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El Mollete Literario Julio15, 2017, Número 47, Tercera Época Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx [email protected] Por Paul Martínez/ pág. 15 Tres ciudades la ciudad Ilustración: Brenda Olvera Técnica: Tinta

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El Mollete LiterarioJulio15, 2017, Número 47, Tercera ÉpocaDirector: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx [email protected]

Por Paul Martínez/ pág. 15

Tres ciudades la ciudad

Ilustración: Brenda OlveraTécnica: Tinta

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El Mollete Literario

Cuevario: la herencia escrita deJosé Luis Cuevas

José Luis Cuevas será recordado como pintor, el escultor, el grabador, el ilustrador..., pero casi nadie habla del Cuevas, el “niño terrible”, escritor.

Una rica muestra de Cuevas, el escritor, está disponible en su portal Cueva-rio, que le sirvió para criticar, llorar, reír, mofarse de sí mismo y de los demás. La sección “Cuevario” fue parte imprescindible de ediciones culturales, como la de Sábado, del entonces acreditado diario unomásuno. El Cuevas pintor es muy conocido, pero qué mejor que incluir un breve texto de Cuevario: En enero de 2007 José Luis escribió: “El año pasado se inició con la partida de dos estimados amigos: Raúl Anguiano y Juan Soriano. Ambos fueron velados en el Palacio de Bellas Artes. En el transcurso de los meses que siguieron hubo muchos otros decesos que ya mencioné en las cuartillas de mis Cuevarios. En los primeros días de este año hubo otra muerte también muy sentida, la del actor Sergio Jiménez. Una semana antes Beatriz del Carmen y yo lo encontramos en la tienda de San-borns. Hacía tiempo que no nos veíamos y nos saludamos con afecto.

“En una rápida conversación recordamos que nos conoci-mos hace muchos años, cuando ambos participamos en una lectu-ra actuada de la obra de Carlos Fuentes ‘El tuerto es rey’, en don-de también estuvieron Rita Macedo, Sergio Guzic y María Luisa Mendoza. Jiménez sabiendo de mi inexperiencia me instruyó de cómo de-bía de leer mis líneas. Mi debut en teatro de atril no estuvo del todo mal. Cuando se aproxima la navidad uno ocupa muchas horas en comprar regalos para los amigos y familiares más cercanos. “Beatriz del Carmen, mi amada esposa, y yo nunca nos separamos...”.

Extractos de su vida pueden ser leidos en ese compendio de anecdotas, pero más que encontrar un preciado tesoro encontramos a un ser humano disfrazado de artista.

Ningún acto de posesión debería ejercerse sobre un alma libre.

Marquez de Sade

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Hubo una vez un José Luis Cuevas escritorPor Moon Attack

Superación PersonalPor P.I.G

La lectura del siglo XXIPor Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Tres ciudades la ciudadPor Paul Martínez

Rotas y agujereadasPor Canuto Roldán

ArielPor Luis Villalón

Lunes de libros con El Imparcial

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición y Diseño

Consejo Editorial+

René Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete Literario

ÍNDICEEDITORIAL

Lectura de Psicología Por Luy

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El Mollete Literario

Hubo una vez un José Luis Cuevas escritor

Por Moon Attack

Él siempre fue el pintor, el escultor, el gra-bador, el ilustrador..., líder de la genera-ción de la Ruptura —término dado por

la académica, historiadora y crítica de arte Tere-sa del Conde—, grupo de artistas que se mani-festaron contra la idea de un arte al servicio del Estado (enfocado en alimentar ideas nacionalis-tas). Su puesto de batalla fue comandar este gru-po detractor de los grandes maestros del mura-lismo. Pero casi nadie habla del José Luis Cuevas escritor. Este joven rebelde fue un lector apasio-nado de Sade, Ionesco, Quevedo y, por supues-to, Kafka. Sus libros tiene una línea en común: todos están escritos desde su ojo artístico.

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El Mollete Literario

Comencemos por La cortina de no-pal, un bombardeo de misiles verbales disfrazados de cuento, con el cual di-seminó la semilla de la crítica contra la política cultural del gobierno a me-diados de los cincuenta. En este libro Cuevas dejó testigo de las imposiciones artísticas del Estado Mexicano sobre los jóvenes: había que renunciar a las búsquedas vanguardistas y al estilo pro-pio para adoptar el de los viejos mu-ralistas consolidados como Siqueiros, Orozco, Rivera, y así obtener apoyos e iniciar su camino en el arte. Para el pintor, esto significaba poner una “cortina de nopal” a las generaciones venideras, quienes para ser acreedores de beneficios gubernamentales debían dejar atrás toda intención por conocer del arte mundial que en ese entonces se desarrollaba. Lo patriótico era be-neficiado, y las mentes que buscaban encontrar ese universo poco explorado afuera del territorio nacional no obte-nían apoyo. He aquí que para Cuevas terminar con dicha cortina era un bien necesario para el arte mexicano, e inclu-so se debían crear vías que comuniquen a los artistas del país con el exterior. Ver más allá del muralismo mexicano y re-chazar la estética institucionalizada, eran sus consignas.

Si uno busca determinar para sus adentros por qué este texto sería tan emblemático, debe entender su conte-nido y su contexto: Cuevas, era una

de las cabezas del movimiento de la Ruptura. Este manifiesto dejaba en claro sus ideas, las cuales comenzaron a germinar en el grupo que decidió emanciparse de la Escuela Mexicana de Pintura. El texto no provenía de alguien que analizara el movimiento desde fuera, sino de uno de los porta-voces, alguien que enfrentaba los pro-blemas por abrirse camino en la esfera internacional de las artes. En La cortina de nopal, Cuevas se valió de un lenguaje irónico y un carácter desafiante, como solía ser. Parecía ese grito de guerra con que se llama a los rebeldes a la guerra, al ataque certero, a la muerte prematura.

Así fue que se convirtió en uno de los grandes representantes del neo-figurativismo: movimiento pictórico que buscó hace varios ayeres romper con la estética institucionalizada.

Gato Macho es “el libro” donde Cue-vas dejó expuestas sus pasiones, sus amo-res y desdichas, y su constante retorno al tiempo donde todo fue mejor, la infancia. Todo esto se vuelve el sendero que habrá uno de caminar para entender su obra. Se trata de granadas en el camino que le esta-llan para matar prejuicios sobre el artista.

Además, se ve a ese Cuevas compro-metido con su obra, con su entorno y en especial consigo mismo, con sus ideales. Esto resalta, Cuevas no era un artista cualquiera que tiene amor por el arte mismo, su amor era para él, entonces él era el arte. Pocas personalidades son

más controvertidas que su obra. Él era uno de esos que gusta de incendiar cual-quier lugar que pisa.

