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La restitución de la tradición oral en las prácticas de enseñanza de la literatura
Delia C. Di Matteo*
RESUMEN
El presente trabajo, desarrollado en el campo de la didáctica de la lengua y la literatura, se
centrará en modalidades y dispositivos de lectura que buscan el encuentro entre el texto
literario y el lector e influyen en la resignificación que éste hace del primero. El docente,
quien actúa como mediador entre el texto y el alumno, recurriendo a modalidades y
dispositivos ubicados en los límites entre la cultura oficial y la popular, como la narración
oral, la lectura en voz alta, los libros ilustrados, programas televisivos y la proyección de
películas, permite que se pongan a jugar nuevos significados entre el texto y el lector, ayuda a
construir puentes entre la literatura y los alumnos. Así, la lectura es entendida como una
apropiación de sentidos según las características socioculturales de cada lector y la última
depende de los modos en que se da a leer un texto.
This work, on the teaching of language and literature, will try to find ways of reading that
look for approaching pupils and literary texts and influence the significations the reader
makes. The teacher, who acts as a mediator between the text and the pupil, helped by
modalities and dispositives in the limit of Folk and Literacy, such as oral narration, loud voice
reading, illustrated books, tv programmes and films taken to the class, may start a game
between the reader and the text and help create new significations, building bridges between
Literary and pupils. So Reading is undestood as an appropiation of meanings each reader
makes according to his social characteristics and it depends on the way a text is presented to
the reader.
PALABRAS CLAVES
Mediación, Literature, Oralidad, Modalidades, Resignificación
Mediation, Literacy, Orality, Modalities, Resignification.
PUENTES HACIA EL TEXTO LITERARIO
“A estos chicos no los moviliza nada”. “Parecen insensibles a todo”.
Cuántas veces circulan éstos y otros comentarios similares por la sala de profesores o por
el buffet de las escuelas. Y no esconden sólo reproche, sino seria preocupación. Sin embargo,
cada vez son más los adolescentes que escuchan y se apropian de letras de rock nacional que
contienen imágenes poéticas como, por ejemplo, “Soy la sombra del olvido, soy la lágrima
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buena…soy el árbol que se quema…”, “Somos árbol y desierto, querés nada y mucho más, se
te va licuando el pecho de lo que querés mostrar…(grupo “Cielorrazo”)
Cabría preguntarse, entonces, porqué si un adolescente se apasiona por una letra poética de
rock o de cumbia no parece ocurrir lo mismo con un texto literario llevado al aula, qué hace
que veinte chicos o más puedan escuchar y disfrutar un relato oral, pero da la sensación de
que no pueden mantener la atención frente a un texto escrito o porqué el interés sobre un texto
teatral cambia si se hace teatro leído en el aula. La respuesta quizás más frecuente es: “No
están habituados a la lectura”. Sin embargo, sabemos que el chico “lee”, se “apropia”, en
términos de Roger Chartier (1995:128), de una letra de rock o de cumbia, un video clip, una
película y de todo lo que lo rodea. Podríamos suponer, entonces, que no está acostumbrado a
la práctica de lectura de texto literario. Pero la selección de “textos” que muchos de nuestros
alumnos hacen en sus contextos cotidianos pareciera contradecirse con esa hipótesis. A
menudo vemos frases poéticas sobre los pizarrones, bancos y carpetas, frases propias o
apropiadas de las letras de canciones preferidas; varios son los alumnos que se acercan al
profesor de lengua y literatura para que lea sus textos, generalmente, poéticos; unos cuantos
disfrutan apropiándose de los discursos de los personajes de los textos teatrales y no son
pocos los que cantan canciones de cantautores como Ricardo Arjona, que juegan con el
lenguaje en sus composiciones, o letras de cumbias que cuentan historias de la cotidianidad.
Nos quedaría por responder, entonces, que puede ser la práctica de lectura escolar lo que no
movilice a estos chicos. Surgen, así, preguntas como: ¿Puede la práctica de lectura escolar
contribuir a la aproximación del alumno al texto literario?, ¿Cómo favorecer ese
acercamiento?, ¿El ingreso de otros discursos y otros géneros que circulan en ámbitos ajenos
a la escuela favorece la lectura del texto literario, predispone al alumno en las
significaciones que realiza?, ¿Las condiciones materiales que recuperan la tradición oral
contribuyen a la apropiación de la cultura escrita? ¿Puede la oralidad servir de puente hacia
el texto literario, hacia prácticas y conocimientos nuevos?
Este trabajo, realizado en el campo de la didáctica de la lengua y la literatura, girará,
principalmente, en torno a esos interrogantes, se centrará en algunas formas y dispositivos a
través de los cuales presentar un texto con la intención de “crear nuevos públicos y nuevos
usos”, según Roger Chartier (l995: 128), en este caso, los lectores adolescentes. Es decir,
tratará de hallar modalidades de lectura que contribuyan al acercamiento de la experiencia
cultural de los alumnos y la literatura, y de generar condiciones para que los primeros amplíen
su universo simbólico, ese sistema de significatividades que les permite resignificar los textos,
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actualizar sus posibilidades semánticas. Para la investigación se recurrió al método de investigación social etnográfico y se trató de
realizar una interpretación cualitativa de las prácticas de lectura de textos literarios en el aula
a través de registros de clases y cuadernos de notas. Allí se buscó observar en forma
participativa, si géneros discursivos provenientes del mundo exterior a la escuela (como la
narración oral, el cine, el video clip, los programas televisivos, las canciones), ubicados en los
límites borrosos entre la cultura oficial y la popular, y modalidades como la lectura en voz alta
y la narración oral predisponen a la lectura del texto literario y favorecen la apropiación, y si
es así, de qué manera lo hacen. SOBRE LA LECTURA ESCOLAR Y LA LITERATURA
Conviene aclarar ciertos aspectos teóricos a tener en cuenta antes de proseguir. El primero de
ellos se refiere a qué se entiende por situación escolar. Ésta es denominada por Ives
Chevallard “sistema didáctico” y es comprendida como la estructura constituida por
enseñante-alumno-contenido (Chevallard, l997: 15). Los tres vértices de este triángulo están
en una compleja interrelación, en una permanente tensión. Los sujetos del triángulo mencionado son considerados como seres inmersos en un contexto,
seres que presentan identidades individuales y socioculturales que no pueden ignorarse. Así,
el aprendizaje consiste en la apropiación que el alumno realiza del significado del objeto de
enseñanza. Esta apropiación implica la resignificación según el contexto y la individualidad
del sujeto.
