tema 2. raÍces histÓricas de la espaÑa contemporÁnea. la edad moderna (siglos xvi-xviii)

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TEMA 2. RAÍCES HISTÓRICAS DE LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA. LA EDAD MODERNA (SIGLOS XVI-XVIII). 2.1 El siglo XVI: la España de Carlos I y Felipe II. 2.2 El siglo XVII: la crisis de la monarquía de los Austrias. 2.3 El siglo XVIII: el reformismo borbónico y la Ilustración. 2.1 El siglo XVI: la España de Carlos I y Felipe II Carlos I (1518-1556). La herencia de los Reyes Católicos pasó a su nieto Carlos de Austria (Castilla, Canarias, plazas africanas, América, Aragón, Cerdeña, Nápoles y Sicilia). A ello se sumó la herencia de su padre (Países Bajos, Luxemburgo, Franco Condado, casa de Austria y derechos al trono del Sacro Imperio), con lo que Carlos se convirtió en el monarca más poderoso de Europa. En Castilla se confiaba en que el nuevo rey se centrara en los asuntos castellanos. Sin embargo, el joven monarca, rodeado de consejeros flamencos y desconociendo la lengua de sus vasallos castellanos, marginó a la nobleza de los altos cargos e hirió los sentimientos nacionales de las ciudades castellanas al supeditar sus intereses a sus ambiciones imperiales. Carlos I, ante la posibilidad de ser elegido emperador de Alemania forzó a las Cortes a aprobar impuestos extraordinarios. Las ciudades castellanas estallaron en una revuelta antiautoritaria y nacionalista en defensa de las Cortes (Comunidades de Castilla) que fue aplastada en 1521 en Villalar cuando la alta nobleza, que en principio se había mantenido expectante, decidió intervenir a favor del emperador porque la revolución política amenazaba sus privilegios señoriales. A partir de entonces, Carlos prestó más atención a los asuntos castellanos y Castilla se convirtió en el principal bastión del imperio (proporcionó la mayoría de los recursos materiales y humanos). Por las mismas fechas (1519-1523), tuvo lugar en Valencia un movimiento antinobiliario, las Germanías. La conquista y la colonización de América proporcionaron enormes recursos al emperador. Bajo su reinado se incorporaron las áreas más prosperas del continente: el imperio azteca

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TEMA 2. RAÍCES HISTÓRICAS DE LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA. LA EDAD MODERNA (SIGLOS XVI-XVIII).

2.1 El siglo XVI: la España de Carlos I y Felipe II.

2.2 El siglo XVII: la crisis de la monarquía de los Austrias.

2.3 El siglo XVIII: el reformismo borbónico y la Ilustración.

2.1 El siglo XVI: la España de Carlos I y Felipe II

Carlos I (1518-1556).

La herencia de los Reyes Católicos pasó a su nieto Carlos de Austria (Castilla, Canarias, plazas africanas, América, Aragón, Cerdeña, Nápoles y Sicilia). A ello se sumó la herencia de su padre (Países Bajos, Luxemburgo, Franco Condado, casa de Austria y derechos al trono del Sacro Imperio), con lo que Carlos se convirtió en el monarca más poderoso de Europa. En Castilla se confiaba en que el nuevo rey se centrara en los asuntos castellanos. Sin embargo, el joven monarca, rodeado de consejeros flamencos y desconociendo la lengua de sus vasallos castellanos, marginó a la nobleza de los altos cargos e hirió los sentimientos nacionales de las ciudades castellanas al supeditar sus intereses a sus ambiciones imperiales.

Carlos I, ante la posibilidad de ser elegido emperador de Alemania forzó a las Cortes a aprobar impuestos extraordinarios. Las ciudades castellanas estallaron en una revuelta antiautoritaria y nacionalista en defensa de las Cortes (Comunidades de Castilla) que fue aplastada en 1521 en Villalar cuando la alta nobleza, que en principio se había mantenido expectante, decidió intervenir a favor del emperador porque la revolución política amenazaba sus privilegios señoriales. A partir de entonces, Carlos prestó más atención a los asuntos castellanos y Castilla se convirtió en el principal bastión del imperio (proporcionó la mayoría de los recursos materiales y humanos). Por las mismas fechas (1519-1523), tuvo lugar en Valencia un movimiento antinobiliario, las Germanías.

