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Ligero Equipaje en el país de los pañuelos Isabel Gallo

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En Ligero Equipaje en el país de los pañuelos, Isabel Gallo nos desvela la realidad de un país, Irán, que en el mundo occidental tenemos estereotipado y fálsamente reconocido, pues como dice la autora:La sonrisa de sus gentes, la calidad y el respeto de su trato y la generosidad, unida al apoyo incondicional, prevalecen sobre toda ideología religiosa o política.

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Ligero Equipaje en el país de los pañuelos

Isabel Gallo

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Isabel Gallo (Barcelona 1955) Cursó estudios de Cien-cias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona y de Marketing en E.A.D.A. A los 22 años emprendió con su marido su primera aventura vivien-do durante algún tiempo en el norte de África, des-de entonces su pasión por conocer diferentes culturas y más tarde su afición por participar en raids de 4x4 los ha convertido en una pareja de inagotables trotamundos. Autora de Pachamama en el que narra su experiencia en Perú, ahora con Ligero Equi-paje en el país de los pañuelos nos muestra la actualidad de la sociedad de Irán, cada vez más alejada de los tópicos por la que se conoce.

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Ligero Equipaje en el país

de los pañuelos

Isabel Gallo

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A todos los que luchan para que la libertad

sea algo más que un sueño.

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© De los textos y fotografías: Isabel Gallo

© Diseño de cubierta: Isabel Gallo

Edita:

pasionporloslibros

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pasionporloslibroswww.pasionporloslibros.es

ISBN: 978-84-15344-10-0

DL: V- -2011

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmi-tida en modo alguno sin permiso previo y por escrito de la autora.

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Índice

Cronología de Persia-Irán ........................................................ 10

Primeros días en Teherán. Agosto 2005 ................................. 13

Shirin .......................................................................................... 17

Tarjeta de crédito ...................................................................... 23

Aladino ....................................................................................... 29

Lazarillos en un bazar .............................................................. 39

El horno de Irán ......................................................................... 43

Un chador de estar por casa .................................................... 49

La Perla de Persia y el comerciante de alfombras ................ 57

Cosas del chiismo ...................................................................... 65

El Imperio Olvidado ................................................................. 71

Trayecto de infarto .................................................................... 79

Elecciones 2009 ......................................................................... 83

Tiempo de revolución ............................................................... 89

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He consolidado con versos un alto palacio

Que no será derribado por lluvias ni tormentas

Mucho me he esforzado en estos treinta años

Pues he revivido el persa con la lengua persa

No moriré pues desde ahora viviré por siempre

Pues he diseminado, de la palabra la simiente.

Abul QAsem Ferdousi

Del libro de los Reyes (siglo X)

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Cronología de Persia-Irán

3200 a 2800 AC: Desarrollo de la civilización elamita.

2800 AC: Sumerios.

2300 AC: Acadios.

1100 AC: Fin dinastía elamita.

844 AC a 836 AC: Llegada de tribus indoarias o arias: Medas y Persas.

728 AC- 550 AC: Imperio Meda.

550 AC: Fundación Imperio Persa.

550 AC- 331 AC: Dinastía Aqueménida.

331 AC: Alejandro Magno somete a los persas y destruye la ciudad de Persépolis.

331 AC- 224 DC: Seleúcidas y partos.

224 - 651: Dinastía Sasánida.

661: Invasión árabe y dominio islámico.

867 a 903: Dinastía Safárida.

945 a 999: Dinastía Samánida.

1037 a 1157: Invasión de los turcos selyúcidas.

1219 a 1227: Invasión mongola de Genghis Kan.

1501 a 1736: Dinastía Safávida. El chiismo es declarado religión oficial.

1779 a 1925: Dinastía Qajar.

1909: Anglo-Iranian Oil Company.

1925: Inicio de la Dinastía Pahlevi.

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1935: Persia adopta el nombre de Irán.

1941 a 1979: Mohamed Reza Pahlevi (el último sha).

1979: Revolución islámica, proclamación de la República Islámica de Irán con Rohollah Jomeini como líder espiritual.

1980- 1988: Guerra Irán- Irak.

1989: Muerte del ayatolá Jomeini.

Desde 1989: Alí Jamenei es el líder espiritual Supremo de Irán.

