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Joan Antn, Fascismo, en Joan Anbtn Melln (ed.), Ideologas y movimientos polticos contemporneos,. 21

CAPTULO IX: FASCISMO

JOAN ANTNJoan Antn, Fascismo, en Joan Anbtn Melln (ed.), Ideologas y movimientos polticos contemporneos, Madrid, Tecnos, 2006, pp.213-234.SUMARIO: I. Fascismo clsico. 1. Las grandes lneas interpretativas del fenmeno fascista. 2. Los procesos de fascistizacin. A) La dimensin cultural. B) La dimensin poltica. 3. Teora poltica fascista. A) Analogas. B) La utopa fascista. C) Componentes bsicos de los idearios fascistas. 4. Conclusin. Bibliografa.Considerad, vuestra descendencia: para vida animal no habis nacido sino para adquirir virtud y ciencia. DANTE, La Divina Comedia (LEVI, 1995, 120)

I. FASCISMO CLSICOLa trgica muerte de Mussolini y Hitler simboliza el fin de los fascismos clsicos tras su derrota militar en 1945 a manos de las tropas aliadas y los movimientos nacionales de resistencia. No por casualidad los vencedores fueron tanto ejrcitos como resistentes: la Segunda Guerra Mundial fue a un tiempo guerra mundial y guerra civil generalizada; comenz en 1936 en Espaa, y concluy con la conquista sovitica de Berln.

El objetivo de este trabajo es lograr una correcta comprensin del contenido ideolgico del bando derrotado, especialmente los fascismos italiano y alemn, partiendo de la hiptesis de la existencia de una mentalidad poltica fascista compartida por diferentes variantes nacionales.

La importancia poltica de esa mentalidad es enorme, porque los fascismos fueron los continuadores en el siglo XX de todas aquellas fuerzas polticas que desde la Revolucin francesa se haban opuesto al parlamentarismo.

Formaran as parte de una potente corriente poltico-cultural occidental en larga confrontacin ideolgica con un oponente: el proyecto ilustrado-liberal de construccin consensuada de una sociedad pacfica de hombres libres, iguales y racionalmente autnomos.

Los fascismos clsicos de la primera mitad del siglo XX constituyeron el momento de mayor relevancia histrica de la corriente anti-ilustrada, aportando los vastos recursos de sociedades altamente industrializadas como la alemana o semiindustrializada como la italiana.

Sin embargo, la desaparicin de los regmenes polticos fascistas no comport la desaparicin automtica de las ideas fascistas.

A pesar de su persecucin legal y de su marginalizacin constitucional en algunos casos, sesenta aos despus de su derrota los idearios neofascistas continan demostrando la vitalidad de unas concepciones de extrema derecha/derecha radical que contaron en los aos treinta y cuarenta con una importante base social de apoyo a partir de la cual desarrollaron sus proyectos.

La Alemania de los aos previos a la Segunda Guerra Mundial y la Francia del Frente Nacional de hoy en da o Austria son ejemplos meridianos de un hecho: los idearios fascistas son capaces de seducir a grandes masas de las sociedades europeas (aunque, constatemos, en el momento actual dichos idearios estn metabolizados), y adems de manera interclasista.

Ante este hecho la pregunta que nos podramos plantear sera: qu ofrece el fascismo a las masas con tan gran capacidad de ilusionar en segn qu circunstancias? Pregunta de la cual se desprenden otros muchos interrogantes. El presente captulo pretende:

apuntar algunas de las causas por las que los fascismos surgidos tras la Primera Guerra Mundial fueron y han sido parcialmente interpretados;

describir los nexos ideolgicos comunes de los fascismos desde la perspectiva de la teora poltica;

entender la coherencia entre esos diversos elementos

y, finalmente, exponer una propuesta de interpretacin conclusiva sobre cules fueron, en su poca, algunas de las causas de la capacidad de hacer partcipe a sectores de la poblacin occidental de sus proyectos polticos.1. LAS GRANDES LNEAS INTERPRETATIVAS DEL FENMENO FASCISTA

Los fascismos clsicos, analizados globalmente, presentan considerables dificultades analticas que derivan, entre otros factores,

de las heterogeneidades nacionales ,

las diferentes evoluciones histricas

y las implicaciones ideolgicas de los esquemas interpretativos.

Adems, la complejidad del fenmeno (al abarcar aspectos histricos, filosficos, econmicos, culturales, polticos, psicolgicos, sociales e incluso patolgicos ha dado lugar a que generalmente se hayan extrapolado anlisis parcialmente correctos (Saz, 1996).

A esto hay que aadir la propia idiosincrasia de la teora poltica fascista, radicalmente antiterica y propugnadora de la accin.

Nuestra doctrina es el hecho, afirmaban los fascistas italianos en su primer Congreso de 1919, lo que implica que dichas acciones estaban legitimadas por un ideario implcito sobre el que no era necesario reflexionar.

En la terminologa de Ortega, las creencias en las cuales se estaba predominaban sobre el escaso nmero de las ideas que se tenan, plasmadas ideolgicamente como consignas. Como gritaba Mussolini en sus mtines y recordaban numerosos muros en la Italia del ventenio fascista: Creer, obedecer, luchar. Factor a partir del que no podemos deducir, es importante subrayarlo, que el fascismo no cont con un cuerpo doctrinal terico / ideolgico con una base filosfico-poltica, de tal manera que podemos hablar de una teora poltica fascista.

A pesar de estos inconvenientes de partida creemos que es factible establecer los parmetros tericos e ideolgicos comunes del fascismo clsico -que ha llegado a ser considerado como la ideologa prototpica del siglo XX, por su conjuncin de nacionalismo radical y socialismo antimarxista (Braud, 1983, 289)- y demostrar as la dimensin europea de un evento de alcance histrico cuanto menos comparable al de la Revolucin rusa de 1917.

El fascismo fue un credo mundial que se vio capaz de crear una Nueva Civilizacin a partir de la reconstruccin del Imperio Romano o un Reich racial de mil aos, como exponan orgullosos los lderes italiano y alemn, respectivamente.

Ese ideal palingensico ultranacionalista ha permitido a R. Griffln plantear que ese el ncleo central de todo aquello debe ser catalogado de fascismo. Segn l un tipo de ideologa poltica cuyo ncleo mtico, entre sus distintas permutaciones, radica en que es una forma palingensica de ultranacionalismo populista (Griffln, 1995: 21; 2002: 112)

Salvo particularidades aisladas, por lo general, las interpretaciones globales del fascismo han sido realizadas segn tres grandes esquemas analticos, dos pertenecientes al paradigma liberal y uno al marxista.

Desde el paradigma liberal el fascismo ha sido visto como una regresin civilizatoria o, desde una perspectiva ms histrica, como un retraso en el proceso de modernizacin

-por ejemplo, el fruto de la rebelin de las masas (J. Ortega y Gasset), un parntesis en el avance civilizatorio europeo (B. Croce), un problema de debilidad de las revoluciones burguesas o la persistencia de sectores del Antiguo Rgimen -.

La corriente marxista ha contado con distintas variantes, desde el ortodoxo anatema de la Tercera Internacional hasta los ms sofisticados anlisis de A. Gramsci o la Escuela de Francfort.

En general, el marxismo interpreta el fascismo como una fase en la evolucin del capitalismo y una manifestacin de la agudizacin de la lucha de clases.

El fascismo sera la respuesta reaccionaria del Gran Capital ante la presin revolucionaria del Movimiento Obrero, la institucin de una dictadura como el ltimo recurso para seguir controlando la situacin.

La variante bonapartista (Gramsci, O. Bauer) afirma que los partidos fascistas acceden al poder apoyados por una base social de clase media y pactan con el Gran Capital un reparto del poder: el poder poltico para el fascismo y el poder econmico para el capital.

Sin embargo, el fascismo no es un fenmeno poltico tan lineal como plantean las perspectivas liberal y marxista.

Entre otras cosas, porque sabemos sin ambigedades que la seduccin que los fascismos ejercieron sobre las masas europeas no se realiz exclusivamente sobre las clases medias -aunque recibiera su mayor apoyo de ellas-, sino de manera interclasista, incluidos en Alemania algunos sectores minoritarios obreros seducidos por el ultranacionalismo y/o el racismo.

Sin duda la mayora fueron pequeo-burgueses, pero el fascismo cont con el respaldo de miembros de todos los grupos sociales.

En el golpe de estado de 1923, por poner un ejemplo de los inicios del nazismo, hubo diecisis vctimas nazis: tres empleados de Banca, cinco comerciantes, un camarero, un sirviente, un cerrajero, un estudiante, un oficial del Ejrcito y tres aristcratas (David, 1987,55).

Negar el hecho de la capacidad de ilusionar polticamente interclasista comporta la ideologizacin del anlisis y la consiguiente incapacidad analtica, lo que lleva a defender peregrinas teoras conspirativas contra la intrnseca bondad proletaria o a refugiarse en psicologismos reduccionistas.

De igual manera, sostener que el fascismo fue un parntesis de la civilizacin occidental impide constatar sus conexiones con un proceso contrarrevolucionario antiparlamentario y antidemcrata en su proceso evolutivo que se remonta a finales del siglo XVIII,

y no permite comprender que si los fascismos lograron imponerse en Alemania e Italia fue porque dieron una respuesta a problemas y carencias de la sociedad burguesa-liberal, una respuesta que pretendi solucionar el conjunto de los angustiosos problemas de la modernidad.

Este carcter utpico del pensamiento fascista se refleja en las reflexiones de muy diversos autores coetneos.

Lon Blum afirmaba en octubre de 1922 en Le Populaire, poco despus del ascenso al poder de Mussolini, que el golpe de estado fascista haba triunfado porque contaba con la simpata y el consentimiento previo de una parte considerable de la opinin pblica italiana. No slo el Rey y el ejrcito haban apoyado a Mussolini, sino tambin la gran patronal agraria -subvencionando desde un comienzo el movimiento- y posteriormente parte de la industrial, una importante fraccin de la pequea burguesa e incluso algn sector del proletariado.

El anlisis de Lon Blum revela tanto la gran importancia pequeo-burguesa en el movimiento fascista como su carcter interclasista.

