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VIVIANA A. ZELIZER EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO FONDO DE CULTURA ECONÓMICA M éxico - A rgentina - B rasil - C olombia - C hile - Espada E stados U nidos de A mérica - G uatemala - P erú - Venezuela

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VIVIANA A. ZELIZER

EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA M éxico - A rgentina - Brasil - Colombia - C hile - Espada

Estados U nidos de A mérica - G uatemala - P erú - Venezuela

II. LA PRODUCCIÓN DOMÉSTICA DE DINEROS

Nell: Nunca fuiste justo con mamã con respecto al dinero. ;Lo tuviste todo, tus partidas de póquer, tus cigarros y tus viajes para irte a pescar!... Y es por eso que te pido que le pagues un salario fijo en vez de hacerla venir como un mendigo a pedirte cada centavo que necesita.Huchie: La mayor parte de Ias mujeres tienen que pedirles el dinero a sus maridos, y no me parece que lo hagan tartamudeando.Nell: No existe una sola mujer en el mundo que no quisiera tener menos dinero para gastar si sólo supiera que es de ella y que puede disponer de el a su antojo sin estar contestando esas eternas preguntas: "iPara qué lo quie- res?" y "iQué hiciste con lo ultimo que te di?".

(in la obra de teatro Chicken Feed. Wages fo r Wives [Migajas para las gallinas. Salarios para las esposas], que se estrenó en 1923 en Chicago, la joven Nell liailey, de 22 anos, descubre la manana de su boda que su padre invirtió en secreto el dinero de su seguro en peligrosos bonos de la compania de tran- vías, pero, no obstante, acusa enojado a la madre de Nell por gastar parte de la prima en la boda de su hija. Nell insiste en que no se casará hasta que su padre acepte darle a su madre la mi tad de sus ganancias como su salario legítimamente ganado, y le explica a su novio, que está cada vez más preocupado:

Danny, £qué te parecería si tuvieras un jefe que te dijera, "Mira, Danny, no te voy a pagar regularmente tu sueldo. Sencillamentc, te haré regalos cuando me parezca. Me hará sentir bueno y generoso y me gustará escucharte agrade- cérmelos. Y en el caso de que necesites algo, sói o dímelo y veré si me parece que te corresponde tenerlo". iQué hombre soportaría eso?

Como su padre se muestra reacio a aceptar sus condiciones, Nell suspende ia boda y organiza una huelga, con su madre y una amiga casada, para garanti- zar el justo derecho de las esposas a compartir el ingreso familiar. En el "final feliz"' de la obra vemos a todas las parejas reunidas y al escarmentado padre

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de Nell prometiéndole a su mujer: "Tendrás tu parte dei dinero, ahórralo o fúmatelo, como quieras".1

La batalla por la administración dei dinero fue más que un divertido en- tretenimiento teatral. Empezó a fines dei siglo xix y se combatió con pasión, perseverancia y un poco de desconcierto en la intimidad de los hogares esta- dounidenses. Y cada vez más en público. El "problema financiero" doméstico se destaco como noticia de actualidad en revistas y periódicos, en conmove- doras cartas al editor y en el consultorio sentimental, como tema de conferen­cias en los clubes femeninos e incluso desde el púlpito. En 1928 un testigo llega a la conclusión de que "Ia mención dei dinero ha producido más dispu­tas entre marido y mujer que coristas, camareras rubias, bailarines de sedosos cabellos, [o] viajantes de comercio".2 Por cierto, la batalla por Ias finanzas do­mésticas a menudo terminaba en los tribunales. Entre 1880 y 1920, las dispu­tas por cuestiones de dinero se volvieron una causa cada vez más frecuente de divorcio tanto entre la gente pudiente como entre las parejas más pobres.3 Y el dinero doméstico hizo surgir problemas legales incluso en los matrimônios que se mantenían unidos. ^Tenía derecho una esposa a contar con una asigna- ción? Si ahorraba dinero de los costos de mantenimiento dei hogar, ,jese di­nero era suyo? ^Una esposa era una ladrona si "robaba" dinero dei pantalón de su marido? «jPodía una esposa usar el crédito de su marido en cualquier tienda? También estaba la cuestión de las ganancias de la mujer. ^Cuándo era el dinero de la mujer íegalmente suyo? Poco a poco, pero de una manera cons­tante, las decisiones de los tribunales empezaron a invertir la concepcíón dei derecho civil de que las ganancias de la mujer le pertenecían al marido.

^Por qué el dinero doméstico se convirtió en algo tan controvertido a princípios de siglo? Por cierto, los conflictos económicos entre miembros de una família existían desde antes. Por ejemplo, en su estúdio de las mujeres obreras en Nueva York, la historiadora Christine Stansell nos cuenta de un caso, si bien extremo, en 1811: un marido mató a golpes a su esposa porque le sacó cuatro chelines dei bolsillo. Por lo general, esas disputas se mantenían en la privacidad, y rara vez formaban parte dei debate público como una cues-

1 Guy Bolton, Chicken Feed. Wages for Wives, en The Best Plays o f 1923-24, ed. dc Burns Mantle, Boston, Small, Maynard and Company, 1924, pp. 240, 241,243 y 260.

2 Clarence Budington Kclland, "Wives are Either Tightwads or Spendthrifts'', en American Magazine, 106,1928, p. 12.

3 Vtiase Elaine Tyler May, Great Expectations, Chicago, University of Chicago Press, 1928, p. 137; Robert S, Lynd y Helen Merrell Lynd, Middletown, Nueva York, Harcourt Brace jova- novich, 1956, p. 126.

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lh*n importante de interés colectivo. Existia una especie de consenso, si se le piifdi' llamar así, acerca de la correcta regulación dei ingreso familiar, y va- t laba según la clase social. En la clase alta y media, al parecer las cuestiones de tllnero se habrían considerado por lo general como un asunto dei marido. En nii fundamental trabajo de 1841, Treatise on Domesfic Economy, la experta en te­mas dei hogar Catherine Beecher advertia cómo, en especial entre los hombres de negocios, los gastos de la família estaban "tanto bajo el control dei hombre i nino de la mujer". En el estúdio de la historiadora Mary P. Ryan de la vida (jimiliar a princípios dei siglo xix en el condado de Oneida, Nueva York, en­contramos también a los hombres a cargo de la cuestiones relacionadas con el dlnero. Después de todo, el "culto a la domesticidad" dei siglo xix hacía de la Vida en el hogar una alternativa a la preponderância dei mercado: su custo­dio, la "autêntica" mujer victoriana, era una especialista en los afectos, no en las finanzas. Una mujer podia manejar los gastos de mantenimiento dei hogar, pero el "dinero serio" era el dei hombre. Los hogares de la clase obrera, por olra parte, administraban sus escasos y a veces inciertos ingresos convirtiendo n sus mujeres en las cajeras de la família. Los maridos y los hijos les entrega- ban los cheques de sus sueldos a las esposas, quienes se suponía que debían administrar el ingreso colectivo con habilidad, incluído el ingreso que ellas tnismas generaban. La mayor parte de este dinero, sin duda, se destinaba a pagar los gastos de mantenimiento dei hogar.4

Pero, a princípios de siglo, el consenso empezó a desmoronar se. A me­dida que la economia dei consumidor multiplicaba el número y el atractivo de las mercancias, y el ingreso no destinado a gastos fijos aumentaba en los hoga­res estadounidenses, la adecuada distribución y disposición dei ingreso fami­liar se transformo en un problema acuciante y controvertido. Gastar bien se convirtió en algo tan crítico como ganar lo suficiente. En los íibros de texto, las nulas y los artículos de las revistas, los especialistas en economia doméstica propagaban los princípios de un consumismo educado, e insistían en que "no

4 Christine Stansell, City o f Women, Nueva York, Knopf, 1986, p. 29 y comentarios perso­nales; Catherine E. Beecher, A Treatise on Domestic Economy, Boston, Marsh, Capen, Lyon and Webb, 1841, p. 176; Mary P. Ryan, Cradle of the Middle Class, Nueva York, Cambridge Univer­sity Press, 1984, p. 33. Véase también Mary Beth Norton, "Eighteenth-Century American Women in Peace and War", en A Heritage o f Her Oivn, ed. de Nancy F. Cott y Elizabeth Fleck, Nueva York, Simon & Schuster, 1979, p. 145; Ruth S. Cowan, More Work for Mother, Nueva York, Basic Books, 1983, pp. 81 y 82; Jeanne Boydston, Home and Work, Nueva York, Oxford University Press, 1990, p_ 103. Acerca del "culto a la domesticidad", véase Barbara Welterm, "The Cult of True Womanhood: 1820-1860", en American Quarterly, 1966, 18, pp. 151-174; Nancy E. Cott, The Bonds o f Womanhood, New Haven (ct), Yale University Press, 1977.

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importa tanto cuántos dólares haya en el sobre con la paga como lo que esos dólares de hecho le garanticen y le proporcionen al trabajador".5

Dentro de sus hogares, las famílias sc esforzaban afanosamente por mar­car su dinero. Compraban los libros de contabilidad y los libres para hacer presupuestos recomendados por los expertos para registrar con prolijidad sus gastos o, si no, inventaban toda cl ase de estratégias para diferenciar los multi­ples dineros dei hogar. Consideremos, por ejemplo, el sistema de la senora M. tal como ella misma lo refiere en Woman's Home Companion a principios de la dccada de 1920: "Mc hice de ocho pequenas latas, todas del mismo tamano, y les pegué las siguientes palabras, con letras grandes: comestibles, transporte, gas, lavanderia, alquiler, diezmo, ahorros, miscelânea... Ahora hablamos de esas latas como la lata de los comestibles, la lata del transporte, y asi sucesiva- mente". Algunas famílias usaban frascos, jarros de porcelana, sobres o cajas para distinguir fisicamente el dinero, mientras que otras lo escondian en me­dias o bajo el colchón o debajo de las tablas del piso. Las prácticas de marcado eran a menudo bastante ingeniosas, como por ejemplo la del padre que desti- naba cada moneda de 25 centavos que llevaba la fecha del nacimiento de su hijo para su educación, o la de aquel que compraba artículos en oferta y reu­nia sus ahorros apartando la diferencia entre el precio normal dei artículo y el de la oferta. De una manera semejante, los inmigrantes marcaban religiosa­mente una porción de sus salarios ganados con esfuerzo para enviársela a los parientes en sus pueblos de origen.6

5 Benjamin R. Andrews, Economics of the Household, Nueva York, Macmillan, 1924, p. 34. Acerca del movimiento de la economia doméstica, véase Hazel T. Craig, The History of Home Economics, Nueva York, Practical Home Economics, 1945; Emma Seifrit Weigley, "It Might Have Benin Euthenics. The Lake Placid Conferences and the Home Economics Movement", on American Quarterly, 26, marzo de 1974, pp. 79-96; Susan Strasser, Never Done. A History of Americaji Hoitseivork, Nueva York, Pantheon, 1982, cap. 11, y "The Business of Housekeeping. The Ideology of the Household at the Turn of the Twentieth Century", en The insurgent Socio­logist, 8, otono de 1978, pp. 147-163; Glenna Matthews, "just A Housewife”. The Rise ami Fall of Domesticity in America, Nueva York, Oxford University Press, 1987, cap. 6.

6 Alice Bradley, Fifty Family Budgets, Nueva York, Woman's Home Companion, 1923, p. 7; T. D. MacGregor, The Book o f Thrift, Nueva York, Funk & Wagnalls, 1915, pp. 145 y 151, Las amas de casa judias también tenían una cantidad de “tsedokeh pushkes” o cajas de caridad, donde cilas y sus hijos guardaban pequenas sumas de dinero marcadas para distintas obras de beneficência; véase Ewa Morawsla, "Small Town, Slow Pace. Transformations of the Reli­gious life in the Jewish Community of Johnstown, Pennsylvania (1920-1940)", en Comparative Social Research, 13,1991, p. 147. Acerca del significado económico de las remesas de los inmi­grantes, véase Dino Cinel, The National Integration o f Italian Return Migration, 1870-1929, Nue­va York, Cambridge University Press, 1991.

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Las famílias también confiaban en una cantidad de institudones externas para salvaguardar y diferenciar su dinero, desde cajas de ahorro comunes o i ajas de ahorro postales y escolares hasta companías de seguros, sociedades di' socorros mutuos, clubes de ahorro, sociedades de crédito hipotecário, bo- nos de guerra e incluso prestamos a pagar en cuotas. En muchos casos, esto no sólo representaba la acumutación de un capital homogéneo, sino también ahorros diferenciados, en especial en el caso dei "dinero para las vacaciones dc verano" y el "dinero de Navidad" depositados en los populares clubes na- videnos o clubes de vacaciones, que servían de "alcandas colectivas".7

Los comentaristas discutían acerca de si la administración organizada ra­cionalizaria cabalmente las finanzas domésticas: "Cuanto más impersonal se vuelva la contabilidad en la família, como la de un negocio o de una fábrica, tanto mejor partido sacará la familia de sus ingresos, y desgastará menos su sistema nervioso".8 Pero el marcado doméstico dei dinero no era en absoluto un procedimiento de contabilidad fluido. Había mucho en juego en la forma en que se distribuía el dinero, para qué fines y para quién. A medida que las famílias dependían cada vez más de los salarios que cobraban los maridos, se hizo más urgente y complejo negociar las exigências de los esposos, las espo­sas y los hijos con respecto a ese dinero. i Hasta qué punto el salario de los ma­ridos era un bien colectivo? Una vez que ese dinero entraba en la casa, ^quién tonía el derecho a controlado? ^Debían los maridos entregar todo su sueldo a sus esposas? O bien, ^cuanto podían guardarse para ellos? ^Cuánto dinero de- bía recibir una esposa, y para qué gastos? ^El dinero era un regalo de su ma­rido, o su mujer tenía derecho a una determinada proporción dei ingreso? Y en cuanto a los ninos, £se les debía dar su propio dinero o era su obligación ga- narlo realizando tareas domésticas? ^Como debían los ninos gastar su dinero?

Esta nueva y "tensa competência por el ingreso familiar", como la describe el sociólogo Robert Lynd, dio lugar a un replanteo general de las transferencias económicas dentro dei hogar, una búsqueda de monedas domésticas apropia- das para las esposas, los maridos y los hijos. Era nccesario, según exhortaba un manual de economia doméstica, "considerar las cantidades [de dinero] que se- rán usadas por y para los distintos miembros de la familia, de manera que

7 Sobre la base de las pruebas reunidas en Inglaterra, Paul Johnson Ilega a la condusión de que es más probable que los ahorros de la clase obrera sean usados a corto plazo y desti­nados para un fin específico, a diferencia de los dc la clase media; véase Saving and Spending, Oxford, Clarendon Press, 1985, p. 99. '

a Mary Alden Hopkins, "Understanding Money", en The Woman Citizen, 8,12 dc enero de 1924, p. 17.