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Primeros días en Teherán

Agosto 2005

Pañuelos cuadrados, rectangulares, en punta, de vivos o sobrios colores, de algodón, de poliéster o de seda. Se diría que estába-mos ante un despliegue de pase de modelos, pero la realidad obedecía a la imposición islámica en cuanto a la manera de ves-tir de la mujer que debía cubrirse por entero, a excepción de manos y cara, en el mejor de los casos.

Los 37 grados que caldeaban Teherán no eran excusa para no colocarse encima de la ropa veraniega, gabardinas, levitas o túnicas, convirtiendo el interior del avión en un enorme came-rino, donde los cuerpos femeninos se transformaban en neutras crisálidas. Requisito que exigía Irán, además del visado; insig-nificancias protocolarias en comparación con la extrema riguro-sidad de la década de los ochenta, tras la Revolución Islámica de 1979 protagonizada por el ayatolá Jomeini.

Por lo que a mí respectaba, casi me alegraba este nuevo atuendo. Iba ligera de equipaje, mi ajuar se reducía a un par de largas túnicas, un par de anchos pantalones y otro par de los indispensables pañuelos. Bien mirado, era una suerte ol-vidarse de qué ponerse cada día, además de las ventajas que supone viajar con una pequeña maleta; como no tener que pa-sar por los trámites, riesgos y retrasos de la facturación y la comodidad de transportarla. Sin embargo, al pisar suelo iraní, el bulto de nuestras pertenencias, las de mi marido y mías, aumentó considerablemente. Los primeros 200 euros que aca-bábamos de cambiar en la oficina bancaria del aeropuerto, se multiplicaron en más de dos millones de riales. Con más peso y la tranquilidad de sabernos millonarios salimos del recinto, dispuestos a aventurarnos en un país que manifiesta su his-

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toria a través de su cultura milenaria y un amplio abanico de auténticas joyas de arte.

En esos primeros días del mes de agosto del 2005, concluidas las últimas votaciones populares, se procedía a la investidura de Mahmud Ahmadineyad, nuevo presidente de la República Islámica de Irán. Un candidato sin demasiadas posibilidades de éxito pero que en la segunda vuelta, gracias al apoyo del líder supremo Jamenei, venció al favorito Rafsanyani, conservador moderado y precursor del reformismo en el país.

Ahmadineyad era el primer mandatario que desde la revolu-ción no era clérigo. Se le tachaba de ultraconservador y estaba considerado –por los más reformistas– como una amenaza al aperturismo y a las pequeñas libertades que desde 1997 con su predecesor, el ayatolá Jatami, se habían ido consiguiendo.

Expresiones que estaban reflejadas en las calles de Teherán, donde se mezclaban los negros chadores con los decorosos atuendos occidentalizados de las jóvenes más atrevidas. Los ba-zares, esos laberintos bulliciosos que cobijan bajo sus bóvedas el exotismo y la magia, se alternaban con modernos y funcionales centros comerciales, situados en amplias avenidas jalonadas de edificios de arquitectura vanguardista. La separación de sexos en los autobuses, delante los hombres y en la parte trasera las mujeres, a un incipiente contacto entre ellos en los lugares pú-blicos. La incorporación de la mujer en el mundo laboral, inclu-so político, pero dependiente del marido para viajar o en marca-da diferencia en cuanto al divorcio o la custodia de los hijos. Las Madrazas, escuelas teológicas islámicas y las universidades. La llamada a la oración desde los minaretes y la música rap en el reproductor de cd de los coches. El chiismo e internet.

Y es que Irán es un país de contrastes. Altas temperaturas en verano que superan los cuarenta grados y mínimas en in-vierno que alcanzan, en algunas zonas, los veinticinco grados bajo cero. Cumbres que rozan el cielo sobrepasando los 5000 metros de altitud e inmensas llanuras. Verdes valles e inhós-pitos desiertos.

Pero si buscamos una constante, también la hay, y es en la

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cosmopolita capital, Teherán, donde adquiere la puntuación ex-celsa, que con más de doce millones de habitantes y otro tanto de vehículos motorizados, garantiza el caos en las vías de co-municación, único lugar exento de leyes y códigos de conducta.

