furia roja contra el burka

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FURIA BURKA CONTRA EL ROJA LA PROHIBICIÓN DEL BURKA EN ESPAÑA POR TÉMORIS GRECKO PODRÍA MARGINAR MÁS A LAS MUJERES QUE LO USAN Y FORTALECER A LOS GRUPOS RADICALES ISLÁMICOS. ¿ES UN DEBATE CON BUENAS INTENCIONES O SÓLO ESTÁ IMPULSADO POR FINES ELECTORALES? 94

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Reportaje de Témoris Grecko en Esquire Latinoamérica, agosto de 2010.

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Page 1: Furia Roja contra el Burka

FURIA

BURKACONTRA ELROJA

La prohibición deL burka en españa

POR TémORIs GRECKO

podría marginar más a Las mujeres

que Lo usan y fortaLecer a Los

grupos radicaLes isLámicos. ¿es un

debate con buenas intenciones o sóLo

está impuLsado por fines eLectoraLes?

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Mehmet es un trabaja-dor de la construcción pakistaní que recela de los cristianos: “Odian el Islam, nos odian a noso-tros y quieren pervertir a nuestras mujeres”, me dice. No estamos en las gélidas y abruptas mon-tañas donde nació, sino en el Raval, un barrio histórico del casco an-tiguo de Barcelona, en pleno julio. A 20 metros de nosotros hay muje-res rubias, negras y tri-gueñas con vestimentas muy ligeras para sopor-tar la temperatura de 37 grados centígrados y atraer miradas. Algunas son prostitutas de mediodía, de origen africano y europeo oriental. Otras, turistas nórdicas de paseo. Unas más son catalanas que viven en esta zona.

Mehmet no ve diferencias entre ellas y se molesta más porque las podemos ob-servar desde la entrada de la mezquita Tariq Bin Ziyad: “Ellas se entregan al dia-blo y, en cambio, las musulmanas, a dios, quieren estar cerca de él. Por eso se cu-bren el cabello con el jiyab [velo].”

Le explico que lo que varios ayunta-mientos españoles han prohibido (y lo que el gobierno del país ha anunciado que prohibirá en otoño) es el burka (aunque en realidad se refieren al nicab), una ves-timenta tradicional que cubre totalmente

a las mujeres, con ex-cepción de una rendi-ja para los ojos, y no el jiyab, que sólo tapa el cabello y deja el rostro al descubierto.

“Tú vas por la recon-quista también, todos sois unos mentirosos que odian al Islam”, suelta Mehmet para cortar la conversación. No obstante, una ado-lescente musulmana escuchó lo que dije y me pregunta en un cas-tellano con claro tono ibérico: “¿Entonces no quieren quitarnos el ji-

yab?” Mehmet no me permite contestar: “Dicen burka pero van contra todo lo is-lámico”, interrumpe también en castella-no pero con acento sudasiático, antes de llamar a un chico de menor edad que la muchacha: “¡Lleva a tu hermana a casa! Hablaré con vuestros padres.”

El burka es una prenda de color azul claro que cubre completamente a la mu-jer y sólo le permite ver a través de una especie de malla o rejilla, típica de la tri-bu pastún de Afganistán. Si existe alguna en España, hasta el cierre de esta edición no había salido en los medios de comu-nicación. Lo que sí hay, aunque muy po-cos, son nicabs, un vestido de color negro que, a través de una abertura, sólo per-mite ver los ojos de quien lo usa, y que

es propio de la península arábiga y del Magreb. Pero el nombre “burka” se hi-zo popular a raíz de los abusos de los ta-libán afganos contra las mujeres y se ha impuesto en esta polémica, que hasta fi-nes de mayo parecía limitada a Francia y el norte de Europa, y todavía no pren-día al sur de los Pirineos.

Ese mes, el alcalde de la ciudad catala-na de Lleida decidió vetar el “burka”, sin explicar por qué de pronto se convirtió en su preocupación prioritaria. A partir de ese momento se desató una cascada que alcanzó a Barcelona, se derramó en Andalucía y el País Vasco, hasta salpicar en Madrid, a pocas semanas de las elec-ciones autonómicas de Cataluña. Proba-blemente, estos ayuntamientos ya han emitido más edictos de prohibición que los nicabs (“burkas”) que existen en to-da España.