Bajo esta misma línea (libros auto-biográficos) nos encontramos Memo-rias del Tacto, pero aquí hay un Cuevas que va dejando el uniforme camufla-jeado y deja ver ese cuerpo, primero, con heridas apenas suturadas tras la batalla en el mundo del arte en los cincuenta, y después las cicatrices que conserva en los noventa. La frase que definió Francisco León del libro fue “abarca el imaginario colectivo en forma de folklore urbano estilo mexicano”. Aquí está el Cuevas del siglo XX.

Y qué decir de “El Cuevario”, co-lumna publicada en El Universal por seis años donde Cuevas desenfundaba lo que le quedó del gran artista y de sus muni-cipios. Aquí uno encuentra su amor por México, su mirada sobre el arte, su pa-sión por las mujeres, pero en espacial por la palabra escrita.

Cuevas, el de ojos verdes que se atrevió a declarar “la Ruptura soy yo”, ese rebelde y narcisista, a ese hay que admirarlo por la sinceridad de su obra literaria, por su pasión por el dibujo y la pintura, y su amorfa y a la vez perfecta creación escultural.

Que viva el Cuevas que peleó todos los días hasta antes de que la vida mis-ma, la que eligió, acabara con él.

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El Mollete Literario

S u p e r a c i ó n P e r s o n a l

Aunque soy el transcriptor de esta histo-ria y en estricto sentido debería conocer demasiados detalles de la misma, no sé

cómo a Santiago se le desprendió el brazo dere-cho aquella tarde de la tercera semana de julio. Lo que sí es un hecho es que a pesar de la canti-dad obscena de sangre que brotaba de la herida, Santiago no murió y, por el contrario, se puso de pie, con precaución tomó su brazo cercenado y no sin algo de esfuerzo se dirigió a su hogar don-de supuso que su mujer, al verlo, le procuraría de inmediato los cuidados necesarios para intentar sanarlo.

Por P.I.G.

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El Mollete Literario Al verlo, la mujer gritó y de inmediato le atosigó con in-finidad de preguntas: “qué te pasó, qué estabas haciendo, por qué diablos no te deshiciste del brazo, cómo piensas manejar hacia el hospital con una sola mano”, etcétera. Con la serenidad característica de una persona inteligente, Santiago le pidió que se calmara, que le permitiera dar-se un baño y luego descansar, pues al día siguiente había mucho por hacer en la oficina. La mujer enfureció y de inmediato intentó arrebatarle el brazo sangrante: “Mira nada más cómo dejaste la alfombra, seguro la mitad del patio está llena de coágulos y linfa. ¡Cómo puedes hacerle esto a tu casa!”.

Santiago, un poco molesto e incómodo, pues nadie que se cercene un brazo goza de ánimos para llegar a casa a escuchar una tanda de gritos, tomó el brazo inservible con el brazo servible (llamémosles así) y lo colocó amenazan-te justo frente al rostro de su mujer. “Sólo quiero que te calmes, que me dejes darme un baño y que hagas todo lo posible para que descanse sin oír un solo reclamo en toda la puta noche”.

Asombrada, la mujer le abrió paso y luego se dejó caer estupefacta en el sofá. Nuestro incompleto personaje se di-rigió al baño, se desenfundó la camisa y lavó con sumo cui-dado la lesión del hombro y el corte imperfecto del brazo. Después de una ducha con agua caliente decidió dormir y al siguiente día, tal como se lo había propuesto, salió a primera hora rumbo a su trabajo. Antes de ello tomó una camisa blanca, le cortó la manga derecha y con ella vistió el brazo inservible. Se sintió orgulloso por la hazaña, pero más aún porque no había recurrido al vulgar pedazo de

periódico o a la bolsa de plástico negra. “No es un bistec o el cadáver de un animal lo que transporto”, pensó hacia sus adentros.

Paró un taxi y de inmediato abordó el asiento delan-tero. Dio la indicación, se aseguró el cinturón y pidió dis-creción al taxista, quien no podía disimular su pasmo. Luego de recorrer la interminable avenida en línea recta, el taxi viró hacia la derecha. El taxista quiso solicitarle a Santiago que sacara la mano para anunciar la vuelta, pero en el último segundo tuvo el buen gusto de mantener la boca cerrada.

Con la calma de siempre, nuestro fragmentado prota-gonista se dirigió a donde el portero del edificio y, como cada día, sonrió y saludó al vigilante. “¿Qué llevas ahí, vaquero?”. “Es mi brazo derecho. No sé si ya te diste cuenta, pero se desprendió y lo menos que puedo hacer ahora es llevarlo conmigo”. No sabemos con exactitud lo que ocurrió en el elevador, donde Santiago se topó con infinidad de personas, pero sí sabemos lo que ocurrió cuando se topó con su jefe, quien a pesar del estrés y la molestia que reflejaba su rostro no pudo contener el vó-mito al ver un cuerpo servible acompañado de un brazo inservible: “qué diablos te pasó, por qué no has ido a un hospital, por qué carajo cargas con un pedazo de car-ne, no vas a poder utilizar tu computadora con una sola mano”, etcétera.

Antes de acomodarse y acomodar su brazo fue llevado a la fuerza a la recepción, donde el vigilante, haciendo gala de su habilidad para marcar las teclas del teléfono, con urgen-cia pidió una ambulancia, la cual se hizo presente tan rápido

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El Mollete Literariocomo nunca antes. “Obviamente tenía que venir rápido, no a diario te piden recoger a un hombre que en su sano juicio carga con su brazo cercenado y se dispone a trabajar como si tal cosa”, dijo uno de los empleados que aprovechó el lío para salir a fumar.

Ya en camino, el camillero hizo la misma clase de pre-guntas que no es necesario repetir (inventen las suyas, si lo desean) y luego propuso que, a fin de deslindar responsabi-lidades y debido a que la empresa no contaba con seguro de gastos médicos mayores, lo mejor sería llevarlo a un mi-nisterio público. Ahí los “licenciados, oficiales y señoritas” intentaron persuadir a Santiago de deshacerse del brazo inservible: “Caballero, es como cuando se corta el cabello o las uñas, ya no le pertenecen a usted ni a nadie”.

Santiago estuvo detenido hasta que el cansancio y el hartazgo le obligaron a declinar. Decidió firmar y sellar el acta formal para separarse por siempre de su brazo inservi-ble. “No es necesario poner las diez huellas dactilares, con cinco es suficiente”, esbozó con buen gusto una “señorita” detrás de un escritorio. Nuestro otrora intacto personaje optó por regresar a su trabajo, sin embargo, su jefe, re-compuesto de la náusea y de la mañana perdida en asuntos relativamente sin importancia, le pidió que se tomara el día para reflexionar y descansar brazos y piernas. “Es broma, Santiago, pero no se puede si no bromear en situaciones como esta, ¿cierto?”.

