qué, ya no hay tiempo, niño, ya la pita se enredó”.

Le dicen Fernando, o Nando, pero su pseudónimo es Ferbur, como su nombre y su apellido paterno: Fer-nando Burgos. El señor Burgos es un hombre delgado, sus ojos develan que ha visto muchas cosas, su rostro denota que ya ha vivido demasiado, con sus cincuenta y tantos años que me reveló, porque no son ni 56 ni 54; son cincuenta y tantos de estar luchando en esta vida. Aunque, en verdad, son 69 páginas que ha ido pasando, una por una.

Sábado de noviembre. Son las dos de la tarde pasadas y ahí está Fernando sentado, organizando unas pin-turas. Hoy es día de hacerle retoques a sus frases bíblicas. Ferbur es ese nombrecillo que identifica al hombre que tiene rayadas todas las barandas de madera que hay en la Avenida del Río, al frente de la Plaza de Toros La Macarena. Desde los Proverbios hasta los Salmos, desde un anónimo hasta un aparte del Evangelio, según San Mateo, se hallan plasmados en estas barandas. Sabiduría transcrita y proyectada en un lugar donde los vicios y la vida marginada tienen asiento, un lugar donde el amor ya no existe, o quizás sí, “pero ya no saben qué hacer con él”.

Mientras toma un pincel, comienza a retocar alguna palabra. Me cuenta que él no consume, pero sus ojos y su vestimenta denotan que aún sigue en la oscuridad. Alguna vez pasaba a eso de las seis de la mañana y pude ver a Fernando recogiendo su cobija y sus cosas: ya era hora de levantarse, ya tenía en sus manos su propia casa. Aunque él me dice que vive donde “Condorito”, una de esas residencias que quedan en Barrio Triste. Mientras escucha Radio Nutibara, 700 AM en el dial, me cuenta con orgullo que su hija se llama Claudia Pa-

tricia Burgos Loaiza y que tiene 42 años. Es común verlo en San Juan con la 68 con sus carteles llenos de pedacitos de la Biblia. Ferbur, en algún momento, tuvo un sitio lleno de árboles al que llamó “El bosque de los mensajes”. Me cuenta que un día Fajardo, cuando era alcalde, mandó a quitar sus carteles: “esa parte la llamé Rabia”.

“La idea es que esta gente se dé cuenta que estar en este mundo no es bue-no, estas son las tinieblas y el maligno nos posee; hay que mostrarles la luz. A mí las pinturas me las regala gente que ya sabe lo que hago, saben que estoy educando. Esto se me ocurrió hacerlo porque una vez pensé que lo mejor es guiar que dejar perder”. Ahora toma otro pincel y abre un frasco de Nescafé con pintura amarilla, marca con fuerza un señor, me mira y se sonríe.

En silencio, me monto en la bicicleta, mi monareta, y me marcho esperando que no vaya a llover y así Ferbur pueda terminar.

* * *

Fotografías: Jonathan Alzate

Hoy, Medellín es una ciudad más gris. Alguien me dijo: “Es gris porque últimamente ha llovido mucho y, entonces, ¿de qué color se pone el cielo?... ¡Ahh! Sí ve, se pone gris. Si mañana la ciudad amanece violeta, será entonces una ciudad violeta, ¡ja ja!, qué güevón tan bobo éste”.

En un diámetro de 10 a 15 metros, cerca de 20 hombres y mujeres prepa-ran su dosis de bazuco. Algunos con pipa, otros lo arman como cigarros. Una morena pasa con su falda rosada, color rosado sucio, rosado calle. Al lado mío, hay dos hombres jugando cajita con una caja de fósforos El Rey vacía. Uno le lanza la caja al otro. Si la caja cae parada, se gana unas cuantas monedas o al-gún objeto en juego como la candela o la pipa para bazuco: es un juego de azar hecho en la calle. Pero de esa historia, y otras, hablaremos después de que haya escampado un poquito.

Foto

graf

ía: J

ulie

th D

uque

Punto de encuentro

No. 58 Mayo de 2012

14

Se les puede ver en las tardes y en las noches de Ciudad del Río y el Parque de El Poblado. Le

huyen a lo mañé, son jóvenes, bellas, tienen montones de amigos en el face, aman lo indie y se niegan a

ser etiquetadas como hipsters.

Las recordadas identidades juveniles de los años 60, 70 y 80 marcaron un hito

histórico como movimientos sociales. El uso de los

signos a la hora de vestir era tan fuerte justamente

por su capacidad expresiva. Ese era el objetivo, gritarle al mundo: “¡Acá estamos

los hippies!” o “¡Acá estamos los punkeros!” y, en consecuencia, “¡esto es lo que pensamos!”. Hoy no todo es blanco o negro, la

amalgama de colores es tan grande como los matices de

los pensamientos.

Elizabeth Otálvaro Vélez [email protected]

Su mayor súplica, que no se les defina. En su armario, un juego de medias veladas, alguna falda de flores, una chaqueta de jean, un sombrero y botas. Algo más de 600 amigos en Facebook, 85 Me gusta en la foto de perfil de

una de ellas, 62 para la otra. Innegable, son populares. Ambas tienen 17 años. Si es viernes, quizá las encuentre en Ciudad del Río; en la noche del sábado, tal vez en el Parque de El Poblado. Para algunos, Susana Pérez, estudiante de Diseño Gráfico, y María Camila Castrillón, estudiante de Diseño de Modas, son la representación del término ‘hipster’, por favor, de nuevo, que no se las etiquete, no lo son, no buscan serlo, posiblemente nadie lo es.

Como si se tratara de una peste que nadie quiere padecer, no hay un reconoci-miento de la identidad ‘hipster’; en cambio sí una fuerte oleada de burlas hacia una estética que, para muchos, no supera la moda y no propone ideas. El término aparece en la década del 40, cuando una generación cercana a la subcultura del jazz crea con-traposición a los paradigmas de felicidad propuestos por la sociedad norteamericana de la posguerra, constituyéndose como antecedente inmediato de la Generación Beat, escritores que desde su cómoda clase media dedicaron sus días a ir en contracorriente y, en especial, al elogio de la sensibilidad.

Estas referencias no son en vano. El término es usado en la ac-tualidad para designar una identidad juvenil, generalmente prove-niente de la clase media emergente, preocupada por diferenciarse de la masa y por permanecer en la exclusividad. A través de su forma de vestir, con elementos de modas del pasado, reflejan adhesión a una serie de consumos culturales relacionados con lo alternativo, lo experimental y lo independiente.

Edwin Montes, educador e investigador de estéticas urbanas, ex-plica que la idea de lo tribal acuñado por el sociólogo francés Michel Maffesoli, no aplica para lo que ocurre en las megápolis; en cambio, se habla de estéticas que, aunque no logren formar una filosofía, sí contienen elementos simbólicos que los diferencia y los representa. Montes señala que, al parecer, se terminó ese tiempo en el que los radicalismos convocaban, además de filiaciones culturales, formas de entender el mundo. En las posturas del ahora, las ideas se difumi-nan cuando el consumo prima y se actúa así desde una emotividad transitoria.

Todo lo que explican las ciencias humanas tiene personificación. Es un grupo de jóvenes, al que ‘Maka’ y ‘Susy’ –como son conocidas por sus amigos María Camila Castrillón y Susana Pérez– pertenecen. Ellas no pueden definir cómo son sus amigos; en sus palabras: “Hay de todo: malabaristas, skater, rastas, punkeros”; pero, aseguran, “si eres mañé, no puedes pertenecer a este mundo”. Así que hay una agrupación implícita, en medio de un collage de gustos y disgustos, que se resiste a las etiquetas; pero se identifica como colectividad.

La forma más sencilla que encuentra ‘Susy’ para referirse a sus amigos es: “Los del Parque de El Poblado”. Este no es el único sitio

que visitan; entre toques, una cerveza en cualquier andén, una obra de teatro o una casa de arte pasan sus tiempos de ocio. Pero negar el Parque o Ciudad del Río es como negar su historia, sus amigos. La excusa para estar ahí: cualquier trago, “mirar las pintas o encontrarse a la gente; Medellín es un pueblo”, añade ‘Maka’.

Para Ramón Pineda, periodista e investigador en temas de ciudad, la conquista del Parque de El Poblado, como espacio de esparcimiento, es la continuación de la historia de desplazamiento urbano de la ciudad. La clase media persigue los espacios de la clase alta y estos, es su afán por permanecer en la exclusividad, buscan espacios nuevos. Hay algo claro para la estudiante de modas: “Los de El Poblado no subimos al Lleras, ¿a qué? Y ellos no bajan nunca”. Separados por apenas tres cuadras, ellas y sus amigos mantienen un grado de particularidad y, al tiempo, crean una contra-posición a lo que ocurre en el Lleras; para ellas, lo masificado, desde la música hasta la expresión de su ropa.

La ciudad es un escenario de múltiples narraciones desde el cuerpo, dentro de ella las identidades son una estrategia básica de reconocimiento. Según Montes, la necesidad de ver y ser vistos es la consecuencia de la sociedad de la hiperindividuali-zación, en la que la soledad, el aislamiento y el desamor son las enfermedades de la contemporaneidad. Aparece, entonces, la obligación de ratificarse como ser humano a partir de un estatus social que, en razón de la tecnología, se adquiere en espacios

virtuales y algunas veces –afortunadas– trasciende a la vida donde es posible palparse, olerse.

¿Cómo conseguir ese estatus? Ellas lo tienen muy claro. Hay que publicar en las redes sociales noticias y enlaces interesantes o, por lo menos, que parezcan interesantes. “Si escribes mañé, o sea, una letra grande y una chiquita, estás condenado al fracaso en este mundo”, anuncia Pérez en un tono de burla a sí misma porque agrega: “No sé qué nos creemos”. A pesar de que su amiga está de acuerdo, en medio de su sonrisa constante, contrapone: “Cada vez somos más máquina, menos humanos. Hay artes que hemos olvidado, libros empolvados, tenemos que replantear lo humanos que somos. La gente va tan rá-pido que no se da cuenta que hoy el cielo está morado, mientras yo digo ¡wow!”.

Ahí está, sensibilidad en medio de una sociedad de vértigo, fu-sión de la realidad y la ficción del mundo virtual, toda una mezcla y constantes contrapropuestas. Todas características de la manifes-tación urbana que desde afuera muchos quieren nombrar; mientras desde adentro los esquemas se repelen y la rigidez se esfuma.

El nicho de la redEl comportamiento que este grupo de jóvenes tiene a partir de las

redes, no es nuevo. Perla Toro, periodista de El Colombiano y Commu-nity Manager, del mismo medio, comenta que internet ha funcionado como espacio de nicho, donde se vencen barreras y represiones; de esa manera, permite una sociabilidad más fluida y, a su vez, potencia-liza el encuentro en la realidad presencial. Al mirar hacia los inicios de internet, la periodista encuentra una especial relación del uso de la web con la afinidad por lo independiente, pues cuando se gesta el

Foto

graf

ía J

uan

Seba

stiá

n M

esa

Del estuche a la esencia

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

15ciberespacio lo hace sin un centro de poder y como confrontación a los medios de comunicación tradicionales.

Se trata de una generación permeada por los avances tecnológicos, pero con una sensibilidad atravesada por la nostalgia que valora las manifestaciones artísticas y es-téticas precedentes a las suyas. Quizás es uno de los puntos más fuertes de la crítica. ¿Por qué volver a los recovecos del armario del abuelo para crear una identidad en tiempos actuales? Montes asegura que no es más que la ‘sociedad de la decepción’, una generación que al parecer llegó al mundo cuando ya no hay nada nuevo por ver, y donde la manera más fácil de explorar sus filias es deconstruir lo que existe y recuperar símbolos anteriores. Por eso la moda vintage, la afinidad con las rubias de cabello corto, de labios rojos, vestidas de marineras, en colores pastel, con gafas gran-des, accesorios ocres y demás elementos que no son propios de las décadas del 2000.

