alberdi ensayo

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POETICAS DEL ENSAYO HISPANOAMERICANO. DOS ETAPAS ROMÁNTICAS: DE ALBERDI A MOLTALVO Dr. Claudio Maíz Conicet- Universidad Nacional de Cuyo 1. Distinciones e invariantes del género Para abordar el discurso ensayístico hispanoamericano son necesarias algunas consideraciones que contribuyan a dilucidar la especificidad que el género adquiere. Para ello es conveniente recordar la observación bajtiniana sobre la “historia” de un género, en el sentido de que para una correcta comprensión del género es necesario remontarnos a sus orígenes.” (Bajtín, 1986: 151) La primera advertencia que debemos hacer consiste en destacar que la literatura se articula, en Hispanoamérica, según leyes y procedimientos propios. 1 Sin embargo, la pregunta por el 1 Para Robert G. Mead, Jr. es preciso establecer ciertos reparos a las preceptivas difundidas durante el siglo XVIII y XIX, que codificaron fuertemente los géneros. Dice Mead, “con el transcurso del tiempo han nacido nuevas naciones y nuevas literaturas cuyas obras no han correspondido siempre al marco teórico previamente establecido. Consta que la literatura, como la vida humana de la que es una manifestación, comparte la historicidad de todo proceso vital, que es proteica y que no pueden contenerla por mucho tiempo los ‘géneros’ derivados del pasado, herencia inflexible y anticuada.” Mead (Jr.), Robert G., “Montalvo, Hostos y el ensayo hispanoamericano”., en: Hispania, vol. XXXIX, n. 1, mar. 1956, p.56. Grossman, en el capítulo titulado “Estudio de la literatura con América como centro, en lugar de Europa”, se pregunta: “¿el esquema crítico europeo seguirá siendo siempre el único adecuado para interpretar la literatura del Nuevo Mundo? ¿Son realmente idénticos los principios de creación acá y allá? Grossman, Rudolf, Historia y problemas de la literatura latinoamericana, trad. de Juan Probst, Madrid, Revista de Occidente, 1972, p.33 Federico de Onís, en cambio, ya no se interroga sino que afirma: “Mi opinión es que la razón de esta actitud de unos y otros viene de una cosa muy sencilla: de que todos, europeos y americanos, juzgan lo americano desde el punto de vista de Europa. La historia literaria, los conceptos literarios de esta historia, la crítica, se han construido en Europa. Los europeos y los no europeos siguen, así, estas mismas ideas, estos mismos conceptos, Y los aplican a América. El resultado es que no sirven estas ideas y estos conceptos para América, precisamente por el hecho de que toda la literatura y los productos generales de la vida de América en sí tiene una originalidad; y que hay que juzgar y ver lo americano desde nuevos puntos de vista; y que esos nuevos puntos de vista no tienen que venir de algo extraño, sino

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V

POETICAS DEL ENSAYO HISPANOAMERICANO.

DOS ETAPAS ROMNTICAS: DE ALBERDI A MOLTALVO

Dr. Claudio Maz

Conicet-

Universidad Nacional de Cuyo1. Distinciones e invariantes del gnero

Para abordar el discurso ensaystico hispanoamericano son necesarias algunas consideraciones que contribuyan a dilucidar la especificidad que el gnero adquiere. Para ello es conveniente recordar la observacin bajtiniana sobre la historia de un gnero, en el sentido de que para una correcta comprensin del gnero es necesario remontarnos a sus orgenes. (Bajtn, 1986: 151) La primera advertencia que debemos hacer consiste en destacar que la literatura se articula, en Hispanoamrica, segn leyes y procedimientos propios. Sin embargo, la pregunta por el proceso histrico-cultural que rodea la emergencia del ensayo, en Hispanoamrica, obliga a rebasar el marco estrictamente literario. Para ir desglosando la respuesta, digamos, en primer lugar, que, as como el ensayo de sesgo introspectivo de Montaigne es caracterstico del Renacimiento europeo, en Hispanoamrica otras circunstancias histricas condicionarn la aparicin de una prctica literaria que ajusta dialcticamente la accin y la meditacin. De todo lo cual resulta un claro discurso perlocutivo.

El ensayo europeo posee una evidente vinculacin con un tejido histrico-cultural ajustado primordialmente a la jerarqua alcanzada por el individuo en el sistema social. En el yo renacentista- especialmente en Montaigne- se semantiza la confianza y seguridad en las facultades intelectuales del individuo, que siente estar capacitado para hacer inteligible el mundo por medio de la razn y la experimentacin. Asimismo, conviene destacar que en la ensaystica europea existe un predominio psicologista, mientras que en la hispanoamericana los fenmenos sociales, geohistricos y aun la inflexin interpretadora de la realidad, constituyen la principal motivacin del discurso ensaystico. Con todo, a nuestro juicio, al igual que en la emergencia europea, tambin el sujeto, tanto desde un plano filosfico como semitico (los mecanismos semiticos de la inscripcin textual de la subjetividad), cumple una funcin primordial en la configuracin del discurso ensaystico hispanoamericano. De esta manera se cumplira, desde la teora del gnero, la invariante subjetivista del discurso ensaystico. Por fuerza, no obstante, se deben reconocer las inflexiones que el fenmeno adquiere en Hispanoamrica. Por las razones expuestas, puede sealarse como una clara divergencia entre la ensaystica europea y la hispanoamericana, el hondo valor autocrtico que informa al ensayo hispanoamericano. La inherencia moral del discurso ensaystico hispanoamericano resulta un rasgo que, en el mbito europeo, alcanza para la censura de ciertos aspectos referidos muchas veces a la idiosincrasia o las costumbres. La gran excepcin europea la constituye el ensayismo hispnico del '98. Debe reconocerse, entonces, la procedencia europea del gnero ensaystico, aunque no es menos cierto que su naturalizacin- amestizamiento - es el resultado de factores especiales, y, hasta cierto punto, contrapuestos.

2. La predileccin del gnero ensaystico en Hispanoamrica

Los modelos crticos-creadores no son los gneros propiamente, ni tampoco estn por su condicin misma de modelos sometidos a un preciso decurso diacrnico, sino que operan en la gnesis de los textos literarios. Estos modelos se envisten de un pathos y un ethos, que justifican los interrogantes sobre los principios seguidos por los escritores que cultivan distintos gneros a la hora de elegir una alternativa de expresin u otra y el significado esttico e ideolgico de la eleccin. En suma, los modelos genolgicos actan en la configuracin del texto. (Gmes, 1999: 41.) Miguel Gmes distingue, en Hispanoamrica, cuatro modelos crticos-creadores: mimtico, transitivo, ambiguo y nihilista.(Gmes, 1999: 34) Su justificacin correspondiente al modelo transitivo nos resulta muy convincente y adecuada a nuestros fines.

El siglo XIX razona Gmes- en Hispanoamrica es especialmente frtil en ejemplos de la metamorfosis de los patrones transitivos, que participan como protagonistas de las estticas neoclsicas, romntica y realista-naturalista. Si la transformacin del mundo en la primera adoptaba la postura de iluminar intelectualmente al lector, la de la segunda sola conminar a la accin inmediata o a la revisin pasional de los valores tradicionales; la de la tercera, por su parte, se empeaba en diagnosticar los males americanos con el fin de conmover al pblico y disponerlo a procurar el cambio. En cuanto a la produccin de obras literarias, tanto el neoclasicismo como el realismo-naturalismo intentaban con frecuencia confiar en formas transparentes, identificables con algunas previas por parte del lector, que no impidieran por consiguiente la comprensin rpida de los trasfondos ideolgicos /.../ (Gmes, 1999: 36)

El modelo crtico-creador transitivo contribuye a descifrar, desde un punto de vista paradigmtico, la recurrencia al gnero ensaystico, que se convierte en una lnea constante de la historia literaria hispanoamericana. Las formas transparentes del modelo transitivo resultaron las ms eficaces, en diferentes periodos, para la bsqueda de la autonoma que ha desvelado a los sujetos letrados, desde la coyuntura emancipadora en adelante. Esta particularidad, claro est, se complementa con el reconocimiento de que la bsqueda se realiza como enfrentamiento, en el sentido de que la pretensin de autonoma no conforma una unidad de sentido para todos los sujetos letrados ni tampoco para el poder poltico. En gran medida, la clara matriz polmica del gnero encuentra, en este rasgo, su explicacin. La ruptura poltica con Espaa seala el punto clave en la emergencia del gnero ensaystico: la bsqueda de la independencia intelectual y el gnero discursivo que la exprese constituyen dos persistentes motivaciones para el escritor.