Muchas veces, en la escuela, se reduce la lectura del texto literario a la repetición de sentidos
institucionalizados o de saberes legitimados socialmente y se ignoran las características de los
sujetos y del saber escolar, el cual es equiparado al saber académico, el saber sabio, en
términos de Chevallard ( l997:15). Por lo tanto, no se tienen en cuenta las maneras complejas
y particulares que tiene cada sujeto de relacionar las significaciones culturales de las que ya se
ha apropiado con nuevas significaciones que pueda ir realizando.
En el campo de la didáctica específica los sujetos no son vistos sólo como cognición, sino
como “subjetividades complejas tensionadas por los discursos hegemónicos y
contrahegemónicos y por los modos particulares en que se apropian del saber y de
contenidos culturales que les permiten entender y reentender la realidad” (Cuesta,2003: 44).
Los modos de leer institucionalizados, es decir, la fijación sistemática de sentidos
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relacionados con los discursos hegemónicos, pueden ser resistidos por algunos alumnos, pues
pueden sentir que se los anula o violenta como sujetos. Otras veces, esos mismos modos
funcionan tan fuertemente que obstaculizan la problematización de la lectura y, por lo tanto,
el modo de leer epistémico. Carolina Cuesta, siguiendo a Foucault define este modo de leer
como “la región media entre los distintos órdenes de la cultura y la ciencia” (Cuesta, 2003:
92)
Sin embargo, en otras ocasiones, son los modos de leer institucionalizados los que habilitan
los epistémicos, pues se fijan nuevos pactos de lectura que llevan a la reflexión teórica. Se
produce así, lo que Foucault denomina el “acoplamiento histórico entre saberes eruditos y
saberes sujetos”, que permite que un lector sin poder legitimante (si queremos denominarlo
de esta forma) pueda generar una reflexión teórica sobre la literatura a partir de una oposición
a la lectura instituida (Foucault, Michel, 1984, 6).
La resistencia del alumno al aparato interpretativo escolar suele ser confundida con apatía
hacia el texto literario. Muchas veces se ignora la literatura como práctica cultural, la cual,
según Elsie Rockwell explica, es heredera del concepto de praxis, por eso “recuerda la
actividad productiva del ser humano, en el sentido material (la manera en que se lee el texto)
y en el simbólico (las resignificaciones que se realizan en base a él) (Rockwell,2001). Puede
ocurrir que, al distraer los modos de leer institucionalizados, que tienden, generalmente, a la
restitución del argumento, a la búsqueda de mensajes moralizantes, a la clasificación en tanto
un género determinado, a la enseñanza de teoría literaria como único contenido escolar, el
lector mire la literatura de otra manera, detecte elementos nuevos en el texto y produzca
conocimiento sobre ese objeto cultural. Se generará, así, el modo de leer epistémico al que se
ha hecho referencia.
El historiador francés Roger Chartier advierte que “la fuerza de la imposición de sentido de
los modelos culturales no anula el espacio propio de su recepción”, pues “siempre existe
distancia entre el sentido que se pretende del sentido que se produce” (Chartier, 1995: 125)
De éste y los aspectos mencionados se deduce la concepción de lectura que guiará este
trabajo: al hablar de lectura de texto literario no nos referimos a una recepción pasiva de
sentidos ni a un desciframiento de mensajes del autor sino a lo que Michel de Certau llama
lectura creativa, es decir, una actividad de producción de sentido, como ya se explicó.
Es común, especialmente en las escuelas medias, la idea “moderna” de lectura, asociada con
la cultura letrada, una lectura individual, silenciosa, centrada en el significado literal y
orientada a la información enciclopédica. Sin embargo, la lectura en el aula puede ser
concebida como un acto social, en que los “actores” leen en voz alta e intercambian oralmente
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sentidos sobre el texto. El docente actuaría, en este caso, como mediador, estableciendo
puentes entre los alumnos y los textos, construyendo junto a los últimos interpretaciones
cruzadas por convenciones escolares, saberes cotidianos y la imaginación. Roger Chartier se
refiere a la lectura como “una práctica cultural realizada en un espacio intersubjetivo
conformado históricamente, en el cual los lectores comparten dispositivos, comportamientos,
actitudes y significados culturales en torno al acto de leer “(Chartier, l999:249)
Para el historiador francés el proceso de apropiación siempre transforma las prácticas
culturales y los significados según cada contexto. Dichas prácticas suponen cierta continuidad
cultural en las maneras de leer, de otorgarle sentido a los textos, pero la apropiación tiene sus
límites en cada lector, siempre “es una producción inventiva, una forma de construcción
conflictiva de sentido…un “poner a jugar (el texto)con lo que le es propio (al lector), lo que
lo constituye como sujeto sociocultural” (Chartier, l999:249)
Al respecto, Roger Chartier adjudica una gran importancia a “la forma en que se opera el
encuentro entre el mundo del texto y el mundo del lector”(Chartier, l999:107). El historiador,
que entiende la lectura como un proceso histórico, basa su investigación en la hipótesis de que
las modalidades y modelos de la operación de construcción de sentido realizada en ella varían
según el tiempo, los lugares, los grupos. Diversos elementos del contexto condicionan y
orientan las maneras de leer. Hace unos años, en una de práctica de lectura realizada con el texto “La casa de los relojes”,
de Silvina Ocampo, en un primer año de un colegio en J.L. Suárez, ocurrió que, tras compartir
la lectura, varios alumnos coincidieron, quizás por la focalización desde el niño de nueve años
que presenta el texto, en que “A Estanislao lo habían “planchado” (usado como un eufemismo
de un cruel asesinato). Me sorprendió mucho el comentario de uno de los chicos: “Estanislao
se murió porque en el camión de la tintorería decía “La Parca”. En la apropiación que el
alumno había realizado había jugado un papel fundamental el sentido que le había asignado a
la palabra “Parca”, sentido del que se había apropiado anteriormente a través de la lectura de
mitos clásicos. Probablemente, el texto o, mejor dicho, el fragmento de ese mito funcionó
como un activador del significado. Cada alumno llega al aula con distintos capitales
culturales y lingüísticos (Bourdieu,1990:146), con una experiencia sociocultural que
determinará un modo distinto de apropiación y la escuela es clave para ofrecer más
significados a esos capitales. Las prácticas de lectura y escritura son un cruce constante de
formas culturales y experiencias históricas con el lenguaje. Por empezar, cada persona tiene
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un conocimiento de la lengua que adquiere simplemente por usarla, lleva consigo un conjunto
de enunciados vinculados a las distintas esferas de uso. Bajtin hace referencia al conocimiento social sobre la lengua que todos los hablantes
poseemos. Éste advierte que, en cada época, en todas las prácticas, existen determinadas
tradiciones expresas y conservadas en formas verbalizadas. Así, los hablantes, para la
intercomprensión, disponen de formas lingüísticas (léxico y gramática de la lengua) y de
formas obligatorias discursivas. Cada enunciación, unidad de la comunicación verbal para
Bajtin, asume una forma fija, una estructura tipo, un género, según el tipo de intercambio
comunicativo realizado. Ambas formas (las lingüísticas y las discursivas) nos son dadas,
llegan a nuestra experiencia y nuestra conciencia conjuntamente a través de los discursos
ajenos. Sin saberlo, aprendemos a hablar utilizando diversos géneros discursivos y al oír el
discurso de otro anticipamos su género desde las primeras palabras, “percibimos la totalidad
discursiva que posteriormente se especifica en el proceso del discurso” (Bajtín 1997: 268).
