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LA ACCION EN PLURAL una introducción a la sociologia pragmática laurent thévenot traducción de horacio pons revisión de gabriel nardacchione vm slglo veintiuno editores

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LA ACCION EN PLURALuna introducción a la sociologia pragmática

laurent thévenot

traducción de horacio pons revisión de gabriel nardacchione

v m slglo veintiunoeditores

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2 * Economia y sociologia de la acción coordinada: racionalidad y normas sociales

La oposidón entre las nodones de “norma social” y “raciona­lidad” divide a sociólogos y economistas en lo que respecta a la manera adecuada de percibir los comportamientos humanos, y determina así to­mas de posición tajantes, maniobras para reducir el punto de vista con­trario o intentos de repartir zonas de influencia. Las figuras de la acción desarrolladas en tomo de cada una de las dos nodones parecen oponerse desde su proyecto inicial, La figura de la acción que reposa sobre la norma sodal bosqueja los contornos de comportamientos colectivos o sodales; la basada sobre la radonalidad drcunscribe una decisión individual. Para englobarias en una misma perspectiva y encontrar un programa común al conjunto de las ciências sociales (incluída la economia) hay que resituar cada una de las dos nodones bajo un mismo desígnio: estudiar la inte- gradón de actos en un orden, un equilíbrio, una coordinación, donde el vocabulário diferirá en función dei esquema de integración propuesto.7

Así, las dos nodones de las que hemos partido encuentran lugar en dos esquemas vigorosamente contrastados: el de un orden que rige las con- ductas sociales y el de un equüibrio resultante de elecciones radonales. Sin embargo, los esquemas definidos por los pares norma-orden y racionati- dad-equilibrio han sufrido transformaciones importantes a medida que la atención de los sociólogos y, en los últimos anos, la de los economistas se traslado bacia situaciones de interacción en las cuales los actores depen- den estrechamente unos de otros para coordinar sus aedones. E1 examen

7 Olivier Favereau (2001) ha comparado el esquema de integración dei modelo neoclásico con el de la sociologia de Bourdieu, que se apoya en el par habitus<ampo y está destinado a establecer, en lugar de un equilíbrio, una reproducción también descentralizada. Favereau pone de relieve que en ambos esquemas se omite tomar en cuenta los “fracasos de coordinación” que superan los qjustes que cada uno de ellos aborda. Pierre-Michel Menger (1997) distingue con sutileza modelos económicos y sociológicos de la acción desde la perspectiva de su temporalidad.

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de esos esquemas de integración y de sus modificaciones no lleva a recon­siderar la oposición inicial y la manera de contemplar la racionalidad?

Al seguir las tradiciones de investigación ligadas a cada uno de los dos esquemas, intentamos mostrar las evoluciones paralelas que han expe­rimentado, orientadas por un mismo interés en discernir la dinâmica incierta de las interacciones locales a expensas de las regularidades de orden o equilibrio generales. Ahora bien, para percibir la coordinación en interacciones y discernir los procedimientos de ajuste y reconocer sus limites, el modelizador debe tomar en cuenta las maneras en que los actores se representan las acciones de los otros sin que sus juicios pue- dan ya limitarse a la aplicación de una norma o a una elección dentro de un contexto objetivo de opciones dadas a priori. El paralelismo entre la evolución dei enfoque sociológico y el enfoque económico de la coor­dinación evidencia las similitudes entre dos transformaciones indepen- díentes: un giro interpretativo en la filosofia de la acción, la antropologia y la sociologia comprensiva, y un giro cognitivo más reciente que marca el enfoque económico de las interacciones estratégicas. De esos dos mo- vimientos rescataremos una interrogación común sobre las modalidades dei juicio que el actor emite acerca de las acciones de los otros, unjui- cio percibido de diversas formas en términos de representación, sentido, expectativa, anticipación y referencia a un saber común. Dado que las nociones de norma y racionalidad corresponden a dos maneras de con­siderar el modo en que el actor discieme la situación, hay que situarias en un abanico más amplio de modalidades de juicio.

En la conclusión dei capítulo derivamos las consecuencias de las cons- tataciones precedentes, proponiéndonos dar cuenta de una variedad de modalidades de juicio que se adaptan a diferentes posibilidades de ajuste entre la acción y el entorno.

RACIONALIDAD Y ACCIÓN SOCIAL

La definición y el lugar de la racionalidad oponen, dentro de las ciências sociales, disciplinas o corrientes diversas.8 Su especificación en términos

8 Como nuestro interes se centra aqui en los desarrollos de las ciendas sociales consagrados a la coordination de las acciones, y en el analisis del juicio del actor que de ella resulta, solo tciidremos en cuenta las explicaciones

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de racionalidad optimizadora, utilizada en las formalizaciones económi­cas, sirve de punto de referencia en los enfrentamientos, tanto si se la adopta como si se la rechaza.9 Pero es en las nociones formuladas en sociologia y antropologia (normas sociales, valores o culturas) donde la distancia es más marcada. Esta conduce a enfrentamientos regulados entre posiciones que suelen estar asociadas a opciones metodológicas fundamentalmente diferentes; dichas confrontaciones se dan en función de guiones más o menos ofensivos, entre los que los dos tipos que pre- sentaremos a continuación son los más corrientes.

TENTATIVAS SIMÉTRICAS DE REDUCCIÓNA contracorriente de las estratégias de reducción, el rechazo total de la noción rival la deja relegada como ilusória y se expresa groseramente en los ataques lanzados a un quimérico homo ceconomicus. La objeción puede referirse al idealismo y el irrealismo dei modelizador o a las ilusiones de los propios actores. Del primer tipo es la crítica que, en Las regias dei método sociológico, Émile Durkheim hace a la pretension de la economia política de constituirse en una ciência especializada en los hechos so­ciales que se producen con vistas a la adquisición de riquezas, un pro­pósito anunciado por John Stuart Mill en su proyecto de ciências de la

que adoptan el vocabulário de la acción y dejaremos de lado, en especial, las explicaciones funcionalistas que se refieren a las finalidades de un sistema (Merton, 1968). Uno puede dedicarse a vincular la explicación funcionalista a comportamientos, sin omitir estipular las retroacciones (a menudo, au­sentes) (Elster, 1987), y considerar los tipos de “mecanismos" (Harré, 1970) ptausibles, como el "refuerzo” skinneriano en la explicación evolucionista de Philippe Van Parijs (1990). Sin embargo, aun en ese hipotético caso, la distancia crítica entre la explicación que el investigador propone para la fun­ción latente y las razones de la acción, que suele expresarse en la diferencia entre intereses de largo plazoy una decisión cortoplacista (Dodier, 1991), es problemática cuando el objeto de estúdio es la coordinación. Se lo advierte con particular claridad en el tratamiento de las “creendas”, a la vez incorrec- tas y funcionales (Van Parijs, 1990: 170). Un notable recorrido crítico de las figuras contemporâneas de la racionalidad puede verse en Laville (2001).

9 En la economia misma, Herbert Simon ha desarrollado otra especificadón desde el punto de vista de la racionalidad limitada y procedimental. Se la utiliza en los trabajos neoinstitucionalistas que procuran explicar organiza- ciones y, en especial, regias sobre las que se basa su funcionamiento, a partir de decisiones individuales. Sin embargo, la racionalidad limitada no se ajusta tan bien como la precedente a las técnicas de modelizadón y a menudo sólo sirve para reducir su validez. Frédéric Laville (1998, 2000) ha iniciado una investigación sistemática de las modelizaciones de esa racionalidad limitada.

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naturaleza humana. Nada nos asegura -escribe Durkheim- que haya una esfera de la actividad social donde el deseo de riqueza tenga realmente ese papel preponderante. La materia de la economia política está hecha “no de realidades que puedan senalarse con el dedo, sino de simples po- sibilidades, puras concepciones del espíritu” que el economista se forma en función del fin considerado (Durkheim, 1983 [1895]: 24). Forman parte del segundo tipo de criticas, dirigidas a las ilusiones de los actores mismos, los puntos de vista formulados por Pareto en su Tratado de so- ciología general, cuando a los instintos no lógicos que mueven al hombre (los “restos”) contrapone el trabajo realizado para explicar la causa de la acción (las “derivaciones”), “manifestación de la necesidad de lógica” del hombre que “reviste de razonamientos lógicos o seudológicos” esos instintos (Pareto, 1968 [1917-1919]: 434 [§ 798]).

A menudo, estas ultimas críticas se asocian a develar, de acuerdo con los motivos ilusorios aducidos por los actores, el verdadero motor de su conducta. Así, se deslizan hacia las estratégias reduccionistas que de aqui en más vamos a considerar. El investigador deshace la explicación enga­nosa propuesta por el actor, ya sea en el vocabulario de la norma social o en el de la racionalidad, y la sustituye por una verdadera explicación que adopta la noción alternativa. La referencia a normas sociales es una “justification” que disimula intereses bien concebidos. La “rationaliza­tion” de la decision individual encubre los basamentos colectívos de una conducta que se asienta en normas sociales.

Teniendo en cuenta el lugar que ocupa la racionalidad instrumental en el desarrollo de la ciência económica, esta primera tentativa de reduc- ción será de las más prósperas en su objetivo de llevar las normas sociales a una escala más pequena, de racionalidad individual. Max Weber con­sidera que “una de las fuentes de la constitución de la economia como ciência” radica en la demostración de que las conductas guiadas exclu­sivamente por los intereses producen “efectos equivalentes a los que se procura obtener por la via de la coercion mediante la imposición de normas” (Weber, 1971 [1922]: 28). La obra dei economista Gary Becker (1976) apunta a extender esa operación de reducción al conjunto de las conductas humanas, incluidas las más alejadas de las transacciones eco­nómicas, recurriendo, en caso de necesidad, a “precios fantasma” cuan­do efectivamente los precios no existen. Poner en evidencia los intereses contribuye a deshacer normas o costumbres, en virtud de un uso “despia- dado” e “inflexible” de la tríada constituída por las preferencias estables, la maximización de la utilidad y el equilíbrio dei mercado (Swedberg, 1990). En los trabajos neoclásicos más recientes, en cambio, las regias y

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las costumbres podrán reconocerse como entidades hechas y derechas, incluso si es cuestíón de explicar su construcción a partir de los intereses de los agentes y las falias de información que pesan sobre la creación de los contratos (Tirole, 1988). Así, la teoria de las incitaciones aspira a mos­trar que los mecanismos reglamentarios son respuestas óptimas a las asi- metrías de información acerca de los bienes y servidos intercambiados, y que esas asimetrías constituyen un obstáculo al mercado competitivo.

£1 proyecto de reducir las normas sociales a una racionalidad de los indivíduos interesados es más antiguo que la ciência económica. La idea de que los imperativos morales son reducibles a un interés bien concebi­do es el meollo de la filosofia moral de David Hume. iQué teoria moral -se pregunta en la conclusión de sus Investigaciones sobre los princípios de la moral- puede semos de alguna utilidad si no es capaz de mostrar que los deberes que recomienda corresponden también al verdadero interés de cada cual? (Hume, 1951 [1751]: 280). El programa de reducción de Hume fue retomado por la teoria moral de David Gauthier en La moral por acuerdo. Gauthier no considera satisfactoria la solución de Hume porque no explica la especificidad de las coacciones morales de imparcialidad con respecto al interés personal. Esta crítica de un enfoque “egoísta” no lleva a su autor a adoptar una máxima de imparcialidad. Así, Gauthier rechaza la teoria de Rawls debido a sus fundamentos inspirados en Kant, que la alejan de un modelo de acción interesada (Gauthier, 1986:237). Su inten- ción es deducir las coacciones morales de una racionalidad de las eleccio- nes individuales merced a la consideración adicional de ciertas “estructu- ras de interacción” que van a mostrar que esas coacciones son claramente ventajosas. Esta recuperación dei proyecto de Hume aprovecha, por tanto, una evolución -que examinaremos en la sección que sigue- de las ciências sociales hacia el análisis de las estructuras de interacción.