El fascismo planteaba una tercera va entre capitalismo y comunismo. Las contradicciones polticas, econmicas y sociales quedaran mgicamente anuladas en el seno de una nueva comunidad nacional.

El intelectual comunista italiano Angelo Tasca matiza y ampla las opiniones de Blum.

Tasca afirma la necesidad de abandonar el esquema que presenta al fascismo como un movimiento inicialmente revolucionario, convertido en reaccionario por la influencia de las clases propietarias.

El fascismo, para Tasca, fue reaccionario desde un primer momento.

La verdadera originalidad del fascismo radic no tanto en sus tcticas de masas o en su programa demaggico, como en la funcin determinante y en cierto sentido autnoma de su tctica frente a su programa; de ah el voluntarismo, la guerra de posiciones, la poltica de hechos consumados.

Porque el objetivo supremo era el control del Estado, un objetivo absolutamente necesario, ya que nicamente los medios que otorga el poder permitan al fascismo superar sus contradicciones internas.

Contradicciones que otro analista y espectador coetneo, Otto Bauer, nos explcita al sealar que el fascismo presenta su lucha

ante las masas populares como el combate contra la dominacin de clase de la burguesa;

ante los capitalistas, como el combate contra la tirana de la plebe proletaria;

ante la intelectualidad nacionalista, como una lucha de solidaridad de todas las fuerzas nacionales contra el enemigo exterior.

O sea, que a cada sector social los fascistas le decan aquello que su auditorio quera polticamente or.

Finalmente, es interesante subrayar el anlisis del fascismo que efectuaban los sectores conservadores no democrticos en su momento ms lgido, los aos previos a la Segunda Guerra Mundial, creando un estado de opinin que, por sus acciones u omisiones, legitimaran a los fascismos.

De tal manera que puede decirse que, sin la actuacin de lo que ha sido denominado conservadurismo radical, los fascismos no hubieran logrado imponerse all donde triunfaron (Wolin, 1992).

Por ejemplo, los anlisis que efectuaron del fenmeno fascista los espaoles Eugeni d'Ors y Jos Pemartn. Eugeni d'Ors ha sido calificado por E. Gimnez Caballero -nuestro ms genuino intelectual fascista- como el maestro de toda la generacin de fascistas espaoles, influyendo en gran medida, junto a Ortega, en Jos Antonio Primo de Rivera. D'Ors fue un conservador catlico amigo personal de C. Smichtt, elitista aristocratizante que despreciaba a las masas populares y por ello antidemcrata, esteta defensor de la alta cultura, darwinista tnico (afirmaba que los pueblos que no fueran imperialistas seran imperializados) y admirador entusiasta de Ch. Maurras.

Todo ello, en mayor o menor grado o con variantes nacionales, paradigmtico de una determinada mentalidad conservadora radical tal y como se dio en la Europa de aquellas fechas y por esa razn aqu utilizado como ejemplo.

El imperialismo se opone por tanto al liberalismo de la misma manera que el bien se opone al mal, la civilidad a la barbarie o las elites a las masas adocenadas.

Los novecentistas (grupo intelectual cataln liderado por D'Ors), estaban llamados a ser los defensores de la civilidad y a salvar la alta cultura de una nueva invasin de los brbaros interiores.A medida que avanza el siglo Eugeni d'Ors despliega gradualmente esta mentalidad protofascista

Su objetivo cada vez est ms claro: luchar contra la ideologa democrtica, producto farragoso de la decadencia espiritual de la burguesa en la segunda mitad del siglo XIX.

Para ello, buscar aliados. Los encontrar

en el sindicalismo revolucionario de G. Sorel (del que tomar la idea de que la violencia ser la partera del nuevo mundo posdemocrtico),

en el tradicionalismo catlico renovado

o en el programa poltico de liquidacin de la Revolucin de 1789 propugnado por Accin Francesa.

Una Marsellesa de la Autoridad pedir D'Ors. Una Autoridad enrgica, capaz de preservar el orden, los valores tradicionales y la jerarqua social natural amenazados por la sociedad industrial de masas, la democracia, la plutocracia, el igualitarismo y el materialismo.

En 1924 D'Ors haba llegado a la conclusin de que deban eliminarse los escrpulos constitucionales, reducir la libertad de expresin y acentuar las tendencias hacia una representacin corporativa que promoviera los valores patrios y tradicionales por encima de los universales y jurdicos.

Diez aos ms tarde, en 1934, D'Ors lo tena todava ms claro: Hitler, Mussolini y Jos Antonio Primo de Rivera eran los anglicos hroes llamados a realizar la titnica labor de restituir el orden de las cosas.

Jos Pemartn fue un conservador antidemcrata, idelogo de Accin Espaola, que colaborara en cuerpo y alma con Miguel Primo de Rivera y, despus, con F. Franco.

Pemartn public en plena Guerra Civil una obra seminal del fascismo espaol titulada Qu es lo nuevo, obra fundamental para comprender qu esperaban los conservadores radicales del fascismo.

Pemartn se esfuerza en dilucidar lo que hay de positivo y de negativo en las novedades sociales de su tiempo.

Lo negativo son los movimientos revolucionarios, parte de un proceso global de rebelin de las masas que tiene en el comunismo el ejemplo ms aberrante de descreimiento y rebelda. El comunismo es la culminacin lgica de la libertad de pensamiento y de la Revolucin francesa, con sus absurdos y antinaturales lemas excesivamente racionalistas y despreciadores de la tradicin.

Pero no todo est perdido. Afortunadamente, un movimiento salvador de la civilizacin recorre Europa: se llama fascismo, y promova una vigorosa revitalizacin de Occidente al traducir a trminos del presente el viejo tradicionalismo.

Adems, asevera Pemartn, el fascismo no admite componendas: es un rgimen fuerte, y se impone por la violencia porque es una reaccin unitaria y guerrera a la decadencia de la civilizacin occidental cristiana.

Eso es lo que necesita Espaa en 1937, una involucin nacional, una vuelta a las esencias nacionales que brillaron con su mximo esplendor en el siglo XVI.

Ahora bien, esa involucin debe efectuarse con tcnicas modernas si se quiere vencer. El fascismo incorpora esa tcnica, que consiste en un principio jerrquico de reencuadramiento de las masas.

La Espaa autntica debe ser regenerada mediante un bao de sangre que extirpe inexorablemente y de raz todo fermento subversivo en las masas populares.

Una revolucin tradicionalista dirigida por minoras selectas y conducida por un caudillo militar providencial, un caballero de leyenda que encarne la voluntad de Dios y estabilice de nuevo la sociedad. Concluyendo: el Fascio, el Movimiento Nacionalista Espaol, no es sino la reaccin, a la vez instintiva y racional, contra la disolucin social.

Ms claridad imposible. Para Pemartn el fascismo es un instrumento, una tcnica. En sus propias palabras: la falange ha de ser en Espaa la tcnica del tradicionalismo.

El objetivo a corto plazo es un triunfo militar inmediato, seguido de un largo perodo de dominio castrense, necesario para purificar, recatolizar y elevar la vida poltica espaola.

Como afirma E. Nolte, uno de los aspectos diferenciadores entre los diversos fascismos europeos es el mayor o menor peso de la tradicin y, en consecuencia, un mayor o menor deseo de volver al pasado.

En el caso espaol, dadas sus condiciones objetivas de retroceso econmico respecto a otras zonas europeas, el tradicionalismo de la reaccin en Espaa tena una gran vitalidad, ejemplificada en la pujanza del carlismo como fuerza poltica legitimista y la debilidad del fascismo espaol era un reflejo de la debilidad sociolgica de las clases medias.

Lo que puede explicar por qu Pemartn tena tan claro que deban ser los militares los que dirigieran la guerra y mandaran en el Nuevo Rgimen.

Sin embargo, es necesario constatar que los conservadores radicales como fenmeno europeo de entreguerras, por muy fascistizados que estuvieran, todava no podan ser considerados genuinos fascistas.

El fascismo, como teora y prctica poltica, es algo cualitativamente nuevo y diferente a todo aquello que le prepar el terreno y que pueda ser calificado de protofascismo.

La diferencia bsica entre un Pemartn o un Jnger y un fascista arquetpico como Ledesma Ramos o Lon Degrelle

no radica en el diagnstico de los problemas poltico-sociales, ni siquiera en la radicalidad de los mtodos, que todos ellos propugnaban,

sino en el hecho de que los fascistas contaron con proyectos polticos imperialistas regeneracionistas

-de legitimidad eugensica/racial en el caso alemn

y poltico cultural ultranacionalista en el italiano-

que iban mucho ms all de lo que los conservadores radicales de sus respectivos pases necesitaban y esperaban.

Para los primeros en ltima instancia el fascismo era una tcnica poltica moderna capaz de asegurar el orden social,

mientras que los fascistas

rebasaban ampliamente estos planteamientos conservadores-reaccionarios

y pretendieron utilizar el sistema capitalista productivo de base y las estructuras sociales existentes para desarrollar un ambicioso proyecto poltico para el que les era imprescindible la participacin de unas masas ideologizadas.

De ah que hablemos en este captulo de utopa fascista, como factor de seduccin ideolgica y elemento legitimador del sistema poltico.

2. LOS PROCESOS DE FASCISTIZACIN

A) La dimensin cultural

Como ha afirmado reiteradamente Z. Sternhell (1994) el fascismo, antes de convertirse en una fuerza poltica, fue un amplio fenmeno cultural que postulaba la comunidad nacional como fuerza capaz de superar el individualismo y la decadencia de la sociedad burguesa.

La rebelin cultural precedi a la poltica.

Fue un ataque global a los valores, los esquemas organizativos, los fundamentos filosficos e incluso los mtodos de conocimiento y estudio burgueses de la realidad.

As, para Emile Gentile el fascismo puede definirse en trminos de una revuelta contra el positivismo.

Esa revolucin cultural prepar el terreno, abonndolo, a los movimientos fascistas al legitimarlos culturalmente, combatir los fundamentos de sus oponentes doctrinales y establecer las bases de su doctrina ideolgica.

