cuentos - efe gomez

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CUENTOS DE EFE GOMEZ T ABLANCA - NAVAS E. OTERO O'C aSTA RESTREPO JARAMillO GARCIA H ERRERaS ENRIQUE RESTREPO EDICIONES COLOMBIA 2 CINCUENT~ CENTAVO~ Este Libro fue Editado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia Este Libro Fue Digitalizado Por La Biblioteca Luis Ángel Arango Del Banco De la República,Colombia

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Page 1: Cuentos - Efe Gomez

CUENTOS

DE EFE GOMEZT ABLANCA - NAVAS

E. OTERO O'C aSTA

RESTREPO JARAMillO

GARCIA H ERRERaS

ENRIQUE RESTREPO

EDICIONESCOLOMBIA 2 CINCUENT~

CENTAVO~Este Libro fue Editado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia

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i4 \ ' -.l,'

EDIOIONES COLOMBIA,

l"OVF.LAS - VERSOS - TEATRO CUENTOS - CRONICAS

D , R f=. C T O l':of:: GIlF: A M A N 1\ R O I N I E G A S

EN EL TERCER VüLCMEN

1.05 MEJORES VERses

DE VALENCIA. - L()~D()Ñ().

COIU,ELIO HISPANO y GRI-

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DIRECCION POSTAL: APARTADO 491Este Libro fue Editado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia

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EDICIONES COLOMBIA

TOMO SEGUNDO

EUITORIAL MINERVA

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CUENTO')

DE EFE GÓMEZ

TABLANCA-NAVAS

E. OTERO D'COSTA

RESTREPO JARAMILLO

GARCL\ HERREROS

ENRIQUE RESTRE?O

EDICIONES COLOMBIAMCMXXV

BANCO DE 1.,\ REPLJBLlCI\LU>UOH,Ct, LUIS ' \!'-;": ¡:,RANGI)

CATAI.OGACrnl'lEste Libro fue Editado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia

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En la selva ..V' LorenzoP o r

Efe Gómez

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En la selva

OlD, mortales piadososy ayudadnos a alcanzá.

-Que Dios nos saque de penasy nos lleve a descansá.-Quizá en ti no será arbitrio,Sí obligación de justicia;Pues no cumples testamentoAqui estoy por tu malicia;Abre tus ojos despiérta,Pága, haciendo acelerá.

Continuaba Manuel de jesú, un negro viejo, tanviejo, que la apretada lana que a modo de cabellocubría su cabeza, estaba ya blanca como el liquen re-tostado que envuelve los redondos pedrejones de gra-nito.

-Que Dios nos saque de penasy nos lleve a descansá....

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8 EFE GOMEZ

Respondía primo Dositeo. un negrazo todavía mu-chachón, en cuyos brazos y en cuyas piernas desnu-das se envolvían, como las serpientes de Laocon,músculos voluminosos y potentes.

-De Oetsemani en el campoSangre sllró el RedentóContemplando de cita; penaEr gran tormento y rigó;Al Paire Etelno le ofreceNo cesando allí de orá.

Replicaba Manuel de Jesú. y sus palabras le sa-lían con un ceceo sibilante por entre los dientes deabajo, s:1lidos, apartados y larguísimos.

y era algo horrible ver yoir a ese par de negrosen medio de las tinieblas y en el silencio de la sel-va infinita, a la luz de seis bujías puestas simétrica-mente dos a dos en los bordes de una fosa, alternar,con voz doliente, clo~ lamentos de las santas almasdel purgatorio».

Vislumbrábase allá, entre una mezcla de tinieblasy de trapos, algo como el cadáver cúya debía de serel ánima por la cual iban rezando.

y con cuánto fervor rezaban, notábase en el dan-zar de los planos Huminados de sus rostros, los cua-les, al moverse fervorosoS eran alumbrados en suce-sión rapidísima por la luz de las bujías, planos queparecían brotar, ser creados cada 'j cuando, at m<)-

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EN LA SELVA 9

verse, la luz los herla, pues que las partes restantesde los rostros y de los cuerpos, soldábanse, unían;eal negror de las tinieblas rodeantes. Aquello pareciaun aljibe, un manadero de líquidas superficies bro-tando de las tinieblas invisibles.

-Requiem eternam dona eis, Domine.-Et lux perpetua laceat eis.

y las ranas coreaban a ]0 lejos; y el grito tristf-sima de un perico-ligero horadÓ el infinito, den:-,o,formidable silencio de esa noche en las selvas delChocó.

Un cocuyo, describiendo sinuosa trayectoria, vi:Joa chocar contra una bujía, la cual chisporroteó, ehizo danzar la maraña de las sombras y de las lu-ces. Una rata que desde tiempo hacia miraba encan-dilada la llama de una de las velas desde la copade un árbol, se sintió desvanecerse y cayó sobre lashojas alzando ruido fragoroso que creció en ondasy que luégo fue tragado por el silencio.

-A poria inferi.-Erue, Domine, animam ejus.

Un soplo moduló el sumiso ruillo del correr delas aguas del Andágueda, c;ue llegaba opaco, tamiza-do. Luégo, como un girón coloreado, luciente, queel viento lleva y mece, trajo otro soplo un fragmen-to de lejana orquesta: eran las notas sensuales, tur-

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JO EFE GOMEZ

badoras, de una danza africana. Las entrañas de losnegros conmoviéronse a ese atávico reclamo. Mirá-rcll~se sonrientes.

-Ya están bailando.---Ya!Luégo, como si sospecha tremenda hundiérale su

daga en el corazón hasta el crucero, se puso en píe,de un salto, Dositeo, y dijo señalando, vago, a ladistancia:

-Allá estará ese Mareño.Y al ver que Manuel de Jesú no contestaba, díjole

fUli:)so:-Mirá, Manuel de Jesú: si me estás engañando; si

este cuento de la novena no son más que cismas tu-yas. ve! te corto las orejas, te destripo esos ojazos y te<llf2nCO las natices a mordiscos. Voy, no me conoceyt¿oíte?

-Deje eso, primo; vea! Conque cismas lo de la no-ven3! Mire: no ha habido uno, uno solo, a quien lehaya yo hecho la novena para que se muera, quehay.l escapado con vida. Desde el primer día comien-zan a sentir el cuelpo enjuelmo, a dolerles los huesos;en ~.eguida cogen cama en un quejido, en un quejido ....Alla estará el tal Mareño revolcánàose en el suelo y<ll:lando como perro.

-Ay seMI contestó Dositeo, mientras relámpagosde odio, de venganza, de sangre fulguraban en sus ojos.

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Mini, M:lllUel de Jesú: el dia que yo vea a Mareño ten-dido, muerto, pero muerto, tall muerto como está eneste hnyo ese muñeco-y despectivo revolvió con elpie el mOlltón de trapos que en el fondo del hoyo figu-raban a su enemigo--el dia que yo vea eso, te regalodos libras de puntas de oro fino del Andágueda; te rega-lo mil pesos ¡mil! en monedas de plat;] del Rey; te re-galo mi canoa grande de tr~5 pala:>; te regalo .... el al-ma. Véla ;¡qui!-y se azotaba el pccho-Véla! Tóma-la I Entrégélsela al Diablo, perl) mát.1 a ese hombre, má-ta a ese maldito; pero mátalo! ¿Quién trajo por estosmUlldos a cse infierno? Mi desgracia solrllnente: mi des-gracia. ¿RcCL:crdas, Manuel de jesÚ, cómo era yo di-chos(·? Cuid;¡ba de Victoria como de las niñas de misojos. Descie que empezó a jovenciá, la pedi por mujé atio Leonardo y a tía Lorenza: me veia en ella, era mivida. Pero llegó a este Rio ese délllonio y Victoria, he-chizada, no pensó sino en él. ¿No creés, Manuel de .Je-SÚ, que ese demonio 1-:dió queredera? ¿No crcés que laell yer!ló?

-L (J enycrbÓ sí. Pero Jéjá es:>, primo, y vámonosal baile, que allá nos es:arán echando ya de menos.Ahora verás ~ómo cncu-:nlra" a Victori.;, más lindaque un cllrubin y más querid¿-,! Y del Marefío .... ni no-ticias!

El espacioso s310n, cuyo suelo d<: guadua picadaH'pusa sobre estacones, semeja un escenario. Y real-mente, los negros se sienten en escena: sus movimien-

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12 EFE GOMEZ

tos son ondulados, elegantes, solemnes casi; sus frasesbrotan sin que en ellos se note trabajo alguno de cere-bración: son como el sonido del gesto, como el mur-mullo que acompaña el estremecimiento de la onda.Su habla tiene algo del cantar de ciertas aves; parecenuna bandada de chamones y de gulungos cerniéndosesobre un maizal en chócolo: se creería estar oyendo hi-popótamos cantando como ruiseñores. jY la majestadcon que se mueven! No pisaba con arrogancia mayorun Buckingham los salnnes de los burgueses de laCity. Erguidos, la cabeza hacia atrás, el pecho haciaadelante, ancho sombrero o frágil gorro, chambra blan-ca y leve, taparrabos de pañuelo de yerbas, y de lacintura abajo las desnudas, musculosas piernas, en lascual~s se envuelven los potentes músculos, que sehinchan al menor esfuerzo bajo la piel bruñida y ne-gra. Y las mujeres, vestidas de amarillo, verde y rojovivísimos, cuyos tonos deslumbrantes vibran, gritan,agitados por los cuerpos ondulantes a los reflejos delas antorchas de maguey y brea, cada una de las cua-les l:S una fogata que retuerce las lenguas de sus lla-mas, sobre anchurosa piedra colocada.

Preludia la orquesta. Los concurrentes se adosan alos muros y queda libre la anchurosa sala. Es que vana bailar Victoria y su primo Cartitas Renteria. Salen losdos al centro del salón y plántanse al frente el uno delotro.

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La diestra graciosamente suspendida sobre la cabeza,la izquierda curvada en la cadera, tirando hacia ade-lante el armonioso cuerpo, el pie der~cho rebasando do-noso, por debajo del ruedo de la suella túnica. que se-ñala blanda su escultura milagrosa, espera Victoria aque el compás inicial estalle rítmico. Unidos, apretados,anulares y cordiales, van ya a deslizarse 1(ls unos sohreJos otros, chasqlleantes; cómbase más y más el cuerpo,aguzando el aida en !.1 dichosa espera; un estremeci-miento que nace en la mufteca izada en alto, corre a lolargo del brazo, de la cadera y del r~dondo muslo, mue-re en el pie en el preciso instante en que el compás es-talla .... Chasquean los dedos de las manos como sono-lOS cascabeles; hiere el pie adorable el sonoro pavimen-to, e iniciase la danza. Es un baile ¡raído por los abue-los del fondo misterioso del Africa distante: persigue ala dam<l el galán enamorado; solícito, requiérela rendi-do; ella desdt'fíosa, indiferente, húyelo, irrita lo, desdé-fialo. Los movimientos del galán son de súplica, de rue-go cálido; los de la dama, frios, displicentes. y cruel, lehuye, le huye sin querer oír/e. En graciosos pliegues al-zan las manos como blancas alas, entrambos flancos dela suelta túnica. Parece un sér ingrávido, vibrando es-tremecido por el aliento mismo de la música. Que no esVictoria quien se mueve: es la música misma quien lamece, lánguida, como blando vellón un soplo leve.Son esas-mirad-las tímidas zozebras de virgen ru-

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borosa en quien Amor se insinúa acariciando el cora-zón con el mango afelpado de su flecha .... Yérgueseimproviso, ella, como alcanzada por mortal disparo:aleve Amor la ha herido! Su dardo cruel vibra clavadoen la mitad del corazón, y aquel cuerpo divino se es-tremece, se retuerce, sufre, llora, glorioso y doliente aun tiempo mismo. Busc::ndo luégo un amparo, una de-fensa, en su instinto de mujer torna a huir del mismo aquien ama. El, torturado, persiguela, suplica, gime,grita, implora. Ella, cruel, amárgalo, exaspéralo. Cla-va en él de improviso miradas de hidrópico deseo: elazote de la especie hála herido en plena entraña consus miriadas de ramales; transfigúrasc;' con ademánsoberbio, rodea, envuelve, arrolla :'lI m:'lcho entre lasamplias combas de sus movimientos serpentinas, yanchando más y más los pliegues de la túnica-alasque hacia él se avanzan-añú1alo, cúbrelo, inclinán-dose audaz, recogiéndose, alzándose, vibrando.

Apágase la música y, feliz, radiante, aléjase Victo-ria. apoyada en el brflZo de su primo.

-A ver. Tóquense un bailete para mí. Para mí ypara tía Lorenza-c1ama Luis Enrique, un harapo dehombre, saltand~J a la sala.- ¿Que no sé yo bailá?¡Ay, seM! ¿Recuelda, tía Lorenza? Esos eran tiem-pos! Salto aquí-e ibaciecutando lo que diciendo iba-salto allí; me agazap;¡, me vuervo, panchito .... la parejame bujca, me bujca ... ande tá? ..y de golpe como brotao

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de la tierra, me le planto pur delante. ¡pero q\~lé:1se planta! Ay, señó! Y me pongo a abosá-y las l:a-deras del negro se mueven con grotesca fLlria-~ eroa abosá-¿Pero quién abosará?:

Ejla rabadillaYa no me dá,Manleca e lagartoMe voy a untá .

y un suspiro de alivio emerge de todos los ~,e-chos .

Que la cálida danza d~ Victoria y sus halagos acr~shan caldeaùo hasta el hervor la S3.llgre de los negrlls,los cuales sienten los corazones golpearles ahí contrala garganta, y un aliento de fragua tornarles las faecesresecas y febriles Risa saludable, sedante, su-~ecomo fuente rumorosa en seco cauce. Que los neg:'l)s,como todos los pasionales, gustan de agitar ante e!mundo indiferente el móvil velo de la risa y dl' laburla, para mejor esconder el fondo, Java y sanf!~e,de sus conturbados corazones.

Entre tanto, Victoria y Carlitos, retirados en sCld-tario rincón, dialogan rápidos:

-¿Qué averiguaste, primo?-Que Marefío no viene. Que va hasta la Vigia del

Fuerte probablemente hasta Cartagena en fin:hasta donde se encuentre con los Ingenieros que \'ie-nen: esa orden, asi dicen, recibió del Superintendente.

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-y qué me envió a decir?-A ti? Que no le olvides.--Está libre!--y a mí me dijo que te cuide.-Que me cuides a mi?-A ti.-No Jo necesito.-La cosa está grave, Victoria. Pero muy! Mira:

me ,,¡ne por la trocha para acortá .... ya sabes.-Sí: conozco.-Al pasar junto al árbol grande de basai, oigo

ruidos, voces, me fijo, me acerco, y veo a Dositeo ya Manuel de Jesú arrodillaos rezando en media selva.

-Nao!--El viejo Manul'1 de Jesú está hacien·jo la novena

para matar al Mareña.--Mardito!-Los seguí. Aqui en el Puerto los esperaba Fray

Mariano de Ibarra: he oído lo que hablaban. El frailetocÓ aquí de paso para Istmina, llamado por Manuelde jesú .... Te van a casar, Victoria.

-A mi?-Sí, a ti. Te van a casar con Dositeo.-y cómo hacen, si yo no quiero?-Muy fácil. Han convenido en esto: a las cuatro

de la maf'iana llamarán a misa. Van a decirla en lapieza grande de primo Dasiteo. Y allí, cerca al altar.

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podrán verte todos los que entren, de rodillas al ladodel primo Dositeo, muy vestida de novia y muy ca-sándote.

-A mi?

-Es decir .... a Elvira Ampudia, tu prima, que tántose te parece en la estatura, y que como estará con lacara hacia el Altar y cubierta con un velo ....

- y mientras tanto estaré yo muerta, o coja, omanca?

-Mientras tanto tú estarás en el Puerto, en la ca-noa, al cuidado de Manuel de Jesú y ce sus hombresde confianza .... Así lo ha dicho él. Terminada la misa,tío Dositeo saldrá por la puerta trasera, se le juntaráen la canoa y pst!, río abajo. Detrás irá elfraile. Y aquí, y en lstmina, y en Calima, y en los in-fiernos, tú serás la mujer de Dositeo Para siempre!

Una oleada, un reflujo de la multitud ¡¡priétalos con-tra el muro. Pusiéronse en pie. Por las puertas que danal interior salen Fray Mariano de Ibarra, procero, ven-trudo, rubicundo; tio Tomá y tía Lorenza, padres deVictoria; primo Dositeo y Manuel de ]esú. y detrás,trayendo una mesa grande cubierta de cestas con vasosy botellas, negros, muchos negros, alegres, bromistas,decidores.

-Queridos hijos míos-dice Fray Mariano, melifluo,majestuoso, modulado, erguido en medio del salón-queridos hijos míos: mientras llega la hora de la misa

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vais, por la magnifiœncia de pri:l1o Dositeo, varón epó-nimo en quien el Senor ha vertido a manos llenas la me-dida de sus dones, vais, dijo, a tomar una copa, que osservirá de tente en pie hasta la hora del Santo Sacrifi-cio. El cual elevaré al Dios de las misericordias por 12salud de los habitantes de este río, en donde tan opimacosecha espiritual han recogido los ángeles, duranteestas santas misiones.

y sus párpados se velan modestos, y sus manos re-gordetas descansan, beatificas, sobre su vientre de pu-pitre.

y las copas circulan, rebusantes.-¿Qué èice? Que no quiere beber Victoria, clama

F ray Mariano .... Qué es éso, hija mía, qué es ésa? Na-die más obligada que tú. Tú a quien el Sefior ha llena-do de gracias ..... negra, pero hermosa como la despo-sada del Cantar de los Cantares. Escúcha, gacela deldesierto-dlcela Y su mano va a acariciaria. Clavandoen él colérica mirada, retrocede, rápida, Victoria.

-Ah! Y qué bien sienta el recato a las doncellas. Portodo el río resuena, cervatilla, un coro de loor a tus vir-tudes. Pero las caricias de los Varones del Señor, clarasondas lustrales de agua son, que purifican. Por vosotrostodos, hijos. Porque el Señor os colme de sus dones.

y las copas van a levantarse. Pero un ronco ruido,que ahl cerca en el Puerto se ha oldo, los detiene. To-.das las miradas escrutan la distancia diluída entre la

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luz de perla de la luna. En el Puerto se ha detenido unacanoa: un tarabe boyante, estrecho y largo. El ruido quese oyera es el ronco que han lanzado los remos al serarrojados en su fondo. Salta de ella un hombre. Unhombre alto, elástico y esbelto. Con su traje de bagaparece un hijo de los Dagas que saltara de su góndolasobre d muelle del palacio de su r'::gia Prometida. Conpaso imperial atraviesa en dirección a la casa. Resta-llan sus pisadas en la arena. Sube la escaler~; apareceen el salón. Mareno! Excla~alJ todos en voz baja. Ylos corazones baten un redoble de odio negro. Tan sólo·el de Victoria preludia una diana de esperanza.

-Qué vendrá a hacer aqui ése?-Si no es la muerte, 110 sé qué buscará.-Cuando úno viene a donde no lo convidan !- Y (l donde lo aborrecen.-Será que la vida ya le hiede.Asi continúa por lo bajo el rumor hostil y ronco. Es

el feroz monólogo que precede en el monstruo colectivoa los crímenes àe sangre. Mareño le. sabe y no lo teme:amor lo trajo. Amor lü asiste. Hijo .¿I de un aventureroantioqueño y de: Lilla hermosa india cuncuna de las ri-beras del Pacifico. ha heredado de su padre la audaciaacometiva y de Sll madre la sangre fria taciturna. Yenesa ocasión solemne surge terca en su memoria con atá-vico surgir, una est.rofa con que su padre lo adormia,una estrofa viril, nacida allá en la cumbre de las mon-

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tafias, cuna de su padre; allá en donde las mujeres sonhermosas y los hombres son enérgicos; allá en dondelos adolescentes tienen que ocurrir al Léxico para apren-der qué significa la palabra miedo.

y con el tono dejativo que heredara de su padre. mi-rando a los negros en los ojos, dijo fríamente, arrogan-temente:

Anoche bajé al InfiernoA conversar con el DiabloPa que no crea ese negroQLle es de miedo que no le hablo.

Míranse con estupor unos a otros. Tânta audacia atasus manos. Y Fray Mariano, temiendo que su sangrefogosa lo lleve, contra sus intereses. a ponerse del ladode ese mancebo temerario que ya lo atrae irresistible-mente (después se supo que el tal Fray Mariano era unantioqueño que disfrazado de religioso hacia su agostoen esas soledades), alza su vaso y dice:

-Queridos hijos mias! bebamos por los que no be-ben; sembremos por los que no siembran; amemos porlos que no aman. A vuestra salud, queridos hijos.

Victoria alza su vaso lentamente, los ojos puestosen los de Mareño. Lentamente absorbe de su copa elvino. que no traga. Y con mimo adorable ofreciéndo-le les labios, invítal0 a beber en ellos. Mareño no va-cila. Va a ella. Cífiela en sus brazos. Une su ávidaboca a la adorada boca, y chupa, bebe en esa urna

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Un/ca y fragante el licor para él ahí guardado y endonde viene ùisuelta el alma toda de su Amada.

Luégo dicela al oído con voz de mando inapelable:-Pronto! a la canoa.Salta Victoria al patio, y como una sombra, corre

al puerto. En tanto que Mareño, lentamente, indolen-temente, baja la escalera sin apresurarse, erguido co-mo entrara.

En pie ya, sobre la popa del tarabe empuña la ca-fta y se pierde rio arriba.

-Pero qué es ejto? Clama Dositeo. Habráse vijto?Digo? USlé, Fray Mariano, que en ~u vida le habrátocado presenciá cosas gramáticas, vio jamás algunacomo ejta? Somos mujeres, pué? Quitarnos de entrelas manos a Victoria I y a tántos hombres juntos.Llegan y .... vea 1.... No, por Dió! ¿Pero que nos ejta-mos aqui mano sobre mano. A seguirias! A seguirias!A traerlos aquí, vivos o muertos. A la canoa! A veriDiel palanqueros; necesito diez palanqueras. Dos-cientos pesos a cada uno si los alcanzamos!

y allá va la canoa grande de tío Dositeo tripuladapor cinco pares de bogas, los mejores del río. y enmedio él, energúmeno, cenizo de ira, disparando su es-copeta sobre los fugitivos cada que en una calle rectala estela que encienden se hace visible a los rayosde la luna .

- Ya no nos resta más remedio que tirarIa en paro,

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22 EFt: GOMEZ

dice MareM deteniéndose: tienen bogas de refresco yen esta calle nos alcanzan. Aprovech~mos este rápidopara Mira, Victoria: te echas a nado por este brazoabajo Allá en las bocas de Beté me esperas. Recuer-das? No está lejos. En el gramal, bajo los árboles. Notendrás que aguardar mucho,

Tras un beso silencioso y largo desaparece Victoriabajo el agua, nadando como una ondina.

-Allá viellen ya-dicese a sí mismo Mareño.Hunde en el agua, cauteloso, la palanca. Oyese el

sordo restallar del ferrado regatón contra el fondo pe-dregoso. Hínchanse al esfuerzo los músculos de losbrazos, del pecho y de la espalda como un enjambrede serpientes. Avanza al trote de proa a popa, apoya-do a la palanca; inclinase al esfuerzo; el leve esquilesalta boyante, y rasga la corriente mientras las ondas,estremecidas, brincan en lus flancos rotas, espuman-tes .... Suelta la caña y ase el remo. Enfila la canoa ala corriente y como una flecha dispárala contra la pe-sada embarcación de Dositeo, que, de través, surca enese instante d rápido ....

A1cánzala en el centro, hiérela, pcnétrala con el es-polón de la proa; trábanse, cnclavijanse y retiemblan.AI choque los tripulantes todos son arrojados a \asondas .

