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LA VEJEZ Y LA LONGEVIDAD HUMANA

SUMARIO

Proyecto de la Ciencia referente a la vejez y a la longevidad humana; — Situación general de la vejez en los países civilizados; — La vitalidad en el último siglo; — Casos notables de longevidad; — Límite natural de la existen-cia del hombre; — Conservación de las facultades y de la aptitud para el tra-bajo en edad avanzada; — Persistencia de la facultad genital; — Edad crítica del hombre; — Aparecimiento de una tercera dentición; — Condiciones que influyen en la longevidad : el sexo, las circunstancias locales, la herencia, la vida conyugal, las profesiones, el temor de la muerte, el género de vida; — Casos raros cíe longevidad en ricos y en personas que han abusado del ta-baco o de las bebidas alcohólicas; Necesidad de cumplir los preceptos de la Higiene; La lactancia artificial y las bebidas alcohólicas consideradas como causa de decadencia del hombre; — Propaganda que se hace en favor de las bebidas espirituosas; — Datos estadísticos que la condenan; Propaganda en contra de las mismas; — Ausencia de estos males en los países del Oriente; — Condiciones fisiológicas de los musulmanes; — Enseñanzas del Corán y de Avicenna alusivas a la lactancia y a la bebida; — Efectos de esta enseñanza; — Concepto que los orientales tienen formado de los europeos y de sí mismos; — Principios que inspiran el sistema de vida de los países cris-tianos; — Conclusión.

En todos los pueblos y en todas las épocas, el hombre civilizado, inquieto de su porvenir, contempla con admiración la longevidad de sus semejantes y examina en ella las previsiones para la duración de su existencia sobre la tie-rra.

Incitados por el temor a la muerte, algunos sabios de la antigüedad con-cretaron sus actividades a descubrir remedios para alargar la vida. Sus es-fuerzos determinaron el nacimiento de la Química, pero fueron completamen-te infructuosos acerca del objetivo que se propusieron.

En los tiempos actuales, poseyéndose elementos de investigación menos deficientes y vastos conocimientos biológicos, varias hombres de ciencia es-tudian con ahínco las manifestaciones que caracterizan la vejez, las causas que la estimulan o la retardan, y toda lo relativo a la fisiopatología de este pe-ríodo de la vida, con el propósito de dar perfecta solución a este problema: Prolongar la vida humana modificando al mismo tiempo la vejez, de manera que hasta muy cerca de su fin pueda el hombre conservar su inteligencia y su aptitud para el trabajo.

No es el temor a los achaques de la vejez, ni el temor a la muerte lo que sirve de fundamento a las esperanzas que se tienen de resolver tan impor-tante problema, biológico. Estas se fundan en el hecho ha tiempo bien com-probado de que el límite que de ordinario alcanza la existencia del hombre no

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es el limite natural, sino otro muy superior, que las influencias nocivas, evita-bles en su mayor parte, han acortado enormemente pudiéndose afirmar que, en realidad, se vive apenas la mitad de la vida que nuestra organización per-mite.

La solución de dicho problema traerá inmensos beneficios a la humani-dad; bastando para apreciarlos de antemano mirar el espectáculo que ofrece la vejez en los países civilizados, que será entonces necesariamente mucho menos sombrío que en los momentos actuales,

En las regiones civilizadas de la tierra, la mayoría de los viejos constitu-yen pesada carga para sus familias o para el Estado a muchos se les niega trabajo so pretexto de que no son bastante. fuertes, y, al mismo tiempo, no se les acepta en los asilos so pretexto de que todavía no son bastante viejos; muchos igualmente se entregan a la mendicidad o se suicidan a causa de sus achaque o de su penosa situación; los jóvenes se mofan de ellos, y los niños les tienen aversión, por la costumbre, comúnmente seguida con fines pedagógicos, de causarles susto llamando a los viejos; en el Perú, hay per-sonas que aclaman la máxima “ Jóvenes a la obra y viejos a la tumba », ex-presada hace un cuarto de siglo por uno de sus mejores escritores; en fin, es notable el número de asesinatos cometidos sobre todo en mujeres ancianas, por considerarlas estúpidas o insensatas, sin ninguna significación, enfer-mas, malvadas, etc.

Esta situación no puede ser más injusta, más humillante; pero será diver-sa, cuando se logre eliminar la vejez enfermiza, de manera que así, añosos, puedan esos seres ganar su vida con el trabajo o conservar cualidades de espíritu que los haga apreciables.

Además, es notorio que muchos viejos son muy útiles a la sociedad, grande o pequeña, en que viven y actúan, principalmente corno consejeros o como jueces, porque poseen las armas de la experiencia y del conocimiento ele la vida, que no se adquieren sino con el andar del tiempo y a costa de golpes y de reveses. Los servicios que los ancianos pueden prestar a sus fa-milias o a la comunidad mientras conservan clara su inteligencia y correcto su sentí lo moral, son valiosísimos. Por tanto, conviene a todos que gocen de vejez fisiológica, y que tengan larga existencia.

La posibilidad de resolver satisfactoriamente el trascendental problema que nos ocupa, es indiscutible hoy. Esta solución se alcanzará en no lejano porvenir, mediante el poder cada mayor de la Ciencia, favorecido con las mortificaciones que han de operarse en el sistema general de vida de los pueblos civilízalos,

Lo que pasamos a exponer en los capítulos siguientes, quizá, ilustre algo esta cuestión y contribuya a la profilaxis ele la vejez.

Desde luego, es incontestable que en Europa y en Estados Unidos la mortalidad ha disminuido y la longevidad ha aumentado en general en el últi-mo siglo. Como este hecho está vinculado. a los progresos de la higiene y de la Medicina, es lógico suponer que lo mismo haya ocurrido en los demás paí-ses cultos. El doctor Westergaard ha registrado, en un cuadro muy instructi-

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vo, la mortalidad en los principales países europeos, durante dos periodos de tiempo.; En el capitulo referente a los viejos entre 70 Y 75 años, se señala una disminución progresiva de la mortalidad, sin que halla excepción a la re-gla. Los datos precisos reunidos por las Cajas de retiró y por las Compañías de seguros, llegan al mismo resultado. Los sacerdotes protestantes daneses, entre 75 y 90 años, acusaban en la segunda, mitad del siglo XVIII una morta-lidad de 22 % y a mediados del XIX sólo mueren en proporción de 16.4%. Los pastores ingleses de 65 a 95 años, también han presentado un acreci-miento de longevidad: en el siglo XVIII era de 15.5% y a mediados del XIX de 10.8% . Lo mismo se ha comprobado en otros países europeos y en Estados Unidos, según lo acreditan sus tablas de vitalidad rigurosamente hechas; ha-biendo contribuido a este resultado los descubrimientos de Pasteur, el per-feccionamiento de la policía sanitaria de las ciudades y de los puertos basa-da en esos descubrimientos, los triunfos de la seroterapia, el aumento del bienestar general, etc. No obstante, las conquistas obtenidas distan mucho del grado a que deben llegar.