Jos de Ons (Ons, 1962) ha advertido que, al ser la funcin de los ensayistas en Amrica, la de interpretar las fluctuantes realidades del continente, el gnero ensaystico adquiri el lugar de una literatura funcional. Este modo de acudir al gnero ensaystico, que no responda a ningn programa literario, filosfico o poltico, abre algunas perspectivas para examinar la naturaleza instrumental de la literatura hispanoamericana en el siglo XIX. Las razones de tal instrumentalidad hay que buscarlas en las urgencias polticas impuestas por las circunstancias histricas: el trauma de ruptura con Espaa, el debate sobre los destinos inmediatos, los modos de organizacin poltica para la nueva realidad surgida, los interrogantes sobre el ser americano. Estas preocupaciones engrosarn la tpica recurrente de la ensaystica que apareca, a travs de una variada temtica: el progreso, el ataque o defensa de la tradicin hispnica, modelos universales o regionales, civilizacin y barbarie, la educcin, la latinoamericanidad, entre otros. (Rotker, 1994: 25-34)

En rigor, puede sealarse que el ensayo en Hispanoamrica durante el siglo XIX acompaa el proceso histrico de la conformacin de las nacionalidades como la manifestacin, escriturariamente consciente, del mismo. Es un hecho demostrado que en la produccin ensaystica hispanoamericana existe una temtica predominante que no es otra que la referida a problemticas nacionales o continentales. Semejante comprobacin ha llevado a Zum Felde a decir que lo caracterstico de la ensaystica hispanoamericana es la presencia constante de la temtica continental, junto a la nacional, y ello se debe no slo a una razn de lengua, sino del bloque histrico-territorial, continuacin evolutiva del originario imperio colonial indohispano, transformado en agrupacin de repblicas. (Zum Felde, 1954: 19) Importantes estudios culturales han asignado, por ejemplo, a la novela un papel protagnico durante el proceso de la construccin del estado-nacin. La narrativa ha asumido una de las formas de imaginacin ms eficaz, desde el siglo XVIII europeo en adelante. La otra forma de imaginacin de gran relevancia, durante el mismo ciclo, la constituye la prensa escrita. Ahora bien, dentro de la literatura hispanoamericana es evidente que la funcin, al menos en el transcurso del siglo XIX, asignada a la narrativa no es la misma que la europea. Otro fue el discurso que tematiz la problemtica de la conformacin de las nacionalidades. El lugar de la reflexin y la imaginacin sobre estos temas lo ocup el discurso ensaystico. Una funcin que no perdi con el cambio de siglo, ms bien se afianz en la estructura formada por el gnero (el ensayo), el horizonte (la modernidad) y el mtodo (la interpretacin de la realidad).

3. Gnesis y potica del gnero

3.1 Antecedente filosfico-social: Alberdi

Entre los tipos de los patrones transitivos a los que nos hemos referidos, podemos sealar el de contenido filosfico-social. Un caso paradigmtico de la lnea aludida, lo constituye la obra de Juan Bautista Alberdi, El fragmento preliminar al estudio del derecho. (Roig, 1969) Anotemos que la obra desde su ttulo se sita en la esfera de la provisoriedad que informa al ensayo en tanto gnero. Se trata, como su nombre lo indica, de un fragmento preliminar al estudio del derecho, antes que del estudio mismo. Es decir, el derecho, como disciplina, an espera, al momento de escribirse el Fragmento, un asedio ms minucioso. Con mayor evidencia se muestra el carcter provisional de la obra en el subttulo que reza as: Acompaado de una serie numerosa de consideraciones formando una especie de programa de los trabajos futuros de la inteligencia argentina. Conviene poner atencin sobre los trminos que Alberdi utiliza: cuando dice acompaado se refiere a que el Fragmento se le adicionan no lo integran como un cuerpo orgnico- una serie numerosa de consideraciones. Tales consideraciones no son sino opiniones del autor, que forman un especie, vale decir una posibilidad entre otras, de programa. En cuanto a los trabajos futuros bien puede interpretarse como estudios ms sistemticos, de mayor rigor cientfico, los cuales, como es obvio, todava no han sido realizados.

Si se mira ms de cerca, el ttulo de Alberdi recoge la naturaleza intrnseca del Fragmento, pero tambin algunas de las caractersticas que definen el gnero ensaystico argentino e hispanoamericano, durante el siglo XIX, a saber: 1. la ms general, la provisoriedad de la obra; 2. el fragmentarismo frente al estudio ms cientfico; 3. las opiniones antes que las demostraciones; 4. los programas como vas preparatorias; 5. tiene que ver con la primera, tendencia a la proyeccin hacia el futuro, la concrecin de lo que el presente impide; 6. el discurso dirigido hacia las generaciones jvenes; 7. de esto ltimo, se deduce el matiz didctico de este gnero de obras. Estas observaciones iniciales se ven ampliamente desarrolladas en el Prefacio que cuenta con cuatro apartados de los que slo el tercero tiene ttulo: Algunos explicaciones sobre la forma y carcter de este fragmento. Es necesario puntualizar que el Prefacio desbrozado de las ideas sobre filosofa del Derecho que expone y discute, resiste ser interrogado por las bases formales del gnero ensaystico en su fase formativa. En efecto, muchos de los conceptos introductorios de Alberdi oscilan entre lo que podramos considerar una potica y una preceptiva del gnero, as como tambin los fundamentos de una crtica, enfiladas todas hacia una determinada prctica literaria, cuyos contornos se estn definiendo ms por lo que no es que por lo que es. Pensar ciertas consideraciones alberdianas en funcin de una potica ensaystica obedece al esfuerzo que el autor realiza para explicitar la forma del Fragmento. El punto de vista preceptivo se avizora en la formulacin de algunas normas o leyes expresivas que reflejen -tambin en lo literario- la ruptura con el pasado hispnico. En cuanto a la crtica, Alberdi pretende aportar algunos principios para el ejercicio del enjuiciamiento.

Si bien es factible extraer del Prefacio ciertos elementos constructivos del gnero ensaystico en su etapa de conformacin, habra que dirimir anticipadamente qu entiende el autor por el trmino ensayo y las distintas variantes lexicales con que aparece en el texto. El Prefacio comienza de este modo:

Yo ensayaba una exposicin elemental de nuestra legislacin civil, conforme a un plan que el pblico ha visto enunciado en un prospecto, y no poda dar un solo paso sin sentir la necesidad de una concepcin neta de la naturaleza filosfica del derecho/.../ Me fue preciso interrumpir aquel primer estudio, para entregarme enteramente a este ltimo.(Alberdi, 1955: 41)

Alberdi realza aqu dos cuestiones bsicas: la subjetivizacin de su discurso mediante el pronombre personal y la incorporacin del verbo ensayar. Pero, al mismo tiempo, queda puesto de manifiesto la ambigedad en el uso del trmino, ya que articula la accin de ensayar a un tipo de exposicin elemental de la legislacin civil, a la que abandona a fin de ahondar en la naturaleza filosfica del derecho. Al final del prrafo, sin embargo, aquello que era una exposicin elemental resulta ser ahora un estudio. Por lo pronto, pareciera ser que en esta primera introduccin del trmino, Alberdi lo asocia ms que a la forma y al tipo de prosa, al sentido lato del vocablo, es decir, lo limita a intento, escarceo, prueba. Previo a hacer mayores precisiones, registremos brevemente aquellas obras que, en Hispanoamrica, algunos autores llamaron ensayo de modo de contar con una idea aproximada de su significado. Aclaremos que el registro precede al texto de Alberdi.

La primera obra titulada como ensayo data de 1787 y es una traduccin de Saggio sulla storia naturale di Chile, escrita por el chileno Juan Molina en el exilio. El reinado de los borbones no slo extrajo a Espaa de la parlisis en la que yaca, sino que signific un giro poltico-cultural capaz de remozar la abulia colonial. Una muestra de ello sern las numerosas visitas, expediciones y viajes cientficos que se desarrollan a finales del siglo XVIII y principios del XIX. De estas visitas, la que mayor gravitacin alcanzar para el mundo cientfico y literario de Amrica ser la de Alejandro de Humbolt, quien recorri, en los inicios del XIX, Venezuela, Colombia, El Ecuador, Mxico y Cuba. Como resultado de sus viajes Humbolt, publicar, entre otras obras, el Ensayo poltico sobre el Reino de la Nueva Espaa (en francs, 1811) cuyos borradores se conocieron en espaol en 1804, y el Ensayo poltico sobre la Isla de Cuba (1826). Henrquez Urea reconoce que la obra de Humbolt influy en los jefes del movimiento de independencia tanto como en los hombres de letra, en la medida en que tuvo el valor de una nueva revelacin del Nuevo Mundo.( Henrquez Urea, 1949: 235)

En efecto, las consecuencias positivas del viaje de Humbolt sumada a la visita del naturalista espaol Jos Celestino Mutis y la Exposicin Botnica organizada en Nueva Granada, despertarn un inters inusitado por la flora, fauna, el clima de los trpicos, enfermedades endmicas, etc. El entusiasmo ser verbalizado a travs del modelo formal que haba utilizado el expedicionario alemn: lo que l haba denominado ensayo. As pues, en 1808 Jos Manuel Restrepo escribe Ensayo sobre la geografa, producciones, industria y poblacin de la provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada; en el mismo ao Francisco Antonio Ulloa da a conocer el Ensayo sobre el influjo del clima en la educacin fsica y moral del hombre del Nuevo Reyno de Granada; en 1809 Francisco Jos de Caldas, Ensayo de una Memoria sobre el nuevo mtodo de medir por medio del termmetro las montaas, dueo de una prosa que -al decir dc Anderson Imbert- est bien emparentada con la de Feijoo, Jovellanos, Quintana (Anderson Imbert, 1980: 189), es decir con la tradicin ensaystica espaola.

