sartre, jean paul - bosquejo de una teoria de las emociones

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  • J ea n - Pau l Sa r t r e

    Bosquejo De Una Teora De Las Emociones

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    Introduccin

    Psicologa, fenomenologa y psicologa fenomenolgica

    La psicologa es una disciplina que pretende ser positiva, o sea, extraer sus recursos exclusivamente de la experiencia. Cierto es que no nos halla-mos en la poca de los asociacionistas, y que los psiclogos contempor-neos no se niegan a interrogar y a interpretar. Sin embargo, pretenden si-tuarse ante su objeto como un fsico ante el suyo. Ahora bien, al hablar de la psicologa contempornea es preciso delimitar este concepto de experiencia, pues, en definitiva, puede haber una infinidad de experiencias distintas; por ejemplo, puede ser necesario tener que decidir si existe o no una experiencia de las esencias o de los valores, o una experiencia religiosa. El psiclogo se propone utilizar tan slo dos clases de experiencia perfectamente definidas: la que proporciona la percepcin espacio-temporal de los cuerpos organiza-dos y la que suministra ese conocimiento intuitivo de nosotros mismos lla-mado experiencia reflexiva. Cuando surgen, entre psiclogos, discusiones sobre mtodos a seguir, stas se refieren casi exclusivamente al siguiente problema: son complementarios estos dos tipos de informacin?, debe subordinarse uno a otro? o debe descartarse decididamente uno de ellos? Sin embargo, todos estn de acuerdo en un principio esencial su investiga-cin ha de arrancar ante todo de los hechos. Si nos preguntamos qu es un hecho, vemos que su definicin reside en que, por una parte, debe hallarse en el transcurso de una investigacin y que, por otra, se presenta siempre como un enriquecimiento inesperado y una novedad en relacin con los hechos anteriores. No debe, pues, contarse con que los hechos se organicen por s mismos en una totalidad sinttica que revele por s misma su significa-do; O sea, que si se da el nombre de antropologa a una disciplina que se proponga definir la esencia del hombre y la condicin humana, la psicologa incluso la psicologa del hombre no es, y nunca podr ser, una antropo-loga. No se propone definir y limitar a priori el objeto de su investigacin. La nocin de hombre aceptada por la psicologa es totalmente emprica: existen en el mundo unos cuantos individuos que ofrecen a la experiencia caracteres anlogos. Adems, algunas otras ciencias, como la sociologa y la fisiologa, nos ensean que existen ciertos lazos objetivos entre estos individuos. Ello basta para que el psiclogo acepte con prudencia y como hiptesis de tra-bajo el limitar provisionalmente sus investigaciones a este grupo de indivi-duos. En efecto, los medios de informacin de que disponemos acerca de ellos son ms fcilmente accesibles, ya que viven en sociedad, poseen un lenguaje y dejan testimonio de s mismos. Pero el psiclogo no se compro-

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    mete: ignora si la nocin de hombre es arbitraria o no. Puede ser demasiado amplia: no hay nada que demuestre que el hombre primitivo australiano pue-da incluirse en la misma clase psicolgica que el obrero norteamericano del ao 1939. Puede ser demasiado estrecha: no hay nada que demuestre que haya un abismo entre los monos superiores y un hombre. Sea como fuere, el psiclogo se niega absolutamente a considerar a los hombres que le rodean como sus semejantes. Esta nocin de similitud, a partir de la cual podra tal vez edificarse una antropologa, le parece irrisoria y peligrosa. S admitir con las salvedades ms arriba mencionadas que l es un hombre, es decir, que forma parte de la categora provisionalmente aislada. Pero estimar que este carcter de hombre ha de serle conferido a posteriori y que l no puede, como miembro de esta categora, constituir un objeto de estudio privilegiado, a no ser para mayor comodidad de los experimentos. Se enterar pues por los dems de que es un hombre, y su naturaleza de hombre no le ser reve-lada de modo especial con el pretexto de que l mismo es el objeto de su estudio. La introspeccin slo proporciona en este caso, al igual que en !a experimentacin objetiva, unos hechos. Si ha de aparecer en el futuro un concepto riguroso de hombre lo cual tambin resulta problemtico este concepto slo podr constituir el colofn de una ciencia ya hecha; o sea, su aparicin queda aplazada indefinidamente, Y an as, slo seria una hipte-sis unificadora inventada para coordinar y jerarquizar la infinita serie de hechos puestos ya de manifiesto. Es decir, que si alguna vez llega a cobrar un significado positivo la idea de hombre, sta s61o podr ser una conjetura tendente a restablecer unas conexiones entre unos datos dispares, y su ve-rosimilitud slo ser una consecuencia de su xito. Pierce defina la hipte-sis como la suma de los resultados experimentales que permite prever. As pues, la idea de hambre no podr ser sino la suma de los hechos averigua-dos que aqulla permita unir entre s. Sin embargo, si algunos psiclogos utilizaran determinado concepto del hombre antes de que tal sntesis fuera posible, slo podran hacerlo a ttulo rigurosamente personal y como gua o, mejor, como idea en el sentido kantiano de la palabra; y su primer deber se-ra no perder nunca de vista que se trata tan slo de un concepto regulador.

    El resultado de tantas precauciones es que la psicologa, en la medida en que pretende ser una ciencia, slo puede proporcionar una serie de hechos heterclitos, la mayora de los cuales no guardan relacin alguna en-tre s. Hay algo ms distinto, por ejemplo, que el estudio de la ilusin estro-boscpica y el del complejo de inferioridad? Este desorden no es casual sino que procede de los mismos principios de la ciencia psicolgica. Esperar el hecho es, por definicin, esperar lo aislado; es preferir, por positivismo, lo accidental a lo esencial, lo contingente a lo necesario, el desorden al orden; es rechazar, por principio, lo esencial hacia el porvenir: ser para ms ade-lante, cuando hayamos reunido bastantes hechos. Los psiclogos no se dan cuenta, en efecto, de que resulta tan imposible alcanzar la esencia acu-mulando accidentes como llegar a la unidad aadiendo indefinidamente n-

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    meros a la derecha de 0,99. Si su nica meta consiste en acumular conoci-mientos fragmentarios, nada hay que objetar; slo que no vemos el inters de esta labor de coleccionista. Pero si, en su modestia, les anima a los psic-logos la esperanza loable en s, de que ms adelante, basndose en sus monografas, llevarn a cabo una sntesis antropolgica, se hallan en total contradiccin consigo mismos. Pueden objetarnos que se es precisamente el mtodo y la aspiracin de las ciencias de la naturaleza. Contestaremos que las ciencias de la naturaleza no se proponen conocer el mundo sino las condiciones de posibilidad de ciertos fenmenos generales. Hace tiempo que esta nocin de mundo se ha esfumado bajo la crtica de los metodlogos precisamente porque no cabe aplicar los mtodos de las ciencias positivas y esperar a la vez que stos nos permitan un da descubrir el sentido de esa totalidad sinttica llamada mundo. Ahora bien, el hombre es un ser del mis-mo tipo que el mundo; puede incluso, como cree. Heidegger, que las nocio-nes de mundo y de realidad-humana (Dasein) sean inseparables. Este es precisamente el motivo por el que la psicologa ha de resignarse a no alcan-zar la realidad humana, si es que sta existe.

    Qu resultado darn los principios y los mtodos del psiclogo aplica-dos a un ejemplo particular, como el estudio de las emociones, por ejemplo? En primer lugar, nuestro conocimiento de la emocin se sumar desde fuera a los dems conocimientos acerca del ser psquico, La emocin se presenta-r como una novedad irreductible con respecto a los fenmenos de atencin, memoria, percepcin, etctera. Por mucho que, en efecto, examinemos es-tos fenmenos y la nocin emprica que nos formamos de ellos segn los psiclogos, por ms que les demos vuelta una y otra vez a nuestro antojo, no descubriremos en ellos el menor lazo esencial con la emocin. El psiclogo admite, sin embargo, que el hombre tiene emociones porque la experiencia se lo ensea. As pues, la emocin es, ante todo, y por principio, un acciden-te. Los tratados de psicologa suelen dedicarle un capitulo que sigue a otros captulos, como el calcio en los tratados de qumica sigue al hidrgeno o al azufre. Al psiclogo le parecera intil y absurdo estudiar las condiciones de posibilidad de una emocin, o sea, preguntarse si la misma estructura de la realidad humana hace posibles las emociones y cmo las hace posibles: de qu sirve preguntarse acerca de la posibilidad de la emocin, si precisamen-te es? El psiclogo recurrir tambin a la experiencia para establecer los limi-tes de los fenmenos emotivos y su definicin. A decir verdad, llegado este punto, podra darse cuenta de que ya tiene una idea de la emocin puesto que, tras un examen de los hechos, trazar una lnea divisoria entre los hechos de emocin y los que no lo son: Cmo podra, en efecto, la expe-riencia proporcionarle un principio de divisin si no lo tuviera ya desde antes? Pero el psiclogo prefiere atenerse a la creencia de que los hechos se han agrupado por s mismos ante su mirada. De lo que se trata ahora es simple-mente de estudiar estas emociones que acaban de ser aisladas. Para ello, se decidir crear situaciones emocionantes o dirigirse a esos sujetos particu-

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    larmente emotivos que nos ofrece la patologa. Nos dedicaremos entonces a determinar los factores de este complejo estado, aislaremos las reacciones corporales que podremos, por cierto, establecer con la mxima precisin , las conductas y el estado de conciencia propiamente dichos. A partir de ah, podremos formular nuestras leyes y proponer nuestras explicaciones; es de-cir, trataremos de enlazar estas tres clases de factores en un orden irreversi-ble. Si soy partidario de la teora intelectualista, por ejemplo, establecer una sucesin constante irreversible entre el estado ntimo considerado como an-tecedente y los trastornos fisiolgicos considerados como consecuentes. Si, por el contrario, pienso, como los partidarios de la teora perifrica, que una madre est triste porque llora, slo me limitar, en el fondo, a invertir el or-den de los factores. Sea como fuere, lo que s es seguro es que buscar la explicacin o las leyes de la emocin, no en unas estructuras generales y esenciales de la realidad humana, sino, por el contrario, en los procesos de la misma emocin, de tal modo que sta, incluso debidamente descrita y ex-plicada, siempre seguir siendo un hecho entre otros, un hecho cerrado so-bre s mismo que no permitir nunca ni comprender algo que est fuera de l, ni aprehender, a su travs, la realidad esencial del hombre.