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exista siempre una division prudente y justa dei ingreso familiar y ningún miembro disponga, sin que nos demos cuenta, de más de lo que necesita".9

Pero el dinero dei ama de casa fue el que se volvió más paradójico, con­trovertido e incierto. A medida que aumentaron las tareas relacionadas con las compras para las necesidades dei hogar, las mujeres se hicieron cargo de ellas. Recayó sobre ellas la obligación de transformar el salario de sus mari­dos en dinero para el hogar y se les recordaba reiteradamente que un salario es "sói o dinero cuando llega a tus manos, inútil para guardar, vestir, dar calor, o [...] mejorar la vida de la familia, Tú eres la que debe convertirlo en comida y en ropa, en un progreso para la familia". Es más, se les decía a las mujeres: "Entre todos los deberes de una buena mujer no hay ninguno más sagrado que este, el deber dc la Compra Inteligente". La rueca, observaba Harper's Ba­zar, había sido reemplazada por un libro de contabilidad.10 Se esperaba que la versión del siglo XX del custodio moral del siglo xix funcionase como un agente de compras y un experto en presupuestos domésticos. Sin duda, la sa- biduría financiera de las esposas había sido también una preocupación en el siglo xviii. Pero la expansion de la economia del consumo hizo de la adecuada habilidad para gastar una medida dominante y visible de competência do­méstica. La "buena ama de casa" era responsable "dei cuidado dei dinero de su marido, que debe gastar con inteligência". Después de todo, como lo expli- caba un ama de casa ejemplar, "un hombre no entiende de la administración de una casa y de sus gastos".11

Pero había un problema fundamental con el creciente papel de financista de "Dona Consumo", y fue que llcgó sin un salario e incluso a menudo sin un ingreso fijo y confiable. Por cierto, las esposas, a finales del siglo, incluso las casadas con hombres ricos, a menudos se encontraban sin un dólar propio. Como lo explicaba en 1909 Lucy M. Salmon, una profesora de historia dei Vassar College: "En la mayor parte de los casos todavia son los hombres quie-

9 Robert S. Lynd, "Family Members as Comsumers", en Annals of the American Academy of Political and Social Science, 160, 1932, p. 90; Thrift by Household Accounting and Weekly Cash Record Forms, Baltimore, Committee on Household Budgets, American Home Economics Association, 1916, p. 4.

10 "Substitution Facts", en The Delineator, 68, noviembre de 1906, p. 911; "Women and Money Spending", en Harper's Bazar, 39, diciembre de 1905, p. 1144.

11 The Neu> York Times, 23 dc diciembre de 1900, p. 10. Acerca de la importância de la aus- teridad de las mujeres en el siglo xvm y comienzos del siglo xix, viase Lydia Maria Child, The American Frugal Housewife, Boston, Carter, Hendee and Co., 1832; Catherine E. Beecher, A Treatise on Domestic Economy, op. cit., pp. 175-186; Joan M. Jensen, Loosening the Bonds, New Haven (ct), Yale University Press, pp. 119-128.

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lies reciben sus salarios en dinero contante y sonante, quienes tienen una ciienta en el banco y llevan un libreta de gastos, y quienes, por lo tanto, consi- deran que tienen el derecho a decidir con respecto a la forma en que se gastará rl dinero que ganan".12 13

Peor aún, las mujeres habían perdido casi todos sus derechos a los recur­sos económicos de la familia. Mientras que en la época de la colonia se recono- dan las contribuciones laborales de las esposas, la domesticidad de las amas de casa en el siglo xix colocó a las mujeres casadas fuera de la economia de la producción. No importaba cuán duramente trabajaran o cuánto dependieran sus famílias de sus tareas, el trabajo doméstico de las mujeres se definia y se valuaba como una tarea de importância afectiva, pero escasamente material, lintonces, lo importante al considerar el bicnestar económico del hogar era el trabajo del marido que se traduda en un salario, no el trabajo doméstico de la mujer. El dinero del hombre se convertia en el dinero de la mujer sólo como un regalo, no como la parte que le correspondia, ganada con su trabajo. De una manera reveladora, el dinero de la mujer incluso tenia un léxico especial que lo separaba del efectivo ordinário: asignación, pin money, egg money, bütter money,* dinero para gastos personales, dinero de bolsillo, o dole**u Las muje­res quedaban atrapadas en la curiosa situación de ser administradoras de di­nero sin dinero, y se esperaba que gastaran de la manera adecuada mientras se les negaba el control del dinero. El êxito del movimiento de economia do­méstica que incitaba a las mujeres a administrar su casa como un negocio in­tensifico aún más esta contradicción en la vida económica femenina.

Las estratagemas de Ias mujeres para extraer algo de efectivo de sus poco solícitos maridos constituían el tema de muchas bromas y un ingrediente bá­sico de los números de vodevil dei siglo xix, Pero el problema monetário do­méstico se volvió serio, y obligó a una ardua y controvertida revaluación dei dinero doméstico de la mujer como también del ingreso ganado por ella

12 Lucy M. Salmon, "The Economics of Spending", en Outlook, 91,1909, p. 889. La expre- sión "Mrs. Consumer" [Senora Consumidora o Dona Consumo] es de Christine Frederick, Selling Mrs. Consumer, Nueva York, Business Course, 1929.

* Egg money y butter money son expresiones que provienen de las ganancias que obtenian las granjeras vendiendo huevos y manteca. [N. de la T.]

** Dole, que traduciré como "ayuda" o "dádiva", significa en este contexto la entrega esporádica de una pequena suma de dinero. [N. de la T.]

13 Para un excelente análisis de la construcción de la esposa "improductiva" dei siglo xix, véase Nancy Folbre, "The Unproductive Housewife. Her Evolution in Nineteenth-Century Economic Thought", en Signs, 16, primavera de 1991, pp. 463-484; véase también Jeanne Boydston, Home and Work, op. cit.

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misma. Para saber lo que estaba en juego, debemos distinguir entre tres for­mas posibles de organizar las transferencias dei dinero doméstico: como un pago (intercâmbio directo), como un legítimo derecho (derecho a una partici- pación) o como un regalo (concesión voluntária de una persona a otra). El di- nero como pago implicaba una cierta distancia, una contingência, negociacio- nes y responsabilidad de las partes. El dinero como un legítimo derecho implicaba una fuerte exigencia de poder doméstico y de autonomia. Y el di- nero como regalo implicaba subordinadón y arbitrariedad. Durante largo tiempo, las mujeres y los defensores de los derechos de las mujeres se debatie- ron para definir cuál debía ser la justa participación de la mujer en el ingreso familiar. Este capítulo se ocupa de esa lucha, investiga la transformación dei dinero de la mujer casada entre la década de 1870 y de 1930, y muestra que tanto el género como la clase social marcaron en profundidad el significado, los usos y la distribución de Ias monedas domésticas.

Un dólar propio : la definición del dinero doméstico

DE LAS MUJERES

Debido a la escasez de pruebas, estudiar el dinero en la familia se parece a entrar en un território en su mayor parte inexplorado. Aunquc el dinero re­presenta la fuente más importante de desacuerdos entre esposos y a menudo constituye una zona de fricción entre padres e hijos, curiosamente sabemos menos de cuestiones de dinero que de violência familiar e incluso de sexo ma­rital. No sólo las famílias se muestran renuentes a mostrar sus vidas financie­r s privadas frente a personas extrahas, sino que esposos, esposas e hijos a menudo mienten, enganan o sencillamente ocultan información, incluso entre ellos. Quizás es más importante aún el hecho de que en el modelo que Amar- tya Sen denomina "la familia aglutinada" rara vez se formulan preguntas re­lacionadas con el reparto del dinero entre sus miembros. Una vez que el di- nero entra en la familia, se supone que de alguna manera se distribuye de un modo equitativo entre sus miembros, y que sirve para potenciar al máximo el bienestar colectivo. Cuánto dinero recibe cada persona, cómo él o ella lo obtie- nen y de quien y para qué son cuestiones que pocas veces se consideran. Y sin embargo, como senaló Michel Young hace más de 30 anos, la distribución del dinero entre los miembros de una familia a menudo es tan asimétrica y arbi­traria como Ia distribución del ingreso nacional entre las famílias. Por lo tanto, argumenta Young, debemos dejar de suponer que "algunos miembros de una

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familia no pueden ser ricos mientras otros son pobres".14 El período entre 1870 y 1930 nos brinda algunas vislumbres de este mundo tradicionalmente secreto dei dinero familiar; a finales dei siglo, a medida que las finanzas hoga- renas se transformaron en una cuestión polémica, la renegociación de la eco­nomia doméstica salió de las puertas habitualmente cerradas de cada hogar para entrar en el discurso público.

^Cómo se marcaba el dinero de la esposa y se lo separaba de otros dineros domésticos? Las mujeres estadounidenses, incluso aquellas cuyos maridos po- dían permitírselo, nunca tuvieron un derecho legal a una porción dei dinero doméstico. Mientras los esposos vivieran juntos, explicaba el autor de un ar­tículo de Lato Review en 1935, "el derecho de la esposa a recibir un apoyo eco­nómico no es el derecho a algo definido o a una suma definida [...]. Si la mujer recibe mucho o poco no es cuestión de un derecho legal, sino que es una cues­tión sobre la que decide el marido".15 El concepto de salario familiar, un salario que debía mantener al varón que lo ganaba y a toda la familia que dependia de él, aumento todavia más la dependencia de las mujeres de los sueldos de sus maridos. En consecuencia, la asignación dei dinero doméstico se basó en regias extraoficiales y en negociaciones informales. Hacia finales dei siglo, las muje­res casadas, la mayoría de las cuales dependían de la paga o el ingreso de sus maridos, obtenían su efectivo a través de una variedad de transferencias.

Las mujeres de clase alta y media recibían una ayuda irregular o, más ra­ramente, una asignación regular de sus maridos para los gastos de manteni- miento dei hogar, que incluía artículos para la casa y ropa. A veces las mujeres dependían casi por completo de dólares "invisibles", ya que pagaban a crédito y rara vez manejaban efectivo. Por su parte, las esposas de la clase obrera reci­bían los cheques de la paga de sus maridos y se esperaba que administraran y distribuyeran el dinero de la familia. Este dinero oficial, sin embargo, era pro- piedad dei marido, incluso en el caso de las mujeres de clase obrera, y en úl­tima instancia estaba supervisado y controlado por él. A veces los maridos se

14 Amartya Sen, "Economics and the Family", en Asian Development Revierv, 1,1983, pp. 14-26; Michael Young, "Distribution of Income within the Family", en British Journal of Socio­logy, 3,1952, p. 305. Veasc tambien Heidi Hartmann, "The Family as the Locus of Gender, Class, and Political Struggle. The Example of Housework", en Signs, 6, 1981, pp. 366-394; Diana Wong, "The Limits of Using the Household as a Unit of Analysis", en Households and the World-Economy, ed. de Joan Smith, Immanuel Wallerstein y Hans-Dieter Evers, Beverly Hills (ca), Sage, 1984, pp. 56-63; Christine Delphy y Diana Leonard, "Class Analysis, Gender Analysis and the Family", en Gender and Stratification, ed. de Rosemary Crompton y Michael Mann, Oxford, Polity, 1986, pp. 57-73.

15 Blanche Crozier, "Marital Support", en Boston University Law Review, 15,1935, p. 33.

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hacían cargo abiertamente de todas las transacdones monetárias. En 1905, en una carta al consultorio sentimental de la Woman's Home Companion, una mu- jer de 30 anos se quejaba de que John, su marido, aunque "en cierto sentido generoso [...] maneja él mismo ía billetera, compra las provisiones, prefiere comprar los comestibles no perecederos, los zapatos, los guantes [...] y cree que yo no necesito dinero si él me compra todo lo que quiero".16 Incluso si una mujer se las ingeniaba para ahorrar dinero de los gastos de mantenimiento dei hogar, la ley consideraba que, en última instancia, ese sobrante era propiedad dei marido. Por ejemplo, en 1914, cuando Charles Montgomery demando a su esposa Emma por los 618 dólares con 12 centavos que había ahorrado de los gastos domésticos durante los 25 anos que habían estado casados, Justice Black­man de la Suprema Corte de Brooklyn falló a favor dei marido, argumentando "que no importaba cuán cuidadosa y prudente hubiera sido una mujer, si el dinero [...] le pertenecía al marido era todavia de su propiedad, a menos que hubiera pruebas de que se lo hubiera regalado a su esposa".17

Los canales legítimos de una esposa para obtener efectivo adicional se redu- cían, pues, a una variedad de técnicas dc persuasión: pedir, rogar con zalamerías o directamente mendigar. Y era difícil dominar el arte de pedir. Se les recordaba a las mujeres que "pedirle algo a un hombre cansado y hambriento es gastar sa­liva". La mujer que "sabe cómo hacerlo", por el contrario, "se pone su vestido más seductor y le prepara su plato favorito al hombre a quien le quiere pedir algo".18 A veces sólo funcionaba el chantaje sexual. Una madre de dos hijos cuyo marido ganaba 250 dólares por mcs pero sólo le daba 75 dólares para los gastos dei hogar le confesó el secreto de su "rápida victoria" a Good Housekeeping:

El verano pasado supe que no podría soportar otro ano de total sufrimiento en cuestiones de dinero El Junes por la noche, después de la mejor cena que pucdo preparar, le dije a mi marido [...] que a menos que me diera 175 dólares por mes nunca más lo dejaría ni siquiera besarme [...]. Por la tarde saqué toda mi ropa [...] de nuestra hnbitación y la llevé a otra dei otro lado dei vestíbulo.

Después de una semana de soledad, cedió.19

lfl Margaret E. Sangster, "Shall Wives Earn Money", cn Woman's Home Companion, 32, abril de 1905, p. 32.

17 The New York Times, 16 de dicicmbre de 1914, p. 22."The Family Pocketbook", cn Good Housekeeping, 51,1910, p. 15.

19 Cartas al editor, Good Housekeeping, 51, febrero de 1910, p. 246.

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Si esas técnicas de persuasión fallaban, existia todo un repertório de es- liiitegias financieras clandestinas, que iban desde sacar dinero de los bolsillos «lei varón hasta inflar el valor de las facturas. En 1890 un artículo en Forum deiuinciaba la "cantidad de enganos, fraudes y juegos dobles que aparecían en Ia adminístración de las finanzas domésticas". Para obtener "unos pocos dólares que pudieran considerar propios", las mujeres se veían cotidiana­mente ínvolucradas en maniobras sistemáticas de fraude doméstico; por ejemplo, algunas

consiguen que los sombrereros les envíen una factura por 40 dólares en vez de 30, que es el precio real, para poder quedarse con 10 [...] [otras] abusan de sus ojos fatigados y de sus cuerpos exhaustos haciendo trabajos de costura sin que sus maridos se enteren y [...] las esposas de los granjeros llevan de contrabando manzanas y huevos al pueblo.

lín el estúdio de Elsa Herzfeld de famílias que vivían en conventillos en el West Side de la ciudad de Nueva York, una mujer le informa a la investiga­dora que aun sabiendo que su marido la "azotaría" si la descubría, ella traba- jaba a escondidas para tener una reserva secreta bajo el colchón. Otra mujer "servia" para ganar un poco de dinero extra, que usaba para comprarse ropa para jugar al tenis. En ocasiones, sólo para enviarles a sus padres un poco de dinero, parece que algunas mujeres inmigrantes se las ingeniaban para man- tener su correspondência y sus giros postales escondidos de sus esposos.20

Algunos métodos eran más riesgosos: en 1905 Joseph Schultz fue llevado al tribunal policial de Buffalo por la senora Schultz. Parece que el senor Schultz, decidido a terminar con los hurtos nocturnos de su esposa, que le sa- caba el cambio dei bolsillo de sus pantalones, puso allí una pequena trampa para ratones. A las dos de la manana salto la trampa, y a la manana siguiente el marido fue llevado al tribunal. Bench and Bar, un periódico especializado en derecho, informaba con cierta satisfacción que el juez había desestimado el reclamo de la esposa y confirmado el derecho dei marido a poner trampas para proteger su cambio. En otro caso, Theresa Marabella, de 40 anos, fue sen-

20 Alice Ives, "The Domestic Purse Strings", en Forum, 10,1890, pp. 106 y 111; Elsa G. Herz­feld, Family Monographs, Nueva York, James Kempster Printing Co., 1905, p. 50. Acerca de las mujeres inmigrantes, vease "If It's Only a Page, It's Five Cents", en Grandma Never Lived in America. The New Journalism of Abrahan Cahan, ed. de Moses Rischin, Bloomington (in), 1985, p. 308.

