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NARRATIVAS EN TORNO AL HOLOCAUSTO DEL PALACIO DE JUSTICIA ALEX ROLANDO BUENO TRABAJO DE GRADO Presentado como requisito para optar por el Título de Magister en Literatura PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Ciencias Sociales Maestría en Literatura Bogotá, 2021

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NARRATIVAS EN TORNO AL HOLOCAUSTO DEL PALACIO DE JUSTICIA

ALEX ROLANDO BUENO

TRABAJO DE GRADO

Presentado como requisito para optar por el

Título de Magister en Literatura

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

Facultad de Ciencias Sociales

Maestría en Literatura

Bogotá, 2021

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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

MAESTRÍA EN LITERATURA

RECTOR DE LA UNIVERSIDAD

Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

DECANO ACADÉMICO

Germán Rodrigo Mejía Pavony

DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE LITERATURA

Oscar Alberto Torres Duque

DIRECTOR DEL POSGRADO DE LITERATURA

Jeffrey Cedeño Mark

DIRECTOR DEL TRABAJO DE GRADO

Liliana Ramírez Gómez

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Artículo 23 de la resolución No. 13 de julio de 1946:

“La universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en sus trabajos

de tesis, sólo velará porque no se publique nada contrario al dogma y a la moral católica, y porque

las tesis no contengan ataques o polémicas puramente personales, antes bien se vea en ellas el

anhelo de buscar la verdad y la justicia”.

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AGRADECIMIENTOS

El constante apoyo y la acertada asesoría de la doctora Liliana Ramírez Gómez, directora de este

trabajo, fueron fundamentales para su culminación. Sus cualidades humanas y profesionales son

una fuente de inspiración para mi desempeño. Agradezco sinceramente su participación.

Expreso mi gratitud al doctor Jaime Alejandro Rodríguez Ruiz, profesor del Departamento de

Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana. Nuestras conversaciones me convencieron de

concretar el sueño de acercarme a la literatura desde una perspectiva académica formal y fueron

un gran aliciente para continuar.

La Pontificia Universidad Javeriana y la Maestría en Literatura me han provisto, a través de sus

cursos y profesores, de un espacio de interlocución académica sin el cual no hubiese sido posible

la elaboración de este trabajo. Mi reconocimiento de gratitud va acompañado de la sincera

intención de contribuir al mejoramiento de estas instituciones.

Mi madre ha contribuido con sus mejores esfuerzos y su generosidad a mi formación. Mi

compañero Camilo Rey estuvo siempre a mi lado y me ayudó a recuperar la confianza en los

momentos más difíciles. Agradezco su profundo cariño y todos los actos que lo demuestran.

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TABLA DE CONTENIDO

INTRODUCCIÓN .......................................................................................................................... 5

CAPÍTULO 1: Mañana no te presentes y la memoria ficcional .................................................. 19

CAPÍTULO 2: Noches de humo, memoria y novela – testimonio. .............................................. 42

CAPÍTULO 3: Holocausto en el silencio, memoria y crónica periodística. ................................ 69

CONCLUSIONES ........................................................................................................................ 92

ANEXO: Protocolo de sustentación ............................................................................................. 97

BIBLIOGRAFÍA ........................................................................................................................ 104

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INTRODUCCIÓN

El conflicto armado y el olvido.

La historia de Colombia ha estado marcada por el conflicto armado. Desde las desiguales guerras

de la Conquista hasta el presente, las confrontaciones se han acumulado, diversificando sus causas

mientras se han brutalizado los métodos de la guerra y se han multiplicado sus consecuencias. De

una manera u otra todos los colombianos somos víctimas de un conflicto que insiste como

interrogante no resuelto: un problema que, dada su gravedad, es urgente resolver pero que no se

sabe cómo por su complejidad y su alcance. A veces como la Hidra de Lerna —con múltiples

cabezas que se sustituyen unas a otras—; a veces un uróboro —que se alimenta de sí mismo y que

no termina de suceder— el conflicto armado en Colombia es elusivo, parece resistir todo intento

de contención y las explicaciones nunca son suficientes.

Al conflicto armado como pregunta se ha reaccionado de diferentes formas. Por ejemplo ignorar

que la pregunta existe, afirmar que la pregunta misma no tiene sentido, o bien, intentar darle

respuesta desde diferentes perspectivas. Como en el antiguo cuento hindú Los ciegos y el elefante

en el que seis sabios ciegos describen diferentes partes de un elefante y cada sabio crea su versión

de la realidad a partir de su experiencia (necesariamente) limitada . Así el conflicto colombiano,

por sus condiciones históricas y geográficas entre otras, es inabarcable en su totalidad, al menos si

se aborda desde una perspectiva puramente local. Según afirma Patricia Lara Salive en su libro

Adiós a la guerra «es tan elevado el número de víctimas que para reunir sus testimonios tendrían

que publicarse 16.000 tomos de 500 páginas, si cada relato ocupara apenas una cuartilla» (Lara

Salive, 2018).

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Ante una realidad tan apabullante que no cesa de cobrar víctimas es —por decir lo menos—

sorprendente el discurso de quienes pretenden negar el conflicto armado o incluso ignorar sus

atroces efectos los cuales, como se ha señalado, se dejan sentir en todos los colombianos: en la

idiosincrasia de cada uno hay una reacción al conflicto, sea o no percibida conscientemente.

¿Acaso sería posible detener el conflicto armado si se hiciera conciencia en cada colombiano de

la barbarie que el conflicto representa? En la historia bíblica se afirma que el cautiverio de los

israelitas por parte del pueblo egipcio solamente terminó después de diez plagas, la última de las

cuales supuso la muerte de los hijos mayores. En el capítulo 12 del libro del Éxodo, versículo 30,

dice «Aquella noche se levantó el faraón, sus servidores y todos los egipcios, y hubo grandes

alaridos en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto» (Biblia de Jerusalén, 2007).

(Cursivas fuera de texto )

Fue esta dolorosa situación la que propició el cambio y, para decirlo en términos modernos, la

voluntad política de todo el pueblo egipcio para que «los israelitas se fueran pronto» pues pensaban

que «todos iban a morir». La alusión resulta un tanto aterradora, sobre todo si se tiene en cuenta

que casi la sexta parte de la población colombiana es víctima de la guerra. En cierto sentido la

plaga bíblica ya ocurrió y tampoco eso bastó para generar una voluntad política capaz de detener

el conflicto.

Muchos artistas han intentado plasmar el conflicto en sus obras con resultados estéticos más o

menos afortunados. La mencionada complejidad recuerda la pintura El triunfo de la muerte de

Bruegel, el Viejo:

Es un paisaje dominado por la muerte: la hierba seca, los árboles marchitos, otra vez las

llamas del infierno abrasan el horizonte. Una muchedumbre huye al interior de una gran

caja en cuya puerta está pintada una cruz. Pero todo parece indicar que se trata de una

trampa. Dios brilla por su ausencia. Nada indica que se tenga la esperanza de resucitar o

ser redimido. (Hagen & Hagen, 2005)

En el cuadro de Bruegel, el Viejo la presencia de la muerte destaca por su inexorabilidad: se la

puede atacar, ignorar, huir de ella y sin embargo ahí está, implacable. Un ejército de esqueletos

siega la vida de los habitantes de la aldea para constituir una visión apocalíptica en la que es difícil

encontrar un punto para fijar la mirada. Los detalles se multiplican en el cuadro que contiene así

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una infinidad de historias imposibles de atrapar en una sola y, a falta de esa comprensión un

resumen escueto y fatalista que no solamente enuncia que todos vamos a morir: además será una

muerte violenta.

En Colombia, Alejandro Obregón1 pintó en 1962 Violencia, un cuadro al óleo que, una vez se

conoce el título, no puede verse ya inocentemente. Al contemplar a la mujer reclinada se percibe

con horror que es un cadáver. Se especula sobre las condiciones en las cuales la mujer embarazada

ha muerto. Y luego la desesperanza al enfrentar el hecho de que la mujer misma hace parte del

paisaje, el cadáver es paisaje envuelto en sombras. Violencia es un cuadro que sorprende por el

profundo contraste entre la situación que evoca y los recursos que emplea. Las escenas extrañas y

caóticas de El triunfo de la muerte sobrecogen al espectador pero hacen pensar también en la

muerte como un hecho inevitable y a la vez familiar. El cuadro de Brueghel acaso documenta una

certeza mientras que Violencia instala una pregunta no ya sobre la muerte, que es de todos modos

un enigma, sino sobre la naturaleza humana.

Otra palabra viene a la mente al ver a la mujer en reposo y es aletargamiento, entendido como el

“estado de cansancio y de somnolencia profunda y prolongada, especialmente cuando es

patológico y se produce a causa de una enfermedad”. Sobre esa enfermedad cabe recordar los

versos de la Teogonía de Hesíodo:

Por su parte, la odiosa Eris dio a luz a la penosa Fatiga, al Olvido, al Hambre, a los Dolores

que hacen llorar, a las Batallas, Luchas, Asesinatos, Masacres de hombres, Riñas,

Falsedades, Discursos, Ambigüedades, Mala Ley, Ofuscación, amigos íntimos, y a Horco,

el que mayor desgracia causa a los hombres de la tierra, cuando alguien voluntariamente

comete perjurio.(Hesíodo et al., 2013)

Según Hesíodo, Eris —la diosa griega de la lucha y la discordia— es hija de la Noche. También

se la identifica como hermana de Ares y aliada de la guerra, la que propicia que los hombres se

maten unos a otros. Eris engendra al Olvido, Lete, que da su nombre al Leteo, uno de los ríos

infernales: tras haber bebido sus aguas los muertos olvidaban su vida terrestre y así no tenían

1 Alejandro Jesús Obregón Rosés es un pintor colombiano nacido en Barcelona (España) en 1920 y fallecido en Cartagena (Colombia) en 1992. Su amplia trayectoria se ha asociado al expresionismo abstracto, con temas como la crítica política y social, los bodegones y la naturaleza colombiana. Su trabajo —que abarca la producción de pinturas en caballete, murales, gestión cultural y educación— es considerado como uno de los más relevantes e influyentes del arte moderno en Colombia.

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recuerdos, nada qué extrañar o lamentar. Las almas que regresaban del Hades volvían a beber del

Leteo para olvidar su experiencia en el mundo de las sombras. Según Ricardo Soca Lete «proviene

del verbo lantano» —que significa olvidar y también esconder—. «Lete acabó por convertirse en

alegoría de la Muerte y el Sueño» y está en el origen de palabras como letal y letargo, e incluso

en latente en tanto oculto. (Soca, 2010)

Una consecuencia de la guerra es el aletargamiento, la incapacidad de romper el círculo vicioso:

todos los males que la guerra genera se convierten, a su vez, en generadores de guerra. Hesíodo

incluye entre los engendros de la guerra a los Discursos, en tanto competencias. Vale la pena

rescatar que, hoy en día, los discursos hacen parte de las medidas que se toman para borrar la

memoria o bien para propiciar la repetición de la guerra. Estas medidas pueden ser golpes de fuerza

o rasgaduras del tejido social y cultural que pretenden erradicar la memoria y que, al fracasar en

el intento, se acumulan en una sucesión de atrocidades. Ahora bien en griego el “sin-olvido” se

enuncia exactamente como “a – létheia”, “aletheia” que es el nombre de la verdad en tanto des –

ocultamiento y por lo tanto la verdad consiste en la acción de correr el velo para que aparezca lo

que está oculto y así poner de manifiesto la memoria que yace en el olvido.

La violencia como síntoma.

La palabra violencia adquiere en Colombia dos sentidos estrechamente relacionados que, sin

embargo, es necesario diferenciar. Tal como señala Cristo Figueroa:

Al referirnos a la Violencia, es necesario distinguir violencia con minúscula para señalar el

estado de guerra, hechos violentos y conflicto permanente en que Colombia se encuentra

sumida; y Violencia con mayúscula para señalar el lapso tristemente célebre de nuestra

historia entre 1946 y 1958 cuyo efecto desestabilizador parece no agotarse nunca. (Figueroa

Sánchez, 2004)(Cursivas en el texto)

Vale la pena anotar que el lapso indicado no es un acuerdo establecido. Diferentes estudiosos del

tema señalan distintas cronologías, todas ellas en torno al 9 de abril de 1948 cuando fue asesinado

Jorge Eliécer Gaitán. La falta de consenso con respecto a la datación de la Violencia, lejos de

señalar una ausencia de exactitud, acentúa lo inagotable de su «efecto desestabilizador» sobre la

historia colombiana. En una sociedad a la que le cuesta tanto dar nombre a los horrores que ha

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tenido que vivir el acontecimiento de la Violencia es problemático desde el nombre mismo que

señala un exceso sin más atributos. Al incluirlo así en la historia del país parece que se quisiera

contener su trascendencia. Sin embargo la violencia insiste por fuera de la cronología señalada,

aparece una y otra vez en los relatos históricos de Colombia, desengañando a quien quiere pensarlo

como asunto del pasado con el que ya no se tienen más compromisos.

Esta insistencia de la violencia a lo largo de la historia colombiana ha sostenido a sus habitantes

en un constante «final de la esperanza»: una esperanza que no cesa de agotarse ante la acumulación

de atrocidades. Alejandra Jaramillo Morales se refiere a

La presencia de lo melancólico en la sociedad colombiana, expresada en su relación con

las pérdidas que la situación de violencia genera, es utilizada por el establecimiento para

mantener veladamente, dentro de un sistema democrático que apela a la mayoría de edad

de sus ciudadanos, una capacidad de control, en este caso un control simbólico que aumenta

las regulaciones sociales para impedir la acción y el deseo de transformar las condiciones

del presente. (Jaramillo Morales, 2006)

Jaramillo Morales plantea así la posibilidad de la melancolía como «síntoma nacional». La

violencia, en algunas de sus múltiples formas, también se puede entender como síntoma en tanto:

• encierra un saber (sobre la sociedad colombiana) que es susceptible de ser interpretado;

• insiste (se repite) al estar ligado a un conflicto inconsciente que no se resuelve;

• es una manera de expresar que no ha encontrado (o no ha sido encontrada por) un discurso.

Esta última cualidad enlaza el acto violento con la posibilidad de manifestar y, por esta vía, acaso

se sugiera la posibilidad de resolver el conflicto inconsciente mencionado para detener la máquina

de la guerra. Ahora bien ¿qué trabajo habría que hacer para detener la máquina de la guerra? Ya

Albert Einstein, hace casi un siglo, le formulaba a Sigmund Freud está pregunta y en su respuesta,

según señala Carmen Lucía Díaz, Freud:

Señala la imposibilidad de suprimir las pulsiones de destrucción o de muerte, pues éstas,

en conjunción con las pulsiones eróticas, son las responsables de los acontecimientos

vitales; el máximo logro frente a ellas es el intento de atenuarlas o de desviarlas para que

su expresión no sea el aniquilamiento humano ni la ruina cultural, sino su inclusión en el

empuje constructivo hacia la civilización. Después de las cavilaciones expuestas y con el

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temor de desilusionar a Einstein por no encontrar nada seguro contra la guerra, concluye

que «todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra».2

Se quiere indagar sobre el vínculo entre la cultura y aquello que se manifiesta como violencia,

mediado por la producción literaria. Como fundamento está la hipótesis de que hay un saber

inconsciente, estructurado como lenguaje, del cual da cuenta la violencia como síntoma, que se

puede descifrar y así proveer un sentido y una verdad de la sociedad. Así se quiere explorar la

dimensión significante de la violencia y el impacto que ha tenido sobre la forma como se ha

contado el conflicto colombiano.

Si se exceptúan los comentarios en las redes sociales, la sociedad colombiana se reconoce ajena a

ciertas expresiones de la violencia. Constantemente hay declaraciones de repudio a las atrocidades

cometidas, pero suenan a compromiso cumplido que no se cristaliza en una verdadera voluntad

para impedir que los hechos violentos sigan sucediendo, como un exceso que no encuentra límite.

Frecuentemente se alude a la «violencia absurda» y «sin sentido», vivida como una imposición de

la que se anhela sustraerse (al menos en el discurso) pero no se sabe cómo, a no ser contribuyendo

con más violencia. ¿Acaso se ha renunciado a comprender o hallar un sentido al síntoma que

insiste, cada vez con más fuerza, como queriendo renovar la cuota de sufrimiento? Esto significaría

que la violencia se vive menos como un enigma y más como una fatalidad que se debe aceptar

como irremediable, sumidos en la melancolía que hace imposible el duelo o la comprensión .

¿Qué es lo que la violencia pretende comunicar? ¿De comunicarse mediante palabras, o bien

acciones no violentas, cesarían las manifestaciones de violencia? ¿Cuál es el impacto cultural y

social que tiene la manera en la que (d)escribimos la violencia ̧es decir, la manera en la que la

volvemos discurso? ¿Qué trabajo cultural habría que hacer para percibir que la violencia se

detenga, si es que esto es posible? Estas son algunas preguntas que guían la presente indagación.

De una manera más precisa, se quiere pensar en qué medida los relatos que se construyen en torno

a los actos violentos de la guerra son un insumo para el trabajo cultural que habría de poner un

freno a la guerra.

2 Carmen Lucía Díaz en su “Introducción” al texto de Albert Einstein y Sigmund Freud ¿Por qué la guerra?, en Señal que cabalgamos. No. 12. Bogotá, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia, 2002.

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La Toma del Palacio de Justicia

El conflicto armado es una realidad que se impone e insiste a lo largo de la historia colombiana,

atravesada por una polarización que ha cambiado de representantes pero que no ha dejado de estar

presente. El lugar común de señalar determinado evento como aquél «que partió en dos la historia»

ha perdido su sentido en un país fragmentado por innumerables tragedias que se suceden unas a

otras: la conquista a sangre y fuego, el periodo colonial que consolidó los abusos sobre las

poblaciones negra e indígena, las guerras de independencia a las que sucedieron las guerras civiles

del siglo XIX, la Guerra de los Mil Días, la Violencia y el surgimiento de los grupos al margen de

la ley sucedida por las violencias asociadas al narcotráfico. La lista no pretende ser exhaustiva pero

da cuenta de las profundas fracturas de Colombia, eventos en los que la sociedad (o una parte de

ella) se ha sentido derrumbada y huérfana.

El 6 de noviembre de 1985 un comando de la guerrilla del M-19 decidió tomar por asalto el Palacio

de Justicia, sede del poder judicial colombiano, para hacer un juicio revolucionario al presidente

Belisario Betancur. Los antecedentes del grupo guerrillero —creado a principios de los años

setenta como reacción al presunto fraude que benefició a Misael Pastrana Borrero en contra de

Gustavo Rojas Pinilla— incluían el robo de la espada de Bolívar, el robo de más de 5000 fusiles

del Cantón Norte y la toma de la Embajada de República Dominicana. A pesar de ser un grupo al

margen de la ley, el M-19 contaba en sus inicios con una simpatía que, en su momento, fue

«quitando apoyo social y político al enfrentamiento armado con la guerrilla» (Melo, 2017) pero

que con el tiempo se había ido desgastando. En tal sentido la Toma tenía también una intención

reivindicativa que pretendía someter a la Justicia y humillar a las instituciones políticas.

A raíz de la toma del Palacio de Justicia orquestada por el M-19 y la respuesta desproporcionada

del Ejército alrededor de 100 personas murieron (o desaparecieron), entre ellas 11 magistrados de

las altas cortes, ante la mirada estupefacta de un poder ejecutivo que mostró su incapacidad de

detener la masacre del poder judicial y la que fue una herida de muerte para la democracia. El

llamado Holocausto del Palacio de Justicia es un punto de inflexión en la historia colombiana en

tanto puso de manifiesto la crisis moral e institucional del país. Posteriormente, a la falta de

legitimidad del Estado y el exceso de poder de los militares se añadió la degradación del conflicto

armado y el paulatino avance del poder de la mafia asociada al narcotráfico.

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Como acontecimiento, el Holocausto del Palacio de Justicia enuncia una profunda decepción de la

ciudadanía en diferentes aspectos: por una parte la lucha política de la guerrilla perdió toda

autoridad moral al propiciar la barbarie mediante el ataque terrorista; el poder militar traicionó la

defensa del orden constitucional al enfrentar la toma con la lógica de que «el fin justifica los

medios»; el gobierno mostró su incapacidad para dar manejo a la crisis militar y política. El Palacio

de Justicia envuelto en llamas y luego reducido a ruinas se convirtió en una poderosa imagen de

lo que sucedió en el imaginario colectivo con la idea de Justicia, uno de cuyos efectos fue

mostrarse insuficiente para investigar lo sucedido y determinar responsabilidades claras.

Esta decepción, que se ha traducido en desconfianza en las instituciones y en los movimientos

revolucionarios, sigue presente entre los colombianos, en las maneras como damos cuenta de la

historia y la realidad colombiana. Los intentos para llevar a la práctica un pacto social que cambie

la profunda desigualdad, la exclusión, el abandono del estado y la pobreza se diluyen en

tecnicismos burocráticos o son sofocados a sangre y fuego. Vale decir que nombres como “Patria

Boba”, “Régimen del Terror” o “La Violencia” nunca han sido completamente desterrados de

nuestra narrativa y siempre estamos tocando fondo para descubrir que el fondo no existe. A finales

del siglo XIX José María Cordovez Moure declaraba:

(…) se demostró, por milésima vez, que los colombianos son valientes; pero sin otro

resultado práctico que el dejar unas cuantas viudas, huérfanos y ancianas desvalidos,

abandonados a su propia suerte, puesto que las guerras sólo han producido entre nosotros

el imperio de la violencia y de la iniquidad en todas sus formas. Si la guerra compusiera

algo, Colombia sería el país más perfecto del mundo, porque aquí la hemos hecho por

habitual ejercicio. (Cursivas fuera del texto extraído de Custodia o la emparedada incluido

en (Giraldo B., 2005))

Por sus efectos simbólicos, otro acontecimiento de la historia colombiana del siglo XX es

comparable a la Toma del Palacio de Justicia: el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán. Si el llamado

Bogotazo se ha considerado a veces como el comienzo de La Violencia, los 35 años que han pasado

desde la toma han visto una guerra cada vez más inútil pero no por ello menos sangrienta: para el

2015, según datos del Centro de Memoria Histórica, el 85% de las muertes a causa del conflicto

armado han ocurrido después de 1985, año que «la ley ha tomado como referente para empezar a

reparar las víctimas» (Semana, s. f.-a).

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También en cuanto a la verdad de lo ocurrido es válido el paralelismo. Años de investigaciones no

han arrojado resultados que permitan elucidar lo ocurrido, es decir, no hay verdad judicial, política

ni histórica. En 1917 el senador estadounidense Hiram Johnson afirmó que «La primera víctima

cuando llega la guerra es la verdad» y así quedamos, huérfanos de un sentido: «Como si la verdad

del crimen jamás pudiese ser dicha y lo único que quedara fueran las palabras del intercambio

social que hacen más o menos defectuosa cobertura al horror de la cosa» (Moreno Cardozo, 2010).

(Cursivas en el texto)

La pregunta por la verdad, ¿qué fue lo que pasó?, insiste y pareciera que hasta no encontrar una

respuesta no habrá reconciliación posible. Como si el no saber qué pasó se tradujera en que no hay

nada qué recordar y el trauma así velado se repite una y otra vez en la historia, cobrando más y

más víctimas. Sin verdad, la memoria se aísla como remordimiento: «Los individuos y los grupos

tienen el derecho de saber, y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; no corresponde

al poder central prohibírselo o permitírselo» (Todorov, 2008).

Tzvetan Todorov llama la atención sobre el derecho al olvido y lo inútil que resulta recordar

constantemente un pasado doloroso. Sin embargo en Colombia el olvido es más una imposición

que una elección y así el derecho al olvido pierde su sentido. Lo que queda del acontecimiento en

la memoria es su literalidad, el horror de la cosa, y no su verdad, es decir, solamente se recuerda

el trauma y no las múltiples maneras en las que este se enlaza con la historia nacional. La memoria

que debiera ser un puente entre lo sucedido y el porvenir no puede cumplir su función, capturada

en el pasado, sobrecogida.

En Los abusos de la memoria Todorov afirma: «La cultura, en el sentido que los etnólogos

atribuyen a dicha palabra, es esencialmente algo que atañe a la memoria: es el conocimiento de

cierto número de códigos de comportamiento y la capacidad de hacer uso de ellos» (Todorov,

2008). Una lectura conjunta de Todorov y Freud permite pensar una alternativa para detener la

guerra: que la articulación de la memoria y la cultura hagan posible relatos que reflexionen sobre

lo sucedido, contribuyan a cerrar la herida y permitan construir una historia diferente. Para ello es

necesario que haya voluntad política, que difiere enfáticamente de la voluntad de los políticos,

entendida como la suma de intereses que tiene un pueblo en común. ¿Acaso las historias que nos

hemos contado sobre la guerra no han sido suficientes para que la conciencia social comprenda

que la guerra es un fenómeno real que hay que detener antes de que cobre más víctimas? ¿Qué

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fenómeno explica la inclusión de la conciencia de la guerra en la cultura, de modo que sea posible

cambiar la actitud de impotencia ante el conflicto y permita realizar acciones efectivas para

detenerlo?

En este trabajo se analizan tres textos con el fin de situar el punto de intersección entre la memoria

y la cultura, mediado por la palabra escrita, que sirve para rescatar el trauma más allá del

remordimiento, enunciar las verdades del acontecimiento y sugerir cómo esto propicia un proceso

de comprensión que permita avanzar y dejar que el pasado pase.

Según Todorov:

El uso literal, que convierte en insuperable el viejo acontecimiento, desemboca a fin de

cuentas en el sometimiento del presente al pasado. El uso ejemplar, por el contrario, permite

utilizar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas

para luchar contra las que se producen hoy en día, y separarse del yo para ir hacia el otro.

(Todorov, 2008)

Los dolorosos acontecimientos de nuestra historia son causa de sufrimiento en tanto carecemos de

la comprensión de la forma como ellos siguen influyendo sobre nuestra historia. Se acude al arte

y su poder de enunciación para decir lo que permanece oculto, interpretar las voces de los muertos

que, como en el pueblo de Comala, siguen diciendo sin ser oídos. Como Susana San Juan varías

veces nos hemos preguntado «hasta cuándo terminaría» el dolor que sostenemos con la esperanza

de que suceda alguna vez, pues:

Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague.

Si al menos hubiera sabido qué era aquello que la maltrataba por dentro, que la hacía

revolcarse en el desvelo, como si la despedazaran hasta inutilizarla. (Rulfo, 1983)

Acaso la literatura sea capaz de conmover las conciencias lo suficiente para que un cambio sea

posible.

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Algunos apuntes sobre el trabajo de grado.

La idea de este trabajo surge de una analogía entre la sociedad colombiana y un paciente

psicoanalítico —un analizante— en tanto padece una historia que no alcanza a comprender del

todo. Tal padecimiento se evidencia en síntomas como la violencia, la melancolía (Jaramillo

Morales, 2006) o la angustia, entendida como el «estado semejante a la expectación del peligro y

preparación para el mismo, aunque nos sea desconocido». (Freud et al., 2010). Los actos violentos,

en tanto síntomas, se repiten una y otra vez como mensajeros de un saber que acaso puede

expresarse de otra manera. La apuesta de este trabajo es que trazas de ese saber se encuentran en

las producciones literarias y periodísticas (aunque no solamente allí) y que su inclusión en la

cultura permite establecer un diálogo en el que lo no dicho aflora.

Es peligroso abusar de la analogía. Aquí hay una apuesta a favor del saber literario en tanto

favorece la individualidad de la expresión y al mismo tiempo es capaz de establecer una

comunicación más empática con el lector. En últimas se quiere detectar qué es lo que haría posible

la reflexión en un público indiferente o hastiado sobre asuntos que no se quieren abordar —o que

por exceso de costumbre no se quieren pensar— más allá de las soluciones que, en últimas,

solamente son repeticiones del síntoma: por ejemplo, la idea de que la venganza ocupe el lugar de

la justicia o que se acabe la guerra por sustracción de materia, aniquilando al enemigo sin importar

los costos que ello acarree.

En El arte como artificio Viktor Shklovski llama la atención sobre la fuerza de la imagen poética

y declara que

[L]a vida desaparece transformándose en nada. La automatización devora los objetos, los

hábitos, los muebles, la mujer y el miedo a la guerra. «Si la vida compleja de tanta gente se

desenvuelve inconscientemente, es como si esa vida no hubiese existido.» Para dar

sensación de vida, para sentir los objetos, para percibir que la piedra es piedra, existe eso

que se llama arte. La finalidad del arte es dar una sensación del objeto como visión y no

como reconocimiento; el procedimiento del arte es el de la singularización de los objetos,

y el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar la dificultad y la duración de la

percepción. El acto de percepción es en arte un fin en sí y debe ser prolongado. El arte es

un medio de experimentar el devenir del objeto: lo que ya está «realizado» no interesa

para el arte. (Todorov, 2010) (Cursivas en el texto y subrayado fuera de texto).

