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Manuel Asensi Theoría de la lectura Para una crítica paradójica Hiperión

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Page 1: Theoria de La Lectura_1

Manuel Asensi

Theoría de la lecturaPara una crítica paradójica

Hiperión

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' libros HiperiónColección dirigida por Jesús Munárriz

Diseño gráfico: Equipo 109 sobre unamayúscula ilustrada de Junceda

© Copyright Manuel Asensi, 1987.© Copyright Instituto de Cine y RTV/Fundación Shakespeare 1987

Derechos de edición reservados:EDICIONES HIPERIÓN, S. L.

Salustiano Olózaga, 14 28001-Madrid Tfno.: (91) 401 02 34ISBN: 84-7517-203-2 Depósito legal: V. 2.302 - 1987

Artes Gráficas Soler, S.A. La Olivereta, 28 46018 ValenciaIMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN

A María Levanten Mahiques.A Hortensia Huguct Montalvá.

Y, por supuesto, a Beegar.

Page 3: Theoria de La Lectura_1

ÍNDI CE

CAPÍTULO PRIMEROLa base paradójica de las ciencias del lenguaje

1.1. Estudios literarios y ciencia ..................... 111.2. Los dos sentidos de la palabra «teoría» .. 161.3. La Paradoja ................................................ 20

1.3.1. Los términos de la paradoja ......... 201.3.2. Razones de la no-paradoja............ 231.3.3. La fundación moderna de la para

doja ................................................ 291.3.3.1. Wittgenstein .................. 291.3.3.2. Heidegger ...................... 311.3.3.3. Hans Georg Gadamer:

Hermenéutica como crítica del Método ............ 34

1.3.3.4. Jacques Derrida ............. 371.3.3.5. Ángel López ................... 41

1.4. El espacio paradójico del texto ................ 441.4.1. La negativización de la paradoja . 441.4.2. La positivización de la paradoja . . 461.4.3. Crítica de las respuestas no-para

dójicas al problema de la paradoja ................................................ 48

1.4.4. Identidad y diferencia ................. 531.4.5. La metafórica .............................. 59

CAPÍTULO SEGUNDOParadoja y restricción semántica

2.1. La mimesis y la copia ............................... 652.2. El espacio de la huella y el espacio del

significado ................................................. 70

165

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166

2.3. El espacio de la huella frente a la teoría .. 832.4. Lectura y restricción semántica ................ 85

CAPÍTULO TERCEROLa crítica paradójica

3.1. El postulado de la clausura ..................... 1373.2. El objeto estético, la mercancía, el museo:

clasificar ..................................................... 1443.3. Para una crítica paradójica: hacia una lec

tura como lectura en proceso .................... 1493.3.1. Introducción ................................ 1493.3.2. Una crítica paradójica .................. 151

3.3.2.1. El proceso como interrogación ....................... 151

3.3.2.2. Las (des)fases de la lectura en proceso ............ 153

NOTA DE AGRADECIMIENTO .................... 163

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¿Y es indiferente que esto lo haga un particular o un Estado?Platón

No podemos constatar ningún hecho «en sí»; Tal vez sea unabsurdo querer algo por el estilo. «Todo es subjetivo», decís:pero esto ya es una interpretación , el «sujeto» no es nada dado,es sólo algo añadido por la imaginación, algo añadido después.¿Es, en fin, necesario poner todavía al intérprete detrás de la in-terpretación? Ya esto es invención, hipótesis.

Nietzsche

el arte más alto de la filosofía, el de la interpretación.Deleuze

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CAPITULO PRIMERO

LA BASE PARADÓJICA DE LAS CIENCIAS DELLENGUAJE

1.1.— Estudios literarios y ciencia

A la hora de vincular el estudio de la literatura (y del len-guaje en general) a la actividad científica conviene poner de re-lieve dos hechos fundamentales: el primero es que la concep-ción moderna de la ciencia implica entender la teoría (theorei)en una dirección específica que determina sus propósitos, me-dios y estructura. El segundo hace referencia a que, al menosdesde la Lógica de John Stuart Mili, las ciencias del espírituhan tratado de comprenderse a sí mismas no desde una pers-pectiva propia y particular, sino desde los esquemas de lasciencias de la naturaleza;1 de tal modo que con la Ilustración

John Stuart Mili, System of Logic, Ratiocinative and Inductive, Londres,1863. Vid. también para una crítica del Método en las ciencias del espíritu: Hans-(Jeorg GadzmeTtWahrheit und Meíhode, Tubingen, J. C. B. Mohr, 1960(Traducción española en Salamanca, Sigúeme, 1977. Traducción manejada: Venta eMétodo, Milano, Bompiani, 1983, 3. edic., 1986), sobre todo el apartado númerouno (cap. 1) acerca del significado de la tradición humanística en las ciencias delespíritu. La dicotomía científico/humanístico implica una concepción específica de

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y, sobre todo, con Kant, las ciencias empíricas se han con-vertido en el modelo de conocimiento por excelencia hacia elque debían tender todas aquellas disciplinas que se preciaran dellevar a cabo una actividad científica. El siglo XX ha fortalecidoeste estado de cosas, al tiempo que ha introducido vocesdiscordantes provenientes en su mayor parte de lo que se hadenominado filosofía «edificante» o «periférica».2

Dentro de esa tendencia hacia el paradigma de conoci-miento de las ciencias físicas no ha sido una excepción el estudiodel lenguaje.3 La lingüística ha buscado, por todos los medios,constituirse en la teoría general del lenguaje, del mismo modoque la semiótica ha pretendido ser la teoría general de lossistemas significantes o, más en particular, la poética, la teoríadel discurso poético.4 Y ello desde las bases del sistemahipotético deductivo característico de las ciencias empíricas. Deahí las polémicas suscitadas en el seno de estas disciplinas entorno a su posible cientificidad: por ejemplo, en el ámbito de lalingüística J. Robinson negaba que ésta tuviera capaci-

específica de lo «científico» que, aunque pueda ser definido como imperativo ideal,resulta problemático como definición «real». Por otra parte, la distinciónEspíritu/Naturaleza no es comúnmente aceptada (nuestro caso, por ejemplo): para HansAlbert tal distinción carece de sentido y está pasada de moda. Su propuesta, en tantoracionalista crítico, es la de exigir una explicación de la comprensión que supere dichadicotomía. Vid. «Hermeneutik und Realwissenschaft», Kritische Vernunft undmenschliche Praxis, Sttutgart, 1977. En cualquier caso, ello noelimina la situación «de hecho» que aquí afrontamos. 2 Según la expresión deRichard Rorty en Philosophy and the Mirror ofNature, New Jersey, Princenton, 1979 (Traducción en Madrid, Cátedra, 1983), vid. elapartado «Filosofía sistemática y filosofía edificante», pág. 32.

Vid. Francisco Abad Nebot, Historia de la lingüística como historia de laciencia, Valencia, Fernando Torres, 1976. Ángel López García, Para una gramáticaliminart Madrid, Cátedra, 1980. George Mounin, Historia de la lingüística, u,Madrid, Credos, 1968.

4 Jenaro Talens, «Práctica artística y producción significante. Notas para unadiscusión», en AAVV, Elementos para una semiótica del texto artístico, Madrid,Cátedra, 1978, págs. 17-60

dad para la especulación científica,5 mientras que desdeBloomfield y Chomsky hasta la más reciente propuesta deÁngel López, hallamos trabajos cuya máxima pretensión es la deconferirle estatuto científico.

Ahora bien, si la lingüística pudo beneficiarse temprana-mente del programa de Troubetzkoy6 no sucedió así con losestudios literarios, tal vez por su enfrentamiento con prácticastranslingüísticas, semántico-discursivas (Benveniste).7 Encualquier caso, hay que señalar que la polémica en torno a lacientificidad también ha tenido lugar en el espacio de los es-tudios literarios. En fechas recientes E. A. Imbert escribía apropósito de la crítica científica:

«Si no es justo adjudicar la crítica a los artistas tampocoes justo adjudicarla a los científicos. Del valor estético no hayconocimiento exacto. Herbert Dingle, profesor de filosofía delas ciencias, ha sometido los llamados "métodos científicos" deestudiar la literatura a un riguroso análisis epistemológico,comparándolos con los verdaderos métodos de la ciencias. Elresultado de su cotejo (...) es negativo: no hay una ciencia de laliteratura.» (Anderson Imbert, E., 1984, 135-36).

Actitud parecida era la de Guillermo de Torre cuando sepreguntaba:

«¿Ciencia? ¿Por qué? —pregúntemenos una vez

'J J. Robinson, The new grammarian's funeral. A critique ofNoam Chomsky'slinguistics, Cambridge, University Press, 1975.

N. S. Troubetzkoy, «La phonologie actuelle», en Psychologie du langage,París, 1933, pág. 243.

Utilizamos los conceptos de «semántica» y «discurso» en el sentido de EmileBenveniste, en Problemes de linguistique genérale, París, 1966, y también «La formeet le sens dans le langage», en Le Langage, Ginebra, 1967.

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más— Precisamente si nos hemos entregado a las letras,por algo será, y no sólo porque una vocación ingénita nosllevaba a ellas desde siempre, a su fruición, a su creación oa su valoración, sino también porque veíamos y vemos enellas otra cosa que la ciencia, algo más libre, menos some-tido a normas y leyes; en suma, gustábamos de la belleza,de la invención, de la fantasía.» (De Torre, Guillermo,1970, 15).

El mismo Todorov ha afirmado que no hay interpretación«científica» de una obra (Todorov, T., 1975-76, pág. 8).8 Sinembargo, es manifiesto que la mayor parte de los estudiososde la producción artística de los últimos tiempos ha intentado,cuando menos, acercar la teoría literaria a las coordenadas dela ciencia. Es también manifiesto que estamos dispuestos aaceptar que los resultados, tanto en el eje diacrónico comosincrónico (o pansincrónico) del objeto estético, parecen habersido bastante fructuosos a pesar de que, dentro de esta ten-dencia hacia la neutralización de la oposición estudios litera-rios/ciencia, ha habido quien ha intentado dar estatuto cientí-fico a la teoría literaria a partir de la consideración de la Poé-tica como parte de la lingüística («en nuestra opinión la Poé-tica debe ser concebida como una teoría derivada e integrantede la Teoría lingüística», escribe J. A. Martínez (1975, 32),quien define la Poética como «La teoría del fenómeno poéticoen general» que «en el caso de llegar a ser una ciencia (...) se-rá una ciencia empírica.» (1975, 19), mientras que en otroscasos se ha intentado superar los obstáculos hacia la cientifi-

8Léanse las siguientes palabras: «...La nature meme de la démarche implique

qu'elle ne soit pas apparentée a la science, car elle vise la connaissance d'un objetparticulier qui est teÜe ou telle oeuvre. II n'existe pas d'intérpretation «scienti-fique» d'une oeuvre, meme si une intérpretation peut etre plus juste qu'une autre,car le sens nait du contact entre cette oeuvre et un cadre, toujours différent, danslequel on tente de Tintegrer» .

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cidad de la teoría literaria desde presupuestos distintos a los dela lingüística: tal es el caso de Jenaro Talens, para el que laPoética no es una disciplina derivada e integrante de la lingüís-tica sino una teoría semiótica. Si bien, y es lo importante anuestros efectos, del mismo modo que J. A. Martínez, confir-ma la Poética como ciencia empírica:

«Partiendo de la distinción propuesta por Saumjanentre ciencias empíricas y ciencias matemáticas (...) po-demos definir la poética como ciencia empírica. Su pre-tensión, en tanto teoría, es dar cuenta del fenómeno literariogeneral y poético en particular.» (Talens, J., 1978, 65).

Más recientemente, y centrado de forma concreta en lateoría del poema, V. Salvador ha proseguido el mismo caminopartiendo de unos supuestos más cercanos, según él, a los dela problemática de la teoría literaria. Tales supuestos los hallaen la teoría de Imre Lakatos acerca de la confrontación entreprogramas, cuyo máximo atractivo reside en su capacidad pa-ra soportar la interdisciplinariedad.9

No hace falta citar la importancia que han tenido en la for-malización científica de los estudios literarios el estructuralis-mo y la semiótica en sus distintas vertientes, así como ciertaestilística. Ahora bien, sí hace falta subrayar que los estudiosdel lenguaje literario han querido ser teoría, ciencia, epistéme,en un sentido moderno igual al de las ciencias empíricas.Dicho de otro modo: lo que en este primer apartado pretende-mos no es pasar revista a los distintos intentos de conferir unestatuto científico, teórico, a determinadas disciplinas relacio-nadas con el lenguaje, sino enfatizar el hecho de que, adop-tando los mismos esquemas y métodos de las ciencias em-píricas, los estudios literarios comparten con éstas la misma

Viccnt Salvador, El gest poétic (Cap a una teoría del poema), Valencia,lidicions del Bullent, 1984.

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actitud, finalidad y disposición que la teoría entendida en sen-tido moderno. A nuestro juicio, este fenómeno debe provocaruna reflexión sobre los posibles resultados del enfrentamientoentre la teoría (en sentido moderno) y el objeto estético.

1.2.—Los dos sentidos de la palabra «teoría»

¿A qué nos referimos cuando hablamos de «teoría en sen-tido moderno»?, ¿cuál es su otro sentido posible?

En su obra Ser y Tiempo, Heidegger cree haber halladoun nexo de conexión entre la theoría griega y la ciencia moder-na, a saber: la metafísica clásica ha pensado el ente como sim-ple-presencia (Vorhandenheit) de manera que, separado delser, el ente se ofrece a la manipulabilidad de la ciencia mo-derna. Sin embargo, a pesar del lazo de unión (incuestiona-ble, por otra parte) observado por Heidegger, es preciso cons-tatar la profunda diferencia existente entre la teoría moderna yla theoría griega.10

Aristóteles: «Existe una ciencia (epistéme) que estudia(theorei) el ser como tal ser (ón)». Dentro del pensamientogriego «teoría» deriva del verbo theoréo, que quiere decir:«asisto a un espectáculo», «soy espectador», «observo»,«contemplo», «considero», «estoy viendo». El espectador esaquél que no sólo mira, sino que también toma parte en todoslos actos de la fiesta, es el invitado a asistir. En cuanto tal, eltheorós es sujeto de derechos sacrales como la inmunidad.Por tanto:

10' Para las semejanzas y diferencias entre la theoría griega y la teoría moderna

vid. Hans Georg Gadamer, op. cit., «il linguaggio come esperienza del mondo», enespecial págs. 519-520; Roland Barthes, en AAVV, La Théorie^ París, Essellier,1970; Graziano Ripanti, Le parole delta metafísica, Urbino, Quattroventi, 1984.

a) La metafísica griega concibe la esencia de la la teoría, ypor ello del nóus (pensamiento) como el puro asistir al (y elparticipar en el) ser verdadero, de forma que la posibilidad deadoptar una posición teórica viene definida por la capacidad dellegar a olvidar delante de un hecho los propios interesesinmediatos, y

b) La teoría no es una forma de determinarse del sujeto,sino una posición determinada de aquello que se contempla.La teoría es, pues, participación efectiva, pero no como un hacer del sujeto, sino como un sufrir, un sentir (páthos ), un serinvadido por la cosa misma.

Este significado fundamental del theorei distingue conbastante nitidez, y a pesar de posibles relaciones, el sentidogriego de la ciencia del sentido moderno. Lo que en la cienciamoderna se denomina «teoría» no tiene nada que ver (y de ahílos dos sentidos a que aludíamos) con el «mirar» y el «saber»a través de los que el griego se relacionaba con el mundo.Teoría, en sentido moderno, es el medio de construcción me-diante el cual se reúnen experiencias diversas para hacer posi-ble su dominio, lo que implica un no estar dispuesto para elpáthos, una no participación en la cosa misma y sí, en cam-bio, un hacer, un cambiar. Por ello queda ahí implícito el he-cho de que una teoría es válida relativamente hasta que el pro-greso científico no construya otra mejor susceptible de incluirla anterior en un sistema más amplio de explicación y/o fal-searla. No en vano, un epistemólogo como K. Popper ha su-brayado esa voluntad de dominio de la moderna teoría: su li-bro La lógica de la investigación científica se abre con una citade Novalis:

«Las teorías son redes: sólo quien lance cogerá» (Pop-per, K., 1965)

cuyo núcleo metafórico (teorías-redes) él mismo se encargade amplificar.

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«Las teorías son redes que lanzamos para apresar aque-llo que llamamos "el mundo": para racionalizarlo, explicar-lo y dominarlo. Y tratamos de que la malla sea cada vezmás fina.» (Popper, K., 1965, 57).

y que deja poco lugar a dudas acerca del sentido moderno dela palabra teoría y de su búsqueda de una mayor exhaustividady poder explicativo para sus metalenguajes. Una explicación,vía método racional, que implica una específica manera depensar (y relacionarse con) el objeto de estudio: separaciónsujeto/objeto, reivindicación de la posibilidad de suprimir todocomponente subjetivo y toda influencia del presente de esarelación, inmutabilidad, fijación, extrañeza, objetivización ymensurabilidad del dato, principio de la duda, autotranspa-rencia, punto de vista externo, etc... La finalidad: un «apresa-miento» cada vez más radical, más completo y eficaz de dichoobjeto de estudio.

En cambio, la teoría en sentido clásico no busca la efica-cia por relación al objeto, ni, como hemos visto, la separaciónsujeto/objeto. No es un medio, sino un fin en sí misma. Másaún, es el mejor modo de ser del hombre, es según Aristótelesla virtud suma, suprema, entre las virtudes dianoéticas. Elmismo Aristóteles, entre otros, afirma que la posición teóricasurge después de que las necesidades materiales de la vida hansido satisfechas. La ciencia moderna pone, al contrario, susindagaciones al servicio del dominio del ente y, por eso, esesencialmente práctica, obedeciendo al principio baconiano deque saber es poder.

Estos dos modos distintos de entender la ciencia son, almismo tiempo, dos modos distintos de entender la relaciónhombre-mundo, mundo físico-mundo histórico. El saber es elelemento portador de tal relación. Ahora bien, si en la culturagriega el hombre se veía a sí mismo dentro del orden de lascosas, en la cultura moderna el mundo es visto como producto

y construcción del hombre, y éste es el «faber» del propiomundo.

Más aún: la diferencia entre esas dos visiones de la cien-cia y del mundo se revela de forma particular cuando se con-frontan sus lenguajes. En efecto, la ciencia moderna formulaun lenguaje simbólico (es decir, con tendencia hacia lo arti-ficial, lo formal y lo objetivo) que cierra la «potencia» lin-güística en esquemas semánticos con la finalidad de que el do-minio sobre el ente sea más seguro. El saber griego, en cam-bio, no formula un lenguaje simbólico, su dirección en esesentido es distinta: debe resistir a la tentación del lenguaje, asu dynamis ton onomáton (potencia del nombre).

Esa tendencia hacia el dominio del espacio del objetodonde actúa una ciencia x, no sólo es patrimonio de las cien-cias propiamente dichas y de sus lenguajes más formalizados.En realidad, es un mecanismo presente en otros niveles menosformalizados y, sobre todo, en lo que podríamos denominar,más concretamente en el terreno del arte, lectura social del ob-jeto estético. No importa tanto averiguar el sistema de causasentre los distintos niveles como dejar constancia del hecho ensí. Si nos centramos, por ahora, en la ciencia es por su pecu-liar posición frente a la escena de estudio y por su transfor-mación de la palabra teoría a lo largo de la historia, que nosdeja ver precisamente el fenómeno que venimos señalando.

Por otra parte, dado que las ciencias del espíritu y, entreellas las del lenguaje, han manifestado la voluntad de simbio-sis con esa actitud teórica moderna, es lógico que hayan here-dado las presuposiciones que ésta conlleva. Algunas de ellasllaman la atención en particular: la separación Sujeto/Objeto, lasupresión del componente subjetivo, el ideal de objetividad eimparcialidad, que en las ciencias empíricas se llevan a cabo através de un riguroso metalenguaje que desde una posición«exterior» da cuenta de su objeto.

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Desde los mismos «orígenes» del estudio científico de laliteratura11 se presupuso la posibilidad no cuestionada deconstruir un metalenguaje que diera cuenta del lenguaje en ge-neral y de la literatura en particular, es decir, la posibilidad deautotransparencia del lenguaje con respecto a sí mismo. Elmodelo de las ciencias del lenguaje, pues, se pretende analógi-co respecto del de las ciencias físicas. Ahora bien: ¿acaso nosupone ningún conflicto la traducción del Método al espaciodel lenguaje?, ¿se puede hablar de isomorfismo entre las cien-cias del lenguaje y las ciencias empíricas?, ¿es conveniente si-tuar las ciencias del lenguaje en un terreno epistemológico?

1.3.—La Paradoja

1.3.1.— Los términos de la paradoja

Lo que trataremos de demostrar en este capítulo es que larespuesta a dichas preguntas no puede ser (es) sino paradóji-ca, reflejo de aquello mismo que describe, y que tal respuesta,que cruza en un mismo espacio una afirmación y una nega-ción, es una necesidad instalada en el centro y en la periferiade las ciencias del lenguaje. La base de esta ciencia es para-dójica. Su acción (aplicación) debe ser, consecuentemente,paradójica. Así es como podría quedar en principio enunciadanuestra propuesta, que a continuación vamos a desarrollar.

La pregunta sobre la cientificidad no implica que demos

Piénsese, a modo de ejemplo, en los teóricos del formalismo ruso(Sklovski, Jakobson, Tinianov, Eichenbaum,etc...) y en sus demandas de unmétodo científico de investigación de la literatura. Puede consultarse el libro de D.W. Fokkema y Elrud Ibsch, Teorías de la literatura del siglo XX,, Madrid, Cátedra,1984. Más específicamente, el libro editado por Tzvetan Todorov, Théorie de lalittérature: Textes des Formalistes russes, París, Seuil, 1965.

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por supuesto lo que es científico y lo que no lo es. Algunoslibros de Nelson Goodman, Richard Rorty, Paul Feyerabend,entre otros, han demostrado con bastante claridad que la ideade «ciencia» dista mucho de ser algo preciso y definitivo. Másque hablar de lo «científico» habría que referirse a «modeloscientíficos».12 De todos modos, como afirma Richard Rorty«somos herederos de trescientos años de retórica sobre la im-portancia de distinguir claramente entre ciencia y religión,ciencia y política, ciencia y arte, ciencia y filosofía, etc...Esaretórica ha formado la cultura de Europa. Nos ha hecho ser loque somos hoy en día» (Rorty, Richard, 1979, 300). Es de-cir, tal vez no sepamos a buen seguro lo que es «científico» ylo que no lo es. Es más: seguramente hay que aplicar a dichoconcepto un proceso de deconstrucción infinita (como vere-mos que conviene a la relación ciencia del lenguaje-Método),pero ello no significa que no reconozcamos la práctica de un«discurso normal» (Rorty, Richard, 1979, 291) en el sentidode algo que transcurre en el interior de un conjunto de conven-ciones admitidas por una mayoría. Significa, eso sí, que debe-mos encuadrarlo dentro de un proceso de delimitación que lositúe aproximadamente en sus justos términos.

Volviendo a nuestra propuesta de considerar paradójica labase de las ciencias del lenguaje, es necesario dejar constanciade que dicho carácter paradójico fue enunciado ya en el siglo

Nelson Goodman, Fact, Fiction and Forecast, Cambridge, Massachussets,1955; Richard Rorty, op. cit.; Paul Feyerabend, Against Method, Londres, N. L.B., 1975 [Traducción española: Contra el Método, Madrid, Tecnos, 1981] . De esteúltimo libro se desprende la idea de que las distintas propuestas (leyes) científicasson «falsables» sin que ello suponga necesariamente ni su eliminación ni suintegración en esquemas más amplios de explicación (Khun), sino la proliferaciónde modelos, leyes y teorías que borrarían los límites entre discursos científicos ydiscursos tildados de no-científicos. Por otra parte, es evidente que dentro de lasmismas ciencias del lenguaje en general, se opta bien por un modelo popperiano, opor un modelo lakatosiano, o más cercano a los planteamientos de Feyerabend,etc...

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XX desde distintos frentes por filósofos y lingüistas comoHeidegger, Wittgenstein, Gadamer, Derrida y, más reciente-mente, Ángel López. Por ello resulta obligatorio referirse enprimer lugar a las propuestas de estos autores. Obligatorioporque de dicho recorrido se irán desprendiendo una serie declaves para nuestro objetivo.

¿Cuáles son los términos de la paradoja a la que nos es-tamos refiriendo?:13 «Las ciencias del lenguaje manifiestan unaestructura circular en la medida en que una peculiaridad dellenguaje frente a las cosas es que mientras éstas pueden serindicadas por aquél, aquél sólo puede ser indicado por símismo. Por lo cual todo decir sobre el lenguaje es un hacer-lenguaje, de forma que ese hacer-lenguaje diciendo sobre ellenguaje pertenece al lenguaje mismo (archilenguaje). De don-de se infiere, en un primer acercamiento, la imposibilidad decumplir los ideales científicos y metódicos de «exterioridadrespecto al objeto», «objetividad», «imparcialidad», «auto-transparencia», etc..., y la disolución de todo metalenguaje.

13Puede considerarse que la enunciación de la paradoja fue llevada a cabo por

Aristóteles en la Física al tratar el tema del «motor inmóvil». La misma expresión«motor inmóvil» resulta ya paradójica. En efecto, para Aristóteles la forma delmundo o la ley que lo gobierna es lo que explica todo lo que ha sido actualizaciónsin que ella lo haya sido. Y ello porque aquello que se mueve tiene que ser movidopor algo, de tal forma que lo que mueve no puede identificarse con lo que esmovido, pues lo movido es tal en cuanto que es dinámei algo, mientras que lo quemueve mueve en tanto en cuanto es entélemela. Nada puede ser al mismo tiempodinámei y entélemela. Dado que Aristóteles identifica el «motor inmóvil» tambiéncon el pensamiento puro (en sentido psicológico), y dado que el «motor inmóvil»es eterno e inmutable, entonces el objeto del motor inmóvü es él mismo, es decirel objeto del pensamiento puro se traduce en pura autoconsciencia. Ahí surge laparadoja pues se está identificando dinámei y entélemela, algo que en principio noes posible y que en el plano del pensar conduce a que si el objeto del pensar(entélemela) es el pensar mismo (dinámei), no hay nada en qué pensar: el pensar se-ría un pensar sobre sí mismo, y ese pensar es un pensar en sí mismo infinito. Y,sin embargo, hay un pensar.

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La paradoja surge en el momento en que a pesar de reconocerdicha estructura circular tomamos conciencia de que, de algu-na forma, es posible llevar a cabo la actividad metalingüística,convirtiendo así el círculo en un espacio positivo. Por otraparte, la aplicación de la paradoja no deja los elementos de és-ta en la misma posición que ocupaban antes de la aplicación.Precisamente el cruce de una afirmación y una negación abreuna revisión de las perspectivas implicadas. Volveremos so-bre ello.

1.3.2.— Razones de la no-paradoja

La constatación de la paradoja tenía que realizarse necesa-riamente o bien desde la óptica de la filosofía edificante o biendesde la óptica de un proyecto epistemológico abocado a unmomentáneo callejón sin salida. Es importante tener en cuentaeste hecho, pues apunta hacia la condición de surgimiento dela paradoja: la crisis. La paradoja sólo surge a partir de la cri-sis. Es la crisis la que la pone de manifiesto. La paradoja sólopuede ser enunciada, pues, desde un movimiento dialécticocon proyecciones dialécticas (y usamos este concepto en susentido más etimológico). De hecho, ambas ópticas puedenser pensadas como movimientos voluntarios de crisis,14 sóloque en el primer caso —el de la filosofía edificante— dichacrisis origina y es originada por un movimiento de de(con)s-trucción, mientras que en el segundo —La «paradoja del men-

14Así Heidegger en el parágrafo 3 del capítulo 1 de Ser y Tiempo afirma: «El

nivel de una ciencia se determina por su capacidad para experimentar una crisis desus conceptos fundamentales» (pág. 19 de la traducción de José Gaos, en F. C. E.,México, 1951). Por otro lado, sería posible remontarse hasta Platón para verfundadas esas razones de la no-paradoja a partir de su relación con la posibilidad desalirse fuera del lenguaje. El Crátllo es un texto modélico en este sentido.

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tiroso» de Bertrand Russell o la «paradoja de la frontera» deÁngel López— la crisis es entendida como condición sine quanon de superación de la momentánea situación sin salida deuna disciplina determinada.15 Ello quiere decir que el poner demanifiesto la paradoja implica un proceso de revisión y un po-ner en tela de juicio los propios prejuicios 16 con la finalidadde obtener una experiencia dialéctica que redistribuya los con-ceptos del sistema de relaciones implicado en la paradoja. Yquiere decir también que si la paradoja podía señalarse única-mente desde esas ópticas es porque todo proyecto de traduc-ción del Método al plano de las ciencias del lenguaje (y ten-dremos ocasión de analizar detenidamente uno de ellos) debellevarse a cabo sin poner en entredicho ni el acto mismo de latraducción, ni los términos traducidos y aplicados. Se trata deun imperativo. En caso contrario, se harían vacilar los funda-mentos mismos de esa operación. De ahí la necesidad, en esoscasos de traducción, de no enfatizar el hecho de la paradoja.

Tal vez sea el espacio de la relación Lenguaje literario (L.L)-Metalenguaje (M. L.) el que más oculte la paradoja de laautoimplicación. Dado que el lenguaje literario se nos pre-senta como «distinto» de la Lengua Natural (L. N.) y del Me-talenguaje, parece obvio concluir que el problema al que aludela paradoja no existe, ya que L. N es distinto de L. L. y éstos,a su vez, son distintos de M. L. Pero ello es sólo aparente,por varias razones. En principio porque no sabemos en quéconsiste esa específica «diferencia» del lenguaje literario conrespecto a la L. N. Para algunas teorías hay una relación de«desviación», lo que no implica traspasar los límites de la L.

Vid. Ángel López García, Para una gramática liminar, op. cit.Entendemos prejuicio en el sentido de «condición de la

comprensión» y no en el sentido negativo que adquirió con el Iluminismo y quellevó a concebirlo corno «juicio infundado, juicio que no tiene fundamento en elobjeto.»

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N.17 Para otras, el lenguaje poético rompe con la «norma» perono con el «sistema».18 Para otras, el L. L. es un «sistemamodelizante secundario».19 Ahora bien, existen suficientes in-dicios como para pensar que las distintas explicaciones acercade la especificidad del lenguaje literario por relación a la len-gua natural son bastante relativas y que, por tanto, nos halla-mos ante aproximaciones de tipo parcial. Tal estado de cosashace que el esquema L. N.* L. L* M. L. sea un desconocidoya que no se acaba de establecer qué significa la diferencia(*).

En segundo lugar existe el problema de la definición deLenguaje que subyace a dichas concepciones: en general esuna definición «lingüística» en la que el lenguaje es pensadoinstrumentalmente.20 Su finalidad es la comunicación. Su me-dio, un sistema de signos organizado. En este caso su remiteal sujeto, que designa una exterioridad respecto al medio lin-güístico. Sin embargo, no creemos que esta definición del len-guaje nos abra a la realidad de éste desde el momento en que,de entrada, es difícil aceptar que el lenguaje sea un mero ins-trumento. Ya Heidegger llamó la atención sobre el hecho deque el lenguaje habla a través del sujeto y no viceversa: es de-cir, el lenguaje no es «usado», el lenguaje es el medio en elque sucede la totalidad del movimiento lingüístico y el encuen-tro con el mundo. La definición de lenguaje que subyace a to-das esas concepciones anteriores es, cuando menos, cuestio-

Tal es la postura de autores como Charles Bally, El lenguaje y la vida, B.Aires, Losada, 1967; Carlos Bousoño en sus obras dedicadas al lenguaje poético(Teoría de la expresión poética, Madrid, Credos, 1952, etc...); Samuel R. Levin,«Internal and externa! deviation in poetry», Word, 21,2, 1965, etc.

Eugenio Coseriu, «Sistema, norma y habla», Teoría del lenguaje ylingüística general, Madrid, Credos, 1973,3a. edición. 19

Vid. luri Lotman, La structure du texte artistique, París, Gallimard, 1973. 20El mismo Lotman, por ejemplo, define el lenguaje como un sistema

organizado de signos que sirve para la comunicación, Ibid.

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16,

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nable y obliga a volver a pensar los fundamentos del objeto deesa definición.