Harto como estaba de la gente, decidió caminar hasta su casa donde su esposa, al verlo, le prepararía comida caliente, un abrigo con una sola manga y el sofá para sosegarse. Desconozco los detalles del resto de la historia,

solo sé que Santiago fue arrollado por un tren y sus pier-nas fueron (adivinaron) cercenadas. Intentó incorporarse y tomar sus extremidades, pero la falta de un brazo no se lo permitió; aunado a ello, un perro salvaje de los que habitan cerca de las vías tomó una pierna sangrante y llevó su nuevo festín lejos de la vista de nuestro aún más incompleto personaje.

No sé en qué acaba la historia, solo sé que la mujer de Santiago gastó los escasos ahorros familiares en limpiar con detalle y pulcritud la alfombra manchada. Y no, San-tiago no se hizo famoso por escribir libros de superación personal.

Ilustración: Brenda Olvera

Técnica: Bolígrafos de colores

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El Mollete Literario

La lectura del siglo XXI

Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Cuánto ha llovido desde aquel primer có-dice ―lo más parecido al libro de hoy en día― que encontramos en la Edad

Media. Dejó de ser un rollo continuo para con-vertirse en un conjunto de hojas cosidas con for-ma rectangular. Desde ese momento fue posible acceder directamente a un punto preciso del tex-to. Después, poco a poco, vinieron las mejoras: la separación de las palabras, las mayúsculas y la puntuación; y más tarde las tablas de las ma-terias y los índices, que facilitaron muchísimo la búsqueda de información.

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El Mollete Literario

Hoy, en el siglo XXI, hemos cambiado nuestra forma de leer y de mirar. Ahora, ade-

más de libros, leemos y miramos pan-tallas. Esto altera irremediablemente nuestra concepción del hecho lector y nuestra aprehensión de conocimientos, porque la pantalla no es solo un cam-bio de soporte, sino una profunda mo-dificación en el modo de organizar los contenidos.

Hemos pasado de la lectura pausa-da, vertical y prolongada en el tiempo de un texto plano, a la de uno abier-to, plural, que se desdobla en muchos otros textos y que es más superficial y horizontal. Dicho de otro modo: de los manuales, enciclopedias y diccionarios hemos saltado a los hipertextos, que son según la definición del programa PISA: una serie de fragmentos textua-les vinculados entre sí de tal modo que las unidades puedan leerse en distinto orden, permitiendo así que los lectores accedan a la información siguiendo distintas rutas.

De aquí podemos colegir dos cosas: que la organización de la información

puede no ser lineal, sino arbórea o en red y que el lector tiene la posibilidad de recorrer el texto a través de varia-dos itinerarios en función de la finali-dad de su lectura. ¿Y todo esto a qué nos lleva? A una manera de leer y a un tipo de lector muy diferente del que se necesita para descodificar un texto lineal.

Tres son las características distinti-vas que queremos resaltar para enten-der mejor los cambios que se están pro-duciendo:

1.- Los textos digitales se apoyan, con frecuencia, en elementos gráficos o icónicos para ayudar a la comprensión. De ahí la necesidad de un lector activo que establezca el sentido de los diferen-tes componentes (sonido, imagen, tex-to…) y las relaciones entre ellos con el fin de construir el significado global de toda la información.

2.- La lectura digital ofrece la posi-bilidad de que el lector interactúe con aportaciones en forma de comentarios con sentido. Y esto no es baladí porque, de alguna manera, el lector va configu-rando su identidad digital, una imagen

pública de cuáles son sus intereses, sus opiniones, etc.

3.- De las dos características an-teriores deducimos esta tercera: los hipertextos ofrecen una sobreabun-dancia de información que exige unos procedimientos de búsqueda, selección y gestión eficaz y por eso el lector pre-cisa de habilidades nuevas para poder hacer frente con éxito a los objetivos de la lectura.

Ahora viene lo más importante: si la forma de leer ha cambiado y el lector necesita de otros conocimien-tos para lograr dichos objetivos, tam-bién habrá que modificar la forma de enseñar. Es decir que el concepto de alfabetización y de competencia lec-tora indefectiblemente ha variado y, ahora, es mucho más amplio. Hasta hace poco se consideraba a una per-sona alfabetizada cuando sabía leer, escribir y realizar las operaciones bá-sicas de cálculo, hoy el concepto va más allá. Ahora podríamos hablar de tres niveles de conocimiento: escrito, digital y en redes.

“El gran reto será entonces formar

“Toda la vida ha pregonado lo mismo: la indig-nación ante la indiferencia; la humildad para lle-varse bien con uno mismo; tener felicidad para ser capaz de darla; procurar ser siempre mejor perso-na, no hacer daño a nadie… Persistentemente ha mostrado ser una persona muy comprometida con la vida y con el ser humano”.

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El Mollete Literario

a las personas en nuevas dimensiones y competencias, una alfabetización mediática y una competencia que per-mita discernir y evaluar dicha informa-ción” (Paola Dellepiane).

Es fundamental que tanto las es-cuelas como el profesorado se pongan al día. Además de ser garantes de esa nueva alfabetización, ya han empezado a adecuar los espacios y los entornos de aprendizaje: antes hacían visitas espo-rádicas al aula de informática, ahora ya existe la posibilidad de que tengan acceso continuado a Internet en sus aulas y en las bibliotecas escolares. En este sentido hay que resaltar el papel de la Federación de Ikastolas vascas que, a través de su proyecto EKI, está creando el primer material didáctico digital es-pecíficamente orientado a la educación basada en competencias.

Pero no todo son parabienes. El autor estadounidense, Nicholas Carr, se ha mostrado pesimista ante las competencias que, a su juicio, se es-tán perdiendo por la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación. Por ejemplo, la capaci-

dad de leer con profundidad y concen-tración textos de una considerable ex-tensión. En su libro, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, explica cómo las múltiples ventajas y utilidades de la Red tienen como con-trapartida el triunfo de la superficiali-dad y la distracción.

“Hoy parece que estamos perdien-do la segunda parte, nos quedamos en la primera, como si no fuera necesa-rio extraer deducciones o conclusiones originales. Las nuevas tecnologías nos instan a buscar, pero no a reflexionar” (Nicholas Carr).

De todas formas, lo que es innega-ble es que la alfabetización digital viene a hacer más fácil la vida en un mundo donde la tecnología marca la pauta y la sobreinformación es la norma. Pri-mero, porque consigue que el lector adquiera los conocimientos necesarios para ayudarle a moverse, buscar, eva-luar e interpretar de forma crítica, y por supuesto autónoma, la informa-ción de la Red; y segundo, porque le insufla una dimensión social, ya que relaciona a la persona con el resto del

mundo en su sentido más amplio y la hace consciente de su responsabilidad y de sus limitaciones en esta multicul-turalidad y globalización que nos ha tocado vivir.