A diferencia de Europa, donde el gnero ensaystico constituy una novedad diferenciada de los gneros clsicos, en Hispanoamrica la eleccin result, en algn sentido, un descarte de otros modos de representacin verbal. El conjunto de obras aludidas forma parte del proceso de afirmacin americana, cuyo punto ms tenso ser el movimiento independentista, pero, adems, constitua una reaccin en cadena contra los prejuicios acerca de la inmadurez de Amrica del francs Buffon, el prusiano De Paw, de filosfos como Voltaire y Hume. Humbolt dio un gran impulso al descubrimiento de la naturaleza y, correlativamente, a la intencin de apropiarse de la misma. Su reconocimiento a las labores cientficas en Amrica se ensanchaba por el peso de su prestigio, y tambin -y quiz, principalmente- por su condicin de europeo. Es probable que, por el mismo hecho de padecer de enormes inseguridades respecto de la trascendencia de sus investigaciones, estos cientficos, pese al espaldarazo del sabio alemn, siguieran considerando sus trabajos como pruebas, o sea, como ensayos, y, en consecuencia, as titularan sus obras.

3.1.1 Otros antecedentes

A esta serie de registros puede agregrsele uno ms: en 1816, Gregorio Funes publica en el Ro de la Plata una voluminosa obra a la que llam Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumn, dividida en tres tomos. Esta obra presenta un doble inters: por una parte, constituye una ejemplo en mbitos distintos, tanto geogrfico como disciplinario, al de Caldas, Ulloa y los seguidores de Humbolt; por otra, se trata de un antecedente de AIberdi en el uso del vocablo ensayo. Segn Mariano Lozano, amigo ntimo de Funes, as como tambin su bigrafo, a partir de 1811 el den Funes se habra dedicado a la pesada tarea de su ensayo histrico, sepultndose en los archivos con el fin de recoger materiales, principalmente desde aquella poca a que no haban alcanzado sus predecesores/.../.(Lozano, 1910: 22) Llama la atencin, tanto en Alberdi como en Funes, que, cuando aluden a sus obras, aun denominndolas ensayo, apunten haber trabajado con cierto mtodo y hasta un plan. Ambas caractersticas haran presuponer que dichas obras no renen estrictamente las condiciones del ensayo. No obstante, en el caso de Funes, la opinin de Lozano arroja alguna luz sobre la cuestin. No olvidemos que Lozano est regido por idnticos patrones de lectura que el autor: Leda esta obra con atencin nadie podr dejar de conocer que el objeto principal de su autor es poner a la vista el cuadro ms fiel de la tirana de Espaa, y hacer la apologa ms acabada de la revolucin. (Lozano, 1910: 21) Esto equivale a decir que si Gregorio Funes se haba propuesto hacer la apologa de la revolucin, su discurso histrico tiene una finalidad bien definida: la defensa de la obra revolucionaria, de la que es actor y testigo a un mismo tiempo. En el prlogo, Funes se explaya sobre la meditacin y el esfuerzo que acompaan a su obra, sin embargo, a pesar del singular cuidado puesto en el trabajo, estos resultados no pueden ser considerados, a la postre, como una investigacin objetiva. Funes es consciente, ante todo, de que leer su Ensayo prodigue poco deleite pero ello lo recompensar la utilidad del mismo. El autor le confiere, entonces, a la obra un carcter pragmtico con el propsito declarado de producir un saber especial sobre las cosas de Amrica.

Pues bien, por qu llamar a la obra ensayo? No es seguramente dice Funes- porque yo encontrase en mi pequea capacidad talento suficiente para la Historia, que me determin al ensayo que doy al pblico. (Funes, 1910: 37) Nuestro autor admite que su trabajo no es el de un historiador puesto que l no es especialista en esa disciplina. Conforme a estos datos, se hace ms factible dar con el significado que, en el texto de Funes, posee el trmino ensayo, ya que el campo semntico contina medianamente restringido a prueba o intento. Sin embargo, qu razones llevaron a Funes a seleccionar la palabra ensayo y no prueba o intento? Asimismo hasta qu punto la palabra ensayo estaba incorporada a la lengua culta entendida como un tipo especial de prosa? Y de reconocerse su uso corriente, a travs de qu vas logr sumarse a la lengua culta? Segn el Diccionario crtico-etimolgico de la lengua Castellana la aparicin, en Espaa, de la palabra se remonta a principios del siglo XIX, como una copia del francs essais y el ingls essay. (Corominas, 1955: 299) La voz ingresa al lxico espaol -suponemos- como consecuencia de la apertura borbnica hacia el mundo europeo, en particular Francia; los efectos de este movimiento colaborarn en la aparicin de las grandes propuestas reformadas de Jovellanos, Cadalso, Feijo, quienes a su vez sern los precursores de gnero ensaystico en Espaa. Anlogo proceso, mediatizado obviamente por los condicionamientos de la colonia, pudo suceder en el Ro de la Plata e Hispanoamrica en general, esto es, que el contacto con la cultura francesa e inglesa en los crculos letrados haya familiarizado a la clase culta con el trmino en cuestin.

El significado de la palabra, sin embargo, a la luz de las obras de Funes y Alberdi sera en gran parte autnomo, dado que en la acepcin recogida por Corominas, sta remite a una obra literaria didctica, ligera y provisional, siendo su extensin generalmente breve. En los autores tratados se vislumbra lo didctico y provisional, no as lo ligero y lo breve. Resulta evidente que, en cuanto respecta a la extensin, las obras analizadas no se ubicaran en el campo semntico de ensayo, segn Corominas. Ms bien, parece ser que la palabra era tomada conforme a las necesidades expresivas de estos autores, sobre todo en aquellas connotaciones vinculadas con la provisionalidad y el didactismo. Bajtin ha advertido sobre la ausencia de neutralidad en la seleccin de una palabra cuando es introducida en un enunciado. Lejos estn nuestros autores de haber tomado la palabra de un modo neutro, de diccionario, a juzgar por las cualidades de los productos literarios a los cuales ensamblan el trmino. La va interpretativa ms admisible en el acto de seleccin, puede que est en la afinidad genrica de las obras por ellos conocidas y las que deciden escribir. El crtico ruso apuntaba, adems, que ciertas palabras son dueas de una aureola estilstica que no pertenece a la palabra, sino al gnero en que la palabra suele funcionar. (Bajtn, 1985: 278)

En suma, el vocablo ensayo, para Funes, funciona en su obra bajo las condiciones de afinidad genrica, pero a la vez logra una autonoma de su significado en un proceso de resemantizacin que se evidencia en la extensin (la obra no es breve) y alcance (se trata de un estudio profundo antes que ligero). En orden a la autonoma sealada, corresponde adicionar otro detalle que consiste en el pathos perceptible en la obra de Funes. La carga emotiva no se palpa slo por medio de los recursos retricos, sino tambin a travs de un compromiso con la verdad que inyecta a la obra una totalidad de sentido, convirtindola en un signo unvoco. As lo hace notar el autor en la Dedicatoria a la Patria que encabeza el libro: Haba de llegar por fin el da en que no fuese un crimen el sentimiento tierno y sublime del amor a la PATRIA /.../. LA PATRIA reclama sus derechos sobre unos seres que les dio el destino. (Funes, 1910: 34) Como se ve, Funes sella una alianza entre l y un ente superior y de reciente aparicin como tal, que es la Patria, a la que se subordina. Este sentimiento de pertenencia raigal configura la motivacin ltima de su libro. Con arreglo a estas observaciones, puede medirse el grado de instrumentalidad que adquiere en Funes su literatura histrica. En el marco de una literatura de servicio poltico como sta, el rol del escritor u hombre de letras queda diseado, segn los lmites que impone el compromiso con la verdad y el valor para decirla. Funes echa las bases de una de las ms importantes lneas caudales de la ensaystica hispanoamericana, si bien no es el nico, es un temprano contribuyente. Nos referimos a los ensayos que surgen bajo el signo de la instrumentalidad, la sujecin a la verdad y la relacin polmica con la realidad.

No podemos dejar de hacer mencin, por ltimo, a un escrito aparecido en el peridico El Duende de Buenos Aires y reproducido en Santiago en 1827 (Prez U., 1978: 104-105), en virtud de que, por sus particularidades concuerda con la acepcin del diccionario de Corominas y, por lo mismo, reafirma nuestra hiptesis de la autonoma semntica del trmino ensayo en Funes y Alberdi. Aludimos al escrito titulado Ensayo sobre la conducta del Jeneral (sic) Bolvar, de autor annimo, en cuya introduccin se aclara que el opsculo no tratar el tema con la extensin y profundidad que merece, pues es un ensayo. Se puede admitir entonces, que, con anterioridad al Fragmento son dos, al menos, las instancias de la voz ensayo: la de Funes, cuya lejana con la acepcin espaola es notoria, y la coexistencia de un significado ms acorde al tipo de obra breve y ligera del autor annimo. Tales detalles en relacin con la literatura argentina; en lo que concierne a otras zonas de Hispanoamrica, el manejo del trmino correspondi a los hombres de ciencias influidos por Humbolt.