En todas las épocas ha habido casos notables de longevidad. Sin remon-tarnos a los tiempos bíblicos en que a muchos personajes se les atribuía va-rios siglos de vida, quizá erróneamente, señalaremos algunos casos de épo-cas menos lejanas:

El señor Kentingern, fundador de la Abadía de Glasgow, conocido con el nombre de “ San Mungo », murió el 5 de enero del año 600, a la edad de 185 años;

El agricultor Pedro Zortay murió en Hungria, en 1724, de 183 años;Las crónicas húngaras y rusas del siglo XVIII señalan varios casos de

muerte entre 147 y 172 años;El doctor P. Foissac cita el caso de un canónigo de Lucerna muerto en

1346 a la edad de 186 años;El señor Drakenberg, conocido con el nombre 11 de “ El Viejo del Norte

», murió en Noruega; en 1772, de 146 años, con la particularidad de que ha-biendo sido hecho prisionero por piratas africanos, vivió cautivo 15 años, y después, durante 91 fue marinero;

Don Tomás Parr, un pobre paisano del Condado de Shrop, estuvo dedi-cado a trabajos penosos hasta la edad de 130 años. Fuerte aún, murió en Londres de 152 años y nueve meses. Habiendo expresado el rey su deseo de conocerle, fue llevado cierto día a la corte. Para festejarle dignamente, se le obsequió con tal número de manjares, que el anciano a que nos referimos murió de indigestión. El célebre médico Harvey le hizo la autopsia y halló un cuerpo admirablemente conservado. Declaró que podía haber vivido muchos años más;

El hijo de Tomás Parr vivió 127 años, conservando hasta el fin sus facul-tades intelectuales;

La señorita. María Priou murió en Haute-Garonne, en 1838, a la edad de 158 años, en el pleno ejercicio de sus facultades;

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La señora rusa Thense Abalva vivía aun en 1904 en el distrito de Gori y, a pesar de sus 180 años, se ocupaba en algunos quehaceres domésticos, particularmente en coser;

En 1898, murió en Inglaterra la señora Anne Armstrong, de 117 años, ha-biendo conservado intactas hasta esta edad su salud y su memoria, y la fa-cultad de caminar y de ver sin ayuda ninguna.

El doctor Pritchard ha encontrado, en África, negros de 115 a 160 y aún de 180 años;

Una estadística publicarla en 1897, señala el caso del negro Bruno Co-trino, domiciliado en Buenos Aires que había pasado de los 150 años;

El periódico médico The Lancet, publicó hace poco los detalles de una entrevista con un individuo de Bogotá que tenía 180 años;

El viajero inglés Riley refiere que, en 1815, observó entre los árabes nó-mades del desierto varios individuos de mis de 160 años;

En el World de NewYork, del 11 de enero de 1903, se señala el caso de Don Manuel del Valle, residente en Los Ángeles (California). No obstante sus 157 años, este centenario se conservaba muy bien. Jamas había fumado, ni bebido ningún alcohol. Su partida de nacimiento, firmada por el primer magis-trado de Zacatecas, tiene fecha 1 de noviembre de 1715;

Humboldt refiere haber visto cerca de Arequipa un paisano de 143 años cuya mujer tenía 117;

Hasta el año 1906 vivía en Ica Perú), cerca de la hacienda “ Santa Apo-lonia», de propiedad del respetable magistrado doctor Nicanor León, un indi-viduo cuyo nombre no recordamos en este momento, que positivamente te-nía más de 100 años. Su talla no excedía de un metro y medio. Habiase re-ducido con los años, afirmaban personas serias que de tiempo atrás cono-cían a este centenario. Andaba. sin apoyo y veía sin lentes. Conservaba ne-gros sus cabellos y había tenido una tercera dentición. Agradábale la conver-sación, y con tal motivo buscaba la sociedad de sus amigos o vecinos. Refe-ría fielmente y con amenidad sucesos ocurridos en el Perú a principios del si-glo último. Quizás, vive aun este anciano, que en su comarca era objeto de admiración y cariñosa simpatía;

En fin, para no hacer tan extensa esta nomenclatura, mencionaremos el caso publicado en El Comercio de Lima, del 11 de agosto de 1909, referente a Doña Clara Negrón viuda de Rodríguez, quien, en dicha. ciudad y en aque-lla fecha, cumplía 121 años, conservando despiertas sus facultades y vivo y alegre su ingenio»(1)

(1)Con motivo de este suceso escribimos un artículo sobre la vejez y la longevidad humana, cuya primera parte apareció en el Comercio de Lima, del 5 de diciembre de 1909.

Los frecuentes casos de longevidad por una parte, y, por otra, las razo-nes derivadas de las desarmonias de la naturaleza, humana, susceptibles de corrección, han inducido a fijar alrededor de 50 años el límite natural de la existencia del hombre. Los estudios hechos sobre este asunto por el sabio

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suizo Alberto de Haller, que floreció en el siglo antepasado, persuadiéronle de que ese límite alcanza a zoo años.

La opinión de los que piensan que la mayor mortalidad ocurrida entre 70 y 75 arios, indica que esta edad constituye el limite de la vida, no es admisi-ble. Se muere de un modo natural cuando se muere por debilidad senil y no por enfermedad, como generalmente se cree. Las defunciones acaecidas en-tre 70 y 75 años son, en su mayor parte, determinadas por enfermedades in-fecciosas, tales como neumonía y tuberculosis, por enfermedades del cora-zón y de los riñones, o por hemorragias cerebrales, es decir, por enfermeda-des que pueden ser a menudo evitadas. Por consiguiente las defunciones que ocasionan deben considerarse como casos de muerte accidental, no na-tural. En 1902, sobre 100 casos d defunciones ocurridos en París entre 70 y 75 años, sólo 8 eran debidos a debilidad senil y los demás a diversas enfer-medades. Cosa análoga puede comprobarse actualmente en las que ocurren en todos los países.

Varios de los casos de longevidad ya señalados y muchos otros semejan-tes, demuestran que aún en edad avanzada es posible conservar las faculta-des y la aptitud para el trabajo. Con tal motivo indicaremos que filósofos co-mo Platón, muerto de 82 años; naturalistas como Alejandro Humboldt, muer-to de 90; poetas como Goethe, Víctor Hugo y Voltaire, que sucumbieron a los 83 años los primeros y a los 84 el último; artistas como Miguel Ángel y Ti-ziano, fallecidos de 89 y de 99 años, respectivamente, han producido obras maestras aun poco antes de morir. Además, hombres de estado eminentes, no obstante su agitada vida política, han conservado su vigor intelectual has-ta muy cerca. de su fin, v.g., León XIII, Guillermo 1° y Gladstone, muertos de 93, 91 y 90 años, respectivamente. Por último, citaremos al célebre, novelis-ta. ruso León Tolstoi, quien, a pesar de sus 82 años mantiene todavía su fuerza física e intelectual. Hasta hace poco ha. publicado obras muy aprecia-das. en todas partes, y ahora últimamente escribe sus Memorias, destinadas, según su voluntad a que ,aparezcan después de su muerte.