La conquista y la colonización de América proporcionaron enormes recursos al emperador. Bajo su reinado se incorporaron las áreas más prosperas del continente: el imperio azteca (Hernán Cortés) y el imperio inca (Francisco Pizarro). La plata y el oro de sus tesoros inundaron Castilla a través del puerto de Sevilla. Sin embargo, gran parte de esos metales fue a parar a banqueros genoveses, alemanes y flamencos.

Carlos I concibió una “concordia universal” de todos los soberanos europeos bajo la supremacía del emperador y la asistencia del Pontificado para hacer frente al expansionismo turco. Pero esta idea encontró fuertes resistencias. El problema que más recursos absorbió fue el intento de sofocar la rebelión de sus súbditos alemanes protestantes. Carlos I intentó imponer el catolicismo a los nobles alemanes que habían abrazado las tesis luteranas. El emperador consiguió importantes victorias como la de Mülhberg frente a la Liga de Smalkalda, pero no logró la reunificación religiosa, ni siquiera por la vía diplomática de la discusión teológica (Concilio de Trento). Francia opuso una tenaz resistencia a los designios imperiales. Carlos I reinició la disputa con Francia por el Ducado de Milán. La victoria de Pavía (1525) y el subsiguiente Tratado de Madrid nos aseguraron la posesión de este estratégico enclave. El

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resto del reinado fue una sucesión de guerras y treguas con Francia. Por su parte, los pontífices no aceptaron la prepotente presencia española en Italia. Algunos de ellos, como Clemente VII, llegaron a aliarse con Francia frente al emperador. Las tropas imperiales llegaron hasta Roma sometiéndola a un largo pillaje (Saco de Roma, 1527).

Felipe II (1556-1598).

Al considerar el problema alemán como un lastre demasiado pesado para el resto de la monarquía, Carlos I desgajó la herencia austroalemana del resto del imperio. La monarquía de Felipe tuvo un carácter eminentemente hispánico. De hecho, nombró Madrid como la capital administrativa. Los grandes objetivos de su política fueron la defensa del catolicismo y el mantenimiento de la hegemonía dinástica en Europa. Para gobernar su enorme imperio se valió de una compleja administración y de un poderoso ejército permanente. El gobierno lo ejercía el rey apoyado en lo que se ha denominado el sistema polisinodial o de consejos. Los consejos eran organismos especializados de gobierno y asesoramiento, aunque las decisiones las tomaba el rey (Consejo de Castilla, Consejo de Hacienda…).

Felipe II acentuó los rasgos centralistas y autoritarios de la monarquía y forzó al máximo la actividad de la Inquisición. Ello desencadenó la violenta reacción de algunos de sus súbditos. En 1568 se produjo la sublevación de los moriscos en las Alpujarras, agobiados por la presión inquisitorial. La crisis foral aragonesa (1591) se produjo cuando su secretario personal, Antonio Pérez, se refugió en Aragón y, amparándose en sus fueros, fue defendido por el Justicia Mayor del reino y consiguió huir, ante lo cual Felipe II optó por ejecutar a la máxima dignidad del reino de Aragón, aunque no modificó los derechos forales aragoneses. En el interior, otros graves problemas fueron el bandolerismo, muy activo en Cataluña, y los recurrentes problemas de la Hacienda (bancarrota de 1557).

La monarquía de Felipe II se encontraba amenazada por nuevos problemas. La rebelión de Flandes comenzó cuando el monarca quiso gobernar este territorio de forma absolutista (oposición nobiliaria). Además, el calvinismo se había difundido con éxito por las provincias del norte y los intentos del rey por contener su expansión mediante el empleo de la Inquisición fueron inútiles y provocaron el inicio de la rebelión en 1566. Felipe II envió un potente ejército al mando del duque de Alba, pero esta actuación significó el inicio de un feroz conflicto armado. Durante la década de 1580 parecía que España iba a conseguir someter a los rebeldes gracias a las victorias militares de Alejandro Farnesio, pero no pudo impedir que las provincias del norte consiguiesen de facto la independencia (Provincias Unidas).

Otro grave conflicto fue el sufrido con Inglaterra, aliado tradicional de España. Este país había comenzado su expansión marítima, y no admitía el monopolio comercial de España en América. Por ello, los ingleses lanzaron ataques corsarios contra los barcos españoles. Además, Isabel I, que era una ferviente protestante, apoyó a los rebeldes flamencos. Para cortar la ayuda a los sublevados flamencos, Felipe II organizó la invasión de Inglaterra con una gran flota, la Armada Invencible, pero la expedición fracasó (1588).