4. Romanticismo y gneros discursivos

Es preciso retornar, ahora s, a la obra de Alberdi, de manera tal que su lectura, con los enfoques propuestos, se haga ms esclarecida. Haba quedado planteada la posibilidad de leer el Prefacio desde un plano que permitiera discernir aquellos elementos metapoticos que componen el texto al margen de las ideas sobre filosofa del derecho. Debe convenirse, en principio, que el autor presiente hallarse ante una prctica literaria novedosa, marginada de ciertas normas poticas que se recortan en el fondo neoclsico vigente. Su transgresin es plenamente consciente y, lo que es ms destacable, la acomete en pos de la formulacin de un programa artstico-cientfico que centra su legitimidad en 1a novedad y la originalidad. Estas transgresiones alberdianas se inscriben en un rechazo global del pasado espaol, no es otra la causa por la cual tanto l como, en general, la Generacin del '37 aceptarn el advenimiento de la Nacin Argentina, en tanto expresin jurdico-poltica, a partir de 1810. Semejante premisa jugar doble y contradictoriamente en la conciencia creativa de los hombres del '37; por un lado, la bsqueda de lo original en lo propio, y, por otro, el desquebrajamiento del continuum histrico, que una a Amrica desde la Colonia a la Repblica. Alberdi al provocar deliberadamente el quiebre con la tradicin cultural, frente al abismo abierto, se ve en la necesidad de refundar, desde la razn, un nuevo paradigma de cultural, en el que incluye una forma expresiva indita.

Poco caso -escribe- han merecido del autor las disciplinas acadmicas y retricas de la escuela espaola: decir la verdad con candor y buena fe, ha sido su cuidado; ha credo tan injusto imponerse la obligacin de escribir a la espaola, como vestir y proceder en todo a la espaola, en desprecio del espritu de su nacin. (Alberdi, 1955: 80)

Sin dudas el discurso alberdiano se construye conforme al sistema de ideas romnticas, que para entonces haba sido introducido por Esteban Echeverra. Con todo, hay en la cita una afirmacin vinculante, temporalmente hablando, hacia atrs y hacia delante. Hacia atrs, con Gregorio Funes, quien asuma un compromiso con la verdad y la sujecin a manifestarla cualquiera fuera la circunstancia. Hacia delante, en virtud de que la expresin ensaystica impondr siempre, en una lnea tendida hasta el siglo XX, la defensa de una posicin terica, poltica o de otra ndole, que se colige como la verdadera y en permanente colisin con los rdenes establecidos, por lo mismo controvertida. Para que el acto de ruptura con la tradicin hispnica no devenga de una abstraccin hiperracionalista, Alberdi afirmar sus principios en el hecho de que tanto el arte, la ciencia, como el derecho se subordinan a las condiciones del tiempo y el espacio. Los principios por ser humanamente universales razona Alberdi- no varan, pero sus formas son temporales y espaciales, vale decir, nacionales y estn obligadas a variar. Si ello es comprendido, se cesa de plagiar, se abdica lo imposible y se vuelve a lo natural, a lo propio, a lo oportuno. (Alberdi, 1955: 52) Consecuentemente la nueva prctica literaria que Alberdi describe integra una franja conceptual ms amplia, cuyo rgimen se subordina a un espacio y tiempo determinados.

Si el estilo es el hombre, como dice Alberdi siguiendo a Buffon, sujeto a las coordenadas temporales y espaciales, su propuesta discursiva ensaystica adquiere el carcter augural de una expresin literaria indita, estrictamente americana. Lo que equivale a decir que este primer intento de caracterizacin, o mejor, fundacin de un tipo de escritura propia, est articulado a un proyecto poltico que se propone comenzar la conquista de una conciencia nacional, por la aplicacin de nuestra razn naciente, a todas las fases de nuestra vida nacional. (Alberdi, 1955: 52) Desde este entramado poltico-literario es posible tender una mirada panormica hacia un vasto lote ensaystico argentino e hispanoamericano, que, a pesar de sus mltiples variantes, conservar en su raz la causalidad de su origen: la tendencia instrumental. Es preciso indicar asimismo la preocupacin de Alberdi por disear una forma adecuada para la verbalizacin del pensamiento americano, en otras palabras, que el pensamiento y el nuevo estilo se compadezcan:

Si la lengua no es otra cosa -dice- que una faz del pensamiento, la nuestra pide una armona ntima con nuestro pensamiento americano, ms simptico mil veces con el movimiento rpido y directo del pensamiento francs, que no con los eternos contornos del pensamiento espaol. (Alberdi, 1955: 80)

Ante la mirada atenta de Alberdi, desfilan ejemplarmente las obras de los pensadores franceses del romanticismo, que lo seducen por la ductilidad y agilidad de estilo, y cuya amenidad se remonta hasta Montaigne. Por eso formula esta pregunta: Tu lenguaje penetra, convence, ilumina, arrastra, conquista? /.../ La legitimidad de un idioma no viene ni puede venir sino del pleno desempeo de su misin. (Alberdi, 1955: 82) Si juzgamos la propuesta ensaystica alberdiana tomando en cuenta la lnea caudal que le sucede, diramos que es inaugural, ya que la lengua en el ensayismo ulterior estar al servicio de una crucial intencionalidad: la de comunicar las ideas subordinadas al dominio de la persuasin. Como se ve, las acciones que le confiere Alberdi a la lengua juegan pendularmente entre develar el fondo de las cosas (penetra, ilumina) y la persuasin del destinatario (convence, arrastra, conquista). Alberdi est al borde de resolver -al menos en los trminos que su horizonte cultural le fijaba- el conflicto lingstico de conquistar la legitimidad de la lengua como facultad inherente a la personalidad de cada nacin. Ms an: Alberdi enfrenta el clasicismo de estilo y costumbres propios de los tronos despticos a las democrticas necesidades comunicativas, que rondan en las plazas y calles pblicas. Subyace en sus palabras un nuevo paradigma de conocimiento, que se vertebra a partir de la relacin directamente establecida entre el escritor y la imagen de pueblo. Cabe aadir as tambin, que, si por una parte Alberdi repulsa la retrica neoclsica lo hace porque es, a un mismo tiempo, romntico y antihispnico, pero, a su vez, revaloriza ciertas estrategias discursivas de la retrica, las que deben estar subordinadas a la preocupacin social que inspira a sus escritos. La intensa y activa sensacin de formar parte de una sociedad naciente impele a los escritores, como Alberdi, a un abandono de los frvolos ornamentos del estilo. Los pueblos en la medida en que stos hablan por medio de los escritores, segn pensaba Alberdi y el romanticismo social- ansan el fondo de las cosas y desdean las palabras que no atienden sus urgencias.

La coyuntura histrica experimentada por Alberdi resulta tan conflictiva como precaria en cuanto a las realizaciones polticas, de ah que la enunciacin descarte la armona y exquisitez. Puesto que nada debe hacer recordar las obras palaciegas europeas, razn de ms suficiente para adecuar las proporciones esttico-comunicativas al momento constructivo que se vive. Son tan colosales las tareas que Alberdi avizora, que el tono de la escritura ha de ser poderoso y fuerte; en absoluta concordancia con la labor futura. La misma conflictividad del marco histrico alberdiano, en torno al debate sobre los destinos nacionales, convierte a la persuasin en un instrumento imprescindible para la disputa ideolgica desencadenada. Alberdi sabe, y as lo textualiza, que sus ideas despiertan resistencias y anota algunos eptetos recibidos: vendido, envilecido, servil. Tampoco escatima adjetivos dirigidos a sus enemigos: egotistas, espritus microscpicos y petulantes. Con todo, Alberdi no se ha impuesto agradar a nadie; slo ha intentado decir verdades tiles /.../ para la patria. (Alberdi, 1955: 88)

Desde nuestro punto de vista, el prrafo que a continuacin se transcribe contiene las caracterizaciones cardinales de lo que hemos denominamos una potica del gnero, por cuanto describen una indita modalidad literaria:

Sobre todo, el autor de este Fragmento cree, con Lerminier, que no estamos ya por fortuna en aquellos tiempos en que un libro era un destino; y le importa poco que le llamen mal escritor, si llega a merecer la concesin de algunas verdades tiles. Cuando un libro era la expresin de la vida entera de un hombre, los defectos de la forma eran imperdonables, y los del fondo, de una importancia decisiva en la suerte de un escritor. Mas hoy que los libros se hacen en un momento, y se publican sobre la marcha, para no exponerse a publicar libros viejos /.../ Los efectos de forma son imperceptibles, y los de fondo no pueden ser decisivos, por que no siendo otra cosa un libro que la expresin sumaria de un momento del pensamiento, fcilmente pueden ser reparados. No se crea, pues, que este libro nos reasume completamente: hacemos un ensayo, no un testamento.(Alberdi, 1955: 85)

