una responsabilidad que crece con la fuerza del origen

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DICIEMBRE 2010 I Apuntes de la intervención de Julián Carrón en la Asamblea General de la Compañía de las Obras. Palasharp, Milán, 21 de noviembre de 2010 Julián Carrón PÁGINA UNO Una responsabilidad que crece con la fuerza del origen Antoine Serra, Déchargement des navires.

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Julian Carron en el Palasharp

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Page 1: Una responsabilidad que crece con la fuerza del origen

DICIEMBRE 2010 I

Apuntes de la intervención

de Julián Carrón en la Asamblea

General de la Compañía de las Obras.

Palasharp, Milán, 21 de noviembre de 2010

Julián Carrón

PÁGINAUNO

Una responsabilidadque crececon la fuerzadel origen

Antoine Serra, Déchargement des navires.

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UNA RESPONSABILIDAD QUE CRECE CON LA FUERZA DEL ORIGENPÁGINA UNO

II DICIEMBRE 2010

«Si la vida nos dejara satisfechos,hacer literatura no tendríasentido». Me acordé de estafrase de la escritora FlanneryO’Connor, que figuraba a la

entrada de la exposición dedicada a ella en elMeeting por la amistad de los pueblos de esteverano, cuando Bernhard Scholz me invitó ahablar sobre el tema de esta asamblea. Hacerliteratura tiene su origen en el deseo de estarsatisfecho, en el deseo de cumplimiento.

De forma análoga, cualquier movimientode nuestra persona tiene su punto de parti-da en esta exigencia de cumplimiento quepercibimos dentro de nosotros. Según las pa-labras de Tomás de Aquino, «todos desean al-canzar su propia perfección» (SummaTheologiae, I-II, 1, 7, c), es decir, su felicidadúltima, su verdadera realización.

Este mismo deseo se halla justamente enel origen de vuestras obras. Entonces, paraconservar la fuerza del origen, es necesariono perder la potencia del deseo del que ellashan nacido.

EN ESTE SENTIDO, ¿CUÁL ES EL PROBLEMA actual?En muchas ocasiones, el deseo es reducidoa sentimiento. Pero un deseo reducido a sen-timiento es un deseo vaciado de su esencia.¿Qué sería un deseo al que se le quita la fuer-za de perseguir aquello que desea? La som-bra de un deseo. Un deseo reducido de estamanera no tiene fuerza para sostener uncompromiso real, una responsabilidad, comoexplica don Giussani: «Tomamos al senti-miento, en vez del corazón, como motor úl-timo, como razón última de nuestro actuar.¿Qué quiere decir esto? Nuestra responsa-bilidad se vuelve irresponsable precisamen-te porque hacemos prevalecer el uso del sen-timiento sobre el corazón, reduciendo el con-cepto de corazón a sentimiento. En cambio,el corazón representa y actúa como el factorfundamental de la personalidad humana; elsentimiento no, porque el sentimiento, si ac-túa él solo, lo hace por reacción. En el fon-do, el sentimiento es algo animal. “No he en-

tendido todavía –decía Pavese– cuál es la tra-gedia de la existencia […]. Y sin embargo estáclaro: es necesario vencer el abandono vo-luptuoso y dejar de considerar los estados deánimo como fines en sí mismos”. El estadode ánimo tiene su dignidad por otra finali-dad muy distinta: su fin consiste en que esuna condición puesta por Dios, el Creador,por medio de la cual nos purifica. Mientrasque el corazón indica la unidad de senti-miento y razón. Esto implica un concepto derazón no cerrada, una razón en toda la am-plitud de sus posibilidades: la razón nopuede actuar sin eso que se llama afecto. Elcorazón –como razón y afectividad– es lacondición para que la razón se ejerza sana-mente. La condición para que la razón sea ra-zón es que la revista la afectividad y, de estamanera, mueva al hombre entero. Esto es elcorazón del hombre: razón y sentimiento, ra-zón y afecto» (L. Giussani, El hombre y su des-tino, Encuentro, Madrid 2003, pp. 111-112).

Cuando se produce este vaciamiento del de-seo, entonces no hay otro camino para la acciónmas que el moralismo. Una acción se vuelvemoralista cuando pierde el nexo con aquello quela genera: seguir viviendo casados sin que semantenga el nexo con el atractivo que ha ge-nerado la relación amorosa, trabajar sin que estévivo el nexo con el deseo de cumplimiento, in-cluso teniendo un buen sueldo. En resumen:cuando esto sucede, no quedan mas que unasreglas a respetar. Todo se vuelve pesado, un es-fuerzo titánico para hacer algo que ya no tie-ne nada que ver con nuestro deseo.