Parte de la idea que tienen nuestros alumnos sobre la literatura está dada porque de antemano
conocen desde su experiencia el género discursivo literatura; esto les permite ubicar el texto
que leen dentro de la ficción o no, dentro de la cultura escrita oficial o la tradición oral.
Para Bajtín, la serie de géneros más cotidianos, los primarios (como los saludos, las
felicitaciones, los deseos, etc.), son más estandarizados y otros, como los géneros discursivos
orales y los literarios, son más libres, pues permiten una creativa restructuración, la que
aumenta a medida que se domina mejor el género. Así, la literatura no es un uso especial de la
lengua, sino que está constituida por el cruce y la apropiación de los diferentes géneros
discursivos literarios y extraliterarios que existen en la sociedad. Sin embargo, la escuela
suele ver la literatura como ese uso especial, abre una brecha entre ella y la lengua oral, entre
la cultura escrita oficial y la popular, y separa la enseñanza de la lengua y la de literatura,
cuando, en realidad, van juntas.
El dominio del género discursivo de cada persona, es decir, su experiencia discursiva
individual se forma y se desarrolla en constante interacción con los enunciados individuales
ajenos. El objeto del discurso de un hablante nunca es tal por primera vez sino que ya se
encuentra “hablado” y valorado desde puntos de vista anteriores, así, todo enunciado siempre
se dirige a su objeto, pero responde en cierta forma a los enunciados ajenos en forma personal
o impersonal acerca de ese objeto, enunciados que le preceden como “eslabones en la
cadena de la comunicación discursiva” (Bajtín,1997: 281). Vemos claramente la importancia
del otro en la comunicación cultural. Cuando el alumno realiza una práctica de lectura, pone
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en juego el cruce de los discursos ajenos con los que se ha desarrollado su experiencia
discursiva individual, revalúa los enunciados que lo conforman y se apropia de nuevos
discursos ajenos; prepara, también, el terreno para futuras apropiaciones. (Recordemos que
para el investigador ruso un enunciado no está relacionado sólo con los eslabones anteriores
de la comunicación discursiva sino también con los posteriores).
Ahora bien, esas prácticas no deben entenderse como la relación íntima entre el lector y el
texto. Hay otras formas que tornan la lectura en una actividad colectiva y hasta individuos que
no saben descifrar los códigos escritos, adquieren familiaridad con las formas del texto escrito
por su reabsorción en los textos hablados, actuados o cantados con que conviven a diario.
Como ya se ha dicho, el historiador Chartier coloca un especial énfasis en las formas a través
de las cuales ese texto es recibido y apropiado por sus lectores u oyentes, tanto que esa forma
determina, según el autor, las significaciones del mismo. El autor dice que “no hay texto fuera
del apoyo que le da la lectura (o el hecho de escuchar) y que no hay comprensión de un
escrito que no dependa de las formas en que llega a su lector”(Chartier,1999:111) y entre los
dispositivos para acercar al lector menciona no sólo las estrategias e intenciones del escritor
del texto sino la importancia que adquieren los dispositivos que surgen de las modalidades
que la lectura adopta en un taller, en este caso, en el aula. Así, tanto el espacio donde la
primera se realice como las formas materiales, soporte del texto (las formas tipográficas, las
ilustraciones, la distribución de las letras en el papel) y las modalidades de lectura son
importantes para “atraer públicos nuevos” y pueden modificar el modo de interpretación.
MODALIDADES DE APROPIACIÓN
Roger Chartier, en su libro “Sociedad y escritura en la Edad Moderna. La cultura como
apropiación” revé los conceptos de cultura popular y, tras analizar las continuidades
culturales que atraviesan los tres siglos de la edad moderna, descarta la idea de que ésta
puede ser definida por contraste con la cultura letrada y dominante. Hace hincapié, entonces,
en la “apropiación” que los distintos grupos realizan de los mismos objetos culturales, es
decir, en el modo de relación entre los individuos y los últimos y las normas que circulan en
la sociedad; por eso, en lugar de describir conjuntos culturales llamados comúnmente
populares, describe “modalidades diferentes de apropiación” (Chartier, l995).
Al referirse a la lectura, el autor sigue a Paul Ricoeur, quien concibe a la misma desde una
doble dimensión: la individual, que involucra lo que comúnmente denominamos “el trabajo
de interpretación” y la colectiva, que implica esa relación dialógica entre las señales
textuales emitidas por el texto y el “horizonte de espera” colectivamente compartido que
rigen su recepción (Chartier: 1995:147). Así, la lectura es comprendida como una apropiación
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en doble sentido: por un lado, la apropiación es la actualización de las posibilidades
semánticas del texto (su esfera simbólica). Por el otro, la construcción de sentido se relaciona
con la forma en que se da a leer un texto, con los espacios de mediación (la materialidad del
texto). Por lo tanto, la forma material interviene en la apropiación realizada; el mismo texto
no es igual si se cambian los dispositivos de presentación del mismo a los lectores. La
modificación del formato, las divisiones, las ilustraciones, la lectura en voz alta, los gestos y
movimientos corporales que puedan acompañarla, pueden ganar nuevos lectores y recibir
nuevos significados; en cada lectura hay posibilidad de nuevas interpretaciones que
confronten con las legitimadas.