Aunque la cobertura integral femeni-na es una situación apenas perceptible en España, genera escándalo y algunos políticos lo agitan para llevar agua a sus molinos. Un ejemplo es la alcaldesa so-cialista del pueblo de Cunit, Judith Albe-rich, quien argumenta simplemente que el burka “limita los derechos de las muje-res”. Cuestionada por los periodistas so-bre cuántos casos de mujeres con burka se conocen en su municipio, ella replicó: “Tenemos a una bien identificada.”

Políticos y trabajadores sociales han cuestionado estas medidas, que califican de oportunismo electoral. No es que sim-paticen con la idea de ocultar a una mujer debajo de una tela incómoda y calurosa, pero se preguntan si la prohibición, en lu-gar de liberarlas, no las está condenando a una exclusión y un sometimiento ma-yores que los que ya sufren.

Más allá de las consecuencias que esto pueda tener en los casos individuales, se advierte también que el gran beneficiario de una eventual prohibición nacional del burka sería el extremismo islámico, cu-ya táctica es movilizar a las comunidades musulmanas (que suelen ser bastante pa-cíficas) usando el recurso del miedo: les dicen que los cristianos tratan de destruir su religión y de convertir a sus mujeres en prostitutas. Para reforzar sus argumentos y su control sobre quienes se relacionan

mantener una reLación sana con Las comuni-dades isLámicas españoLas res-ponde aL inte-rés púbLico deL país: están inte-gradas por un miLLón 400 miL personas, que en su inmensa mayoría respe-tan Las Leyes y Las costumbres LocaLes.

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con personas de otras creencias, relajan su vestimenta o muestran algún signo de liberalidad, la persecución del burka les viene como anillo al dedo.

En un artículo publicado en El Perió-dico de Catalunya, el escritor Joan Tapia advirtió sobre el efecto que estas iniciati-vas pueden tener en las relaciones con los inmigrantes: “El velo integral choca y si se generaliza tendremos problemas (co-mo mínimo de seguridad). Pero convertir algo hoy anecdótico en un grave proble-ma es absurdo. No sólo porque muestra intolerancia, sino porque, además, la pro-hibición puede reforzar en la población musulmana el sentimiento del burka co-mo reivindicación.”

Mantener una relación sana y cons-tructiva con las comunidades islámicas españolas no es un asunto menor, sino que responde al interés público del país, pues están integradas por un millón 400 mil personas, que en su inmensa mayoría respetan las leyes y costumbres locales.

Después del trauma de los atentados de Madrid en marzo de 2004, la poli-cía vigila a varias células de extremistas pakistaníes y magrebíes. Al menos una de ellas habría reunido explosivos para atentar en el metro de Barcelona.

bomba de tiempoViví desde el año 2000 hasta el 2003 en Lavapiés, un ba-rrio madrileño con fama de castizo, a pesar de que los inmigrantes de origen extranjero ya parecíamos ser mayoría. La convivencia no estaba exenta de pro-blemas, pero no era violenta y resultaba imposible imaginarse que en un local de llamadas telefónicas Nuevo Siglo, a 60 metros de mi hogar, los islamistas de ori-gen marroquí Jamal Zougam, Mohamed Chaoui y Mohamed Bakali planeaban los ataques contra cuatro trenes de cerca-nías por los que el 11 de marzo de 2004 murieron 191 personas y mil 430 resul-taron heridas.

Muy cerca de ahí, otros tres terroris-tas regentaban la tienda de ropa Afila, de donde obtuvieron parte del dinero nece-sario para financiar los atentados.

Cinco meses antes, la cadena árabe de televisión Al Jazeera había dado a cono-cer una grabación en la que el líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, amenazaba a España por participar en la coalición que invadió Irak en aquel año. En represen-

tación del gobierno español de turno, el del conservador Jo-sé María Aznar, su portavoz Eduardo Zaplana aseguró que “no existe nin-

guna causa que nos lleve a pensar que nosotros [España] podemos ser objeto o destino de ese ataque terrorista con más facilidad que cualquier otro país”.