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tendada a cuatro meses en una prisión dei condado por robar 10 dólares dei bolsillo de Frank Marabella, su marido, un obrero de Belíport, Nueva York. Había gastado el dinero en un viaje a la dudad de Nueva York.21

Fero los dólares no eran "robados" sólo por las esposas de hombres po­bres. De hecho, un comentarista estaba persuadido de que "los trapos sucios en cuestiones de dinero de algunas mujeres nominalmente ricas deben ser tan desagradables como los de las mujeres nominalmente pobres". Mientras que las mujeres pobres revisaban los pantalones de sus maridos en busca de un poco de cambio, las mujeres acomodadas pero sin efectivo utilizaban toda una gama de estratagemas. Se describió a la senora Gray, una abuela casada durante 20 anos pero sin un centavo "que pudiera llamar propio", como al- guien capaz de

adoptar una política de engano y de fraude sistemáticos en relación con su esposo [...]. Cuando quiere dar un poco de dinero para ayudar a una familia pobre a comprar una estufa, o ayudar a un enfermo o a alguien que se está muriendo de hambre a pagar su alquiler, le dice a su marido que se acabó la harina, o que queda poco azúcar, y así consigue la suma que necesita.

De'este modo, este "fiel miembro de la iglesia" que nunca dijo una falsedad paradójicamente "engana y estafa" al hombre a quien "ha solemnemente ju­rado amar y obedecer".22

Había otras formas de "burlar al dueho de la billetera". Las mujeres nego- ciaban con las modistas, los sombrereros y los comerciantes para agregar ar­tículos extras a sus facturas de manera que, cuando se pagaba la factura, "la esposa dei hombre rico se quedaba con una buena tajada y se hacía dc unos pocos dólares". Una modista parisina en Nueva York se quejaba de que las damas estadounidenses encargaban "vestidos que usan una sola noche y luego devuelven [...] se hacen de 50 o 100 dólares en efectivo y piden que se los acrediten como un vestido o como un sombrero en la factura para enganar a sus maridos". Para procurarse efectivo, algunas mujeres incluso recurrían a la servidumbre, vendiéndoles sus muebles viejos. Una visitante japonesa en Es-

21 Bench and Bar, 1905, p. 6; The Nexo York Times, 14 de julio de 1921. La condena de la sefto- ra Marabella fue revocada y quedó libre. The New York Times informo que se había reconcilia­do con su marido.

22 Lucy M. Salmon, "The Economics of Spending", op. cit., p. 889; Alice Ives, "The Domes­tic Purse Strings", op. cit., p. 110.

LA PRODUCCIÓN DOMÉSTICA DE DINEROS 67

ta d os Unidos en la segunda década dei siglo xx quedo escandalizada al escu- char de boca de "hombres y mujeres de todas las clases sociales, en periódicos, novelas, conferencias e incluso una vez desde el púlpito [...], alusiones jocosas a historias de mujeres escondiendo dinero en lugares extranos, birlándoselo a sus esposos [...] o ahorrándolo en secreto para algún fin privado".23

La relativa pobreza de las mujeres casadas, sin embargo, se fue haciendo insostenible. ^Cómo podia una esposa asumir sus responsabilidades financie­r s anadidas como "administradora dei salario" si tenía que pedir, rogar con zalamerías, mendigar o robar su dinero y si tan a mundo ni siquiera sabia de cuánto dinero disponía para gastar? Se intensifico la exigencia de un ingreso más definido y regular para los gastos de mantenimiento dei hogar para la mujer y también, para su "propio bolsillo", de una suma generosa de dinero, de la que no hiciera falta rendir cuentas, para gastar en el hogar, en esparci- miento, regalos o en tantos de los nuevos bienes de consumo que apuntaban al público femenino, como ropa, cosméticos o perfumes. Como advertia un contundente editorial a finales de siglo en la Ladies' Home Journal, al ama de casa simplemente "no se le daban las herramíentas para poder trabajar de la mejor manera". Mientras "se producen espasmos de indignación cuando uno habla dei matrimonio como de una 'sociedad comercial'", declaraba Edward Bok, el editor dei Journal, el matrimonio "debe tener una base económica" y el ingreso doméstico debería considerarse como "una cuestión recíproca" dei es­poso y de la esposa.24

23 Lucy M. Salmon, "The Economics of Spending", op. cif., p, 889; Elia W. Peattie, "Your Wife's Pocketbook", en The Delineator, 77, junio de 1911, p. 466; "Story of a French Dressmaker", en The Life Stories o f [Undistinguished) Americans 11906], ed. de Hamilton Holt, Nueva York, Routledge, 1990, p. 75; Etsu Inagaki Sugimoto, A Daughter o f the Samurai, Nueva York, Doubleday, 1936, p. 176. Sugimoto quedó intrigada por esta "extrafía" costumbre esta- dounidense que se apartaba de una manera tan radical de las convenciones japonesas, según las cuales, sin tener en cuenta la clase social, las mujeres controlaban el dinero. Le agradezco a Sarane Boocock esta informadón. La falta de acceso al dinero en efectivo puede haber inci­tado a algunas mujeres al hurto en las tiendas, según Elaine S. Abelson, When Ladies Go A-Thieving, Nueva York, Oxford University Press, 1989, p. 167.

24 Cochran Wilson, "Women and Wage-Spending", en Outlook, 84,13 de octubre de 1906, p. 374; Edward Bok, "The Wife and Her Money", en Ladies' Home Journal, marzo de 1901, p. 16. Acerca de las estratégias de venta que apuntaban a una clientela casi por completo de clase media, entre 1890 y 1940, véase Susan Porter Benson, Counter Cultures, Champaign, Univer­sity of Illinois Press, 1986. Véase también William R. Leach, "Transformations in a Culture of Consumption. Women and Department Stores, 1890-1925", en Journal of American History, 71, septiembre de 1984, pp. 319-342. Acerca de la comercialización de la industria de la belleza a comienzos del siglo xx, véase Lois W. Banner, American Beauty, Chicago, University of Chica­go Press, 1983, pp. 202-225.

68 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

A yuda VERSUS ASIGNACIÓN: la asignación como una solución

El método tradicional de entregarles de tanto en tanto pequenas sumas de di- nero a las mujeres empezó a ser combatido a finales del siglo xix en una batalla que se prolongo durante las tres primeras décadas dei siglo xx. En 1915 se ob- servaba en el Harper's Weekly que "la cantidad de mujeres que consideran in- concebible pedirle a otro ser humano: 'Por favor, ^podría tener un nuevo par de zapatos?'" estaba "aumentando con rapidez". Cartas anónimas a los edito­res de revistas femeninas divulgaban los problemas de dinero de las amas de casa. "iQué debería hacer Margaret?" se preguntaba una mujer cuyo marido en 1909 le daba sólo 50 dólares por mes (de su salario de 300 dólares) para los gastos de la casa, pagar las facturas y vestirse ella y su hija pequena. Cuando le pide mas, "John [...] se enoja mucho y la acusa de estar insatisfecha [...] [y le dice] que está siempre reclamando algo". Los manuales de etiqueta senalaban la "polémica cuestión del hogar y de los gastos personales" como la "principal fuente de infelicidad en la vida matrimonial". Parte dei problema residia en que el marido no revelaba sus recursos económicos, "de modo que Ia mujer, por completo ignorante de qué cantidad podia gastar sin problemas, a menudo pecaba de dispendiosa y descubría demasiado tarde, cuando una tormenta de reproches se abatia sobre su inocente cabeza, donde y cómo había pecado".25

Edward Bok, editor de Ladies' Home Journal, admitia que aunque era cierto que "las esposas, por lo general, obtienen lo que desean", no había motivos para que se vieran obligadas a pedir su dinero "cuando sencillamente tienen dcrecho a sus encajes y volados femeninos como los hombres a sus cigarros". Incluso el más generoso de los maridos, advertia Bok, parecia ignorar que "nada bajo el cielo humilla tanto a una mujer como verse obligada a pedirle dinero a su marido". Algunas mujeres le daban un cariz sentimental a la en­trega dei dinero, como la que le contaba a Ladies' Home Journal que durante sus 25 anos de casada siempre había disfrutado "de pedirle dinero a él. Ambos sentíamos que era tan mío como suyo, pero a él le causa placer dármelo y a mi me causa placer pedírselo y ver que a él le gusta dármelo". En la mayor parte de los casos, sin embargo, la ayuda era definida como degradante, apropiada para pagar a subordinados pero no a la pareja. "^Cómo les caería a algunos de nuestros hombres", especulaba Bok en su editorial, "si cada vez que necesita-

25 "Adventures in Economic Independence", Harper's Weekly, 61, 25 de diciembre de 1915, p. 610; Cartas al editor, en Good Housekeeping, 50, diciembre de 1909, p. 50; Maude C. Cooke, Social Etiquette, Boston, 1896, p. 139.

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mn alguna pequena cosa se la tuvieran que pedir a sus mujeres?"26 De hecho, pedir dinero hacía que Ias mujeres se sintieran como sus hijos: "Ada, mi pe­quena hija", se quejaba una mujer, "tiene más efectivo que yo, porque no le importa darle un beso y un abrazo a su papi y pedirle un dólar o dos cuando nccesita dinero. É1 no le puede negar nada a sus ojos azules y sus bucles dora- dos. Pero yo detesto pedirle dinero",27

Al condenar un sistema que obligaba a las mujeres a "mendigar ante sus maridos", la muy popular columnista Dorothy Dix destacaba la ironia de hombres que "le confían [a su] esposa su honor, su salud, su nombre, sus hi­jos, pero no le confían su dinero". La disponibilidad de crédito no era una so- lución, ya que representaba otra forma de regalo de dinero supervisada por el marido. Los comentaristas subrayaban la situación "anómala" de hombres que pagaban "las abultadas facturas [...] de sus esposas y de sus hijas", pero se rehusaban a "confiarles la menor cantidad de dinero en efectivo". La esposa rica, advertia el muy conocido escritor y teólogo Hugh Black, podia encargar "cualquier cosa en incontables tiendas donde tenían cuenta". Pero, a menudo, "no le podia dar 10 centavos a un mendigo".28

La teoria de los artículos de primera necesidad les brindo a las esposas algunos recursos legales al hacer al marido directamente responsable ante el comerciante de las compras realizadas por su mujer. Pero incluso el derecho legítimo a recurrir al crédito dei marido era restringido. Los artículos de pri­mera necesidad estaban tan ambiguamente definidos que los comerciantes eran reacios a arriesgarse a extenderle el crédito a una esposa por artículos que podían quedar fuera de esa categoria. Además, los maridos tenían el dere­cho legítimo a determinar dónde debían comprarse los artículos de primera necesidad y podían poner fin a la autorizadón dada a la mujer de recurrir a su crédito, si demostraban que ya la habían provísto de esos artículos de primera necesidad o de una asignación suficiente para que se los procuraram La ley, de

26 Edward Bok, "The Wife and Her Money", op. dl., p. 16; "The Money Question Between Husband and Wife as it Has Been Worked Out in Several Homes", en Ladies' Home Journal, 26, abril de 1909, p. 24.

27 Margaret E. Sangster, "Shall W’ives Earn Money?", op. cit., p, 32. Marion Harland, una prolífica novelista y autora de libros de autoayuda, depioraba la capacidad de las ninas de convertir "su belleza en un cheque pagadero a la vista" con el "bolsillo de papá" como banco; véase Eve's Daughters, or Common Sense for Maid, Wife, and Mother [1882], Nueva York, Dabor Social Science Publications, 1978, p. 73. Joan Jacobs Bfumberg me dio a conocer este dato.

23 Dorothy Dix, "Woman and Her Money", en Good Housekeeping, 58, marzo de 1914, pp. 408 y 409; Lucy M. Salmon, "The Economics of Spending", op. cit., p. 889; Hugh Black, "Money and Marriage", en Delineator, 98, junio de 1921, p. 58.

70 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

hecho, es taba explícitamente comprometida con la protección de los maridos de los "locos'" despilfarros de sus mujeres "dispendiosas".29

Rheta Childe Dorr, una periodista, corresponsal extranjera, escritora y ac- tivista en círculos sufragistas, educada en la década de 1880, recuerda cómo

los miembros varones de la familia, en inferioridad numérica [...] gozaban de un estatus superior al de las mujeres, que eran mayoría [...] y su superioridad residia en la posesión, real o potencial, de dinero. Mi madre sicmpre le tenía que pedir a mi padre el dinero que gastaba para ei mantenimiento de nuestro común hogar. Cuando alguno de nosotros queria ir a algún lugar, en especial si había que pagar una entrada, se nos decía invariablemente: "Debemos pre- guntarle a papá". Cuando alguno de los muchachos o muchachas necesitaba algo, mamá siempre decía: "Hablaré con papá dei asunto", Papá no era un tirano [...] Pero las cosas eran así en los ochenta.

Una canción infantil de princípios dei siglo xx resume muy bien los recuerdos de Dorr: "Bate palmas, bate palmas / hasta que llegue papá, / papá tiene el dinero, / no tiene nada mamá".30* Hacía falta un sistema mejor para asegurar- les a las mujeres, como plantea un comentarista, "el derecho divino [...] al so­bre con la paga". Los expertos en sociologia se sumaron a las críticas, advir- tiendo que al convertirse en el "tesorero" dei hogar, "dando una suma a su antojo y conveniência", el esposo controlaba "no sólo la vida económica sino también la vida anímica de su mujer". Incluso los tribunales de vez en cuando estaban de acuerdo con este punto de vista, al rehusarse a considerar el hurto doméstico como un verdadero robo. En 1908, en el caso de una mujer acusada de robarle a su marido un poco de cambio, el juez Furlong de un tribunal de Brooklyn apoyó a la "ladrona", declarando que "una mujer tiene total derecho

23 Vcase Lenore J. Weitzman, The Marnage Contract, Nueva York, Free Press, 1981; Marylynn Salmon, Women and the Law of Property, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1986; Homer H. Clark (h,), The Law of Domestic Relations in the United States, St, Paul (mn), West, 1968. Acerca de la preocupación por las mujeres "dispendiosas", véase Ryan vs. Wanamaker, 116 Mise. 91; 190 N.Y.5. 250,1921; Soirs et al, v. Huddleston, 36 F. (2d) 537,1929; y W.A.S., "Charge It to My Husband", en Law Notes, 26,1922, pp. 26-28.

30 Rheta Childe Dorr, A Woman of Fifty, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1924, p. 13. Le agradezco a Michael Schudson el aporte de este detalle, La canción infantil está citada por Mary W. Abel, Successful Family Life in Moderate Income, Filadélfia, J. B. Lippincott Co., 1921, p. 60.

* "Clap hands, clap hands till father comes home, for father has the money but mother has none".