Simétrico al proyecto anterior, el esfuerzo por reducir la racionalidad a una norma social suele tener cabida en una caracterización de la cul­tura Occidental y de la evolución histórica que lleva hacia la modemi- dad. Para cimentar esa inscripción cultural e histórica de la racionali­dad podemos recurrir a los análisis de Max Weber sobre la racionalidad burocrática y a la especie de racionalismo que es privativa de la cultura Occidental.10 En ese sentido, Talcott Parsons (1968 [1937]: 56) habla de “norma racional de eficacia”.

10 Weber (1971 [1922]: 16) pretende destindarse de un “racionalismo” que crea en un predomínio de lo» motivos racionales o los evalúa en forma positiva.

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Hobbes forjó el modelo de un orden social basado sobre indivíduos racionales que buscan su propio in te rés; por consiguiente, servirá antes bien para la causa previa de reducción a la racionalidad interesada. Sin embargo, reconoce la normatividad, o la normalidad esperada, de una conducta interesada cuando, por el contrario, se preocupa por las “perturbaciones dei alma” que amenazan esa racionalidad. Así, “el amor por la gloria o la celebridad debe incluirse, si se extralimita, entre las perturbaciones”, y otro tanto vale para el placer de imaginar una gloria póstuma. En contraste, “la justa estima de sí mismo no es una perturbación; así es como el alma debe ser” (Hobbes, 1974 [1658]: 167; el destacado me pertenece). Ese “debe ser”, <:no revela el estatus nor­mativo de la racionalidad? En su obra sobre Hobbes, Jean Hampton (1986) ha estimado que un “debe” de esas características es descon­certante [puzzling], pero que puede comprenderse en relación con la normalidad de un estado fisiológico.11 La autora deriva su argumento dei tratamiento destinado a los locos en el Leviatán, donde se dice que “la pasión cuya violência o duración,produce la locura es, ora ese grado elevado de vanagloria que suele llamarse ‘orgullo’ o 'suficiência’ [pride, self-conceit, superbia], ora ‘profundo abatimiento* [dejection of mind]” (Hobbes, 1971 [1651]: 70 [cap. 8]). El loco no conoce sus verdaderos deseos y, por eso, no es racional.

DE LAS TENTATIVAS DE REPARTO DE ZONAS DE INFLUENCIAOtras son las actitudes que apuntan a reconocer el lugar de los dos mo­delos de acción y adoptan tanto el vocabulário de la noima como el de la racionalidad, en vez de procurar reducir uno al otro. Así, Mill le repro­cha a Bentham que haya reducido todas las acciones humanas a conduc- tas interesadas y aspira a fundar su versión de la moral utüitarista sobre

Considera que el sociólogo debe privilegiar la explication racional y lógica porque consütuye una referencia compartida en la comunidad científica, una norma de validez científica (Weber, 1949 [1922]: 58), Al respecto puede verse un anátisis crítico en Passeron (1995).

11 Durante una presentation oral en el CREA [Centre de Recherche en Episté­mologie Appliquée] del argumento de su obra, Jean Hampton insistió en ese desconcierto y al ejemplo de los locos de Hobbes sumô el de su propio hijo, cuya cordura no le impide “querer tr a ver a la abuela y negarse a la vez a agarrar el auto", actitudes imposables de conciliar debido al lugar donde ella vive. Con relación a la normalidad como operador del paso de lo descriptivo a lo deontico y su apoyo en la medicina, véanse Hacking (1990a: cap. 19) y el apartado siguiente de este capítulo.

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“el sentimiento y las simpatias sociales que son naturales en el hombre”, el sentimiento de “la sociedad en general” y “el interés colectivo” (Mill, 1968 [1863]: 93y 135).

Sin embargo, senalemos que, al no haber una integración de ambos modelos de acción en un marco común, el reconocimiento de los dos territórios de validez de cada uno se expone al riesgo de desvirtuarse debido a la preeminencia que implicitamente se le otorga a uno de ellos. En uno y otro modelos vemos asomar esa preeminencia en los esfuerzos desplegados por los dos autores posteriores para incluir ambos.

Reparto de los territórios con un sesgo favorable a la racionalidad in~ teresada: los comportamientos orientados por normas tienen, sin duda, su lugar en un cuadro de las conductas humanas, pero corresponden a conductas irracionales desarrolladas sobre un sustrato de conductas ra- cionales que, por su parte, son estrictamente humanas. Jon Elster (1989: cap. 3) adopta una posición en ese sentido cuando reconoce la especifi- cidad de las normas sociales y sostiene que no contribuyen a producir im equilíbrio paretiano óptimo y no son reducibles a elecciones racionales.

Reparto de los territórios con un sesgo favorable a las normas sociales: aunque deben tomarse en consideración los comportamientos resultan­tes de un cálculo racional estratégico y de intercâmbios contractuales in- teresados, presuponen un acuerdo con respecto a un marco común más fundamental. En ese sentido, Mary Douglas (1999) prolonga la tradición durkheimiana al tiempo que incorpora un indivíduo racional, por medio de “un enfoque de tipo cognitivo que se ocupa de la necesidad individual de orden, coherencia y control de lo incierto”.

UNA PERSPECTIVA COMÚN: LA COORDINACIÓN DE LAS ACCIONESA pesar de las simetrias que hemos destacado, a primera vista las nocio- nes de norma y de racionalidad no parecen servir a los mismos propósi­tos. El vocabulário de las normas sociales se concebiría para explicar ac- ciones colectivas; el de la racionalidad, para percibir actos individuales. Se vuelve necesario encontrar un objeto que sea común a las diferentes estratégias de investigación consideradas.

Esa diferencia de índole se disipa cuando situamos cada uno de los modelos de acción en un objetivo más amplio, común a todas las ciên­cias sociales (incluida la economia), que se inscribe en una tradición de filosofia política y sigue muy presente en los orígenes de las disciplinas sociológica y económica antes de que se llegue a la ruptura de estas con aquella. Siguiendo una reflexión sobre el acuerdo o el bien de la ciudad,

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las ciências sociales dan cuenta de posibilidades de orden. Sin embargo, en cuanto ciências inspiradas en el modelo de las ciências de la natura- leza pretenden aportar respuestas que se apoyen sobre la evidencia de las leyes que gobiernan los comportamientos humanos. Esas respuestas difieren según adopten la figura de un orden social o la de un equilíbrio.

Esquema 1. Dos movimientos paralelos en las ciências econó­micas y sociales: giro cognitivo y giro interpretativo

Leyes (regularidades) de las ciências de la naturalezâ

EXPLICACIÓN

Stuart Mill

COMPKENS1ÓN

Para confirontar proyectos comparables necesitamos, por tanto, resituar las dos nociones en construcciones más completas, donde la norma se inscriba en un orden social y la racionalidad en un equilíbrio, La acción coordinada con los otros es el objeto común de las ciências sociales; di- cha acción se califica de “colectiva” o “social”, y se la denomina “inte- racción” o “transacción” para destacar que implica una pluralidad de actores. Si tiene que prestarse a designar ese proyecto, el término “coor- dinación” no debe juzgar de antemano una intención o un plan comu- nes ni un gobiemo impuesto por regias, y tampoco la fuerza disciplinaria de las coacciones o los hábitos que imponen su orden. La cuestión debe plantearse en un grado mayor de generalidad.

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ECO N O M IA Y SO C IO LO G ÍÀ DE LA A C C 1ÓN C O O R D IN A D A .,. 8 3

Los dos enfoques de la çoordinación que correspondeu a los pares racionalidad-equilibrio y normas-orden siguen siendo extreraadamen- te antagónicos, debido a la naturaleza de las soluciones propuestas y su arraigo en tradiciones diferentes. Sin embargo, esos enfoques pasaron por una trayectoria similar, que obedece a la atención creciente que los autores prestan a las operaciones cognitivas e interpretativas que deben realizar las personas para coordinarse. Introduzcamos aqui ese movi- miento de manera muy esquemática, distribuyendo varias comentes y autores según dos ejes perpendiculares (véase esquema 1). Si bien los modelos dei equilíbrio económico y el orden social se oponen desde el punto de vista de la relación dei individualismo con el holismo (eje hori­zontal dei esquema), üenen en común el hecho de situarse lo más cerca posible dei modelo de las ciências de la naturaleza. Proponen una física social basada sobre leyes: las dei equilíbrio económico y el orden social. Por eso están dei mismo lado en una segunda oposición (eje vertical dei esquema). Allí (parte superior dei esquema) prevalece la explicación causal fundada sobre leyes, en detrimento de una atención a las inquie­tudes de la persona actuante. No hay lugar, entonces, para un actor y sus operaciones de conocimiento yjuicio. Hacia el otro polo de ese segundo eje, los enfoques destacan el papel dei juicio en la coordinación y, así, se interesan en el lugar de las interpretaciones mutuas, las expectativas y las percepciones cognitivas a las que apelan los actores para coordinarse dentro de cierta comprensión de las situaciones y acciones de los otros. El movimiento de desplazamiento hacia ese polo de la comprensión es más antiguo en la sociologia: la de Durkheim, que asigna un gran lugar a las formas de conocimiento y, desde luego, la comprensiva de Weber, que se preocupa por explicar un sentido común. Las corrientes poste­riores (el interaccionismo y la etnometodología) se inspiraron en la her­menêutica, el pragmatismo y la fenomenología para poner de relieve el lugar de esas operaciones de comprensión en la coordinación de las acciones en situación.ia En los enfoques de la acción individual en tér­minos de elección racional se dio un movimiento paralelo, aunque muy posterior, a partir de consideraciones sobre la información a la que los agentes tienen un acceso desigual y, más recientemente, sobre las antici- paciones que no sólo conciernen a un contexto de objetos sino también a los comportamientos y las expectativas de los otros actores. Pongamos, 12

12 Sobre la etnometodología, véase Fomel, Quéré y Ogien (2001). Sobre el lugar de U hermenêutica en la sociologia, véase Quéré (1999).

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pues, en paralelo el “giro interpretativo” (Rabinow y Sullivan, 1979) de las ciências sociales y el más reciente “giro cognitivo” a fin de esclarecer la operación de juicio y el lugar que en ella ocupa la racionalidad.