En tercer lugar, surge un matiz insoslayable: que L. L^L. N. * M. L. no significa necesariamente que L. L= L. N =M. L, no responda a una esencial realidad. Se podría aceptaruna diferencia entre esos lenguajes, pero ello únicamente plan-tearía una diferencia funcional enunciada desde una definición«nominal» y no «real». Por lo tanto, en un primer estadio dela cuestión es posible aceptar una diferencia, pero sólo encuanto ésta remite a distintas formas de ser del lenguaje, encuanto remite a un hábito de pensamiento, a una convención.Este hecho, sin embargo, se sitúa más acá del problema de laparadoja, porque ¿cómo es posible una diferencia, una dis-continuidad, en el interior de un mismo espacio, sobre el fon-do de una continuidad topológica?, ¿es posible pensar, comode hecho pensamos, esa diferencia una vez reconocida la para-doja, es decir, como diferencia que posibilita la aplicación deun modelo analógico respecto al de las ciencias físicas? Estasson las preguntas que debe contestar una definición «real» delproblema que iguala una afirmación y una negación en unmismo espacio. Dicho en otras palabras: la aparente y, al mis-mo tiempo evidente, diferencia entre L. L, L. N. y M. L. nosignifica que ésta no se mueva en el interior de la paradoja. Ellenguaje trasciende los límites que separan determinadas fun-ciones, obliga al reconocimiento de la paradoja. Es en estesentido en el que podemos manifestar que el que el lenguaje li-terario se acerque más al lenguaje de la pintura, de la música,etc..., lejos de significar cualquier ruptura significa que tam-bién la pintura y la música y el resto de las artes presuponen ellenguaje, más allá de la apariencia. El problema nace justa-mente cuando esa diferencia funcional se convierte en consti-tutiva, con la finalidad de traducir el modelo hipotético-deduc-tivo al plano de las ciencias del lenguaje.

E. Garroni, en un artículo titulado «La heterogeneidad delobjeto estético y los problemas de la crítica de arte», define el

26

arte como objeto semiótico típicamente heterogéneo, presupo-niendo así la diferencia. Dado que el objeto artístico es hete-rogéneo y el metalenguaje que da cuenta de dicho objeto ar-tístico es homogéneo (he ahí la diferencia), se plantea la difi-cultad de cómo reformular un objeto semiótico heterogéneo através de un modelo homogéneo. Escribe Garroni que paraque sea posible la representación de uno en (y a través de)otro es necesario «que se dé alguna homogeneidad entre eldiscurso crítico y el mensaje literario y artístico sobre el queaquél se ejerce» (Garroni, E., 1970, 18). Esa homogeneidadsería la común referencia al modelo lingüístico. Lo que plan-tea, a su vez, el problema de la posibilidad de reformulaciónde un objeto estético no verbal (el cine, por ejemplo) a travésde un modelo homogéneo verbal, ya que en este caso no existeesa común referencia al modelo lingüístico que homogenei-zadiscurso crítico y mensaje literario.

Convenimos en señalar el enfrentamiento entre un modeloheterogéneo y uno homogéneo, pero no en que la homoge-neidad entre ambos se halle en la común referencia al modelolingüístico. Aceptar ese planteamiento significa presuponercomo dada la diferencia. Y la cuestión estriba justamente enque la homogeneidad entre los modelos heterogéneo y homo-géneo no hay que buscarla, es el punto de partida. Es decir:ambos modelos no hacen referencia al modelo lingüístico, tie-nen lugar en el interior del medio lingüístico, lo cual es distintoy apunta ya hacia una homogeneidad de base, determinante decualquier relación.

Esta forma de contemplar el problema de las distintasfunciones lingüísticas implica entender éstas como un conjun-to de transformaciones del lenguaje en el interior de un es-pacio topológico, es decir, un conjunto de transformacionessin ruptura entre ellas. E implica también entender el lenguajeno instrumentalmente, sino como juego (Wittgenstein), medioque realiza la relación Sujeto-Objeto, la fusión de éstos (He-gel); en el sentido de que no se pueden experimentar las cosas

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y el mundo prescindiendo del lenguaje (Gadamer), lo que daprimacía al lenguaje sobre el sujeto (Heidegger), lo que obligaa pensar como esencia del lenguaje el discurso (Benveniste).Se comprenderá, pues, que planteemos que en el origen de larelación L. L.- M. L. existe una paradoja que nos impide es-tablecer que la homogeneidad entre los modelos se halle, co-mo piensa Garroni, en la común referencia de éstos al mo-delo lingüístico. Entiéndase que no estamos descalificando latesis de Garroni. Lo que apuntamos es la necesidad de pensarese marco de reflexión por él establecido de otro modo: den-tro de la paradoja.

Pero si en el plano del arte y del lenguaje literario se ocultala paradoja, en el ámbito de la lingüística también ha ocurridoasí hasta hace muy poco. Tomemos dos ejemplos. Elmaestro de la lingüística, Z. S. Harris, a la hora de afrontar laconstrucción de un metalenguaje que dé cuenta del lenguaje,afirma como principio inicial de su teoría que una lengua puededecirlo todo, incluido el hecho de describirse a sí misma. Deahí que la metalengua sea para Z. S. Harris el conjunto de lasfrases que hablan de no importa qué parte de la lengua,gramática inclusive. Este punto de vista no problematiza elmodelo científico de conocimiento: la interioridad del metalen-guaje respecto del lenguaje no excluye el ideal de objetivi-dad.21 S. K. Saumjan, en cambio, habla de elaborar un siste-ma que posea forma matemática y que, por tanto, sea exterior alas lenguas naturales. Su modelo, denominado aplicacional,consigue la objetividad sin problemas precisamente por pre-sentarse como «exterior» a su objeto.22 Ya J. P. Déseles23 de-mostró que ambos modelos eran contradictorios consigo mis-

mos, pues el de Z. S. Harris se ve obligado a hacer referen-cia a un sistema exterior a la lengua (problema de la co-refe-rencia) al tratar de describir toda la lengua, al tiempo que el deS. K. Saumjan, para construir un metalenguaje de descrip-ción exterior a las lenguas, necesita la lengua natural de cara aformular las reglas significativas de conexión. La crítica de J.P. Déseles hace surgir la paradoja en los intentos de abordarcientíficamente el estudio de la lengua. Un síntoma más de laparadoja.

1. 3. 3.— La fundación moderna de la paradoja

1. 3. 3. 1,— Wittgenstein

Nos referiremos en principio a la posición «nominalista»del Wittgenstein de las Investigaciones Filosóficas. Dicha po-sición significa un viraje completo respecto al Tractatus. Elobjetivo que guió a Wittgenstein a lo largo de su obra fue elintento de clarificar la lógica del lenguaje. En un primer mo-mento, el del Tractatus, planteó que tal cometido de clarifica-ción exigía un lenguaje ideal, abstracto, exacto, cuya finali-dad sería enfrentarse con los enmascaramientos a través de losque el lenguaje cotidiano esconde el pensamiento.24 Es biensabido que los positivistas del Círculo de Viena adoptaron lapropuesta convirtiéndola en su modelo y presupuesto. Sinembargo, Wittgenstein se apartó de esa «abstracción inmuta-ble de un ideal lógico» [ Scruton, Roger, 1981, 263] capaz deincluir la verdad científica, porque llegó a la conclusión de quedicho ideal más que clarificar la lógica del lenguaje obstaculi-

21Z. S. Harris, Mathematical Structures ofLanguage, Interscience, 1968.

22S. K. Saumjan, S. K., Stuckturnaja linguistika, Moskva, 1965. También

Filosofskie problemy teoreticeskoj linguistiki, Moskva, Nauka, 1971

28

24Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, traduce, de E.

Tierno Calvan, Madrid, Alianza Editorial, 1973.

29Loc. cit

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zaba su conocimiento.25 Así su objetivo pasó de la «abstrac-ción inmutable» de un lenguaje ideal a la concreción de la co-municación humana. Y fue entonces cuando introdujo el con-cepto de «juego del lenguaje». Los «juegos del lenguaje» for-man un todo con la «forma de vida», de ahí que hablar dellenguaje sea para Wittgenstein una actividad. Al mismo tiem-po, la introducción de este concepto supone un quitarle la pri-macía al lenguaje ideal descriptivo, de modo que los «juegosdel lenguaje» marcan un límite, más allá del cual es imposibleir. Es decir, el lenguaje ideal no puede describir el lenguaje(pues, como afirma el propio Wittgenstein, el juego del len-guaje no se puede definir, «se juega») en la medida en que nopuede traspasarlo, en la medida en que le es imposible (unailusión) colocarse en una posición de «exterioridad»: al descri-bir el lenguaje, el juego del lenguaje, se hace lenguaje, se jue-ga, y la descripción se pierde entre los límites del propio ha-cer-lenguaje, del propio ser-jugado.

Como afirma Roger Scruton, ello implica «la negación dela posibilidad de encontrar en el exterior de la práctica lin-güística, aquello que la rige»[ 1981, 265]. Lo que da forma alos «juegos del lenguaje» son las «reglas». Así, para poderentenderlos es condición indispensable participar en ellos, ypara participar en ellos hay que aprender las reglas que losconstituyen.26 Este razonamiento conduce, por tanto, a la si-guiente ecuación: entender los juegos del lenguaje es igual a lacapacidad de dominio de una técnica. He aquí la paradoja: nohay nada más allá del juego del lenguaje. No es posible elideal de objetividad surgido de la «exterioridad» con respecto

al objeto, pues es el objeto mismo el que habla al intentar darcuenta de él. Toda descripción, todo llevar a cabo un darcuenta del lenguaje, arrastra consigo un jugarlo ineludible, unjugar según reglas objetivas. Y puesto que la regla es objetiva(de lo contrario, no sería regla), lo que significa que el «uso»es objetivo (pues el uso es la regla), y puesto que según Wit-tgenstein el significado es igual al uso, entonces es lógicoaceptar la tesis fregeana del «carácter público» del sentido, loque de nuevo nos lleva a la conclusión anterior: no hay nadamás allá del uso (del juego) del lenguaje. No son válidos losargumentos del lenguaje «privado» ni la teoría cartesiana de laprimacía de la primera persona. Pero no es éste el lugar ade-cuado para tratar dichos argumentos. Limitémonos a citarunas palabras de Heidegger en las que se aprecia cómo éste hacaptado el círculo paradójico introducido por Wittgenstein:

«Wittgenstein dice a este respecto lo siguiente. Ladificultad en la que está el pensar semeja a un hombre enuna habitación de la que quiere salir. Primero lo intenta conla ventana, pero está demasiado alta para él. Lo intenta en-tonces con la chimenea, pero es demasiado estrecha para él.Pero de volverse a continuación vería que la puerta siemprehabía estado abierta. Por lo que hace al círculo hermenéu-tico, nos movemos constantemente en él y en él estamosatrapados.» (Heidegger, M., Fink, Eugen, 1970,25).

25Ludwig Wittgenstein, Philosophical Investigations, traduce, de G. E. M.

Anscombe, Oxford, 1953. Vid. también Kenny, A., Wittgenstein, Madrid, Rev. deOccidente, 1974.

26Vid. Rüdiger Bubner, La Filosofía alemana contemporánea, Madrid,

Cátedra, 1984 (Edic. original, Modern german philosophy, Cambridge, 1981

30

1. 3. 3. 2.— Heidegger

La que hemos denominado «paradoja de la autoimplica-ción» fue enunciada por Heidegger dentro de su intento defundamentar el análisis fenomenológico. Queremos decir conello que Heidegger no aborda directamente el problema

31

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específico de las ciencias del lenguaje, sino que su «descubri-miento» se encuadra en el marco de su preocupación por re-novar la antología tomando como tema central el Ser del mun-do.27 Sin embargo, ello no significa en absoluto que no poda-mos leer el discurso heideggeriano como uno de los fundado-res contemporáneos de la paradoja de la autoimplicación, ha-bida cuenta de que el desarrollo de su pensamiento aboca a laestructura del comprender en tanto hecho de (y en el) len-guaje.

Partamos de la constatación heideggeriana de que el serhumano concreto no es nunca un «hecho que existe en elmundo»: el ser humano no es lo simplemente presente. El serhumano es lo que existe.28 Ser y Tiempo se puede concebircomo una hermenéutica del Dasein. Por tanto, como una pre-gunta por el ser en un intento de comprenderlo. De ahí que setrate de una hermenéutica. Desde esta óptica Heidegger pene-tra en la estructura de la comprensión.

En principio deja establecido que «el modo de ser del Da-sein humano es totalmente diferente de todos los otros seres»(Heidegger, M., 1927, 601). Ahora bien, que ambos no ten-gan el mismo modo de ser no implica no reconocer que amboscomparten una misma peculiaridad del modo de ser. ¿En quésentido? Apuntábamos cómo, según Heidegger, el ser huma-no no es nunca lo simplemente presente. De igual modo, lascosas no son tampoco algo dado de modo puramente externo,algo fijable y mensurable: ellas mismas poseen el modo de serdel ser-en-el-mundo (la instrumentalidad), la historicidad. To-do comprender es un comprender en el interior de la historia.Lo que quiere decir que la tradición forma parte del hecho de

27Martin Heidegger, Sein und Zé?/r, Tübingen, Max Niemeyer Verlag, 1927

(traduce.: José Gaos, 1951, El Ser y el Tiempo, op. cit.).28 Carta de M. Heidegger con fecha 22 de octubre de 1927, en Husserliana,

vol. IX, La Haya, 1962, pág. 601.

comprender en tanto precomprensión. Poseer el modo de serde la historicidad significa en el plano del comprender estarsujeto a una precomprensión. Estar sujeto a una precompren-sión conduce a establecer la pertenencia del intérprete a su ob-jeto. Escribe Heidegger:

«La interpretación de algo como algo tiene sus esen-ciales fundamentos en el tener, el ver y el concebir pre-vios. Una interpretación jamás es una aprehensión de algodado llevada a cabo sin supuesto. Cuando esa especialconcreción de la interpretación que es la exacta exégesis detextos gusta de apelar a lo que ahí está inmediatamente noes nada más que lo comprensible de suyo, la no discutidaopinión previa del intérprete, que interviene necesariamenteen todo conato de interpretación como lo puesto ya con lainterpretación en cuanto tal, es decir, lo dado previa-mente en el tener, ver y concebir previos.» (Heidegger,M., 1927, 169).

Es aquello que se denomina «estructura de la circulari-dad»: «Toda interpretación se mueve, además, dentro de ladescrita estructura del «previo». Toda interpretación que hayade acarrear comprensión tiene que haber comprendido ya loque trate de interpretar.» (Heidegger, M., 1927, 170). El mis-mo Heidegger se encarga unas líneas más adelante de señalarla incompatibilidad de la estructura circular de la comprensióncon el conocimiento científico. Pero señala, y ahí surge la pa-radoja, que dicho círculo no debe ser degradado a círculo v/-tiosus, sino que debe ser considerado como ontológicamentepositivo. Heidegger, y es lo importante, no propone salir delcírculo (lo que, por otra parte, sería imposible) sino saber es-tar en él: «No se trata de ajustar el comprender y la interpre-tación a un determinado ideal de conocimiento (...). Lo deci-sivo no es salir del círculo, sino entrar en él del modo jus-to»(pág. 171). Debe tenerse en cuenta este sentir como posi-tivo el hecho de la paradoja, que no se identifica con el círcu-

32 33

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lo de la interpretación, sino que es uno de sus más relevantespredicados.

1.3.3.3.— Hans-Georg Gadamer: Hermenéutica como críticadel Método

«Sein, das Verstanden Werden Kann, ist Sprache» (Elser que puede comprenderse es lenguaje) (Gadamer, H-G.,1960, 542). Esta frase condensa bastantes de las ideas queGadamer expone en Wahrheit undMethode. Libro que se pro-pone llevar a cabo una crítica del dogmatismo metodológicode la Ciencia, con la finalidad de poner de relieve aquello quela trasciende en el ámbito de las ciencias del espíritu.29 Se buscacomprender con ello lo que verdaderamente son las^cienciashumanas más allá de su autoconciencia metódica. Así, al mis-mo tiempo que en Europa se perseguía un ideal científico deconocimiento tomando como base y presupuesto el método delas ciencias naturales y se afirmaba, por otro lado, un pensa-miento estético que relegaba el arte más allá del bien y delmal,30 más allá de lo verdadero y lo falso, Gadamer trata derecuperar el sentido de verdad original de la obra de arte. Esclaro que el pensamiento de Gadamer tiene una ascendenciamarcadamente heideggeriana: el concepto de verdad originalde la obra de arte, por ejemplo, pero también su idea de que lacomprensión de esa verdad sólo puede llevarla a cabo lahermenéutica a partir del reconocimiento de la estructura circu-lar del comprender como hecho ontológicamente positivo.

Queremos poner especial énfasis en el hecho de que el proyec-to de Gadamer toma como base el reconocimiento de la para-doja de la autoimplicación y también en el de que confiere adicha paradoja un sentido positivo. Y es precisamente esa es-tructura de la circularidad del comprender en la que el ser-en-el-mundo está sometido a un riesgo (negado por el método)surgido por el hecho de estar inmerso en la historia (no-sim-plemente-presente) incluso cuando da cuenta de la historiamisma, lo que hace que el Método no tenga acceso a la dimen-sión última de las ciencias humanas.31 La verdad del arte notiene nada que ver con la verdad objetiva de la ciencia: ésta rei-vindica, como ya hemos dicho, la capacidad de mantenerseindependiente de cualquier aplicación subjetiva, y para Gada-mer tanto el artista como el fruidor-intérprete se modifican através de la obra de arte dado que están inmersos en el objetoartístico. El Método queda excluido de esa estructura. Gada-mer compara esa relación sujeto-obra de arte con el «juego»,en donde los sujetos que participan en él más que jugarlo sonjugados por él. Si la experiencia estética modifica a quien latiene, si en ella el sujeto está inmerso en el objeto estético,toda comprensión de la obra de arte es una autocomprensión,todo conocimiento un autoconocimiento. Es en este sentido enel que debe entenderse la «verdad artística».

Para nuestro objetivo conviene señalar que cuando Gada-mer indaga el estatuto epistemológico de las ciencias del espí-ritu a la luz de su concepción de la estructura de la experienciaestética, llega a negar para éstas la posibilidad de exterioridadcon respecto al objeto de estudio. Y en dos sentidos:

(1) Porque el método de las ciencias humanas no se de-termina en el exterior del objeto, sino dentro del objeto mis-mo.

29 Vid. la introducción de G. Vattimo a su traducción de Wahrheit und Metho-de, op. cit.

Principalmente desde la postura inaugurada por Kant con su Crítica deljuicio.

H-G. Gadamer, Verdad y Método, op. cit., vid. el apartado «El problemaHermenéutico de la aplicación», págs. 358 y siguientes.

34 35

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(2) Porque comprender el objeto se halla totalmente me-diatizado por el lenguaje.

Hay ahí señalada una doble interioridad: respecto al obje-to y respecto al lenguaje. Este, para Gadamer, ejerce una me-diación (fusión) absoluta entre el Sujeto y el Objeto, de modoque el intérprete es al mismo tiempo padre e hijo de la inter-pretación. Si como dice él mismo «la interpretación en formalingüística es la forma de toda interpretación. También alládonde el objeto a interpretar no es de naturaleza lingüística(...). No hay que dejarse desviar por formas de interpretaciónque si bien no son lingüísticas, presuponen el lenguaje» (Ga-damer, H-G., 1960, 458) únicamente hay una interioridad: ladel lenguaje. Dicho en otras palabras: igual que Wittgensteinreconocía que el «juego del lenguaje» es un hecho último másallá del cual no se puede ir, también Gadamer afirma que ellenguaje está siempre más allá de toda crítica de sus límites. Elcírculo hermenéutico transcurre en el hilo conductor del len-guaje. Esa es la razón por la que el acceso al objeto en lasciencias humanas sólo puede hacerse:

(1) Tomando conciencia del hecho paradójico que implicala estructura circular del comprender.

(2) Reconociendo y explicitando la absoluta mediacióndel lenguaje que hace que el pasado en forma de tradición seaineludible. Dice Gadamer: «los conceptos usados para interpretar no son tematizados como tales en el comprender. Enrealidad se hacen desaparecer detrás de eso que, en la interpretación, llevan a expresión» (Gadamer, H-G., 1960, 457). Esdecir, rehabilitando la tradición y el prejuicio.

(3) Dejando entre el intérprete y lo interpretado una distancia temporal a través de la que cualquier cosa puede sercomprendida como otro y a través de la que se pueden distinguir los prejuicios falsos de los verdaderos.

Esta forma de acceso al objeto es paradójica, y únicamen-te puede entenderse no como intento de establecer leyes gene-rales (reiteración y predicción ) sino como obtención de una

experiencia dialéctica (Hegel) que convierta la hermenéutica enun proceso de «aumento del significado» del objeto: ni reitera-ción, ni predicción, individualización.

1. 3. 3. 4.— Jacques Derrida

Debemos a J. Derrida una frase en muchos sentidos afína aquella de Gadamer con la que abríamos el apartado anterior:«II n'y a pas du hors texte», no hay fuera-del-texto:

«Y sin embargo, si la lectura no debe contentarse conduplicar el texto, tampoco puede legítimamente transgre-dir el texto hacia otra cosa que él, hacia un referente (...) ohacia un significado fuera del texto cuyo contenido podríatener lugar, habría podido tener lugar fuera de la lengua, esdecir, en el sentido que damos aquí a esta palabra, fuera dela escritura en general (...). No hay fuera-del-texto.» (De-rrida, J., 1967,202).

Tal afinidad no resulta extraña si pensamos que en uncierto sentido (que también es, por supuesto, el de la crítica)su obra es deudora, entre otras, de la de Heidegger. El lugarderridiano que hemos elegido para señalar otra de las funda-ciones modernas de la «paradoja de la autoimplicación» es unejemplo bastante claro de conexión entre estos tres autores.Nos referimos a «La Mythologie blanche. La métaphore dansle texte philosophique».32 En la tercera parte de Wahrheit und

32Artículo aparecido por primera vez en la revista Poétique, 5,1971, págs. 1-

52. Más tarde reproducido en el libro Marges de la philosophie. París, Minuit,1972. Debe tenerse en cuenta que la conexión (siempre referida al núcleo de la pa-radoja de la autoimplicación) que aquí establecemos entre Wittgenstein, Heidegger,Gadamer, Derrida, etc...no queda descalificada por las diferencias que puedan existir

36 37

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Methode, Gadamer se refiere a la metafórica del lenguaje, unametafórica común que «actúa en el origen del pensamiento ló-gico, en la raíz de toda clasificación» (Ricoeur, Paul, 1975,38). Escribe Gadamer:

«Sólo una gramática dominada por la lógica, en efec-to, puede distinguir un significado propio de la palabra deun significado trasladado. Aquello que constituye el origi-nario fundamento de la vida del lenguaje, la capacidad in-ventiva y genial de hallar analogías a través de las cualeslas cosas asumen un orden, es ahora relegado a los már-genes del lenguaje y reducido al rango instrumental defigura retórica». (Gadamer, H. G., 1960,496).

Derrida sacará consecuencias de esta viviente metafori-cidad del lenguaje sobre la que se funda la formación de losconceptos. Téngase en cuenta que dicha metafórica implica lano posibilidad de pensar el lenguaje como algo ya constituidoa-lo que se añade (como suplemento) lo metafórico, como loanterior a la metáfora. La metafórica está en el origen.

Ahora bien, sucede que la lógica del concepto, originadosegún Polyphile, a partir de la metáfora y reductor de la pala-bra a signo, disimula y oculta su propio origen: «pour réduirle travail de frottement, les métaphysiciens choisiraient de pré-férence, dans la langue naturelle, les mots les plus uses» (pág.3). ¿Cuál es la única metáfora capaz de ocultarse? Evidente-mente la metáfora lexicalizada, la metáfora usada. Derrida par-te en su reflexión de esa metáfora usada que se oculta tras elconcepto y que, por su posición disimulada, resulta eficazdentro del discurso filosófico, de esa metáfora que aporta alconcepto su carga metafórica. El objetivo, en un primer mo-

mentó, sería el desenmascaramiento de esa metáfora usadaque se desenvuelve como lo impensado en el interior de unametafísica que disimula:33 «Bien que la métaphore métaphysi-que ait mis tout sens dessous dessous, bien qu'elle ait aussieffacé des piles de discours physiques, on devrait toujourspouvoir réactiver l'mscription primitive et restaurer le palimp-sesto» (pág. 3). ¿Cómo es posible desenmascarar el concep-to? Se ha afirmado que la fuerza del concepto es inversamen-te proporcional al desgaste de la metáfora que actúa en su ori-gen. El desenmascaramiento consistiría, por tanto, en llevarante los ojos, en hacer evidente el origen. Esta primera res-puesta de Derrida haciendo referencia a Polyphile, conecta conla afirmación heideggeriana de que la poesía verdadera esaquella que «hace a la palabra remontarse a partir de su ori-gen». En efecto, desenmascarar el concepto es, aplicando laecuación anterior, desusar la metáfora, es decir hacerla viva .Vivificar la metáfora sería hacer caer el concepto a partir de unextrañamiento.

Sin embargo, Derrida radicaliza las posturas de Heideg-ger y Gadamer al reconocer y hacer patente la infinita metafo-ricidad de la metáfora:

«Comment déchiffrer la figure, singuliérment la mé-taphore, dans le texte philosophique? On n'a jamáis ré-pondu á cette question par un traite systématique et celanfest sans doute pas insignifiant. Au lieu de risquer ici desprolégoménes á quelque métaphorique future, essayonsplutót de reconnaítre en son principe la condition d'im-possibilité d'un tel projet(...). La limite serait la suivante:la métaphore reste, par tous ses traits essentíels, un philo-sophéme classique, un concept métaphysique. Elle estdone prise dans le champ qufune métaphorologie genérale

en otros ámbitos del proceso filosófico. Vid. Maurizio Ferraris, «Gadamer,Deirida: ralternativa tra Dialogo e scrittura», ponencia presentada al VI Simposiode Semiótica y Teoría del espectáculo, Valencia, Julio de 1986. (Eutopías, vol. 3,ne 2, otoño de 1987).

33y lo hace mediante un progresivo ir colocando capas de significado

«propio» que alcancen lo conceptual y dejen atrás su posible metaforicidad.

38 39

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de la philosophic voudrait dominen Elle est issue d'un ré-seau de philosophfcmcs qui correspondent eux-mémes ades tropes ou á des figures et qui en son contemporains ousystématiquement solidaires. Cettó strate de tropes «insti-tuteurs», cette couche de «premiers» philosophémes (...)no se domine pas. Elle ne se laisse pas dominer par elle-méme, par ce qu'elle a elle-méme engendré» (pág. 9).

¿Cómo desenmascarar el concepto?, ¿qué lenguaje es eladecuado para llevar a cabo ese desenmascaramiento? Ese len-guaje no existe porque no es posible hablar de la metáfora si-no a partir de la metáfora, con la metáfora, apelando a la me-táfora. El concepto de ese lenguaje pretendidamente desen-mascarador oculta, él mismo, una metáfora. Si pensamos enésta como aquello que no viene después del lenguaje ya cons-tituido (con sus significados proprium y univocum ) sinocomo lo que actúa en su origen, la metáfora es una panópticay una autopanóptica, y el proyecto inicial de desenmascara-miento no es posible. Dicho de otro modo: no hay un «habla»sobre la metáfora que no haya sido engendrada metafórica-mente. Derrida afirmará, como consecuencia de ello, que noes posible dominar la metáfora, que no hay definición cuyodefinidor no contenga el definido: «Le défini est done impli-qué dans le définissant de la définition» (pág. 18). En otrolugar, hablando de la estrategia de la deconstrucción, escribe:

«Los movimientos de deconstrucción no afectan a lasestructuras desde afuera. Sólo son posibles y eficaces ypueden adecuar sus golpes habitando estas estructuras. Ha-bitándolas de una determinada manera, puesto que se habitasiempre y más aún cuando no se lo advierte. Obrandonecesariamente desde el interior, extrayendo de la antiguaestructura todos los recursos estratégicos y económicos dela subversión, extrayéndolos estructuralmente, vale decirsin poder aislar en ellos elementos y átomos, la empresade deconstrucción siempre es en cierto modo arrastrada por

su propio trabajo.» (Derrida, J., 1969, 32-33).

Esa afectación de las estructuras desde el interior no sólono es conveniente sino que, además, es necesaria y obligatoriadesde el momento en que se reconoce la imposibilidad de si-tuarse en el exterior de ellas, o de la escritura.

La postura que inaugura Derrida puede ser entendida co-mo una negativización de la paradoja, si la miramos desde unpunto de vista epistemológico. Volveremos más adelante so-bre ello. Vayamos ahora a un ejemplo no de negativización dela paradoja, sino de positivización de la misma.

1. 3. 3. 5.— A. López

El proyecto de una Gramática Liminar34 tal y como laplantea Ángel López responde al ideal iluminista de Leibniz:sólo a través de una simbología matemática es posible superarla contingencia de las lenguas históricas y la indeterminaciónde sus conceptos. Esa analysis notionum hallaría nuevas ver-dades, cuya certeza sería matemática y cuya combinatoria po-dría aplicarse a todas las lenguas.35

La ascendencia histórica de la gramática liminar la sitúaclaramente dentro de una perspectiva epistemológica.36 No en

Ángel López García, Para una gramática liminar, op. cit.Vid. Nuevos Ensayos sobre el entendimiento humano, Madrid, Editora

Nacional, 1977.Creemos necesaria esta aclaración puesto que los anteriores autores citados,

desde Wittgenstein a Derrida, están situados más bien en una perspectiva o bienhermenéutica o bien deconstructora, cuando menos, crítica del proyecto episte-mológico. Puede verse, al respecto el libro de Richard Rorty, La filosofía y elespejo de la naturaleza, op. cit.

40 41

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vano los nombres invocados, entre otros, son los de Popper yKhun. De todos modos, el ideal «cientifista» que subyace a lagramática liminar no excluye más de un punto de contacto (locual es muy significativo)37 con la tradición hermenéutica.Baste por ahora tomar conciencia de uno de esos puntos decontacto: el reconocimiento de la paradoja, que aquí se deno-mina «paradoja de la frontera». A. López establece una con-dición sin la cual es imposible superar el problema de la cien-tificidad de la lingüística. De hecho «todo parece indicar quela(s) ciencia(s) lingüística(s) han llegado a un estado de des-moronamiento y confusión» (López, A., 1982, 27). ¿Cuál esesa condición? En principio reconocer que:

«Una característica fundamental de los lenguajes natu-rales a que toda teoría lingüística que se quiera adecuada asu objeto debe responder, es la existencia de una fronterainfranqueable y franqueable en su interior y en virtud de lacual el metalenguaje gramatical aparece netamente sepa-rado del lenguaje objeto al que incluye, pero, al mismotiempo, se presenta como parte integrante del mismo yestá incluido en él» (López García, A. 1982,29).

Ha sido el no reconocimiento y la no asunción de dichaparadoja lo que ha conducido a la lingüística, en su caminohacia la cientificidad, a un callejón sin salida. Una vez recono-cida y asumida la paradoja de la frontera es necesario tradu-cirla y justificarla. Ello se hace a partir de la consideración delsigno lingüístico como asimétrico y no como simétrico, a sa-ber: el signo = ste-t/ste-p- ste-sdo y no ste/sdo. No vamos adetenernos a explicar de forma pormenorizada todos y cada

uno de los pasos que conducen a relacionar signo asimétrico yparadoja de la frontera,38 pero sí indicaremos que es la consti-tución del signo (asimétrico) la que justifica la paradoja, puessu asimetría implica la capacidad de éste para el desdo-blamiento metalingüístico. Lenguaje y Metalenguaje presen-tan una relación de inclusión mutua, al tiempo que, por su di-ferencia en el modus parafrástico, están separados: los signosdel lenguaje son siempre signos asimétricos, los signos delmetalenguaje en su habla sobre el lenguaje son simétricos,pues en el paso del lenguaje al metalenguaje se pierde una di-mensión. Este estado de cosas preliminar conduce a la formu-lación siguiente: una teoría lingüística que se quiera científicadebe tomar como objeto no el lenguaje sino las relacionesdialécticas entre el Lenguaje y el Metalenguaje, desde un meta-metalenguaje axiomático que no presente relación de inclusióncon el metalenguaje. Ese metametalenguaje piensa su objetoen términos de espacio topológico.39 Es un lenguaje matemá-tico y no lógico desde el que es posible formalizar su objeto.Resulta interesante la aplicación de este concepto topológicopuesto que traduce matemáticamente el hecho de la paradojade la frontera: una diferencia con solución de continuidad, sindestrucción de las adyacencias: una frontera que no marca nin-guna ruptura, sino transformación.

Sería muy interesante un estudio que pusiera de relieve esos puntos decontacto entre un proyecto esencialmente epistemológico y otros de tendenciahermenéutica. Hans Albert y su propuesta de un racionalismo crítico que conjugaraa un tiempo comprensión y explicación podría ser un punto de referencia. Op. cit.

62.