................ Allá va Mareño nadanào río abajo, son-ríente, victorioso. De improviso ve a Dúsiteo surgir

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EN LA SELVA 23

de entre las aguas. Contémplanse un instante, reco-nócense y arrójanse el uno sobre el otro: con losbrazos, con los cuellos, con las piernas, se traban,se aprietan, se ciñen, se sofocan. En la inmovilidaddel feroz choque, vánse al fondo. El Mareño, queconserva aún su lucidez, comprende que el negroDositeo está resuelto a perderse r a perderIa, queno aflojará en su abrazo, cada vez más mortal y másirremediable ....

Tiembla de alegría .... Sí: la victoria está allí, a Sualcance. ¿No está sintiendo, pues, contra su cara ba-tir las arterias en el cuello de su enemigo? .... Muér-delo feroz. Sus dientes, albas gemas rutilantes, pe-netran en sus carnes. Siente el chasquido de ~artíla-gos, de arterias, de tendones que S'~ parten. VIl ma-nantial de tibia sangre baña su rostro; los miembrosde Dositeo se relajan, ceden, caen f1axos. Miralo decerca: un como llamear oscuro en la onda /impidabrota del ancha herida riel cuello Apoya el picen el cuerpo tíbío y se iza a la superficie del agua.Respira anhelante; mira en derredo:. Nada! El río yla selva solitarios. Apodérase de UIl tronco de gua-dua que flota en un manso. Tiéndese en él y aban-dónase al amer deI agua. Siente en la boca un sa-bor alcr:lino; su sér flota en un halo de sangre, deamor y de victoria. Es él en es;; jnstante el «¡¡imalpuro, feliz y \·ictorio5~1.

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Ve como en sueños el delta engramado en dondesu amor está esperándolo, avanzar a su encuentro.Salta a tierra. Y cuando Ella, Victoria, mansa, rendi-da, sumisa y temblorosa se corre a un lado y lo in-vita a dencansar el aterido cuerpo en el campo que,esperándolo, ella propia, sobre la grama, calentara,no se maravilla. ¿Acaso no le es debido todo al ven ~cedar?

- Victoria.-Mareño.y las manos se entrelazan, y las miradas, una en

otra, se entrehunden ....Callan las corolas, tálamos fragantes. Callan en el

cielo las estrellas. Calla Venus, que en su oriente,encendida como una pira, los preside. Calla Dianacasta en mitad de la comba de los cielos .... callanEllos .

¿ Es que puede acaso, voz alguna del Cielo o dela Tierra, es que puede la palabra, harapo desteñi-do, sonar dignamente en medio a lo Inefable ? ...

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LorenzoPata R. Emilio Escoba,

ERA a sesenta metros verticales de la superficie, enel fondo único, sin prolongaciones laterales, de un

pozo de mina. De un pozo de exploración, en buscade una capa profunda.

y en ese negro caos, agujereado a trechos por lasclaridades moribundas de las bujias que entre el am-biente espeso, irrespirable, se :lsfixiaban, se movían,bullen los mineros esgrimiendo a dos manos los pe-sados martillos de diez kilos. Al esfuerzo los músculosse amontonan en los hombros, se retuercen en IGS

brazos y en los torsos, y, a compás, rebotando elás-ticos contra las cabezas de los taladros: tin tan, tintan, cantan los martillos en sonoro tintineo. Y esechocar metálico es un himno entonado a la energia 'fal trabajo por esos titanes victoriosos.

Yesos titanes son titanes buenos. Buenos y ale-gres. Su vigor es el vigor del guayacán de nuestra s

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26 EFE GOMEZ

selvas tórridas, que se aprieta y se retuerce en losnudosos troncos, y se expande y ríe y perfuma enlas ramas florecidas.

y están gozosos; una ráfaga de alegría sopla encada corazón: es que es sábado, sábado en la tarde,el trabajo va a terminarse, y alla arriba los esperanla luz, el aire puro, el jornal de la semana y las mu-chachas de ojos bellos. Ah, la visión del cielo abier-to, del éter luminoso, afiorado desde los fondos ne-gros de las minas!

y hablando están de sus amores, de su vida sen-cilla, feliz vida 1........

-La que sí que está bien linda '':S Adelaida.-Ahí sí hay, pues.-Más querida .-y este Lorenzo. ¿qué e~tá viendo?-Si por éi fuera!-Yo me hacía matar.-Ve que te tumban, hombre Lorenzo .

• -¿Que lo tumban? Más tumbao pa qué.

Lorenzo no contesta. Es un taciturno, un taciturnode ojos elocuentes, ojos que están diciendo a gritosque Ja procesión va por dentro. ¿Qué había de con-testar? No s;:¡be él jay! de sobra que Adelaida lodesdeña por Rivas, el tenienie Rivas que usa uni-formes flamantes, que lleva las manos cuajadas de

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LORENZO 21sortijas, que ha estado no se sabe en qué batalJa~, ycuentan de su valor proezas que n(J acaban I

¿y qué ha de hacer él, un pobre muchacho jorna-lero? ¿Qué otra cosa sino callalse y paladear en si-lencio su derrota?

Ah! buscarlo a solas, a ese ::enientilJo pisaverde,provocarle pie con pie, ¡Jecho con pecho, acero conacero Pero ¿y su madre? ¿y su padre cieg(. aquien una mina, al estallar, sacé> los ojos? ¿y su h,;r-mana viuda y llena rie hijos? Y Adelaida cree-piens;¡·-que yo soy un cobarde. Y ése .... cree otrotanto. y tar!,bién éstos Y s:mríe amargo a estasospecha torll'rante.

Lejano y ronça transmite la roca el estallido de ullamina.

-Eso fue en El Cuatro.- Fue por aquel otro lado, por El Cinco.Oyóse otra detonación aún más cercana.- Todos hacen estallar sus minas y se van, y n(,s-

otros aqui esperando.-y sin modo.-Qué tal si no se le antoja al patrón bajar esta

tarde.-y lo advirtió varias veces. Que cuidado con i: a

prender sin que él bajara.-¡Oigan!-Las gruas del ascensor comienzan a vibrar.

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2¡:; EFE GOMEZ

- Allá vienen.-Por fin.La vibración de las grúas es ya sacudimiento. Se

oye descender la plataforma con ruido de trueno le-jano.

-A cargar.-Vámonos con este viajan!-Upa, pues, ole!y alegres van ensartando las cápsulas de fulminante

en las extremidades de las mechas, preparando loscartuchos de dinamitA, introduciéndolos en los agu-jeros de los taladros.

La plataforma se detiene, la cancela se abre y dapaso a1 Patrón, y tras él, en el talón de la alta botaH: !uciente, el espolín inane, ridículo remedo restifor-me de los apéndices sonoros Y pungentes que los al-tiros cabaJleros de otros tiempo~ ganaban batallando,para hacer luégo restallar con insolencia en salonesde reyes, de nobles y burgueses; envuelto en ampliac<lpa crujiente y encauchada que defiende el uniformeaZ1I1y oro del fango de la mina; florete al flanco ychambergo empenachado, salta Rivas, el teniente Ri-vas, cuádrase en seguida, y el puño izquierdo en lacadera, cortés se inclina y tiende la mano a una damago¡'da, la cual baja pesadamente .

. - Gracias, Rivas.--¿De qué?

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LORENZO 29Torna Rivas a tender la ensortijada diestra. TocanJo

apenas la mano que le ofrece; ágil, esbelta, ingrávÏ!'a;el blanco pie desnudo; bajo la frente alta y divilalos ojos soberanos, en cuyo fondo bulle toda la luzde nuestro ciclo tórrido benáito, salta Adelaida. Y altocar li suelo el pie donoso, los charcos sobre Joscuales cae la luz ùe las bujias, ~on regueros de gO.lsirisadas.

A Lorenzo se le cae de las manos el cartucho <peprepara, y tiene que apoyarse, vacilante, contra 1; ;¡a

salida de la roca.

-¿No ve usted, mi teniente?-dice a Rivas cll'a-tr6n. ¿No ve? Ese es el fulminante. La mecha se lepone aquí asi. ¿No ve? Pero eso si, teniendo muchacuenta de no apretarla de a mucho contra el fondo,porque es muy fácil que de pronto ¡plum!

-¡MarnaI grita la seí'lora garda. Dejá eso, mariditopor Dios.

y volviéndose a Adelaida:-Ay, n¡fia. He quedado tan nerviosa, tánto, tánto.-Buena usted, sellora-dice Rivas, el teniente Ri-

vas, con sonrisa protectora-para asistir a un comba-te. Ese dia que les venia contandi', Jas div:sjonesque habían tratado de echar al enemigo de las trin-cheras que ocupaba, habían sido rechazadas, vuelta$trizas.

-Esto es una vergüenza-grita el General.-A ver,

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30 EFE GOMEZ

Bdallón Terrible, los valientes entre los valientes,desalójenme de ah! a esos patojos. Y cojo yo esa ban-dera y adelante, adelante. Sonaban las balas en lab?ndera como un aguacero en el techo de una tol-da; )'0, adelante, adelante.

-Figúrate, niña-dice a Adelaida la señora gor-d;¡-cómo estaría de precioso ese ángel.

y volviéndose a Rivas:--¿Pero no le daba miedo, niño, por Dios?-¿Miedo? Bah! Y se irguió y se levantó las guias

de los bigotes.-Esas mechas pónganlas largas, grita el patrón a

lo~ mineras. Y volviéndose a Rivas:-¿No ve? Hacemos encender las mechas, salta-

mos al ascensor, damos la señal para que nos su-bl\ll, y como las mechas dan tiempo suficiente, nosapeamos en la salida de la galeria de El Siete alPow, que está a unos cuarenta metros de altura,dejamos seguir el ascensor solo, y allí hien resguM-daditos asistimos a la detonación de las minas. Esmuy bonito, ¿no ve? En medio ;,1 fogonazo se ven

. saltar las rocas, trituradas; parece a la exrlosiólI quese viniera abajo todo el cerro y d ruido se va per-diendo en la red de socavones.

-Oh. soberbi0, magnífico,-exrlamÓ RivilS, el te-niente Rivas.-Ah, el olor de la pÓlvcra, el fragor de

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LORENZO JI

las descargas. Ese es mi su~fio. - Y vol déndose aAdelaida:

-Sólo tú, reina, eres capa7 de aprisionar en cárcelam(>rusa este corazón Olio, hecho para p<.lpitar sere-no entre el horror de las matanzas.

-Vamos, pu.:s, grita el patrón. ¡Al ascensor todoslDé usted, Rivas, la manoa las sl~ñora:;, mientras dis-pongo yo la encendida de las mechas. Vamos, Mos-coso, cada UIlO enciende dos rápidamente, a ver silogramos que revienten a lin ti'~llIp" todos los car-tu<:ho~. Vivo! Eso es. Muy bien. Ahora al ascensortodos. ¿Todos estáll ya? j Bien! Ahora la señal. Una,dos y tres cômpanéld3s. Ya la 1~~áqlJina empieza afuncionar arribi'!. Sub:l'l1()s, subamos. Af-ómense, se-ñoras, por los agujeros del fondo, y verán cómo ar-den abajo las doce mechas de las doce minas, co-mo doce chorritos de chispas. ¿Pero qué es esto .... ?

Por todos los rostros corre un relámpago de pé!-

Iidez mortal. El ascensor se ha detenido, luégo em-pieza a descender de nuevo lentamente, lentamente

ty se queda inmóvil casi en el punto de arranque, amen,s ce un metro del fondo.

-¿Qué ha sucedido?-gritJ d patrón tembrandode tcrr(lT}' Jgítando el cordón cie la campana de se-ftales hasta quedarse con la cuerda rota entre las ma-nos. ¿Qué es esto? Dios! ¿qué es esto?

D':s~llcajados los rostros, los ojos saliendo de las

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órbitas se miran unos a otros, silenciosos. anhelan-tes.

¿Qué va a suceder allí? Doce minas. todas ellascon cartuchos dobles, van a estallar bajo sus piesdentro de pocos segundos, y esas nueve personascogidas en medía, levantadas en alto, estlelladas con-tra las paredes ael pJZO, trituradas, serán prontomanchones de sangre en las salientes de las rocas,restos sin nombre revueltos en el fango. Y las docemechas, como doce antorchas fúnehres, siguen ar-diendo. y la luz roja de su siniestro chisporroteo noalcanza a colorear la palidez agónica de esos rostrosdesolados.

Ya nadie piensa en nadie. El terror con sacudi-da de rayo ha derrumbado las individualidades, Y deellas sólo queda el instinto primitivo, el automatismoinconsciente. Unos intentan trepar por las paredesdel pozo, Y después de lucha inútil, las manos des-garradas, tornan a caer inertes. Rivas ha pretendidosubir cable arriba, pero otros se han arrojado a su-bir con él; el racimo humano ha crecido, crecido, ycreciendo a su gran pesadumbre ha tornado a caersobre la plataforma del ascensor, en donde se luchaa puñetazo limpio, a dentelladas Y a denuestos porsubir primero.

¿Pero qué suceso inaudito, qué de insólito acaecede repente que ha logrado orielltar en una sola di-

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rección todas las miradas dementes de ese grupo enlo-quecido, cambiando los gestos del terror en anhelosde esperanza?

Es que audaz, sereno, hermoso, ha saltado Loren-la al fondo del pozo, y con mano firme y rápidaarranca una rlecha chisporroteante de su agujero deroca; luégo de la mecha arranca el1ulminante. Lué-go arranca otra .... y otra. Un fulminante se resiste:lo arranca con los dientes sin temor a que le esta-lle entre la boca. Angustiosa expectación distiendelos semblantes. ¿Acabará a tiempo? ¿Arrancará to-das las mechas antes que el fuego llegue a algunode los fulminantes? Una sola mina, estallando, po-dría hacerlos dcsflagrar todos y tomar estéril tántoheroísmo. Y es tal el estupor, tal el asombro, tal elaplanamiento de todos estos seres, que nadie se ade-lanta a ayudarle, que a ninguno se le ocurre que po-dría hacer otro tanto, colaborar con Lorenzo y salvar-se salvándolos a todos.

Ya sólo arden dos mechas, y arden alto en una cor-nisa de la roca. Vuela allá Lorenzo. Nadie respira. Niun solo corazón late. Las fracciones de segundo soneternidades. IHorror, al ir a trepar, resbala y cae! Ungrito, grito informe, no oído, grito de animalidad enpánico, salido de las profundidades de lo inconscien-te, grito ronco, de protesta, de desamparo, de impo-tencia, se escapa de todas las gargantas.

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Luégo, un segundo de horror que fueron siglos, yen seguida germinante, jubiloso, inmenso, reborbo-liante, surge otro grito de alegria. Lorenzo ha logra-do apagar la última mina.

Después todo queda a oscuras.A oscuras y en silencio.

* .•..•.¿Qué pasa en cada uno de esos seres al ir tornan-

do a cada una de sus psiquis disociadas por el te-rror las series de sensaciones conscientes que inte-gra normalmente el monstruo humano? ¿Qué mundosde sentimientos, acordes con los personales caracte-res, irán naciendo. creciendo, tornándose despóticos?

Sentimientos de alegría, de agradecimiento, de odio,de vergUenza, de escondida envidia. En tanto, el si-lencio continúa, nadie osa interrumpirlo .

.•..•.*¿Por qué solloza dulcemente?¿Qué es eso extraño que en el alma de Adelaida se

alza en oleadas de piedad, de ternura infinita, que laenerva dulcemente y humecede con las lágrimas susajas? j Ah! es Que su sér severamente sacudido, hasedespojado de caducos follajes pasajeros, quedandoa solas con la osatura misma de su sér más íntimo,con urdimbre irredllctible de la raza, tejida hilo a hi-Jo pOT las encallecidas manos de rústicos abuelos ve-

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nerables. Es el retorno a los atávicos quereres; al prís-tino soñar de adolescente; a la cabaña alzada en laladera; al huerto oloroso a mejorar.a que él cavó consus manos surco a surco y ella amaba 'f nombrabamata a mata.

¿Cómo ella pudo Icruel! volver la espalda a ese ni-do que él como el gorrión mullera con el plumón mássuave de su pecho? ¿No sabía que allá la esperabahora tras hora, mientras corría ella tras un amor queno era el de su alma, amor de tr3pOs, de galones, deademanes, mientras que él, tan leal, tan constante,tan impaciente, tan heroico .....

Una mano busca las suyas en las sombras: Si: esél. Es su mano, son sus manos que el trabajo endure-ció. j Manos queridas!

-¡Lorenzo!- ¡Adelaida!y los brazos se aferraron en los cuellos.Tal los dos ramales de una misma corriente crista-

lina que árido islote erguido en su cauce dividiera, tor-nan a uni; sus liquidas cristales para correr ya, y pa-ra sicmprt~, unidos.

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Muchacha camperaP o r

Luis Tablanca

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Muchacha campera

A L empezar Octubre se inicia en esta brava tierraècl trópico la estación de las lluvias. Agosto y

Septiembre son tiempo claro y seco en que no se vecruzar por el ancho ciclo el leve vellón de una !lube;pero el azul pierde entonces su pureza y profundidad;parece flotar en el aire un polvillo rojizo que seme-ja el lejano resplandor de un incendio. La tierra seretuesta, la vegetación decae y se man~hita, los regatosse merman y mueren. Es el tiempo en que los pastoresde las ardientes llanuras emigran con sus ganados yvéln a buscar en las playas abandonadas por losrios un roca dé Yt:rb;¡ y de frescura. Un día, ya aprincipios de Octubre, cuando el caJur es más sofo-cante, una nube se presenta pûr encima de las mon-tafias, crece, se pone oscura; otra nube igual de ne-gra y pesada surge por el mismo camino y avanzamoviendo el ruido de cien carros de guerra. Las dos

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40 LUIS TABLANCA

nubes se encuentran, se funden y de su seno miste-rioso brota de repente un resplandor cárdeno y el zig-zag de un rayo baja a herir el árbol más empinadode la selva; óyese retumbar el trueno con tal apara-to como sí se desquiciara el orbe. Oruesas gotas caenrayando oblicua mente el aire sonoro, chasqueando alchocar sobre la tierra sedienta. Y llueve, llueve un diatras otro, sin cesar, como si volvieran los cuarentadías del diluvio .

Es en esta época cuando en el extremo Norte deSantander el café empieza a madurar y el agricultortiene quc redoblar sus afanes para atender a la re-colección del precioso grano. De los pueblos sale en-tonces mucha gente pobre que desea ganar unos jor-nales, comer hasta la hartura y pasar una temporadaalegre en los cafetales; n,) quedan en las casas coci-neras ni sirvientes, ni en las calles mozos de cordelni desocupados de alpargatas, todos se van en grue-sa romería a contratarse de braceros en las hacien-das; mozos y viejos, hombres y mujeres encuentranen estos días productiva ocupación. Todos son aptos;las ramas desmayan y hay que aliviarias antes de queel grano se caiga y se pierda. Cuanto peón se pr<,sentaes admitido al momento, sin averiguar quién es ni dedónde viene, y :lsí resultan agrupados por unas sema-nas los más heterogéneos y raros personajes de la po-bretería de campos y lugares.

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..'\-1U C II A C H A C A At P E R A 41

* * *Ño juan Cuevas tenía un cafetal. Lo había sem-

brado él en su mocedad con sus propias manos y noera extenso ni muy bueno, pero cuando la cosechadecía a madurar, lo menos que tenra que poner eranveinte peones a hacer la recolección. El producto ledaba, ayudado con otras casillas que un buen agri-cultor siempre sabe obtener de la tierra incansable.para vivir en una que a él le parecía regalada hol-gura y aun para guardar sus ahorrillos. Por toda fa-milia tenía una hija que trabajaba sin cansarse, puescocinaba, hacía la colada, servía la comida, remen-daba la ropa y, en fin, criaba unas gallinas que noeran las de los huevos de oro, pero sí las del hue-vo diario, que es cuanto una ama de casa puededesear para orgullo de su corral. Esta muchacha sellamaba Vi<:enta, andaba en la temprana mocedad ytodo el que la veía junto a su padre se quedaba ad-mirado de que de tronco tan feo hubiera podido bro~tar una flor tan bonita. El era un indiazo de colarde tabaco, con mucho pelo cerdoso rebelde a las ca-nas, bajito y patizambo; y ella, aunque morenita co-mo una gitana, era fina y vivarach'l y t~Il¡J el cuer-po espigado; él tenía los ojos pequcÜús e inexpre-sivas, y ella, bajo las cejas, dos soles negros entreuna selva de rizadas pestañas. En lo que no diferíannada era en la dentadura, en ambos fuerte, blanca,.pareja y bien puesta.

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42 LUIS TABLANCA

Los domingos bajaban al pueblo a oír misa y ha-cer compras. En cuanto habían andado un poco poraquellas cuestas casi verticales y el viento les dabaen el rostro y el sol empezaba a picar, era de vercómo se le encendían las mejillas a la muchacha.Se echaba el pafíol6n sobre la cabeza, cruzaba laspuntas sobre el pecho y encima colocaba la manopara sujetarlas, una mano tendida sin coqueteria, mo-ren:l, hoyuelada, recargada de viejas sortijas. Ño JuanlIcvaba su ruana nuev'l de patio azul, su sombrerode jipijapa de alta copa de un blanco de crema, obradel tiempo que lo iba dorando, y unas alpargatascon capelladas de lana de color que parecian hechascon las alas de una guacamaya. Al andar la hija ibaun poco adelante y el padre la seguía, abríanles pa-so los mozos, lIovíanle a ella piropos y miradas in-cendiarias y la muy honesta, como si fuera sorda yciega, ni siquiera sonreía.

ol< * *Entre los peones que en aquel mes de octubre lle-

vó a su finca el viejo Cuevas figuró un mozo naci-do en la aldehuela de Búrbura, pero que se dedahijo de Oca fía, siguiendo la inveterada costumbre quemuchos tienen de negar la cuna humilde y buscarotra que a su parecer los honre y enaltezca, como síno fuera. cada uno hijo de sus obras. Era el tal mo-zo un poco rubio, tcní~ ojos melad,ls, bigotillo co-

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MUCHACHA CAMPERA 43mo seda castalia y un aire de gallo fino de los queno pueden ver una hembra sin arras1rarle el ala. Elpapá Cuevas no era hombre muy amigo de conver-sación, pero el mozo le inspiró curiosidad y le retu-vo un buen rato en el corredor haciéndole pregun-tas. Como era natural, empezó por el lado de la po-lítica, que es la obsesión de esté!S buenas gentes.

-No me diga usté na-contestÓ el muchacho,-que en mi família todos hemos sío liberales hasta Jashuesos, y deje listé que venga una guerra pa que mevea. Cuando la revolución pasá, yo no había nacía,pero mi papá tomó las armas y hilO raya; fue el úl-timo en entregase, yeso porque ya habían firmao lapaz y no había remedio. Mi agnela tamién fue guerri-llero .... Yo, si se llegara la hora, lo haria mejor queellos porque conozco la milicia; el año pasao paguémi servicio obligatorio ~n Pamplona. Cuando quieraJe muestro la libreta, que esa va conmigo. Soy buentirador y aprecio las distancias mejor que ninguno ....Ahi lo dice la libreta.

-¿y en el trabajo?-En el trabajo soy una fiera, no conozco la pere-

za, va usté a velo. Y tengo la ventaja de que sé deto un poco; S0Y a1bafiiJ, soy carpintero, agricultor yherrero; en el oficio que se necesite no S0Y m;mique-brao. Yo digo que el hombre ha de saber de to.

-¿Y de onde salis ahora?