Nunca antes ha habido un corpus lingüístico tan grande como el que ofrece Internet, que contiene más len-guaje escrito que todas las bibliotecas del mundo juntas, y nunca antes hemos estado tan informados. ¡Cómo ha evolu-cionado todo desde aquella lejana Edad media en que el libro jugaba un papel fundamental en la educación ―esen-cialmente elitista, propia de la élite reli-giosa― y donde la palabra del maestro era casi sagrada!; de magister dixit he-mos pasado a Google dixit. Si hoy un monje copista de aquellos levantara la cabeza, pensaría: Cómo nos han cam-biado el cuento.

Publicado con autorización de los autores.

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El Mollete Literario

Ilustración: Maria Bazana

Técnica: Tinta y lápiz

Tres ciudades la ciudadPor Paul Martínez

[email protected]@sparringloto

La ciudad es un elemento que nos ha acompañado desde los albores de la ci-vilización. Son las ciudades, o las ruinas

que de ellas quedaron, los testimonios tangibles de la actividad humana, cimientos sobre los que se edifica la cultura. La ciudad, podríamos decir, es la huella del “triunfo de lo humano” sobre la naturaleza. Aun así, definir la ciudad parece no ser lo sencillo que se antoja. Decir por ejemplo que la Ciudad de México, la ciudad de Lagos de Moreno, la ciudad de París, o cualquier otra conglomeración de seres humanos que compar-tan un espacio físico determinado podrían lla-marse ciudad y representar el mismo concepto.

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El Mollete LiterarioTres ciudadesItalo Calvino escribe sobre ciudades

en Las ciudades invisibles, obra que ya en su estructura demuestra la complejidad del tema a tratar. Una reflexión sobre la ciudad y sus sentidos, a través de una se-rie imaginaria de conversaciones entre Marco Polo, el mercader veneciano y Kublai Kan, rey de los tártaros.

Extraigo de aquí, tres pasajes con los cuales se podría construir una de-finición, siempre inconclusa, sobre la ciudad moderna y más importante aún, sobre la manera en la que la habitamos.

La ciudad de las relacionesLa ciudad es un conjunto de cons-

trucciones, pero no se termina de definir por sus rasgos físicos, por su presencia tangible y notable diferencia frente a lo natural o salvaje. En ella se integran las diversas relaciones que se establecen en-tre sus habitantes, tales como parentes-cos, intercambios mercantiles, afeccio-nes o repulsiones, relaciones de poder y en general de convivencia. La ciudad son los edificios, quienes viven en ellos y desde luego, la manera en que viven en comunidad.

ErsiliaEn Ersilia, para establecer las relaciones

que rigen la vida de la ciudad, los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas, blancos o negros o grises o blanquinegros según indiquen relaciones de parentesco, intercambio, autoridad, representación. Cuando los hilos son tantos que ya no se puede pasar entre medio, los habitantes se van: se desmontan las casas; quedan sólo los hilos y los soportes de los hilos.

Vuelven a edificar Ersilia en otra parte. Te-jen con los hilos una figura similar que quisieran más complicada y al mismo tiempo más regular que la otra. Después la abandonan y se trasla-dan aún más lejos con sus casas. Viajando así por el territorio de Ersilia encuentras las ruinas de las ciudades abandonadas, sin los muros que no duran, sin los huesos de los muertos que el viento hace rodar: telarañas de relaciones intrin-cadas que buscan una forma.

Sobre las calles, entre las casas, de un edificio a otro, se superpone una ciu-dad invisible, la que construimos al mo-mento de relacionarnos con el resto de los habitantes, con los espacios mismos. Para cada generación la ciudad toma distintas formas, los lugares que fueron centro concentración para una, son ape-nas reliquias sin importancia para la si-guiente. Cada nueva generación recons-truye la ciudad, reinventa los colores de los hilos que nos comunican.

La ciudad es un deseoEn la ciudad, o mejor dicho en la

forma que toma la ciudad, convergen también los deseos de cada uno de sus habitantes. Las formas físicas que en ella se van integrando corresponden en ge-neral, con la capacidad de sus habitantes para integrar en ella sus propios ideales.

ZobeidaDespués de seis días y seis noches, el

hombre llega a Zobeida, ciudad blanca, bien expuesta a la luna, con calles que giran sobre sí mismas como un ovillo. Esto se cuenta de su fundación: hombres de naciones diversas tuvieron un sueño igual, vieron una mujer que corría de noche por una ciudad desconocida, la vieron de espaldas, con el pelo largo, y estaba desnuda. Soñaron que la seguían. A fuerza de vueltas todos la perdieron. Después del sueño buscaron aquella ciudad; no la en-contraron pero se encontraron ellos; decidieron construir una ciudad como en el sueño. En la disposición de las calles cada uno rehizo el recorrido de su persecución; en el punto donde había perdido las huellas de la fugitiva, cada uno ordenó de otra manera que en el sueño los espacios y los muros, de modo que no pudiera escapársele más. Esta fue la ciudad de Zobei-da donde se establecieron esperando que una

Las diferencias serán visibles apenas asomen las primeras características de cada una de ellas, la composición geométrica, las relaciones posibles entres sus habitantes, sus imaginarios e ideales. ¿Cómo pues sabes que algo o algunos llegan a conformar eso que llamamos ciudad? ¿Qué ha-bría que decir de la ciudad para que la defina? Habitamos las ciudades sin saber exactamente lo que habitamos.

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El Mollete Literario

“En la ciudad, o mejor dicho en la forma que toma la ciudad, convergen también los deseos de cada uno de sus habitantes. Las formas físicas que en ella se van integrando corresponden en general, con la capacidad de sus habitantes para integrar en ella sus propios ideales”.

noche se repitiese aquella escena. Ninguno de ellos, ni en el sueño ni en la vigilia, vio nunca más a la mujer. Las calles de la ciudad eran aquellas por las que iban al trabajo todos los días, sin ninguna relación ya con la persecu-ción soñada. Que por lo demás estaba olvi-dada hacia tiempo. Nuevos hombres llegaron de otros piases, que habían tenido un sueño como el de ellos, y en la ciudad de Zobei-da reconocían algo de las calles del sueño, y cambiaban de lugar galerías y escaleras para que se parecieran más al camino de la mujer perseguida y para que en el punto donde había desaparecido no le quedara modo de escapar. Los que habían llegado primero no entendían que era lo que atraía a esa gente a Zobeida, a esa fea ciudad, a esa trampa.