En el año 2004 trabajé con un primer año del colegio de Suárez ya mencionado, un curso
que contaba con alumnos muy inquietos, con los que costaba mucho realizar prácticas de
lectura. Para hacerlo, les llevaba fotocopias de los textos y, por razones económicas, les
entregaba una cada dos alumnos. Como llegaron a la biblioteca varios ejemplares de la novela
“Otra vuelta de tuerca”, de Henry James, enviados por el Ministerio de Educación, decidí
usarlos en el aula. El curso contaba con pocos alumnos, por lo que había casi un ejemplar para
cada uno. Los chicos, que generalmente perdían o dejaban tiradas las fotocopias y solían
hablar entre ellos mientras se leía, parecían realmente interesados en esos libros, a tal punto
que varios de ellos permanecieron en silencio e interactuaron con el texto por primera vez en
el año, hojearon los ejemplares antes de leer, miraron la ilustración de la tapa y trataron de
recordar, luego de la primera práctica de lectura, qué libro habían usado la clase anterior. En
este caso, la materialidad del texto influyó no sólo en la apropiación, sino en la predisposición
necesaria por parte del lector para que ésta pudiera lograrse.
Algo similar me ocurrió en un segundo año del mismo colegio donde decidí repartir
ejemplares de La Metamorfosis, de Franz Kafka, impresos en forma de folletines ilustrados.
Además del interés en las ilustraciones, se evidenció la influencia de la imagen en la
apropiación. Varios chicos notaron que en las ilustraciones el insecto en que se había
convertido Gregor Samsa tenía el rostro de Franz Kafka y algunos concluyeron que Gregor
Samsa se sentía como el autor de la novela. Otros comentarios fueron que Franz Kafka se
sentía como una “cucaracha”, que para el dibujante Gregor Samsa era Franz Kafka (frente
al comentario se pidió que se leyera la biografía del escritor y se trataran de buscar
explicaciones para esa relación) y un alumno dijo que ésas eran interpretaciones que no
estaban en el texto, sino en la imagen. Reflexiones en torno a las categorías autor-narrador, la
plurisignificación del texto literario, el modo de representación, la relación literatura-sociedad
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surgieron y pudieron aprovecharse de los comentarios realizados por los alumnos. En este
caso, las imágenes y la lectura de los epígrafes que las acompañan contribuyeron al modo de
leer epistémico y establecieron pactos de lectura. Recordemos que la lectura de los medios
visuales, con los que los alumnos están muy familiarizados, se filtra en sus respuestas y les da
herramientas para comprender y analizar las ilustraciones y éstas, a su vez, pueden darles
herramientas para apropiarse del texto literario.
A veces, la observación de una película relacionada con el texto, antes o después de su
lectura, puede hacer que éste reciba nuevos significados, se habiliten y pacten nuevas lecturas.
Este año, antes de leer los capítulos seleccionados del Quijote en dos segundos años, uno del
colegio mencionado de Suárez y el segundo, de Ballester, decidí pasarles la película en que
Camilo José Cela readapta el guión del texto de Cervantes. En el segundo año de la escuela de
Suárez, cuyos alumnos provienen de clases sociales baja y media baja, la mayoría de los
chicos hizo hincapié en las partes en que Quijote y Sancho son ridiculizados. Los comentarios
posteriores se centraron en lo “divertido” que era ver a Sancho comer con su familia, darle un
bofetón a su hijo (quien se había atrevido a emitir una risa que Sancho interpretó como burla),
el último subido a su mula, tan gordo él y tan baja ella, etc. Las escenas protagonizadas por
Quijote que merecieron más comentarios fueron lo “ridículo” de su armadura y su lenguaje,
sus enojos y el querer pelear “por nada”. Estos comentarios habilitaron una lectura de los
capítulos del texto en búsqueda de lo paródico.
La misma película produjo otros efectos en el segundo de la escuela de Ballester, cuyos
alumnos provienen preferentemente de clases sociales medias. Los comentarios posteriores
hicieron hincapié en las reconstrucciones que Quijote hacía en su imaginación de sus
personajes preferidos. Los aproveché para que trataran de imaginarse qué personajes
rondaban la mente de Alonso Quijano y apelé a películas sobre caballeros que los chicos
habían visto. Surgieron relaciones con “El rey Arturo”, por ejemplo, que permitieron que los
chicos recrearan las representaciones de la época de caballería que poblaban la imaginación
de Quijote, producto de sus lecturas, y las reconstrucciones de la realidad que podía hacer esa
profusa imaginación. Vemos, entonces, que las mismas películas, además de favorecer la
resignificación, habían establecido pactos de lectura distintos en cada grupo.
Como prueba de la importancia de los dispositivos de mediación, Chartier menciona el caso
de la llamada Biblioteca Azul en Francia, que, entre los siglos XVII y XVIII recicló textos de
origen letrado y de distintos géneros y, gracias a las ediciones más baratas, es decir, la nueva
forma de impresión y al modo de distribución de la venta ambulante, éstos llegaron a públicos
diferentes a los que se habían destinado supuestamente. Este nuevo público se apropió y
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divulgó significaciones distintas a las que se habían realizado anteriormente. Movidos por
intereses comerciales y político-religiosos, pues la Biblioteca Azul contribuyó a difundir las
ideas de la Contrarreforma, los editores adaptaron los textos religiosos, literarios y de
información general partiendo de una representación del nuevo lector. Este hecho le sirve para
demostrar lo que ya se ha dicho: las formas populares de las prácticas se diferencian a través
de las mediaciones y las dependencias que las ligan a los modelos y normas dominantes.
En el texto mencionado, el historiador analiza las lecturas populares en las sociedades del
antiguo régimen a partir de las oposiciones entre las modalidades de transmisión de los textos,
por ejemplo, entre la lectura en voz alta y la lectura silenciosa o entre la lectura y la
recitación, prestando atención a las “maneras de leer” los textos y no, al corpus de lecturas, como otras veces se intentó. Éste fue el concepto imperante cuando se sostuvo durante mucho
tiempo que las novelas de caballería estaban destinadas a los nobles y, tal vez, a algunos
burgueses y no se centró la atención en los altos precios de las ediciones y el gran formato de
los libros y que, a pesar de no poder poseerlos, las clases humildes podían escucharlos a
través de la lectura en voz alta o su declamación. Prueba de que no se trata de lecturas
exclusivas de una clase social es que, en el Renacimiento, luego de que los libreros-editores
crearon un mercado popular del impreso, reduciendo los costos, distribuyendo los impresos a
través de la venta ambulante y cambiando el formato de los textos, éstos circularon entre
todas las clases sociales y entre lectores muy diversos. Este concepto (la literatura según la
clase social) sigue vigente y circula entre muchos docentes, quienes no llevan al aula
determinados textos, pues piensan que no son para alumnos provenientes de determinadas
clases, mientras las experiencias demuestran que esos textos suelen ser apropiados
perfectamente por esos lectores, lo que no implica mediaciones idénticas ni resignificaciones
idénticas. Subyace aquí un error muy común en nuestra cultura letrada: el creer que el trabajo
de decodificación del texto escrito precede a la formulación de hipótesis de sentido. En
realidad, la lectura como formulación de hipótesis de sentido, originadas en la memoria
social, de tradición oral, es anterior a la interrogación de los códigos escritos, que requiere de
la interiorización de capacidades específicas requeridas por la cultura escrita oficial.