Si los fascismos nacen directamente, como veremos, de las enormes convulsiones de la Primera Guerra Mundial,

el protofascismo cultural surge como consecuencia de la crisis finisecular del liberalismo clsico,

entre otras razones por el contraste, insalvable ideolgicamente, entre el discurso liberal-humanista y la realidad de unas sociedades europeas en pleno proceso de revolucin industrial y transformacin de modelo socio-econmico.

Desde finales del siglo XIX el liberalismo es atacado ferozmente desde planteamientos de derecha e izquierda. Se lo juzga como oligrquico, decadente, caduco y corrupto.

Si desde la izquierda se reivindica su sustitucin por una sociedad ms igualitaria y democrtica,

desde la derecha se levanta la bandera de unos valores preindustriales neo-romnticos que se resisten a desaparecer; es ms, que pueden legitimarse por su destruccin a manos de la industrializacin, sin otra contrapartida para las masas trabajadoras urbanas que el aumento de su miseria y su explotacin.

El profundo cuestionamiento del modelo liberal clsico agudiza el malestar social. Un malestar no slo poltico, sino tambin social y econmico, de la que el malestar intelectual es fiel exponente. De ah que podamos hablar de crisis de civilizacin. Crisis que en ltima instancia refleja las dificultades que tuvo el liberalismo, filosofa de raz antidemocrtica, para adaptarse a las sociedades de masas industriales. Dos bandos se opondrn fieramente en el terreno cultural: por una parte unas determinadas filosofas y/o actitudes vitales: el materialismo, el prosasmo, el hedonismo, el racionalismo, el clculo econmico constante, la prudencia y el conformismo burgus; por otra, otras filosofas y tambin contrarias actitudes vitales: el culto a los ideales heroicos, la espiritualidad trascendente, el irracionalismo, el instinto y el vitalismo como solucin para la superacin de la crisis de valores o anomia que el mundo liberal-burgus ha producido. Si la izquierda levanta la bandera de la tica, la derecha movilizar a fondo la esttica, acusando de vulgaridad adocenada a la sociedad burguesa. La derecha prosigue la crtica tradicional a los procesos de la modernidad, pero al mismo tiempo se distancia de ella. No suea con regresar a la Edad Media, sino con construir una nueva civilizacin utilizando para ello las ventajas tcnicas de la industrializacin. Un exponente prototpico de esta mentalidad cultural protofascista lo encontramos en la declaracin programtica de los Futuristas italianos de principios de siglo, el Manifiesto Futursta, publicado en Le Fgaro en 1909: El pblico destinatario son todos los hombres vivos de la tierra. Queremos cantar el amor al peligro, al hbito de la energa y de la temeridad. Nuestra poesa ser audaz y rebelde. Exaltamos el movimiento agresivo, la bofetada y el puetazo y la belleza de la velocidad. No hay ninguna belleza fuera del combate. Queremos glorificar la guerra, que es la nica higiene del mundo, el militarismo, el patriotismo y el desprecio por la mujer. Combatimos los museos, el moralismo, el feminismo y toda vileza oportunista o utilitaria. Lanzamos este manifiesto para provocar la violencia revolucionaria e incendiaria. Vamos, quememos las estanteras de las bibliotecas, los museos. Nuestros corazones no sienten el cansancio porque se alimentan de fuego, odio y velocidad. Alzados sobre la cima del mundo nosotros lanzamos una vez ms, nuestro reto a las estrellas. El tono provocador, el culto a la violencia, la glorificacin de la guerra, el patriotismo, el machismo antifeminista, el irracionalismo, todo ello lo encontraremos, ampliado, en los idearios fascistas.

No fue por casualidad que el alma del movimiento futurista, Filippo Tomaso Marinetti, llegara a ser una relevante figura del rgimen de Mussolini.

El Futurismo en Italia y el Vorticismo en Gran Bretaa fueron movimientos estticos vanguardistas que compartan la mentalidad fascista, a partir -como afirma Mosse- de su radical idealismo.

Por ello no es extrao que Marinetti, Gimnez Caballero, E. d'Ors, Cline, Ezra Pound, Drieu la Rochelle, T. S. Eliot y R. Brasillach, entre otros, se convirtieran en compaeros de viaje de los fascismos europeos en su primera etapa de movimiento antes de alcanzar el poder en Italia y Alemania.

El antimaterialismo, su rechazo al marxismo, la bsqueda de lo autntico en el interior de su propia alma y en la naturaleza, la identificacin entre orden y belleza y el anlisis de que el capitalismo era la raz de todos los males les llevara a la conviccin de que el fascismo era la solucin poltico-esttica a los problemas, angustias y miserias de la modernidad.

El fascismo prometa salvar a la Nacin, solucionar unitariamente sus problemas, restaurar la cultura, respetar las tradiciones e instaurar un sistema meritocrtico de frrea voluntad que pusiera las capacidades y creatividad de cada uno al servicio de la comunidad.

Pero los fascismos en el poder pronto dejaban de necesitar las exaltaciones vanguardistas.

De la misma manera que eliminaron o funcionarizaron sus milicias, rechazaron y condenaron las vanguardias artsticas por antipopulares, evidenciando que los valores reaccionarios pequeo-burgueses, incluidos los estticos, fueron uno de los fundamentos de los idearios fascistas. Por eso Nolte (1971, 81) habla de una identidad no idntica entre fascismo y burguesa.

Mencin aparte merecen, por su calado legitimador cultural ms profundo, las aportaciones acadmicas e intelectuales de las que el fascismo se nutri:

las denominadas Filosofa de la Vida y Filosofa de la Accin,

el Darwinismo social,

los anlisis histricos de Taine y Treitschke,

el intuicionismo de Bergson,

la Teora de las Elites de la Escuela Italiana de Sociologa (el propio D'Ors afirmaba en el Prlogo a una obra de Mussolini que l mismo y el Duce haban asistido juntos a las clases de Pareto),

los estudios de psicologa de las masas de Le Bon,

las concepciones esttico-polticas de Wagner,

las teoras racistas de Gobineau y Chamberlain,

las teoras cultural-catastrofistas de Spengler,

la teora decisionista de C. Schmitt, que pretenda conseguir una verdadera democracia, depurndola del liberalismo (Gmez Orfanel, 1988, 183),

los idearios culturales en tomo al pensamiento filosfico de G. Gentile,

los conceptos accin y resolucin en Heidegger y lucha en E. Jnger

y, finalmente, una interpretacin descontextualizada de la filosofa de Nietzsche, que fue instrumentalizada polticamente por los nazis, secundados por su hermana y su cuado como albaceas de sus manuscritos

Todo ello contribuira a lo que se ha denominado la fascistizacin de la poca, aunque la aportacin decisiva provendr de la esfera poltica.

B) La dimensin poltica

Si Francia fue el laboratorio ideolgico del fascismo - segn el polmico anlisis de Stemhell-, Italia fue el laboratorio organizativo, el ejemplo de articulacin coordinada de todas las fuerzas protofascistas y de actuacin tctica y estratgica.

Mussolini fue el lder carismtico que logr aglutinar en tomo a su figura a ultraconservadores, ultranacionalistas, sindicalistas revolucionarios y socialistas no marxistas, as como a todo tipo de descontentos, resentidos y marginados de la Italia surgida de la Primera Guerra Mundial.

Desde un punto de vista estrictamente poltico los militantes del fascio italiano surgiran de los ex combatientes ultraderechistas, los nacionalistas y los sindicalistas revolucionarios,

en un contexto histrico de crisis econmica y poltica,

resentimiento nacional por el trato posblico

y agudizacin de los enfrentamientos sociales.

Conjunto de factores que llevara a que la patronal agraria e industrial italiana viera en Mussolini una solucin de orden para acabar con las presiones del movimiento obrero organizado,

avalada por la eficacia de sus tcnicas militares aplicadas a la prctica poltica: el uso planificado y metdico de una violencia no aleatoria sino racionalizada, motivada ideolgicamente, planificada administrativamente y aplicada con tecnologa industrial (Burrin, 1996);

una violencia que abarcaba desde la paliza individualizada a un oponente poltico al asedio y asalto, planeado militarmente, de una casa del pueblo socialista o un sindicato, el asesinato poltico y el genocidio de comunidades enteras.

Como afirma Reichel (1997, 81), la violencia y el esteticismo se convier-ten en las caractersticas fundamentales de la prctica fascista del poder. El terror y la esttica reemplazan a la poltica.

Sin embargo, desde un punto de vista ms terico,

la idea central maurrasiana de anteponer la Patria -la Diosa Francia - a la Humanidad,

el culto de Sorel a la violencia

y la conviccin nacionalista de que los supremos intereses de la Nacin neutralizaran todos los problemas y enfrentamientos sociales,

constituiran las piezas centrales del ncleo central de la doctrina global fascista, en Italia

y all donde el ejemplo italiano fuera imitado, con mayor o menor fortuna, adaptado a las peculiares idiosincrasias nacionales (puesto que, como es obvio, Alemania, Espaa o Rumania en los aos treinta presentaban realidades radicalmente diferenciadas).

En Alemania, como sabemos por los estudios a los que el historiador George Mosse ha dedicado su vida, el peso de la cultura volkish sera un componente decisivo en el nazismo, de la misma forma que tambin lo fue la confluencia poltica entre racismo y nacionalismo , mientras que en Rumania o en Espaa el componente religioso-tradicional tendra un papel bsico.

Finalmente subrayemos el decisivo papel que la glorificacin de las tecnologas modernas represent en los idearios fascistas, uno de los factores,

conjuntamente con el de la incorporacin activa de las masas en poltica,

que diferencia al fascismo de las concepciones de los reaccionarios decimonnicos.

Como afirmaba Goebbels, el ideal nazi era un romanticismo de acero.

La tecnologa ms moderna al servicio de un proyecto de eugenesia racial que creara una invencible raza de amos que instrumentalizara a las razas inferiores al servir a los mejores elementos de la Humanidad.

Un imperio nacional socialista de base racista y antisemita que rebasara el viejo sueo pangermanista de la Gran Alemania.

El fascismo italiano y el nazismo alemn supieron sumar fuerzas y homogenizarlas polticamente para lograr controlar el Estado de sus respectivos pases e intentar realizar sus proyectos polticos.