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¿Cuánto dura un hecho histórico? La duración del hecho histórico no se agota en su materialidad

y su comprensión excede la mera descripción del acontecimiento. La conciencia de la duración se

manifiesta mediante la escritura incesante de los múltiples relatos e interpretaciones que la

sociedad hace del mismo, en últimas la manera como el hecho histórico se incorpora a la cultura

de la sociedad. Lo que entendemos como memoria colectiva es un tapiz tejido con esas maneras

de decir que son relatos y discursos sobre esos relatos. Según Oscar Wilde «el único deber que

tenemos con la historia es el de volver a escribirla» pero esto, más que un llamado a la acción a

los iconoclastas, señala que la historia es un discurso que no termina de construirse, que nunca se

establece de manera definitiva.

La Toma del Palacio de Justicia se entiende aquí como hecho traumático que se sigue

manifestando. Llama poderosamente la atención que desde el mismo acontecimiento se intentó

silenciar el discurso periodístico sobre lo sucedido. La Comisión de la Verdad sobre los hechos

del Palacio de Justicia (creada en el vigésimo aniversario de la Toma) afirma sobre Yamid Amat:

Ella [Noemí Sanín, ministra de comunicaciones en el momento de la Toma] le dijo que aun

cuando no había resolución, era una orden. Él contestó que lo haría si los demás medios lo

hacían. La ministra le replicó que si no interrumpía, le ordenaría al Ejército que se tomara

la emisora y apagara los transmisores. (Semana, s. f.-b)

Al año siguiente apareció el primer documento que consignaba los resultados de las

investigaciones de lo sucedido durante la Toma. Sin embargo, según Laura Valbuena:

[E]l efecto más desastroso del informe del Tribunal Especial de Instrucción fue establecer

la postura de censura oficial sobre los hechos; es como si después de dicho esto el Gobierno

no admitiera más versiones o críticas al respecto. Por ejemplo, el que el informe no tuviera

efectos penales dejó a la toma como una gran tragedia en la que no se castigó a un solo

culpable, dando la impresión de que con este documento se hubiera decretado la amnesia

frente a los hechos. Pero el país nunca lo dejó pasar, fue como una herida abierta que nunca

cerró. (Valbuena, 2019) (Cursivas fuera de texto)

La Toma del Palacio de Justicia se convirtió en un tabú, algo de lo que no se habla pero cuyo

horror es ineludible. A un tiempo familiar (al ser incluido en la historia) y extraño (por ser el horror

del que no se habla) se configura como un acontecimiento traumático respecto de los cuales decía

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Hayden White: «[L]os acontecimientos son destraumatizados al ser eliminados de una estructura

de trama donde tenían un lugar dominante e insertados en otra donde ocupan una función

subordinada o simplemente ordinaria, como elementos de una vida compartida con los demás»

(White, 2003).

¿Cómo se nos ha narrado lo sucedido durante la Toma del Palacio de Justicia? ¿Cómo es que tales

narraciones interpretan los hechos y sus posibles efectos en el imaginario colectivo ? El presente

trabajo es un intento de dar respuesta a estas preguntas. Teniendo en cuenta la complejidad del

tema se plantea como objetivo general establecer un contraste entre el discurso ficcional de la

novela Mañana no te presentes de Marta Orrantia, el discurso testimonial de la novela-testimonio

Noches de humo de Olga Behar y el discurso periodístico del reportaje Holocausto en el silencio

de Adriana Echeverry y Ana María Hanssen.

Los tres capítulos apuntan a identificar la estructura narrativa de cada uno los discursos propuestos

y analizar su discurso. Para establecer una comparación relevante entre los tres documentos

conviene empezar haciendo un análisis de cada uno utilizando el método temático. Se entiende

que:

La tematología es una rama de la literatura comparada que estudia aquella dimensión

abstracta de la literatura que son los materiales de que está hecha, así como sus

transformaciones y actualizaciones; estudia, en otras palabras, los temas y motivos que,

como filtros, seleccionan, orientan e informan el proceso de producción de los textos

literarios. (Pimentel, 1993)

Se apunta a describir el segundo significado del cual cada texto a analizar es significante y la

realidad extraliteraria a la que remite. Se pretende reflexionar así sobre su contenido e intención,

mediante el estudio independiente de cada uno de los textos del corpus propuesto de modo que sea

posible establecer una comparación entre los diferentes modos de aproximación (ficcional,

testimonial y periodístico) al Holocausto del Palacio de Justicia.

Se pretende finalmente describir las similitudes y divergencias entre estos discursos, atendiendo a

sus intereses, al lugar de enunciación y al posible impacto sobre el imaginario colectivo y así

establecer un grado de consistencia sobre la narrativa de la Toma del Palacio de Justicia, según las

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18

diferentes versiones contenidas en los textos propuestos, y en qué medida se aporta a la verdad

histórica y su impacto en la cultura.

Las obras elegidas hacen parte del acervo cultural, los bienes simbólicos a los que se refiere Pierre

Bourdieu. Sin embargo el estudio de las condiciones para su masificación está fuera del alcance

de este trabajo. Se quiere en cambio señalar como la lectura de las obras podría contribuir a

comprender la relación de la sociedad colombiana con la violencia manifiesta que padece y llamar

la atención sobre cómo una narrativa consistente del conflicto acaso permita crear conciencia

colectiva sobre el impacto de la guerra, los efectos de su persistencia y la necesidad de detenerla.

La construcción de una historia pública que tanto el Estado como sus habitantes puedan asumir

como propia es un aporte al conocimiento propio de la nación. De este conocimiento y de la citada

conciencia colectiva sobre la guerra acaso pueda surgir una estrategia efectiva que permita

terminar el conflicto y cimentar una paz «estable y duradera».

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19

CAPÍTULO 1: Mañana no te presentes y la memoria ficcional

Mañana no te presentes de Marta Orrantia.

La novela Mañana no te presentes de Marta Orrantia se centra en torno los sucesos acaecidos en

las 27 horas entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985, durante las cuales ocurrió la Toma del Palacio

de Justicia. Aunque no pretende ser un documento histórico sí es un trabajo de ficción basado en

la investigación de la autora sobre dichos sucesos, algunos personajes reales y ciertas preguntas

que siguen abiertas y que son, en últimas, la inspiración de la novela. Cabe aquí recordar las

palabras de la Poética de Aristóteles:

En efecto: el historiador y el poeta no difieren por el hecho de escribir sus narraciones uno

en verso y el otro en prosa —se podría haber traducido a verso la obra de Heródoto y no

sería menos historia por estar en verso que en prosa—; antes se distinguen en que uno

cuenta los sucesos que realmente han acaecido y el otro los que podían suceder. (Burguera,

2004)

Según Orrantia, Mañana no te presentes es un intento por comprender la tragedia del Palacio de

Justicia —basado en lo que las investigaciones han logrado esclarecer— que aprovecha los vacíos

del relato para construir una voz que intenta recuperar lo que se puso en juego para quienes

vivieron la tragedia, su humanidad y lo que hay de humano en los actos de guerra: el sufrimiento,

la duda, el miedo, el odio y los ideales, pero también el cuerpo y la vida misma.

La protagonista de Mañana no te presentes es Aurora, una militante ficticia del M-19 que narra en

primera persona algunos sucesos acaecidos durante la toma y la retoma del Palacio de Justicia. A

través de sus percepciones se presenta una visión humanizada del conflicto que está más allá del

discurso oficial y de la frecuente pero imprecisa clasificación entre buenos y malos que ha

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contribuido a pensar en el conflicto como una abstracción insoluble. La novela no puede (y, como

se ha dicho, tampoco es su intención) ofrecer una respuesta histórica. Permite reconocer que en la

guerra también son víctimas las voces de algunos de sus protagonistas y pretende restituir,

mediante la ficción, algunas de esas voces.

El planteamiento de la novela corresponde a una estructura casi lineal que se desarrolla a lo largo

de doce capítulos. La autora presenta una trama sencilla que se desarrolla en el primer y último

capítulos y que sirve de base para narrar los recuerdos de la protagonista: el encuentro fallido entre

Aurora y Ramiro. En el primer capítulo Aurora está de visita en Guaduas, un municipio de

Cundinamarca, y cree reconocer entre los transeúntes a Ramiro, un hombre del que hace 30 años

no sabe nada. En el capítulo XII esta trama/pretexto concluye con un final abierto.

El recuerdo de Ramiro convoca y libera la memoria de Aurora quien entre los capítulos II y XI

narra, desde su punto de vista, las horas vividas durante la toma y retoma del Palacio de Justicia y

algunos eventos posteriores en la vida de la protagonista. Es la voz de Aurora la que sostiene la

novela de principio a fin, en dos niveles de narración. El primer nivel transcurre durante el año

2016 —el presente de la ficción— y se desarrolla en los capítulos I y XII como ya se ha descrito.

Los capítulos II al XI constituyen el ejercicio de evocación que hace Aurora de su pasado y narran

el encuentro con su identidad mediante un monólogo hilado cronológicamente que recurre

frecuentemente a interpolaciones, necesarias para configurar el retrato de la protagonista. La

narración reconstruye los acontecimientos al tiempo que señala sus efectos, mediante la

descripción que hace Aurora de sus propias percepciones, dando énfasis a la densidad de la

experiencia. La estructura de la novela trae a la memoria un proceso de cura a través de la palabra

puesto que, tal como se puede interpretar, Aurora se cuenta a sí misma su historia para

comprenderla.

Mañana no te presentes se convierte en una reflexión ficcional —en tanto es hecha por un

personaje ficticio— del acontecimiento traumático que supuso la Toma del Palacio de Justicia.

Establece un vínculo simbólico con el pasado desde un presente que se sabe condicionado por lo

sucedido. El relato de Aurora comienza en 2016, es decir, es el relato de una sobreviviente que

sigue afectada (quizá inconscientemente) por lo que pasó, reconoce esa huella y se ve en la

necesidad de abordar el hecho, de narrarlo para hacer presente una voz que ha permanecido en

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silencio durante más de treinta años. Es además la voz de una guerrillera —con el estigma que eso

supone— para quien el silencio no fue una alternativa, sino una imposición. La novela de Orrantia

imagina entonces una memoria para enfrentar un pasado lleno de recuerdos privados de sentido.

En palabras de la autora: «Lo que intenté hacer fue meterme por las zonas grises de la toma. Esos

interrogantes que quedan todavía.» (revistaarcadia.com, 2016) (Cursivas fuera de texto). Más

adelante alude a los testimonios «de esos hombres y mujeres» perdidos «para siempre» y señala

cómo la ficción es una herramienta para llenar los vacíos del relato con una versión verosímil de

los hechos. Las zonas grises a las que se refiere Orrantia se pueden interpretar también como los

múltiples matices de los protagonistas, a quienes se ha etiquetado en blanco o negro, despojándolos

de su humanidad al desconocer que son personas y silenciar sus voces.

Al final del primer capítulo, Aurora admite que durante treinta años ha tenido miedo de pensar.

Desde el segundo capítulo recuerda su militancia en la guerrilla del M-19 y su participación en la

toma. Ramiro, el hombre al que cree reconocer, su amante y compañero en el M-19, le había

advertido un par de días antes “mañana no te presentes”, una advertencia que Aurora ignora.

Durante el segundo capítulo emerge Yolanda, el sobrenombre de Aurora como guerrillera, que

narrará su participación en el ataque inicial, los combates con la Policía y el Ejército y su posterior

salida del Palacio, con la intención de hacerse pasar como civil. A lo largo de seis capítulos se

describen, desde el punto de vista de Yolanda/Aurora, los angustiosos hechos que configuraron lo

que posteriormente se habría de llamar el Holocausto del Palacio de Justicia. Yolanda se sabe presa

de una trampa: la fuerza pública tenía conocimiento del plan de la guerrilla para la toma y, en vez

de impedirla, facilitó el acceso de los combatientes del M-19 al Palacio. Simbólicamente es

también presa de la trampa de la guerra: los hechos del combate revelan una cara perversa del

conflicto que permanece oculta cuando se piensa en la guerra como una abstracción. El capítulo

VIII narra la salida de Yolanda del Palacio, en compañía de Irma Franco3 y Mónica4. Pretendían

hacerse pasar como civiles, pero el plan fracasa y tanto Yolanda como Irma son capturadas.

3 Irma Franco Pineda fue una abogada que participó en la Toma del Palacio de Justicia como integrante del M – 19. Salió con vida del Palacio y desapareció después de haber sido detenida y torturada por el Ejército. (Gómez Gallego et al., 2010) El personaje homónimo de la novela está inspirado en ella. 4 Según Marta Orrantia el personaje de Mónica está inspirado en Clara Helena Enciso, integrante del M – 19 que participó en la Toma. Según la versión de varios testigos, ella junto con Irma Franco Pineda fueron detenidas y

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Los capítulos IX al XI narran la tortura y la violación a las que es sometida Yolanda, después de

lo cual ella muere simbólicamente. Aurora sobrevive para iniciar una nueva vida que jamás es una

tabla rasa: se aprende a convivir con los fantasmas porque es imposible deshacerse de ellos. La

novela concluye con el reencuentro fallido de Aurora y Ramiro. Se trata de un final abierto y no

de una verdadera conclusión: Ramiro muere, asesinado en circunstancias no aclaradas, antes de

que Aurora pueda conversar con él, de modo que sus preguntas quedan sin responder.

El análisis textual de la novela se ha dividido en tres líneas de significación: la tensión entre

realidad y ficción que atraviesa la construcción del texto; el efecto que la vivencia del

acontecimiento relatado supone para el personaje de Aurora y, finalmente, el ejercicio de memoria

que el relato configura.

Realidad y ficción en Mañana no te presentes.

La novela se abre con tres epígrafes, el primero de los cuales es una cita en francés atribuida a

Maximilien Robespierre: “Notre révolution m’a fait sentir tout le sens de l’axiome qui dit que

l’histoire est un roman”5. Robespierre, «un abogado que se empolvaba el pelo y se vestía con

calzones hasta la rodilla, como la odiada aristocracia, pero que predicaba el terror» (Davis et al.,

2007) fue uno de los jefes más destacados de la Revolución Francesa quien encarnaba «la voluntad

de defender y por tanto de estabilizar la Revolución, de “congelarla” (…) a fin de impedir cualquier

vuelta atrás» (Carpentier & Lebrun, 1998). Apodado «el Incorruptible» se convirtió en un tirano

cuya inflexibilidad contenía el germen de su propia destrucción: «el mismo pueblo de París que lo

vitoreara antaño se agolpaba (…) regocijado con la inminencia de su muerte» (Robespierre, un

incorruptible tirano, 2019).

La frase de Robespierre, que resuelve la tensión entre realidad y ficción al decir que la historia es

una ficción, hace referencia a un intento de comprender los acontecimientos. Dice Robespierre en

llevadas a la Casa del Florero. Aunque el rastro de ambas se perdió y sus familiares las declararon como desaparecidas, Enciso apareció luego en el exterior y estuvo en contacto con los periodistas Ramón Jimeno y Olga Behar, quienes escribieron basados en su testimonio en los libros «Noche de Lobos» y «Noches de Humo», respectivamente. (Tiempo, 1992) 5 «Nuestra revolución me hizo comprender todo el sentido del axioma que dice que la historia es una ficción». (Traducción propia)

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la segunda parte de la frase —no incluida por la autora—: «y estoy convencido de que la fortuna

y la intriga han hecho más héroes que el genio y la virtud» resaltando así como los acontecimientos

no están gobernados de antemano por una voluntad consciente sino por el azar: la fortuna

entendida como el «encadenamiento de los sucesos, considerado como fortuito» (ASALE & RAE,

s. f.-b).

La lectura que hace Fernando Aínsa de la relación entre la noción contemporánea de historia y

ficción, acaso ayuda a entender un sentido posible de la inclusión de la frase de Robespierre como

paratexto de la novela:

En efecto, historia y ficción son relatos que pretenden "reconstruir" y "organizar" la realidad a partir

de componentes pre – textuales (acontecimientos reflejados en documentos y otras fuentes

históricas) a través de un discurso dotado de sentido inteligible, gracias a su "puesta en intriga", al

decir de Paul Ricoeur, y a la escritura que mediatiza la selección. El discurso narrativo resultante

está dirigido a un receptor que espera que el pacto de la verdad (historia) o de lo posible y verosímil

(ficción) se cumpla en el marco del corpus textual. Aunque los objetivos de la historia y la ficción

son diferentes, la forma del texto es parecida, los procedimientos narrativos utilizados similares y,

sobre todo, están guiados por un idéntico esfuerzo de "persuasión". (Aínsa, 1993)

Vale decir, los acontecimientos se convierten en historia al ser narrados y esta transformación es

necesaria para su inteligibilidad. El acontecimiento que pone en marcha la novela Mañana no te

presentes es la Toma del Palacio de Justicia, sobre el cual no se ha dicho todo lo que se puede

decir y sobre el cual acaso la historia, en tanto portadora de la verdad, se revela insuficiente. Es

ahí donde la novela toma el testigo para comprender el acontecimiento. La estrategia de construir

un relato ficticio señala así una falta, un saber perdido, y proporciona un mecanismo para restituir

con palabras ese saber, allí donde solamente queda un recuerdo parcial de la materialidad del

acontecimiento.

Como se ha mencionado Mañana no te presentes es una memoria imaginada en la que Aurora, su

protagonista, se enfrenta a un pasado traumático, treinta años después de lo sucedido, gracias a un

encuentro fortuito con un hombre en el que ella cree reconocer a Ramiro:

Sé dónde estoy. Estoy en su pueblo, el de Ramiro. He pasado muchas veces por aquí durante

estos años. Al comienzo, muy al comienzo, tenía la esperanza de encontrarlo, de

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preguntarle, de hablar con él. Pero estaba el miedo. Y cuando no hubo más miedo, también

dejó de haber esperanza. Ahora simplemente paso por aquí de camino a otro lugar, a

Bogotá, a un pueblo cercano, a la costa, al Pacífico. Hace mucho que no pienso en él. Hace

muchos años que no lo busco, pero ahora está ahí un hombre que se llama Ramiro y que

tiene canas y que parece haber alcanzado los cincuenta, tal vez más, y yo veo su pelo lacio

y su espalda ancha y sus pantalones escurridos, y estoy casi seguro de que vuelvo a sentir

su presencia, su olor, su silencio. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto).

El personaje a quien Aurora llama «Ramiro, mi Ramiro» se convierte así en personificación de su

traumático pasado, en el que ha dejado de pensar durante tanto tiempo por miedo y ausencia de

esperanza. En el primer capítulo encontramos a una mujer para quien el mundo se ha paralizado.

Su intento de llamar la atención de Ramiro enuncia esa parálisis y también la voz insuficiente:

—¿Ramiro? —pregunto, y me sale un hilo de voz tan quedo que no sé si me escucha, porque

me da la espalda y camina rápido hacia el pueblo, y yo me quedo como una piedra viéndolo

huir. De nuevo, huir. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto).

Más adelante confirma el vértigo ante un pasado que regresa, encarnado en Ramiro:

El bus se va y deja un polvero y yo me quedo de pie pensando qué fue lo que hice. Para

qué lo hice. El corazón sigue con su latido violento y los oídos me zumban. Ramiro.

Ramiro. Ramiro. ¿Será Ramiro? ¿Será él? (…) Pero mi Ramiro no existe hace tres décadas.

Se lo tragó la tierra. Por todo lo que sé, está muerto, está desaparecido, está sepultado.

(Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto).

Y luego, el deseo de ir a su encuentro, que se materializa en la nota:

Estimado Ramiro:

Me pareció que era usted. Quisiera verlo. Hoy a las nueve lo espero en el Savage. Suya,

Aurora.

PD: Ya todo es agua bajo el puente. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto).

La frase de la posdata es una afirmación que señala un deseo más que una certeza, la voluntad de

poner en su lugar un pasado que insiste, es decir, que no logra ser pasado. En efecto, Aurora va al

encuentro de su pasado:

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Voy a mi hotel y me encierro en la habitación. Corro las cortinas, me quito la ropa y me

acuesto sobre la cama. Cierro los ojos.

Tengo mucho tiempo libre. Casi un día entero. Y por primera vez en treinta años, no me da

miedo pensar. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto).

Pensar se convierte para Aurora en encontrar las palabras para tejer una red que atrape el recuerdo

del acontecimiento en un esfuerzo por comprenderlo, una red de la cual Ramiro será un hilo clave.

En ese «día entero» Aurora retrocederá treinta años para reconstruir su memoria y estructurar un

relato que, como hace un caminante que se pierde en la vía y se ve obligado a desandar sus pasos,

regresa al principio para encontrar(se). Al ser narrada como memoria el lector es consciente de

conocer el relato de una sobreviviente: la historia ya ocurrió, vale decir, no ocurre a medida que

Aurora la cuenta. Se asiste en cambio a la creación de un recuerdo que sigue teniendo efectos sobre

el presente desde el cual se cuenta. La protagonista da escasos datos sobre lo que ha sido de su

vida a lo largo de los treinta años entre el presente y el momento del acontecimiento; sin embargo

Aurora, vencido el miedo, recuerda con precisión su vivencia —como si hubiera viajado al pasado

para rescatar su memoria— más que deambular a ciegas por sus recuerdos.

La estructura de Mañana no te presentes sugiere que la aventura de Aurora no está en el pasado y

no comienza el día de la Toma del Palacio de Justicia, sino en el presente desde el cual ella va al

encuentro de su pasado y retorna con su memoria; su lucha empieza venciendo el temor a pensar

y termina siendo una lucha contra el olvido. La verdadera aventura de Aurora acaso es recuperar

la palabra para pensar el acontecimiento trágico y vencer el largo silencio, primera secuela del

trauma. Como dice Herbert Marcuse, citado por Fernando Aínsa: «Contra la rendición del tiempo,

la restauración de los derechos de la memoria es un vehículo de liberación, es una de las más

notables tareas del pensamiento». (Aínsa, 2010) Por ello es tan significativo que sea el relato en

primera persona de una sobreviviente y que narre su historia desde el presente:

Menos dueños del presente de lo que creemos, sentimos como el pasado entra en él como

cosa viva, obra con fuerza semejante a lo contemporáneo y reactualiza con toda su carga

emotiva la poderosa presencia de la memoria en las contiendas del momento actual. (Aínsa,

2010)

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La experiencia vital de Aurora se ve cuestionada constantemente en la memoria que elabora y

gracias a su relato el lector sobrevive con ella a la confrontación que hace del pasado y asiste a su

transformación, simbolizada en los diferentes nombres (o sobrenombres) que adopta: Aurora,

Yolanda, “doctri” o Lucila, metáfora de una identidad cambiante que, como lo humano, no

permanece estática o indiferente al paso del tiempo. El personaje mismo de Aurora encarna la

tensión entre realidad y ficción ya que, como dice Mario Vargas Llosa: «Una época no está poblada

únicamente de seres de carne y hueso; también de los fantasmas en que estos seres se mudan para

romper las barreras que los limitan y los frustran» (Vargas Llosa, 2011).

Mañana no te presentes le da voz a un fantasma condenado al silencio que habla del

acontecimiento pero, sobre todo, de su vínculo con el mismo. Esta subjetivación del hecho

histórico es señalada por la narración en primera persona. Su relato porta una intención

introspectiva, pues se cuenta a sí misma, sus vivencias. El puente de palabras que Aurora tiende

va más allá de la materialidad del suceso pues apunta a trazar su influencia, comprenderla y, por

esa vía, contenerla.

A través de la subjetivación del pasado, la novela replantea la noción que identifica descubrir la

verdad con atrapar en una red de palabras la materialidad del acontecimiento. Aurora sitúa algunos

interrogantes, lo que no puede decir (porque no lo sabe) del hecho mismo. Orrantia se vale de

Aurora para señalar algunas respuestas pero en esencia, el texto muestra como la verdad es elusiva,

se fractura y se sitúa en un más allá que hace que su búsqueda sea una tarea interminable, lo cual

no quiere decir que sea inútil. El final abierto señala también la ausencia de esa respuesta

definitiva: «No hay hombres para esta faena» diría Álvaro Mutis en su poema «Los trabajos

perdidos» y también:

La poesía substituye

La palabra substituye,

el hombre substituye,

los vientos y las aguas substituyen...

la derrota se repite a través de los tiempos

¡ay, sin remedio!

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A través de su relato se evidencia como el hecho de que Aurora haga memoria es para ella un

acontecimiento problemático. Su discurso pudiera ser peligroso tanto por el hecho histórico que

referencia como por sus circunstancias personales y su intención explícita de descubrir algo no

dicho o que incluso para ella está oculto. La producción misma del texto —en tanto discurso de

una voz en un contexto preciso— apela a la posibilidad de otros discursos de otras voces, acaso no

escritos aún: «La indeterminación o ambigüedad de cualquier evento impide la precisión absoluta

del hecho histórico y obliga a una creatividad permanente donde realidad e imaginación se

necesitan en forma permanente» (Aínsa, 1993).

Las zonas grises —indeterminadas, ambiguas— se multiplican para descubrir la humanidad de la

protagonista pero también subvirtiendo los roles del victimario y la víctima: Aurora/Yolanda

empieza siendo miembro de un grupo guerrillero que perpetra un acto terrorista pero huye del

Palacio como una mujer indefensa que intenta salvar su vida y es sometida a desaparición y tortura;

años después sigue aterrorizada, incluso de sus pensamientos. Esta subversión se aprecia también

en el personaje que salva la vida Aurora, el sargento Mario, quien confiesa: «Es que si te dejaba

ahí ibas a terminar tiesa como todos los demás. Y eso no está bien».

Dice Milan Kundera que la novela «que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la

existencia es inmoral» y también que «el conocimiento es la única moral de la novela». (Kundera,

2000) Esta afirmación puede leerse juntamente con la citada de Aínsa para concluir que en Mañana

no te presentes la ficción crea para descubrir esas zonas grises donde la historia guarda silencio.

Mañana no te presentes: una toma de conciencia

El segundo epígrafe de Mañana no te presentes se extrajo de la novela «Operación masacre»,

escrita por Rodolfo Walsh, que ha sido considerado «el primer libro de aquello que luego, (…),

los norteamericanos llamaron periodismo literario» (Araújo Vélez, 2019). El epígrafe establece

una afinidad intertextual con el argumento de Mañana no te presentes:

Éstos no saben que están condenados, y esa inaudita crueldad debe subrayarse en la tabla

de agravantes y atenuantes. No se les ha dicho que los van a matar. Más aún, hasta último

momento habrá quien pretenda engañarlos.

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Rodolfo Walsh, Operación masacre.

En efecto, la cita de Walsh bien podría usarse para describir la situación de los guerrilleros al

interior del Palacio en la novela de Orrantia. Muy pronto en su relato Aurora/Yolanda reconoce

que:

Estábamos acorralados. Ya habían entrado por abajo y era cuestión de tiempo que

penetraran por la terraza y nos acribillaran. Los rehenes lo sabían, y nosotros también.

Todos éramos víctimas de una trampa, justo como lo había dicho Ramiro. (Orrantia, 2016)

(Cursivas fuera de texto).

Mañana no te presentes acoge aquí la hipótesis histórica de la trampa según la cual la fuerza

pública tenía conocimiento de los planes del M-19 para tomarse el Palacio y, en vez de prevenirla,

la usaron como estrategia para vengarse del grupo guerrillero, incluso sin cuidarse de las vidas que

se hubieran podido salvar. La trampa es, en la novela, una metáfora de la trampa de la guerra y la

incomunicación, Aurora hace constantes referencias a la voz que falla, que no cumple su cometido,

como una palabra fracturada que sin embargo insiste:

Una mujer gritaba que la iban a matar y que tenía un niño pequeño, y otro hombre, un

chico, en realidad, decía que el mantenía a su mamá. Ninguno parecía escucharlos, pero

sus lamentos me estaban martillando los tímpanos. Me habían dicho que los rehenes serían

pocos, que buscaríamos al hermano del presidente y a la esposa del ministro de Gobierno,

y que con ellos podríamos negociar, pero ahí no estaba ninguno de los dos, sino un grupo

de inocentes confundidos y aterrados, como pájaros en un huracán. (Orrantia, 2016)

(Cursivas fuera de texto).

Así falla la palabra de los rehenes, víctimas inocentes, y falla también el intento de los guerrilleros

de hacerse oír por la fuerza, como si la palabra se resistiera a que su uso se condicione por las

armas.

El relato de Aurora se puede interpretar como un descenso al infierno que, como se ha señalado,

sucede en dos niveles: un primer nivel corresponde a la vivencia que ocurre en el pasado, cuando

Aurora accede a participar en un acto de guerra como si fuera una aventura para descubrir que

no es así; mientras que el segundo nivel corresponde a la memoria de la vivencia y ocurre en el

presente, cuando Aurora accede a recordar, en el ejercicio de memoria sobre el que

profundizaremos en la tercera parte del capítulo.