Desde otra óptica, en “La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento” Mijail
Bajtin también niega la división “cultura letrada” y “cultura popular” y hace hincapié en los
modos de apropiación o las maneras de leer en “La cultura popular en la Edad Media y en el
Renacimiento” al demostrar cómo Rabelais, un autor “clásico”, permite rastrear los dominios
de la literatura cómica “popular” y cómo las manifestaciones de la risa, por ejemplo, en los
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festejos de carnaval o las obras cómicas representadas en las plazas públicas no eran más que
una manera rebelde, trasgresora, de apropiarse de la cultura oficial (Bajtin, 1997:11). Así lo
prueba el hecho de que todas las fiestas religiosas medievales poseían un aspecto cómico y
público, ya que las ceremonias oficiales civiles y religiosas eran seguidas por representaciones
de tono carnavalesco, que demuestran una visión del mundo distinta, “no-oficial”, que
redundará en un modo de apropiación distinto. Si llevamos al aula textos muy relacionados
con “los modos de leer institucionalizados”, como pueden ser “El Quijote”, de Cervantes o
“Romeo y Julieta”, de Shakespeare es muy probable que nuestros alumnos se apropien de
ellos desde la ridiculización o la parodia. Hace unos años en una práctica en un segundo año
del polimodal del colegio de J. L. Suárez, me tocó trabajar con “Fuenteovejuna”, de Lope de
Vega, pues así se había acordado en la planificación departamental. En la actualidad, el texto
se encuentra en el canon oficial escolar y está muy vinculado al modo de leer
institucionalizado por los múltiples análisis literarios que difunden una interpretación basada
en el contexto de producción. Decidí hacer teatro leído en clase, con intervenciones sobre el
lenguaje cuando fueran absolutamente indispensables y no rompieran el clima de atención. Se
asignaron los personajes entre los alumnos que se ofrecieron para leer. Hubo que alentarlos un
poco para que lo hicieran, pero lentamente se fueron soltando y se fueron apropiando de los
personajes, especialmente, el del Comendador, el que fue recreado por uno de los alumnos,
quien ridiculizó el lenguaje, la soberbia y autoritarismo del noble, de modo tal que más que
indignación y repudio, causó carcajadas, hasta en el momento en que era asesinado. En el
procedimiento de parodización del personaje y de la lengua usada por él, el alumno estaba
parodiando las formas llamadas “cultas” del lenguaje, la lectura socio-política y moralizante y
estaba re-significando el objeto cultural desde una visión distinta, liberada de las reglas de
interpretación de la concepción dominante, la que evidentemente el alumno reconoció para
poder parodiar (Recordemos que la parodia, como Bajtin hace notar, es el diálogo de un texto
con otro texto en un sentido de subversión).
En otra ocasión, luego de la práctica de lectura de la selección de capítulos del Quijote de
Cervantes propuse una práctica de escritura que consistía en trasladar los personajes a la
época y lugar actuales. Los textos producidos (se detallarán más adelante), generalmente
parodiaban a los personajes y hacían énfasis en las características antitéticas de los mismos.
No habíamos hablado aún de parodia, ironía ni de efectos humorísticos, pero en sus escritos
los chicos demostraron que se habían apropiado del texto pactando una lectura desde el tono
paródico del mismo y de las visiones tan opuestas de la realidad de Sancho y Quijote. En este
caso, la práctica de escritura también funcionó como impulsora de un modo de leer
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epistémico, una forma de detectar elementos del texto demandados por la especificidad
literaria sin necesidad de interrogaciones del mediador.
Al referirse a la cosmovisión carnavalesca de la edad media en el texto ya mencionado,
Bajtin demuestra que la misma no podía circunscribirse sólo a los escolares y clérigos, sino
que los eclesiásticos de alta jerarquía y doctos teólogos, en sus celdas, en ratos de distensión,
escribían tratados paródicos y obras cómicas en latín (Bajtín, 1997:13). Si bien a los alumnos
no siempre les llega el género discursivo de la parodia a través de textos literarios, lo dominan
porque distintos programas televisivos y películas que ellos observan lo usan. Quizás el
rescatarlos, comentarlos, relacionarlos con textos literarios paródicos o de tono serio,
problematizar el efecto paródico, pueda servir para conocer más este género discursivo y
habilitar nuevos pactos de lectura.
EL HUMOR: NUEVAS ÓPTICAS Y NUEVAS MODALIDADES DE APROPIACIÓN
Experiencias como las narradas sobre El Quijote o Fuenteovejuna demuestran que una forma
de trasgresión que suele disfrutar el lector es el humor y bastará con prestar atención a las
conversaciones para ver que se suele dominar el efecto humorístico muy bien, sea por los
programas televisivos, películas, dibujos animados, historietas o los chistes que circulan en
los distintos ámbitos. Recordemos que el soporte del humor escrito han sido diarios y revistas.
Por la cercanía del lector y el carácter instantáneo de su mecanismo podríamos suponer,
entonces, que es un registro poco afín al ensimismamiento del lector de literatura del que
hablan algunos autores como Michel de Certeau o Michèl Petit (de Certau, 1999: 26)(Petit,
2001). Es más, fue considerado durante mucho tiempo como propiedad del periodismo. Sin
embargo, no olvidemos que mediante el humor miramos, podríamos decir, “leemos” la
realidad desde una nueva óptica. El adolescente disfruta riéndose de los autores, los textos y la
realidad “seria”, pero, que se ría de ellos indica que los conoce, para reírse debe separarse de
lo que se ríe, lo que implica adoptar otro punto de vista.
En nuestro país, a partir de los años sesenta la literatura acepta la incorporación de otros
discursos como el periodismo, la historieta, el guión de cine y la política; y el humor comenzó
a ser aceptado y usado como una modalidad literaria. Baste recordar las “Historias de
cronopios y de famas”, de Julio Cortázar o los “Espantapájaros”, de Oliverio Girondo. En
“Rayuela”, por ejemplo, se leen citas de César Bruto, seudónimo de Carlos Warnes, surgido
del humor de las revistas y quien pasó a la literatura con el género autobiográfico.