La expansión del imperio otomano continuó por el Mediterráneo al tiempo que aumentaban los ataques de piratas berberiscos sobre los barcos y los puertos españoles. Para frenar a los turcos se gestó una alianza entre el papado, Venecia y Felipe II (Liga Santa). Se

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reunió una flota al mando de Juan de Austria, que derrotó a los turcos en la batalla de Lepanto (1571) y frenó su avance por el Mediterráneo.

En 1580 se produjo la unión con Portugal. Felipe II reivindicó sus derechos dinásticos al quedar vacante el trono portugués. Los que se oponían fueron derrotados militarmente, pero el rey supo ganarse el apoyo de la clase dirigente portuguesa respetando las instituciones del reino. De esta manera se conformó el mayor imperio territorial y marítimo que había existido hasta entonces.

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2.2 El siglo XVII: la crisis de la monarquía de los Austrias.

La monarquía católica española fue incapaz de mantener durante el siglo XVII la hegemonía europea y mundial que había ostentado durante el siglo anterior. Un cúmulo de circunstancias desencadenó una profunda crisis interna que impidió hacer frente a la presión de las nuevas potencias europeas.

Los factores de la decadencia.

Los factores que explican la decadencia son múltiples y están entrelazados entre sí:

Quiebra económica de Castilla como consecuencia de la enorme presión fiscal soportada durante el siglo anterior. La depresión económica castellana se veía agravada por el impacto negativo que la afluencia masiva de metales preciosos americanos había provocado: revolución de los precios, importación de productos europeos, fuga de capitales y falta de inversiones productivas. La monarquía fue incapaz de evitar la bancarrota, sobre todo cuando se confirmó el descenso de las remesas de oro y plata americanos hacia la Península.

Descenso de la población. La miseria facilitó la reaparición de pestes periódicas que se sucedieron a lo largo del XVII. Además, el reclutamiento de soldados, especialmente castellanos, provocó una sangría constante de población. Por fin, la expulsión de la población morisca en 1609 supuso un golpe durísimo para la Corona de Aragón y para Andalucía.

La represión ideológica afirmó una serie de valores morales que impedían superar la situación anquilosada de la monarquía. Por un lado, la imposición de los ideales de la nobleza generó un rechazo hacia las formas de vida productivas típicamente burguesas. Por otro lado, la persecución de la herejía y el enclaustramiento ideológico y científico (prohibición de estudiar en el extranjero) impidieron el desarrollo.

Los Austrias menores y la pérdida de la hegemonía.

Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700) son conocidos como los Austrias menores. Todos ellos se desentendieron de las tareas directas de gobierno y delegaron funciones en sus validos, nobles que hicieron las veces de primeros ministros y que frecuentemente actuaron de forma corrupta. De todos ellos el más notable por sus dotes de estadista fue el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV.

Las circunstancias políticas internacionales dificultaron aún más las cosas a la monarquía hispánica. Durante el reinado de Felipe III se mantuvo una situación de hegemonía relativa gracias a la Paz de Vervins (1598) con Francia, a la Paz de Londres con Inglaterra y a la Tregua de los Doce Años (1609) con las Provincias Unidas. En el interior dos fueron las cuestiones más relevantes de su reinado: la crisis financiera de la monarquía (bancarrota de 1607) y la expulsión de los moriscos en 1609 con graves consecuencias para los reinos de Valencia y Aragón. Sin embargo, todo el reinado de Felipe IV supuso la pérdida progresiva del liderazgo continental debido al hostigamiento de Francia. La Guerra de los Treinta Años enfrentó a los Austrias contra sus súbditos protestantes apoyados por Francia. El nuevo

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conflicto puso en evidencia la falta de recursos económicos y humanos de la monarquía, dado el agotamiento de Castilla. El conde-duque de Olivares quiso solucionar el problema a través de la Unión de Armas, un proyecto unitarista que pretendía repartir más equitativamente las cargas fiscales y el reclutamiento de soldados entre los diversos Estados de la monarquía. El rechazo de estos a contribuir más allá de lo que dispusieran sus instituciones propias (Generalitat, Cortes…) y sus fueros provocó la reacción autoritaria del conde-duque y la sublevación de Portugal y Cataluña en 1640, alegando argumento nacionalistas y antiautoritarios. La crisis se propagó a Nápoles, Aragón, Valencia y Andalucía: hubo momentos en que la monarquía hispánica pareció a punto de desintegrarse (fin de la hegemonía).