En muchos casos se ha observarlo la persistencia de la facultad genésica en el hombre más allá de los 100 años. A esta edad, Don Francisco Naillé tu-vo un hijo natural, en una aldeana de su país natal. El barón de Capelli, muerto ele 107 arios, dejó a su cuarta mujer encinta de su octavo hijo. Según J.-B. Beyley, Don John Weck contrajo su décimo matrimonio a la edad de I06 años. Un paisano noruego, J. Guwington, murió de 160 años, dejando de su último matrimonio un hijo de 9, cuyo hermano mayor tenía 108.

Parece que entre los 80 y 90 años atraviesa el hombre una edad crítica; y que recomienzan una nueva vida quienes logran pasarla, por haberse obser-vado que después de los 90, son más fuertes y de mayor resistencia que lo eran en los 10 años precedentes.

Blandin, Haller y otros refieren que en ciertos viejos que han pasado di-cha edad critica, se ha reconocido una tercera dentición. Además del caso referido en la página 15, mencionaremos los siguientes:

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El señor Peter Bryan de Tynan tuvo nuevos dientes a los 117 años, e igual cosa le ocurrió a la señora Angélica Demangieux a la edad de 90. El doctor Graves cuenta, en sus Leons de Clinique Médicale, que Mary Hern tuvo nuevos dientes a los 110 años, y que sus cabellos, de blancos que eran, recobraron su color primitivo. El mismo doctor afirma que la señora Watlze-morth, a la edad de 80 años, recobró su vista muy debilitada desde mucho antes, conservando este precioso sentido hasta su muerte, sobrevenida a los 95. Lo mismo se observó en un pariente del naturalista. Sáint-Armand que, a, la edad de 90 años, reconquistó el don de servirse de sus ojos.

Todavía no se ha podido fijar con rigurosa exactitud las condiciones que determinan la longevidad humana; pero si se ha observado bien las que ejer-cen influencia sobre ella.

En todos los lugares donde se ha estudiado esta cuestión, se ha recono-cido invariablemente que el sexo femenino alcanza con más facilidad que el masculino una larga vida, y que siempre es superior el número de mujeres centenarias, comparado con el de los hombres. Según el censo levantado en Estados Unidos en 1890, sobre 3,981 personas de 100 o más años, había 2,583 mujeres y 1,398 hombres. En Prusia, en 1885, sobre 332 individuos de 100 o más años, 20 eran mujeres y 72 hombres. En Francia, sobre 10 cente-narios, 7 son mujeres y 3 hombres. En Escocia, en 1895, sobre 21 centena-rios, 16 eran mujeres y 5 hombres. La misma proporción existe en Londres. Según el último censo indiano citarlo por el doctor A. Aegler, sobre 380 cen-tenarios, 247 eran mujeres y 133 hombres. Este fenómeno, que contrasta con el hecho de que, en casi todas partes, los nacimientos masculinos sobre-pasan a los femeninos, se atribuye al género de trabajos de la mujer, que son menos penosos que los del hombre, y a que raramente aquella es vícti-ma del alcoholismo, que pesa de modo muy especial sobre la mortalidad.

Hay países que se distinguen por su gran número de personas centena-rias. En la Europa oriental y en los estados musulmanes, a pesar de su poca cultura, las hay en mayor número que en la Europa occidental. Lo mismo ocurre en Grecia, Servia, Bulgaria y Rumania. Se achaca este suceso a con-diciones locales, al aire vivo y puro de los Balkanes, la Vida pastoril y agríco-la de los habitantes, etc; si bien deben intervenir otros factores, que aún no se conocen, toda vez que no se observa lo mismo en otros países que están en iguales condiciones. En Suiza, por ejemplo, a pesar de su clima de mon-taña y del género de vida de sus habitantes, son raros los centenarios.

Estos suelen encontrarse con frecuencia en la misma familia. La nomen-clatura del doctor Chemin señala 18 ejemplares de extrema vejez en los pa-dres 37 y sus descendientes. Ya hemos dicho que Don Tomás Parr dejó un hijo que vivió 127 años. Prosper Lucas indica en su obra Heredité naturelle, que un cultivador de Temesvar (Hungría), llamado Fierre Czortan, murió en 1724 de 185 años, dejando un hijo de 155 y otro de 97. Don Henry Jenkins, pescador del Condado de York, que aun a los 100 años atravesaba los ríos a nado, murió en 1670 de 19 años; y habiendo sido llamado para testificar so-bre suceso ocurrido 140 años antes, compareció ante el tribunal de justicia

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en unión de sus dos hijos, de los cuales uno tenia 102 y el otro 100 años. Por tales hechos se admite que la herencia influye en la longevidad, lo cual pue-de ser cierto, desde que todos los caracteres innatos son susceptibles de transmitirse así. También .pueden influir las condiciones exteriores comunes a los padres y a los hijos. Muchos casos de tuberculosis atribuidos a la he-rencia, en realidad se han debido a, infección adquirida en las mismas condi-ciones de vida. No seria raro, por consiguiente que los casos de longevidad que ocurren en una misma familia., se deban a la influencia de las circuns-tancias ambientes.

Sucede también que los dos esposos, sin estar ligados por el parentesco, alcanzan tina vejez prolongada. Entre otros ejemplos, citaremos estos : En 1896, vivían en Constantinopla el médico militar Christoki, de 110 años, y su mujer de 95. La señora Ana Barak murió en Rizmanitz (Moravia), de 123 años, y su marido de 118. En 1866 murieron en Vaugirard, con dos días de intervalo, el señor y la señora Gallot: él, de 105 años 4 meses, y ella, de 105 y un mes. Lejencourt refiere en su obra que un americano del sur, apellidado Parí, tenia 143 años y su mujer 117, y que Don John Kovin murió de 170 años y su esposa de 164. Es posible que estos casos se deban igualmente a condiciones de existencia comunes a los dos esposos.

Algunas profesiones ejercen perniciosa influencia sobre la longevidad, como se observa en los obreros de las minas y de ciertas fábricas, y en mu-chos comerciantes en alcoholes; pero, en general la profesión importa poco, siempre que sea ejercida conforme a los preceptos de la Higiene. El demó-grafo americano M. French, y algunos otros, sostienen que para vivir largo tiempo es necesario, ante todo, trabajar al aire libre. En apoyo de su tesis se refieren a los datos suministrados por la estadística. Examinando, una lista de 238.000 individuos de mis de 20 años que tenían ocupación determinada en Massachusetts, se ha comprobado que mientras los burócratas no pasan la media de 49 años, los financistas, contadores y banqueros alcanzan 49,6; los profesores, sacerdotes y doctores, 52,15; los zapateros, barberos y joye-ros, 55,5; y los cultivadores, agricultores y chacareros gozan de la media de 66,3.