TODOS SABEMOS LO ARDUO que resulta man-tener despierto el deseo. Entonces, la tenta-ción más obvia es no tenerlo en cuenta y darpor terminada la partida. ¡Cuántos devosotros habéis sentido esta tentación cuan-do el deseo ha desaparecido ante las enormesdificultades que habéis tenido que afrontaren estos tiempos de crisis!

Por tanto, la cuestión que debemos afron-tar es sencilla: ¿Es posible mantener despiertoel deseo ante los retos del presente?

Apuntes de la intervención de Julián Carrón en la Asamblea General

de la Compañía de las Obras. Palasharp, Milán, 21 de noviembre de 2010

JULIÁN CARRÓN

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DICIEMBRE 2010 III

En el niño podemos reconocer la apertu-ra total del deseo. Esta apertura la sorpren-demos en ese fenómeno tan humano que esla curiosidad, que hace que el niño esté cor-dialmente abierto a todo: «El corazón de unniño está hecho para descubrir, para disfrutar,para viajar por todo el universo, sin pausa,sin cansarse nunca, siempre contento, en paz,curioso y satisfecho» (L. Giussani, Los jóve-nes y el ideal, Encuentro, Madrid 1996, p. 96).

Pero vemos que, según avanza la vida, estaapertura llena de curiosidad puede decaercasi hasta el punto de desaparecer, como do-cumenta el escepticismo de muchos adultos.

Todo el ímpetu con el que un niño sale delseno de su madre no puede evitar que éstedecaiga hasta la muerte.

Podemos ver la misma parábola en lavida adulta, en el trabajo, en las obras. Todoel ímpetu con el que uno empieza a traba-jar no puede impedir que poco a poco vayadisminuyendo, ni que uno pueda terminarhartándose.

POR TANTO, TENEMOS ante nosotros un ver-dadero desafío: ¿Es posible mantener lafuerza propulsora del origen? El ejemplo delniño pone ante nuestros ojos que toda su»

Fernand Léger, Les constructeurs.

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energía no es suficiente para mantener vivoel deseo en toda su amplitud. El hombre esincapaz por sí mismo de mantener fresco yvivo el origen, como dice de nuevo donGiussani: «Nos reconocemos incapaces demantener a lo largo de la vida la simpatía ori-ginal hacia el ser o hacia la realidad con la quenacemos, incapaces de ser realmente como ni-ños (pobres de espíritu, como diría el Evan-gelio), porque esta continua mirada positivaa la realidad no es más que ser como niños,es la posición del niño; reconocemos que so-mos incapaces, por eso se necesita otra cosa»(L. Giussani, La autoconciencia del cosmos, En-cuentro, Madrid 2002, pp. 308-309).

Se comprende entonces que la presunciónmoderna adquiera el rostro del moralismo: «Laseparación entre el sentido de la vida y la ex-periencia implica también una separación dela moralidad respecto a la acción del hombre:concebida así, la moralidad ya no tiene la mis-ma raíz que la acción. ¿En qué sentido? En elsentido de que la moral sí tiene que ver conla acción del hombre, con la experiencia, perosin que tenga la misma raíz que la acción; noresponde a la fisonomía, al rostro que me dala experiencia. Así se comprende, entre otrascosas, cómo surge el moralismo: éste consis-te en una moralidad que, paradójicamente, notiene nada que ver con la acción en el senti-do de que la acción y la moralidad no nacensimultáneamente. El moralismo es un con-junto de principios que preceden y englobanla acción del hombre, juzgándola de unamanera teórica, abstracta, sin dar razón de porqué es justa o no, de por qué el hombre la deberealizar o no. Tras definir a priori la acción queel hombre está realizando, se juzga lo que elhombre hace sin que éste sea consciente de ello,sin que haya concebido su acción en el mun-do y su camino por el tiempo y el espacio demodo practicable moralmente. La moralidad,así, no tiene la misma raíz que la acción. Poreso, dicha moral acaba por subrayar valorescomunes, valores que todo el mundo siente;de modo que sus principios nacen o derivande la mentalidad común o de la imposicióndel Estado» (L. Giussani, El hombre y su des-tino, op. cit., p. 102).