Zobeida o la gran metrópoli. A la que llegamos porque en ella estaba la concre-ción del sueño que tuvimos. De la Gran Tenochtitlan se cuenta que llegaron los primeros a establecerse, porque tuvieron un sueño y ahí se les reveló, y la constru-yeron de tal manera que todo debiera ser del modo en que el sueño se cumpliera. Y cada uno de los que llegó ahí cons-truyó lo necesario para que el sueño se concretara, y sólo encontramos concreto al final de nuestro sueño, toda ciudad es una trampa, un sueño que al concretarse de manera simultánea revela al monstro onírico. La ciudad que se construye a

partir de un conjunto de ideales, no pue-de ser sino una construcción endemonia-da, una trampa para ciegos.

La ciudad y la naturalezaLa ciudad ha llegado a ser lo opuesto

a la naturaleza, salimos de ella cuando va-mos al campo, y todavía más, cuando nos alejamos hacia cualquier sitio no habita-do. Es una idea superpuesta a otra idea, la ciudad es las ganas de salir de ella, de ha-bitarla y de no haberla construido nunca.

BaucisDespués de andar siete días, a través de bos-

cajes, el que va a Baucis no consigue verla y ha llegado. Los finos zancos que se alzan del suelo a gran distancia uno de otro y se pierden entre las nubes, sostienen la ciudad. Se sube por esca-lerillas. Los habitantes rara vez se muestran en tierra: tienen arriba todo lo necesario y prefieren no bajar. Nada de la ciudad toca el suelo salvo las largas patas de flamenco en que se apoya, y en los días luminosos, una sombra calada y angulosa que se dibuja en el follaje. Tres hipóte-sis circulan sobre los habitantes de Baucis: que odian la tierra; que la respetan al punto de evitar todo contacto; que la aman tal como era antes de ellos, y con catalejos y telescopios apuntando hacia abajo no se cansan de pasarle revista, hoja por hoja, piedra por piedra, hormiga por hormi-ga, contemplando fascinados su propia ausencia.

Reflexionar la ciudad en su rela-

ción dialéctica con la naturaleza nos da cuando menos estas tres posibilidades:

1.- Construir y modificar la natura-leza es la misión del hombre, en cierto sentido nos volvemos enemigos de lo natural, extendemos nuestro dominio, llevamos cámaras y wifi a todos los sitios posibles, humanizamos la tierra.

2.-La naturaleza y la ciudad son igualmente importantes, mantener el equilibrio entre ambas es nuestra mi-sión, domesticar animales de ciudad, ser salvajes nosotros mismos en el campo. Mantener el equilibrio al grado de no permitirnos ser nosotros mismos un po-sible contrapeso que incline la balanza hacia uno u otro lado. No dejar que la naturaleza y la ciudad se vean las caras.

3.- Limpiar la huella humana desde el origen, alcanzar la naturaleza ideal, primaria, pura y sin rastro de ciudad, sin rastro de nosotros mismos, donde quizás nos sea, posible descubrir con certeza qué somos y cuál es el sentido de noso-tros en la tierra.

La ciudad desde Calvino, es mucho más que una situación geográfica. La ciudad son los habitantes y su convi-vencia, los deseos individuales y colec-tivos, la ciudad es también, una forma de comprender lo humano ante la na-turaleza.

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El Mollete Literario

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El Mollete Literario

*¿Nadie nació para mí?

¡Y qué si nadie te va a amar! No puedes pasarte las mañanas lloriqueando, sola, en tu cama como víctima sepulta entre los escombros,buscando entre líneas lo que apenas entiendes,esperando que otra ranchera venga a susurrarte entre los ecos del cerro la respuesta.

*Pero, insisto,¿en dónde se nace para amar?

Prendo el GPS por pura dejadez y entonces el presagio:

“Con lugar en la NápolesEs para hoyNo agendo

Revolcones warros y a pelo”.

*Ay no,Mana, que la máscara deshecha se me cae a carcajadas.Todo es mero interpretar, me digo,

Un día me gustaría soltar la vieja bomba del grito,del llanto,la risotada hiriente.

Tirarla sobre esa casa rodeada de cerros, cables de alta tensión, vecinos siempre pobres, ahora ya más viejos.

Y cuando ese día llegue tiraré las bombasy debajo de casa tal vez encuentre la feliz liberación de todas las bestias así como de todos los animales mansos y yo no sabré qué animal soy al encontrarme desnudo, roto agujero sobre los cimientos de la catástrofe, sobre el mapa de sangre seca y el miedo a las palabras.

Lloraré entonces con pánico y fervor sobre las leyes y los mandamientos aprendidos de memoria:

1. Pregunta en soledad2. Escribe en silencio

Rotas y agujereadasPor Canuto Roldán

[email protected]

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mero dudar.Hasta que las palabras invocan como un mensaje inconfundible aunque fortuito, como el guiño de un chacal cuando se pone una guapachosa.

*Te miro, pues, acercarte más y no me rajo porque justo entoncesJuanga canta entre la borrachera y tú al llegar me cuestionas¿Te pareces tanto a mí?Y como un relámpago el recuerdo de un perfil que me había emocionado sobremanera.

*Pero no es nada apenas un recuerdo de algo inconcluso. Nada personal, me digo.Nada que perder, nada que ganar.

“Nada gratis21 cm de verga Bien gruesa y lecheraLlama o escribe”.

¡Nada qué!Me resisto a olvidar ese mensaje, esa maldición que me revela que la cosa está bien dura.

Que una nunca habla para sí ni escribe para síesperando nada a cambio.

*Ya por eso nos pregunto aunque esté sola, en el cuarto a oscuras.Y escribo aunque esté aterrada con las manos tiesas para ensayar cualquier respuesta.Leo en voz alta aunque siga sola pero a risotadas con las cosquillas que se me hacen entre tanto agujerearme el agujero de la duda.

Escribo con el dedo en la llaga, con el dedo recorriendo toda llaga, toda oscuridad.

Para leerme entonces, con la llaga toda abierta para esculcarme la honda duda hasta quedarme sin agujerear.

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Ariel

Recuerdo sentirme muy ofendido en primaria cuando alguien me llama-ba maricón. Creo que crecí en una

época donde la homofobia resultaba tolerable y hasta una virtud enaltecida. Ser un marica era lo peor que podía pasar, ineludible de ser un cobarde, de tener manerismos delicados, ¿jamás hubiera pensado que yo mismo me ofrecería de voluntario para ser puto?

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Llevo bastante tiempo deprimido sin razón aparente, siento nostalgia por algo que no he conocido, me siento muy solo pese a que toda mi vida la he pasado así. La soltería tiene sus puntos buenos, la comodidad de una privacidad inconmensurable, ser tú mismo todo el tiempo, con todos los filtros y máscaras retorcidas, tiradas y hechas añicos. Me han recetado antidepresivos, clonazepam; no estoy seguro, puede parecer un tanto conservador pero me da miedo con-sumirlo, no me quiero drogar, me preocupa el daño hepá-tico, en lugar de eso he estado bebiendo más de la cuenta.