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En «Vuelo hacia Arrás» Antoine de Saint-Exupéry reflexiona sobre esta trampa habitual de

considerar la guerra como una aventura cuando dice:

Antes tuve aventuras: la instalación de líneas de correo, la superación del Sahara, América

del Sur…, pero la guerra no es una aventura de verdad, no es más que un sustitutivo de la

aventura. La guerra es una enfermedad. Como el tifus. (Cursivas fuera de texto)

Aurora afirma:

Las balas retumbaban en todo el edificio. Por fuera y por dentro se oían disparos, vidrios

rotos, gritos, llanto. La valentía nos duró poco, y cuando Jacquin6 se fue, Almarales pareció

perdido. Nunca había sido muy experto en el combate, prefería la palabra como medio de

lucha, y ahora estaba frente a un grupo de novatos que esperaba instrucciones. (Orrantia,

2016) (Cursivas fuera de texto).

Gracias a Aurora entramos al combate, vemos lo que ella ve y también sabemos lo que ella piensa:

en medio de la contienda, evoca un hogar —un pasado idílico que contrasta profundamente con el

escenario de guerra— donde «se respetaban la vida, las ideas de los demás, las religiones, las

escogencias sexuales» y cuestiona su identidad como subversiva:

Mientras ponía balas en los proveedores, la sola idea de la justicia y de la paz, en la que

había creído tan ciegamente esa mañana, me sonó ridícula, y en cambio pude entender por

qué me decían que era una asesina. Esa, por supuesto, era otra de las trampas de la toma.

Había empezado a dudar de mí misma. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto).

La reflexión de Yolanda simboliza el absurdo de una revolución que usa los mismos métodos que

cuestiona para subvertir el orden oficial. Allí aparece la palabra que no fue escuchada y que

condensa el drama que se vivió al interior del Palacio durante la Toma:

Hablaba un hombre. Su voz tenía un tono sutilmente agudo, tal vez por el miedo, pero de

resto sonaba nítida, precisa, casi poética. “… lo que importa es que finalmente aquí se dé

la orden, dentro del edificio, de un cese al fuego. Por favor, ayúdenos. La situación es

dramática. Debe haber un cese al fuego inmediatamente. Aquí en el Palacio”, decía. Una

6 Hace referencia a Alfonso Jacquin Gutiérrez, abogado y guerrillero colombiano miembro del Movimiento 19 de abril (M-19). Hizo parte del comando del operativo de la toma del Palacio de Justicia junto con Andrés Almarales y Luis Otero Cifuentes.

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corriente helada me pasó por la espalda. Esa voz encarnaba lo que sentíamos todos. Ese

pánico, esa desolación, esa tristeza. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto)

Aquí Orrantia hace hablar nuevamente al entonces presidente de la Corte, Alfonso Reyes

Echandía7 sobre quien Almarales pone la responsabilidad de pedir un cese al fuego. Esta solicitud

fallida se convierte en metáfora del fracaso de la palabra como recurso. Aurora/Yolanda, «que todo

lo veía en blanco y negro», para quien «no había grises en la vida» y a quien llamaban «doctri»

por ser una «doctrinaria de la revolución» ve cómo se hacen humo sus certezas, asiste a la pérdida

de su inocencia y el costo es demasiado alto. Comprende que «la nostalgia es añorar lo que ya no

será más», la revolución se ha vuelto un discurso caduco e incomprensible —otra falla de la

palabra—, ya no es más una fiesta sino el camino que condujo a una tragedia.

La temeridad del M – 19, cuyas victorias previas acaso impulsaron la idea de tomar un riesgo

mayor, es severamente castigada. El incendio —que según la novela no fue ocasionado por el M

– 19— viene a significar el clímax de la vivencia de la guerra que Aurora experimenta durante la

toma, enuncia la imposibilidad de la negociación y es también metáfora del infierno al que

desciende:

En lo único que pensaba era en qué habría ocurrido si hubiera sido capaz de salir. Estaría

buscando a Ramiro y nos hubiéramos podido ir lejos de todo. Era una posibilidad. O alguien

me habría delatado y terminaría muerta. Ninguna de las dos opciones me parecía

particularmente mala. El infierno en el que me encontraba era peor que cualquier cosa.

Tenía miedo, asco, calor. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto)

Infierno de incertidumbre para Yolanda que querrá saber por qué iba a morir y que la enfrenta con

su desencanto:

Las emisoras habían vuelto a la música y los resultados del fútbol, acalladas por el gobierno,

que no quería que se supiera qué tan grave era la situación. (Orrantia, 2016)

Más adelante:

7 Hace referencia a Alfonso Reyes Echandía (Chaparral, Tolima; 14 de julio de 1932 - Bogotá; 7 de noviembre de 1985) fue un jurista, magistrado y profesor colombiano. Fue presidente de la Corte Suprema de Justicia de Colombia. Fue asesinado durante la Toma del Palacio de Justicia.

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Sentí cólera. No había salida, para ninguno. Algo se rompió en ese instante. Esa confianza

ciega que depositamos en los demás, ese creer siempre que todos tienen buenas intenciones,

esa fe en la bondad de la gente se acabó en ese momento. Supe que en lo que me quedara

de vida no podría apoyarme en nadie, ni querer a nadie más, ni tener siquiera una leve

esperanza de nada. (Orrantia, 2016)

El destierro de la esperanza provoca el horror al cual sigue el deseo de morir:

Pensé que sería mejor morir de una vez. (…) No oler más la muerte, la pólvora, los restos

del incendio, el sudor, la mierda. (Orrantia, 2016)

El relato nuevamente acentúa la falla de la palabra, por ejemplo dice el magistrado Gaona8:

—Ya no grito más —dijo—. Ya no digo una palabra más. Sé que de aquí no saldré vivo.

(Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto).

Es Manuel Gaona quien reprocha a Yolanda por su ingenuidad y acusa al grupo responsable de la

toma de sepultar los ideales del M – 19 y matar a una generación entera. Yolanda avergonzada

desanda el camino de sus certezas. Desengañada, después del descenso al infierno,

Aurora/Yolanda solamente quiere escapar. La doctri, la idealista guerrillera muere simbólicamente

y queda una mujer que después de ver el horror del combate y sentir que ella misma lo ha

propiciado, solamente quiere huir en medio de la nostalgia por una casa que ya no existe y por una

familia que ya no tiene. Su toma de conciencia la hace huir de la guerrilla, sin embargo el estigma

la persigue (incluso treinta años después). El que Aurora deserte de la guerrilla no la redime ante,

por ejemplo, la fuerza pública responsable de la contra – toma, que la sigue considerando una

subversiva. Treinta años después, Aurora sigue aterrorizada por el estigma que la señala.

Mañana no te presentes es el relato de una mujer excluida que toma conciencia frente a la tragedia

que ocurre al interior del Palacio. La salida de Aurora no es directamente a la libertad, sino a una

especie de celda de cristal porque para ella la libertad comienza como una pesadilla, el mundo al

que retorna le resulta particularmente opresivo y la toma de conciencia desemboca en un

desencanto. En la Casa del Florero Aurora recuerda:

8 El magistrado Manuel Gaona murió en la toma.

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32

Ese día habíamos visto un jarrón más bien feo y roto, y ella [la madre de Yolanda] me había

explicado toda aquella leyenda sobre Llorente y la Independencia, y luego me había dicho

que las cosas seguían igual que antes y que a pesar de Bolívar y de las buenas intenciones,

este país nunca se había terminado de fundar. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto)

La Casa del Florero funciona como espacio de transición donde Yolanda vive la incertidumbre y

el anhelo de una libertad que se anuncia y no se presenta. En este sentido es símbolo del espacio

liminar en que ha permanecido la historia de Colombia que, después del grito de independencia,

no logra construir un relato consistente de nación, no alcanza una mayoría de edad que le permita

procesar el dolor vivido o bien plantear una perspectiva distinta frente a las adversidades. El dolor

de la experiencia vivida sume a Yolanda progresivamente en el silencio, no sólo como una reacción

que impide encontrar las palabras para decir la tristeza sino porque se tiene la certeza de que no

hay un interlocutor válido:

No hablé, por supuesto. Sabía que el ejército no comprendería jamás las razones que me

llevaron a la toma. Las razones políticas, porque creía en un juicio a un presidente

pusilánime y poco comprometido. Las razones sociales, porque pensaba que este debía ser

un país más igualitario. Pero sobre todo las razones sentimentales, porque pensaba que

Ramiro y yo estábamos predestinados para ser esos amantes guerreros, como la Pola y

Alejo, y que se nos reivindicaría en el futuro. Supe, en un instante de lucidez, que había

sido una niña tonta, idealista, soñadora y vacía. Y no hablé. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera

de texto)

Esta primera toma de conciencia sumerge a Aurora en el silencio. Es capturada y cuando la sacan

de la Casa del Florero siente «como si hubieran apuntalado un ataúd». El final de la remembranza

de Aurora cuenta como ella pasa de victimaria a víctima: el huracán del que se había sentido presa

(y del que creyó poder liberarse) deviene en una espiral de violencia y así su propio cuerpo se

convierte en escenario de guerra. El descenso al infierno continúa.

La tortura aparece en Mañana no te presentes como un mecanismo íntimamente ligado a la palabra

y al silencio. Es palabra forzada en tanto los militares pretenden que Aurora confíese un supuesto

saber que se reduce a lo que ellos quieren oír:

—En eso sí estoy de acuerdo, una víctima, niña. Una víctima de esos hijueputas que te

pusieron de carne de cañón. Pero yo no creo que debas estar en un hospital sino aquí. Aquí

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te cuidamos de ellos, y si me cuentas lo que sabe, te cuidamos mucho más. Te curamos, te

damos buena comida. Como si estuvieras de vacaciones, pues. (Orrantia, 2016) (Cursivas

fuera de texto)

Se subraya la ironía de la oferta de protección (que en realidad es una amenaza) condicionada a

una colaboración imposible. La palabra forzada en realidad encubre, silencia, la versión de Aurora.

Como sujeto torturado, Aurora —el cuerpo de Aurora— es testigo de la barbarie de los militares.

Se mencionó ya que el sargento Mario, uno de los responsables de la tortura, es quien decide sacar

a Aurora del batallón y salvarle la vida. Este giro rescata al personaje de Mario de su dimensión

única, vale decir, le permite a Aurora ver al enemigo como semejante, algo que Diana, la mujer

encargada por Mario de cuidar a Aurora después de la tortura, confirma cuando dice:

—Muchas gente salió viva —me dijo—. Pero tú sabes mejor que yo cómo son las cosas.

Mientras menos testigos mejor. Aunque te sorprenda, hay muchos, entre ellos el hombre

que te salvó, que no comulgan con los métodos que se usaron. Pero hay mucho odio,

ustedes… (Orrantia, 2016)

Diana se detiene, el silencio se materializa para enunciar la dificultad de hilar un relato que dé

cuenta del horror vivido. Cuando Aurora pregunta la razón por la cual la salvan a ella y no a los

demás, Diana responde: «—Porque tú fuiste la única que no se murió».

Las palabras de Diana le confirman que ha sobrevivido a su descenso al infierno y esto gracias a

su enemigo. Casi un mes después de los sucesos de la Toma, Aurora confiesa:

Pensé en Irma y su destino. No sabía si la habían llevado a ese mismo lugar, si estaría viva

como yo, si su cuerpo reposaría en una caneca o en una fosa o en cualquier escondite

indigno de una mujer como ella.

Empecé a llorar de nuevo por ellos, por el compañero del ojo de gato y por los muertos que

no conocí. (Orrantia, 2016) (Cursivas fuera de texto).

Este llanto inaugura el duelo de Aurora, un duelo que pone en suspenso a lo largo de los treinta

años en los que le ha dado «miedo pensar». Aurora huirá en silencio, permanecerá en silencio: es

el mecanismo de (no) respuesta frente a lo que ha vivido. Hace un inventario de sus dolores físicos,

de las secuelas que sufre, toma conciencia de las secuelas físicas del acontecimiento:

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Lentamente, las heridas del cuerpo siguieron sanando y había días en que olvidaba que

había sentido un dolor tan desgarrador. Sabía, porque Diana alguna vez me lo había dicho,

que no podría tener hijos porque mi útero había quedado destruido. Sabía también que las

cicatrices de cortadas y quemaduras no se borrarían, y que además del pedazo de oreja, me

hacía falta el pezón derecho. (Orrantia, 2016)

Secuelas que son como una escritura en su cuerpo, lo que queda en ella del descenso al infierno.

El acontecimiento hace que Aurora adquiera un conocimiento del cual ella no quiere ser

consciente, pero que se simboliza en su cuerpo maltratado. Ella reconoce que era «ese despojo,

pero aún más por dentro que por fuera», remitiendo a la fractura entre el cuerpo y el relato de ese

cuerpo: de la Toma y la posterior tortura solamente queda el testimonio no interpretado en el

cuerpo de Aurora y una voz que teme hablar del hecho. No es posible tomar conciencia si no se

interpreta esa memoria escrita en el cuerpo.

Orrantia presenta a una mujer que se rescata a sí misma, mediante su memoria, de la cosificación

en que la sume el acto torturador: más allá del sujeto tachado ella restituye un cuerpo lleno de

afectos, lazos sociales que lo han sostenido, que no sucumbe al sufrimiento, y que es rescatado de

la tortura, justo al borde de la muerte. Orrantia apuesta por darle una historia a quien fue

estigmatizada como «guerrillera desconocida», de la que solamente se sabe que participó en la

toma y a quien se le arrebató su subjetividad:

Sin embargo, creo que Yolanda y Ramiro podrían haber sido cualquiera de esos hombres y

mujeres que estuvieron ahí ese día y cuyos testimonios perdimos para siempre.

(revistaarcadia.com, 2016)

Dice Marguerite Duras «Escribir es borrar» (Duras & Janés, 1988): escribir una historia de vida

para el sujeto ignorado o silenciado por la historia oficial es borrar, de alguna manera, ése relato

único que lo estigmatiza y lo reduce. Parafraseando a Umberto Eco, se puede decir que Mañana

no te presentes es un intento de «entender al otro» lo cual «significa destruir los clichés que lo

rodean, sin negar ni borrar su alteridad» (Eco, 2012). En este sentido, el lector puede hacer una

toma de conciencia del otro, a medida que acompaña a Aurora en su descenso al infierno.

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La persistencia a través de la memoria

El tercer epígrafe de Mañana no te presentes, atribuido al Comandante Hipólito9 dice «Nosotros

no creíamos en el mañana, pero sí en el futuro». Aurora recuerda la frase en un momento

particularmente álgido de la toma en el que los guerrilleros deciden usar a los rehenes como escudo

humano para defenderse:

Así que me arrodillé y me sentí baja, vil, cobarde y perversa. Me dolía más el alma que los

trozos de vidrio que se me clavaban en las rodillas. Pensaba en mis compañeros muertos,

que no se habían refugiado detrás de un grupo de inocentes. En los que habían dado su vida

con alegría, como todo lo que hacíamos en el Eme, porque creíamos en el futuro. No en el

nuestro, sino en el del país. Nosotros no creemos en el mañana, pero sí en el futuro, me

había dicho un compañero alguna vez, y esa fue la frase más hermosa que escuché en mi

vida. (Orrantia, 2016)

La tensión entre el mañana —el futuro inmediato— y el futuro otro que tarda más en hacerse

realidad, aparece aquí como una promesa no cumplida. Treinta años después Aurora constata que

«Las noticias son siempre las mismas, todo da igual». Allí emerge la memoria para destruir la

ilusión de que todo sigue igual, al darle un sentido a la experiencia vivida. Desde la primera frase

de la novela: «El ruido hace que abra los ojos» se anuncia una toma de conciencia: «Y por primera

vez en treinta años, no me da miedo pensar.» (Orrantia, 2016)

Se ha mencionado cómo Mañana no te presentes narra una fractura a la obediencia ciega por parte

del sargento Mario que salva la vida de Aurora y cómo esa fractura revela también su humanidad

al reconocer tanto el lazo que los conecta como el hecho cierto de que la Toma es un eslabón más

de una guerra fratricida; como colombianos habitan un relato construido por otros y es la ruptura

de ese relato lo que termina salvando la vida de la protagonista y permite la emergencia de una

mujer rota, diferente, con el útero destruido —metáfora de la fertilidad que ya no será— y el

cuerpo lleno de cicatrices pero viva. Una mujer que seguirá huyendo:

Comprendí que nunca podría vivir tranquila y que mi existencia sería la de una nómada sin

raíces ni pasado. (…) Mis papás, que eran los únicos que me importaban, con seguridad ya

9 Fabio Mariño Vargas, conocido en los tiempos de su militancia en el M – 19 como Comandante Hipólito. Se hizo partícipe junto con Carlos Pizarro de los acuerdos de paz del M – 19 con el Gobierno Barco en 1990. Ese año fue elegido concejal en Cali y posteriormente ha participado en la vida política del país.

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habrían hecho el duelo por mí, pensando que había muerto. Ellos se merecían esa paz y me

aterraban las consecuencias que traería para ellos el saberme viva. Ramiro hacía rato no

ocupaba mis pensamientos, y si algo me lo recordaba, lo desestimaba con rabia, porque

sentía que me había traicionado. De resto, nadie era importante en mi vida. Ni siquiera yo

misma. (Orrantia, 2016)

Su desconocimiento de sí semeja lo que Freud describe como la melancolía: «En el duelo “el

mundo” se ha hecho pobre y vacío. En la melancolía, en cambio, enigmáticamente el yo es quien

se ha vuelto pobre y vacío». (Elmiger, 2011) Aurora, completamente habitada por la pérdida sigue

viviendo sin deseo y a lo largo de treinta años no sabemos nada de ella. El horror es aislado para

así no tener que confrontarlo. Este borramiento de su pasado —que, como se ha dicho, está escrito

en su cuerpo— la ha llevado a estar desaparecida de sí misma y así Aurora encarna el concepto

de anomia: el estado de la sociedad en el que los valores tradicionales han perdido su autoridad y,

al mismo tiempo, los nuevos ideales, propósitos y normas carecen de fuerza. (Elmiger, 2011) La

situación de Aurora como sujeto social se enlaza con la situación de toda la sociedad y así es

metáfora de un país que no procesa el desastre y que después de la caída de un ideal de nación no

logra construir un relato consistente en el cual sostenerse. Para acentuar esta analogía, cabe decir

que anomia es también una palabra usada en medicina para nombrar el «trastorno del lenguaje que

impide llamar a las cosas por su nombre». (ASALE & RAE, s. f.-a)

Aurora sepulta sus recuerdos, el horror vivido permanece vigente en su cotidianidad:

Pensé que lo que había vivido tendría consecuencias y que durarían siempre. Supe, en ese

trayecto, que viviría mirando por encima del hombro, con el rabillo del ojo, porque todos

me parecerían sospechosos, que huiría el resto de mi vida, que siempre tendría miedo, pero

que la única forma de seguir viva era enfrentándolo. (Orrantia, 2016)

Así sobrevive en una de las acepciones que el diccionario acoge para esta palabra: vivir «con

escasos medios o en condiciones adversas», escasos medios para comprender su destino,

condiciones adversas marcadas por la desconfianza y el miedo constante. Puede decirse que la

conciencia adquirida no despliega toda su capacidad mientras no encuentra un relato que le dé

coherencia.

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En la novela Mañana no te presentes no aparece la palabra «holocausto» que se ha usado

recurrentemente para nombrar la tragedia histórica desencadenada por la Toma del Palacio de

Justicia, a pesar de que el relato se empieza a contar treinta años después de lo sucedido. Acaso

esta elusión sirva para situar el papel que el pasado desempeña en la comprensión del presente. El

nombre holocausto remite al genocidio ocurrido en Europa bajo el régimen nazi:

En efecto, los habitantes judíos de todos los países de Europa ocupados por el ejército

alemán —millones de hombres, mujeres y niños— fueron expulsados de su patria en los

últimos años de la Segunda Guerra Mundial, transportados al este, en su mayoría, y

asesinados allí. (Gombrich, 2007)

Sin embargo esta comparación lejos de ser liberadora ha encerrado el acontecimiento en una

literalidad que dificulta la comprensión. Llamar holocausto a la Toma es otra manera de decir que

el suceso del que estamos hablando es absolutamente singular, perfectamente único, y si

intentan compararlo con otros, eso sólo se puede explicar por su deseo de profanarlo, o bien

incluso de atenuar su gravedad. (Todorov, 2008)

Por otra parte, se ha hecho referencia ya al carácter sagrado que la palabra holocausto tiene. Esta

asociación ya es desafortunada con referencia al Holocausto nazi:

Con todo, ello implicaría aplicar la acaso no muy oportuna asociación de que una vez

retirados de la cámara de gas, los cadáveres de las víctimas usualmente se incineraban en

hornos crematorios: tamaña asociación ha sido en general abandonada a raíz de que el

Holocausto perpetrado por los nazis nada tuvo que ver con alguna ofrenda ritual ígnea de

los tiempos bíblicos, sino que lisa y llanamente fue una enorme masacre étnica llevada a

cabo en pleno siglo XX. («Holocausto», 2020)

En el caso de la Toma del Palacio, esta asociación podría entenderse como el sacrificio de la

Justicia con el fin de conservar la estabilidad del régimen. En este sentido vale la pena preguntarse

por los efectos de nombrar la Toma como «holocausto» en la comprensión del acontecimiento,

más allá de su materialidad, condición esencial para hacer el duelo:

Es decir, pasar lo real, la catástrofe, a veces el horror, por los sistemas de la lengua que

incluye sus equivalentes: sistema jurídico, sistema político, sistemas lingüísticos y hasta

los diversos sistemas semiológicos. Para ser traducidos, anudados a las prácticas privadas

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y a las intimidades del inconsciente. Lo que retornará de otra manera al deudo, vía el lazo

social, las identificaciones, los síntomas, el amor o el acto. Esto le permitirá perder el objeto

y conservarlo de otra manera. (Elmiger, 2011)

La palabra «holocausto», de la que Orrantia prescinde, parece agotar la interpretación o, en todo

caso, servir de barrera: como una máscara que, a un tiempo, encubre y advierte del peligro y obliga

a mirar hacia otra parte, dificultando así la significación: «¿Cómo significar la muerte si el Otro

social no viene a sancionarla?» (Elmiger, 2011) Basta con darle un nombre horroroso para eludir

toda otra responsabilidad y así aplazar un duelo que no se consuma, con las consecuencias que eso

acarrea.

En Mañana no te presentes Orrantia se vale de los recursos literarios para escribir el dolor y el

horror ocultados y sobre los que tantos años pesó un pacto de silencio. Reconoce que la verdad

está en un horizonte al que tal vez no se llegue nunca:

Creo, sin embargo, que la verdad no se sabrá nunca (si es que existe tal cosa como la

verdad). La ficción, entonces, se vuelve una herramienta para llenar vacíos, así no sea real

sino verosímil. Nos da libertad para crear nuestra propia versión de los hechos; nos

proporciona herramientas para mirarnos desde otro ángulo, para exorcizar, si se puede decir

así, esos fantasmas que nos torturan. Creo que la ficción es una forma de explicarnos a

nosotros mismos, también en esos momentos en que la realidad no nos alcanza.

(revistaarcadia.com, 2016)

Vale la pena añadir que la ficción nos ayuda a explicarnos en esos momentos en que no alcanzamos

la realidad, es decir cuando nuestros relatos se revelan insuficientes para alcanzar la realidad.

Aurora, la protagonista de Mañana no te presentes, que se permite ser Yolanda y también la doctri,

desata su memoria al reconocer a un antiguo amor: «Ramiro pasó de ser mi amante a ser un

monstruo y ahora era una incógnita». (Orrantia, 2016) En efecto, Ramiro que se inspira en «un

guerrillero que desertó la noche anterior a la toma» (revistaarcadia.com, 2016) y que es el dicente

de la enigmática frase del título de la novela, es metáfora de la verdad, de la clave del enigma que

Aurora (brillo del sol naciente10) intenta comprender.

10 Según la etimología del nombre que, en todo caso, representa el alba y relacionado aquí con el amanecer de la verdad.

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En la memoria ficcional que Orrantia construye para Aurora hace también un ejercicio de

significación que acaso permite el paso al duelo, llamando a esa «guerrillera anónima» a la vida

—fuera del registro simbólico no podemos ser concebidos— mediante la inscripción de su historia,

más allá de la materialidad del acontecimiento, dotándola de un rostro y no una etiqueta. No hablar

de lo que sucedió sostiene el sufrimiento y esta negación simbólica encuentra su pasaje al acto en

la desaparición forzada: el interminable sufrimiento de la espera, la agonía que no cesa,

personificada por Aurora, desaparecida de sí misma, de su verdad. Este es otro descenso al infierno

de Aurora, el que le permite rescatar la experiencia en su plenitud.

La figura del desaparecido, en tanto cadáver insepulto, recuerda el drama de Antígona:

Antígona, hija de Edipo, rey de Tebas, concebida por la madre de este, Yocasta. Por la

noche Antígona dio sepultura a su hermano Polinices contra las terminantes órdenes de

Creonte, quien al enterarse del hecho dispuso que fuera enterrada viva.11

A causa de la prohibición de sepultar el cadáver —y celebrar así un duelo— el que sobrevive es

condenado a ser sepultado. Se lamenta Antígona:

¡Ay desgraciada de mí: no voy a ser

Convecina ni de mortales ni de difuntos

Ni de vivos ni de muertos! (Sófocles, Eurípides y Esquilo, 2012)

La existencia de Antígona se suspende, como se suspende la de Aurora durante más de treinta

años, hasta que cree ver al antiguo amante, monstruo, portador de la verdad: las múltiples caras de

aquello que la concierne:

Más aún, la tragedia de Antígona nos muestra que cuando no ha sido posible el registro de

la huella de aquel que ha muerto, encontramos como correlato a alguien que termina

atrapado en esa zona intersticial que no es vida ni muerte. (Rodríguez Guerrero, 2011)

Aurora reconoce que ya no ama a Ramiro: «Me enamoré de un hombre que yo misma inventé. Y

luego me condené a la soledad y al silencio». (Orrantia, 2016) Aun así, la promesa del encuentro

le ha permitido elaborar una memoria liberadora y, acaso, darle curso al proceso de duelo, iniciado

años atrás y suspendido durante tanto tiempo: «Mientras estaban siendo reprimidos, los recuerdos

11 Bibliotheca Classica or A Classical Dictionary, por J. Lemprière, DD. Citado en (Steiner, 2000)

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permanecían activos (obstaculizaban la vida del sujeto); ahora que han sido recuperados, no

pueden ser olvidados pero sí dejados de lado.» (Todorov, 2008)

Al principio del último capítulo de la novela, Aurora confiesa «Tengo el alma limpia, como si

hubiera pasado un borrador sobre todos los rencores. A pesar de tanto, concluyo que estoy en paz.»

(Orrantia, 2016) El anhelado encuentro con Ramiro no se produce. Un violento desenlace

representa la elusiva naturaleza de la verdad, aquello que definitivamente no puede decirse. La

última frase de la novela da cuenta de ello «Y yo me paralizo y cierro los ojos y pienso en Ramiro,

quizá por última vez.» (Orrantia, 2016)

Si bien Aurora se paraliza y cierra los ojos ha logrado modificar la función que Ramiro cumple en

su vida, desactivar su recuerdo: se paraliza, claro, pero es porque se ha movido. Cierra los ojos

porque ya los ha abierto. No se trata, en modo alguno, de regresar al estado en el que ha comenzado

la narración. La novela de Orrantia describe así una revolución, una vuelta por la cárcel en la que

se ha convertido para Aurora el recuerdo de sus vivencias. Suspende el terror para dar paso a la

memoria y así ha renunciado a la indiferencia y el final abierto sugiere lo impredecible de los

efectos de esta renuncia.

En Mañana no te presentes, Orrantia teje con palabras una nueva relación con la vida. La catástrofe

ha provocado una desgarradura con múltiples efectos: por una parte la devaluación de la palabra

tanto del M – 19 como del Estado, cuyas acciones propician la masacre de quienes decían proteger

y desmienten así sus discursos al apropiarse de manera tiránica de la vida de las víctimas; el anhelo

de apropiarse de la verdad y para ello desaparecer personas, promover un «pacto de silencio» o

adoptar una historia única que encubre los múltiples matices de lo sucedido. Las zonas grises que

refiere Orrantia también se pueden interpretar como las grietas que son suturadas mediante la

palabra que adviene donde hubo silencio, voluntario o impuesto.

Al dar la palabra a Aurora/Yolanda/doctri, el proceso de simbolización de la tragedia adquiere un

nuevo sentido:

¿Qué quiere decir símbolo? Es, en principio, una palabra técnica de la lengua griega y

significa «tablilla de recuerdo». El anfitrión le regalaba a su huésped la llamada tessera

hospitalis; rompía una tablilla en dos, conservando una mitad para sí y regalándole la otra

al huésped para que, si al cabo de treinta o cincuenta años vuelve a la casa un descendiente

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de ese huésped, puedan reconocerse mutuamente juntando los dos pedazos. Una especie de

pasaporte en la época antigua; tal es el sentido técnico originario de símbolo. Algo con lo

cual se reconoce a un antiguo conocido. (Gadamer & Argullol, 2015)

El estigma que recae sobre la «guerrillera anónima» que participa en la Toma se traduce en el

borramiento de su memoria. La sanción legal es sustituida por la tortura, la desaparición forzada y

el silenciamiento que se constituyen en una pregunta por su paradero y por su decir. Orrantia acepta

el reto de responder la pregunta reconociendo a una semejante (a pesar del estigma) y hacerla

existir y hablar en su relato.