Es evidente que el fragmento extractado no encierra en s mismo las aristas ms representativas ni de la obra de Alberdi como tampoco de la poca en su conjunto, no obstante, su importancia y proyeccin, en orden a nuestras presunciones, se ven restituidas si conseguimos rodearlo con una constelacin de datos propios del momento de su escritura. Resulta un experimento provechoso devolver el texto al momento romntico de donde proviene, operacin que permite entablar algunos vnculos entre las categoras romnticas y la forma ensaystica. Igualmente no pueden estar ausentes las coordenadas histrico-polticas que determinan el punto desde donde Alberdi lanza su programa del Fragmento, dado que estamos frente a un panorama en el que la literatura y la poltica conviven estrecha y provechosamente. (Carilla, 1964: 9) Estamos inclinados a pensar que la emergencia del ensayismo hispanoamericano estuvo condicionada por un estadio histrico, cuyo centro conflictivo fue la irresolucin de la llamada organizacin nacional y la crisis de inestabilidad que desencaden. Existe, por otro lado, plena conciencia de haber transpuesto la etapa de la emancipacin poltica, resta -a juicio de la generacin romntica- emprender el camino de emancipacin intelectual. Atenazado por estos dos vectores, el poltico y el cultural, el ensayo marcha hacia su conformacin genrica. No es este el lugar para detallar los innumerables problemas que suscit el proceso de organizacin nacional en Hispanoamrica. A modo ilustrativo, sin embargo, digamos que se tard mucho tiempo en resolver si el Continente necesitaba una repblica o una monarqua. Aun despus de la eleccin por la forma republicana en la mayora de los pases, Iturbide en Mxico se proclam emperador, o ya entrado en la dcada de 1860, un partido mexicano encarg otro emperador a Napolen III. Brasil, casi finalizado el siglo XIX, todava continuaba siendo un imperio. En fin, la misma instauracin de la Repblica gener cuantiosas guerras civiles. Tal es el marco contextual de la emergencia del discurso ensaystico. De manera correlativa, aadamos que en gran parte del siglo XIX se percibe un espritu proyectivo entre la clase letrada. Esa predisposicin hacia el futuro es el andarivel a lo largo del cual el ensayismo ha transitado, en la medida que su forma inherentemente provisoria -por lo tanto capaz de realizar propuestas utpicas- lo transforma en un gnero avizor: en la previsin de conflictos, anticipo de ciencias, proyeccin de reformas sociales, alertar sobre los peligros de los imperialismos, etc.

Si nos interrogramos por las causas que traman la conciencia percibida como inaugural por los hombres de la Generacin del '37, diramos que: en primer lugar, la experiencia se filia al hecho histrico de que los romnticos del '37 conforman la primera generacin nacida y criada en tierras independientes, por consiguiente, sus acciones obedecen un imperativo misional, no exento de una suerte de obligatoriedad histrica. En segundo lugar, la irresolucin de la organizacin nacional como dijimos- imprime a los tiempos polticos un ritmo acelerado, de ah que el periodismo ocupe el centro de la escena, pues se constituye en una superficie textual a donde se traslada toda la inmediatez de las luchas. La conciencia colectiva de estar forjando una nacionalidad, propia de la primera generacin romntica, se desplaza, entre otros rdenes, hacia la serie literaria y, en especial, a la formalizacin de un medio expresivo de naturaleza orgnicamente comunicada con la problematicidad del momento vivido. Auerbach argua permtasenos recordarlo aqu- hablando del mtodo de trabajo de Montaigne, que, aunque aparentemente caprichoso era un mtodo experimental estricto, ajustado a las mudanzas continuas del ser. Y agregaba:

Aquel que desee describir exacta y objetivamente algo que se halla en continua mudanza debe plegarse tambin a sus cambios exacta y objetivamente, debe describirlo en la mayor cantidad posible de experiencias y en la forma en que cada vez se comporta. (Auerbach, 1950: 271)

Con todo, a diferencia del inters por el yo en Montaigne, en la Argentina e Hispanoamrica, en general, el objeto ser la realidad, cuyas mudanzas operaron directamente sobre el medio expresivo que pretenda describirla. Es as como dentro del mapa de la ensaystica hispanoamericana, no son frecuentes los ensayos que atiendan a la interioridad individual de sus autores, pese al marcado sesgo personalista del escritor hispanoamericano, antes bien la emocin histrica y social informa una porcin mayoritaria del gnero.

Pero antes de seguir avanzando, detengmonos en el tema de la transitoriedad que se filtra en esta forma discursiva decimonnica. Cules son los libros que, al decir de Alberdi, como ciertos insectos nacen y se envejecen en un da? EI autor declara que los libros filosficos, claro est que no se refiere a los sistemas filosficos, sino que cuando habla de filosofa entiende por ella la teora de la vida de un pueblo, es decir lo que constituye la filosofa de la historia. (Alberdi: 1955, 42) A tales libros, pues, se les permite algunas licencias tales como los defectos de forma y de fondo, en virtud de que no son definitivos, sino que, los nuevos datos que la realidad provea pueden modificarlos. En rigor, dichos libros, que no son ni ms ni menos que ensayos, derivan del gran esfuerzo antropolgico de los escritores por captar la vida cotidiana, acicateados por el costumbrismo romntico. La pintura costumbrista, entonces, no ser en escritores como Alberdi un afn de captar el color local nicamente, sino una tarea aprehensiva mucho ms profunda, dispuesta a calar en las entraas del carcter hispanoamericano.

Aquella transitoriedad tendr su efecto discursivo en el diarismo y, como lo venimos sosteniendo, en el ensayismo. Es por tal razn que Arturo Roig marca los vnculos existentes entre el periodismo, el ensayo y, lo que 1 llama, periodismo de ensayo. Una de las ms tpicas formas expresivas -razona Roig- fue la prensa peridica que marc el espritu del nuevo siglo, en virtud de constituir el medio ms rpido e instantneo de comunicacin. (Roig, 1986: 129) Este gozne periodstico, que abre los accesos del gnero ensaystico al circunstancialismo poltico, se articula con la teora romntica del 'impromptu'. La misma incidir en los mtodos de escritura ensaystica, en cuanto al cierto desorden expositivo y la percepcin repentina de la realidad. De ah el temor a publicar libros viejos, pues el ritmo de la realidad que captan transcurre aceleradamente, a tal punto que cualquier demora en darlos a publicidad los tornara extemporneos.

5. Acrecentamiento de la conciencia esttica: Montalvo

Hasta el momento ha sido nuestra pretensin poner de relieve, partiendo de un texto y autor determinados, algunas de las notas formales de la ensaystica del siglo XIX, y ms precisamente, de la primera generacin romntica. El Fragmento de Alberdi concentra los trminos tanto organizativos como conflictivos de una prctica literaria en vas de conformarse. Al mismo tiempo, las lneas romnticas que lo cruzan autorizan a postular la evidencia de una estrecha vinculacin entre la bsqueda de una expresin literaria propia y ciertos fundamentos del romanticismo. El primer signo distintivo e inmediato que se detecta en la obra de Juan Montalvo (1832-1889), Siete Tratados, cuya fecha de aparicin -1873- puede tomarse como un desplazamiento en la concepcin esttica del gnero ensaystico, es justamente su denominacin de tratado. No sin cierta irona involuntaria del autor, la mencionada obra como ninguna en la poca, se aproxima notoriamente al ensayo de tipo francs de Montaigne -casi hasta ser una imitacin-, y, sin embargo, Montalvo elude, pese a ser un notable conocedor de la obra del gascn, darle por ttulo ensayo.

Su saber literario sobre los mayores cultores de la prosa ensaystica europea desautorizan interpretar el hecho como una desinformacin del autor o, como sugieren algunos crticos, por la falta de circulacin del trmino en el siglo XIX, cuestin que, segn creemos, qued desvirtuada anteriormente en este trabajo. Para mayor abundamiento, el propio Montalvo deja poco margen de error:

Ensayo o estudio de la lengua castellana titulramos esta obrita, si tuviramos convencimiento de haber salido bien en lo de rehuir los vicios con los cuales la corrompe y destruye la galicana moderna, y de haberse aprovechado al propio tiempo de las luces que en el asunto han derramado clsicos escritores, como Capmay, Mayans, Clemencn, Baralt, Bello y otros maestros bien as espaoles como sudamericanos. (Montalvo, s.f.: 361) El celo lingstico de Montalvo, claro est no es una mera inclinacin purista por la lengua sino que forma parte de un plan literario, cuando menos, mucho ms ambicioso. Lo que s queda confirmado, entonces, es que el autor declina voluntaria y deliberadamente utilizar la voz ensayo ya que la considera una corrupcin de la lengua espaola. Es a todas luces evidente que el contenido de los Siete Tratados y su ttulo en nada se corresponden, en razn de que un tratado es un estudio completo, arquitecturado y riguroso que pretende entregar toda la sabidura existente sobre un tema. (Martnez, 1958: 13) La obra de Montalvo no est diseada en concordancia con esos parmetros, ante todo, porque es ms fragmentaria que unitaria y ms digresiva que rigurosa, por destacar slo un par de diferencias. Por lo dems, Anderson Imbert, en un meticuloso estudio sobre la prosa montalvina, sostiene que nuestro autor estaba especialmente dotado para el ensayo mnimo, tal facultad, sin embargo, no lo satisfizo, por eso concibi lo que naturalmente escriba como artculos como elementos de obras mayores. (Anderson Imbert, 1948: 90)