    Fue por reaccin contra las insuficiencias de la psicologa y del psicolo-gismo por lo que apareci, har unos treinta aos, una disciplina nueva, la fenomenologa. A su fundador, Husserl, le llam primero la atencin la ver-dad siguiente: hay inconmensurabilidad entre las esencias y los hechos, y quien empiece su indagacin por los hechos no lograr nunca hallar las esencias. Buscando los hechos psquicos que constituyen la base de la acti-tud aritmtica del hombre que est contando y calculando, nunca lograr re-constituir las esencias aritmticas de unidad, nmero y operaciones. Sin re-nunciar, sin embargo, a la idea de experiencia (el principio de la fenomenolo-ga es ir a las cosas mismas y la base de su mtodo es la intuicin eidti-ca), es preciso al menos flexibilizarla y dejar un puesto a la experiencia de las esencias y los valores; es preciso reconocer incluso que slo las esen-cias permiten clasificar y examinar los hechos. Si no recurriramos implci-tamente a la esencia de emocin, nos, resultara imposible distinguir en el cmulo de los hechos psquicos el, grupo particular de los hechos de la emo-tividad. Dado que se ha recurrido implcitamente a la esencia de la emocin, la fenomenologa prescribir recurrir a ella explcitamente y establecer de una vez para siempre, mediante unos conceptos, el contenido de esa esen-cia, Se concibe que para ello la idea de hombre no pueda ser un concepto emprico, producto de las generalizaciones histricas; por el contrario, para proporcionar, una base slida a las generalizaciones del psiclogo necesita-mos utilizar sin confesarlo la esencia a priori de ser humano. Pero, ade-ms, la psicologa, ciencia de determinados hechos humanos, no puede ser un comienzo porque los hechos psquicos con que topamos no son nunca hechos primeros, sino, en su estructura esencial, reacciones del hombre co-ntra el mundo; presuponen, pues, al hombre y al mundo, y slo pueden co-

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    brar su verdadero significado dilucidando antes estas dos nociones. Si que-remos fundar una psicologa, habr que remontarse ms all de lo psquico, ms all de la situacin del hombre en el mundo, hasta los orgenes del hombre, del mundo y de lo psquico: la conciencia trascendental y constituti-va a la que llegamos mediante la reduccin fenomenolgica o puesta del mundo entre parntesis. Esta conciencia es la que hay que consultar, y lo que da valor a sus respuestas es que es precisamente ma. As pues, Hus-serl sabe sacar provecho de esta absoluta proximidad de la conciencia con respecto a s misma, proximidad que el psiclogo no ha querido aprovechar. Saca partido de ella con discernimiento y con total garanta, puesto que toda conciencia existe en la medida exacta en que es conciencia de existir. Pero tanto en este caso como en el anterior, Husserl se niega a consultar a la con-ciencia sobre hechos: en ese caso encontraramos de nuevo en el plano trascendental el desorden de la psicologa. Lo que tratar de describir y de establecer por medio de conceptos son precisamente las esencias que pre-siden el desarrollo del campo trascendental. Habr pues, por ejemplo, una fenomenologa de la emocin que, tras haber puesto el mundo entre parn-tesis, estudiar la emocin como fenmeno trascendental puro; y no diri-gindose a unas emociones particulares, sino tratando de alcanzar y diluci-dar la esencia trascendental de la emocin como tipo organizado de con-ciencia. De esta absoluta proximidad del indagador y del objeto indagado partir tambin otro fenomenlogo: Heidegger. Lo que diferenciar cualquier indagacin sobre el hombre de los dems tipos de investigacin rigurosa, es precisamente el hecho privilegiado de que la realidad humana es nosotros mismos: El ente cuyo anlisis es nuestro problema somos nosotros mismos escribe Heidegger . El ser de este ente es mo. Ahora bien, no resulta indiferente que esta realidad humana sea yo porque, precisamente para la realidad humana, existir es siempre asumir su ser; es decir, ser responsable de l en vez de recibirlo desde fuera como lo hace una piedra. Y como la realidad humana es esencialmente su posibilidad, este ente puede en su ser elegirse a s mismo, ganarse y tambin perderse. Esta asuncin de uno mismo que caracteriza a la realidad-humana implica una comprensin, por oscura que sea, de la realidad humana por s misma. En el ser de este ente, ste se refiere l mismo a su ser. En efecto, la comprensin no es una cualidad que le llegue desde fuera a la realidad humana; es su propia mane-ra de existir. As, la realidad humana que es yo asume su propio ser comprendindolo. Esta comprensin es la ma. Soy, pues, un hombre que comprende ms o menos oscuramente su realidad de hombre, lo que signifi-ca que me hago hombre comprendindome como tal. Puedo, pues, hacerme preguntas y, sobre las bases de estas preguntas, llevar a buen fin un anlisis de la realidad-humana que podr servir de base a una antropologa. Tam-poco aqu, naturalmente, se trata de introspeccin: en primer lugar, porque la introspeccin slo halla el hecho, y luego porque mi comprensin de la reali-dad humana es oscura e inautntica. Ha de ser explicitada y corregida. Sea

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    como fuere, la hermenutica de la existencia podr fundar una antropologa, la cual servir de base a toda psicologa, Nos hallamos pues en la situacin inversa a la de los psiclogos, ya que partirnos de esa totalidad sinttica que es el hombre y establecemos la esencia del hombre antes de dar nuestros primeros pasos en la psicologa.

    Sea como fuere, la fenomenologa es el estudio de los fenmenos, no de, los hechos. Y por fenmeno debe entenderse lo que se muestra por s mismo, aquello cuya realidad es precisamente la apariencia. Y el mostrar-se no es un mostrarse cualquiera... el ser de los entes es lo que menos pue-de ser nunca nada tras de lo cual est an algo que no aparezca. En efec-to, existir para la realidad-humana es, segn Heidegger, asumir su propio ser en modo, existencial de comprensin; existir para la conciencia es aparecer-se a s mismo, segn Husserl. Puesto que la apariencia es aqu lo absoluto, es la apariencia lo que hay que describir e interrogar. Desde este punto de vista, en cada actitud humana en la emocin, por ejemplo, puesto que an-tes la mencionamos , Heidegger piensa que volveremos a encontrar el todo de la realidad-humana, ya que la emocin es la realidad-humana que se asume a s misma y se dirige-emocionada hacia el mundo. Husserl, por su parte, piensa que una descripcin fenomenolgica de la emocin pondr de manifiesto las estructuras esenciales de la conciencia, puesto que una emo-cin es precisamente una conciencia. Y, recprocamente, se plantear un problema que el psiclogo ni siquiera sospecha: pueden concebirse unas conciencias que no incluyan la emocin dentro de sus posibilidades, o debe verse en ella una estructura indispensable de la conciencia? As, pues, el fenomenlogo interrogar la emocin acerca de la conciencia o del hombre; le preguntar no slo lo que es, sino tambin lo que tiene que ensearnos sobre un ser, una de cuyas caractersticas es precisamente la de ser capaz de emocionarse. Y, a la inversa, interrogar la conciencia, la realidad huma-na, acerca de la emocin: qu debe ser, pues, una conciencia para que la emocin sea posible e incluso acaso necesaria?

    Ahora podemos comprender los motivos de la desconfianza del psiclo-go hacia la fenomenologa. La precaucin inicial del psiclogo consiste en efecto en considerar el estado psquico de tal forma que le despoje de toda significacin. Para l, el estado psquico es siempre un hecho y, como tal, siempre accidental. Este carcter accidental es incluso lo que al psiclogo ms le importa. Si preguntamos a un cientfico: por qu se atraen los cuer-pos segn la ley de Newton?, ste contestar: no lo s; porque es as. Y si le preguntamos: y qu significa esa atraccin?, contestar que no significa nada, que es. Asimismo, el psiclogo, consultado acerca de la emocin, res-ponder muy ufano: Es Por qu ? No lo s. Es una simple constatacin. Ignoro si posee alguna significacin. Por el contrario, para el fenomenlogo, todo hecho humano es por esencia significativo. Si le despojis de su signifi-cacin, le despojis tambin de su naturaleza de hecho humano. La tarea del

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    fenomenlogo consistir, pues, en estudiar la significacin de la emocin. Qu hemos de entender con ello?

    Significar es indicar otra cosa; e indicarlo de tal manera que al desarro-llar la significacin se halle precisamente lo significado. Para el psiclogo, la emocin no significa nada porque la estudia como un hecho, es decir, ais-lndolo de todo lo dems. Ser, pues, desde el origen no-significante. Ahora bien, si realmente todo hecho humano es significante, para el psiclogo la emocin es, por naturaleza, muerta, no psquica, inhumana. Si queremos, como los fenomenlogos, hacer de la emocin un verdadero fenmeno de conciencia, tendremos por el contrario que considerarle primero como signifi-cante. Es decir, que afirmaremos que et en la estricta medida en que signifi-ca. No nos perderemos primero en el estudio de los hechos fisiolgicos por-que precisamente, tomados en s mismos y aisladamente, no significan casi nada: son, eso es todo. Pero, por el contrario, al desarrollar la significacin de las conductas y de la conciencia emocionada, trataremos de explicar lo significado. Sabemos desde el principio lo que es este significado: la emo-cin significa a su manera el todo de la conciencia o, si nos situamos en el plano existencial, de la realidad-humana. La emocin no es un accidente porque la realidad-humana no es una suma de hechos; expresa con un as-pecto definido la totalidad sinttica humana en su integridad. No quiere de-cirse con ello que es el efecto de la realidad humana. Es esa realidad-humana misma realizndose bajo la forma de emocin. Resulta, pues, im-posible considerar la emocin como un desorden psico-fisiolgico. Tiene su esencia, sus estructuras particulares, sus leyes de aparicin, su significacin. No puede proceder desde fuera de la realidad-humana. Es el hombre, por el contrario, el que asume su emocin; por consiguiente la emocin es una forma organizada de la existencia humana.