Me siento muy cómodo cuando bebo hasta perder la con-ciencia y despierto en lugares poco probables con mínimos vás-tagos de memoria, un collage caótico de experiencias por recuer-dos. En esos momentos no hay consecuencias, no existe el futuro, sólo un presente en hélice, no, más bien en espiral, sin inicio ni final, una forma exquisita de desligarme de esa puta soledad que se aferra en joderme tanto. En una de esas míticas borracheras terminé en un antro, la euforia del alcohol me animó a dar un paseo de madrugada, me topé con ese lugar ruidoso y de colores chillantes, embonaba a la perfección con mi desesperación, me senté en la barra y pedí un Alfonso XIII, no sé de bebidas, no sé qué contiene, me gustó el nombre y lo pedí. Sabía bien.

Un tipo chaparro y delgado, de cara huesuda y rasgos afilados se sentó a mi lado, usualmente procuro no comuni-carme con nadie salvo que sea un asunto de urgencia; cuando estoy ebrio es otra cosa, disfruto de conversar con cualquiera a la mínima provocación, creo que es la válvula de escape ante tanto hermetismo. Hablamos un buen rato, de política local, de los últimos cadáveres desmembrados que se encontraron en la región, sobre si el feminicidio más sonado del momento se trataba de un crimen de odio o pasional, sobre esa locutora que recibió un disparo en la boca, sobre escándalos de corrup-ción y comedia involuntaria de altos funcionarios.

Todo el tiempo pedí Alfonso XIII, estuve tan concentra-do con mi interlocutor que casi no noto a la bar tender, una morena alta de cabello rizado, sirviendo cada copa con una sonrisa que dejaba ver sus dientes ridículamente blancos y rec-tos a través del lip gloss con brillantina que cubría sus carnosos labios, cada vez que sonreía, sus pómulos redondos y mejillas se levantaban hasta dejar casi cerrados sus ojos, pareciera que dis-

frutaba su trabajo, me extrañó bastante, llevaba mucho tiempo sin toparme con una persona que fuera tan agradable, irradia-ba un aura de sorpresa y encanto por la vida descomunal. No despegué mi vista de ella en toda la noche, quedé hipnotizado por su manejo malabarista de pomos, jugos y refrescos.

No recuerdo con claridad cómo abandoné el lugar, desperté en mi cuarto, revisé mis bolsillos y todo estaba en orden: celular, cartera y llaves; también encontré el ticket del consumo en el bar: ¡13 Alfonsos XIII!, di una propina exagerada a la barista, supongo que una vez más el amor eufórico del licor se apoderó de mí, espero por lo menos haber dejado buena impresión en ella. Cuando iba a botar el recibo me di cuenta de que éste tenía algo escrito con tinta rosa detrás: Ariel, —con un corazón en vez de punto en la i— y 8 dígitos separados en grupos de 2 por guiones. Su número telefónico.

No puedo creer que pudiera ligarme a la cantinera, me resulta tan irreal, esa noche bebí demasiado y una de mis clásicas lagunas nubló por completo cualquier recuerdo, me gusta su letra, es muy curva, sin ángulos agresivos, muy re-lajante, un jazz suave y cigarrillos light, sé de antemano que no tengo las agallas para llamarla, me imagino jadeando y tartamudeando nervioso en el teléfono, creerá que soy un onanista compulsivo, no recuerdo nada de ella, no tengo ni siquiera un tema de conversación. Lo mejor será llegar, una vez más, perfectamente borracho al bar y dejar que las cosas fluyan a través de ese delicado automatismo irreflexivo.

La siguiente semana llegué al bar casi a las 10 de la noche, bebí un doce de cerveza en casa para asegurar la embriaguez, me senté en la barra y pedí Alfonso XIII, ahí estaba ella, son-riendo, en su ajustada camisa polo negra, un delantal azul marino por mera burocracia, dije hola, respondió el saludo, no más. Bebí tres Alfonsos en soledad, sin atreverme a enta-blar conversación, los mismos putos pensamientos de sobrie-dad se apoderaron de mí. —Por qué crees que un ángel como ella se fijaría en un pedazo de mierda como tú—, —Estás fuera de su liga, deja de perder el pinche tiempo—, —Sal de aquí, ve a tu departamento, mastúrbate entre sollozos, toma el arma del cajón y vuélate los melancólicos sesos, hazte un favor de una vez por todas—. Ahogué, como de costumbre, esos

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pensamientos dolorosos pero cargados de verdad con otro Alf.Poco tiempo después el muchacho chaparro y flaco de

la semana pasada, llegó y se sentó junto a mí, me saludó cordialmente, demasiado cordial, me abrazó. Pidió otra ronda, él también bebió Alfonso XIII supongo que para complacerme, platicamos un buen rato sobre asesinatos. La camarera se veía hermosa, cuando nuestras miradas se cru-zaban me sonreía. Mientras el alcohol se agazapaba en mi hipotálamo, más y más me iba convenciendo de que tenía oportunidad con ella, después de todo había conseguido su teléfono la otra noche, algo interesante debió encontrarme.

Un 12 pack de cerveza Modelo y 7 Alfonsos XIII, ese era el maldito número, mi cuerpo entumido, una muy grata sensa-ción, la mente ajena a cualquier inhibición, la lengua tumefacta pero capaz de reaccionar con fluidez, o al menos así era desde mi espontanea perspectiva, me sentía dispuesto a levantarme y entablar una conversación con Ariel, darle oportunidad de descubrir lo interesante que puedo ser estando ebrio, me la quiero coger, coger con desesperación, con violencia, y sus ojos lacerando mi carne bofa, amor iracundo y tosco, quiero san-grar, lo extraño, sentirme pinches vivo, quiero apretarle el culo con fuerza, que mis manos queden grabadas al rojo vivo en sus firmes nalgas, sus gemidos reventándome el tímpano, llorar de placer envueltos en edredones manchados de semen y sudor.

Estoy decidido, levantarme, sujetarla del talle y la nuca, echarla hacia atrás y besarla, su lengua dictando un epitafio dentro de mi boca, renacer con las ridículas aspiraciones de felicidad y estabilidad que sólo el amor es capaz de conceder, exiliarme del sufrimiento dentro de ella, cada uno de sus sabo-res prohibidos desfilando en mi paladar, y vivir, tomado de su mano, este torpe espejismo, consumiendo metanfetaminas y escuchando rock psicodélico en un sucio cuarto de perdición.