Nadie piensa así desde aquel 11 de mar-zo. Aznar perdió las elecciones del 14 de ese mes y su sucesor, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, se apresuró a retirar las tropas españolas de Oriente Medio. Eso no sacó al país de la lista negra islamista y, por si hubiera duda, un imán paquistaní de la mezquita Tariq Bin Zi-yad (la misma donde hablé con Mehmet), otros 11 compatriotas suyos y dos indios fueron arrestados en enero de 2008, acu-sados de planear atentados con bombas en el metro de Barcelona.

Los Mossos d’Esquadra, la policía au-tonómica catalana, encontraron en la pastelería Ayuba (en la misma cuadra de la mezquita, pero en el lado opues-to), temporizadores, cables y 50 gramos del explosivo peróxido de acetona. Esta

De izquierda a derecha: El atentado a los trenes de cercanías en Madrid, el 11 de marzo de 2004. • Una mujer vistiendo un burka (en realidad, un nicab) en Bruselas, en abril pasado. En varios países euro-peos, la prohibición del burka se ha vuel-to una prioridad en las agendas políticas.

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sustancia, conocida como “madre de Sa-tán”, fue la que usaron los islamistas que atacaron Londres el 7 de junio de 2005, y era la que portaba Richard Reid, el famo-so “terrorista del zapato” que fracasó en su intento de hacer estallar un avión en vuelo en diciembre de 2001.

Aunque los fiscales no lograron demos-trar que los bombazos en efecto habían si-do planeados, el juez consideró probadas la posesión de explosivos y la pertenencia de diez de los procesados (liberó a los res-tantes cuatro) a Tehrik e Talibán, una or-ganización considerada terrorista por la onu y la Unión Europea, por lo que dictó condenas de prisión contra ellos.

Los Mossos ya habían efectuado deten-ciones de extremistas en 2007 en Barcelona, y en junio de este 2010 difundieron un informe que revela que el salafis-mo, una de las corrien-tes más radicales del Islam que ha nutrido de militantes a Al Qae-da, se ha extendido en-tre magrebíes (personas originarias de Marrue-cos, Argelia y otros paí-ses cercanos) de varias ciudades de Cataluña, como Reus, Tarragona, Lleida y El Vendrell, donde controla 11 mez-quitas, y que tiene pre-sencia en Barcelona.

Gracias a intervenciones telefónicas, los agentes grabaron conversaciones que revelan la lucha de los salafistas —que son minoritarios entre los musulmanes— por desplazar a corrientes rivales y tomar el control de más mezquitas, con los recur-sos económicos que se recaudan en ellas. Aunque tampoco se ha podido probar, se sospecha de la existencia de al menos un tribunal islámico, que habría emitido una sentencia a muerte —no ejecutada— con-tra una mujer por adulterio.

como reguero de póLvoraEl 28 de mayo, con el voto a favor de todos los partidos y la excepción de un peque-ño grupo de izquierda, el ayuntamiento

de la ciudad catalana de Lleida aprobó mul-tar con 600 euros a las mujeres que usen el “burka” en cualquier instalación municipal, desde oficinas públi-cas hasta centros de-portivos y mercados.

Nadie vio venir el tema porque no era un asunto a debate. Pocos han visto un “burka” en esta Es-paña que parece caer por el despeñadero económico, ni en es-ta Cataluña indigna-da porque la Corte

Suprema recortó su estatuto de auto-nomía. Los políticos no parecen tener soluciones creíbles para estos grandes problemas. Pero hacer campaña contra la opresión de la mujer a través de la ves-timenta de una minoría religiosa puede traer ganancias electorales, sobre todo a la vista de los comicios catalanes que tendrán lugar en octubre: una encuesta de El Periódico de Catalunya, publicada el 16 de junio, reveló que un 78 por cien-to de los catalanes está a favor de prohi-bir el burka.