Se ha notado que los centenarios cumplen los deberes de la vida sin ser atormentados por el fantasma de la aproximación de su fin, y que jamás du-rante su existencia han sentido el terror de la muerte. Esto apoya la opinión de quienes sostienen que el desdén a la muerte influye en la prolongación de la vida, y que el temor de morir la envenena y la acelera.

El género de vida es el factor más influyente sobre la calidad de la vejez y sobre la duración (le la existencia, del hombre. Generalmente, los centena-rios son personas poco acomodadas o pobres que siguen llevando una exis-tencia sencilla. Muchos se distinguen por su, presencia de espíritu, por la te-nacidad de su memoria, por la claridad de su inteligencia y por la afabilidad ele su trato. Enemigos de los cambios de lugar y del ocio, viven en el mismo paraje en que han envejecido, procurando cumplir siempre lo mejor posible sus ocupaciones habituales. Aman el aire libre y la charla. Es raro que duer-

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man más de ocho horas. Prefieren levantarse temprano. Invariablemente ob-servan una vida frugal, contentándose con pan y lacticinios, algunos frutos y potajes sencillos condimentados siempre de igual manera. El cambio de ali-mento o del lugar de residen«a, así como las emociones intensas, ya sean éstas penosas o agradables, suelen serles funestos. A. este respecto, consi-deremos el caso de Don Thomas Parr, a quien le costó la vida el banquete que le dio la corte de Inglaterra. He aquí dos ejemplos más, entre otros mu-chos que pudieran citarse : el inglés Don Roberto Taylor que, a pesar de sus 134 años, desempeñaba satisfactoriamente su empleo de receptor de co-rreos, recibió cierto día el retrato de la reina Victoria con esta dedicación : “ A M. Roberto Taylor, en recuerdo de su edad tan avanzada que no tiene igual en el mundo. » Este obsequio emocionó tan vivamente al centenario Taylor, que murió de gusto tres meses después, en 1898. La grave enferme-dad que puso en peligro la vida del conde de Tolstoi en septiembre último, fue determinada por la intensa emoción que experimentó entonces con moti-vo de su viaje a Moscou : al ir a tomar el tren, fue objeto, en la estación de Kourst, de una entusiasta manifestación popular, inesperada y realmente grandiosa de dignidad y de espontaneidad. También viene al caso referir que en los pueblos del Oriente, donde hay muchos centenarios, es muy común este adagio de un higienista árabe del siglo IX, cuya exactitud es manifiesta: Lo peor para un viejo es un buen cocinero y una mujer joven.

Son contados los casos de .longevidad en ricos y en personas que han abusado del tabaco o de las bebidas alcohólicas. Casi siempre la riqueza produce nefasta influencia sobre la salud, por los abusos de toda especie a que invita, siendo la fácilmente adquirida la que más pronto embota la ener-gía y la resistencia del organismo contra los agentes morbosos. No sólo el al-coholismo, que suele apoderarse, bajo sus formas elegantes, de las clases privilegiadas, también la complejidad v Cl abuso de las comidas acortan el término de la vida. Prometiéndonos tratar luego de la acción de las bebidas alcohólicas, referiremos los siguientes casos, en verdad muy singulares en la extensa lista de centenarios auténticos:

Don Moisés Montefiore, millonario, murió en 1885 a la edad de 101 años;El doctor Ross a quien se le otorgó un premio de longevidad en 1896, a

la, edad de 102 años, era un fumador inveterado;La pordiosera Lezennec, que murió en 1897 en Finistere, de '104 años,

fumaba pipa desde su juventud;El cirujano lorenés Politiman, muerto en 1825 a la edad de 140 años, ha-

bía adquirido desde los 25 la costumbre de embriagarse todas las noches antes de acostarse, después de haber ejercido su arte durante el día;

El carnicero Gascogne, muerto en Trie a la edad de 120 años, solía be-ber dos veces cada semana;

Por ultimo, el famoso propietario irlandés Brawn, que vivió 120 años, an-tes de morir encargó que le pusieran este epitafio: Aquí yace Brawn. Siempre estuvo borracho, y en este estado era tan terrible, que hasta la muerte le te-nía miedo. »

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Repetimos que estos casos son excepcionales. Lo común es ver figurar una vida sencilla y sobria corno factor incontestable de longevidad.

Hay además otras causas que contribuyen a prolongar la vida. Residen en el individuo, y se cree que tienen relación con la flora intestinal y con los medios que posee el organismo para combatir el efecto nocivo ele ésta. Pro-cúrase hoy con el mayor afán descubrirlas para contrarrestarlas.

No obstante, siempre debe cumplirse oportunamente los preceptos de la Higiene — sin excluir los regímenes indicados para borrar del organismo los estigmas morbosos que la herencia o las enfermedades anteriores, muy en especial las infecciosas, pudieran haberle impreso — observando un género de viola que se distinga por su sencillez y frugalidad, como el medio más se-guro para gozar de vejez fisiológica y de larga existencia.

Conviene a las aspiraciones humanas hacia la vejez sana y la longevi-dad, el que hagamos hincapié sobre dos causas poderosas de decadencia del hombre, que es indispensable repelerlas. Aludimos a la. lactancia artificial y al uso de bebidas alcohólicas.

En cuanto a la primera, es notorio que este sistema de crianza suele de-terminar enfermedades que ocasionan la muerte de muchos de los recién na-cidos sujetos a él. Además, quienes logran soportarlo, llevan por tal causa en su organismo un principio de debilidad de la energía vital que temprano o tar-de ejercerá dañosa influencia sobre la salud.

Igualmente es notorio que cada día crece el número de niños artificial-mente alimentados, porque cada día es mayor el número de madres que, sin motivo plausible, rehusan amamantar a sus hijos, así como el de aquellas que no pueden hacerlo por tener necesidad de emplearse como nodrizas o consagrarse a faenas que las retienen lejos de su propio hogar.

Esta situación no debe subsistir, porque ninguno de los alimentos que reemplazan a la leche humana vale lo que ésta en la alimentación provecho-sa de los recién nacidos. La leche animal, ya se use pura o aguada, hervida, esterilizada o pasteurizada, así como las diversas decocciones usadas con el mismo objeto, ofrecen serios inconvenientes para la salud del tierno ser, que todavía no se han logrado suprimir, a pesar de cuanto se ha hecho con tal propósito.

Renombrados pediatras aconsejan hoy que se sustituyan el método de lactancia artificial que viene empleándose por otro que no envuelva sus peli-gros.

Algunos indican como el más acertado el método que consiste en que el niñ tome la leche de vacas sanas sin que ésta sufra la acción del aire. Con tal intento, aconsejan que la mamen de la misma ubre del animal, por inter-medio de un tubo de caucho adaptado a dicho órgano.