Actualmente, el escritor Juan Carlos Columbres (Landrú), tan ligado al periodismo, funda sus
textos en el absurdo y sus personajes reiteran neuróticamente acciones sin sentido o repiten
fórmulas verbales, como los personajes de “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett.
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La parodia y la ironía son procedimientos frecuentes para lograr el efecto humorístico.
Fontanarrosa, también salido de las redacciones, tanto en sus historietas como textos, suele
acercarse al humor en forma paródica, especialmente la parodia de los géneros discursivos,
como el relato deportivo o el policial, mediante el disparate verbal. Escritores como Isidoro
Blaistein, Ana María Shua, Marcelo Birmajer, entre otros, también recurren a los
procedimientos del humor en sus textos, centrado especialmente en la imitación de géneros
instalados en el mercado.
En los cursos de apoyo al último año del nivel medio y polimodal para la articulación con el
nivel superior, las consignas de escritura que apelan al humor fueron no sólo disfrutadas por
alumnos adolescentes y adultos, sino muy fructíferas para la reflexión epistemológica.
Sirva como ejemplo lo que me ocurrió con la consigna de escritura que sigue al cuento
“Así”, de Eduardo Wilde, en que los alumnos deben recrear la carta del protagonista
Baldomero a Graciana cambiando la profesión del primero (un médico, quien lo hace notar en
su vocabulario). La mayoría de los alumnos se propuso construir un Baldomero galán de
telenovela, pero influyó en la escritura la parodia a la literatura romántica que funciona en el
texto de Wilde. El lenguaje del personaje construido en la mayoría de los casos se relaciona
más con el de los personajes de novelas o poesías románticas que con el de los galanes de
telenovela actuales. Surgieron textos como: “Amada mía: tu boca color carmín, tus ojos color
de cielo florecen en la mañana como la flor más bella./ Tu mirada dulce me hipnotiza, eres
como un ángel que ha bajado del cielo para tomar mi mano y hacerme sentir las cosas más
bellas del mundo./ Te escojo, te amo para ser la dueña de mi alma perdida y triste/ P.D.: Stá
todo más que piola con vos”, en el que el final, con un lenguaje imprevisible, aumenta el
efecto paródico.
El dominio que nuestros alumnos tienen del efecto humorístico puede ser la base de múltiples
lecturas y escrituras, desde escritores actuales, como los mencionados, hasta clásicos como
Cervantes, Lope de Vega, Johnattan Swift, Oscar Wilde, entre otros, pasando por distintos
géneros literarios, como la crítica de costumbres, la poesía (como nuestra gauchesca), la
autobiografía, etc., permitiendo la parodia de géneros, de estéticas, etc. (lo cual implica, a su
vez, la lectura de otros textos) y produciendo múltiples reflexiones teóricas sobre el objeto
literario. Que los alumnos problematicen el humor como recurso de escritura y proyecto
creador, establezcan diferencias entre lo serio y lo cómico es una forma de pactar nuevas
lecturas y escrituras, de salir de los sentidos institucionalizados y contribuir a la adopción de
nuevos puntos de vista sobre la realidad.
LA NARRACIÓN ORAL Y EL TEXTO LITERARIO
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Como Chartier afirma, las modalidades de presentación de un texto literario influyen en la
apropiación que hace el lector de él. Para su historia de la lectura, el historiador propuso
buscar todo tipo de pistas acerca de las formas de leer que caracterizaron cada época,
incluyendo la disposición del cuerpo, el uso de la voz y los tiempos y ritmos de la lectura. Si
se tiene la oportunidad de leerles cuentos a nuestros alumnos o realizarles relatos orales, se
verá que, generalmente, disfrutan de ellos. Varias veces, en el aula, los alumnos piden al
docente que lea, con el argumento “si lee usted se entiende más”. El acto de narrar da cuerpo
a la lectura como práctica social, restituye la escena colectiva fundacional de la lectura: varias
personas escuchando un relato. Además, la narración oral se acerca más a la cotidianidad. Lo
cierto es que a toda persona le gusta escuchar relatos.
Por siglos, el acto de leer implicó el uso de la voz y, sólo con el tiempo, se difundió la
práctica de leer en silencio. Chartier analiza las influencias que las puestas en escena de
Moliere tenían sobre el texto escrito según la presentación de las obras frente a audiencias
nobles o populares y cómo estas alteraciones repercutían en la versión final de las mismas.
Sabemos, por ejemplo, que Shakespeare adaptaba los guiones de sus obras según los actores
y, podemos presuponer que también influían los públicos. Elsie Rockwell hace notar que, en
ciertas épocas, también los docentes escribían “guiones” de clase en forma de diálogos cuyo
antecedente puede rastrearse en los Diálogos de Platón. Existía, así, relación entre la
enseñanza y la puesta en escena (Rockwell, 2001).
Chartier marca la importancia de la mediación de una voz que lee los textos para su
apropiación y, como ya se ha dicho, la lectura como formulación de hipótesis de sentido
originadas en la memoria social y de tradición oral es anterior a la decodificación del texto
escrito.
Varios registros de clase demuestran que las prácticas orales pueden contribuir al
acercamiento al texto literario, sea narrando partes del texto cuya lectura se prefiere obviar
para privilegiar la apropiación de fragmentos seleccionados, sea habilitando las voces de los
alumnos para que narren sus experiencias previamente o luego de la práctica de lectura y,
también, como una forma de resignificar el texto literario habilitando nuevas lecturas del
mismo. Este juego de interacciones entre lo oral y lo escrito ya fue enfatizado en otras épocas
cuando se intentó divulgar la lectura. En el ya citado caso de la Biblioteca Azul francesa la
representación del lector que guió las transformaciones de los textos fue la de alguien más
familiarizado con las prácticas orales. Así, la mayoría de las adaptaciones de los textos
estaban destinadas a facilitar la oralización, ya sea la lectura en voz alta o la memorización y
posterior re-narración oral. Se preveía en las transformaciones que el lector necesitaría ayuda
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memorias para seguir el hilo de la historia e indicadores gráficos, es decir, ayudas
paratextuales. Por otra parte, en la misma época y con un procedimiento contrario al de la
Biblioteca Azul, se producen muchas adaptaciones escritas de cuentos de la tradición oral
francesa con la intención de llegar a un lector urbano, especialmente femenino e infantil (un
ejemplo son las adaptaciones de los cuentos de hadas de Perrault).