Vid. el capítulo IV «El signo asimétrico y sus consecuencias», págs. 49-Vid. el capítulo V «El espacio lingüístico», págs. 63-88

42 43

3 8 , T .

39 „.

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1. 4.— El espacio paradójico del texto

1. 4.1.— La negativización de la paradoja

Analizaremos ahora algunas de las consecuencias que sedesprenden a partir del reconocimiento de la «paradoja de laautoimplicación». Concretamente analizaremos dos: la que he-mos denominado «negativización de la paradoja» y aquéllaque A. López llama «positivización de la paradoja».

Por lo que respecta al primer caso nos referiremos al tra-bajo de Maurizio Ferraris Problemi del testualismo.40 Uno delos objetivos de este breve ensayo consiste en examinar el pro-blema de la justificación epistemológica del textualismo,41 unateoría que, entre otras cosas, no incluye la «verdad» en supropio horizonte conceptual y epistemológico. Ferraris tomacomo punto de partida la frase de Derrida «il n'y a pas de horstexte», frase que de forma condensada vendría a indicar elfracaso del proyecto ontoenciclopédico de Hegel: la construc-ción de un sistema que fuese capaz de dar cuenta de todos lossaberes del mundo, un sistema de tipo enciclopédico auto-transparente. Como afirma Ferraris comentando la frase deDerrida: «Ora, scrivendo nulla esiste al difuori del testo, sisegnala appunto Timpossibilitá di un balzo al di fuori della tra-

40Maurizio Ferraris, Problemi del testualismo, Documenti di Lavoro,

Urbino, Centro Internazionale di Semiótica e Lingüistica, n. 147-148, ottobre-novembre. Vid. también La svolta testuale. II decostruzionismo in Derrida,Lyotard, gli «Yole Critics», Pavia, Cluep, 1984.

41Término que designa una serie de comentes de la crítica literaria y de las

ciencias sociales en los EE. UU., influenciadas por figuras como Gadamer, Ri-coeur, Derrida, Foucault.

dizione» (Ferraris, M., 1985, 9). Esa imposibilidad de salirsede empaña por completo la capacidad de autotransparencia delproyecto enciclopédico. El ideal kantiano de supresión del len-guaje con la finalidad de superar la oscuridad de la mediaciónlingüística y de mostrar las cosas en sí mismas, no es posibledada la inevitabilidad de la tradición y del prejuicio: «non esistemai una esperienza naíve del mondo; ogni nostra esperienza(...) dipende da preigudizi impliciti o espliciti che sonó veico-lati e formati dal linguaggio e dalla tradizione» (Ferraris, M.,1985, 1). Estos presupuestos permiten situar la pregunta acer-ca de cómo se pueden relacionar la exigencia de un salirse de,de un adoptar una posición «exterior» (inevitable ideal del Mé-todo), y también permiten constatar la afirmación derridiana deque nada existe fuera del texto. La pregunta esboza claramenteel problema de la paradoja. Ahora bien, para Ferraris (siguien-do a Derrida) lo único que subraya la paradoja es la imposi-bilidad de conciliación entre los dos términos: Ideal metódico-inviabilidad de un salirse de: En principio porque dicha invia-bilidad implica, a su vez, la no posibilidad de objetivizacióndel objeto de estudio: «trovarsi preclusa la via di un métodopurificato o di un sapere assoluto autotransparente, equivale anon poter disporre di algún metalinguaggio, di alcuna "griglia"con cui obbiettivare i fenomeni studiati» (Ferraris, M., 1985,13), lo que significa que no nos hallamos en condiciones deseparar Lenguaje y Metalenguaje.

Se trata, en efecto, de una situación de circularidad vicio-sa : «La condizione del circolo ermeneutico costituisce la for-ma piü genérale della competenza (e della incompetenza) nellescience dello spirito» (Ferraris, M., 1985, 15). En segundolugar, porque si «L'uomo non e quindi in grado di porsi ris-petto al testo in una condizione di esterioritá» (Ferraris, M.,1985, 18), cualquier predicación sobre la realidad resultaráforzosamente arbitraria y unilateral. En tercer lugar, porqueesos presupuestos anteriores no garantizan la verdad. Conse-cuencias:

44 45

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«Essere e linguaggio, linguaggio oggetto e metalin-guaggio, sembrano coincidere, e non si riesce a indicareun punto di vista esterno con cui riconoscere —direbbeFoucault— chi parla...» (Ferraris, M., 1985, 18).

Por tanto:

«nulla é piu difficile da giustificare, neirambito dellescienze dello spirito, di una distinzione tra metalinguag-gio e linguaggio oggetto. Proprio perché, la dove non sipossega una competenza assoluta (Fuñica a non risultareunilaterale), ogni traduzione metódica, cioé metalinguis-tica, e ogni obbiettivazione, risulta ingiustificata: qualesarebbe il punto di vista esterno, e estraneo al circolo del-lo spiritu oggettivo, in cui ci porremmo per obiettivare lamateria presa in esame?» (Ferraris, M., 1985,20).

1. 4.2,— Lapositivización de la parado ja

En cambio, la alternativa que ofrece la gramática liminar42

es opuesta a la anterior. Opuesta porque el reconocimiento dela paradoja no conduce a disolver todo metalenguaje, sino aponer en evidencia la paradoja misma. Dada la relación de in-clusividad mutua que mantienen lenguaje y metalenguaje, esposible imaginar el espacio lingüístico como un compuesto delenguaje y metalenguaje. La superación de la paradoja debepasar necesariamente por la objetivización de dicho espaciodesde un metametalenguaje, que para preservar su condiciónindispensable de exterioridad no deberá estar incluido en elmetalenguaje, pues si lo estuviera estaría al mismo tiempo in-

Vid. el subapartado 1.3.3.5 de este libro.

cluido en el lenguaje, y entonces nos hallaríamos de nuevo an-te la circularidad de la paradoja:

«La paradoja de la frontera se plantea en la ciencia dellenguaje de dos maneras y en dos sentidos diferentes: posi-tivamente en lo relativo a las relaciones lenguaje objcto-metalenguaje que deben mantenerse separados, aunque seincluyan mutuamente: negativamente en lo que respecta ala relación metalenguaje-metametalenguaje, los cualestienen que estarlo también (pues en caso contrario no ha-bría meta-metalenguaje), pero sin que existan relacionesde inclusión entre ellos» (López,A., 1982, 60),43

Ese modelo metametalingüístico no se aplicaría al lengua-je objeto sino «a la relación dialéctica que vincula el lenguajeobjeto y el conjunto de descripciones estructurales que consti-tuyen su metalenguaje» (López, A., 1982, 65), y sería de ín-dole matemático-topológica.

Lo que en Ferraris no posibilita la objetivización, aquí sehace viable mediante el recurso a un modelo metametalingüís-tico de características matemáticas. Teniendo en cuenta estasposturas enfrentadas, el resto de las oposiciones se hace evi-dente: Unilateralidad/-Totalidad, Arbitrariedad/Conveniencia,No garantía de verdad/Garantía de verdad en el sentido del sis-

43Tratar el espacio lingüístico como un compuesto lenguaje* metalenguaje

no es algo desconocido en la historia reciente de la lingüística. J. P. Déseles y Z.Guentcheva Déseles, partiendo de la distinción introducida por el lógico H. B.Curry (Vid. Curry, H. B., y Feys, R.f Combinatory Logic, Tomo 1, VonNostram, 1968) entre un «U-language» o lengua cotidiana de comunicación ydiálogo y un «A-language» o sistema simbólico artificial, consideran mediante laaplicación de la llamada «propiedad de adjunción» un sistema compuesto «U+Alanguage»: el sistema del lenguaje. De todos modos, es evidente que la consi-deración espacio-topológica del lenguaje y las consecuencias que de ello extrae lagramática liminar son distintas en varios sentidos de las que los Déseles deducen apartir del sistema «U+A language». Vid. op. cit.

4647

42

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tema hipotético-deductivo, etc...

1.4.3. _Crítica de las respuestas no-paradójicas al problemade la paradoja

Pero ni la postura «deconstruccionista» de Ferraris, ni la«cientifista» de A. López están libres de objeciones, sobre to-do si atendemos no ya tanto al desarrollo de su argumenta-ción como a los presupuestos que las guían.

I.-La propuesta de una gramática liminar tiene su funda-mento en la condición de posibilidad de un modelo metameta-lingüístico que pueda mantenerse independiente del espaciolingüístico paradójico{ L{ M } }. Tomemos un ejemplo: losaxiomas bidimensionales de ese modelo, susceptibles de darcuenta de las configuraciones fonológica, morfológica y se-mántica quedan enunciados así:

«A. 1) Dos unidades determinan un nudo. A. 2) Dosnudos determinan una unidad A. 3) Existen cuatro uni-dades distintas dos a dos tales que tres de ellas no perte-necen al mismo nudo (Axioma de limitación).» (López,A., 1982, 88).

De A. 1 se dice que «significa que en cada uno de dichosplanos y supuesta la materialización introducida por el sistemade coordinación es necesario distinguir unidades de dos tiposdiferentes que son definidas correlativamente, la una por opo-sición a la otra. La asociación de una unidad genera un ele-mento diferente de orden superior que no puede ser conside-rado simplemente su suma y que llamaremos nudo» (A. Ló-pez, 1982, 129). Es decir v - v = V. Traducida esta notaciónal plano fonológico significa que una vocal (v) y una

consonante (v) determinan una sílaba (V) (pág. 132).Retengamos por el momento dos conceptos claves a la hora derelacionar modelo matemático metametalingüístico y realidaddel lenguaje objeto: traducción e interpretación. En efecto, unagramática liminar necesita forzosamente interpretar los axio-mas del modelo y traducirlos a la realidad lingüística. A. 1 esinterpretado, como acabamos de ver, hasta llegar a formular lanotación v ~ v = V. Posteriormente esta interpretación estraducida al plano fonológico de la realidad lingüística: v =vocal, v = consonante, V = silaba. Dicho proceso designa unacondición sine qua non de la gramática liminar. Por tanto, noes, como afirma Ángel López, que sea «posible traducir loselementos del modelo a términos del metalenguaje», es quehay que hacerlo si se quiere operar con el modelo matemáticometametagramatical. Cualquier otra posibilidad queda exclui-da. No en vano el concepto más empleado cuando se relacio-na el modelo con las configuraciones es «traduciremos».44 Yes la palabra clave en cuanto a las objeciones y delimitacionesque se le pueden hacer a la gramática liminar desde la perspec-tiva que aquí nos ocupa. Porque ¿cómo se justifica la traduc-ción?, ¿qué lenguaje es el lenguaje de la interpretación, detránsito del modelo metametagramatical a las configuracio-nes?, ¿desde dónde se traduce? Respuesta: parece evidenteque aquello que justifica la traducción, el lugar desde el que setraduce, el lenguaje de la interpretación, es el propio lenguaje.Por tanto, si interpretación y traducción son pasos ineludiblesde una gramática liminar, y si traducción e interpretación sonhechos lingüísticos, entonces el modelo matemático metameta-gramatical no designa ninguna «exterioridad» respecto al len-guaje. Sus notaciones, sus signos, no son del lenguaje ni delmetalenguaje, pero existen únicamente vigilados por el len-guaje, desde el lenguaje, «perteneciendo» al lenguaje. Dicho

Vid. págs. 131-133 de Para una gramática liminar, op. cit.

48 49

44

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de otro modo: aunque sus signos no son propiamente lingüís-ticos presuponen lo lingüístico. La interioridad del modelometametagramatical se debe no a la igualdad de sus signos ylos del lenguaje, sino al hecho de que necesitan y exigen sercomprendidos-abarcados por el lenguaje. Como afirma Gada-mer: «la interpretación en forma lingüística es la forma de todainterpretación en general». Lo que al mismo tiempo significaque la extrema claridad del modelo matemático está sometida ala oscuridad de aquello que describe: aquello que describe eslo que lo describe.

II.- Pero que aquello que describe el modelo sea lo que lodescribe no significa la disolución de determinados conceptosde ese modelo. O por decirlo con palabras de John Searle:«Allí donde ciertos modelos preferidos de explicación no lo-gran dar cuenta de ciertos conceptos, son los modelos los quedeben eliminarse, no los conceptos» (Searle, John, 1980, 21).El estado de cosas a que se refiere ese «ser descrito por lo quese describe» conduce, en todo caso, a pensar la relación len-guaje objeto-metalenguaje desde unos presupuestos distintosde los del ideal metódico. Dado que la estructura circular deesa relación no permite hablar de objetivización, posición exte-rior al objeto, predicación no unilateral de la realidad, no arbi-trariedad, garantía de verdad, etc...habrá que intentar una víadistinta de la que ofrece ese ideal metódico. Porque esa es laprimera objeción que se le puede hacer a la argumentación deFerraris y los deconstruccionistas: que niegan la posibilidad dejustificar una distinción lenguaje objeto-metalenguaje porquedicha relación no se muestra según los ideales metódicos.Desde esas bases metódicas de pensamiento que se ponen co-mo premisas, no hay más que admitir la viciosidad del círculohermenéutico.

El problema surge cuando nos preguntamos si esa rela-ción sólo puede ser pensada desde tales premisas, y, si llega-do a un cierto punto, Ferraris no estará introduciendo aquello

50

que niega: una aceptación implícita del sistema metódico, unno pensar críticamente los ideales iluministas, un no cuestio-nar la oposición ciencia/no-ciencia. Afirmar que no es posibledistinguir el lenguaje objeto del metalenguaje significa en rea-lidad que no es posible distinguirlos teniendo en cuenta laspremisas de que parten. Realizar esa misma afirmación de for-ma absoluta puede poner en funcionamiento un discurso quefunda «de derecho» lo que sólo es «de hecho» particularmen-te.

Creemos que las figuras de Heidegger y Gadamer sirvende ejemplo: en ambos casos la constatación de la paradoja nolleva a hablar del círculo en términos de «círculo vicioso», si-no a proponer un saber estar en él. El mismo Derrida ha escri-to: «hay diversas maneras de ser cogido por el círculo» (De-rrida, J., 1967, 15). Y por otra parte, habría que reconocerque un acercamiento a las distintas posturas en torno a lo«científico» muestra que los ideales metódicos no se corres-ponden totalmente con la práctica científica. De hecho, el librode Paul Feyerabend, Againts Methode,45 cuando menos siembradudas en torno a la no inclusión del presente y de la subje-tividad del sujeto-investigador en su actuación sobre el obje-to, en torno a la participación del componente ideológico enlos descubrimientos científicos, en torno al método de la in-ducción, en torno al concepto de verdad o adecuación y entorno a la «racionalidad» de la historia de la ciencia.46 Es posi-ble (y el mismo autor lo reconoce) que muchas de las afirma-ciones de este libro sean discutibles, pero, en cualquier caso,la discusión mostraría la inestabilidad del concepto de ciencia.Ya decíamos en las primeras páginas de nuestro libro que ladicotomía entre hermenéutica y epistemología no es algo co-

Feyerabend, Paul, op. cit.Ibidem.

51

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múnmente aceptado.47 El mismo Popper hace una crítica simi-lar a la que nosotros hacemos a Ferraris:

«Me opongo al intento de proclamar el método decomprensión como la característica de las humanidades, lamarca por la que las distinguimos de las ciencias natura-les. Y cuando sus partidarios denuncian un punto de vistacomo el mío de «positivista» o «cientifista», entoncespuedo contestar que quizás ellos mismos parecen aceptar,implícita y acríticamente, que el positivismo o el cienti-fismo es la única filosofía apropiada para las ciencias na-turales. Esto es comprensible, considerando que muchoscientíficos naturales han aceptado esta filosofía científica.Pero los estudiantes de humanidades deberían haber sabidohacer mejor las cosas. La ciencia, después de todo, es unarama de la literatura; y trabajar en ciencia es una actividadhumana como construir una catedral» (Popper, K., 1963,185).

Popper, partiendo del concepto hermenéutico de precom-prensión ha desarrollado una «teoría racional de la tradición»48

que enfrenta el mito científico de lo «dado». Y no hay másque leer a Einstein para darse cuenta de que si lo científico exi-ge modelos y metalenguajes claros, distintos y exhaustivos,ello mismo es oscuro y complejo a la hora de ser definido.49

Las siguientes palabras de Feyerabend son un ejemplo de dis-cordancia dentro del esquema del ideal metódico y en el es-pacio propio de las ciencias físicas: «En un análisis más mi-nucioso se descubre que la ciencia no conoce «hechos desnu-

Vid. nota 3

48Karl Popper, Conjecíures and Refutation, Londres, 1963, págs.

129 y siguientes (traduce, en B. Aires, Paidós, 1983).AQ

dos» en absoluto, sino que los «hechos» que registra nuestroconocimiento están ya interpretados de alguna forma y son,por tanto, esencialmente teóricos» (Feyerabend, P., 1975, 3).Primera conclusión de todo lo que hasta ahora llevamosdicho: los límites entre el discurso científico y el no científicodistan mucho de estar teóricamente (de derecho) bien defini-dos. Demostrar que los ideales del primero no son aplicablesal segundo implicaría demostrar, a su vez, que dichos idealesson aplicables verdadera y no idealmente al primero. Este se-gundo aserto resulta teóricamente conflictivo. Segunda con-clusión: si en efecto la relación lenguaje-metalenguaje es posi-ble pensarla en términos no metódicos, entonces sería con-veniente deshacer la identidad entre Método y metalenguaje(identificación presupuesta por Ferraris). Para nuestro objeti-vo es éste un punto clave: demostrar que dicha identificaciónno es adecuada.

1. 4. 4.— I denudad y diferencia

Volvamos al énfasis puesto por Gadamer en que «loesencial de la reflexión hermenéutica de Heidegger no es lademostración de que nos hallamos ante un círculo, sino el su-brayar que este círculo tiene un significado ontológico positi-vo»(Gadamer, H-G., 1960, 313). El círculo no debe ser con-cebido como un inconveniente, sino como una disposiciónque hace que el conocimiento adopte un modo de ser especí-fico. Todo conocimiento sobre el lenguaje es un conocimientodel lenguaje, en el sentido de que el método no se determinaen el exterior del objeto sino en su interior, y en el de que sehace según las reglas del propio50 lenguaje. Esta constatación

Vid. el apartado dedicado a Gadamer.

52 53

47

UX*d ^U.O.llUl'V'. V/ll JJ. /-*.J.1V^O, M. IUVIVS.J, JL/^^r/.

Albert Einstein, Philosopher Scientist, P. A. Schilpp, New York, 1951.

50

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se hace eco de la frase derridiana según la cual no hay nadamás allá del texto o de la de Gadamer «el ser que puede com-prenderse es lenguaje». Ahora bien, ni una ni otra frase impli-can que el lenguaje sea algo homogéneo. ¿Por qué? Siguiendoa Benveniste, podemos entender y enfocar el lenguaje biendesde una óptica semiótica, bien desde una óptica semántica,según lo consideremos como signo o como discurso.51

Desde nuestra óptica debemos ser conscientes de que laesencia del lenguaje es su ser-discurso, de que el discurso esinterpretable en términos de «juego» (Wittgenstein), y de que«juego» quiere decir «reglas». Como afirma Wittgenstein nohay un juego de lenguaje, hay una multiplicidad. Esa es la ra-zón por la que el lenguaje no es homogéneo. Pero si no es ho-mogéneo quiere ello decir que está sujeto a transformacionesen su propio interior. A transformaciones según sus propiasreglas. La distinción introducida por Coseriu entre Siste-ma/Norma/habla se acercaría aproximadamente a la idea detransformación sin ruptura (transformaciones según las reglasdel propio lenguaje: nunca más allá del Sistema).52 No es otracosa lo que Ángel López pretende reflejar cuando interpreta elespacio del lenguaje como un espacio topológico. Recuérdeseque la topología «trata de las propiedades cualitativas intrínse-cas de las configuraciones espaciales, que son independientesdel tamaño, la situación y la forma» (Mansfield, M. J., 1963,1). Y, si en efecto, el lenguaje es susceptible de ser interpre-tado como un espacio topológico, como demuestra Ángel Ló-pez, entonces hemos introducido una diferencia en el interiordel lenguaje, una diferencia que obliga a un pensamiento para-

dójico de lo mismo y de lo otro a la vez,53 pero una diferencia.Y es precisamente esa diferencia la que permite deducir la he-terogeneidad del espacio del lenguaje: una heterogeneidad sinruptura.

Wittgenstein y la escuela pragmática fundada por J. L.Austin54 ya llegaron a la conclusión de que esa heterogeneidaddel espacio del lenguaje se manifiesta en una multiplicidad deactos-discursos: se promete, se condena a alguien, se hacenhipótesis, se bautiza, se había del lenguaje, etc... El lenguajehablando del lenguaje es uno de los actos-discurso posibles.Nótese que no hablamos de un describir el lenguaje (lo quepresupone la exterioridad), sino de un describir del lenguaje.Dicho de otro modo: el lenguaje sólo puede ser descrito segúnsus propias reglas. Este hecho no significa en cualquier casola disolución del acto de describir (lo metalingüístico), sinoentender que el propio lenguaje es el que introduce sus dife-rencias, entender, en fin, lo que ese describir significa. El re-sultado al que nos vemos abocados desde esas premisas esque si el lenguaje se (auto)describe, no existen objeciones apoder denominar ese (auto)describirse función metalingüís-tica, función que no se identifica con el Método y sus ideales,sino que lo asume y lo transforma desde su propia especifici-dad.

¿En qué consiste esa especificidad? Antes de contestar es-ta pregunta conviene dejar bien sentado lo siguiente:

1) Aceptamos la argumentación por la que se demuestraque no es posible distinguir lenguaje objeto-metalenguaje(Método).

Vid. nota 7 de este libro. Pensar el lenguaje como discurso significaentender que la primera unidad de significación no es el signo bajo la configuraciónlexical de la palabra, ni la frase, unidad superior que relaciona un predicado y unsujeto lógico (Jakobson, Austin, Searle), sino la hiperfrase, el discurso (PaulRicoeur). 52

Eugenio Coseriu, «Sistema, Norma y Habla», en Teoría del lenguaje y

Lingüística general, op. cit. 54

53Vid. Vincent Descombes,Le meme et l'autre, Cambridge, 1979 (traducción

española Lo mismo y lo otro (cuarenta y cinco años de filosofía francesa), Madrid,Cátedra, 1982)

54John Langshaw Austin, How lo do things with words?, ed. J. O. Urmson,

Oxford, Clarendon Press, 1962 (Traduce, española Palabras y acciones. Cómohacer cosas con las palabras, B. Aires, Paidós, 1971).

55

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2) Pero afirmamos que, tras esa argumentación, es viabley aun conveniente conducir la reflexión sobre la relación len-guaje-metalenguaje a otro plano.

3) Ese otro plano es el que disocia metalenguaje y Método a partir de un reconocimiento de la heterogeneidad topo-lógica del espacio del lenguaje.

4) La heterogeneidad a la que nos referimos presuponeuna diferencia en la igualdad.

5) La diferencia específica del espacio heterogéneo dellenguaje determina el modo de conocimiento del lenguajesobre el lenguaje, y, por tanto, la diferencia lenguaje objeto-metalenguaje.

La diferencia en el interior del espacio del lenguaje (deltexto) por la que es posible una autopredicación del lenguajemismo, ha sido indicada anteriormente de diversas formas:podemos hacer referencia en primer lugar al signo tal y comofue definido por Ch. S. Peirce: «A sign stands for somethingto the idea wich it produces or modifies» (Peirce, Ch. S.,1965-1966, 1399). El signo es un compuesto de tres elemen-tos: el símbolo o represéntame^ que se relaciona con un objetoal que representa, y el interpretante que, como afirma Um-berto Eco «garantiza la validez del signo, incluso en ausenciadel intérprete» (Umberto, E., 1968, 84). Independientementedel significado que se le atribuya al concepto de interpretante,lo que sí resulta claro es que establece el carácter «conexo» detodo signo.55 Es decir, no sólo es que el signo sea un valor, esque todo signo para ser tal debe incluir en sí otro signo, lo que

Para una definición de signo «conexo» o «desconexo» vid. mi tesis doctoralPara una teoría de la lectura* Universidad de Valencia, 1986, sobre todo el apartado«De la estética de la originalidad a la estética de la traducción», págs. 412 ysiguientes. Vid. también mi ponencia presentada en el n Simposio internacionalde la Asociación Española de Semiótica, Universidad de Oviedo, 13-14-15 deNoviembre de 1986, con el título «La ruptura, la traducción: dos (pluri)escriturascotidianas», de próxima aparición en las actas correspondientes.

nos conduce hasta el concepto de semiosis ilimitada tal y co-mo fue formulado por Ch. S. Peirce, y por la que todo signo,vía interpretante, remitirá siempre, y al mismo tiempo, a símismo y a otro. Dicho de otro modo: lo característico del re-presentamen es ser él y otro, producirse como una estructurade referencia, distraerse de sí. El signo no es nunca lo simple-mente-presente, el signo es una presencia-ausencia. Y es esehacer referencia a sí mismo y a otro lo que introduce una dife-rencia. El signo es:

«Anything wich determines something else (its interpre-tan!) to refer to an object to wich itself refers (its object)in the same way, the interpretan! becoming in turn asign, and so on ad infinitum...» (L. 2, p. 302)

¿Qué significa esa fisura en el interior del espacio del len-guaje? Umberto Eco escribe: «el lenguaje sería un sistema quese aclara por sí mismo, por series sucesivas de sistemas deconvenciones que se van explicando» (Eco, U., 1968, 84-85). La diferencia implica una fisura a través de la que ellenguaje adquiere capacidad de desdoblamiento y, por tanto,de predicación, de autopredicación. El signo es una conexióny ello quiere decir que la capacidad de autopredicación que po-see es una condición indispensable para el funcionamiento dellenguaje. Como más adelante tendremos ocasión de compro-bar, el carácter «conexo» del signo hace que este concepto sediluya en el de huella.56 Volveremos sobre ello.

También la teoría lingüística de Ángel López ha refrenda-do la capacidad autopredicativa del signo. Cuando tras diver-sas consideraciones llega a la conclusión de que «el signo lin-güístico no es bipolar, sino asimétrico y que no consta deste+sdo, sino de ste+ste-sdo; es decir, de un significante en el

56Para una teoría de la lectura..., op. cit., pág. 24.

56 57

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numerador y un significante-significado en el denominador»(López, A., 1982, 50) reconoce que «la consecuencia másimportante que se deriva del carácter asimétrico del signolingüístico es su capacidad de desdoblamiento metalingüísti-co» (pág. 55). De hecho, la configuración constitutiva del sig-no asimétrico coincide plenamente con la definición queHjelmslev da de signo metalingüístico: un signo cuyo signifi-cado es otro signo.

Del mismo modo, podríamos referirnos a la «teoría de laintertextualidad» tal y como ha sido teorizada (y criticada) des-de Bajtin a Meschonnic pasando por Kristeva, Laurent Jenny,etc...O al «teorema contextual de la significación» de I. A. Ri-chards,57 pero no lo vamos a hacer porque en otro apartadodel libro nos detenemos en tales teorías. Lo que sí que quere-mos subrayar es que todas esas propuestas, aun hechas desdepuntos de vista, preocupaciones y objetivos distintos, coinci-den en situar la capacidad autopredicativa del lenguaje en elcentro mismo de su funcionamiento.

La diferencia es una condición del lenguaje. La diferen-cia es la condición paradójico-constitutiva del lenguaje. Siaceptamos estas premisas estamos obligados a pensar la rela-ción lenguaje objeto-metalenguaje como una estructura quehabla en términos de diferencia: el metalenguaje es lo mismoque el lenguaje, el metalenguaje es lo otro respecto al lengua-je, y viceversa.

57Ivor Armstrong Richards, The Philosophy ofRhetoric, Oxford University

Press, 1936.

1. 4. 5.— La Metafórica

De lo expuesto hasta ahora se infiere que si bien comoafirmaba Heidegger no hay un darse de las cosas fuera dellenguaje, ello no quiere decir que no pueda hablarse de «meta-lenguaje». No sólo es que no pueda hablarse: es que hay queafirmarlo como condición del lenguaje. Nuestra tesis es, portanto, que la identificación entre Método y metalenguaje no esadecuada.

Ahora bien, si metalenguaje no es igual a Método (a losideales del Método) ¿cómo es la relación lenguaje-metalen-guaje, texto-metatexto? Primera contestación posible a estapregunta: el metalenguaje existe únicamente en condicionesparadójicas. Segunda contestación: dado que el metalenguajeno es igual a Método, la relación Lenguaje-Metalenguaje no esespecular: el metalenguaje no es el espejo en el que podemosver reflejado el lenguaje. Tercera contestación: la relación len-guaje-metalenguaje es la relación entre un mismo y un otro:una metafórica,

La primera es consecuencia lógica de lo dicho páginasatrás: el metalenguaje existe como autopredicación no sobre ellenguaje sino del lenguaje. Interesa ahora especialmente la se-gunda respuesta: el carácter no especular del metalenguaje. ElMétodo produce un lenguaje que es una antiescritura, es de-cir, un lenguaje cuya máxima pretensión es ser transparentecon la finalidad de reflejar sin mediaciones el objeto sobre elque se aplica. De ahí su ideal de prescindir de la mediaciónlingüística para colocar en su lugar un sistema de signos pura-mente denotativos que no estén interferidos por el «equívoco»del lenguaje. El lenguaje matemático o el lógico se prestan adicho cometido. El problema de tal lenguaje cuando se aplicaal lenguaje mismo ya lo hemos visto: la oscuridad que des-cribe ( el lenguaje, lo «equívoco») es la que lo describe. Enesta línea se situaba el rechazo del segundo Wittgenstein del

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ideal de lenguaje puro esbozado en el Tractatus.5* Al separar elmetalenguaje del ideal especular del Método, aquél no puedepretender reflejar el lenguaje. Si bien el metalenguaje habla dellenguaje, ese habla no debe entenderse como un dar cuentaespecularmente del lenguaje, sino como un hacer escritura sobreel lenguaje. Hacer escritura sobre el lenguaje quiere decir queel movimiento metalingüístico produce opacidad en sudiscurrir. Y producir opacidad significa implicarse él mismoen la cosa que describe. El metalenguaje está sujeto al espesorde la escritura, no muestra la «cosa en sí» entre otras razonesporque siendo él mismo la «cosa en sí» no puede sino moverseimplicándose él mismo. Dicho en otras palabras: el meta-lenguaje nunca puede acceder al lenguaje sino a través del len-guaje. Dado que lenguaje y metalenguaje están implicadosrecíprocamente, el espacio del lenguaje (del texto) es un com-puesto de Meta(texto)lenguaje y (texto)lenguaje.

Y si el espacio del texto es un compuesto de metatexto ytexto, todo conocimiento, vía escritura, del texto a través delmetatexto es un autoconocimiento del metatexto. El conocerde la interpretación es un autoconocerse ella misma. Téngaseen cuenta que eso es lo que se desprende de la diferencia queel propio lenguaje introduce: aquello que conoce es lo conoci-do y también lo no conocido. Por ello, el acceso al texto ( ytendremos ocasión de comprobarlo en capítulos posteriores)no es un acceso puro. La interpretación no llega inmediata-mente al texto, éste no se ofrece como unfactum brutum a laintuición del intérprete. Bien al contrario, puede decirse quetoda interpretación de un texto conlleva de forma ineludible lapuesta en funcionamiento implícita o explícita de un conjuntode metatextos. La interpretación es un acto realizado por unautor o un intérprete, y éstos no son ajenos al espacio del texto,sino que pertenecen a él en una relación de productor-pro-

Vid. el apartado 1.3.3.1 de este libro.

ducido al mismo tiempo. Esa es una de las razones por las queGadamer afirmaba que la experiencia estética modifica a quienla tiene y que ese ser modificado significa básicamente una au-tocomprensión, la cual es conocimiento, es decir, verdad, pe-ro verdad en el sentido heideggeriano de verdad originaria, noverdad en el sentido de las ciencias de la naturaleza.59 La re-lación de productor-producido que el autor/intérprete mantie-ne con el espacio del texto permite hablar de éste en términosde marcas textuales (productoras-producidas (del) por el tex-to). De hecho, el autor/intérprete obedece a un sistema de re-glas que son un magma objetivo, una tercera persona y no unaprimera, de lo contrario no serian tales reglas.

Hasta ahora hemos visto cómo la relación lenguaje-meta-lenguaje existe en condiciones paradójicas, cómo esa condi-ción paradójica hace que el metalenguaje no sea un espejo dellenguaje, sino que esté sujeto al espesor (opacidad) de la es-critura, cómo ese espesor de la escritura convierte el acerca-miento a un texto en algo totalmente mediatizado por el meta-texto, cómo esa mediación comporta un conocimiento en dosdirecciones y, por fin, cómo ese pertenecer de la interpreta-ción al espacio del texto muestra al autor/intérprete como mar-ca igualmente inscritas en ese espacio. Se trata, visto de formaglobal, de un movimiento objetivo en tercera persona.