En principio, pues, podemos enunciar que Juan Montalvo procedi, en la produccin de sus textos, sujeto a dos principios constructivos: el primero, su particular control sobre la pureza de la lengua espaola, el segundo, a raz de considerarse capaz de obras ms complejas, propenda a la creacin de piezas literarias de mayor envergadura. Ambas razones explicaran, en parte, la asignacin de tratado a lo que sencillamente eran ensayos. Como es posible observar, Montalvo se halla atenazado, por un lado, por sus dones naturales de hbil prosador discursivo y, de otro, por los deseos imaginarios de construir obras arquitectnicamente ms opulentas. Pero el juego de fuerzas no culmina ah, sino que en sus movimientos, estas fuerzas se tornan hasta paradjicas: defensor a ultranza de la prosa clsica espaola, Montalvo no oculta en absoluto, y al mismo tiempo, su gusto por la literatura francesa, y menos an, sus escarceos por imitarla:

Yo haba pensado -escribe- cultivar la lengua francesa y escribir en ella, por cuanto ya principiada a verificarse mi ambicin, como usted lo ver por los impresos que le envo, la suerte se me puso zaharea de repente y, con un fiero ademn me volvi a celar a este rincn. En Amrica se habla americano; pero a m me gusta hablar castizo, y he ledo, y he estudiado. (Montalvo, 1927: 208) A su vez, miembro de la segunda generacin romntica consigue conciliar el romanticismo y los ideales neoclsicos, aunamiento que est vinculado con las diversas vas de penetracin del movimiento romntico en Amrica. En efecto, mientras en el Ro de la Plata, a grandes trazos, los paradigmas romnticos se tomaron directamente del historicismo francs. En Ecuador, en cambio, los embates racionalistas y antirracionalistas se dieron en menor grado, en razn de que el centro cultural ecuatoriano recogi los efectos del movimiento va Espaa, precisamente desde la parte europea donde el romanticismo fue casi inexistente o muy menguados sus efectos. La cadena de contrapuntos en Montalvo no termina ah. A modo de ejemplo -simplemente enunciados- digamos que, curiosamente, el autor de los Siete Tratados fue americanista por conviccin y, al mismo tiempo, se sinti ciudadano del mundo (un cosmopolita). Desde el punto de vista poltico fue liberal, pero adherido a programas conservadores. Polemiz con las instituciones eclesisticas, defendi, sin embargo, la religin cristiana. Por ltimo, combati la dictadura de Garca Moreno y Veintemilla y no acept ocupar ningn puesto poltico.

Es conveniente, para nuestras reflexiones, retomar un punto que ha sido permanentemente sealado por la crtica montalvina. Hacemos alusin al paralelismo que se ha trazado entre el escritor ecuatoriano y Montaigne. Tentar el trnsito, otra vez, de esta comparacin se justifica en el hecho de que procuramos descubrir dnde se finca el acrecentamiento de la conciencia esttica del gnero, en la obra ensaystica de Juan Montalvo. Como inicio, parece atinado consignar las principales opiniones que nuestro autor manifiesta sobre los Essais y Montaigne. De las numerosas que existen, hemos seleccionado las siguientes:

Y, quin lo creyera, -escribe en los Siete Tratados- los Ensayos de Montaigne son una de las obras ms excelentes y agradables que podemos haber a las manos; de esas obras que nos hacen olvidar comida, sueo, barba, y nos instruyen tanto cuanto nos deleitan Por eso se ha dicho que el que ha ledo a Plutarco, Sneca y Montaigne puede hacer cuenta que ha ledo cuanto bueno hay que leer en el mundo. (Montalvo, s.f..: 24)

En El Espectador, ya al final de su vida, Montalvo deca:

En los ensayos de Montaigne nada hay seguido, sa es cadena de oro sin eslabones, cadena larga y resonante de la cual estn sacando joyas los beneficiarios del espritu, son que se gaste jams: la filosofa, la moral, la historia no se gastan; y la belleza es longeva que se burla de los siglos. Egotista desaforado, ese gascn sin escrpulos pasa con admirable desparpajo de la historia romana a sus enfermedades personales, de la cumbre del Parnaso a las ocurrencias de su casa.

Ambas citas se ubican, prcticamente, en cada uno de los extremos de la carrera literaria de Montalvo, y esto indica a las claras que su admiracin por el ensayista francs no mengua en toda su existencia. Anderson Imbert reconoce que Juan Montalvo fue el primer escritor de lengua hispana que se ocupa de Montaigne a fondo. Segn el crtico, Montalvo es el primer autor de nuestra lengua que realmente lee, aprovecha e imita a Montaigne. Montalvo no lleg a Montaigne sino a travs de una larga descendencia -dice Anderson-, y, en particular, gracias a que el romanticismo termin popularizndolo cuando su luz haba decrecido. Los principios constructivos del sistema ensaystico montalvino y los de Montaigne son concurrentes en estos aspectos: el egotismo, el tono dialgico y la discursividad. Esta trada constructiva del gnero, la cual caracteriza ampliamente al ensayo europeo, se funcionalizan en la prosa de Montalvo de tal manera que el aprovechamiento e imitacin, de los que habla Andenson Imbert, se cumplen punto por punto. Conviene aclarar, sin embargo, que la lnea ensaystica europea que Montalvo rescata se quiebra en algunos tramos, merced al entrecruzamiento de dos coordenadas, una, el afn de originalidad -de matriz romntica-, otra, la dinmica histrica americana que lo condiciona a la elaboracin de un discurso literario de servicio pblico.

Los Siete Tratados, asimismo, conforman un caso ejemplar del modo operativo de Montalvo: esta obra sigue el modelo francs, pero se desva de l al fugarse hacia un rumbo propio cuando amplifica el discurso que tiende a la disertacin. La lengua lo domina en tales pasajes, como dice Anderson Imbert. Su literatura dc servicio se inserta en la tradicin romntica americana, que adoptaba la actividad literaria como un instrumento de propaganda poltica. De la vasta accin periodstica de Montalvo, por medio de la cual disput con Garca Moreno y Veintemilla al frente de gobiernos autoritarios-, aflorarn algunos de sus libros. A partir de estas consideraciones generales digamos que Montalvo haba logrado captar esencialmente la naturaleza ensaystica dc Montaigne, con la notoria diferencia de que todo aquello que constitua una novedad artstica y hasta un estilo en el escritor francs, en el ecuatoriano se mutar en imitacin, como tambin en una produccin literaria por momentos forzada y trabajosa. En muchas ocasiones los esfuerzos de Montalvo por construir piezas similares a las de su modelo, coartan su libertad creativa, quedando al aire y a la vista un montaje repujado, yuxtapuesto.

Dos presupuestos condicionantes se funden en la produccin literaria montalvina cuando personaliza remarcadamente su prosa: uno, la tradicin romntica de la exaltacin de la individualidad, otro, la admiracin por el autor de los Essais, quien reafirmar a Montalvo en su egotismo. Una de las piezas de El Cosmopolita lleva por ttulo Egotismo en ella dice:

hablar siempre con elogio de la propia persona, haciendo de sabido o de seor, incurriendo en vanidad de cualquier linaje es verdaderamente digno de censura; pero un egotismo inocente, y aun necesario, que no merece vituperio. Al escritor se le ofrecen mil ocasiones de presentar como actor, en cuyo caso el yo es indispensable; otras sirve de testigo, y el yo no est de ms; otras de su parecer, y el yo no es impertinente /.../ Si bien hay obras de la naturaleza como los viajes, las memorias, la polmica y otras, o enojo que ellas produzcan depender del pulso del escritor, de su buena o mala compostura. (Montalvo, 1927: 203)

En los Siete Tratados, hablando de Montaigne, vuelve sobre el tema:

Todo consiste en hablar de s un autor con ese hbil tanteo, esa gracia maera con las cuales los ms atinados hacen creer a sus lectores que cuando se est magnificando son modestos, cuando muestran sabidura no la exponen adrede, cuando fantasean y hacen vanagloriosos regates, no es por despertar admiracin ni envidia. Hay egotismo de tal naturaleza que es el embeleso del lector. (Montalvo, s.f.: 25)

Montalvo, adems, de ser vctima de su lenguaje, lo es de su admiracin por el gascn, puesto que en su intento de imitarlo deja al descubierto las costuras de su composicin literaria. Anderson Imbert seala que ciertos pasajes de sus obras han sido intercalados por pginas sueltas con la que el autor tal vez no saba qu hacer. Esto equivale a decir que, a pesar de la tendencia discursiva del ensayista hispanoamericano, el discurrir de Montalvo se incrementa exageradamente a travs de las digresiones: Anderson Imbert propone, por lo menos, cuatro tipos: yuxtaposicin, intercalaciones, desarrollos lgicos y adornos. (Anderson Imbert, 1948: 123)