ENFOQUES SOCIOLÓGICOS DE LA GOOHDINACXÓN:DEL ORDEN SOCIAL A LA INTERACCIÓN EN SITUACIÓN

DE LAS LEYES SOCIALES A LAS NORMAS SOCIALES£1 modelo sociológico de una acciõn determinada por normas sociales no es la mera prolongación de una tradición de filosofia política o moral. Debe su eficacia al lazo establecido entre dos maneras muy diferentes de imaginar el orden en la sociedad: a) como resultado de un debate políti­co y moral de los miembros de la ciudad que consideran una pluralidad de bienes y optan por ciertos princípios con que regir sus conductas y b) como la consecuencia de leyes que expresan regularidades y estable- cen causas comunes según una orientación tomada de las ciências de la naturaleza. Como ese lazo entre regias y regularidades se anuda en los adjetivos “colectivo” o “social” que determinan cierto abordaje sociológi­co dei orden o la coordinación, es conveniente detenerse un momento en su elaboración. Si volvemos a los esfuerzos constitutivos de las ciências sociales para pasar dei proyecto anterior de la filosofia política al progra­ma de extender las ciências naturales a las de la sociedad, comprendere- mos mejor el estatus dei concepto de norma social.

Economia y sociologia están involucradas en la búsqueda de las leyes de una física social que recupere el proyecto de las ciências de la natu­raleza. La idea de estudiar los comportamien tos humanos con el talante dei físico, dei químico o dei fisiólogo (Durtheim, 1983 [1895]: xiv) ya aparece expresada con fuerza en Mill (1988 [1843]: 30), cuando compa­ra la ciência de la naturaleza humana con las dei clima o las mareas, que, si bien no han alcanzado el progreso de la astronomia, permiten poner en evidencia leyes generales de “una infalible uniformidad”, aunque fal- ten datos para “aplicar sus principios a circunstancias específicas”.

La comparación con ciências de la naturaleza aún aproximativas no es sólo una confesión de modéstia. Introduce una figura central en el tra- tamiento de los comportamientos sociales, la de una jerarquia entre una “masa principal” previsible y una diversidad de causas menores particula­res que no son controlables. Aplicada a los comportamientos humanos, esta construcción de dos niveles establece los cimientos de un colectivo

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que sigue leyes cuando, por otra parte, los comportamientos de los indi­víduos siguen dependiendo de particularidades. Como en la "ciência de las mareas”, el investigador no puede contar con tener acceso a las "cau­sas menores”. Sin embargo, "para las necesidades de la ciência política y social”, explica Mill, basta con “saber como piensa, siente y actúa la gran mayoría de una nación o una clase de personas [...]. Una proposición que sólo es probable cuando se refiere a seres humanos individuales, escogidos sin discernimiento, es cierta cuando se refiere al carácter y la conducta colectiva de masas” (MUI, 1988 [1843]: 34). Del mismo modo, para Durkheim y Mauss, una ciência de los comportamientos humanos es posible en la medida en que “su constância y su regularidad sean al menos iguales a las de los fenómenos que, como la mortalidad, depen- den sobre todo de causas físicas” (Fauconnet y Mauss, 1901), y el hecho social se caracteriza en primer lugar por ser “estadístico y numerable” (Mauss, 1971 [1927]).

Para constituir una ciência, hace falta tomar visibles y “manipulables” las regularidades (Hacking, 1990b), en el sentido de poder manejarias como objetos comunes. Los instrumentos estadísticos tienen una eon- tribución central en el desarrollo de las ciências sociales (Desrosières, 1985, 1993) en cuanto investidoras de forma (Thévenot, 1986a). Pero, asimismo, permiten un pasaje entre el vocabulário de las leyes de la na- turaleza y el de las acciones humanas, por obra de la noción de media, ley normal y norma. La sumatoria de los comportamientos individuales y su promedio, que permite construir un ente cuya conducta regular sigue una ley social, tiene como correlato la construcción de un tipo normal que permite realizar un juicio de valor. Normalidad y normas vinculan el programa de las ciências de la naturaleza a uno anterior, el de la filosofia política y moral.

Adolphe Quetelet es uno de los artífices fundamentales de aquel pa­saje, con anterioridad al trabajo efectuado por Durkheim. Como Mill y como Laplace, a quien se refiere al inicio de su Essai de physique sociale, Quetelet (1835) intenta aplicar el método de las ciências naturales a las ciências políticas y morales. Para hacerlo, se apoya en la regularidad de los promedios ponderados y la distribución de los errores según la ley normal, que conoce por su profesión de astrónomo. El traspaso de esa figura de la ley normal a los comportamientos humanos lo lleva a infe­rir, de una distribución normal, la referencia posible a un ente normal, un “hombre medio”, a la vez humano y regular, que da consistência a los colectivos, los pueblos y las naciones. El tipo ideal supera las volun­taries individuales y consolida el concepto de sociedad: “A mayor cand-

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dad de indivíduos observados por nosotros, más se borra la voluntad in­dividual para dejar paso al predomínio de la serie de hechos generales que dependen de las causas en virtud de las cuales la sociedad existe y se conserva” (Quetelet, 1835: 12). Así se establece el lazo entre regu­laridades en promedio y la cuestión política de la representación dei interés general, relación a la que Durkheim hace un aporte (Durkheim, 1966 [1918]) en su relectura de Rousseau (Thévenot, 1994).13 Relacio­na entonces de manera abusiva el interés general rousseauniano con “el interés de un indivíduo medio”, para diferenciarse así dei autor dei Contrato social mediante la distinción dei “ser social considerado en su unidad orgânica” y destacar que “la utilidad colectiva tiene algo de es­pecífico; no se determina en función dei indivíduo” (Durkheim, 1966 [1918]).14

Si la estadística ofrece puentes sólidos entre las leyes de la natura- leza y las de la política, la medicina hace también un gran aporte a la transformación de las regularidades en normas sociales y juicios. Que­telet considera que el “estado normal” dei que las ciências médicas se valen para “juzgar el estado de un indivíduo”, “en el fondo, no es más que el que nosotros consideramos” en “el hombre medio” (Quetelet, 1835: 267). La noción de “normal” permite pasar de una regularidad a una evaluación y salvar la frontera trazada entre hechos y valores.

13 El vínculo entre la operation de integración en el promedio y la constitution del colectivo no se mantiene siempre igual a sí mismo en toda la obra de Durkheim. La superposición entre las ires figuras -"promedio”, "normal”y “social”— se propone en la primera edition de La division del trabajo social (1893), en referencia al método de los naturalistas: "No tenemos, por lo tanto, más que imitar el método que siguen en un caso similar los natura­listas. Estos dicen que un fenómeno biológico es normal para una especie determinada cuando se produce en el promedio de los indivíduos de esa especie, cuando forma parte dei tipo medio; es patológico, al contrario, todo lo que está al margen dei promedio, ya sea por encima, ya por debajo. {...] Un hccho moral cs normal para determinado tipo social” (Durkheim, 1975, vol. 2: 283). Este pasaje se elimino en la segunda edición de 1902 y, como ha mostrado Desrosières (1985), algunas formulaciones de El suicídio vuelven a la equivalência entre tipo medio, tipo moral y tipo colectivo, que tiene a Quetelet como principal fuente de inspiración: "Es pues un error funda­mental confundir, como tantas veces se ha hecho, el tipo colectivo de una sociedad con el tipo medio de los indivíduos que la componen. El hombre medio es de una moralidad muy mediocre. [... ] Esa confusion, en la que incurríó precisamente Quetelet, hace de la génesis de la moral un problema incomprensible” (Durkheim, 1930 [1897]: 359).

14 Sobre la apaiición en Durkheim dei modelo organicista en sociologia y sus prestamos de la biologia, véase Vatin (2005).

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Auguste Comte elabora esta noción en un contexto médico a partir de la ley de variación mediante la cual Broussais designaba la desviación dei estado normal hacia uno anormal. Al hacerlo extensivo al orden político en procura de percibir la normalidad de la esfera social, Comte convierte el estado normal en un estado de perfección que la escue- la positiva debe contribuir a establecer, y no en un simple promedio (Hacking, 1990a: cap. 19).

Podemos expandir en lfnea recta el itinerário que acaba de esbo- zarse para derivar una teoria de la acción de una teoria de los hechos sociales. Por intermédio de la noción de normalidad, que permite des- lizarse de la constatación de regularidades a un principio rector del juicio que gobierna las acciones, se pasa de la idea de ley tomada de las ciências de la naturaleza a la de acción. El concepto de norma social es la clave de ese pasaje, la manera mãs sencilla, para el modelizador, de explicar regularidades en términos compatibles con el vocabulário de la acción. Al seguir ese camino, llegamos al modelo clásico de la acción regida por normas, que es una trasposición de la ley al vocabulário de la acción. El pasaje supone a la vez que esta última surge de la aplica- ción de una regia y que los actores la interiorizam Por consiguiente, este modelo da cuenta de la existência de un orden entre las acciones individuals, porque estas están regidas por las mismas normas. De ese modo suele caracterizarse a un modelo “sociológico” de la acción, y asociarlo a la obra de Durkheim, en quien efectivamente encontramos sus elementos constitutivos.

Sin embargo, el modelo de acción regulada por normas dista de abarcar el conjunto de los enfoques sociológicos de la acción. Si se toman en consideración los ajustes de la acción a la situación o las inte- racciones con los otros, ya no se puede preservar intacto el modelo de la coordinación. Hay que ocuparse de la distancia entre las referencias a valores, normas o representaciones colectivas y, por otro lado, las cir­cunstancias particulares de la acción que exigen correcciones y ajustes. Las determinaciones colectivas de la acción, de las que el modelizador ha dotado a los actores para explicar un orden, no permiten discer­nir esa distancia y los ajustes que supone. Si se quiere aprehender una adaptación a las circunstancias que es privativa dei desenvolvimiento de la acción (en contraste con la decision a la cual suele reducírsela, so­bre todo en el análisis económico), ya no es posible pasar directamen- te de una norma interiorizada a un orden. £Cómo abordar la tension entre la generalidad de las referencias comunes y las particularidades del entomo de la acción? Este problema, que el concepto clásico de

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prudência senalaba sin resolverlo, vuelve a estar entonces en el centro dei análisis de la coordinación.15

LA TENSIÓN ENTRE LA GENERALIDAD DEL JUICIO Y LAS CIRCUNSTANCIAS DE LA ACCIÓNEn caso de sumar elementos destinados a explicar un ajuste dei actor a las circunstancias específicas de la acción, nos apartamos dei modelo de un comportamiento determinado por normas sociales. Esos agrega­dos difieren según la manera de percibir el ajuste. En la perspectiva dei ajuste a un entorno objetivo, se pondrá en juego la noción de racionali- dad instrumental. Si prestamos atención al ajuste con otros actores, esa racionalidad instrumental pierde su supremacia en beneficio de otras nociones que se apoyan en un sentido o unos conocimientos comunes.

La teoria de la acción de Weber se aleja dei modelo de las práctícas so- ciales propuesto por Durkheim en virtud dei lugar asignado a la raciona­lidad individual como complemento de la referencia a valores. Los tipos de acciones sociales se diferencian según la respectiva incidência de los valores y dei requisito de racionalidad. De acuerdo con esta tipologia de Weber (1971 [1922]: 22), las conductas tradicionales están íntegramente regidas por hábitos y se oponen a las conductas racionales instrumenta- les, orientadas hacia la finalidad, que implican la elección racional de los médios y los fines ajustados a un interés particular. Situado en una posición intermedia, el tipo de la acción orientada racionalmente con respecto a valores propone una articulación de los conceptos de valor y racionalidad que durante mucho tiempo marcará la sociologia.