La mecha prendió ve-lozmente. En pocos días, se aprobaron mociones para prohibir esta prenda

en El Vendrell y en Tarragona, e incluso se discutieron en poblaciones minúsculas como Tarrés (provincia de Lleida), don-de viven 109 personas, no hay inmigran-tes extranjeros, tampoco musulmanes, y menos aún nicabs o burkas.

En Reus, el tema quedó estancado porque gobierno y oposición presenta-ron iniciativas diferentes, mientras que en Girona y Vilanova i la Geltrú los con-cejales afirmaron que la mejor mane-ra de rechazar el burka es “el diálogo, el consenso, la mediación y el trabajo” con distintas entidades, como la Agrupación Cultural Islámica. En Cunit, la alcalde-sa Judith Alberich destituyó a su conce-jala de Igualdad (que atiende tanto los asuntos de las mujeres como los de los inmigrantes), la también socialista Sil-via Martínez, por haber criticado su de-cisión de prohibir el velo.

La mayor sorpresa tuvo lugar en Barce-lona, una ciudad que se precia de su cos-mopolitismo y su modelo de tolerancia y de integración. Entre el millón y me-dio de habitantes, el ayuntamiento esti-ma que hay unas cinco mujeres que usan nicab. El 14 de junio, el alcalde socialista Jordi Hereu decretó la prohibición por su cuenta, sin preguntar nada ni propo-ner una discusión entre los concejales.

“Da la impresión de que es tal la necesidad del alcal-de de hacer algo, de tomar alguna iniciativa, a cual más sorprendente, que la

Alicia Sánchez Camacho, del pp, da un discurso a fa-vor de la propuesta de su partido que urge al go-bierno español para que se prohíban los burka en lugares públicos.

hacer campa-ña contra La opresión de Las mujeres a tra-vés deL burka puede traer ganancias eLec-toraLes: una en-cuesta reciente reveLó que un 78 por ciento de Los cataLanes está a favor de prohibir esa prenda.

f o t o : e f e

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extremistas musulmanes, que también se aprovechan para movi-lizar a su comunidad con la amenaza y el miedo”.

Experiencias similares en otros países sugieren que la prohi-bición del burka en España no será exitosa. En Irán, entre 1936 y 1941, como parte de una campaña de modernización de la socie-dad, el monarca Rezá Sha decretó un veto total sobre el velo islá-mico —desde el nicab hasta el jiyab— que fracasó: en lugar de que millones de mujeres se “liberaran”, ellas se quedaron encerradas en sus casas, avergonzadas de salir sin cubrirse el cabello y teme-rosas de ser encarceladas si lo hacían. Esta afrenta se convirtió, con el tiempo, en un instrumento que usaron los clérigos chiítas para imponer el régimen islámico extremista vigente. En Turquía, donde el jiyab está prohibido en los edificios públicos y las uni-versidades, las mujeres luchan por tener la libertad de usarlo a su antojo, una reivindicación que fortalece al islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo.

No es lo mismo el velo que el nicab, como sabemos. Pero no es po-sible forzar a las pocas mujeres que lo usan a quitárselo: “Ellas me han dicho que si les exigen dejar la prenda, se quedarán en casa”, dice Catalina Gayà, una de las pocas periodistas que ha consegui-do entrevistar en sus hogares a mujeres con nicab en Barcelona. “Sus libertades son escasas, pero ahora al menos pueden salir a comprar comida o ir a recoger a sus hijas a la escuela. Si tienen que encerrarse, quedarán todavía más sujetas al control del ma-rido, dependerán de él aún más.”

María, la mediadora del Raval, advierte que esta “falsa polémi-ca” pone en peligro su labor educativa: “Por ejemplo, está el caso de una mujer que usa nicab y su hija adolescente, a quienes nos costó mucho convencer de que vinieran a nuestros talleres, de que aprendieran castellano y a leer. Una mujer que no habla nues-tro idioma, que no sabe leer, está condenada a entender el mun-

do a través de su marido. Pero a partir de que empezó la moda de las prohibiciones, ellas desaparecieron porque tienen miedo. Dicen que se trata de liberar a estas muje-res, pero ¿de qué le sirve a esta mujer que la obliguen a quedarse encerrada? ¿Y la hija?

ansiedad se impone a la reflexión”, afir-mó en su editorial principal El Periódico de Catalunya, el de mayor circulación en la Comunidad Autónoma.