Conducen en contra dirección, no respetan los pasos peato-nales y giran donde les viene en gana. Durante la noche la si-tuación empeora, muchos conductores prescinden de las luces, principalmente los motoristas. Atravesar cualquier calle exige, además de una inmejorable forma física, rapidez de reflejos. Yo aún suponiéndome suficientemente entrenada y dotada, en va-rias ocasiones, estuve a punto de ser atropellada. La compen-sación a tanto agravio es que cualquiera de las ciudades cuenta con gran cantidad de espacios para reponerse del frenético rit-mo cardíaco y el asfixiante calor de los meses de verano. Los parques y jardines con fuentes, estanques y árboles centenarios, suponen un remanso de paz. Al atardecer, la mullida hierba se tapiza con alfombras, sobre las que se reúnen las familias en torno a la cena fría y el té hirviente.

Mas retomando el viaje, planificado por nosotros mismos, intentando no dejar demasiados cabos sueltos, con cantidad de información recogida y cierta experiencia mundana, nos iba a deparar más sorpresas de las que cabía esperar.

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Shirin

Después de dos días de toma de contacto en Teherán, pernoc-tando en un hotel que, lo mismo que los vuelos internos, ya teníamos pagados y reservados desde Barcelona. Volábamos de nuevo en un avión de la compañía aérea Irán Air, hasta Tabriz, capital de la provincia de Azerbaiyán y la ciudad más impor-tante del noroeste de Irán, gracias al desarrollo industrial, tec-nológico y logístico, dada su proximidad y buena comunicación con Europa y Asia, a través del paso natural que conduce a la vecina Turquía.

Hace años, la instalación en sus alrededores de todo tipo de fábricas atrajo a muchas personas en busca de empleo, por lo que hoy en día es una de las ciudades más pobladas del país, con cerca de dos millones de habitantes, aún así, en compara-ción con la densidad demográfica de Teherán, nos pareció una ciudad muy tranquila. Empezamos la visita por el parque Elgo-li, situado en el extremo sureste de la urbe, 50 hectáreas con zo-nas ajardinadas que abarcan una colina y un lago. Un lugar que la gente aprovecha para practicar remo, bicicleta y juegos de pelota. Nosotros, fieles a nuestras costumbres, nos dedicamos durante dos horas a caminar por los senderos de la montaña.

Una empleada en la administración del hotel que ocupá-bamos, se ofreció, acompañada de su marido que tenía coche, para hacernos de guía. En raras ocasiones recurrimos al servicio de guías turísticos, pero la posibilidad de pasar la tarde con una pareja iraní era una buena expectativa. Esperaba encontrar si no explicaciones, un atisbo de entendimiento en unas relaciones tan diferentes a las nuestras, basadas en la igualdad y la liber-tad entre sexos. Entrever cómo se desenvolvían ya merecía la cantidad acordada por su servicio. Por otro lado, irrisoria para nosotros, el equivalente a diez euros.

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Shirin tenía veinticuatro años, su pequeña talla le hacía pa-recer más joven, iba vestida con tejanos, una levita azul cobalto hasta las rodillas, zapatillas deportivas blancas y una especie de toga monjil azul celeste que le cubría totalmente la cabeza, el cuello y el pecho. Mahdi, su esposo, tenía tres años más, era alto y delgado, de pelo castaño y ojos marrones. Llevaba una camisa blanca de manga larga por dentro de unos pantalones tejanos y las mismas deportivas que su mujer. Hacía dos años que estaban casados, acababan de comprar un piso pequeño de dos habitaciones, mediante un crédito bancario y la aportación económica de esta actividad extra les ayudaba a soportarlo con más holgura.

A media tarde ya habíamos visto los monumentos y reli-quias más importantes de Tabriz. La mezquita Azul construida en 1474, llamada “Turquesa del Islam”, se consideró una de las más bellas de mundo, pero un terremoto destruyó gran parte de su estructura. En las paredes de la fachada aún se aprecia-ban restos de la cerámica azul turquesa que la hizo famosa. Nos movimos entre andamios y vallas que impedían el paso a las zonas que estaban reconstruyendo, la nueva cúpula destacaba radiante, estaba totalmente acabada.

En el barrio armenio, delante de la catedral armenia y tras haber reparado en otras iglesias dedicadas al culto cristiano, no pude reprimir mi curiosidad y les pregunté cuál era su religión. –A pesar de la oficialidad del islam en Irán, una minoría rin-de culto a otras religiones–. Me contestaron que pertenecían, como la mayoría de iraníes, a la rama chiita del islam, pero no solían frecuentar demasiado la mezquita; les preocupaba más el trabajo y su trayectoria profesional, que alimentaban con continuados estudios. Cuando abordé el tema de los niños, la respuesta de que no entraban en sus planes a corto plazo, vino a corroborar las estadísticas de 1,7 hijos por pareja en Irán. Nos dijeron que esta nueva forma de afrontar la vida y la laxitud religiosa, era compartida por la mayoría de sus amigos, parejas de su misma edad.