Las burlas, publicadas en Twitter o Facebook, le exigen a un colectivo abstracto que proponga ideas sociales y políticas dentro de su aparente intelectualidad. Detrás de las acusaciones, hay otro colectivo difuso que considera muy esnobista cualquier interés por el arte desde los llamados hipsters. Lo cierto es que esa estética que unos acusan, pero que nadie defiende, intenta exponer a través de sus filiaciones artísticas una mirada menos masificada que exprese, ante todo, sensibilidad y una lucha exis-tencial por la condición humana. ¿Esnobista o no? Difícil de comprobar, en una socie-dad donde los compromisos, incluso con los otros seres humanos, suelen ser muy light.

De las tribus a las prácticasLas recordadas identidades juveniles de los años 60, 70 y 80 marcaron un hito

histórico como movimientos sociales. El uso de los signos a la hora de vestir era tan fuerte justamente por su capacidad expresiva. Ese era el objetivo, gritarle al mundo: “¡Acá estamos los hippies!” o “¡Acá estamos los punkeros!” y, en consecuencia, “¡esto es lo que pensamos!”. Hoy no todo es blanco o negro, la amalgama de colores es tan grande como los matices de los pensamientos.

No obstante, así como en esas estéticas, que entonces sí respondían al concepto de tribu, la música es una de las herramientas expresivas más potentes, por eso tales mezclas de la contemporaneidad también se reflejan en los sonidos que esta genera-ción escucha. Desde el punk de la Polla Records, pasando por el rock de Reincidentes, los sonidos experimentales de Seph, el House, Minimal y la electrónica de Nicolas Jaar, hasta volver a los inicios de las músicas de las contraculturas, el blues y el jazz.

Ahora, ¿qué puede haber en común en estos artistas? Para Santiago Arango, director del Festival Altavoz Antioquia, hay una necesidad de volver a lo básico, sin mayores ornamentos. De nuevo, un placer por lo anterior. Dentro de estas expresio-nes artísticas la música indie cobra protagonismo como sonido independiente, y este concepto es lo que interesa. No hay dependencia de un manager, no hay disqueras que limiten bajo las fórmulas de la industria; entonces, esa libertad consigue adeptos que buscan eso, libertad.

“La música que escucho siento que expresa mucho solo con los sonidos, parece tan simple que no es simple. Me encantan las mezclas experimentales que generan atmósferas con sonidos de la calle”, dice Maka. Psicodelia y simpleza, a eso tiene que remitir la música para esta forma de identidad.

Como enfatiza Arango, “la música como herramienta de expresión ha servido de catalizador y puente que no necesita pedir permiso”. Esa etiqueta cliché del ‘lenguaje universal’ no es casual, pues a menos de que se busque hacer un ejercicio intelectual, la música está todo el tiempo, a veces, incluso, en contra de nuestra voluntad.

De la urbe a las nubesAsí como la Generación Beat, Gonzalo Arango y su movimiento Nadaísta, esta

estética –aún sin nombre– se niega a permanecer en la quietud. En definitiva, el estatismo es propio de otras épocas y de otros espíritus. Son jóvenes, quizá no han tenido tiempo suficiente para leer las grandes ficciones de la humanidad –o tal vez no es esto lo que les interesa–. Pero, en cuanto a literatura, sus pocos años han sido para dedicárselos a los ‘malditos criollos’. En la lista: Los nadaístas, Andrés Caicedo, Efraim Medina Reyes y el infaltable Rafael Chaparro Madiedo.

Es posible que la crítica acá aparezca de nuevo. Al parecer, en estos escritores hay una rebeldía desenfrenada muy propia de la adolescencia, que se supera con am-pliar un poco el panorama literario. Mas las propuestas estéticas de personajes como Gonzalo Arango, Caicedo y Chaparro son tan atemporales que, incluso, la academia se ha preocupado por descubrirlas.

Por esa inquietud aparece Alejandro González, periodista que se encargó de sacar del olvido la obra periodística del mismo autor de Opio en las nubes, por cierto, una obra que es pase directo de entrada a la ‘cultura hipster’, según comentan algu-nos asistentes al Parque de El Poblado.

Lo que hace interesante la novela del bogotano, en la opinión del compilador de sus columnas y crónicas, es que a pesar de haber sido escrita en 1992, no habla de una filosofía anquilosada en un tiempo especial; esto la hace digna de ser interpreta-da en cualquier momento, “siempre que exista el rock”, aclara González. En ella no sólo son protagonistas unos jóvenes que viven la ciudad de manera acelerada, tam-bién John Lennon, The Rolling Stones, The Doors y símbolos como la noche, captan la atención de los lectores, que, como apunta González, “o quieren hacer lo que hacen los personajes (si son adolescentes) o recuerdan con una especial nostalgia lo que hicieron (si son adultos que vivieron su juventud junto al rock)”.

“Tengo de Opio en las nubes lo utópico, me gusta soñar, y eso hacen los personajes todo el tiempo”, sostiene ‘Sique Deli’ -como se autonombra María Camila Castrillón en su perfil de Facebook-. Es posible que alguna de las frases escritas por el filósofo capita-lino, aludiendo a la vida en la calle, a las nubes, a alguna sustancia psicoactiva, a los gatos, sean una herramienta efectiva para cautivar en las redes sociales; por eso, el “I want a trip, trip, trip” de Rafael Chaparro se mantiene vivo gracias a esta juventud, que lo ha convertido en un código de identidad.

Alrededor de este columnista y filósofo sí que hay una especial caracterización. Él mismo representaba una juventud que con-sume mucho rock, que al tener sus necesi-dades básicas solucionadas puede dedicarse con más tranquilidad al arte. Y aunque nun-

ca fue tan desenfrenado como puede pensar cualquier lector -algo que Alejandro constató en su investigación- sí representó, con las formas de su literatura y su escasa puntuación, un afán por vivir.

Vivir en el cineEstas jóvenes reconocen en el cine una manifestación artística que produce mu-

cha filiación entre sus amigos cercanos. Las razones pueden ser las mismas que en la música y la literatura. Una herramienta infalible para la expresión del inconformismo.

El director de la revista Kinetoscopio y del programa de cine del Centro Colombo Americano, Andrés Murillo, explica cómo en la época de la posguerra, cuando nace el término que identificó estas formas de estar, algunos directores como Billy Wilder y Howard Hawks se opusieron a los finales felices que proponían algunos filmes al servicio del fortalecimiento de los valores de la nueva potencia, que buscaban homo-genizar y calmar los ánimos que quedaban de la guerra.

Murillo describe que lo hecho por el cine es una lectura de la realidad desde la clase media alta; por esta razón, termina siendo un consumo esnobista, una visión de élite. Esta es una de las características que hace que la juventud, interesada en el arte y con cierta comodidad económica, opte por el cine como expresión de sus ideas, su intención por afilar la sensibilidad y, a la vez, mantener exclusividad; la encuen-tran en la pantalla grande, plataforma para visibilizar los problemas sociales que no viven, pero les preocupa. Lo anterior ha propiciado un creciente interés por el cine, en especial por las formas que conocen como ‘independientes’, que lo que realmente profesan es una necesidad de expresar más no de vender.

Como la literatura puede ser vertiginosa, al escasear la puntuación, y la música experimental, el cine tiene, desde sus aspectos técnicos, elementos que generan agrado a esta juventud especial. Así esa forma de hacer cine, que se opone a los esquemas de la industria de Hollywood, se vale de cámaras subjetivas, montajes ágiles, del formato video que además de abaratar costos, ‘pastela’ los colores y crea una psicodelia visual.

“Hay una gran necesidad de redefinir el concepto de amor”, apunta el director de la revista especializada en cine para explicar por qué títulos como El eterno res-plandor de una mente sin recuerdos, El lado oscuro del corazón, Ameliè o 500 días con ella engrosan la lista de películas que producen gran encanto y ruido en los jóvenes de la contemporaneidad, en especial, en aquellos que intentan una estética similar a la propuesta por estas producciones. El amor y la exploración de formas no con-vencionales de la sensibilidad explican por qué el cine forma parte del grito que las estéticas urbanas quieren emitirle al mundo masificado que, según ellos, olvida la sutileza de la fantasía.

Individual y colectivoMaría Camila Castrillón estudia Diseño de Modas, pero su verdadera pasión

son las Artes Plásticas. Susana Pérez hace un curso de Diseño Gráfico, pero está a la espera de viajar a España para estudiar Gastronomía. ‘Maka’ tiene tatuado en un costado de su abdomen ‘Sique Deli’, esta es su forma de escribir la palabra psico-delia; ella vive con dos gatos, la representación animal de la independencia. Tiene el cabello azul, un azul que la hace sentirse diferente y que va en coherencia con su ‘personalidad multicolor’. ‘Susy’ quiere sentirse como las ilustraciones de figuras femeninas de los años 60 que publica en Facebook, sexy y recatada. Ambas viven en barrios de estrato cuatro, ambas consumen la misma música, los mismos libros,

las mismas películas. Se identifican con una forma de vestir, con los lugares a donde van, comparten amigos, comparten conversacio-nes, comparten la vida.

Todos los símbolos que experimentan desde su vida pública buscan la diferencia-ción, pero terminan masificándose en un colectivo que hace una fuerte presencia en la virtualidad. De ahí la crítica a su aparente esnobismo y rebeldía sin causa. No hay que olvidar que están inmersas en una sociedad ad portas de la postmodernidad, impregna-das de una celeridad que esfuma con facili-dad las ideas y las pasiones. Finalmente, esta estética urbana es una mezcla de nostalgia y tecnología, de sensibilidad y superficialidad. No hay que preocuparse si se siente identifi-cado con algún elemento de ellas, también usted es una mezcla propia de estos tiempos. Entonces, como pocos quieren ser encasilla-dos, pues el estereotipo funciona como re-curso de los académicos y de ‘los otros’, es momento de pasar del estuche a la esencia.

Parque de El Poblado

Fotografía: Elizabeth Otálvaro

Susana Pérez y María Camila Castrillón

Foto

graf

ía: A

rchi

vo p

erso

nal

Mar

ía C

amil

a C

atri

llón

Punto de encuentro16

No. 58 Mayo de 2012

16

Llega la policía. Una moto. Dos hombres. Dos armas de fuego al Parque del Periodista. Hoy ya es miércoles y en los televisores de los estanquillos de la carrera Girardot se transmite un partido de fútbol: Atlético Nacional vs. Cúcuta Deportivo. Los “tombos” se apean de la moto y con ansias de jugar, como cuando eran niños, al ladrón y al policía, empiezan un superficial recorrido a pie en busca de malandrines. La moto estacionada, encendida, en medio del parque, se encuentra lista para ser cabalgada y huir.

A cinco pasos del caballo de acero, las luces amarillosas y embriagadoras de seis lámparas iluminan a cuatro niños que, estáticos, ‘juegan’ al balón, ‘escuchan’ las me-lodías de un Buenos Aires querido, ‘bailan’ al son de El ratón y ‘leen’ El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Son las esculturas de cuatro de los ocho jóvenes y una niña ase-sinados el 15 de noviembre de 1992 por los “Feos”, los del F-2. Estos niños se divier-ten, pero se preguntan el porqué de sus muertes en Medellín. Los escritores Jaime Espinel y Fernando Vallejo les responderían: “Por eso mismo, por estar en Medellín”.