Es el triunfo del voluntarismo más estéril:«Frente a la imposibilidad de realizar una ima-

gen humana, frente a una naturaleza enten-dida en clave materialista que todo lo arro-lla y elimina, la fuerza de voluntad humanase traza férreamente de antemano un proyectoy trata de realizarlo con toda su energía. Cito,a título de ejemplo, este pasaje de Russell:“…sentí algo como eso que el pueblo religiosollama conversión. Me hice consciente de im-proviso y vivamente de la soledad en que vivela mayoría, y deseé apasionadamente en-contrar las vías para disminuir este aisla-

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miento trágico. La vida del hombre es una lar-ga marcha a través de la noche rodeado de in-visibles enemigos, torturado por el agota-miento y la pena; uno a uno, como en un li-bro, nuestros compañeros de viaje desapa-recen de nuestra vida; brevísimo es el tiem-po en que podemos ayudarles. Arroje nues-tro tiempo luz solar en su camino, para re-novar el ánimo que decae, para infundir feen las horas de desesperación”. Ánimo, ¿porqué? Fe: ¿cuál? El voluntarismo muestra su

ceguera y su irracionalidad. Con él, el hom-bre trata de extender sus capacidades hastaun horizonte que su conciencia más reflexi-va sabe no poder alcanzar, como la rana dela fábula que se infló a sí misma, pero en uncierto momento no pudo sino explotar» (L.Giussani, El sentido de Dios y el hombre mo-derno, Encuentro, Madrid 2005, pp. 125-126).

Si no somos capaces de mantener vivo eldeseo, el moralismo nos obliga a hacer las

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Edvard Munch,Trabajadores de vuelta a casa.

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cosas incluso cuando ese deseo se ha ter-minado. Todos podemos imaginar en qué seconvierten la vida o el trabajo cuando que-dan reducidos a puro deber. El agotamientode las personas, el cansancio crónico, la au-sencia de un motivo adecuado para la acciónson la mayor amenaza para la responsabili-dad. Las consecuencias están al acecho. La úni-ca incógnita es saber cuánto tiempo necesi-taremos para darnos a la fuga.

¿ES POSIBLE CONTINUAR nuestras actividadesen la vida adulta sin vernos condenados a huirantes o después? Sí, pero únicamente si el de-seo se ve constantemente provocado. Y estono podemos hacerlo solos, lo sabemos por ex-periencia. Es lo que vino a hacer Cristo. El en-cuentro con Cristo produce la sorpresa de quevuelve a despertarse en nosotros el deseo: unencuentro es el gran y único recurso para quenuestra persona se recobre de nuevo. Pero,¿cuál es el alcance de este acontecimiento enla vida de la persona? «Lo que suscita la per-sonalidad, la conciencia de la propia perso-na es un encuentro. El encuentro no “gene-ra” a la persona (la persona es generada porDios cuando nos da la vida a través de nues-tro padre y nuestra madre); pero en un en-cuentro yo caigo en la cuenta de mí mismo,en un encuentro se despierta la palabra “yo”o la palabra “persona”. […] El “yo” se des-pierta de la prisión de su envoltorio original,se despierta de su tumba, de su sepulcro, desu situación de origen cerrada y –cómo de-cirlo– “resurge”, toma conciencia de sí mis-mo, precisamente en un encuentro. El resul-tado de un encuentro es que se suscita el sen-tido de la persona. Es como si naciese la per-sona: no nace ahí, pero en el encuentrotoma conciencia de sí misma, y por tanto nacecomo personalidad». Este encuentro quevuelve a despertar a la persona representa elcomienzo de la aventura –aquí vemos todo elgenio educativo de don Giussani en acción–, no es el final de un recorrido o la meta delcamino, sino el principio de una historia des-tinada a abrazar toda la realidad. Giussani noshace también conscientes de las consecuen-cias negativas que comporta considerar el en-cuentro como un punto de llegada: «El pro-blema empieza aquí, en este punto, cuando

la persona ha despertado: aquí comienzatoda la aventura, no es el final. ¿Por qué CL seconvierte para muchos en un motivo dedesilusión? Porque una vez que han entradoes como si se cerrasen, como si ya hubiesen lle-gado». Por el contrario, el encuentro consti-tuye el comienzo de todo: «La aventura em-pieza cuando la persona se ve despertada porel encuentro […]. Y la aventura es el desarrollodramático de la relación entre la persona queha sido despertada y toda la realidad de la queestá rodeada y en la que vive» (L. Giussani, L’iorinasce in un incontro (1986-1987), Bur, Mi-lano 2010, pp. 206-207).