En ese tipo de acción, la elección de los médios y aun de la meta es racionai, pero los valores no pueden adoptarse de manera racional. So- meterse a ellos deja de lado considerar las consecuencias de la acción y, al mismo tiempo, permite una generalización que no es posible a partir dei interés individual y que este tiende incluso a contrariar (1971

15 En la Ética a Nicámaco, Aristóteles distingue la sophia, que es sabiduría teórica, de la phrónesis [prudência]; esto es, la sabiduría práctica que “ya no tiene sólo por objeto los universales”, sino que “debe incluir también el conoci- miento de los hechos particulares, porque es dei orden de la acción y esta se relaciona con las cosas singulares* (Aristóteles, t967:1, 13; VI, 5, 8). Pi erre Aubenque (1976 [1963]: 43) senala la diferencia entre Platón, “que no parece haber puesto en duda que un saber lo bastante trascendente pudiera dar cuenta de la totalidad de los casos particulares”, y Aristóteles, quien “evita deducir en cuaJquier caso lo particular de lo general".

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[1922]: 28). Así, en el acto religioso o artístico, Weber deslinda la orien- tación hacia un valor y los médios, tales como la oración o la interpreta- ción de un instrumento musical, cuya elección es racional con respecto a ese valor. El despliegue de las técnicas en esferas alejadas de la economia o la industria (armonía racional, bóveda gótica racional, perspectiva ra­cional, racionalización de la contemplación mística: Weber, 1964 [1904- 1905]: 12-13 y 23,1971 [1922]: 63-04) caracteriza la cultura racional Oc­cidental y permite construir su historia. Por otra parte, Weber justifica con motivos de método científico su decisión de otorgar un lugar central en su análisis y su tipologia a la racionalidad instrumental. La acción pu­ramente racional tendría el mérito de ser clara, comprensible y carecer de ambigüedades, en tanto que un chino no lograria discernir nuestros imperativos éticos (Weber, 1978: 6, 1949 [1922]: 58).

Parsons refuta esa postura; para él, las normas tienen un papel integra­dor más importante en la arquitectura dei modelo y en la coherencia de la sociedad, y unifican las motivaciones de la acción antes de la elección racional de los médios. Si bien mantiene la articulación entre un sistema de valores [the permanenüy vaUd idealistic precipitaíe] y una racionalidad instrumental [thepermanenüy validprecipitate of the utüitàrian theories] (Par­sons, 1968 [1937]), atribuye una posición primordial a las coacciones normativas, de las cuales no puede escapar la acción. Parsons pone en evidencia el “dilema utilitarista”: o bien la elección de los fines es un ele­mento propio de la acción, pero dichos fines se consideran “aleatórios” [random] en una concepción atomista de la acción racional que no da cabida alguna a las relaciones entre ellos y únicamente se interesa por la relación entre medio y fin, o bien esa elección ya no es un elemento pro­pio de la acción, que queda reduçida entonces a una adaptación mecâni­ca a las condiciones materiales de la situación (Parsons, 1968 [1937]: 59 y 64). Así, Hobbes sólo se alejaría dei dilema utilitarista al llevar la concep­ción de racionalidad mucho más allá de su acepción en el resto de su teo­ria, porque los actores dei contrato social llegan “a captar la situación en su integridad en lugar de perseguir sus propios fines” (1968 [1937]:93). Según Parsons, es Durkheim quien propone un camino para salir dei di­lema, gracias a su concepción de una interiorización de las regias como obligaciones morales (1968 [1937]: 383).

En Habermas (1987 [1981], vol. 1: 105) encontramos una “acción re­gulada por normas” que combina una validez racional de los médios y una validez social de las normas. Sin embargo, este autor no está satis- fecho con esa articulación porque da demasiado peso a una noción de racionalidad instrumental que lleva a realizar acciones estratégicas sobre

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los otros y obstruye la posibilidad crítica de una comunicación demo­crática. Habermas (1987 [1981], vol. 1: 292) pone en tela de juicio la tipologia weberiana de las acciones (racional orientada hacia fines, ra­cional orientada hacia valores, afectiva, tradicional) debido al papel que desempena esa noción de racionalidad. Se propone susdtuirla con una concepción de la racionalidad sometida a requisitos de comunicación, que, al destronar a la precedente, domine y ordene los diferentes tipos de acciones. La accíón instrumental que resulta dei cálculo y la elección óptima de los médios materiales o la acción estratégica que extíende ese cálculo al trato que se les da a los otros en cuanto médios no obede- cen a los requisitos de intercomprensión de la actividad comunicacional (1987 [1981], vol. 1: 295). Percibida así, a partir de los requisitos de co­municación, la razón adopta un cariz procedimental y permite que las orientaciones normativas entablen una discusión crítica argumentada y un “entendimiento sobre las normas”.16

En la tradición weberiana, el modelo de acción regulada se flexibili­za al sumarse la elección racional de los médios adaptados. El requisito de ajuste a un estado de cosas dei entorno se introduce al hacerse una especificación instrumental de la racionalidad. Habermas propone un tipo de ajuste diferente, en el cual el actor considera a las otras personas como actores, no como puros instrumentos. En esa dirección se mueve una línea de trabajos interaccionistas.

Esos estúdios implican un cambio de perspectiva. No se trata ya sólo de saber de qué manera la orientación normativa con la que el modelizador ha dotado a los actores puede traducirse en los hechos (y, por ende, con­tribuir efectivamente a un orden). El modelizador pretende incluir el modo en que los actores mismos se ajustan unos a otros. El actor se erige en intérprete para comprender y prever las conductas de los demás. Ya

16 Lo cierto es que la compatibilidad entre los tres requisitos de validez de la comunicación de espacio público (veracidad instrumental, normas sociales y autenticidad) no es objeto de un examen específico. Jean-Marc Ferry ha tra- zado un paralelo de este tríptico de Habermas no sólo con la arquitectóiúca kantiana sino también con la sistemática de tres términos (“trabajoV“inte- racdónV“representación”) propuesta por el joven Hegel en Jena, discutida asimismo por Habermas. Esta sistemática ahonda la distinción entre “regias técnicas" producidas en el trabajo con la naturaleza, “convenciones” elabora­das en la interacción con los otros y “símbolos" constituídos en la dialéctica de la representación. Ferry (1987) le reprocha a Habermas que no retome la distinción entre estos dos últimos términos y caiga en el error de confundir la construcción social de la identidad con la constmcción política de la legiti- midad. Acerca de Habermas y Weber, véasc también Sintomer (1999).

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Weber sostenía un enfoque comprensivo; pero con el interaccionismo la atención se centra en las operaciones de interpretación efectuadas por los actores en situación, y también en las dinâmicas de ajuste. La fuerza para imponer la regia o la norma se pone en duda en favor de los intereses que inducen a las personas (sobre todo a los profesionales) a preparar las situaciones con tácticas y técnicas adecuadas (Hughes, 1971, H. Becker, 1991 [1963]) y negociar un acuerdo local entre varias metas (Strauss, 1979, 1992). El vocabulário de los intereses particulares y de la negociación, tomado dei modelo económico, introduce, a diferencia dei de las normas, la figura de un equilibrio realizado a escala local, En contraposición con la concepción de sociedad como sistema en equili­brio asociada a Parsons, la escuela de Chicago destaca un cambio que no está enmarcado por las nociones de “convenrión” y de “mundo” abiertas a la plasticidad de ordenes locales (Becker, 1988 [1982]; en ese volu- men, véase además la presentación de Pierre-Michel Menger).15 A medi­da que las interpretaciones y las expectativas adquíeren importância en el análisis de la coordinación, se pasa de un ajuste de actos a un ajuste de significaciones o creendas hasta alcanzar un punto extremo de esta evolución con la noción, desarrollada en economia y tomada de Robert Merton (1968: 475-490), de equilibrio autorrealizador de sentidos o de creendas.

Para comprender con claridad el lugar de las operaciones interpreta- tivas en la coordinación de las conductas humanas tenemos que remon­tamos a la tradición hermenêutica en la cual se origino ese interés por la interpretación. A partir de la hermenêutica de Schíeiermacher el pro- yecto supera la exégesis de los textos y se extiende a la comprensión de cualquier discurso “extrano”. La extraheza designa los limites de la com­prensión inmediata y de la previsibilidad que esta supone. Se excluyen las palabras previsibles y “mecânicas”, como las que se pronuncian “co­tidianamente en el mercado y la calle” o “en cualquier medio donde se intercambien fórmulas acerca de temas comunes y corrientes, de manera tal que quien está hablando ya sabe casi con certeza lo que va a replicar su interlocutor, y el discurso se atrapa y se devuelve regularmente como si fuera una pelota” (Schíeiermacher, 1989 [1826]: 156). El autor se in- teresa por los discursos, aun los corrientes, que reclaman reconstruir,

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IV Como senala Menger en esa presentación, el concepto de “mundo" desig­na, en el interaccionismo de este autor, cuestiones de organización y no corresponde -como tampoco el de “mundo social” de Strauss- al enfoque fenomcnoiògico de los mundos vividos.

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Q2 LA ACCIÓN EN PLURAL

más allá de lo dicho, ei juicio y las intenciones dei interlocutor (1989 [1826]: 156-162). La relación entre la captación dei detalle y una com- prensión de la totalidad está en el centro de la reflexión hermenêutica. El vaivén entre inscripciones generales y un discurso específico anima la operación interpretativa, similar a la tensión entre convenciones y refe­rencias particulares de la acción que encontraremos en la coordinación. El autor se ocupa, asimismo, dei movimiento de aprehensión en general, el “presendmiento de la totalidad” que, en el caso de un escrito y no de la oralidad, se apoya en referencias generales y públicas (los prefá­cios y sumários, cuando se trata de un texto publicado) y en métodos de aprehensión global (como hojear; 1989 [1826]: 176). Cuando Ricceur (1986 [1977]: 166-175) prolonga esta tradición y pasa de la interpreta- ción dei texto a la de la acción, insiste en las huellas, los documentos y los “monumentos” que son a la acción lo que la cosa dei texto es al habla: depósitos que garantizan la legibilidad de los actos y aseguran la media- ción de la comprensión por la explicación.

Dilthey, que procuraba construir sobre la base de la tradición herme­nêutica la autonomia de las “ciências dei espíritu” (de la sociedad, de la moral y de la cultura), fundaba el proceder comprensivo sobre desvios de generalización y evaluación que alejan de la intuición directa por em- patía. En él, esos desvios no son únicamente generalizaciones debidas a la serialización de casos particulares, sino que se apoyan en conjuntos normativos, tipos y casos ideales cercanos a los propuestos por Weber (Dilthey, 1988 [1910]: 136).10

La noción de tipo y las operaciones cognitivas que supone ocupan un lugar central en la obra de Alfred Schutz y en los enfoques sociológicos influídos por ella. Schutz se inspira en la fenomenología para transfor­mar el enfoque weberiano dei tipo, dei tipo ideal, como construcción dei investigador en un análisis de la tipificación efectuada por los propios 18

18 La tradición interpretativa puede servir para abordar tanto el juicio dei actor, pimto que trataremos en ei estúdio de la coordinación, como el juicio dei investigador, lo cual lleva hacia consideraciones epistemológicas. En su crítica de una reducción nomológica de las ciências sociales y su construc­ción de una epistemología no popperiana adaptada a las ciências históricas y Ia sociologia, Jean-Claude Passeron (1991) analiza rígurosamente la tensión que el investigador en ciências sociales debe mantener entre dos requisitos: la búsqueda de apoyos en referencias procedimentales generales (lo que él designa como "protocolización”) y el anclaje prudente en las circunstancias de un contexto que no puede intemunpirse en la interpretación de una historia.