    No es nuestro propsito llevar aqu a cabo un estudio fenomenolgico de la emocin. Este estudio, si hubiera de esbozarse, tratara de la efectivi-dad como modo existencial de la realidad humana. Pero nuestras ambicio-nes son ms limitadas. Quisiramos tratar de ver en un caso preciso y con-creto el de la emocin si la psicologa pura puede extraer un mtodo y unas enseanzas de la fenomenologa. Seguimos coincidiendo en que la psicologa no pone al hombre en tela de juicio ni al mundo entre parntesis. Toma al hombre en el mundo, tal y como se manifiesta a travs de una multi-tud de situaciones: en el caf, en familia, en la guerra. De un modo general, lo que le interesa es el hombre en situacin. Como tal, la psicologa, ya lo hemos visto, est subordinada a la fenomenologa, ya que un estudio real-mente positivo del hombre en situacin debera dilucidar primero las nocio-nes de hombre, de mundo, de ser-en-el-mundo, de situacin. Pero, en fin, la fenomenologa acaba de nacer y todas estas nociones distan mucho de estar definitivamente dilucidas. Debe aguardar la psicologa a que la fenomeno-loga haya alcanzado la madurez? No lo creemos. Pero si no espera la cons-titucin definitiva de una antropologa, no debe perder de vista que esta an-

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    tropologa es realizable, y que si un da se realiza todas las disciplinas psico-lgicas habrn de buscar en ella su fuente. Por ahora, ms que tratar de re-coger los hechos, debe interrogar a los fenmenos, o sea, precisamente los aconteceres psquicos en la medida en que son significaciones y no hechos puros. Admitir, por ejemplo, que la emocin no existe como fenmeno cor-poral, ya que un cuerpo no puede emocionarse, por no poder conferir un sentido a sus propias manifestaciones. Buscar inmediatamente un ms all a los trastornos vasculares o respiratorios, siendo este ms all el sentido de la alegra o de la tristeza. Pero como este sentido no es precisamente una cualidad dada desde fuera sobre la alegra o la tristeza, como slo existe en la medida en que se aparece a s mismo, es decir, en que es asumido por la realidad-humana, interrogar a la conciencia misma, ya que la alegra slo es alegra por el hecho de que se aparece a s misma como tal. Y precisa-mente porque no busca los hechos sino las significaciones, abandonar los mtodos de introspeccin inductiva o de observacin emprica externa para tratar solamente de aprehender o fijar la esencia de los fenmenos. Tambin ella se presentar, pues, como una ciencia eidtica. Pero, a travs del fen-meno psquico, no apuntar hacia lo significado como tal, es decir, precisa-mente la totalidad humana. No dispone de los medios suficientes para em-prender este estudio. Lo que slo le interesar es el fenmeno en tanto que ste significa. Puedo asimismo tratar de aprehender la esencia del proleta-riado a travs de la palabra proletariado. En tal caso, har sociologa. Pe-ro el lingista estudia la palabra proletariado en tanto que significa proletaria-do y le preocuparn las vicisitudes de la palabra como portadora de signifi-cacin. Semejante ciencia es perfectamente posible.

    Qu le falta para ser real? Haber demostrado su validez. Hemos dicho que Ia razn de que la realidad-humana haya sido considerada por el psic-logo como una serie de datos heterclitos, es que el psiclogo se ha situado voluntariamente en el terreno en que esta realidad haba de aparecrsele como tal. Pero ello no implica necesariamente que la realidad-humana sea algo ms que una serie. Lo que hemos demostrado slo es que no puede aparecer de otra forma ante el psiclogo. Queda por saber si soporta una indagacin fenomenolgica a fondo, es decir, si la emocin, por ejemplo, es verdaderamente un fenmeno significante. Para cerciorarnos de ello, slo hay un medio: el que preconiza, por cierto, el fenomenlogo, acercarse a las cosas mismas. Srvase el lector considerar las siguientes pginas como una experiencia de psicologa fenomenolgica. Trataremos de situarnos en el terreno de la significacin y de estudiar la emocin como un fenmeno.

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    Bosquejo de una teora de las emociones

    1. Las teoras clsicas

    Son de sobra conocidas las crticas suscitadas por la teora perifrica de las emociones. Cmo explicar las emociones sutiles? Cmo explicar la alegra pasiva? Cmo admitir que unas triviales reacciones orgnicas pue-dan dar cuenta de unos estados psquicos cualificados? Cmo unas modifi-caciones cuantitativas y, por ende, casi continuas en las funciones vegetati-vas pueden corresponderse con una serie cualitativa de estados irreductibles entre s? Por ejemplo, las modificaciones fisiolgicas que corresponden a la ira slo difieren por su intensidad de las que corresponden a la alegra (ritmo respiratorio un tanto ms rpido, ligero aumento del tono muscular, incre-mento de los intercambios bioqumicos, de la tensin arterial); y, sin embar-go, la ira no es una alegra ms intensa, sino otra cosa, al menos en tanto que se presenta ante la conciencia. No servira de nada mostrar en la alegra una excitacin que predispone a la ira, ni citar a esos subnormales que pa-san continuamente (balancendose en un banco, por ejemplo, y acelerando su balanceo) de la alegra a la ira. El subnormal que est encolerizado no est ultra alegre. Incluso si ha pasado de la alegra a la ira (y nada permite afirmar que no haya intervenido mientras tanto una multitud de acontecimien-tos psquicos) la ira es irreductible a la alegra.

    Creo que el fondo comn a todas estas objeciones podra resumirse de la manera siguiente: W. James distingue en la emocin dos grupos de fen-menos: un grupo de fenmenos fisiolgicos y otro de fenmenos psicolgi-cos, al que, como l, llamaremos estado de conciencia; lo esencial de la tesis de W. James es que el estado de conciencia llamado alegra, ira, etc., no es ms que la conciencia de las manifestaciones fisiolgicas, su proyeccin en la conciencia, por as decirlo. Ahora bien, todos los crticos de James, al examinar sucesivamente el estado de conciencia emocin y las mani-festaciones fisiolgicas concomitantes no reconocen en aqul la proyeccin, el esbatimiento de stas. Encuentran algo ms y conscientemente o no otra cosa. Algo ms. Por mucho que se extremen, imaginariamente, los tras-tornos corporales, no se comprende por qu la conciencia correspondiente habra de ser una conciencia aterrorizada. El terror es un estado sumamente penoso, insoportable incluso, y resulta inconcebible que un estado corporal aprehendido por s mismo y en s mismo aparezca ante la conciencia con ese carcter atroz. Otra cosa. En efecto, incluso si, objetivamente percibida, la emocin se presenta como un trastorno fisiolgico, como un hecho de conciencia, no es un trastorno ni un caos totalmente puro. Tiene un sentido,

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    significa algo. Y con ello no slo queremos decir que se presenta como una cualidad pura: se afirma tambin como una determinada relacin de nuestro ser psquico con el mundo. Y esta relacin o mejor dicho, la conciencia que nos hacemos de ella no es un lazo catico entre el yo y el universo; es una estructura organizada y susceptible de descripcin.

    No me parece que la sensibilidad crtico-talmica, recientemente inven-tada por los mismos que dirigen estas crticas a James, permita dar una res-puesta satisfactoria a la cuestin. Primero, la teora perifrica de James pre-sentaba una gran ventaja: slo tena en cuenta los trastornos fisiolgicos di-recta o indirectamente averiguables. La teora de la sensibilidad cerebral re-curre de un trastorno cortical de imposible comprobacin. Sherrington realiz experimentos sobre los perros, y no cabe duda de que es de alabar su habi-lidad como operador. Pero estos experimentos en s mismos no demuestran absolutamente nada. Del hecho de que una cabeza de perro prcticamente aislada del cuerpo d an seales de emocin, no me parece que se pueda sacar la conclusin de que cl perro experimente una emocin completa. Adems, suponiendo incluso que estuviera demostrada la existencia de una sensibilidad crtico-talmica, habria de nuevo que preguntarse previamente: puede un trastorno psiolgico, sea cual fuere, dar cuenta del carcter orga-nizado de la emocin?

    Aunque lo expres con poca fortuna, Janet lo comprendi muy bien cuando dijo que James, en su descripcin de la emocin, haba fallado en lo que respecta a lo psquico. Al situarse en un terreno exclusivamente objetivo, Janet slo quiere tener en cuenta las manifestaciones exteriores de la emo-cin. Pero, incluso tomando slo en consideracin los fenmenos orgnicos que pueden describirse y descubrirse desde fuera, estima que estos fen-menos son inmediatamente susceptibles de ser clasificados en dos categor-as: los fenmenos psquicos o conductas, y los fenmenos fisiolgicos. Una teora de la emocin que quisiera restituir a lo psquico su papel preponde-rante habra de hacer de la emocin una conducta. Pero, como James, Janet es sensible, pese a todo, a la apariencia de desorden que presenta toda emocin. Hace, pues, de la emocin una conducta peor adaptada, o, si se prefiere, una conducta de desadaptacin, una conducta de fracaso. Cuando la labor es demasiado difcil y no podemos mantener la conducta superior que se adaptara a ella, la energa psquica liberada se escapa por otra va: se mantiene una conducta inferior, que necesita una menor tensin psicol-gica. Aqu tenemos, por ejemplo, a una muchacha a quien su padre acaba de anunciar que tiene dolores en el brazo y que siente cierto temor a quedar-se paraltico. Cae al suelo presa de una violenta emocin. A los pocos das se repite la misma escena con igual violencia, lo que la obliga finalmente a pedir ayuda a los mdicos. Durante el trata miento, confiesa que la idea de cuidar a su padre y de llevar una vida austera de enfermera le haba pareci-do de pronto insoportable. La emocin representa aqu una conducta de fra-caso; constituye la sustitucin de la conducta-de-enfermera-que-no-puede-

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    ser-mantenida. Asimismo, en su obra sobre LObsession et la Psychast-hnie [La Obsesin y la Psicastenia], Janet cita el caso de varios enfermos que, habiendo acudido a l para confesarse, no pudieron acabar su confe-sin y terminaron prorrumpiendo en sollozos y a veces incluso sufriendo un ataque de nervios. Aqu tambin la conducta que ha de mantenerse es de-masiado difcil. Los lloros y el ataque de nervios representan una conducta de fracaso que sustituye a la primera por derivacin. Para qu insistir? So-bran los ejemplos. Quin no recuerda haber permanecido tranquilo en el intercambio de bromas con un compaero mientras estaba en igualdad de condiciones con el adversario y haberse irritado en el preciso momento en que ya no saba qu contestar? As, pues, Janet puede jactarse de haber reintegrado lo psquico en la emocin: la conciencia que cobramos de la emocin conciencia que, por lo dems, slo es aqu un fenmeno secunda-rio ya no es el simple trmino correlativo de unos trastornos fisiolgicos: es la conciencia de un fracaso y de una conducta de fracaso. Esta teora re-sulta atractiva: es, efectivamente, una tesis psicolgica y sigue siendo de una sencillez totalmente mecanicista. El fenmeno de derivacin no es ms que un cambio de va para la energa nerviosa liberada.