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CAPÍTULO 2: Noches de humo, memoria y novela – testimonio.

Noches de humo de Olga Behar, un texto que regresa.

La primera edición de la novela Noches de humo de la escritora Olga Behar se publicó en 1988,

tres años después de sucedidos los acontecimientos que relata, centrados en torno a la Toma del

Palacio de Justicia. En la primera edición Behar se refiere a Noches de humo como una «novela-

testimonio» construida con base en los relatos, anécdotas y documentos proporcionados por

«familiares de magistrados y otros civiles sacrificados en el Palacio de Justicia», militantes del M-

19 y alguien a quien se refiere como el «abogado»12. De hecho buena parte de la obra de Behar,

quien es también periodista y politóloga, se sustenta en el elemento testimonial. Esta primera

edición fue publicada por Editorial Planeta en su colección Documento.

Noches de humo tuvo varias ediciones y reimpresiones, pero durante varios años conseguir un

ejemplar (fuera de algunas bibliotecas), incluso de segunda mano, era prácticamente imposible.

En el año 2010, cuando la autora recuperó los derechos de explotación comercial de la obra, la

editorial Universidad Santiago de Cali publicó una edición revisada con cambios sustanciales

referidos en el libro La toma del Palacio de Justicia en 30 años de literatura de Laura Valbuena.

12 El personaje del abogado recibe el nombre de Camilo Urrutia en la primera edición. Corresponde a Eduardo Umaña Mendoza y aparece con este nombre a partir de la edición del 2010. Eduardo Umaña Mendoza era abogado y penalista de la Universidad Libre. Fue uno de los más reconocidos defensores de los derechos humanos en el país. Umaña Mendoza apoderó a miembros del M-19 y también tenía expedientes de varios de los familiares de los desaparecidos en la toma del Palacio de Justicia de Bogotá. Su asesinato el 18 de abril de 1998 por sicarios al servicio de las Autodefensas Unidas de Colombia, fue declarado en septiembre de 2016 por la Fiscalía como delito de lesa humanidad.

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Entre estos cambios se incluye «un apartado fotográfico interesante donde se exhiben varias

imágenes que hace un complemento valioso al texto». (Valbuena, 2019)

En 2020 la editorial Icono publica la tercera edición revisada de Noches de humo dentro de la

colección Memoria viva. Behar ya no se refiere al libro como «novela-testimonio» sino

simplemente como la «obra» o la «historia», insistiendo en todo caso en la veracidad de lo que allí

se consigna —tal como consta en los epígrafes del libro— y acentuando su condición de

testimonio. Por ejemplo en la contraportada se afirma: «Una obra testimonial que se lee de la

misma forma vertiginosa como sucedieron los hechos» (Behar, 2020) (Cursivas fuera de texto).

Esta edición se subtitula Los protagonistas de la toma del Palacio de Justicia e incluye un capítulo

previo adicional titulado Los últimos días —que se refiere a los últimos días de algunos

protagonistas de la Toma, como un homenaje a su recuerdo— y un Epílogo, censurado según la

autora por Editorial Planeta, que relata un interrogatorio que le hizo Eduardo Umaña Mendoza (en

el texto referido como el abogado) a Belisario Betancur (en el texto, el expresidente)13. En este

epílogo menciona, entre otros temas, los desaparecidos y los crímenes. Es el único indicio de lo

que significó históricamente la Toma del Palacio de Justicia, junto con las reflexiones que hace

Eduardo Umaña Mendoza en el capítulo final.

A diferencia de la edición de 1988, tanto en la segunda como en la tercera edición —en la que no

aparece el apartado fotográfico de la edición de 2010— se explica ampliamente la construcción

del texto en el capítulo preliminar Los últimos días. Noches de humo —publicada por primera vez

el 7 de noviembre de 1988, tres años después de la Toma— aparece en medio de la urgencia por

señalar ese vacío en el relato de los hechos. Se trata además de una verdad que no es fácil poner

en circulación y cuyo peso de realidad compromete la seguridad personal de los protagonistas que

han sobrevivido e incluso la de la autora, quien escribe el texto exiliada. La primera edición no

abunda en explicaciones sobre la construcción de la novela, no hay notas fuera del texto ni

comentarios que amplíen la información sobre los protagonistas, acentuando la clandestinidad de

su modo de producción como garantía de su verdad.

13 Según Valbuena, en la edición de 2010 ya aparecía el capítulo preliminar Los últimos días y el Epílogo. (Valbuena, 2019)

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Behar construye una versión que, en su momento, resultó sorprendente pues presentaba las

memorias de personajes como Jorge Arturo Sarria Cobo —que en la novela es llamado Jaime

Alberto Sierra, apodado «Rambo criollo»—: un civil que había sido retirado de la Armada

Nacional por faltas disciplinarias y que colaboró con el Ejército y la Policía en la retoma del

Palacio de Justicia; o de Clara Helena Enciso, la única militante del M-19 que sobrevivió a la

Toma. Ambos personajes resultaban incómodos, por decir lo menos, para la versión oficial: Clara

Helena Enciso porque se creía que todos los guerrilleros que habían participado en la Toma habían

muerto durante el combate y «Rambo criollo» porque su intervención «se convirtió en la muestra

del caos que reinó durante el intento por recuperar el Palacio». (Semana, 2010)

Noches de humo es una novela narrada en tercera persona que emplea la focalización múltiple para

contar la historia desde los puntos de vista de cuatro personajes: Clara Helena Enciso; «Rambo

criollo»; Alfonso Reyes Echandía, entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia y el

personaje del «abogado» Eduardo Umaña Mendoza (Camilo Urrutia14 en la primera edición). Clara

Helena Enciso estaba encargada de las comunicaciones de la operación «Antonio Nariño por los

Derechos del Hombre», nombre que el M-19 dio a la Toma. Sus órdenes eran permanecer junto a

Andrés Almarales15. Cuando la derrota era inminente, Almarales le dijo a Enciso: «Mona, sal

camuflada en el grupo de las rehenes que vamos a liberar. Tú eres la encargada de contarle al

mundo lo que ha pasado aquí». (Semana, 1988) En efecto, Enciso contó su testimonio al periodista

Ramón Jimeno, quien lo utilizó como insumo complementario para su libro Noche de lobos y, un

año después, a Olga Behar.

Según la propia Behar: «Cuando me entrevisté con ella [Enciso] y después de escuchar la historia

pensé que esto no daba para una simple entrevista y decidí que lo que había que hacer era un libro».

(Semana, 1988) Durante más de un mes, Behar trabajó con Enciso diariamente en jornadas hasta

de 12 horas: «Hacíamos pausas sólo para comer y para hacer un poco de ejercicio. Hicimos un

buen equipo. Mientras yo transcribía las grabaciones, ella iba recordando detalles que

14 Según Olga Behar al abogado «Camilo le encantaba, porque hacía alusión al cura Torres. Pero el Urrutia (…) le sonó demasiado elitista». (Behar, 2020) 15 Andrés Almarales Manga fue un abogado colombiano militante del M-19. Fue una de las cabezas al mando junto a Luis Otero Cifuentes y a Alfonso Jacquin del Comando Iván Marino Ospina, responsable de la Toma del Palacio de Justicia. Almarales por ser abogado y conocido de algunos magistrados sería el interlocutor de la Corte Suprema de Justicia. Realmente no se sabe la causa de su muerte.

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enriquecieron la historia». (Semana, 1988) El recuento de los hechos que hace Behar en Noches

de humo gira en torno al testimonio de Clara Helena Enciso y se complementa con relatos paralelos

sobre los protagonistas de la toma del Palacio de Justicia, y así Behar afirma:

(…) luego de conocer varias investigaciones y otros tantos libros, reportajes y

documentales, empecé a dudar sobre la veracidad de algunas de las informaciones que me

había dado Clara Helena. Por eso, me di a la tarea de tratar de verificar sus relatos, para no

incurrir en inexactitudes. (Behar, 2020)

La edición de Noches de humo de 1988 consta de 14 capítulos, el primero de los cuales no está

numerado. A partir del 2010, además del capítulo introductorio Los últimos días que funciona

como prefacio, se incluyen al final de los últimos capítulos unas coletillas con el subtítulo de

«Cabos sueltos» que contrastan el relato de Noches de humo con el informe interno que redactó

Clara Helena Enciso para el M – 19. Tanto la edición de 2010 como la de 2020 concluyen con un

epílogo que relata el interrogatorio de Eduardo Umaña Mendoza al ya para entonces expresidente

Belisario Betancur, en el que se menciona, entre otros temas, a los desaparecidos y los crímenes.

Los 14 capítulos de la edición original (1988) aparecen sin mayores cambios en la edición de 2020

salvo por las coletillas adicionales en los capítulos 9 al 13. Los paratextos en ambas ediciones

tienen algunos cambios, particularmente en los agradecimientos, la dedicatoria o los textos en las

contraportadas. A lo largo de más de treinta años, Noches de humo no ha cesado de rehacerse y

lejos de ser un «bloque estático de palabras» es, en palabras de Edward Said, un «campo

dinámico»:

La cuestión es que los textos tienen modos de existencia que hasta en sus formas más

sublimadas están siempre enredados con la circunstancia, el tiempo, el lugar y la sociedad;

dicho brevemente, están en el mundo y de ahí que sean mundanos. Si durante un período

de tiempo un texto se preserva o se deja de lado, si está en el estante de una biblioteca o no,

si se lo considera peligroso o no, todo ello tiene que ver con el ser en el mundo de un texto,

lo cual es un asunto más complicado que el del proceso privado de lectura. (Said, 2004)

(Cursivas fuera de texto).

En efecto, cada edición revisada ha enriquecido la materialidad del texto al proporcionar, por

ejemplo, nuevos detalles sobre su construcción o proponer modos de lectura diferentes. Al

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momento de su primera edición los hechos del Palacio de Justicia todavía se miraban con cierto

recelo y los afectados no querían hablar o preferían hacerlo sin ser mencionados. En treinta y cinco

años la investigación ha arrojado nuevos resultados que han modificado las reacciones de un sector

de la opinión pública. El M-19 fue amnistiado e indultado y, a pesar de algunas sentencias

judiciales, una parte de la población considera que se ha impuesto la idea de diluir las

responsabilidades en el olvido, la rabia o el silencio. En junio de 2020 el periódico El Tiempo

informaba que, en una carta abierta, los familiares de los desaparecidos del Palacio de Justicia

aseguraban que hubo “pacto de silencio establecido por el Estado y las Fuerzas Militares

durante la retoma, destrucción del Palacio de Justicia que se ha mantenido durante estos 35

años”, lo que en su concepto les ha permitido a los responsables consolidar la impunidad a

pesar de los avances.(Tiempo, 2020) (Cursivas fuera de texto).

Inmerso en una realidad caótica, Noches de humo insiste en su materialidad: vuelve a ser

publicado. Al respecto vale la pena recordar que en 1988 se publicó en la colección «Documento»

de Editorial Planeta y en 2020 en la colección «Memoria viva» de Ícono. La urgencia de

documentar y dar a conocer una verdad es sustituida por la necesidad de reconocer la vigencia de

una memoria de los hechos en torno al Palacio de Justica y de lidiar con «un pasado que no pasa»

y esto se hace evidente en los cambios que el texto ha tenido entre la edición de 1988 y la de 2020.

Estas dos ediciones son el insumo de este trabajo.

Estructura de la novela

El primer capítulo de Noches de humo no está numerado y se titula simplemente «Amanecer».

Behar comienza la novela con la imagen de Claudia, una mujer atormentada por los recuerdos de

una tragedia y angustiada por no saber nada del paradero de Elvencio16:

16 Elvencio corresponde a Guillermo Elvencio Ruiz, “Ramiro” es el seudónimo en la novela. Nacido en Cali, era sociólogo y trabajaba como profesor antes de su ingreso al M – 19. Ruiz fue escogido como jefe militar de la Toma del Palacio de Justicia. Murió en los hechos de la Toma.

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Intentaba pensar en los lugares en los que podría haberse refugiado de haber salido del

Palacio de Justicia, pero la ubicación de ellos se mezclaba con los recuerdos del trozo de

vida que habían recorrido juntos. (Behar, 1988)

A partir de entonces se reconstruye el ingreso de Claudia —el personaje que corresponde a Clara

Helena Enciso— a las filas del M – 19 de la mano de Elvencio Ruiz, también llamado “Ramiro”.

En este capítulo preliminar se narra la historia de amor de Claudia y Elvencio y se introduce el

personaje del abogado, Eduardo Umaña Mendoza, quien está entre las personas a las que Behar

dedica la tercera edición del libro, llamándole motivo de sus «mayores nostalgias».

Los primeros ocho capítulos de Noches de humo ofrecen un contexto de la situación histórica

previa a la Toma mediante relatos focalizados en tres de los cuatro ángulos desde los cuales se

narra la historia, si bien se privilegia la mirada de Claudia y su militancia en el M – 19. Esto se

corresponde con la idea de relatar «cómo se planeó» la Toma del Palacio de Justicia desde el punto

de vista de una guerrillera involucrada, según su visión del movimiento guerrillero y sus móviles

e intenciones, describiendo la logística propia de la operación. También hay episodios que

pretenden retratar la visión que tenían Alfonso Reyes Echandía —documentados a través de su

hijo Yesid Reyes Alvarado17— y Eduardo Umaña Mendoza —a quien Behar, como se ha dicho,

conoció personalmente— de un país convulsionado, contexto necesario para comprender cómo la

Toma del Palacio de Justicia no se presenta como un hecho aislado sino que es producto de una

situación compleja que se gesta muchos años antes de los acontecimientos. En el capítulo 6 titulado

«Contornos» aparece el personaje de Jaime Alberto Sierra, nombre en la novela de «Rambo

criollo» quien se vio implicado en los hechos de la Toma por azar.

Del capítulo 8 al capítulo 13 se relatan los hechos de la Toma desde el punto de vista de Claudia

y, como contrapunto, desde el punto de vista de “Rambo criollo”, quien participó activamente en

los combates en el interior del Palacio de Justicia del lado de la fuerza pública. En el capítulo 11

“Rambo criollo” abandona la escena, agotado, minutos después de iniciado el incendio. La

narración de los hechos se pone en contexto con otros relatos, basados en el trabajo de campo

17 Yesid Reyes Alvarado es un abogado colombiano. Ha sido profesor universitario, columnista del periódico El Espectador y Ministro de Justicia entre 2014 y 2016. «La guerrilla puso en sus hombros la responsabilidad de lograr el cese al fuego» y, en efecto, hizo todo lo que pudo para evitar la muerte de su padre, el entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia. (Semana, s. f.)

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hecho por la autora buscando fuentes que incluyen testimonios de otros sobrevivientes o la

consulta de documentos informativos de la prensa de la época, entre otros. Este rasgo muestra la

«voluntad documentalista», producto de un trabajo interdisciplinario en el que confluyen la

literatura y el periodismo.

El relato concluye con el relato de la salida de Claudia hacia la clandestinidad, las reflexiones en

torno a la tragedia del abogado y el aviso del fallecimiento de Reyes Echandía a su familia. Como

se señaló antes, la edición de 2020 concluye con un epílogo cuyo final abierto acaso señala cómo

los efectos del acontecimiento aún no terminan.

Noches de humo, novela – testimonio.

El testimonio narrado a Olga Behar por Clara Helena Enciso es la columna vertebral de Noches de

humo. Behar confiesa que cuando fue contactada por el M – 19 para oír la versión de Enciso:

Yo no entendía muy bien de qué se trataba, pero intuía que tendría la oportunidad de

explorar por primera vez esa otra verdad, que se me hacía oculta tras los hechos y tras la

versión oficial que comenzaba a configurarse.(Behar, 2020) (Cursivas fuera de texto)

Como se ha mencionado Behar complementa su historia con las de Alfonso Reyes Echandía,

entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia; Jorge Arturo Sarria, un civil involucrado por

casualidad en los hechos de la contra – toma y el abogado Eduardo Umaña Mendoza. Construye

un relato múltiple de la experiencia de la Toma del Palacio de Justicia, acaso señalando cómo no

se puede acceder desde una única vía a la verdad de los hechos y cómo siendo tantos los diferentes

actores del conflicto, resulta insuficiente una única versión. Noches de humo usa este

procedimiento ficcional para presentar el hecho con una visión más cercana a la cotidianidad de

los protagonistas. Cristo Rafael Figueroa señala que Behar «se constituye en pionera de este tipo

de construcción discursiva» para

representar una realidad determinada que apela al lector, quien conoce o reubica hechos y

situaciones, es informado y a la vez obtiene nuevas posibilidades de interpretación a través

de la estructuración de la materia narrativa. (Figueroa Sánchez, 2004)

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La construcción discursiva a la que alude Figueroa es la ficción documental, textos híbridos que

«“novelizan” experiencias de afectados por la fuerza arrasadora de múltiples violencias que se

viven o por oscuros procesos políticos entre los diferentes actores del conflicto». (Figueroa

Sánchez, 2004) Tal hibridación proviene de la combinación de «procedimientos ficcionales,

crónicas objetivas, documentos fidedignos, e incluso testimonios directos». (Figueroa Sánchez,

2004). Para Mabel Moraña en la literatura testimonial «se replantean los parámetros de categorías

críticas como las de mímesis/poiesis, ficción/historia, autor/personaje, cultura popular/alta

cultura» de modo que

Los modelos de la lírica, el drama y la narrativa burguesa se hacen así, en muchos casos,

portavoces de un discurso reivindicativo, documentalista, “artesanal”, a través del cual se

identifica un determinado agente social, se exhibe una problemática específica, se canalizan

reclamos, frustraciones expectativas, articulando de una nueva manera ficción e historia,

imaginación y verdad. (Moraña, 1997)

Más adelante, Moraña anota

Documentalismo, “oral story”, ficción documental, testimonio/ testimonialismo, novela –

testimonio, literatura de resistencia, “novela – verdad”, son todos términos que introducen

distintos aspectos relacionados con un mismo fenómeno general: el entrecruzamiento de

narrativa e historia, la alianza de ficción y realidad, la voluntad, en fin, de canalizar una

denuncia, dar a conocer o mantener viva la memoria de hechos significativos,

protagonizados en general por actores sociales pertenecientes a sectores subalternos, cuya

peripecia pasa a la literatura ya sea como directo testimonio de parte, ya sea a través de la

mediación de un escritor que releva esa historia. (Moraña, 1997)

En cuanto a la diferencia entre testimonio y novela testimonial, Moraña reconoce:

El grado de elaboración literaria o ficcionalización que es incorporado al material primario

es quizá el único —escurridizo— criterio que puede ser utilizado para distinguir entre

novela testimonial y testimonio propiamente dicho. La primera expone un grado mayor de

elaboración discursiva, configuración de personajes y composición; en algunos casos el

testimonio de parte es solamente un punto de partida para una narración que se independiza

imaginativamente de la historia original. El testimonio propiamente dicho se atiene más a

los hechos testimoniados, limitando la mediación del escritor al trabajo de edición de

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material de base. Sin embargo, es obvio que el límite entre ambas formas es en muchos

casos difícil de establecer. (Moraña, 1997) (Cursivas fuera de texto).

Según la misma Olga Behar en Noches de humo

empiezan a aparecer los elementos de ficción cuando la realidad no los tiene. Ahí debo

trabajar los diálogos y los tengo que ficcionar. Para ello me apoyo en estudios fuertes y

dedicados a temas como la arquitectura, ya sea urbana o rural, el vestuario y el léxico; a

partir de ahí construyo con ficción. (Bravo Baeza, 2020) (Cursivas fuera de texto)

En esta declaración de Behar, lo ficcional parece reducirse a la implementación de algunas formas

discursivas (el diálogo, la descripción o la caracterización de personajes) como una herramienta

subsidiaria «para transmitir un mensaje considerado “útil” y para amenizar una lectura cuyo

propósito es llegar a un vasto público» (Alessandra Riccio, 1991), pues se destaca un acento en la

veracidad de lo narrado. Sin embargo Noches de humo exhibe también un montaje hábil —que,

por ejemplo, da cuenta de la pluralidad de voces involucradas— y una narración sólida, cuya

construcción muestra el desarrollo de la acción con un ritmo convincente y apropiado para dar

cuenta de los hechos.

El cambio sucesivo en el subtítulo de Noches de Humo —Cómo se planeó y ejecutó la toma del

Palacio de Justicia en la primera edición; Los protagonistas en la segunda edición y Los

protagonistas de la toma del Palacio de Justicia en la tercera edición— resulta significativo en

tanto enuncia la transición entre pretender ser una respuesta contundente a la pregunta sobre cómo

sucedieron los hechos de la Toma a ser un relato sobre algunas de las personas que estuvieron

involucradas. Enuncia también cómo el tiempo ha mostrado que, si bien los hechos relatados en el

texto son un importante insumo para la comprensión histórica de los acontecimientos, todavía no

se sabe qué pasó realmente.

Los protagonistas a los que hace referencia Noches de humo no son los dirigentes de los bandos

enfrentados; Behar escoge como protagonistas a personas que de una u otra manera fueron

excluidas del discurso oficial, como haciendo eco del poema de Bertolt Brecht, Preguntas de un

obrero que lee:

¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?

En los libros aparecen los nombres de los reyes.

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¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?

(…)

Tantas historias.

Tantas preguntas.

(«Preguntas de un obrero que lee, Bertolt Brecht», 2009)

Este rasgo acentúa tanto la condición de testimonio de Noches de humo como su condición

ficcional. En efecto, anota Natalia Tobón:

El testimonio sí busca retar las formas hegemónicas, pues se concentra en un nuevo sujeto

antes olvidado, con una forma libre y menos rígida de presentar la historia, que fusiona

métodos del periodismo, la literatura, la sociología y la historia, y, a su vez, le da una

especial importancia a la otredad, resalta la alteridad e intenta mostrar la heterogeneidad

latinoamericana. (Tesis (Literato) -- Universidad de los Andes & Tobón Tobón, 2008)

Noches de humo reconstruye las voces de seres humanos enfrentados ante lo que parece ser un

poder sin control, en medio del desamparo estatal, inmersos en un conflicto incomprensible cuya

consigna parece ser «sálvese quien pueda». Si durante la Toma y la contra – toma del Palacio de

Justicia se legitimó el uso de las armas por encima de la palabra, Noches de humo usa el discurso

para restituir la palabra silenciada de sus protagonistas. Devela la complejidad oculta de esa

realidad mediante la caracterización de estos personajes, sus vivencias cotidianas, sus voces y su

humanidad.

Noches de humo teje diferentes testimonios que pretenden dar una visión múltiple de los hechos,

construyendo así un texto en el que se cruzan diferentes versiones y que, sin embargo, es

necesariamente una visión parcial. Se puede pensar que esto la aleja «de la pretendida objetividad»

(Valbuena, 2019) pero esta característica es una invitación a reconocer cómo la escurridiza verdad

acaso necesite siempre una versión más, vale decir, acentuando el hecho cierto de que no puede

construirse una verdad absoluta que provenga de una única fuente. Otro rasgo importante de la

novela es la «supresión del yo» por parte de la autora para dar cuenta de los hechos, adoptando las

diferentes perspectivas de los protagonistas, acaso como símbolo de la disposición para dejar que

ese otro excluido cuente su historia.

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Al momento de su publicación Noches de humo abordó la Toma del Palacio de Justicia con la

urgencia de contar un relato que había permanecido al margen. Entonces no se sabía que una de

las militantes del M – 19 hubiera sobrevivido. Behar «admitió que fue citada judicialmente varias

veces después de darse a conocer el texto» (Valbuena, 2019) para que revelara el paradero de Clara

Helena Enciso quien murió en la clandestinidad. La publicación del testimonio de Enciso supone

una fractura de la versión oficial para denunciar su incompletitud y en tanto tal es un acto

revolucionario en el espacio letrado en tanto «el sujeto borrado construye su cuerpo y marca su

presencia en un relato que recupera la ausencia». (Ramírez de Ramírez & Pérez Sisto, 2008) Más

de treinta años después, establece un vínculo simbólico con el deber de la memoria, casi como una

advertencia de que sigue habiendo una verdad oculta. Esta tensión entre memoria e historia es uno

de los problemas de estudio que se quiere plantear en la lectura de la novela.

La autora advierte: «En esta historia, he contado los últimos días de quienes, de una u otra manera,

batallaron por sus vidas y lucharon, hasta el último suspiro, por no caer en las garras de la muerte».

(Behar, 2020) La Toma del Palacio es un drama humano, vale decir, un drama que involucró seres

de carne y hueso. El mecanismo literario relata «la vida y actividades diarias de la gente, con sus

virtudes y defectos» y «tanto al trabajo al cual se dedicaban los involucrados» como «sus

relaciones amorosas y familiares». (Novela Colombiana, s. f.) Noches de humo insiste en su

humanidad y los recupera del anonimato que supone referirse a «35 guerrilleros», «11

magistrados» o «cerca de 100 cadáveres» (Semana, s. f.) A la abstracción de las cifras se oponen

las historias de vida y muerte que revelan una manera otra de contar la guerra. Más que insistir en

la tarea titánica de singularizar cada una de esas vidas se trata de reconocer que esas cifras se

refieren, en efecto, a vidas sobre las cuales se podría decir lo que Shklovski sobre los objetos en

general:

Los objetos percibidos, muchas veces comienzan a serlo por un reconocimiento: el objeto

se encuentra delante de nosotros, nosotros lo sabemos, pero ya no lo vemos. Por este motivo

no podemos decir nada de él. (Todorov, 2010)

Noches de humo hace el reconocimiento de esas vidas mediante un discurso que se pregunta por

lo que puede decirse de ellas, luego de su lectura nuestra percepción de los protagonistas cambia.

De un protagonista anónimo se puede decir cualquier cosa, incluso no decir nada. Estos seres,

dotados de profundidad gracias al relato, ya no son un lienzo en blanco y tienen una historia que

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de algún modo restituye su presencia y les devuelve su identidad. La construcción del texto se

convierte en metáfora del diálogo con diferentes voces, necesario si se pretende avanzar en la

construcción de la verdad, e insiste en las voces excluidas de la versión oficial. La reflexión sobre

la construcción de la humanidad de los protagonistas —imaginada por la autora— y su destino

trágico provee elementos para estudiar cómo la literariedad del texto aborda la humanidad de la

guerra y sus efectos.

Memoria e historia en Noches de humo.

La memoria y la historia se entienden como dos maneras de abordar el pasado que se diferencian

por sus aspiraciones y la relación que establecen con el pasado que pretenden encarar: «si la

memoria es el ritual, la historia es la laicización; si la memoria es lo vivo, la historia es la

explicación inteligible del pasado». (Allier Montaño, 2008) Siguiendo a Pierre Nora, Eugenia

Allier Montaño abunda en esta analogía:

justamente mientras la memoria es la vida, con grupos vivos, en evolución

permanente y con deformaciones sucesivas, la historia es la reconstrucción

problemática e incompleta de lo que ya no es, la representación del pasado; la

historia es una operación intelectual y laicizante, que tiene un discurso crítico, que

busca hacer del pasado algo inteligible. (Allier Montaño, 2008)

La memoria es el campo del «pasado que no pasa», el pasado que aún es vivido mientras que la

historia es el dominio del «pasado que ya pasó» y que ya se vive. La historia es objetiva mientras

que la memoria es subjetiva, la memoria produce recuerdos y la historia conocimiento. La historia,

destinada a ser fijada, usa la memoria, caracterizada como fluida, para complementar otras pruebas

documentales. Memoria y literatura funcionan a partir de relatos —que son en el mundo y cuya

interpretación cambia en el tiempo— y esto pone de manifiesto la importancia de la literatura en

la recuperación del pasado, la reconstrucción de las memorias y su preservación para la historia.

En el marco del conflicto armado colombiano, que ha adquirido tantas formas y que involucra

agentes tan diversos, la apropiación simbólica del pasado se convierte en un campo de batalla entre

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las múltiples memorias —que señalan cómo no es posible construir un único saber del pasado sino

versiones verosímiles del mismo— y la llamada historia oficial:

La historia oficial es la narración de los hechos con el propósito de justificar las acciones y

decisiones de un régimen o doctrina (…) La historia oficial no es necesariamente falsa, en

el pasado ha servido para enaltecer el nacionalismo y la cultura, pero cuando está

constituida por mitos y falsedades tiene poca credibilidad y escasa duración, porque se

derrumba apenas aparecen los datos históricos que quedaron ocultos, pues la historia oficial

solo existe mientras es impuesta. (La historia oficial, s. f.)