Basta lo expuesto para comprender que no son buenos los métodos ac-tuales de lactancia artificial, y para convencerse de lo difícil que es y de lo ca-ro que cuesta falsificar las disposiciones de la naturaleza.

El método que ahora se preconiza, es probable que también se desacre-dite. Pero sea cual fuere su porvenir, debemos atenernos a la noción de que

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al hombre debe dársele, en los primeros tiempos de su vida, el alimento que la naturaleza le ha designado, y no olvidar que cualquiera otro que se le de, lo expone a sufrir graves consecuencias.

La lactancia artificial es, según esto, un factor que resta vitalidad al indivi-duo,, si no determina su muerte; haciéndole, en el mejor caso, inepto para re-correr con salud el extenso ciclo natural de la vida humana.

Como este mal se acrecienta cada día, debe establecerse medidas para reducirlo a sus justos límites. Algo más, constantemente debe propagarse los preceptos higiénicos para criar de modo conveniente a los niños, remitiendo a los hogares en que ocurren nacimientos, o entregando en el acto de la ins-cripción en los Registros civiles, un pliego que los contenga y explique con sencillez y claridad.

En general, es muy útil la propaganda, tenaz y metódica de los mandatos de la higiene, porque educa y habitúa a las personas a cumplirlos. De esta manera se edifica la educación higiénica de las poblaciones, que es de gran importancia y valor para la salvaguardia de la salud pública, y que facilita la promulgación de leyes sanitarias, como las que deberían darse, en ciertos países, tocantes a la crianza de los niños.

Respecto de las bebidas alcohólicas, en la conciencia de todos está la acción desastrosa que ejercen sobre el hombre y' sobre su descendencia. Al principio determinan la embriaguez, en seguida alcoholismo agudo, y, a la larga, la intoxicación crónica.

El alcohólico es un individuo predispuesto a la tuberculosis, a la neumo-nía, a las hernorragias cerebrales y a otras enfermedades igualmente graves; así como a la debilidad de su espíritu, a la pérdida de su razón, y a la perpe-tración de toda especie de delitos.

Generalmente se cree que las bebidas alcohólicas, tomadas con mesura, son inofensivas al hombre en caso de no serle benéficas. Esta creencia ha sido robustecida desde mediados del siglo pasado, en que muchos médicos exaltaron el vino y el coñac, considerándolos como la suprema, panacea pa-ra los débiles y los convalecientes. (2)

(2) En varias ciudades donde han aparecido epidemias de influenza, se ha usado alcohol ya para prevenir la enfermedad, ya para contrarrestar su acción debilitante; causándose así, con la mejor intención, positivo daño a los enfermos, a quienes se les agravaba su mal, y a la sociedad en general, que a la postre quedaba con mayor número cíe ebrios.

Hoy se deplora ese error, y se tiende a restringir más y más el empleo de dichas substancias, porque está comprobado que así también causan daño.

Cuando se toman de tal manera, producen ordinariamente una sensación de vigor, de fuerza, de esprit, de inteligencia, que halaga e incita a beberlas otra, vez. Pero esta sensación no es sino una ilusión subjetiva, agradable, que engaña sobre el efecto real y objetivo del alcohol que contienen. La mis-ma sensación producen todos los narcóticos, e igual fenómeno se observa los casos de parálisis general del cerebro, en que hasta el más miserable de los paralíticos tiene la ilusión de la fuerza, del poder, de la, riqueza, etc.

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Es verdad que, tomadas con moderación, no determinan ningún acciden-te grosero inmediato, como delirio, miocarditis, cirrosis del hígado, etc.; pero, antes que los órganos lleguen a adquirir semejantes destrucciones, sufren al-teraciones mucho más ligeras, lentas, insensibles, de las cuales el bebedor no se da cuenta, y que, sin embargo, debilitan la fuerza de resistencia de los tejidos para las enfermedades, para los accidentes, para los esfuerzos, para las intemperies y para la vejez.

Por lo demás la .excitación que originan no dura mucho. Transcurridos treinta minutos, a lo sumo, es seguida de un debilitamiento cerebral y muscu-lar más grande y más permanente que lo fue aquella.

Quienes beben para recalentarse cuando hace frío, o para refrescarse cuando hace calor, también sufren engaño. Lo que en realidad obtienen es la ofuscación de las sensaciones extremas de calor y de frío. Si las circunstan-cias ambientes persisten, después de cierto tiempo reaparecen dichas sen-saciones y, con ellas la necesidad de repetir la bebida; tal como acontece a viajeros, a soldados en marcha y a otras personas. En cambio, ninguno de estos individuos se libra de los efectos reales e insensibles que el alcohol produce en la intimidad del organismo; efectos que aparecerán en el momen-to menos pensado, determinando o agravando enfermedades.

Muchas personas creen que ciertos vinos son tónicos y que esta virtud la deben no al alcohol sino a las otras substancias que entran en su composi-ción. Empero, si se separa el alcohol y sólo se toman esas substancias, no se siente nada que autorice a creerse entonado o fortalecido. Al productor a quien se lo ocurriese vender sus vinos previamente desalcoholizados, con seguridad que le iría muy mal. La pretendida acción tónica se debe siempre al alcohol, asociado, en este caso, a la sugestión que provoca, la reputación ele dichos vinos.

Ordinariamente se piensa que el vino, la cerveza, la chicha y otras bebi-das fermentadas alimentan. Pero ¿qué alimentos son éstos que producen trastornos agudos ó crónicos, inmediatos o tardíos, y degeneraciones heredi-tarias?... Los alimentos de verdad, a lo sumo, cuando se toman con exceso, producen indigestiones, más nunca embriaguez, ni pasión, ni la pérdida del dominio de si mismo, ni nada semejante. Lo que en realidad alimentan esas bebidas es la locura, el suicidio, la criminalidad, la mortalidad...

Allégase además que el alcohol aumenta la resistencia del hombre, por cuanto en el interior del organismo produce calorías que se transforman en trabajo. ¿Para qué sirven estas calorías si la parálisis neuromuscular que el mismo alcohol determina viene en seguida a destruir su energía y trabajo efectivos? Una cantidad equivalente de azúcar o de fécula que se ingiera las produce también, y mejor que él, sin esos efectos paralizantes. ¿Para qué sirve, pues, este combustible, que al mismo tiempo que hace marchar un po-co la máquina humana pone mohoso y deteriora su mecanismo?

Lo cierto es que se bebe alcohol en mérito de las ilusiones agradables que engendra; que nadie se hace alcohólico sino por el ejemplo y el hálito social de la bebida; (3) y que esta ejemplificación unida, a los intereses de

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productores y de comerciantes en espirituosos, son las fuentes del alcoholis-mo

(3) Las exigencias de este hábito son tales que para todo se acude al estí-mulo fugaz y pernicioso del alcohol: para cumplir una tarea, para distraer el ocio, para avivar la alegría, para disipar la pena, etc.; lo que ha convertido di-cho veneno en artículo de primera necesidad de numerosas poblaciones, y, en los últimos tiempos, en manantial inagotable de recursos de varios esta-dos, sin embargo de ser factor efectivo de degeneración.