LA PRODUCCIÓN DOMÉSTICA DE DINEROS 71

a recurrir a los bolsillos de su marido durante la noche si éste no le propor­ciona lo que necesita".31

Pero £CÓmo evaluar cuánto dinero se les debía dar a las esposas? Para al- gunos, la mejor solución para las esposas "sin un centavo" era una dote para cada hija. Las esposas parecían preferir una asignación regular, semanal o mensual. En 1910, una encuesta de Good Housekeeping a 300 esposas revelo que 120 apoyaban un sistema de asignaciones. En 1915, según Harper's Weekley, algunas novias jóvenes, "ultramodernas", exigían que se les prometiera una asignación "antes de jurar amar, honrar y obedecer".32 En sus artículos, e in­cluso en sus novelas, las revistas femeninas respaldaban cada vez más las asignaciones. En "H er Weight in Gold" [Su peso en oro], por ejemplo, un cuento que apareció en Saturday Evening Post en 1926, la senora Jondough, la rica protagonista, declaraba "que todos los vestidos y prendedores de brillan- tes del mundo no compensaban el hecho de disponer de una asignación per­sonal aunque fuera minima". Ese mismo ano, la Women's Freedom League de St. Louis fue más alia, al proponer un proyecto de ley para convertir en legal- mente obi i gator ia una asignación para las mujeres destinada a la compra de su ropa. Los expertos en economia doméstica estuvieron de acuerdo. Mary W. Abel, editora del Journal o f Home Economics, arremetió contra el sistema de la ayuda, argumentando que "para lograr los mejores resultados en el gasto del dinero familiar, la madre debía tener el suficiente control sobre el ingreso de manera de asegurarse su eficiência como administradora y compradora".33 Una asignación adecuada para la administración del hogar parecia favorecer la armonía doméstica. En 1923, la New York Legal Aid Society resumio su ex- periencia en el manejo de miles de conflictos domésticos en los diez puntos del "Decálogo de las Relaciones Domésticas", dirigido a hombres jóvenes. Mientras que la primera recomendación era "sé generoso en la medida de tus posibilidades", la segunda prioridad era "no interfieras en la administración de los asuntos específicamente domésticos". La mujer promedio, aconsejaba

31 "The Family Pocketbook", op. cit., p. 15; Charles Zueblin, "The Effect on Woman of Economic Dependence", en American journal o f Sociology, 14, marzo de 1909, p. 609; "Domes­tic Relations and Small Change", 15, Bench and Bar, octubre de 1908, p. 10.

32 C. S. Messinger et a l, "Shall Our Daughters Have Dowries?", en North American Review, 151, diciembre de 1890, pp. 746-769; "The Family Pocketbook", op. cit., pp. 9-15; "Adventures in Economic Independence", en Harper's Weekly, 61, 25 de diciembre de 1915, p. 610.

33 Maude Parker Child, "Her Weight in Gold", en Saturday Evening Post, 198, enero de 1926, p. 125; The New York Times, 11 de octubre de 1926; Mary W. Abel, Succesful Family Life, op. cit., p. 69.

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el informe, "está en condiciones mucho mejores que su marido [...] para el manejo económico de esa parte de su ingreso que se aparta para los gastos dei hogar". Incluso Emily Post le puso el sello de su beneplácito a la asignación.34

De todos modos, lograr que el dinero para Ia mujer dejara de ser una ayuda para convertirse en una asignación no fue fácil. En una encuesta de 1928 a 200 hombres y mujeres de clase alta se descubrió que mientras 73 usaban el sis­tema de la asignación, 66 todavia seguían "con el anticuado sistema de los es­posos que se hacían cargo de todo el dinero, pagando todas las facturas y dán- dole de vez en cuando pequenas sumas de dinero a su esposa cuando ésta se las pide"; las restantes parejas, más avanzadas, tenían una cuenta bancaria conjunta o algún tipo de arreglo más o menos indefinido.35 Los esposos, al pa­recer, sentían menos entusiasmo que sus esposas con respecto a la asignación. Como lo senalaba Dorothy Dix, "una cuestión que se combate en una batalla que dura desde el altar hasta la tumba, en la mayoría de las famílias, es la de la asignación para la mujer. Ella la desea con desesperación. El hombre se man- tiene firme en no concedérsela". Tardiamente, en 1938, la revista Ladies' Home Journal llevó a cabo una importante encuesta a nivel nacional acerca del tópico ",;Qué piensan las mujeres estadounidenses acerca del dinero?", y la pregunta era "^Debe una esposa contar con una asignación regular para la administra- cion de su hogar?". El resultado fue que el 88% de las mujeres respondieron afirmativamente, sin importar el estatus del matrimonio o la ubicación geo­gráfica, Y el 91% de las mujeres más jóvenes, de menos de 30 anos, estuvieron a favor. Sin embargo, solo el 48% de las esposas recibía una asignación.36

Los esposos se oponían a la asignación porque les quitaba oficialmente una porción específica de sus ingresos y la convertia en algo "de ella", y de este modo aumentaba el control de la mujer sobre sus finanzas. En un "caso típico", narrado por un lector de Good Housekeeping, un clérigo se manifestaba

34 The N m York Times, 29 y 30 de enero de 1923; Emily Post, "Kelland Doesn't Know What He Is Talking About'', en American Magazine, 106,1928, p. 110.

35 G. V. Hamilton y Kenneth MacGowan, "Marriage and Money", en Harper’s Monthiy, 157, septiembre de 1928, pp. 434 y 444. Tal como lo describe Harper's, esta encuesta sobre los acuerdos matrimoniales en relación con el dinero fue parte de un estúdio más abarcador sobre diferentes aspectos de la vida matrimonial, realizado con el auspicio del Bureau of Social Hygiene. Sc utilizó un conjunto de preguntas prevíamente establecidas para entrevis­tar a 200 personas quo fucron interrogadas de forma individual a lo largo de un período de dos aftos.

36 Dorothy Dix, "Woman and Her Money", en Good Housekeeping, 58, marzo de 1914, p. 409; Henry F, Pringle, "What Do the Women of America Think About Money?", en Ladies' Home journal, 55,1938, p. 102.

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intrigado por los pedidos de dinero de su mujer: "No veo ninguna justifica- l ión para que tenga dinero. Yo pago todas las facturas en la medida en que ella se ordene de un modo razonable y económico". Quienes criticaban una asig- nación sin condicionamientos invocaban regularmente la supuesta incompe­tência de la mujer para las cuestiones financieras. Tomemos, por ejemplo, los lamentos dei polémico "A Mere Man" [Sólo un hombre], autor de The Domestic blunders o f Women [Los disparates domésticos de las mujeres], quien afirmaba que es a "personas que no pueden sumar dos más dos, que no pueden conser­var el dinero, que no saben cómo gastar el dinero, que no llevan un registro de k> que reciben y que no saben lo que las cosas deberian costar o lo que han costado, a quienes les debemos confiar las cuestiones financieras de nuestros hogares".37

La asignación creaba una especie de confusion adicional. iQué clase de dinero era ese? Si la asignación ya no era ni una ayuda ni un regalo, tampoco podia convertirse en un pago por servidos. De hecho, "pagarle" a una esposa era ilegal desde el momento en que la transformaba en "una empleada do­méstica o en una sirvienta en el hogar donde ella deberia cumplir con sus obligaciones maritales con devotos y amantes cuidados". En 1926, cuando una "conturbada ama de casa" le escribió al gobernador de Minesota queján- dose de que "la empleada de mi vecina cuenta con un salario de 60 dólares al mes, con comida y alojamiento incluidos [...1 Pero yo, como ama de casa, no obtengo un centavo para mis propias necesidades", la respuesta que le llegó de la oficina del fiscal fue que no habia ninguna ley "que obligara al marido a pagarle un salario a su mujer".38 Mientras que algunos comentaristas ocasio- nales sugerían que, desde el momento en que "cierta cantidad de dinero debe pasar [...] de la cabeza del hogar a los demás miembros", la transferencia po­dia considerarse un contrato comercial, la mayoria de los que apoyaban la asignación tenían mucho cuidado en distinguiria de un salario. "A un hombre que afirma 'No le puedo pagar a mi mujer como a una sirvienta'", aconsejaba un escritor en el Forum, "se le debe decir Tor cierto que no'. Ella es tu soda y, por lo tanto, tiene el derecho de compartir los dividendos". Por cierto, algu­nos defensores de la asignación argumentaban que una equilibrada moneda doméstica les evitaba a las mujeres la necesidad de ganar un sueldo traba-

37 Cartas al editor, en Good Housekeeping, 51, febrero de 1910, p. 517; A Mere Man, The Domestic Blunders of Women, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1900, p. 33.

38 Coleman vs. Burr, 93 N.Y., 45 Am. Rep. 160,1883; The New York Times, 7 y 8 de noviembre de 1926.

74 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

jando fuera dei hogar para obtener "un poco de dinero extra" sin tener que pedírselo a sus maridos.39

Si la asignaeión no era fácil de definir, también era difícil de pautar. Desde el momento en que no era una retribución, la cantidad de dinero involucrada podia no depender de que la esposa cumpliera con sus obligadones. Mientras que, por lo general, se esperaba que fuera "proporcional a las ganancias dei marido", en la práctica, como lo senala un editorial de The New York Times, se­guia siendo una "cuestión delicada", que creaba a menudo "agudas diferen­cias de opinión en cuanto a [su] cantidad".40 Los usos a los que estaba desti­nada la asignaeión tampoco eran dei todo claros. «jEra exclusivamente para la administración doméstica? iQuién era el "dueno" de lo que sobraba, si so- braba algo? ^Debía cubrir también las necesidades personales de la mujer?

Asignación versus cuenta conjunta: la ASIGNACIÓN COMO UN "MAL" DINERO

En febrero de 1925, el reverendo Howard Melish, pãrroco de la iglesia de la Santísima Trinidad en Brooklyn, dirigiéndose al New York Women's City Club en relación con la importância de la independencia económica de las es­posas, contó la siguiente anécdota: "Ayer", le dijo Melish a su público, "le pre- gunté a una anciana dama [...] qué idea tenia de un matrimonio feliz. Sin vaci­lar ni un instante respondió: 'Una asignación'". Pero a Melish le salió el tiro por la culata. Al dia siguiente, en un editorial titulado "Quieren más que eso", The Nezv York Times enunciaba una nueva vision crítica de las asignaciones: "Admitiendo [...] la igualdad de los servicios que prestan tanto el hombre como la mujer al [...] grupo familiar, ^por qué deberia uno y no el otro recibir una 'asignación'? y [...] ,jpor qué la 'asignación' la debe determinar el marido y ser concedida como un favor?". La asignación, concluía el editorial, "es algo que le adjudica un superior a un inferior" y, por lo tanto, es una forma inapro- piada de darle dinero a la mujer moderna.41

En la década de 1920, mientras aumentaba el apoyo popular a las asigna­ciones, se intensificaron también las críticas de parte de quienes las veian como

39 “Business Contracts in Family Life", en Living Age, 264,1° de enero de 1910, p. 54; Alice Ives, "The Domestic Purse Strings", op. cit., p. 113; Edward Bok, "The Wife and Her Money", op. cit.

40 The Nezo York Times, 30 de enero de 1923.41 The New York Times, 2 y 3 de marzo de 1925.

LA PRODUCCIÓN DOMÉSTICA DE DINEROS 75

una forma de desigualdad e incluso de degradación dei dinero doméstico. Christine Frederick proclamó que representaban un "vestígio de tiempos pa- sados en los que se suponía que las mujeres eran incapaces de manejar el di­nero". Frederick, una líder dei popular movimiento para la gestión eficiente dei trabajo doméstico [household-effíciency movement], rechazaba la asigna- ción como un sistema "poco serio" que socavaba el objetivo moderno de ad­ministrar el hogar de una manera tan racional como una fábrica o una oficina. Benjamin R. Andrews, una célebre autoridad en economia doméstica, expli- caba que la "retribución" de una esposa "como trabajadora debe ser dei mismo tipo que la de todos los trabajadores, representa su forma de ganarse la vida". No importaba demasiado que su salario no consístiera "en un ingreso en di­nero como el sobre con Ia paga que su marido les entregaba a sus empleados fuera de su casa". La esposa recibía "un verdadero sueldo", es decir, "comida, ropa, un techo y gratificaciones culturales de todo tipo", que eran equivalentes a los benefícios de su esposo después de que su ingreso se "transmutaba en los gastos familiares en comida, ropa" y cosas por el estilo. "El sueldo de cl y el sueldo de ella", concluía Andrews, "por lo general son idênticos".42

La mayoría de quienes estaban en contra de las asignaciones, sin em­bargo, no abogaban por un salario doméstico sino que apoyaban un "control conjunto de los ingresos". El "buen marido" moderno, según una jocosa defi- nición de American Magazine, era el hombre de "la mitad para cada uno" que "confia en su mujer como en una verdadera companera y juega limpio con ella en todos los detalles [...] (casi nunca) dándole menos de lo debido". Los "maios" maridos eran o bien los que, "tras una cortina de humo", "nunca de- jan a sus esposas meter mano en nada [...] y hacen que sus mujeres 'reciban, tomen y se frustren'", o bien eran los que les "tiran monedas de 10 centavos" y esconden la verdad de lo que ganan, diciéndoles a sus esposas "que cuentan apenas con lo suficiente para vi vir. É1 le da a ella un dólar el lunes con un aire filantrópico y el viernes le pregunta dónde y cómo lo derrochó". El marido "aparentemente generoso", por otra parte, finge que deja a su mujer manejar el dinero de la familia, pero "siempre se guarda una parte sustancial de éste por medio de alguna impostura".43

42 Christine Frederick, Household Engineering, Chicago, American School of Home Econo­mics, 1919, p. 269; Benjamin Andrews, Economics o f the Household, p. 398.

43 Hazel Kyrk, Economic Problems o f the Family, Nueva York, Harper and Brothers, 1933, pp. 182 y 183; H. I. Phillips, "My Adventures as a Bold, Bad Budgeteer", en American Magazi­ne, 97, enero de 1924, p. 64.