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44 LU/S TABLANCA

-Vengo e Gamarra. Pero nil me amañé en ese puertoa pesar de que se gana la plata. Me pegaron las fie-bres y dije, na, yo me voy a b:Jscar tierra fría, y me

vin~.-Hicites bien. Aquí te reponés ligero, y te ganás

tus reales. Conmigo to el mundo se amaña, doy bue-na ración y buen trato. Lo único malo que ahora te-nemos es el tiempo, qu~ es pura agua. Vê qué cor-tina de nubes. Oi que tronamentéil

Esto era el domingo por la tarde y aún tenia elmozo al cuello el pafiuelito rosado con que se enga-lanaba. El viejo Cuevas dijo:

-Antes que siga lloviendo voy a ver si acabo mi

oficio.y se retiró a sus quehaceres, que consistían por

las tardes en darles un pienso a las vacas Y encerrarlos terneros. El viento pasaba a gran velocid Id Y lle-vaba en sus alas girones de neblina y gotas de llu-via. Sonaba en la hondonada el torrente aumentadopor el invierno Y las lomas que formaban el paisajetenían todos los tonoS del verde.

Pasada más de media hora, cuando ya la luz dela tarde empezaba a declinar Y ponerse triste, salióel vieio del cobertizo de palma donde tenía sus ani-males y vio que el mozo, cuyo nombre era Elías Ca-fias, estaba conversando largo y tendiJo con la des-del\osa Vicenta. No le gustó al "iejo el palique, pues

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MUCHACHA CAMPERA 45no estaba acostumbrado a ver a su hija en charlas conlos peones, porque la muchacha, aunque campesinay sin pulimento, era mujer digna, que por instintosabía guardar su decoro de terrat(niente, y si se quie-re, de señora. Quiso air de qué trataban, y haciéndo-se el que no habia notado nada, dio la vuelta en tor-no de la casa y entró mañosamente por la puertatrasera, andando de modo que la~ alpargatas endu-recid?s por el barro no hiciesen ruido alguno.

-Créame-decíale Elías a Vicenta-que apenas lavi a usté sentí una corazaná que en los años que lle-vo recorriendo el mundo no me había causao nin-guna otra mujer. Es que pa cada hombre que nacehay una mujer áestiná, y puede uno andar tierras ytierras y por mucho que esa mujer se le esconda alfir. topa con ella, sea pa su buena suerte, sea pa sudesgracia. Apuesto a que usté cuando me vio llegara su casa sintió tamién alguna cosa extraña .... _ Ycomo Vicenta negara moviendo la cabeza, el mozo ar-~üía :-No lo nitgue usté, que los ojos son el espejodel alma, y en sus ojos, en el modo como me mira-ron, yo lo conocí al rompe .... Yo no pretendo que us-té vaya a decirme ahora mismo que me quiere, peroJo cierto es que usté y yo no nacimos pa senos in-diferentes. El corazón me lo está diciendo. Usté tie-ne que casase algún dia. Su papá ya tiene sus años.de pronto se le muere, no 10 permita Dios, y se que-

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46 LUIS TABLANC.4

da usté solita en el mundo .... Tiene que casase, ysi con alguno tiene que hacer la pareja, ¿por qu.éno ha de ser conmigo?, que apenas la vi me que1é tanenamorao que si usté se negara a quereme .... iquiénsabe qué haría yo!....

Aqui llegaba el ladino mozo cuando al aproximar-se le vino al viejo una tos que lo denunció antcs deQue pudiera oír una sola 'palabra, y Elías continuó ha-blando de otras cosas para despistarlo.

-j Figúrese qué haría yo L... Tener paciencia y C;J-

)lame la boca. Nos sacaron a campaña y pasamosunos días en CÚcuta, que es una ciudá mllY adelan-tá y muy bonita, pero con un clima muy caliente. Lascalles son anchas, con árboles .... iQué ;¡llllaCenes!

-En las calles de Cúcuta-intervino Ño Juan acer-cándose,-mataron al hijn e mi compadre MamertoArias en la guerra pasá. Era un muchacho e muchaesperanza ....

* * *Tenía la casa por dormitorio una pieza 110 muy

ancha, de paredes desniveladas y techo bajo, por cu-yo maderamen corrían de noche las cucarachas yotras alimafias. Las dos camas del viejo Cuevas y deVícellta, esteras y trapos sobre crugíentes cafiizos,estaban colocadas en los dos extremos, y eran duras.penitenciales si que quiere, pero en ellas dormíanmejor que sobre plumas. Padre e hija conversaban

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MUCHACHA CAMPERA 47sentaùos cada uno en la ,suya, r<:zaban a dúo, apa-gaban la lamparilla de aceite y, ya en las tinieblaspara guardar el pudor, procedían a desnudarse.

El viejo Juan tellía a la cabecera de su cam;¡ unamal labrada arqueta de nogal d:mdc guardaba laseconomíôs, la botella de aguardiente alcanforado, laruana de paño azul y las fincas d~ Vicenta, amén deotras COSéiS de gran aprecio. Las fincas eran pande-retas cnn perendengues, zarcillos de filigrana, seis uocho sortijas con 'piedras muy llamativas y un collar~e los llamados de cola de pato, heredados en parte)' en parte adquiridos por compra, joyas que la mu-dacha se ponía cuando bajaba a la parroquia yesosi se trataba de fiesta de la Virgen del Carmen oSenana Santa.

Lis economias consistian ell algunos soles perua-nc·s, un m~dio candor como un huevo frilo, algo demontda menuda y un buen atado de billetes aplélll-chadios y enmohecidos, todo ello fruto de muchasprivaconcs y mucho esfuerzos. Algunos días, ño Juanestaba de felicísimo humor y volcaba el tesoro sooreuna Cuüja para recontarlo, y Vicenra Con el dorso de~ada malO en una cadera, presenciaba sonrcída, ilu-minada c.:: placer. Era «su herencia.~, cosa sagradaque había que celar y defender.

Aquella 10che 110 Juan hizo a su hija esta pre-gunta intenoesti va:

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48 LUIS TABLANCA

-¿De qué te estaba hablando esta tarde ese mu-chacho?

-¿Cual de ellos, papá, Elías Cafias?-¡Ah! ¿Ya le sabés el nombre?-Yo sé el nombre de to los piones, papá.-¿De qué te hablaba, pregunto.-Pues .... de las tierras que ha conocía. Me habló

e Plamplona, me habló e Cúcuta. del servicio mili-tar ....

Al viejo se le ocurrió una reflexión y olvidó eltema:

-Ahora hacen el sorteo y se llevan los mucha-chos. Antes lo cojian a uno por la juerza .... Cuanrodecían a coger gente no se podia bajar a la pan"J-quia.

Rezaron, apagaron, se metieron bajo las coblasy pasado buen rato sonó de nuevo la voz del vejo:

-¿Estás espierta, Vicenta?-Si, papá; poco sueño tengo esta noche.-¡Qué suefio vas a tener, criatura e Dios, si te

están dando gUeltas entre la cabeza las emb:leque-rias de ese embustero! Yo nunca he sio horrOre queme dejo engañar. Veo y comprendo to lo qJe pasa.Se declaró enamorao Y le estás creyendo. Maflanamismo le digo que se vaya. Pa un avcnttrero queanda de campo en campo jornaliando ni~ún partíopodia ser mejor que vos, hija única, criá en tu casa

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MUCHACHA CAMPERA 49con honradez, con posesión de campo que tarde otemprano pasará a tus manos y con esto que taaquí guardao pa que lo cojás cuando yo me mue-ra-y dio con los nudillos en la arqueta que guar-daba a la cabecera de su cama.-Pa eso te he criaocon tánta estimación-continuó diciendo-y pa esome he matao trabajando, pa que venga de la nochea la mafiafia don Elías Cañas y con sólo verte sien-ta una corazoná y se crea ya dueño del santo y lalimosna. j Qué cosa tan fácil y tan güena si no tu-viera yo aquí pa impediria!....

Habló largo rato con voz apagada como si temie-ra que afuera del ventanuco pudiera haber un extra-ño que lo escuchara. Vicenta, hecha un ovillo bajo lassábanas, no se atrevió a replicarle una sola palabra.y cuando a fuerza de hablar el viejo se sintió des-ahogado, se reclinó de nuevo, y ya bien mediada lafloche. ambos se durmieron.

* •. *En aquella región el beneficio del café se hace de

un modo muy rudimentario. Los peones agarran lasramas y cerrando la mano arrastran al cesto que lle-van atado a la cintura todo el fruto que alii se en-cuentra, verde o maduro, muchas veces hasta con lashojas. Lo llevan a los patios de secar y lo viertenformando surcos, pero entonces las lluvias son ince-santes, a los pocos días entra en maceración y así

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50 LUIS TABLANCA

dura, dai'lándose, hasta que el buen tiempo que traediciembre acaba por secaria, y se puede \levar a lospilones.

Llovió en aquel mes de Octubre más que otras ve-ces, y los peones, calados hasta los huesos, teníanque suspender el trabajo por medios dios enteros pa-ra venir a la casa en busca de ropa seca para mu-darse. Y sucedió que un día Elías Cañas, en vez demeterse al cobertizo donde los trabajadores teníansu dormitorio y guardaban sus maletas y hatillos, co-mo lo hicieron sus compañeros, se quedó acurrucadoal resl:{uardo del alero, con las ropas pegadas a lacarne y temblando de frio como un perro.

-Le va a hacer daño el estarse mojado, Elías.Cámbiese como lo están haciendo los demás, que yahoy, según está el cielo de nublao, no habrá más tra-bajo.-Era Vicenta quien se cuidaba del pobre peóny el tono de su voz tenia una dulzura maternal.

Elías, mirándola con ojos febriles y voraces le con-testó:

-No lo crea, niña, que el que ha hecho campaña co-mo soldado raso puede pasase la vida entre un po-zo sin que le suceda na. El hombre se acostumbra atoas estas cosas.- y sonreía y hacía esfuerzos visi-bles por aparentar que estaba muy bien. aunque losmúsculos no le obedecían y le temblaban como azo-gados.

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MUCHACHA CAMPERA 51

La muchacha comprendió la verdad y le preguntómuy bajo:

-¿Es que no tiene ropa seca?-Es que no tengo más que la que cargo encima,

la verdá sea dicha; que de ser pobre nadie tiene porqué avergonzase.

-Elltoncf.s espéreme un momento.Se fue corriendo y volvió a poco roja de felicidad

trayendo prendas lavadas y muy remendadas d~ noJuan, que le ofreció apresuradamente, inclinándose pa-ra entregarIas, llena de emoción.

-Corra y se rlone esta ropita e mi papá, que es-tá limpia y seca, y se está allá entro pa que nadielo note. Corri:!, que esa humedá le puede hacer daf\o.

Sentía en lo más hondo la satisfacción que produ-cen las buenas acciones y huhiera querido comnnicara todC's el íntimo regocijo que la enajenaba. Al en-contrarse con el papá en la sala y recibir de Jlenola mirada escudrifladora que el viejo Je dirigió, sepuso de una palidez mortal y bajó los ojos aterrada.Le parecia que el astuto campesino se habia impues-to de la obra de caridad que había realizado a sucosta y qU(o iba a regañarla. Pero sus únicas pala-hras nada tuviero.1 de terribles:

-¿Qué te pasa, muchacha, que te has quedao co-mo un dijullto?

-Nada, papá ....-y cobrando ánimos se acercó y

;í~:;=:) D.~ L., ::-~:'r)3L1CA

c./\ '~'J~, r i :\(~ .:'.._('~' ("'\~.rEste Libro fue Editado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia

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52 L U I S TAB L A N C A.

le rodeó el cuello con los brazos.-j Qué tiempo máslluvioso el que tenemos! Esa pobre gente de tántomojase se va a enfermar.

_y el pobre Juan Cuevas, pagándoles el jornal ydándoles de comer sin que trabajen, va a salir per-diendo este afio.

-¿Hay todavia mucho café en las matas?-Más de la mitá.-Entonces no va a caber en los patios. iQué bue-

na cosecha!-Con tal que rinda, onde secalo no ha de faltar .

• • *El jueves llamó el vIeJo a un peón conocido que

ya le había acompafiado en otras cogidas de café yle dijo como el que ha pensado mucho una cosa:

-Tengo que bajar mañana CI la parroquia a trerplata pa hacer los pagos y como me llevo a Vice n-ta voy a nombrarlo a usté de mayordomo por undia. Pero vea que me cuida el campo como cosa pro-pia, sin dejame sola la casa ni permitir que los pio-nes se ganen el jornal de balde.

Vicenta se quedó admirada. ¿Dejar el campo enpoder de unos extraños? ¿Cómo se le ocurría a supapá, que era la cordura en persona, tan extraordi-nario disparate? y el viejo le explicó al oído:

-Otras veces te dejaba cuidando y yo me ibatranquilo, porque entonces no corrias peligro ningu-

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M UChA CHA CA MP£RA 53

no. Pero ahora se nos ha entrao el enemigo malo enla casa, y no es güeno dejate sola.

Vicenta bajó la caheza avergonzada y enrojeció co-mo una amapola.

-Yo sé cuidame, no crea ....-murmuró.-y yo sé que lo mejor es evitar las tentaciones.Al amanecer iban los dos cuesta abajo. El camino

estrecho caracoleaba entre los matorrales húmedos derocío y al rozar las ramas caían gotas y volaban lospájaros. El aire trío tenía aroma de flores silvestresy rumores indefinibles. Salió el sol y doró las cimaslejanas.

No Juan hacia observaciones mientras andaba:-Aá veo a mi compadre Lucas en el patio e su

casa. iPobre hombre! este afio se le ha vanao toa lacosecha.

-Está muy malo el camino. Apenitas asiente lainverná tenemos que salir a darle unos barrazos.

-Vé qué hoquete tiene esta cerca; esta es la vacabarrosa la de estas gracias. iAnimal que es un de-monio!

Antes de las ocho, cuando las campanas llamabana misa, vieron destacarse contra el fondo verde delmonte los tejados del pueblo. Ese pueblo es el Car-men, en la provincia de Ocafta, lugar menudo y co-queta como un búcaro de flores. Iban a entrar a élpor la Cuesta del Hoyito, a esas horas desierta. Y

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54 LUIS TABLANCA

antes de suhirla el viejo esperó sentado en una piedramientras la muchacha le dedicaba unos momentos al'll tocado. Ella no era más que una pobre muchachacampera, pero era mujer y por lo tanto albergaba ensu corazón el no élprendido sentimiento de la coque-tería. Además, como no había visto ningún otro po-blado de más importancia, el Carmen era para ellatodo lo que puede haber en el mundo de grande, debonito, de codiciable. Sentóse, pues, a la orilla de laQuebradita, arroyo parlachín que baja rompiendo suscristales entre redondas piedras, y se lavó los piespára ponerse unas babuchas de pana nuevas que parael caso traía en un pañuelo. Se pasó la mano húmedapor el rostro y lo limpió del sudor de la caminada;se soltó el traje que tenía alzado en la cintura parano ensuciarle el ruedo; se alisó la cabeza con la pei-neta y vio si la trenza no se le había destejido. Polvosno se los había puesto nunca. El pafiolón lo habíatraído doblado sobre el brazo y ahora se lo puso,sujetándolo en el pecho con la mano regordcta y mo-rena.

Comerciantes italianos y turcos salían a las puertasde sus tiendas con aire de seducción:

-j Hola, ño Juan, venga acá, no se pase de largo!En las vidrieras del mostrador había mil chucherías

que embelesaban a la muchacha: peinetas con piedras,pañuelitos con versos, frasquitos de perfume, sortiias

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MUCHACHA CAMPERA 55

brillantes, alfileres de «no me olvides". Mientras ellareparaba ya el papá había cerrado el negocio, ya leestaban contando una pila de billetes que eran el pre-cio leonino de no se sabe cuántas árrobas de caféQue se había comprometido a entregar dentro de dosmeses, en Enero próximo. Para celebrar el trato lesobsequiaron a c<lda uno medio vaso de vino.

Entraron a air misa y dieron al p::¡j re una buenalimosna para las obras de la iglesia. AlmdrzarclO unplato de san cocho con arepas calientes en una casa dela Calle Atrás. Compraron sal, carne, jabón Y alpunto de medio día, antes que empezara el agua queanunciaban las nubes negras, la emprendieron de re-greso cuesta arriba.

La muchacha había comprado un frasquitO de aguade kélnanga y dejaba al andar una estela de intensoperfume. Pero más perfumado llevaba el corazón porel aroma de las ilusiones .

* * *El sábado en Já tarde hllbo arreglo de cuentas )'

pago de jornales. Los peones se acercaban uno trasotro, cont¡.¡ban con los dedos los días trabajados, re-cibían lo que les correspnndía y amarrándclc l:[J unapunta del pélñuelo se iban a un lado a recontar y ha-cer reclificaciones. E! que liquidaba los nlores sinsaber un punto de aritmética, pero sin equivocarse,era ño Jllan; la que entregaba el dinero la propia

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56 LUIS TABLANCA

Vicenta, tomándolo de un paño que mantenia sobrela falda. Al acercarse Elías Cañas, que vino a ser elúltimo, el viejo le dijo en voz baja:

y como ya esto está pa acabarse, porque ya elcafetal está como barría, desde mañana no te doy mástrabajo.

-Está bien-dijo el mozo. y después de un largosilencio levantó los ojos temiendo encontrar clavadosen los suyos los de todos sus compañeros. Al cabode un rato se atrevió a replicar:

_ ¿Pero es pa mi solamente que el trabajo seacaba? Porque son más de veinte los piones que hayen la finca y a ningún otro lo ha retirao. Trabajarhe trabajao como el mejor, la plata me la he ganaohonradamente.

El seno de Vicenta palpitaba como el de una pa-loma prisionera, la garganta se le cerraba, las lágri-mas acudian a sus ojos y tenia que hacer grandesesfuerzos para evitar que resbalasen.

El mozO continuaba aprovechando la mudez de fiaJuan para exponer nuevos argumentos en su favor:

-Lo que es trabajo lo hay en toas partes y pa unhombn:. que sabe desempefialo lo mismo es aquí queallá; la plata del uno no vale más que la del otro.Pero esto de que le digan a uno, lárguese, es bochor-noso. Dirá el qut; lo v..:.despedir que por algo malolo botan y no faltará alguno que empiece a desacre-

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MUCHACHA CAMPERA 57ditalo. Es cierto que ya la cogía e café está pa aca-base, pero hay trabajo pa toa la semana entrante.Pues en la semana entrante podíamos ínos tos, ca cuálcon su honra.

El viejo creyó que había acabado y se levantó sincontestarle, tomó el patio con el dinero de m2nos deVicenta )' se fue a guardarlo, demostrando así queno eran sus entrañas fáciles de ablandar.

El mozo se acercó entonces a la l11uch¡.d¡J y le dijl)con voz turbadora:

-Me bota porque ha visto que la quiero a usté .- j Cállese!-Porque de seguro que ya le tiene destinao pa

marido alguno de los que tienen plata, sín ímportarleque a usté le guste o 110 ••••

-Cállese, por Dios, que lo oy~.-Usté lo que puede hacer es ise conmigo a la pa-

rroquia y allá nos casamos. Después de casaos nosperdolla y vol vemos.

-No crea; es terrible; lo que dice una vez lo sos-tiene siempre.

-Piénselo. Yo no me voy sin usté.Se separaron porque el viejo volvía del aposento.Vicenta lo siguió. Iba camino del lavadero, bajo los

altos higuerones que habían dejado caer las hojas so-bre el suelo encharcado. El chorro del manantial, au-mentado por las lluvias, caia con un ruido cristalino

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58 L U/S TA BLA NCA.

que en la soledad de la hora, en aquel crepúsculogris, tenía hipos y sollozos de mujer triste. Habíarapa blanca tendida sobre los pradizuelos de yerba-buena y las ranas ocultas entre los berros croabaninvitándose a 105 nocturnos misterios de su amor. Elviejo Cuevas y su hija apenas se veían como dossombras entre las opacidades de la noche que /le-gaba.

-¿Qué querés de mí que te has venía detrás?-preguntó el padre malhumorado.

Vicenta no vaciJó en suplicarle:-Debías dejalo aquí hasta que se aCilb.: la cogida.

Ha trabéljao honradamente .-No lo quiero aquí; te e~tá l:l1anlOraudo y vos no

has de ser pa ese pendqete. Por to estas campos haymuchos muchachos mnodos y hombres de bien pa queescojás marío cuando te dé la gana. Vete bien, repa-rate bien y recollocé que 50S una muchacha campera yno te conviene un desocupao de parroquia, l!eno demaJas mañas y de perdiciones. Los viejos tenemos mu-cha experiencia y sabemos lo que hacemos. En malahora vino aquí ese individo.

-Es que yo lo quiero, papá ....-Pues más pronto se va de aquí, si es que lo

querés. Santo que no es visto no eS adorao; 'Ille sevaya. Aquí el que manda soy yo.

Se entró bajo las matas de plátano y Vicenta re-

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II {j C If A C H A C A M P E R A 59gresó a la casa lentamente, llorando. Fue a la ced-na, cebó la lámpara de aceite y tomando del hogar unleño encendido sopló sobre la brasa hasta que brotóla llama y en ella la encendió. Al dirigirse a la salacreyó ver una sombra que salía èel aposento y se -2S-

curría rápidamente hacia el patio. Preguntó afanm;a:-¿Es Elías?-Yo que te andaba buscando.-Su voz temblaba ~;o-

bresaltada.-Mi papá no cede.-Cederá cuando nos casemos. Esta noche te espe-

ro. Lo dejás que se duerma, salis y nos vamos. Ma-ñana estamos casaos y entonces ;10 le queda más re-medio que perdonanos. Así pasa siempre .... ¿EStásresuelta?

-No me atrevo .... Se muere mi papá del disgus o.-No se muere na. Los viejos son chochos y Ill'

hay que haceles caso. Esto lo hace to el mundo. V~omo es pa casanos ....

-No me atrevo, es una cosa muy grave .... lme de lacasa, como una mujer mala.

-Es que vamos derechitos a la iglesia. Yo no neacuesto esta noche; ahí sentao en una piedra me q ue-do esperándote.

-j Santo Dias L.-¿Estás resuelta?-Sí.

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60 LUIS TABLANCA

A poco entró ño Juan y se acurrucó en la cama afumar lentamente una pipa. La lamparilla poco alum-braba y sentada muy cerca Vicenta hacia Que remen-daba, pues más era lo Que se quedaba pensativa conlos ojos clavados en Jas puntadas que lo que la agu-ja se movia entre sus manos. Del coberti7o vecinollegaba el ruido de risas y voces de los peones.

-Como cogieron plata esta misma noche se la jue-gan al trique o al dao. Por eso cs que algunos notienen cuando poder comprar una muda e ropa.

Vicenta Kuardó silencio, alzó la obra y cortó elhilo con los dientes.

-¿Esos son mis calzones de o.anta reinosa?-Sí, papá.-Iguales le he visto tinos a mi compadre Manuel

González. Y ese hombre está rico; lo menos que co-ge este año son cuarenta cargas, conque si el pre-cio se sostiene, pa qué quiere más! Lo malo es quevive ten que ten con los hijos, que ninguno tienejuicio y lo que cogen lo gastan. Las muchachas síJe han salío muy güenecilas y, según he oído decir,la mayor se le casa muy bien casá.

Vicenta continuó en silencio, sin prestar atencióna lo Que el viejo decía.

-Otro que tamién está bien es mi cOlT:padre Araos.pero a ese Jas que le dan la mano son Jas vacas ....iQué hermosura de animales tiene! Una novilla que-

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MUCHACHA CAMPERA 6/

dé a comprale qu~ es un grano de oro, pa que kn-gás cuatro .... Hola, hija, ¿no me oís?

-No, yo no he sabío eso.-Estás preocupá y no sabés lo que te estoy ha-

blando. Tenés entre ceja y ceja al Elías y ni meois lo que te digo. Acostate y dormite, que el sueñoalivia to los males. Y dejate de boberías, que asíque se vaya, con dejar de velo lo olvidás y seacabó.

Vicenta trató de sonreír en silencio. Se levantómaquinalmente y llevó la lamparilla a una repisa quehabia cerca de su cama. Previno los fósforos y pre-guntó cnn voz casi sollozante:

-¿Rezamos de una vez?-Eso es, con eso se te van los malos pensamientos.