Noches de humo se inscribe como memoria que responde a la historia oficial. Según Olga Behar

el hecho de que entre los sobrevivientes a la Toma y contra – toma del Palacio de Justicia hubiera

una guerrillera fue la revelación más impactante de la novela para la época en que se publicó la

primera edición:

El hecho de que no hubiera sobrevivientes entre los guerrilleros (aparentemente) permitió

que se configurara una verdad oficial que no había quién la rebatiera porque todos estaban

muertos. Los magistrados que habían estado hasta el final, los consejeros de Estado que

habían estado hasta el final y los guerrilleros que habían estado hasta el final estaban todos

muertos, entonces descubrir que había una guerrillera viva para mí fue la revelación más

importante. (Canal REDMÁS, 2020)

La dedicatoria confirma esa intención cuando dice «A quienes lo vivieron y saben que así ocurrió»

y también «Al pueblo colombiano para que hoy conozca su verdad». (Behar, 1988) (Cursivas fuera

de texto). Según Laura Valbuena:

al preguntarle [a la autora] por qué había decidido escribir una novela en vez de una crónica

periodística rigurosa, ella respondió que uno de los móviles era la cierta protección que

ofrecía la ficción, además de la libertad, ya que era un espacio donde podría expresarse con

mayor independencia, algo que se debe limitar en el caso de un documento periodístico.

(Valbuena, 2019)

También en los agradecimientos Behar alude a su independencia y al hecho de que la escritura de

Noches de humo se apoyó en diferentes «relatos, anécdotas, documentos» tanto de familiares de

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magistrados y civiles sacrificados en el Palacio de Justicia, como de otros miembros del M -19 y

no únicamente en el testimonio de Clara Helena Enciso. La primera edición enfatiza

Todo lo que aquí se cuenta sucedió. Los personajes de esta narración son de carne y hueso.

(…) Las vidas y obras de los que ya no están fueron auscultadas, hurgadas en archivos,

álbumes familiares, testimonios de parientes y amigos y en relatos de acciones públicas

conocidas por los medios, y en muchas ocasiones ocultadas a los colombianos. (Behar,

1988)

Behar manifiesta así que Noches de humo no es un texto autorreferencial y cerrado, sino que su

construcción está basada en diferentes fuentes testimoniales, jurídicas y periodísticas. El lector se

siente así partícipe de una confidencia que plantea más preguntas de las que responde y sugiere la

complejidad del acontecimiento al crear una fisura en la «versión oficial» del acontecimiento.

En la edición de 2020 la dedicatoria al pueblo colombiano antes citada desaparece y da lugar al

texto siguiente:

A las nuevas generaciones para que entiendan mejor lo que sucede en este país.

A Eduardo Umaña Mendoza, motivo de mis mayores nostalgias.

A Carola y Jose, que mejor herencia pueden tener que saber que la honestidad y la verdad

son los pilares de su formación humana. (Behar, 2020)

Así, la urgencia de dar a conocer el relato de la memoria cede para dar paso a la intención de

proveer un insumo para la comprensión de los hechos. Acaso pudiera decirse de esta edición del

texto lo que dijo Beatriz Sarlo de su libro Tiempo pasado: «Está movido por la convicción de

Sontag: es más importante entender que recordar, aunque para entender sea preciso, también,

recordar». (Sarlo, 2005) En efecto, se ha señalado que el testimonio de Clara Helena Enciso guía

la construcción de Noches de humo, pero Behar reconoce que se dio «a la tarea de tratar de verificar

sus relatos, para no incurrir en inexactitudes» (Behar, 2020).

En el capítulo adicional —que se puede leer como un prefacio— Los últimos días, Behar presenta

su libro con un tono elegíaco, un homenaje a quienes «de una u otra manera, batallaron por sus

vidas y lucharon, hasta el último suspiro, por no caer en las garras de la muerte» (Behar, 2020) La

autora dice que Noches de humo cuenta esos últimos días pero agrega a renglón seguido:

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Sin embargo, la verdad no quedaría completa si no recordamos los últimos días de varios

protagonistas, muchos de los cuales aún buscan incansablemente una verdad que se ha ido

construyendo como un rompecabezas, al cual todavía le hacen falta algunas figuras y le

sobran muchas otras. (Behar, 2020)

Behar alude aquí a una verdad que está en falta y de la cual su relato tejido con memorias es un

insumo. Se reconoce entonces que esa verdad es objeto de una búsqueda que no cesa de la cual los

testimonios consignados en Noches de humo son apenas piezas y no una versión totalizante y

única. Cuando Behar se refiere a Noches de humo como portadora de verdad reconoce que esta

verdad es incompleta desde la dedicatoria: «A quienes, con su muerte, se llevaron parte de esta

historia» y así ofrece el texto como un aporte al conocimiento de lo sucedido.

En Los trabajos de la memoria Elizabeth Jelin afirma que determinados acontecimientos al romper

la rutina habitual provocan una transformación de la memoria:

El acontecimiento o el momento cobra entonces una vigencia asociada a emociones y

afectos, que impulsan una búsqueda de sentido. El acontecimiento rememorado o

«memorable» será expresado de una forma narrativa, convirtiéndose en la manera en que

el sujeto construye un sentido del pasado, una memoria que se expresa en un relato

comunicable, con un mínimo de coherencia. (Jelin, 2002) (Cursivas en el texto)

Behar no hace una mera labor de transcripción de los testimonios: la elaboración de la novela está

mediada por la investigación y la reflexión para ordenarlos en una estructura coherente, en

documento en tanto informe y prueba.

En tanto Noches de humo expresa una verdad documentada que había permanecido oculta,

constituye un acto discursivo de resistencia contra una de las formas del olvido: el silenciamiento

de toda historia que no se corresponda con la versión oficial. La frase de Borges en Nathaniel

Hawthorne

el propósito de abolir el pasado ya ocurrió en el pasado y —paradójicamente— es una de

las pruebas de que el pasado no se puede abolir. El pasado es indestructible; tarde o

temprano vuelven todas las cosas y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el

pasado. (Borges, 2007)

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advierte sobre la necesidad de lidiar con el pasado. La apuesta de Behar es hacerlo mediante las

palabras, «más duraderas que los mármoles y los metales». (Borges, 2007) Es decir, el horror del

acontecimiento narrado en Noches de humo se considera objeto de discurso, aunque el hecho

mismo invita al silencio y el olvido, incluso como mecanismo para proteger la propia vida.

Tzvetan Todorov afirma que «Recuperar el pasado es, en democracia, un derecho legítimo pero

no puede convertirse en un deber (…) También existe el derecho al olvido (…) En el plano

individual, todo el mundo tiene derecho a decidir» (Todorov, 2018). Para Claudia tal posibilidad

de elección no existe:

“¿Podré olvidar algún día, Dios mío?”, se preguntó angustiada. No le sería posible.

Almarales le había dicho dos horas antes de devolverla a la libertad, sólo una hora antes de

morirse, “vas a salir Mona, tu misión será decirle al mundo lo que ha pasado acá”. No debía

olvidar. (Behar, 1988) (Cursivas fuera de texto)

Se sugiere aquí un pacto que la obliga a escoger entre el olvido o la vida18 pues si opta por la vida

entonces deberá construir una memoria de lo ocurrido. Para Claudia comunicar su memoria —su

recuerdo de la vivencia— se convierte en un deber: el cumplimiento de la última orden de

Almarales. Su comunicación es tanto un acto liberador (al menos del deber impuesto) como un

acto político. Es revelador el episodio relatado por Olga Behar en el que reconoce que apenas cinco

días después de la Toma el M – 19 la contactó para entrevistar a Clara Helena Enciso, quien para

ese entonces se encontraba conmocionada por la experiencia: «Lo primero que me dijo fue que

ella no merecía estar viva» (Behar, 2020) (Cursivas fuera de texto). La entrevista fue infructuosa,

como si la certeza de no merecer la vida bloqueara la posibilidad de comunicar la memoria.19

La integración de los relatos de Noches de humo insiste así en las diferentes aristas que configuran

el acontecimiento, al tiempo que procura eludir la lógica narrativa del victimario y la víctima,

recordando que tanto un hecho histórico como su comprensión están condicionados por

circunstancias precisas, entre las que se incluye la faceta humana de sus protagonistas. La novela

18 Alusión a La escritura o la vida, obra de Jorge Semprún sobre su experiencia en el campo de concentración de Buchenwald, publicada 50 años después de sus vivencias personales. Al contrario de Claudia, Semprún confiesa que opta por la amnesia deliberada para sobrevivir en tanto habría sido imposible sobrevivir a la escritura. 19 Un año después Clara Helena Enciso escribió un «informe oficial» de su puño y letra para los directivos del M – 19 que no se publicó, consciente «de la urgencia, para sus compañeros de armas, de saber realmente qué pasó adentro». (Behar, 2020)

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consolida un esfuerzo legítimo por dar cuenta de la complejidad de los hechos, sus causas y

algunos de sus efectos y además de ser un registro documentado de lo sucedido provee insumos

para su interpretación histórica.

Noches de humo: la humanidad y la guerra.

Como la novela se organiza en torno al testimonio de Clara Helena Enciso, militante del grupo

subversivo responsable de la toma, ha habido quien considere que el texto es una apología de la

actuación del M – 19. Por ejemplo José Obdulio Gaviria20 opinó:

Los guerrilleros coordinaron la reunión de Enciso con la periodista Olga Behar. De ahí salió

Noches de humo (Cómo se planeó y ejecutó la toma del Palacio de Justicia), un libro que

intenta ser apología del operativo, pero lo que logra es generar entre los lectores un fuerte

sentimiento de horror y repulsión. Hay que abonarle, sí, que salvó para la memoria muchas

de las intimidades del crimen. (El Tiempo, 2010)

Sin embargo

[Behar] afirmó que siente que su versión de la obra no es tan cercana a la que hubieran

deseado los guerrilleros, y que la misma Clara Helena Enciso le confesó que no le había

gustado del todo la novela, la razón, explicaba la autora, es que ella había retratado a la

sobreviviente como una persona que había entrado al palacio por amor, y Clara Helena

Enciso estaba convencida que lo había hecho por motivos patriotas más vinculados a

razones ideológicas propias de la guerrilla. (Valbuena, 2019)

La novela devela una cara de la realidad que insta al lector a suspender el prejuicio en contra de

saber qué tiene que decir una voz silenciada por el discurso oficial sobre los hechos. Este

silenciamiento pesa, de una manera u otra, sobre cada uno de los cuatro protagonistas: la guerrillera

estigmatizada por su condición de subversiva; “Rambo criollo”, el civil espontáneo que con armas

de uso privativo de las Fuerzas Armadas participó en la operación de recuperación militar del

20 José Obdulio Gaviria Vélez (La Ceja, Antioquia, 29 de noviembre de 1952) es un abogado y político colombiano. Actualmente es senador de la República y miembro del partido Centro Democrático, considerado como de centroderecha o derecha por diversos grupos de opinión.

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Palacio de Justicia y se convirtió así en símbolo de una operación con alto grado de improvisación;

el abogado, asesinado catorce años después de los sucesos y de quien Behar afirma: «A él lo mató

el Palacio de Justicia, un hecho que se fue transformando en obsesión, de la mano de los familiares

de muchos de los que allí murieron» (Behar, 2020); y el presidente de la Suprema Corte, Alfonso

Reyes Echandía, cuyo clamor de cese al fuego no fue escuchado.

La novela presenta a Claudia como la guerrillera sobreviviente y portadora de una memoria

dolorosa. Se introduce al lector en la historia de amor entre Claudia y Ramiro21, que comienza en

1979. La narración da cuenta del romance al tiempo que se establece un contexto histórico,

destacando la toma de la embajada de la República Dominicana 22 en Bogotá y los distintos

acercamientos en busca de un acuerdo entre el gobierno y el grupo guerrillero. El texto funciona

como un vaso comunicante entre la vida privada de los protagonistas y los hechos históricos, para

plantear el escenario que alberga los acontecimientos previos a la Toma del Palacio de Justicia. De

hecho, los diferentes subtítulos que Noches de humo ha tenido en sus ediciones inscriben de alguna

manera ese movimiento entre la vida pública —Cómo se planeó y ejecutó la toma del Palacio de

Justicia— y la vida privada —Los protagonistas de la toma del Palacio de Justicia—. En Noches

de humo el relato de la Toma integra los dos puntos de vista, lo cual es significativo en tanto que

la novela revela no solamente una versión inédita sino que también hace énfasis en una faceta

ignorada del acontecimiento: su dimensión humana.

A partir de la escena matriz escrita en los primeros párrafos de Amaneceres, la novela se construye

por el desarrollo de las distintas intrigas latentes, yuxtaponiendo las diferentes narraciones

mediante desarrollos paralelos, aparentemente independientes entre sí. Como se mencionó, en

Noches de humo el objeto de discurso es la Toma del Palacio de Justicia y esto se evidencia en la

construcción de la novela que no pretende simplemente representar los excesos cometidos sino

21 Ramiro es el seudónimo en la novela de Guillermo Elvencio Ruiz. Nacido en Cali, era sociólogo y trabajaba como profesor antes de su ingreso al M – 19. Ruiz fue escogido como jefe militar de la Toma del Palacio de Justicia. Murió en los hechos de la Toma. 22 La Toma de la embajada de la República Dominicana, llamada también "Operación Libertad y Democracia", fue una acción armada del M-19 en la cual se tomó por asalto las instalaciones de la Embajada de la República Dominicana en Bogotá. El M-19 secuestró a diplomáticos de numerosos países desde el 27 de febrero de 1980 hasta el 25 de abril de 1980 cuando secuestradores y secuestrados fueron enviados a Cuba, donde los rehenes fueron liberados y los guerrilleros quedaron aislados y desmovilizados. Según Rosemberg Pabón de no haber optado por una salida dialogada para liberar a los secuestrados, la toma a la embajada de la República Dominicana hubiera terminado en tragedia.

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situar el acontecimiento según sus causas y efectos. El relato confiere a los hechos de la Toma un

peso histórico que modifica la vida de los protagonistas. El final abierto del relato hace referencia

a un futuro incierto sobre el cual aún quedan cosas por decir.

Antes del octavo capítulo titulado Hora cero la novela hace una cuidadosa descripción de la

planeación de la Toma y presenta a los protagonistas con un esfuerzo por evitar caer en los

estereotipos y devolverles un rostro humano reconocible. Si la Toma es la fase visible de una

realidad oculta, en los primeros capítulos de Noches de humo se intenta localizar las fuerzas

antagónicas, insertas en esa realidad, que dieron lugar a la catástrofe. Como un mecanismo de

defensa frente a los hechos violentos se suele construir un relato simplificado cuyo objetivo es

el de aislarlos, acordonarlos dentro de una sola fecha, como si se tratara de sucesos

inesperados y sorpresivos que irrumpieron repentina e inmerecidamente el plácido discurrir

de una comunidad sosegada, tranquila, bien gobernada y feliz. (Hernández C., 1986)

Noches de humo opone a esta violencia «desprovista de historia» (Pécaut, 2013) un relato que

vuelve la mirada sobre algunos de los actores y algunos de los intereses que entraron en juego.

Desde el capítulo VIII cobra importancia la escena como procedimiento narrativo. Los

acontecimientos ocurridos durante la Toma son narrados mediante la yuxtaposición de escenas

dramáticas en las que se relatan los hechos tal como van sucediendo, frecuentemente a través de

los diálogos de los personajes o la descripción de sus acciones inmediatas que le dan al relato el

tono vertiginoso (mencionado en la contraportada de la edición de 2020). En esta segunda parte

no hay espacio para las elipsis o el resumen. De una escena a otra se establece el contraste entre la

experiencia de la Toma desde adentro, tal como fue vivida por Clara Helena Enciso y “Rambo

criollo”, y desde afuera según los puntos de vista del abogado Umaña y Yesid Reyes Alvarado.

Este mecanismo sitúa al lector ante los acontecimientos directos, siempre en primer plano, como

un hecho ineludible. Poco más de 24 horas dura la Toma, de modo que el plural del título acaso

haga referencia a las diferentes formas en que cada uno de los protagonistas vivió esa noche de

humo.

En Noches de humo es esencial la presentación de los acontecimientos tal como fueron vividos por

los personajes, estableciendo así una polifonía con las voces de las diferentes perspectivas. Al

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diálogo que no se dio y que acaso hubiera evitado la tragedia, la novela opone una narración que

apela a diversos puntos de vista de modo que el lector configura una imagen del interior y el

exterior del Palacio a medida que avanza la acción. Son particularmente angustiantes las escenas

que describen las conversaciones telefónicas entre el interior y el exterior del Palacio. En el

capítulo IX aparece el diálogo:

—Por favor, que cese el fuego inmediatamente. Divulgue ante la opinión pública

inmediatamente… es de vida o muerte… ¿Si me oye?, ¿aló?

—Doctor Reyes, ¿con cuántas personas está usted como rehén?

—Estamos con varios magistrados, un buen número de magistrados y personal subalterno.

Pero es indispensable que cese el fuego inmediatamente… divulgue a la opinión pública

eso, para que el presidente dé la orden.

—¿Cómo avanza la negociación, doctor Echandía?

—Es que no podemos hablar con ellos si no cesa el fuego inmediatamente.

—Doctor Reyes Echandía, pero díganos, ¿qué hay que hacer?

El diálogo se interrumpió nuevamente por el incesante estallido de bombas y por el tableteo

de las ametralladoras. (Behar, 1988)

Aquí el periodista no parece oír las súplicas de Reyes Echandía. Incluso pregunta ¿qué hay que

hacer? a pesar de que Reyes lo ha expresado en cuatro ocasiones. Toda la escena se convierte en

una metáfora de la incomunicación que contribuyó al desenlace fatal. Behar insiste en esas voces

que no fueron oídas recreando el diálogo fallido como una invitación al lector a participar en él,

acaso haciendo las veces de la opinión pública que, en su momento, no pudo enterarse de lo que

estaba ocurriendo:

Yesid Reyes inició su batalla desde el escritorio del periodista de televisión Juan Guillermo

Ríos23, en las oficinas del Noticiero de las Siete. Ríos estaba preocupado porque no le era

posible transmitir las impresionantes imágenes que tenía. Ya había hablado con la ministra

de comunicaciones, Nohemí (sic) Sanín24, para que se le autorizaran los tres minutos de

23 Juan Guillermo Ríos nació en Medellín. Fue uno de los periodistas más influyentes de Colombia en la década de los 80. Una figura controvertida, fue censurado por decisiones sobre la pauta publicitaria en 1985. (Aparicio Franco, 2020) 24 Noemí Sanín Posada es una abogada y política colombiana, nacida en Medellín. Ha sido empresaria, ministra, primera canciller mujer en Colombia, embajadora y candidata presidencial. En 1985 era, en efecto, ministra de comunicaciones del gobierno de Belisario Betancur. Sanín ha sostenido que no hubo censura a los medios durante los hechos de la Toma, sino que sólo se intentó que la labor de los medios no ocasionara una catástrofe mayor. Al

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break entre cada uno de los programas de la tarde —tal y como estaba estipulado en los

contratos de adjudicación de espacios televisivos— y la respuesta había sido “No”. (Behar,

1988)

El texto está atravesado por la angustia de la palabra fallida, la palabra que no logra cumplir su

objetivo ya sea porque no llega a su destinatario, porque no logra dar alcance a lo que se quiere

expresar o porque no es honrada. La «demanda armada» del M – 19 enuncia las diferentes facetas

del fallo de la palabra. Redactada después de «dos meses de intensas discusiones» hacía referencia,

entre otras cosas, al «incumplimiento de la tregua» por parte del gobierno de Belisario Betancur.

Minutos después del ingreso de los guerrilleros al Palacio, los jefes del comando buscan a Alfonso

Reyes Echandía y ante la pregunta natural por la justificación de la demanda armada, Alfonso

Jacquin25 responde mientras le entrega el documento: «—Léalo usted, honorable presidente».

Léalo, dice, en medio del «ruido infernal del combate».

Más adelante Reyes Echandía le dirá a Álvaro Villegas Moreno, entonces presidente del Senado:

«—Por favor, doctor Villegas, dígale al presidente [Betancur] que nos dé un tiempo de conversar.

Si se produce el cese del fuego, esto se puede arreglar dialogando». (Behar, 1988) (Cursivas fuera

de texto). Esta fe en la palabra que, ahogada por el estruendo de las armas, se convierte en amenaza

en el apogeo del combate: «tenían conciencia de que el ejército les disparaba a propósito, que tan

pronto los magistrados gritaban o daban señales de vida, los soldados enfilaban baterías hacia el

sitio donde surgían las voces». (Behar, 1988) (Cursivas fuera de texto).

Noches de humo resguarda la palabra. Ante el aparente sinsentido de la Toma, la novela introduce

un orden y sugiere un propósito, mostrando la humanidad de sus protagonistas. Si el hecho violento

actúa como una fuerza que fractura y separa, la novela sugiere un eje integrador que incorpora

diferentes voces, como tejiendo la materia caótica, a primera vista ajena, para hacerla

comprensible. En la primera parte de la novela (antes del octavo capítulo Hora cero) predomina

la diégesis sobre la mímesis. A partir del comienzo de la Toma las escenas más estremecedoras se

manifiestan principalmente a través de la palabra de los personajes. El diálogo es el procedimiento

respecto declaró en 2015: “Me preguntan si voy a pedir perdón. Sin soberbia alguna ratifico que no. No lo haré.” (S.A.S, s. f.) 25 Véase nota 2.

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privilegiado para dar cuenta de los acontecimientos y, de paso, interpelar al lector sobre los efectos

de la guerra.

Noches de humo y la tragedia

Noches de humo hace más complejo el relato sobre la Toma del Palacio de Justicia. Las diferentes

narrativas sobre un hecho horroroso son una manera de contener y, posteriormente, comprender el

acontecimiento. Frecuentemente los relatos se quedan en la contención, en tanto nombran el hecho

y a su vez impiden su desarrollo y comprensión. Para citar un ejemplo, David Pinzón señala:

Las telenovelas y los noticieros, productores de sentido común, han construido una idea

simplificada acerca de lo sucedido en la Toma y Retoma del Palacio de Justicia. El relato

asumido de forma mecánica por un segmento importante de la ciudadanía de a pie es el

siguiente: el narcotraficante Pablo Escobar26 le pagó a la insurgencia del M-19 una suma

de dinero en dólares para que llevase a cabo una Toma del Palacio de Justicia, y así eliminar

los archivos que lo podrían inculpar y llevar a su extradición. (Pinzón, 2020)

Independientemente de la veracidad de este relato simplificado, en él se yergue la figura de

Escobar, cuyo peso simbólico parece bloquear toda pregunta: «muchos lo consideran un monstruo

pero otros aún lo veneran como a un santo». (Wallace, 2013) (Cursivas fuera de texto). Tanto el

monstruo como el santo están por fuera de lo humano. El relato pierde su valor explicativo en tanto

elude la lógica de lo humanamente inteligible. El hecho atroz se considera ajeno al ser cometido

por el monstruo al que debe destruirse (incluso si quien lo hace debe convertirse para ello en un

monstruo también). Se cree, ingenuamente, que para ponerse a salvo de la atrocidad basta con

anular al perpetrador. Por esa vía se evade la pregunta por la responsabilidad que, en algún grado,

tiene cada sujeto y el hecho atroz permanece contenido e inaccesible a la comprensión.

26 Pablo Emilio Escobar Gaviria (Rionegro, Antioquia; 1 de diciembre de 1949-Medellín, Antioquia; 2 de diciembre de 1993) fue un narcotraficante, terrorista y político colombiano, fundador y máximo líder del Cartel de Medellín, organización criminal colombiana que se dedicaba, entre otras actividades, al tráfico de cocaína y el terrorismo. Fue uno de los principales actores del conflicto armado colombiano en las décadas de 1980 y 1990. Según los cálculos más conservadores, a lo largo de su carrera criminal Escobar fue responsable de al menos 4.000 asesinatos y libró una guerra sin cuartel en contra del Estado colombiano. (Wallace, 2013)

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La apuesta de Noches de humo es, en cambio, dar cuenta del sentido de lo trágico y el

reconocimiento de la fragilidad ante la adversidad. Estos atributos, junto con las descripciones

cotidianas —a veces saturadas de detalles costumbristas— de la vida de los protagonistas resaltan

el factor humano de la novela. En ella son seres humanos los que concibieron la utopía de tomarse

el Palacio de Justicia y creyeron que era un plan viable solamente porque lo consideraban

justificado. Es Claudia quien mejor encarna la convicción en el sueño que luego habría de

romperse:

Para Claudia la convivencia con el grupo [guerrillero del M – 19] fue como una cachetada

que la hizo despertar a un nuevo mundo. Había llegado allí por amor a Elvencio Ruiz, pero

ese afecto era ahora superado por una pasión filial hacia sus compañeros, por la

comprensión de la realidad colombiana y por el convencimiento de la necesidad de poner

un granito de arena para cambiarla. (Behar, 1988)

Así, Claudia siente que ha vuelto a nacer en el seno del M – 19 y cree que su comprensión es la

comprensión de la realidad colombiana. A esta idealización se opone el crudo realismo de Reyes

Echandía quien reconoce:

Paradoja brutal es la del juez que, siendo titular del soberano poder de juzgar a los hombres,

sea al propio tiempo el más indefenso de los mortales. Que sea ésta, sin embargo, la ocasión

de recordarle al gobierno que en un estado de derecho todo el poder material de las armas

ha de estar al servicio del más humilde de sus jueces; sólo así será posible oponer con

ventaja a la razón de la fuerza, la fuerza de la razón. (Behar, 1988) (Cursivas fuera de

texto).

Tales reflexiones provienen de un hombre que se reconoce vulnerable ante una realidad

implacable. Más adelante se incluye un fragmento de una sentencia del Consejo de Estado27:

Resulta inadmisible, contrario a derecho que, para mantener la democracia y el estado de

derecho el ejecutivo utilice métodos irracionales, inhumanos, sancionados por la ley,

27 El Consejo de Estado es el máximo Juez de la administración pública, resuelve los conflictos entre las personas y las entidades estatales o aquellos que surjan entre dichas entidades. Asesora al gobierno de Colombia cuando este lo requiera. Las decisiones y conceptos del Consejo de Estado garantizan la protección de los derechos de las personas y apoyan la toma de decisiones del Estado colombiano, en procura de lograr y consolidar la paz y la convivencia. La sede del Consejo de Estado (tanto en 1985 como actualmente) es el Palacio de Justicia.

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rechazados por la justicia y proscritos mundialmente por todas las convenciones de

derechos humanos y que ninguna concepción civilizada del ejercicio del poder podría

autorizar, o legitimar. (Behar, 1988)

Los cuatro protagonistas de la Toma del Palacio de Justicia que Behar elige para narrar el episodio

constituyen personajes trágicos en tanto que son, cada uno a su manera, huéspedes inoportunos

del mundo.28 Su conocimiento de la realidad se revela insuficiente en tanto «las fuerzas que

modelan o destruyen nuestras vidas se encuentran fuera del alcance de la razón o la justicia».

(Steiner et al., 2012) Sin embargo, son completamente humanos o, mejor aún, es precisamente por

eso que son humanos.

En La muerte de la tragedia Steiner afirma que

Antígona es perfectamente consciente de lo que le sucederá y en las profundidades de su

terco corazón Edipo también sabe. Pero se apresuran hacia sus feroces desastres,

atenazados por verdades más intensas que el conocimiento. (…) El personaje trágico es

destruido por fuerzas que no pueden ser entendidas del todo ni derrotadas por la prudencia

racional. (…) De nada vale pedir una explicación racional o piedad. Las cosas son como

son, inexorables y absurdas. El castigo impuesto supera de lejos nuestras culpas. (Steiner

et al., 2012) (Cursivas fuera de texto).

La primera parte de la novela (antes del capítulo Hora cero) muestra unos personajes que todavía

saben qué hacer, aunque este saber provenga de una confianza que luego se revela mortífera, en

tanto se ha dado el ideal por sentado. En Noches de humo, la actitud de los guerrilleros —

convencidos de que el asalto estaba justificado y acaso envalentonados por la experiencia de la

toma de la embajada de la República Dominicana— recuerda al concepto, presente en la tragedia

griega, de hýbris: «un comportamiento que ignora los límites personales y el respeto que se debe

a otros humanos». (Scodel & Barreiro, 2014) La hýbris29 se suele asociar al principio de la tragedia,

a la actuación soberbia y desmesurada que desencadena el desastre.

28 La expresión es de George Steiner quien identifica como “tragedia” «la plasmación dramática de una visión de la realidad en la que se asume que el hombre es un huésped inoportuno en el mundo». (Steiner et al., 2012) 29 La palabra hýbris corresponde a un concepto griego que significa desmesura y alude al orgullo o a la autoconfianza exagerada cuando se ostenta alguna posición de mando.