    Y, sin embargo, cuntas zonas oscuras en estas nociones, aparente-mente tan claras! Tras un estudio ms detenido, nos daremos cuenta de que Janet slo logra aventajar a James a costa de utilizar implcitamente una fi-nalidad que su teora rechaza explcitamente. En efecto, qu es una con-ducta de fracaso? Debe verse slo en ella el sustituto automtico de una conducta superior que no podemos llevar a cabo? En tal caso, la energa nerviosa se descargara al azar y siguiendo, la ley del mnimo esfuerzo. Pero entonces el conjunto de las reacciones emotivas sera menos una conducta de fracaso que una carencia de conducta. Se producira una reaccin org-nica difusa en vez de una reaccin adaptada, un desorden. Pero no es pre-cisamente lo que dice James? No se presenta, segn l, precisamente la emocin en el momento de una brusca desadaptacin, y no consiste esen-cialmente en el conjunto de desrdenes que aquella ocasiona en el organis-mo? Cierto es que Janet hace ms hincapi que James en el fracaso. Pero qu ha de entenderse con ello ? Si consideramos objetivamente al individuo como un sistema de conductas, y si la derivacin se hace automticamente, el fracaso no es nada, no existe; simplemente se produce la sustitucin de una conducta por un conjunto difuso de manifestaciones orgnicas. Para que la emocin tenga la significacin psquica de fracaso, la conciencia ha de in-tervenir y conferirle esta significacin, ha de contemplar la posibilidad de una conducta superior y aprehender la emocin precisamente como un fracaso con respecto a esta conducta superior. Pero esto equivaldra a atribuir a la conciencia un papel constitutivo, cosa a la que Janet se niega absolutamen-te. Si se quisiera que la teora de Janet siguiera teniendo sentido, habra l-gicamente que adoptar la posicin de Henri Wallon. En un artculo publicado en Revue des Cours et Confrences, Wallon propone la siguiente interpreta-

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    cin: Segn l, existe en el nio un circuito nervioso primitivo. El conjunto de las reacciones de un recin nacido ante el cosquilleo, el dolor, etc., est siempre regido por este circuito (escalofros, contracciones musculares difu-sas, aceleramiento del ritmo cardaco, etc.), constituyendo as una primera adaptacin orgnica, naturalmente heredada. Ms adelante aprendemos nuevas conductas y llevamos a cabo nuevos montajes, o sea, nuevos circui-tos. Pero cuando, colocados ante una situacin nueva y difcil, no podemos hallar la conducta adaptada conveniente, se produce, afirma Wallon, un re-troceso hacia el circuito nervioso primitivo. Vemos que esta teora representa la trasposicin de las ideas de Janet al terreno de conductismo puro, ya que, a fin de cuenta, las reacciones emocionales no se presentan como un puro desorden, sino como una adaptacin menor: el circuito nervioso del nio, primer sistema organizado de reflejos defensivos, resulta inadaptado con respecto a las necesidades del adulto, pero es, en s mismo, una organiza-cin funcional, anloga al reflejo respiratorio, por ejemplo. Pero tambin ve-mos que esta tesis slo se diferencia de la de James por la hiptesis de una unidad orgnica que unira entre s todas las manifestaciones emotivas. Ni que decir tiene que James hubiera aceptado sin la menor dificultad la exis-tencia de semejante circuito si sta hubiera sido demostrada. Habra conce-dido escasa importancia a esta modificacin de su propia teora por ser de orden estrictamente fisiolgico. As, pues, si nos atenemos a los trminos mismos de su tesis, Janet se halla mucho ms cerca de James de lo que l mismo admite; ha fracasado en su intento de volver a introducir lo psquico en la emocin; no ha explicado tampoco por qu existen varias conductas de fracaso, por qu ante una brusca agresin puedo tener una reaccin de mie-do o de ira. Adems, los ejemplos que cita son casi todos, trastornos emo-cionales poco diferenciados (sollozos, ataque de nervios, etc.), mucho ms prximos al choque emocional propiamente dicho que a la emocin en s.

    Sin embargo, parece existir en Janet una teora subyacente de la emo-

    cin y de las conducta en general que recurre de nuevo, sin nombrarla, a la finalidad. En sus exposiciones generales sobre la psicastenia o la afectivi-dad, insiste, como ya hemos dicho, en el carcter automtico de la deriva-cin. Pero en muchas de sus descripciones da a entender que el enfermo adopta la conducta inferior para no sostener la conducta superior. Aqu, es el mismo enfermo el que proclama su fracaso, antes incluso de emprender la lucha, y la conducta emotiva viene a disimular la imposibilidad de mantener la conducta adecuada. Volvamos al ejemplo antes citado: Una paciente acu-de a Janet; quiere confiarle el secreto de sus trastornos, describirle minucio-samente sus obsesiones. Pero no puede: es una conducta social demasiado difcil para ella. Entonces se pone a sollozar. Ahora bien, solloza porque no puede decir nada?, son sus sollozos vanas tentativas de actuacin, una di-fusa conmocin que representara la descomposicin de una conducta de-masiado difcil? o se pone a sollozar precisamente para no decir nada? La

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    diferencia parece a primera vista escasa entre estas dos interpretaciones: en ambas hiptesis existe una conducta imposible de mantener; en ambas hip-tesis hay sustitucin de la conducta por unas manifestaciones difusas. Por eso Janet pasa con facilidad de una a otra: de ah la ambigedad de su teo-ra. Pero, en realidad, un abismo separa estas dos interpretaciones. En efec-to, la primera es puramente mecanicista y ya lo hemos visto bastante pa-recida en el fondo a las ideas de James. Por el contrario, la segunda aporta realmente algo nuevo: es la nica que merece verdaderamente el ttulo de teora psicolgica de las emociones, la nica que considera la emocin como una conducta. Y, en efecto, si volvemos a introducir aqu la finalidad, pode-mos concebir que la conducta emocional no es en absoluto un desorden: es un sistema organizado de medios que tienden hacia una meta. Y se recurre a este sistema para disimular, sustituir, rechazar una conducta que no se puede o no se quiere mantener. Al mismo tiempo, la explicacin de la diver-sidad de las emociones queda as facilitada: cada una representa un medio diferente de eludir una dificultad, una escapatoria particular, una trampa es-pecial. Pero Janet nos ha proporcionado lo nico que poda darnos. Su posi-cin es demasiado insegura, y lucha entre un fin alismo espontneo y un mecanicismo de principio. No ser a l a quien pidamos que exponga esa teora pura de la emocin-conducta. La encontramos, por e] contrario, esbo-zada en las obras de los discpulos de Kohler, en particular en las de Lewin y Dembo. Sobre este tema, P. Guillaume escribe lo siguiente en su Psycholo-gie de la Forme:

    Tomemos el ejemplo ms sencillo: se le propone al sujeto que alcance un objeto colocado en una silla, pero sin pisar fuera de un crculo trazado en el suelo; las distancias estn calculadas para que esa tarea le resulte muy difcil o imposible de una manera directa; sin embargo, el problema puede resolverse por medios indirectos... Aqu la fuerza orientada hacia el objeto cobra un significado claro y concreto. Por otra parte, existe en estos proble-mas un obstculo para la ejecucin directa del acto, obstculo que puede ser material o moral, como, por ejemplo, una regla que se compromete uno a observar. As, en nuestro ejemp1o, el crculo que no ha de franquearse for-ma en la percepcin del sujeto una barrera de la que emana una fuerza diri-gida en sentido contrario a la primera. El conflicto entre ambas fuerzas en-gendra, en el campo fenomenal, una tensin... El hallazgo de la solucin, el xito del acto pondran fin a esa tensin... Existe toda una psicologa del acto de sustitucin o de reemplazo, del Erzatz, a la que la escuela de Lewin apor-ta una interesante contribucin. Su forma es muy variable: los semi-resultados alcanzados pueden contribuir a fijarla. El sujeto facilita a veces el acto librndose de algunas de las condiciones impuestas de cantidad, de cualidad, de velocidad o de duracin, e incluso modificando la naturaleza de su labor; en otros casos, se trata de actos irreales, simblicos; se hace un gesto evidentemente vano en direccin al acto; se describe ese acto en vez de realizarlo, se imaginan procedimientos quimricos ficticios (si yo tuviera...

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    hara falta...) fuera de las condiciones reales o impuestas que permitiran rea-lizarlo. Si los actos de sustitucin resultan imposibles o si no aportan sufi-ciente resolucin, la tensin persistente se manifiesta mediante la tendencia a renunciar a la prueba, a evadirse del campo o a replegarse sobre s mismo en una actitud pasiva. Hemos dicho, en efecto, que el sujeto se halla someti-do a la atraccin positiva de la meta y a la accin de repulsin, negativa, de la barrera; adems, el hecho de haber aceptado someterse a la prueba ha conferido a todos los dems objetos del campo un valor negativo, en el sen-tido de que todas las diversiones ajenas a la tarea son ipso facto imposibles. El sujeto se halla, pues, en cierto modo, encerrado en un recinto clausurado por todas partes: slo existe una salida positiva, pero est ocluida por la ba-rrera especfica. Esta situacin corresponde al siguiente diagrama:

    La evasin no es sino una solucin brutal, ya que es preciso romper la

    barrera general y aceptar una disminucin del yo. El repliegue sobre uno mismo, el enquistamiento que alza entre el campo hostil y yo una barrera protectora, es una solucin tan mala como la otra.

    En estas condiciones, la prosecucin de la prueba puede desembocar en unos trastornos emocionales, formas stas an ms primitivas de libera-cin de tensiones. T. Dembo hace un estudio muy interesante de los arreba-tos de ira, a veces muy violentos, que se apoderan de algunas personas. La situacin sufre una simplificacin estructural. Hay en la ira, y sin duda en to-das las emociones, un debilitamiento de las barreras que separan las capas profundas y superficiales del yo y que, normalmente, aseguran el control de los actos por la personalidad profunda, as como el dominio de s mismo; un debilitamiento de las barreras entre lo real y lo irreal. En cambio, el que la accin se halle bloqueada hace que las tensiones entre el exterior y el inter-ior sigan aumentando: el carcter negativo se extiende uniformemente a to-dos los objetos del campo que pierden su valor propio... Al desaparecer la direccin privilegiada de la meta, se destruye la estructura diferenciada im-puesta al campo por el problema... Los hechos particulares y especialmente las reacciones fisiolgicas variadas a las que se ha descrito atribuyndoles un significado especial slo resultan inteligibles partiendo de esa concepcin de conjunto de la topologa de la emocin...