Fue a guardar la pipa sobre la arqueta y viendola llave en la cerradura preguntó admirado:

-¿Esto qué es? Seria capaz de jurar que estatardecita, después de los pagos, cerré bien y me echéla llave al bolsico .... y no, señor, la llave está aquíprendía. j Qué cabeza la que tengol Por fortuna estagente es muy honrá ....

Rezaron todas las devociones acuslUmlnadas y lué-go Vicenta sopló la débil lamparilla. En el silencioque siguió entonces hubieran podido oirse las acele-radas palpitaciones del corazón de la pobre mucha-cha, que no sabia qué partido tomar y luchaba en-

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62 LUIS TABLIINCA

tn: el deseo de marcharse con el hombre que le ha-bía enamorado y el sentimiento de dejar abandona-(~O al pobre viejù que hasta entonces había sido to-do su sér en el mundo. Y pensaba que el tiempoiba pasando, que Elías estaria afuera esperándola.¿:ria? Después de todo, la oposición de fio Juan noera más que un capricho injusto, pues ley naturalde la vida es que el hombre escoja mujer y la mu-jer su marido, y ¿quién mejor que el corazón paraelegir ese compañero de toda la existencia? Se des-lizó de la cama y aguzó el oído. El papá dormía ysu alentar acompasado se percibía en el aposento co-mo un leve rumor. Empujó la puerta y salió sin ha-cer ruido. Elías la esperaba.

-j Vamos !-dijo muy paso.__ jVamos!-murmuró ella.La noche era clara porque la luna corría tras de

las nubes; el camino se abria entre las ramas co-!T'.o un túnel misterioso. Sonaba la brisa entre el fo-llaje de los sauces Y los murciélagos revoloteabandando agudos chillidos. Los dos perros, Buenamigoy Vigilante, quisieron seguir a su duefía dando leví-simas voces que parecían el amélgo de un llanto den:fio, pero Vicenta los hizo retract'der con un ade-m;1l1. Y apurando el paso, miedosa de las sombrasy de los fantasmas que los árholes fingían a los la-dos del camino, se asió gimiendo a su raptor.

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.~lUCHACHA CAMPERA 6.1

-j Si nos sorprende nos Illata!-Cualldo él (jespierte, ya estaremos lejos.-¿Qué irá a ser de nosotros?-¿Qué va a ser? Lo que nosotros queremos que

sea. Y acercándole el rostro para besarla tuvo la des-vergüenza de confesarJe: -j Aquí traigo to lo que estuyo, tu plata! Con esta somos reyes en toas partes.

Vlcenta se desasiÓ del br;u:o de Elías y se llevólas manos a la cabeia:

-¿Te has robao la plata que estaba ell la arque-ta, eso era lo que estabas haciendo en el aposento?

-Robao no, es plata tuya y 1i:nés derecho a IIevár-tela. Puesto que te vas conmig:), te vas con lo quete pertlllece.

Ella, con UIl movimiento maquinal lo asió de Jasropas y le gritó transfigurándo~e:

-j Sos un ladrón, Elias!El amor se Je trocaba en odio. Ese sentimiento an-

cestral, transmitido de generaciÓn en generación, deVt¡" como cosa sagrada, intocable, el producto de lalator de toda una vida; ese fondo de secreta avari-cia que d'lerme en el corazón de todo campesino,que es el que mueve su mano al anudar en la pun-ta dl su pañuelo la moneda que Je representa mu-chos "lias de sol agachado sobre los surcos, desper-tó en 'a muchacha con inesperada fiereza; ya no eraell:l la raptada en una locura de pasión, eran las fin-

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64 LUIS TABLA'/I.¡CA

cas de oro, recuerdo de la madre muerta, eran lossoles peruanos y el medio condor, el tesoro contadoy acariciado tántas veces entre sonrisas y deslum-bramientos, el que aquel vagabundo se apropiaba.No lo permitiría.

-j Sos un ladrón descarao! ¡SOS un sinvergünza!iUn ladrón!

Le arrebató la mochila y' dío gritos llamando aBuenamigo y Vigilante, que se lanzaron convertidosen fieras. Vino tropel de peones alarmados al air losgritos y vino también ño Juan a medio envolver ensu bayeta colorada, blandiendo un terrible garrote.

-¿Qué es esto, hija?-Preguntó el viejo con gritoamenazante.-¿Por qué tas aqui? ¿Qué es lo que hapasao?

Atemorizado por los gritos que dio la muchacha yvencido por la tuerza con que le arrebató de entrelas manos el dinero, Elias había huido a campo tra-viesa perdiéndose entre las sombras de la noche. V~centa, sola en la mitld del camino, lloraba hundiel-do la cara en el brazo doblado. Por toda respuertaacertó a decír entre sollozos:

-No era más que un ladrón .... '-¿Quién?-Elías.-¿V qué se ha lIevao?-No se ha lIevao na, por fortuna. iAqui es:oy yo !

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Page 62: Cuentos - Efe Gomez

lfUCHACHA CAMPERA 65Nuestras fincas aqui las tengo. Me dio una fierá yse las quité de las manos ...• iLadrón, no era más queladron el tal Elías L..

* * *•••• j Pobre muchacha campera! Sólo perdió en esta

aventura la flor de su primera y única ilusión. Cuan-do tenga más afias se casará honradamente, pe-ro sin amor; tendrá muchos hijos, verá multiplicarsesus nietos, y será una de esas viejas austeras de mu-chas y largas enaguas almidonadas que bajan delcampo a olr misa los dias de fiesta y que pasan sos-teniendo el pafiolón sobre el pecho con una manomorena y nudosa, que ha trabaj:Jdo mucho, pero conlos dedos llenos de anticuadas sortijas ....

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R o q

P o r

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José Restrepo Jaramillo

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RoqueLOS CRISTOS

-No lloréis por mí-les elijoCristo--: llorad por vuestroshijos, que lIevan en los hom-bros el madero de la dda».

-El Libra de las Parábolas.

A. GUILLE"

A PENAS Roque llega a la esquina, ve a su ma-dre que desde la ventana llama al gato:

-Tito, venga. ¡Chivi, chivito! ¿No quiere la le-che, Tito?

Pero Tito es un gato mal educado, que desatien-de el amable ofrecimiento de la leche. Qué va a con-moveria, si en el tejado vecino hay una gata blan-quísima, con lujoso manto de sol, que provoca másque la leche y más que dona Luisa.

-Venga, Tito; venga!El animal se contrae un poco, arquea lentamente

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70 l. R E S T R E P O j.

el verdoso lomo y con infinita pereza e infinito des-dén mira a la sefiora cual si dijera: no me molestetánto con su lec'he, vieja necia.

La de la ventana comprende el gesto de definiti-va negación, y remascando gruesas palabras aban-dona su observatorio, con sonoro revuelo de blan-curas aplanchadas.

Entonces Roque adelanta un poco, llega hasta elsurtidor, coloca los libros sobre la trunca pirámidede cemento y comienza a lavar esas manchas de tin-ta que ennegrecen manos y ropas. Una S(lmbra rá-pida le oscurece el rabillo del ojo, vuelve el cuerpoy ve cómo Tito e~cala la rugosa tapia y de un sal-to cae sobre la bella durmiente. Esta se enrosca másaún, entreabre los ojos embotados y una ondulaciónagria recorre todo su cuerpo, como diciendo: aho-ra no.

Envidiando a la pareja está el muchacho, cuandoun vozarrón salta de la ventana:

-Roque, qué horas son estas? Dónde estabas?Hace ratísimo salieron de la escuela y aún no hasvenido a la casa! Qué hombre tan sinvergüenza!

-Era que estaba lavándome las manos, mamá.-Ligero, Iigerito! Te necesito para que le lleves

los huevos a doña Clotilde. Allá los estarán espe-rando para la comida.

Roque, aturdido, suspende la faena, coge los libros

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ROQUE 71

con las manos chorreantes y brinca hasta el zaguánde la casa.

-Pero, Dios mío, si vienes hecho una porquería!Qué indecencia! Este muchacho me va fi matar, Vir-gen Santisima!

-Eso fue Lucas el de don Alberto. Se limpió lapluma en mi saco.

-Ya vas a negar todo! Si: tú eres un modelo, unsanto; los dèmás son los dañinos. A ver:

La extremidad delantera del saco parece trapo decocina por lo sucio y húmedo; las manos están in-tocables; sobre la pasta del Astete negrea enormepulgar, cuajado al centro y esfumado en pareja tra-bazón de encaje hacia los lados: un verdadero dedode ogro, ficha antropométrica, honrosa ell cualquieroficina de investigación criminal.

D()ña Luisa. con mudo gesto de interrogación, cla-va sus ojos y su índice sobre la mancha delíctuosa.A tántas pregunt<;s cargadas de «yo acuso". el ato-londrado Roque apenas lo~ra contestar:

-Eso fue el maestro, mamá ....No necesita más la tempestad para desgajarse.

Truenos y rayos caen sobre los hombros débiles ylas espaldas arqueadas, crujen en las carnosidadesflácidas y van a clavarse en las orejas anchas y co-midas por la mugre. Un verdadero Sinaí sobre eldesmirriado cuerpo.

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Cuando dona Luisa vuelve con tres huevos en ca-da mano, el cordero pascual de aquella casa, hechouna lástima, aún sorbe dolor por boca y nariz. Y seoyen suspiros y se adivinan sobresaltos que ponenamargura en los retratos de los abuelos y en la ver-de ramazón que allá en el fondo de la huerta suenabajo la tibia caricia del sol de los venados.

Corazón de madre, alma de mujer, seda femenina:benditas seáis! Bendita doña Luisa, porque ahoratraes la compasión en tu pecho y el dios consueloen tus labios! Bendita, ahora que estás arrullandoal hijo atormentado!

-Roque, mijo querido: le duele mucho? Pobreci-to! No ve: para ljué es tan malo; por qué se dejaem'uciar el vestido y los libros; por qué acusa almaestro? Déjese yo le limpio esa cara.

y el delantal materno seca ojos, nariz y boca, yun beso todo amor refresca la cabeza revuelta, bajahasta el corazón y purifica y embellece las desga-rraduras de esa alma lacerada. Los antepasados son-ríen desde sus marcos enfermos de afias, y el solpone alegría loca y roja en la extremidad de cadahojuela.

-Bueno, mijo-continúa doña Luisa. Eso no fuenada. Ahora le lleva los huevos a doña Clotilde yvuelve para darle una comida bien sabrosa. Le voya dar dulce de brevas con quesito. IQué tan bueno·para usted! No es cierto?

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ROQUE 73Roque asiente con humilde cabeceo, guarda los

huevos en los bolsillos y sale tranquilo, grave, sa-boreando interiormente la dulzura de haber sido ab-suelto y remunerado con creces de aquel Sinai quetronó sobre su mísera humanidad. Desde la calle veal gato, que duerme hecho un ovillo junto a la gatablancr¡. Lo llama fuerte, imperativo:

-Tito, Tito: veni, vagamundo; vení vamos allevar estos huevos. Hupa, pues! Qué hubo?

y como el llamado no quiere ahora frágiles comi-siones, Se queda tan orondo y tan circular como an-tes. Será porque no está bueno ese calorcito del solponentino y de la gata sofiadora!

La desatención indigna a Roque. Se agacha, cogeuna piedra y zãsl El traquido repercute en la ve-cindad, la pareia de dormilones brinca aliado opuestoy una teja abre ancho boquete por donde se eSCL~rreun lampo saltarín. Detrás del muchacho, que vuelacalle arriba, zumban los improperios y denuestos delas vecinas alborotadas:

-Ah demonio de salteador éste!-y no haber un policía a tiellpo.- y no tener padres que lo reprl."lId?ll.-Ni maestros que Jo eduquen.-Bandido!-Quiebra-tejas!-Cain!!

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II

-Mi comida, mi comida!Roque viene con alas de hambre: tras él grita et

contra portón con estrépito de cadenas y campanilla.Al llegar al extremo del corredor, se encuentra conla atareada sirvienta; da una mediavuelta rápida yluego brinca hacia atrás. Entonces se oye un gritode Luisín, el hermanito menor:

-Corra, mamá; los tumbó, sí, los tumbó.y cuando doña Luisa llega, Roque se halla senta-

do junto a la pared, examinándose con dolor el pieherido por un clavo de la matera. Frente a él hayun reguero de sangre: claveles y goterones del de-do desgarrado, todo es lago de escarlata que los pre-sentes miran atónitos. Los ojos de doí'ia Luisa espe-jean como cristal pin;:hado por el sol, y van del ma-zo rojo al enrojecido pie.

-Rosa-dice pausada, conteniendo algo borrasco-so-: componga esos clavelitos; écheles más tierra ycúñelos ligero, a ver si no se secan. Amárrele untrapo en la pata a ese vagamundo .... Vamos, que seenfría la comida.

Al comedor se aparece poco después el desdicha-do Roque. Llega cojeando, lacrimoso, malhumorado.Se sienta distraído. Ahora piensa: ¿por qué sólo amí me ensucian el catecismo; por qué se q:.Jebraría~esa teja; cómo tumbé tan fácilmente la matera?-Va-

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ROQUE 75Hente desgracia !-susurra interiormente. No vuelvo ajugar con ese sinvergüenza de Lucas, ni vuelvo a tirar-le piedras a Tito, ni nada. Y ahora, por la pica, novoy a comer, no quiero comer; no, no!

-Qué hubo: no quiere la comida?-Ie preguntasu madre.

-Si, mamá; ya voy. Era que me estaba doliendomucho este dedo.

En el silencio religioso disuenan los chasquidosagudos de Luisin y de Roque. Este hace de prontoun gesto de asco, gruñe sordo vocablo y escupe elgrueso bocado. Luégo, entre hipidos y sol/azos:

-Valiente porqueria! Esos trisoles tenian una aJade cucaracha. Gas!

-Miren este malcriado cómo bota la comida demi Dios-apunta don Roberto, jefe del hogar y per-sona de lujo en el pueblo.

-Es que tenia una cosa muy maluca.-Mentiras!- Yo la vi.-No me contradigas!-Bueno, papá.

-Habráse visto! Para esto se desvela uno por loshijos, para esto los cria y los educa; para que des-pués vengan a ofender a mi Dios, a botar la comi-da ganada con el sudor de la frente. cCria cuervosy te sacarán los ojos».

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ï/i J. R E S T R E P O I.

Doña Luisa, Luisin y la sirvienta, que acaha deentrar, clavan en Roque sus mirad"s mudamente acu-sadaras.

--Ave Maria, hijo l-parece decir la primera.-Qué hermanito tengo !-habIJ:1 los ojos del pe-

queño._y qué capataz el de esta casa !-tercia la fámula.Después de la andanada, el muchacho se asombra

y se reprende interiormente, convencido de que pro-fanó la bondad de Dios y el amor de sus padres. Ycon leve movimiento se lleva las manos a la fiente,cual buscando en ella dos cuernos recién brotados.

Careada por todos se eleva la acción de gracias,que tiene algo sibilino en aquel comedor humilde,donde una penumbra enfermiza desdibuja rostros yplatos, anaqueles y jarrones:

-«Bendito sea Dias, que nos dío de comer sinmereceria ...."

III

Roque acaba de despertar. Duerme solo en un cuar-tieo idéntico a él y contiguo al de sus padres. Fren-te a su cabecera hay un ventanuco por donde se atro-pella UIl borbotón de fresca akgría matinal. Se res-trega los ojos, estira los brazos y comienza a entre-abrir los párpados aún atontados por ci sueño. Afue-ra ve el naranjo verdecidù, donde cada hoja es con-

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N e Q u E i7

cha dorada que embarca tembloroso lampo de sol.Luégo hace un gesto desabrido: está recordandoque las naranjas de ayer le supieron a hid pican tí-sima. Después mira el cerro del frente, donde todoslos rapaces se juntan a echar las cometas cuandoviene la bul1anguera diversión. -y apenas estamosen los trempas I-piensa con resi,~nada tristeza.

Por el camino, cinturón amarillc en el robusto vien-tre de la colina, des;ila una recue, de mulas caïga~ascon café. Apenas se adIvina un pallsad\1 vaivén desacos grises y cabezéls orejudas. Por entre los anima-les se atraviesa un arriero, y luego llega hasta losoídos de H0que el agudo eco de una palabrota querestal:;1 como látigo sobre las anca:, mularcs. En el re-codo cercano se pierde el mañanero grupo. Y los ojosde Roque suben más aún; descallsan ell la oscuraf?ja que señala un zanjón cUJjado de morales; pasansobre dos chozas hl!meanies; resbalan montaña arri-ba, y se bañan en el cielo purísimo, l.avado, rimadocon sol y con ûñil, divinamente combado cual ingrá-vide cristal sob~ç la fertilidad ris;.leña del paisaje.

Alli se extasia Roque. Cuenta una a una las man-chas blancas, que señalan agrupaciones de yarumos;Jas oscuras, de robles y cominos. Interiormente ríepiadoso de una célscadita que brinca tímida y conforzada alt:gria, para Juego descansar en un floridorepecho de la cordilltra. Con ojazos de asombro aca-

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nCla Roque la grandiosa cromotipia que enmarca suventano. Y bajo la luz purísima, frente a la titilaciónreidora de tánta vida, ve cómo la montaila respiraonduladamente, cual robustecido pecho que va hin-chando el corazón agigantado.

Ahora cierra los ojos y arruga el rostro con las se-veras contracciones de la meditación y del análisis.'Hay algo maravilloso que va saturando su alma dedulcísimos nirvanas. En verdad, al juntar los párpa-dos apresó toda la belleza cantante del paisaje y lallevó a las reconditeces de su espiritu; y ahora estágozándose con ella, tal como aquel domingo cuandoen el ángulo del jardín saboreó un exquisito pastelrobado del comedor.

Es hora de que lo veamos CO:l detenimiento, puesen la calle es casi imposible tenerlo de frente un ins-tante: tan tímido y esquivo es. Enfoquemos en elalféizar del ventanilla: apenas doce afíos habrán ca-minado por su cara blanca, lechosa, de facciones nor-males. Los ojos, de miel pálida, están dormidos bajogallarda penumbra. Las pestañas abren delicado flecode seda sobre la tez rosada. Labios un tanto grue-sos, caídos hacia abajo, .como de hombre serio y for-mal, prematuramente hastiado. Cabello oscuro, bota-do rev\1eltamente sobre las sienes y las almohadas.Se ve una mano pequeña, de uñas negras y con :al-gunos rastros de tinta escolar. Bajo la manta se in-

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l?OQUE 79sinúa un cuerpo delgado, que apenas forma dos emi-nencias en las rodillas. En un taburete yace la ropade dril, ajada, perezosa, como cansada de esperar to-da la noche. La Virgen del Perpetuo Socorro santi-fica la cabecera del lecho. Lo demás: un baúl, unoslibros, una gorra maltrecha, comienzan a tomar as-pecto risueño con el beso de ese rayito que hace po-~o entró y que ahora trata de asomar por la cabece-ra y dar un susto al semidormido.

Roque lo presiente, 10 adivina cosquilleante en laspupilas, que se abren enormes, lacias, con ese can-sancio de los placeres intensos. Y se da a mirar se-guidamente al intruso dorado. Miles de seres peque-ñisimos: corpúsculos débiles, diminutas almas de pol-vo-quizá del pueblo-, residuos del ambiente, subeny bajan por el canal armonioso, lentos, graves, en apa-cible y cabrilleante revuelo de colmena de angelitas.

Con cautela, como para no ser sentido, se levantaRoque; va hasta el extremo del lecho; se reelina so-bre la barandilla; echa el busto adelante, y detrás delrayito curioso lanza sus ojos inquisidores, esos ojosde un cuerpo simple por donde se asoma un almasimple y como tal deslumbradora a veces. Repentina-mente huye la escala de luz, asustada por un gritoque raja el aire de cristal:

-Qué son esas cosas, Roque, por Dios?

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Cruje la cama, se revuetven las mantas y Roquebrinca hacia et taburete y empuf'la los calzones.

Por et corredor se amplía la voz de doña Luisa,que suspira:

-Este muchacho está perdido, Virgen de las Mer-cedes!

IV

Roque no es malo; a duras penas es un muchachobonachón, incapaz de los horrores y dislocamientosque en ta vecindad y en su misma casa le atribuyen.Ni es un imbécil completo, ni menos un genio. Ape-nas arde en él esa llamita rara que a veces nos asom-bra en los idiotas y en los locos, esa llamita singu-gular que analiza el alma de los gatos, que mira concarifio los rayos de sol que huronean bajo la cama, yque una vez, al ver cierta araña que sorbía golosaunit mosca y al recordar la grata oración al Sumo Da-dor después de las comidas, le hizo preguntarse inte-riormente: ¿ Ese animalito le dará gracias a Dios?

Pero a Roque lo condenan todas las circunstancias;lo condenan los vivos y los muertos. Díganlo, si no,la huella magistral en el Astete, la tunda de dofiaLuisa y aquel pollo que apareció muerto de un po-rrazo, y cuyo asesinato le valió al muchacho dos ho-ras de encierro con las ratas y los plátanos de ladespensa.

Tan hueno es, que anoche se confesó con un fer-

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ROlJUE 81

vor y una contrición que debían envidiar esas beatasque se guifiaban los ojl)S al verlo arrimar al confeso-nario. El padre Rojas sabía algo de las maldades desu penitente, y quizá por eso le impuso tres rosariosy diez credos. Y Roque no se inmutó por ello, y cum-plió la penitencia con toLia fa exactitud de Sll almarectamente católica.

-Serían chiquitos !-dice una de las solterona s alverla hace rato con la cabeza clavada en el reclina-torio.

-¿Dos heras cumpliendo una penb~l1cia?-subrayaentre asombros la compafiera de oración.

-Es que no hay otro demonio igual. Ayer lo viconversando con la sirvienta de doña C!')tilde.

-Si? y por la tarde quebrÓ como diez tejas de lacasa de don Arturo.-y en casa mató el pollo de Alicita; un pollito ).)

más lindo. Si vieras: fino, sarabiado ....-Qué tristeza, niña!En costurero de diatribas queda can vertida la igle-

sia de Dios; en dispensario de almas p,.;or que aque-lla cueva de burguese~ donde restalló hace siglos ellátigo div:no.

Mientras esto pasa, Roque cumple la penitencia Quese le impuso por apedrear quijot~sco a ckrto ~alloque aplasta ha a una gallina, por haber sacado de laalhacena aquel sabroso pastelillo y p:>r decirle lindo a

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Tito y enredarle un atropello de besos en el erizadobigote.

Ahora: si ustedes quieren saber por qué está el ba~rrio alborotado, y por qué zumba el comentario de aiípor todas partes, basta con que se asomen también aSlIS ventanas .... Pero ya no, se demoraron mucho. Aca-ba de doblar la esquina el objeto de tántas miradas yde tánta flecha. Es Roque, vestido de pafío nuevo,calzado apretadamente, con sombrero oloroso a alma-cén, peinado y con el Ancora de Salvación en el bol-sillo. El desigual empedrado lo hace bambolear, co-mo si fuera ebrio de esa dicha que ya i1uinina su ca-ra con resplandores de cielo.

Ha llegado al comulgatorio y espera turno, pues elhambre de carne divina se acentúa hoy de modo casialarmante. Claro: si es primer viernes! Tiene los ojosbajos, ha leido mucho, ha rezado bastante, le ha ro-gado a todos los inquilinos de la corte celestial y yase dispone a recibir la comunión. Se levanta, guardael libro y avanza tranquilo. Algo lo detiene, él insis-1e con dulce esfuerzo y entonces, chás l, un chirridode tela desgarrada, y detrás del chirrido:

-Podía ver este vagamundo !-rastrilla la dueñadel pañolón desflecado en los botones del saco.

-No fue de aposta, senara-murmura Roque conserena humildad.

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ROQUE 83-Descarado !-replica ella.-Perdóneme, sef'iora.-Silencio, maleducado!

Se deshace el entuerto. Roque eleva corta oraclOnreconciliadora, se arrima, arrodillase y blanquea unos~jos como dos hostias iguales a la que está reci-::>iendo. Un momento permanece inmóvil, luégo se le-vanta, cruza los brazos y se dirige a su puesto, hu-milde, humildísimo, anonadado bajo la divina emo-:ión.