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Para formar parte del «Comando Iván Marín Ospina» que habría de ejecutar la Toma, «se pensó

que la gente debería ir al Palacio de Justicia como premio, como incentivo y así lo asumirían los

elegidos». (Behar, 1988) (Cursivas fuera de texto). Más adelante:

Como “Roque” era muy capaz militarmente, comentó “qué berraquera que se meta el

enemigo, con eso tropeliamos”. Elvencio Ruiz y Claudia comentaron después: “Qué tal que

‘Roque’ supiera en qué consiste el operativo grande. Si lo supiera, más bien rezaría para

que el enemigo ni asome las narices por aquí”. (Behar, 1988)

Minutos antes de la Toma:

Estaban muy tensionados, pero Claudia no sintió miedo, trató de no pensar en los minutos

que seguirían. Estaba muy segura, tranquila, “nada malo va a pasar”, su corazón le decía

que no se iba a morir. “Por el contrario, de ahí salimos para el Palacio de Nariño a

gobernar”. Era producto de la sensación de empezar a ser gobierno, de ser poder. Elvencio

Ruiz y ella se imaginaban que se formaría un Nueve de Abril30 con participación popular

afuera, que la gente se organizaría y habría manifestaciones. Los ilusionados combatientes

no analizaban que las otras estructuras no tenían conocimiento del operativo y por eso no

organizarían nada. Tampoco había plan alterno al del Palacio de Justicia. (Behar, 1988)

El «profundo convencimiento del triunfo» es apenas el primer anuncio del desastre. No se trata de

personajes ciegos ante el riesgo, sino de lo que Estanislao Zuleta llamó la «felicidad de la guerra»:

[La guerra es] fiesta de poder aprobarse sin sombras y sin dudas frente al perverso enemigo,

de creer tener tontamente la razón, y de creer más tontamente aún que podemos dar

testimonio de la verdad con nuestra sangre. (Zuleta, 2015)

30 El nueve de abril de 1948 ocurrió en Bogotá el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán (1903-1948) por Juan Roa Sierra (1921-1948). Desató levantamientos populares a lo largo y ancho del país. Estos disturbios son conocidos popularmente como el “Bogotazo” y se considera que representan uno de los momentos más violentos de la historia de la ciudad. Debido a su gravedad y a los altos niveles de violencia, el gobierno decretó el Estado de sitio para poder hacer frente a los acontecimientos. En Bogotá, ocurrieron saqueos masivos y varias edificaciones del centro quedaron reducidas a escombros. Hay quien considera que este hecho marca el principio de la época de La Violencia. (¿Qué es el bogotazo?, s. f.)

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En contraste, las actitudes de Reyes Echandía o del abogado Urrutia/Umaña dan cuenta del

«conocimiento que resulta triste poseer» (Padel & Rosemberg, 2009). El abogado dice con

respecto a la tregua que había entre el M – 19 y el Estado:

Hay dos concepciones, unos dicen que la tregua fracasó, otros decimos que nunca hubo

tregua. Entonces para quienes piensan como yo, no hay lugar a sorpresas, uno simplemente

le da continuidad en la vida cotidiana a los conflictos que vive Colombia. (Behar, 1988)

Y más adelante:

Camilo Urrutia31 tuvo que volver varias veces al Palacio de Justicia por esos días, pues

tenía diferentes casos en la Corte y en el Consejo de Estado. Se percibía un ambiente de

expectativa sin que nadie lo expresara, había tensión al interior del edificio, casi que todo

el mundo estaba esperando lo que sabía que iba a suceder. (Behar, 1988) (Cursivas fuera

de texto)

Por otra parte, cuando ya ha comenzado la Toma:

Para Reyes Echandía era la situación más inesperada y difícil de su vida. Siempre creyó

que si esta llegaba a su fin sería por las amenazas de los narcotraficantes. Pero, ¿convertirse

en rehén de la guerrilla para un juicio a otra de las ramas del poder público?, eso no entraba

en sus cálculos. (…) Insistía en la necesidad de conversar, pero no sobre la base de la

fuerza, por lo que el fuego tenía que suspenderse. (Behar, 1988) (Cursivas fuera de texto)

Umaña Mendoza y Reyes Echandía encarnan, de alguna manera, el mito de Casandra32: como

observadores, imparciales en su condición de juristas, son capaces de intuir las consecuencias de

la situación social y política del país, pero no pueden prever la manera en que sucederán ni evitar

el desastre y así, como se señaló antes, su conocimiento del mundo se revela insuficiente.

31 Se recuerda que el personaje de Camilo Urrutia corresponde a Eduardo Umaña Mendoza y aparece con este nombre en la edición de 2020. 32 En los mitos griegos sobre la caída de Troya, Casandra es una princesa troyana, profetisa por don especial de Apolo. Tras la derrota de los troyanos Agamenón la hizo su concubina y Casandra le anunció su trágico destino (detallado en La Orestíada de Esquilo) pero Agamenón no le hizo caso. (Revilla, 2012) Apolo amaba a Casandra y por ello le concedió el don de la profecía. Ella no le correspondió y él la maldijo: su don se convertiría en una fuente continua de dolor y frustración, ya que nadie creería sus predicciones.

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Finalmente Jaime Alberto Sierra «una oveja negra que no lograba encarrillar por el buen camino»

un «frustrado “Rambo criollo”» cuya «única posibilidad era buscar sus propias batallitas, ganarlas

y coleccionar revistas gringas que explicaban con textos y llamativas fotos los adelantos de la

industria militar en el mundo». El hombre que por casualidad se encontraba en el momento de los

hechos a una cuadra del Palacio, terminó rescatando, entre otros, al hermano del entonces

presidente Belisario Betancur. “Rambo criollo” pronto se da cuenta del desorden oficial: «—No

hay una cabeza visible que dirija, no hay quien informe de las acciones que se desarrollan en otros

costados. Si esto no se compone va a ocurrir una tragedia» (Behar, 1988).

Para este héroe improvisado la gloria no es una recompensa:

Su historia terminaría con una carta de agradecimiento de los consejeros de Estado Jaime

Betancur Cuartas 33 , Jaime Paredes Tamayo y Eduardo Suescún Monroy, y con la

persecución del Ejército, que no podía aceptar que un espontáneo aventurero hubiera

dirigido una buena parte de la acción de contra – toma del Palacio de Justicia. (Behar,

2020) (Cursivas fuera de texto).

El destino de este héroe fue convertirse en un personaje caricaturesco y símbolo del caos que reinó

durante el intento de la fuerza pública por recuperar el Palacio en la versión de los hechos que

ofrece la novela.

Los protagonistas de la Toma revelan así su humanidad, su incapacidad para contener la tragedia

que se dio durante el desarrollo de los acontecimientos. Es significativo que todos ellos terminan

enfrentados con la institucionalidad del gobierno que los ha «dejado en el estado más absoluto de

abandono». (Behar, 1988) En tal sentido la fractura que Noches de humo introduce en la versión

oficial se convierte en símbolo de fractura en la oficialidad misma que, según la novela, es la que

en últimas desencadena la tragedia.

33 Jaime Betancur Cuartas era hermano del entonces presidente Belisario Betancur. Durante la Toma del Palacio de Justicia fue rescatado por Rambo criollo. Murió el 29 de marzo de 2008 en Bogotá, al parecer de una dolencia cardiaca.

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CAPÍTULO 3: Holocausto en el silencio, memoria y crónica

periodística.

Estructura e intención de Holocausto en el silencio.

Adriana Echeverry y Ana María Hanssen son periodistas de la Universidad Javeriana. En 1999

entregaron el trabajo de grado El olvido, holocausto de la historia. El caso del Palacio de Justicia

bajo la dirección de Jorge Cardona Alzate34. Las autoras declaran que su único objetivo fue

demostrar que tan grave como el episodio de violencia fue la impunidad que lo siguió. En

todas las jurisdicciones se abrieron expedientes y se prometieron 'exhaustivas'

investigaciones, pero salvo las condenas a la Nación que derivaron en millonarias

indemnizaciones a favor de los familiares de las víctimas, la justicia fue incapaz de castigar

debidamente a los responsables del holocausto.(Echeverry Cárdenas et al., 1999)

El trabajo de grado inició una investigación que se concretó en un libro llamado Holocausto en el

silencio publicado en octubre de 2005 por Editorial Planeta. El libro constaba de un prólogo escrito

por Yesid Reyes Alvarado, tres partes y un epílogo, al que se añadió una sección titulada Veintiún

años después en la segunda edición, publicada en febrero de 2007, que es el insumo del presente

trabajo.

El título del libro Holocausto en el silencio hace referencia tanto a la magnitud de la tragedia que

relata como al fenómeno que, ya en 2010, la Comisión de la Verdad llamó «pacto de silencio» en

34 Jorge Cardona Alzate es un periodista colombiano que nació en Bogotá en 1959. Estudió Filosofía en la Universidad Santo Tomás y ha sido profesor en las universidades Javeriana y de los Andes. A lo largo de su carrera ha trabajado para medios como Radio Caracol o El Espectador, donde hoy es editor general. Es autor de los libros Diario del conflicto y Días de memoria.

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su Informe final sobre los hechos del Palacio de Justicia35. Ana Carrigan afirma en su investigación

El Palacio de Justicia: una tragedia colombiana:

Es raro que un solo evento pueda arrojar luces sobre toda una época. Pero así fue la tragedia

del Palacio de Justicia; en los años siguientes, desde el fondo del palimpsesto de la

invención y la distorsión impuesta sobre los hechos por los promotores institucionales, han

venido saliendo a la luz pedacitos de la historia no contada: rasgados, desconectados,

petrificados, como los fragmentos de una pesadilla viva y caótica (Carrigan, 2009)

El hecho que arroja luces sobre toda una época está parcialmente en la oscuridad y permanece en

un silencio promovido por algunos sectores oficiales. El «más cruento y sombrío capítulo en la

cronología de la guerra colombiana» (Cardona et al., 2016) es, en efecto, tan triste como oscuro.

El holocausto —en el que «la violencia se llevó a uno de los grupos más honestos y mejor

preparados en la historia judicial del país» (Molano Bravo et al., 2015) y dejó un saldo desolador

con más de cien fallecidos— también dejó una verdad en silencio, parte de la cual se ha perdido

para siempre. Casi quince años después de la publicación del libro este silencio no se ha levantado:

los familiares de los desaparecidos en el Palacio de Justicia, en una carta abierta, declararon en el

trigésimo quinto aniversario de la Toma: «A pesar de nuestra intensa lucha, la verdad sigue siendo

la gran ausente» (Tiempo, 2020) En efecto:

Luego de 35 años de este oscuro episodio de la Historia nacional, es mucho lo que falta

para el esclarecimiento de los hechos. Si bien veinte años después del Holocausto del

Palacio de Justicia se creó la Comisión de la Verdad, que se encargó de producir un informe

final sobre lo ocurrido durante la toma y retoma del Palacio, siguen existiendo muchos

vacíos en las investigaciones. (Toma y retoma, s. f.)

Yesid Reyes Alvarado en el prólogo de Holocausto en el silencio llama la atención sobre el anhelo

de verdad, justicia y reparación por parte de los familiares y allegados de las víctimas de la Toma

del Palacio de Justicia. Después de quince años este anhelo parece seguir siendo el mismo ante

una opinión pública que impresionada por tantos hechos de violencia, como en Macondo, no sabe

35 El Informe final Comisión de la Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia estuvo a cargo de Jorge Aníbal Gómez Gallego, José Roberto Herrera Vergara y Nilson Pinilla Pinilla, los tres expresidentes de la Corte Suprema de Justicia. Es considerado el trabajo más completo y abarcador sobre la Toma y contra – toma del Palacio de Justicia. Sin embargo, como reconocen los mismos autores, la investigación es susceptible de ampliarse a medida que se presenten nuevos hallazgos sobre los hechos de la Toma.

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«por dónde empezar a asombrarse». El prólogo hace un balance de lo poco que se había avanzado

en 2007 en verdad, justicia y reparación. Llama la atención sobre cómo Víctor Manuel Delgado

Mallarino y Belisario Betancur reconocen implícitamente la existencia de una verdad oculta que

darán a conocer en algún momento. Las revelaciones no se han entregado y esa verdad permanece

en el silencio.

Reyes Alvarado reflexiona sobre los intereses de diferentes involucrados en los hechos de la Toma

que se unen en el propósito común de ocultar la verdad. Destaca las contradicciones e ironías que

dan cuenta de lo incompleta que es la versión que hasta el momento se ha ofrecido y sugiere cómo

esta versión incompleta requiere ser cuestionada pues si no hay verdad el perdón, la justicia o la

reparación se convierten en palabras vacías de sentido:

Por eso resultan tan difíciles de responder los acostumbrados interrogantes de quienes cada

año preguntan a los familiares de las víctimas de Palacio si han conseguido perdonar. ¿A

quién perdonamos? ¿Al presidente Betancur, cuya verdad sobre su participación en la

masacre sólo se sabrá cuando la naturaleza lo haya relevado de la obligación de enfrentarla

en este mundo? ¿O quizás al general Delgado Mallarino cuando en medio de su tranquilo

retiro tenga a bien publicar su libro? ¿O a Antonio Navarro Wolff36 y Gustavo Petro37,

quienes aseguran no haber tenido participación ni conocimiento alguno de los planes que

el M – 19 tenía para tomarse el Palacio de Justicia, ni se molestaron por indagar sobre los

mismos cuando en octubre de 1985 los medios de comunicación nacionales hicieron

públicos esos planes? (Echeverry et al., 2007)

La democracia, las instituciones o el estado de derecho se convierten, en el discurso oficial, en

abstracciones en nombre de las que se justifica cualquier atrocidad, extraviando completamente el

sentido de lo que se quiere defender. El prólogo de Reyes Alvarado también responde por qué

resultaba esencial revisar el pasado con el fin de desentrañar las verdades ocultas en la etapa de

transición que vivía Colombia en 2007.

36 Antonio José Navarro Wolff es un ingeniero sanitario, profesor universitario y político colombiano, exmilitante del M-19. Ha sido alcalde de Pasto, integrante de la Asamblea Constituyente de 1991, representante a la Cámara por Bogotá, gobernador de Nariño y Senador de la República. 37 Gustavo Francisco Petro Urrego es un político y economista colombiano exmilitante del M-19 y actual Senador de la República para el periodo 2018-2022, fundador del movimiento político Colombia Humana. Fue candidato para la presidencia de Colombia en 2010 y 2018. Además ha sido personero y concejal de Zipaquirá, representante a la Cámara y alcalde de Bogotá.

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Holocausto en el silencio es un trabajo periodístico que combina tanto la crónica como el

testimonio para narrar la Toma del Palacio de Justicia y denunciar cómo el silencio ha contribuido

a perpetuar la impunidad. El trabajo de reportería e investigación escucha a algunos de los

protagonistas de la Toma y revisa varios documentos históricos y periodísticos en un intento de

construir un documento que sirva como aporte al deber de memoria que tiene la sociedad para que

el holocausto no se olvide y no se repita.

La primera parte de Holocausto en el silencio se titula «Olvido, no». Las autoras hacen una

reflexión sobre cómo el acontecimiento ha permanecido en la memoria colectiva en ausencia de

una verdad histórica y declaran la intención del libro:

Estas páginas pretenden ser un pequeño aporte a este deber que como sociedad tenemos

porque no queremos ser cómplices de quienes con el silencio buscan que el país olvide los

crímenes que contra él se han cometido. El silencio de los responsables es un crimen en sí

mismo, que se extiende en el tiempo mientras no decidan entregar una verdad. El olvido de

la sociedad es una tragedia en sí misma porque conduce, inevitablemente, a que los pueblos

repitan su historia. (Echeverry et al., 2007)

El silencio es descrito aquí como si se tratara de la desaparición de la verdad, un crimen que se

perpetúa mientras la verdad no aparece. Como siguiendo el rastro de esa verdad, se establece un

contexto histórico y se hace una descripción de los hechos que se conocían de la Toma:

Nadie sabía de las aproximaciones que Belisario estaba buscando con el grupo guerrillero,

como tampoco nadie sabía concretamente las decisiones que estaban tomando los militares

desde su central de operaciones. El país y los medios de comunicación eran el coro que

presenciaba asombrado la gran tragedia. (Echeverry et al., 2007)

Concluyen las autoras diciendo:

La verdad de todo lo que pasó durante esas 28 horas de sangre y fuego debería reconstruirla

la justicia. La responsabilidad de revelarle al país qué había pasado y juzgar a los

responsables estaba ahora en sus manos. (Echeverry et al., 2007)

La segunda parte se titula significativamente El camino a la impunidad. A lo largo de doce

capítulos se narran, a manera de crónica, los procesos legales que, hasta entonces, buscaron a los

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culpables y su castigo. La conclusión de casi todos estos procesos aparece enunciada ya en la

primera parte:

Los victimarios —ni quienes iniciaron la toma, ni quienes la contestaron sin ningún tipo de

previsión por preservar la vida de los inocentes, ni la justicia, que tenía la tarea indelegable

de sancionar duramente a los que contribuyeron a la hecatombe— no han admitido

públicamente su parte de responsabilidad. La verdad histórica, dos décadas después, no se

ha entregado. El país, por el bien de las heridas que permanecen abiertas y por los procesos

que debe enfrentar en la búsqueda de salidas al conflicto, está en mora de exigirla.

(Echeverry et al., 2007)

La tercera parte consta de doce testimonios, algunos narrados en forma de crónica y otros con el

formato de pregunta respuesta:

En estas páginas, personas que lograron escapar a la suerte de tantos y sobrevivir al

holocausto, familiares de las víctimas, militantes del M – 19, miembros del gobierno y de

la fuerza pública que tomaron decisiones cruciales en ese momento, le entregan al lector la

historia de primera mano. (Echeverry et al., 2007)

El libro concluye con un epílogo que hace un llamado a la sociedad para ejecutar su parte en la

labor de construcción de la verdad:

El deber de los responsables de crímenes atroces es resarcir los daños ocasionados, entregar

una verdad y reparar a sus víctimas. Ese es el camino que lleva hacia el perdón de la

sociedad. Pero la sociedad también tiene el deber de no olvidar, de no ser cómplice del

silencio de quienes la vulneran y de exigir la verdad histórica para que los abusos no se

repitan indefinidamente. Hay que romper el ciclo. No podemos permitir que Colombia

continúe reproduciendo su historia y sea para siempre Macondo, un pueblo «donde no ha

pasado nada, ni pasará nunca porque este es un pueblo feliz». (Echeverry et al., 2007)

Un capítulo final, titulado Veintiún años después, relata los avances que hizo la Fiscalía General

de la Nación y la Corte Suprema de Justicia (con la creación de la Comisión de la Verdad) en la

investigación de los hechos de la Toma de Justicia. La conclusión es desalentadora:

Sin embargo, los resultados aportan pocos datos nuevos —entre ellos los vínculos

financieros del M – 19 con el narcotráfico— y el país espera con ansia el informe final para

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ver si, de una vez por todas, se enciende la luz que indique dónde está el camino del perdón

y la reparación. (Echeverry et al., 2007)

Holocausto en el silencio: periodismo de denuncia.

Mañana no te presentes, Noches de humo y Holocausto en el silencio se construyen en torno a un

hecho violento concreto. Este trabajo pretende analizar cómo la violencia se narra en tres géneros

diferentes: la ficción, la novela – testimonio y la crónica periodística, modos distintos en los que

la sociedad puede acceder al hecho violento a través de la palabra. En el tratamiento que hacen los

tres textos de la Toma se reconoce un interés por ir a la raíz de algunos problemas que todavía hoy

se manifiestan y que tienen que ver con lo que la sociedad conoce de los hechos: en torno a la

Toma hay grandes interrogantes que todavía no tienen respuesta debido al silencio de los

responsables y esto sigue afectando tanto la vida de los directamente implicados como a toda la

sociedad colombiana.

¿Cómo lidiar con los múltiples vacíos que persisten sobre lo que sabe de la Toma? Mañana no te

presentes se sitúa en las «zonas grises» de la Toma y usa la ficción como herramienta para llenar

esos vacíos y configurar un relato verosímil que conmueve por la dimensión confesional que tiene.

Noches de humo elabora el testimonio de Clara Helena Enciso para dar a conocer una versión de

los hechos desde puntos de vista diferentes a la versión oficial. Ambos textos extienden el

horizonte de la versión oficial, señalando otros ángulos desde los cuales es posible narrar la Toma.

Aunque el grado de ficcionalización en la novela de Orrantia es mayor que en el de Behar, ambos

trabajos están construidos sobre una sólida investigación periodística. Las dos narraciones

describen el horror de la guerra eludiendo la trampa fácil de la polarización entre buenos y malos.

Holocausto en el silencio emplea la crónica periodística y el testimonio para construir un relato

que hace memoria histórica, denuncia el silencio cómplice e invita a conocer las múltiples

versiones de diferentes protagonistas, eludiendo así la historia única e interpelando al lector:

reconoce un vacío, una verdad en falta cuya ausencia tiene efectos profundos sobre la realidad

social. Del mismo modo en que la desaparición de una persona «es un delito continuado y

permanente, es decir, que el delito se sigue cometiendo todos los días desde la desaparición de la

persona hasta que se establezca el destino o paradero de la misma» (Albaladejo Escribano, 2009)

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la desaparición de la verdad sigue teniendo efectos mientras no hay voluntad de saber qué fue lo

que pasó. Esta ausencia de verdad produce versiones espurias —en un intento de explicar los

hechos y construir un sentido— que eliminan los matices del acontecimiento y asfixian la

comprensión lo que, en últimas, anula el efecto reparador de la verdad. En el caso concreto del

conflicto colombiano ha servido, por ejemplo, para legitimar la violencia del Estado, para condenar

cualquier discurso disidente, para ubicar el narcotráfico como causa única de la guerra o para

justificar la indiferencia social puesto que la sociedad no puede hacer nada ante la fatalidad.

Las autoras señalan cómo no es posible hacer memoria sin oír las distintas voces que a su vez

evidencian las aristas del acontecimiento. A la historia simplificada oponen un relato complejo,

polifónico, necesariamente incompleto y a veces contradictorio:

Reconstruir lo que pasó durante la toma del Palacio de Justicia y después de esta habría

sido imposible sin los testimonios de quienes vivieron la tragedia en carne propia. Cada

uno de ellos, como si hubiera sido elegido para formar parte de una obra teatral, interpretó

un papel determinante en el desarrollo de esta historia. Todos, desde distintas esquinas,

compartieron un escenario macabro, y desde entonces, sus vidas quedaron marcadas con

las huellas de la guerra y las heridas del silencio. (Echeverry et al., 2007) (Cursivas fuera

de texto).

Sobre la Toma del Palacio puede decirse lo que Chimamanda Ngozi Adichie dice sobre los lugares

o las personas cuando afirma:

Siempre he tenido la impresión de que es imposible conocer debidamente un lugar o a una

persona sin conocer todas las historias de ese lugar o esa persona. La consecuencia del

relato único es la siguiente: priva a las personas de su dignidad. Nos dificulta reconocer

nuestra común humanidad. Enfatiza en qué nos diferenciamos en lugar de en qué nos

parecemos. (Adichie et al., 2019)

Más adelante, Adichie enfatiza la importancia de rescatar las historias y darlas a conocer, que acaso

es la intención de Echeverry y Hansen al dar cuenta de todos estos testimonios:

Las historias importan. Muchas historias importan. Las historias se han utilizado para

desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar. Pueden

quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden restaurarla. (Adichie et al., 2019)

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El esfuerzo de Echeverry y Hansen es tanto más significativo cuanto «no toman partido alguno»

(Echeverry et al., 2007) y es posible, a través de los diferentes testimonios, dimensionar la

complejidad del acontecimiento y su resistencia a la simplificación. Holocausto en el silencio es

periodismo que hace memoria; denuncia tanto la ausencia de verdad como la indiferencia social

que ha ralentizado la búsqueda de esa verdad y rescata las voces que dan cuenta tanto de la

complejidad de la historia a través de revelar su humanidad.

El subtítulo del libro de Echeverry y Hansen es Veinte años en busca de la verdad. Evoca el

carácter elusivo de la verdad, entendida no solo como la reconstrucción de los hechos sino también

como la posibilidad de dar un sentido a lo sucedido. El silencio en el que ha permanecido el

holocausto del Palacio de Justicia acaso describe lo difícil que es acceder a la verdad ya sea porque

cae en el olvido o bien porque se oculta. La búsqueda de la verdad es, significativamente, una de

las tareas del periodismo así como la articulación de esa verdad en una trama, una memoria

narrativa que se convierte en una construcción social susceptible de ser comunicada. La estructura

de Holocausto en el silencio intenta, en efecto, construir una trama con una intención clara de

denuncia. Las tres partes del libro configuran una hoja de ruta en la que se narra el hecho y sus

consecuencias primero en el plano jurídico y luego en la vida de algunos de sus protagonistas. El

libro hace así un agujero en el silencio que está denunciando, dando cuenta del profundo contraste

entre la gravedad tanto del acontecimiento como sus consecuencias y la poca eficacia de la justicia

para encontrar la verdad.

Olvido no: la palabra fracturada

La primera parte del libro consta de un único capítulo llamado Años de paz y guerra, precedida

por una descripción de su contenido que es también una justificación de por qué se incluye en el

texto. Esta descripción abunda en comentarios no narrativos, toma distancia tanto de los

protagonistas de los acontecimientos que se narrarán a lo largo del capítulo como de la sociedad a

la que insta a exigir la verdad histórica de la Toma. A su vez declara la intención del texto:

La sociedad tiene un derecho inalienable a saber la verdad en función del conocimiento de

su historia, y como contrapartida a este derecho tiene el deber de recordar, de preservar la

memoria colectiva. Estas páginas pretenden ser un pequeño aporte a este deber que como

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sociedad tenemos porque no queremos ser cómplices de quienes con el silencio buscan que

el país olvide los crímenes que contra él se han cometido. (Echeverry et al., 2007)

Años de paz y guerra es un relato de la Toma del Palacio de Justicia y algunos de sus antecedentes

históricos. Las autoras construyen una crónica de los hechos a partir de diferentes testimonios y

fuentes documentales38 narrada en tercera persona y desde diferentes puntos de vista mostrando

los sucesos de la Toma tanto dentro como fuera del palacio. En este caso el narrador se sitúa desde

fuera y solamente sabe de los personajes involucrados lo que ha quedado en los testimonios y

documentos. Así se configura un narrador externo que además no está narrando su propia historia

pero que llama la atención sobre la necesidad de narrar los hechos para que lo sucedido no caiga

en el olvido. Se informa el hecho al tiempo que se señalan los vacíos en la trama.

Echeverry y Hansen describen en Años de paz y guerra una primera tragedia de la Justicia como

institución:

Las llamas del incendio que consumió el Palacio se llevaron también la historia jurídica del

país, las vidas de muchos civiles indefensos y a juristas de invaluables calidades humanas

e intelectuales. (Echeverry et al., 2007)

Tanto el contexto histórico como el relato de los hechos de la Toma narran episodios sucesivos en

los cuales la palabra es fracturada por la violencia antes de que pueda desplegar su autoridad. Estos

episodios se presentan en el relato como los determinantes que se acumulan y terminan

desencadenando la tragedia. Belisario Betancur enarboló la paz como bandera de campaña y

alcanzó a dar pasos concretos en esa dirección. Sin embargo sus acciones no fueron concertadas

con los militares:

Palabras más, palabras menos, las fuerzas armadas no estaban de acuerdo con la política de

paz del presidente y, por el contrario, pedían un cambio de ruta a sus decisiones con el

argumento de que el Ejército estaba en capacidad militar de derrotar a las guerrillas. El

38 Entre las fuentes documentales citadas están los libros La justicia en llamas de Germán Hernández, Historia de un entusiasmo de Laura Restrepo y The Palace of Justice. A Colombian Tragedy de Ana Carrigan; la denuncia presentada ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes en contra de Belisario Betancur y su ministro de defensa Miguel Vega Uribe presentada, entre otros, por el procurador Carlos Jiménez Gómez; el «Informe sobre el holocausto del Palacio de Justicia» de Jaime Serrano y Carlos Upegui y otras investigaciones judiciales. Otras fuentes son las entrevistas que las autoras hicieron a personajes como Enrique Parejo González (ministro de Justicia de Belisario Betancur en 1985) o a Héctor Darío Correa (sobreviviente de la Toma quien en 1985 trabajaba en la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia).

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general concluyó diciendo: «El país se acostumbrará a escuchar a sus militares».

(Echeverry et al., 2007)

«El general» es Fernando Landazábal quien fue ministro de Defensa de Betancur y renunció

después de que Betancur señalara «que cuando los militares entraban a deliberar lo hacían armados

y no iban tras el entendimiento sino tras la aniquilación» (Echeverry et al., 2007).