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actores para discernir acciones y darles sentido. Esta caracterización es resultado de actos intencionales que confieren evidencia a un mundo que se da por descontado [taken for granted\ (Schutz, 1972: 35) y cons- tituyen un caudal de conocimiento que está al alcance de la mano. Por extension, las instituciones y los roles que ellas distribuyen se abordan como resultado de tipificaciones mutuas (Berger y Luckmann, 1986 [1966]: 81). Los etnometodólogos han prestado particular atención a los procedimientos implementados para mantener un orden dei sentido común en el contexto de la situación. Mediante una actualización con­tinua (Garfinkel, 1967), los actores-intérpretes preservan un equilíbrio local de sentido. Los autores pertenecientes a esta corriente cuestionan las categorias generales, por ejemplo, las de estructura y norma, dado que rechazan que tengan la capacidad de garantizar un orden dei sen­tido porque las circunstancias reclaman sin césar un trabajo de ajuste al contexto. Reducen asi el movimiento de una interprétation que circula entre lo general y lo específico y ponen el acento en lo que denominan la “indexicalidad” de un contexto hacia el cual apunta el actor-intérprete para mantener un sentido común localizado.

Este sesgo interpretativo nos invita a considerar las réglas como refe­rencias de interprétation más que como prescripciones de acción. Se recordará cómo se rebela Bourdieu contra esta conception de la régla y la noima a la cual obedecerían los nativos (Bourdieu, 1972: 169 y 202). Los ataques lanzados por Wittgenstein a la idea de aplicación de la régla inspiran a Bourdieu (1972:173) a usar el cuantifîcador universal “todo”, en “todo pasa como si”, concebido para eludir la confusion entre régla y acción. La notion de habitus le permite mantener unidas la crítica de la régla explicita y la referencia a regularidades; el cuerpo queda como recordatorio de normas que estân al abrigo de la voluntad y permite organizar y coordinar las conductas mucho mejor (1972: 196). Sin em­bargo, la interiorización de estructuras objetivas supuesta en ese modelo garantiza en forma demasiado directa un orden social, ya que pretende realizar un análisis que se abre a la incertidumbre de la coordination de conductas humanas.

Si se busca que la coordination se funde sobre los ajustes inciertos a los que deben proceder los actores, la puesta en relation de una régla y una práctica ya no está reservada al investigador que se pregunta sobre el lenguaje descriptivo adecuado. Es el actor mismo quien, bien o mal, debe discernir la acción de los otros para ajustarse o reaccionar a ella. Las învestigaciones filosóficas (Wittgenstein, 1968 [1953]: §§ 201-238) pueden ser utiles para entender que es imposible confundir la acción con una re-

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gla de la cual aquella seria aplicación. En vez de un cuestionamiento de las regias o de cualquier forma de generalización, esa obra sugiere que debemos estar atentos a la tension entre las formas de genefalidad adop- tadas por el juicio que utiliza un lenguaje común (a la cual corresponde la noción de regia) y las circunstancias de la situación o la acción que se relacionan con ese juicio. La interpretation no es la comprensión inme- diata de un sentido, sino la puesta en relation, siempre problemática, entre una conducta circunstanciada y referencias más generales que su- ponen comparaciones y hasta equivalências. Antes dei cálculo racional, la operación de comparadón y generalización se basa sobre “inversiones de forma” previas que permiten la equivalência en cuanto a la duración y al espacio, como las categorias, los códigos, los estándares, los modelos, las costumbres, etc. (Thévenot, 1986a). En ese sentido, consideraremos el carácter convencional dei juicio aprovechando los limites de la inter­pretación. La regia no determina la acción como si se tratara de rieles, sino que constituye el soporte de los procedimientos que se ocupan de los conflictos interpretativos (Livet, 1987, 1994, Livet y Thévenot, 2004 [1994],1997).

Senalemos que esta utilización de Wittgenstein, que retoma conclu- siones negativas con respecto a la aplicación de regias, se aparta de la típica alusión al escepticismo de este autor, usada para dar fuerza a la comunidad en el establecimiento de un saber y en contra dei formalismo de la regia.19 Encauzada en esa dirección “comunitária”, cierta sociologia dei conocimiento ha buscado legitimarse en Wittgenstein y, al mismo tiempo, en la teoria social dei conocimiento de Durkheim (Bloor, 1983). Michael Lynch evita remitir al escepticismo de la sociologia dei cono­cimiento y de las ciências y se apoya en una lectura muy diferente de Wittgenstein: a partir de las aporias expresadas por este, no lo considera un escéptico, sino un crítico dei escepticismo (Shanker, 1987). Lynch deriva de esa lectura una concepción de la regia como práctica que coin­cide con la atención que los etnometodólogos prestan al sostenimiento, mediante la práctica, de un sentido común en situación (Lynch, 1992).20

19 Si bien Saul Kripkc (1982:111) indica sus diferencias con respecto a una teoria comunitária de la verdad, se lo ha acusado de hacer una mala interpretación dei argumento de Wittgenstein, al entenderlo en términos de vision de una comunidad [community wav], según comentan Bakery Hacker (1984).

20 Véase el debate entre Lynch y Bloor en la obra dirigida por Pickering (1992), y su continuación en el libro compilado por Knorr-Getina, Schatzkí y Savigny (2001). Sobre la cuestión dei escepticismo en Wittgenstein, véase también Laugier (2002).

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En la obra de Gadamer (1976 [1962]: 115) también hay una cons- trucción de la verdad sobre una comunidad con un pasado común com­partido que se opone a la objetividad y el método como el prejuicio al juicio. Apoyado en una comprensión común arraigada en la tradición, Gadamer critica a Dilthey por aplicar su hermenêutica a formas genera- les en las cuales aquel ve la manifestación de un cartesianismo latente (Gadamer, 1979 [1963]: 124). Kuhn (1977: xv) caracteriza la actividad científica normal dei mismo modo, esto es, anelando las formas de cono- dmiento en una comunidad, aunque diga haber construído su enfoque sin conocer la tradición continental hermenêutica con la que tiene vá­rios puntos en común.

Mauss y Durkheim intentaron establecer ese anclaje de los conocimien- tos comunes en un grupo social tomando las creencias religiosas como prototipos de dichos conocimientos. En el “Esbozo de una teoria general de la magia”, Mauss (1950 [1902-1903]: 115) considera las representa- ciones y las operaciones mágicas como formas de juicio que permiten estudiar el origen de las categorias dei pensamiento colectivo. Siguiendo la línea dei trabajo sobre la manera en que las relaciones sociales confor- man las categorias lógicas que hizo con su sobrino (Durkheim y Mauss, 1971 [1903],: 224), Durkheim (1960 [1912]) indaga las formas elemen- tales de la vida religiosa, el origen social de las categorias fundamentales dei pensamiento y la gran variedad de orientaciones cognitivas, contri- buyendo así al programa de una sociologia dei conocimiento (Merton, 1968: 543). Si bien en ese caso sólo se propone encarar el âmbito de lo religioso, el ambicioso proyecto de Durkheim (1960 [1912]: 27) apunta a abrir un camino alternativo al apriorismo kantiano. Contra los empiris- tas, Durkheim (1960 [1912]: 20) coincide con Kanten “atribuir al espí- ritu cierta capacidad de superar la experiencia, agregar algo a lo que es dado de inmediato” a partir de las categorias dei pensamiento humano. Pero se aparta de ese autor en la medida en que estima que “las catego­rias son representaciones esencialmente colectivas”, “cambian según los lugares y los tiempos” y “traducen ante todo estados de la colectividad” (1960 [1912]: 22).

Mary Douglas (1999) hace notar que Durkheim estudia a los primi­tivos y la religión, de modo que sus palabras no necesariamente pue- den aplicarse a las creencias laicas dei mundo moderno. Sin embargo, otros, apoyándose en la noción de representación social, pasaron de las creencias comunes a las teorias científicas. El programa de las ciências de Bloor (1983: 83) critica a Durkheim que no haya extendido el análisis de la religión a la ciência y encuentra en Wittgenstein una determinación

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más grande que la de aquel en su esfuerzo por “sociologizar la filosofia” (Bloor, 1983: 3; véase además el capítulo 7 dei presente libro).

Sin embargo, al confinar los conocimientos comunes a una comuni- dad de creyentes se corre el riesgo de imponer severas limitaciones tanto al abordaje dei juicio como al de la acción y, por consiguiente, al exa- men de las modalidades de coordinadón de esta última. La operación de juzgar se asimila, entonces, a una creencia colectiva. Concebida en referencia a una adhesión religiosa, se le reprochará la falta de prueba de realidad. La creencia se aparta de la prueba de la acción que se re- duce a un ritual. En una acepdón corriente de este termino, el ritual expresa la creencia en vez de someterla a una actividad probatória. La articulación entre creencias y pertenencia a un grupo social, que contri- buye a consolidar cada uno de los dos términos, se cierra en un círculo lógico demasiado evidente cuando se pasa de las creencias a los saberes técnicos y científicos: ;cómo fundar el saber dei sociólogo científico en grupos sociales? Aceptado de buena gana cuando proviene de una mira­da crítica dirigida a las religiones primitivas, el atajo entre conocimientos y prácticas comunes no tarda en resultar problemático cuando se habla de saberes técnicos o científicos y de prácticas que involucran pruebas de realidad.

Esos riesgos se eluden si se presta atención a los procedimientos de experiencia y prueba y no a creencias fyas asociadas a grupos. Al igual que las regias, esos procedimientos ofirecen un marco común para las disputas sobre lo que sucede y no determinaciones comunes que garan- ticen la concordância de los actos (B. Reynaud, 1992). En cuanto se re­laciona el juicio con la experiencia, es decir, con pruebas y ya no sólo con argumentos, se encuentra en formas de lo probable la tensión que hemos visto en el núcleo mismo de la interpretación de los comporta- mientos entre formas generales dei juicio y circunstancias irreductibles. Esta línea de análisis puede conducir a un pluralismo. Pero no se tratará ni de un relativismo de creencias compartidas por comunidades ni de la solución mixta de Weber, que combina el carácter general de una ra- cionalidad instrumental común expresada en la elección de los médios con un politeísmo de valores en el que la adhesión es una cuestión de fe. Debemos reconocer una diversidad de pruebas que vuelven compatible un pluralismo de las formas de conocimiento y un requisito realista de ajuste de los conocimientos a la experiencia.