-Véanlo-farfulla con sorna la irreconciliable de-vota.-No será ni San Luis Gonzaga este taita!

Roque, transfigurado, hierático, boga y se engran-dece en el perfumado lago de infinita dulzura. Es el!Ima extasiada en el espejeante remanso, que bebeestrellas y azul de cielo a través del cristal eterna-mente inmaculado. y cual si muy adentro de su es-píritu rebotara aquel rayito mañanero, por divina es-cala sube diafanizadü hasta el eterno sol de amor, alinfinito deleite de ángeles y santos ....

.... Pero, señora, señorita: no lo miren tánto y tanagresivamente. Por ese Díos que acaba de recibir,se los suplico yo, el conocedor del dulce Roque. Dé-jenlo, por esa caridad que tánto pregonan y tan po-;::0 practican. Déjenlo! ¿No ven que,-nuevo Isaias,-

·está quemando su boca y su alma en la hoguera dela pasión divina?

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V

Roque va siendo un hombre. Acaba de cumplirquince afios. Ha crecido y robustecido un poco, y yala pobre bonhomía de su alma comienza a perfilar unfuturo de lágrimas. Está en un colègio de segunnaenseñanza, y es allí hombre timido, silencioso, queapenas se hace notar del maestro y los disdpulos.Estudia geometría. álgebra, historia universal, filoso-fía y otros embrollos más. Su lado fnerte es la cali-grafía: siempre se lleva el primer premIO con esasplanas de letras gótica y redonda, tan pulcras y be-lIí~imas que parecen salidas de iln taller litográfico.

y la vida sigue probando que los humildes y es-casos de espírítu son sus vktimlls prderidas. En ál-gebra no ha podido desenredar ese inútil e imbécillaberinto de logaritlTll)s y progresiones. En geometríallegó hasta el puente de los burros y allí quedó atas-cado. Las rechifIas de los compañeros y el aguijóndel maestro acabaron de hundirlo. Y enterrado que-dó como las bestias agobiadas que sepultan los ba-ches de nuestros caminos indígenas.

De filosofía nada hay qué decir. ¿Qué enunciados.premisas, siJogisrr.os, pueden caber en ese cerebro po-bre, donde apenas si hay lugar para Tito y los ra-yos de sol? ¿Cuándo será capaz él de desentrañar esaembrutecedora marafta del Ginebra?-Eso es comocuando el hilo de las cometas se enreda en un hele-

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ROQUE 85

chal bien tupido-piensa el torturado estudiante. Y ala manera del practidsmo antiguo. corta el nudo gor-diana con un golpe de sinceridad, y suelta afirmacio-nes que por lo cándidas hubieran hecho sonreír com-pasivo al doctor Pangloss.

Roque es la bestia de carga del colegio; y, quizápor ese hu mano instinto de agobiar al más caído, tam-bién es el más taimado, el más corrompido, la cizal'laen aquel ca mpo de almas que en el horror de las au-las, revientilO como las diáfanas hojitas del maíz sobrela negra costra del suelo resquemaclo.

-Quién tiró esa fruta?-pregunta el dómine severo.-Roque l-se oye al unísono.-Arradí1lese aquí l-sentencia el profesor, mientras

sus ojos hablan más alto que los labios.Otro dia:-¿Quién le está poniendo cola a las moscas?-Roque! Roque!- Veng!l (lcá.-Yo no fui, don Ramón; yo nO fui.-Que venga, le he dicho!Tris, trás! Dos reglazos en cada mano!El viernes, antes del dibujo:-¿Quíén pintó esa porquería de muñeco en el ta-

blero?-Roque, maestro; Roque.-Hoy no sale al recreo.

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-Pero si yo no fui, don Ramón.-Hoy no sale al recreo, repito!En clase de Geografía:-A ver, Roque: dónde está la isla de java?-La isla de java .... de java?-Si, hombre, sí: la isla de java!--Ah, pues .... la isla de java? .... La isla de java,

queda en el.... en la.... en el Canadá, maestro!-So bruto, animal! Sálga, Gerardo, y muéstresela.y Gerardo, que tampoco es ningún Reclus, toma la

vara indicadora; revolotea con ella sobre Grecia; lué-go, al advertir cierto guino del vecino, la deja caersobre el Bósforo; a una señal más fuerte, la llevahasta la India. Vacila, se tortura el cabello, se inclinapara atrapar un insecto que le cosquillea en las des-nudas piernas. Sobre la mudez dogmática del planis-ferio abre los ojalOs que un dia vieron al extranjerorubio mascador de exóticos idiomas.

El maestro, cuya enorme psicologia ha llegado has-ta vislumbrar los apuros de su hijo intelectual, haceque busca algo, no perdido, en cI escritorio, a la vezque con el rabillo del ojo espia el instante en quela regla caiga sobre el pequeño letrero salvador. Ycuando oye que Gerardo, en un arranque de triunfo,exclama: aqui, aquí está l, se vuelve sibilino y apos-trofa al pobre Roque:

-No ve cómo aquí si hay quien estudie? No ve?

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Page 82: Cuentos - Efe Gomez

ROQUE 87Ahora se me queda arrestado. Bien puede mandar de-cir que le guarden la comida hasta las cinco.

Y Roque, el pobre Roque, sin acordarse ya de la re-mota isla que tánto debe importar a él como al maes-tro y a nosotros, torna a su puesto, triste, cabizbajo,casi pensando si no sería mejor que Dios hubiera de-jado en la nada ese importuno ped2Zo de tierra.

Cuando Roque sale del colegio, ya vuelven a suscasas los trabajadores con la herramienta al hombro.El sol, en un postrer arranque de vitalidad, gateaiglesia arriba, afanoso por recordar a las inmóvilescampanas que se acerca la hora de volar consolado-ras por llanos y colinas adormidos. El padre Rojastortura el desigual atrio con pasos lentos; abre y cie-rra el breviario, y mira hacia la plaza tranquila, dondellegan a bostezar las calles perezosas. Roque lo divi-sa desde la esquina, y, temiendo una pastoral repri-menda, gira a la izquierda, pasa ~:rente a la cárcel,enfila calle arriba y entra en su caSé!con aires de ge-neral derrotado.

Y, qué tal si no desvía f A Jas pocos minutos, donRoberto y el cura sostienen animado diálogo al ampá-ro de la torrecilla. La religión, la política y Jas finan-zas bajan escarmenadas desde el cerebro y salen en-vueltas en el alma del húmedo tabaco.

-Qué SO!I estas horas, mi sellor?-pregunta dolla

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Luisa con voz de' característica al malhumorado co-legial.

y como Roque enmudece, lo coge de un brazo, lozarandea y le repite en tono más subido;

-Que qué son estas horas? No oyes?-Don Ramón que me dejó arrestado.-Pero no seria por estar rezando. A ver: qué pI-

cardía le hiciste?-Ninguna, mamá; ninguna.-Ninguna?-Nada, mamá.l.uégo. en escorzo de fuga:-Eh, yo tengo mucha hambre!-Sí? Mucha? Bueno; pues si no me cuentas por qué

te dejaron arrestado, le echo la comida a Tito.-Eh, pues porque no supe dónde estaba una isla!-Qué isla?-La isla de .... de ....-De qué?-Eh, yo no me acuerdo! Una isla muy rara.-Más rara me parece tu memoria; y más, mucho

más, tu aplicación. Andá a que Rosa te dé la comida;luégo te me quedás aquí estudiando toda la tarde.Esos trompitos se los voy a echar mañana al fogón.Con esos embelecos no vas a hacer l1ada en el colegio.

Roque sale enmudecido para la cocina. Dona Luisatoma Las Tardes de la Granja; enciende un puHdo

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ROQUE 89tabaquito; y antes de abrir la página marcada por unabicromia del Jabón ¡~euter, aspira el humo con suavedelectación y suspira, medio triste y enojada, comoinquiriendo:

-Dios mio: Roque por qué será asi?

VI

Yo no voy a jurar que Carmen es un primor demuchacha; que tiene ojos negrisimos, negras y largaspestañas y negrísimo cabello ensortijado cen ondasnegras sobre la frente». Tampoco aseguro que su co-lor envidia es de leches y de mármoles poéticos, nimenos que en su boca juegan al escondite rútilosgranos de maíz blanquísimo con escandalosos corales.No son lírios agónícos sus manos, ni hay tales ga-llardías cimbradoras en su cuerpo, ni sobre rosas pal-pitantes resbala la aterciopelada levedad de su levepie. Nada de eso. Carmen es morenuca; tiene bocaapacible, de rumiante feliz; ojos con un poquin demisterio. y mucho de resignación impotente; cabelloque, abundante y descolorido, se tira espalda abajo;manos como todas las que viven entre máquinas Singer,ropas destejidas y poyos de cocina. Se hermosea, ayu-dada por esa gracia que a ninguna mujer fue negada,con un riente trajecito de linón; calza negras botinasdescotadas y medias blancas; toca la cabeza con mo-desta cachirula, y allá va en busca de la misa domi-

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j. R E .s T R E !' O J.

nkal, los ojos bajos y el alma serena. En la semana ....es mejor que no la veamos.

Pintada como para novia de Roqut:, ¿verdad? Puesno, señores, desgraciadamente. Para Roque sería ella,si la estulticia femenina no la hubiera prdericto contan marcado c<Jriño, si él no fuera tan corto en elobrar y los padres cie ambos handos no fueran tanlargos en el decir.

-¿Q1ôé estar:! pensa:ldo CEe bobo descoJoriclo?-comenta airada la m;¡dre d2 Carmen. ¿No encontrariaotra má:;; buena para él?

-D¿jclo, mamá-rduerza el cuñado l"é!' 'ir. Déje'o:que si yo lo vu:::lvo a ver ¡:>Iantado (~,¡ 1(1r:;;qUi!lâ 113-

ciéndok señas a esa mechuda. ln ·'la¡;'.:u ;\ qut: se 1:18

hag::! a tU mamá. No le va a quedar di\~nte a viLiaSe \0 aseguro!

--Es que ta:nbié:l y ¡;¡do lS¡;llChd est;\pida noreconoçer su puesto. ¿Qué 2stará pell~;and() e,:;e ji~s-tre, qllt :l'; sirve SiDO pina quebrar tej;¡s y mal,H ga-lIin¡iS? Cui,:ladl" pues, S,;n Antoni;) b:;lditol Ahí tedejo a C3rmen; vos rr.e resplHldés plI' ella. ¥,' sabés:Cl,mo si fuera ¡, ¡ja tuya!

Pobre San Antonio! Padre y n~;;drl:. después demutrla! Qué tal si la mano no es de pal:1!

En la casa de ROqUl::

-D;z q,je estamos li: novi/ls, ¿no?-:nurmura doñaLuisa, arrastralldo las palabr(ls con cierto silbidJ ve-

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ROQUE 91

ilènuso lllUY conocido de su ¡¡jju, ¿Y cuándo n0S ca-

samos ~on esa princesa, con esa milla riquísima de'Jro y dl: bellezas?

-Se ve que el muchacho se estima !-agudiza conRoberto, CO:1 los mismos balancEos de caheza y chJ~--{uidos gUluraks que en el honorabie Consejo ha,:,':!ver lenguas de fUl'go sobre lél testa grávida de im' -:.:iltd::ld.

A;1en;I,; l~~,que pota 'lU\; b ~JJI'~ría Se enfila dir 'l'-

:am;>'lt;~ éJ síti, h~ïidu pur los r~vcscs del áeSCa!II:-

saG\! ,i,llíguo, St: levanto rlespacioso y ábandona ,I.:arr','d, ;1r'l'~i ¡'já!:d'-,se el corazón, que tamhién co ;:-;_')ira call iiJ' ';Udt:dkS saltos mor:alcs.

D~' !" qli' sus progenitores sii~ui~roll conversan:;o,ldd;~ ,-Upol él !Jj s~ yo. Apenas ¡luedo decir que je:ar:Jl:f1 s'í:o quedó al,7o con,o '111 Cuasi modo fel e-:n:l'J, : on (':.11(\ de Cleopatra negra, y de turbias ag\:asg(n~(;¡\~(1.~.

Sin cJl1hargo é11guna gn~iet muy intensa debe,o-:';eer la ta! L"fl:1CI1, parque alii tSléÍ Roque Cil la eSC"'li-

:13, saborea::üo ~s~ 1;;stro mujeril que ICI ¡IJUc!1acha a -:-1-

"J;': Je d\:jar a su !1aSO y apunlanco él la ventdna U"IS)jcs de :'oeta en crisis. Algo dehe de tener la tal (:1r-11en, ;Jorque Roqu~ si.~nte hace dias conmociones èX-

:rañas, sacud:das internas, corrientes subterr,íl,eas (1':-:,'an 1 rt:r:·~rcutir todas en ese corazÓr] destrü7.éldo, eC'l:l-

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92 ,. R E S T R E P O J.

do a los huracanes del amor, como el pajarillo que sor-prende la tempestad aJ ensayar Jas aJas tremulantes.

y Roque no sabe qué hacer. Sube media cuadra; ba-ja ùe nuevo, metiendo los ojos por t01as las hendidu-ras de la casa de Carmen; se recuesta en la pared; sesaca las novias de los dedos; tose, piensa, se abanicalos ojos con los párpados; delira, vuelve a pensar ....

¿Pero qué tronamenta es esa; qué estruendo de infier-no atropella la calma; se desquician los cielos; se hun-de la tierra? Todas las ilusiones, los ensuefios todos delmalaventurado Roque, vuelan sobrecogidos como par-vada en éxtasis de trinos donde cae la piedra alboro-tadora. Nada es, sin embargo: un cataclismo de origenpuramente animal. De la casa querida irrumpe Tito, envuelo de cola y de ufias escondidas, acorralado, estru-jada a escobazos. Alguien le amarró un viejo tarro delata, y con el maldito cencerro Y con los gritos de losperseguidores viene armando un escándalo de todos losdiablos y de todas las beatas. Sobre él lIueven pala-bras más sucias que esa alpargata que acaba de arro-jarle la imposible suegra de su amo. Contra las puertasy las piedras choca el estridente cacharro, y una gri-tería estruendosa Yun traqueteo de ópera ponen aspa-vientos de condenación en la serenidad pensante de latarde.

Tito, derrengado, enloquecido, con cinco mil y másporrazos en ef cuerpo y cinco mil y más afrentas en el.

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ROQUE 93

alma, viene a refugiarse entre los pies de Roque, elotro herido y befado por la vida agria. Todavia caena sus pies las palabras, rebotantes como gotas de unplomo fundido en pailas de ultratumba:

-Alli estás bueno, so bandido, con ese otro sinver-güenza!

-flacuchento, asqueroso!-Muerto de ha!1lhre!-Lo mismito que el duefio!-Salta-tapias y mata-gallinas como él!-Gas!-Gas!Las furias: padre, madre e hijos, hacen mutis por el

fondo del zaguán, satisfechos, resoplantes, digiriendoel resto de indignación que el atropello y la poca ve-locidad de la lengua no les permitieron aventar sollreTito y su compafiero de tragedia.

Roque, arrimado a la trunca pirámide del surtidClr,apenas comienza a notar la presencia del gato. Litvasus ajas empafiados desde la calle hasta la pared, deaqui a la cordilIera y de ésta al gato nuevamente. Mirala puerta que acaba de cerrarse, o:Jserva al animal ';0-mo a un sér caído de las nubes: jl1cünsci~nkmc¡¡temueve la cabeza en negativo gesto de algo que no ClJITI-

prende. Luégo deja que el alma suba con lentitud, ¡le-gue a flor de pupila y se asome a reconocer aqudAgramante de infortunios.

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IN J. R £ S T R E P O j.

;,0 la calma de la hora, bajo la piedad de una tar-de que agoniza misericordiosa, el fleco de agua can-t;: Jlla balada torturantt:; algo que se va hondo, muyh,'ndo, tan hondo que las dos almas-Ia de Roquey : j de Tito-se él brazan y lloran estrt:mecidas bajol:¡ -;cda de un infinito Que van picando estrellas la-nii10sas ....

VII

Esa dulce fraternidad de las agl,as campesinas tie-ne locos a los chiquillos. Por todos los poros deicuerpo y del alma les entra la ,Jura y refrescanteli¡¡~ J. Bri¡¡can, se hunden, paimojean, cantan, ríen.l;,!]/'an irisados abanicos donde la luz se cnjaya sicteve •...~s millonaria. Desde allá arriba 12 melena de fue-go sacude sus rizos de roia armonía sobre los Cller-pc), blalîcamente deslumbr?dnres: ricga gemas de mi-);'!- rosa oriente en la!'\ carnes purificadas, cuelga per-';l~ reidoréls en las extremidades g'Jteilntes, yencien-de ,lUpilas temblp,rr'sas en las cabelleras alisadas_ Gri-:0", canlos, carcaj?d:!s, luz a tnrre.1t~s, agua bienhe-l:Ílua, cieh potentisilllo de liZ:I!. V:1!îO dê tierras fc-curdas: todo sube en grandioso ':¡\fO de vida qll<': "

h)~ pies d"l Hacedor se quicbn con arrullador zum-bió,).

f.Que \)uién es ac.~lt~l rapazuelo (~~.¡e tirita t-Zji\ lospié:LÍOSOS rayos de so;? Es el an,ib',) rbqtl¿, ;;::n;-a

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ROQUE 95

dblocadq trágicamente, en busca de Ulj3 1Il¡¡;lga de lacamisa que él mismo ellfedó COli su l~l1Iblor extraño.La gripa incipiente, l~ insolación voraz y las pre-vendom's y amenazas de dofta Luisa, motivos eranmás ql.:c suficientes para rehuir el haño. Pero éí esRoque, don R31llón es el maestro y sus condiscipu-lo:; son chicos PI'Cl'luturamente hurn,ll1\1s; tres razo-nes demasi;¡do poderosas para Roque tirarse al río,pill'a ~i:t'ir tiritando con escalofrío 50spechuso, paravolvtr a la casa sin gana de comida y <:\ln hamhre delecho confnrtante, y para ....

VIi¡

j Qué tristeza más roedora tengo! iCómo me duele elcorazÓn, eón:" nie aprict;m manus extrañas la gar-gantid ¡Pohre r~oque,p(Jbrecito! ¡i\1a,àl\u tifo, malditosmédicos y rnaiditas ll1~dlcinas; qu~ entre todos In Illil-

tarnn !Pero esto es desespnador, es insop0rlab!c. iModr

r~;¡que, <:1 inh'liz Roqllè, el amigo íntimo de Tito! Mo-rir y dej;ume a mi con Ulla novela principiada. ¡)'t ••

qlle lo v('lIia observandll desde p:ql\eflo; yu, que ha-bi,: soñado gloria cOIH:ejil p~rG su cabaa; yo, quetü.í,· ri(':I'.: prDpó:õit,) d,.' lt;1I::crio diputad¡¡ paril !lu l11a-lUKr¡;r e:i<i ë.l!'·it¿ ¡Jlltdrrll:nte ,¡n(,dîna! Y ahora, Cil ;0

melar Gt:: 11:0!'.ento, cli.-¡ndo )'3 casi tenia novia,clIand'J ;oalllOs a ll'c:r l'':.as cart3S t(;ll apasionadas, Ile-

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96 /. R E S T R £ P O J.

ga la maldita fiebre, se sube hasta 41 grados, le em-bota la razón, le traba la lengua. le carboniza la san-gre!

Nada valieron los antitérmicos Y las cucharadas.Cuatro frascos apenas comenzados y una fórmulasin despachar quedan ahí sobre la mesita, como di-ciendo: ¿Quién más se atreve?

Figúrense ustedes cuánto habrán gozado los padresy hermanos de Carmen, las vecinas lenguaraces yaun las tejas irrompibles ya. Con Roque se van labulla, el escándalo, el asesinato. Esa soledad, esepavor silencioso y ese frío del hueco donde lo vana enterrar, vendrán al barrío al ser desalojados porsu cuerpo triste y su alma guardadora de sol y dedolor. Solamente para mí se van un buen corazón,una presa de la vida en agraz, un héroe trunco L.

Pobre Roque! pobre Tito! Tito está triste, muytriste. Ya no quiere la gata blanca ni el tejado conalfombra de sol; ya no juega con mariposas esquivas,ni trepa por los muros rugosos. Nada de eso. Titoestá muriendo de tristeza: lloran sus ojos huérfanosde picardía, llora su piel con dolorosa ondulación,lloran sus bigotes caídos; todo él es una lágrima enor-me, verdosa, plañidera cerca del ataúd feliz que alum-bran cuatro cirios ignorantes del desastre.

-¡Pobre Roque!-gime un amiguito del muerto-;un raro amiguito.

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ROQUE 97y Tito levanta suavemente la cabeza y mira con

ojos lacerantes al Que acaba de pronunciar ese nom-bre, por su alma felina mil veces bendecido.-i Pobre Tito! - dice Luisin, llorando la ortandad

del gato. IPobrecito! Roque! Tito!y Tito, al oir la voz cariñosa donde ruedan juntos

su nombre y el de su ido compaftero, se retira un po-co, mira con tristeza al quejumbroso Luisin y .... zás!-por encima de Roque; sí, por encima de quien máslo quiso en su corta vida, por encima de Roque muer-to, - salta hecho una bola estremecida. y va a caercerca de Luisin ....

iPor encima de Roque, Dios mío! iPor encima de éll..Jl{«e.lro Co"o.qui/[a:

Para u,led, con CQ.iño yad.ml",c¡ón, y recordando e%qu/.I-t"mente el beJio dolor cie -Sal_~e (~eg¡na•.

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La muerte de Juan Manuel

El cacique SalomónP o r

E II r ¡ q u e O t e r o D' C o 5 t a

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La muerte de Juan Manuel(Del libraco inédito «His/orie/oJ Macabro •• )

ESTE fue el relato que hice a una pacífica tertuliade burgueses espantadizos:

Los soldados del 3." de Santander que fueron aquellamafiana a relevarnos en la posición atrincherada que lla-maban "La casa de Mateo Velandia», me dieron unanoticia fatal: mi buen amigo Juan Manuel había sidomalamente herido el día anterior!

Cuando supe aquello sentí que rr..eacogotaban unasansias de muerte, y mi único deseo, mi obsesión desdeaquel momento fue volar hacia la ambulancia a vi-sitar al pobre amigo y confidente, al noble compa-fiero a quien yo quería con la intensa pasión de laadolescencia.

Regresamos al Cuartel General y no pequefio tra-bajo costó ohtener del General Herrera un salvocon-ducto que me permitiera franquear las lineas de fuegosalvando los retenes. Armando al fin con el precioso

61-.1•.:::0 r'E L/.\ PFPUBLlCA8IBlIOT[('.J, LJIS - I':"~(L ARANGO

CI. TALOG/ ..CIONEste Libro fue Editado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia

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!02 E. o T E R O D' A C O S T fi

papel púscme Cil l1larci1<l, lrüÎ~ ndo, troteando sobreaquellas lomas siniestramente calvas, por aquellos ca-minos que, cual torturadas corlêsanas, tendíanse bajocI sol de mayo como diciéndole: Résanos con tufuego! Muérdcnos con tus rayos!

L1egueme a la ambulanCÎ3 th~ «El Callao". Crucécorrectores, escurlrîñé las sólas, interrogué al uno y alotro y. por último, después de ne pequeña brega, halléai înfort~ll1?do a:nigo refugiado ~!1 el extremo de unpasadizo. Yacía alli, tendido soj-e una vieja estera ySHviale de almOtlilda una enjalml sucia. Estábase in"mÓvil, silcncioso. CO!~JO emharga:!\} en hondas medi-taciones; e I cOI~li:;í.'n te gré: Vl" SI}, em ;IC, las manos so-br~ el pecho h<lcielldl) una equis ..... Un hlalho ven-daje cl'ñíale los ojos.