Walter Ong dice que “leer un texto quiere decir convertirlo en sonidos, en voz alta o en la
imaginación, sílaba por sílaba en la lectura lenta o a grandes rasgos en la rápida,
acostumbrada en las culturas altamente tecnológicas”, lo que demuestra que la escritura no
puede prescindir de la oralidad, es más, la última pudo existir sin la primera, mientras que no
ha habido escritura sin oralidad (Ong, l987: 18;19) El poder mágico que los pueblos orales
consideraban en las palabras no era otro que el poder por cuya intercesión los sonidos, la
enunciación oral, eran manifestados, accionados. Las prácticas de narración oral que el
alumno viene realizando desde los relatos maternos o sus remplazos pueden resultar un
dispositivo de mediación para la narración literaria y, a su vez, ésta, contribuir a ampliar su
universo simbólico, lo que redundará en la construcción de nuevos relatos, “nuevos modelos
para describir el mundo” (Bruner, 2004)
Dos años atrás, con los citados alumnos del 2do. año de polimodal del colegio de J. L.
Suárez, estábamos realizando prácticas de lectura de cuentos contemporáneos
latinoamericanos y nos proponíamos trabajar con “Elegía para un bandolero”, de
G.G.Márquez, un texto breve con un uso de la lengua muy sugestivo. El texto literario mezcla
los hechos de una noticia sobre la muerte de un famoso “bandolero” con la ficción literaria
sobre un bandolero que, por haber pronunciado una palabra de arrepentimiento antes de su
muerte y llevar un escapulario, no puede pasar de la antesala del infierno, como si se quisiera
demostrar que los buenos y los malos son sólo matices de la ficción. Sin embargo, antes de la
lectura del cuento y teniendo presente lo agradable que había sido para mí escuchar a la
profesora y narradora de cuentos Alicia Serrano contarnos cuentos en un seminario de
narración oral, decidí realizar una experiencia para favorecer el posterior encuentro con el
texto escrito y la comunicación con mis alumnos, tratando de suscitar en ellos el placer de
escuchar un relato y estimular su imaginación mediante la creación de imágenes que, luego,
pretendía comparar con las evocadas por el texto escrito. Sentí que estaba buscando “esas
consecuencias deslumbrantes de echar a rodar la cultura escrita por el mundo”, términos de
Graciela Montes al referirse al gesto temerario que implica la “traducción” de un texto
literario (Montes, l999). El escritor Gustavo Roldán dice que “los textos escritos no son
sagrados, esperan que un contador de cuentos los haga funcionar en plenitud devolviéndoles
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lo que una necesidad práctica les hizo perder” (Roldán, 1999).
Debí realizar un trabajo arduo para superar mis limitaciones como cuenta cuentos.
Previamente hice un trabajo de adaptación del texto: el orden de la presentación de los
hechos, el registro, suprimir detalles, evitar la información que la narradora Ana María Bovo
llama “ruidosa” (“el narrador debe evitar todo aquello que interfiera en una relación fluida
con los personajes de la historia” (Bovo, 2002, 149). En fin, debí lograr “la síntesis de
palabra y gesto”, ya que el narrador no cuenta sólo con palabras sino con los silencios, las
miradas, los gestos y los movimientos (Bovo, 2002: 151). A su vez, tuve que cuidar no omitir
lo indispensable para la apropiación de sentido por parte del oyente, teniendo en cuenta que
no tiene la misma posibilidad del lector del texto escrito de volver a él si es necesario. Un
cambio importante que hice en la adaptación fue mencionar al portero con su pijama de fuego
recién al final, mientras que el narrador literario lo hace al comienzo del texto. Llegado el
relato a este punto, noté que los alumnos ya habían construido las imágenes del infierno antes
de las palabras finales que, me pareció, debía mantener, salvo el remplazo de la palabra
“escapulario”: “El caso sería sencillísimo si no fuera por la cruz colgada de su cuello y la
última palabra de arrepentimiento”. Los rostros reflejaban la vivencia del relato, que lo
habían resignificado según sus propias experiencias, y, luego de un silencio, se amontonaron
los comentarios como “Así que estaba en el infierno, por eso hablaba”, “Fue la cruz que lo
salvó”, “¿Y todos los que había liquidado antes?, “No importa. Se arrepintió”, etc. Se
generó, así, una discusión sobre si el bandolero podía o no ir al cielo.
Luego de la lectura del cuento de G. G. Márquez, los comentarios se centraron en las
apropiaciones distintas que éste permitía en relación con el relato oral. Ej. “Acá se nota ya
que está en el infierno”, en el otro (el relato oral) yo me lo imaginé después”, “( en el texto
escrito) no se cuentan los siglos, pero parece que es una eternidad porque dice que debió
pasar un siglo y, después, ocho siglos pasaron”, “Dice que Lamparilla era joven y rubio, yo
no me lo imaginé así”. Se notó la atención que habían prestado a cada detalle de la lectura y el
poder que había tenido el relato oral para incentivarla y activar la resignificación, como
confirmando las palabras de Gustavo Roldán “La literatura es una música que debe ser
escuchada” (Roldán, l999).
Los narradores orales tenderán a la identificación con lo que saben o narran, mientras que
el escritor puede objetivarse, separarse del relato. Al llevar relatos orales al aula notaremos
una mayor unión entre narrador, público y personaje, así las palabras adquieren su significado
según la situación presente; por eso, es frecuente que se adapten las palabras del texto escrito,
pues los objetos a los que éstas hacen referencia ya no forman parte de la experiencia, su
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significado se ha alterado o desaparecido.
El pensamiento narrativo
Si volvemos a la práctica de escritura realizada luego de la lectura de capítulos del Quijote
en que se pedía que se trasladaran los protagonistas a nuestra época, se podrá ver que se
recurrió al pensamiento situacional de los alumnos para la caracterización de los personajes.