    Hemos llegado, al trmino de esta larga cita, a una concepcin funcional de la ira. La ira no es, desde luego, un instinto, ni una costumbre, ni un clcu-lo razonado. Es una solucin brusca de un conflicto, una manera de cortar el

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    nudo gordiano. No cabe duda de que volvemos a encontrarnos con la distin-cin hecha por Janet entre las conductas superiores y las conductas inferio-res o derivadas. Slo que esta distincin cobra aqu todo su sentido: somos nosotros mismos los que nos ponemos en situacin de total inferioridad, por-que en ese bajsimo nivel nuestras exigencias son menores y nos satisface-mos ms fcilmente. Al no poder hallar, en estado de alta tensin, la solucin delicada y precisa de un problema, actuamos sobre nosotros mismos, nos rebajamos y nos transformamos en un ser al que le bastarn unas solucio-nes burdas y menos adaptadas (romper, por ejemplo, la cuartilla en la que figura el enunciado del problema). As, pues, la ira se manifiesta aqu como una evasin: el sujeto iracundo se parece a un hombre que, al no poder des-hacer el nudo de las cuerdas que le atan, se retuerce en todas las direccio-nes. Y la conducta ira peor adaptada al problema que la conducta superior e imposible que lo resolvera est, sin embargo, precisa y perfectamente adaptada a la necesidad de romper la tensin, de librarse de esa enorme carga que pesa sobre nuestros hombros. Ahora comprenderemos los ejem-plos anteriormente citados: la psicastnica que va a verle a Janet quiere con-fesarse con l. La tarea, sin embargo, es demasiado, difcil. Se halla en un mundo estrecho y amenazador que espera de ella un acto determinado y que a la vez lo rechaza. El mismo Janet da a entender, con su actitud, que est escuchando y esperando. Pero, al mismo tiempo, por su prestigio, por su personalidad, etc., rechaza esa confesin. La paciente tiene que librarse de esa intolerable tensin y slo puede conseguirlo exagerando su debilidad, su desconcierto, desviando su atencin del acto que ha de realizar y trasla-dndolo a s misma (qu desgraciada soy!), convirtiendo, por su misma actitud, a Janet de juez en consolador, exteriorizando e interpretando la im-posibilidad misma de hablar en que se halla, convirtiendo la necesidad pre-cisa de dar tal o cual informacin en una presin gravosa e indiferenciada que el mundo ejerce sobre ella. Entonces es cuando se manifiestan los so-llozos y el ataque de nervios. Asimismo, se comprende fcilmente el arrebato de ira que se apodera de m cuando ya no s qu contestar a un bromista. En este caso, la ira no desempea exactamente el mismo papel que en el ejemplo de Dembo. Se trata de trasladar la discusin a otro plano: no he po-dido ser ingenioso, me vuelvo temible e impotente. Quiero asustar. Al mismo tiempo, utilizo medios derivados (erstze) para vencer a mi adversario: insul-tos, amenazas que valen por el rasgo de ingenio que no he sabido encon-trar; por la brusca transformacin que me impongo a m mismo, me vuelvo menos exigente en lo que se refiere a la eleccin de los medios.

    Sin embargo, llegados a este punto, no podemos darnos por satisfe-chos. La teora de la conducta-emocin es perfecta, pero, en su misma pure-za y perfeccin, podemos ver su insuficiencia. En todos los ejemplos que hemos citado, el papel funcional de la emocin es innegable. Pero tambin, como tal, es incomprensible. Quiero decir que para Dembo y los psiclogos de la forma el paso del estado de bsqueda al estado de ira se explica por la

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    ruptura de una forma y la reconstitucin de otra. Comprendo a lo sumo la ruptura de la forma problema sin solucin, pero cmo admitir la aparicin de la otra forma? No olvidemos que se presenta claramente como sustituta de la primera. Slo existe con respecto a la primera. Hay, pues, un solo pro-ceso: la transformacin de forma. Ahora bien, no puedo comprender esa transformacin sin dar por sentada la conciencia. Slo ella puede por su acti-vidad sinttica romper y reconstruir incesantemente unas formas; slo ella puede dar cuenta de la finalidad de la emocin. Hemos visto, adems, que toda la descripcin de la ira hecha por Guillaume, segn Dembo nos la muestra, como tendente a transformar el aspecto del mundo. Se trata de debilitar las barreras entre lo real y lo irreal, de destruir la estructura dife-renciada impuesta al campo por el problema. Muy bien. Pero en cuanto se trata de afirmar una relacin entre el mundo y el yo, no podemos satisfacer-nos ya con una psicologa de la forma. Es de absoluta evidencia que hay que recurrir a la conciencia. Y, adems, en resumidas cuentas, no recurre a ella Guillaume cuando dice que el hombre iracundo debilita las barreras que se-paran las capas profundas y superficiales del yo? As, pues, la teora fisio-lgica de James nos ha llevado, por su misma insuficiencia, a la teora de las conductas de Janet; y esta ltima a la teora de la emocin-forma funcional, la cual, nos remite finalmente a la conciencia. Por all debamos haber empe-zado y ahora conviene formular el verdadero problema.

    2. La teora psicoanaltica

    Slo puede comprenderse la emocin buscando en ella una significa-cin. Esta significacin es por naturaleza de ndole funcional, lo cual nos lle-va a hablar de una finalidad de la emocin. Esa finalidad la aprehendemos de un modo concretsimo mediante el examen objetivo de la conducta emo-cional. No se trata en absoluto de una teora ms o menos oscura de la emocin-instinto que se funde en unos principios a priori o unos postulados. El simple examen de los hechos nos lleva a una intuicin emprica de la sig-nificacin finalista de la emocin. Si, por otra parte, tratamos de fijar en una intuicin plena la esencia de la emocin como hecho de la interpsicolga, aprehendemos esa finalidad como inherente a su estructura. Y todos los psi-clogos que han reflexionado sobre la teora perifrica de James se han da-do ms o menos cuenta de esa significacin finalista. Janet, por ejemplo, la adorna con el calificativo de psquica. Esa significacin finalista es, por ejemplo, la que psiclogos y fisilogos como Cannon y Sherrington tratan de introducir de nuevo en la descripcin de los hechos emotivos con su hipte-sis de una sensibilidad cerebral; la volvemos a encontrar en Wallon o, ms recientemente, en los psiclogos de la Forma. Esa finalidad supone una or-ganizacin sinttica de las conductas, que no es sino el inconsciente de los psicoanalistas o la conciencia. Pues bien, resultara a lo sumo bastante fcil

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    elaborar una teora psicoanaltica de la emocin-finalidad. No sera muy dif-cil demostrar que la ira o el miedo son medios utilizados por unas tendencias inconscientes para satisfacerse simblicamente, para romper un estado de tensin insoportable. Se dara as cuenta del carcter esencial de la emo-cin: se la padece; sorprende, se desarrolla segn sus propias leyes y sin que nuestra espontaneidad consciente pueda modificar muy notablemente su curso. Esta disociacin del carcter organizado de la emocin cuyo te-ma organizador sera rechazado en el inconsciente y de su carcter ineluc-table que slo sera tal para la conciencia del sujeto prestara ms o me-nos la misma ayuda en el plano de la psicologa emprica que, en el plano metafsico, la diferenciacin kantiana entre el carcter emprico y el carcter noumenal.

    No cabe duda de que la psicologa psicoanaltica ha sido la primera en poner de relieve la significacin de los hechos psquicos; o sea, que ha sido la primera en insistir sobre el hecho de que todo estado de conciencia vale por algo que no es l. Por ejemplo, el robo torpe realizado por un obseso sexual no es simplemente un robo-torpe. Nos remite a algo que no es l mismo desde el instante en que lo consideremos, con los psicoanalistas, un fenmeno de autocastigo. Este robo-torpe nos remite al complejo primitivo del que el paciente intenta justificarse castigndose a s mismo. Vemos, pues, que es posible una teora psicoanaltica de la emocin. No existe ya? Una mujer tiene fobia de los laureles. Apenas ve un macizo de laureles, se desmaya. El psicoanalista descubre en su infancia un penoso incidente sexual relacionado con un macizo de laureles. Qu ser, pues, aqu la emocin? : un fenmeno de repulsa, de censura. No una repulsa al laurel, sino la repulsa a revivir el recuerdo ligado al laurel. La emocin es aqu una huida ante la revelacin a punto de manifestarse, como el sueo es a veces una huida ante una decisin por tomar, y como la enfermedad de algunas chicas jvenes es para Steckel una huida ante el matrimonio. La emocin no siempre ser, naturalmente, evasin. Se vislumbra ya en los psicoanalis-tas una interpretacin de la ira como satisfaccin simblica de tendencias sexuales. Y no cabe duda de que ninguna de estas interpretaciones puede rechazarse. Tampoco cabe duda que la ira puede significar sadismo. Y es innegable, y trataremos de demostrar que el desmayo producido por el mie-do pasivo puede significar una huida, la bsqueda de un refugio. Lo que aqu ponemos en tela de juicio es el principio mismo de las explicaciones psicoa-nalticas. Tal principio es el que quisiramos examinar aqu.

    La interpretacin psicoanaltica concibe el fenmeno consciente como la realizacin simblica de un deseo reprimido por la censura. Notemos que para la conciencia este deseo no se halla implicado en su realizacin simb-lica. En la medida en que existe por y en nuestra conciencia, slo es lo que pretende ser: emocin, deseo de sueo, robo, fobia al laurel, etc. Si no fuera as y si tuviramos cierta conciencia incluso implcita de nuestro verdadero deseo, demostraramos tener mala fe, y no es eso lo que pretende el psicoa-

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    nalista. De ello resulta que la significacin de nuestro comportamiento cons-ciente es totalmente exterior a ese comportamiento mismo, o, si se prefiere, que lo significado est completamente cortado del significante. Ese compor-tamiento del sujeto es en s mismo lo que es (si por en s mismo entende-mos lo que es para s), pero resulta posible descifrarlo mediante tcnicas apropiadas, como se descifra un lenguaje descrito. En una palabra, el hecho consciente es con respecto a lo significado como una cosa efecto de cierto acontecimiento es con respecto a este acontecimiento: por ejemplo, como los vestigios de una hoguera encendida en el monte con respecto a los seres humanos que han encendido esta hoguera. Las presencias humanas no se hallan contenidas en las cenizas que quedan. Estn ligadas a ellas por una relacin de causalidad: la relacin es externa, los vestigios de la fogata son pasivos con respecto a esa relacin causal, como todo efecto lo es con res-pecto a su causa. Una conciencia que no hubiera adquirido los conocimien-tos tcnicos necesarios no podra aprehender esos vestigios como signos. Al mismo tiempo, esos vestigios son lo que son; es decir, existen en s, fuera de toda interpretacin significante: son trozos de lea semicalcinados, eso es todo.