Par? darle áni1l1o quis\' mostrarme alt'gre y d¡jelefestívamer.te, a guis(\ de saludo:

--Estás juganJo a la gallina ciega?Rccor.oci(¡me al punto y tendiéiHlome sus ::;razos en

ademán de e~trechaïll~e, CO;lieslÓ (('Il voz de an"iedadsatisfecha:

-Vèn! Vu" alr.ig(! :nío! AI h~!Aqueilas palabras, esos adcr.ane<; ·:xtra¡;os ~1îedes-

concertaron, y mi alma tembló levemente ....y entramos ell explicaciones. !(etirióme la gloriosa

retirada de su ha{ë.llón ~n el fatídico «Llano dl: Pu-van.1S», nqud lrta!/ón «:\1urillo Toro" e\ meior de

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Page 96: Cuentos - Efe Gomez

LA :\1Uf:.!,'TE DE lUAN MANUEL 103

las milicias del Estado Soberano de Santander; merelató la trágica muerte de sus jefes, las iranias delplomo y la metralla, la derrota, el desastre homéricodel ala derecha liberal y por último su herida, Sll

crudelisima herida; una bala de mauser le había dado~n la cara y los ojos habian perecido ante el golpe'TI0rté:l!

-Estoy ciego! (iijome con desolado acento, v se-JlIidameníe :-llzó:=,e la venda que cubría sus pupilas_

kwcllo era horrible! Dos cuenca~; rajéis, sar,grien-:él~. íntèrtogéilJan ~l vacio! Sentí que una mano hel3da:llC retO!cia Ull nlldo eT] ia g 'rganta. que lágrimas de:'lh:gcJ hervian ell rr.i" ejes; y un sudell' fria me !amiÚla ::,iéIJ ....

- Es[(¡y cir...gc.... i'\d nré ya má::, el sol! Yd. JIU I~i)-

!.P.rl: d .. ¡il bellez,: y m111ca más vrJ!veré ¿¡ contemnlar!os ¡"(isiro::, quuid.)~, ¡J11!'r.a aquella faz .... .! Juvtntudf)Cr.1ida, fellcidflj llilll:rta! Soy un difunto c¡ue e::;panta211 vida ¡! ¿C0:iïfFendes 1,1 inmens¡da,1 Oê lodo esto?

lilm r,~LP;;: ::) 11~1id\1 Y luego, n~!Orciél1dose y al-'.¡¡,¡di, 11itch ti rirtliélJl1l'ptrl S!:S ,)ulios, a!luiló COll voz.iL Q"II(>-r.,;¡· rIcSt':;pcrè1t'¡ór¡:

. D¡(,~: I :ie: [) os mio! ¿Qué malos !lice para queI;t: ha)'éls '!3¡Juléldo asi'?

!\lacia se ml "curria resp¡!rt(ieï: nada encontraba pa--a dC,·jr!-:. Y Juan I\\an\lei conthluè.ba:

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Page 97: Cuentos - Efe Gomez

104 E. o T E R O lY C O S T A

-Ven, amigo mío. Has llegado a tiempo. Acérca-te .... Acércate aún más .... !

Acerquéme cuanto pude y entonces Juan Manuel,asiéndome nerviosamente, me dijo al oído, me dijocosa tal.... que no pude reprimir un grito de espanto!

-Sí? Respóndeme que sí! Es el mayor bien quepodrias hacer a tu amigo, a este pobre amigo quenada habría sabido negarte! Vacilas? Bien! Peor se-rá; me abriré la cabeza contra las paredes! Tú meconoces y sabes que lo haré!!

Y al decir esto Juan Manuel me apretaba, me es-trujaba rabiosamente contra su corazón.

Era el momento decisivo; entonces la lengua lumi-nosa del buen sentido descendió sobre mi cabeza y,súbitamente, sin vacilaciones, sill dudas ya, dijele: sí!

-Gracias! Gracias!! Bien sabía que tú no podríasabandonarme cobardemente en esta negra desventura!Vamos, pues .... No perdamos tiempo que alguien po-drá venir .... Abrevia!

No me hice esperar más y tomando con pulso firmemi hermoso concha-nacar de nueve milímetros, cafiónlargo, lo puse en sus manos diciéndole:

-Espera un momento. Permite que me aleje, ycuando me calcules a buena distancia, entonces .... !

Salí en fuga. Lancéme al campo y me dí a correrhacia las casas de .Palonegro"; corria, corria comoun gamo. Mas el pobre amigo, quizá impaciente, o

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.LA MUERTE DE lUAN MANUEL 105

debido a un mal cálculo, procedió con sus designioscuando apenas me había alejado de la ambulanciaun centenar de pasos; y hé aquí como yendo en mifuga macabra escuché con espanto su eterna despe-dida! El disparo retumbó bronco, fúnebre, y su ecorebotó en mi corazón con tal poder, que rodé portierra ....

Incorporéme y seguí mi carrera loca, desatenta da,guiado por dos cuencas que veía flotar en los airesdestilando sangre, destilando sangre Il

-De modo que usted, señor mío, le proporcionó elarma a Juan Manuel?, preguntó uno de mis oyentes.

Asentí.Los burgueses de la tertulia se miraron entre sí,

resoplando y bufando, y uno de ellos, panzudito ycascorvo, me atisbaba como diciendo:

-Este mozo merecía estar en un presidial! 1....Yo sonreía cándidamente, y parecía que el gesto

risuefio se enroscaba en las espirales azules de micigarrillo y que ascendía con ellas, tejas arriba, enbusca del buen Dios ....

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Page 99: Cuentos - Efe Gomez

El Cacique Salomón

NUESTROS abuelos, los conquistadores, guardaronideas harto erróneas sobre las capacidades menta-

les del indio, hasta el punto de que historiadores comoSimoll llegaron al extremo de poner en tela de juicio et(,;ISO de si nuestros aborígenes tenlan o no <Ilma. Cara-re! Si, que la tenlan, y muy bien enraizada I Digo más:en materias de agudeza lucieron rasgos que en ocasio-ne!' dieron cinco y raya al más despierto genio español.

Qüejábase Sugamuxi (aquel sacerdote de Jraea que an-dalldo el tiempo hlzose cristiano, recibiendo el nombrede don Alonso), qllejábase, voy diciendo, de la mala ad-ministración de justicia existente en su pueblo. Enviába-le la Real Audiencia jueces tras de jlleces y corregidorestras de corregidores, mas el daño no se enmendaba, y,de esta suerte, los Encomenderos continuaban impunescon visible perjuicio para los naturales. Finalmente, y trasde muchos desengaños, avisáronle a Sugar'lllxi que ibail ser satisfecho en su demanda, como que ya habla sa-

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Page 100: Cuentos - Efe Gomez

EL CACIQUE SALOMON 107

lido un nuevo juez hacia Soga masa y, de centera, muybít'n instruído para hacer allí paz y justicia.

Ante aquel anuncio sonrió el aburrido y ya escépticocacique, y tornándose a sus Duenos indios, dtjoles:

-Andad, hijos, y reparad si las ¿Iguas del rIo correnhacia arriba o hacia abajo.

Fuéronse los inocentes indios a ejecutar lo que se lesmandaba, y regresaron en volandas trayendo la estupen-da nueva de que Jas aguas iban corriendo «de pabajo».

-De pabajo?-As! es la verdad, señor I-Ah I Entonces tened por cierto que el nuevo juez no

va a correr diferente camino que los otrosly desde aquel entol1ces los míseros descendientes de

los zaques, cuando dan con un rio, mtranle atentamente,con la esperanza de hallar sus aguas (siquiera algunavez), corriendo hacia arriba .... Vana ilusión I Pala nues-tras ¡ndiadas las aguas del gran rio de la Justicia hancorrido y correrán siempre de pabajo.

Hubiera seguido Sugamuxi el ejemplo de don AndrésGuatesique, cacique de Dubigara, otro gallo le habrta can-tado. Vaya en f;!racia! Si el Guatesique era guane fotuto.y por lo tanto progenitor de aql:cllcs famosos Comune-ros del 81.. .. As! me atrevo a declararlo, mas no a jurar-lo, porque se dice que ello es pecado en Cosas de pocomomento.

Dubigilra, en cuyas tierras asiénta3e hoy la gentil Ba-richara, constituyó una tan dilatada comarca, que dio tie-rra suficiente para ser repartida entrt: varios conquistado-res. A filles del siglo XVII quedó teda ella bajo el po-

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108 E. O T E R O D' C O S T A

der de don Juan Bautista de Olarte, Provincial de la San-ta Hermandad de la ciudad de Vélez, y por tal razón elsobredicho don Andrés Guatesique nació y vivió bajo latutela del mentado Provincial.

Establecido lo antecedente, tomaremos el hilo de estaverldica y puntual historia diciendo que yendo noches yviniendo días, cierto mestizo, criado del Encomendero,compró un labrantío de marz a un indio de Dubigara lla-mado Pirinoche, comprometiéndose a pagarle por la di-cha compra veinte pesos de buen oro, los que C:ebía sa-tisfacer, precisamente, por la próxima Pascua de Resu-rrección.

Todo esto habrla salido muy cabal si el mestizo nohubiera tenido para su coleto ciertas máximas manguian-chas, una de las cuales era aquella de que ••el peor ne-gocio es el de pagar-. Sentencia muy mucho desaforaday que, a lo que colijo, no solamente en los antiguos, pe-ro en los modernos tiempos, ha sido usada y guardadapor blancos, mestizos, indios y negros. Ql1izá por ellocanta la copia:

Líbrame Dios de la peste;De los mestizos y blancos;De los negros Y las negras;De los zambos y mulatos!

Barrúntase de estos versillos que el poeta, o como sele llame, estaba desengañado de todo el género huma-no .... Mas dejemos esta zona peligrosa Y resbaladiza yarre con el cuento I

Conque sucedió que el demonio del mestizo aplicó su

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Page 102: Cuentos - Efe Gomez

EL CAC/QUE SALOMON 1V9

máxima al negocio celebrado con Pirinoche, de donderesultaba que las pascuas venlan y las pascuas se ibany los veinte pesos pataleando; patllleando, sí, porque seestaban ahogando sin remedio y sin esperanza de éL .....

-Cuándo me pagaréis? preguntaba Pirinoche al mez-tiza cada vez que le encontraba en Vélez.

A lo cual replicaba el socarrón: -Entended y tenedpor cierto, mi buen Pirinoche, que estoy de viaje parala ciudad de Paga, donde vivian antiguamente los paga-nos, y que a mi regrew os pagaré rata por cantidad.

Conque 51? Ah pícaro, ladrón, belitre de la peor ca-laña I La hora habla de llegaras, porque, como decía Pi-rinoehe: «Mi Dios es más grande que una ceiba, y co-bija a todas sus criaturas por parejo I»

y fue el caso que don Juan Bautista de Olarte orde-nó al mestizo que se trasladase a Dubigara a colectar ytraerle el tributo añal; yaqui fue la buena, porque des-pués de haberle entregado don Andrés Guatesique latasa, y cuando ya el mestizo se partia, dljole con mu-cho comedimento y gravedad:

-Señor mío: mejor fuera que le satisficieras la deudaal pobre Pirinoche ....

-Aún mejor seria, don cornudo soplagaitas, que noos entrometiérais en el rancho ajeno, dejando a cada cualen paz con sus pecados.

-Quedáos con los vuestros, si 06 place, pero no conlos veinte pesos de Pírinoche, que nunca consentiré 8al-gais de aquí sin haber arreglado la deuda.

y como viese que el mestizo tomaba la cosa a bur-las indignóse tánto el cacique con el desacomedimento

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Page 103: Cuentos - Efe Gomez

no E. o T E R O D' C O S T A

que, sin dar campo a más, ordenó a SlIS vasallos quele prendiesen y sujetasen bien.

-Ahora, salteador en despoblados, veremos si des-torcéis esa bolsa, porque dos azotes bien administradosos irán por cada peso I Conque muchachos, menead esasmanos y por ahora contad solos veinte I

No se hicieron rogar los dubigaras aquella orden, yfue de verse con cuanta ligereza dieron con el mestizoen tierra, con qué destreza le bajaron los gregUescos ycon cuánto amor empezaron la azotaina mientras el ca-cique contaba con mucho brio: uno, dos, diez, quince,veinte ....

AquI cantó el mestizo la palinodia Y. viendo las verastraducidas en sangre, con gran priesa soitó el cordón dela bolsa y de acuerdo con la sentencia del cacique pa-gó a Pirinoche diez de los veinte pesos debidos.

Ya imaginará el lector la zafacoca que nació en Vé-lez cuando vieron lIeRar al m~:;tizo todo derrengado ymohino. c¿Cómo, vociferaba el Licenciado Marantes, inqua urbe vivimus? No faltaba otra cosa sino que estosindios bellacos anduvieran a la hora de ahora azotandoa nuestros criados y servidores! I

El Encomendero, como era lo natural, montó en cóle-ra e hizo llamar al cacique resuelto a propinarle un ejem-plar castigo dando ase un escarmiento a los indios yuna reparación a su criado. Compareció al efecto donAndrés Guatesique, risueño, son reIdo, esbozando sus doshileras de blanquísimos dientes, y, cuando el de Olartehlzole airadamente la acusación, replicóle con mucho so-

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EL CACIQUE SALOMON 111

siego: eSeñN: considerad que el mesti zo teníale embii-latados veinte pesos a Pirinoche ....

-Pero en vuestra mano no estaba la punición I Miradque vuestra justicia meramente alcanzaba a los ir.dios, alos meros indios Il

-Talmente: el mestizo es la mitad indio y la otramitad blanco, y yo solamente hice le dar la mitad de losazotes correspondientes a la sentencia y solamente ledemandé la mitad de la deuda. Ahora, señor, como blan-co que sois, haced justicia, si as: os place, en h üt:'amitad de vuestro criado ....

Ante aquella salida riéronse de muy buena gana losalii presente:;, y a la risa se sumó el gusto cuando vie-ron cómo el justiciero don juan Bautista hfzole pagar almestizo los diez pesos remanentes sin dejar por ello depropinarle los veinte azotes faltantes, los que fuéronleaplicados en la esft:ra izquierda de salva sea la parte,porque el cacique. en el colmo de la legalidad jurisdic-cional, apenas habia ejercitado s[;. sanción sobre la esfe-ra derecha ....

Asi fue cumplida en todo y por todo la sabia senten-cia del cacique de Dubigara, yaqui podrfa ei cronistaespaciarse haciendo variados comentos, como el de de-cir que Icuántos GU1ttesiques hacen falta en nuestro:; Tri-bunales .... l Pero tente, plumilla, porque como deda unindio de mi pueblo: eLa mejor cencia es mi máma Pru-dencia I»

Lo certifico.

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Page 105: Cuentos - Efe Gomez

El apólogo del rôyoLV#

El doctor Bartolossi, locoJII1

"M. y Mme. D'Artigny"P o r

José Alejandro Navas

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Page 106: Cuentos - Efe Gomez

El apólogo del rayo

Los dos hermanos, Valerio y Rodolfo, vivían en el pue-blo, en la antigua casa de sus padres, un caserón

vetusto, con escudo de piedra en el portal, con variascolumnas románicas en el interior que formaban un claus-tro y con grandes huertos y dependencias aledaños a lacampiña.

La campiña era feraz, riente, embellecida de Ull modorobusto por árboles majestuosos que en los dias de solproyectaban una vasta y tupida sombra, árboles patriar-cales como aquellos de los paisajes bíblicos.

Para los dos hermanos la vida era amable. Nada tur-baba el sosiego de sus días. Vivían a\lf como en el ol-vido, no sin que ellos se diesen cuenta de lo que acae-ela en el re!'to del mundo.

Valerio, el mayor, era dado a las faenas agricolas, a lavida espaciosa y fuerte; Rodolfo, en cambio, gustaba delestatismo y era amigo de los libros y de la meditación.

A pesar de sus caracteres opuestos, se amaban comodos buenos amigos. El más débil soportaba las flaquezas

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116 N A V A S

del más fuerte, y al contrario .... En ésto se fundaba prin-cipalmente su arman la fraternal.

Además, las vastas tierras heredadas les produclan pin-gües rentas para que ellos, sin ::uidado, dejasen transcu-rrir las fugaces horas y los largos años.

Valerio era un hombre robusto, de ancho torso pujan-te, de fuerte cuello bovino y hermosa cabeza de dios~riego. Rodolfo era de constitución raqultica, un poco car-gado de espaldas; también posela una hermosa cabezaclásica, y de sus ojos negros, elocuentes y tristEs proce-dia un encanto singular.

El primero era egolsta, desconfiado, tumultuoso. Usabacon éxito de su acometividad y de su fuerza, y quizás,debido a estas cualidades, no pocas veces salió triunfan-te en sus empresas injustas y en sus propósitos malsa-nos. Alardeaba de la autenticidad de su sangre trasmiti-da sin mezcla por sus abuelos peninsulares cuyos apelli-dos evocaban asedios de plazas fuertes, y enorgullecía-se, por sobre todo, de los lambrequines de acanto querodeaban su escudo.

El segundo era todo hidalguía, desprendimiento Y mag-nanimidad .

• • •y sucedió que en una ocasión Valerio decidió marchar

a la ciudad grande. La ciudad grande distaba muchas le-guas del pueblo. Para llegar a ella era preciso atravesarlargos camines sedientos, cruzar extensos valles húme-dos y ascender por en medio de las montañas.

Rodolfo sintió gran pena por el viaje de su hermano;le parecía que algo espantoso iba a interponerse entre

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A P O L O G O 117

los dos; se imaginaba que la ciudad, la inmensa ciudadiba a devorarlo. y el día de la partida salió a despedir-lo hasta un sitio muy eminente que descubre otros hori-zontes .

• • •Transcurrieron los meses. Rodolfo sabIa que Valerio es-

taba muy bien, y que, debido a sus combinaciones eco-nómicas, acrecentaba la hacienda.

En el vasto caserón la soledad y el silencio se hicie-ron aún más hondos, y la hierba de los huertos comen-zó a desarrollarse con locura.

Rodolfo, en tanto, ponía una intinita paciencia en to-dos y en cada uno de sus pensamientos. Así, descuida-ba el amado mundo exterior de su hermano. Durante losdías prolongaba los instantes, sin que :sintiera, con esteejercicio, el correr del tiempo. Las lecturas distraian so-.meramente la superficie de su imaginación; mas de sípropio, de su esencia, de su pensamiento ininterru;npido,h':\bla logrado extraer mucha sabidurla. De tal suerte es-taba dentro de sí mismo, que apenas si pensaba en con-testar a su hermano. Este, por último, ~e h;¡bla sumergi-do en la ciudad, y después de dos años, muy de tardeen tarde, escribía dos líneas a Rodolfo.

* • *Al fin, un día, en el comienzo del invierno, Yaicrio re-

gresó a su casa, a su pueblo tan lejano. iCuán cambia-do estaba el arrogante mozo de otros dIas I Su pujanzahabía disminuIdo; sus ojos ya no tenían el brillo de an-taño I su cabeza había perdido cierto nimbo romántico I

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/lB N A V A S

No obstante, él queria que su esplritu fuese el mismo; ydaba voces, cerraba fuertemente las puertas y sus pasosproducían vibraciones de larga duración ....

Valerio habla adquirido en la ciudad una linda mujery la había llevado consigo. Esta mujer Ilamábase Blan-ca, era de origen humilde y tenía huellas de sufrimientoen su rostro de virgen de leyenda eslava. Ella, se hu-biera dicho, no poseía dato alguno acerca de ella mis-Ilia. Creció dentro de una oscuridad espantosa. Un díaacertó a pasar Valerio por su puerta. Valerio le dijo:~«¿Quieres venir conmigo? Ella sin el menor esfuerzo sedejó conducir como se conduce a un animalillo ciego.

* * *-Rodolfo, Rodolfo, mi hermano. Aqui tienes a esta mu-

jer; es mi mujer, lo oyes? Ella sabrá ahuyentar la tris-teza de esta casa ....

Rodolfo la envolvió en una intensa mirada.y desde entonces, comenzó (.tra nueva vida para los

dos hermanos. Algo tremendamente misterioso hubo deimponerse entre ellos .

.•.* *Blanca áifundía su sonrisa en el vasto caserón; trata-

ba de ser alegre, pero en vano; y sentia verdadera pie-dad por Rodolfo. De cuando cn cuando los dos cruza-ban unas cortas frases: c¿Qué te pasa-le decía ella-yo quiero que no te entristezcas de ese modo ....; que note preocupes por el carácter de tu hermano; él es bue-no en el fondo ....•

y Rodolfo, después de una í'vasiva respuesta, clavaba

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A P O L O G O 119

sus ojos en ella, sin que esas miradas ~radujesen nada,absolutamente nada. Eran el vacío, la ausencia total.

Poco tiempo de:-pués la casa comenze) a estar acica-lada con cierto exquisito primor debido a las manos deaquella mujer. Las voces de Valerio resonaban en el in-terior aún más fuertemente que antes, y las malezas delos huertos dejaron de ahogar los arbustos entre los cua-les destacaban ya n/ti da;; las flores .

• • •-Tú has puesto los ojos en mi muj'~r; eres un maI

hermano; eres un mal hombre I-NuIlca he puesto los ojos en ella; tu mujer pertene-

ce a ti exclusivamente; eres injusto y 110 conoces a tuhermano.

-Vêle de esta casa! Sal de la casa de nUe5trl)S pa-dres; n~ mereces estar en ella. Te maldigo I Qlle un ra-yo te haga cenizas 5i tú has deseado a mi mujer!....

-Me va)' de esta casa; pero ten entendido Que soyinocente; que un rayo me fulmine, si en mi corilzón seha alhergado por un momento una sombra de la sombra denu mal deseo I

• * •En seguida Rodolfo emprendió la marcha. Anduvo unas

horas sin rumbo, empujado tan sólo por su propio des-tino. Lu~go quiso descánsar al abrigo de los árboles ma-jestuosos, protectores, como casas de frescura, semeJan-tes a aquellos árboles bajo cuyas frondas descansabanlos patriéiT.:~s bíblicos.

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120 N A V A S

El dia comenzó a nublarse; un viento de borrasca tra-jo mucho fdo.

El hombre reclinó la fatigada cabeza en el tronco deuno de estos árboles y se quedó dormido.

Pocos minutos después, alii, precisamente, cayó un ra-yo.

El árbol y el hombre quedaron reducidos a cenizas...•y el viento de borrasca, tremendamente sonoro en su

furia incontenible, esparció estas humildes cenizas por elancho mundo ....

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Page 112: Cuentos - Efe Gomez

El doctcr Bartolossi, loco

EL doctor Bartolossi, médico de Coenza, a menudohacia esta pregunta al cartero de aquel pueblo:

-y hoy, ¿quién ha llegado?El muchacho, comunicativo, servicial y al corriente

del movimiento de viajeros, respondia:- .... Pues al hotel de la plaza llegaron dos seño-

res que parecen extranjeros; al América, una familiade paso para el interior .... ; a la casa curaI, tres curas.

-Bueno, está bien, respondía invariablemente eldoctor mientras desdoblaba los periódicos que de lacapital le llevaba el correo.

Y asi, por el estilo, casi todos los días.El muchacho pensaba:••Efectivamente, el doctor tiene algo de loco .... qué

modo tan raro de mirar el suyo ....»

•••••••Coenza es una población muy recomendada por sus

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122 N A V A S

condiciones de clima, topografía y recursos para losenfermos del corazón. Acuden muchos durante todoel año: algunos se alivian y regresan a las alturassatisfechos; otros se descongestionan, respiran con másfacilidad, la sangre les circula mejor, las palpitacio-nes disminuyen .... ; pero les empieza a crecer el hígado,se ponen amarillos, y entonces es la desdicha, porqueen ninguna parte pueden vivir y hay que equilibraruna cosa con otra; la vida misma les es insoporta-ble, y viene la inquietud y la congoja. j Cuántos handejado alii sus huesos! Sin embargo, se escuchanfrases consoladoras: caquel señor, don Diego Pi-zarra, hace ocho afias vive aquí; tiene sus alternativaspero ahi va .... en otra parte habría muerto" . «¿Y laseftora de Collazos? :':l1a compró casa y resolvió que-darse definitivamente". «Muchos resucitan .... casual-mente el otro día vino un joven ....• c¿Y qué me di-cen ustedes del General EstébaneZ?