También es dolorosamente cierto que durante la larga serie de siglos que viene consumiéndose, ha causado mis hecatombes de vidas humanas — sacrificadas bajo forma de crímenes, de degeneración de locura, de des-esperación, de lágrimas, etc., — que las otras calamidades que han desbas-tado a la humanidad. Gladstone solía decir: «El alcohol hace mayores estra-gos que los tres azotes históricos: la hambre, la peste y la guerra. Diezma más que la hambre y la peste; mata más que la guerra; y aún; hace más: deshonra».

En conclusión, es racional y muy necesario privarse de tales ilusiones y abstenerse del alcohol, sea cual fuere el disfraz que, lo disimule, por ser real-mente nocivo a la salud del individuo y de su descendencia y el factor más poderoso de vejez y de muerte prematuras.

Urge eliminarlo de nuestras costumbres. El cumplimiento de este deber social redundaría en bien de nosotros y, especialmente, de las generaciones venideras.

Es útil echar una ojeada sobre la propaganda que se hace en pro y en contra de las bebidas espirituosas, en uno de los países más adelantados de la tierra, e indicar a propósito algunos datos estadísticos.

La que hacen productores y comerciantes para prestigiar dichas bebidas y mantener las fuentes del alcoholismo, es activísima y de lo más audaz y fe-mentida. He aquí una muestra, entre las innumerables que podríamos exhi-bir:

«El alcohol, tomado moderadamente, es el alimento y el sostén del cere-bro. La humanidad no ha podido pasar de la barbarie a la civilización sino en razón directa de del uso de las bebidas alcohólicas. Si todavía hay pueblos bárbaros, son los pueblos bebedores de agua, que han quedado, bajo el punto de vista de sus costumbres y de su mentalidad, estacionarios hace si-glos. Testigos

Abd-ul-Hamid, ex sultán de Turquía, y la larga serie de las horribles ma-tanzas de Oriente; Moulay – Hafid sultán de Marruecos y sus atroces cruel-dades; los Chinos y sus horrorosos suplicios. Bebiendo vino, estos pueblos estarían a la altura de las naciones europeas. Con el anisado Marie Brizard et Roger, rivalizarían con la Francia, la nación más civilizada del mundo».

No insistiremos sobre la falsedad e inmoralidad que entraña este recla-mo, con el cual suele tropezarse leyendo las columnas de los periódicos más serios y de mayor tiraje de París.

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Á la vez que semejantes doctrinas son lanzadas a los cuatro vientos, en el Journal Officiel de París, del 27 de octubre último, se registra esta lamen-table estadística, referente a la «nación más civilizada del mundo».

«Durante los seis primeros meses de 1909, ha habido en Francia 6,201 matrimonios de menos que durante el periodo correspondiente de 1908. Y 543 divorcios de más. El número de nacimientos de un semestre a otro ha disminuido en 12,692 unidades, y se cuenta un aumento de 25,019 defuncio-nes. Si se suman estos dos números, que marcan la totalidad del desgaste, y si se deduce de la suma el débil excedente de 9,508 nacimientos que con re-lación a las defunciones hubo en el segundo semestre de 1908, se encuentra que la población francesa, en 30 de junio de 1909, ha disminuido en 28,203 unidades»

En el mismo diario oficial del 12 de Octubre un informe dirigido al Presi-dente de la República, sobre la administración de la justicia, criminal en Fran-cia durante el año 1907, el señor Louis Barthou, ministro de justicia, atribuye el aumento de la criminalidad a la funesta influencia ejercida por el alcoholis-mo. En dicho año se sometieron a la Corte de Assises 214 asuntos más que en 1908.

Tales hechos demuestran la inconveniencia de aquella propaganda.Ellos también justifican la que menos ruidosamente se hace para cegar

las fuentes del alcoholismo. Al revés de cada receta que se da a los pobres que acuden a ciertos hospitales de París, se lee lo siguiente:

«El alcoholismo es el envenenamiento crónico que resulta del uso habi-tual del alcohol, aun cuando éste no produzca la embriaguez».

Es un error decir que el alcohol es necesario a los obreros que se entre-gan a trabajos fatigosos, que da, aliento a la obra o que repara las fuerzas. La excitación artificial que procura es seguida bien pronto de depresión ner-viosa y de debilidad. En realidad, el alcohol no es útil a nadie; es nocivo para todos.

El hábito de beber aguardientes conduce rápidamente al alcoholismo; pero las bebidas llamadas higiénicas contienen también alcohol: sólo hay una diferencia de dosis. El hombre que bebe cada día una cantidad Inmode-rada de vino, de cidra o de cerveza, se vuele seguramente alcohólico como aquel que bebe aguardiente.

Las bebidas llamadas aperitivas (ajenjo, vermout, amargos), los licores aromáticos (vulnerarios, agua de melisa o de menta, etc.), son los más perni-ciosos; porque, además del alcohol, contienen esencias que, también, son violentos venenos.

El hábito de beber acarrea la desafección de la familia, el olvido de todos los deberes sociales, el disgusto del trabajo, la miseria., el robo y el crimen.

Conduce, por lo menos, al hospital, porque el alcohol engendra las más variadas y las más mortíferas enfermedades, como la parálisis, la locura, las afecciones del estómago y del hígado y la hidropesía: Es una de las causas más frecuentes de la tuberculosis. En fin, complica y agrava todas las enfer-medades agudas: una liebre tifoidea, una neumonía, una erisipela, que se-

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rían benignas en un hombre sobrio, matan rápidamente, al bebedor alcohóli-co.

Las faltas de higiene de los padres recaen sobre sus hijos. Si éstos pa-san los primeros meses, están amenazados ele idiotía y de epilepsia, o su-cumben más tarde por la meningitis tuberculosa o por la tisis.

Para la salud del individuo, para la existencia de la familia y para el por-venir de la patria, el alcoholismo es uno de los más terribles azotes.

El desarrollo abusivo de la lactancia artificial y el uso de bebidas espiri-tuosas son males localizados en los países cristianos, con tendencia a pro-pagarse a otros de diversas doctrinas que aun se hallan exentos.

Habiendo hecho estudios sobre el particular en pueblos que profesan el islamismo, juzgamos conveniente resumir aquí el resultado de nuestras ob-servaciones, para hacer en seguida comparaciones y deducciones pertinen-tes al asunto de que venimos tratando.