Tal vez aqu deba hacerse una breve referencia a las concepciones sobre arte diseadas por Montalvo. Es notable le funcin protagnica que cumple en su literatura el principio de autoritas, segn el cual los grandes maestros promulgan algunas normas, consagradas por unnime consentimiento, a las que nadie poda faltar. (Montalvo, s.f.: 270) Es obvio que nuestro autor paga tributo a la herencia clasicista que -como dijimos- coexista en l con su adhesin romntica. A tal premisa se le adiciona una no menos importante: el aprovechamiento, a travs del tiempo, de toda la materia literaria o filosfica que contribuya a los fines del escritor evitando, claro est, el plagio. Dice Montalvo:

/.../ entre el crear y el imitar, entre el tener y el coger, entre el producir y el pedir, la palma se la llevar siempre el ingenio rico y fecundo que halla cosas nuevas, o reviste las conocidas de tal modo que vienen a parecer originales y sorprendentes. La imaginacin no es ms que la memoria en forma de otra facultad /.../ (Montalvo, s.f.: 352)

Hemos insistido reiteradamente en que el discurso modelo para la ensaystica montalvina es el de Montaigne, a quien se le confiere plena autoridad en el gnero. En cierto modo en concordancia con lo anterior, la obra montalvina en determinadas partes, podra considerarse una especie de palimpsesto donde an estn frescas las huellas de Montaigne, sobre las cuales se asientan las de Montalvo. Asimismo, el acto creativo en el escritor ecuatoriano no es otra cosa que recordar el torrentoso caudal de lecturas almacenado. Por consiguiente, lo que en el escritor francs era normal, esto es, hacer literatura con literatura, al servicio adems de un diseo literario, en Montalvo resulta artificioso.

En resumidas cuentas, podemos aislar a esta altura dos conclusiones del paralelismo entablado. La primera, Montalvo es el primer escritor hispanoamericano que percibe los principios constructivos de la ensaystica europea; en una doble operacin, pues, condensa el gnero y proyecta a Montaigne hacia el condicin de modelo. La segunda, la ensaystica montalvina se ha estacionado a medio camino, desde donde alterna una prosa de servicio pblico- que lo enlaza con la propuesta ensaystica alberdiana-, con una prosa, que, por ser intrnsecamente ms esttica, se torna menos instrumental.

5.1 Periodismo y ensayo

Como ha quedado dicho, en Montalvo conviven normas neoclsicas y romnticas, razn por la cual, nuestro autor tomar contacto con Montaigne por la intermediacin de la escuela romntica, pero, simultneamente, continuar la tradicin didctica de la Ilustracin. Es as como ejercern sobre l una marcada influencia escritores del siglo XVIII, de los cuales nos interesa referirnos a los ensayistas ingleses Addison y Steele. No obstante, estas relaciones deben ser enmarcadas dentro del grado de ingerencia que tuvo el periodismo en el siglo XIX hispanoamericano. La escasez de libros, las dificultades de distribucin y la menguada alfabetizacin de un pblico potencialmente lector elevaron la actividad periodstica a un plano de formador de la inteligencia. Nstor Auza llama la atencin sobre este punto, alegando que los signos visibles del progreso los otorgaba el periodismo, en tanto medio de comunicacin, de informacin y de cultura. (Auza, 1973: 18)

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Cabe aadir que el periodismo es un factor que incide en la base formativa del gnero ensaystico hispanoamericano, tanto por su calidad de vehculo portador de ideas como por sus notas de fragmentarismo y provisoriedad. Por lo dems, el espritu didctico, que penetra tan frtilmente periodismo y ensayo, se imbrica con el proceso formativo de las nacionalidades hispanoamericanas; de esta articulacin como hemos dicho- emergen nuevas formas discursivas. Vale la pena destacar hasta qu punto la obra de Montalvo es coincidente con el espritu descripto:

Entre las invenciones -dice Montalvo- de los tiempos modernos el periodismo es una de las que ms han contribuido para la civilizacin y el adelanto del gnero humano /.../ La prontitud es la divisa de estos siglos: se camina, se comunica por la posta; se piensa, se siente ms pronto /.../ La imprenta y el periodismo son respecto del pensamiento, lo que los ferrocarriles y el vapor respecto de los intereses materiales/.../. (Montalvo, 1927: 213)

La imagen ltima que utiliza Montalvo podra ser reordenada as: desde el punto de vista del pensamiento, periodismo e imprenta constituyen logros tan trascendentes como los surgidos de la revolucin industrial: el ferrocarril y el vapor. La actividad reflexiva de Montalvo, sin embargo, no se orienta hacia la especulacin ms o menos abstracta, sino hacia una voluntad moralizante. De nuevo nuestro autor ubica en el tiempo un modelo con el cual coincidir periodstica y ensaysticamente. Se trata de Addison: La imprenta es una rica mina en manos de Addison, que toma en las palmas la sociedad humana, la mira, la vuelve, la toca con el dedo por todas partes, e indica los puntos corrompidos, propinando esencias celestiales por remedios. (Montalvo, 1927: 216) Igualmente, Montalvo no disimula su idea netamente dieciochesca- de hacer del periodismo una enciclopedia: El peridico es una enciclopedia menor que todo lo contiene; nada se le escapa a ese Argos de cien ojos /.../. (Montalvo, 1927: 219) Es curiosa la coincidencia en este punto con otro gran conciliador del iluminismo y el romanticismo, estamos hablando de Sarmiento, quien en 1856 escriba: En pueblos que tan de prisa marchan, las hojas sueltas de la prensa peridica hacen las veces de enciclopedia /.../. Tanto El Cosmopolita (1866-1869), El Regenerador (1876-1878) - represe en el ttulo tomado de Addison- son el producto del espritu periodstico montalvino.

En el revs de la trama de los ensayos de Montalvo pueden, pues, leerse los resabios neoclsicos que conforman ciertas constantes en la obra del ecuatoriano, pero tambin de gran parte de la ensaystica hispanoamericana. El didactismo y el propsito de instruir masivamente al pueblo le confieren a la operacin reflexiva hispanoamericana, expresada por medio del ensayo, la significacin ms definitoria. El ensayo, en todas las variantes posibles, acepta ser introducido en los trminos de lo que Jos Gaos llam: una pedagoga poltica por la tica y ms an la esttica. (Gaos, 1943: 64) La produccin ensaystica del siglo XIX contendr esa torsin pedaggica, ilustradora, cuyo correlato en la superficie poltica ser la misin civilizadora -a cargo de las minoras ilustradas, segn se crea-. El principal propsito buscado: conseguir la pacificacin de las tierras independizadas, slo -razonaban esas minoras- las masas civilizadas terminaran con el caos. Claro est que la serie literaria y la serie poltica muy pocas veces encontraron un punto de equilibrio pacfico, esto es, una cosa era el afn pedaggico de un Alberdi, de un Montalvo o un Hostos, y otra muy distinta las encarnizadas persecuciones a las masas incultas por parte de los gobiernos ilustrados. Desde la generacin de Echeverra hasta Montalvo, aproximadamente, esta funcin pedaggica del ensayo no se vio involucrada en hondos cuestionamientos de ndole esttica, es decir, el cuidado de la forma y el embellecimiento de la prosa. En ese periodo convulsionado, los mrgenes del otium eran escasos, cuando no nulos. De ah que el periodismo, con su ritmo veloz y cierta tosquedad, ocupara un lugar destacado de la produccin literaria.

Para concluir, estamos en condiciones de afirmar que la prosa ensaystica, comprendida aproximadamente entre los aos 1830-1870, es un fenmeno literario que emergi condicionado por dos circunstancias histricas: la inestabilidad poltica y la mutabilidad de la realidad que refera. Asimismo, tal lapso faculta al establecimiento de los lmites entre un proceso gestativo -con anterioridad a 1830 y el acrecentamiento de una conciencia esttica de la forma ensaystica a partir de 1870. Alberdi inaugura el ciclo y Juan Montalvo, digamos tentativamente, lo cerrara. El periodo fijado coincide con el Romanticismo en sus das etapas, por lo tanto, declaremos que la ensaystica romntica - particularmente la de Alberdi del Fragmento- result ser un espacio textual donde la experimentacin tanto ideolgica como discursiva produjo una forma literaria indita. Y justamente por su naturaleza experimental, desde la perspectiva de una potica, el ensayo -como forma y nocin de gnero- es an vacilante. El desplazamiento esttico de Montalvo ser en dos sentidos: por un lado, su ensaystica revela una preocupacin por la forma y el modo de presentacin de su discurso -un principio de conciencia artstica-, por otro, hay en su obra una prdida de inters en la determinacin del pblico lector. En relacin con lo ltimo, digamos que, mientras el discurso ensaystico anterior a Montalvo contaba, de una forma u otra, con una nocin de pblico, por consiguiente, la orientacin del discurso era ms evidente, en el autor de los Siete Tratados aparece un intento de universalizacin de ese concepto. Acertadamente, Anderson Imbert arguye que Montalvo anhelaba una lengua literaria sin geografa, pero tambin un pblico lector sin geografa. (Anderson Imbert, 1948: 80) As como antes de Montalvo la nueva racionalidad americana poda actuar como un modelo crtico-creador de las expresiones verbales, esto equivale a decir que haba una inquietud mayor por el qu antes que por el cmo, en la obra del ecuatoriano, la obsesin por la forma incidir en una declinacin de la primaca del pensamiento. Esa conciencia esttica preanunciada en la obra de Montalvo emerger con mayor claridad en la etapa modernista.