Tratemos de responder a la tercera pregunta: ¿Cuál es elmodo de relacionarse lenguaje y metalenguaje? Habíamoscontestado que ese modo de relacionarse se inscribe de llenoen la metafórica. Según Aristóteles la metáfora es un ono-matos allotrion epifora, el transferir un nombre de unespacio a otro, a partir de esa intuición innata del hombre quele hace ver semejanzas, to omoion ceorein estin (1459 a 5sqq). El acto por el que se transfiere un nombre de una cosa a

59H-G.Gadamer, «El problema de la verdad en las ciencias del espíritu», en

op. cit., págs. 211 y siguientes.

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otra a partir de una semejanza implica una identidad y unadiferencia. Cuando decimos «la tarde es la vejez del día» ellenguaje ha creado una identidad-diferencia (una identidad enla diferencia) en el interior de una estructura predicativa,puesto que tarde es sentida como igual y diferente a vejez .Quede claro desde ahora que al hablar de metáfora no laentendemos según el postulado de la cosmética, sino en elsentido que L A. Richards le da en The Philosophy ofRhe-toric , por el que si metaforizar bien es poseer el dominio delas semejanzas, entonces sin este dominio no podríamos cap-tar relaciones entre las cosas. Lo que muestra que la metáforalejos de ser una desviación (postulado de la cosmética) res-pecto del lenguaje ordinario es una forma constituiva del len-guaje.60 En la actualidad, algunos lingüistas y filósofos comoK. Bühler, B. Snell, K. Lówith, P. Ricoeur, etc. han puestoentre paréntesis la concepción tradicional de la metáfora que laconsideraba como una brevior similitudo o como un lenguajeimpropio, un puro ornamento del discurso. Para todos estosautores, la metáfora constituye un lenguaje particular y un he-cho fundamental del lenguaje mismo, de forma que la natura-leza misma del lenguaje es metafórica, ya que el lenguaje encuanto tal es un hecho de transposición.61 Ya Nietzsche habíaido más allá de la retórica tradicional (que a su vez era unadegradación de la retórica clásica) al considerar que todas laspalabras son metáforas, con lo que se oponía a la concepciónsegún la cual se dan palabras no metafóricas: para Nietzscheen el origen hay un estímulo nervioso productor de metáforas:un estímulo nervioso transferido a una imagen (primera metá-fora), una imagen plasmada en un sonido (segunda metáfora).Todo esto significa que la metáfora no es un simple juego

I. A.Richards, The Philosophy ofRhetoric, op. cit.Vid. Karl Bühler, Teoría de la expresión, Madrid, Alianza Editorial,

1980, y Teoría del lenguaje, Madrid, Revista de Occidente, 1967 (3a edic.); BrunoSnell, La

en el interior de una lengua. Retengamos cuáles serían sus ca-racterísticas según Jüngel, en un estudio del pensamiento aris-totélico sobre la metáfora:

1) La metáfora relaciona dos horizontes de sentido en elinterior de una aserción;

2) Estos dos horizontes son extraños el uno al otro, perose unifican sin perder su propia especificidad;

3) La atribución metafórica añade algo nuevo al sujetopero sin producir una identidad;

4) La metáfora implica un saber;5) Hablar metafóricamente es narrar en el sentido de la

epangelía y no de la diégesis aristotélica: epangelía remite anarración y anuncio, narración anunciante, en fin.62

La identidad-diferencia que se juega en la metafórica esun tipo de conocimiento. Decir que «la tarde es la vejez deldía» o que «Aquiles es un león» no es dejar las cosas tal cualestaban, es añadir algo más. Sólo que ese añadir algo máspuede darse bajo la forma de una metáfora gastada o bajo laforma de una metáfora viva. En este segundo caso, la metáfo-ra será sentida como tal. En el primero, la metáfora se diluyeen el concepto. Pero que se diluya en ese ficticio sentido pro-prium no elimina el juego de la identidad-diferencia, en todocaso lo disimula. Veremos como este efecto de disimulacióndel juego de la identidad-diferencia es clave en la relación len-guaje-metalenguaje, en la medida en que provoca otro efecto:el de la clausura del lenguaje por el metalenguaje.

Nos interesa ahora poner de relieve que si el onomatosallotrion epifora implica la creación de una identidad-di-ferencia, la paradoja a la que está abocada la relación lenguaje-

estructura del lenguaje, Madrid, Credos, 1966; Karl Lowilh, De Hegel a Nietzsche.La quiebra revolucionaria del pensamiento en el siglo XIX. Marx y Kierkegaard,Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1968; Paul Ricoeur, La metáfora vía , op.cit.

62E. Jüngel, y P. Ricoeur, Lamétaphore vive, París, Seuil, 1975

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metalenguaje es del orden de la metafórica. ¿Acaso la paradojano consiste en aquello que es y no es al mismo tiempo, unasincronía de lo mismo y lo otro? Recuérdese: el metalenguajeno es distinto del lenguaje (identidad), pero es distinto del len-guaje por su evidente capacidad de desdoblamiento (diferen-cia): lo que hace que no pueda darse entre ellos una relaciónde especularidad. Así, si en la metáfora se crea una identidad-diferencia, de igual modo la relación L-M crea una identidaddiferencia: el espesor de la escritura del metalenguaje perte-nece al plano de lo metafórico. Entiéndase que no estamos di-ciendo que el metalenguaje consista en producir metáforas,sino que él mismo como tal pertenece al núcleo de la meta-fórica.

CAPÍTULO II PARADOJA Y

RESTRICCIÓN SEMÁNTICA.

2. 1.— La mimesis y la copia

La consideración del metalenguaje como aquello que aña-de algo más (incremento de significado) en su aplicarse allenguaje (la no-especularidad), conduce a un tratamiento de lometalingüístico en que lo primero que se clarifica es que la re-presentación, es decir, la representación de la escena de estu-dio en aquello que lo estudia, entra en crisis. Que lo metalin-güístico pertenezca al dominio esencial de lo metafórico, haceque ese dejar ser el espacio del referente que se estudia en ellenguaje que lo estudia, característico de la representación, pa-se a evidenciarse como un discurso de interferencias y de opa-cidad (precisamente porque en la misma cosa en sí se implicaaquello que pretende revelárnosla). Tales serían las conclusio-nes que se desprenden del capítulo anterior.

Una vez establecida la idea de una identidad y una dife-rencia en el espacio del lenguaje (texto), debemos averiguar enqué consiste esa diferencia, así como sus rasgos pertinentes ylos efectos que estos rasgos pueden provocar en la relaciónlenguaje(texto)-meta(texto)lenguaje. De ello nos ocuparemosen los apartados siguientes de este capítulo.

Queremos ahora señalar que la ilusión del acercamiento ala cosa en sí, la autoeliminación del medio del acercamiento (elespejo), ha sido puesta de relieve en varios momentos. Pién-

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sese, por ejemplo, en la desconfianza frente a la interpretacióndel concepto aristotélico de mimesis como mera copia (y nosólo frente al aristotélico, sino también frente al platónico en elque la pluralidad de sentidos y aun la oscuridad de éstos esmanifiesta). Para algunos autores la mimesis es inseparablede l&poiesis en el sentido de que implica un hacer: la poesía esdefinida por Aristóteles en términos de mimesis, pero lapoesía es, ante todo, fábula y ésta implica composición, untodo armónico por el que la poesía se diferencia del magmacaótico de lo real fenoménico. La poesía, la tragedia más enconcreto, es un ente formado por funciones, en el que nada essupérfluo. Por ello, la mimesis aristotélica no es interpretablesimplemente como copia activa o pasiva1 (ni siquiera en Platóndicha interpretación sería correcta. En el Sofista, por poner unejemplo, hallamos en boca del Extranjero una diferenciaciónentre la mimesis y la copia propiamente dicha), sino como unmovimiento de escritura y, por tanto, de no transparencia.

La diferencia ontológica que hay entre la imagen y la co-pia, aunque no corresponda totalmente a la que media entre elmetalenguaje entendido como representador y el metalenguajeentendido como discurso metafórico, es otro exponente de lacrítica de la representación especular a la que nos venimos re-firiendo. La copia, una vez alcanzado su objetivo (su ser-co-pia) se autoconcluye, desaparece como medio. Lo que de ellainteresa es la información que nos proporciona acerca de loque ella representa especularmente, no ella en sí. Como ser ensí se nos presenta (si quiere ser una buena copia) como desa-parecida. En cambio, lo que de la imagen nos interesa es laforma como está representado aquello que allí se representa.

La imagen, por decirlo en términos gadamerianos, aumenta elser de lo representado, razón por la que ella al alcanzar su ob-jetivo (la representación) no sólo no se autoexcluye sino quese hace más patente.2 La base común de estos casos se puedehallar en el hecho de que la crítica de la representación abocasiempre a una escritura, a una logogafría (en el sentido de lasofística), a enfatizar aquello que es el medio de la represen-tación, y que es, él mismo, escritura, interferencia, opacidad.También el estructuralismo llevó a cabo una deconstrucciónde la ilusión representativa: un efecto de éste sobre el discursofilosófico fue la negativa a tratar un enunciado x comoexpresión de una vivencia.3 Negación, pues, de la descripciónen favor de una delimitación que surge a partir del momentoen que se pone en evidencia esta ingenuidad fenomenológica:que el objeto sea para mí no es en realidad lo que me enseñala experiencia, es una decisión previa y anterior a cualquierexperiencia. Una consecuencia lógica de esto será la ambiciónde mostrar la manera como están construidos los discursos fi-losóficos a través de una crítica que debe proponer una teoríadel discurso filosófico y que deshará una ilusión: aquella queaparece cuando un enunciado filosófico cree o pretende dejarser en él la cosa misma, mostrarla, representarla. Tal ambiciónno tiene la intención de destruir o de eliminar, sino la de deli-mitar los medios de la representación, el paso del genitivo ob-jetivo al genitivo subjetivo. Ciertamente se trata de una em-presa que no nos resulta ajena: la Poética, entendida ahora co-mo teoría del discurso poético, ante un poema como por ejem-plo éste de John Donne:

Tal es la tesis sustentada, entre otros, por Ferdinando Albeggiani en su in-troducción a La Poética de Aristóteles. Vid. cap. VII, pág. LVII, Firenze, LaNuova Italia editrice, 1974. Si bien con el matiz de que para él la no-pasividad delobjeto estético no es relacionable con el hacer del artista, sino con una especie detransmisión activa.

H-G. Gadamer, op. cit., págs. 168 y siguientes.En el libro de Vincent Descombes, op. cit. puede hallarse una excelente

síntesis y explicación de la llamada «radicalización de la fenomenología», siempredentro del marco de la filosofía francesa contemporánea. Vid. págs. 105-146.

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«Stay, O sweet, and do not rise;The light that shines comes from thine eyes;The day breaks not, it is my heart,Because that you and I must part.Stay, or else my joys will dieAnd perish in their infancy.» (Break ofday )

se negará a aceptar la idea de que el modo de construcción deeste pequeño poema responda a una experiencia vivida y ma-nifestada a través de él. El poeta no escucha tanto los dictadosde su sentimiento amoroso como los de la lengua inglesa y elsistema secundario moldeado sobre sus límites y posibilida-des. Puede encontrarse otro ejemplo en un estudio de C Bou-soño4 que pone de relieve el que uno de nuestros grandes poe-tas del sentimiento, G. A. Bécquer,

«Si al mecer las azules campanillasde tu balcón,crees que suspirando pasa el vientomurmurador,sabe que, oculto entre las verdes hojas,suspiro yo» (Rima XVI)

se halla tan cercano a las fórmulas poéticas de sus anteceden-tes que en realidad «lo que (...) añadió a ese caudal poéticodel cual procedía, apenas fue más que esto: una superior in-tensidad y una técnica más depurada» (Bousoño, C., 1970,198). Las palabras de Bousoño nos muestran (aunque estosea ajeno a su demostración) que un poema está tanto más co-dificado (y determinado por una tercera persona) cuanto másse quiere próximo a una vivencia lírica. Es, pues, el medio

4 Carlos Bousoño, «Los conjuntos paralelísticos de Bécquer», en DámasoAlonso y Carlos Bousoño, Seis calas en la expresión literaria española, Madrid,Credos, 1970, págs. 177-218.

que sugiere un inefable el que se hace presente de forma abso-luta. Para provocar un determinado efecto, cierto. Pero to-mando cuerpo, siendo en la producción de ese efecto.

Las vanguardias históricas y su variación en el arte abs-tracto constituyen un ejemplo de crisis de la representación enel plano artístico. El libro de X. R. de Ventos, Teoría de lasensibilidad5» es un buen estudio de aquella modificación quesufrió el arte al pasar de la expresión de lo absoluto a la expre-sión absoluta.6 Jacques Derrida, a partir de Glas7 sobre todo,ha rechazado, como postura crítico-textual, la estructura predi-cativa S es P propia de la representación ( en el sentido queaquí le venimos dando de relación Metalenguaje-Lenguajcdesde la ajenidad mutua) en pro de una mimesis crítica8 Noes, por tanto, extraño que nosotros volvamos a plantear elproblema de la representación entre el Metatexto y el texto. Noes extraño tampoco que consideremos esta relación como me-tafórica.

Madrid, Península, 1969.Ibid., «La abstracción ante los despojos de la realidad: dos interpretaciones»,

págs. 63-80.7 París, Galilée, 1974. g

Gregory Ulmer, en su artículo «El objeto de la poscrítica», en AA. VV, LaPosmodernidad, Barcelona, Kairós, 1985, escribe: «El problema es la «representa-ción», de manera específica, la representación del objeto de estudio en un contextocrítico. La crítica se transforma ahora de la misma manera que la literatura y lasartes se transformaron mediante los movimientos de vanguardia en las primerasdécadas de este siglo. La ruptura con la «mimesis», con los valores y suposicionesdel «realismo» que revolucionó las artes modernistas, está ahora en movimiento(tardíamente en la crítica), cuya principal consecuencia es, naturalmente, uncambio en la relación del texto crítico con su objeto, la literatura», pág. 125.

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2. 2.— El espacio de la huella y el espacio del signo

L- Esa desconfianza frente a la especularidad del meta-(texto)-lenguaje (MT) en su dar cuenta del lenguaje(texto) (T)hace que los problemas de la relación referencial en dicho do-minio hayan de ser traídos a primer plano. El objetivo que conello se pretende es, por un lado, mostrar la forma de relacio-narse MT y T habida cuenta de que toda metaforización impli-ca una diferencia de espacios: ¿en qué consiste esa diferen-cia?, y, por otro, llamar la atención sobre uno de los efectosprovocados a partir de esa diferencia: el efecto de clausura.

Comenzaremos con la siguiente afirmación: el MT en elproceso de dar cuenta-metaforizar d(el) T tiene la posibilidadsiempre de decir algo más de éste sin que pueda nunca decirlotodo. ¿Qué significa esta afirmación?

Al preguntar sobre la diferencia de espacios (de funcionesrespecto de su heterogeneidad) en el interior de un mismo lu-gar (el texto) entre el MT y el T ( {MT-T} ), se busca sobretodo aclarar qué ocurre en el acto de transposición del T en elMT dada una diferencia entre ambos. No se trata, pues, deuna indagación acerca de la especificidad del lenguaje poéticofrente al narrativo, o acerca de lo que Jakobson denominara //-teraturidad .9 Es, más bien, una propuesta de análisis aplicadoa lo que sucede o puede suceder cuando se efectúa una lectura(medio de la transposición del T en el MT) de La destruccióno el amor, The Waste Land, El Guardián en el centeno, etc...

La diferencia entre el T y el MT (este último de caracte-rísticas científicas o aproximadamente científicas) es la dife-rencia que media entre la potencia del nombre y la rigidez delsigno. Los signos característicos de los metalenguajes cons-truidos con una finalidad científica tienen como objetivo supri-mir el equívoco del lenguaje ordinario, lo cual, según Lacan,

Roman Jakobson, Questions de poétlque, París, Seuil, 1975, pág. 15.

produce como resultado una escritura que no puede ser habla-da, en la medida en que hablar es producir equívocos, cadenassignificantes que implican el malentendido.10 Los signos delmetalenguaje no pueden provocar equívocos, tienen que serellos mismos y nada más, una pura denotación. No en vanolas críticas del signo saussureano se han dirigido hacia el sig-no del lenguaje y no hacia el signo del metalenguaje, el cualnecesariamente debe estar constituido por un significante y unsignificado. Justo el signo diseñado por Saussure:11

SIGNIFICADOSIGNIFICANTE

El término científico del metalenguaje es siempre una pa-labra cuyo significado es definido de forma unívoca, una pala-bra que conduce el ideal de la perspicuitas al paroxismo. Nosindica un concepto determinado y no otro, una relación signi-ficado-referente unilateral. Por eso podemos decir que la pala-

10Esa producción de malentendidos por parte del habla es lo que hace, según

Lacan, que el significante (en el algoritmo S/s) escape al dominio de la lingüística.Lacan afirmaba que él no hacía lingüística sino lingüistería, es decir, lenguahistérica, lingüística histérica. Vid.Jacques Lacan, Encoré, Barcelona, Paidós,1981, sobre todo los capítulos u, El y IV; también «...ou pire», Seminario, 1971-72.

Cuando Ángel López lleva a cabo la crítica del signo saussureano tomandocomo antecedentes a Benveniste y Martinet, su objetivo es el signo de L (dellenguaje) y no el de M (el del metalenguaje). El signo en L es asimétrico, pero enM es bipolar por su carencia de ste-p.: «Una manera más simple de formular la leyde la incidencia del eje virtual Z sobre la diacronía es la siguiente: las lenguas sóloevolucionan con el uso (al contrario de las llamadas lenguas muertas) pero es queel uso, es decir, el encadenamiento de signos mínimos para formar signos másamplios, es justamente el dominio de aparición de los stes parciales, comosabemos. Los únicos que no evolucionan son precisamente los términos de M (enel discurso metalingüístico, no como elementos de L ) que, carentes de ste-parcial,funcionan como signos bipolares» (López, A., op. cit., pág. 118).

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bra metatextual es el resultado de un aislamiento, de una vio-lencia ejercidas sobre el malentendido, la potencia y la multi-plicidad del nombre en el texto. Con ello se obtiene una puradenotación, un elemento anclado en la definición, parejas ajuego significantes/significados, un significado fijo y concre-to para un significante dado.

Todo ello obedece a las necesidades de un lenguaje sim-bólico que pretende dominar el objeto de estudio: si la nota-ción H2O o los significantes metatextuales «adjetivo», «actan-te» o «núcleo» no tuvieran un significado único, concreto yfijo, sencillamente no sería posible la actividad científica: nohabría forma de representar la parcela de realidad que se pre-tendiera estudiar, porque, y esto es lo importante, todo pro-yecto de dominio del objeto de estudio (en este caso, el texto)necesita basarse en la presencia suya propia y en la del obje-to, en la simple-presencia. Dicho de otro modo: en la exclu-sión del equívoco, o bien, en la rigidez de la palabra. Tal rigi-dez se percibe en el hecho de que los signos del metalenguajeobligan a la repetición (puesto que tienden a una experienciade repetición y no a una experiencia negativa) y, por tanto, ala intemporalidad. Aquello que siempre es él mismo, aquelloque es lo únicamente presente, constante denotación unívoca,es lo intemporal y lo mismo. Los signos del metalenguaje sepretenden intemporales y abstractos. Lo que traducido al pla-no de la metafórica en el que se inserta al dar cuenta del T,quiere decir que su uso es el de la metáfora gastada.12 Ese len-guaje distinto que se introduce por desdoblamiento en el len-guaje es para sí mismo siempre idéntico. Se repite, obligandoal texto a hablar de un mismo modo. El, en tanto metatexto,en tanto repetición, habla de un modo, redunda. Por eso deci-mos que su metafórica es la metafórica gastada, la metafórica

12

que se diluye a sí misma, la metafórica disimulada: el concep-to. La regla, el código que rige el metatexto científico pone co-mo condición de su enunciación el abuso y el desgaste.

II.- Pero si el MT está construido de forma unívoca con-virtiendo el signo en algo rígido es precisamente porque el Tfunciona en una dirección opuesta. Chai'm Perelman: «La pos-sibilité d'accorder a une méme expression des sens múltiples,parfois entiérement nouveaux, de recourir a des métaphores, üdes interprétations con tro versees, est liée aux conditionsd'emploi du langage naturel. Le fait que celui-ci recourt sou-vent a des notions confuses, qui donnent lieu á des interpréta-tions múltiples, á des définitions variées...» (Perelman, C,1986, 17). El texto provoca la potencia de la palabra, violentael signo, no para hacer de él algo rígido, sino para crear jue-gos equívocos, malentendidos. Así, si los signos del MT exi-gen la reiteración, la identidad, es decir, la simple-presencia,los elementos constitutivos del T utilizan la movilidad, la dife-rencia, la presencia-ausencia, el constante desplazamiento, el«para luego». Decir de algo que es equívoco o susceptible demalinterpretación es decir que puede ser situado en distintoslugares, es no limitarlo a lo presente.

«Verde que te quiero verde,verde viento, verde rama,el barco sobre la mary el caballo en la montaña»(F. G. Lorca, «Romance Sonámbulo»)

«Sir Tristam, violer d'amores fr'over the short sea, haspassencore rearrived from North Armorica...» (JamesJoyce, Finnegans Wake)

Nadie podría decir de ambos fragmentos que están com-puestos de signos denotativos, de parejas fijas significan-

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Para un estudio de la relación entre la metáfora gastada y el discursofilosófico vid. Jacques Derrida, «La mythologie blanche», op. cit.

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te/significado. Y no sólo es que a la hora de referirnos a estostextos resultaría difícil expresarse en términos de forma/fon-do, es que, además, tendríamos que admitir, en principio, quenos hallamos ante signos ambiguos y polivalentes. Pero no enel sentido de la polisemia (con este concepto profundizaría-mos poco en el ser del espacio del texto, porque presupone dealgún modo la dicotomía significante/significado), sino másbien en el de un proceso de textualización en el que las dis-tintas formas significantes13 que conforman un texto existenen un movimiento de constantes separaciones y creaciones denuevas combinaciones. Este movimiento constante de separa-ción y creación hace que los elementos de un texto no seannunca algo simple (una denotación, una ambigüedad, una po-livalencia). Son siempre algo doble, algo que no acaba en loslímites de su presencia, algo que remite de forma continua aun lugar anterior y posterior. Es lo que podemos denominarhuella, lo «para luego» del texto. La «textualización»14 (elmontaje nunca definitivo de los intertextos) se lleva a cabogracias a la huella.

Este concepto nace de la consideración conjunta del«Teorema contextual de la significación» de I. A. Richards(según el cual la distinción entre sentido propio y figurado sedebe a la superstición de la significación propia),15 de la teo-

Lo que H. Meschonnic denomina forme-sens , concepto unitario y homo-géneo, en su libro Pour lapoétique H , París, Gallimard, 1973, págs. 34-46.

5 Según Richards, una palabra no tiene un significado en propiedad, ya que esel discurso entendido como un todo lo que le da sentido. De ahí que el significadode un signo explicite las partes ausentes en los contextos de los que saca sueficacia delegada, es decir, que las palabras significan a través de un proceso deabreviación del contexto.

Richards alude al viejo problema hermenéutico, ya presente en Platón yAristóteles, de la relación entre el todo y las partes de un texto. The Philosophy ofRhetoric, op. cit.

ría del signo peirciana y, asimismo, de aquello que Derrida hallamado pensamiento de la huella,16 sin identificarse totalmentecon éstas. ¿Dónde acaba la posibilidad de injertar distintas for-mas significantes en un texto como el de Joyce en el que nosólo llama la atención la intromisión del francés en triste, vio-ler, pas encoré y Armoric (Antigua Bretaña), sino también ladel italiano en viola d'amore y, si hemos de dar crédito a Joy-ce, en la fórmula de Vico, ricorsi storici, que se aloja, mitadanagrama, mitad traducción, enpassencore rearrived ?17 Eseconjunto infinito de posibilidades llama la atención sobre lacapacidad de separación e injerto citacional que pertenece a laestructuración del texto a partir de la huella, sobre la inade-cuación del signo saussureano y sus derivados.18 Por ello,más que seguir a Saussure cuando habla de significación entérminos de relación positiva entre el significado y el signifi-cante y relación negativa entre signos, sería más convenienteinclinarnos por la teoría lacaniana de la significancia : articu-lación entre significantes (en el algoritmo S/s) que producenefectos de significado y de sentido. No se tratará de la repre-sentación de un significado por el significante, sino de la fun-ción representante que posee el significante para otro signifi-

Jacques Derrida, De la grammatología, Buenos Aires, S. XXI, 1971(Versión original: París, Editions de Minuit, 1967); La diseminación, Madrid,Fundamentos, 1975 ( Versión original: París, Seuil, 1972); Posiciones, Valencia,Pretextos, 1977 (Versión original: París, Editions de Minuit, 1972).

Análisis propuesto por George Steiner en su libro After Babel, Aspects ofLanguage and Translation, Oxford University Press, 1975 (traducción española:México, F.C.E., 1980, pág. 220).

18Vid. el artículo de Mariano García-Landa, «Práctica y teoría de la interpre-

tación», en Cuadernos de Traducción e Interpretación, EUTI. Universidad autónomade Barcelona, n° 4, 1984, págs. 31-50, en el que hace una crítica de la lingüísticasistémica (centrada en el signo), el aparato conceptual de la cual no es capaz deexplicar el fenómeno de la interpretación, dado que se ocupa preferentemente delsistema de signos («langue») y no del «espacio sénsico».

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cante,19 de lo que en un significante hay de otro significante yde los distintos efectos de sentido que en esa presencia-ausen-cia se provocan.

Esa es la razón por la que al referirnos al texto no habla-remos de signo (concepto pensado en términos de presencia,al menos en sus interpretaciones más estructuralistas) sino dehuella. Esta puede ser definida como un elemento significante(forma significante) que compone el espacio del T, que nuncaes lo totalmente presente, que siempre está dirigido hacia (y enfunción de ) el injerto —la escritura—2° y que presta su pre-sencia al MT. Es decir, aquello «para luego», lo aplazado hastasu relación con el lector habiendo sido ya lectura, lo quedespués hará una fugaz composición de forma-sentido para,en otro después, desestructurarla, el círculo (del autor, del in-térprete, del rapsoda platónico, del lector, del que mira) in-finito del sentido que sólo más tarde acaba, puede acabar ensignificado. El apunte del préstamo es importante en la medidaen que le permite relacionarse con el signo, favoreciendo deese modo la posibilidad de una «restricción semántica» quesurge de la relación paradójica existente en el espacio (MT-{T}).

El texto como huella nos aproxima a la noción de palim-psesto delegado: una escntiHa/lectura realizada sobre huellas,siendo ella misma huella con proyeccíon^e ñíieüas y gracias ala cual puede funcionar como escritura/lectura. El siguientepoema de A. M. Sarrión:

Jacques Lacan, op. cit., pág. 118.

«mira que si estuviera destrozadasi ya fue leña algún oscuro inviernola mesa de billar ya desechadadonde aquella sirvienta contaba obscenidadesy todos nos reíamosenamorado tú?qué tiempo en la cocina!el cielo raso lóbregocorrían los ratones dios qué risami madre: mira mira los ratonescómo se están volviendo a su agujerola cortina de trapos amarilloslas cadenasque oímos una noche de tormentatú patinando por aquel casinocon tu cara orientaly nada que creí morirme

de amorlo cierto es que te llevo muy adentro» («La niña desiete años», A. M. Sardón, 1981,47)

debe su posibilidad de funcionamiento en primer lugar (y eli-giendo un único código de lectura) al hecho de escribirse so-bre huellas. ¿Cuáles? Para mayor brevedad nos limitaremos aindicar las de la poesía española de posguerra. En una primera(y archiconocida) aproximación (en el nivel de la inventio, dela tópica en su sentido más aristotélico) descubrimos la huellamuy alejada en el tiempo de lo que se ha denominado poéticade la intrahistoria21 para designar una cierta época de L. Rosa-les, L. F. Vivanco, L. Panero y D. Ridruejo, y que temática-mente remite a la vivencia de la cotidianeidad. El léxico de di-chos textos compone una pragmatografía de los elementos yobjetos de dicha cotidianeidad: el entronque en el fiel y hospi-

Escribe Derrida: «Así se escribe la cosa. Escribir quiere decir injertar. Es lamisma palabra. El decir de la cosa es devuelto a su ser-injertado. El injerto nosobreviene a lo propio de la cosa. No hay más cosa que texto original», en Ladiseminación, op. cit., pág. 533.

21Debemos tal denominación a Víctor García de la Concha, en La Poesía

española de posguerra, Madrid, Editorial Prensa Española, 1973, págs. 151-169.

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talarlo territorio de la vida cotidiana a través de vocablos deuso común y que facilitan un tono coloquial apoyado en locu-ciones concretas:22 esa sería la aparente antirretórica de la su-perficie (Distributio) de dichos textos. Léase este poema de L.R Vivanco:

«Los librosY la niña

que se impacienta, y quierecogerlos.

(Son autoresingleses, italianos)

La niña, en su cercadode barrotes azules,malhumorada.

-¡Pronto,ven, pajarito, y llévate aesta niña!

La niñase tira al suelo, escondela cabeza.

Y el pájaroes el de nuestra lámparade artesanía.

(Librosfranceses, alemanes).» («El invierno», Continuaciónde la vida, 1946,66).

Si en el caso del poema de Vivanco se habla de una «ni-ña», de «libros», «lámpara de artesanía», «pajarito», en el ca-so del de Sanión se habla de una «niña», de una «mesa de bi-llar», de una «cortina de trapos amarillos», etc..., es decir,

Ibid.pág. 159.

elementos pertenecientes a lo cotidiano-partícular-concreto: enambos se describe (si bien con tiempos diferentes) una situa-ción familiar afectiva con presencia de una figura infantil.También en los dos textos se incorporan voces coloquialesque refuerzan lo afectivo-familiar: «¡Pronto/ven, pajarito, yllévate/a esta niña!» (Vivanco), «mira mira los ratones/cómose están volviendo a su agujero» (Sarrión). Como afirma V.García de la Concha: «Vuelven en el recuerdo trozos de laconversación...». Estos son otra huella que alude a las locu-ciones léxicas usadas en la conversación tal y como aparecenen la poesía de Blas de Otero, tan bien estudiada por el profe-sor Emilio Alarcos Llorach, que en su trabajo se refiere a estefenómeno.23 Además, el plano léxico, con sus cualidades delo particular concreto y de voces coloquiales, se incorpora almarco de otra huella, esta vez en el plano retórico, pues asisti-mos a lo que Bousoño denominó refiriéndose a la poesía deBrines, técnica fundamentalmente evocativa: «evocación delpasado, con el mismo carácter fragmentario, desunido y de-sordenado con que yace en la memoria» (Bousoño, Carlos,1974, 40), todo ello resuelto a través del recurso de la yux-taposición temporal (representado en el poema de Sarrión porla oposición/aproximación de los tiempos verbales del pretéri-to y del presente:

«Y nada que creí morirme

lo cierto es que te llevo muy adentro»)

e injertado dentro de una versificación libre de base tradicio-nal, concretamente en una silva libre. Tanto el plano retóricocomo el métrico son huellas que aparecen a lo largo de la his-

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de amor

Emilio Alarcos Llorach, La poesía de Blas de Otero, Barcelona, Anaya,1966, en especial págs. 88-96.