¿Por qué no me llamaste? Preguntó, sacándome de golpe de mis divagaciones, el muchacho flaco. ¿Qué? ¿Para qué o qué? Dijiste que me llamarías, que podríamos vernos en la semana, quizá en algún lugar más privado, para conocernos mejor, nos llevamos muy bien aquel día, insististe tanto en que te pasara mi número, dijiste que nos entendíamos muy bien, y que es muy difícil en estos días encontrar a alguien que tenga tanta química con uno, esperé toda la semana tu llamada, no

llegó, me enojé, no, no era enojo, era desilusión, pero algo en mí me dijo que te encontraría nuevamente en este lugar, y ve, pasó lo que tenía que pasar, aquí estamos.

Caí en cuenta, él era Ariel, me lo ligué a él, no hice ningún movimiento con la camarera, se me hacía un poco raro que el bar se llamara Ninfos, el uso excesivo de luces neón de colo-res pastel y las constantes repeticiones de canciones de Gloria Trevi y OV7. Me disculpé diciéndole que soy un poco tímido y que es la primera vez que entraba en este ámbito, pedimos otros Alfonsos y reímos, salimos a bailar “Ahora te puedes marchar” de Luis Miguel.

Frecuento el Ninfos, siempre acompañado de Ariel, al fin tuve el valor de preguntarle el nombre a la hermosa camarera morena, es Helena, ella me trata muy bien, es extraño que una mujer tan bella como Helena no sienta total repugnancia y/o miedo de un hombre como yo, incluso nos llevamos muy bien, la abrazo y la beso en la mejilla cuando llego y me voy, es más tierna y amigable de lo que esperaba; antes de que Ariel llegue al bar, cuando sale a bailar con alguien más o va al baño tengo oportunidad de hablar con Helena, trabaja en el bar por las noches para pagar sus estudios en psicología, atiende a clases por las mañanas y duerme en las tardes, es fan de Björk, durante la preparatoria jugó en un equipo se-miprofesional de futbol, le va a las Chivas porque hasta los 11 años vivió en Guadalajara, le gusta el café negro sin azúcar, le teme a las polillas, hace 6 meses terminó una relación en la que duró 3 años, su color favorito es el púrpura, comida, cochinita pibil Es increíble el montón de cosas de las que uno se puede enterar cuando presta atención, cuando está intere-sado. Ella es fascinante, estoy muy enamorado, al principio sólo era vana atracción física, ahora tengo sentimientos muy fuertes por esta chica, será muy difícil declararle mi amor, ya es muy tarde, no podría soportar un rechazo, se sentiría como un machetazo en el pecho, mi última voluntad de vivir difu-minándose en un éter mugroso, lo mejor será continuar con este personaje, un puto homosexual, amigo cercano, quizás íntimo de Helena, la pareja pasiva de Ariel, llegar hasta las últimas consecuencias sólo por mantenerme en su vida, hacer que ese romance imaginario se sienta tan real, un constructo casi palpable.

Ilustración: Brenda Olvera

Técnica: Bolígrafos de colores y tinta

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Enrique Boca Negra. Un espía en la trinchera. Kim Philby en la Guerra Civil española

Kim Philby (1912-1988) es sin lugar a dudas el más relevante y conocido es-pía del siglo XX y su fama y popula-

ridad han servido para que el cine y la literatura indagaran en su vida, en su extraña y misteriosa captación por parte de los servicios de espionaje soviético y su penetración en el M16, el prestigio-so servicio secreto británico, sin ser descubierto durante años.

Por Carlos Abella

»Premio Comillas 2017. Tusquets. Barcelona, 2017

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Esa atracción ha sido reflejada con gran precisión por el periodista Enrique Bocanegra, (Sevilla, 1973) que con este relato de ficción Un espía en la trinche-ra ha sido premiado con el Premio Co-millas 2017, cuyo jurado ha reconocido el “mérito de abordar en profundidad la trayectoria del espía británico Kim Philby en la Guerra de España”, relatan-do episodios desconocidos hasta la fecha.

Entre otros escenarios, resulta suma-mente curioso le relatado en el página 34, en el que Philby —como corresponsal de The Times— es condecorado por el mismísimo Franco en el Palacio de la Isla de Burgos, por haber sobrevivido al im-pacto de un obús soviético —al servicio de la República— en el frente de Teruel, en el que fallecieron otros tres corresponsales ingleses. En esa entrevista, Philby preguntó a Franco —con intención de conocer para su causa— si estaba prevista la llegada de nuevos contingentes extranjeros de apoyo, —obviamente alemanes e italianos—, y Franco le respondió con rotundidad: “La noticia de la llegada de nuevos contingentes extranjeros es absolutamente falsa. Es una estúpida falsedad. ¿Para qué? No ven uste-

des y el mundo entero como nos sobra con nuestra potencia mi-litar para acabar fi-nalmente la guerra”. (Pág. 238)

Desde este episo-dio inicial, en los ca-pítulos siguientes Bo-canegra se retrotrae a los años en los que la URSS desarrolló toda una estrategia de penetración en las sociedades burgue-sas y capitalistas, en paralelo a la práctica que el sanguinario Stalin hizo de la más sangrienta purga de comunistas, trotskis-tas, bolcheviques y demás sospechosos compañeros iniciales de viaje de la revolu-

ción de octubre de 1917. A este proceso de captación de Philby dedica Bocanegra en su relato un notable espacio, que prác-ticamente ocupa los capítulos 2, 3, 5 y 7 en los que conocemos la trama de pene-tración soviética en los servicios de espio-naje occidentales en un periodo clave del enfrentamiento en Europa y en el mundo occidental entre las democracias, el fascis-mo y el comunismo.

Impresiona la convicción de los sucesivos instructores de Philby —Ha-llan, Deutsch, Mally, Orlov— que son personajes de una tremenda frialdad y los que van mentalizando a Philby en su misión de camuflaje. Uno de ellos, Hallan, le dice (pág. 53). “…eres un burgués, difícilmente te podrás integrar en la clase obrera…” y por eso todos sus preceptores le ordenan que para lograr sus objetivos debe evitar afiliar-se al Partido Comunista. Derivado de éste planteamiento, en las páginas 61 a 70, Bocanegra describe como a su vez, Philby recibe la misión de captar a los otros dos célebres espías del M16, Do-nald Mac Lean y Guy Burgess, cuyo descubrimiento años después soliviantó

a Gran Bretaña y a toda Europa.Pero es la presencia de Philby en la

guerra de España el objetivo de análisis y de descripción minuciosa, y resulta espe-cialmente revelador como Guy Burgess, en un encuentro confidencial en Gibral-tar, le transmite la orden de matar a Fran-co, empresa inalcanzable para Philby, a pesar de que se movía como corresponsal de The Times en todo el territorio de la España franquista, y que fue más una trampa para purgar al que se la enco-mendó, al no poder ser ejecutada.