Se convirtieron en partidos nacionales y capitalizaron el descontento antisistema mediante un uso eclctico de viejos y nuevos mtodos de actuacin poltica, alternando lo legal y lo ilegal hasta lograr aparecer a los ojos de la opinin pblica conservadora como la solucin al caos existente.

La solucin de orden tanto tiempo esperada capaz de neutralizar al movimiento obrero organizado y regenerar a la patria. Unas patrias cuarteadas por todo tipo de conflictos: econmico-sociales, polticos, generacionales, etc.

Respecto a la organizacin de los Estados fascistas sta fue utilizada segn el criterio terico de unificar Estado y Partido; sin embargo, en la prctica se produjo una especie de simbiosis entre los antiguos funcionarios no depurados y las nuevas burocracias del Partido ansiosas de status y poder. De hecho, tras la llegada al poder de fascistas italianos y nazis alemanes, se evidenci que la idea del Estado total era imposible de realizarse y por ello se produjo lo que se ha denominado dualismo funcional de los Estados fascistas. Dualismo que en el caso alemn era ms evidente ya que casi todos los rganos rectores del Estado estaban duplicados por un ente paralelo del Partido. Crendose, en ocasiones, una confusin en los criterios direccionales y responsabilidades que reforzaban constantemente la figura del lder supremo como rbitro decisorio imprescindible de la situacin. Por ello la tcnica de poder de los caudillos fascistas ha sido definida como decisionismo. Una tcnica arropada por factores de tipo carismtico y propagandstico y con unas legislaciones a su servicio que proclamaban que la esencia del sistema era que la voluntad del pueblo, msticamente encarnada en el Caudillo, deba ser ley de obligado cumplimiento.3. TEORA POLTICA FASCISTAA) Analogas Un anlisis comparativo de los ms clebres textos doctrinales fascistas revela de inmediato unos temas, un tono y unas argumentaciones que se repiten constantemente.

De este modo, podemos hablar tanto de una mentalidad fascista como de unas ideas-base en tomo a las cuales se articula la doctrina y la ideologa fascistas.

Con la salvedad de que no es lo mismo, como ya apuntbamos anteriormente, el discurso previo a la toma del poder que el discurso de los fascismos ya convertidos en regmenes, subsisten sin embargo determinados enfoques que continan siendo los mismos, lo que bien podra permitimos apuntar que quizs esas cuestiones fueran las nodales.

Es conveniente efectuar la localizacin de esas caractersticas nodales dada la gran confusin existente al respecto, partiendo de la argumentacin de que si todo es fascismo nada es fascismo (Antn, 2002: 13).

De entre ellas habra que citar en primer lugar la previamente explicitada idea de la necesidad de regenerar la nacin para recuperar, mediante una voluntad decidida a todo, las autnticas esencias tradicionales, aletargadas por la feminizacin democrtica y la ineficaz charlatanera parlamentaria. De esta forma,

mientras Mussolini habla de recuperar la potencia que har posible el engrandecimiento nacional mediante una voluntad de acero,

J. A. Primo de Rivera aboga por la empresa comn de la redencin de Espaa para hacer grande la Nacin,

y Hitler declara que el nazismo es una movilizacin espiritual del pueblo alemn que, a partir de su comunidad racial purificada, ocupar su merecido espacio vital, un imperio racial de amos y esclavos dirigido frreamente por la raza aria,

y si el objetivo final compartido es la supremaca de la Patria -sea el Neoimperio romano del Duce, el Imperio racial ario de Hitler o la Unidad de Destino en lo Universal de Primo de Rivera-

las vas que se plantean para lograrlo tambin son idnticas:

la voluntad, la disciplina, la supeditacin de los intereses individuales a los colectivos,

el ultranacionalismo vivido como una exaltante religin laica (Gentile, 1996a, 2002; Griffin, 2005),

el sacrificio sin lmites (Del guila, 1982, 163),

la preparacin para la guerra,

la aceptacin de las jerarquas sociales,

la aceptacin del capitalismo (Del guila, 1982, 158)

y el intento de primar lo poltico sobre lo econmico (Mason, 1996)

a partir de una elite dirigente que armonice, en funcin de los supremos intereses de la comunidad, todas las energas sociales.

La consecucin de estos objetivos tiene como correlato el Imperio, demostracin palpable del xito de la nacin ante la derrota de otras naciones y/o razas ms dbiles.

Los imperios, adems, acabarn de neutralizar los problemas sociales heredados de los sistemas burgueses-capitalistas con el reparto de las riquezas de las comunidades imperializadas.

Recientes investigaciones histricas insisten en la gran importancia econmica que para el nazismo tuvo su poltica de conquistas, poltica estructuralmente inherente.

Ningn autor fascista ha sido tan explcito como E. Gimnez Caballero, quien afirmaba en 1937 en una de sus obras ms conocidas, Genio de Espaa, que slo ha existido en el mundo una frmula capaz de superar el encono eterno de clases: trasladar esa lucha social a un plano distinto. Trasladarla del plano nacional al internacional. El pobre y el rico, asegura Gimnez Caballero, slo se ponen de acuerdo cuando ambos se deciden a atacar a otros pueblos o tierras donde puedan existir riquezas y podero para todos los atacantes.

A la luz de este esqueleto interno de la doctrina fascista se entienden mejor otros factores reiteradamente invocados por los lderes:

la insistencia en la disciplina voluntarista,

la importancia de los rituales gratificantes

y la igualdad social de la camaradera de los militantes como mecanismos compensatorios,

el necesario encuadramiento corporativo y militar de la sociedad,

el nfasis en la armonizacin de intereses entre capital, tcnicos y trabajadores, el belicismo como mtodo, prueba y objetivo supremo,

la educacin para el sacrificio supremo a la sociedad

o el culto a un lder infalible, guardin de las esencias inalterables de la Patria.

Todo ello asumiendo plenamente las tecnologas y mtodos de la modernidad al servicio de la tradicin (Herf, 1990).

Cuando Mussolini suea despierto en el Nuevo Hombre Fascista, creado casi en el laboratorio, habla textualmente de guerreros prestos a morir, de jueces competentes y rectos, de gobernantes enrgicos y autoritarios, de exploradores inteligentes y atrevidos y de soberbios capitanes de industria.

Primo de Rivera opina que la propiedad es fruto del ahorro y por ello el propietario tiene el sacrosanto derecho de transmitirla a sus herederos.

Hitler y la cpula nazi, una vez en el poder, desarrollaron la teora de que el nico capitalismo explotador era el no ario, o sea el judo, chivo expiatorio contra el que se canalizaran todos los odios sociales como medio de superar la ambigedad de los mensajes ideolgicos previos -anticapitalista y procapitalista a la vez- e instrumento para preparar a la sociedad para la solucin del problema judo, uno de los autnticos objetivos del ncleo dirigente del NSDAP.

Las contradicciones sociales, econmicas y polticas de los regmenes fascistas no podan ser resueltas, puesto que respetaban escrupulosamente el sistema econmico y social existente; de ah la radical importancia de la ideologa como medio de lograr consenso poltico y cohesin entre los sectores dirigentes.

Por ello la revolucin fascista, por la radicalidad de sus mtodos, ser una revolucin poltica y cultural, en donde el lenguaje desempear un papel bsico al lograr instrumen-talizar conceptos provenientes del nacionalismo, romanticismo, darwinismo, socialismo, etc.

Hasta incluso lograr, sin el menor rubor, que en la Alemania de los aos treinta el industrial Krupp fuera presentado por jerarcas nazis en un discurso a sus empleados como el productor Krupp, un buen camarada y un militante nacionalsocialista ms.

De ah que se haya afirmado que los nacional socialistas realizaron lingsticamente una revolucin social (Winckler, 1979, 18).

Los nazis fueron maestros en la utilizacin de diferentes sistemas de comunicacin para transmitir su ideologa y propaganda, como radio, cine, mtines o congresos, entre otros.

Tambin, magistralmente, lograron apropiarse de las subculturas populares para -al instrumentalizar descontentos, ansiedades, aspiraciones, temas, mitos y lenguajes- transmitir su ideologa presentndose como un Partido Nacional ms all de todo partidismo.

Como es obvio su despliegue territorial y capilar ejerca labores de control social e ideolgico al que en la prctica ningn ciudadano poda escapar, razn por la cual aciertan todos aquellos que creen ver en el totalitarismo la autntica esencia del fascismo,

aunque, recordemos, no es el objetivo de este captulo especificar las caractersticas de este concepto politolgico y sus diferencias con las diferentes variantes de autoritarismos.

En regmenes parafascistas o protofascistas como el franquista - una dictadura militar fascistizada en la propuesta terminolgica de Saz (1993) -, la verborrea ideolgica tena que ser ms exagerada, dado que era directamente un factor mixtificador o barniz encubridor de una clsica dictadura ultraconservadora, siendo la Falange, como vimos en Pemartn, la tcnica moderna de la tradicin.

Un importante dirigente del rgimen franquista, el falangista J. L. de Arrese sostena en 1943 que el objetivo de la espaolsima revolucin nacional sindicalista era por el Imperio hacia Dios, y que por este sentido de permanencia histrica y de plenitud misional, la revolucin no poda admitir soluciones fugaces a los problemas constantemente latentes, ni soluciones parciales a los problemas universales; o lo que es lo mismo: el nacionalsindicalismo era imperial. Un imperio que se concret en realidad en el hecho de que el nivel de vida de los trabajadores espaoles de comienzos de los aos treinta no se recuper hasta mediados de los aos cincuenta.