BIBLIOGRAFA

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Para Robert G. Mead, Jr. es preciso establecer ciertos reparos a las preceptivas difundidas durante el siglo XVIII y XIX, que codificaron fuertemente los gneros. Dice Mead, con el transcurso del tiempo han nacido nuevas naciones y nuevas literaturas cuyas obras no han correspondido siempre al marco terico previamente establecido. Consta que la literatura, como la vida humana de la que es una manifestacin, comparte la historicidad de todo proceso vital, que es proteica y que no pueden contenerla por mucho tiempo los gneros derivados del pasado, herencia inflexible y anticuada. Mead (Jr.), Robert G., Montalvo, Hostos y el ensayo hispanoamericano., en: Hispania, vol. XXXIX, n. 1, mar. 1956, p.56. Grossman, en el captulo titulado Estudio de la literatura con Amrica como centro, en lugar de Europa, se pregunta: el esquema crtico europeo seguir siendo siempre el nico adecuado para interpretar la literatura del Nuevo Mundo? Son realmente idnticos los principios de creacin ac y all? Grossman, Rudolf, Historia y problemas de la literatura latinoamericana, trad. de Juan Probst, Madrid, Revista de Occidente, 1972, p.33 Federico de Ons, en cambio, ya no se interroga sino que afirma: Mi opinin es que la razn de esta actitud de unos y otros viene de una cosa muy sencilla: de que todos, europeos y americanos, juzgan lo americano desde el punto de vista de Europa. La historia literaria, los conceptos literarios de esta historia, la crtica, se han construido en Europa. Los europeos y los no europeos siguen, as, estas mismas ideas, estos mismos conceptos, Y los aplican a Amrica. El resultado es que no sirven estas ideas y estos conceptos para Amrica, precisamente por el hecho de que toda la literatura y los productos generales de la vida de Amrica en s tiene una originalidad; y que hay que juzgar y ver lo americano desde nuevos puntos de vista; y que esos nuevos puntos de vista no tienen que venir de algo extrao, sino que deben nacer del fondo mismo de lo americano. Ons, Federico de, La originalidad de la literatura hispanoamericana, en: Espaa en Amrica. Estudios, ensayos y discursos sobre temas espaoles e hispanoamericanos, Barcelona, Editorial Universitaria, 1968, p. 117.

Hemos desarrollado esta problemtica en nuestra tesis doctoral El discurso ensaystico de Manuel Ugarte frente a la poltica imperialista norteamericana entre los aos 1900-1920, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 2001. (en prensa)

El trmino lo utiliza Loveluck para marcar la metamorfosis que sufren ciertos rasgos en el proceso de traslacin y desplazamiento del gnero de Europa a Iberoamrica. Loveluck concluye en su estudio: Podemos concluir, pues, que el primer desvo propuesto por nuestro ensayo en relacin con el dechado europeo marcha a la par con uno de los asuntos ms comprometidos y controvertidos de nuestra azarosa historia cultural, con el centro mismo de su especificidad: la meditacin concreta de la circunstancia propia, lo que equivale a decir que se trata de un discurso cultural centrado en una forma permanente de automeditacin, un modo de autobiografa colectiva cuyas races arrancan del perodo romntico y de su concentracin en el yo. (Loveluck, 1984: 114)

No debe olvidarse que la opcin por una modalidad discursiva incide en las plasmacin del tema y las estrategias comunicativas entre el autor y el receptor.

El propsito autonomista est signado por la lucha poltica y militar, que incrementa el sentimiento de diferencia con la metrpoli espaola. Es un sentimiento que estuvo presente durante la Colonia, en forma de contraposiciones de lo peninsular y lo americano, sin embargo, resultan de una clara timidez comparado con lo que vendr a partir de las guerras de independencia (1810-1824). Para Miguel Gmes estas circunstancias le permiten hablar de una inauguracin en la historia literaria de las batallas verbales de los escritores emancipadores. Los conceptos anteriores pertenecen a uno de los pocos estudios genolgicos de conjunto que se han intentado hasta ahora, cuya novedad terica principal consiste en identificar ciertas marcas genricas que pertenecen a circunstancias fuertemente localizadas espacial como temporalmente. Para Gmez la problemtica de los gneros en Hispanoamrica no puede ser ajena a los marcos contextuales en los cuales los gneros emergen y se desarrollan. (Gmes, 1999)

A partir de esta coyuntura histrica se desarrolla la nocin de la emancipacin cultura o mental, creando un corpus textual cuya principal temtica ser el americanismo tnico, geogrfico e histrico. V.: (Carilla,1969); (Zum Felde, 1954); (Jaimes, 2000)

/.../ la gran novela realista europea cumpli uno de sus principales propsitos: el casi imperceptible reforzamiento del consenso de sus sociedades en torno a la expansin de ultramar/.../. (Said, 1993: 48)

Escribe Dalmaroni: Durante el siglo XIX argentino, esa funcin que B. Anderson encuentra en la novela, se habra cumplido por va de esa prosa genricamente inclasificable de la cual el Facundo de Sarmiento es el paradigma. (Dalmaroni, 1995:16) La afirmacin es excesivamente taxativa, aunque ms no fuera, dicha prosa podra clasificarse, negativamente, como no ficcional. El registro sarmientino presenta esas complejidades, sin embargo, el discurso ensaystico como la prensa escrita cumplieron las funciones de la narrativa europea decimonnica, en el sentido de pensar e imaginar la nacionalidad.

Medardo Vitier incurre en un error cuando dice que la palabra 'ensayo' no circulaba en espaol en tiempos de Feijo ni todava en los de Montalvo. (Vitier, 1945: p.55) Alberdi, con anterioridad, ha utilizado el trmino ensayo para dar ttulo a un trabajo sobre msica (1832): Ensayo sobre un mtodo nuevo paro aprender a tocar el piano con mayor facilidad. Frente a la inclinacin musical de Alberdi en su juventud, cabe preguntarse si en el sentido que le asignaba a la palabra ensayo no resonaba, justamente, la acepcin de ejercicio o prueba, propio del mbito artstico-musical.

Para este registro se ha seguido en gran medida el artcu1o de Prez U., Jorge, En busca de una nocin histrica del ensayo, en: Cuadernos Americanos, Mxico, XXXVII, n.4, 1978, pp.96-112.

Sigo- dice Funes- las huellas [refiere a otros autores] en los dos primeros tomos de mi Ensayo, donde al fin faltndome guas tan seguras me ha sido preciso abandonarme a los archivos pblicos /.../ (y es) En la coleccin de estos documentos que sin disputa ha exijido una de las tareas rns ingratas y afanosas. (Funes, 1910: 40)

Al elegir la palabra en el proceso de estructuracin de un enunciado, muy pocas veces las tomamos del sistema de la lengua en forma neutra, de diccionario. Las solemos tomar de otros enunciados afines genricamente al nuestro, es decir, parecidos por su tema, estructura, estilo; por consiguiente, escogemos palabras segn su especificacin genrica. (Bajtn, 1985: 277)

Las cursivas son nuestras.

Nos hemos ocupado del tema en otro lugar. (Maz, 1997)

Al respecto dice Roig: Aquella importancia de la vida cotidiana con su rica y contradictoria diversidad que exiga su captacin y su descripcin y aquella realidad social que en la casi totalidad de los pases hispanoamericanos alcanz una inestabilidad y plasticidad que imponan formas discursivas acordes con esos caracteres, fueron fenmenos que cubrieron histricamente una de las pocas ms hondamente vividas por nuestros escritores. (Roig,1986:129)

Un caso ejemplar de lo que decirnos est en la manera en que Sarmiento escribi el Facundo: la llegada de un delegado de Rosas a Chile lo oblig en poco tiempo a escribir y publicar la obra en forma de folletn.

cit. por Anderson Imbert, 1948: 91-92.

Ibdem, p. 89.

Se trata de una marca textual que ser utilizada para introducir la categora de new essay. El concepto, que pertenece a Martn Stabb, es retomado por Hctor Jaimes en su conclusin sobre un estudio del americanismo y el ensayo: Pero tal vez el trmino new essay no sea el ms apropiado para caracterizar la distancia esttica que separa a los ensayistas de hoy con los de ayer, aunque la simple aparicin de esta ruptura y su respectiva mencin por parte de la crtica nos incita a pensar que lo que contiene este nuevo ensayo es en realidad una libertad esttica primordial que demuestra una conciencia madura y crtica ante la creacin artstica. (Jaimes, 2000:.567)

cit. por Auza, 1973: 26.

Con la autonoma del arte, hacia principios del siglo XX, este fenmeno contina y se profundiza, pese a la queja permanente de los modernistas sobre la dependencia del periodismo como medio de vida.

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