    Podemos admitir que un hecho de conciencia puede ser como una co-sa con respecto a su significacin, es decir, que puede recibir sta desde fuera como una cualidad exterior (as como es una cualidad exterior para la lea el haber sido quemada por unos hombres que queran calentarse)? Pa-rece en principio que el primer resultado de semejante interpretacin es con-vertir la conciencia en una cosa con respecto a lo significado, admitir que la conciencia se constituye en significacin sin ser consciente de la significa-cin que constituye. Existe aqu una contradiccin flagrante, a menos que consideremos la conciencia como un ente del mismo tipo que una piedra o una lona. Pero en tal caso debera renunciarse totalmente al cogito cartesia-no y considerar la conciencia como un fenmeno secundario y pasivo. En la medida en que la conciencia se hace, no es sino lo que se aparece a s mis-ma. Si posee, pues, una significacin, debe de contenerla en s como estruc-tura de conciencia. Lo cual no quiere decir que esta significacin haya de ser perfectamente explcita. Hay muchos grados posibles de condensacin y de claridad. Esto slo significa que no hemos de interrogar la conciencia desde fuera, como se interrogan los vestigios de la fogata o del campamento, sino desde dentro; hemos de buscar la significacin en ella. Si el cogito debe ser posible, la conciencia es ella misma, el hecho, la significacin y lo significa-do.

    A decir verdad, lo que dificulta una refutacin exhaustiva del psicoanli-sis es que el psicoanalista no afirma que la significacin sea conferida total-mente desde fuera a la conciencia. Para l hay siempre una analoga interna entre el hecho consciente y el deseo que ste expresa, ya que el hecho consciente simboliza junto con el complejo expresado. Y para el psicoanalis-ta ese carcter de smbolo no es por supuesto exterior al hecho de concien-

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    cia mismo: forma parte constitutiva de l. Sobre este punto, estamos total-mente de acuerdo con el psicoanalista: para quien cree en el valor absoluto del cogito cartesiano no cabe duda de que la simbolizacin es constitutiva de la conciencia simblica. Pero, entendmonos: si la simbolizacin es cons-titutiva de la conciencia, puede aprehender un lazo inmanente de compren-sin entre la simbolizacin y el smbolo. Habr, sin embargo, que llegar al acuerdo de que la conciencia se constituye en simbolizacin. En este caso, nada hay tras ella, y la relacin entre el smbolo, lo simbolizado y la simboli-zacin es un lazo intraestructural de la conciencia. Pero si aadimos que la conciencia es simbolizadora bajo la presin causal de un hecho trascenden-tal que es el deseo reprimido, volvemos a caer en la teora anteriormente se-alada que hace la de la relacin entre lo significado y lo significante una re-lacin causal. La contradiccin profunda de todo psicoanlisis reside en pre-sentar a la vez un lazo de causalidad y un lazo de comprensin entre los fe-nmenos que estudia. Estos dos tipos de relacin son incompatibles. Por esa razn, el terico del psicoanlisis establece unos lazos trascendentales de causalidad rgida entre los hechos estudiados (una almohadilla para alfileres significa siempre en sueos los pechos de una mujer; entrar en un vagn de ferrocarril significa realizar el acto sexual), mientras que el que ejerce prcti-camente el psicoanlisis se cerciora del xito estudiando sobre todo los hechos de conciencia en trminos de comprensin, es decir, buscando con flexibilidad la relacin intra-consciente entre simbolizacin y smbolo.

    Por nuestra parte, no rechazamos los resultados del psicoanlisis cuan-do han sido conseguidos mediante la comprensin. Nos limitamos a negar todo valor e inteligibilidad a su teora subyacente de la causalidad psquica. Por otra parte, afirmamos que, en la medida en que el psicoanalista utiliza de comprensin para interpretar la conciencia, ms valdra reconocer franca-mente que todo lo que ocurre en la conciencia slo puede recibir explicacin de la propia conciencia. Hemos vuelto, pues, a nuestro punto de partida: una teora de la emocin que afirme el carcter significante de los hechos emoti-vos ha de buscar esa significacin en la propia conciencia. Dicho de otro modo, es la conciencia la que se hace a s misma conciencia, emocionada con vistas a las necesidades de una significacin interna.

    A decir verdad, los partidarios del psicoanlisis plantearn inmediata-mente una dificultad de principio: si la conciencia organiza la emocin como un determinado tipo de respuesta adaptada a una situacin exterior, cmo es posible que no tenga conciencia de esa adaptacin? Hemos de reconocer que su teora da perfecta cuenta de ese desfase entre la significacin y la conciencia, lo cual no debe extraarnos ya que a eso precisamente est des-tinada. Ms an, dirn, en la mayora de los casos, luchamos en tanto que espontaneidad consciente contra el desarrollo de las manifestaciones emo-cionales: tratamos de dominar nuestro miedo, calmar nuestra ira, refrenar nuestros sollozos. As, no slo no somos conscientes de esa finalidad de la emocin sino que tambin rechazamos la emocin eon todas nuestras fuer-

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    zas y nos invade a pesar nuestro. Una descripcin fenomenolgica de la emocin tiene la obligacin de hacer desaparecer esas contradicciones.

    3. Bosquejo de una teora fenomenolgica

    Quiz nos ayude en nuestras indagaciones una observacin preliminar que puede servir de crtica general a todas las teoras de la emocin que hemos citado (salvo, tal vez, la de Dembo): para la mayora de los psiclo-gos, ocurre como si la conciencia de la emocin fuera ante todo una con-ciencia reflexiva; es decir, como si la forma primera de la emocin como hecho de conciencia consistiera en aparecrsenos como una modificacin de nuestro ser psquico o, para emplear el lenguaje corriente, en ser aprehendi-da primero como un estado de conciencia. Y no cabe, duda de que siempre es posible cobrar conciencia de la emocin como estructura afectiva de la conciencia y decir: estoy furioso, tengo miedo, etc. Pero el miedo no es origi-nalmente conciencia de tener miedo, como tampoco la percepcin de este libro es conciencia de percibir el libro. La conciencia emocional es ante todo irreflexiva, y en este plano, slo puede ser conciencia de s misma en el mo-do no-posicional. La conciencia emocional es ante todo conciencia del mun-do. Ni siquiera es preciso rememorar toda la teora de la conciencia para comprender claramente ese principio. Bastan para ello unas observaciones sencillas, y resulta extrao que a los psiclogos de la emocin nunca se les haya ocurrido hacerlas. Es evidente, en efecto, que el hombre que tiene mie-do tiene miedo de algo. An tratndose de una de esas angustias imprecisas que suelen experimentarse en la oscuridad, en un pasadizo siniestro y de-sierto, etc., tambin se trata de un miedo de ciertos aspectos de la noche, del mundo. Y todos los psiclogos han observado, sin duda, que lo que condena la emocin es una percepcin, una representacin-seal, etc. Pero se tiene la impresin de que luego, para ellos, la emocin se aleja del objeto para ab-sorberse en s misma. No son precisas muchas reflexiones para darse cuen-ta, al contrario, de que la emocin vuelve a cada instante al objeto y se nutre de l. Se describe, por ejemplo, la huida con miedo como si la huida no fuera ante todo una huida ante cierto objeto, como si el objeto del que se huye no permaneciera constantemente presente en la misma huida, como su tema, su razn de ser, como aquello ante lo cual se huye. Y cmo hablar de la ira, en que se dan golpes, se profieren insultos, amenazas, sin mencionar a la persona que representa la unidad objetiva de esos insultos, de esas amena-zas y de esos golpes? En una palabra, el sujeto emocionado y el objeto emocionante se hallan unidos en una sntesis indisoluble. La emocin es una determinada manera de aprehender el mundo. Dembo ha sido el nico en vislumbrarlo, pero sin explicarlo. El sujeto que busca la solucin de un pro-blema prctico se halla fuera, en el mundo; aprehende el mundo a cada ins-tante, a travs de todos sus actos. Si fracasa en sus intentos, se irrita; y su

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    misma irritacin es tambin una manera en que se le aparece el mundo. Y no es necesario que entre la accin que fracasa y la ira el sujeto vuelva so-bre s mismo, intercale una conciencia reflexiva. Puede producirse un paso continuo de la conciencia irreflexiva mundo-actuado. (accin) a la concien-cia irreflexiva mundo-odioso (ira). La segunda es una trasformacin de la primera. Para comprender mejor el sentido de lo que sigue, es preciso que el lector piense en la esencia de conducta-irreflexiva. Se tiende demasiado a creer que la accin es un paso continuado de lo irreflexivo a lo reflexivo, del mundo a nosotros mismos. Aprehenderamos el problema (irreflexin-conciencia del mundo) y luego nos aprehenderamos a nosotros mismos co-mo teniendo que resolver el problema (reflexin); a partir de esa reflexin concebiramos una accin como teniendo que ser realizada por nosotros (re-flexin) y volveramos a bajar al mundo para realizar la accin (irreflexiva), considerando ya slo el objeto actuado. Luego, todas las nuevas dificultades, todos los fracasos parciales que exigen un fortalecimiento de la adaptacin nos devolvera hacia el plano reflexivo. De ah un vaivn constante que for-mara parte constitutiva de la accin.