En la tienda La Cebada del barrio Villatina, entre la calle 54 y la carrera 17, en las laderas orientales de Medellín, ellos cuatro más cinco comían, departían, pasa-ban; simplemente estaban allí. De un momento a otro, llegaron tres vehículos sin placas, con una docena de hombres, algunos encapuchados; se bajaron. Y, sin motivo alguno, arrojaron a los jóvenes al suelo, boca abajo, y les dispararon. “No hablen”, no hablan, no volvieron a hablar: Mauricio Antonio Higuita Ramírez, 22 años; Óscar Andrés Ortiz Toro, 17 años; Johny Alexánder Cardona Ramírez, 17 años; Ricardo Alexánder Hernández, 17 años; Marlon Alberto Álvarez, 17 años; Nelson Dubán Flórez Villa, 17 años; Ángel Alberto Barón Miranda, 16 años; Giovany Alberto Valle-jo Restrepo, 15 años; y Johana Mazo Ramírez, 8 años. Es la lista negra que mancha de rojo el barrio de Villatina: ocho jóvenes y una niña. Sello exclusivo de las fuerzas policiales del Estado.

¡Goool! del Nacional. La gente, que no se inmuta por el partido, olvida lo que está diciendo, haciendo, fumando y pensando para correr hacia el televisor más cer-cano y celebrar un gol que no le importa. ¡Qué buen opio para el pueblo mi Nacional!

Los policías siguen deambulando en busca de su malandrín. El problema no es su búsqueda, sino que, como diría Jaime Espinel, “nadie encuentra lo que busca si lo que busca le asus-ta”. En el momento en que ellos, con gallardía, in-gresan a uno de los bares, los otros tres integrantes del juego —los bandoleros, ladrones o malandrines— se acercan a la moto.

Giran, como camada de hienas, alrededor de ella: la husmean, la codician, la desean, les repug-na. La quemarían, ¡pero, no!; es solo un juego. Así, el jefe de la bandada termina su cigarrillo y, con desdén, arroja su cusca encendida sobre la moto, la cual rebota sobre el sillín y cae, con parsimonia, al

lado del mofle. Punto para el equipo que hace de malos el

día de hoy.Los policías se mar-

chan, mientras los tres camajanes se camuflan entre bohemios, inte-

lectuales, melómanos, alcohólicos, gamines, la noche, usted y yo. Un busto del periodista cubano Manuel del Socorro Rodríguez, padre

del periodismo colombiano, le da la espalda al parque, a la plazuela, al terruño de cemento que lleva el nombre de Periodista en honor al fundador del primer periódico

legal de Colombia que circuló por las calles: Papel Periódico de Santafé de Bogotá.

A este personaje desgastado, ajetreado por el sol y la lluvia, le pregunto: ¿No está

usted cansado de ver trasegar vehículos por Girardot? ¿Por qué no mira hacia atrás? ¿Será que los medios, el Gobierno y la sociedad le voltean el culo a la rea-lidad? No responde. Igual, no importa: los seres atemporales, sobrevivientes de las fauces de Medellín, continúan sus vuelos y aterrizajes por mundos de en-

soñación que eternizan el momento. La lluvia ha cesado.

Policías y ladrones, bohemios y mendigos, metal y fútbol, cerveza y perico, lluvia y fiesta, estatuas al honor

y al deshonor… En ese pequeño triángulo del Centro que es el Parque del Periodista, hay espacio para todo.

Yeison Medina Medina [email protected]

Es jueves y de noche. No hay gente en el Parque del Periodista. La lluvia, que desde las horas del atardecer ha sido intermitente, ha ausentado al lumpen, lo ha expulsado hacia bares, cafeterías y aceras. Comprendo el porqué de un

dicho universitario: “El agua apaga revoluciones”. Los cuatro bares sí están atiborra-dos de gente que sonríe y balbucea como si conocieran, como si tuvieran la seguridad, de antemano, de que ésta sería su última vez.

Cuatro mesas, una docena de sillas, igual número de personas, luz tenue y varios gramos de perico en el interior de uno de los bares, acompañan los gritos guturales, los testeos de batería y los rasgueos de guitarra del Metal duro que suena y resuena. Metal de Medallo, Metrallín, tin tin, pun pun, Metalmedallo se escucha. En la ace-ra, recostados a las paredes, muchos ven caer el agua. Con cerveza, ron en mano y el gaznate, con sus pases alucinógenos buscan una libertad libertina liberadora de sensaciones… ¿Sí sabrán que llueve?

Recostado sobre el marco derecho de la puerta del Viejo Vapor, un hombre de cor-batín azul, camisa blanca planchada, pantalón negro de dril comparte con algunos camajanes el polvo de ángel albo, como las nubes, como el azúcar, como la ‘dulce’ sal, como su pareja de la noche —con su cabellera negra, piernas carnosas y asfixiantes, ropa de cuero quemador, ojos azul postizo como la corbata—.

Me levanto de la mesa para conversar unos minutos con el barman, para pedir otra cerveza y, ¿por qué no?, un tema. Alguna canción de rock duro y estridente que rompa con tímpanos, cabezas y sentidos. Dos, tres, cuatro cervezas…; dos, tres, cuatro mesas han cambiado de visitantes.

Dos hombres ingresan al bar. “¿Me va a colaborar con una cajita de chicles?”, pregona el primero de mesa en mesa. No sé, no le pregunté; pero fue una mala noche para él, al menos en este bar. Barbado, ves-tido con harapos, su costal al hombro y la caja de chicles en la mano, no supo convencer. Su olor acre, áspero, mierdoso; su vaho de calle, tugurio, náufrago citadino en el tiempo, tampoco lo hicieron.

Otro, sin mirar a alguien, como egocéntrico humilde: mirada al piso, joroba prominente, sin rostro y una maleta sobre la “maleta”, se dirige hacia la barra. Con voz gruesa y fatigosa, dice: Deme un ron y un tema de Black Sabbath. El barman le entrega la copa con ron. “¿Qué canción quiere?” “La que sea. La que usted quiera. ¡Qué sea de Black Sabbath!”. Y así, el obrero que acaba de salir de la-borar en alguna fábrica del Valle de Aburrá, escucha Iron Man mientras bebe su ron de antesala a la medianoche. I am Iron Man! / Has he lost his mind? / Can he see or is he blind? / Can he walk at all / Or if he moves will he fall?

¡Goool! del Nacional. La gente, que no se

interesa ni se inmuta por el partido, olvida lo que está diciendo, haciendo,

fumando y pensando para correr hacia el televisor más cercano y celebrar

un gol que no le importa.

Foto

graf

ía: S

andr

a R

amír

ezA espaldas de don Manuel

Análisis

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

17

Las fuentes oficiales son las que suelen imponer la agenda noticiosa de los medios masivos de comunicación en Colombia. Y es tal vez solo por eso que un viejo debate

como el de La lucha antidrogas está ahora en boca de los periodistas

Elvia Elena Acevedo M. [email protected]

Antes, durante y después de la Cumbre de las Américas, realizada recientemente en Cartagena, los medios de comunicación colombianos centraron parte de su agenda noticiosa en el tema del replanteamiento de

la lucha antidrogas. El asunto viene ganando mayor despliegue y, sobre todo, mayor continuidad. Es bueno y significativo que así sea, teniendo en cuenta que el tráfico ilegal de drogas y el tipo de políticas diseñadas para atacarlo han generado perversos impactos económicos, sociales y políticos en diversos países.

Llama la atención, sin embargo, que, apenas ahora, los medios de comunicación se estén ocupando con cierta persistencia de este asunto, a sabiendas de que, desde hace muchos años, académicos e investigadores han señalado las inconsistencias de la llamada guerra contra las drogas y, al mismo tiempo, sugerido alternativas. ¿Por qué apenas ahora?

El debate ha aparecido en los medios en distintas épocas, aunque su cubri-miento ha sido coyuntural, es decir, rápidamente se esfuma de la escena mediá-tica. Por ejemplo, en noviembre de 2010, surgió a raíz de la Proposición 19, que planteaba la total legalización de la marihuana en California y que fue derrotada en las elecciones legislativas. Antes, a inicios de 2009, afloró cuando la comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia expidió el documento titulado “Una guerra perdida”.

Esta vez el asunto ha ganado continuidad quizás por el hecho de que se plan-teó teniendo como telón de fondo la Cumbre de las Américas. Pero, quizás haya algo más. Veamos: la cuestión comenzó a aparecer de nuevo en noviembre de 2011 cuando el Presidente Juan Manuel Santos, en una entrevista dada al diario inglés The Guardian, afirmó que estaría dispuesto a participar en una discusión mundial sobre la guerra contra las drogas. Luego, en enero de 2012, en el Hay Festival de Cartagena, Santos expuso la misma idea. También, a inicios de este año, el presi-dente de Guatemala, Otto Pérez, propuso desmontar la lucha y varios mandatarios centroamericanos se pronunciaron al respecto (algunos a favor, otros en contra y otros con posiciones intermedias). Posteriormente, el vicepresidente, el portavoz del Departamento de Estado y el propio presidente de E. U. se refirieron a la cuestión.

En otras palabras, el debate ha tenido mayor continuidad en los medios a raíz de que las llamadas “fuentes oficiales” (en este caso, presidentes y altos funcionarios) lo han planteado abiertamente. Lo anterior estaría corroborando uno de los hallazgos que casi siempre aparecen en las investigaciones sobre medios de comunicación: las fuentes que priman y que llevan la vocería en los artículos periodísticos son las oficiales (estatales y gubernamentales), por encima de las de otros sectores como el privado, el de las organizaciones sociales, instituciones de la sociedad civil, académi-cos y especialistas.

¿Y por qué sucede así? En primer lugar, por el tipo de actividades que desarro-llan y por las repercusiones que estas traen a la sociedad, es normal que los sectores estatales y gubernamentales generen grandes volú-menes de información relacionada con sus planes y realizaciones.

En segundo lugar, dichos sectores tienen a su disposición oficinas de comunicación con suficien-te capacidad y estrategias como para lograr que los periodistas recojan y repliquen sus informaciones.

En tercer lugar, recoger los datos de las fuentes oficiales permite a los periodistas cumplir con exi-gencias y rutinas propias de las empresas mediáti-cas. Por ejemplo:

- La rapidez, para no quedar rezagados en relación con la competencia. Las oficinas de prensa

gubernamentales generan permanentemente comunicados que son fáciles de retomar y reproducir. Es más dispendioso y exi-gente trabajar en artículos periodísticos que ofrezcan varios puntos de análisis sobre un mismo hecho.

- La credibilidad, se considera que la fuente oficial genera mayor credibilidad entre el público; si hay algún error, el periodista tendrá en quién depositar la responsabilidad.

- Bajos costos en los cubrimientos, es más barato enviar al periodista a la oficina gubernamental o hacer que

esté pendiente de sus páginas en internet, que enviarlo a los barrios, municipios y regiones para que hable con diferentes

fuentes y palpe la realidad de primera mano. Y es más barato tener un periodista generando informaciones, de distinta índole, varias horas al día, que permitirle estudiar y especializarse en algunas áreas, de modo que esté mejor capacitado para cubrirlas.

En cuarto lugar, hay cierta dificultad en cubrir otras fuentes como las académicas porque, con frecuencia, a los expertos se les olvida que los medios masivos llegan a amplias audiencias (con di-ferentes niveles educativos) y al dar entrevistas continúan hablando como si estuvieran en un sesudo debate intelectual; les cuesta trans-

mitir sus amplios conocimientos en un lenguaje accesible. Y en quinto lugar, investigadores, organizaciones sociales e insti-

tuciones con menores recursos desconocen, a menudo, la dinámica de trabajo en las empresas periodísticas, sus rutinas e intereses. Y por eso

les cuesta ser oportunos y eficientes a la hora de convocar a los medios y difundir sus hallazgos, campañas, opiniones, posiciones.