Los orientales recurren á, la lactancia artificial muy pocas veces y sólo en casos bien justificados. A pesar de que muchísimas mujeres se casan entre los 9 y 14 años, las que sobreviven al alumbramiento, y en general todas las madres, tienen en sus senos alimentos suficiente para sus hijos; El destete se verifica de ordinario después que el niño ha cumplido veinte meses y que ha pasado la estación del verano. En los pocos casos en que es indispensa-ble acudir a la lactancia artificial, usan decocciones de lentejas, de arroz y de otros granos farináceos, o leche muy aguada, que administran por medio de biberones sumamente simples.

El uso de bebidas alcohólicas está proscrito de la gran masa del pueblo. Es raro encontrar establecimientos de expendio de licores en las calles del Cairo, de Alejandría, de Jerusalén, de Medina, etc., y los pocos que hay son frecuentados por los extranjeros y por algunos jóvenes musulmanes altamen-te colocados en la administración o en la sociedad. En cambio, existen multi-tud de casas en que sólo se expende café, refrescos, pastas y dulces,, pro-porcionando también a los parroquianos tableros de chóquete, juegos de do-minó y narguileses (4), a las cuales concurren casi todos los vecinos hombres del lugar. “

(4) Pipas para tronar, provistas de un recipiente con agua perfumada por la cual pasa el humo antes de llegar a la boca..

Consta en las aduanas que la importación de bebidas alcohólicas, aun-que pequeña, aumenta cada día, y que la mayor parte son pedidas por pa-chás o por ciertos clientes ricos.

Este hecho es mal visto por el pueblo, y ya ha determinado enérgicas protestas. La prensa indígena clama contra esa introducción de licores. En Egipto, los diarios más moderados se expresan, en resumen, así:

“ Reconocemos que el Egipto gana en general muchísimo de su contacto con Europa , pero es seguramente vergonzoso para la civilización occidental, aportarle con ella la destrucción de la, virtud eminentemente, musulmana: la sobriedad.»

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Ahora, si se compara un árabe o un turco de 45 años con un europeo de la misma edad y condición, sorprende la diferencia que de ordinario se nota entre ambos: mientras aquél revela fortaleza y conserva fresco y terso su semblante, éste manifiesta fatiga y tiene sus facciones arrugadas o estiradas. Si se considera, un musulmán de 60 años, se notará que tiene los aires de la madurez y que está libre de esos achaques tan comunes a la misma edad en los europeos. Si se averigua la edad de los santones (5), al verlos tan bien, se rehusa creer la que cuentan, que generalmente es de 80 a 90 y más años. En fin, si examinamos sus estadísticas de morbilidad, veremos que registran pocas casos de enfermedades nerviosas y de las vías digestivas; y que la histeria, la neurastenia, la apendicitis, los quistes hidatídicos del hígado y las autointoxicaciones intestinales figuran en mucho menor proporción que en las estadísticas europeas.

(5) Viejos ocupados casi exclusivamente en recitar y explicar al pueblo versículos del Corán.

Tal solidez en la, constitución individual de los orientales debe atribuirse en gran parte a la manera conveniente como son alimentados en su infancia, y a su sobriedad.

Estas virtudes están arraigadas y, mantenidas, en el pueblo por el fana-tismo religioso, que lo domina, induciéndolo a cumplir estrictamente los pre-ceptos del Corán, varios de los cuales son intachables bajo el punto de vista higiénico.

También los induce el fanatismo a venerar a sus sabios y acatar sus en-señanzas, entre las cuales no faltan referentes a la higiene, que son asimis-mo sin tacha. Venerando a los sabios, particularmente a los árabes de siglos pasados, pretenden interpretar bien estos pensamientos de su profeta: Dios honra a los sabios». Dios califica sus criaturas según sus creencias y según su saber»; Dos hombres son incomparables: el rico que gasta su fortuna en hacer el bien, y el sabio que gasta su vida en esparcir la instrucción».

He aquí ahora lo que enseñan su religión y uno de aquellos sabios acer-ca de los males que venimos reprobando:

Aludiendo a la alimentación de los niños, dice el Corán lo siguiente: «las madres amamantarán a sus hijos dos arios completos para que la lactancia sea completa» (Cap. II, v. 233). La religión mahometana ordena, pues, la lac-tancia materna y al fijar su duración en dos años, satisface las exigencias de-rivadas del excesivo calor de las comarcas árabes, que favorece el desarrollo de las afecciones gastrointestinales, tan mortíferas en los niños, hallándose lejos de estos peligros los niños tardíamente destetados.

En caso de que la madre no pueda amamantar a su hijo, la misma reli-gión indica que «se escoja una nodriza sana bajo el triple punto de vista físi-co, intelectual y moral»

El médico árabe Avicenna, que floreció en el décimo siglo de nuestra era, y al cual se le daba entonces en todas partes el titulo de «Príncipe de los mé-dicos», se expresa así, en su obra El Canon:

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«Toda madre debe lactar a su hijo. Si la madre no puede cumplir este sagrado deber a causa de enfermedad, de debilidad o de la mala calidad de su leche, debe buscar una, nodriza que reúna las siguientes condiciones:

«Su edad debe ser de 25 a 35 años. Debe tener buen semblante, buenos colores, buena constitución, fuerte y amplio el tórax, y no debe ser ni flaca, ni gorda. .

«Debe tener buena conducta. No debe ser nerviosa, ni excitable, ni tonta, ni cobarde; porque todos estos malos caracteres pueden transmitirse fácil-mente al niño, y pueden también ser causa ele negligencia, de la nodriza ha-cia su criatura.

«Los senos deben ser bien desarrollados, ni muy amplios, ni muy peque-ños, ni muy duros, ni muy blandos.

«La leche debe ser de buena calidad, esto es, fluir blanca del seno; ni muy amarilla, ni muy opaca de buen olor y no fermentada; de sabor agrada-ble, ni salado, ni amargo. Se aprecia su consistencia y su riqueza en grasa poniendo algunas gotas sobre la uña.

«La nodriza no debe haber tenido abortos. Su hijo debe ser de buena constitución, de buena salud, y de uno a dos meses de nacido. Prefiérase una nodriza cuyo hijo sea varón».

«Durante la lactancia, y especialmente al principio, la nodriza no debe te-ner relaciones sexuales, que pueden ponerla encinta y dificultar la lactancia.»

Hace cerca de mil años que Avicenna formuló estos preceptos, y más de mil doscientos que Mahoma estableció los que antes hemos indicado, y na-die hasta ahora los ha rebatido; porque son verdad, aunque es muy difícil ac-tualmente hallar muchas nodrizas que posean tan excelentes condiciones.

Acerca de la bebida, he aquí lo que enseña el Corán: «¡Oh creyentes! el vino y los juegos de azar son una abominación inventada por Satanás. Abs-teneos de ellos, por temor de que os volváis malos... » — «El demonio se servirá del vino y del juego para encender entre vosotros el fuego de las di-sensiones, y separaron del recuerdo de Dios y de la oración. Querríais volve-ros prevaricadores ?... Obedeced a Dios, y a su apóstol, y temed.» (Cap. V, v. 92-93),

Esta ley la promulgó Mahoma con motivo de los efectos que el vino y otras bebidas ejercían en los árabes, y por las abominables escenas de que él mismo había sido testigo, determinadas por la embriaguez y por el juego.