Mi marido y yo estábamos un tanto aburridos de mirar la reseña histórica expuesta en las vitrinas del museo Azerbaiyán

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Este, que abarca desde la Prehistoria hasta el siglo XVIII, ante la poca atención que prestábamos, nos advirtieron que se trataba de uno de los mejores museos del país. Un texto en arameo, de la época de Jesucristo, fue lo único por lo que nos sentimos in-teresados, pero no constaba la traducción a ningún otro idioma. Llevábamos encima desde que habíamos aterrizado en Irán, demasiados museos, palacios y mezquitas. ¡Necesitábamos un paréntesis!

En la zona moderna y más burguesa de la ciudad nos invita-ron a tomar un refresco, fue imposible hacerlo al revés, éramos sus huéspedes.

Empezaba a declinar el día, mientras, la iluminación eléc-trica se apoderaba de las calles. A los cuatro nos apetecía pa-sear aprovechando que la temperatura había descendido unos grados. La gente andaba despreocupada mirando los escapa-rates de las tiendas. La acera central de la avenida principal, semejante a una rambla, era el lugar de encuentro de jóvenes y adolescentes. Las muchachas caminaban en una dirección y los chicos en la opuesta. Cuando se cruzaban, las miradas que se regalaban estaban cargadas de embeleso. Se trataba de una ce-remonia sin fin, llegaban al final de la rambla y daban la vuelta para volverse a encontrar. En algún momento se detenían y cru-zaban unas pocas palabras, incluso se intercambiaban papelitos con el número de sus móviles, después empezaban a sonar las llamadas de varios teléfonos a la vez, que atendían entre risas y sin detener el paso.

De pronto, Shirin me sacó de mi embobamiento al que el cu-rioso cortejo me tenía sumida. –Esas muchachas parecen más turistas que tú ¿Te has fijado cómo van? Es deplorable. No ha-cen otra cosa que provocar.

Yo ya había observado en Teherán, la ciudad con más traza occidental de Irán, que la moda no tiene fronteras y que la ju-ventud se deja llevar por las tendencias del momento. Así que los pantalones pirata, un poco por encima de los tobillos, los tejanos campana y las chaquetas ceñidas tipo sahariana en ver-sión islámica, también eran el uniforme preferido de las mu-

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chachas menos conservadoras. Por supuesto que no me parecía provocadora su manera de vestir, y si algunas llevaban la cara excesivamente maquillada y los pies sobre sandalias con plata-formas, comprendía que realzaran lo poco visible de su cuerpo, aunque prefería pensar que esa manifestación no sólo respon-diera a la coquetería propiamente femenina, sino a un compor-tamiento rebelde ante las imposiciones de un régimen opresivo, en donde el desarrollo natural de las personas estaba censurado y castigado.

Me llevé una gran desilusión. Shirin era universitaria, habla-ba farsi, inglés y francés. Había decidido por sí misma su forma de vida dentro de los márgenes establecidos. Pensaba que era menos conservadora.

Para quitar un poco de hierro al asunto, sonreí abiertamente, no dejaba de tener gracia lo que había dicho de mí.

–¿Así que después del esmero que he puesto en intentar pasar desapercibida, resulta que llevo puesta la etiqueta de turista?

–No, sí, bueno, vas correcta, pero… algo se nota. Este traje es diferente –dijo señalando el bordado de colores que rodeaba el cuello y los bajos de mi túnica negra–. Además, tu pelo asoma demasiado por delante.

–Vaya, eso no lo puedo controlar. Por cierto, me has de ex-plicar la técnica para que el pañuelo no se me resbale cada dos por tres, me paso el día pendiente de él–. Le contesté tirando del pañuelo hacia delante, pero pensando que ya estaba harta de ir tan “correcta” y que ojalá supiera colocármelo con la gra-cia y el estilo con que lo llevaban esas jóvenes que pasaban por nuestro lado. También algunas lo llevaban un poco hacia atrás, dejando ver el nacimiento del pelo teñido de rubio, de caoba o con mechas claras.