Finalmente, medios y periodistas suelen cubrir una temática por inercia, bajo los mismos parámetros con que siempre lo han hecho. En el caso de las drogas, varias décadas de prohibición han llevado a un cubrimiento casi siempre policíaco, en el que básicamente se cuentan el número de hectáreas fumigadas, la cantidad de laborato-rios destruidos, los kilos de droga incautada, los muertos de la guerra entre pandillas y los extraditados hacia E. U.

En palabras del periodista Álvaro Sierra (durante un debate sobre el cubrimiento del narcotráfico y del crimen organizado en América Latina realizado en 2010), “son las narrativas oficiales las que se imponen en la percepción pública del fenómeno de las drogas, reduciéndolo al narcotráfico y a la política mediante la cual se lo comba-te”. Sierra se pregunta: “¿Tiene el público todos los elementos necesarios para evaluar las políticas frente a las drogas y participar activamente en una discusión del diseño de políticas públicas acorde con el calibre y la complejidad del problema? Esa es la pregunta que editores y periodistas deben hacerse al echar un vistazo a la cobertura que por años han producido”.

Por eso, volviendo al punto inicial, es bueno que los medios estén dando más espacio a la polémica sobre la lucha contra las drogas, así sea que esta atención

haya sido motivada por las “fuentes oficiales”. Oja-lá que el tema no desaparezca de la agenda mediáti-ca y que se continúe consultando fuentes, como las académicas, que, ya lo mencionábamos, hace años están controvirtiendo las políticas de combate al tráfico de drogas declaradas ilegales. Por fortuna, y en caso de que el debate se olvide (hasta cuando otro presidente lo vuelva a plantear y otra cumbre se realice), medios especializados, disponibles en in-ternet, con seguridad lo tendrán abierto (véase, por ejemplo, La Silla Vacía, o Razón Pública).

En el caso de las drogas, varias décadas de prohibición han llevado a un cubrimiento casi siempre policíaco, en el que básicamente se cuentan el número de hectáreas fumigadas, la cantidad de laboratorios destruidos, los

kilos de droga incautada, los muertos de la guerra entre pandillas y los extraditados hacia E. U.

Del poder de las narrativas oficiales

Mirada

No. 58 Mayo de 2012

18

María Paulina Rubiano [email protected]

Locura. Frenesí. Semejan a los miquitos de cuerda que hacen sonar con sus torpes manos sendos platillos. Sentados en sillas alargadas de madera clara, los feligreses chocan sus palmas sin ritmo alguno y crean un chaparrón audi-

tivo, una lluvia de fe olvidada, de ojos cerrados y oraciones mecánicamente repetidas. Detrás de los aplausos se oye un murmullo, voces que parecen recitando un conjuro, llaman a su salvador, le piden que les de dones, que los acoja en su gloria eterna.

De pie, una mujer vieja, con corte masculino y camisa floreada, toma una cabe-za de hombre entre sus manos. Con sus ojos cerrados pero como mirando hacia el cielo recita palabras. Cerca, un hombre hace lo mismo con una mujer, y otro, y otro. Son seis los que están de pie posando las manos del “Espíritu Santo” en quienes lo necesitan. Continúa el diluvio de aplausos, oraciones fervientes y ojos cerrados con fuerza. Frenesí. Locura.

La Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional tiene 850 iglesias en 40 países, incluido Colombia. En su sede de Envigado inaugurada en 2007, se hace el culto de alabanza los martes y los miércoles, días en los que alrededor de 750 per-sonas se reúnen para aplaudir a Dios durante dos horas continuas. Según su pastor, Edwin Osorio, sus miembros hacen esto buscando los dones espirituales concedidos por el Espíritu Santo a quienes obran de acuerdo con la doctrina y las enseñanzas de la Biblia.

Cuando la persona ya ha dado frutos espirituales, obtiene el don de la profecía, afirma él. “Usted está alabando a Dios y de un momento a otro le sale un mensaje que no es suyo, porque usted ha tenido un bautismo espiritual, que es hablar en len-guas angelicales”, explica este hombre de parpados caídos y dedos rollizos. “El mi-nisterio de la iglesia es la hermana María Luisa Piraquive”, quien la fundó en 1972 junto a su esposo Luis Eduardo Moreno, tras una promesa divina que le explicaba como su redil se expandiría por el mundo y lograría conseguir muchas almas.

Almas que consiguen a través “del don de la profecía, las visiones, los sueños, las revelaciones y el discernimiento”. Según José Leal, quien es uno de los dos predicado-res de apoyo de esta iglesia, “nosotros somos cristianos practicantes de la Biblia, pero lo que nos diferencia de otras religiones es la posibilidad de oír a Dios no como algo lejano, sino a través de profecías”. Profecías que se hacen todos los días de culto, es decir, de lunes a sábado. “Cuando Dios habla a través de uno, es algo que no se puede explicar”, dice Zoraya, miembro de esta comunidad.

Pero las profecías no son la única manera en las que Dios se manifiesta a los creyentes de esta Iglesia. Un jueves de enero a las siete de la noche y tras una tarde lluviosa, sus feligreses escuchan a una mujer delgada y de piel negra, con acento chocoano. Ella, de unos 30 años, narra que Dios la ha salvado en dos ocasiones de la muerte: una, en un hospital tras haber sido operada por unos fuertes dolores de cabeza, y otra, hacía pocos días, cuando trataba de dormir. Cuenta que en sus sueños Dios le habló: “El demonio ha intentado matarte, pero yo te he salvado porque has orado por misericordia”.

Las experiencias directas con Dios no son exclusivas de esta nueva iglesia, y las profecías y adivinaciones no son la única manera en la que el Padre se manifiesta a sus hijos. En Medellín y el Área Metropolitana, existen aproximadamente 110 igle-sias derivadas del protestantismo, con diferentes énfasis y medios para demostrarle al hombre la verdad sobre su creador. Hay más de 38 categorías en las que se las

pueden clasificar, según lo descrito en el trabajo Historia del pluralismo religioso, realizado en 2002 por el profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana, Carlos Arboleda Mora. Todas ellas, a pesar de tener sus orígenes teológicos en las reformas efectuadas por Martín Lutero en el Siglo XVI, no superan el siglo de fundación.

Temor a lo insondable“La religión es una neurosis colectiva”, afirma el psicoanalista Oscar Alfredo

Muñiz, docente titular de la Universidad Pontificia Bolivariana, quien dicta el curso de psicopatología en la Facultad de Psicología. El explica que es una respuesta del hombre ante lo insondable, lo desconocido. “El fenómeno religioso es una respuesta que encuentra en lo social el sujeto para dar cuenta de esa imposibilidad de saber todo sobre la verdad. El origen de las religiones se da en ese punto donde el sujeto se ve confrontado a la muerte, al origen de la vida, allí se construye un mito. Desde la perspectiva del psicoanálisis es imposible conocerlo todo, por lo cual siempre existi-rán estas formas de respuesta para dar cuenta de eso insondable.”

Además del temor a lo insondable, ¿a qué se debe esta multiplicación de centros espirituales en la segunda mitad del Siglo XX? Existen varios motivos. El primero, es que las condiciones que impone el Ministerio del Interior para otorgar la perso-nería jurídica son relativamente simples: presentar ante la Oficina Jurídica del Mi-nisterio la correspondiente petición acompañada de documentos fehacientes en los que conste su fundación o establecimiento en Colombia, así como su denominación y demás datos de identificación, los estatutos donde se señalen sus fines religiosos, régimen de funcionamiento, esquema de organización y órganos representativos con expresión de sus facultades y de sus requisitos para su válida designación.

Según un artículo publicado por El Tiempo el 22 de mayo de 2011, una de cada cuatro iglesias en Colombia es cristiana. Y otro motivo que podría explicar este aumento es el dado por Gary Collins, autor de más de 50 libros sobre cristianismo y graduado en el doctorado de psicología clínica en la Universidad Purdue, quién en su libro La Búsqueda del alma afirma que esto se debe a que la generación de los años 60 y los hijos de la Post guerra -hoy son quienes más se unen a estas iglesias- buscan una nueva espiritualidad que “involucre la búsqueda de iluminación y el contacto íntimo con lo sobrenatural”.

Oscar Muñiz explica que esta propagación de centros espirituales se debe a la falta actual de ideales universales. “El sujeto se encuentra ante la época que llaman post moderna, donde hay una falta de credibilidad en la ciencia que pretendía res-ponder con su saber a ese misterio del insondable, pero que ha fallado, y que al mis-mo tiempo ha minado la credibilidad sobre la religión. Surge una forma del discurso, el capitalismo, que ha ido cambiando el mundo. Ya no son los grandes ideales los que orientan a las personas, sino que el ser humano se ve motivado por el consumo. Los ideales se han multiplicado, ya hay millones, ya no existen las grandes masas universales. Nos encontramos con un sujeto con su deseo desorientado, que tiene dificultad para insertarse en el sistema del consumo, y que cuando se encuentran con un líder fuerte, por lo general con un estilo de discurso delirante, se enganchan a él, a lo que plantea, lo asume como propio, desaparece la angustia al encontrar una orientación radical. La multiplicación de sectas se debe a ese vacío que ha quedado de los universales”.

Es frecuente ver drogadictos, alcohólicos, desempleados o personas con proble-mas emocionales en las iglesias. Gabriel Jaime es uno de estos casos, Catalina Mora, su esposa, cuenta que lo conoció hace 20 años, en una cita a ciegas cuando ella aun

En cualquier barrio de Medellín se les puede ver.

Sus sedes son grandes garajes o viejas bodegas. Sillas de madera, sillas

de plástico, altares sencillos, muchos cánticos en frenesí, y mujeres de faldas largas y blusas

que todo lo cubren es lo que más caracteriza a las iglesias que cada vez más le hacen competencia a

los grandes templos de la religión católica.

Fotografías tomadas del sitio: webiglesia.com

Alabaré, alabaré

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

19era estudiante de Comunicación Social y Periodismo en la UPB. Un mes y medio después de este encuentro, la pareja ya estaba casada. Dos años más tarde, da a luz a su primera y única hija, Manuela. Pero en él había antecedentes, de venir de “una familia muy compleja que tenía historia de violencia intrafamiliar y de alcoholismo por parte de su padre” y la relación –duro 16 años- fue “supremamente difícil, era una persona con una vida bastante complicada, de mucha parranda, muchas muje-res, muy compleja...”.

Cambiar por DiosPero en 2010, en tan solo un mes, ‘El Gordo’, como le dice Catalina cariñosa-

mente, cambió completamente. Gabriel Jaime conoce a Adrián Villa, un pastor nor-teamericano quien lo lleva a numerosas iglesias cristianas. “Él comenzó a hablarle de la palabra, y ahí fue donde mi esposo empezó a encontrar ese acercamiento con Dios”. Su espiritualidad se convierte en una obsesión por ser perfecto, por que toda la palabra de Dios se vuelve la única guía en su vida. El hombre de vida desorgani-zada, parranda y mujeres, se convierte en un hombre que no maldice, no bebe y solo tiene ojos para las pilas de libros sobre demonología que compra en las ocho iglesias cristianas que visita.

De repente los demonios y las posesiones demoniacas se convierten en la expli-cación a todos los fenómenos de su vida. Ve en su compañera de 16 años un alma poseída por el diablo, ve en su hogar a Asrael, ente demoniaco femenino que repre-senta la lascivia, la promiscuidad y la violencia entre familia. Como esposo y padre, siente que su obligación es ser la guía espiritual del hogar, por lo que castiga a su hija si no asiste al culto, o invita al pastor para que lo asesore en la manera como la educa, como lleva su matrimonio y como maneja su vida familiar en general. “Es como si dejaras el forro de una persona y por dentro te ponen otro” dice Catalina, quien toma la decisión de ir a una psicóloga que la ayudara a afrontar estos cambios tan drásticos en su vida.