Para diciembre de 1984, ante los ataques del Ejército al grupo guerrillero ya se debatía sobre la

posibilidad de mantener la tregua o romperla. En abril de 1985

Álvaro Fayad dijo que ya no quedaba más que «irse a los tiros». Fue entonces cuando

empezó la escalada violenta del M – 19, que culminó meses más tarde con la Toma del

Palacio de Justicia. (Echeverry et al., 2007)

Y, más adelante, Fayad decidió juzgar «a Belisario Betancur ante la Corte Suprema de Justicia»

en una acción contradictoria si se entiende que un juicio es una puesta en acto de la palabra que

poco o nada puede hacer si está sometida a la amenaza de las armas. La operación se convierte en

un secuestro de la Justicia, «un acto incomprensible, desproporcionado e inaceptable». La reacción

de la Fuerza Pública se describe en el texto con los mismos adjetivos. En la historia colombiana

de la infamia está la frase que respondió Alfonso Plazas Vega cuando un periodista le preguntó

qué hacían con los tanques en el Palacio: «Defendiendo la democracia, maestro». La frase de

Plazas Vega leída junto con el hecho de que el gobierno sacrificó una institución entera para

preservar la institucionalidad, enuncia una contradicción profunda en la noción misma de

democracia que las autoras señalan. Según Estanislao Zuleta «Para que se pueda hablar de la

existencia de una democracia hay un mínimo de condiciones que se deben cumplir, pero sobre

todo las que se pueden abarcar en el concepto de los “derechos humanos”». (Zuleta, 2015) Si el

derecho humano fundamental es el derecho a la vida se evidencia entonces una profunda brecha

entre el discurso —lo que dice Plazas Vega— y la acción posterior: «Tan contradictoria como la

respuesta fue todo lo que ocurrió en adelante» (Echeverry et al., 2007)

Esta fractura de la palabra se puede describir como «preferencia revelada»:

las personas revelan gradualmente su verdadera motivación mediante sus acciones, aunque

quieran ocultarse a sí mismas la dolorosa verdad. Los cabecillas rebeldes pueden llegar a

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creerse casi siempre su propia propaganda, pero si sus palabras son desmentidas por sus

actos, entonces las palabras tienen muy poco poder de explicación. (Collier, 2001)

La frase de Collier sobre los cabecillas rebeldes puede aplicarse, en este caso, tanto a los

«cabecillas rebeldes» como a los miembros de la Fuerza Pública cuya «defensa de la democracia»

se tradujo en una masacre. El discurso no encuentra referentes en los cuales asirse y termina por

revelar su vacuidad. Es otra forma del fracaso de la palabra que se añade a la censura y al llamado

que nadie oye:

La voz de súplica de Reyes se volvió incómoda para el gobierno. El país se había detenido

a las 11 y 40 de esa mañana con las primeras balas y desde entonces no había retomado su

rutina. Ahora, a la media tarde, oía el ruego del presidente de la Corte Suprema de Justicia

que le pedía al presidente de la república que diera la orden de cese al fuego. La ministra

de Comunicaciones, Noemí Sanín, no tuvo inconveniente en solucionar el problema con

una abierta censura a la prensa. (Echeverry et al., 2007)

El relato de la Toma en Años de paz y guerra pasa una y otra vez por negativas rotundas de parte

del gobierno a dialogar y de los guerrilleros a entregarse, en nombre de principios que pretenden

defender a cualquier precio, convencidos de que están haciendo lo correcto. Entre tanto la

operación militar logra derrotar a la guerrilla, efectivamente, a un alto precio en una operación

sobre la cual los miembros del Consejo de Ministros tenían muy poca información. Un intento de

negociación mediado por Gabriel García Márquez fue sofocado por Jaime Castro39:

Castro se sentó y rápidamente leyó la petición40. La reacción tardó menos de un minuto.

«Nosotros no necesitamos hacer nada de esto —manifestó mientras le devolvía el papel al

periodista—, dígales que lo único que tienen que hacer es rendirse». Con esta sentencia se

ahogaban las últimas esperanzas de los guerrilleros y los rehenes. (Echeverry et al., 2007)

Castro se refiere a García Márquez —quien funge como mensajero entre el gobierno y la

guerrilla— como «un charlatán». El acto desesperado de enviar un emisario a los militares con los

39 Jaime Castro Castro es un abogado, escritor y político de Colombia. Militante del Partido Liberal, ha sido parlamentario, ministro y alcalde de Bogotá. Para el momento de la Toma, era el ministro de Gobierno. 40 «Lo único que querían [los miembros del M – 19] en ese momento era salir de la contienda con dignidad y un avión para llevar a sus militantes a Cuba o Nicaragua. Exigían también la presencia de una delegación para entregar a los rehenes». (Echeverry et al., 2007)

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nombres de los rehenes sobrevivientes recibió como respuesta un rocket enviado directo al lugar

donde permanecían:

Después del ataque, los retenidos le insistieron a Almarales en que los dejara salir. A esa

hora, el guerrillero se había convencido de que entrar al Palacio para hacerle un juicio al

presidente de la república había sido una locura. Muchos de sus compañeros se lo habían

advertido, pero todo el comando estaba decidido y entró ese 6 de noviembre dispuesto a

salir victorioso. (Echeverry et al., 2007)

El último mensaje enviado por Betancur a Almarales, diciendo que si la guerrilla aceptaba su

rendición el gobierno estaba dispuesto a cesar el fuego, también fue un fracaso. Cuando el

mensajero pudo entrar al Palacio ya «no había vivo ningún guerrillero a quien entregarle el

mensaje».

Constantemente se alude a estas palabras incapaces de salvar la vida de más de cien personas, que

evocan la reflexión crítica que hace Wisława Szymborska a una persona interesada en escribir

versos:

A lo largo de su vida la mayoría de los poetas no han utilizado tantas palabras majestuosas

como las que has apiñado en tres cortos poemas. “Patria”, “verdad”, “libertad”, “justicia”.

Ese tipo de palabras no deben tomarse a la ligera. Sangre de verdad las recorre y la tinta

no puede reemplazarla. (Szymborska et al., 2018)

En Holocausto en el silencio, a lo largo del relato de la Toma los acontecimientos están signados

por el fracaso de la palabra, que pierde su valor comunicativo. En varios casos se descalifica al

destinatario: se le ignora, se le miente o bien se falta a la promesa hecha en un intento ya sea por

silenciar al otro o ignorar que el otro es capaz de discurso. En la cadena de acontecimientos

relatados la relación causa – efecto está presidida por la palabra que no cumple su cometido y

cómo esto se convierte en detonante del desenlace fatal. Al final del capítulo se plantea un

interrogante decisivo:

Ese día, los sueños de la paz quedaron enterrados entre las cenizas del Palacio, y quedó la

pregunta de si Colombia era gobernada por su presidente o si, finalmente, la fuerza pública

había cumplido la sentencia lanzada meses atrás: «El país se acostumbrará a oír a sus

militares». (Echeverry et al., 2007) (Cursivas fuera de texto).

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Esta pregunta —que ha recibido intentos de respuestas en uno y otro sentido41— se sostiene. Para

Echeverry y Hansen es labor de la justicia reconstruir la verdad de lo sucedido.

El camino a la impunidad: un relato de denuncia.

Del relato de los hechos de la Toma que hace Holocausto en el silencio se deduce que hay, por lo

menos, dos verdades que van en carriles opuestos: la de los guerrilleros —acusados de financiar

la Toma con dinero del narcotráfico— y la verdad de las instituciones— una Fuerza Pública que

no hizo lo necesario para defender la vida de los magistrados y un Gobierno inoperante incapaz de

tomar las riendas de la situación—. En la primera parte aparecen los hechos ampliamente

verificados de la Toma así como sus antecedentes —mostrando como la Toma no fue un hecho

aislado, vale decir, una irrupción fatal frente a la cual no podía hacerse nada para evitarla— y se

describen también los múltiples vacíos en ese relato: ¿fue la Toma financiada por Pablo Escobar?

¿Qué sucedió con las personas que salieron con vida del Palacio de Justicia y que luego no

aparecieron más o aparecieron muertas? ¿Fueron torturados? ¿Pudo evitarse la Toma reforzando

el esquema de seguridad del Palacio? ¿Se permitió la Toma con el objetivo de capturar a los

guerrilleros adentro? ¿Cómo se explican las acciones de la Fuerza Pública que contribuyeron a

acabar con la vida de alrededor de cien personas? Estas preguntas siguen sin responder y la

ausencia de sus respuestas ha impedido dar a la memoria del acontecimiento su condición de

pasado. Tanto lo que se sabe del holocausto como lo que no, lo que ha permanecido en el silencio,

es el punto de partida para la reflexión del libro.

Echeverry y Hansen insisten en el deber de los jueces y la justicia por indagar sobre esas verdades.

La segunda parte, titulada significativamente El camino a la impunidad, muestra cómo tanto unos

como los otros se han negado a enfrentar su propia insuficiencia y tener el valor civil de reconocer

ante el país su cuota de responsabilidad. Comienza denunciando que:

41 Por ejemplo Jaime Castro publicó el libro Ni golpe de estado ni vacío de poder en 2009. El título del libro es elocuente y sostiene la tesis según la cual, a pesar de los errores estructurales e institucionales, la acción nunca se salió de las manos del gobierno presidido por Betancur. Señala que «todo se conoce, ya nada hay secreto y la prueba es que a pesar de las pesquisas de la justicia por más de 20 años, no ha aparecido la garganta profunda que revele hechos nuevos» pero, por ejemplo, no menciona los desaparecidos. El libro fue prologado por Belisario Betancur donde dice «que nunca ha pensado en escribir un libro al respecto y se siente interpretado por Castro». (Espectador, 2020) Dicho sea de paso, Betancur se desmiente aquí a sí mismo.

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En este caso, sin una razón lógica, los militares tomaron decisiones antes de que llegaran

los funcionarios competentes: ordenaron la incautación de armas, provisiones y material de

guerra, y la concentración de cadáveres en el primer piso, una vez despojados de sus

vestidos y de todas sus pertenencias. (Echeverry et al., 2007)

A lo largo de once capítulos se describen los procesos que se abrieron —hasta 2007, año de

publicación del libro— contra la nación; contra Belisario Betancur; Miguel Vega Uribe, ministro

de Defensa para el momento de la Toma, Jesús Armando Arias Cabrales, comandante de la XIII

Brigada del Ejército que dirigió la operación de contra – toma y era el superior inmediato de los

coroneles Edilberto Sánchez Rubiano, Luis Carlos Sadovnik y Alfonso Plazas Vega, acusados por

desaparición forzada y asesinato; Víctor Delgado Mallarino, director general de la Policía Nacional

y, finalmente, contra los integrantes del grupo guerrillero M – 19. El laberinto judicial descrito

evoca el adjetivo kafkiano en tanto absurdo y angustioso:

La condena del ser humano a la soledad de una existencia mortal, absurda, sin sentido y sin

salida, perdida en una infinitud de ínfimas cosas cotidianas, tras las cuales se esconde el

rostro vacío de la nada. (Kafka & Del Solar, 2000)

Olga Behar, en una reflexión sobre el papel del periodismo en la construcción de los procesos de

memoria, anota:

El proceso de construcción de verdad jurídica es verdaderamente quimérico. En un país

donde se cometieron millones de delitos, las víctimas se cuentan por varios millones

también y los victimarios son miles. La justicia no ha tenido más remedio que establecer

reglas del juego para investigar y procesar a los determinadores y para avanzar en casos

emblemáticos. Es lo que en términos técnicos se llama ‘selección y priorización’.

Acometerlos todos demandaría décadas de trabajo y de recursos económicos y humanos,

sabiendo de antemano que finalmente solo algunos se salvarán de quedar en la impunidad.

(Cardona et al., 2016)

La verdad jurídica es necesariamente fragmentada, está confinada a circunstancias específicas y

veces no incluye información relevante para el recuento histórico. En la publicación Justicia y paz:

¿verdad judicial o verdad histórica? del Centro Nacional de Memoria Histórica se afirma:

Como una ratificación de la contingencia profunda de resultados que es característica de

todo proceso judicial, lo que el observador denomina la construcción de una «verdad

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caleidoscópica» está en el corazón de lo que allí sucede. La asimetría entre el número de

víctimas que se presentan con la esperanza de esclarecer lo que sucedió con sus seres

queridos y la información aportada inicialmente por los victimarios, da lugar, en efecto, a

una suerte de diálogo indirecto entre las víctimas, los victimarios y los fiscales, en el cual,

como en un caleidoscopio, se trata de buscar que los fragmentos de verdad que cada uno

de ellos aporta, finalmente casen unos con otros y produzcan la verdad esperada por las

víctimas sobre el destino de algún ser querido. (Orozco Abad et al., 2012)

Sobre estos «fragmentos de verdad» Behar se refiere a la verdad jurídica como insumo

que historiadores y periodistas debemos utilizar para reunir las fracciones de verdad que

cada uno de los actores puede aportar e intentar construir la memoria que, vale decirlo,

nunca será completa y siempre podrá ser revisada y complementada. Y sabiendo que, tal y

como ocurre con la justicia, muchos de los eventos de este trágico período de nuestra

historia se perderán en la nebulosa del olvido. (Cardona et al., 2016)

Al tiempo que Holocausto en el silencio revela estos fragmentos de verdad pone de manifiesto su

insuficiencia para construir un relato consistente. Las circunstancias son particularmente difíciles

porque no es que la Justicia no actúe sino que sus acciones se revelan insuficientes para construir

una memoria o bien para llenar los vacíos de esa memoria agujereada. El texto denuncia esta

impunidad mostrando los intentos fallidos de la justicia por construir un relato consistente. Los

procesos jurídicos aquí reseñados (sean o no absolutorios) aportan muy pocas respuestas a las

preguntas sobre lo sucedido. Una rápida lectura de algunos de los títulos de los capítulos de la

segunda parte —Tribunal lisiado, Condena inoficiosa, El misterio del rastro perdido o La desidia

de la justicia— muestra cómo el método del silencio o bien la arbitrariedad legal han hecho más

profundas las brechas en el tejido de la memoria. El tribunal descrito como lisiado es el Tribunal

Especial creado por Belisario Betancur para investigar los hechos de la Toma, fuera del

ordenamiento jurídico y sin poder sancionatorio. Los magistrados designados no podían impartir

justicia y en cuanto a la verdad

Algunos protagonistas del proceso se mostraron desilusionados y dijeron que Upegui y

Serrano42 fueron «selectivos» a la hora de escoger el material publicado, pero aceptaron

42 Los magistrados Carlos Upegui Zapata y Jaime Serrano Rueda conformaban el Tribunal Especial de Instrucción designado por el gobierno de Belisario Betancur para investigar el caso.

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que el trabajo minucioso del Tribunal Especial abrió el camino hacia nuevos hallazgos.

(Echeverry et al., 2007)

El Informe sobre el holocausto del Palacio de Justicia de Upegui y Serrano no estableció

responsabilidades ni políticas, ni militares, ni mucho menos penales. Lejos de resolver las dudas

sobre lo sucedido, enumeraba las que quedaban en pie: por ejemplo las conductas irregulares de

miembros de la fuerza pública en relación con los desaparecidos o bien las razones por las que no

había vigilancia en el Palacio:

La mirada del Tribunal no llegó hasta el presidente y los militares a quienes la opinión

pública cuestionó desde un comienzo por las decisiones y la manera como manejaron la

operación de recuperación del Palacio. (Echeverry et al., 2007)

Reconocieron como únicos responsables a los integrantes del grupo guerrillero M – 19 aunque

dejaron claro que no había evidencia de que la Toma hubiese sido auspiciada por los

narcotraficantes. Más allá de eso el Tribunal es descrito como una solución de compromiso, sin

poder sancionatorio que reconoció algunas irregularidades pero simplemente «se limitó a sugerir

a las respectivas jurisdicciones, abrir investigaciones.» (Echeverry et al., 2007)

En Condena inoficiosa y La resurrección de un proceso se describen las acciones que se

adelantaron en contra del grupo M – 19 por su responsabilidad en la Toma. Se relata cómo el

primer proceso, abierto en 1989, fue olvidado en aras de proteger el proceso de paz entre el

gobierno y el grupo guerrillero. El proceso se reabrió en 1992 considerando que las acciones

terroristas no estaban cubiertas por el indulto. El caso no avanzó tampoco en la consecución de la

verdad ni estableció sanciones por responsabilidades: «El caso, finalmente, se cerró más por

presión política que por sustento jurídico». (Echeverry et al., 2007) La jueza que reabrió el proceso

fue acusada de prevaricato por tratar de obviar el indulto concedido a los subversivos. Así, en aras

de «preservar la paz» en Colombia se está dispuesto a renunciar a la verdad.

Al tiempo que cada fragmento describe cómo la justicia es insuficiente para descubrir la verdad,

surge la pregunta por lo que se trata de proteger con estos mecanismos de ocultamiento y cómo

terminan afectando el honor de las instituciones, la libertad de expresión y, en últimas, la

consolidación de la paz. La profunda contradicción presente en el hecho de que «El gobierno, en

nombre de las instituciones, sacrificó una institución entera por acabar con un puñado de

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guerrilleros» (Echeverry et al., 2007) parece hacerse presente una y otra vez con las circunstancias

que lesionan la posibilidad de encontrar la verdad, que se relata en estos procesos. En suma, el

criterio jurídico se revela insuficiente y las víctimas se encuentran huérfanas de un estado que no

da respuestas y enfrentadas a una sociedad que no hace suficientes preguntas. Elizabeth Jelin

afirma que:

Una de las características de las experiencias traumáticas es la masividad del impacto que

provocan, creando un hueco en la capacidad de «ser hablado» o contado. Se provoca un

agujero en la capacidad de representación psíquica. Faltan las palabras, faltan los recuerdos.

La memoria queda desarticulada y sólo aparecen huellas dolorosas, patologías y silencios.

(Jelin, 2002) (Cursivas fuera de texto).

Echeverry y Hansen reconocen que la justicia no ha cumplido su deber a la hora de articular una

historia consistente en torno a los hechos de la Toma. Se describe entonces una doble tragedia de

la justicia: primero es sometida a una masacre y luego se revela insuficiente para esclarecer los

hechos, de modo que a los efectos del acontecimiento traumático se agrega una «imposición del

olvido» que «hace que las formas de terminación de las guerras dejen sin resolución el contencioso

de la memoria». (Suárez Gómez, 2011):

El ciclo guerra – amnistía – olvido que domina la historia política colombiana, excluye los

mecanismos de la justicia transicional —verdad, justicia y reparación— no dejando espacio

para que las memorias colectivas de las víctimas —cuando logran articularse— salgan del

espacio íntimo, se discutan en el espacio público y se incorporen a la memoria nacional por

medio de “políticas de la memoria”. (Suárez Gómez, 2011)

Si el camino a la impunidad es otra forma de sostener el silencio, el texto denuncia estas sucesivas

actuaciones fallidas de la justicia. A lo largo de los relatos de los procesos se observa cómo se

diluye el papel preponderante que Echeverry y Hansen le reconocen a la justicia para esclarecer la

verdad y construir memoria.

Rostro y juicio de la historia: las voces de los protagonistas.

En La literatura testimonial de las guerras en Colombia, Jorge Eduardo Suárez Gómez menciona

los testimonios y la literatura testimonial como uno de los posibles «depósitos de memoria» en

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respuesta a la pregunta «¿dónde se pueden rastrear las identidades colectivas de víctimas y actores

de las guerras anteriores y actuales?». (Suárez Gómez, 2011). Recurrir al testimonio en busca de

esa verdad oculta es la apuesta de Echeverry y Hansen en la tercera parte de Holocausto en el

silencio titulada Rostro y juicio de la historia. Después de una breve introducción donde se señala

la importancia del testimonio: «Reconstruir lo que pasó durante la toma del Palacio de Justicia y

después de ésta habría sido imposible sin los testimonios de quienes vivieron la tragedia en carne

propia». La tercera parte consta de doce relatos escritos por protagonistas (directos o indirectos)

de los hechos. Entre las personas entrevistadas hay mandos militares, familiares de desaparecidos,

sobrevivientes de la Toma y militantes del M – 19. Vale decir que el juicio fallido de la justicia,

queda ahora en manos de la historia, de las múltiples historias narradas por los protagonistas que,

a su vez, dan un rostro humano a lo sucedido durante y después de la Toma.

Estos testimonios muestran como la memoria es, en efecto, un territorio en disputa. El texto mismo

funciona como un espacio metafórico que sirve como punto de encuentro para las múltiples

memorias —el caleidoscopio mencionado previamente—: en el texto se suceden las diferentes

declaraciones de los protagonistas ante el lector que se convierte así en jurado. Las contradicciones

presentes presionan la inteligibilidad sobre lo que entendemos por verdad y nos empuja al

ámbito donde nos preguntamos qué puede significar proseguir un diálogo en el que no es

posible suponer ningún terreno compartido, en el que nos encontramos, por decirlo de algún

modo, en las fronteras de lo que conocemos, pero de todas maneras necesitados de recibir

y ofrecer reconocimiento: a alguien que está allí para ser interpelado y cuya interpelación

debe admitirse. (Butler & Pons, 2009)

En Holocausto en el silencio la configuración de este espacio metafórico se convierte en acto de

resistencia contra el olvido al tiempo que reconoce que los esfuerzos por rescatar y comunicar la

memoria, incluso si tienen un propósito común, no se encaminan necesariamente en la misma

dirección y es necesario un esfuerzo de investigación para interpretar estos relatos como hilos de

una misma trama. El espacio metafórico adquiere un sentido político al permitir que la memoria

dialogue con una dimensión colectiva. María Eugenia Ludueña reconoce que «los allegados a las

víctimas insisten en la importancia de la dimensión colectiva cada vez que alientan a hacer

memoria para que eso que pasó no se repita nunca más» (Ludueña, 2015) y, por esa vía, permitir

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que el pasado pase y la memoria se vuelva histórica. Esta dimensión colectiva se manifiesta en las

múltiples voces que se pueden oír en la lectura de la tercera parte.

Al rescatar las voces de las víctimas también se construye un lugar en el discurso para ellas.

Ludueña cita a Patricia Nieto43 quien afirma: «Nombrar a esas víctimas es salvarlas de esa muerte

que es el olvido. Ya no pueden ser salvadas, pero pueden ser nombradas, deben ser nombradas».

Más adelante reivindica el papel del periodismo para dar reconocimiento público a hechos que no

se pueden olvidar:

Las víctimas buscan conocer la verdad: qué les pasó a sus seres queridos, cómo ocurrieron

los hechos, quiénes son responsables. Buscan también que haya justicia y que quienes

cometieron un delito sean juzgados y condenados a una pena. Que la Justicia diga: esto es

verdad, esto es lo que ocurrió. Poder contar estas historias desde el periodismo le da a la

memoria el poder del reconocimiento público, dignifica a las víctimas. (Ludueña, 2015)

En Rostro y juicio de la historia no se cede la palabra únicamente a las víctimas. Es elocuente el

hecho de que Holocausto en el silencio incluya también las memorias de otros protagonistas como

Víctor Delgado Mallarino y Jesús Armando Arias Cabrales o Gustavo Petro y Antonio Navarro

Wolff. La presentación de los testimonios en conjunto advierte sobre cómo la «ambigüedad y

tensión entre las comunidades de memoria y responsabilidad retrospectiva y una visión

universalista de la ciudadanía se hacen evidentes» (Jelin, 2002) (Cursivas fuera de texto). Esto

sugiere la pregunta sobre cómo se podrían articular las diferentes memorias pero, a un tiempo,

sugiere la respuesta:

No es a través de los intentos de imponer una visión del pasado o de intentar construir un

consenso (generalmente «mínimo») entre actores sociales, sino que, posiblemente, la

reflexión sobre el orden democrático requiere la legitimación de los espacios de disputas

por las memorias. El orden democrático implicaría, entonces, el reconocimiento del

conflicto y la pluralidad, más que buscar reconciliaciones, silencios o borraduras. Pero ese

reconocimiento del conflicto requiere también un anclaje fuerte en la ley y el derecho.

(Jelin, 2002) (Subrayado fuera de texto, cursivas en el texto).

43 Gloria Patricia Nieto Nieto es una profesora de comunicación social y periodismo de la Universidad de Antioquia en Medellín, periodista y cronista colombiana. Los temas centrales que influyen su obra de cronista se han nutrido de los talleres de escritura creativa con víctimas del conflicto armado colombiano que ha dictado desde el 2006.

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En efecto, Rostro y juicio de la historia funciona ante el lector como un espacio simbólico de

debate que, para consolidarse, requeriría estar «enmarcado por la centralidad de la ley y la justicia».

Al momento de la publicación del libro tal marco —como se detalla en la segunda parte del libro—

todavía era incipiente.

Antes se mencionó que el título del libro de Echeverry y Hansen enuncia la profunda contradicción

que existe entre la magnitud de la tragedia, calificada como holocausto y la abstención de hablar

que rodea el hecho mismo. El silencio puede entenderse como producto de la consternación y

también como un mecanismo de defensa: aislar el horror, cubriéndolo con una palabra límite —

holocausto— que funciona como etiqueta pero que no permite avanzar en la comprensión, que

resulta dolorosa. El silencio también puede ser indiferencia, la manifestación de una sociedad que

ya no se conmueve ante la pérdida: ante tantas muertes, desapariciones y la crueldad y degradación

de la guerra, el país no encuentra palabras para comprender lo sucedido ni un sistema social que

sirva de marco a esa comprensión o la promueva.

Holocausto en el silencio denuncia el contraste entre el silencio de los responsables y la

permanencia del hecho en la memoria del país, sostenida por la voz de las víctimas:

Veinte años después, las imágenes de esas 28 horas de sangre y fuego siguen instaladas en

la memoria del país, pero el silencio cómplice de quienes fueron responsables por acción o

por omisión ha buscado dejar en el olvido el episodio. Lo que sucedió durante esos dos días

de guerra lo han relatado de manera fragmentada las víctimas. (Echeverry et al., 2007)

También denuncia el silencio de la sociedad en tanto no ha exigido con suficiente vehemencia la

verdad histórica. Las «heridas que permanecen abiertas» sostienen la pérdida, impidiendo que sea

procesada y volviendo siempre sobre lo mismo: el horror del suceso que no encuentra responsables

y que sumerge a la sociedad, cuando no en la indiferencia, en la monotonía de la queja: en el mejor

de los casos hay una proliferación de acusaciones y reproches que no se traducen en acciones o la

expectativa de un castigo que el marco jurídico no provee. Es, nuevamente, el «pasado que no

pasa». Como antes se mencionó, Holocausto en el silencio pretende hacer un agujero en ese

silencio que parece concertado —los responsables se niegan a hablar y la sociedad se niega a exigir

que los responsables hablen— entre cuyas consecuencias jurídicas se cuentan:

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En el caso del Palacio de Justicia, con excepción del delito de desaparición forzada —que

penalmente aún no se ha investigado44—, los demás prescribieron en el tiempo o son cosa

juzgada, así que el camino para que se sancione de manera proporcional a la tragedia está

cerrado. (Echeverry et al., 2007)

También tiene consecuencias sobre el imaginario colectivo. Sin embargo pareciera que la sociedad

ha renunciado también a conocer la verdad o a obtener reparación por la violencia de la que fueron

víctimas no solamente los más de un centenar de muertos, desaparecidos y torturados sino también

la comunidad de sus familias y la nación entera:

La verdad ha sido calificada por los organismos internacionales de derechos humanos como

un derecho inalienable que no es exclusivo de las víctimas o sus familiares, sino que, por

el contrario, se extiende a toda la sociedad porque los pueblos merecen conocer su historia.

(Echeverry et al., 2007) (Cursivas fuera de texto).

El silencio de los responsables vulnera el derecho a la verdad y el silencio de la sociedad se

convierte en cómplice de esa vulneración. Echeverry y Hansen insisten en cómo este «silencio

consentido» —sean cuales sean las razones que lo expliquen— abre el camino hacia el olvido que

«prepara el terreno a la repetición». La experiencia de la violencia y la pérdida subsecuente son

desoladoras, provocan que el mundo se haga extraño y que falten las palabras para narrar tanto el

horror como sus consecuencias. Pero la pregunta —¿cómo narrar lo incomunicable?— no puede

eludirse so pena de permanecer en un ciclo en el que los abusos se repiten indefinidamente.