El pueblo musulmán considera esta ley como emanada de Dios, y la cumple. Tiene, además, la creencia de que «Dios aparta su vista durante cuarenta días del mahometano que ha bebido vino; y si se ha embriagado, no recibe su arrepentimiento hasta después de transcurrido dicho plazo; y si muere durante éste, será tratado en, la otra vida como idólatra y colmado de veneno». No obstante, en Turquía y en las clases elevadas de otros países orientales, hay ya muchos individuos que la violan sin escrúpulo y sin temor.

Lo expuesto permite formular esta conclusión: el sistema de vida de los mahometanos, inspirado y dirigido por su religión y por las enseñanzas de sus sabios, los preserva de las calamidades que afligen a otros pueblos a

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causa del desarrollo abusivo de la lactancia artificial y del uso de bebidas es-pirituosas, e influye en sus condiciones orgánicas por lo general superiores a las de los europeos.

Indicaremos de paso que en Europa se considera a los musulmanes co-mo seres inferiores, y que, a. su vez, éstos conceptúan a lo europeos como locos o como infelices cuyo cuerpo social se derrumba a causa del ardor desenfrenado con que persiguen el interés y la fortuna y practican todos los vicios. Piensan que «el islamismo puro y dominador renacerá como aurora de grandeza sobre el mundo europeo manchado por el alcohol y los ídolos del progreso.» Por último, se lisonjean de haber conquistado hace siglos una apacible estabilidad, que les permite vivir casi sin molestias materiales, y go-zar de un ideal como, según ellos, no hay otro mejor en el mundo: la oración primero, el amor sexual después, en seguida el alimento, y en último lugar el interés.

Antes de concluir, veamos los principios que inspiran el sistema general de vida de los países cristianos, y lo que enseñan en interés de la salud.

Desde luego, en el orden moral, el sistema de vida es inspirado y guiado principalmente por nuestra religión, que es de amor y de equidad, y que mira a la pureza y a la piedad del alma. (6)

(6) La religión de Mahoma, al contrario de la nuestra, aconseja el odio y la muerte el incrédulo y al enemigo; mira al bienestar del cuerpo y también en-seña varias máximas morales, casi todas copiadas de la vida.

En ella no se debe buscar sino satisfacciones espirituales. En vano se buscarían consejos para la conservación de la salud, que no puede darlos; porque desdeña el cuerpo humano, según se infiere de estas palabras de Je-sucristo: «No os inquietéis para vuestra vida de lo que os comáis, ni para vuestro cuerpo de lo que os estéis vestidos. La vida no es más que la comi-da, y el cuerpo más que el vestido»” (San Matías, VI, 25) El cristianismo pu-ro no puede, pues, brindar preceptos higiénicos. La esfera de su influencia se concreta a dominios del espíritu.

En el orden físico, en vez de inspirarse sólo en la Ciencia, (7) que a todos asegura satisfacciones materiales, la organización general de la vida obede-ce más bien á, estos preceptos de Salomón: «Anda, y come con alegría tu pan, y bebe con júbilo tu vino. Que en todo tiempo sean blancos tus vestidos, y que el perfume no falte sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, durante todos los días de tu vanidad. Todo aquello que tu mano en-cuentre que puede hacer con tu fuerza, hazlo; porque en el sepulcro, donde tu vas, no hay ni obra, ni pensamiento, ni ciencia, ni sabiduría». (Eclesiastés IX, 7 a 10). «Joven, regocíjate en tu juventud, entrega tu corazón a corazón a la alegría durante los días de tu juventud, marcha por el camino que te seña-le tu corazón y según lo que tus ojos vean». (Eclesiastés XII, I) (8)

(7) Aunque debemos tener fe en la Ciencia, conviene, sin embargo, no ol-vidar que hasta ahora sólo las matemáticas y las ciencias físico – químicas se bastan para resolver todos sus problemas. Las demás inclusive las bioló-

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gicas, que son entre éstas las ciencias menos atrasadas, tienen mucho por rectificar, siendo inmenso lo que le falta esclarecer.

(8) Acaso convenga recordar que Salomón, a quién se le atribuye el Ecle-siastés, floreció mil años antes del nacimiento de Jesucristo; que su poder y su influencia fueron muy grandes, y su sabiduría, legendaria en todo el Oriente

Esto quiere decir que se debe beber y, además, gozar y hacer cuanto se pueda. Pero, una cruel experiencia, acumulada en el espacio de muchos si-glos, ha hecho evidente la inmoralidad de tales preceptos, y enseñado a los pueblos cristianos que no les conviene seguirlos; porque esta senda epicúrea es en realidad dolorosa y ofrece la triste perspectiva de la vejez y de la muer-te patológica.

Apartados de ese camino, sobre todo libres los pueblos cristianos de la funesta ola del alcohol, que al presente desbarata los beneficios de su cien-cia y de su civilización, contribuirán con maravillosa eficacia, a la prosperidad de, la tierra y a la dicha de sus hijos.

En fin, hoy se reconoce, de acuerdo con la Ciencia, que conviene simplifi-car ciertas fases de la vida de los pueblos civilizados, para que tengan orga-nización social más adecuada a la profilaxis de la vejez; que el hombre debe habituarse a gastar sus energías vitales y a gozar de los placeres con mode-ración y en armonía con la constitución física y moral de cada individuo; que debe también rehusar absolutamente los placeres desfavorables a la vida (9), y preservarse de enfermedades (10); porque esto ofrece la grata perspectiva de la vejez fisiológica y de la muerte natural.

París, Enero de 1910.

E. L. CONGRAINS.

(9) Tales son los placeres que proporcionan el alcohol, las esencias de plantas que contienen thuyona (las cuales figuran entre los componentes del asenjo y de otros licores), el opio, el hachís, el tabaco, etc. En la proporción que corrientemente se usan estas materias, las más perniciosas al hambre son el alcohol y aquellas esencias,

(10) Sin excluir la avariosis y la neisserosis, males que también influyen para acortar la existencia.

BIBLIOGRAFIA

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ELIE METCHNIKOFF, Etudes sur la nature. humaine, Paris, 1908.COMBY, Traité des maladies de l'enfance, Paris, 1902.JEAN PINOT, La Philosophie de la longévité, Paris, 1908.A. Eid, Histoire de la médicine en Egypte, Le Caire, 1902.

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La S'ainte Bible, traduit d´aprés le texte hébreu, par Louis SECOND, Pa-ris, 1906.

Le Coran, traduit de l'arabe, par M. Savary, Paris

Paris – Imp. I,. Duc el Cie, 125, rue du Cherche-Midi