“Es una batalla campal que tú vives en ese proceso. Cuando quería obligar a mi hija a que fuera a esas iglesias, era una lucha y unas peleas impresionantes porque eso yo no lo permitía, mi concepto de Dios era diferente”, cuenta Catalina. Estas peleas y la imposibilidad de reconocer a su esposo en ese nuevo ser humano, terminan en una separación de siete meses de la pareja. Tras un año y medio de enajenamiento, Gabriel Jaime, con la ayuda de una asesora espiritual, “comienza a ver la Biblia con un sentido más realista”. Deja de asistir a estas iglesias y opta por practicar su fe en Hombres y Mujeres de Virtud, una fundación que se define como “no religiosa y encargada de enseñar los valores de Dios en la familia y la sociedad”. Hoy vive de nuevo con su esposo, quien a pesar de seguir siendo cristiano ya no lo practica de la forma obsesiva y destructiva de hace casi un año.

Pero no todas las historias terminan de esta manera. Catalina comenta que “es un proceso, ellos comienzan muy obsesivos pero después bajan un poco. A mi la psi-cóloga me explicó que hay quienes se quedan en ese proceso, y se quedan obsesivas en su religiosidad y enfermas para toda la vida”. Afirma el profesor Oscar Muñiz que “existe la idea de que el Yo es fuerte, pero no, el Yo es un poder débil de mala-ventura. Ya que elevando un objeto, por más estúpido que sea, a la función de ideal, captura a todos los Yo determinándolos, poniéndolos en una función de sometimiento a ese ideal”.

Amores a pruebaEs este el comportamiento de quienes aplauden frenéticamente durante horas,

de quienes cantan estrofas como “Santa Biblia para mí/ eres un tesoro aquí/ tú con-tienes la verdad/ la divina voluntad/ tú me dices lo que soy/ de quien vine y a quien voy” o de quienes, como Alejandra Ramírez, de 17 años, dan todo lo que tienen, abso-lutamente todo, como un sacrificio para obtener la gracia de Dios. Ella ha pasado su vida entre Chigorodó, pueblo de donde es su mamá y Medellín, donde actualmente vive y hace un preuniversitario en Formarte, con miras a estudiar Comunicación audiovisual y multimedial en la Universidad de Antioquia.

Alejandra asiste a La Iglesia Universal del Reino de Dios, IURD, o Cenáculo del Espíritu Santo, fundada en Brasil por Edir Macedo el 9 de julio de 1977. Esta iglesia también conocida como Centro de Ayuda Espiritual, tiene 129 sedes en toda Colombia. Cuatro se encuentran en Medellín, y otras tres en el resto de su Área Me-tropolitana. Cuenta con un culto diferente cada día (lunes: vigilia de las conquistas financieras; martes: tratamiento por la salud; miércoles: reunión del fortalecimiento interior; jueves: intercesión por la familia; viernes: concentración de fe y milagros,

sábado: casos imposibles y terapia del amor y domingo: día del derramamiento del Espíritu Santo) y con un programa televisivo llamado “Pare de sufrir” que se trasmi-te todos los días a las 11 de la mañana por el Canal Uno.

Ella conoció la iglesia por su abuela materna, Marina Cano, cuando tenía doce años. A esa edad, Alejandra ya había vivido tres años en Chigorodó junto a su abue-la, y todas las vacaciones, sin falta, la visitaba junto a su padre, su madre y su her-mana menor. En las vacaciones de diciembre de 2007, el divorcio de sus padres era inminente. Ni las sanaciones, ni las promesas, ni las plegarias podían evitarlo. Y esa situación, más la sanación de una enfermedad que tenía en las rodillas, hizo que se convirtiera en una ferviente sierva de su iglesia. En solo cuatro años pasó de ser una miembro a evangelista, luego a colaboradora hasta llegar a donde está hoy, que es ser “obrera”, el cargo máximo para las mujeres dentro de la jerarquía de esta iglesia. Para los hombres es ser pastor.

Contrario a lo que vivió Alejandra y su “santa” curación, en la familia de Fredy Chinola y Luz Dary Salazar, Dios no fue suficiente: Leidy, la hija de ambos, sufría una peritonitis gangrenosa. La madre, convertida a testigo de Jehová apenas un mes antes de la aparición de la enfermedad, se rehusaba a llevarla al médico. Afirmaba que Dios la sanaría a través de la oración y las promesas. Cuando el estado de la niña era grave, tras una fuerte discusión el padre la llevó a un centro de salud, la trataron y le curaron con éxito la enfermedad. Este es solo el primer roce que aparecería entre la pareja por la nueva ideología religiosa de Luz Dary.

Es en Manrique, barrio de obreros, vigilantes, mecánicos y empleadas domésti-cas, donde vive Freddy. Él se define como un “embolador profesional graduado de Harvard, con doctorado en un cien pies”. De 46 años, lleno de energía, de rápido hablar y ojos pequeños y rasgados - podría decirse que de tanto sonreír- cuenta que además de lustrador, ha sido mecánico, busero y vigilante, pero que prefiere el arte de lustrar porque le pagan bien –gana el mínimo-, tiene buenos horarios y se siente muy satisfecho con su trabajo. En este barrio conoció a Luz Dary Salazar, la madre de sus tres hijos, y con la ya no comparte intimidad.

Cuando Luz Dary conoció a los Testigos de Jehová, cambió su modo de pensar, de vestir y compartir la intimidad con su pareja. “Uno ve una mujer bien sensual con sus buenos bluyines, su buen peinadito, pero ya ella se pone esas mantas largas, el pelo descuidado, no se maquilla la cara entonces se ve toda demacrada, eso cambia mucho, ya que uno como pareja busca verla bien preciosa siempre”, dice Freddy. Este cambio en su apariencia y en su actitud hacia él, hizo que la relación se acabara ese mismo año.

Cerca al sector de Manrique donde vive Freddy, vive el papá de Alejandra, él, al igual que el resto de la familia, se opone a que su hija continúe en esta iglesia. “La Bi-blia dice que los primeros enemigos vienen de la casa. Ellos no aceptaban que yo sea obrera, que me la pase de la casa al estudio, del estudio al trabajo en un café internet y del trabajo a la iglesia”. A ella no le importa tener que dar lo poco que tiene para la “Campaña de Israel”, acto de entrega de todas las cosas materiales que se poseen para honrar a Dios y para que él luego los recompense.

Tampoco le importa que su iglesia sea tachada de oportunista y estafadora, por-que según dice “en todas las iglesias hay pastores o curas que se roban el diezmo”. Justifica desde su experiencia personal, los espectaculares actos de sanación. Parece en paz con sus creencias, y lo único que lamenta es que su familia “no conozca el poder de Dios en la vida de las personas. Ellos no saben lo que es el gozo de ser uno solo con el Espíritu Santo”.

¿Es Dios una excusa para borrar los miedos? Tal vez sea por eso que cientos de personas se reúnen los martes y los miércoles a aplaudir sin cesar ni un segundo. Tal vez por eso el aguacero dentro de un garaje pintado de blanco sea ajeno al olor a ba-reta que afuera intoxica el ambiente. Tal vez por eso todos le sonríen al joven de ca-bello y camisa amarilla claro oscuro que en la entrada de la iglesia les da la mano cordialmente, tal vez por eso ignoran lo extraño que se ve pegada en una cartelera el número de cuenta bancaria para consignar el diezmo. Sí, tal vez por eso el olor a papas fritas que se mezcla con bareta no inmute un solo rezo, una sola oración, ni una frase profética. Tal vez por eso prosigue la locura, el frenesí, la neurosis colectiva.

“Es una batalla campal que tú vives en ese proceso. Cuando quería obligar a mi hija a que fuera a esas iglesias, era una lucha y unas peleas impresionantes porque eso yo no lo

permitía, mi concepto de Dios era diferente”

Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, sede Envigado

Presencia en Colombia de la Iglesia del Cenáculo del Espíritu Santo. Extraído de la tesis de grado de Fredy Alberto Mosquera, tecnólogo en

Comunicación Social - Periodismo

No. 58 Mayo de 2012

20 En boga

Colombia es el nuevo paraíso de los contact center internacionales. Solo nos falta hablar más inglés para competir de tú a tú con India. El acento neutro, la ubicación geográfica y la mano de obra

barata son, entre otras, las razones para que las plataformas españolas tengan su sede aquí. Medellín es una de las ciudades más apetecidas. Una puesta al día en primera persona.

Laura Isabel Bueno Villada [email protected]

-Hola, soy Laura. ¿Cómo te puedo ayudar?Son las tres de la mañana en Colombia y estoy recibiendo la primera

llamada de mi turno que apenas comienza. A mi lado, decenas de otros más, igual que yo, acaban de llegar con un tinto en la mano y pocas horas de sueño para empezar este día con horario de España, pero en Colombia.

En la península Ibérica ya son las nueve de la mañana y el día transcurre activa-mente, así se ve reflejado en esta central que a esta hora comienza a tener su momen-to de mayor actividad. La diferencia horaria es de seis horas, de ahí que los turnos más frecuentes, comiencen entre la una y las cuatro de la mañana, hora colombiana.

-Sí, ¿podrías comunicarme con un español, por favor?-No tengo esa posibilidad en este momento. Dime qué necesitas.-Necesito a un español porque vosotros realmente no me servís para nada. Voy a

llamar hasta que me conteste un español y ya está, porque no quiero, no me da la gana de hablar con ustedes.

Y cuelga. Pero enseguida entra otra llamada y no hay tiempo siquiera para sentir rabia. Me consuelo sabiendo que las posibilidades de que un español le conteste son prácticamente nulas y que finalmente le tocará resignarse a que un latino le solucio-ne el problema. Nuevamente:

-Hola, soy Laura. ¿Cómo te puedo ayudar?-Hola, Laura. Mira, es que tengo un problema con mi móvil, es que no sé cómo enviar

un mensaje de esos con fotos. Y quiero mandarle una foto de mi nieto a mi hermana, pero no me va, no soy capaz.

Es Montserrat, una señora de más de 60 años que se ve impotente ante el avance de la tecnología, pero se niega a ser atropellada por ella. Está feliz de hablar con una colombiana, y lamenta no ser más joven para poder volver a este país “de gente amable, hermoso y encantador”. Encantadora como ella que me deja al teléfono 20 minutos contándome anécdotas de su viaje e invitándome a Madrid a tomarme un café en su compañía.

Así de extremas son las diferencias entre un cliente y otro, y de la misma manera cambia el estado emocional de los agentes. Recibiendo entre 80 y 100 llamadas al día, uno termina dándose cuenta de lo parecidos que en el fondo somos todos los seres humanos, indistintamente de nuestro lugar de procedencia. En todos los países hay personas amables y respetuosas, y también los hay groseros, tacaños, ladrones y mentirosos. No importa cuál sea el nivel de desarrollo de cada país, la humanidad es una condición que nos une.

En manos de tercerosPero, ¿qué es lo que hace que miles de jóvenes colombianos estemos contestando

llamadas de usuarios que se encuentran a miles de kilómetros de distancia? Este modelo de negocio se llama Outsourcing, un modelo que ha venido en crecimiento constante desde su creación, hace unos 30 años.

El outsourcing permite a las empresas poder enfocarse únicamente en lo que es la razón de ser de su negocio. Es lo que se conoce también como tercerización, en la que existen empresas especializadas en prestar ciertos servicios que la mayoría de em-presas de cualquier tipo necesitan, aunque no sean su actividad primordial. Es muy común aquí en Colombia con respecto a las actividades de limpieza y la seguridad. La mayoría de las empresas contratan los servicios de aseo con una empresa externa dedicada únicamente a eso, y lo mismo sucede con los trabajos de vigilancia.