Por tanto, la cuestión decisiva es que este ini-cio permanezca como algo contemporáneo a

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nosotros. Cristo se hace contemporáneo anosotros en el carisma. En el encuentro con elcarisma de don Giussani se ha despertado nues-tra persona. Y hay muchas obras entre nosotrosque son fruto de este “yo” que se ha visto des-pertado por el carisma. Podremos mantener lafuerza del origen si permanecemos unidos alcarisma, tal como os decía don Giussani envuestra asamblea nacional de 1995: «Cuantomás ama uno la perfección en la realidad de lascosas, cuanto más ama a las personas para lasque hace las cosas, cuanto más ama a la socie-dad para la que construye su empresa, del tipoque sea, más deseable le resulta ser perfeccio-nado por la corrección. Nuestro modo de po-seer las cosas cobra así una pobreza, que en cada

trabajo, en cada empresa, convierte al hombreen actor, artífice y protagonista. Pero la liber-tad quiere decir, además de conciencia denuestro límite, ímpetu creador. Puesto que esrelación con el Infinito, toma de Él estainagotable voluntad de crear. Esto lo ha perdidosolamente quien es ya tan viejo que está muer-to, ¡pero esto puede pasar a los veinte años!¡Cuántos se ven así, ya a los veinte años, sin de-seos, sin imaginación, sin intentar nada, sin ca-pacidad de asumir riesgos en la vida! Todo escorregible y todo puede crearse. Este instintocreador es lo que califica la libertad del modomás positivo y experimentalmente fascinante»(L. Giussani, El yo, el poder, las obras, Encuen-tro, Madrid 2001, pp. 107-108).

DICIEMBRE 2010 VII

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»Jean Rixens, Les fondeurs.

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ÉSTE ES EL MOTIVO de que la Compañía delas Obras sea distinta de cualquier otra aso-ciación, con una originalidad propia: es dis-tinta porque despierta y sostiene la energíade cada persona. Sólo desde aquí es posibleofrecer una respuesta a los desafíos actua-les. Cito este precioso pasaje de la interven-ción de don Giussani en vuestra asambleanacional de 1993: «Vuestra compañía tiendea crear una casa más habitable para el hom-bre. Y lo está logrando, más o menos, perolo va logrando. Todos vosotros lo habéis ex-perimentado. ¿Por qué vuestra compañíatiende a crear una casa habitable para elhombre? Porque la pasión que os mueve esel hombre concreto. Es decir, el hombre ensu necesidad. De hecho, en la necesidad esdonde el hombre es y se encuentra verda-deramente a sí mismo. Y la necesidad es dehoy. Pensar en solventar una necesidad ma-ñana o dentro de un año es altamente equí-voco si al mismo tiempo no se disponeninmediatamente los factores de modo máspropicio para poder responder al hambre ya la sed que el hombre tiene ahora mismo.Preguntémonos por qué Jesús suscitabatanta curiosidad y asombro en quienes se

encontraban con Él. Porque era un hombreen quien cualquiera que le veía actuar o leescuchaba hablar, percibía sobre todo unacosa: no la Trinidad, el Infierno o el Para-íso, sino una pasión por el hombre, antetodo una pasión por responder a las necesi-dades humanas. Una piedad hacia el hom-bre: “Y al ver a la muchedumbre, sintiócompasión de ella, porque estaban comoovejas que no tienen pastor”. Por eso le se-guía la gente» (Ibidem, pp. 120-121).

Esta mirada del otro mundo en estemundo genera entre todos nosotros una res-ponsabilidad nueva (no la vieja responsabi-lidad según los esquemas del mundo, quebusca en la obra y en el beneficio su propiocumplimiento, una vez que el deseo se ha re-ducido). Esta mirada nos da un rostro nuevocon el que presentarnos ante nuestros her-manos los hombres, y es lo único que podráofrecer una contribución real a la sociedadcontemporánea.

Esta mirada, que podemos llevar a los de-más porque la reconocemos ante todo sobrenosotros mismos, es lo que me deseo a mímismo y os deseo a todos vosotros.

Gracias.

VIII DICIEMBRE 2010

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Giacomo Balla, La jornada del obrero.