Comprobamos así el encuentro de dos movimientos simétricos: uno, que afecta las teorias de la acción; otro, las teorias dei conocimiento. El estúdio de la coordinadón lleva a interrogarse acerca de las formas de

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conocimiento necesarias para los ajustes y sobre sus referencias. Simetri­camente, ei examen de la formación de los conocimientos, en particular los científicos, obliga a tomar en cuenta las modalidades de la acción y dei acuerdo sobre la prueba.21

ENFOQUES ECONÓMICOS DE LA COORDINACIÓN:DEL EQUILÍBRIO GENERAL A LA INTERACCIÓN ESTRATÉGICA

Nos ocuparemos ahora de los modelos de acción elaborados oiiginaria- mente por la ciência económica, y cuyo elemento central es la noción de radonalidad. Conforme a la perspectiva ya adoptada, consideraremos los modos de integrar las conductas según las figuras de orden o coordi- nación. Hemos visto la importância de las torsiones que el pasaje de una acción regular o regulada a una interacción que implica ajustes imprime al modelo de acción social. La interpretación que el actor debe hacer de un contexto incierto se extiende a las conductas de las personas con las cuales acciona. Vamos a identificar un movimiento similar en las figuras de integración de las acciones económicas. Así, es necesario modificar el modelo dei equilíbrio general, que conjuga una racionalidad optimi- zadora de las elecciones y un modo de coordinación competitivo, para representar interacciones estratégicas.

DE LAS ELECCIONES RACIONALES INTEGRADAS EN UN ORDEN GLOBAL El modelo económico de la acción racional puede oponerse punto por punto a un modelo sociológico que enmarque la acción en la obediên­cia a una regia, una norma o una tradición. En El cemento de la sociedad, al exponer los dos modelos, Jon Elster (1989: cap. 3) caracteriza la ac­ción racional dei Homo ceconomicus por la orientación hacia el futuro, la preocupación por las consecuencias de la acción y una capacidad de adaptación a las circunstancias que, al parecer, no se dan en los compor-

21 En el pragmatismo de Peirce (1984) encontramos ese anclaje de la objetivi- dad en la prueba de la acción. En el abordaje de la ciência Mtal como esta se hace”, concebido por Latour y Callon (Latour, 1995 [1989], Cation y Latour, 1991), tambicn se busca la prueba (pero de fuerza, no de acción) para evitar el cortocircuito con Bloor entre conocimiento y grupos sociales. En Collins y Yearley (1992) le puede encontrar un debate en torno a Latour y Cation.

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tamientos dei Homo sociologicus. La elección racional supondría dos selec- ciones sucesivas: la dei conjunto de las acciones delimitado por las coac- ciones objetivas y la de una acción específica elegida por el actor dentro de las opciones de ese conjunto. El sociólogo tendería a privilegiar la aplicación de normas tradicionales en la selección de la acción factible o a prestar una atención excluyente a la primera selección, mostrando las coacciones objetivas y las estructuras que limitan la autonomia de la elección subjetiva (Elster, 1979: 113-114 y 137-139, 1987: 7 y 11). A esta presentadón contrastada podría objetarse que crea fantoches estructura- listas o deterministas plenamente absorbidos en el orden y la regularidad (Van Parijs, 1990: 58), y que no tiene en cuenta el movimiento que aca­bamos de traer a la memória, mediante el cual los sociólogos abordan el ajuste de la acción y la interacción.

Los autores más aferrados a la preeminencia dei modelo económico de la acción racional siguen en desacuerdo en cuanto a la capacidad de ese modelo para abarcar la diversidad de las modalidades de la acción con los otros. Elster no contempla reducir las conductas ordenadas por normas sociales al modelo de la elección racional: a su juicio, las pri- meras estãn marcadas por propiedades irreductibles (imperativo, san- ción, emoción provocada por su transgresión) que a menudo provocan equilíbrios no óptimos (Elster, 1989). Por su parte, Raymond Boudon (1977, 1979) confia más en la capacidad de un modelo de inspiración económica para reducir la distinción weberiana entre la orientación ha- cia los valores y la elección racional de los médios, y para abarcar tanto acciones clásicamente consideradas como racionales cuanto acciones en apariencia irracionales, ya las gobiemen hábitos, valores o ritos. Con todo, para permitir esa reducción necesita ampliar la noción de raciona- lidad, incluir los efectos de un sistema de interacción sobre las acciones individuales (de ahí su acepción dei término “interaccionista”) y cons­truir bienes adecuados (poder, prestigio) según el modelo de los bienes mercan tiles.

Philippe Van Parijs (1990) planteó el papel estructurante dei modelo económico en una epistemología destinada a englobar el conjunto de las ciências sociales. Pero estableció, a partir de una especificación rigurosa de seis requisitos dei “economicismo metodológico”, que esa epistemo­logía resultaba insostenible para los propios economistas (que de hecho no la sostenían). Entre esas seis restricciones encontramos las especiílca- ciones clásicas de una racionalidad egoísta (que excluye las preferencias altruistas), material (que excluye el prestigio), perfecta (que excluye una racionalidad limitada) y objetiva (que excluye una mala información),

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pero también otras dos cuyo papel se manifiesta con mayor daridad en las formulaciones recientes de ta literatura sobre la interacción estratégi­ca y la pluralidad de modos de coordinación. La racionalidad económica se califica de “arquimedea” en la medida en que las diversas dimensiones de las preferencias se equiparan en la función de utilidad. El actor acep- ta, por ejemplo, sacrificar honorabilidad por una ganancia monetaria. Ahora bien, parece indudable que esta aceptación, y las confusiones de ordenes que implica, están en el centro de un sentimiento de injusticia y de las expresiones críticas que lo acompanan, cosa que queda de ma­nifesto en los análisis de una pluralidad de “esferas de justicia” (Wal- zer, 1997 [1983]) u “ordenes de grandeza” (Boltanski y Thévenot, 1987, 1991). Para terminar, la racionalidad económica se califica de “paramé­trica” toda vez que supone que el contexto está dado y excluye que el actor considere en su entorno a otras personas actuantes.

Los economistas neoclásicos han perdido la coherencia sistemática dei mundo, de cuya representadón se consideran especialistas: un mundo coordinado por el mercado competitivo y sus precios. Han pasado de un modelo de intercâmbios equilibrados de mercancias al de un equilíbrio supuesto en un espacio de contratos o transacciones, es decir, de modali­dades de relaciones entre los actores. Ha habido un desplazamiento dei plano de las relaciones especificadas como intercâmbio competitivo de mercancias hacia un nivel superior en términos de lógica, donde puede considerarse una pluralidad de formas de relaciones. Pese a ser intere- sante, esta apertura suscita fiiertes tensiones con el modelo original de equilíbrio mercantil entre acciones individuates racionalmente intere- sadas. Queremos hacer hincapié en la congruência de ese modelo con la coordinación competitiva, y así poner de relieve dichas tensiones, a menudo mal percibidas por los economistas. Esa congruência, en efec- to, reside en el origen de las dificultades con que se tropieza cuando la competência por intermédio de los precios queda desbaratada a raiz de la consideración de otros modos de coordinación, como ocurre en la nueva economia institucional.

En la perspectiva que hemos adoptado, procuramos ligar los modelos de la acción con las figuras de integración en las cuales se inscriben. Está claro que el êxito dei modelo económico de la acción obedece a esa figu­ra -que es antes de orden político que un equilíbrio general mecânico-, de la que sólo se ha apartado de manera gradual. Se advierte aqui una similitud profunda entre el proyecto de la economia y el de la sociologia, que muestra los lazos de ambas disciplinas con una tradición anterior de la filosofia política consagrada al acuerdo sobre el bien de la ciudad

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ÍOO LA acción en plural

(Boltanski y Thévenot, 1991). El êxito de la economia política se debe a la originalidãd dei modelo de acción que conlleva, que se libera de las referencias normativas tradicionalmente propuestas para cimentar un acuerdo. Albert Hirschman (1980 [1977]) ha hecho una notable crónica de esa elaboración y de la edificación gradual de un orden fundado en las pasiones y los intereses de los indivíduos.

El proyecto de la filosofia política dedicado a las condiciones de un acuerdo en la ciudad se transforma, con el advenimiento de las ciências sociales, en programa de investigation de las leyes generadoras de or­den o equilíbrio en la sociedad. Desde este punto de vista, los modelos norma-orden y racionalidad-equilibrio resultan comparables. La teoria de la acción individual es menos importante que los efectos de composi- ción que permite modelizar, sobre todo los no intencionales de la acción (Boudon, 1977, Elster, 1987: cap. 1). Coleman (1986), quien contribuyó a trasladar ese modelo de elecciones racionales a la sociologia, justifica la simplicidad dei modelo de acción elemental debido a la necesidad de privilegiar el estúdio de la composición que permite seguir la evolución de un sistema. Y llega a criticar a un autor como Elster, que sin embargo se refiere al mismo modelo económico, porque juzga que está demasiado preocupado por refinarlo (Swedberg, 1990). La teoria económica misma fue, durante mucho tiempo, menos elocuente en cuanto a las especifica- ciones dei modelo elemental de la acción que sobre los efectos de agre- gación cuyo estúdio formal era posibilitado por esas especificaciones.

(-Se puede entonces separar sin perjuicio la racionalidad optimizadora dei otro elemento que permite asegurar un equilíbrio, esto es, la coordi- nación por medio de un mercado competitivo puro y perfecto? Una res- puesta afirmativa guia la ambiciosa empresa de Von Mises (1963 [1949]) y su elaboración de una teoria general de la acción humana fundada sobre el modelo económico. Este autor distingue una “praxeología” o ciência de la elección individual racional, que debe extenderse a la elec- ción de los valores, de una “cataíáctica” o ciência de Ia coordinación de los comportamientos mediante el intercâmbio, que está unida a aquella praxeología (Von Mises, 1963 [1949]: 3,15 y 21). Una respuesta negativa mostrará que la simplicidad y la eficacia de la racionalidad optimizadora obedecen a su asociación con un conjunto de hipótesis que especifican la naturaleza de la acción y el modo de coordinación competitiva.22

22 Von Mises elude esta düicultad incluyendo el modo de coordinación en la definition de acción: “La acción es un intento de sustituir por un estado de

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Cuadro 1. Dos respuestas al mismo programa de investigación

Elementos clave de los modelos de

sodedad coordlnada

Racionalidad interesada y equilíbrio

Norma social y orden

Modelo Conducta regida por Conducta regidala elección racional por la norma dede acción individual un grupo social

Figura de Equilíbrio Orden ointegration competitivo estructura social

LA TENSIÓN ENTRE SABER COMÚN E INFORMACIÓN PRIVADALa cuestiõn precedente nos incita a seguir los desarrollos recientes de la teoria económica y los câmbios en la manera de percibir la racionalidad de los agentes en relación con las coordinaciones no competitivas.

Como en el caso de los modelos sociológicos de la acción normal, con­sideremos en primer lugar la extension más simple del modelo econó­mico de origen. La flexibilidad aportada por la noción de casto permite transformar un problema nuevo en costo suplementario. Los limites en el conocimiento que el actor tiene de su entorno, y en particular de los precios y los bienes, se abordaron en principio en esos términos. En las teorias de los costos de prospección (Stigler, 1961), el hecho de que el âmbito de las opciones no este dado desde un primer momento para el agente se redujo al carácter de costos suplementados, en vez de recono- cer una dificultad más profunda en el modelo.

En economia, se debe a Herbert Simon (1978) la modificación de esta trayectoria rectilínea, en virtud de su interés por Ias operaciones cogniti­vas de identificación y selección de los elementos pertinentes para la ac­ción, Simon deduce de ello la necesidad de hacer en el marco teórico re- visiones -referidas a la noción misma de racionalidad- más decisivos que el mero agregado de un costo. Philippe Mongin (1984) se apoya en la irreductibilidad de esas modificaciones para ampliar el marco clásico de la racionalidad optimizadora y, contra los pun tos de vista de Von Mises,

cosas más satisfactorio otro que lo es menos. Daremos a esta modificación voluntária el nombre de intercâmbio” (Von Mises, 1963:97).