En 1643 el ejército francés derrotó en Rocroi a las tropas hispanoaustríacas. En 1648 se firmó el Tratado de Westfalia, por el que se daba por concluida la Guerra de los Treinta Años en Europa y se reconocía la independencia de Holanda. Pero las hostilidades con Francia continuaron hasta la firma de la Paz de los Pirineos (1659), con el que la monarquía se replegó al sur de esta frontera natural, tras ceder Cataluña Norte (Rosellón y parte de la Cerdaña) y perdió algunas plazas en Flandes y Luxemburgo. Finalmente Portugal vio reconocida su independencia en 1668.

Carlos II tenía una personalidad débil y enfermiza con lo que agravó la crisis de la monarquía. En la última etapa del reinado mejoró la economía, aunque no desaparecieron las revueltas sociales (Segunda Germanía en 1693 y Motín de los Gatos en 1699). En el exterior los más graves problemas se produjeron con la Francia de Luis XIV (pérdida del Franco Condado en 1678). Sin embargo, el problema más importante de su reinado fue el de la cuestión sucesoria. La evidencia de que Carlos II moriría sin herederos desencadenó una ofensiva diplomática de distintos países para colocar en el trono de España a un potencial aliado de sus intereses. Los dos principales candidatos fueron Felipe de Borbón, respaldado por Francia y el archiduque Carlos de Austria, apoyado por el emperador austroalemán y por todas aquellas potencias europeas (Inglaterra, Holanda y Portugal) que temían el enorme poder que acumularían los Borbones. La elección recayó en el candidato francés, que fue coronado como Felipe V. Inglaterra, Austria y Holanda firmaron la Alianza de la Haya y declararon la guerra a los Borbones (Guerra de Sucesión, 1701-1714).

El imperio colonial español alcanzó su máximo apogeo entre finales del siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII (unión con Portugal). Los territorios americanos fueron incorporados a Castilla. Eran administrados por el Consejo de Indias, del que dependía la Casa de Contratación de Sevilla, encargada de regular el monopolio comercial con América. Los territorios americanos fueron divididos en virreinatos (como los de Nueva España y Perú). Los recursos económicos americanos se convirtieron en una fuente de ingresos esencial para la monarquía. Destacaron las explotaciones mineras (Potosí) y las explotaciones agropecuarias, que seguían el sistema de la encomienda.

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2.3 El siglo XVIII: el reformismo borbónico y la Ilustración.

El siglo XVIII confirmó la pérdida de influencia española en el concierto internacional. Por otro lado, la llegada de los Borbones significó la consolidación del absolutismo regio. Los nuevos monarcas intentaron racionalizar y modernizar la administración del Estado. La difusión de las nuevas ideas ilustradas intentó crear un clima favorable para la reforma de los aspectos más arcaicos de la sociedad española tradicional.

La guerra de Sucesión.

La evidencia de que Carlos II moriría sin herederos desencadenó una ofensiva de distintos países para colocar en el trono de España a un potencial aliado de sus intereses: Felipe de Borbón, respaldado por Francia; y el archiduque Carlos de Austria, apoyado por el emperador austroalemán y por todas aquellas potencias europeas (Inglaterra y Holanda) que temían el enorme poder que acumularían los Borbones. La elección recayó en el candidato francés, que fue coronado como Felipe V. Inglaterra, Austria y Holanda firmaron la Alianza de la Haya y declararon la guerra a Felipe. En el interior, la Corona de Aragón, ante las actitudes centralistas y absolutistas de la nueva dinastía borbónica, acabó respaldando al archiduque Carlos, mientras que Castilla apoyó al candidato francés. La guerra se desarrolló entre 1701 y 1714. En 1713 se firmó el Tratado de Utrecht, en el que se reconocía a Felipe V como rey de España a cambio de su renuncia a sus derechos sobre el trono francés, así como la cesión de Gibraltar a Inglaterra; Bélgica, Nápoles y Cerdeña al imperio alemán; y Milán y Sicilia a Saboya. Sin embargo, los súbditos catalanes resistieron hasta 1714 porque se negaban a aceptar la supresión de sus fueros e instituciones propias. La derrota catalana significó el fin de los particularismos forales de la Corona de Aragón y la consolidación del absolutismo regio mediante los Decretos de Nueva Planta.