Probablemente, si se hubieran pedido las características de los mismos, lo que implicaría un
sistema formal de descripción y explicación, el trabajo habría tenido varios silencios como
respuesta, lo que no significaría que los alumnos no pueden pensar ( los textos demuestran la
función epistémica que la escritura tuvo) sino que, por medio de la adaptación al contexto y
la lengua, los personajes de la novela, sus historias y sus discursos cobran significatividad
para el alumno y puede entonces “transformar” el texto, darle sentido, “narrarlo”. Por
ejemplo, en uno de los textos producidos, Don Quijote quiere luchar contra el narcotráfico y
Sancho le alerta que es demencial hacerlo. A pesar de sus consejos, Quijote persiste en su
empeño. Finalmente, termina preso y Sancho le lleva comida a la cárcel. En otro texto, Don
Quijote es un adicto a las películas de acción y de tanto mirarlas, un día, decide convertirse en
un superhéroe, mientras Sancho, un humilde vecino del barrio a quien él convence de que lo
acompañe, trata de hacerle entender que va a salir lastimado e internado en un “manicomio” si
lo hace, lo que finalmente ocurre para desconsuelo y sentimiento de culpa de Sancho. Cuánta
reflexión sobre las características de los personajes, sobre la realidad de la época y la
construida por Quijote y Sancho, sus visiones opuestas, sus registros lingüísticos distintos, la
estructura cíclica de la novela de Cervantes, etc. están manifestando los textos. La realidad de
las aulas demuestra la potencia y presencia de otra forma de pensamiento, de otro tipo de
relaciones con los textos, frecuentemente menos privilegiadas por la cultura escolar que, en
lugar de capitalizar los sistemas de significatividades interiorizados por los alumnos, cae en
las retóricas del déficit para su explicación.
Desde el campo de la psicología cultural, Jerome Bruner hace notar que hay dos
modalidades de pensamiento y cada una de ellas brinda modos característicos de ordenar la
experiencia y de construir la realidad. Esas dos formas de conocer, complementarias, pero
irreductibles entre sí, que él denomina “modalidad paradigmática o lógico-científica” y
“modalidad narrativa”, difieren fundamentalmente en sus procedimientos de verificación.
Mientras que la primera, emparentada con la argumentación, emplea procedimientos para
verificar la verdad empírica; la segunda, bajo la estructura del relato, tiene como criterio de
verdad su verosimilitud. “Los argumentos convencen de su verdad, los relatos, de su
semejanza con la vida” (Bruner, 2004:23).
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La mirada de Piaget y sus seguidores (y, por ende, de la escuela) sobre la mente del niño se
centró en la valoración y desarrollo de la primera modalidad, cuya aplicación imaginativa da
como resultado, dice el catedrático inglés, una teoría sólida, un análisis preciso, una prueba
lógica, argumentaciones firmes y descubrimientos empíricos guiados por una hipótesis
razonada.
Bruner cita a Wolfgang Iser para caracterizar la narración, quien dice que “el lector la
recibe componiéndola” (Bruner, 2004:36), así, en lugar de formular significados en sí, los
textos ficcionales inician producciones de significados. Allí radica su efecto poético. La
narración de cuentos es un acto de habla cuyas condiciones de expresividad son únicas,
principalmente, porque la forma del discurso en la que se constituye el relato deja abierta la
apropiación de significados”.
“La fabricación de mundos (usado como sinónimo de construcción de realidades-
significados), comenzando por un mundo previo que consideramos dado, está limitada por la
índole de la versión del mundo con la que comenzamos la reelaboración” (Bruner: 159), es
decir, el ser humano vive su propia vida a través de textos, sean contados, leídos, cantados, en
forma electrónica, cualquiera sea su forma y su medio, las historias lo han formado y son las
que serán usadas para fabricar nuevas narrativas. Así, la narración aporta al oyente o lector
significados, realidades, que él transformará en el acto de aceptarlos en su mundo
transformado y ese mundo será el mundo con el cual otros comiencen y así sucesivamente,
como en la cadena de la que hablara Bajtin.
Kieran Egan también asocia la manera en que los chicos comprenden el mundo con el
carácter de las narraciones que comprenden y producen, desde la narración mítica, con la
dicotomía “bueno/malo” de la primera infancia, pasando por la etapa heroica, alrededor de los
diez años, el agregado del componente ético entre los diez y los catorce años y, finalmente, lo
que el llama “la etapa irónica”, cuando, al final de la adolescencia, el chico puede contraponer
las distintas visiones teóricas, es decir, las distintas formas de ver el mundo. Coincide con
Bruner en que estas conexiones entre los relatos producidos por la imaginación y el
conocimiento del mundo no son de orden lógico, y, según su parecer son asociaciones
realizadas por giros metafóricos (Eagan, 2005).
En la práctica de escritura sobre el Quijote mencionada podemos ver que, en lugar de
recurrir a la modalidad de pensamiento lógico-científica, más emparentada con la cultura
escrita oficial y con la cultura escolar, se echó mano a la modalidad narrativa, más cercana a
la cotidianidad y experiencia de los alumnos. Con esto no se propone anular o desvalorizar la
primera modalidad; ambas pueden complementarse. Pueden pensarse, luego, consignas que
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promuevan la descripción y la explicación e ir ingresando lentamente y con intervención del
docente en los que Bruner denomina modalidad lógico científica.
CONCLUSIÓN
Los alumnos llegan a la escuela con capitales culturales y lingüísticos y la práctica escolar
debe generar condiciones de apropiación de nuevos saberes. Para ello, debe pensar en modos
de apropiación que incluyan su experiencia sociocultural y sus prácticas discursivas. Conocer
esas prácticas, aprovecharlas como modo de aproximación a la lectura y escritura de textos
literarios, es una forma de romper con las representaciones de los docentes acerca de los
alumnos como sujetos que se constituyen desde el déficit y la carencia, es una forma de apelar
a la experiencia personal de los alumnos para develar nuevos sentidos, un nuevo modo de
descubrir el texto literario, establecer un puente desde un territorio más cercano afectivamente
a los sujetos involucrados en la práctica hacia aquello que aparece como distante, alejado de
la experiencia cotidiana. Es, finalmente, una forma de que los alumnos resignifiquen su
mundo familiar y su propia experiencia a través de la apropiación de los discursos ajenos
presentes en los textos, de que adopten una nueva posición no sólo ante el nuevo
conocimiento, sino en el mundo.
Dado que el mayor desafío que puede tener un docente de lengua y literatura es relacionar a
sus alumnos y la literatura en forma duradera, vale la pena cuestionarse sobre los modos de
hacerlo, de hallar nuevos caminos para que nuestros alumnos busquen tener acceso a las
palabras, les den sentido, las hagan propias, amplíen los significados con que se vinculan con
la realidad. La recuperación de la tradición oral en las prácticas de lengua y literatura, lectura
en voz alta para un grupo, narración de un texto, el teatro leído usando el cuerpo y la voz y
adaptado al público, el comentario de los textos y la escritura de ficción pueden ser formas de
enseñanza de la literatura más creativas e inclusivas. Si la literatura se caracteriza por la
riqueza de géneros discursivos que se cruzan en ella, ¿por qué empobrecerla limitando
considerándola una práctica cultural de unos pocos?, ¿por qué no hacer de ella “una música
escuchada por todos”?
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