Es una excelente estrategia para reducir costos. Las empresas confían labores secundarias a otras empresas y así, necesitarán menos personal y labores adminis-trativas; y todo su personal estará enfocado solamente a la razón de ser empresarial, aumentando en “eficacia y eficiencia”.

La proliferación de contact centers en algunos países americanos y asiáticos res-ponde a la aplicación de ese modelo de negocio. El tema de la atención al cliente, que es fundamental en cualquier empresa, se une a este auge de la tercerización. De esta manera, las grandes compañías que antes tenían sus propias plataformas para atender a los clientes, ahora buscan las que estén especializadas en este ramo. Se ahorran costos y energías.

India es el país con mayor número de contact center. Su potencial reside en que muchos allí dominan el inglés, y eso lo hace muy atractivo para las grandes empre-sas de Estados Unidos y de Inglaterra como GE Capital, British Airways, Amazon, American Express y E-Funds. La tierra de Gandhi genera más de dos millones de empleos en este sector, representándoles ingresos de 73.1 billones de dólares anuales.

En un país superpoblado y lleno de problemas sociales y pobreza extrema, este negocio es un paliativo. El trabajo de los centros de contacto está diseñado para per-sonas con instrucción media, no se requieren profesionales o expertos. Los agentes son, en su mayoría, jóvenes que apenas están haciendo sus estudios universitarios o que solo han pasado por el colegio. Una imagen que le dio la vuelta al mundo y que ilustra lo que allí sucede es la película ganadora de varios premios Óscar, ¿Quién quiere ser millonario?, en la que el protagonista es un joven indio, sin preparación ninguna, agente en uno de esos contact center.

Pero, para el público hispanohablante, India no es el mejor candidato; es ahí don-de aparece Latinoamérica en el escenario. Argentina empezó siendo el país de nues-tro continente con mayor número de contact center. Córdoba, ciudad de estudiantes por excelencia, se vio invadida de agentes, universitarios con necesidad de financiar su carrera. También se convirtió en una manera de generar empleo después de la crisis durante el gobierno de Menem. El negocio funcionó y llegaron más empresas a instalar sus centros de contacto en Argentina.

El asunto empezó a ser blanco de críticas y cuestionamientos. El modus operandi no convenció a muchos y no se hicieron esperar las discrepancias. En la central para la que yo trabajo, hay una argentina que vino a Colombia para hacer el montaje de esta plataforma. Ella fue agente en su país, y siempre me pregunté por qué allí se habría acabado la central para traérsela a Colombia.

Comencé a despejar mis dudas cuando hace poco conocí a otra argentina, una cordobesa que también fue agente. No puede creer que nosotros hagamos turnos de

Contactos de más allá

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

21

Los avances tecnológicos han anulado las

distancias físicas. A muchos, todavía les parece increíble que

les podamos contestar desde Colombia, si están llamando desde España a un número local. Los más sorprendidos son

los mismos colombianos, felices de hablar con un compatriota desde

una distancia tan considerable.

hasta 12 horas. Coty, así se llama, me contó que allí nunca podían trabajar más de seis horas y que, además, tenían dos días de descanso a la semana.

Ser agente, ¿trabajo para gente poco instruida?“‘Juventud, divino tesoro…’, sabias palabras las del poeta Rubén Darío. Esa edad

de la vida en la que se puede ingerir comida chatarra sin que el hígado todavía acu-se recibo. Épocas en las que las caravanas duran muchas horas (y hasta días) y no hay cansancio que pueda con ellas. Etapa en la que además, por muchas razones, se puede trabajar en un call center. En realidad, sólo siendo un pibe con escasas obliga-ciones se puede pensar en desarrollar esa actividad… Porque alcanza con repasar las condiciones laborales que imponen este tipo de empresas para darse cuenta que no hay cuerpo que aguante. Ni cabeza que lo resista”, escribe el periodista Miguel Ponce de León en un artículo titulado El perverso negocio de los call center.

-¿Me contestan en Colombia? Pero cómo puede ser eso, si parece que estás aquí al lado. Habiendo tanto paro en España y están dando empleo en otros países, ¡joder!... No lo digo por ti, que no tienes la culpa; pero vaya qué no debería ser así…

Los avances tecnológicos han anulado las distancias físicas. A muchos, todavía les parece increíble que les podamos contestar desde Colombia, si están llamando desde España a un número local. Los más sorprendidos son los mismos colombianos, felices de hablar con un compatriota desde una distancia tan considerable.

El outsourcing es sin duda un invento de la globalización, ese fenómeno tan dis-cutido que cada vez se hace más palpable en situaciones tan cotidianas como ésta, una llamada al servicio de atención al cliente de mi operador celular. El idioma es el mismo, pero las diferencias culturales son abismales y nos vemos obligados a un pro-ceso de culturización básico para poder comunicarnos eficientemente con los clientes españoles. Aunque parezca fácil, aprender a decir ‘móvil’, en lugar de ‘celular’, es un proceso que lleva tiempo y que modifica estructuras ya asimiladas. Entender qué cosa es cachondeo, ‘marear’ o ‘llevar de las narices’, es un proceso que se hace llamada tras llamada hasta que se vuelve cotidiano.

Parece un trabajo sencillo ese de contestar llamadas todo el día, pero nadie sabe lo que es hasta que lo vive en carne propia. Los agentes de contact center terminan siendo más que tele operadores, pues las situaciones que pueden presentarse son múltiples y cada una se convierte en un desafío. En una de las centrales españolas se recuerdan dos casos de llamadas complicadas y atípicas.

Uno, el de una mujer que llamó llorando a las tres de la mañana, hora de España. Se había acabado de accidentar en la carretera con su hermano, quien había muerto en el instante. Lo único que pedía era una recarga en su teléfono para poder llamar a su cuñada y darle la mala noticia.

Y el otro, una mujer llamó desesperada y asustada. Su esposo era un narcotrafi-cante y ella había llamado desde su celular para cambiar sus datos bancarios y evitar que el delincuente hiciera uso de ellos. Necesitaba evitar con urgencia que su esposo pudiera darse cuenta de que ella había hecho esa llamada, y era él, quien a través de Internet, revisaba el registro de todas sus llamadas. Hablaba en voz muy baja y repetía todo el tiempo “Si se da cuenta que yo llamé al banco, me va a matar. Por favor, no dejen que él lo vea”.

Una vez, cuando estaba empezando, recuerdo que tuve una llamada muy difícil. No sabía qué hacer y el cliente al otro lado de la línea ya se estaba desesperando. Alcé la mano buscando ayuda y uno de los jefes acudió en mi auxilio. Le dije: “Qué llama-da tan difícil, de verdad no tengo ni idea qué hacer. Es primera vez que me pasa”. El jefe, que se llama Alejandro y tiene mucha experiencia en esto de los contact center, me miró y me dijo: “Yo trabajé en Avianca y me tocó la llamada de una señora a la que se le perdió el cadáver del esposo. Eso sí es una llamada difícil”.

También están las llamadas divertidas, esas que por momentos nos hacen olvidar que estamos trabajando y nos sacan algunas risas: las de los clientes borrachos y las de los que creen que uno puede hacer milagros desde el teléfono. Cuando iba a pasar a un cliente a la encuesta de satisfacción, me dijo: “A ver si te califico bien o no. ¿Eres rubia o morena?”, y estalló una carcajada ronca. Yo me lo imaginé grande y con una barba espesa y negra, y un cigarrillo en la mano. Me puso un diez en la encuesta.

Y hay algunos, con menos vergüenza y mayores problemas, que llaman a mastur-barse mientras alguna de las operadoras les explica cualquier cosa. Siempre son los

mismos, terminamos por conocerlos y salir de la llamada rápidamente, para que no alcancen a llegar al punto máximo y tengan que volver a llamar. Si les contesta uno de los hombres, pues ya tendrán que seguir insistiendo.

Nunca será fácil ponerse en el lugar de otro, del que poco o nada se conoce, que vive en un país al que la mayoría de nosotros no ha ido, un país en el que existe una idea generalizada de superioridad, pues finalmente son Europa, el continente luz, y nosotros somos Latinoamérica, el continente pobre y subdesarrollado.

A todo esto, hay que sumarle las presiones que tenemos a nivel interno, los indi-cadores y las cifras por los que debemos responder. Es muy claro: o rindes o te vas. Debes cumplir con un tiempo de llamada, vender algunas ofertas, pasar a la encuesta con una meta de 8.6 sobre 10. Solo tienes dos descansos de 15 minutos absolutamente medidos en los que a duras penas alcanzas a masticar bien la comida…

Y sabes que en cualquier momento del día estarán escuchando tus llamadas, los supervisores pasan de un lado al otro, miran las pantallas, revisan indicadores, a veces esto parece la bolsa de Nueva York. Cualquier día pueden decirte que tienes que quedarte dos horas más del turno, no importa qué tengas que hacer luego del trabajo. Es más que contestar llamadas durante ocho horas consecutivas. Hay que tener también suficiente capacidad de argumentación para hablar con estos clientes, tener nociones básicas de pedagogía y explicar conceptos levemente complejos por teléfono, una alta dosis de paciencia, retentiva, memoria, agilidad manual y mental y, sobre todo, una garganta muy fina.

La nueva tierra prometidaCualquiera pensaría que nadie estaría dispuesto a trabajar en esas condiciones,

con horarios de trabajo tan extremos que implican cambios radicales en el modo de vida y las relaciones sociales. Pero el proyecto ha sido exitoso y la central cuenta con cientos de agentes de contact center que se han visto obligados a modificar su rutina para poder trabajar.

Medellín, Bogotá y Bucaramanga son las ciudades colombianas que tienen más centros de contacto dedicados a la atención de clientes de empresas españolas. Nues-tro país se ha convertido en el nuevo mejor candidato de ubicación de los contact center para hispanohablantes, españoles en su mayoría. Dicen que el trato amable y

cordial de los colombianos ha sido decisivo y ha calado bien entre los ibéricos. Pero no es la única razón. Hay que sumarle a esto asuntos que parecen triviales como la neutralidad del acento colombiano y la ubicación geográfica, la legislación laboral, la infraestructura y una mano de obra más barata.

Con lo que le pagan a un solo agente en Europa, aquí pagan tres: la diferencia puede justificar cualquier distancia cultural y espa-cial. Y es por eso que desde hace algunos años las plataformas europeas han venido migran-do a países latinoamericanos. En 2006, se es-tima que unos 40 mil puestos de trabajo en el viejo continente fueron llevados a países como Argentina y México.

Aunque en Colombia se atienden platafor-mas de empresas como IBM y HP, la mayoría de las empresas extranjeras que se atienden son españolas y un 85%, de empresas naciona-les. El crecimiento ha sido tan constante que a Colombia llegó la multinacional Teleperforman-ce, la más grande del mundo en la industria de los contact center y compró a TeleDatos, una empresa mediana que nació en Medellín y que sólo prestaba servicios a empresas colombianas.

No sólo se trata de contestar llamadas de operadores de telefonía móvil, que son los casos más comunes con empresas como Mo-vistar, Vodafone y Orange, empresas españolas que tienen sus plataformas de contact center en Colombia. Aunque parezca increíble, incluso es-tamos recibiendo pedidos de pizza a domicilio de España y vendiéndoles tarjetas de crédito.

Son un generador de empleo y esto lo de-muestran fácilmente las cifras. Según el in-forme de 2011 de la Asociación Colombiana de Contact Centers y BPO en el 2010, el sector generó 73 mil 630 empleos, mientras en el 2003 generaba 13 mil 628. En el 2010, las ventas del sector fueron de más de mil millones de pesos.