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Becker o Harsanyi (Harsanyi, 1976), afirma la necesidad de utilizar un modelo más amplio que el que combina coacciones y preferencias a fin de abarcar situaciones en las que el agente no cuenta con todas las po- sibilidades y de considerar realmente el proceso de deliberación. Esa misma inquietud guia nuestro interés por las modalidades dei juicio efectuado por los actores.23

El concepto unificador “información” tiende a encubrir la diversidad de problemas que surgen a medida que nos alejamos de una coordina- ción por competência pura y perfecta. Al cancelar la hipótesis de la infor­mación perfecta se pone en marcha un movimiento que compromete al modelizador a interesarse por lo que el actor sabe o prevê de la acción de los otxos. Por eso, la investigación recae sobre la operación de interpre- tación, cuyo lugar en la tradición hermenêutica o comprensiva ya hemos visto, aunque antes el enfoque económico dei actor lo ignoraba. Así, Si- mon (1981: 206-207) se preocupa por dejar en evidencia la construcción previa, por parte dei actor, dei marco en el cual este debe efectuar su elección, y su atención selectiva a los elementos de la situación integra­dos a su juicio. Esta selectividad de la atención pone de relieve requisitos de pertinência y remite a diferencias de formato en la referencia que in­forma al actor. La referencia pertinente puede codificarse en un estado públicamente accesible y transmisible, a menudo supuesto por las teorias informacionales y sostenido por las técnicas de la información y la comu- nicación. Pero también puede surgir de tipificaciones más locales y hasta personales. Esas diferencias son difíciles de discernir para un concepto de información que construye un equivalente general entre todo lo que informa e ignora los formatos diferentes y las operaciones de configura- ción. El concepto de información borra las diferencias entre los tipos de conocimientos relevantes para la interpretación y el juicio de los actores.

Los desarrollos de la teoria económica permiten circunscribir mejor las concepeiones de los economistas respecto de la acción (Kramarz, 1991) y dejar de manifiesto elementos dei modelo de la coordinación competitiva que antes eran invisibles, dado que se hacía hincapié en le- yes que explicaban comportamientos determinados por ellas. Esos ele­mentos manifiestan los limites dei modelo, que se distinguen mejor a medida que se hacen esfuerzos por ampliar su área de validez.

23 Sobre la extcnsión de la noción de racionalidad a los requisitos de la delibe­ración, vcase la tesis de Frédéric Laville (1999).

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Senalemos que, a diferencia de las críticas habituales hechas a ese mo* delo mercantil, nuestra intención es poner de relieve la configuración pragmática en la cual la coordinación competitiva puede ser operativa. La explicitación dei modelo de acción con los otros implicados por la competência nos servirá para situar los requisitos dei regímen de justifi- cación. Vamos, pues, a examinar todas las hipótesís que permiten especi­ficar el modo de coordinación competitiva: la interacción comúnmente discernida como intercâmbio; el acuerdo respecto de una forma de eva- luación común relacionada con precios, y la identificación común de las cosas que, en cuanto objetos mercantiles, respaldan la coordinación de los actores. Detrás de esas especificaciones veremos asomar los rasgos característicos de un régimen de justificación que conoce otras modali­dades aí margen dei modo de coordinación competitiva mercantil.

La economia da cuenta de acciones efectuadas en común entre al me­nos dos agentes: transacciones. Sin embargo, su proyecto es más ambi­cioso que el estúdio de acuerdos locales, lo cual seria, en sociologia, el programa de la etnometodología. Apunta a explicar una coordinación general de los intercâmbios locales, expresada por la noción de equilí­brio general. A pesar de los limites dei modelo de equilíbrio general, este proyecto es digno de examen en la perspectiva aqui adoptada, que no es la habitualmente elegida ni por sus partidários ni por sus detractores. Ese punto de vista nos permite mostrar los diversos requisitos de un mo­delo de coordinación convencional.

En el modelo de la coordinación mercantil las condiciones dei jui- cio y dei seguimiento de las acciones están claramente definidas. Ese juicio no es subjetivo ni local: permite ocuparse en general de lo que pasa en términos comunicables a un tercero que no esté familiarizado con los comportamientos de los actores. Este juicio generalizable tiene otras características interesantes para nuestro modo de proceder. Es muy económico en términos cognitivos: la interacción podrá abordarse en una resena sumaria, un informe limitado a una lista de seres humanos y objetos involucrados, a la cual se agregue la identificación de las rela­ciones de compra o venta, así como una calificación de los bienes con respecto a un orden de grandeza, el precio. Cada uno de esos elementos es identíficable localmente, en términos que sin embargo le aseguran un alcance muy general. Esta economia dei saber ha sido senalada por Ha- yek (1945: 526), quien insiste en lo poco que el indivíduo necesita saber para estar en condiciones de decidir qué acción es buena, correcta. Des­taca además las ventajas de un saber a disposición de los particulares, en contraste con oüro que esté en manos de una autoridad (1945: 521). Otra

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característica interesante dei juicio al que nos referimos: es revisable, se adapta a las circunstancias y el curso de las acciones, no está inscrito en regias que determinen a priorí los coroportamientos. Por lo general esta revisión se manifiesta por medio de la reevaluación de la magnitud precio. Así, el juicio puede concentrarse en el registro de un precio que, entre los objetos implicados en la transacción, marca una jerarquia en cuanto a importância.

Un lugar común de la argumentación en favor de este modelo de ac- ción en común consiste en afirmar que es particularmente poco ávido de hipótesis (llamadas “holistas”) que recurran a nociones como las de “regia” o “norma social”. De hecho, es indiscutible que este modelo no implica la coordinación extrema de las conductas que supone su uni- ficación bajo la presión de normas o disposiciones comunes; ese es el aspecto que lo hace interesante para una teoria de la acción. De todas formas, la argumentación precedente hace poco caso de las instancias de coordinación que quedaron implícitas en el modelo (Thévenot, 1989a), Una primera instancia está contenida en la hipótesis de un mundo co­mún que reúne el conjunto de las personas y los objetos que constituyen los únicos entes pertinentes para definir una acción. La hipótesis de ob­jetos “naturales” que tienen la forma de bienes mercantiles comúnmente identificados es muy exigente en matéria de saber común, como veremos en la próxima sección. Una segunda instancia aparece en la hipótesis que precisa la modalidad específica de involucramiento entre personas y cosas, la relación de compraventa también considerada natural.24 Una tercera instancia reside en la hipótesis de una grandeza común que sirve como forma de evaluar y calificar los objetos. Estas tres hipótesis sobre saberes comunes deben tener un estatuto dentro dei marco de una teo­ria de la acción.

El examen cada vez más sistemático, en la bibliografia neoclásica, de los limites dei mercado competitivo nos ayuda a dejar en evidencia el

24 La presentadón de Walras es un ejemplo dei sepultamiento de estas hipótesis fundamentales en consideraciones sobre la naturaleza de las cosas. Tal es el precio que hay que pagar por pretender hacer una "ciência pura natural”, ciência dei “juego de las fuerzas de la naturaleza”, que aquel distingue rigu- rosamente dei "arte [que valoriza] las verdades descubiertas por la ciência” y de la moral, que implica la voluntad dei hombre y la “coordinación de los destinos de las personas entre si" (Walras, 1952 [1874]: 14,17 y 19 [segunda lección]). Así presentada, la economia de mercado no tiene relación con la coordinación de conductas humanas.

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papel desempenado por la hipótesis de un mundo común de objetos, al mostrar los efectos dramáticos que su falta causa en la posibilidad de un equilíbrio de mercado. En esa bibliografia, dicha falta de cono- cimiento común de los objetos sólo se encara en términos de informa- ción asimétrica acerca de la calidad de los bienes, como la asimetría existente entre el comprador y el vendedor de un seguro o de un obje­to de segunda mano. La cancelación de la hipótesis sobre un mercado de bienes comúnmente identificados plantea en términos más amplios la cuestión de identificar lo que hace el otro actor y dei contexto perti­nente que tomar en consideración; una cuestión que está rigurosamen- te acotada al modelo de intercâmbio competitivo perfecto. Los obs­táculos al equilíbrio de mercado generados por las llamadas situaciones de información asimétrica ponen de relieve, por defecto, una primera característica dei modo de coordinación competitiva y dei régimen dei que este depende. Los actores encuentran apoyo en un contexto al cual se supone identificado en común por todos (Benetti y Cartelier, 1980, Stiglitz, 1987). En la coordinación competitiva, ese entorno se limita a los bienes intercambiados. El repertório de bienes constituye un mun­do común de objetos que permite un resumen común de la situación de interacción idêntica. A menudo proclive a una naturalización de los bienes mercan tiles, el economista está obligado a comprobar los efectos devastadores que tiene en el equilíbrio dei mercado la duda en cuanto a la calidad de esos bienes. Aparece entonces el papel crucial, en ese modo de lyuste, de un acuerdo entre los actores acerca de la identidad de los objetos constituyentes de su entorno pertinente. Ese es el elemento prévio al tercer requisito, que se refiere a la forma común de evaluar, en este caso el precio, y sobre la cual la literatura económica es más prolífica.

A partir de estas observaciones, podemos valemos dei mercado de se­gunda mano que George Akerlof (1970) utiliza para elucidar los efectos perturbadores de una asimetría de información. Vemos entonces el pa­pel de la identificación común de los bienes y los problemas planteados por la posibilidad de una pluralidad de formas de evaluación (Thévenot, 1986a, Eymard-Duvemay, 1986,1989, Orléan, 1986,1991). En un merca­do de segunda mano, el ajuste de las acciones ya no puede concentrarse en un valor común, el precio, porque este se considera al mismo tiempo como índice de la identidad dudosa dei producto. Para prolongar esta lectura sostendremos que hay un conflicto entre dos formas de evalua­ción, cada una de las cuales permitiría una coordinación exitosa, y que una y otra se basan sobre objetos calificados de diferente manera. La

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coordinación competitiva por los precios basada sobre bienes mercanti­les choca con una coordinación “doméstica” por la confianza, que por su parte se ajusta a reputaciones y tiene como soporte cosas que hacen las veces de garantias de confianza.

£1 contexto de objetos comúnmente identificados y el acuerdo acerca de una forma común de evaluación a partir de los precios permiten a los agentes centrar toda su atención en el valor de la mercancia para ajustarse los unos a los otros. Sacan provecho así de un aligeramiento considérable dei peso de la coordinación y pueden despreocuparse por la acción de los otros y sus intencîones. En su defecto, la imposibilidad de apoyarse en un entorno común de objetos y orientarse hacia una forma común de evaluación suscita una duda acerca de la acción del otro y sus intenciones, que no ténia razón de ser en un modo de coordinación por la competência mercantil. La actitud objetiva ya no resulta oportuna y la atención de los actores se desplaza del precio de los objetos mercantiles hacia las intenciones de sus pares, a quienes deben enfrentar directa- mente. Una consecuencia dramática de la introduction de anticipacio- nes es que los equilíbrios se multiplican. Un equilibrio de anticipaciones puede constituir incluso un mundo común fundado sobre creencias con­vergentes y autorrealizadoras compartidas por una comunidad, como su­cede en algunos enfoques sociológicos del conocimiento mencionados en la sección anterior.