Como apunta lcidamente J. Linz, el franquismo no pretendi la movilizacin ideolgica de los sectores sociales subordinados, sino su despolitizacin y por ello el rgimen franquista no puede ser calificado de fascismo segn los parmetros que se estn exponiendo (lo cual no significa que fuera menos daino para los perdedores de la Guerra Civil). En la Italia y Alemania fascistas, por el contrario, la politizacin ideologizada de la sociedad fue imprescindible, las contradicciones del mensaje y de la prctica poltica obligaron a reafirmar el tono, la actitud y las formas sobre los contenidos como medio de encubrir que lo que se presentaba como revolucionario era pura reaccin, en ausencia de cambios econmicos y sociales reales que afectaran a los intereses de los grupos sociales dominantes (Woolf, 1974, 133). (Es ms, lo que consolid a Hitler y Mussolini fue un acuerdo de mutua cooperacin y divisin de funciones entre el Gran Capital y sus respectivos partidos). Los fascistas respetaran los beneficios y la jerarqua social, en tanto que el gran capital respetara, a su vez, la autonoma del poder poltico, aceptara su intervencin (no confundir con planificacin) en materia econmica mediante su tutela e incluso la creacin de grandes trust industriales como el IRI italiano y se prestara a orientar su produccin hacia los proyectos de conquista imperial (proyectos obviamente bien acogidos al asegurar pedidos estatales, control de mercado, acceso a materias primas baratas y, sobre todo, paz social).B) La utopa fascista Constituyeron el marco histrico en el que surgiran los fascismos.

El colapso de la tradicin humanista,

el giro conservador del nacionalismo que tuvo lugar entre 1880 y 1914,

la crisis del modelo liberal clsico decimonnico,

la presin democratizadora del movimiento obrero organizado,

la masificacin y tecnificacin industrial de las sociedades occidentales

y las convulsiones polticas y econmicas surgidas tras el fin de la Primera Guerra Mundial

Los retos de la modernidad y las angustias de una poca de aceleracin de los cambios histricos ocasionaron la viabilidad poltica de posturas polticas radicales e hiperideologizadas.

Ante el descrdito e inestabilidad de los planteamientos liberales, cuyo paradigma sera la Repblica de Weimar, dos bandos totalmente opuestos se van gradualmente perfilando en los aos veinte:

un socialismo revolucionario marxista que cristalizar en la Revolucin rusa de 1917, el movimiento espartaquista alemn y la creacin de los Partidos Comunistas,

y un ultranacionalismo que recoger las viejas banderas de la contrarrevolucin del siglo XIX, con el aadido del imperialismo - racista en mayor o menor grado- el darwinismo social

y, aspectos fundamentales, la incorporacin de la tecnologa y la aceptacin de la participacin de las masas nacionalizadas en la poltica (lo que le permitir presentarse como un socialismo nacional anticapitalista y antimarxista a la vez).

Los factores de malestar, por tanto, ante la magnitud de la crisis, explicaran la viabilidad poltica de los fascismos.

Especialmente donde a los resentimientos sociales y personales se aadieron agravios nacionales (como las condiciones draconianas para Alemania del Tratado de Versalles y el olvido de Italia en las compensaciones).

No por casualidad en Italia Mussolini accede al poder en 1922 -cuatro aos despus de acabada la guerra mientras que, como es bien sabido, los nazis en Alemania slo pudieron alcanzar el control del Estado tras el crash del 29, que afect duramente a Alemania.

El malestar empuj a la bsqueda de salidas polticas a determinados grupos sociales en declive -ex combatientes, clases medias, funcionarios- que contaban, como seala Lukcs, con una disposicin psicolgica peculiar, disposicin por la que ms que lo que se quiere se sabe lo que se rechaza.

Este fue el autntico caldo de cultivo del fascismo, en el que un ingrediente clave fue el odio hacia los planteamientos marxistas de una sociedad comunista de ciudadanos iguales que acabara definitivamente con los estatus sociales privilegiados.

Los fascismos detectaron las angustias de los hombres europeos del primer tercio del s. XX

el desempleo, la sobreexplotacin y su correlato el espectro de la revolucin,

la anomia, el aplastamiento kafkiano de los individuos por las todopoderosas burocracias estatales,

la prdida de las tradiciones, la falta de objetivos e ilusiones polticas,

la creciente deshumanizacin y atomizacin de la vida urbana, la aoranza del mundo orgnico rural,

el inmenso poder de los grandes trusts industriales y del capital financiero,

el descrdito de los polticos parlamentarios profesionales, el caos poltico por la deslegitimacin del liberalismo.

Y la lectura de todos esos problemas los fascistas la efectuaron a partir de la experiencia vital que marc definitivamente sus vidas: la deshumanizacin o la brutalizacin (Hobsbawm, 1995) que toda una generacin europea sufri en las trincheras de los frentes de combate de la Primera Guerra Mundial.

G. Strasser, el lder del sector ms anticapitalista del Partido Nazi (mandado asesinar por Hitler) afirmaba que el nazismo naci en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

Jnger, en clave ms pica, sentenciaba en sus escritos que la Guerra fue la madre de toda una generacin. Mussolini se expresaba al respecto en trminos parecidos.

Es as como los rasgos distintivos de los ejrcitos modernos en guerra -el pragmatis-mo, la unidad de pensamiento y accin, un esquema organizativo fuerte-mente jerarquizado y piramidal, la obediencia ciega, el culto ultranacionalista a la bandera, el uso intensivo de las modernas tecnologas, la camaradera juvenil interclasista y el salvajismo racionalizado- se convertirn en el sello de identidad, en la marca de fbrica de las organizaciones fascistas. Sin embargo, a pesar de ser tan decisivos todos los elementos apuntados, por s solos no pueden ser capaces de explicar el porqu los fascistas italianos y los nazis germnicos lograron convencer a una parte importante de sus respectivas poblaciones de que eran una alternativa poltica viable a la situacin existente y encarnaban el autntico espritu nacional.

La clave podra radicar en que la teora y la prctica fascistas haca creble su modelo utpico de sociedad.

Un modelo que prometa solucionar los grandes traumas de la modernidad y suprimir las angustias sociales e individuales:

el individuo que era encuadrado en una organizacin de masas fascis-ta o, en su caso, en el propio partido o en las unidades de elite, se senta poderoso al formar parte de un gran colectivo al cual aportaba su individualidad, participando polticamente de un hermoso, exaltante y heroico proyecto global de engrandecimiento de una Patria que tena los enemigos exteriores e interiores plenamente identificados.

El fascismo haba generado perspectivas polticas con capacidad de ilusionar, reconducido los viejos mitos nacionalistas, recreado una tradicin y ritualizado solemnemente sus actos pblicos.

Lo explicaba todo, lo solucionaba todo y la prdida de autonoma y libertad era compensada si se crea en mayor o menor grado en la fe fascista (lo que puede explicar que los fascistas tuvieran las mayores dificultades de proyeccin ideolgica en los sectores ms concienciados del Movimiento Obrero organizado y, en el caso alemn, en algunos sectores cristianos) (Falter, 1997).

Adems, al glorificarse el instinto impulsivo sobre la razn y la esttica sobre la moral, la veracidad del mensaje fascista slo poda comprobarse por sus actos, no por sus ideas.

El fascismo comportaba orden, regeneracin nacional, alejamiento del peligro marxista y reconciliacin entre pasado, presente y futuro.

El parlamentarismo liberal, por el contrario, era a ojos de los fascistas una estafa oligrquica al servicio del gran capital internacional que haba apualado a Alemania e Italia por la espalda.

El fascismo prometa una autntica democracia de masas en la que las elites dirigentes accedieran al poder de forma abierta por sus mritos con el objetivo supremo de engrandecer la comunidad nacional.

Elites conducidas por un gran lder carismtico

que utilizando al Partido como intermediario entre l y unas masas aclamado-ras incapacitadas por esencia para autogobernarse, por sus inigualables virtudes, estaba en contacto mgico con el autntico espritu popular y con las verdaderas esencias de la nacin, conduciendo as la nave con rumbo firme y frrea voluntad autoritaria, segn las diferentes misiones que Dios y/o la Naturaleza haban asignado a las diferentes naciones y/o razas.

A juicio de A. Rosenberg, el idelogo nazi, la esencia de esta vida no consista en hacer negocios, sino en cumplir un gran destino, al que ningn pueblo puede sustraerse.

Para Hitler hablar de la misin del pueblo alemn sobre esta tierra equivala a la creacin de un Estado cuyo fin supremo fuera conservar y defender los ms nobles elementos del pueblo, que han permanecido puros y son por tanto los ms nobles elementos de la humanidad entera, un pueblo de amos que hace del mundo entero el servidor de una civilizacin superior.

Por fin, afirmaba la propaganda fascista, un gran movimiento nacional joven -suprapartidista e interclasista- haba conseguido reconciliar definitivamente al individuo y la comunidad; a la tradicin y al orden con los necesarios cambios revolucionarios que la situacin requera; a las masas y las elites; a las diferentes clases sociales y generaciones entre s; a la tecnologa moderna y la naturaleza; a la economa y la poltica. Por fin se tena un gran proyecto poltico a realizar como nacin o pueblo y un Estado fuerte capaz de imponer este objetivo a los enemigos externos e internos. La utopa fascista era real..., ideolgicamente real. Una autntica revolucin espiritual, poltica y cultural. Como afirmaba en 1936 el fascista belga Jean Denis, en sus Fundamentos de la doctrina rexista, el ser humano no se realiza reducindolo todo a un individualismo vano y egosta, sino al contrario, renunciando a s mismo y volvindose parte de la comunidad. Los individuos en la doctrina fascista eran social y naturalmente desiguales, siendo esa desigualdad necesaria y til, pero se encontraban homogenizados polticamente por unos objetivos comunes a los cuales deban sacrificar sus intereses, voluntades e incluso sus vidas en el altar supremo de la Patria. La nica salida, en consecuencia, a los angustiosos problemas de la modernidad era complementar los procesos de industrializacin con una autntica revolucin del espritu y regenerar los viejos valores preindustriales de comunidad, valor, sacrificio, heroicidad y organicidad, o de lo contrario el triunfo definitivo del materialismo comportara su desaparicin definitiva. De ah que el marxismo, materialista, igualitario, internacionalista y antiestatal -en un plano terico- fuera el gran enemigo a batir, aunque se le tuviera cierto respeto por su radicalidad y su carcter antiburgus.C) Componentes bsicos de los idearios fascistasA nuestro juicio los componentes esenciales de la ideologa fascista como conjunto articulado de ideas polticas son seis: todo fascismo es antimarxista, antiliberal, ultranacionalista palingentico (Gentile, 1996b; Griffin, 1994), darwinista social, ultraelitista y totalitario 23. Antimarxista, porque el marxismo es el contrapunto del fascismo en todos los sentidos, y por ello debe ser combatido a muerte.