76 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

El nuevo dinero doméstico parecia haber mejorado pues debía ser com­partido y estaba destinado a disminuír las diferencias de género y las desi­gualdades de edad, Se les pedia a las famílias que "se reunieran a menudo al- rededor de una mesa, para discutir de una manera franca y cordial los médios y la forma para determinar cómo y con cuánto cada miembro podia contribuir en trabajo, o en dinero, o en cooperación a [...] esta empresa dei manteni- miento dei hogar". El padre y la madre actuarían como una junta directiva fa­miliar, distribuyendo el dinero según las distintas necesidades. El nuevo sis­tema financiero incluía también una suma específica para los gastos personales de cada miembro de la familia, que debía considerarse un legítimo derecho presupuestario y no un regalo. Los "fondos personales" no serían más un pri­vilegio exclusivo dei hombre: como lo explicaba la Ladies' Home journal, "sea en los pocos peniques de la infancia o en los [...] muchos dólares de la madu­rez, [el dinero personal] parece ser una posesión sagrada [...] No hay libertad sín una suma de dinero que nos pertenezca a nosotros y no a un presupuesto". A los maridos se les recordaba que representaba una "deshonestidad" afir­mar: "Me quedaré con tanto y el resto es para la casa". Si los "fondos familia­res" debían convertirse en un verdadero "fondo colectivo" de acuerdo con el nuevo orden financiero, entonces "todo le pertenece a la casa y la parte dei hombre para sus gastos personales no puede [...] tener precedencia sobre las partes de los otros miembros de la familia".44

Pero icuántas parejas adoptaron el nuevo dólar doméstico? Un estúdio de Harper's de 1928, "Matrimonio y dinero", revelo que de 200 encuestados, sólo 54 tenían lo que la revista denominaba un arreglo financiero más "feminista": una cuenta conjunta en el banco o fondos en común. En 1929, en Middletown, los Lynd informaban que la mayor parte de las parejas dependian de acuerdos financieros "más o menos provisorios y que ocasionaban disputas". Y unas dos décadas más tarde, Crestwood Heights, un estúdio de la vida suburbana, descu- bría que a pesar de las normas democráticas que ordenaban un gasto conjunto del ingreso del hombre, "la mujer no sabe, ni siquiera de manera aproximada, cuánto gana su marido". Las mujeres tenían que "manipular sus asignaciones domésticas" para poder obtener fondos personales que pudieran conservar al margen dei conocimiento de sus maridos. Resulta revelador que los artistas dc vodevil de la década de 1920 continuaban haciendo reír con sus bromas acerca

44 Alice Ames Winter, "The Family Purse”, en Ladies' Home journal, 42, mayo de 1925, p. 185; Mata R. Friend, Earning and Spending Family Income, Nueva York, Appleton, 1930, p. 112; Benjamin R. Andrews, Economics of the Household, op. cit., p. 554.

LA PRODUCCIÓN DOMÉSTICA DE DINEROS 77

Je las estratégias domésticas de las mujeres: "Oh, cómo le gustaba limpiar mi ropa. A menudo les sacaba manchas a mis ropas. Una noche me sacó tres man­chas de los pantalones -una de cinco, otra de diez y otra mancha de veinte-". Si las mujeres usaban pantalones, había otro chiste típico: una esposa "se le- vantaba en mítad de la noche y se robaba dinero a sí misma".45 Aunque la si- luación financiera de las amas de casa quizás no había mejorado de una ma- nera representativa en la práctica, hacia 1930 el significado simbólico de la asignación para la mujer se había transformado de un signo de independência y de control dei hogar en una forma de sumisión económica.

La asignación del marido : el dinero doméstico en la clase obrera

El dinero doméstico no sólo se definia según el sexo, sino también según la clase social a la que pertenecía la família. La esposa de clase obrera, sugeria un manual de economia doméstica, podia ser envidiada por mujeres más ricas. Mientras estas últimas rara vez tenían "dinero a mano", la esposa dei obrero con frecuencia "decide la [...] política financiera de la familia y tiene el control de los fondos indispensables". De hecho, en un estúdio de 1917, la investiga­dora social y activista del settlement movement Mary K. Simkhovitch* descubrió que a medida que aumentaba el ingreso de una familia "la proporción que con- trolaba la mujer disminuía hasta volverse una simple beneficiaria de su ma-

45 G. V. Hamilton y Kenneth MacGowan, "Marriage and Money", op. cib, p. 440; Robert S. Lynd y Helen Merrell Lynd, Middletown, Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich, 1956, p. 127, n. 24; John R. Seeley, R. Alexander Sim y Elizabeth W. Loosley, Crestivood Heights, Nueva York, Wiley, 1956, pp. 184 y 185; W. M. McNally, "A New Monologue on Marriage", en McNally's Bulicfin. Periodical of Sketches and Jokes, núm. 8,1922, p. 4.

* El settlement movement fue un movimiento social reformista que alcanzó su máximo desarrollo en la década de 1920 en Estados Unidos y en Inglaterra, Sus orígenes están asocia- dos a los nombres de Toynbee (el tio dei conocido historiador) y de Samuel A. Barnett. En Ia década de 1880, Toynbee, que era profesor de la Universidad de Oxford, alquiló una pieza para vivir en medio de los obreros y en condiciones similares. La idea central dei movimien­to consistia en que los ricos y los pobres dcbían vivir más cerca unos de otros en comunida­des interdependientes. El pastor anglicano Samuel A. Barnett, inspirado por la acción de Toynbee, organizo en su parroquia en Londres un centro vecinal o settlement house en 1884, que denomino Toynbee Hall, y que todavia funciona. La actividad fundamental consistia en que los trabajadorcs, junto con estueiiantes y profesionales, en relación amistosa, organizaran tareas concretas en el campo de la ayuda médica, la educación, la organización y el funciona- miento de clubes de ninos y de jóvenes, etcétera. Mary K. Simkhovitch fundó una settlement house en Greenwich Village, Nueva York, en 1902. (N. de la T.]

78 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

rido". Paradójicamente., la clase, en la mayoría de los grupos étnicos, parecia estar en relación inversa con el género en cuanto a la estructura dei poder sobre el dinero en el hogar. En su estúdio de 1910 en Homestead, Pensilvania, Marga- ret E Byington descubrió que los hombres "tienden a confiarles todas Ias cues- tiones económicas a sus mujeres", El día de la paga, los obreros les entregaban sus salarios a sus esposas, sin preguntarles "cuál iba a ser su destino".46 En las famílias de clase obrera, las asignacíones estaban destinadas por lo general a los maridos y a los hijos, no a las esposas. El análisis de la investigadora social Louise B. More de los presupuestos de los asalariados revelo que existia una asignación de "dinero para gastos personales" en 108 de las 200 familias estu- diadas: 94 hombres rccibían todo o parte de la suma y en 29 familias uno o dos de los hijos contaban con una asignación. En la tnayor parte de las familias de clase obrera parece que era la mujer quien "repartia de vez en cuando peque­nas sumas de dinero según las necesidades y las ganancias de cada uno". El trabajo de la historiadora Leslie Tentler sobre las mujeres de clase obrera de 1900 a 1930 llega a Ia condusión de que este arreglo financiero en las familias obreras les garantizaba a las esposas un gran poder económico, al convertir sus hogares en "sus feudos". A los espectadores contemporâneos de clase media les parecia que los maridos "que aceptaban una ayuda cotidiana de sus muje­res que manejaban los fondos se convertían en súbditos".47

Pero estos estúdios y observaciones pueden haber idealizado, y sobreesti- mado, la influencia económica de las mujeres de clase obrera. Sin duda, admi­nistrar cl ingreso familiar implicaba la participación activa de las mujeres en

46 Mary W. Abel, Successful Family Life on Moderate income, op. cit., p. 5; Mary K. Simkho- vitch, The City Worker's World in America, Nueva York, Macmillan Co., 1917; Margaret E. Dyington, Homestead, Nueva York, Charities Publication Committee, 1910, p. 10. Las pruebas con las que contamos nos indican que existia una administración financiers doméstica simi­lar en distintos grupos étnicos. Véase, por ejemplo, Ruth S. True, The Neglected Girl, Nueva York, Survey, 1914; Micacla di Leonardo, The Varieties of Ethnic Experience, Ithaca (ny), Cornell University Press, 1984; John Bodnar, The. Transplanted, Bloomington, Indiana University Press, 1987; material de investigadon de Ewa Morawska, 1985, informadón personal. Sin embargo, Louise Lamphere ("From Working Daughters to Working Mothers. Production and Reproduction in an Industrial Community", cn American Ethnologist, 13,1986, pp. 118- 130) sugiere posiblcs variaciones según el grupo étnico. En relación con las familias judias, véase Andrew R. Heinze, Adapting to Abundance, Nueva York, Columbia University Press, 199U, cap. 6. Deberia proseguirse con las investigaciones para iluminar lá influencia de las etnias y de las razas en los diferentes manejos dei dinero doméstico.

47 Louise Bolard More, Wage-Earner's Budgets, Nueva York, Henry Holt and Company, 1907; Ruth S. True, The Neglected Girl, op. cit., p. 48; Leslie W. Tentler, Wage-Earning Women, Nueva York, Oxford University Press, 1982, p. 177; The Nezv York Times, 30 de enero de 1923.

LA PRODUCCIÓN DOMÉSTICA DE DINEROS 79

Itis finanzas domésticas, y les daba un cierto grado de control ejecutivo. Lo que no queda claro es su poder discrecional. En primer lugar, el manejo dei di­ne ro en famílias de ingresos limitados representaba una ardua tarea. Aunque Ids niveles de vida de la clase obrera habían mejorado hacia fines de siglo, los estúdios de los presupuestos familiares nos muestran la precariedad de sus vi­das pecuniárias. Los salarios de los esposos y de los hijos se destinaban casi con exclusividad a la comida, la ropa, el alqjamiento y los seguros. Y ser las cajeras de la casa representaba una pesada carga de responsabilidad para las esposas: si había problemas con el dinero doméstico, tanto los miembros de ta familia como las personas de afuera podían echarle la culpa a la mala administración de la mujer más que a lo apretado dei presupuesto o a un mercado laborai irregular.48

Más importante aún es que el aparente domínio de la mujer sobre los fon- dos se desvanecia con rapidez apenas había un sobrante en el ingreso. Aunque se suponía que el buen marido ideal le entregaba su sueldo íntegro a la mujer, y recibía 1 o 2 dólares semanales para su uso personal, muchos no lo hacían. Estúdios del West Side de Nueva York realizados en 1914 revelan que mientras que "por lo general se creia que los trabajadores estadounidenses les entrega- ban sus sueldos a sus mujeres el sábado por la noche y se les permitia a ellas distribuirlo para todos los gastos", cuánto recibía la mujer dei sueldo dei ma­rido en realidad y cuánto éste se guardaba dependia "de los acuerdos persona- les entre ellos y no de una regia fija". Las pruebas acerca de cómo se distribuía el dinero son muy escasas. Pero el estúdio del West Side indica que en general el marido se las amanaba para que el resultado lo favoreciera. Así lo explicaba una esposa italiana: "Por supuesto que no nos dan todo lo que ganan. Son hombres y nunca los conoces dei todo". Elsa Herzfeld, quíen trabajaba en una settlement house,, descubrió en una investigacíón realizada en 1905 en famílias del West Side de Nueva York que mientras algunos esposos les entregaban a sus esposas sus sueldos completos y recibían a cambio el dinero para el trans­porte y para la cerveza [beer money), otros en cambio les daban "tanto como 'les parecia' o 'todo lo que les quedo después de la noche dei sábado’". Un esposo

48 Véase Daniel Horowitz, The Morality o f Spending, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1985, p. 60. Estimar el impacto de un determinado convênio financiero doméstico en las relaciones de poder entre los miembros de la familia es una tarea difícil. No sólo se puede medir el poder de distintas formas, sino que cada dimensión del poder pecuniário dentro de Ia familia -sea éste el de consumir, ahorrar, invertir o administrar- tiene un significado muy especial que se construye cultural y sorialmente. Es necesario seguir investigando para defi­nir y entender el relativo grado de poder de la mujer "cajera" de la clase obrera.

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depositaba la mayor parte de sus ganancias en el banco y ponía "la cantidad que le parecia necesaria para el mantenimiento de la casa en el jarrón sobre la repisa de la chimenea". A veces, senala Herzfeld, "los maridos no les dicen a sus mujeres a cuánto ascienden sus salarios".49 Asimismo, un estúdio poste­rior sobre obreros no calificados en Chicago en 1924 revelo que, cuando se les preguntaba acerca de las ganancias semanales de sus maridos, más de dos ter- cios de las esposas respondían con cifras menores a las que figuraban en la planilla de los salarios. Se llegó a la conclusion de que el hombre "probable- mente no le daba su salario completo a su mujer, sino que le entregaba la can­tidad que él pensaba que ella necesitaba para los gastos de la familia".50

De este modo, la vision idealizada de una economia familiar solidaria, coordinada y controlada por la mujer, ocultaba los reclamos en conflicto en re­lation con el dinero dentro dei hogar. El sobre con la paga dei esposo no siem- pre llegaba intacto. Ni tampoco el de los hijos. Tentados por las atracciones de la cultura dei consumo, los jóvenes retenían o manipulaban cada vez más sus ganancias. David Nasaw descubrió que, a princípios dei siglo xx, los jóvenes que ganaban un salario y "eran obedientes en todos los demás aspectos hacían todo lo que podían para conservar parte de sus ganancias para sí mismos. Mentían, enganaban y escondían sus décimos y centésimos, hasta adulteraban los sobres con su paga". Según un informe, a las madres no les gustaba que sus hijos trabajaran en lugares donde recibían propinas, "porque entonces es im- posible saber cuánto dinero en realidad les corresponde". A diferencia de un salario, las propinas de los jóvenes se consideraban "propias". Aunque era más probable que las jóvenes que trabajaban entregaran sus salarios completos, no todas Io hacían. Las jóvenes italianas que trabajaban en el West Side de Nueva York les contaron a los investigadores lo fácil que les resultaba "birlar" parte dei cheque de su sueldo cuando hacían horas extras: "Todo lo que haces está escrito afuera en lápiz [...] Eso se arregla fácil, sólo tienes que borrarlo, volver a escribir lo que por lo general ganas, y guardarte la diferencia en el bolsillo".51

49 Katherine Anthony, Mothers Who Must Earn, Nueva York, Survey Associates, 1914, pp. 135 y 136; Louise C. Odencrantz, Italian Women in Industry, Nueva York, Russel Sage, 1919, p. 176; Elsa Herzfeld, Family Monographs, Nueva York, James Kempster Printing Co., 1905, p. 50.

50 Leila Houghteling, Income and Standard o f living of Unskilled Laborers in Chicago, Chica­go, University of Chicago Press, 1927, p. 37.

51 David Nasaw, Children of the City, Nueva York, Anchor, 1985, pp. 131 y 132; Boyhood and Lawlessness, Nueva York, Survey, 1914, p. 69; Ruth S. True, The Neglected Girl, op. fit., p. 49. Vease también Viviana A. Zclizer, Pricmg the Priceless Child. The Changing Social Valve o f Chil­dren, Nueva York, Basic Books, 1987, pp. 97-112. Acerca de la creciente individualization del dinero de los hijos, en especial después de la década de 1920, véase Judith E. Smith, Family

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Incluso la porción de dinero que la esposa recibía y contrplaba estaba li- míl.ida al mantenimiento dei hogar. Al igual que las mujeres mas ricas, la es­posa de dase obrera no tenía derecho, y mucho menos acceso, a un fondo prrsonal. Tener dinero de bolsillo para gastos personales era una prerrogativa dei marido o el derecho de un hijo que trabajaba. La asignadón de un marido dt* clase obrera era muy distinta a la asignadón de las mujeres de clase media. Aunque estaba destinada en parte a gastos útiles, la comida, la ropa o el trans­porte, constituía también un fondo legítimo para darse algunos placeres per- mmales. De hecho, el estúdio de la historiadora Kathy Peiss acerca dei tiempo libre en mujeres de clase obrera a princípios dei siglo xx en Nueva York mues- Ira con claridad que los hombres podían pagarse sus díversiones -beber en bares, ir al cine o al teatro o comprar tabaco-, pero sus esposas no tenían di­nero para su espardmiento personal. Mirando hacia atrás la vida de sus pa­dres en esa misma época, monsenor Lorenzo Laçasse recuerda a los 64 anos: "Cuando mi padre traía a casa su paga, dejaba el sobre en un rincón de la mesa, hasta el último centavo. Mi madre lo manejaba. Para contar con unos centavos más, él vendia chocolatines en las fábricas". Ese dinero extra, de to­dos modos, era "para sus propios gastos, para un vaso de cerveza de tanto en tanto".52 El dinero de las mujeres, pues, conservaba una identidad colectiva, mientras que el dinero de los hombres y de los hijos estaba diferenciado e in­dividualizado. Si una esposa de clase obrera necesitaba más dinero, sus opcio- nes eran limitadas. Con poco acceso a los créditos, ella se dirigia a parientes o vecinos, pero también, a menu d o, a prestamistas y casas de empeno. A veces las mujeres depcndían de sus hijos más pequenos para conseguir dinero extra. Durante una investigación gubernamental llevada a cabo en 1918 acerca de las industrias domésticas, una madre explicaba que su hijo pequeno la ayu- daba a ensartar cuentas de rosários en casa porque ella necesitaba "un poco de dinero propio". Otra madre necesitaba dientes postizos y "esperaba que sus hijos la ayudaran a comprarlos".53

Connections, Albany, State University of New York Press, 1985; Elizabeth Ewen, Immigrant Women in the Land of Dollars, Nueva York, Monthly Review, 1985.