El reformismo borbónico.

Durante el siglo XVIII se sucedieron los reinados de Felipe V (1701-46), Fernando VI (1746-59), Carlos III (1759-88) y Carlos IV (1788-1808). Los Borbones consolidaron el absolutismo regio, en el que el único depositario de la soberanía por delegación divina era el rey, que acumuló los tres poderes. Además, la nueva dinastía impuso un modelo centralista que buscaba la uniformidad institucional a través de diversas reformas administrativas.

Los Consejos fueron marginados a favor de las secretarías de Despacho, al frente de los cuales había un secretario nombrado por el rey (antecedentes de los ministerios).

La aplicación de los Decretos de Nueva Planta (entre 1707 y 1716) supuso la supresión de los fueros y las instituciones de los reinos de la Corona de Aragón, que pasaron a ser gobernados por leyes castellanas (uniformización jurídica).

El territorio español fue dividido en capitanías generales, que quedaban en manos de delegados del rey: capitanes generales e intendentes

Control de la Iglesia (regalismo). La monarquía española logró el reconocimiento del derecho a designar los cargos eclesiásticos en España. Durante el reinado de Carlos III

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se produjo otra manifestación del choque entre la monarquía y la Iglesia: la expulsión de los jesuitas y la confiscación de todos sus bienes.

Creación de un ejército permanente y profesionalizado.

En el plano internacional, la llegada de los Borbones supuso el repliegue peninsular de la monarquía española y la entrada en la órbita de influencia francesa a través de los Pactos de Familia, tratados internacionales que vinculaban los intereses de los Borbones franceses y españoles. Tenían como objetivo frenar la expansión británica y proteger las posesiones americanas. Con el Primer Pacto de Familia se consiguió que el infante don Carlos fuera rey de Sicilia y Nápoles, con el segundo, los ducados de Parma y Toscana para el infante Felipe, y con el tercero se recuperó Florida y Menorca. El estallido de la Revolución Francesa provocó la crisis de los Pactos de Familia.

La Ilustración.

La Ilustración fue un movimiento intelectual desarrollado en el siglo XVIII (“Siglo de las Luces”), que realizó una profunda crítica del Antiguo Régimen. Los pensadores ilustrados defendían algunos principios: confianza en la razón como método para alcanzar el conocimiento; defensa de la libertad de pensamiento y la tolerancia (contra el dogmatismo, la superstición y la intolerancia religiosa); idea de progreso como forma para alcanzar la riqueza y la felicidad; y crítica a la organización social vigente sustentada en los privilegios de sangre en lugar de basarse en el mérito, al régimen señorial y al poder absoluto del monarca.

La Ilustración española hunde sus raíces a finales del siglo XVII, con el movimiento de los novatores, grupo de científicos, médicos y humanistas que mostraron su preocupación por el atraso científico español y por el predominio del escolasticismo en las universidades (padre Feijoo y Mayans). Fue bajo el reinado de Carlos III cuando floreció la más amplia generación ilustrada española, que combinaban la actividad intelectual con la política (conde de Aranda, Floridablanca, Campomanes y Jovellanos). El pensamiento ilustrado español no tuvo la importancia de otros países y no pudo difundirse a través de las universidades, por lo que se crearon las academias y las Sociedades Económicas de Amigos del País, nacidas para desarrollar la economía y fomentar la educación técnica. Carlos III fue el mejor representante del despotismo ilustrado que concilió el absolutismo monárquico con la Ilustración en un intento de mejorar la economía y la organización del Estado. Tras el motín de Esquilache, la política reformista adoptó un carácter mucho más moderado y muchas medidas fueron rechazadas por la oposición de los privilegiados. Las medidas fueron de muy diversa índole:

Religiosas: expulsión de los jesuitas; limitación del poder de la Inquisición.

Económicas: creación de la Lotería Nacional y del Banco Nacional de San Carlos; liberalización del comercio con América; limitación de privilegios de la Mesta, desamortización de bienes comunales, colonización de tierras despobladas…

Militares: creación del servicio militar obligatorio.

Sociales: dignificación del trabajo industrial y comercial y apoyo al desarrollo educativo y científico.