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tona de la poesía de posguerra.La ausencia de puntuación y un leve fragmentarismo re-

miten a una inequívoca lectura de César Vallejo (Eliot, Po-und).24

Hasta aquí lo que sería la dimensión lectoral (invariante,isomorfismo) de las huellas. A continuación el análisis deberíaproseguir estudiando su dimensión escritural: ello nos abriríaa la productividad del texto de Sanión, a la forma como sehan montado, injertado, textualizado, en un nuevo contextopoético y logosférico, y llegados a este punto las huellas, lostextos, los metatextos proyectados por nuestra lectura podríanser reemplazados por otras huellas, textos, metatextos que rei-niciaran el movimiento «para luego» esencial de la huella. Perono es éste el lugar adecuado para continuar el análisis, re-mitimos a los estudios citados en la nota 25. De cualquier mo-do, insistimos en que las huellas observadas en el poema deSarrión podrían ser leídas/interpretadas desde un conjunto demetatextos distintos de los utilizados en nuestra lectura. Deello nos ocupamos en los apartados siguientes al tratar el pro-blema de la restricción semántica. Baste por el momento decirque el proceso de huellas que remiten a otras huellas es infi-nito y que, como consecuencia, los efectos de sentido sonigualmente infinitos en una ilimitada secuencia de signifi-cancias, pues la lectura sitúa, proyecta las huellas en nuevoscontextos y, por ello, en nuevos sentidos. Sírvanos el poema

24No en vano el libro de poemas Teatro de Operaciones se abre con una cita

de C. Vallejo: «Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos/pura yema infantilinnumerable, madre», Antonio Martínez Sarrión, Teatro de Operaciones, CuencaColección El Toro de Barro, 1967. En una entrevista, todavía inédita, el autor nosconfesó la deuda de su primer libro con Trilce. Para un estudio más detenido de lapoesía de A. M. Sarrión vid. mi artículo «El juego y el decir sí/no de A. M.Sarrión», en Zarzarosa, Valencia, Abril-Mayo, 1986, págs. 37-47. Y másextensamente la última parte de mi tesis doctoral Para una teoría de la lectura...,op. cit., págs. 608-756.

de Antonio Martínez como ilustración de lo que antes comen-tábamos sobre las formas significantes en movimiento y se-paración continuos. No es posible, por ejemplo, adjudicar a laforma significante del léxico-de-la-cotidianeidad un significa-do (forma significante) fijo, ya que la huella lectoral lo es res-pecto al texto de origen (Vivanco) y respecto al nuevo con-junto, la nueva diferencia (Sarrión).

Es la misma idea que Borges plasma en su narración«Fierre Menard, autor del Quijote»:25 el fragmento citado deCervantes y vuelto a escribir, hasta en sus mínimos detalles depuntuación, por Fierre Menard es una huella (o compuesto dehuellas) y no un significante para un significado o conjunto designificados fijos.26 Es un significante susceptible de entrar aformar parte de nuevos contextos de significado. La ironía deBorges vertida sobre el concepto de originalidad (texto defini-tivo, cerrado) hace saltar la concepción simétrica, heterogéneadel signo, así como la de un posible verbum propñum y uni-vocwn que restrinja las posibilidades de interpretación.

Todo texto de origen es ya una lectura de otro origen y, almismo tiempo, el nuevo conjunto es para otro nuevo conjuntoun texto de origen y así indefinidamente. Volvemos a nuestrapropuesta anterior: a la hora de establecer las característicasdel espacio del texto es conveniente sustituir el concepto desigi(í:por elrconcepto de huella. El signo únicamente deja pen-sar aquello que en el texto es presencia, la del significante/-significado o sus variaciones, y hemos visto que el texto sólopuede funcionar realmente en la medida en que (se) escriba(sobre) huellas, que son algo también ausente y no sólo pre-sente: la huella deja pensar el texto en términos de presencia yausencia a la vez. La huella permite leer el poema de Sarrión,

25Jorge Luis Borges, «Fierre Menard, autor del Quijote», en Prosa Completa,

vol. I, Barcelona, Bruguera, 1980, págs. 425-432.26

Vid. el apartado 1. 4. 4 del cap. I.

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o el de Lorca, o el fragmento de Joyce, como una movilidad(en proceso histórico), barajando una fisura introducida a par-tir de un movimiento que diluye y crea la estructura, pero queno deja pensar dichos textos desde la oposición presencia/-ausencia del signo:

«Se trata de producir un nuevo concepto de escritura.Se le puede llamar grama o différance. El juego de las dife-rencias supone, en efecto, síntesis y remisiones que prohi-ben que en ningún momento, en ningún sentido, un ele-mento simple esté presente en sí mismo y no remita másque a sí mismo. Ya sea en el orden del discurso hablado odel discurso escrito, ningún elemento puede funcionar comosigno sin remitir a otro elemento que él mismo tampocoestá simplemente presente. Este encadenamiento hace quecada "elemento" -fonema o grafema- se constituya a partirde la traza que han dejado en él otros elementos de la cadenao del sistema. Este encadenamiento, este tejido, es el textoque sólo se produce en la transformación de otro texto. Nohay nada, ni en los elementos ni en el sistema, simple-mente presente o ausente. No hay, de parte a parte, más quediferencias y trazas de trazas. El grama es, por lo tanto, elconcepto más general de la semiología -que se convierte deeste modo Gramatología» (Derrida, J., 1972,35-36).

El texto se produce en el momento en que se da un injertopor parte del sujeto/montaje/escritor/lector, una asimilación detextos (intertextualidad), una textualización. La textualizaciónes el montaje de los injertos, elementos procedentes de otroscontextos que, a su vez, están formados por otros elementos(huellas) provenientes de otros contextos. La conclusión pro-visional es que la relación metafórica entre el Metatexto y eltexto en el lugar (T{MT}) enfrenta el espacio de la huella alespacio del signo, o, al menos, el espacio de la huella al espa-cio que se necesita signo.

23.— El espacio de la huella frente a la teoría

Y es aquí donde debemos recuperar la tesis heideggerianasobre la conexión entre la metafísica clásica y la ciencia mo-derna. El planteamiento era el siguiente: el ente, desde la meta-física clásica, ha sido pensado como simple-presencia (Vor-handenheit), por lo que, separado del ser, se ofrece a la mani-pulabilidad de la ciencia moderna.27 Es, pues, la presencia delobjeto de estudio, la simple-presencia de la que habla Hei-degger, lo que hace posible que la ciencia domine el ente.28 Sepuede decir que se trata de una condición sine qua non en lamedida en que todo aquello no-presente o no-solamente-pre-sente escapa a la estructura de la teoría articulada sobre el sig-no (y decimos «signo» o «huella» para designar desde ahoralo únicamente presente- «signo»-, o lo presente-ausente-«hue-lla»-). Dicho en otros términos: lo presente lleva a pensar unsujeto (una teoría), susceptible de dominarlo, dado que lo pre-sente supone la eliminación del malentendido. ¿Por qué? Hayuna lectura única porque lo presente de la teoría tiene comoobjetivo suprimir todo lo ausente del texto reduciéndolo, asi-mismo, a presente. Que traducido al lenguaje del texto y delmetatexto quiere decir que en su voluntad de dominio, el me-tatexto, que es signo, trata de reducir el texto, que es huella, asigno. Atribuyendo al texto un significado (el del signo) se leconfiere una sola lectura, y con ello se hace posible su domi-nio.

Ahora bien, sabemos que el texto, en cuanto huella, pro-duce unos efectos infinitos de lectura en su proceso inter-

Loe. cit.Para una deconstrucción de la metafísica de la presencia, vid.

Jacques Derrida, L'écriture et la différance, op. cit., y La voz y el fenómeno, op.cit.

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minable de intertexto/textualización, por lo que deberíamosadmitir que la lectura de la teoría es uno de los muchos posi-bles efectos de sentido del texto. Lo cual implica, a su vez, ungiro en la relación entre el espacio de la huella y la teoría: noes la teoría la que domina el texto, sino el texto el que domina,no es la teoría la que debería leer (aquello que permite quehaya significado), sino simplemente escuchar el decir que sejuega a nivel del significante del texto. La teoría, desde estaperspectiva, no lee, sino que escucha a partir de la letra, de talmodo que las innumerables lecturas de lo que el texto dice de-muestran que, lejos de ser dominada, la huella domina.29

Es en este sentido como debemos entender estas palabrasde Derrida:

«Si se estuviese, en efecto, justificado para hacerlo,habría, desde ahora, que adelantar que una de las tesis (...)inscritas en la diseminación es justamente la imposibilidadde reducir un texto como tal a sus sentidos, de contenido, detesis, o de tema. No la imposibilidad, quizás, ya que se ha-ce normalmente, sino la resistencia- diremos la restáñela -de una escritura que no se hace más de lo que se deja hacer»(Derrida,!., 1975,13).

Esta imposibilidad de reducir la huella al signo hace queen el instante en que, de hecho, se dé esa reducción asistamosa lo que se podría denominar discurso absoluto del metatextosobre el texto, cuyo efecto es la clausura de éste en aquél. Unaclausura que responde a que un objeto susceptible de una in-finidad de lecturas se ve abocado a una lectura única (o res-trictiva) y unidireccional, de tal modo que el objeto y el sen-tido aparecen como un mismo momento, sincronía de lenguaje

29Jacques Lacan, op. cit., y «La instancia de la letra», en Lectura es-

tructuralista de Freud. Escritos /, México, Siglo XXI, 1971, y Nancy, J. L. yLacoue-Labarthe, El título de la letra, ediciones Buenos Aires, Barcelona, 1981.

y metalenguaje. Podemos hablar en esos momentos de objetoestético clausurado. Y utilizamos el concepto de clausura y node cierre, porque clausura implica, al mismo tiempo, la resis-tencia o restancia a la que se refiere Derrida, la posibilidad (dederecho) de apertura, mientras que cierre hace alusión a la no-posibilidad de apertura del objeto estético en el metatexto.

¿Significa esto que la interpretación está abierta a todoslos sentidos?

2.4.— Lectura y restricción semántica

L- La pregunta puede ser formulada de otro modo: ¿Po-see el texto un significado único o un conjunto de significadosenglobados en un significado dominante? ¿o más bien poseeun conjunto abierto de significados sin que exista restricciónsemántica alguna?

En estas preguntas es reconocible el antiguo problemahermenéutico de la interpretación que ya preocupara a los es-tudiosos de las Sagradas Escrituras y de la antigüedad clásica.De hecho, se habla históricamente de una hermenéutica teo-lógica, cuyo objetivo era la defensa de la interpretación refor-mada de la Biblia contra los ataques de los teólogos triden-tinos, o de una hermenéutica filológica, cuya finalidad erafundamentar los instrumentos necesarios para retornar a laliteratura clásica. Ahora bien, aunque su finalidad era distinta,en ambos casos se busca llegar hasta el «contenido original»de los textos, lo que, claro está, presupone la existencia de unsignificado único. En este sentido, no cabe duda de que lapreocupación por el significado único de los textos religiososo clásicos hace que la hermenéutica se emparenté en sus orí-

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1genes, de forma radical, con la teoría y la práctica de la tra-ducción,30 pues tanto en un caso como en otro rigen las mis-mas preguntas: ¿existe un significado original?, ¿es posiblereproducirlo? La ligazón original entre teoría hermenéutica yteoría de la traducción muestra que el problema básico de am-bas es uno y el mismo: la posibilidad de un significado único,literal o restrictivo.31 ¿Cómo sería posible la hermenéutica sinun significado único? ¿cómo se podría traducir un texto sinese significado único o restrictivo? Mas tanto la hermenéuticacomo la traducción han debido de entrar en un estado de pro-funda crisis, para poder aportar más tarde soluciones que al fi-nal han tenido poco que ver con el problema relacionado conel significado único y/o restrictivo, y para transformarse a símismas como teoría.

En esos orígenes a los que nos estamos refiriendo, losconceptos empleados para solucionar los problemas de la teo-ría hermenéutica son los mismos que los utilizados para so-lucionar los problemas de la teoría de la traducción. Un ejem-plo de ello es Leonardo Bruni, el cual equivocándose, volun-taria o involuntariamente, al traducir un texto de Aulio Gelio,acuñó el término traducción con el significado que le damoshoy en día. Decimos que constituye un ejemplo de esa iden-tificación entre la hermenéutica y la traducción porque suobra, De interpretatione recta (1420), conjuga sobre el con-cepto «interpretatione» ambas prácticas: la posibilidad de unainterpretatio recta significa poder comprender la totalidad deun texto, y ello faculta tanto la actividad hermenéutica como latraductora, es decir, la exigencia de una fidelidad al signi-

30Vid. el artículo de Emilio Mattioli «Storia della traduzione e poetiche del

tradurre (Dall'Umanesimo al Romanticismo)», en Processi traduttivi: teoría edapplicazioni, Atti del Seminario su La Traduzione, Brescia, Editrice La Scuola,1982, págs. 39-58, en especial pág. 44.

Como tendremos ocasión de comprobar tales adjetivos forman parte deuna misma tradición que los convierte en «más o menos» sinonímicos.

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ficado del texto original Para interpretar rectamente un textoson necesarias tres condiciones: L- Conocer bien la lengua dela que se traduce; 2.- Conocer bien la lengua a la que se tra-duce; 3.- Poseer sensibilidad estilística.32 Estas tres reglasvalen tanto para el traductor como para el hermeneuta, y lastres están sustentadas por la idea imperante en la época huma-nista de poder traducir/interpretar conversio ad verbum, esdecir, literalmente. De donde el sistema de oposición conver-sio ad verbumltransferre ad sententiaml inmutar e ?* Es impor-tante retener esa idea acerca de un significado único.

Cuando entre 1522 y 1533 Lutero traduce y publica(1534) la Biblia, su preocupación principal es la defensa delsignificado único del texto bíblico. En efecto, para Lutero«Sola Scriptura sui ipsius interpres»: no hay necesidad de latradición, de los llamados cuatro sentidos de la Escritura de laantigua doctrina, para interpretar/traducir el texto bíblico, pueséste posee un significado unívoco que se manifiesta por símismo: el sensus literalis. Ideas parecidas manifiesta EtienneDolet en su La maniere de bien traduir d'une langue en aultre(1540).34 También durante el siglo XVII van entrelazadas teo-ría hermenéutica y teoría de la traducción: véase el De interpre-tatione libri dúo (París, 1661) de Daniel Huet. Y también eneste momento se basan ambas teorías en la idea del significadoúnico y original. No en vano, para Huet, el mejor método paratraducir-interpretar es el de la máxima y total fidelidad. Hayque reproducir incluso los defectos. La interpretación perfecta

32Vid. Hans Barón, Leonardo Bruni Aretino, Humanistisch-Philosophishe

Schriften mit einer Chronologie seiner Werker und Briefe, Teubner, Leipzig,1928, págs. 195-196.

Vid. R. Sabbadini, «Del tradurre i classici antichi in Italia», Atene eRoma, 1900, págs. 202-217.

34E. Cary, Les granas traducteurs franjáis, Georg, Genéve, 1963, págs.

202-217.

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es «quae totum auctorem ab oculos sistat nativis alumbratumcoloribus, et vel suis virtutibus laudandum, vel, si ita meritusest, propiis deridendum vitiis propinet» (Huet, D., 1758, 14).

En cuanto a las reflexiones sobre el problema del signi-ficado único y/o restrictivo sobresale, en el tránsito del Racio-nalismo al Iluminismo, la figura de John Locke. Y sobresaleen un sentido que aquí nos interesa mucho, pues su defensadel significado único del texto bíblico se relaciona totalmentecon su intento de utilizar el método cartesiano (que asume) enla interpretación. En Locke significado único textual yposibilidad de objetivación y cientifismo están interrelacio-nadas.35 Con ello funda una tradición que llegará hasta nues-tros días: es posible afirmar que la idea de aplicar un métodocientífico al estudio de la literatura y del lenguaje es insepa-rable de la concepción unívoca del significado textual. Hayevidentes razones para ello: sin un significado único no seríaposible verificar las distintas hipótesis de los intérpretes. Sinun significado único no sería factible el uso del método hipo-tético-deductivo. Sin un significado único y/o restrictivo sediluiría la lógica absoluta de la interpretación, para dejar pasoa una lógica relativa que garantizaría la validez de cualquierexplicación. Y tales razones aumentan si tenemos en cuentaque tanto las hipótesis de significado como las hipótesis sobreel modo de significar de cualquier texto no escapan al pro-blema del significado y su resolución.

John Locke presenta una reflexión en torno a este pro-blema concreto en An Essay for Undestanding of St. Paul'sEpistles, by consulting St. Paul himself 36 Su objetivo es

The Works of John Locke, vol. VIII, nueva edición, corregida e impresapor Th. Tegg, Londres, 1823. Reimpresión: Scientia Verlag, Aalen, 1963, pág.22 y siguientes.

John Locke, Scriííi filosofici e religiosi, Milano, Rusconi, 1979, 625-655,según la traducción de M. Sina.

claro: acceder al núcleo esencial del mensaje bíblico. Escribe:«If I must believe for myself, it is unavoidable that I mustunderstand for myself» (Locke, John, 1963, 22). Se trata deuna variación del citado principio luterano según el cual laEscritura es «sui ipsius interpres». Del mismo modo queSpinoza, Locke persigue liberar la Escritura de prejuicios, dela carga histórica que oculta el núcleo esencial. Algo so-lamente posible a través de una determinada posición de la ra-zón, la cual debe buscar el pensamiento o intención del au-tor.37 El modo como Locke piensa la intención del autor loseparan de Spinoza, pues mientras para éste es la finalidad dela interpretación, para aquél es lo que garantiza su validez yunidad. Llegar hasta el núcleo esencial del mensaje bíblico (opensamiento del autor) sólo se consigue mediante un ponersefrente al texto sin prejuicios (umbiassedly ), pues éstos sonobstáculos que no dejan percibir el verdadero sentido (Thetrite meaning) del texto, y mediante la superación de la distan-cia temporal que supone la pérdida del universo histórico ylingüístico originario en el que se fraguó el texto. Tanto la eli-minación de los prejuicios como la superación de la distanciatemporal son procesos únicamente posibles a partir de losideales cartesianos de claridad, evidencia, y verdad, es decir,a partir de una posición objetivista que excluya cualquier par-ticipación del presente y/o de la subjetividad.

He aquí por qué decíamos que significado unívoco y Mé-todo van juntos. Sólo teniendo una actitud objetiva y sin pre-juicios se accederá al verdadero significado del texto, que enLocke queda identificado con la intención del autor. Para ha-cer viable ese acceso propone tres reglas básicas: 1.- Lecturarepetida e integral del texto; 2.- Conocimiento biográfico y

37Vid. Graziano Ripanti, Testo e signifícalo, en concreto «L'ermeneutica

delTautore. II método esegetico di J. Locke», Urbino, QuattroVenti, 1983, págs.7-24.

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psicológico del autor; 3.- Todo ello basado en el principio deno-contradicción: un texto no puede tener dos significadoscontrarios. De esta forma la hermenéutica del pensamiento delautor fundada sobre la dimensión lógica del discurso conduceinevitablemente a un único significado. En otros términos: elautor es su propio intérprete.

Tanto en Locke como en Spinoza vemos que lo funda-mental para poder acceder al verdadero significado (inten-ción del autor) del mensaje bíblico es superar la distancia tem-poral que nos separa de él. Sólo a través de esa superación seráposible reconstruir el universo histórico y lingüístico original.Esta idea de reconstrucción será continuada en el siglo XIXpor Schleiermacher dentro de su proyecto de una hermenéuticauniversal. Ahora bien, en Schleiermacher concepciónhermenéutica y concepción traductora llega un momento enque divergen, porque si bien ambas actividades comparten unmomento de comprensión (hermenéutica y traducción debencomprender), en una fase posterior, la traducción va más allá,pues utiliza una lengua distinta de la del texto original. Estehecho, para Schleiermacher, es determinante. Creemos que taldivergencia es indicio de una cierta paradoja, que de algúnmodo pone en entredicho la posibilidad de reconstrucciónmisma. Baste, por ahora, señalar que tal divergencia se gestacuando Schleiermacher concibe la hermenéutica no como unasubtilitas explicandi, ni como una applicatio, sino como unasubtilitas intelligendii. El punto de partida para llegar a «com-prender» verdaderamente lo constituye el reconocimiento deque el verdadero significado de una obra se da sólo en el uni-verso histórico y lingüístico original. La obra de arte no es unelemento atemporal sino que está inmerso en la historia. Porello y para poder comprender su verdadero significado hayque remitirse a su ambiente de origen. La tarea del hermeneutaconsistirá, consecuentemente, en reconstruir ese ambiente ori-ginario: reproducir la construcción originaria y recorrer al con-trario el camino andado por el autor. Este planteamiento, tan

caro a la corriente crítico-literaria representada por la estilís-tica, busca adoptar el punto de vista del lector original. Másaún: situarse en el nivel del mismo autor. Pero aquello que enSchleiermacher puede adoptar el punto de vista original delautor se da en la fase de comprensión, no en la de aplicación.De hecho, en su Ueber die verschiedenen Methoden desUebersezens, después de distinguir entre traducción oral y tra-ducción escrita, traducción ligada a la praxis social y traduc-ción de textos científicos y literarios, y después de referirse aéstos como los más problemáticos para el traductor, consideraerróneos los métodos de la paráfrasis y la reproducción. Elprimero porque se propone vencer la irracionalidad de laslenguas haciéndolo de forma mecánica; el segundo porque nosupera esa misma irracionalidad de las lenguas y conduce a laomisión de la identidad de la obra. Estos defectos, paráfrasis yreproducción, sólo son superables o bien llevando el lectorhacia el autor, o bien llevando el autor hacia el lector. Lo quesucede es que el propio Schleiermacher reconoce que ningunade las dos posibilidades puede llevarse a cabo plenamente por-que las lenguas no coinciden. Por tanto, si la comprensiónpuede reconstruir el mundo originario de la obra (subtilitas in-telligendi), la traducción, en tanto en cuanto implica un espa-cio distinto del original con respecto al que lleva a cabo unasubtilitas explicandi y/o applicatio, no puede lograr una iden-tidad y tampoco una reconstrucción que elimine la diferencia.

Una actitud opuesta a la de Schleiermacher es la que man-tiene Hegel. En la Fenomenología del espíritu manifiesta laimposibilidad de reconstruir el medio histórico y lingüísticooriginarial de la obra de arte. Únicamente es posible tener unareminiscencia de ese universo originario. Pero reminiscenciano significa en Hegel superar la distancia temporal, sino nece-sidad de que ésta medie en nuestra relación con la obra. Me-diación es la palabra clave, pues la relación con la obra de arteinmersa en la historia se da a través de una mediación (delpensamiento) con el presente. El pasado se reconstruye, pero

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mediando el presente. La hermenéutica del siglo XX con Hei-degger y Gadamer, sobre todo, sacará sus consecuencias deesta teoría hegeliana de la mediación o de la integración delpresente en el pasado. Dirá Gadamer refiriéndose a ella que«Hegel ha enunciado una verdad decisiva» (Gadamer, H-G.,1960, 207). Y, en efecto, como vamos a ver se trata de unaverdad decisiva en lo que se refiere al problema de la interpre-tación textual.

II.- Podríamos seguir de cerca la historia de la hermenéu-tica desde el Romanticismo hasta el siglo XX, para profundi-zar la unión entre la teoría hermenéutica y la teoría de la tra-ducción. Pero creemos que esa unidad se evidencia suficiente-mente con los datos aportados en el breve recorrido que he-mos realizado desde Leonardo Bruni hasta Hegel. Lo que sí escierto, y es algo que no puede ignorarse o dejarse de lado, esque la íntima imbricación entre hermenéutica y traducción secontempla en otro hecho fundamental: ¿Cuántas son las refe-rencias a la traducción y las reflexiones teóricas sobre ésta enlos grandes maestros de la lingüística del siglo XX? Comoafirma George Mounin, en F. de Saussure, E. Sapir, Jesper-sen, L. Bloomfield, etc...«es difícil hallar más de cuatro o cin-co menciones episódicas, en las que el hecho de la traduccióninterviene de manera marginal, en apoyo de un punto de vistano relacionado con él, casi nunca por sí mismo: y el total deesas indicaciones apenas si llenaría una página» (Mounin, G.,1963, 26).

Sólo a partir de 1958, con la obra de A. V. Fedorov,Jean-Paul Vinay y Jean Darbelnet38, puede hablarse de una

teoría de la traducción en sentido estricto. ¿Por qué? La res-puesta hay que buscarla de nuevo en la tendencia de la lin-güística del siglo XX hacia el cientifismo. Es bien sabido quetradicionalmente se ha distinguido entre una actividad cientí-fica y una actividad hermenéutica (entre la explicación y lacomprensión ). Si la lingüística quería en sus orígenes conver-tirse en una ciencia, tenía que dejar aparte toda dimensión quele resultara conflictiva en ese cometido, y tenía, por el con-trario, que centrarse en aquella escena de estudio que le permi-tiera desenvolverse científicamente. La dimensión del lenguajemás apta para ser estudiada mediante un análisis estructural erala fonológica. La menos apta era la dimensión semántica. Asípues, el significado se dejó de lado, se le declaró no apto paraser formalizado y estudiado científicamente. El significado eralo inconmensurable.39 Y se hizo así porque era el ámbito dellenguaje que conducía directamente a los problemas herme-néuticos (acientíficos, por tanto) de la comprensión, porqueimposibilitaba, o al menos dificultaba, la búsqueda de un te-rreno común, algo tan esencial para la epistemología. Sólomucho más tarde se intentaría, con no demasiado éxito, incor-porar la semántica a la empresa científico-estructuralista. Estoes algo bien conocido. Nuestra conclusión es que si la teoríade la traducción no se desarrolló en los medios de la lingüís-tica científica, fue porque está directamente relacionada con elproblema del significado, de la interpretación, de la hermenéu-tica, en fin. Por todo ello, la teoría de la traducción, intersec-tando con la hermenéutica, ha permanecido durante muchotiempo al margen del discurso científico. Mounin ha escritoque la traducción ha constiuido el escándalo de la lingüística

Vinay § Jean Darbelnet, Stylistique comparée dufrangais et de l'anglais. Methodede traduction, París-Montreal, 1958. 39

Léanse, a título de ejemplo, estas palabras de A. J. Greimas: «Hay quereconocer que la semántica ha sido siempre la pariente pobre de la lingüística», enSemántica estructural, Madrid, Credos, 1971, pág. 9. (Vers. orig., Semántiquestructural, Larousse, 1966).

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38 A. V. Fedorov, Introducción a la teoría de la traducción (Vvedenie v teorijuperevoda), Moscú, Instituto de Literaturas en Lenguas extranjeras, 1958. Jean Paul

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moderna. Podríamos contestar que no existe tal escándalo,pues una lingüística que se quería «teoría», «ciencia», en lamisma dirección de las ciencias de la naturaleza (en la del Mé-todo), no podía hacerse cargo de aquello que la cuestionaba.Otra cosa es el escándalo al que puede conducir ese cuestio-namiento de cierta lingüística por parte de las actividades rela-cionadas con las reflexiones acerca de lo que es comprenderen medio de la historicidad, escándalo que, desde nuestropunto de vista, sólo podría ser puesto de manifiesto por partede una visión del problema excesivamente reductora.

Otra consecuencia se puede extraer: si la lingüística cientí-fica dejó en sus orígenes aparte el significado, es fácil darsecuenta de que la Poética y la Crítica literaria lo tenían másdifícil aún, pues se enfrentaban (y se siguen enfrentando) aprácticas que revelan una mayor complejidad que los corpussemióticos de la lingüística. La teoría de la literatura tuvo queesperar el desarrollo de la semántica estructural o de la semán-tica de orientación psicoanalítica para poder desenvolverse enel plano semántico del texto.40 Y de todas formas es esa di-mensión semántica de la obra literaria (el problema del sen-tido) la que sigue resultando conflictiva para la teoría de la lite-ratura.

40Algo muy diferente son los incontestables avances que a principio de siglo

lograron tanto el formalismo ruso, como el estructuralismo checo, etc...avancesque supusieron un gran aliciente para la teoría de la literatura (también ahípodemos contar a la estilística de distintas orientaciones), pero que a la larga sehan revelado insuficientes para dar cuenta del fenómeno estético-literario engeneral. En fechas recientes escribía Emil Volek que es preciso afrontar «la crisisen que se encuentra la teoría literaria estructuralista y postestructuralista actual, ylas ciencias sociales en general. En especial, están puestos en tela de juicio losfundamentos filosóficos y metodológicos de la poética moderna, iniciadafecundamente por el Formalismo ruso bajo la bandera de la lingüística en lasegunda década de este siglo», en Metaestructuralismo, Madrid, Fundamentos,1985, pág. 11.

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La conflictivización de los problemas relacionados con elsignificado y con el concepto de verdad se debe en gran partea la hermenéutica del siglo XX, sobre todo a las figuras deHeidegger, Wittgenstein y Gadamer. Ya veíamos en el aparta-do correspondiente a la fundación de la paradoja cómo Gada-mer cuestionaba el concepto de verdad metódica sustituyén-dolo por un concepto de verdad estética y extrametódica, quefrente a aquélla no implica la separación Sujeto/Objeto, y queno puede ser entendida sino como un conocer del sujeto quees esencialmente un autoconocerse. Gadamer participa de laidea de que Sujeto y Objeto se hallan implicados e inmersos enla historia, y no puede aceptar los ideales lockianos (ilumi-nistas) de objetividad, claridad y abandono de la tradición y elprejuicio para acceder al significado original Todo lo contra-rio: suscribe la experiencia diltheyana según la cual se deberenunciar a un conocimiento histórico con pretensiones de ob-jetivización absoluta: «Es imposible que el concepto de la se-paración neta entre el objeto y el intérprete, y todavía más el dela estructura conclusa de las totalidades significantes, propor-cione una base a la verdadera y propia finalidad peculiar delhistoriador, la historia universal. No sólo, en efecto, la histo-ria no ha acabado todavía; sino que nosotros, que somos susintérpretes, estamos nosotros mismos dentro de ella, comomomentos condicionados y limitados de un desarrollo quecontinúa» (Gadamer, H-G., 1960, 240).

La hermenéutica de Gadamer cuestiona la vía tentada porSchleiermacher, pone en tela de juicio que el cometido de lainterpretación sea reconstruir el universo histórico y lingüís-tico originario del texto, critica la teoría luterana según la cualla Escritura es «sui ipsius interpres» y, en cambio, asume lavía hegeliana, para la que entre el mundo del presente del in-térprete-fruidor y el mundo pasado de la obra se impone unaintegración. El texto está inmerso en la historia, como el au-tor/intérprete-fruidor. Quien estudia la historia hace él mismo

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historia, no se halla en una situación ahistórica y atemporal.Quien estudia el lenguaje hace él mismo lenguaje, no puedeocupar una posición extralingüística. El presente y la tradiciónhistórico-lingüística se integran (participan) en el pasado uni-verso del texto y de la historia. Ya lo decíamos en el apartadocorrespondiente: la principal característica de lo que se ha ve-nido denominando «ciencias del espíritu» es su base paradó-jica: su método no se determina en el exterior del objeto, sinodentro del objeto mismo: el metalenguaje se desenvuelve enmedio de un juego de identidad-diferencia.

La tradición hermenéutica (y la de las Poéticas) extendióla imagen, ya presente en Platón, del organismo,41 para dar aentender, entre otras cosas, que el significado depende de latotalidad y no de las partes. Para Lutero, la interpretación deun texto debía basarse en un análisis de los aspectos particu-lares de éste en relación con el contexto y el significado unita-rio, global, del todo. El problema está en considerar el texto(el bíblico y el no bíblico) como algo unitario en sí mismo. Enrealidad, ese contexto globalizador no existe sino como algoen lo que estamos inmersos y de lo que no nos podemos des-prender, de tal modo que la razón no puede separarse de lascondiciones históricas de las que surge. La razón, el raciona-lismo, no puede consistir en una crítica previa de la tradición y

41En un interesantísimo estudio de A. García Berrio sobre la tópica horaciana

en la estética renacentista, encontramos las siguientes palabras: «Los veintitrésprimeros versos de la Epístola ad Pisones contienen la doctrina poética de lafábula y la disposición de su estructura. Horacio la expone en la forma de laconocida metáfora del monstruo con partes irreconciliables, para poner de relieve elproblema de la limitación o libertad del artista en sus procesos de creación. Bajoesta metáfora horaciana la doctrina de la unidad y coherencia estructural de la obrade arte se abrirá camino en los siglos sucesivos. No es demasiado revelador el que,como ha señalado la crítica horaciana más informada, se nos diga que la metáforadel monstruo era un dispositivo literario tradicional: platónica en origen y muygeneralizada después en Virgilio o Lucrecio», en Formación de la teoría literariamoderna, 2 vol., Madrid, Cupsa, 1977, pág. 45 , 1° vol.

el prejuicio, pues la razón es ella misma tradición y prejuicio.Es evidente que si toda interpretación participa inevitable-mente de la tradición y el prejuicio, no es posible hablar deuna reconstrucción del significado unívoco de un texto, por-que toda comprensión de éste ya es una precomprensión (Hei-degger). Una precomprensión y una comprensión que tienenlugar en el interior de la historia y del lenguaje. ¿Cómo poderreferirse, entonces, a un significado único?

IIL- Gadamer se hace eco de la propuesta heideggerianaacerca de la autonomía del lenguaje. Como escribe Heidegger:«Der Mensch spricht nur, indem er Sprache entspricht. DieSprache spricht. Ihr Sprechen spricht für uns im Gespro-chenen» (Heidegger, M., 1959). Autonomía respecto al autor,autonomía respecto a cualquier destinatario: el hablar del len-guaje habla para nosotros en lo hablado.