Todo en l es visto negativamente: su pretensin de abolir las clases y las jerarquas sociales naturales, su voluntad democratizadora e igualitaria, su idea de progreso, su antimilitarismo, su materialismo, su internacionalismo, su desprecio por lo tradicional, su tica solidaria e incluso su probada capacidad organizativa y combativa.

Ramiro Ledesma Ramos, uno de los fascistas espaoles ms arquetpicos, declaraba que la primera incompatibilidad absolutamente irresoluble del fascismo se manifiesta frente a los marxistas, hasta el punto de que slo la violencia ms implacable es una solucin.

El perfil antimarxista del fascismo es ineludible, pues el triunfo marxista equivale a una derrota absoluta de todo cuanto la actitud y el espritu fascista representa. El marxismo era una cua destructora, disgregadora y corrosiva en el seno de la nacin que deba ser extirpada de raz.

Los fascistas sustituyeron la clase por la nacin y la lucha de clases por el imperialismo en nombre de la comunidad unificada polticamente por un destino glorioso a realizar.

Antiliberal, porque el fascismo enlaza, como dijimos, con la anti-ilustracin y la consiguiente contrarrevolucin hasta llegar a los protofascistas como directos precursores del fascismo que aparece tras la Primera Guerra Mundial.

Ahora bien, sera conveniente subrayar que este antiliberalismo es un antiliberalismo filosfico, cultural y poltico, enemigo del constitucionalismo y las ideas de pluralidad poltica, respeto, liberalidad, tolerancia, consenso racional, tolerancia a las minoras, derechos, separacin de poderes, partidos polticos y sociedad civil.

Sin embargo, el liberalismo econmico es admitido sin reservas y se acepta que sus premisas de funcionamiento constituyen leyes inamovibles de la naturaleza.

A pesar de su verborrea ideolgica anticapitalista tanto Hitler como Mussolini eran unos armonicistas que estaban convencidos de que el capitalismo era un sistema muy eficaz para la creacin de riqueza como base material imprescindible para sus proyectos polticos.

Adems, el capitalismo era una demostracin palpable del acierto de los anlisis darwinistas sociales de la lucha por la vida y de la supervivencia de los ms fuertes y mejor adaptados al medio.

Ya en 1921 el propio Mussolini proclamaba que el capitalismo no era tan slo una rapaz acumulacin de riqueza, sino una jerarqua y una elaboracin insustituible de valores realizada a travs de los siglos. El capitalismo estaba apenas en el comienzo de su historia. Aun siendo contrario al liberalismo en poltica, confesaba el Duce, era partidario incondicional del liberalismo en economa.

Los nazis, por su parte, al alcanzar el poder no tomaron ninguna medida econmica populista que hubiera podido afectar a los grupos sociales poderosos, como una reforma agraria, leyes antitrust, impuestos especiales a los grandes almacenes, etc..

Ultranacionalista, en la medida en que es el factor justificativo y legitimador de su teora y su prctica poltica. La regeneracin de la patria lo merece y lo justifica todo. Ante el altar de la patria cualquier sacrifico es poco.

El fascismo, segn Mussolini, deba ser una dinamo para galvanizar a la sociedad italiana, olvidar definitivamente la infamante derrota de Adua a manos de los etopes y el mal trato recibido por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial, reconstruir el Imperio Romano y alcanzar al fin sus objetivos imperiales.

Para los nazis, se trataba de acabar con la vergenza de Versalles y construir la Gran Alemania -todo territorio en donde habitaban alemanes de origen- como ncleo central de un imperio racial ario que explotara sin piedad a los pueblos y razas inferiores.

Para los fascistas la Patria es la ms pura de las realidades y por ello los mitos que se crean en torno a la Nacin son tan efectivos y consiguen que los integrantes de la comunidad se sientan espiritualmente partcipes de un proyecto colectivo.

Darrwinista social, porque una sociedad fascista debe educar a sus miembros en una espiritualidad idealista, apasionada, estoica y dispuesta al sacrificio supremo, ya que la vida es una lucha constante.

Una guerra eterna y viril entre especies, individuos, pueblos y razas. Una contienda amoral que explcita las excelencias, graduaciones y subordinaciones, que muestra quin debe mandar y quin debe obedecer, que hace circular a las elites y que impone unas jerarquas justas y legtimas.

Por esa razn para Jos A. Primo de Rivera todos los hombres de la futura sociedad espaola nacionalsindicalista recibiran una educacin premilitar en todas las fases de su ciclo vital productivo. Porque la guerra, segn sus propias palabras, es inalienable al hombre, un elemento de progreso absolutamente necesario e inevitable, un instinto atvico, intuitivo y eterno.

En la misma lnea Mussolini mantiene que cuando retumba el can la voz de la Patria atruena y que la guerra es para el hombre lo que la maternidad para la mujer, de lo que deduce que el espritu fascista es antipacifista y que la nacin italiana est en permanente estado de guerra.

Y Hitler pregonaba que mientras la Tierra gire en torno al Sol, mientras haya fro y calor, fertilidad e infertilidad, tormentas y sol, durar la lucha entre los hombres y entre los pueblos. Si los seres humanos viviesen en el Edn se corromperan. Todo lo que es humanidad, concluye el Fhrer, lo es por la lucha.

Ultraelitista, puesto que la reivindicacin radical de la desigualdad biolgica es un compo-nente esencial en la cosmovisin fascista (al ser juzgada sta como fecunda y benfica) y factor de legitimacin de su piramidal estructura de poder, slo matizado por sus neceis-dades populistas de lograr la participacin de la sociedad en sus proyectos polticos.

Y, finalmente, Totalitario, rasgo que diferencia al fascismo de otras opciones polticas directamente emparentadas, como las dictaduras autoritarias conservadoras, los regmenes bonapartistas o los regmenes corporativistas catlicos de la Europa de entre guerras. Totalitarismo, no lo olvidemos, en realidad unilateral, ya que lo fue sobre las clases sociales dominadas (Lyttleton, 1991,71).

El monopartidismo, la identificacin Estado-Partido, la movilizacin poltico-ideolgica de la sociedad vista como unidad nacional orgnica y mstica, la difuminacin de las esferas pblica y privada y el uso sistemtico de la violencia planificada son las autnticas seas de identidad de los totalitarismos fascistas europeos.

Como reconoca el propio Mussolini la esencia de la doctrina fascista descansa en la concepcin, funciones y objetivos del Estado. Para el fascismo, advierte Mussolini, el Estado es absoluto y los individuos o grupos relativos.

Segn las propias palabras de un manual fascista de la poca, los valores universales del fascismo eran: el antimarxismo, la antidemocracia y el antiparlamentarismo; el nacionalismo; la intransigencia poltica; la espiritualidad; la tctica de accin; el culto al superhombre y a las elites; el gobierno autoritario; la jerarqua y la disciplina (De Alvial, 1938, 45).4. CONCLUSIN Los anlisis del fenmeno fascista realizados hasta la fecha han estado sesgados por las limitaciones estructurales de los dos grandes paradigmas explicativos de referencia: el liberal y el marxista. Para el liberalismo, el anlisis a fondo del fascismo tena el peligro de poner en evidencia las propias contradicciones de la modernidad liberal. Desde la ptica marxista, se enfatizaba la lucha de clases, subrayando con acierto la instrumentalizacin del pueblo alemn o italiano por parte de las elites econmicas, pero sin tener en cuenta la capacidad de seduccin interclasista del fascismo. No era un olvido accidental: el carcter interclasista fascista revela serias carencias en el rgido sistema terico marxista. Por qu el fascismo posee esa capacidad de seduccin? La respuesta que hemos tratado de ofrecer aqu se basa en tres hiptesis de trabajo. En primer lugar, el fascismo est lejos de ser un hecho accidental de la historia del siglo XX. Muy al contrario, proviene directamente de una tradicin contrarrevolucionaria europea que vertebra, en oposicin implacable a la Ilustracin y sus consecuencias revolucionarias, la historia contempornea de Europa. No necesariamente el fascismo era el nico producto posible de esa tradicin contrarrevolucionaria. Pero lo fue, y esto nos lleva a la segunda hiptesis. El fascismo se desarroll en un siglo de extraordinario desarrollo econmico y tecnolgico y fue capaz de conciliar pares ideolgicos antagnicos que hasta entonces haban pertenecido exclusivamente a una sola de las dos grandes mega-ideologas europeas de la modernidad, Ilustracin y anti-llustracin: individuo y comunidad, masas y elites, razn y brutalidad o tcnica y tradicin. Elementos tan opuestos pudieron ser soldados en una misma ideologa porque la ideologa fue ms all y se convirti -nuestra tercera hiptesis- en utopa. Substituir los ideales ilustrados revolucionarios: Libertad, Igualdad, Fraternidad, por los supremos valores fascistas: Autoridad, Comunidad, Orden, Justicia. Presentar al fascismo como utopa puede sonar sorprendente a muchos, y tal vez por ello este aspecto ha sido descuidado en la gran mayora de los estudios. Hoy, sin embargo, ya comenzamos a contar con suficiente perspectiva histrica para reconocer que el fascismo fue algo ms que un puro delirio de algunos dirigentes. Fue un intento de primar lo poltico sobre lo econmico en funcin de un proyecto ultranacionalista, palingensico, imperialista. Fue tambin un proyecto poltico utpico que ofreci una respuesta radical distinta de las existentes para los gigantescos problemas de las sociedades industriales. Por eso prendi en todas las clases sociales ; por eso la mayor parte de los militantes fascistas se consideraban a s mismos idealistas,

por eso sedujo, porque entre la resignada aceptacin de la prosaica realidad liberal o la dedicacin al partido revolucionario de la clase obrera quedaba para el individuo un espacio, entonces y ahora, para la identificacin radical con una protectora comunidad nacional.BIBLIOGRAFA

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8. Las races intelectuales del fascismoUn socialismo liberado del elemento democrtico y cosmopolita encaja en el nacionalismo como un guante bien hecho en una bella mano. Charles MaurrasEl fascismo podra muy bien ser el fenmeno ms horrible del siglo xx. Y es tambin uno de los ms paradjicos: implacablemente opuestos a la poltica democrtica, los fascistas 1, sin embargo, utilizaron todos los medios para dominar a la opinin pblica y construir un movimiento de masas; supuestamente miembros de un partido del orden, los fascistas deambulaban por las calles y cometan actos de violencia gratuitos; autoritarios en cuerpo y alma, comprometieron y desacreditaron a todas las autoridades establecidas y a las elites gobernantes; suspirando por el pasado, los extremadamente reaccionarios nazis derrocaron la tradicin y erigieron un gobierno y una sociedad completamente nuevos; implacables detractores de la Revolucin francesa, los nacionalsocialistas llevaron a cabo su propia revolucin; y los fascistas italianos hasta llegaron a imitar a los jacobinos introduciendo un nuevo calendario en el que 1922, el ao de la ascensin al poder de Mussolini, figuraba como Ao Uno 2.