52 Kathy Peiss, Cheap Amusements, Filadélfia, Temple University Press, 1986, pp. 23 y 24; Tamara K. Hareven y Randolph Langenbach, Amoskeag, Nueva York, Pantheon, 1978, p. 258.

53 "Industrial Home Work of Children", us Department of Labor, Children's Bureau Publi­cation, núm. 100, Washington dc, Government Printing Office, 1922, p. 22. Acerca de fuentes alternativas de dinero para las mujeres, véase Kathryn M. Neckerman, "The Emergence of 'Underclass' Family Patterns, 1900-1940", cn The "Underclass" Debate, ed. de Michael B. Katz, Princeton, Princeton University Press, 1993, pp. 202 y 203; Ellen Ross, '"Fierce Questions and Taunts'- Married Life in Working-Class London, 1870-1914", en Feminist Studies, 8, otofio de

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Los novelistas captaron parte de las luchas, la confusión y el dolor que implicaba el marcado dei dinero doméstico para la clase obrera. Considere­mos, por ejemplo, la indignación de Maisie en Paralelo 42, de John Dos Passos, cuando va a la caja de ahorros para depositar en la cuenta para la educación de sus hijos los 5 dólares dei dinero de cumpleanos [birthday money] de su bebé, que le había enviado su hermano Bill, y descubre que su marido Mac había retirado en secreto 53 dólares con 75 centavos. Cuando Mac regresa a su casa esa noche, ella lo enfrenta, enojada, porque "ha robado el dinero de sus propios hijos" y seguramente para derrocharlo "en alcohol o en alguna otra mujer". Ella no sabia que Mac necesitaba el dinero para pagar el funeral de su tío Tim. Cuando Mac le promete devolver el dinero, ella se burla de él por no ser "lo bastante hombre como para ganar lo necesario para mantener a tu mu­jer y a tus hijos y tener que sacar el dinero de la caja de ahorros de tus peque­nos hijos inocentes". El incidente termina con el abandono de su familia por parte de Mac.54 En su libro Bread Givers, un relato semiautobiográfico acerca de su infancia en el Lower East Side de Nueva York, la popular y reciente- mente redescubierta narradora de la vida de los inmigrantes judios Anzia Yezierska nos cuenta acerca de las peleas de sus padres por las ganancias de sus hijos. Su padre insistia en que un décimo de las ganancias de sus hijos de- bía donarse para obras de caridad, tal como lo prescribe la ley judia ortodoxa, "y él pertenecía a tantas asociaciones y agrupaciones que, incluso sin que re- tuviéramos nada para las cosas que queríamos para nosotros, el dinero no al- canzaba para todas las obras de caridad a las que papá contribuía". Cuando su esposa le recordaba que los ninos necesitaban dinero para su ropa, y lo acusaba de hacer caridad "con el dinero sangriento [blood money] del trabajo de sus hijos", el padre contraatacaba diciendo que "no seguir haciendo mis obras de caridad [...] es como tratar de detener el espiritu de Dios en mi".55

A medida que los expertos en economia doméstica empezaron a alentar el control conjunto del dinero del hogar, el sistema financiero de la clase obrera perdió su legitimidad. Los estúdios que se hicieron en familias de clasc obrera en Inglaterra indican que hubo un viraje hacia el sistema de la clase media de

1982, p. 590; Melanie Tebbutt, Ma/cm# Ends Meet. Pawnbroking and Working-Class Credit, Nueva York, St. Martin's, 1983; Pat Ayers y Jan Lambertz, "Marriage Relations, Money, and Domestic Violence in Working-Class Liverpool, 1919-1939", en Labour & Love. Women's Experiences of Home and Family, 1850-1940, ed. de Jane Lewis, Oxford, Blackwell, 1986, pp, 208 y 204.

54 John Dos Passos, The 42nd Parallel [1930], Nueva York, New American Library, 1979, pp. 140 y 141 [trad, esp,: Paralclo 42, Barcelona, Edhasa, 2006].

55 Anzia Yezierska, Bread Givers [1925], Nueva York, Persea Books, 1975, pp. 89 y 90.

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asignaciones a las esposas para los gastos dei hogar. Como contamos con da- tos limitados, resulta difícil determinar si sucedió lo mismo en Estados Uni­dos. En la década de 1920, cuando los Lynd hicieron sus investigaciones en Muncie, Indiana, descubrieron que era raro que un marido le entregara su paga a su mujer y le permitiera controlar la economia doméstica. Pero, al pa­recer, las diferencias se mantuvieron según la clase social; en 1938, según la encuesta realizada por la revista Ladies' Home Journal acerca dei dinero, sólo el 38% de las mujeres en grupos con ingresos menores a 1.500 dólares recibían una asignación; en cambio, ese porcentaje aumentaba al 62% en las famílias cuyas ganancias superaban los 1.500 dólares.56

E l pin money versus EL verdadero dinero : cómo definir

LAS GANANCIAS DE LAS MUJERES

^Qué sucedia cuando el dinero de las mujeres no provenía dei sueldo de sus ma­ridos? Cuando las mujeres trabajaban para personas que no eran sus parientes, tanto en su casa como por un salario, la frontera entre ese ingreso y el dinero "en serio" todavia debía mantenerse, sólo que de formas diferentes. En la clase obrera, por ejemplo, el ingreso de una mujer casada, ganado por lo general con pensionistas, trabajos de costura o de lavanderia o, entre famílias de granjeros, con la venta de manteca, huevos y aves, no tenía la misma visibilidad que el sueldo de su marido.57 Ya que su trabajo formaba parte dei repertório tradicional de las labores domésticas de la mujer, el dinero que ganaba se unia al flujo de los fondos para el mantenimiento dei hogar y por lo general se gastaba en la casa y en la família, para ropa o comida. Legalmente, de hecho, hasta las primeras dé­cadas dei siglo xx, esas ganancias domésticas le pertenecían al marido. Y los tri-

56 Robert S. Lynd y Helen Merrell Lynd, Middletown, op. cit., p. 127, n, 24. Henry F. Pringle, "What Do the Women of America Think about Money?", en Ladies'Home Journal, 55, abril de 1938, p. 102. V£ase tambien Mata R. Friend, Earning and Spending Family Income, op. cit., p. 108. Acerca de las familias inglesas, vease Laura Oren, "The Welfare of Women in Labo­ring Families. England, 1860-1950", en Feminist Studies, 1, inviemo-primavera de 1973, p. 115; Peter N. Steams, "Working-Class Women in Britain, 1890-1914", en Suffer and Be Still, ed. de Martha Vicinus, Bloomington, Indiana University Press, 1972, p. 116; Jan Pahl, "Patterns of Money Management Within Marriage", en Journal of Social Policy, 9,1980, pp. 332 y 333.

57 Joan M. Jensen, "Cloth, Butter, and Boarders. Women's Household Production for the Market", en Review o f Radical Political Economics, 12,1980, pp. 14-24; Laurel Thatcher Ulrich, Good Wives, Nueva York, Oxford University Press, 1983, pp. 45-47; Ewa Morawska, For Bread with Butter, Nueva York, Cambridge University Press, 1985, pp. 134 y 135.

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bunales se oponían con firmeza a permitir que el dinero de una esposa se convir- tiera en su propiedad concreta. En una creciente cantidad de juicios por danos y perjuicios, cuando la ley tenia que decidir si iba a ser el esposo o la esposa quien cobraria por la incapacidad para trabajar de la mujer, como también en relación con reclamos de acreedores, los tribunales insistían en hacer una distinción entre el dólar doméstico y un salario. Si la mujer trabajaba en la casa, incluso si rcali- zaba su trabajo para personas de afuera, ocupándose de un huésped o aten- diendo a un vecino enfermo, ese dinero no representaba una verdadera ganancia y, por lo tanto, le pertenecía al marido. De una manera paradójica, pero significa­tiva, en algunos estados las ganancias domésticas de la mujer podían convertirse en su propiedad pero sólo como una donación de su marido.58

El dinero doméstico que ganaban las mujeres casadas, de un modo seme- jante a la asignación, conservaba una identidad aparte como una donación, no como verdadero dinero. El dinero que ganaban en el mercado laborai era es­pecial y diferente. Incluso tenía su propio nombre. El término pin money, que en el siglo xvn había significado en Inglaterra un ingreso independiente y se­parado para el uso personal de las esposas -y se lo incluía en una cláusula formal en los contratos matrimoniales de las clases altas-, perdió sus orígenes elitistas britânicos y a princípios dei siglo pasado en Estados Unidos signifi- caba el ingreso suplementario ganado por las esposas. Se lo consideraba toda­via una ganancia más frívola, menos seria que la del marido. En un artículo de 1903, Harper's Bazar serialó acertadamente: "Ningún hombre trabaja para ga­na r pin money. La sola idea nos hace sonreir".59

ss YV. W. Thornton, "Personal Services Rendered by Wife to Husband under Contract", cn Central Law journal, 183,1900; Helen Z. M. Rodgers, "Married Women's Earnings", cn Albany Law Journal, 64, 1902, p. 384; Joseph Warren, "Husband's Right to Wife's Services", en Har­vard Laiv Review, vol. 38,1925, p. 421. A partir dc mediados del siglo xlx, las Married Women's Property Acts les garantizaban a las esposas cl derecho a poseer y controlar sus propiedades, pero se centraban en primer término en las propiedades heredadas. El derecho de las muje­res casadas a sus ganancias estaba excluido de las leyes y se fue incorporando sólo de a poco y con mucha resistência por medio de enmiendas y de estatutos posteriores. Véase Percy Edwards, "Is the Husband Entitled to His Wile Earnings?'', en Canadian Law Times, 13,1893, pp. 159-176; Helen Z, M. Rodgers, "Married Women's Earnings", op. ah; Joseph Warren, "Husband's Right to Wife's Services", op. cit.; Blanche Crozier, "Marital Support", op, cit., pp. 37-41; Carole Shammas, Marvlynn Salmon y Michael Dahlin, Inheritance in America, New Brunswick (nj), Rutgers University Press, 1987, pp. 88, 89, 96, 97 y 163.

53 Priscilla Leonard, "Pin Money versus Moral Obligationes", en Harper's Bazar, 37, noviem- bre de 1903, p, 1060. Acerca de Inglaterra, véase Lawrence Stone, The Family, Sex, and Marriage in England 1500-1800, Nueva York, Harper and Row, 1977, p. 244 [trad, esp.: Familia, sew y matri­monio en Inglaterra, 1500-7800, México, Fondo de Cultura Económica, 1990J, y Susan Staves, "Pin

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El limite entre el ingreso que ganaba la mujer y el salario dei marido tam- bién estaba marcado por sus diferentes usos. El historiador John Model 1, por ejemplo, sugiere que entre las familias estadounidenses nativas de finales del siglo xix "no todos los dólares eran iguales" y el ingreso de las mujeres, como (ambién el de los hijos, se gastaba de una manera diferente y con menos libertad que el dei marido. Entre las familias de granjeros, el dinero de los huevos o de la manteca de las mujeres se diferenciaba dei dinero dei trigo o dei maíz de los maridos. La historiadora Joan Jensen sugiere que existia una doble economia: las mujeres y los ninos aportaban para los gastos de subsistência, mientras que los maridos pagaban Ias hipotecas y las nuevas máquinas. La mujer de un gran- jero de Illinois, a quien le gustaba escribir y mantuvo una vasta correspondên­cia, explicaba que a pesar de las quejas de su marido acerca de los costos de los materiales que necesitaba para escribir, "por supuesto que los pago yo misma de mis propios escasos ingresos". Sus vecinos, sin embargo, criticaban su pasa- tiempo improductivo, mientras se jactaban con orgullo de "cuántos [...] huevos y gallinas viejas habían vendido". Para las mujeres de clase media urbana se nceptaban formas discretas de ganar pin money en sus casas -hacer conservas, encurtidos o tortas, tejer chalés o suéteres, criar aves o gatos de Angora-, pero, también en este caso, sólo para cierto tipo de gastos, como las obras de caridad o "las clases de música o de arte de una hija". Un "arroyuelo de píata fluirá ha- cia su caja dei tesoro", senalaba un artículo en Woman's Home Companion, "y si fuera necesario, podrá comprarse un sombrero nuevo o hacer un regalo para un cumpleanos o subscribirse a una revista o sacar entradas para un concierto".60

Money", en Studies in Eighteenth-Century Culture, 14, ed. de O. M. Brack (h.), Madison, Universi­ty of Wisconsin Press, 1985, pp. 47-77. Véase también Catherine Gore, Pin-Money, Boston, Allen and Ticknor, 1834, una popular "silver-fork novel" de princípios del siglo xix en Gran Bretana. (Las "silver-fork novels" (novelas del tenedor de plata] se centraban en las costumbres de la alta sociedad y tuvieron mucho êxito en Gran Bretana sobre todo entre 1820 y 1840. (N. de la T.)]