Ciertamente ni Heidegger, ni Gadamer, escribieron susprincipales obras a propósito de la crítica literaria, pero éstaquedó sin duda afectada por sus reflexiones en torno a la on-tología del ser y a la hermenéutica. Prueba de ello es que de-terminadas tendencias dentro de la teoría literaria tomaron susideas como presupuestos o como objetivos de su crítica.42

También es cierto que en ninguno de los dos se puede con-siderar la teoría de la traducción separadamente de la teoría dela interpretación, y esto para nosotros reviste una especial im-portancia, pues ya anunciábamos en apartados anteriores quelos problemas de la hermenéutica son los problemas de la tra-

42' Como mínimo hay que hacer referencia a Paul Ricoeur, Histoire et verité,

op. cit., Rivelazione e storia, Roma, 1971; Luigi Pareyson, Estética. Teoría dellaformativitá, Torino, Edizioni di «filosofía», 1954; y en otro sentido J. D. Hirschjúnior, Validity in interpretación, New Haven and London, Yale University Press,1967.

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ducción y viceversa, hasta el punto de que traducción e in-terpretación se identifican. Para demostrar esa identificación,Gadamer se aparta de la hermenéutica de Schleiermacher, se-gún la cual, recordémoslo, la interpretación se relacionaba conla subtilitas intelligendi, pero no con la subtilitas explicandi, nimucho menos con la subtilitas applicandi, razón por la cualteoría hermenéutica y teoría de la traducción no podían correrparalelas. El Romanticismo fusiona la subtilitas intelligendicon la explicandi, pero excluye la applicatio. Gadamer enseñacómo la subtilitas applicandi está implicada en todo acto decomprensión:43 la applicatio es, igual que la comprensión y laexplicación, una dimensión constitutiva de toda interpretación.La consecuencia es la siguiente: si toda interpretación está me-diatizada por la tradición, en el sentido de que en el acto inter-pretativo hay siempre (explícita o implícitamente) una precom-prensión, un prejuicio, si dicho acto no consiste en recons-truir un significado original, sino en fusionar el horizonte delintérprete con el horizonte de la obra, entonces no puede exis-tir un significado unívoco o restrictivo. Siempre habrá un én-fasis, un trabajo por el que se marcará la diferencia. Más aún:si el acto interpretativo incluye de forma necesaria la apli-cación, la traducción (que es claramente un modo de apli-cación) se acoge a la dinámica de la interpretación, es decir: latraducción no consiste en reproducir el significado de un textooriginal, no es un decir lo ya dicho en otra lengua o sistemasemiótico, sino que supone siempre un desplazamiento, unametaforización, producto de esa incorporación del presente deltraductor/intérprete (el prejuicio) al texto-traducción. Gadamerafirma que sería un error considerar la traducción como uncalco, pues se trata de una interpretación que arroja una luznueva sobre el texto original: «Si en la traducción queremosresaltar un aspecto del original que nos parece importante, eso

H-G. Gadamer, op. cit., págs. 358 y siguientes.

puede suceder sólo a condición de dejar en segundo plano oincluso eliminar otros aspectos también presentes. Pero estoes propiamente lo que llamamos interpretar. La traducción, co-mo toda interpretación, es una clarificación enfatizante» (Ga-damer, HG., 1960, 444). Todo traductor es un intérprete, sucometido «no se distingue cualitativamente, sino sólo por eldiverso grado de intensidad, de la finalidad hermenéutica ge-neral que todo texto nos propone» (Gadamer, HG., 1960,445).

Esta forma de entender la traducción (y, en definitiva, eltexto) está en la base de algunos trabajos teóricos en torno a loque es y significa traducir: nos referimos, por ejemplo, a lapoética de la traducción de H. Meschonnic, al ensayo de Je-naro Talens «La escritura llamada traducción» y a mis propiostrabajos,^concretamente a Propuesta de investigación en torno ala teoría de la traducción y a la ponencia-artículo «LiteraturaComparada y Traducción»44, etc...En estas investigacionesaquello que es objeto de una.Destruktion es la traducción en-tendida como un «reproducir en la lengua receptora el mensajede la lengua original por medio del equivalente más próximo ynatural, ante todo en lo que concierne al sentido y luego en loque añade al estilo» (Taber, R. Ch., y Nida, E. A., 1971,11). No hay nada que reproducir. La traducción-interpretación(la traducción-texto) en tanto en cuanto reproducción sólo pue-de pensarse si se deja aparte la historicidad del comprender, la

44La «Poética de la traducción» de Henri Meshonnic se encuentra expuesta en

su libro Pour la poétique, op. cit.; «La escritura llamada traducción» es laintroducción que Jenaro Talens hace a su traducción de Holderlin, en Las GrandesElegías, Madrid, Hiperión, 1980; Propuesta de investigación en torno a la teoría dela traducción fue mi Memoria de Licenciatura, op. cit., y «Literatura Comparada yTraducción» fue el título de la ponencia que presenté en el VI Simposio deLiteratura general y comparada, celebrado en Granada durante los días 13-15 deAbril de 1986, y que aparecerá próximamente como artículo en Eutopías, vol. 3, ne

1, 1987.

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historia en la que se hallan inmersos objeto de traducción-in-terpretación y sujeto de esa traducción-interpretación, si se ol-vida el efecto determinante de la tradición y el prejuicio, si nose toma en consideración el hecho de que toda obra de arteocupa una posición en el discurso global histórico, únicamentesi se entiende el significado en términos de referencia, sólo siel lenguaje es concebido instrumentalmente de modo que sepractique la heterogeneidad entre el significante y el signifi-cado. Este último hecho es importante, porque como mostréen los trabajos citados toda teoría de la traducción depende dela concepción del lenguaje de que se parta, de la forma comose piense el signo. Sólo una teoría de la traducción que entien-da el lenguaje como algo en donde el contenido es indisociablede la expresión, en donde significante y significado sean carashomogéneas y representen sólo un concepto y no dos, sólo siesa teoría concibe el lenguaje como aquello que al hablar no-sotros ya ha hablado antes, podrá descubrir en la traducción:

«no un volver a decir un contenido dicho antes me-diante una lengua distinta, sino una reenunciación, unatransformación del punto de partida, una redistribución deelementos a partir del trabajo operado sobre las estructurassignificantes, lingüísticas y literarias, es decir, una relaciónde trabajo que convierte las formas en formas-sentidos, unarelación de texto a texto y no de texto a traducción»(Asensi, M., 1986).

Sería imposible no suscribir estas palabras de Gadamer:«El concepto de interpretación (Interpretaron) no se aplicasólo a la interpretación y a la explicación científicas, sino tam-bién a la reproducción artística, por ejemplo a la ejecuciónmusical y escénica» (Gadamer, H-G., 1960, 458). Nóteseque lo que se está poniendo de relieve en todo estos casos esla pertenencia de prácticas llamadas crítica literaria, literatura,traducción o metalenguaje a la metafórica del lenguaje, lo quesignifica que ninguna de ellas consiste en acceder a un sig-

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nificado original. Todas hablan de un objeto con el que com-parten o no un horizonte, un estado de cosas dibujado por elobjeto. Volveremos sobre el concepto de horizonte textual. Loque debemos tener presente es que en la mayoría de estos tra-bajos, lo que se cuestiona, cuando menos, es la idea de que untexto posee un significado único y/o unívoco que debe ser re-producido a través de los discursos metatextuales, literarios,etc...

En el ámbito más específico de la teoría literaria tambiénhallamos propuestas de disolución de la unidad de significado.Aproximadamente cuando Heidegger escribe Sein und Zeit(1922), T. S. Eliot compone su ensayo Tradition and the In-dividual Talent (1919).45 En él, aunque de forma menos rigu-rosa que en Heidegger y Gadamer, resalta el papel de la «tra-dición» en el sentido de que el escritor fusiona presente y pa-sado: «poseer sentido histórico significa ser consciente no só-lo de que el pasado es pasado, sino de que también es presen-te» (Eliot, T. S., 1919, 4). Para Eliot la tradición es algo queel escritor, inmerso en la historia igual que la obra, ni puedeevitar ni puede heredar simplemente, y así quien desea pose-sionarse de ella debe conquistarla con gran fatiga. Tambiénpone especial énfasis en el hecho de que la experiencia artísticano puede ser comparada con cualquier otro tipo de expe-riencia: «El efecto de una obra de arte sobre la persona que lagoza es una experiencia de género diverso de cualquier expe-riencia no artística» (Eliot, T. S., 1919, 6). La experienciaartística es una experiencia de mutación, pues si la obra ocupauna posición en la tradición, cuando ésta cambie, tambiéncambiará la obra y, con ella, su significado, el cual es inde-pendiente tanto del autor como del fruidor-intérprete: «Losmonumentos existentes componen un orden ideal que se mo-difica cuando es introducida una nueva (verdaderamente nue-

Selected Essays, New York, 1932.

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va) obra de arte. El orden existente es en sí concluso antes deque llegue la nueva obra; pero después de que la nueva obraaparece, si el orden debe continuar subsistiendo, todo debe sermodificado» (Eliot, T. S., 1919, 9). En conclusión, como yaha sido señalado las ideas de Eliot (junto con las de Pound)acerca de la tradición y la obra literaria, pueden considerarseprecursoras en el siglo XX de la teoría de la indeterminacióndel significado y de la autonomía de la obra de arte.

IV.- Ahora bien, esta concepción según la cual no hay undarse puro del significado de un texto al intérprete com-promete la construcción de una ciencia de la literatura basadaen el método hipotético-deductivo característico de las cienciasfísicas. Al menos, así parece haberse entendido: Una cienciadel texto literario debe pasar por la resolución de los proble-mas de la polivalencia semántica y del acceso al significado dedeterminado mensaje. Uno de los teóricos más importantes dela semántica estructural, A. J. Greimas, enunciará un principiocontrario a las ideas que se desprenden de las propuestas delos distintos autores a los que hemos hecho referencia: «Eltexto constituye un microuniverso semántico cerrado sobre símismo» (Greimas, A. J., 1966, 142). Si el texto es algo ce-rrado, se podrá poner en práctica, por parte del discurso meta-lingüístico, lo que Fran?ois Rastier46 ha denominado sistemá-tica de las isotopías, sistemática que garantizará la no deses-tructuración o destrucción del texto. Una vez asegurado el ca-rácter cerrado del texto y su estructuración semántica, esposible hablar de una lectura pluriisotópica de los textos, te-niendo siempre presente que ésta «no tiene nada que ver con la

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«infinitud de lecturas posibles», según la moda que tiende anegar la posibilidad de un análisis científico de la obra lite-raria» (Greimas, A. J., 1976, 26). El planteamiento grei-masiano, ampliamente extendido, pertenece al ámbito de lo se-miótico y no al de lo semántico47, y fortalece lo que en otraparte denominé oposición entre signo conexo y signo desco-nexo.48 ¿Hay que admitir, pongamos por caso, que el texto deuna traducción está semánticamente cerrado? Que pueda serconsiderado-estudiado como cerrado en sí mismo, no quieredecir que lo sea en sí y por sí mismo. El texto-traducción, co-mo cualquier otro texto, funciona únicamente por las huellasque en él deja(n) el(os) texto(s) de origen y el(os) texto(s) quesobre él proyecta cualquier lector. La lectura (y, por tanto, elsentido) no puede ser definida(o) sino como un poner en re-lación distintos textos. Decir que un texto sólo puede ser rela-cionado con determinados textos y no con otros (postulado dela clausura) es olvidar que la práctica significante se consiguegracias a que todo texto puede ser leído desde cualquier otrotexto, sin restricciones, y que ese ser leído desde cualquier(que no gratuito, pues no hay gratuidad en este espacio) otrotexto es una necesidad nacida de la posición histórica del tex-to, del sujeto y del carácter de «para luego» de la huella, queabre el cosmos del texto al caos, que se inclina hacia Hesíodoy no hacia Kant. La lectura no puede existir sino a partir de es-ta condición: la de la infinitud de relaciones textuales. Sóloque esta concepción necesita desarrollarse dentro del ámbitode lo semántico (la frase), y más aún de lo hermenéutico queconsidera el discurso como tensión (Ricoeur), y no dentro delámbito semiótico. De todos modos hay que precisar lo si-

47Seguimos utilizando estos conceptos en el sentido que les confiere E.

Benveniste, en op. cit.48

Vid. el apartado «De la estética de la originalidad a la estética de latraducción», en mi tesis doctoral Para una teoría de la lectura..., op. cit.

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' Según el título de su artículo «Sistemática de las isotopías», en AA. VV.,Ensayos de semiótica poética, Barcelona, Planeta, págs. 107-140.

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guíente: que no consideremos el texto como algo autosufi-ciente semánticamente, no significa que no retengamos la po-sibilidad de entenderlo como tal desde determinada perspec-tiva. Más aún, la ciencia paradójica del lenguaje necesita inte-grar la paradoja de la apertura/clausura en su dinámica. Enapartados posteriores analizaremos el sentido de esa integra-ción.

Que un texto funcione a partir de (gracias a las) huellas , apartir de la infinitud de relaciones textuales, es una afirmaciónque presupone, primero, la práctica de la homogeneidad entrela forma y el sentido, y segundo que esa homogeneidad for-ma-sentido está envuelta en el juego del «para luego», unaconcepción del lenguaje que sitúa en el núcleo esencial de éstela metafórica y no la especularidad en las relaciones entre ellenguaje y el meta-lenguaje. Al contrario que las teorías quepropugnan la unicidad o clausura semántica. Un texto semán-ticamente clausurado es un texto cuyo significado es definible,mensurable y reproducible. Dicho en otros términos: un textosemánticamente clausurado implica la práctica de la heteroge-neidad significante/significado, en virtud de la cual el signifi-cado es un elemento susceptible de ser reproducido. No esotro el sentido de estas palabras de Fran$ois Rastier:

«Dar una definición es establecer una equivalencia se-mántica entre dos sintagmas; el más largo se llama general-mente definición, y el otro, cuando se trata de un lexema,denominación. Esta equivalencia se establece mediante unhaz isotópico que repite en el definidor todos los semas nu-cleares presentes en el definido (la denominación)» (Rastier,R, 1976, 111).

Lo que queda ahí implícito son las exigencias metódicas ycientíficas de separación sujeto/objeto, objetividad, elimi-nación del presente del intérprete, claridad, especularidad,etc...Tales exigencias se hallan en la base de las teorías que

entienden el significado como algo unívoco y reproducible.Dentro del período que va más o menos desde los años

sesenta hasta nuestros días, hay que tomar en cuenta los pro-yectos de Eric D. Kirsch y de D. Maldavsky que, aun siendodistintos en sus presupuestos, mantienen la idea del signifi-cado único y/o restrictivo en los textos literarios. El primero,construido sobre bases hermenéuticas, puede ser encuadradodentro de la línea lockeana de la hermenéutica del autor: es, enrealidad, una rehabilitación de la teoría lockeana que igualasignificado verdadero (léase: único, literal) e intención del au-tor. Sólo que Kirsch entiende intención en un sentido husser-liano que complementa el de Locke. El segundo nace ligado alproyecto de constitución de una teoría de la literatura basadaen el modelo hipotético-deductivo, y ha tenido eco en los tra-bajos de J. Talens y J. M. Company en torno a la noción deespacio textual y texto. Es lógico, pues, dada la finalidad desu proyecto que uno de sus antecedentes más importantes,asumido en su trabajo, sea el modelo greimasiano de semán-tica estructural.

Para Kirsch existe una relación directa entre el significadoindeterminado de un texto y el olvido de la figura del autor:49

«En efecto, una vez que el autor fue despiadadamente privadode la prerrogativa de determinar el significado de su texto, sehizo evidente poco a poco que no existía ningún principio ade-cuado para juzgar la validez de una interpretación».™ (Kirsch,J. D., 1967, 13). Si se quiere hallar ese punto de referenciacon arreglo al cual garantizar la validez de una interpretación,es necesario volver al autor como principio normativo y regu-lador del significado de un texto. Sin él no es posible que ha-

Hirsch, J. D., op. cit.J" La afirmación de Hirsch coincide, pues, plenamente no sólo con la con-

cepción lockeana, sino también con la idea platónica acerca de lo que suponeinterpretar un texto. Piénsese en el Protágoras, op. cit.

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ya una lectura válida y entonces «sobre qué base pretenderáque su lectura [se refiere a la del profesor de literatura] es másvalida que la de cualquier estudiante» (pág. 14).51 Se imponeuna primera distinción: lo que cambia no es el significado deun texto, sino su significancia. Kirsch distingue entre signifi-cado, lo que un texto representa y lo que el autor ha queridosignificar, y significancia, o relación entre el significado y unsujeto receptor o una situación, etc...Cuando se habla de cam-bios de significado, lo que se quiere decir en realidad es quehay cambios de signifcancia. El capítulo segundo del libro seabre con la cita de aquel pasaje de Lewis Carroll en el que Ali-cia le dice a Humpty Dumpty que no se puede hacer que laspalabras signifiquen lo que uno quiera, a lo que éste contestaque el problema es quien manda. Hirsch aprovecha el plan-teamiento de Alicia: las palabras no pueden significar cosasdistintas, porque alguien las dice (el autor) con una intencióndeterminada. «Alicia -escribe Hirsch- tiene razón cuando diceque Humpty Dumpty no puede hacer de forma que las pala-bras signifiquen todo lo que a él le parezca»(pág. 38).52 Desdenuestro punto de vista, si Alicia tiene razón es única yexclusivamente por la respuesta de Dumpty. Para Hirsch lapalabra clave en ese no poder hacer que las palabras signi-fiquen lo que uno quiere es, como para Locke, intención, ladel autor. El significado que no muta se identifica con la inten-ción del autor (Recuérdese que también para Locke «signifi-cado verdadero»=«intención del autor»). De ahí que sea ne-cesario definir ese significado -significado verbal escribeHirsch- como lo que alguien ha querido comunicar a través deuna cierta secuencia de signos lingüísticos, que pueden ser co-

municados, es decir, compartidos (pág. 42), Lo que alguienha querido comunicar es su intención y, por tanto, consiste enreferirse a algo distinto de lo utilizado (signos lingüísticos) parallevar a cabo la referencia. Hirsch incorpora a la dimensióndel texto literario la distinción fregeana entre Bedeutung ySinn. El significado, lo que no cambia, es el Bedeutung', lasignificancia, lo mutable, es el Sinn. Lo que subyace a suteoría es la diferencia que Husserl establece entre horizonte in-terno y horizonte externo de un significado. El concepto deintención está tomado también de Husserl (intención en tantorelación entre un acto de conciencia y su objeto).

La conclusión a la que llega Hirsch es similar a la de Loc-ke: ese significado verbal (Bedeutung ) que no cambia está re-gido por el principio de no-contradicción. Las relaciones queexisten entre las interpretaciones son relaciones de implicacióndel tipo «A implica B», por eso «el intérprete debe distinguiraquello que un texto implica de aquello que no implica» (pág.229).53 El significado único o intención del autor puede sersusceptible de varias interpretaciones, siempre y cuando éstasse ajusten a unas normas, las del significado total, que sobretodo provocan una relación lógica entre las interpretaciones.El significado de un texto es concebido en términos lógicos:es válido algo que implica otro algo, de donde la identidadentre lo implicado y lo que implica. Es imposible pensar, portanto, que un texto posea dos significados contrarios, pues laimplicación contradice la oposición. El propio Hirsch se dacuenta de que su idea de lo que es el significado verbal y susimplicaciones es excesivamente logicista, por eso, aún hablan-do de lógica, matizará que «en la interpretación del lenguaje,la derivación de las implicaciones tiene una dimensión de laque no se ocupan los modelos de inferencia lógica» (pág.

Los corchetes son nuestros. De nuevo Platón y la pedagogía en la base dela preocupación manifestada por Hirsch.

52Podría preguntarse: ¿Acaso las palabras de Alicia no son portadoras de una

ignorancia vuelta del revés, sin agnición por parte de ella, gracias a Dumpty? Vid.

106

Francesca Guerra, Filosofía e inlerpretazione, Bologna, II Mulino, 1969.Las interpretaciones reproducirían, según Hirsch, el mecanismo de la impli-

cación filoniana p - q

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106).54 El significado total al que se subordinan, en relaciónde implicación, las posibles interpretaciones está determinadopor otra lógica: la del género.

El género impone la determinación de un significado.Kirsch está entendiendo género en el sentido wittgensteinianode «reglas del lenguaje». En la medida en que el significadoverbal es la intención del autor componible, dicha comparti-bilidad hace que se trate de un elemento social, y por tanto su-jeto a unas reglas. El género es, en ese sentido, la regla porexcelencia y, por tanto, determina el significado total al quesubordinar cualquier interpretación.55 Nos parece interesanteesta forma de entender el significado por referencia a unaregla, sólo que no creemos que la regla sea aquello que nazcadel/y en el texto únicamente. Volveremos sobre ello. Sentadostales presupuestos Hirsch desarrolla unos principios de con-validación de las interpretaciones (Capítulo IV).

Desde nuestro punto de vista, la solución que Hirschofrece al problema de una «lógica no relativista de la inter-pretación» pone más dificultades de las que elimina. En prin-cipio cabe referirse a un ensayo de W. Benjamin, bastante an-terior a Validity in interpretation, sobre Las afinidades elec-tivas de Goethe, en el que teoriza la superación del autor deforma muy penetrante: allí Benjamin propone superar lo bio-gráfico, lo psicológico, lo autoral, a partir de una distinciónfundamental entre contenido real, el concebido por el autor ypor los contemporáneos, y contenido de verdad, que es con-

secuencia del valor histórico o de la tradición de la propiaobra, que es la que le confiere un significado a ésta. Benjaminpropugna privilegiar la obra misma.56

En segundo lugar, hay que hacer dos puntualizaciones:Resulta claro que si por un lado Hirsch salva al autor, por otroexcluye al intérprete de aquel posible criterio que garantizaráque una interpretación sea correcta y otra no lo sea. El pro-blema está en que al excluir al lector lo que hace en realidad esincluir un tipo de lector ideal (ahistórico) destinatario de laintención del autor o significado verbal. Ese lector ideal o mo-délico realiza un tipo de acceso puro al texto, libre de cual-quier prejuicio, o al menos un tipo de acceso al texto en el quese deja aparte el prejuicio. La cuestión es, a la luz del descu-brimiento heideggeriano de la precomprensión, si puede ha-ber una interpretación, una crítica literaria, libres de prejui-cios. Y en otro sentido, si se puede hablar de receptor modé-lico. De hecho, los problemas surgidos al dejar de considerarel lector como un lugar51 en el que se transforma el texto, yconsiderarlo en términos cuasiabstractos, hace surgir nume-rosos impedimentos. Por otra parte, al definir el significadocomo la intención del autor, dado que intención se entiende entérminos husserlianos y dado que con ello se incorpora el Be-deutung fregeano, se introduce el grave problema de la re-ferencia de un texto literario: ¿Qué significa que un texto lite-rario tiene referente?, ¿debemos obviar el discurso contrarre-

54Es decir, se ve obligado a pasar de una lógica formal a una lógica informal

del «más o menos», ¿mas cómo detener en el juego de la masmenosidad laimplicación, cómo acotarla en esa lógica de la verosimilitud? El «más o menos»es el hueco por el que se desplaza constantemente la interpretación. Vid. ChaímPerelman, «Logique formelle et logique informelle», en AA. VV De laMetaphysique a la Rhetorique, Bruselas, Editions de l'Université de Bruxelles,1986, págs. 15-21.

Ibid. Cap. III «El concepto de género».

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Seguimos la traducción de R. Solmi, en Walter Benjamin, Ángelus Novus,Torino, Einaudi, 1981, págs. 163-243. El privilegio del objeto estético en símismo es algo a lo que apunta también Benjamin en su ensayo «El autor comoproductor». Allí afirma que el tratamiento dialéctico tiene que instalar la obraliteraria «en los contextos sociales vivos» y preguntar sobre su función «dentro delas condiciones literarias de producción de un tiempo»., en Tentativas sobre Brecht,Madrid, Taurus, 1975, pág. 119.

Vid. Jenaro Talens, «Práctica artística y producción significante», en AA.VV, Elementos para una semiótica del texto artístico, Madrid, Cátedra, 1978.

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ferencial del que ha hablado, entre otros, Northop Frye?,58 ¿ose trata de una referencia metafórica tal y como la teoriza PaulRicoeur a partir de la teoría de la denotación generalizada deNelson Goodman?59 No parece así, puesto que intención es larelación entre un acto de conciencia y su objeto, siendo estosdos elementos exteriores el uno al otro. ¿Cuál es el objeto delQuijote de Cervantes?, ¿cuál el de The Waste Land de T. S.Eliot?, ¿cómo identificar un objeto independiente de la mismaobra?, y si no es independiente ¿cómo dejar de hablar de unareescritura a través de la cual accedemos a un mundo que exis-te a posteriori y no a priori de la escritura?, ¿por qué supo-nerle una intención al autor?, ¿tenía alguna intención Lorcacuando escribió el Romance Sonámbulo ?, ¿o Góngora al es-cribir el Polifemo ?, ¿qué intención tiene la poesía de los KoanZen?

Como puede verse, la definición que Kirsch da de signi-ficado verbal (intención del autor) tiene un conjunto de presu-posiciones que dista mucho de estar claro, y que lejos de so-lucionar los problemas del significado único, crea más difi-cultades. Una crítica del signo en Husserl (del que parteKirsch) se encuentra en el libro de Jacques Derrida La Voz yel Fenómeno. A él nos remitimos.60 En último término habríaque referirse a la concepción instrumental del lenguaje y a lapráctica de la heterogeneidad entre expresión y contenido quese desprenden de la definición de significado verbal. El len-guaje sirve para comunicar algo (lo que alguien ha queridocomunicar), su instrumento es el signo lingüístico (la secuen-

cia de signos lingüísticos): es decir, lo comunicado por ese al-guien es anterior y posterior al signo lingüístico, indepen-diente además. Pero ¿de qué habla un texto?, el texto es su ha-bla y, en todo caso, su referencia habría que buscarla en otrostextos, sin que ello signifique buscar un más allá del signo odel texto (la cosa). ¿Es posible que algo preexista al lenguaje?Contestemos sí o no, la cuestión es que no parece fácil de re-solver. No creemos que el camino trazado por Kirsch sea elmás conveniente para establecer un criterio que garantice lavalidez de la interpretación.

V.- En Maldavsky la resolución del problema del sig-nificado del texto nace ligada, como anunciábamos, al proyectode constitución de una teoría literaria científica. De hecho, eltítulo del libro es Teoría Literaria General.61 El mismo afirmaque «trata de sistematizar diferentes hipótesis científicas a finde contribuir a la construcción de una teoría literaria general»(pág. 9). El objetivo de dicha teoría, su escena de estudio, esel signo literario. Sus presupuestos, los de la estructura delsistema hipotético-deductivo. Se trata, pues, del análisis de laobra literaria vía Método con la lógica incorporación de loscriterios de verdad, objetividad, distinción SujetolObje-to,etc...El primer problema que le surge en esa dirección alteórico es determinar la naturaleza del signo literario, pues esesa naturaleza la que puede poner trabas a una teoría literariacientífica. ¿Por qué? Hay la tradicional convicción en la críticade que el signo literario es polivalente:62 La polivalencia se-

Vid. Northop Frye, Anatomy of criticism, Princenton University Press,Nelson Goodman, Languages ofArt, Indianapolis, Bobbs-Merrill ,

1968 (traduce, española, Los lenguajes del arte, Barcelona, Seix Barral,1974 ).Jacques Derrida, La voix et le phénoméne, París, P. U. F., 1967 (traduce,

española en Valencia, Pretextos, 1985).

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David Maldavsky, Teoría Literaria general, Buenos Aires, Paidós, 1974.Vid. también La crisis de la narrativa en Roberto Arlt. Algunos aportes de lasciencias humanas a la comprensión de la literatura, Buenos Aires, Paidós, 1968.

Vid. Philip Wheelwright, The burning fountain. A study in the language ofSymbolism, Bloomintong, Indiana University Press, 1954, págs. 61 y siguientes.Wheelwright habla concretamente de plurisigniflcación. También Galvano Della

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1957.59

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mántica es lo que determinaría, frente a otro tipo de signos, lanaturaleza del signo literario. Si esa convicción fuera correcta,no sería posible constituir una teoría literaria científica. Mal-davsky ve perfectamente que en el origen de todo proyectocientífico para la literatura está el problema de la comprensión,y que de su solución depende la posibilidad de una teoría ge-neral. Por eso:

«si ocurriera que el signo literario -escribe Maldavs-ky- fuera semánticamente polivalente, resultaría imposibleerigir un conjunto de hipótesis únicas respecto de un textodado. En efecto, otro conjunto de enunciados (o varios deellos) sería tan acertado como el anterior ya que tomaría encuenta un nuevo grupo del infinito manantial de significa-dos contenido en una obra (...) Si todas las hipótesis refe-ridas a un texto son igualmente válidas porque enfatizanuno u otro de sus múltiples sentidos,este tema de refutaciónde las hipótesis es imposible en el campo de la teoría y lacrítica literarias. En tal caso, tendremos que renunciar a latentativa de constituir una teoría científica de la literatura.»(pág. 19)

Maldavsky, sin embargo, no cree que pueda hablarse depolivalencia semántica en el sentido de que el signo literarioesté abierto a todas las interpretaciones. «Quizá pueda detec-tarse en esta hipótesis un cierto malentendido. Una cosa espolivalencia semántica, y otra muy distinta la noción de sobre-determinación, que considero más ajustada a la realidad de untexto literario» (pág. 19). El concepto de sobredeterminación,tomado de Althusser,63 implica una jerarquía y supone, porello mismo, un correctivo para el de polivalencia semántica.Según este último concepto habría una infinidad de signifi-

Volpe, Critica del gusto, Milán, Feltrinelli, 1960, el cual se expresa en términosdepolisenso para referirse a las numerosas dimensiones semánticas que anidan enel texto literario.

I. Althusser, Pour Marx, París, Máspero, 1965.

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cados todos situados en el mismo nivel, mientras que según elprimero el conjunto de significados es heterogéneo dado queentre ellos hay jerarquizados Entendido el signo literario co-mo estructura, es necesario pensarlo en términos de domina-ción-subordinación: no es que no sean admisibles distintaslecturas de un corpus concreto (una sociológica, otra antropo-lógica, etc...), sino que en el caso de los textos artísticos es lalectura estética la dominante, la que impone y delimita cómodeben hacerse todas las demás. El texto artístico está organi-zado a dominante estética. Dada una perspectiva dominante«la obra literaria no es polivalente sino que, por el contrario,presenta una unidad de sentido realmente notable» (pág. 19).Pero podría ocurrir, como reconoce él mismo, que desde unasola perspectiva dominante, en este caso, la estética, una obraposeyera distintos significados. Dicho en otros términos: na-die puede demostrar que la dominante estética consista en unsignificado estético restrictivo. La solución que ofrece a estenuevo problema no es muy satisfactoria, como tendremosocasión de ver a continuación:

«En efecto, una cosa es detectar múltiples sentidos enun texto y otra es afirmar, por consiguiente, que todos ellosposeen idéntica importancia. Parece más razonable consi-derar que existe una jerarquía semántica, según la cual deter-minados sentidos resultan de un mayor nivel organizativoque otros. De esta manera,el sentido más amplio es uno so-lo, que reúne y da coherencia, en un alto nivel de abstrac-ción, a otros sentidos que se articulan en distinta forma en-tre sí y con aquél» (pág. 21).

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i.;..«

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Es posible hablar, por tanto, de una restricción semánticaen la obra literaria que validará unas interpretaciones y refutaráotras.Estas tesis de Maldavsky tuvieron un amplio eco en untrabajo de J. Talens-J. M. Company en torno a la noción detexto.64 Para ellos la obra literaria es un espacio, que denomi-nan Espacio textual (lo dado, un lugar al que otorgamos sen-tido), en el que hay un significado objetivo que impone los lí-mites por donde debe discurrir toda interpretación o ejecu-ción. La lectura consiste en un trabajo operado sobre el signi-ficado, «trabajo que tiene como objetivo hacerle no ya sólosignificar (...) sino poseer sentido» (Talens/Company, 1980,44) y por el que todo espacio textual se convierte en texto.Obsérvese que:

(a) el significado (objetivo) anida en el espacio textual,implica una restricción semántica;

(b) el espacio textual se convierte en texto a partir de lalectura/transformación del significado, a partir de la producción de sentido llevada a cabo a través de un gesto semánticodel intérprete/lector hecho dentro de los límites marcados porel significado. La finalidad de la restricción semántica es evitar«la multiplicación/manipulación arbitraria y gratuita de sentidos, estableciendo límites de pertinencia».65

Vamos a examinar detenidamente estas tesis. La teoría deMaldavsky acerca de la jerarquización existente dentro de ladominante estética de una obra literaria (que es, al fin y alcabo, donde se sitúa el verdadero problema) arranca, como élmismo reconocerá más adelante, de la propuesta greimasianasegún la cual «existe un tipo de coherencia que da sentido alos distintos elementos contenidos en un corpus dado. En ca-da caso pueden existir diferentes niveles de coherencia, pero

es el más abarcativo el que da sentido a la totalidad» (pág.54), es decir, en cada texto existen una o varias isotopías queson las encargadas de dar coherencia a los significados posi-bles que allí estén contenidos. Esta idea recoge la tradicionalconcepción de que las partes de un texto no pueden compren-derse sino por relación al todo y, a su vez, el todo sólo puedeencontrarse a través de las partes. Es ese todo el que da, pues,coherencia a las partes dada su capacidad englobadora encuanto todo. Y se trata de una idea que, sin alcanzar los nive-les de formalización greimasianos, ha sido utilizada tambiéndentro de la crítica literaria de corte más tradicional. Por ejem-plo, en la Teoría de la expresión poética de C. Bousoño, lee-mos que si ante este poema de J. R. Jiménez:

«Aquí está. Venid todos.¡Cavad! ¡Cavad!.