La paradoja ms pertinente para nuestros propsitos es que los fascistas, aunque cnicos en su manipulacin de las ideas y particularmente desdeosos con los amanerados intelectuales, estaban absolutamente decididos a reformar el mundo a imagen de su ideologa. Es tpico del fascismo -y un gesto que la distingue de otras doctrinas de la derecha europea- que despus de 1932 a cualquier persona que se incorporara al partido de Mussolini se le proporcionara una copia de su Doctrina del fascismo, junto con un carnet de miembro y un rifle. A diferencia de su homlogo italiano, Hitler no esper hasta haberse hecho con el poder antes de publicar sus violentamente antisemitas, racistas e imperialistas diatribas: Mein Kampf (Mi lucha) apareci en 1925-y 1926, aos antes que el Tercer Reich. Desde su comienzo hasta el ltimo da, el distintivo del movimiento nazi fue el fervor ideolgico ms que la anticuada poltica de poder.

Cules son las fuentes de la ideologa fascista? El primer paso para contestar a esta pregunta es dejar de lado la lista de nombres adecuados que Mussolini dej caer en entrevistas con periodistas. De hecho, no hay evidencia de que leyera a William James con detalle, y s todas las razones para sospechar que Mussolini se aprovech de la etiqueta del pragmatismo simplemente porque pens que podra excusar su costumbre de actuar primero y decidir su significado con posterioridad. Tomndolo en serio en este sentido no aprendemos nada sobre sus races intelectuales, por no mencionar que el pobre William James sufri la difamacin de culpabilidad por asociacin. Una estrategia mucho ms prometedora es examinar los movimientos de pensamiento y sentimiento populares en los que Hitler y Mussolini se inspiraron y que moldearon en funcin de sus propios fines. El romanticismo alemn y su discurso sobre el pueblo; el sindicalismo italiano; el nacionalismo virulento, agresivo y expansionista, y las ideologas conservadora y reaccionaria, dedicadas a revocar la Ilustracin, la Revolucin francesa y el liberalismo, estn entre las corrientes de opinin que tuvieron un impacto directo sobre los lderes del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemn.

Pero antes de discutir estas fuentes intelectuales, inicialmente dirigiremos nuestra atencin a la relacin entre fascismo y marxismo, porque sobre este tema ha existido durante mucho tiempo un excesivo grado de confusin.

Fascistas y marxistas

Tan pronto como se plantea la cuestin de la relacin entre fascismo y marxismo el investigador se topa con opiniones diametralmente opuestas. Para los verdaderos creyentes -los fieles de ambos partidos- es obvio que el marxismo y el fascismo son polos opuestos, los mayores enemigos mortales, uno en el extremo izquierdo del espectro ideolgico, y el otro en el extremo derecho; uno, el adalid de la revolucin; el otro, el de la contrarrevolucin. En pases como Inglaterra o Estados Unidos, sin embargo, durante mucho tiempo ha estado de moda considerar a Mussolini, Hitler y Stalin como intercambiables. Regmenes que son dictatoriales, expansionistas y que practican el terror contra su propio pueblo pueden ondear diferentes banderas y odiarse el uno al otro incluso ms de 10 que desprecian a los moderados, pero para sus vctimas las diferencias entre uno de estos gobiernos y el otro son insignificantes.

Qu hacer con la anterior afirmacin de que el fascismo y el marxismo, a pesar de la mutua animosidad de sus protagonistas, conduce a la misma cosa? En cierto sentido, esta conclusin est justificada, pero, en otro, es a la vez inadecuada y extremadamente injusta con muchos marxistas. Ciertamente, Carl Friedrich, Zbigniew Brzezinski y otros cientficos sociales que escribieron sobre el totalitarismo en los aos cincuenta, en tanto se referan a los regmenes polticos de Hitler y Stalin, tenan razn al concluir que las dictaduras totalitarias fascista y comunista son bsicamente iguales 3. En ambos casos gobern sin oposicin un partido nico, que fue dominado por una sola persona; en ambos pases se impuso a todo el mundo una ideologa que lo abarcaba todo. En Alemania y en Rusia, la constante propaganda, la censura de los medios de comunicacin y la omnipresencia de las policas oficial y secreta fueron instrumentos que no slo silenciaron el discurso disidente, sino que fueron destinadas a prevenir el pensamiento disidente. Las purgas contra los enemigos, reales o imaginarios, se convirtieron en un hecho habitual, y hombres y mujeres vivan constantemente atemorizados. En la medida en que la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin eran regmenes totalitarios, las distinciones entre fascismo y marxismo de hecho se vuelven insignificantes.

Pero en este punto debemos tener cuidado para no caer en la trampa de repetir polmicas ideolgicas mientras pretendemos presentar una explicacin imparcial de diversas ideologas. Porque existe un claro peligro de que la discusin sobre el totalitarismo pueda degenerar en otra versin de los reiterados esfuerzos de los liberales para desacreditar a sus competidores marxistas responsabilizndoles del fascismo. Lo que no significa sugerir que los marxistas hayan sido mucho ms justos con los liberales: simplemente volvieron las tomas sugiriendo que el fascismo es una ideologa producida por la sociedad burguesa, liberal, cuando alcanza la fase de capitalismo monopolstico. Para completar este intercambio de insultos debemos aadir que los fascistas culpan a los liberales de desencadenar las fuerzas promotoras de la igualdad y destructoras de las tradiciones que evolucionan naturalmente hacia una apoteosis final bolchevique. Cada una de las tres ideologas rivales: liberalismo, marxismo y fascismo, no slo repudia a las otras dos, sino que, de forma poco justa, afirma que estn ntimamente relacionadas y acusan a la menos mala de ellas de generar el peor de esos dos males.

Debera resultar evidente que el estalinismo y el marxismo no son lo mismo; los marxistas crticos de la Escuela de Frankfurt 4, por citar un notable ejemplo, intentaron deliberadamente salvar la integridad del marxismo repudiando el estalinismo tan enrgicamente como denunciaron el capitalismo. Ni siquiera el bolcheviquismo puede equipararse al estalinismo: el Lenin que en Qu hacer? afirmaba que el partido no podra sobrevivir a menos que se organizara con mentalidad militar fue tambin el autor del Estado y la revolucin, un panfleto escrito en vsperas de la revolucin en el que el hombre que iba a conducir a los bolchevique s a la victoria se volva a entregar a los aspectos ms libertario s y utpicos de la visin de Marx, en concreto, la creencia de que el pueblo -en palabras de Lenin- podra aprender a dirigir la administracin en las veinticuatro horas posteriores al derrocamiento de los capitalistas y burcratas. En realidad, pocos meses ms tarde reclamara que un capitalista que pudiera hacer funcionar un ferrocarril tena ms valor que veinte resoluciones aprobadas en las asambleas comunistas. Pero la visin del pueblo gobernndose a s mismo presentada en El Estado y la revolucin sigui siendo aquella a la que los marxistas desafectos apelaban una y otra vez cuando lamentaban la traicin de la revolucin (vase el captulo 12).

Quizs el modo ms eficaz de poner de relieve la diferencia entre marxismo y fascismo es contrastar su actitud hacia el uso de la violencia. Hitler proclam que la guerra era la ms poderosa y clsica expresin de vida; el veredicto de Mussolini fue que no hay vida sin derramamiento de sangre, porque el hombre es un animal blico. Aquel que dice fecundacin -aada el dictador italiano- dice laceracin. Tanto liberales como marxistas, en dramtico contraste, histricamente han aspirado a un mundo sin guerra: para los liberales la cada de la aristocracia, para los marxistas el derrocamiento de la burguesa, sealaran el feliz da en el que la guerra se volvera obsoleta. El fascismo, sin embargo, glorifica la guerra, que considera moralmente engrandecedora del espritu, un escape para las heroicas y elevadas pasiones sofocadas por el humanitarismo. Una vida sin guerra, para un fascista, es una vida que no merece la pena vivir.

En el pensamiento marxista la violencia es simplemente un medio, y debe ser minimizada mientras dure y descartada 10 ms pronto posible. La revolucin de la que habl Marx sera llevada a cabo por la abrumadora mayora frente a una pequea minora; dicha violencia, en la medida en que es necesaria para expulsar a la clase gobernante, sera, por tanto, mnima. Karl Kautski, portavoz intelectual de la Segunda Internacional, neg que Marx pudiera haber apoyado la Revolucin bolchevique, llevada a cabo en un pas atrasado y, por tanto, un fracaso inevitable y con muchas posibilidades de desembocar en un bao de sangre contrario a los ideales humanistas del marxismo. Un medio que se contrapone al fin no puede ser santificado por ese fin, escribi Kautski en Terrorismo y comunismo (1919). Un ao ms tarde, Trotski replic con un libro que llevaba el mismo ttulo. Incluso el liberalismo ha recurrido a la violencia para establecer o salvar su reino, sostena Trotski, citando como ejemplo la Guerra Civil norteamericana. Y a partir de ese razonamiento conclua: El que tiene como objetivo un fin no puede renunciar a los medios. A pesar de ello, Trotski nunca rechaz la santidad de la personalidad humana individual; simplemente mantena que para hacer que el individuo sea sagrado debemos destruir el orden social que lo crucifica; y en este proceso, desafortunadamente, algunos individuos morirn.