    Ahora bien, es innegable que podemos reflexionar sobre nuestra accin. Pero una operacin sobre el universo se realiza en la mayora de los casos sin que el sujeto abandone el plano irreflexivo. En este momento por ejem-plo, escribo, pero no tengo conciencia de escribir. Dirn que el hbito me ha retirado la conciencia de los movimientos de mi mano al trazar las letras? Sera absurdo. Tal vez tenga el hbito de escribir, pero no la de escribir estas palabras en este orden. De un modo general conviene desconfiar de las ex-plicaciones por medio del hbito. En realidad, el acto de escribir no es en ab-soluto inconsciente; es una estructura actual de mi conciencia. Pero no es consciente de s mismo. Escribir es tomar una conciencia activa de las pala-bras en tanto que nacen bajo mi pluma. No de las palabras en tanto que es-critas por m: aprehendo intuitivamente las palabras en tanto que tienen la cualidad estructural de brotar ex nihilo y sin embargo de no ser creadoras de s mismas, de ser pasivamente creadas. En el mismo momento en que trazo una, no presto atencin aisladamente a cada uno de los palos formados por mi mano: me hallo en un estado especial de espera, de espera creadora; es-pero a que la palabra que conozco de antemano se valga de la mano que escribe y de los palos que traza para realizarse. Y no cabe duda de que en este caso no tengo la misma conciencia de las palabras que cuando leo lo que escribe una persona al mirar por encima de su hombro. Pero eso no quiere decir que sea consciente de m como cuando escribo. Las diferencias esenciales son las siguientes: En primer lugar mi aprehensin intuitiva de que lo que escribe mi vecino es del tipo evidencia-probable. Aprehendo las palabras trazadas por su mano mucho antes de que estn completamente trazadas. Pero en el mismo momento en que, al leer indep... aprehendo intuitivamente independiente, la palabra independiente aparece como una realidad probable (como la mesa o la silla). Por el contrario, mi aprehen-

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    sin intuitiva de las palabras que escribo me las entrega como seguras. Se trata de una seguridad un tanto particular: no es seguro que la palabra se-guridad que estoy escribiendo vaya a aparecer (pueden interrumpirme, puedo cambiar de idea, etctera) pero lo que s es seguro es que si aparece, aparecer as. La accin constituye, por consiguiente, una capa de objetos seguros en un mundo probable. Digamos, por ejemplo, que son probables en tanto que futuros seres reales, pero seguros como potencialidades del mun-do. En segundo lugar, las palabras escritas por mi vecino no exigen nada; las contemplo en su orden de aparicin sucesivo, como mirara una mesa o una percha. Por el contrario, las palabras que yo escribo son exigencias. El modo mismo en que las aprehendo a travs de mi actividad creadora las constituye como tales: aparecen como potencialidades que han de ser realizadas. No han de ser realizadas por m. Aqu no aparece el yo. Slo siento la atraccin ejercida por ellas. Siento objetivamente su exigencia. Las veo cmo se reali-zan y cmo piden el realizarse ms an al mismo tiempo. Y por mucho que piense que las palabras trazadas por mi vecino exigen de l su realizacin, yo no siento esa exigencia. Por el contrario, la exigencia de las palabras tra-zadas por m es directamente presente, pesada y sentida. Tiran de mi mano y la conducen. Pero no como diablillos vivos y activos que efectivamente la empujaran y tiraran de ella: su exigencia es pasiva. En cuanto a mi mano, tengo conciencia de ella en el sentido de que la vivo directamente como ins-trumento mediante el cual se realizan las palabras. Es un objeto del mundo, pero a la vez presente y vivido. Y ahora vacilo: escribir as pues o por consiguiente? Ello no implica en absoluto un examen retrospectivo de uno mismo. Sencillamente las potencialidades as pues y por consiguiente aparecen como potencialidades y entran en colisin. Ms adelante trata-remos de describir detalladamente el mundo actuado. Lo nico que aqu im-porta es mostrar que, como conciencia espontnea irreflexiva, la accin constituye una determinada capa existencial en el mundo y que no es preci-so ser consciente de uno mismo como actuando para actuar. Muy al contra-rio. En una palabra, una conducta irreflexiva no es una conducta inconscien-te, es consciente de s misma no tticamente, y su modo de ser tticamente consciente de s misma consiste en trascenderse a s misma y de aprehen-der sobre el mundo una especia de cualidad de cosas . As es como pode-mos comprender todas esas exigencias y esas tensiones del mundo que nos rodea, y trazar un mapa odolgico de nuestro Umwelt, mapa que vara en funcin de nuestros actos y necesidades. Slo que, en la accin normal y adaptada, los objetos por realizar aparecen como teniendo que ser reali-zados mediante ciertas vas. Los medios mismos aparecen como potenciali-dades que reivindican la existencia. Esa aprehensin del medio como nica va posible para alcanzar el fin (o si existen n medios, como los nicos n me-dios posibles, etc.) puede denominarse la intuicin pragmatista del determi-nismo del mundo. Desde este punto de vista, el mundo que nos rodea lo que los alemanes llaman Umwelt , el mundo de nuestros deseos, de nues-

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    tras necesidades y de nuestros actos aparece como surcado de estrechos y rigurosos caminos que conducen a tal o cual fin determinado, es decir, a la aparicin de un objeto creado. Naturalmente, aqu y all, en todas partes, surgen trampas y asechanzas. Este mundo podra compararse con las ban-dejas mviles de las mquinas tragaderas sobre las que ruedan unas cani-cas: hay caminos trazados por hileras de alfileres y con frecuencia, en los cruces, se abren agujeros. La canica ha de recorrer un determinado trayecto tomando unos determinados caminos y sin caer en los agujeros. Este mundo es difcil. Esta nocin de dificultad no es una nocin reflexiva que implique una relacin con el yo. All est, sobre el mundo; es una cualidad del mundo que se da en la percepcin (exactamente como los caminos hacia las poten-cialidades y como las potencialidades mismas y las exigencias de los obje-tos: libros que hay que leer, zapatos a los que hay que poner medias suelas, etc.), es el correlativo noemtico de nuestra actividad emprendida o sola-mente concebida.

    Podemos concebir ahora en qu consiste una emocin. Es una trans-formacin del mundo. Cuando los caminos trazados se hacen demasiado difciles o cuando no vislumbramos caminos, ya no podemos permanecer en un mundo tan urgente y difcil. Todas las vas estn cortadas y, sin embargo, hay que actuar. Tratamos entonces de cambiar el mundo, o sea, de vivirlo como si la relacin entre las cosas y sus potencialidades no estuvieran regi-das por unos procesos deterministas sino mgicamente. No se trata de un juego, entendmoslo bien; nos vemos obligados a ello y nos lanzamos hacia esa nueva actitud con toda la fuerza de que disponemos. Lo que hay que comprender tambin es que ese intento no es consciente como tal, pues se-ra entonces objeto de una reflexin. Es ante todo aprehensin de relaciones y exigencias nuevas. Pero, al ser imposible la aprehensin de un objeto o al engendrar una tensin insoportable, la conciencia lo aprehende o trata de aprehenderlo de otro modo; o sea, se trasforma precisamente para trasfor-mar el objeto. En s, ese cambio en la direccin de la conciencia no es nada extrao. Encontramos mil ejemplos de trasformaciones semejantes en la ac-tividad y en la percepcin. Buscar, por ejemplo, un rostro oculto en una vie-ta-adivinanza (dnde est el fusil?) equivale a conducirnos perceptiva-mente ante la vieta de un modo nuevo; equivale a comportarnos ante las ramas de los rboles, los postes telegrficos y la imagen como ante un fusil, equivale a mover los ojos como lo haramos ante un fusil. Pero no aprehen-demos estos movimientos como tales. A travs de ellos, una intencin que los trasciende y de la que constituyen la hyl, se dirige hacia los rboles y los postes que son aprehendidos como posibles fusiles hasta que de repente cristaliza la percepcin y aparece el fusil. As pues, a travs de un cambio de intencin, lo mismo que en un cambio de conducta, aprehendemos un objeto nuevo o un objeto antiguo de un modo nuevo. No es preciso situarse previa-mente en el plano reflexivo. El texto al pie de la vieta sirve directamente de motivacin. Buscamos el fusil sin abandonar el plano irreflexivo. Es decir,

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    aparece un fusil potencial, vagamente localizado en la imagen. Del mismo modo, hay que concebir el cambio de intencin y de conducta que caracteri-za a la emocin. La imposibilidad de hallar una solucin al problema, apre-hendido objetivamente como una cualidad del mundo, sirve de motivacin a la nueva conciencia irreflexiva que aprehende ahora el mundo de otro modo y bajo un nuevo aspecto, que impone una nueva conducta a travs de la cual es aprehendido este aspecto y que sirve de hyl a la nueva intencin. Pero la conducta emotiva no se sita en el mismo plano que las dems con-ductas: no es efectiva. No se propone como objetivo actuar realmente sobre el objeto como tal a travs de unos medios especiales. Trata de conferir por s misma al objeto, y sin modificarlo en su estructura real, otra cualidad: una menor existencia, o una menor presencia (o una mayor existencia, etc.). En una palabra, en la emocin el cuerpo, dirigido por la conciencia, transforma sus relaciones con el mundo para que el mundo cambie sus cualidades. Si la emocin es un juego, es un juego en el que creemos. Un sencillo ejemplo puede explicar esta estructura emotiva. Alargo la mano para coger un racimo de uvas. No consigo asirlo, est fuera de mi alcance. Me encojo de hombros, retiro las manos, murmuro estn demasiado verdes y me alejo. Todos es-tos gestos, estas palabras, esta conducta no son aprehendidos por s mis-mos. Se trata de una pequea comedia que interpreto bajo el racimo con el fin de conferir a las uvas, a travs de ella, la caracterstica demasiado ver-des que puede servir de sustitutivo a la conducta que no puedo llevar a ca-bo. Primero se presentaban como teniendo que ser cogidas. Pero esa cualidad urgente se hace pronto insoportable porque la potencialidad no puede realizarse, Esa insoportable tensin se convierte a su vez en un moti-vo para aprehender en las uvas una nueva cualidad, demasiado verdes, que resolver el conflicto y suprimir la tensin. Slo que esa cualidad no puedo conferrsela qumicamente a las uvas; no puedo actuar por los medios corrientes sobre el racimo. Entonces aprehendo esa acritud de las uvas de-masiado verdes a travs de una conducta de repugnancia. Confiero mgi-camente a las uvas la cualidad deseada por m. En este ejemplo la comedia slo es sincera a medias. Pero bastar con que la situacin sea ms urgente para que la conducta mgica se cumpla con seriedad: ah est la emocin.