–Es falta de práctica, puedes sujetarlo con clips. Yo siempre llevo esto, –me dijo señalando la toga–. Es lo más cómodo, que-da ajustado sobre la cabeza, jamás se desplaza aunque camines rápido o te muevas bruscamente.

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Seguramente a Shirin no le faltaba razón y era una prenda muy práctica, pero le enmarcaba demasiado la cara resaltán-dole la nariz prominente, tan característica en muchos iraníes. Bajo los pañuelos las facciones se hacen más evidentes, de ahí la cantidad de mujeres que habíamos visto con la nariz recién operada y cubierta por emplastos. La rinoplastia es la cirugía de estética más frecuente en Irán, me extrañaba que no estuviera prohibida. Me abstuve de comentárselo, hubiera sido de mal gusto.

Era ya muy tarde cuando nos dejaron en el hotel. Mientras cenábamos, Ricardo me comentó: –¿Te has fijado en Mahdi?, parecía un corderillo acatando órdenes de su mujer. Esa chica es de armas tomar–. Le respondí con una amplia sonrisa… es-taba claro que Shirin iba por buen camino, a pesar del arraigo a ciertos tabúes, había derrumbado alguna barrera en el camino hacia la libertad.

Evidentemente algo estaba cambiando en esa sociedad.

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El monte Sahand, de 3.722 metros de altitud, domina el va-lle de Tabriz. Cincuenta kilómetros de carretera y pistas pol-vorientas nos llevaron a sus estribaciones, donde se asienta un típico pueblecito llamado Kandovan. Sus habitantes ocupan viviendas trogloditas, unidas entre sí por estrechos corredores subterráneos. Estas curiosas construcciones son la explicación al riguroso clima de la provincia: inviernos terriblemente fríos, con temperaturas de 20 y 25 grados bajo cero y veranos muy calurosos.

Los 300 kilómetros al oeste que nos separaban del lago Ur-mia suponían dos días de trasiego, uno de ida y otro para volver a Tabriz. Cuando el tiempo es limitado, siempre quedan lugares pendientes, a pesar de lo especialmente interesante que resulta este punto para comprender la orografía del país.

El lago ubicado en una grandiosa depresión del terreno mon-tañoso que arranca en los países limítrofes, ocupa 5.200 kilóme-tros cuadrados de extensión y dieciséis metros de profundidad en su parte más honda. A partir de esta gran concentración de agua salada, el macizo toma caminos diferentes, que dan nom-bres a las dos cordilleras de Irán: los Montes Zagros, que des-cienden hasta el Golfo Pérsico en el sureste y los Montes Elburz, que en forma de arco discurren hacia el este para recorrer la costa del Mar Caspio, hacia donde en breve íbamos a dirigir nuestros pasos.

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Tarjeta de crédito

Las empresas de transporte público se encontraban en la ter-minal de la zona sur de Tabriz. Desayunamos temprano ya que según nos habían dicho, a las nueve de la mañana salía un autobús hacia Ardebil, ciudad a medio camino del Cas-pio. Busqué a Shirin para despedirme, pero la oficina estaba desierta, nos dijeron que era su día de fiesta. Así que le deja-mos un mensaje agradeciendo su grata compañía. Me hubie-ra gustado escribirle que luchara contra los vetos que mer-maban su libertad, pero era demasiado arriesgado, si alguien lo leía podía acarrearme problemas y estábamos al comienzo de nuestro viaje.

En el moderno hotel los turistas brillaban por su ausencia, puesto que Tabriz queda muy apartado de las rutas tradicio-nales, sin embargo, acogía a un nutrido número de hombres de negocios, pegadas sus orejas a sus respectivos teléfonos móvi-les y sentados frente a sus ordenadores portátiles, desplegados sobre las mesitas del salón. Irán no dejaba de sorprenderme, estaba resultando un lugar muy distinto de mi idea preconce-bida. No cabía la menor duda que nos hallábamos en un país desarrollado.

Aquella mañana, Ricardo y yo nos sentíamos especialmente dichosos. La perfecta dinámica de los días y las expectativas de viajar, mezclándonos con la gente, nos tenía entusiasmados. A la hora de cancelar la cuenta del hotel, nuestra buena racha empezó a declinar. No aceptaban tarjetas de crédito y según la información de la recepcionista: “en ningún hotel de Irán, por más de cinco estrellas que ostentase.” De nada sirvió hablar con el director del establecimiento, sólo nos tranquilizó la seguridad con que dijo que en los bancos no tendríamos problemas para