La racionalidad optimizadora ya no dispone de datos que sirvan de parâmetros para los cálculos de utilidad. Aqui vemos con claridad la articulación entre las especificaciones de la racionalidad optimizadora (su carácter “paramétrico”, véase más arriba) y, por otro lado, el acuer­do de los actores en lo referido a los objetos comunes que especifican el modo de coordinación mercantil (Thévenot, 1989a). A falta de un entorno calificado en común, el actor debe incluir en su juicio sobre la situación las supuestas intenciones de los otros actores y sus conoci- mientos. La noción de racionalidad se llena de hipótesis sobre el saber común. En un movimiento similar al observado en el caso de los enfo­ques sociológicos, el examen del juicio que emiten los actores acerca de la situación y las acciones de los otros se introduce en el centro mismo del análisis. La alteración resultante es visible en el cambio de las herramientas de formalización que acompana la considération de actores estrategas. De una física del equilibrio se pasa al formalismo de la teoria de los juegos, en el cual el cálculo de cada uno de los jugado- res prevê una diversidad de decisiones posibles por parte de los demás actores y sus propios cálculos.

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Esquema 2* Del equilíbrio general a la interacciõn estratégica

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El fracaso de una coordinación competitiva ha llevado al economista a interesarse por equilíbrios de coordinación en los cuales, con la amenaza de un oportunismo, se corre el riesgo de malograr a todos los benefícios de una cooperación.

El modelo de convención propuesto por David Lewis (1969) se ocupa explícitamente de esos equilíbrios de coordinación. Introducido en eco­nomia para renovar el institucionalismo y explicar la formación de “insti- luciones sociales” por medio de la teoria de juegos (Schotter, 1981: 9-11 y 78), el trabajo dei filósofo ya utilizaba ese aparato formal para proseguir la reflexión de Hume sobre las convenciones tácitas. Estas conciemen a configuraciones de la acción con los otros, ilustradas mediante el ejem- plo de los remeros, entre quienes un interés común entraria un acuerdo sobre una convención que permite una orientación común sin contrato explícito (la convención es tácita) ni coacción. Este concepto de conven­ción ayuda a superar la alternativa dei contrato y la coacción, y a conce- bir una manera de contractualización expost (Favereau, 1989: 287). El propio Lewis sitúa esta investigación sobre la convención en los limites dei contrato. Para contractualizar la coordinación de los remeros habria que disponer de instrumentos de medición; aun en esa hipótesis, cabe dudar de que aquellos descansen en esas medidas (Lewis, 1969: 64). En el régimen de ajuste con el entorno (que abarca a otros actores) ilustra­do por los remeros, las referencias a la coordinación no son ni explicitas ni públicas. El modelo de convención de Lewis introduce la noción de “saber común” [common knotvledge], que apunta a mantener la posibilidad

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de un cálculo racional en una interacción estratégica donde los juicios ya no pueden converger en un entorno de objetos y ajustarse conforme a los valores de estos, sino que se cruzan en una interrogación sobre los saberes y las intenciones de los otros. Lewis concibe esa noción como una acumulación de saberes cruzados (saber lo que el otro sabe de lo que yo sé de...), a fin de relacionar las convenciones con el modelo de elección racional individual, porque procura evitar el recurso a los conceptos de norma social o representación social, ajenos a esta racionalidad instru­mental. Pero la noción de common knowledge es problemática debido a las gravosas operaciones cognitivas que supone. Por anadidura, es muy sensible a la duda, incluso en niveles muy elevados de representaciones cruzadas, y se ha podido mostrar que entra en contradiction lógica con la especificaciõn de la racionalidad optimizadora utilizada en economia (Dupuy, 1989). Agreguemos que pueden imaginarse formulaciones dei saber común en términos de identification común de una situación co- mún [shareâ situation], expresión que se adapta al enfoque que adopta- mos aqui (Barwise, 1989: 203).

La réflexion de Lewis sugiere otra pista que nos aleja de un cálculo estratégico a partir de anticipaciones cruzadas y nos devuelve a la cues- tión de las referencias dei juicio. Abre esa pista la idea de “puntos fo­cales” (o “cosas salientes”) sugerida por Thomas Schelling (1978) para comprender los equilíbrios de coordination. Guando no hay un acuer- do prévio sobre un punto de referencia, como un lugar de encuentro, las personas extraviadas tienden a replegarse hacia puntos focales de su entorno y, eventualmente, se orientan. La noción de foco (o saliência) puede encontrar cabida en una interrogación más general sobre las re­ferencias que sirven de apoyo a los juicios en ausência de un mundo identificado en común y de una forma de évaluation general, El punto focal saca a relucir el estatus de los objetos en la coordinación y, además, pone el objeto en relación con un precedente, una acción ya realizada. En lo referido a la cuestión dei precedente, Lewis muestra la dificultad que obedece a la forma de la comparación, por la cual es posible trazar una equivalência de la situación actual con otra anterior. Puede haber, senala, varias formas de considerar precedentes, varias modalidades de analogia que entran en conflicto (Lewis, 1969: 38). Los participantes no necesariamente comparten las mismas formas de comparación, los mis- mos “critérios de induction” (1969: 53). Nuestra solución consistirá en ligar un tipo de foco y, más en general, de referencia, con el critério de inducción. Estaremos entonces atentos a lo que constituye la coherencia dei juicio. El entendimiento sobre el objeto se hará según un modo de

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ECONOMÍA Y SOCIOLOGÍA DE LA ACCIÔN COORDIN ADA.., l o g

calificación que es más general que el objeto y permite ponerlo en rela- ción con otros.

Las últimas consideraciones sobre los focos surgidos en el curso ante­rior a la acción nos muestran un limite en su modelización propuesto por la teoria de juegos. Esta teoria enriquece el análisis de la acción al describir a un actor que se preocupa por la manera de actuar de otras personas. Sin embargo, sigue confundiendo la acción con una decisión, con un plan que se ejecuta. A pesar dei lugar asignado a las anticipa- ciones sobre los otros, se supone que las acciones están perfectamente definidas y todos pueden identificarias. La elección ya no se realiza en un espacio de bienes, sino en uno de estratégias. Pero la dinâmica de la acción queda siempre reducida a un momento de elección. Se dejan de lado los limites de la interpretación, las distancias entre la intención y la realización, dei plan a la acción situada en un contexto. El desenvolvi- miento de la acción está vinculado a una estratégia, dei mismo modo que la ejecución lo estaria a una regia, en una relación de aplicación. Cuesta captar la formación de nuevas referencias, de nuevos saberes colectivos (Favereau, 1989), debido a la reducción de la acción a una decisión co­rrelativa en la cual se confunde el juicio dei actor con un cálculo sobre un espacio de estratégias.

CONCLUSIÓN

Al seguir los enfoques de la coordinación en tradiciones diferentes de las ciências sociales hemos puesto de relieve evoluciones convergentes: el investigador se ve en la necesidad de integrar a su modelo la manera en que el actor mismo percibe las acciones de los otros para llevar a buen puerto la suya propia. Así, podemos asociar al “giro interpretativo” que marcó las teorias de la acción en filosofia, antropologia y sociologia (Ra- binow y Sullivan, 1979, Geertz, 1986) un “giro cognitivo” comparable, aunque tanto más reciente, que afectó el análisis de la acción en econo­mia. La operación de interpretación se considera en términos diferentes según se la aborde como búsqueda de sentido o como construcción de anticipaciones cruzadas en un juego, pero lleva a interrogaciones simila­res acerca de las referencias comunes, sus apoyos concretos y sus limites. Hablaremos mejor de juicio o de apreciación para designar esa opera­ción, sin limitaria a la atribución de un sentido (cosa que el término “in­terpretación” puede dar a entender), tanto como para sugerir la prueba

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que ella implica. La forma de ese juicio depende estrechamente de las modalidades de ajuste de la acción a un entorno que puede abarcar a otros actores. Las nociones de saber común, convención, punto focal, objeto y referencia, al igual que las de norma y racionalidad, tienen su lugar en un análisis de las formas de juicio y ajuste.25

La atención que se presta al juicio que los actores se forman sobre la situación y las acciones de los otros modifica la mirada que se destina al par norma-racionalidad. Clásicamente, la referencia a la racionalidad se presenta como la garantia de una consideración, en la teoria de la acción, dei realismo de los actores y su capacidad de ajustarse a las coac- ciones objetivas de la realidad. La opondremos al idealismo atribuido a agentes que, obnubilados por valores o por la búsqueda de ideales, se muestren insensibles a cualquier evaluación [ retour] de la realidad en el manejo de su conducta. Pero si la realidad en cuestión ya no se reduce a un contexto objetivo de recursos listos para usar entre los que basta con elegir, si incluye las acciones de los otros y sus propias expectativas, el realismo dei juicio ya no puede captarse de modo correcto mediante la definición de una racionalidad instrumental. Sin embargo, no renuncia­remos a una noción de racionalidad calculadora conveniente para cier- tas configuraciones en las que cada actor puede reducir la interacción al hecho de que cada uno de los protagonistas tome en cuenta un mismo entorno objetivado.

Partimos de una oposición entre norma y racionalidad a menudo re­ferida a una elección epistemológica que el investigador en ciências so- ciales debía resolver.26 Propusimos desplazar esa oposición y situar cada uno de sus términos en modelos diferentes dei comportamiento huma­no; esos modelos encuentran cabida en esquemas de integración de las acciones que adoptan, respectivamente, las figuras dei orden social y dei equilíbrio de mercado. Sin embargo, vimos que esos dos esquemas su- frieron profundas modificaciones en el curso de las transformaciones pa­ralelas de los enfoques sociológicos y económicos de la coordinación. Es­tas perspectivas tomaron cada vez más en cuenta las interacciones en las que cada actor debe preocuparse por la acción dei otro a fin de ajustar

25 Sobre ciertas convergências alrededor de estas cuestiones en comentes diversas de las ciências humanas, véase un número pornográfico de Critique (Descombes, dir., 1991).

26 Senalemos que Ferejohn y Satz (1994) proponen considerar como actitudes interpretativas dei investigador las explicaciones que apelan a la racionalidad de las elecciones individuales y las que apuntan a coacciones sociales.

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la suya propia, sin que pueda apoyarse por completo en normas compar­tidas o en un mundo de objetos comúnmente identificados y evaluados que se ofrecen a la elección racional de los indivíduos.

Esa preocupación proyecta hacia un primer plano la operadón de jui- cio mediante la cual el actor discieme referencias pertinentes e interpre­ta las conductas de otros actores que influyen en su suerte y que él puede contribuir a modificar. La perspectiva abierta por la coordinación con las acciones de los otros pone de relieve esa operación que, al implicar la interpretación y la anticipación de dichas acciones, modifica por ende nuestra manera de contemplar la racionalidad. No podemos limitar la noción de racionalidad a una capacidad de cálculo; antes bien, debemos inscribirla en el marco más general dei juicio sobre la acción. Podemos, entonces, relacionar las divergências que hemos verificado en los mo­delos teóricos de la acción con diferencias en las maneras de juzgarla. Estas manifiestan diferentes modalidades de relación de la persona con el entorno de su acción.