En un país donde el empleo no abunda, estas cifras son llamativas, aún más si se tiene en cuenta que la mayoría de agentes de con-tact center son jóvenes sin experiencia laboral, bachilleres o estudiantes universitarios, un sector de la población especialmente afectado por el desempleo. La apuesta del sector va en-focada ahora a poder competir también con la India, preparar agentes bilingües para atraer no solo a las empresas españolas.

Aunque las cifras parecen indicar ventajas para el país, vale la pena preguntarse si real-mente es un generador de empleo que tam-bién genere desarrollo en diferentes sentidos o si es un empleo conformista, que en lugar de obligarnos a hacer más inversión en edu-cación para estar más preparados, nos da la opción de aumentar las cifras de empleo aun-que las ausencias intelectuales sigan siendo las mismas. Trabajo sin educación, solamente nos perpetuaría en un punto medio incómodo en el que no seremos un país de desempleados, pero sí un país de medias tintas resignado a no ser un país de profesionales.

Semblanza

No. 58 Mayo de 2012

22

Rodolfo de la Vega, ‘Rody’, es uno de los 314 mil 423 argentinos que viven hoy con

algún tipo de discapacidad visual. Sin embargo, en su día a día se desmarca de

esa cifra y se convierte en un modelo para millones de personas con discapacidad

excluidas del sistema laboral.

Natalia Ortiz Suárez [email protected]

La poeta argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972) escribió, a comienzos de la década de los sesenta, que “la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”. Fue una rebelde. Miró la rosa desde todos los ángulos

posibles. Vio en ella lo que otros no vieron hasta que sus ojos se hicieron trizas unos años después, cansados de tanto mirar, de tantas formas, de tantos colores, de tanto sinsentido, de tanta oscuridad.

Otros ojos rebeldes se apagan poco a poco, como un lento atardecer. Pero no porque se hastíen de lo visto, sino porque ya no pueden ver la rosa en todo su esplen-dor. Ya no perciben la luz de la misma manera. Primero, aparecen una y otra vez los destellos luminosos; luego, llegan las sombras para imponerse. ¿La razón? La retina, esa fina membrana sensible a la luz situada en la parte posterior de los ojos, se ha desprendido de sus capas de soporte.

Son los mismos ojos almendrados, pequeños, color marrón que, hasta el año 2003, le permitieron a Rodolfo de la Vega grabar en su mente cada calle que pisó, admirar las fachadas frente a las que estuvo, contemplar con detalle los rostros de sus seres queridos, deleitarse con una obra de teatro, ver los partidos de su equipo Gimnasia y Esgrima de La Plata, apreciar las obras de arquitectos a los que admira y leer lo que pasara por sus manos. Porque Rody, como lo llaman quienes lo conocen, es un ávido lector.

Lo es, aunque desde hace nueve años sólo ve como algo más que sombras, lo que antes observaba con nitidez. Ahora tiene que recurrir a un juego de lupas para des-cifrar las diminutas letras de los libros, revistas, diarios y documentos que antes leía de un solo tirón. Ya no es la voz interna de su cerebro la que acompaña sus lecturas, sino una con acento español que puede seleccionar en Jaws 9.0, el software lector de pantalla que tiene instalado en la computadora de su oficina.

Rody, con un tono enérgico y algo cantarín, confiesa: “A mí la compu me cambió la vida. Porque imaginate que a vos lo que más te gusta es leer y llega alguien un día y te dice que ya no vas a poder leer más… Se te acaba el mundo. Pero gracias a la com-pu y a ese programa que tengo, puedo leer los diarios y los libros que me gustan…”.

Por eso, de lunes a viernes, sin falta, acude a su cita con ella y, de paso, con su trabajo. Su oficina se ha convertido en su segunda casa, en el lugar donde aprendió a moverse de una nueva forma por espacios y situaciones que para otros resultan cotidianos y fáciles de sortear. Ni siquiera la diabetes que lo aqueja logra persuadirlo de cumplir con sus responsabilidades.

Ver lo cotidianoEs una calurosa mañana de primavera y su nivel de azúcar en la sangre amanece

bajo. Su esposa va al volante y en el asiento trasero está su hija, lista para ir al cole-gio. Hablan de las noticias de los últimos días, de la economía del país en la época del menemismo, de las costumbres de los platenses, del sistema educativo. Pero en el tono de su voz se nota algo de fatiga. Su cabeza busca recostarse contra la ventana del auto, sus intervenciones son muy breves, se pasa constantemente las manos por el rostro como tratando de despejarse un poco. Despide a su hija con un tenue “Chao, Laurita” y, unos minutos después, seguro de que está próximo a llegar a su oficina, atiende las recomendaciones de su esposa que le pide medirse la glucemia y tomarse algo dulce para que se mejore. El auto se detiene, se quita el cinturón de seguridad y se baja mientras dice: “Nos vemos en la tarde, Julia”.

Camina hacia la puerta del edificio donde trabaja. La palpa un poco hasta dar exactamente con la cerradura. Introduce la llave, la gira una, dos veces. Cuando lo-gra estar adentro, camina por un pasillo con la seguridad de quien conoce el espacio en el que se mueve. Abre un par de puertas más y, finalmente, llega a una oficina de paredes blancas adornadas con fotos de niños sonrientes, donde todo está organizado de forma tal que siempre pueda encontrar lo que necesita.

El orden es primordial en su vida. “Es mi mecanismo de defensa para sobrevivir, para vivir”. De otra manera, tendría que andar tanteándolo todo o pidiéndole ayuda a los demás. Por eso, su maletín está lleno de compartimentos, cada uno de ellos des-tinado a un fin específico: bolígrafos en los más pequeños, carpetas y cuadernos en los más grandes, junto con el estuche del equipo para medirse la glucosa.

Su escritorio está bastante despejado. Nada de fotos ni flores ni ornamentos que puedan obstaculizar su desempeño. En su lugar, hay un cúmulo de hojas blancas su-jetas con un gancho, en las cuales, con un marcador, anota la hora de llegada “7:10 a.m.” y los pormenores del día. Es su diario, tiene su método particular para no olvi-dar ninguna actividad pendiente, incidente o dato relevante. Tiene a mano sus lupas: una convencional, grande, de mango negro, y otra pequeña, de color blanco con luz incorporada. El telefax está a su derecha de forma tal que él mismo pueda hacer y recibir llamadas. Y en caso de necesitarla, un pequeña lámpara en el costado derecho.

A unos pasos, en otra mesa un poco más reducida, está la computadora que ha hecho sus días mucho más llevaderos. Por eso, lo primero que hace al llegar es encen-derla. Mientras carga, abre las ventanas de todo el lugar para que se ventile. Busca la planilla de asistencia, la recorre con los dedos, escribe la fecha en el costado superior derecho y se la acerca a pocos milímetros de sus ojos para hallar la casilla en la que debe poner su firma. Le cuesta encontrarla, pero cuando distingue su nombre en la parte inferior, se inclina sobre la mesa y no duda en trazarla al lado.

El caso colombianoDe acuerdo con el último censo realizado en el 2005 por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), 2 millones 632 mil 255 personas padecen algún tipo de dis-

capacidad, lo que equivale al 6,4% de la población colombiana. De éstas, 1 millón 143 mil 992 personas tienen limitaciones para ver. La Ley 361 de 1997 o Ley de Discapacidad establece en su artículo 22 que “El Gobierno dentro de la política nacional de empleo adoptará las medidas pertinentes dirigidas a la creación

y fomento de las fuentes de trabajo para las personas con limitación (…). Igualmente el Gobierno establecerá programas de empleo protegido para aquellos casos en que la disminución padecida no permita la inserción al sistema competitivo”. Dicha Ley establece, además, que los empleadores que vinculen laboralmente personas con limitación pueden recibir exenciones tributarias.

De acuerdo con cifras presentadas por el Ministerio de Trabajo a finales de febrero de 2012, sólo el 13% de los discapacitados que están en condiciones de trabajar lo hacen efecti-vamente. El 54% de las empresas en Colombia han vinculado personas con discapacidad, el 84% de las personas con discapacidad que trabajan reciben menos de un salario mínimo y el 31,68% de la población con discapacidad no ha recibido ningún tipo de formación para el trabajo.

Fotografías: Manuel Cascallar

Ojos rebeldes

Rodolfo frente a su pc que le permite “leer” sin ver

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

23Una vez concluido el ritual de los prime-

ros minutos de la jornada, una taza de café bien dulce le permitirá recobrar las energías necesarias para continuar el día. “A la hora de prepararme un café, me lleva más tiempo que a los demás; pero puedo hacerlo sin pro-blemas”. Toma una jarra con agua y vierte algo de su contenido en una tetera eléctrica. La acciona y se acerca para verificar que el botón indicador de encendido esté rojo. Abre una alacena de la que toma un recipiente de vidrio. Lo agita en el aire, cerca de su oído izquierdo y, para salir de dudas, lo destapa y huele: sí, es café. Luego toma otro más pe-queño y lo remueve un poco, con la certeza de que esta vez es azúcar. Mientras el agua termina de calentar, vierte el azúcar en un pocillo verde. Introduce su dedo índice y ad-vierte que se ha excedido un poco al sentir que llega casi hasta su segunda falange.

Derecho al trabajoSentado nuevamente frente a su compu-

tadora, es hora de comenzar a trabajar. Rody hace parte de un escaso porcentaje de personas con discapacidad que gozan de este derecho en Argentina. La Ley 22.431 de 1981, mediante la cual se creó el Sistema de protección integral de las personas discapacitadas, establece en su artículo ocho que “el Estado Nacional, sus Organismos descentralizados o autárquicos, los entes públi-cos no estatales, las empresas del Estado y la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, están obligados a ocupar personas discapacitadas que reúnan condiciones de idoneidad para el cargo, en una proporción no inferior al cuatro por ciento de la totalidad de su personal”.

Pese a esto, organismos como la Red por los Derechos de las Personas con Dis-capacidad y la Comisión Nacional Asesora para la Integración de Personas con Dis-capacidad aseguran que, de los cerca de 2 millones 200 mil personas que viven hoy con algún tipo de discapacidad en Argentina, de acuerdo con la última Encuesta Nacional de Personas con Discapacidad 2002-2003, entre el 60 y el 90 por ciento no tienen trabajo.

Rody, es el coordinador del Programa de Gestión Integral del Riesgo en las Escue-las (GIRE), adscrito a la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires. Desde esta dependencia, trabaja en la prevención continua de los riesgos asociados tanto a la infraestructura escolar como a la higiene de la misma. Durante años ha hecho recomendaciones para la prevención de accidentes en talleres escolares y ha orientado la elaboración de planes de prevención y evacuación para los edificios educativos y cartillas para el manejo de virus, plagas, vidrios, calefacción y ventiladores, que son puestos a disposición de los coordinadores regionales e inspec-tores de la Dirección Provincial de Infraestructura Escolar, de los Consejeros Escola-res y de los docentes, con el fin de que cumplan un rol fundamental en la prevención.

Revisar el correo institucional es el siguiente paso en la lista de actividades del día. Se sienta frente al teclado, se pone los audífonos, busca las líneas en alto relieve de las letras guías F-J y digita su contraseña. A continuación, recuerda las combina-ciones de teclas que le permiten desplazarse por los íconos del escritorio de la compu. Uno, dos, tres… cuatro pulsaciones de las teclas direccionales derecha e izquierda lo llevan de su administrador de correo electrónico a su navegador de internet. El lector le traduce en sonidos el contenido textual de la pantalla, de los sitios web o de las opciones de un programa. Su experiencia virtual se convierte en una combinación de comandos ejecutados desde su teclado que le permiten no solo recibir los mensajes de su trabajo, sino también saber de los amigos que se encuentran lejos y estar al tanto de las principales noticias locales, nacionales e internacionales.