60 John Mod ell, "Patterns of Consumption, Acculturation, and Family Income. Strategies in Late Nineteenth-Century America", en Family and Population in Late Ninetheenth Century Atnerica, ed. de Tamara K. Hareven y Maris A. Vinovskis, Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1978, p. 225; Joan M. Jensen, "Cloth, Butter, and Boarders. Women's House­hold Production for the Market", en Review of Radical Political Economics, 12,1980, pp. 14-24; "Story of a Farmer's Wife", en The Life Stories, op. cit., p. 99; Margaret E. Sangster, "Shall Wives Earn Money?", op. cit., p. 32. Véase también W. W. Thornton, "Personal Sendees Rendered by Wife", op. cit., p. 188; Mary M. Atkeson, "Women in Farm Life and Rural Economy", en Annals of the American Academy o f Political and Social Science, 143,1929, pp. 188-194; Ann Whitehead, " ‘I'm Hungry, Mum'", en Of Marriage and the Market, ed. de Kate Young, Carol Wolkowitz y Roslyn McCullagh, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1984, p. 112. Una ínvestigación del Departamento de Agricultura de Estados Unidos informo acerca de un dilatado conflicto

86 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

En Las décadas de 1920 y de 1930, a medida que más mujeres entraban en el mercado laborai, sus ganancias, sin tener en cuenta el monto, se definían toda­via como pin money y entraban en la categoria de ingresos suplementados, que se usaban para los gastos extras de la família o eran marcados por las parejas más acomodadas como dinero para "diversiones" optativas. Por ejemplo, en 1928 una mujer le conto a un periodista de Outlook que ella reservaba su ingreso exclusivamente para comprar ropa. Otra explicaba: "Despilfarramos mi dinero en viajes al extranjero, antigüedades y otros lujos". Otras usaban su salario para pagar a una empleada doméstica y ahorraban el resto. Una historia en la revista Saturday Evening Post, cuatro anos más tarde, informaba acerca de la persistente "teoria de la mujer que se lo guarda todo" en relación con las ganancias de las esposas. Se les preguntó a las parejas en las cuales la esposa tenía un empleo en qué se usaba el dinero de ella: "Se lo guarda todo para ella [... j lo ahorra, lo gasta, hace lo que quiere" era la respuesta más frecuente; "lo importante [es] [...] que no tenga que ayudar a su marido".61

E l dinero doméstico conserva sus PROPIAS REGLAS

El dinero doméstico es una clase muy especial de moneda. Seria difícil entender sus significados cambiantes, su distribución y sus usos en Estados Unidos entre 1870 y 1930 sin tener en cuenta el nuevo "código" cultural y los câmbios sociales

entre las esposas de los granjeros y sus maridos acerca dol marcado dei dinero. "Economic Needs of Farm Women", reporte núm. 106, Washington uc. Government Printing Office, 1915. Agradezco esta información a Kathleen R. Babbitt, cuya tesis doctoral trata este asunto en mayor detallc ("Production and Consumption in the Countryside: Rural Women and Coo­perative Extension Home Economists in New York State, 1870-1940", Binghampton, State University of New York, 1995). No queda clara la importância relativa del género versus la fuente del ingreso para distinguir entre las dos clases de dinero. Por ejemplo, W. I. Thomas y Florian Znaniecki en The Polish Peasant in Europe and America [1918-19201, Nueva York, Dover, 1958, p. 165, sugieren que la diferencia cualitativa entre el dinero que obtenía un campesino al vender una vaca y el dinero que obtenía su mujer al vender huevos y leche no estaba marcada por el género, sino por una "clase de valor diferente" representada por cada clase de dinero: la vaca constituía una propiedad, mientras que la leche y los huevos conslituían una renta. Cada tipo de dinero se ponía aparte para distintos tipos de gastos. Sin embargo, desde el momento en que la propiedad, en la economia del campesinado, pertenecía a una "clase económica de un nivel más alto" que la renta, es claro que el género sí intervenía en el marcado social de ambos tipos de dinero y que a las mujeres se les asignaba el dinero de menor valor.

61 Helena Huntington Smith, "Husbands, Wives, and Pocketbooks", eh Outlook, 28 de marzo de 1928, p. 500; Mary Bynon Ray, "It's Not Always the Woman Who Pays", en Satur­day Evening Post, 205, 3 de septiembre de 1932, p. 11.

LA PRODUCCIÓN DOMÉSTICA DE DINEROS 87

que lo acompanaron. Eli el caso de las mujeres casadas, su dinero se ponía auto- máticamente aparte dei dinero "en serio" a causa de una compleja mezcla de ideas acerca de la vida familiar, una estructura de poder que estaba cambiando en la familia y según la clase social. Las expectativas convencionales acerca de la familia como una esfera especial, no comercial, convertia toda forma de intrusión abierta de lo mercantil en los asuntos domésticos no sólo en una cuestión de mal gusto, sino también en una amenaza directa a la solidaridad familiar. De este modo, sin considerar sus orígenes, una vez que el dinero entraba en el hogar, su distribución, cálculos y usos quedaban sujetos a una serie de regias domésticas diferentes a las regias dei mercado. El dinero de la familia no era fungible, las barreras sociales impedían su conversión en salarios comunes y corrientes.

Pero la cultura de lo doméstico no afectaba a todos sus miembros por igual. El género introduda otro tipo de distinciones no mercantiles en el flujo doméstico de los fondos: el dinero de la esposa no era de la misma especie que el dinero de su marido. Cuando una esposa no ganaba un salario, el género daba lugar a una serie de consecuencias:

1. La adjudicación âel dinero para la mujer. En una família estructurada de una manera jerárquica, los maridos les daban a sus esposas parte de su ingreso como un regalo, o más raramente, como un derecho legítimo. Para obtener dinero adicional, las mujeres se veían obligadas a pedir o a engatusar, o a veces directamente a robar.

2. La regularidad de esta adjudicación. O no existia una regularidad preesta- blccida (el método de la ayuda), de manera que para obtener dinero la mujer tenía que pedirlo cada vez, o tenía un esquema semanal o men- sual (asignadón).

3. Los usos dei dinero de la mujer, El dinero de las esposas significaba di­nero para el mantenimiento dei hogar, una adjudicación necesaria res­tringida a los gastos familiares y que excluía todo gasto personal. El dinero para gastos personales representaba una prerrogativa presu- puestaria de los maridos y de los hijos, no de las esposas.

4. La cantidad de dinero para la mujer. Las esposas por lo general recibían pequenas sumas de dinero. La cantidad de una asignadón no estaba determinada por la eficiência o por la cantidad de las contribuciones domésticas de una esposa, sino por las creencias prevalecientes acerca de la suma adecuada que debía recibir una mujer. Por lo tanto, si el marido recibía un sueldo más alto, el aumento no se trasladaba necesa- riamente a la asignadón para el hogar. Sobre la base de esta economia

88 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

de género, lo más probable es que sencillamente incrementara el di- nero personal dei marido.62

Los câmbios en los roles de género y en la estructura familiar influyeron en el significado y en los métodos de adjudicación dei dinero de la mujer casada. A medida que el papel de la mujer como consumidora fue adquiriendo más im­portância, la tradicional ayuda o el método de pedir el dinero se volvió no sólo ineficiente sino también inadecuado en matrimônios cada vez más igualitários. La asignación, elogiada como un método más equitativo de adjudicación dei dinero a princípios dei siglo pasado, fue condenada a su vez por los expertos en efidencía doméstica de las décadas de 1920 y 1930 como un pago insatisfac- torio para las esposas modernas. La cuenta conjunta surgió como el nuevo ideal cultural. ^Qué hacer con los ingresos de la mujer casada? En contraste con la variedad de métodos para la adjudicación dei dinero, el marcado dei ingreso de la mujer para el mantenimiento dei hogar y el consumo colectivo se mantu- vieron con una notable persistência. A pesar de la creciente individualización de los esquemas de consumo y el estímulo que representaron los expertos en economia doméstica para la adjudicación de fondos personales para cada miembro de la familia en el presupuesto familiar, el gasto personal de dinero de las esposas sólo se obtcnía con subterfúgios y se gastaba con culpa.

El género influía en el dinero de las mujeres incluso cuando ganaban su in­greso. Los salarios de las mujeres o pin rnoney, al margen de su cantidad e inclu­so cuando representaba un ingreso necesario, seguia constituyendo una clase de dinero menos importante que el salario de su marido. Se convertia en colec­tivo o se lo consideraba trivial, se perdia en el fondo para el mantenimiento dei hogar y de cse modo no se diferenciaba dei ingreso colectivo, o también se lo trataba como una ganancia suplementaria destinada o bien a los gastos de la familia (la educación de los hijos o las vacaciones), o bien para propósitos frívo­los (ropa o joyas). La trivialización de las ganancias de las mujeres superaba los limites de la economia doméstica privada. Para quienes se oponían a que las mujeres trabajaran, el pin money era un dinero socialmente irresponsable, un in­greso de lujo que amenazaba el salario dei verdadero proveedor. Por esta razón, a pesar de la poderosa evidencia de que el pin money representaba a menudo "el

62 Laura Oren, "The Welfare of Women in Laboring Families. England, 1860-1950", en Feminist Studies, 1, 1973, p. 110; Hilary Land, "Inequalities in Large Families. More of the Same or Different?", en Equalities and Inequalities in Family Life, ed. de Robert Chester y John Feel, Nueva York, Academic Press, 1977, pp. 163-176.

LA FRODUCCIÓN DOMÉSTICA DE DINEROS 89

•ílfiler (pin) que todo lo sos ti ene, el único medio de mantener unida a la familia y llegar a fin de mes", las ganancias de la mujer quedaban sistemáticamente es­tigmatizadas como "dinero para chucherías y menudencías".63

De todos modos, la circulación dei dinero doméstico no estaba configu­rada sólo por el género. La clase social le agregaba un conjunto adicional de restricciones a la liquidez dei dinero. El método de la clase media de adjudicar el dinero doméstico se invertia en la clase obrera, en la cual Ias mujeres entre- gaban las asignaciones en vez de recibirlas. EI poder administrativo de las es­posas de clase obrera era mayor, por lo tanto, que el de las de clase media, aunque su poder discrecional puede no haber diferido de una manera signifi­cativa. La compleja "vida" social y cultural dei dinero doméstico nos muestra los limites de un modelo de dinero de mercado puramente instrumental y ra­cionalizado, que oculta las diferencias cualitativas que existen entre otras cla- ses de dinero en el mundo moderno.64 Los dineros domésticos consisten en transferencias diferenciadas, no simplemente en un tipo de intercâmbio eco­nómico impersonal y esterilizado; son monedas significativas, construídas so­cialmente, formateadas por la esfera doméstica en la que circulan y por el gé­nero y la clase social de sus "usuários" domésticos.

Los hijos también manipulaban dinero doméstico. Entre 1870 y 1930 el dinero de los hijos fue el tema de intensas controvérsias en las familias y entre los expertos en educación. Los menores, como sus madres, estaban atrapados en la situación de tener que ser consumistas sin tener un ingreso propio. Como Ias leyes laborales para la infancia sacaron dei mercado laborai a la mayor parte de los ninos, el debate alcanzaba a los menores de todas las clases socia- Ies. Los especialistas en el tema coincidían en que no se les debía dar dinero a los ninos de vez en cuando en pequenas cantidades: esos regalos de padres, parientes y amigos convertían "al nino en un mendigo." Tampoco se conside- raba adecuado un salario doméstico: esos pagos amenazaban con borrar las fronteras entre el hogar y el mercado. La asignación, como la parte adecuada

63 Mary Anderson, United States Daily, 23 de septembre de 1929. Citado en el editorial dei Journal o f Home Economics, 21, diciembre de 1929, p. 921. Véase también Alice Kessler-Harris, Ont of Work, Nueva York, Oxford University Press, 1982, pp. 100 y 101.

64 Paradójicamentc, la familia de Max Weber ofrecía pruebas en contra de su concepciôn racional dei dinero. Según Marianne Weber, en Max Weber. A Biography, Nueva York, Wiley, 1975, p. 141 [trad, esp.: Biografia de Max Weber, Mexico, Fondo de Cultura Económica, 1995], el padre de Weber "era un marido típico de la época [la década de 1860] [...] que necesitaban decidir por sí mismos cúmo sc iba a usar el ingreso familiar y dejaban a sus esposas e hijos a oscuras en relación con el monto dei ingreso". Le agradezco a Cecilia Marta Gil-Swedberg por esta información.

90 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

dei ingreso familiar que le correspondia al hijo, parecia ser el método más apropiado, Pero tenía un significado, método de adjudicadón y usos distintos a la asignación de las mujeres de clase media o a la de los hombres de clase obrera. Supervisada atentamente por los padres, la asignación se definia en primer término como un dinero para su educaciôn, para desarroilar en los hi- jos las adecuadas aptitudes relacionadas tanto con lo social y lo moral como también con el consumo.65

Sin duda, Marx y Engeís tenían en parte razón cuando acusaban a la bur­guesia de reducir las relaciones familiares "a meras relaciones de dinero", Como hemos visto, las preocupaciones monetárias invadían cada vez más los hogares estadounidenses. De hecho, en la década de 1920 algunos comentaris­tas predecían irónicamente que el entusiasmo nacional por una administración y un presupuesto domésticos racionalizados convertirían al "hogar, dulce ho- gar" en un "hogar, solvente hogar" con "Ma y Pa como un par de cajas regis­tradoras, y los ninitos como máquinas de sumar".66 No obstante, esas visiones de pesadilla de un mundo comercializado no lograron captar la complejidad y la reciprocidad dei fenómeno de la monetización. El dinero llegó a los hogares estadounidenses, pero en ese proceso se transformó y se convirtió en parte de la estructura de las relaciones sociales y de los significados de la familia.

Al llegar a princípios dei siglo xxi, esta domesticación de la moneda de curso legal todavia sigue siendo en cierto modo un mistério. A medida que los hogares sufren una revolución por la alta tasa de divorcios, y las parejas que se vuelven a casar crean nuevas redes de parentesco, mientras que las unida­des de padres solos se multiplican dramáticamente y parejas heterosexuales u homosexuales que no se casan forman nuevas famílias, y hay cada vez más mujeres con empleos pagos y reaparecen las oportunidades de trabajo cuya base es el hogar, prácticamente ignoramos cómo estos câmbios configuran el nuevo dinero doméstico.67

^ Elwüod Lloyd IV, How to Finance Home Life, Nueva York, 13. C. Forbes Publishing Co., 1927, p. 82. Para un panorama más completo dei surgimiento de las asignaciones, véasc Viviana A. Zelizer, Pricing the Priceless Child, op. cit.

66 Karl Marx y Friedrich Engels, The Communist Manifesto [1848], Nueva York, Internatio­nal, 1971, p. 11 [trad, esp.: Manifiesta comunista, Madrid, Alianza, 2010]; H, I. Phillips, "My Adventures as a Bold, Bad Budgeter", op. cit., p. 15.