Mis manos echan sangre yya no pueden más. ¡Aquíestá!

Entre la tierra húmedaqué olor a eternidad¡Aquí está!

Oid mi aullido largocontra el sol inmortal.

Aquí está. Venid todos.¡Cavad, cavad, cavad!»66

Decíamos que, según Bousoño, si un crítico al leer estepoema interpreta que éste expresa «el anhelo y la inminencia

64J. Talens, J/J. M. Company, «The textual space. On the notion of text>:

enMMLA, 17,2, 1984. 65Ibid.pág.42. 66Carlos Bousoño, Teoría de la expresión poética, op. cit., pág. 54.

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imperativo (una exclamación apostrófica), que abre el poemay lo cierra, apoya la idea de que el poema únicamente expresala emoción por el proceso, por el trabajo hecho sobre algo. Laeuforia que impregna la voz poética surge del hecho del en-cuentro más la idea de proceso, lo que estaría en consonanciacon la idea juanramoniana de lo que es el trabajo poético (in-terpretación parcial): un inacabable proceso de corrección.

Tal forma de entender el poema de J. R. Jiménez excluyeel que vaya a advenir para el alma una plenitud. La excluye,pero no la elimina. Si le diéramos al poema nuestra interpre-tación, nuestro sentido (y ¿qué criterio objetivo hay para re-chazarlo?), tendríamos que admitir que la interpretación deBousoño es posible en virtud de su lectura/énfasis/transfor-mación del hecho expresado en el poema de una euforia y unaemotividad, con lo que «plenitud a punto de advenir para elalma» sería únicamente un derivado, una parte de un todo ma-yor que él: la interpretación aquí dada. El problema es que larelación existente entre ambas interpretaciones no es de impli-cación (no obedece al principio de no-contradicción). Simple-mente son interpretaciones distintas entre sí, porque se llevana cabo al tomar como punto de referencia para la lectura dis-tintos (meta)textos.67 Dicho en otros términos: la escritura deC. Bousoño es distinta de la nuestra. Su traducción, su meta-forización, utiliza un espacio diferente del nuestro para reali-zarse. Y decimos que es un problema porque 1) las jerarquíasde significados son varias, 2) la variedad depende de los (me-ta)textos específicos que se utilicen, de ese lugar llamado in-térprete en el que se entrecruzan el sistema lingüístico, el siste-

67.Tal idea obedece a nuestra proposición ahí implícita y desarrollada a lo

largo de este capítulo de que la intertextualidad no es del texto sino del metatexto,es decir, el texto es el espacio en el que tiene lugar la intertextualidad, pero es elmetatexto el que la opera.

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de una plenitud religiosa, mientras otro habla de plenitud amo-rosa y otro de plenitud estética » (Bousoño, C., 1976, 54),no es que haya tres interpretaciones distintas de ese mismopoema. Lo que verdaderamente sucede es que hay una únicainterpretación que incluye, engloba y da coherencia a las tres:

«Insinúa el autor en tales versos que está a punto deadvenir para el alma una gran plenitud y nada más. No dice«plenitud religiosa», ni «amorosa», ni «estética». Se expre-sa en términos generales que engloban todas esas particu-larizaciones, y es así como únicamente, si hablamos con ri-gor, debemos entender lo que se nos dice» (pág. 55).

Resulta evidente que lo que permite incluir dentro de unmismo campo semántico interpretativo a) plenitud religiosa, b)plenitud amorosa, c) plenitud estética es la presencia del ras-go semántico plenitud. El crítico lo que ha hecho es buscar elcomún denominador de las tres interpretaciones y asociarlasbajo esa especie de archisemema. «Plenitud a punto de adve-nir para el alma» es, según todo ello, el significado lógico másimportante. Como diría Maldavsky, es el significado situadoen el nivel más alto, el de mayor poder de explicación y de je-rarquización.

Pero ¿qué sucedería si interpretáramos el poema de J. R.Jiménez diciendo que lo que en él se expresa es el encuentrode algo buscado por el narrador poemático, algo cuya esenciaconsiste en ser buscado? En esta interpretación no se insinúaque vaya a advenir para el alma plenitud alguna, lo que se des-cribe es el encuentro de algo puesto en proceso: el sujeto de laenunciación lo halla («Aquí está»), y llama la atención sobreello mediante una apostrofe: pide a una segunda persona delplural que acuda («Venid todos»). El segundo verso introdu-ce, a través de un imperativo, ese proceso de trabajo y bús-queda al que nos hemos referido («jCavad! ¡Cavad!»). Dicho116

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ma ideológico y el del inconsciente,68 3) es difícil mantenerque una interpretación sea más correcta (o adecuada) que laotra, en la medida en que en ambos casos se establecen cohe-rencias semánticas (conexiones) en la atribución de un signi-ficado lógico.

El equívoco de la teoría de Maldavsky, como la de Bou-soño o la de Talens/Company, reside en el siguiente hecho: entodas ellas se supone: a) que en el origen hay un significado(lógico, objetivo, o como queramos llamarlo) total, restrictivoe indicador del camino que deben tomar las interpretaciones,b) que la lectura/interpretación convierte ese significado en unsentido que discurre dentro de los cauces de aquél. Primerohay un significado, luego un sentido. Ahora bien, si la expe-riencia del intérprete es una experiencia de sentido (el intér-prete es un lugar y desde él no hay acceso al significado sinoa través del sentido), si es una experiencia de sentido la dellector ¿cómo establecer que en el origen hay un significadoque al encontrarse con el intérprete se transforma en sentido?En realidad hay que decir que en el origen hay un sentido y,más tarde, suponemos un significado previo a toda nuestraexperiencia de sentido. Pero entonces sucede que el signifi-cado es el resultado de la interpretación y no su origen. LLe-gamos al significado, averiguamos el significado, no partimosde él: ¿Cómo puede, a la luz de lo expuesto, ser el significadoobjetivo al mismo tiempo resultado y criterio de garantía yvalidez de la interpretación? ¿No es ese significado objetivoalgo obtenido en la interpretación misma? ¿cómo puede, portanto, en cuanto criterio que garantiza la validez, guiar y pre-ceder la interpretación?

En segundo lugar, el suponer un significado previo a miexperiencia de sentido, además de bascular sobre la teoría delsignificado propio, implica una situación ideal en la que al-

Por utilizar las expresiones de H. Meschonnic, op. cit., pág. 19.

guien, el intérprete/fruidor, puede acceder de forma pura alsignificado: ¿Cómo mantener esta idea si partimos del hecho,esbozado páginas atrás, de que toda interpretación está deter-minada por una precomprensión?, ¿cómo pensar en un signi-ficado objetivo original si estamos de acuerdo en que obra lite-raria e intérprete son dos entes históricos y lingüísticos, me-diatizados por esa historia y ese lenguaje, pertenecientes am-bos al mismo ambiente? Por otra parte, al afirmar que el signi-ficado precede y delimita el sentido, presuponemos que elsignificado habita en el texto y que es el metatexto el que loconvierte en sentido. Tal presuposición contradice la teoría deque el texto utiliza (y es utilizado por) la potencia del nombre,frente al metatexto dominado por la rigidez del signo. Pero¿por qué pensar en un significado original y objetivo cuandoel texto es huella, cuando no sólo es presencia sino también yal mismo tiempo ausencia, y únicamente el metatexto es signo(pura presencia) con un significado unívoco? Más bien, con-viene establecer que el metatexto convierte el texto, que eshuella, en signo a través del trabajo ejercido sobre la presenciade aquélla, con lo que se pasa del sentido al significado objeti-vo. He aquí una de las claves que explica el carácter de «paraluego» de la huella. El «para luego» es lo engendrado en esaida y vuelta entre el texto y el metatexto, entre el metatexto y eltexto. Más aún: hablar de significado puede inducir a error,pues ¿a qué nos referimos?, ¿lo identificamos con IzBedeu-tung fregeana tal y como hace Kirsch?, ¿o queremos decirque es el significado intralingüístico que cualquier mensajeposee en un nivel semiótico? Si optamos por el significado entanto referencia introducimos más problemas de los que solu-cionamos, tal y como hemos podido ver en el análisis de lapropuesta de Kirsch. Si optamos por el significado intralin-güístico, estamos convirtiendo el texto exclusivamente en unaunidad semiótica y no en una unidad semántica o discursiva, y¿cómo convenir sin problemas que una unidad semióticadetermina aquello que acaece en un contexto? En la inter-

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,

pretación ya no nos hallamos ante una dimensión semiótica,sino discursiva. El texto, como la metáfora, no es un procesoque tenga lugar en el diccionario (espacio de lo propñum),sino en la actuación (espacio de la textualizacióri). El signi-ficado, como estableciera Wittgenstein, no tiene lugar en unateoría dualista de los signos. Escribe W. Haas:

«Lo que significa una expresión no se puede encontrarcomo una entidad separada al lado de su expresión. Si in-sistimos en considerarla así, la expresión no tendrá nada queexpresar y la referencia nada a que referirse. Los signifi-cados, según se nos ha enseñado, no son entidades u obje-tos que correspondan a las expresiones: son los usos de lasexpresiones; son las tareas que las expresiones desempe-ñan» (Haas, W., 1968, 138).

El significado es una cuestión de discurso, y lo semióticoy lo discursivo se complementan en una relación de antes-des-pués, después-antes, siempre teniendo en cuenta que el lugardonde se gesta el significado de una interpretación es el aquí yel ahora del discurso-intérprete. Una práctica de la homoge-neidad entre el significante y el significado implica que el sig-nificado objetivo y lógico tiene un carácter de construcción aposteriori del sentido.69 Volveremos sobre ello.

69Esta práctica de la homogeneidad entre expresión y contenido, este concepto

unitario forma-sentido, es el resultado de considerar la escritura como un trabajoque afecta a todos los niveles que en ella intervienen. La traducción no sería unproblema de trabajo de las formas, sino de las formas-sentidos, una técnica por laque todo movimiento escritura! (traducción, interpretación, literatura, ejecucióndramática, musical, etc...) transforma, textualiza un conjunto de huellas. Apropósito del concepto de técnica, escribe W. Benjamín: «Con el concepto de latécnica he nombrado ese concepto que hace que los productos literarios resultenaccesibles a un análisis social inmediato, por tanto materialista. A la par que dichoconcepto de técnica depara el punto de arranque dialéctico desde el que superar laestéril contraposición de forma y contenido», en «el autor como productor», op.cit., pág. 119.

Hay más objeciones al respecto, pero entre ellas resaltare-mos una: Toda experiencia estética es una experiencia negati-va, en el siguiente sentido: al leer cinco veces un fragmentodel East Coker de T. S. Eliot, buscamos tener una experien-cia distinta de las anteriores. Si cada vez que lo leyéramos re-pitiéramos la misma experiencia, al final nuestra lectura perde-ría emoción y nuestro conocimiento sería siempre el mismo.En cada lectura, sin embargo, tentamos una emoción y un co-nocimiento diferentes. En caso contrario, una sola lectura/in-terpretación agotaría el valor cognitivo y emotivo del texto ci-tado. Sabemos que no es así, puesto que podemos profundi-zar cada vez más en una misma obra, podemos descubrir yenfatizar aspectos, niveles y estratos que antes no habíamospercibido. Ello se debe a que lo esencial en el juego de huellases su traductibilidad, su posibilidad de transformación cons-tante. De no ser así, la vuelta a la poesía de Eliot, de Lorca ode Auden, etc..., sería inútil pues la identidad de nuestraexperiencia la tornaría redundante: ¿es una redundancia (encuanto experiencia lectora/intérprete) leer por décima vez laRegenta de Leopoldo Alas? No creemos que sea así. Cadalectura o interpretación es una forma de modificar la obra ymodificarnos a nosotros mismos. Ya afirma Gadamer que laexperiencia estética es una experiencia que modifica a quien latiene. Por tanto, resulta casi inevitable pensar que la experien-cia estética es una experiencia negativa. Si, en efecto, es así¿cómo instaurar un significado objetivo-restrictivo en el ori-gen de la experiencia lectora/intérprete? En el caso de que elsignificado objetivo delimitara y restringiera la producción desentido desaparecería la capacidad cognitiva y de experiencianegativa de la interpretación, porque todo ello estaría de al-guna forma previsto por el significado. La interpretación des-cribiría especularmente un estado de cosas a partir de su pro-ducción de sentido dentro de unos límites, pero nunca tendríauna continuada capacidad heurística.

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VL- ¿Debemos concluir, pues, diciendo que no existe larestricción semántica?, ¿debemos establecer que es la plurisig-nificación -tal y como fue definida por Philip Wheelwright, ytal y como fue rebatida por Maldavsky- la principal caracterís-tica del texto en cuanto a su interpretación?, ¿nos hallamos anteuna lógica relativa o ante una lógica absoluta de la interpre-tación?

Para responder a estas preguntas es necesario dislocar laperspectiva desde la cual parecemos obligados a tomar una uotra actitud. En principio porque hay que tener presente que lapregunta por el significado unívoco y/o restrictivo nace ligadaal proyecto de una teoría científica y, en ese sentido, el signi-ficado objetivo traduce la posibilidad de realizar enunciadosfalsables. En segundo lugar, porque en definitiva la preguntapor la interpretación es ya una interpretación. El significadoobjetivo en cuanto interpretación es una necesidad sin la cualuna teoría literaria científica (según el modelo metódico) sevuelve imposible. No cabe duda de que si el enunciado-hipó-tesis «en este poema se nos dice que está a punto de advenirpara el alma una plenitud» no reflejara objetivamente el con-tenido semántico del poema de J. R. Jiménez visto páginasatrás, no sería un enunciado científico. Pero ¿por qué debe eldiscurso metatextual producir enunciados susceptibles de serfalsados? Una contestación importante a esta pregunta seríadecir que ese tipo de discurso metatextual es necesario en lamedida en que Reconstruye el discurso literario, en la medidaen que muestra que un poema o una novela no están cons-truidos de una forma determinada porque reflejen la experienciadel autor, sino en virtud de unas reglas consolidadas por latradición, en virtud de una intertextualidad. Esta respuesta haríajusticia a la pregunta que la precede si la puesta en evidenciadel carácter de regla de todo discurso literario fuera úni-camente posible a partir de la praxis de los enunciados falsa-bles, es decir, si sólo fuera posible a partir de la denotacióncomo referencia absoluta. Sin embargo, como muy bien ha

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mostrado Nelson Goodman, se puede hablar de una denota-ción generalizada en la que tendrían cabida tanto la denotacióncomo la ejemplificación: ambos casos son aptos para darcuenta de cualquier objeto (o escena de estudio), sólo que ladirección es distinta en cada uno de ellos. En la denotación unsímbolo representa una cosa desde el momento en que el sím-bolo no es igual a la cosa: la dirección es la que va desde elsímbolo a la cosa; mientras que en la ejemplificación se vadesde la cosa al símbolo. En ella la cosa es mostrada, incor-porada al hecho de la mostración. La peculiar característica delespacio del texto (un compuesto de MT-T) hace que el meta-texto metaforice el texto al dar cuenta de él sin que pueda ha-blarse de especularidad. En cualquier caso, dicho proceso noimposibilita la deconstrucción del discurso literario.

Es más: ¿cuál es la función de todo discurso (metatextualo textual) al enfrentarse con otro sino hacerlo significar ?, yhacer significar un texto no tiene por qué hacerse única y ex-clusivamente desde un discurso metatextual formalizado. En-contramos aquí de nuevo la propuesta de Gadamer esbozadaen apartados anteriores: la interpretación no se limita a los len-guajes formalizados, traducir es interpretar, hacer crítica es in-terpretar.70 Todo pertenece al núcleo esencial del lenguaje: lametafórica.71

El primer paso de una crítica paradójica en proceso de(des)fundamentación es, por tanto, poner límites a la nece-sidad de un discurso metatextual para dar cuenta de una obrade arte cualquiera, y reconocer que no se trata de negar la se-miótica, sino de que una vez aplicados (en el caso de que así

Vid. las págs. 441 y siguientes de Verdad y Método, op. cit.No nos parece en absoluto gratuito que al enfrentarse al problema de la in-

terpretación (de los sueños), Freud entienda ésta 1) Como un hecho de«traducción»: 2) Como un hecho en el que las posibilidades de interpretación (deasociación) no tienen límites, en La interpretación de los sueños, Madrid,Alianza Editorial, 1982 (13 edic.), vol. E, págs. 120-126.

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se haga) sus usos y métodos, es necesario operar una Des-truktion (una crítica-acción en el sentido nietzscheano) de es-tos con el fin y el medio de descontextualizar objeto artístico einterpretantes. A la crítica paradójica no le interesa la semió-tica, o la estilística, etc..., sino lo que empieza cuando éstashan acabado o no se han puesto en marcha. Escribe Barthes:«La lengua simbólica, a la que pertenecen las obras literarias,es por su estructura una lengua plural, cuyo código está cons-tituido de tal modo que cualquier palabra (cualquier obra), porél engendrada, posee significados múltiples.» (Barthes, R.,1966, 53). El texto es una huella o un compuesto de huellas,y ello quiere decir no solamente que funciona a partir de otrashuellas, sino también a partir de los textos que toda lecturaproyecta sobre un texto.

Es esta misma idea la que aparece desarrollada en elProtágoras de Platón, concretamente en el pasaje en el queSócrates y el mismo Protágoras discuten acerca del sentido deun poema de Simónides. Sócrates demuestra cómo con habi-lidad es posible hacer decir a un texto lo que uno quiera. Enefecto, lo que pone en práctica el Sócrates platónico es unadistinta proyección de metatextos (textos de lectura) con lafinalidad de cambiar el significado del poema. Lógicamente talposición interpretativa es condenada por Platón, si bien, y co-mo sucede en muchas otras ocasiones referidas a otros proble-mas, su censura puede ser leída como síntoma. Ya lo anunciá-bamos: un texto puede ser leído desde la infinitud textual: cadalector/intérprete puede aportar siempre una nueva combinacióntextual desde la que efectuar su lectura/interpretación. Quere-mos significar con ello que todo texto admite cualquier texto,sea de la índole que sea, para ser leído. ¿Cómo afecta todo estoal problema de la restricción semántica?

Responder a la pregunta de si un texto está restringido se-mánticamente o no, debe tener en cuenta el hecho, anunciadoen el primer capítulo, de que la base de la ciencia de los len-guajes es paradójica: constatar, por un lado, la imposibilidad

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de moverse en el exterior del texto; y reconocer, por otro, queen el interior del texto se produce una heterogeneidad (unadiferencia) por la que los signos adquieren capacidad para in-terpretarse (traducirse, metaforizarse) a sí mismos.72

Si tenemos únicamente en cuenta una parte de ese com-puesto heterogéneo (el texto-objeto como huella), debemosadmitir que no hay restricción semántica. Pero si tenemos encuenta la totalidad de ese compuesto heterogéneo (el texto-ob-jeto como huella, el (meta)-texto como signo), entonces po-demos hablar de restricción semántica. ¿Qué quiere esto decir?Quiere decir que la restricción semántica surge de la dialécticade la relación Metatexto-Texto, en el momento en el que el MTtrabaja la parte presente de la huella y se toma como texto dereferencia para la lectura un sólo y único metatexto. De aquí sedesprende que el problema de la teoría de la restricción semán-tica y del significado objetivo estriba en que no aclara sufi-cientemente la naturaleza de dichos elementos. Creemos quetal y como ha sido formulada provoca muchos equívocos. Nopodemos atribuir la restricción semántica al texto, sino a la re-lación MT-T. Vamos a analizar detenidamente esta propuesta.Tomemos como ejemplo el cuento de Borges «Pierre Menard,autor del Quijote», obra narrativa maestra, de eficaz penetra-ción en los problemas hermenéuticos.73 ¿Cuál era el objetivo

72Partiendo de que la contraposición entre objeto leído y sujeto que lee es

algo ficticio, escribe Giorgio Prodi: «L'ambiente (el espacio común al lector y alo leído) si definisce come un insieme segnico, connaturato e constestuale rispettoalie machine interpretative. Non si potrebbe avere riscontro né, a livelli superiori,conoscenza, se non fosse imperante questo muoversi sullo stesso piano, questaconnaturazione e contestualitá senza alcuna «Prfeerenza qualitaüva». Le preferenzasonó solo determínate dalla complessitá. Aumentando la complessitá aumentaTarea ambiéntale significativa, la sezione di mondo con cui il lettore interagisce.Per un determínalo lettore complesso awneníano le cose-segni e disminuiscono lecose-indiferenti » (El subrayado es nuestro), en Le Basi Materiali DellaSignificazione , Valentino Bompiani, 1977, pág. 37.

Dice George Steiner, en After Babel, «es probablemente el más agudo y

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de Menard? «No quería componer otro Quijote -lo cual es fá-cil- sino el Quijote (...)• Su admirable ambición era producirunas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea porlínea- con las de Miguel de Cervantes» (pág. 428). Lanarración plantea el problema de la identidad, o como dice elmismo narrador, «el tema de la total identificación con un au-tor determinado». Fierre Menard se propuso, en definitiva, re-producir unas páginas del Quijote, no para volverlo a escribir,sino para escribirlo. Sitúa su intención en el polo más utópico,por decirlo con palabras de Ortega,74 al que tiende todo tra-ductor: una traducción, reza uno de los consejos más tradicio-nales, debe dar la impresión de ser el original. Fierre Menardno quería sólo que diera la imprensión, quería qut fuese. Yque lo fuese no en la época de Cervantes, sino en la de losaños 30-40 del siglo XX. Como su empresa era absolu-tamente utópica, el método de la reconstrucción del pasado lepareció demasiado fácil: «¡Más bien por imposible! dirá el lec-tor. De acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible»(pág. 429). El método que adoptó consistía no en identificarsecon Cervantes y su contexto para que las condiciones ayu-daran en la producción deseada, sino en seguir siendo él mis-mo, Fierre Menard, y llegar de igual modo hasta el Quijote.Menard rechaza el planteamiento hermenéutico de Schleier-macher, el hacer a la inversa el camino de la producción de laobra de arte, el de colocarse en el nivel del autor, por «fácil»dice. Prefiere adoptar el punto de vista del intérprete que esconsciente de que en la lectura/interpretación no puede dejarde ser él mismo, de incorporar su subjetividad y presente. Poreso, la tarea de Menard era, como afirma el narrador, «de an-temano imposible». Pero ese era su propósito.

Llama la atención que entre las piezas enumeradas por elnarrador se hallen «Una monografía sobre «ciertas conexioneso afinidades» del pensamiento de Descartes, de Leibniz y deJohn Wilkins (Nimes, 1903) (...), una monografía sobre laCharacteristica Universalis de Leibniz (Nimes, 1904) (...),los borradores de una monografía sobre la lógica simbólica deGeorge Boole» (pág. 426), ante todo porque dichas piezas re-velan cuáles son las coordenadas en las que se mueve el pen-samiento de Menard: el Método cartesiano, la búsqueda de unsistema universal común a todas las lenguas, una interlinguaabsoluta, el universalismo de la lógica simbólica y de las ma-temáticas, etc...Es decir, la posibilidad de la traducción comoequivalencia absoluta entre dos espacios,75 la ciencia y la filo-sofía como un espejo de la naturaleza, la interpretación a tra-vés de unos signos o ideogramas capaces de reproducir aque-llo que interpretan.

¿Cuál fue el resultado de la utópica empresa de Menard?Logró escribir un texto verbalmente idéntico al de Cervantes.Dos son los pasajes a los que se refiere el narrador, el capítuloXXXVIII de la primera parte, es decir, el discurso de D. Qui-jote sobre las armas y las letras, y un fragmento del novenocapítulo de la primera parte acerca de la verdad Eran textosverbalmente idénticos y, sin embargo, dice el narrador refi-riéndose al primer pasaje:

«Es sabido que D. Quijote (...) falla el pleito contralas letras y en favor de las armas. Cervantes era un viejomilitar: su fallo se explica. ¡Pero que el don Quijote de Pie-rre Menard -hombre contemporáneo de La trahison descleros y de Bertrand Russell - reincida en esas nebulosasfanta-sías!» (pág. 431)

denso comentario que se haya dedicado al tema de la traducción», op. cit., pág. 91.«Fierre Menard, autor del Quijote», en Prosa Completa, op. cit.

Vid. J. Ortega y Gasset, Misión del bibliotecario, Madrid, Revista de Occi-dente, 1967.

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75Piénsese que en realidad Menard estaba traduciendo: «Dedicó sus escrúpulos

y sus vigilias a repetir en un idioma ajeno un libro preexistente» (pág. 432).

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A continuación, refiriéndose al segundo pasaje, comenta:

«Es una revelación cotejar el don Quijote de Menardcon el de Cervantes. Este, por ejemplo, escribió (D. Quijo-te, primera parte, noveno capítulo):

..Xa verdad, cuya madre es la historia, émula deltiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado,ejemplo y aviso de lopresente, advertencia de lo porvenir.

Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el «in-genio lego» Cervantes, esa enumeración es un mero elogioretórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:

...La verdad, cuya madre es la historia, émula deltiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado,ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa.Menard, contemporáneo de William James, no define lahistoria como una indagación de la realidad sino como suorigen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; eslo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales -ejem-plo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir- sondescaradamente pragmáticas. También es vivido el contrastede los estilos. El estilo arcaizante de Menard -extranjero alfin- adolece de alguna afectación. No así el del precursor,que maneja con desenfado el español corriente de su época.»(págs. 431-432).

A pesar de tratarse de textos verbalmente idénticos (se-mióticamente idénticos) «el segundo -apunta el narrador- escasi infinitamente más rico» (pág. 431). Entre el texto de Cer-vantes y el de Menard media un en cambio del narrador: Cer-vantes escribe X; en cambio, Menard escribe X. En cambioporque X no es igual a X. ¿En qué consiste esa desigualdad?El narrador nos lo ha explicado: la logosfera que rodea el tex-

to de Cervantes no es la que rodea el de Menard: los textosdesde los que se lee uno no son los textos desde los que se leeel otro. Son textos escritos sobre huellas diferentes: las hue-llas de una época, las huellas (proyectadas por) del intérprete.El narrador ha proyectado sobre la pieza de Menard los textos-huella de Russell y William James, y esa proyección deter-mina la diferencia semántica. La diferencia de huellas incor-poradas y proyectadas sobre el texto de Menard hace que elQuijote de éste y el de Cervantes sean semánticamentediferentes. Menard se había propuesto un objetivo sobrehu-mano: escribir en el siglo XX un texto que semánticamentefuera el Quijote. Sus presupuestos: Descartes, Leibniz, Wil-kins. Y como objetivo sobrehumano fracasa. Es imposible es-capar a la infinitud textual desde la que se lee un texto. Es im-posible escapar de la historicidad del comprender. Es la po-sibilidad infinita de combinar textos, por parte de la tradicióny el intérprete que se halla inmerso en ella, la que determina elsentido y el significado de un texto. Un análisis de la isotopíaorganizadora del significado de las piezas de Cervantes y deMenard establecería una identidad entre ambas y proporcio-naría las bases para afirmar que «el texto constituye un micro-universo semántico cerrado sobre sí mismo», así como paraapoyar la tesis del significado unívoco y/o restrictivo. El pro-blema consiste en que el texto no es sólo una cuestión semió-tica, sino también (y esencialmente) semántica. Más aún: dis-cursiva, hermenéutica. Los resultados de un análisis en térmi-nos de semas y clasemas se verían absolutamente determina-dos por las huellas con las que mantuvieran relaciones. Tantoel sentido léxico como el categorial, lógico o pragmático, deun mensaje cualquiera están modificados por el sistema derelaciones textuales que toda lectura/interpretación establece.Por eso creemos que resulta actual la definición de sentidodada por L. Bloomfield: el sentido de una forma lingüística es«la situación en que el hablante la pronuncia y la reacción quesuscita en el oyente» (Bloomfield, 1933, 147). La situación es

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el sentido, dice Bloomfield, como Wittgenstein afirmará queel significado de una palabra es su uso . Situación y uso nosremiten a la construcción del intérprete (autor o lector o eje-cutor) de un entramado de relaciones textuales que determinan(son) el sentido. Esa es la razón por la que afirmamos queatendiendo al texto como tal no es posible hablar de restricciónsemántica. Cuando Bousoño lee el poema de 1 R. Jiménez deuna forma concreta es porque proyecta sobre él un texto con elque metaforizarlo: actualiza un sistema tradicional y cultural.Cuando nosotros lo interpretamos de forma distinta es porquenuestra presente selección de textos es distinta. Y en cuanto aeste punto, el proceso es interminable. Menard emprendió untrabajo imposible porque los enunciados, las frases, los dis-cursos, sólo tienen sentido en el contexto de un juego lingüís-tico e histórico.

Aquel significado independiente del significante, hetero-géneo con respecto a éste, se diluye en la dinámica del pro-ceso de huellas, y entonces ¿qué significado literal, unívoco orestrictivo interpretar, escribir o traducir? Ello no significa quela interpretación, la traducción o la escritura, no tengan nadaque ver con el texto interpretado, traducido o escrito. Tal afir-mación resultaría absurda. ¿Acaso no tienen nada que ver eltexto de Cervantes y el de Menard?, si bien no significan lomismo, entre ellos ha habido lo que Gadamer denomina fu-sión de horizontes.16 Tanto Gadamer como Habermas77 sonconscientes de que en una interpretación, traducción-escritura,el horizonte del presente del intérprete es un encuentro (fu-sión) con el horizonte del pasado del (otro) texto. Es la diná-mica de la familiaridad/extrañamiento que tendremos ocasión

en op. cit., pág. 485.Vid. el estudio de Raúl Cabás /. Habermas: dominio técnico y comunidad

lingüística, Barcelona, Ariel, 1980. Sobre todo el apartado II del capítulo Vtitulado «El modelo hermenéutico», pág. 246.

de ver en el capítulo siguiente. Por el momento queremos de-jar constancia de que el texto no constituye un microuniversosemántico cerrado sobre sí mismo, dado que el significadodepende del entramado de relaciones textuales (huellas) puestoenjuego en el contexto de una lectura.

Ahora bien, hemos afirmado más arriba que es posiblehablar de restricción semántica siempre y cuando tengamosen cuenta que ésta surge de la relación dialéctica entre el Meta-texto y el Texto, de la proyección del MT sobre el T. Es decir,la restricción semántica posee un carácter de construcción : nohay un texto restringido en sí mismo, lo que hay es un textoque se hace restringido. No hay un texto semánticamente ce-rrado sobre sí mismo, lo que hay es un texto semánticamenteabreviado, o por decirlo con palabras de I. A. Richards: lasignificación se da por abreviación del contexto. Esa abrevia-ción a la que nos referimos es el acto que el metatexto ejercesobre el texto con la finalidad de obtener una restricción se-mántica. No es que el MT refleje la clausura semántica de untexto, es que crea esa clausura en el texto, es que su forma demetaforizar el texto es la clausura.

Esto se explica muy bien si tenemos en cuenta que el tex-to artístico aprovecha la potencia del nombre, mientras que elmetatexto de tendencia científica utiliza la rigidez del signo. Larestricción semántica surge en el momento en que la huella,regida por la potencia del nombre, es reducida por parte delmetatexto a signo. No puede haber restricción semántica sin laviolencia ejer-cida por el metatexto en (y sobre) el texto.