Hacia las ocho de la mañana empiezan a llegar sus compañeros de trabajo. Rody los siente antes de que crucen la puerta. Su oído se ha agudizado hasta el punto de reconocerlos por su forma de caminar, por sus movimientos, por su olor. Todos ten-drán que registrar su hora de llegada y de salida en la planilla que él ha dispuesto con el fin de contabilizar el número de horas que trabajan.

Tiene 12 personas a su cargo a las que asigna diferentes tareas a lo largo del día. Con ellos pone en práctica una historia que un amigo suyo, de padre italiano, le contó: “Cuando veía que no tenía nada que hacer, lo ponía a cavar huecos en la tierra. Y él llega-ba y le decía: ‘Papá, ya terminé. ¿Qué hago ahora?’; y su papá le respondía: ‘Ahora rellé-nalos de nuevo’. Él lo miraba desconcertado, pero se ponía a trabajar”. A veces, cuando no hay mucho para hacer, tiene que conver-tirse en ese papá e idearse alguna tarea para encomendarles. Les da su espacio y autono-mía para cumplirlas, su oficina siempre tie-ne las puertas abiertas para todos ellos. Es lugar de trabajo, pero también de reuniones, de mates, de risas, de camaradería.

Sobre todo con Laura, su secretaria. “Laurita es mis ojos. Trabaja conmigo hace cinco años y me ayuda con todo. ¿Y mis ojos cómo están hoy? ¿Lindos? Ah, ¿qué te pusis-te? ¿Una falda larga de colores, con una blu-sa blanca y unos zapatos del mismo color? Mirá vos, pero ¿no que no te gustaban las

faldas?”. Ella le recuerda las tareas pendientes, le lleva los documentos que tiene por firmar, se los lee, lo asiste indicándole cuánto marca el glucómetro y le facilita el pa-pel y el gel desinfectante para limpiarse la sangre de su dedo pinchado. Le pone más hojas en el escritorio para sus anotaciones, le contesta algunas llamadas y le marca los números telefónicos cuando él se lo pide, le compra los bizcochitos en la panadería de la esquina, le ceba los mates y le pregunta qué quiere para almorzar.

De la mano de un codoLa oficina está casi vacía. La mayoría de sus compañeros se ha despedido. Para

él, aún quedan unas cuantas tareas. Pero antes de continuar, es necesario medirse la glucemia: un cordel atado con fuerza alrededor de su dedo anular, un pinchazo, una gotita de sangre impregnada en un delgado y pequeño papel reactivo, unos segundos y el glucómetro marca 220 mg/dl. La cifra no lo alarma, cree que todo está bajo control. Se sienta nuevamente en la compu para revisar las cartas que ha redactado uno de sus compañeros, se pone sus audífonos y escucha atentamente línea tras línea. Vuelve sobre algunos fragmentos que le generan dudas y hace sugerencias para mejo-rarlos, hasta plasmar con claridad la idea que quiere transmitir. Las imprime, acerca su rostro a pocos milímetros del papel y traza su firma.

Rody no firma cualquier papel. Por su discapacidad, se ha encontrado con perso-nas que intentan hacerle trampas, que se burlan de él a sus espaldas y que piensan que es fácil engañarlo. Pero con los años ha logrado desarrollar eso que llama “meca-nismos de defensa” y que otros tildarían de sexto sentido. Aprendió a reconocer las intenciones de los demás a metros de distancia, las percibe en la voz, en el caminar, en los gestos, en el discurso. En caso de duda, acude a Laurita. Ella le presta sus ojos para ver eso que otros se empeñan en ocultarle. Después no habrá recriminaciones ni frases exaltadas; ese no es su estilo. De su boca sólo saldrán palabras para que el otro se cuestione por su forma de obrar.

Hacia las cuatro y media de la tarde, le dice adiós a su compu, organiza los pa-peles sobre el escritorio, pone una de sus lupas en uno de los bolsillos internos de su maletín, apagas las luces, se da vuelta como queriendo comprobar que todo esté en su lugar y se despide de los compañeros que aún permanecen allí.

Rody no sale solo a la calle. Siempre va con alguien dispuesto a prestarle su codo, preferiblemente el izquierdo, para guiarlo. “El codo es mi lugar preferido para tomar a las personas, porque siento que es más firme, no se mueve tanto como la mano y puedo sentir con más facilidad el movimiento del que me dirige”. La petición inicial para su lazarillo es que le anuncie cuando haya una acera por sortear. “Cuidado, Rody, bordillo, andén, rampa”, son las únicas palabras que necesita escuchar a lo lar-go del recorrido. Ante ellas, su cuerpo se frena, su pie se levanta con la rodilla flexio-nada y su paso es un poco más largo de lo habitual con el fin de sortear el obstáculo. Su mirada va siempre al frente, sus pasos son fuertes para no tropezar.

Es un conversador nato, le gusta contar historias propias o ajenas y explicar el por-qué de las cosas. Por eso, una caminata junto a él, por más larga que sea, se hace ligera. Con cada paso que da, va tejiendo un relato en el que se entremezclan la arquitectura, la política, la familia, las costumbres, el arte, el fútbol. Su oído permanece siempre aten-to para escuchar al otro y para percibir el sonido de las calles, las distintas voces que lo envuelven, los ruidos que pueden ser un signo de alarma.

En estos nueve años de constantes som-bras y destellos luminosos, Rodolfo de la Vega, Rody, ha descubierto que para ver no se necesitan solo los ojos. Es necesario abrir la mente, sentir, oler, escuchar y degustar lo que hay alrededor. Tener la capacidad de recrear el mundo con la imaginación, dibu-jarlo, colorearlo, ponerle música, fachadas, sonrisas. Deleitarse con un libro sin letras. Darle forma a las siluetas, ponerles un ros-tro. Convertir la oscuridad en un resplande-ciente atardecer, distinguir la luz que emer-ge de la rosa y dejarse herir una y otra vez por su belleza. Es necesario jugar a ser un poco Pizarnik, ser un aprendiz de poeta, es-tar dispuesto a que los ojos se hagan polvo, a que sean rebeldes y vean lo que otros no ven.

Agradecimientos: José BannonPor las vías bien trazadas de La Plata, transcurren los días de Rodolfo de la Vega

Desde la U24

Fue una inesperada tarde de miércoles. Cincuenta, sesenta, tal vez setenta encapuchados se apostaron en

tres de las cinco porterías de la ciudadela universitaria, atravesaron un microbús de la Universidad en

Barranquilla, y comenzó el jaleo. Papas bomba, caos en las calles, gases, caos adentro. Era difícil estar, era difícil salir. Un agente del Esmad perdió una pierna.

En cada uno de los que padeció esos momentos también quedo una huella. Cuatro miradas.

Redacción De La Urbe [email protected]

1.Desde la licoreraPor acá eso empezó alrededor de la 1 de la tarde. Había estudiantes por

montones, era miércoles pero había mucha gente tomando ahí en las aceras y de repente empezó… Se escuchó que comenzaron a tirar papas y llegó el Esmad. Se pararon cinco policías, allí en la esquina del local y desalojaron la zona. Nosotros lo que hacemos siempre en esos casos es cerrar el negocio y a esperar mientras pasa o si vemos que está muy grave nos vamos. Ese día, decidimos irnos mejor porque estaba durísimo y volvimos a abrir a las 3 pero empezaron nuevamente las confrontacio-nes entre el Esmad y un montón de muchachos. Eso estaba muy fuerte. Se tiraban piedras, gases; una tanqueta se parqueó al frente y la gente corría o se quedaba lan-zando cosas. Era muy impresionante porque se tiraban gases contra el edificio nuevo, ese de Ruta N. También llegaron muchos antimotines, nunca había visto tantos, y tampoco se habían acercado por estos lados. Un día normalmente, en la tarde, entre las 3 y las 6, nosotros vendemos entre 600 y 700 mil pesos, pero ya ve, ese día por los gases y todo, tocó cerrar y pues siempre se pierde mucha plata.

2.Desde el EsmadTodavía olía a pólvora. En medio de la oscuridad nos tocó buscar más cilindros,

de los de los extintores, que los están usando como bombas. Como minas. Ese día fue como una guerra. El tropel empezó como a las dos de la tarde. Pensé que era lo normal, una gente tirando petardos en la puerta de Barranquilla, pero no. Había un carro atravesado, tiraban bombas muy poderosas, no era el mismo tropel de siempre, se movían como una escuadra, muy coordinados.

La cosa se puso fea cuando Rincón cayó herido. Le explotaron un cilindro y le volaron la pierna. A mí me dio más rabia que susto. Él, apenas de 26 años, con una familia bonita… Y no querían dejar entrar la ambulancia. Y lo peor: ¡se burlaban! No entiendo. ¿Qué piensa usted? Yo a veces me despierto pensando en él. Encontramos un explosivo grande y tocó detonarlo. Había que barrer la Universidad porque la abrían al otro día. Encontramos trincheras en los salones, con propaganda, explosi-vos, botellas, químicos, ropa abandonada, armamento artesanal, ácido muriático y mucha metralla. Todo estaba por ahí, escondido entre las matas, en salones, canecas de basura. Yo pensé que tal vez hasta podía haber por ahí alguna persona camuflada, por los lados del río, o por el Parque Norte, o en los edificios del frente.Dicen que a Rincón la pierna se la voló la metralla de un cilindro, como una mina. Está inválido, y ‘tocao’. ¡Es que se vuela cualquiera! Mi general nos alentó pero todos pensábamos en Rincón y la familia. Él que era todo alegre ¿ya qué va a pasar con él? Está mal. Nada le devuelve la pierna y quién sabe si recobra la mente.

3. Desde la vigilanciaA uno siempre lo cogen de quieto y lo único que se puede hacer es recoger las

cosas rápido, encerrarlas y correr para donde no estén tirando papas ni gases, a veces nos quedamos por aquí cerquita mirando a ver qué pasa, pero cuando se pone muy pesado sí nos toca salir para la oficina. Ese día los capuchos solamente dañaron un teléfono pero cogieron de quieto al man de la buseta de Agrarias y le dijeron que se atravesara en la portería, me imagino que la parquearon ahí para que la tanqueta no se metiera. Ese muchacho estaba temblando, demás que pensó que la iban a quemar, casi que no se puede ir y eso que la cosa por este lado ya estaba calmada.

4.Desde el regresoPasó casi un año antes de que pudiera volver a mi Alma Máter. Estuve por fuera

de ella debido a un intercambio académico. Regresé como una primípara, quería ver de nuevo la fuente, el verde de sus árboles, sentarme en sus corredores, caminar por los pasillos de mi facultad y reencontrarme con mis amigos. Pero no pude ni cruzar la puerta. Tan pronto llegué a la estación Universidad hacia la 1:30 de la tarde, me encontré con el sonido estridente de las papas bombas, que ese día se me hizo más intenso de lo que creía recordar. La curiosidad y la incredulidad frente a lo que veía hicieron que me quedara. Quería ver la reacción de la gente, la respuesta del Esmad, los movimientos de los capuchos, saber cuál era el motivo de los disturbios, esperar el momento en que terminara todo y me dejaran entrar por fin a mi U. Sin embargo, me quedaría con las ganas. Mi cuerpo seguía contrayéndose con cada explosión; llegaron los gases y no pude evitar las lágrimas, el ardor en la garganta; corrí de un lado a otro para evitar ser arrollada por la multitud. Al final, pensé que mi perma-nencia allí era una forma de alentar a los que usan las vías de hecho en nombre de una supuesta defensa de la universidad pública. Dejé de correr y caminé lentamente hasta encontrar la única entrada de la estación Universidad que hacia las cuatro de la tarde permanecía entreabierta y custodiada por policía y vigilancia privada. Tomé el Metro y miré desde las alturas el campus pensando que mi primer día de regreso en la U tendría que esperar.

Fotografías: Hugo Villegas

Aquel abril 18