67 Existe, sin embargo, una nueva literatura interdisciplinaria y transnacional de sociólo­gos, historiadores, economistas y antropólogos que refutan los modelos unificados tradiciona­les de economia doméstica. Para la crítica sociológica, véase, por ejemplo, Philip Blumsteinly Pepper Schwartz, American Couples, Nueva York, Pocket Books, 1885; David Cheal, "Strategies of Resource Management in Household Economies. Moral Economy or Political Economy?",

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Aunque hay trabajos como los de la antropóloga cognitiva Jean Lave que indican que el marcado doméstico se sigue practicando hoy en día, los investi­gadores se han interesado sobre todo en como las ganancias relativas de una p a reja modifican la estructura del poder doméstico, en particular, el efecto dei acrecentamiento de las ganancias de la mujer. Y descubren que el incremento dei ingreso de la mujer casada por lo general aumenta su autonomia finan-

en The Household Economy. Reconsidering the Domestic Mode of Production,, ed. de Richard R. Wilk, Boulder, Westview, 1989, pp. 11-22; Gender, Family, and Economy. The Triple Overlap, ed. de Rae Lesser Blumberg, Newbury Park, Sage, 1991; Marcia Milman, Warm Hearts & Cold Cash. The Intimate Dynamics of Families and Money, Nueva York, Free Press, 1991. Para conocer la pasick'm de los economistas, véase Robert A. Poliak, "A Transaction Cost Approach to Families and Households", en journal of Economic Literature, 23, junio de 1985, pp. 581-608; Nancy Fol- bre, "The Black Four Hearts. Toward a New Paradigm of Household Economics", en A Home Divided, Women and Incofne in the Third World, ed. de Daisy Dwyer y Judith Bruce, Stanford, Stanford University Press, 1988, pp. 248-262; Edward P. Lazear y Robert T. Michael, Allocation of Income Within the Household, Chicago, University of Chicago Press, 1988. Para estúdios antro­pológicos véase A Home Divided, op. cit.; Marilyn Strathem, "Self-Interest and the Social Good. Some Implications of Hagen Gender Imagery", en Sexual Meanings. The Cultural Construction of Gender and Sexuality, ed. de Sherry B. Ortner y Harriet Whitehead, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1981, pp. 166-191; R. L. Stirrat, "Money, Men, and Women", y Janet Carsten, "Cooking Money. Gender and the Symbolic Transformation of Means of Exchange in a Malay Fishing Community", en Money & the Morality of Exchange, ed. de J. Parry y M. Bloch, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1989, pp. 94-116 y 117-141; Marion Benedict y Burton Benedict, Men, Women, and Money in the Seychelles, Berkeley, Univer­sity of California Press, 1982. Para estúdios contemporâneos transnacionales e históricos de los sistemas de contabilidad intrafamiliares en los hogares ingleses, véase Ellen Ross, "Fierce Questions and Taunts", op. cit.; Laura Oren, "The Welfare of Women in Laboring Families, England, 1860-1950", en Feminist Sftníies, 1, 1973, pp. 107-123; Peter N. Stearns, "Working- Class Women in Britain, 1890-1914", en Suffer and Be Still, op. cit., pp. 100-120; Elizabeth Roberts, A Woman's Place, Nueva York, Basil Blackwell, 1984; Patricia Branca, Silent Sisterhood, Londres, Croom Helm, 1975; Cochran Wilson, Money in the Family, op. cit.; Jan Pahl, Money & Marriage, op. cit.; Ann Whitehead, "I'm Hungry, Mum", op. cit.; Pat Ayers y Jan Lambertz, "Marriage Relations", op. cit. Para Francia, véase Evelyne Sullerot, "Les femmes et 1'argent", en Janus, 10,1966, pp. 33-39; Marie-Françoise Hans, Les femmes et T argent, Paris, Grasset, 1988; para los hogares de clase obrera franceses e ingleses, veáse Louise Tilly y Joan Scott, Women, Work, and Family, Nueva York, Holt, Rinehart y Winston, 1978. Marianne Gullestad, en JCif- chen-Table Society, Nueva York, Columbia University Press, 1984, nos ofrece datos maravillo- sos acerca de las madres de clase obrera en la Noruega urbana, y Meg Luxton, More Than a Labour of Love, Toronto, Women's Press, 1980. Para Canadá, véase David Cheal, "Family Finances. Money Management in Breadwinner/Homemaker Families, Dual Earner Families, and Dual Career Families", en Wi?mipeg Area Study Research Reports, núm. 38. Para Israel, véa­se Dafna N. Izraeli, "Money Matters. Spousal Incomes and Family/Work Relations Among Physician Couples in Israel", en Sociological Quarterly, vol. 35, núm. 1. Y para la Argentina, véase Clara Coria, El dinero en la pareja. Aíjunas desnudeces sobre el poder, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1989.

92 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

dera y su influencia doméstica. Pero a medida que investigan más profunda­mente, los especialistas en la vida familiar descubren algunos esquemas des­concertantes. Consideremos, por ejemplo, los resultados de American Couples, una amplia encuesta en hogares contemporâneos, que nos muestra que a veces el salario de la esposa, incluso cuando gana más que su marido, no hace mu* cha diferencia en cuanto a su poder doméstico: ella todavia "pone su destino financiero en las manos de él, cediéndole en última instancia el control de su dinero". Un asesor financiero informa acerca de casos similares, como el de una clienta que "solía luchar con unas y dientes para obtener comisiones en su trabajo, y luego regresaba a su casa y amablemente le entregaba sus cheques a su marido. Entonces él decidia el monto de su asignación mensual".68

Si consideramos la division del trabajo doméstico, el ingreso de la mujer también funciona de maneras inesperadas. Aunque su dinero tiene cierto impacto con respecto a la colaboración dei marido en las tareas domésticas, su efecto es notablemente pequeno y a veces paradójico. La socióloga Arlie Hochschild, como parte de su estúdio sobre famílias en las que tanto el ma­rido como la mujer trabajan, al buscar maridos que ganaban menos que sus mujeres, dcscubrió que ninguno de ellos las ayudaba en las tareas domésti­cas.69 Lo que Hochschild denomina la "lógica de la billetera" también falia cuando se trata dei uso dei salario de la mujer. En especial en los casos en que las mujeres proveen un ingreso secundário, a menudose marcan sus ganancias

68 Philip Blumstein y Pepper Schwartz, American Couples, op. cit., p. 56; Victoria Felton- Collins y Suzanne Blair Brown, Couples and Money, Nueva York, Bantam, 1990, p. 147. Véase Jean Lave, Cogziztzhzz In Practice, Berkeley, University of California Press, 1988, pp. 131-141. Acerca de la relación entre gênero, clase, dinero y la distribución del poder familiar, véase también Robert O. Blood (h.) y Donald M. Wolfe, Husbands and Wives, Nueva York, Free Press, 1965; Mirra Komarovsky, "Class Differences in Family Decision-Making on Expendi­tures", en Consumer Behavior, v o l 4: Household Decision-Making, ed. de Nelson N. Foote, Nue­va York, New York University Press, 1961, pp. 255-265; Mirra Komarovsky, Blue Collar Marriage, Nueva York, Vintage, 1967; Constantina Safilios-Rothschild, "The Study of Family Power Structure", en Journal o f Marriage and the Family, 32,1970, pp. 539-552; Lillian B. Rubin, Worlds of Pain, Nueva York, Basic Books, 1976; Susan A. Ostrander, Women of the Upper Class, Filadélfia, Temple University Press, 1984; Rosanna Hertz, More Equal Than Others, Berkeley, University of California Press, 1986; John Mirowsky, "Depression and Marital Power. An Equity Model", en American Journal of Sociology, 91,1985, pp. 557-592. Véase también Phyllis Chesler y Emily Jane Goodman, Women, Money and Power, Nueva York, Morrow, 1976, para un estúdio temprano acerca de los vínculos de Ia mujer con el dinero; para una investigación mãs reciente de la socialización de la mujer en relación con el dinero, véase Jerome Rabow, Michelle Charness, Arlene E. Aguilar y Jeanne Toomajian, "Women and Money, Cultural Contrasts", en Sociological Studies of Child Development, jai Press, 1992, vol. 5, pp. 191-Í91.

69 Arlie Hochschild, The Second Shift, Nueva York, Avon, 1990, p. 221.

la p r o d u c c iCn d o m é s t ic a d e d in e r o s 93

para gastos especiales, como la educadón de los hijos, los pagos de la hipoteca, las nineras, los gastos de limpieza de la casa o lujos. Los autores de American Couples destacan el "interesante sistema de contabiUdad" por el cual et dinero dei marido se define como dinero de la familia pero "la mujer puede pensar que el dinero que ella gana queda afuera de la cuenta conjunta". Sin embargo, es significativo que, a pesar de la suposición prevaleciente de que el dinero de ella es para pequenas cosas personales mientras que el dinero de él es de pro- piedad comunitária, en la práctica es más probable que el dinero extra de ella se gaste en las necesidades familiares y no en sus necesidades personales. Un importante estúdio britânico acerca dei dinero y el matrimonio nos ofrece más evidencia de cómo funciona el uso diferencial dei dinero por parte de las muje- res; parece que cuando Ias esposas controlan las finanzas dei hogar, una pro- porción mayor dei ingreso colectivo se destina a la comida y a los gastos de la vida cotidiana que cuando los maridos están a cargo dei asunto. Parece que los maridos tienden a guardarse más dinero personal que las mujeres.70

Para intentar explicar las transferencias domésticas contemporâneas, los investigadores han empezado a examinar más de cerca qué sucede con el in­greso cuando se íntegra al hogar. La mayor parte de los analistas han llegado a la conclusión de que los significados, adjudicaciones y usos dei dinero do­méstico dependen en primera instancia de la relativa persistência de la ideolo­gia dei "varón proveedor". Mientras que las parejas adhieren a la noción de que es el marido quien obtiene los mayores ingresos, en realidad no importa demasiado cuánto gana la mujer; su ingreso será tratado como diferente, me­nos significativo y en último caso, prescindible. Para Arlie Hochschild, son las creencias de la pareja acerca dei relativo poder de los hombres y de las muje­res lo que configura la "moral dei sistema de con tab ilida d" dei hogar; las mu­jeres que ganaban más que sus maridos de hecho "equilibraban" su mayor poder realizando más tareas domésticas.71 Otros especialistas se centran en

70 Philip Blumstein y Pepper Schwartz, American Couples, op, cit., p. 101. Véase también Jane Hood, Becoming a Two-Job Family, Nueva York, Praeger, 1983, pp. 6-71. Para Inglaterra, véase Jan Pahl, Money & Marriage, op. cit., 1989, pp. 128-131; también Gail Wilson, Money in the Family, Brookfield (vi), Gower, 1987. Para titras comparaciones trarvsculturales, véase Rae Lesser Blumberg, "Income under Female versus Male Control. Hypotheses from a Theory of Gender Stratification and Data from the Third World", en Rae Lesser Blumberg (ed.), Gender, Family, and Economy. The Triple Overlap, op. cit., pp. 97-127.

71 Véase Philip Blumstein y Pepper Schwartz, American Couples, op. cit., p. 56; Arlic Hochs­child, The Second Shift, op. cit., p. 222. Blumstein y Schwartz también analizan cômo las varia- ciones en la ideologia del varôn proveedor, como asimismo las relaciones sociales de las pare­jas de va rones gay o de lesbianas y de las parejas heterosexuales que cohabitan, modifican el

94 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

los efectos de los sistemas de contabilidad del hogar, y sugieren que los siste­mas de contabilidad separados para eî hombre y para la mujer dan como re­sultado asignaciones más equitativas y racionales del dinero doméstico, mien- tras que los ingresos puestos en comûn originan situaciones de desigualdad. Al fin y al cabo, como lo han planteado dos expertos en parejas contemporâ­neas, el efecto de los ingresos separados queda vinculado a la ideologia de género: si las parejas rechazan el papel del varon proveedor, enfonces un sis­tema de contabilidad separado aumentará el poder doméstico de las mujeres; pero en hogares tradicionales el ingreso separado de la mujer quedará margi­nado como pin money, y no la beneficiará con ningún poder adicional.72.

Una reciente investigation de la socióloga Kathleen Gerson va un paso más alla de estos descubrimientos. Su observación de las variaciones en la participa­tion en la familia de los hombres en Estados Unidos muestra que las ganancias de las mujeres ayudan a configurar la economia doméstica, aunque no de las maneras esperadas. La parte de la mujer en la ganancia de ingresos no se tra- duce directamente en un aumento de poder en el hogar, pero la combinación de su ingreso y la perspectiva de una carrera de duración prolongada pueden rede­finir las relaciones sociales de algunas parejas com o también la identidad del esposo, provocando un desplazamiento de su papel de "sostén" de la familia tradicional hacia un acuerdo más igualitário que Gerson denomina "padres comprometidos". Y mientras los esposos tradicionales continúan tratando el in­greso de sus esposas como (y estas son palabras de los encuestados) un poco más de "salsa", las parejas más igualitarias, a pesar de que representan todavia

efecto del dinero en la estmctura de poder de la pareja; véase Philip Blumstein y Pepper Schwartz, American Couples, op. cit., pp. 53-111. Acerca de algunas variaciones étnicas o racia­les en la relación entre trabajo asalariado y trabajo doméstico, véase Beth Anne Shelton y Daphne John, "Ethnicity, Race, and Difference. A Comparison of White, Black, and Hispanic Men's Household Labor Time" y Scott Coltrane y Elsa O. Valdez, "Reluctant Compliance. Work-Family Role Allocation in Dual-Earner Chicago Families", en Men, Work, and Family, ed. de Jane C. Hood, Newbury Park (ca), Sage, 1993, pp. 131-150 y 151-175.

72 Véase Philip Blumstein y Pepper Schwartz, "Money and Ideology. Their Impact on Power and the Division of Household Labor", en Geiider, Family aud Economy, op. cit., pp. 261- 288. Acerca del significado de los sistemas de contabilidad, véase Rosanna Hertz, More Equal than Others, op. cit., pp. 84-115. Considerando un conjunto de casos nacionales, Judith Treas llcgo a la conclusion de que la elección de sistemas de contabilidad domésticos depende en primer lugar de consideradones acerca de la efidencia (a pesar de que sus datos indican que la educación superior de la mujer promueve una segrcgacién de los fondos y que incluso en parejas que tienen sus fondos en comûn es más probable que las esposas retengan parte de sus ingresos): "Money in the Bank: Transaction Costs and the Economie Organization of Marriage", en American Sociological Review, 58, uctubre de 1993, pp. 723-734.

LA PRODUCCIÕN DOMÉSTICA DH DINEROS 95

una minoria, ponen en común su dinero, tratando todo el dinero por igual.73 Desde cierta perspectiva, esta interpretación se corresponde estrechamente con mis observaciones de los cambiantes sistemas de organización dei dinero en los hogares en Estados Unidos. En oposición a la simple equiparación dei dinero con el poder y la racionalidad, las cantidades dei ingreso no determinan por si mismas sus usos o su control; la adjudicación dei dinero dei hogar depende siempre de interpretaciones complejas y sutiles de las relaciones entre los miem- bros de la família. Además hay que tener en cuenta que las explicaciones ideoló­gicas resultan bastante incompletas: en una situación tras otra hemos visto cómo las ideologias cambian en su interacción con las prácticas y las relaciones socia- les imperantes. Recordemos cómo las exigências de administrar un consumo cada vez más comercializado socava la concepción de los fondos domésticos de Ia mujer como un regalo de su marido. Seria sorprendente no encontrar hoy en día una interacción similar entre ideologia, práctica y relaciones sodales.

Además los vínculos con terceros -con empleados, parientes, autoridades y, por supuesto, con los ninos- afectan fuertemente las formas en que los miem- bros dei hogar organizan su uso dei dinero; en el resto de este libro exploraremos estas relaciones con mayor detalle. Parece probable que esa clase de vínculos afecten las prácticas monetárias domésticas hoy en día. Por ejemplo, un estúdio reciente documenta el acceso de los hijos al ingreso familiar, y estima que un nino recibe como promedio alrededor dei 40% de la parte de un adulto de ese ingreso. Es claro que de esta forma y de otras, la presencia de los ninos incide de una manera significativa en la adjudicación dei ingreso familiar.74 Si la parte dei ingreso doméstico que le corresponde a la esposa ya no se define como un regalo de su marido, hasta cierto punto lo mismo vale para la parte de los hijos. No obstante, esto no significa en absoluto que todas las transferencias en tanto rega­los -monetários o de otro tipo- estén desapareciendo a favor de una neutralidad propia de las tendências dei mercado. Observaremos a continuación con mayor detalle el mundo de los regalos de dinero en la vida estadounidense.

73 Kathleen Gerson, No Man's Land. Men's Changing Commitments to Family and Work, Nue- va York, Basic Books, 1993, p. 192.

74 Edward P. Lazear y Robert T. Michael, Allocation o f Income Within the Household, op. cit., p. 147. Véase también Joanne Miller y Susan Yung, "The Role of Allowance in Adolescent Socialization", en Young & Society, 22, diciembre de 1990, pp. 137-159, acerca de cömo los adolescentes definen sus asignaciones como un derecho o un ingreso familiar ganado. Acer­ca del efecto de las redes de parentesco en las transferencias de dinero doméstico, véase Carol Stack, Alt Our Kin, Nueva York, Harper and Row, 1975; Elizabeth Bott, Family and Social Networks, Londres, Tavistock, 1975.