En este ambiente se movía el doctor Bartolossi.Así, levantando moribundos y enterrando muertos,

vivía el pueblo; crecían las arcas municipales; flo-recía la iniciativa. El acueducto se manifestaea prin-cipalmente por la fuente mayor, la cual lucía una placade mármol grabada con los nombres de los conce-jales y el del alcalde en letras más gordas. Se sem ...braban acacias en los paseos y se rotulaban las ca-lles con flamantes leyendas: Calle de la Libertad, Ca-

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Ile del Prócer García Tinoco, Carrera 8 de Noviem-bre. En aquellos días estaba a punto de abrirse elHotel Estrella, provisto de ventiladores, hielo y pianoautomático.

El doctor Bartolossi se reía, pam sí, de todo esto.En su consulta, clavado en su escritorio, sólo tratabaen pocas palabras a sus pacientes. Todos decian yaseguraban que tenía grandes aciertos, pero que, desdela muerte de su esposa, se había tornado otro encuanto a su carácter; en su ciencia era el mismo. Niuna sonrisa, ni la más ligera contracción de su rostrodenotaban entusiasmo ni preocupación. Sólo sus ojosaseguraban que sufría. Pasaba como una sombra: todoen él era misterio. Contentábase con poco, era des-interesado y siempre tenía mayores atenciones con losmás miserables. Sabíase que mantenía correspondenciacientífica con algunos de sus colegas de la capital, yconstantemente recibía libros e instrumentos. Pero sumutismo era desconcertante; formulaba lo preciso y sa-ludaba y se despedía con unas mismas palabras. Al-gún perspicaz del pueblo le extrajo, en memorableocasión, un pensamiento: «esta vida está tramada deabsurdos; yo espero algo que ha de llegar aquí a Ii-bertarme .... Las leyes de la existencia se cumplen, soninexorables. El absurdo, si se profundiza, encierra suulterior explicación que sólo en silencio se puede des-cifrar .... A su tiempo hablaré-. Y se calló. Las frases

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12-J N A V A S

fur~ron comentadas como un acontecimiento, y desdeentonces se empezó a decir que flaqueaba de la ca-beza.

_¡ Pobre !-repetían-Ia muerte de la sefiora lo dejóen silencio: ise amaban tántol.. ..

y 10 sefialaban diciendo:-Alli va el doctor Bartolossí; está hecho un vie-

jo; iqué pena da verlo IUna mal'iana, como de costumbre, tocó el cartero,

y antes de que el doctor le preguntara nada, aquéldijo:

-Anoche llegaron al Hotel Estrella el sefior y laseñora Eizaguirre; me recomendaron esta carta .... Ade-mas, la sel'iora me encareció le suplicara a usted fue-ra inmediatamente.

El médico tuvo un gesto jamás visto, y sus pala-brú.s, que fueron éstas, dejaron atónito al muchacho:

_I Al fin!; ya lo sabía. Los diarios de antier !<>anuncian .... Por otra parte .... pero usted no puede en-tender estas cosas .... Diga usted a la sef\ora que iréen el curso del dia.

En movimiento nervioso, con la mano derecha, gol-peaba contra la izquierda la carta.

El muchacho salió. El doctor montóse las gafas yrasgó el sobre.

Asi terminaba su colega Sánchez Hortúa: «Te re-

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pito, el caso es desesperado: parálisis general pro-gresiva. Tú verás qué puedes hacer con esa desdichado •.

* * *En el hotel habían prevenido a )a seftora respecto

de )a perturbación del médico, pero ella lo dudabapensando: «cosas de pueblo", y respondía: «allá sele considera como hombre de gran talento, como sa-bio ••.

A los tres de la tarde se hizo anunciar el doctorBartolossí.

La sefiora tardada en salir, y sospechaba con quiénse iba a entender .... No estaba segura, pero acudía asu mente algo de/ pasado, de un pretérito muy equí-voco y muy lejano. Y se demoraba ensayando ante elespejo /a mejor de sus sonrisas a/ lado de su marido,de cuya boca caía un hilo de baba cristalina y cllyamirada había muerto. Ella, con un lienzo, Iimpíó loslabios del esposo, y le dijo: «¿Cómo te sientes? Elenfermo tartamudeó alguna cosa, moviendo tristemente/a cabeza.

La sefiora era una mujer ya un poco marchita. Del-gada, esbelta; guardaba mucha melancc,'fa en Sll~ (ljosgrises, profundos.

De pronto salió.-¡Oh! jdoctor!-exclamó tendiéndole la mana.- Ya veo que usted me ha reconocido, repuso éste.

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126 NA VA S.

Siempre en uno queda algo de aquello que fue .... ¿Ysu esposo?

_ iEl pobre 1.... Ya se habrá enterado usted por la.carta del doctor Sánchez Hortúa, tan amable con no-sotros ....

-Sí, señora, estoy enterado .... una calamidad.-Pero siga, siga usted .... pueda ser que usted en-

cuentre ....-No; ante todo, quiero tomarle a usted algunos

datos; quiero que hablemos reservadamente alii enaquella habitación .... Es indispensable.

Eiia vacilaba inquieta, mirando a todos lados.El doctor Bartolossi, con mucha calma, expresó:-Estoy seguro que ya le han hablado a usted de

mi locura. No tenga el menor cuidado. En estos pue-blos, al contrario de lo que pasa de las grandes ciu-dades, h~y que hablar mucho para ser cuerdo ....

Una vez cerrada la puerta se sentaron. Ella comenzó:-j Esto es espantoso!El repuso:-Algo semejante me sucedió con mi mujer. ¡Fue-

ron trece años terribles I-No lo sabia; estaba convencida de que usted lie

había quedado en Europa.-Más me hubiera valido.-¿Acaso? ....-El recuerdo suyo me hizo volver .... Pero seamos·

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breves, esto tenia que llegar: yo lo pensaba y algu-na vez lo dije: espero que alguien habrá de venir aJibertarme, a desatar mi lengua Las leyes de la vi-da se cumplen, son inexorables Pero no se altereusted .... estamos conversando y en la conversación lle-garemos a ver cómo tratamos a su esposo .... No sealtere .... Aquello hace veinte años, y todavia usted tanhermosa! Hizo usted mal, porque compredió mi talento,mi corazón y, sin embargo, por imbéciles prejuicios ....Ahora se ve claro lo que hubiera podido ser .... poreso la vida castiga .....

La senara temblaba y palidecía por momentos. Elcontinuó un tanto crispado:

-Usted me lanzó por otros caminos, envenenó lasfuentes de mi vida .... tiene usted la culpa de todasmis desgracias. Puede ser éste un amargo reprochepero es también una demostración .... iQué pálida SE

pone usted! Escúcheme .... Más tarde me casé con unamujer a quien no quise y la soporté durante treceafias, hasta que un día, aquí en este pueblo, cuandomás le dolía el corazón, le suministré una enorme do-sis de morfina y se quedó inmóvil para siempre!.. ..para siempre. Ella debió agradecérmelo. Yo Je acon-sejaría a usted que hiciera lo mismo. La fórmula esmuy sencilla ....

La señora dio un grito.Luego, sujetaron fuertemente al doctor Bartolossi.

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Page 119: Cuentos - Efe Gomez

•••

"M. y Mme. D'Artigny"

EL conocido profesor de francés, monsieur D' Arti-gny, siempre se manifestaba encantado con sus

discípulas de la alta clase social, especialmente con laseftorita Eugenia Zaldívar, cuya pronunciación pari-siense no difería-según él-de aquella de la CondesaMathieu de Noaï\les.

Entre paréntesis: (La Condesa de Noailles lo dis-tinguía muchísimo; monsieur D'Artigny, antes de lagran guerra y antes de su ruina, había frecuentadosus salones. La Condesa no dejaba de tener sus ca-prichos ....)

Pero un buen día, alguien le ;lconsejó que emigraraa este delicioso país poco explorado, hospitalario, li-bérrimo, en donde podria desplegar sus actividadescomerciales, que, sin duda, como en todo buen fran-cés, estahan latentes; que en este suelo se haria in-mensamente rico; que era el momento de aprovecharlas especulaciones petroliferas, etc. En una frase: mon-

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D' A R T ION Y 129

sieur D' Artigny quiso creer en la leyenda de El Dorado.Así, en marzo de 1919, el profesor de hoy, desem-

barcó en uno de nuestros puertos con una extremaalegría emocional, como si hubiese descubierto unnovísimo mundo. Ostentaba la cinta de la Legión deHonor (monsieur D'Artigny cojeaba ligeramente delpie izquierdo) y traía un saco de viaje bastante pe-sado, porque contenía muchos libros exclusivamentefranceses: las Fábulas, de Lafonfaine, Teatro, de Racine,Un Divorcio, de Bourget, y así todos por el estilo,además de muchos versos de la prenombrada Con-desa, aunque éstos no eran de su completo gusto,porque su memoria insaciable retenía mejor la lite-ratura romántica del siglo pasado: aquellos innume-rables poemas nutridos de ensueños triviales, cuyoescenario siempre es el mismo: un lago dentro deun parque viejo; Jas parejas de cisnes señoriales que derato en rato sumergen las cabezas en el agua oscura,acaso cuando Jas amantes se besan inclinados en labalaustrada ....

De aquella literatura monótona, falsa y decorativa,estaba impregnado, como de una escncia reconcen-trada, monsieur D' Artigny.

Transcurrieron los días. El comercian::e aventurerono pudo hacer nada. Aquellas especulaciones, al pa-recer sencillas para él, se complicaban, a la vez quelos dineros disminuían inmisericordemente. ¿Qué hacer?

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130 N Â V A S

Por lo pronto se trasladó del Royal Hotel a una Pen-sión sin nombre, la cual, no obstante, tenia para élun ambiente familiar, casi un ambiente dulce. Allí se-estaba mejor. Desde una ventana que se abria al po-niente, monsieur D' Artigny espaciaba su espíritu enla melancolia de la Sabana. Quizás en aquellos diashizo algunos versos otoñales que más tarde recitabaa sus discípulas sin atreverse a confesarles quién erael autor ....

Felizmente la retórica aniquiló por completo susilusiones especulativas. Aqui encontró un camino fácil,muy fácilmente abierto: el camino de la gramática.y no tardó en difundir un anuncio sugestivo, ofrecién-dose como excelente profesor de la lengua por exee-lencia cortesana. La sociedad le abrió sus puertas. Deeste modo vino para él la fortuna.

Monsieur O' Artigny tenía cuarenta y cuatro afias.En verdad no eran muchos años .... Su rostro hablasearrugado en extremo a causa de sus agudas y dura-deras sonrisas. Posela unos mostachos rubios, sedo-sos, erguidos como dos llamas de dos robustas bu-jías, y sus ojos claros. sin importancia, trataban deesconderse, de huir humildes cuando los homenajesacudlan a sus labios. Entonces también unos mecho-nes exiguos caían sobre sus sienes cansadas. Era ca-tólico y le gustaban los buenos platos nuéstros; to-caba el piano con cierta alada grflcia femenina y sepulía las uñas como una atriz. Algunas muchachas

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D'ART/ONY 131

se divertian mucho con monsieur D'Artigny, y excla-maban las más bonitas y de menos afios: «Es ridículoeste francés; es ridículamente encantador ••.

Sin embargo, cuán agradable resultaba el profesoren las tertulias de sel'íoras achacosas que tomaban téen un ambiente recogido y pacato y hablaban de susantepasados, poniendo los ojos en blanco, como debeJlr)s ejemplares de hidalguía, de talento, de seducción.

* * *Precisamente Eugenia descendía de uno de aquellos

ilustres varones cuya imagen reproducía el daguerro-tipo con unas luces misteriosas, singularmente seve-ras y doctorales. Era hija única de un matrimoniotardío, de uno de estos matrimon:os meditados conantelacíón en muchos afias de noviazgo, quizá des-pués de haber aniquilado grandes ilul;iones a causade un conocimiento mutuo demasiado utilitario, dema-siado metafisico ..... Matrimonios felices, sí, más bienfelices, los cuales durante veinticinco o treinta añoshan llevado una vida igual, sin grandes alegrías ysin grandes tristezas, envejeciendo si se quiere dul-cemente, después de haber engendrado una hija lin-fática y antojadiza, que se empeña en pronunciar muybien el francés y en escribir con caracteres torturadosy distinguidos. No habéis observado que estos ma-trimonios exclaman en un tono siempre igual, des-pués de haber llovido durante una semana: «Oh, este

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132 N A V A S

invierno L..." Estos matrimonios han comido idénticasopa los domingos, porque desde que fueron al altarlos acompaña la misma cocinera refunfuñadora y sininiciativa. Aquellas sillas son las mismas de antafto;aquel reloj se ha dafiado tres veces y las tres veceslo ha compuesto un anciano vacilante, que ya estácasi ciego. Ese grabado se ha desteñido, no importa!Hace diez años la niña comenzó a teclear en el piano;ahora ejecuta, sin equivocarse, una mazurca de Godard.La señora cultiva las mismas especies de flores queestuvieron en boga el año 95; así, todos los días sela puede ver en el jardín quitando hojas secas. Elseflor si~ue abriendo el mismo candado que cierra lamisma puerta de su comercio, todos los dias.- «Euge-nia!» llama la sefíora. La nUla contesta.-«Ya voy, ma-má,.. Luégo se marcan unos pasos menudos; acaso elviento golpea una puerta ....

•••Por entonces Eugenia tenia un novio; tenía asímis-

mo un sombrero azul pálido, el eua/le daba un aspectoinfantil, encantador. El novio se liaba Ernesto; se habianconocido en una fiesta. Precisamente, aquel dia, ella lle-vaba por primera vez el sombrero azul.

Ernesto era un muchacho apocado, tímido, que tem-blaba de píes a cabeza con la risa de una mujer.Con todo, era uno de los ml~jores matemáticos de laRepública; delante de un tablero se transformaba, se

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D'ART/aNY 133

volvía ágil, sonoro, intrépido; luégo, en la vida or-dinaria, se apagaba y discurría sin ruico. Un dia qui-so pensar en el matrimonio y se dijo: «Si yo encon-trara una muchacha ....; pasa el tiempo y voy sintién-dome tan solo L .." Y la encontró.

Así, cuando él pronunció aquellas palabras sacra-mentales:

-«Sí, créame. Eugenia, nadie puede quererIa tán-to como yo ...." ,-ella se ruborizó un poco y repuso:

- ••Quién sabe L .. Habrá que verla con el tiempo ...."-«Si, el tiempo le dirá a usted la verdad. Yo la

conozco a usted desde hace algunos años, desde cuan-do usted iba a la escuela ...."

-«¿Sí?"-«Sí.. .. Cuando yo subía de prisa para la Facul-

tad .... Hoy me parece un sueño; pero sí, es usted lamisma .... ; no acierto a decirle .... en fin, no ha perdi-do usted el aire de niña ...."

-"Yo también lo conocía a usted, y usted no sos-pechaba ...."

- ••Quiero que me conozca un poco más ....•y Ernesto no queria olvidar unas palabras impor-

tantísimas, ya al despedirse:- ••Vaya usted a mi casa; seremos muy buenos

amigos· .El no vaciló en aceptar. Por otra parte, la madre

de Eugenia también le había dicho:

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134 N A V A S

-«Tendremos mucho gusto en verlo por casa ....•Y el padre no se había quedado atrás:-«Ya sabe, joven, la casa nuéstra es tambíén la

suya ....•-«Muchas gracias· -había respondido el joven, in-

clinándose con mucho respeto y consideración.Unas semanas después, ya se le saludaba por to-

dos los de la casa: -«Qué tal, Ernesto· ; -«Ernesto,buenas noches·.

* •.•Monsieur D' Artigny también amaba a Eugenia pe-

ro en silencio. El se confesaba no haber sentido nun-ca un carili.o, una ternura tan fervorosos como aque-llos, por ninguna mujer. De ahí que sus mejores ala-banzas estuviesen destinadas a ella.

Al fin, una tarde, no pudiendo resistir más, el pro-fesor, vivamente emocionado le dijo en castellano:

- «Seli.orita Eugenia, yo la amo a usted. No pue-do decirle otra cosa. ¿Quiere usted reírse de mí? Surisa me enamorará mucho más ....•

-«Yo le agradezco mucho, señor-contestó ella-pero comprenda usted que Ernesto, mi novio, se en-fadaría .... Y yo quiero mucho a Ernesto ....•

-«Entonces, yo deseo suplicarle una cosa: que us-ted no contará a nadie mis palabras; usted es unanina discreta. ¿Me lo promete usted»?

-«Sí, se lo prometo ....•

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D'ART/aNY 135

Eugenia cumplió: a nadie dijo una sHaba; y a ve-ces se acordaba con recogimiento de ias palabras sua-ves de Monsieu r D'Artigny.

Transcurrieron unos días lluviosos de febrero y,otros días nublados de marzo.

* * *Para la Pascua Florida Eugenia adquirió un som-

brero encarnado, tan encarnado como la cinta de laLegión de Honor de monsieur D'Artigny. Este som-brero fue un acontecimiento en la presente sencillahistoria. Eugenia, tocada con él, se transformaba, pa-recía otra mujer; con aquellas gasas rabiosas en lacabeza cobraba la muchacha un aire turbador, por-que ponían fuego en sus ojos, en sus mejillas, ensus dientes. La mujercita angelical, al salir a la ca-lle, se convertía en una diablesa. Y Ernesto tuvo mie-do; el capricho de la moda fue para él una desilu-sión'. «Francamente-se decía-desde que Eugenia lle-va ese sombrero me parece otra. No comprendo; pe-ro debo retirarme ....»

No dijo a nadie una palabra, no comentó el asun-to, pero se retiró de aquella casa donde se le queríamuy de veras.

Entonces Eugenia cayó en la cuenta de que Ernes-to era un hombre frío, reconcentrado y monótono;monótono en sus gustos, en sus palabras, en sus en-tusiasmos; se parecía moralmente tánto a su papá I;

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136 N A V A S

y era tan aburrida aquella existencia Siempre lamisma cosa .... El método, la seriedad, la circunspec-ción, el sentido común. Hasta sintió alegría en el in-terior de su espíritu por la retirada de aquel jovensin mancilla.

¡Cuán distinto monsieur D'Artigny! Es verdad quetenia cuarenta y pico de años, pero era un hombrede mundo, elegante, artista, con algo de locura en lafantasía, con algo de quimera en la imaginación; mon-sieur D' Artigny era un hombre diferente a su papá,a su abuelo que habia sido Ministro de Hacienda yhabia muerto pobre, sin haber sabido nada, de otrosmundos, por propia percepciÔn, y sin haber hecho.una locura ni siquiera una estrofa.

¡Cuán distinto monsieur D' Artigny! ¡Oh, si!; sin.vacilación, con él se casaría. Ella tenía dinero. ¿Quéle importaba lo que murmurasen los demás? Primeroirían a París, luégo a Italia, luégo .... ; en todo casoella saldría de esta monotonía gris, angustiosa ..................................................................................................

y se casaron.Hasta el presente la historia cuenta que han sido

muy dichosos.Alguien ha visto una tarjeta, una sencilla cartulina

que pone: «M. et Mme. D'Artigny 26, Boul. Haussman-.Quizás alii también la existencia es para ellos mo-

nótona, aburrida ....

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Inquietud adorable ....Fecunda inconformidad

P o r

Manuel García Herreros

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Inquietud adorable ..... Fecunda inconformidad

A Cor/aI TOrre3 Durán

,CUANDO llegué al caserío, el jamelgo que me al-quilaron, imbe/e, canijo, había agotado sus fla-

cas fuerzas en la escabrosa ascensi6n.Construido en una meseta, en mitad de un cerro al-

tisimo y giboso, el pueblucho, observado desde aba-jo, daba la sensación de que en un vértigo caería ro-dando. Brillantes de cal reciente, las casas se apreta-ban premiosas ante dos únicas calles. Algunas deéstas, construídas en parte sobre puntales apoyadosen el corte del cerro, se asomaban al abismo con ágilpirueta, arrebatando al espacio el sitio que faltaba asus cimientos.

En forma de espaldar, sirviéndole al puebluco defondo oscuro, se levantaba neta y arrogante la enormemole del cerro. Sus Iineas bruscas, terminada la ho-rizontal de la meseta, continuaban el descenso, dete-niéndose ante inmensas piedras negras, retostadas, y

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140 QARCIA HERREROS

luégo esfumándose en el valle tranquilo en que seasienta el pueblo grande.

Pulmones que no tenian otro alimento que el airede la plazuela en que yo me hallaba, recogido de ad-miración en presencia del paisaje, las dos únicas ca-lles del caserio se abrían a mi derecha, largas, del-gadas, tan delgadas. tan angostas, que cuando porellas circulaba el viento, creyéndose encerrado, silba-ba con empefíos de huracán.

Las gentes de Aripaná sostenían tratos muy limita-dos con las de arriba. Hombres y mujeres de la me-seta, en policromo cordón que desde abajo era ob-servado con divertida curiosidad, bajaban en las ma-fianas de los domingos a oír la misa y a efectuar sustransacciones, que consistían en la venta o permutapor comestibles, de numerosos objetos de rica fanta-sia, hechos a mano de una fibra artisticamente tejida.Diminutos baúles de colores, canastitas encantadoras,floreros y mil curiosidades más que los comerciantesde Aripaná, haciendo en ello apreciables utilidades,enviaban a la capital.

Inútilmente las mujeres de Aripaná y las de lospueblos vecinos intentaron fabricar estas maravillas.El arte que les daba valor era exclusivo de los ha-bitantes de la meseta. Sólo ellos conocían sus secre-tos y sabian extraer y preparar los filamentos.

Agente viajero que me encontraba de paso en Ari-

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INQUIETUD ADORABLE J41

paná, en el pueblo grande, como se decía, resolviaquella mañana llegarme hasta el simpático caserío,que como una tribu de indígenas, vivía aislado y fe-liz de su aislamiento.

Después de gozar algunos instantes del paisaje quedesde la plazoleta se divisaba, me dirigí hacia la ca-sa más cercana en solicitud de un poco de agua conqué calmar la sed. Al girar, observé que un jovenblanco, cuyo aspecto lo denunciaba inmediatamenteextraño en el lugar, sorprendido en el examen quede mi hacía, se ocultó. Varias mujeres que en los pre-tiles ejecutaban labores de mano, suspendieron eltrabajo.

La anciana me invitó a desmontar y a descansar.Luégo reapareció con una taza de barro labrada, !le-na de agua deliciosamente pura y fresca.

Irresoluto, el joven a quien sorprendiera observán-dome, entró.

-Buen día-me dijo.Al contestarle, le dirigí una mirada sondeadora, apar-

té mis ojos de su rostro para que no comprendi~ra)a curiosidad que me inspiraba, y principié-comosucede cuando nos encontramos .:lnte un desconocidoque en alguna forma nos interesa-a deducir, de suaspecto y maneras, los datos que exigía mi deseo dl:conocerlo a fondo. Aunque este método de investiga-dón es deficiente, inexacto, no teniendo de este jo-

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142 GARCIA HERREROS

ven referencia alguna, ni las informaciones que en elmundo social contribuyen a que nos formemos deter-minadas ideas de las personas, ignorando hasta su·nombre, tuve que reducirme a los medios que se meofrecían, escasos e incompletos. Opacada la impre-sión personal que me produjo por la más intensa ysugestiva, de encontraria allí tan familiar, blanco, ru-bio, fino, entre gentes de tez acanelada, de raza evi-dt:ntemente distinta de la suya, la imaginación, de nohaberla detenido, habria comenzado-desembridada-a construir quizás una novela, lo mismo que los sue-fios, con un detalle tomado de la realidad, hilvanancuriosas películas que en la vigilia, al recordarias,nos darán motivos para sonreir.