Al narrar los hechos y describir el camino a la impunidad, Holocausto en el silencio muestra al

lector la brecha que hay entre lo sucedido y la impunidad que ha rodeado al suceso. El silencio de

la sociedad también es manifestación de una cierta aquiescencia con la versión oficial, compatible

44 En 2014 la Corte IDH —un tribunal internacional— encontró que el Estado era responsable por: las desapariciones forzadas de siete empleados de la cafetería del Palacio de Justicia: Carlos Augusto Rodríguez Vera, Cristina del Pilar Guarín Cortés, David Suspes Celis, Bernardo Beltrán Hernández, Héctor Jaime Beltrán Fuentes, Gloria Stella Lizarazo Figueroa, Luz Mary Portela León; así como de dos visitantes del Palacio: Lucy Amparo Oviedo Bonilla y Gloria Anzola de Lanao, y de una guerrillera del M-19, Irma Franco Pineda. Así mismo, se le condenó por la desaparición forzada y la posterior ejecución extrajudicial del magistrado auxiliar Carlos Horacio Urán Rojas. De la misma manera, se le hace responsable de las detenciones arbitrarias e ilegales y torturas o tratos crueles y degradantes sufridos, respectivamente, por Yolanda Santodomingo Albericci, Eduardo Matson Ospino, Orlando Quijano y José Vicente Rubiano Galvis, quienes fueron considerados sospechosos de colaborar con el M-19.El tribunal también determinó la responsabilidad del Estado en cuanto a la falta de esclarecimiento judicial de los hechos y la violación del derecho a la integridad personal de los familiares de las víctimas, y el incumplimiento de su deber de prevención frente al riesgo en que se encontraban los ocupantes del Palacio de Justicia y que era conocido por el Estado. (Semana, 2014)

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con el conformismo de dejar que sean otros los que escriban la historia. En ambos casos se percibe

también la indiferencia, el no querer saber o bien rendirse ante la aparente insuficiencia del

lenguaje de dar cuenta de la afectación que causó la Toma. Al respecto anota Myriam Jimeno:

Ahora bien, por supuesto no se trata de sostener una visión del lenguaje como transparente

para el mundo ni de creer que las narrativas verbales agotan la expresión emocional o

borran las huellas de dolor. Pero es necesario tomar distancia de la idea de la supuesta

incapacidad del lenguaje para dar cuenta del dolor. Pese al sentimiento y la idea de la

inadecuación del lenguaje en relación con la emoción, en el acto de rememorar y relatar a

otros la persona comienza a encontrar caminos para reconstruir el sentido subjetivo de la

vida. (Jimeno, 2019)

Echeverry y Hansen destacan que después del hecho atroz que representó la Toma, el desorden

social y emocional que trajo como consecuencia —incluso en el orden simbólico al resquebrajar,

por ejemplo, la confianza en las fuerzas del orden o en la idea misma de justicia— se precisan

acciones dirigidas a reconstruir y volver a habitar el mundo fracturado:

La reparación implica, además de la indemnización monetaria que deben recibir las

víctimas por los daños morales y materiales, el establecimiento de la verdad histórica como

un mecanismo para garantizar que la violación de los derechos no se va a repetir.

(Echeverry et al., 2007)

Rostro y juicio de la historia pone en evidencia la humanidad de quienes estuvieron involucrados:

Uno por uno, los relatos presentados hacen un aporte contextual invaluable de la tragedia

ocurrida durante esos dos días de fuego y muerte, y contribuyen a reconstruir los siguientes

20 años de procesos y decisiones judiciales. Para algunos, la tragedia aún no termina.

(Echeverry et al., 2007)

Al ceder la palabra a los protagonistas se enfatiza la condición subjetiva de la memoria: quien

produce la memoria es un sujeto, un ser humano situado en un marco específico cuyos recuerdos

responden a marcas simbólicas y materiales. La diversidad de los testimonios da fe de cómo la

memoria es un territorio en disputa de modo que la construcción de un sentido del pasado no es

inmediata y mucho menos lineal. El lector no se enfrenta simplemente a las piezas de un

rompecabezas que encajan perfectamente, sino a tramas múltiples que es preciso confrontar y que,

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en últimas, interpela a las instituciones para que haya una mediación política: vale decir, un

ejercicio de atención activa a lo que dicen los testimonios: «es claro que en el plano político no es

fácil llegar a consensos sobre cómo y qué relatar, ni sobre las implicaciones para la comunidad y

la nación». (Jimeno, 2019)

Holocausto en el silencio es una reflexión sobre la memoria que relata el hecho a recordar con

rigor documental, denuncia la inoperancia de la justicia y finalmente pone en primer plano la voz

de los protagonistas ante un lector que, metafóricamente, representa a la sociedad que se entera

tanto del hecho como sus consecuencias. Se interpela así al lector sobre esta experiencia de

violencia, mostrando sus alcances y sus modos de perpetuarse tanto en el ámbito jurídico como en

la vida de los protagonistas. Se insiste en el silencio, la dificultad para comunicar, que muestra la

tensión que se instala en la sociedad después del hecho violento. También el texto muestra cómo

el silencio es una manifestación de las contradicciones sociales que el acontecimiento provoca. El

fracaso de la justicia —estrechamente relacionado con el silencio— es, implícitamente, una

pregunta sobre ¿cómo hablar de la experiencia de la violencia? La respuesta de Echeverry y

Hansen es ceder la palabra a los protagonistas. Los testimonios sobre experiencias de violencia

«son tanto claves de sentido como medios de creación de un campo intersubjetivo en el que se

comparte, al menos parcialmente, el sufrimiento y se puede anclar la reconstitución de la

ciudadanía» (Jimeno, 2019).

En Holocausto en el silencio aparecen testimonios de protagonistas que no son considerados

víctimas pero que también hacen parte de la comunidad que fue fracturada por el hecho violento.

Al aparecer en un mismo espacio permite pensar en la posibilidad de crear acciones sociales que

permitan reconstruir el tejido desgarrado por el hecho violento.

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CONCLUSIONES

La inquietud que dio origen a este trabajo tiene que ver con la forma como se ha narrado la guerra

en Colombia. En principio se estableció una analogía entre la sociedad colombiana y el sujeto, en

el sentido psicoanalítico. Así la violencia se identifica como sintomática en tanto encierra un saber

sobre la sociedad colombiana que es susceptible de ser interpretado; se repite al estar ligada a un

conflicto inconsciente que no se resuelve y es una manera de expresar que no se ha encontrado con

un discurso adecuado. El hecho violento, que insiste de tantas y tan múltiples maneras, se

corresponde con una palabra impedida que espera ser «declarada» e interpretada (De Castro Korgi,

2019). En esta analogía las ideas erradas que una parte de la sociedad sostiene o propaga acerca

de los hechos violentos —o bien la decisión de simplemente no pensar en el tema— corresponden

al mecanismo de defensa psíquico conocido como represión que se manifiesta también en el

discurso oficial, destinado a dar cuenta de los hechos ignorando la complejidad de la acción

violenta.

De entre las múltiples expresiones que el fenómeno de la violencia ha tenido en Colombia se eligió

la Toma del Palacio de Justicia por el profundo efecto simbólico que tuvo sobre la sociedad

colombiana al evidenciar la profunda crisis moral e institucional cuyas consecuencias aún aquejan

al país: el envilecimiento de la lucha armada, el poder desbordado de las fuerzas militares o la falta

de legitimidad del Estado, entre otras. La analogía antes planteada se convierte en una invitación

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para analizar algunas producciones discursivas que muestran cómo la palabra da cuenta del

acontecimiento —vale decir cómo se hace lenguaje la Toma— y se inscribe así en el orden

simbólico y cultural. No se pretende llevar esta analogía hasta las últimas consecuencias sino

sugerir cómo estas producciones discursivas permiten pensar el acontecimiento de modo que sea

posible entender el hecho violento, su origen y manifestaciones y acaso, por esa vía, contener sus

efectos: hacer que el pasado pase.

Las obras escogidas permiten hacer un recorrido entre géneros atendiendo al grado de elaboración

ficcional pero también a diferentes niveles de perspectiva y tiempos de narración. Mañana no te

presentes presenta una mayor elaboración literaria al configurar un personaje ficticio que narra su

propia historia; Noches de humo es un relato en tercera persona que parte de diferentes testimonios

para construir un relato basado en la investigación documental. Finalmente Holocausto en el

silencio articula el testimonio y la crónica periodística para dar cuenta tanto del hecho como sus

consecuencias hasta la fecha de su publicación. Al ser narrados desde diferentes puntos de vista y

desde diferentes distancias temporales, cada texto aporta nuevos argumentos para la reflexión y la

discusión. Los textos se ofrecen al lector para dar cuenta del acontecimiento y contribuir tanto a la

construcción de una memoria colectiva como de un sentido del mismo ya que, como anota Hannah

Arendt «El significado de un acto sólo se revela cuando la acción en sí ha concluido y se ha

convertido en una historia susceptible de narración» (Arendt & Cruz, 2005).

En los tres textos el testimonio ocupa un lugar privilegiado, si bien en Mañana no te presentes se

trata de un testimonio ficcional. El sujeto que testimonia, al narrar lo sucedido, adquiere un estatus

político al tiempo que afirma su condición humana. En el recorrido propuesto a lo largo del trabajo

de grado, las narraciones de la violencia se multiplican: si Mañana no te presentes solamente da

cuenta de una voz, en Noches de humo aparecen cuatro voces mientras que Holocausto en el

silencio recoge doce declaraciones mostrando que a la hora de interpretar las narraciones estas no

tienen por qué ser coherentes entre sí y que no hay una única historia para contar. Quien escucha

estas narraciones se enfrenta entonces a la pluralidad del fenómeno violento, reconociendo que sus

múltiples dimensiones son insumos necesarios para pensar críticamente el acontecimiento.

Este acto de emitir supone una esfera pública democrática —en tanto abierta a la pluralidad—

capaz de crear condiciones políticas, sociales y jurídicas para que el testimonio se interprete. En

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términos de la analogía mencionada previamente, un Otro que sea capaz de oír con atención los

testimonios para tejer una trama múltiple que permita elaborar el trauma y, por esa vía, restaurar

el orden que la violencia ha fracturado. Entre los múltiples retos que esta percepción atenta plantea

se destaca la renuncia a una historia oficial, compatible con el conformismo de la historia única y

cómplice del silenciamiento, cuyas consecuencias más graves son la impunidad, la ausencia de

memoria histórica y la repetición de un pasado que no pasa en tanto no se comprende porque se

niega su complejidad. Si la historia oficial marca distancia con el conflicto —se narra la guerra

como algo que ocurre siempre en otro tiempo o en otra parte— los textos aquí abordados asumen

la penosa y difícil tarea de describir el conflicto. A un discurso depurado que relata una guerra

ajena en la que difícilmente la sociedad puede reconocer alguna responsabilidad se oponen relatos

que —como dice Beatriz Sarlo interpretando a Susan Sontag— contribuyen a la memoria para

entender lo que sucedió.

En los tres textos se cuenta la Toma para hacer patentes sus horrores no solamente para conmover

sino para reflexionar sobre lo que la guerra nos hace como individuos y como sociedad. Se insiste

en que, lejos de ser una manifestación aislada e incomprensible de la violencia, el evento se

inscribe en una trama histórica que tiene antecedentes y consecuencias. Se proponen maneras de

reconocer el problema y ponerlo en perspectiva, incluyendo la dimensión humana inherente al

conflicto. Se cuestiona la dicotomía de buenos y malos —tan frecuente en la historia oficial— para

propiciar una interpretación novedosa del acontecimiento.

A lo largo del recorrido propuesto por los tres textos abordados se describe cómo el impacto de la

Toma del Palacio de Justicia se amplía desde un individuo —la protagonista de Mañana no te

presentes— a toda una sociedad a la que, de hecho, se interpela en Holocausto en el silencio. Este

recorrido evidencia cómo los padecimientos que causa el conflicto colombiano —del cual la Toma

es una manifestación singular— no atañen únicamente al Estado y a los combatientes. Como tantos

otros acontecimientos de la guerra en Colombia no involucra exclusivamente combatientes sino,

sobre todo, a la población civil.

Tanto Mañana no te presentes como Noches de humo giran en torno a figuras estigmatizadas:

Yolanda y Claudia son militantes del grupo guerrillero que desencadena la tragedia. Los textos les

dan la palabra y así la figura marginal pasa al centro, dan cuenta de sí mismos lo cual supone un

segundo nacimiento en el universo simbólico. No solamente reconocemos que son seres humanos

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sino también que, justamente por ello, son sujetos de derecho que deben ser protegidos por la

justicia del Estado, aun cuando se hayan revelado contra él. Esta toma de conciencia es

fundamental en los relatos y muestra sus múltiples dimensiones en Holocausto en el silencio donde

se reconoce cómo esa justicia se ha revelado insuficiente para contener y comprender los hechos

de la Toma.

Este reconocimiento de las figuras marginales como sujetos de discurso plantea también cómo los

textos rescatan la palabra fracturada. Ante la famosa frase «La primera víctima cuando llega la

guerra es la verdad», atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson, habría qué preguntarse

si la primera víctima de la guerra no es la palabra del otro o bien la capacidad de oír al otro. Este

desprecio por lo que el otro tenga que decir es una de las vías de la deshumanización del

contendiente lo cual facilita su eliminación. El complejo fenómeno de la guerra, saturado de

desaciertos y atrocidades —si hay algo en común los bandos enfrentados es el desprecio por la

vida, incluso la de sus propios combatientes— aparece como desastre, a primera vista

incomprensible. Una vez ha ocurrido acaso sea posible contener sus efectos yendo al rescate de la

palabra ignorada, fracturada o manoseada para restituir su dignidad en un intento por comprender

lo sucedido.

Si se admite que la primera víctima de la guerra es la verdad puede ser porque los discursos

oficiales sobre la guerra difícilmente dan cuenta de lo que la guerra es. En efecto, conceptualizar

el conflicto armado excede la mera narración del acontecimiento mismo. En el caso de la Toma

del Palacio de Justicia, un estudio más profundo de su naturaleza incluye intereses políticos,

económicos, la insuficiencia del estado o la polarización ideológica, pero no se agotan ahí como

hemos visto. Hay un núcleo de la guerra que parece resistirse a toda racionalización y frente al

cual se estrellan los argumentos que quieren explicarla mediante la propaganda, las justificaciones

ideológicas o las antiguas tradiciones —como las nociones amañadas de patria o democracia—.

Sin embargo eso no quiere decir que la palabra no pueda abordar la guerra, que las creaciones

literarias y culturales no puedan ensayar explicaciones que señalen la oscura raíz del fenómeno

bélico.

Parafraseando a Eduardo Galeano la verdad está en el horizonte. «Camino dos pasos, ella se aleja

dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá». ¿Entonces para que sirve la verdad? Para

eso, sirve para caminar. Estos textos interpelan a una sociedad que considera que es más fácil

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96

convencerse de que se está en posesión de la verdad que continuar en su búsqueda. Si con

frecuencia es suficiente conformarse con saber la mitad de la historia y dejar que un manto de

silencio cubra lo demás, las obras analizadas se empeñan en revelar una faceta adicional, un nuevo

hilo a la trama de discusión.

Este conformismo se manifiesta también en estos discursos que describen toda circunstancia en

blanco y negro. Si los puntos más delicados se ubican justamente en las zonas grises que son

inherentes a la vida misma, se quiere destacar cómo estos textos vuelven la mirada sobre esas

zonas. Acaso una función de la cultura sea precisamente iluminar esas zonas en gris que con tanta

frecuencia se pasan por alto y así, descubrir que la guerra no es una aventura, sino una tragedia.

Que el verdadero enemigo, al que hay que oponerse radicalmente y combatir, es la guerra.

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ANEXO: Protocolo de sustentación45

TENGO MIEDO

“Todo desaparece ante el miedo. El miedo, Cesonia;

ese bello sentimiento, sin aleación, puro y desinteresado;

uno de los pocos que saca su nobleza del vientre”.

Albert Camus (“Calígula”)

Miradme: en mí habita el miedo.

Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que ama: el miedo.

El miedo al amanecer porque inevitable el sol saldrá y he de verlo,

cuando atardece porque puede no salir mañana.

Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que se derrumba,

Ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo.

Procuro dormir con la luz encendida

y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones.

Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel

para que de nuevo se adueñe de mí el espanto.

Nada me calma ni sosiega:

ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor,

ni el espejo donde veo ya mi rostro muerto.

Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.

María Mercedes Carranza (1983)

He querido comenzar esta presentación con una reflexión en torno al miedo. Me llama la atención

el efecto devastador, la belleza y la nobleza que Camus le atribuye al miedo. La palabra peur, en

francés en el texto original, proviene del latín pavor que remite al temor que se siente como

consecuencia de un golpe anímico (pavor se vincula a la raíz indoeuropea peu cuyo significado es

cortar o golpear). El mismo Camus describió el siglo XX como el siglo del miedo al que se refiere

ya no como un sentimiento sino como una técnica: «Entre el miedo muy general a una guerra que

45 Este documento constituyó la presentación que hizo el autor del trabajo de grado ante los jurados el día 25 de junio de 2021. Se incluye por solicitud de los jurados y la directora del trabajo de grado.

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todo el mundo prepara y el miedo particular a las ideologías homicidas, es muy cierto que vivimos

en el terror» (Camus, 1948). Salir del terror supone enfrentar ese miedo que, en últimas, se

corresponde con un mundo que legitima el homicidio y en el que la vida humana es considerada

una futilidad.

Si bien la denuncia de Camus se produce en un contexto geográfico e histórico específico —la

Europa que sobrevive a la Segunda Guerra Mundial— resulta vigente en la Colombia del siglo

XXI. Las múltiples violencias que hemos vivido y sus devastadores efectos nos han llevado a un

punto de no retorno que en modo alguno es una conclusión puesto que la sensación de caída

persiste. La perplejidad, el hastío, el desencanto y el miedo se anudan en una trama signada por el

dolor que parece estar más allá de toda comprensión. Por el dolor, que no por el duelo, puesto que

este se ve pospuesto indefinidamente por otro dolor que se añade y que impide el reconocimiento

de las pérdidas sucesivas. El entramado de las relaciones sociales se ve desgarrado por los hechos

atroces y también desgastado por sostener un dolor al que es imposible acostumbrarse. El trabajo

de duelo es imposible porque la violencia se hace siempre presente, ya sea mediante la reiteración

de los crímenes o bien mediante atrocidades como la desaparición forzada, cuya naturaleza misma

impide reconocer la pérdida.

Es sobre este escenario, presidido por una violencia tan cruel como inútil, que he intentado arrojar

alguna luz. La persistencia de la violencia sugiere una analogía con la «compulsión de repetición»,

el concepto del que Sigmund Freud se valió para intentar comprender el impulso humano de repetir

situaciones desagradables o dolorosas. Pensar la violencia como síntoma —en sentido

psicoanalítico— permite enlazar el acto violento con una manifestación fallida y sugiere la

posibilidad de expresar de otra manera lo que se resuelve en el hecho atroz: en alguna parte se

atribuye a Freud la idea de que el primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una

piedra fue el fundador de la civilización. Por otro lado, el lazo entre violencia y discurso también

se puede explorar en otras direcciones, lo que me ha llevado a la pregunta ¿cómo se nos ha narrado

la guerra? Como lo expresa María Helena Rueda ¿de qué manera la violencia se transforma en un

fenómeno manejable por la sociedad desde la palabra? (Rueda, 2001).

Una pregunta tan compleja requirió una primera acotación de tipo histórico. Elegí un episodio

señero entre tantos actos de violencia: el Holocausto del Palacio de Justicia ocurrido el 6 de

noviembre de 1985. La tragedia tuvo un profundo efecto simbólico sobre la idea misma de Justicia:

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«El gobierno, en nombre de las instituciones, sacrificó una institución entera para acabar con un

puñado de guerrilleros» (Echeverry & Hanssen, 2007). Esta contradicción sigue manifestándose

de múltiples maneras en lo que sigue llamando, no sin cierto cinismo, «la democracia más antigua

del continente»: se está dispuesto a lo que sea para defender la institucionalidad, incluso al

sacrificio de las instituciones. Es el mundo que describe Camus, dominado por el miedo, «un

mundo en el que se legitima el homicidio y en el que la vida humana se considera una futilidad»

(Camus, 1948).

Una segunda acotación fue la que supuso la elección del corpus a estudiar. Incluso de un episodio

tan específico hay una extensa producción escrita que incluye los informes de la Comisión de la

Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia; trabajos de grado y artículos académicos;

reportajes periodísticos; testimonios textuales de mandos militares (o de quienes los apoyan), de

representantes e instituciones del sector oficial; pronunciamientos del M – 19 o de personas que

fueron militantes de esa guerrilla y obras literarias. La selección de las tres obras sugiere un tránsito

que comienza con el relato ficcional Mañana no te presentes de Marta Orrantia —que por sus

características estéticas puede resultar más atractivo para el lector— continúa la novela –

testimonio Noches de humo de Olga Behar —que usa mecanismos propios de la ficción para narrar

una versión de los hechos sucedidos— y finaliza con el reportaje Holocausto en el silencio: Veinte

años en busca de la verdad de Adriana Echeverry y Ana María Hanssen —que reflexiona sobre

los hechos históricos y denuncia el silencio que prolifera en torno a la verdad del acontecimiento—

.

El corpus elegido también propone un tránsito entre niveles narrativos y perspectivas de narración.

En términos cinematográficos se diría que se hace un trávelin de profundidad de alejamiento: “la

cámara” se aleja de un sujeto encuadrado desde muy cerca en Mañana no te presentes a un plano

conjunto en Noches de Humo y un plano general en Holocausto en el silencio. De una experiencia

individual y ficcional se pasa a una experiencia colectiva y no ficcional. Según el historiador John

Lukacs, Thomas Macaulay escribió que «La historia empieza en la novela y acaba en el ensayo»

(Lukacs, 2011). La frase sugiere una vía para hacer que el pasado pase, construyendo un sentido

al moverse desde la experiencia subjetiva que ofrece la ficción a una reflexión sobre el impacto de

los hechos objetivos sobre la sociedad.

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Hay otros vasos comunicantes entre los textos, además de girar en torno al Holocausto del Palacio

de Justicia. Los tres fueron escritos por periodistas y en todos el testimonio desempeña un papel

fundamental. En términos generales el testimonio es un discurso que da cuenta de un hecho a través

de los testigos de los acontecimientos. Mañana no te presentes imita la forma del testimonio;

Noches de humo es una novela – testimonio mientras que el reportaje Holocausto en el silencio en

la última parte cede la palabra a algunos protagonistas de la tragedia. El testimonio es una

experiencia singular que supone un compromiso entre el testigo y quien lo oye. El que rinde

testimonio se compromete tanto a manifestar su verdad cuanto quien lo oye se compromete a

creerla. Si bien el testimonio es un insumo esencial para la narración histórica, este se relaciona

menos con la reconstrucción del hecho histórico que con la posibilidad de que quien testimonia

pueda restituir el lazo con el mundo, que se ha roto luego de la experiencia traumática. Según Nora

Strejilevich:

Hay siempre una confrontación entre ver, decir y escribir, y la creación juega siempre con

estos contrastes. La forma de contar en este caso suele parecerse a la tarea de juntar

fragmentos, ruinas que pueden, en su superposición y organización, producir algún sentido.

Tal vez los sobrevivientes estamos destinados a dar testimonio para mantener viva la

dignidad de la verdad –no, insisto, la verdad de los hechos, sino la verdad de lo que le ha

pasado y le sigue pasando a la humanidad, que se acerca peligrosamente a un punto de no

retorno. (Strejilevich, 2006).

El testigo ha experimentado el mundo regido por el miedo e intenta dar cuenta de este a través de

narraciones que Sandra Lorenzano ha llamado «poéticas de las ruinas o los escombros»

(Lorenzano, 2001) y que, siguiendo a Derrida, podríamos llamar poéticas de las cenizas.

Mientras los testimonios tienen una esencia orgánica que invita a una atención activa, el relato

oficial se afana en imponer una única versión de los hechos. Al contrario de las narraciones

testimoniales las versiones oficiales son acabadas, contundentes y completas. Donde la versión

alternativa del testimonio señala una fractura o un vacío, la “historia oficial” tiende a cubrir o negar

los agujeros de la trama para defender la supuesta institucionalidad. Esta práctica permanece. Hoy

en día se usa el argumento de los “casos aislados” o las “manzanas podridas” para excusar los

claros indicios de una institucionalidad hace tiempo perdida. En el caso específico del Holocausto

del Palacio de Justicia, se puede citar los libros del coronel retirado Luis Alfonso Plazas Vega —

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quien dirigió parte de la operación militar de retoma del Palacio y se hizo conocido por la frase:

“Mantener la democracia, maestro”— o bien el texto de Jaime Castro Castro Palacio de Justicia,

ni golpe de estado ni vacío de poder, prologado y elogiado por el expresidente Belisario Betancur,

quien murió faltando a su promesa de escribir un libro relatando la “verdad” de lo sucedido. De

hecho, Betancur afirmó en el prólogo al texto de Castro —ministro de gobierno para el momento

de la Toma— que de escribir un relato sobre el Holocausto probablemente contaría lo mismo. En

estos textos se insiste en el “cumplimiento del deber” como premisa que justifica todas las acciones

emprendidas durante la Toma e invariablemente se descarga toda la responsabilidad sobre el M –

19.

Quiero insistir sobre la univocidad de la versión oficial en contraposición con la multiplicidad del

testimonio y cómo este escenario múltiple favorece mucho más la comprensión de nuestra historia.

La versión oficial ofrece una certidumbre mientras que el testimonio propicia el cuestionamiento.

He mencionado que para el testimonio es fundamental el compromiso de creer en el testigo y aquí

es pertinente la pregunta que hace Derrida ¿qué hacemos cuando creemos? Creer es una manera

de relacionarse con el otro y una manera diferente de relacionarse con lo que el otro sabe. El pacto

testimonial entre el testigo y el lector apela a la sensibilidad de este y a su capacidad creadora, su

capacidad de relacionarse con lo que no sabe y hace posible compartir un sentido. Este acto de

comunicación interpela la libertad del lector y, por ende, su responsabilidad.

Otra forma del miedo es la imposición de la versión oficial, que coarta la libertad del lector:

El imperio de la historia única, en cambio, parece no dejar nada fuera. No ser reconocidos

por ella o no aceptar su reconocimiento nos condena a no existir. A no pertenecer. A no

ser. Todas las exclusiones, las opresiones, los desprecios y los expolios se derivan de esta

expulsión de la historia única. Pero también las herejías y las disidencias, la crítica y la

creación de mundos insumisos. Los «sin historia» son tanto los que son expulsados por ella

como los que se resisten a la univocidad de su captura (…) ¿Cómo soportar la nada? ¿Cómo

resistir no siendo? (Garcés, 2018).

Los textos elegidos en este trabajo de grado no se resignan al «imperio de la historia única». La

verdad no es su punto de partida, sino que esta se halla en el horizonte. Los tres textos son

incompletos en tanto ninguno de ellos se declara portador de la verdad. Al contrario insisten en la

cantidad de preguntas que siguen vigentes y la necesidad de reflexionar en ellas. Lejos de la certeza

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se hace transparente en ellos la incertidumbre. Declaran una verdad y no la verdad. La lectura que

propongo de estos textos quiere poner de manifiesto la naturaleza múltiple de la memoria y la

necesidad de reflexionar sobre ella, vale decir, no basta con el precepto bien intencionado de «no

olvidar»:

Quizá se le atribuye demasiado valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión. Recordar

es una acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo. La memoria es, dolorosamente,

la única relación que podemos sostener con los muertos. (Sontag, 2003)

La posibilidad de reflexionar, incluso en un mundo dominado por el miedo, nos permite reconocer

nuestra impotencia, lo cual es otra forma de acentuar nuestra humanidad. De entre los modos de

hacer esta reflexión sobre la memoria en este trabajo se propone lo que Paul Ricoeur llama

«inteligencia narrativa»:

Es función de la poesía, bajo su forma narrativa y dramática, la de proponer a la

imaginación y a la meditación situaciones que constituyen experimentos mentales a través

de los cuales aprendemos a unir los aspectos éticos de la conducta humana con la felicidad

y la infelicidad, la fortuna y el infortunio. Aprendemos por medio de la poesía como los

cambios de fortuna son consecuencia de tal o cual conducta, tal y como es construida por

la trama en el relato. Es gracias a la familiaridad que tenemos contraída con los tipos de

trama recibidos de nuestra cultura, como aprendemos a vincular las virtudes, o mejor dicho

las excelencias, con la felicidad y la infelicidad. (Ricoeur, 2006)

Si, siguiendo a Ricoeur, el sentido del relato surge en «la intersección del mundo del texto con el

mundo del lector» entonces una posible respuesta a la pregunta de Derrida es que cuando creemos

creamos y es allí donde descansa la capacidad del relato de transformar la experiencia del lector.

A lo largo de la lectura propuesta en el trabajo de grado he enfatizado en cómo los textos ponen

de manifiesto la humanidad de los protagonistas. Creo que esto es fundamental para volver la

mirada sobre el hecho de que nuestra Historia no se puede seguir construyendo sobre el sacrificio

involuntario de tantas personas que pasan a engrosar un recuento estadístico, haciendo que con

frecuencia olvidemos que lo que muere es un cuerpo que ama habitado por el miedo, en palabras

de María Mercedes Carranza.

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La tragedia del Palacio de Justicia estuvo marcada por la falla de la palabra, dominada por la

violencia. A su vez, como lo referencia el título del reportaje Holocausto en el silencio, la tragedia

nos ha dejado sin palabras. No es un esfuerzo menor tratar de romper el silencio al que se ha

sometido el Holocausto mediante relatos —palabras que no son inútiles— que, de alguna manera,

restituyan a las víctimas su identidad arrebatada. Contar estas historias es una tentativa de inscribir

el horror innombrable sin lo cual no es posible construir memoria. Volviendo a Freud, es mediante

la reflexión sobre las memorias —y no la clausura de estas— lo que le permite al sujeto cambiar

la forma como se relaciona con la experiencia de horror. Acaso así sea posible lograr que el pasado

pase, sanar las heridas y dar vuelta a la página para recordar sin odio.

Muchas gracias.

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