Bocanegra sigue los pasos de Philby entre marzo de 1937 y marzo de 1939 por Lisboa, Sevilla, Málaga, Córdoba, Teruel, Burgos, y Barcelona, y es muy ilustrativo la descripción y las crónicas que Philby escri-be (páginas 270 y siguientes) de la entrada de las tropas de Franco en Barcelona y la si-tuación en la que ha quedado la ciudad. “al entrar, [se refiere al castillo de Montjüich] las tropas de Franco, han encontrado varias docenas de presos, tanto hombres como mujeres, fusilados en uno de los fosos y más de quinientos prisioneros en las celdas. Muchos de ellos no pueden desplazarse a causa de las torturas y permanecen en la enfermería del castillo”.

Con crónicas como ésta, Philby se ganó la confianza del régimen de Franco y dejó testimonio histórico del horror de la Guerra Civil, y admitió en sus mensa-jes cifrados ante sus secretos contactos, la derrota militar y moral del comunismo en la batalla por dominar España. Pocas semanas después, deberá asumir la derro-ta que para sus ideales significó conocer la purga y asesinato de sus instructores, la desaparición de alguno de ellos, como Orlov, más hábil que los jóvenes secuaces del nuevo “estalinismo” y la ignominia del pacto Hitler —Stalin como preludio de la entrada de las tropas nazis en Polonia, que desencadenó la II Guerra Mundial.

Libro excelente, muy aconsejable para seguir la peripecia vital de Kim Philby y también para reconocer un pe-riodo apasionante de la Europa de los años treinta y cuarenta y la feroz disputa por los secretos de los países más rele-vantes del mundo.

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Lorenzo Silva: Recordaran tu nombre

El subteniente Rubén Bevilacqua, Vila, y la sargento Violeta Chamorro no protago-nizan la última novela de Lorenzo Silva.

El escritor madrileño ha dejado descansar a sus célebres personajes, tras llevarles a Afganistán en su última peripecia, Donde los escorpiones, en la que tenían que enfrentarse a una de sus misiones más complejas y la primera fuera de España. Pero hay aspectos muy queridos por Silva que permanecen en Recordarán tu nombre. El primero, el cuer-po de la Guardia Civil —del que Silva es desde noviembre de 2010 guardia civil honorario—, al que pertenecen Bevilacqua y Chamorro, y sobre el que ha escrito el ensayo Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil, que se alzó con el Premio Algaba.

PorCarmen R. Santos »Destino. Barcelona, 2017. 496 pág.

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El protagonista de Recordarán tu nom-bre es precisamente un guardia civil, el general de brigada José Aranguren Rol-dán, figura que existió realmente y que desempeñó un papel decisivo en uno de los momentos más trágicos y aciagos de nuestra historia reciente como fue la Guerra Civil española. El propio Lo-renzo Silva aclara al comienzo del libro la relación establecida entre realidad y ficción: “Esta historia es un relato de ficción, lo que no quiere decir que me la haya inventado. De hecho, todos los acontecimientos que en ella se refieren se encuentran respaldados por un docu-mento o por el testimonio de quien los presenció, que en algún caso, contado, es el autor mismo. Allí donde deslizo una especulación, me preocupo de ha-cerlo notar, a fin de que nadie le otorgue la calidad de hecho atestiguado. Si opto por considerarla una ficción es porque se alienta de visiones parciales, a menu-do fragmentarias y, por tanto, siempre controvertibles”.

José Aranguren Roldán (La Coruña, 1875-Barcelona, 1939) se encontró el 19 de julio de 1936 en una enrevesada si-tuación, pese a la cual tomó una rápida decisión absolutamente convencido de que era la correcta. Ese día Aranguren está en la Consejería de Gobernación de la Generalitat en Barcelona, y reci-be la llamada de otro general, Manuel Godet Llopis, dándose la circunstancia de que Aranguren y Godet habían sido compañeros en 1925, en el desembarco de Alhucemas, durante la campaña de la contienda africana. Quizá por eso y por su condición de católico y perfil con-servador, Godet piensa que le resultará fácil convencerle de que se sume a la su-blevación de una parte del Ejército, en-cabezada por Francisco Franco, máxi-me cuando también este y Aranguren se conocían y habían mantenido trato personal. Pero ni la insistencia ni siquie-ra las amenazas de Godet logran que Aranguren se una a las tropas franquis-tas en contra de la II República. Aran-guren no sólo se niega en redondo, sino que le dice a Godet unas palabras muy

significati-vas de su t a l a n t e : “Si ma-ñana me f u s i l a n , fu s i l a rán a un ge-neral que ha hecho honor a su palabra y a sus ju-ramentos militares; si le fusilan a usted, fusilarán a un general que ha fal-tado a su palabra y a su honor”.

Por la d e c i s i ó n de Aran-guren, la Ciudad Condal no cayó en ese momento en manos de los rebeldes. Decisión, no obstante, que Aranguren pagaría muy cara. A finales de marzo de 1939 se encuentra en Valencia, donde había sido destinado como responsable de la comandancia militar. El ejército de Franco está logrando ganar la con-flagración y su desenlace adverso para la República se acerca. Aranguren, sin embargo, no se va de España camino del exilio. Cuando los sublevados toman Valencia, le detienen y le forman un consejo de guerra, en el que es conde-nado a muerte. Se cumple la sentencia el 22 de abril de 1939.

Confiesa Lorenzo Silva que la histo-ria de Aranguren le impactó por lo que se sintió impelido a investigar. Y por si fuera poco, Aranguren le recuerda a su abuelo Manuel, “un hombre que tam-bién lo perdió todo, aunque en su caso pudo continuar viviendo por cumplir con su deber”. Asimismo, en el relato, entrará también en juego su otro abue-lo, Lorenzo, entrecruzándose la trayec-

toria de los tres, junto a la descripción de las propias pesquisas del autor del libro para sacar a la luz un episodio no sólo escasamente conocido, sino que prácti-camente cayó en el olvido. Ese olvido del que, en un ejercicio de justicia poética, ha de emerger la figura de Aranguren para que se recuerde su nombre: “Es hora de emprender la reivindicación: el desquite del arte sobre la vida”.

Esta reivindicación resulta necesa-ria y emocionante. Sobre todo porque hay que destacar que se realiza lejos de consignas y memorias históricas es-purias, interesadas y manipuladoras, y desde una posición que no es maniquea ni sectaria ni de buenos y malos. No se plantea como “ajuste de cuentas”, y tampoco presenta “argumentos para la adhesión o la execración incondiciona-les”. En una guerra, y más aún en una devastadora contienda fratricida como fue la de 1936, “no hay ganadores”, como bien ha señalado Silva. Nunca debe olvidarse.

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