El joven, presintiendo el curso que tomara mi pen-samiento durante la pausa que siguió al saludo y ami mirada,-que no por rápida pas.) inadvertida,-conei gesto poco afable del que se apercibe a una de-fensa necesaria, me interrogó:

-¿De dónde viene? ¿Quién es usted?-Matías Alvarez, a su disposición.-Sin duda al-

guna, nada le dijo mi nombre.-¿V el objeto de su visita?A pesar de las informaciones que amablemente le

di, el joven no pareció quedar satisfecho, como si al-go me encontrara que no acababa de inspirarle con-fia'1za. Después de un momento de silencio, me pre--

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sentó excusas por su insistencia y me formuló nue-vas preguntas. El interrogatorio, difícil y molesto, fueinterrumpido por la entrada de una esbelta mucha-cha de 18 afios, morena también como las que ya ha-bía visto ocupadas en labores de mano. Su cuerpo,erguido y flexible, tenía exquisitas delicadezas de for-ma. En la sencilla blusa se marcaban las pomas du-ras de los senos, del tamaño de dos margaritas. Losojos de moka, le inundaban el rostro de luz apacible.

-Mi mujer-dijo el joven. No es necesario ser unespíritu de selección para leer en los ojos de otrolo que pasé: en su interior. AI murmurar las banalesfrases de uso, por la mirada que dirigi a la moza,compren di que aquél equivocaba mi pensamiento. Suspalabras confirmaron mi impresión.

-Es mi esposa .... Hace tres afias nos casó el curade Aripaná.

La muchacha sonrió y fue a sentarse junto de sumarido, modesta y amorosa, apelotonándose contraél como un gatito zalamero y mimado. Hablaron losdos en voz baja y en seguida me invitaron a almor-zar. Acepté. La muchacha salió y por segunda vez losdos hombres quedamos solos.

-De modo que hace tres años vive usted aquí?pregunté, por decir algo.

El joven se me acercó, y COll palabras coloreadaspor un extraño sentimiento, me interrogó, esta vezcon inexplicable aspereza:

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144 GARCIA HERREROS

-Sea usted franco .... sea usted hombre .... ¿Dice ver-dad al afirmar que es agente viajero y que ha veni-do hasta este lugar por curiosidad?

Indignado, alcancé mi sombrero para partir. Peroel joven, tomándome del brazo, me detuvo.

-Excúseme usted, se lo ruego. Ya comprenderácuando le explique ....

Fue a colgar mi sombrero de unos cuernos de ve-nado incrustados en la pared, y al vo Iver, mirándo-me aún con molesta insolencia, me dijo:

-Soy Salvador Arana ....-Y como notara que nin-guna sensación me causaba su nombre, agregó algu-nas frases amables. Por primera vez la cordialidadapareció en sus maneras.

-Mientras nos sirven el almuerzo, ¿quiere ustedque demos una vuelta? No será larga, ciertamente.

Salimos. En rústicas banquetas, las mujeres traba-jaban la fibra en los pretiles, formando grupos dedos o tres, y hablándose de casa a casa.

De' paso observé que los hombres descansaban odormían en sus hamacas.

-Pocos encuentro. Me parece que las mujeres abun-dan aquí. ...

-Si, es verdad. Hay más mujeres que hombres-con-testó Arana.-Pero es que todavia no los ha visto us-ted a todos. Están durmiendo.

-La hora invita a ello .... Estos momentos deben deser muy duros para el trabajo, aquí, ¿no es cierto?

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INQUIETUD ADORABLE 145

-Aquí los hombres no trab.ajamos.-¿Que los hombres no trabajan?-'pregunté, sor-

prendido.-Ya le explicaré después de almuerzo. Aplace su

curiosidad-me anunció, mostrándose ahora tan suavey amable como duro e impolítico enantes. Segura-mente trataba de borrar la im?resión ingrata que mediera al principio. Le comprendí el deseo de incul-carme una idea favorable de su persona, y aunqueésta es tendencia de hombres de poca significación,coloqué a Arana en un plano superior al de aquéllos.

La calle terminaba y también la meseta. Reapare-ció el abismo, el descenso abrupto del cerro, con in-numerables rodaderos arenosos y profusamente sal-picado de piedras calcinadas. Ni un árbol brotaba deesta tierra dura y seca.

Regresárnos por la otra calle, menos recta que laanterior. En la esquina, el espacio se angostaba. Unacuchilla del cerro habia obligado a las dos últimascasas a extenderse hacía la via. Las mismas escenas.Las mujeres tejian la fibra en las puertas, y los hom-bres descabezaban la siesta en las hamacas. Al piede la oscura mole, con pedazos de pizarra que le ha-bian arrancado, jugaban varios chiquillos desnudos,entre un griterío aturdidor. Al ver a un extrallo, sequedaron indecisos e intimidados. El sol ponia me-tálicos reflejos en sus bronceadas desnudeces.

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146 GARCIA HERREROS

II

Terminado el almuerzo, Arana me invitó a salir,y por un camino nada fácil me condujo hasta una es-pecie de gruta, qu ~ en el cerro abria su ancha bo-ca frente al pueblo.

Habían cambiado las decoraciones. El cielo y loshorizontes que desde allí se divisaban, aparecían sua-vemente velados. El pueblo de Aripaná, tan próxi-mo, se dibujaba deliciosamente tranquilo, en aquellahora de velos de invierno, y las cosas se rodeabande un mayor silencio, habiendo perdido la precisiónde líneas con que se muestran cuando cae sobre ellasla luz de un sol abierto.

Se anunciaba la lluvia para la tarde, y mientras seenfoscaba el cielo, circulaba una brisa intermitentey fresca.

-Me alegro de haberle conocido--comenzó Aranadespués de que estuvimos sentados vis-a-vis en unaspiedras.- Ya desesperaba yo de encontrar alguno de miraza a quien referir/e .... mi historia. El franquearse noes, como generalmente se cree, una imprevisión, si-no una imperiosa necesidad sicológica. El conversarsiempre consigo mismo y el conservar por muchotiempo un secreto propio, acaba por volvemos me-lancólicos.

Hizo una pausa larga, y continuó:-No se informó usted, hace cinco afios, por los

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periódicos. de la fuga de un joven a quien un tíobuscaba y hacía buscar, ofreciendo fuertes gratifica-ciones?

En verdad, yo nada recordaba.-Ese joven soy yo. El asunto hizo mucho ruido ....

¿Pero sabe usted por qué me huí de casa? .... Desdenifio fui encomendado por mis padres a un tío que,a pesar de ser también mi padrino y hombre muyrico, me dedicó a trabajar con desesperante afán, dizque para hacerme hombre de porvenir. Realicé inau-ditos esfuerzos para complacerlo, pero algo habia enmi más tuerte que el deseo de trabajar. En mitad dela tarea, en cualquier parte, quedándome quieto, medejaba llevar tan dócilmente cie la fantasia, que mu-chas veces no me daba cuenta de que entraba mi tíoy me sorprendía en éxtasis .....

-Algunas reflexiones me convencieron de la inuti-lidad de la acción, y terminé por cumprender que nohabía nacido para trabajar. Y era cierto. Cualquiercosa que se me mandara hacer, me causaba un su-frimiento atroz. Quizás usted no se dé cabal cuenta,no sepa comprenderme .... N·) era mala inclinación,pues nada tan inofensivo como mis locos sueños. Eraun deseo vehemente de no hacer nada, de estarmequieto .... Padecía hasta llorar dolorosas lágrimas cuan-do se me obligaba a trabajar, por sencilla, por fá-cil q'le fuera lí! ';¡bor. Era que. física y moralmente,

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148 GARCIA HERREROS

estaba yo imposibilitado para todo trabajo. En aquelmedio de orden riguroso, mi desorden espiritual te-nía forzosamente que ser recriminado, más aún, re-chazado. Todo en la casa se pronunciaba silenciosa-mente contra mí. Sin familiarización alguna, era unextraño en medio de tánta actividad.

Sólo deseaba soñar, soñar, soñar .... Ante la resis-tencia que encontraba, mi exaltación crecía. No ha-bia otro camino que la fuga. ¿Qué importaba que mefaltara la ropa, la comida, si era librt ?.... No sabe us-ted con qué impaciencia, con qué angustioso afán es-peraba yo las noches .... No se imaginará usted cómoera de hondo mi dolor cuando ellas terminaban ....

-¿Pero a dónde iría, si me escapaba de aquellaexistencia de negociante en telas? ¿A dónde que pu-diera prescindir del trabajo? No me inquietaba estapregunta ni su natural respuesta, ni mi pensamientolas evitó nunca, aunque se me presentaran con ca-racteres de angustiosa realidad. Y le repito a ustedque no era holgazanería, no. Sencillamente, mis sue-fios me eran preciosos, necesarios para respirar y vi-vir. Para todo lo extraño a ellos carecería de vo-luntad. ¿Qué otra cosa podía interesarme, apasio-narme?

-Mis reflexiones me afirmaban en el convenci-miento de mi inutilidad. Un terror indecible me ha-cia temblar ante la idea de que las semanas con ti-

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nuarían iguales, haciéndome intolerable la vida. Unatarde resolvi la fuga, y esa misma noche me esca-pé .... ¿Para qué decirle cuáles fueron los azares deesta escapada? ....

Arana hizo una nueva pausa.-Pero le aseguro a usted que me sentía feliz-con-

tinuó-. Por fin vine a caer en este ran cherio. Exte-nuado de hambre y debilidad, y soñando siempre,me recogió esa buena anciana que hoyes mi Sue-gra, y me llevó a su casa.

-¿Y sabe usted por qué me casé, por que me ins-talé definitivamente aquí?

Sonriendo y paseándose por la gruta como si ha-blara solo, agregó, cambiando de tono:

-Porque aquí los hombres no trabajamos. Somosvaliosos objetos de lujo que recibimos exquisitoscuidados y merecemos todas las consideraciones. Aquila mujer que se casa, aumenta su valer. Se compla-ce entonces en mostrar al esposo a sus amigas y endespertar la envidia y los celos de las que aún nolo tienen. La mujer verdaderamente desgraciada es lasoltera. Si ha llegado a cierta edad sin casarse, se lamira con de~precio. De hecho se juzga que no tuvolas prendas necesarias para retener la atención de unhombre. Son las mujeres las que, tejiendo la fibra,ganan en abundancia para todos. Nosotros dormimoso sonamos. Este es un pequeno pueblo de sonado-

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res, un feliz retiro del mundo. Todo nuestro trabajose reduce a ir, dos o tres veces al mes, en busca delas hojas de palma de cuyo nervio central extraennuestras hembras las maravillas que usted conoce. Elpalmar queda en un precipicio peligroso. Para llegarhasta él hay que ser algo así como un hombre-mono.

-Siempre ha sido esta la existencia de este lugary siempre será la misma. No se le encontraria sinoun defecto. Su absoluta seguridad, la falta total de loimprevisto. del azar que trae nuevas emociones yrompe el curso ordinario e igual de las horas.

-Ya se explicará usted por qué me causó inquie-tud su repentina llegada .... Lo tomé por un emisariode mi tío, y temblé al pensar que mi paradero aca-baba de ser descubierto.-y si lIegare un día ....-No será usted quien me denuncie, seguramente.

Además, ya soy mayor de edad y libre. Por todoslos dineros del mundo no regresaría. Aquí soy com-pletamente feliz.

Salvador se detuvo frente a mí. con las manos cru~zadas en la espalda. Su mirar, enantes travieso y ful-gurante, se dulcificó hasta casi llegar a la tristeza.

-y sin embargo .... Sin embargo ....Dos pausas más, breves, pero estremecidas de un

recóndito malestar.-No sé si será influencia del tiempo, o consecuen-

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cia de esas pequeñas contrariedades de que uno nun-ca logra sustraerse, que tánto afectan mi sensibili-dad. A veces me siento triste, como si algo queyo mismo no sé qué es me faltara. En el fondo demi subconsciente se esboza una aventura .... Nunca medemoro en esto, que no alcanza a ser idea, que notiene faz de proyecto, que es algo informe, como la<iificil gestación de lo que algún dia será un pensa-miento fijo .... Y es que nunca, nunca, jamás, la rea-lidad es lo que para nosotros soñamos. En toda exis-tencia hay una enorme distancia erAtre lo que somosy lo que pensamos ser .... En todas, la realidad se en-carga de confirmar a cada instante qlie en cada una<ie ellas los fracasos son más numerosos que los bue-nos éxitos .... ¿Quién podría asegurar que su vida hasido hecha, ha sido modelada a su gusto, según susdeseos y sus ensuefios? ....

-Quizás yo no sea sino un vencido más en lavida ....

III

La costumbre enmohece las facultades intelectualesy, con el tiempo, las anula. Inclinadas a la quietud,si no encuentran arietes que las pongan en movi.miento--la voluntad, las excitaciones del mundo ex-terior-se entregan, se confían a bs hábitos, comoburócratas desidiosos a sus más cercanos dependien-tes. Y los hábitos que todo lo invaden, que se adue-

BIl.NCO Dr u, r:::?UE¡L/CA3IBl.IOT[CII lLI, - ¡,r'.·j,L ARANGO

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ñan de una vida, guiándola a su sabor, como al le-ño la corriente, las reemplazan con sutil habilidad.

Cuando un acontecimiento no previsto interrumpela costumbre, las facultades intelectuales, surgiendode lo más hondo de nuestra existencia, como ascien-den en el agua, rápidas y decididas, las burbujas deaire, acuden deseosas de actividad. El choque con elacontecimiento es fuerte, sacude violentamente. Se le-vantan los recuerdos, la imaginación se enciende, seaviva la inteligencia, la sensibilidad despierta, com-para la critica, el juicio resuelve.

Fue así como mi inesperado arribo a la meseta, elhálito que llevé de una existencia allí desconocida uolvidada, los relatos que hice, detuvieron la costum-bre de Salvador Arana, y, excitándolo, lo tornaronen un hombre distinto del conocido, del Arana enquien la fuerza de los hábitos cumplía las funcionesque en otros corresponden a la inteligencia.

Regresé al pueblo aquella misma tarde, para con-tinuar mi gira comercial. Arana, desde la plazoleta,me despidió. Aún estaba allí, inmóvil, con los bra-zos cruzados, cuando, al entrar en una vuelta quepor algunos instantes me horraria la visión blancadel caserío, le di con el pañuelo una últi ma despedi-da. Me sorprendió que Arana no contestara, y otravez agité el trapo con intención más visible. Salva-dor, que contemplaba una realidad distinta de la que

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tenia delante, fue bruscamente interrumpido en su en-sofiación. Apresurándose, entonces, respondió con elsombrero. Fue este detalle de distracción, de aleja-miento de sí mismo, la última prueba que tuve delestado sicológico en que dejaba a mi reciente amigo.

¿Comprendía él que me marchaba envidiándolo? Apesar de sus palabras sobre la diferencia que existeentre 10 que somos y lo qUE: quisimos ser, me dabacuenta de que él era uno de los muy contados hu-manos en quienes, por lo menos, la diferencia no eramuy grande.

¿No había realizado Salvador lo que deseaba? ¿Nohabía realizado su sueBo de estélbilidad, de quietudfísica que le permitia construír los poemas de su fan-tasía?

Y, mientras con cuidadoso andar, mi jamelgo des-cendía, echando a rodar algunos guijarros, pensabayo que aquel mozo firme y resuelto no había pasadopor la vegtienza de las hipocresías necesarias parallegar. La vida, en todas sus direcciones, impone cier-tos cambios, ciertas adulteraciones de la personalidad,

. sin las que no es posible ninguna deseada realiza-ción. ¡Si hasta en el mismo amor ahund&J1!

¿Acaso para obtener el cariño àe un•• Hiujer, parallegar a su ternura, no nos falseamos muchas veces?El instinto unas, la inteligencia otras, nos indican lasadulteraciones que debemos efectuar para obtenerJa.

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queriendo lo que ella quiere, aunque nos repugne,ejecutando lo que la complace y enamora, aun cuando.choque a nuestros gustos. Y así en la existencía toda.Sólo aquél afortunado parecía haberse conservado.siempre el mismo. ¿Cómo no envidiarlo?

Quince días después, cuando hube recorrido la co-marca, a mi regreso a Aripaná, ascendi nuevamentepor el escabroso cerro hacia el blanco caserío. Que-ría ver una vez más al amigo que allí había dejado.

Al llegar a la plazuela, al pisar el plano. de la me-seta, el jamelgo se detuvo con un respingo de satis-facción. Buscaba yo con los ojos a mi amigo, cuando-de pronto la garrida moza que le había dado el co-razón, salió corriendo de la casa, y toda llorosa ysacudida vino a abrazarse a mis rodillas.

-Pero, por Dios, qué es esto, qué ha pasado?¿Qué había pasado?Tres dias después de mi visita al caserío, sin hue-

llas, sin dejar rastro alguno, como en su primera fug,a,había desaparecido Salvador ....

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La parábola de la fortunaP o r

Enrique Restrepo

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La parábola de la fortunaA la boca que, .in palab,cu,

inlpi,oS we canlo Je anlfgulUliiJeu y remolo•• ucuo.;

Al labio mudo que, en unapen.atilia .onriaa, ae iluminó eonlo. ,e.plundore. de una fon/óa-tica leianio.

I

POR el sendero tapizado de grama, las hermanasvienen cada mafiana a la cisterna a llenar sus

cántaros en el agua transparente. Sus pies desnudosse humedecen en el rocio que la noche ha esparcidosobre el campo, y sus ojos, lánguidamente abiertos,acarician aún el último suefio.

La hermana rubia copia en sus pupilas las azulesembriagueces del cielo, y sus cabeJlos se confundencon los primeros rayos del sol.

La hermana rubia tiene anhelos inefables y deseosbrumosos, como el confin lejano de la tierra.

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La hermana del cabello negro robó fulgores a lanoche para sus ojos, y para su tez sonrojos y ná-cares al alba. La hermana del cabello negro acanclaensueños de amor, y se abrasa su corazón en púr-puras.

La hermana frivola es, de las tres, la más hermo-sa, pero nunca' sueña ni desea. Se contempla, arro-bada, en el cristal de la cisterna oscura. Su alma esfrágil, como su cántaro de arcilla, y a nadie dice loque medita en silencio. Toma el agua y se va.

II

Por el sendero que las hermanas transitan en elamanecer, cruzó un dia la caravana del Principe De-seo, que regresaba a la Ciudad Ignota. Los camellossedientos llegaron a beber a la cisterna y enturbia-ron el agua.

Un mago vengativo, que venía de otros confines,no pudo entonces apagar la sed de su garganta, ar-dida por muchos días de peregrinar en el desierto.

Fulminó el Mago una maldición, y el sortilegio decabalisticas palabras dejó trocado al Príncipe en esapiedra blanca que ahora yace inmóvil, junto a la cis-terna, hasta el día ignorado en que unas manos vir-ginales, vertiendo sobre ella el agua milagrosa de laresurrección, conjuren el hechizo.

La hermana rubia vierte car\l\osa su cá.ntato sobre

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PARABOLA 159

la piedra muda, mientras sus ojos se iluminan conel fulgor de una fugitiva esperanza, Y parecen másazules. En tanto teje pacientemente ensueños en sucorazón, y sus manos hilan blancos copos de linopara un velo nupcial que no sabe si ha de cenir sufrente.

La hermana de los ojos negros y de los deseosardorosos vierte su cántaro, como un cofre lleno deespumas y de risas, sobre la piedra blanca. Sus lá-grimas han caído confundidas ';:011 el tropel del aguaque se derrama en cantos. La hermana de los ojosnegros estruja, una con otra, sus manos anhelosas,acaso predestinadas al conjuro por un hado feliz, yse ínunda su corazón de ensuefios.

Pero la hermana frívola, que es, de las tres, lamás hermosa, como no ama ni desea, jamás derra-ma el agua sobre la piedra inmóvil. La hermana fri-vola tiene frágil el alma, como su cántaro de arci-lla, y a nadie dice lo que medita en silencio. Tomael agua y se va.

III

Dormida sobre el césped, tuvo la hermana rubiaun sueno serenísimo.

Sobre el sendero que va a la cisterna, festoRadoàe lirios, descendieron como rocío de oro las estre-llas, y alfombraron de luz el campo por donde vino,

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acompañada de dulces músicas, la caravana del Prín-cipe Deseo.

Era un séquito de came/Jos lánguidos, de pausadoandar, que se agobiaba bajo el peso de un tesoro degemas y de rosas.

La hermana rubia sintió su corazón henchido deinfinito gozo, y sus sentidos se embelesaron en el tri-ple desfa/Jecimiento del placer, de la alegría y de laesperanza.

Pero la caravana pasó de largo, sin miraria .....................................................................................................

y cuando, lentamente, abrió la hermana rubia losadmirados párpados, flotaba en el aire una estela deperfumes; las estrellas habían volado al cielo, y lanoche ritmaba en torno una canción de silencios.

IVLa hermana de los ojos negros y el cabello sedo-

so tuvo otro sueno inquieto, que la llenó de pensa-mientos extrafios.

Delante de una gruta sombría, la vieja Adivina ladetuvo para pedirle de beber.

Interrogó la hermana de los ojos negros:-¿Cuándo, Adivina, cuándo mi cántaro vertido rea-

lizará el milagro de la resurrección?La Adivina entornó la mirada y le dijo:-Cuando el agua purísima que dejó de apagar la

sed del Mago vuelva a esta cisterna, después de ha-

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PARABOLA 161

ber sido por tres veces rocío y por tres nube; cuan-do por tres veces se confunda con el raudal de unrío y con las olas de un mar, con las lágrimas deuna virgen y con la lluvia de una maftana estival,vertida entonces sobre la yerta piedra por las manosafortunadas, realizará el milagro de despertar al que,silenciosamente, duerme bajo su encanto".

Al abrir sus ojos, la hermana del cabello negro seencaminó sola a la fuente. Y derramó su cántaro ysus lágrimas, mientras en el cielo palidecían las úl-timas estrellas.

Pero la piedra permaneció inmóvil.

vLa hermana frivola que es, de las tres, la más her-

mosa, jamás ha sofíado ni deseado.Mientras sus hermanas languidecen de anhelos, y

se consume su corazón en una nunca florecida espe-ranza, la hermana frívola no dice a nadie lo que me-dita en silencio. Toma el agua y se va.

Una mañana se sentó fatigada sobre la piedra blan-ca. Sus ojos perseguían el capricho de una nube quevagaba errante por el cielo, como su alma sin afec-tos ni sonrisas.

Un golpe abandonado de sus manos volcó el cán-taro. Y el cántaro cayó, roto en pedazos, sobre la pie-dra inerte.

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En espumas y en burbujas esparcióse el agua can-tarina.

Y, milagrosamente, surgió el Príncipe de su suefioencantado.

De los confines de la tierra llegaron los del regioséquito, y el aire se saturó de dulces cantos.

A los pies de la afortunada derramó el Príncipesus tesoros, y le ofrendó su corazón enamorado.

Pero la hermana frívola tenía frágil el alma, comosu cántaro de arcilla. Y desdeñosa se alejó por el sen-dero tapizado de grama, mientras sus ojos perseguíanel capricho de la nube que, al azar, vagaba por elcielo, como su alma sin afectos ni sonrisas.

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Pigli.

INDICE

EFE GÓMEZ

En la seh'a 7Lorenzo 27

LUIS T ABLANCA

M uchacha Cam pera 39

JosÉ RESTREPO JARAMILLO

Roq ue 69

ENRIQUE OTERO D'COSTA

La muerte de Juan Manuel. 101El Caciq ue Salomón 106

JOSÉ ALEJANDRO NAVAS

El apólogo del rayo lISEl doctor Bartolossi, loco 121«M. y Mme. D'Artigny» 12R

M. GARCÍA HERREROS

Inquietud adorable ... Fecunda inconformidad .. 139

ENRIQUE RESTREPO

La parábola de la fortuna 157

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