Fue entonces cuando la cascada se de-rramó fuera de Cataluña. Coín, un pueblo andaluz, vetó el burka dos semanas des-pués. Pero fue al día siguiente de la juga-da del alcalde barcelonés, el 15 de junio, cuando el ministro de Justicia del gobier-no español, Francisco Caamaño, anunció la intención de emitir una ley en el oto-ño que prohíba el burka en todas las ins-talaciones públicas del país. La ministra de Igualdad, Bibiana Aído, explicó que la prenda “dificulta la integración, puede generar problemas de inseguridad y aten-ta contra la dignidad y la igualdad”.

encerrar a Las encerradas“Nadie puede creer que sea cómodo vivir bajo un nicab”, me dice María, una catala-na que trabaja como mediadora social en el Raval. No es su nombre verdadero: ella prefiere no darlo para evitar confronta-ciones con los islamistas, ya que “mi tra-bajo es crear vínculos, no romperlos”. “Está claro que es una forma de contro-lar a las mujeres, humillante, asfixiante, impráctica, abusiva”, continúa, “pero la prohibición sólo sirve a los políticos, que se aprovechan de la polémica que han causado, y a los

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Arriba a la izquierda: Mujeres con nicab en Nantes, Francia. • A la derecha: Los concejales de la ciudad catalana de Llei-da aprueban la moción para prohibir el uso del burka en los edificios municipa-les, desde oficinas públicas hasta mer-cados y centros deportivos.

f o t o s : a f p y l a t i n s t o c k / c o r b i s

i l u s t r a c i ó n : f r a n c i s c o g o n z á l e z y g a r c í a

tipos de prendas

1. Nicab2. Burka

3. Chador4. Jiyab

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4

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100 f o t o : e f e

¿Cómo va educarse, a dejar el velo por convencimiento si la arrojamos al aislamiento?”

Nazanín Amirián, una aca-démica iraní exiliada en Es-paña desde 1983, es una feroz enemiga del velo, el nicab y el burka. “No existen en el Corán, en ninguna parte dice que de-bemos cubrirnos, es la ultrade-recha religiosa la que introduce el burka”, afirma. Para ella, es-tá claro que debe vetarse el nicab. “Pero no pueden prohi-birlo y ya está, esconder la ba-sura debajo de la alfombra y a las mujeres con nicab en sus ca-sas. Debe haber educación pa-ra que ellas entiendan de qué se trata [el problema del nicab] y qué pueden ha-cer. El problema es que al gobierno no le interesa la integración.”

“No te puedo decir si los 10 condenados por los supuestos planes terroristas son culpables”, reflexiona María. “No sé si querían poner bom-bas ni si son talibanes. Lo que sí sé es que ellos y otros están luchando por controlar y radicalizar a la comunidad musulmana de Barcelona. Y to-do este escándalo les viene muy bien.”

medidas contraproducentes“Yo no sé de talibanes, pero en nuestras calles no queremos ver ni un solo burka”, me dijo Inmacula-da Antolín, una andaluza que vive en el Raval des-de los años 50. Traté de explicarle que en España sólo unas pocas musulmanes llevan nicab. “Inma”, como me pidió llamarla, me miró como si fuera es-túpido y aclaró que a ella le daba completamente igual el nombre de la cosa, pues “por mí, que de-saparezcan también los velos sobre el cabello, ¡que se los quiten a todas, que esto es España!”

A Mehmet, el hombre de la mezquita, le hubiera encantado que sus “hermanas” musulmanas es-cucharan a Inma, porque eso es lo que les ha es-tado diciendo: que los cristianos quieren prohibir los pañuelos sobre el pelo como un primer paso para obligarlas a todas a vestir a la manera occi-dental, que es de prostitutas, como las que tanto le molesta ver cerca de la mezquita.