Cuando el humanismo intenta realizarse a s mismo con alguna consistencia se convierte en su opuesto; concretamente, en violencia, escribi Maurice Merleau-Ponty, el filsofo francs y terico marxista. ste es el trgico destino del marxismo revolucionario: para llevar los ideales humanistas de la teora a la prctica son necesarias acciones blicas, especialmente despus de reconocer lo equivocado que estaba Marx al pensar que fuerzas impersonales eliminaran sin derramamiento de sangre la mayora de los obstculos para el advenimiento de la nueva sociedad. Un marxista revolucionario, por tanto, est destinado a enfrentarse con el problema de las manos sucias, esto es, con la cuestin de usar o no a corto plazo medios que contradicen el fin ltimo 5.

Los fascistas, a diferencia de los marxistas, no se encuentran ante ningn dilema entre medios y fines. Alfred Rosenberg, el idelogo nazi, equiparaba el fascismo con un ejrcito siempre en marcha, pero indiferente a su destino o propsito. Para un fascista, la violencia es simultneamente un medio y un fin. Mientras un revolucionario marxista encuentra tragedia en el conflicto entre medios violentos y un fin pacfico, un fascista halla en el derramamiento de sangre grandeza heroica y sublime plenitud.

La violencia es siempre un problema para los marxistas porque comparten con el liberalismo el respeto por la herencia de la Ilustracin. El descontento de los marxistas no se refiere al valor que el liberalismo deposita en el ser humano individual, sino a la incapacidad de los liberales para reconocer que bajo el capitalismo, en palabras de Marx, el capital es independiente y tiene individualidad, mientras que la persona humana es dependiente y no tiene individualidad. El marxismo es un humanismo; el fascismo es la vehemente y estridente negacin de la Ilustracin y de todos los ideales humanistas.

En cierto sentido, la confusin del marxismo con el fascismo es comprensible, dado que tanto el nazismo alemn como el fascismo italiano supuestamente fueron amalgamas de nacionalismo y socialismo. Pero el elemento socialista en el nazismo no tuvo nada que ver con el marxismo y s mucho con el odio a los judos, a los que se culp de todos los trastornos creados por una economa capitalista. Para Hitler, la finalidad de los componentes socialistas en el programa de su partido fue la de llegar a las clases bajas, objetivo que un virulento nacionalismo sin ms podra haber evitado. Debe recordarse que, mucho antes de hacerse con el poder, los nazis combatan a los comunistas en las calles de Berln. Nada impresion ms a Hitler en el historial de Mussolini que el xito de los escuadrones de matones armados italianos ayudados por los acaudalados terratenientes del Valle del Po en la destruccin de las sedes del Partido Socialista.

Quiz sea un signo de la a veces paranoica mentalidad de los liberales de la Guerra Fra el que minimizaran la distincin entre fascistas y marxistas a pesar del regocijo con el que los primeros destruyeron a los comunistas de Italia y Alemania. Debe reconocerse, sin embargo, que el caso del fascismo italiano se presta a una considerable confusin sobre lo que es la izquierda y lo que es la derecha; especialmente porque Mussolini, justo antes de asumir el liderazgo del movimiento fascista, era conocido como una figura de la izquierda revolucionaria marxista.

Una vez hayamos examinado los orgenes ideolgicos del fascismo italiano, se har evidente que Mussolini fue siempre un protofascista y un marxista solamente de nombre. En general, fue del pensador francs George Sorel, un escritor con cierta relacin con el movimiento sindicalista, del que los fascistas italianos aprendieron a citar a Marx incluso al defender los ideales ms radicalmente nihilistas imaginables.

Fascistas y sindicalistas

El pensamiento de Mussolini no est arraigado en el sindicalismo como tal; fue ms bien la utilizacin abusiva de Sorel del movimiento sindical para sus propios propsitos de rechazo de la herencia de la Ilustracin la que es relevante para la estructura de la creencia fascista. Sorel odiaba tanto el liberalismo, el pacifismo, el laicismo y el individualismo que, cuando los trabajadores fracasaron en la destruccin del gobierno parlamentario y de la ideologa liberal que lo sustentaba, l y sus seguidores decidieron colaborar con la Action Franaise, de Charles Maurras, un grupo exacerbadamente nacionalista, reaccionario y protofascista. El resultado de todo ello fue el nacionalsindicalismo, un movimiento que es una traicin de la doctrina sindicalista revolucionaria original. Sin xito en Francia, el nacionalsindicalismo triunf en Italia bajo el liderazgo de Mussolini, que estaba bien versado en el pensamiento de los sorelianos de ambos lados de los Alpes.

Antes de que Sorel distorsionara su mensaje, el sindicalismo era conocido como una versin antiautoritaria del socialismo, marxista en su vocabulario y, sin embargo, simpatizante con la causa anarquista que Marx haba combatido en la Primera Internacional. Cuando la Segunda Internacional rechaz acoger a los delegados anarquistas en 1896, los socialistas, anhelantes de Proudhon y de sus temas anarquistas de descentralizacin, federalismo y autogobierno de los trabajadores, descubrieron que podran permanecer dentro del movimiento y continuar apoyando el viejo rechazo anarquista del Estado a travs de la defensa de la causa sindicalista frente a los socialistas parlamentarios. Por as decirlo, los sindicalistas se encaminaban hacia el principio que ms tarde se denominara el control de la gestin por parte de los trabajadores. Durante la Revolucin rusa, inicialmente aclamaron a los soviets de los trabajadores como una realizacin de sus aspiraciones, pero pronto condenaron el bolcheviquismo como una forma de socialismo de Estado autoritario, una total contradiccin con sus ideales. Con seguridad, nada podra estar ms lejos del movimiento autoritario y totalitario del fascismo que el movimiento cuasianarquista denominado sindicalismo. Lamentablemente, Sorel alcanz mucha ms notoriedad que Fernand Pelloutier o cualquier otra figura que contara con credenciales sindicalistas. En sus Reflexiones sobre la violencia (1906), Sorel tocaba todos los temas que ms tarde le granjearan el cario de Maurras y finalmente de Mussolini, el futuro dictador, que vacil, pero que, en ltimo trmino, no slo revis el sindicalismo, sino su variante nacionalista, protofascista.

Un modo de comprender la relevancia de Reflexiones sobre la violencia es decir que Sorel llega a una conclusin diametralmente opuesta a la obtenida por Eduard Bernstein en 1899 (a pesar del completo acuerdo de Sorel con el anlisis de las perspectivas del socialismo articulado en El socialismo evolucionista, la clsica exposicin del revisionismo marxista de Bernstein). Es una verdad innegable, como sostena Bernstein, que la situacin econmica del trabajador est mejorando; Marx estaba equivocado al pensar que los salarios nunca podran crecer por encima del nivel de subsistencia, y tambin al augurar que la miseria sera para siempre la suerte del proletariado bajo el capitalismo. Tampoco hay nada que decir en defensa de su prediccin de que el capitalismo se diriga hacia una catstrofe. El Estado estaba interviniendo ms y ms en la economa para prevenir que las bajadas del ciclo econmico se le fueran de las manos. En esas circunstancias, pens Bernstein que la mejor accin era dejar a un lado la retrica revolucionaria y trabajar para la victoria en las urnas. Con la aparicin del Estado de bienestar el socialismo poda alcanzar democrtica y pacficamente todo lo que Marx vea como posible slo mediante una convulsin revolucionaria.

En primer lugar, Sorel admite que Bernstein tiene razn en lo relativo a los hechos; entonces, increblemente, efecta un descarado llamamiento en favor de una violenta confrontacin entre la burguesa y el proletariado. La motivacin de Sorel es el odio: odio a la mediocridad de la clase media y desprecio por sus ideales humanitarios liberales. Marx culpaba a los liberales por su incapacidad para vivir de acuerdo con sus ideales humanitaristas; Sorel los responsabilizaba de permitir que el humanitarismo reprimiera su voluntad de poder. Hablando siempre de decadencia y renacimiento, de cobarda y herosmo, Sorel pronuncia palabras ajenas a los escritos de Marx y Engels, pero que recuerdan bastante a Maquiavelo y a Nietzsche. Para lo que l consideraba la enfermedad de la cultura moderna, Sorel no pudo pensar en una terapia mejor que la violencia a gran y gloriosa escala.

La violencia del proletariado -escribi Sorel- parece ser el nico medio por el que las naciones europeas -actualmente aturdidas por el humanitarismo-- pueden recobrar su antigua energa. De ah que defendiera un sangriento enfrentamiento de una clase contra otra, sin importar que de ello no surgiera nada socialista. Sorel admiraba el separatismo de los sindicalistas, su rechazo a entrar en la poltica parlamentaria o a negociar con otras clases, porque el aislamiento, esperaba, disminuira su disposicin para conformarse con ganancias materiales; cuando los conflictos se reducen a disputas sobre intereses materiales, ya no hay oportunidad para el herosmo. Todo lo que es mejor en los humanos, crea Sorel, pasa al primer plano cuando la sociedad est dividida en dos bandos armados, cada uno constituido por dedicados guerreros preparados para la lucha. La iglesia del militante y belicoso anciano Israel ofrece la imagen exacta de lo que necesita el mundo moderno. La conviccin se halla en la lucha de comuniones, cada una de las cuales se considera a s misma el ejrcito de la verdad luchando contra los ejrcitos del mal. En condiciones de este tipo es posible encontrar lo sublime.

Para Sorel no importaba que la fe sindicalista en la eficacia de una huelga general estuviera equivocada; era irrelevante que la visin de este tipo de huelga doblegando a la burguesa fuera slo un sueo, un mito en la terminologa de Sorel. En tanto los trabajadores lo crean, es suficiente, porque su fe les estimular a la accin destructiva. En sentido amplio, se podra sugerir que el propio marxismo era un mito para Sorel, un conjunto de smbolos de los que poder usar y abusar a voluntad, a pesar de que los trabajadores no significaban nada para l salvo en la medida en que se podra apelar a ellos para llevar a cabo el nico objetivo que une todos sus escritos, el deseo de destruir la cultura moderna, especialmente el liberalismo, el socialismo re