¿Cuáles son los pasos del MT para hacer entrar al textodentro de su esfera? Retornemos a la narración de Borges:¿Cómo restringir semánticamente la obra de Cervantes con lafinalidad de reproducirla especularmente?, ¿cómo llevar a ca-bo una interpretación en la que el trabajo en tanto opacidadsígnica se elimine?: a) En principio proceder semióticamente,es decir, abreviar los contextos de ambos textos; b) Abreviarlos contextos sólo puede obtener como resultado algo cons-

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truido a posteriori del texto y no en un a priori. Para convertirel significado en algo restrictivo es necesario tomar como puntode referencia para la lectura/interpretación un solo texto, obien, un conjunto limitado de textos. Por ejemplo, los meta-textos propuestos por Brémond de cara al análisis narrativo, olos metatextos greimasianos de cara al análisis estructural delsignificado de un mensaje. De ese modo, aplicando un sólo(meta)texto o un conjunto limitado de (meta)textos, el texto deCervantes y el de Menard son equivalentes. Incluso sería po-sible demostrar esa equivalencia en términos matemáticos;78 c)Los puntos a y b son posibles en virtud de la prestación que eltexto hace de su presencia. De hecho, todo enunciado meta-textual deberá verificarse sobre la presencia (y únicamente so-bre la presencia) del texto.

Los pasos generales que estamos indicando deben llevara cabo, previamente, una interpretación de la interpretación enla medida en que todo lector/intérprete, aunque se enfrente conel texto a través de un metatexto científico, tiene presente,consciente o inconscientemente, el entramado de textos queforma las coordenadas de su lectura. En ese sentido se imponeuna actitud iluminista de depuración de los prejuicios. Quetraducido a la esfera de la relación MT-T significa que en elanálisis en sí el intérprete no puede liberar el texto interpretadoa la infinitud de las relaciones textuales que su lectura pone enjuego, hecho éste que sólo sucede en un primer momento,anterior a la elección de un único (meta)texto o conjunto limi-tado de (meta)textos para la lectura. El proceso de depuraciónde los prejuicios no obtiene, sin embargo, como resultado unacceso al texto libre de prejuicios, pues él mismo, en tanto en

78 Utilizando el concepto de estructura en el sentido bourbakiano, tal y comolo entiende Michel Serres, enLaTraduction, París, Minuit, 1968 y 1977. Y no essólo que se lea un texto X desde un único metatexto Y, es que el ideal de esemetatexto Y sería que todos los textos fueran legibles desde él mismo. El meta-texto Y se caracteriza por su repetición, por su redundancia.

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cuanto forma un código, actúa como prejuicio. De ahí que,como tendremos ocasión de comprobar en el capítulo siguien-te, leer/interpretar un texto no pueda entenderse sino como uninterpretar una(s) interpretación(es) de un objeto estético cual-quiera. Lo que sucede es que dentro del marco de actuacióndel código de los metatextos científicos (por ejemplo, estruc-turalistas), la única actividad relacionada con la interpretaciónde la interpretación es la de eliminar la infinitud de relacionestextuales escenificadas en el enfrentamiento con la obra de arteliteraria. Pero tal disposición forma parte del código de apli-cación de los metatextos científicos. La cuestión es, por elmomento, que la posibilidad de la restricción semántica y, conella, la del metatexto científico, pasa por reconocer que el sig-nificado objetivo y/o restrictivo no es lo dado del espacio deltexto (no hay nunca algo, un texto por ejemplo, simplementedado ahí como unfactum brutwn ), sino lo hecho y delimita-do por el metatexto. No es que la restricción semántica no estéen el espacio del texto, es que está en tanto en cuanto construi-da, o lo que es lo mismo, en tanto en cuanto se trabaja la pre-sencia del texto.

Nótese, además, que a la hora de cerrar el texto sobre símismo es necesario introducir el referencialismo: decir que eltexto habla de X y no de Y implica un saber acerca de aquellosobre lo que habla. Que ese referente no se identifique con elBedeutung fregeano o con la intención husserliana es casiuna necesidad para evitar muchos problemas. Tal vez por esomismo, Paul Ricoeur, viendo la necesidad de ese referencia-lismo y los problemas que ello conlleva desde la óptica deNorthop Frye, T. Todorov, J. Cohén, etc..., plantea una re-ferencia que se sitúe más allá de lo denotativo-connotativo: yaque el sentido de un texto no es denotativo sino metafórico se-rá necesario hablar no de una referencia denotativa, sino deuna referencia metafórica. Pues que de un texto artístico nosinteresa cómo dice algo y no lo que dice -ya que en últimotérmino es ese cómo lo que se nos comunica- (pensamiento

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característico del código de lectura semiótico-estructural) nosignifica que el cómo obvie el qué : en la comprensión deltexto y en su posterior explicación saber qué dice es tan ine-vitable como el hecho mismo de la lectura. De ahí la nece-sidad, vista por Ricoeur, del referencialismo. No una refe-rencia en el sentido de los lenguajes descriptivos, sino una re-ferencia metafórica liberada a partir de la desaparición o la rui-na de la referencia denotativa.79 En la relación MT-T es im-prescindible contar con los conceptos de constelación o mode-lización del texto para referirse a un estado de cosas estético,que debe constituir el horizonte referencial metafórico comúna texto y a metatexto. De lo contrario ¿en qué apoyar las hipó-tesis de significado explícitas o las hipótesis de significadopresupuestas en toda hipótesis sobre el modo de significar?,abreviar el contexto es crear una significación propia, una sig-nificación que crea un juego de relaciones entre los distintosestratos textuales y que dibuja una constelación sobre la querechazar unas hipótesis y validar otras. El texto modeliza deun modo concreto, y nosotros tenemos la posibilidad de me-taforizarlo desde un único texto haciendo alusión a la referen-cialidad implicada en su modelización: dos espacios que pre-tenden hablar de lo mismo.

Tal vez hallemos en ello la clave de que cuando el textono clarifique aquello de lo que habla, la restancia textual, lapotencia del nombre, se manifieste en la actividad interpreta-tiva, pudiendo llegar a ser las lecturas, aun partiendo desde unúnico (meta)texto, contradictorias. ¿Qué sucede con TheWaste Land de Eliot, o con algunas obras de Pound o Joyce?La poética abierta es la respuesta del metatexto científico a larestancia textual de sentido surgida por la no delimitación deuna constelación, de un horizonte al que referirse. La poética

abierta habla de una apertura limitada. Exigencia del metatex-to. Los límites impuestos son la condición de posibilidad, yalo hemos visto, de la teoría literaria.

Como vemos la relación MT-T está hecha de ajustes, esdecir, de convenciones. Este es el último aspecto que quere-mos resaltar, consecuencia lógica de lo hasta aquí afirmado.Si la restricción semántica no es lo dado sino lo hecho, si lasignificación propia no es lo propio del significado del textoartístico, sino lo propio del metatexto científico, aquello a loque es reducida la obra de arte por éste, entonces lo que esta-mos queriendo decir es que la interpretación científica de lostextos artísticos es algo consensuado. Desde luego que con-sensuado y convencional no significa arbitrario y gratuito,consensuado hace alusión a que ese modo de interpretaciónque parte de la construcción de una restricción semántica es unuso, una forma lingüística en sentido wittgensteiniano. Comotal uso, sus verdades son el resultado de un consenso inter-subjetivo . Esta intersubjetividad va de la mano del plantea-miento epistemológico por oposición al hermenéutico, pues laepistemología es la búsqueda de un terreno común, mientrasque la hermenéutica es la búsqueda de un terreno no común.Ese terreno común es lo propio de la actividad del metatextocientífico en su dar cuenta del texto. Esa es la razón por la quemuchas veces la interpretación adquiere un carácter institu-cional. Se comprende que Humpty Dumpty contestara a Aliceque el problema no es si podemos hacer que las palabras sig-nifiquen lo que nosotros queramos, sino quién manda. Elmandar es el resultado del acuerdo de la comunidad científica.Al respecto escribía Habermas que en la cuestión de la verdadcorresponde un lugar primordial a la dimensión de ordenpragmático.80 La preocupación de Hirsch acerca de sobre qué

Paul Ricoeur, La metáfora viva, op. cit., vid. el Estudio VII «Metáfora yreferencia», págs. 293-332.

80,Raúl Gabás, op. cit., pág. 259. Vid. también J. Habermas, Lógica delle

scienze sociali, Bologna, II Mulino, 1970.

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base el profesor podrá decir que su interpretación es más vá-lida que la de cualquier alumno, obtiene aquí una respuesta: elprofesor y su espacio detentan un código, un uso. El alumnohabrá hecho una interpretación correcta en el momento en elque adquiera un pertinente dominio de ese código. Saber in-terpretar es saber usar una interpretación-prejuicio, según lasreglas de un código. Con ello no queremos connotar peyorati-vamente el hecho de la tradición, del código y de la conven-ción. Nuestra aceptación de las tesis básicas gadamerianas alrespecto demuestra lo contrario: la tradición es lo inevitable,es también lo que posibilita determinadas actividades. Sucede,sin embargo, que ahí la interpretación puede devenir algo ne-gativo en tanto clausurante del objeto estético. Pero de eso nosocuparemos en el capítulo siguiente. La pregunta con la quequeremos abrirlo es la siguiente: ¿por qué leer el cuento decaperucita roja únicamente desde el paradigma estructural, yno leerlo también desde las claves proporcionadas por Suzukio Stockhausen?, ¿por qué leer desde una metaforización meto-nímica, predicativa, y no desde una metaforización metafó-rica? Como dice Borges al final de «Fierre Menard, autor delQuijote»: «Atribuir a L. F. Céline o a J. Joyce la Imitación deCristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisosespirituales?».

CAPÍTULO III LA CRÍTICA

PARADÓJICA

3.1.— El Postulado de la clausura

Una de las principales características del metatexto deorientación científica es la de ser repetitivo. Su ideal, como parala ciencia y la teoría modernas, es la redundancia, puesto quesi cada experiencia en relación con la escena de estudio tienevalor si y sólo si se confirma, su ser o no ser depende de siposee o no capacidad para repetirse. Ello explica por quéexperiencia estética (en tanto experiencia negativa) no se iden-tifica con experiencia científico-metódica: ésta trata de ejercerla lectura/interpretación desde un lenguaje (el metatexto) quedebe mantenerse siempre igual a sí mismo, mientras que aqué-lla necesita y exige un constante proceso de renovación lecto-ra.

El metatexto científico es una de las formas que puedeadoptar la interpretación y la preinterpretación. No la única,pero sí aquella que ahora nos interesa más en la medida en queel problema que a continuación se nos plantea es la del efectode la relación entre el lenguaje simbólico, caracterizado por larigidez del signo y por su esencial repetitivad, y el lenguaje dehuellas, gobernado por la potencia del nombre y por su esen-cial mutabilidad. ¿Cuál es la forma de esa relación? Ya hemosvisto en el capítulo anterior que para dominar su objeto de es-tudio, el metatexto necesita reducir el texto a los límites de supresencia, o lo que es lo mismo, actuar por abreviación del

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contexto general. Esta idea podría ser formulada de este otromodo: el metatexto científico en su hacer-relacionarse con eltexto estético reduce la huella o el complejo de huellas a laperspectiva del signo: la huella pasa de ser huella (lo presente-ausente) a ser signo (lo únicamente presente). El resultado queengendra dicho movimiento hace que A. L Greimas puedaafirmar que el texto constituye un microuniverso semántico ce-rrado sobre sí mismo. Si bien no porque el texto sea algo ce-rrado, sino porque, como hemos comprobado páginas atrás,se cierra. Proponemos, pues, denominar ese hacer del meta-texto científico en su relacionarse con el texto estético estrate-gia de la clausura. Y diremos que hay estrategia de la clausurao texto estético clausurado cuando dado el espacio del textoMT-T, T se haga igual y equivalente al MT, el cual se presentacomo la cara de T. Esta definición se aproxima al concepto declausura tal y como es usado en la topología algebraica, másconcretamente en la Geometría de los complejos simpliciales.1Interesa poner de relieve que la expresión «T se hace igual yequivalente a MT» no debe entenderse necesariamente en elsentido de que todo T es reducible (de derecho) al MT que lodescribe, sino que el MT se presenta como aquello que dacuenta, que muestra suficientemente a T. Esta matización esimportante: en las descripciones (MT) de un objeto estético (T)a partir de un lenguaje simbólico (o con tendencia a la for-malización), es posible reconocer que el lenguaje textual-esté-tico no es reducible al metalenguaje que lo describe, pero queen cualquier caso MT se presenta como la cara (lo que repre-senta, muestra, da a leer, describe) de T.

Esta geometría se encarga de estudiar un tipo particular de espacios: lospoliedros, que están compuestos de elementos sencillos denominados simplex. Paraestos espacios se dan las definiciones de clausura y estrellas: «Sea N un sub-conjunto arbitrario de un complejo simplicial K, es decir un conjunto arbitrario desimplex de K. El conjunto de todas las caras (propias e impropias) de los simplexde N se denomina la clausura CLN de N (...)• Un conjunto N de simplex de un

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Ha de tenerse en cuenta, sin embargo, que desde las óp-ticas crítico literarias que parten de una concepción ornamen-tal, cosmética, de la retórica del discurso, sí podría leerse laexpresión «se hace igual y equivalente a MT» como reduccióndel T al MT. En un libro de Paul Ricoeur al que ya nos hemosreferido varias veces a lo largo de este estudio, se demuestraque la tropología está sujeta a los siguientes nueve postulados,los últimos de los cuales subrayan la reductibilidad de T alMT:

1) postulado de propio por oposición a lo impropio.2) postulado de la laguna semántica.3) postulado del préstamo.4) postulado de la desviación.5) postulado de la sustitución.6) postulado del carácter paradigmático del tropo.7) postulado de la paráfrasis exhaustiva.8) postulado de la información nula.9) postulado de la cosmética.2

Todo arranca, en efecto, de la división entre sentido pro-pio e impropio: la metáfora pondría en juego un sentido im-propio (postulado 1), es decir, constituiría una desviación(postulado 4). Tal desviación implica que «el nuevo término,en su sentido figurado, sustituye a una palabra ausente (queno existe o no se quiere emplear) que hubiera podido emplear-se en el mismo lugar en su sentido propio» (pág. 73) (o pos-tulado 5). Siguiendo con la reflexión, deducimos de las pre-misas anteriores que si el nuevo término (el impropio) susti-tuye a uno ausente (el propio), entonces «Explicar (o com-prender) un tropo consiste en encontrar la palabra apropiada

complejo se dice cerrado cuando N=CLN», según la definición de Wolf gang Franz,Topología general y algebraica, Madrid, Selecciones científicas, 1968, pág. 142.

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Paul Ricoeur, La metáfora viva, op. cit., págs. 73-74

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ausente» (pág. 74), es decir, la explicación es igual a la res-titución. La ecuación Explicar=Restituir (o postulado de la pa-ráfrasis exhaustiva) es la que cuadra perfectamente con la de-finición «T se hace igual y equivalente a MT» leída como Treducible a MT. Veamos un ejemplo: la primera ley de la poe-sía, según Bousoño, es la denominada «Ley intrínseca (o leyde la sustitución o «individualización» del significado):3

«Para convertir la «lengua» así entendida [en tantonorma ] en un instrumento poético es preciso hacerle sufriruna transformación.Valiéndose de procedimientos, el poetaha de someterla a una serie sucesiva de cambios, a los quellamaremos sustituciones. Sin procedimiento, es decir, sinsustitución, no hay poesía, aunque a veces los procedi-mientos se disimulen de muy variadas formas y parezcan noexistir (...) En toda descarga emotiva debe intervenir siem-pre un sustituyente (o elemento poético reemplazador), unsustituido (o elemento de «lengua» reemplazado), un modi-ficante o reactivo que provoque la sustitución, y un modi-ficado o término sobre el que actúa el modificante » (Bou-soño, C, 1952,103-104).

Bousoño elige el siguiente ejemplo (T), extraído de unarima de Bécquer, para ejemplificar su teoría:

«Cuánta nota dormía en sus cuerdas,como el pájaro duerme en las ramas,esperando la mano de nieve que sepaarrancarlas»

y se centra especialmente en la metáfora «mano de nieve»:«mano de» sería el modificante, el contexto, «nieve» sería el

Carlos Bousoño, Teoría de la expresión poética, vol. 1, op. cit.

modificado fuera del contexto y el sustituyente en ese con-texto. ¿Y el sustituido ? se pregunta Bousoño: el sustituido esigual a «mano muy blanca» (págs. 105-106).

«Mano de nieve» es el cuerpo textual al que se le van aaplicar una serie de descripciones metatextuales, partiendoprimero de una formulación abstracta y general (modificante,modificado, sustituyente, sustituido). Así, de T («mano muyblanca») se dice (MT1) «mano de»=modificante; «nieve»=-modificado y sustituyente, según se le considere fuera odentro de contexto (MT2); «mano muy blanca»=sustituido(MT3), de modo que T=(está visto, mostrado por) MT1, MT2, MT 3, donde MT 3 es la paráfrasis de T. MT 1, MT 2 yMT 3 —en especial MT 3— pueden ser consideradas comolas caras de T, y aquí caras equivale a la reducción de T a MT.

El metatexto ha actuado centrando el texto estético en símismo, limitándolo a su presencia, y adjudicándole finalmenteuna cadena de descripciones. En este caso concreto tales des-cripciones se presentan como reductoras del texto a ellas mis-mas (MT). Pudiera ocurrir, sin embargo, que determinadasposturas teóricas en el plano de la crítica literaria afirmaran lairreductibilidad del texto estético a las caras metatextuales, loque no eliminaría, por el solo hecho de afirmarlo, la estrategiade la clausura, pues lo que importa es que el metatexto, por suespecial configuración sígnica, obliga a una lectura unidirec-cional o restrictiva del texto estético. Sirva el ejemplo del aná-lisis de Bousoño como ilustración de lo que hemos denomina-do «Postulado de la clausura».

El lenguaje, esa heterogeneidad, posee la destreza nece-saria para poder desdoblarse y hablar de sí mismo. Pero en sudesdoblamiento, siguiendo el modelo metódico de las cienciasde la naturaleza, adquiere una rigidez mediante la que trata dedisciplinar la potencia del nombre que lo caracteriza en su ver-tiente natural-estética. La ecuación en virtud de la cual lleva acabo ese dominio es lo que venimos llamando estrategia de laclausura. Conviene señalar, sin embargo, que el metatexto se

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presenta ante nosotros dominando el texto estético, lo que nosignifica que lo domine o discipline. Por ello es posible hablarde una desestructuración del metatexto en su relación con eltexto que invierta el proceso y violente la rigidez del signo.

¿Por qué es necesario desestructurar la relación MT-T?Lo que hace necesaria una acción desestructuradora de la re-lación MT-T no es tanto el hecho mismo de la clausura comolos efectos que ésta provoca. Y uno de los efectos principalesque más se han repetido a lo largo de la historia es el carácterde discurso absoluto que asume el MT sobre un T. Por dis-curso absoluto de un Mt sobre un T entendemos lo siguiente:un MT, partiendo de una clausura del T, no sólo se presentacomo cerrando el texto, sino que además se ofrece como lectu-ra total de ese T. Puede decirse que toda estrategia de la clau-sura tiende hacia esa lectura total. Conviene poner de relieveque dicha estrategia de la clausura, radicalizada en tanto lecturatotal y discurso absoluto, constituye un obstáculo, y a la vezuna condición, en el acceso al texto. Dicho en otros términos:el postulado de la clausura hace referencia al hecho de que elintérpreteAector puede encontrarse ante un obstáculo episte-mológico como consecuencia de que queda interrumpido elproceso de infinitud textual que comporta todo proceso de tex-to/lectura. He ahí, pues, la respuesta a la pregunta que formu-lábamos más arriba. Ahora bien, hemos hablado de obstáculoy de condición. Con ello queremos aludir a dos puntos nu-cleares de la estrategia de la clausura: 1) El hecho de una lectu-ra total o discurso absoluto de un MT sobre un T no es algoaccidental, algo que pueda o no ocurrir. En realidad se trata deuna condición del conocimiento, en la medida en que todo co-nocimiento es ya un preconocimiento.4 La clausura es, en mu-chos sentidos, inevitable. 2) La estrategia de la clausura no es

patrimonio exclusivo del metatexto de orientación científica, espatrimonio de toda interpretación. Sólo que en el metatextocientífico la radicalidad de la interpretación pone muy en evi-dencia su carácter de discurso absoluto.

Por lo que respecta al primer punto, Gastón Bachelard ensu obra La formación del espíritu científico dejó ya establecidoque «hay que plantear el problema del conocimiento científicoen términos de obstáculos» (Bachelard, G., 1982, 15), de talmodo que el conocimiento es un conocer en contra de un co-nocimiento anterior. Consideramos un ejemplo magistral deactuación en el interior mismo de ese conocer en contra de unconocimiento previo su psicoanálisis de distintos obstáculosepistemológicos. A él nos remitimos. Sin embargo, nuestrapostura frente al problema del preconocimiento, del prejuicio odel obstáculo, se aparta de la adoptada por G. Bachelard. Laactitud de éste es claramente iluminista: su objetivo principales eliminar desde y a través de la razón (ahora convertida enrazón psicoanalítica) los posibles prejuicios que interfieran enel proceso de conocimiento. Eliminar los prejuicios, los obstá-culos, para adquirir un estado que permita el acceso puro alobjeto: «en el estado de pureza logrado por un psicoanálisisdel conocimiento objetivo, la ciencia es la estética de la inteli-gencia» (pág. 13) escribe Bachelard. La solución que ésteofrece al problema de la verdad en ciencia es una solución«dialéctica», pues se opone, por ejemplo, a la concepción«cpntinuista» de un Augusto Comte, e implica una rupturaepistemológica.5 Ya Michel Serres criticó esa pureza propug-nada por el psicoanálisis bachelardiano,6 y es precisamente elpunto con el que estamos en desacuerdo: Todo conocimiento

Vid. los apartados de este libro dedicados a la fundación moderna de la pa-

Vid. también su obra Epistemología, Barcelona, Anagrama, 1973 (Versoriginal: París, P. U. F, 1971).

Michel Serres, L'interference, París, Minuit, 1972, en concreto «La Reformay los siete pecados capitales».

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radoja

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es un pre-conocimiento, y este preconocimiento es la condi-ción de acceso a la escena de estudio, que puede o no consti-tuir un obstáculo, pero de la que, en cualquier caso, es impo-sible separarse. Lo que consideramos excesivamente ideal esaquello que Bachelard denomina «estado de pureza» para en-frentarse al objeto. Tal estado de pureza presupondría tener laposibilidad de salirse fuera del dominio del lenguaje para per-cibir y comprender clara y distintamente aquello que se pre-tende conocer. Para nosotros, el conocimiento habría queplantearlo, más bien, como una continua explicitación (escri-tura) de prejuicios. Es decir, lo que utilizamos para explicar unobjeto cualquiera después de haber puesto en práctica un psi-coanálisis de un conocimiento anterior, no es un conocimientologrado en un estado libre de prejuicios, sino que sigue siendoun conocimiento anterior. El objetivo, pues, no sería tanto lle-gar a un estado depurado como conseguir un estado de conti-nuo proceso de conocimiento.

3.2.— El Objeto estético, la mercancía, el museo: clasificar

Respecto al segundo punto enunciado anteriormente, de-bemos referirnos a un tipo de clausura que excede los límitesde la actividad científica, si bien ésta no se halla totalmentedesconectada de ella y, en muchas ocasiones, ambas se in-terrelacionan.

El clásico proyecto vanguardista de ruptura con el pasa-do, con el conjunto de la cultura y con las instituciones socio-políticas, es decir, con todo aquello que supusiera legibilidad,identificación y estructura oferta-demanda, quedó relegado aeso mismo, a proyecto, a proyecto irrealizado.7 La vanguar-

Vid. entre otros Eduardo Subirats, La crisis de las vanguardias y la cultura

dia, como hemos mostrado en otro lugar,8 no se rebeló contralas instancias del mercado sino en un nivel puramente utopo-lógico. La aspiración heroica y patética a un producto artísticoincontaminado (tal y como señaló E. Sanguinetti) fue unamera aspiración, completamente frustrada por la imposibilidadreal de una ruptura (y, por tanto, de un producto incon-taminado) con el pasado y por la obligación de movimientodentro de las pautas marcadas por lo social: concretamente porel juego ineludible e inmediato de la oferta y la demanda. Lavanguardia no se rebeló de forma efectiva contra la mercanti-lización estética para acabar precipitándose en ella (Sangui-netti), ni pasó de hecho por dos momentos fundamentales ydialécticos, uno de signo negativo de ruptura y otro de signoafirmativo de carácter normativo (Subirats). La revolución tu-vo lugar en un cierto nivel del texto vanguardista: en su habla,en su deseo de lo otro, en lo utopológico.9 La revolución, vistaasí, debería ser entendida como un referente creado por eltexto, el deseo-deber-ser de éste en contra de la maquinaria ca-pitalista. Pero la negación no significa ruptura, la abominacióndel sistema no conduce a un fuera del sistema. Todo ello tienelugar (en nuestro caso) en y por el sistema capitalista. Por eso,si aceptamos esta definición de Barthes: «Llamaremos clásicoa todo texto legible» (Barthes, R., 1970, 18), tendremos queaceptar que nos hallamos rodeados de clasicismo, porque nopuede afirmarse más la existencia de lo ilegible, de lo verda-deramente ilegible. Incluso lo ilegible no es más que aquellolegible como ilegible, no porque sea ilegible, sino porque suposición es la ilegibilidad: ha devenido un ritmo unicorde quepauta tanto la lectura del periódico Le Monde como la de Full

moderna, Madrid, Ediciones Libertarias, 1985.o

Concretamente en el apartado de mi tesis titulado «De la patafísica a lametafísica», op. cit., págs. 339-397. La reflexión que aquí presento sobre el temade las vanguardias es una condensación de este apartado de mi tesis doctoral. 9

Para el concepto de utopología Ibid., págs. 371 y siguientes.

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Fathom Fire de Pollock. La posible diferencia entre lo legibley lo ilegible se diluye bajo el gobierno de la ritualización:aquella que hace del misterioso arte de Klee un signo-institui-do, un algo codificado como tal misterio, aquella que exige lomisterioso de ese arte. Lo ilegible es legible formando partedel proceso de previsibilidad social. Como escribe Jean Bau-drillard:

«Los bellos objetos modernos, estilizados, etc..., sonsutilmente creados (pese a toda la buena fe inversa) para noser comprendidos por la mayoría, al menos inmediata-mente. Su función social es ante todo ser signos distinti-vos, objetos que distingan a aquellos que los distinguen»(Baudrillard, J., 1974, 30).

Es el mismo movimiento que neutraliza la discusión entreapocalípticos e integrados, el mismo que provoca el arte-mer-cancía destinado a la subasta promovida por una especie demetalenguaje bien ajustado a su lenguaje objeto. Así, resultaevidente que el objeto estético nace dándose a leer de un deter-minado modo, en una dirección concreta: el artista, el lector,las instituciones (museos, críticos, galerías, etc...) formanparte, voluntaria o involuntariamente, de un proceso en el quela obra de arte es filtrada, o bien nace del mismo filtro o es an-terior al filtro, filtro cuya función más relevante es la de ha-cerla significar, la de hacerle adquirir una posición en el siste-ma social de lectura. Victoria Combalía ha visto muy bien yanalizado ese acto en el que se engendra una lectura-filtro. Haanalizado cómo, por ejemplo, «la abstracción parisina de laposguerra no hubiera sido nada sin el apoyo de una serie degalerías «fuertes» que invirtieron en ello todo su capital», có-mo «la gran cohesión de la abstracción norteamericana tal vezno hubiera sido posible sin el proyecto de «un arte nuevo delmundo libre», apoyado por los altos funcionarios del MO-MA», cómo «con la llegada de los museos de arte moderno, el

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espíritu clasificador y la asepsia se instauraron en las salas delos nuevos palacios de acero y cristal» (Combalía, V., 1980,124-126), cómo, en fin, todo en el Museum of Modern Art deNueva York, desde las luces y la distribución hasta los silen-cios y los aislamientos, está en función de pautar el modo deleer y entender el arte que allí se expone. Cuando Marxescribió que:

«La mercancía es, en primer termino, un objeto exter-no, una cosa apta para satisfacer necesidades humanas, decualquier clase que ellas sean. El carácter de esas nece-sidades, el que broten por ejemplo del estómago o de la fan-tasía, no interesa en lo más mínimo para estos efectos»

indiferenciando, con ello, mercancía destinada a satisfacer unanecesidad fisiológica y mercancía destinada a una necesidadintelectual, indicaba ya el carácter de extrema legibilidad que elobjeto estético podía adquirir tan claramente como una loco-motora. Si, por una parte, Heidegger veía en la obra de arte,en la poesía, una renovación de la esencia del lenguaje, de sumetafórica, por otra es necesario admitir que la tradición ha hi-pertrofiado una serie de metalenguajes que dan a leer el textosegún claves pautadas de antemano. Decía Adorno que losmuseos son los sepulcros familiares de las obras de arte. Enefecto, para que el objeto estético devenga mercancía hay quesometerlo al imperativo del significado haciendo que ocupeuna posición determinada y que adquiera una lectura institu-cional: hay que museificarlo y clasificarlo. Véase el siguienteejemplo extraído del periódico El País :

«Paul Eluard sonreiría con cierta satisfacción si hu-biera visto que su mágico poema J'écris ton nomt Liberté(Escribo tu nombre, Libertad) iba a formar parte de los sím-bolos del Consejo de Europa» (Noviembre del 84).

No sabemos si Paul Eluard habría sonreído o no, lo bien

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cierto es que la lectura que desde su posición simbólica en elConsejo de Europa puede ofrecer proviene de su inclusión enel discurso ordenado del museo. Porque lo que se ofrece juntoal objeto artístico es la interpretación. De tal modo que se pue-de afirmar que en cierto sentido uno es inconcebible sin elotro. Y ésta es una de las claves que debe tener en cuenta esediscurso que explicita la estrategia de la clausura: que el sercultural de ese objeto estético modelado, surgido y sometido alimperativo de su medio social consiste en ser producido si-multáneamente en tanto texto y en tanto texto filtrado (o meta-texto). Y precisamente porque se ofrece como leído es nece-sario considerarlo como objeto estético clausurado. Una críticaejercida sobre cualquier obra de arte debe tomar conciencia dela pre-crítica a la que está sometida, debe operar siendo cons-ciente (mediante la explicitación) de las vías por las que operay es operada.

Tratamos de hacer recaer la atención sobre el hecho deque el objeto estético, lenguaje público y privado a la vez, nosólo puede ser conducido a una lectura absoluta por parte delmetatexto científico, sino que también puede ser llevado a unalectura institucional por parte de los metalenguajes externossociales de muy distinta índole: espacio, galerías, editoriales,crítica, etc...

Ahora bien, nuestra llamada de atención no debe ser en-tendida como un intento de liberar el objeto estético mediantela eliminación de toda lectura clausurante, sea ésta absoluta oinstitucional. En realidad nuestro discurso surge del mismo lu-gar en el que se fraguan esas dinámicas. Así pues, no se tratade soslayarlas para lograr el estado puro deseado por Bache-lard para el conocimiento objetivo. No creemos que eso seaposible. Se trataría más bien de analizarlas en relación con suobjeto, porque, entre otras cosas, no hay forma de eludir lasprelecturas. Aunque sí hay forma de hacer de la obra de arteun objeto susceptible de ser continuamente leído. Y en lo querespecta a esa propuesta sí que estamos de acuerdo con Ba-

chelard, sobre todo cuando propone «poner la cultura cientí-fica en estado de movilización permanente, reemplazar el sabercerrado y estático por un conocimiento abierto y dinámico»(Bachelard, G., 1938, 21).

3.3.— Para una crítica paradójica: hacia una lectura comolectura en proceso

3.3.1.— Introducción

La pregunta es: ¿cómo se puede lograr ese estado de mo-vilización permanente?, ¿cómo enfrentar el discurso absolutoallí donde surja?, ¿cómo hacer una lectura que sea lectura enproceso? Y la respuesta: a través de la estructura lógica de laapertura.10 Una estructura lógica llevada a cabo materialmente através del discurso absoluto, con el discurso absoluto, uti-lizando el discurso absoluto y practicándolo como tal discursoabsoluto, pero para situarlo en un estado de precariedad. Estatendencia hacia un continuo proceso de conocimiento debepreviamente tener en cuenta: 1) La base paradójica de las cien-cias del lenguaje, por la que el sujeto pertenece y no pertenecea un tiempo a su objeto, por la que Metatexto y Texto son a lavez un mismo (identidad) y un otro (diferencia) respecto de símismos. Una crítica de acción paradójica, una teoría de acciónparadójica (theorós y teoría), tienen en su base la paradoja. 2)Si la base de las ciencias del lenguaje es paradójica en el senti-do que aquí le hemos dado (y que no es otro que el que sedesprende de las propuestas de Heidegger, Wittgenstein, Ga-

10,La expresión «estructura lógica de la apertura» la tomamos de Gadamer, en

op. cit. En concreto vid. el apartado dedicado al modelo de la dialéctica platónica,en las págs. 418 y siguientes de la edición de G. Vattimo.

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