“¿Por qué quieren prohibir que una mujer se cubra la cara pero no les molesta que tenga sexo aquí mismo, en la esquina? ¿Por qué tienen más derechos las prostitutas que las mujeres de reli-gión?”, me dijo Mehmet.

La adolescente que me pre-guntó si el jiyab no sería prohi-bido nació en España, está al corriente en la escuela, lleva blusas con leyendas en inglés y lo sabe todo sobre Lady Ga-ga. Aunque se cubre el cabello, tiene amigas musulmanas que no lo hacen y que visten pren-das que dejan ver hombros, brazos y piernas. “Esas rela-ciones le están causando pro-blemas a esa joven”, explica María. “Los más musulmanes actúan como vigilantes de los demás y los censuran cuando ven actitudes de asimilación a la cultura occidental. Hay chi-cas que ya se han asimilado y

los fundamentalistas las desprecian, las llaman prostitutas, a veces las agreden físicamente. Lo de prohibir el burka les sirve para denunciar un ataque general contra el jiyab, las musulmanas y la religión. Es una lucha por el poder, porque así denuncian a las corrientes más moderadas como débiles, dispuestas a transigir y a renunciar ante lo que llaman ‘cruzada’ y ‘reconquista’.”

Estos extremistas creen que las guerras me-diante las cuales los reinos cristianos vencieron a los califatos islámicos en el siglo xv —la recon-quista— constituyen una injusticia histórica, la cual sólo puede ser reparada mediante la reim-plantación del poder islámico en la península. Los salafistas son sólo el 20 por ciento de los mu-sulmanes de Cataluña (el 30 por ciento de los de Tarragona), pero aspiran a ser cada vez más. “Me-diante sus campañas del miedo a los vicios oc-cidentales, tratan de ganar adeptos, influencia y recursos económicos”, concluye María.

“La comunidad musulmana puede entender las dificultades que el nicab trae a la convivencia”, dice Mohamed Chaib, diputado español de origen ma-rroquí y miembro del Partido de los Socialistas de Catalunya, el principal de la coalición que gobierna esta comunidad. “El problema viene cuando este debate se plantea de manera ligera y electoralista. Hay partidos que tratan de culpar al Islam de todo lo malo. Así sólo se consigue que los musulmanes sientan que la cosa va contra ellos, aunque el país tiene problemas más graves. Ellos tienen que saber que pueden practicar su fe con dignidad, sin amena-zas. Y también que deben abandonar prácticas que son inaceptables en una sociedad como ésta, que desde hace mucho lucha por la igualdad.”

“no pueden pro-hibir eL burka y esconder a Las mujeres que Lo usan en sus ca-sas. debe haber educación para que eLLas en-tiendan de qué se trata eL pro-bLema”, dice na-zanín amirián, una académica iraní exiLiada en españa.

Burka Wars en EuropaLa inestabilidad política

que impera en Bélgica ha

impedido que el Senado

ratifique una iniciativa

aprobada en la Cámara

Baja, mediante la cual

quienes salgan a la calle

con el burka, considerado

como un “enmascaramien-

to de la esclavitud”, serán

multadas con 25 euros.

Por razones de segu-

ridad, las universidades

holandesas vetan el

ingreso con burka. Una

propuesta de prohibirlo en

los espacios públicos en

ese país europeo está en

trámite en el parlamento

desde 2006.

La misma idea está en-

tre los objetivos inmedia-

tos del presidente francés

Nicolas Sarkozy, quien tras

declarar que “el burka no

es bienvenido en Francia”,

hizo que un decreto de

prohibición que incluso

abarca la calle, fuera

aprobado por la Asamblea

Nacional el 14 de julio, a

pesar de que el Consejo

de Estado, un alto órgano

consultivo, la rechazó

porque presenta “graves

incertidumbres constitu-

cionales”.

Si la Corte Constitucio-

nal la considera válida,

las multas irán desde

150 euros para quien use

burka, hasta 15 mil euros

y un año de cárcel para

quien la imponga.