    Tomemos como ejemplo el miedo pasivo. Veo llegar hacia m una fiera. Mis piernas flaquean, mi corazn late ms dbilmente, me pongo plido, me caigo y me desmayo. A primera vista nada menos adaptado que esa conduc-ta que me entrega indefenso al peligro. Y sin embargo, se trata de una con-ducta de evasin. El desmayo es aqu un refugio. Pero no vayamos a creer que es un refugio para m, que trato de salvarme a m mismo, de dejar de ver a la fiera. No he salido del plano irreflexivo: pero al no poder evitar el peligro por los medios normales y los encadenamientos deterministas, lo he negado. He pretendido aniquilarlo. La urgencia del peligro ha servido de motivo para una intencin aniquiladora que ha impuesto una conducta mgica. Y, de hecho, lo he aniquilado en la medida de mis posibilidades. Estos son los lmi-

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    tes de mi accin mgica sobre el mundo: puedo suprimirlo en tanto que obje-ta de conciencia pero esto slo lo consigo suprimiendo la conciencia misma. No vayamos a creer que la conducta psicolgica del miedo pasivo es puro desorden: representa la brusca realizacin de las condiciones corporales que suele llevar consigo el paso del estado de vela al de sueo.

    La huida en el miedo activo es considerada errneamente como una conducta racional. En ello se nota el propsito, un tanto corto por cierto, de alguien que quiere interponer la mayor distancia posible entre s y el peligro. Pero esto equivaldra a malinterpretar esta conducta, que no sera entonces ms que prudencia. No huimos para ponernos a cubierto; huimos porque no podemos aniquilarnos en el desmayo. La huida es un desmayo fingido, una conducta mgica que consiste en negar el objeto peligroso con todo nuestro cuerpo, trastocando la estructura vectorial del espacio en que vivimos y creando de repente una direccin potencial por el otro lado. Es una forma de olvidar, de negar el objeto. As actan los boxeadores novatos cuando, al abalanzarse sobre el adversario, cierran los ojos: quieren suprimir la existen-cia de sus puos, se niegan a percibirlos y con ello suprimen simblicamente su eficacia. Descubrimos, de esta forma, el verdadero sentido del miedo: es una conciencia que pretende negar, a travs de una conducta mgica, un objeto del mundo exterior y que llegar hasta aniquilarse a s misma con tal de aniquilar el objeto consigo.

    La tristeza pasiva se caracteriza, como sabemos, por una conducta de postracin; relajacin muscular, palidez, enfriamiento de las extremidades. Quien la padece se vuelve hacia un rincn y se queda sentado, inmvil, ofre-ciendo al mundo la menor superficie posible. Frente a la luz del da, prefiere la penumbra; frente a los ruidos, el silencio; frente a las multitudes de los lu-gares pblicos y de las calles, la soledad de un aposento. Para permanecer a solas, dicen, con su dolor. Esto no es cierto. Es de buen tono, en efecto, aparentar una profunda meditacin sobre la propia pena. Sin embargo, raros son los casos en que uno est apegado a su propio dolor. Tal comportamien-to se debe a algo muy distinto: al desaparecer una de las condiciones habi-tuales de nuestra accin, el mundo exige de nosotros que actuemos en l y sobre l sin esa condicin. La mayora de las potencialidades que se ha1lan en el mundo (trabajos que realizar, gentes que ver, actos de la vida cotidiana que llevar a cabo) siguen siendo las mismas. Pero los medios para realizar-las, las vas que surcan nuestro espacio hodolgico, han cambiado. Por ejemplo, si me he arruinado, no dispongo dc los mismos medios (coche par-ticular, etc...) para llevarlos a cabo. He de reemplazarlos por nuevos inter-mediarios (tomar el autobs, etc.), y esto es precisamente lo que no quiero. La tristeza tiende a suprimir la obligacin de buscar estas nuevas vas, de trasformar la estructura del mundo reemplazando la actual constitucin del mundo por una estructura totalmente indiferenciada. Se trata, en resumidas cuentas, de hacer del mundo una realidad afectivamente neutra, un sistema con un total equilibrio afectivo; de descargar los objetos con fuerte carga

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    afectiva, de llevar los todos al cero afectivo, y, con ello, de aprehenderlos como perfectamente equivalentes e intercambiables. En otras palabras, al no poder o querer realizar los actos que proyectbamos, procuramos que el uni-verso ya no exija nada de nosotros. Para ello, no podemos sino actuar sobre nosotros mismos, limitar nuestra actividad. El correlativo noemtico de esa actitud es lo que llamaremos lo Mortecino: el universo es mortecino, es decir, de estructura indiferenciada. Sin embargo, al mismo tiempo nos ovillamos. El correlativo noemtico de esa actitud es el Refugio. El universo entero es mortecino; pero precisamente al querer protegernos de su espantosa e iIimi-tada monotona, convertimos cualquier lugar en rincn. Es la nica dife-renciacin en la monotona total del mundo: un lienzo de pared, un poco de oscuridad que nos disimula su mortecina inmensidad.

    La tristeza activa puede adoptar innumerables formas. Sin embargo, la que cita Janet (la psicastnica que sufre un ataque de nervios porque no quiere confesar) puede considerarse como una repulsa. Se trata ante todo de una conducta negativa que tiende a negar la urgencia de ciertos proble-mas sustituyndolos por otros. La enferma quiere conmover a Janet. Eso significa que desea sustituir la actitud de espera impasible adoptada por l por una actitud de cariosa atencin. Le quiere y utiliza su cuerpo para con-seguirlo. Al mismo tiempo, al ponerse en un estado tal que la confesin es imposible, arroja el acto por hacer fuera de su alcance. Mientras se halle presa de su crisis de hipo y lgrimas carece de toda posibilidad de hablar. Aqu pues, no ha desaparecido la potencialidad; la confesin est an por hacer. Sin embargo, ha retrocedido hasta quedar fuera del alcance del en-fermo, ya no puede querer hacerla ahora, sino slo desear hacerla un da. As, el enfermo se ha librado del penoso sentimiento de que el acto se halla-ba bajo su poder, de que es libre de realizarlo o no. La crisis emocional es aqu un abandono de responsabilidad. Se produce una exageracin mgica de las dificultades del mundo. Este conserva su estructura diferenciada, pero aparece como injusto y hostil porque exige demasiado de nosotros, es decir, ms de lo que es humanamente posible darle. La emocin de tristeza activa en ese caso es, pues, una comedia mgica de impotencia; el enfermo se pa-rece a los criados que, despus de introducir ladrones en casa de sus amos, hacen que les aten para que se note claramente que no podan impedir el robo. La nica diferencia es que el enfermo se ata a s mismo con mil lazos tenues. Tal vez digan que ese penoso sentimiento de libertad del que pre-tende deshacerse es forzosamente de carcter reflexivo. No lo creo en abso-luto. Basta observarse para darse cuenta de ello: el objeto se presenta como algo que debe ser creado libremente; la confesin, como algo que debe y puede hacerse a la vez. Existen, naturalmente, otras funciones y formas de la tristeza activa. No insistiremos sobre la ira, de la que hemos hablado dete-nidamente y que quiz sea la emocin cuyo papel funcional resulta ms evi-dente. Pero qu decir de la alegra? Encaja en nuestra descripcin? A primera vista no lo parece, ya que el sujeto alegre no tiene por qu guardar-

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    se de un cambio menoscabador, de un peligro. Pero, en primer lugar, cabe distinguir entre la alegra-sentimiento, que representa un equilibrio, un estado adaptado y la alegra-emocin. Ahora bien, examinndola detenidamente, esta ltima se caracteriza por cierta impaciencia. Con ello queremos decir que el sujeto alegre se comporta casi exactamente como un hombre en es-tado de impaciencia. No consigue estarse quieto, hace mil proyectos, inicia conductas que abandona inmediatamente, etc. Y es que, en efecto, su ale-gra ha sido provocada por la aparicin del objeto de sus deseos. Le anun-cian que ha ganado una cantidad importante, o que est a punto de volver a ver a un ser querido al que no ha visto desde hace tiempo. Aunque ese obje-to sea inminente, an no ha llegado, an no es suyo. Le separa del objeto cierto perodo de tiempo. Y aunque haya llegado, aunque el amigo tan an-helado aparezca en el andn de la estacin, es un objeto que slo se entre-ga poco a poco; pronto se mitigar la alegra que sentimos al volver a verle: nunca conseguiremos mantenerlo aIl, ante nosotros, como una propiedad absoluta, ni aprehenderlo de una sola vez como totalidad (nunca nos perca-taremos tampoco de una sola vez de nuestra nueva riqueza, como totalidad instantnea: se dar a nosotros a travs de mil detalles y, por as decirlo, por abschattungen). La alegra es una conducta mgica que tiende a llevar a cabo como por conjuro la posesin del objeto deseado como totalidad instan-tnea. Esta conducta, si bien va unida a la certidumbre de que, tarde o tem-prano, la posesin se llevar a cabo; intenta de todos modos anticiparse a esta posesin. Las diversas actividades de la alegra, as como el hipertono muscular y la ligera vasodilatacin, se hallan animadas y trascendidas por una intencin que, a travs de ellas, apunta hacia el mundo. Este se nos muestra fcil, y el objeto de nuestros deseos parece cercano y de fcil pose-sin. Cada gesto constituye una mayor aprobacin. Bailar, cantar, bajo el im-pulso de la alegra, representan unas conductas simblicamente aproxima-das, unos conjuros. Por su mediacin, el objeto a cuya posesin real slo puede llegarse mediante unas conductas prudentes, y, sin embargo, difciles es posedo de una vez por todas y simblicamente. As es, por ejemplo, como un hombre a quien una mujer acaba de decirle que le ama puede po-nerse a bailar y a cantar. Con ello se aparta de la conducta prudente y difcil que habra de desempear, para merecer ese amor e intensificarlo, para lle-gar a su posesin lentamente y a travs de mil pequeos detalles (sonrisas, pequeas atenciones, etc.). Se aparta incluso de la mujer que representa, como viva realidad, precisamente el polo de todas estas conductas delica-das. Se concede un momento de tregua: ms adelante las llevar a cabo. Por ahora, posee el objeto por arte de magia, y el baile es la representacin de su posesin.

    No podemos, sin embargo, limitarnos a estas pocas observaciones. Si bien nos permiten valorar el papel funcional de la emocin, seguimos sa-biendo muy poco acerca de su naturaleza.

    Hemos de sealar en primer lugar que los ejemplos que acabamos de

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    citar distan mucho de tratar de modo exhaustivo la variedad de las emocio-nes. Puede haber otros muchos temores y tristezas. Slo afirmamos que to-dos vienen a constituir un mundo mgico, utilizando nuestro cuerpo como instrumento de conjuro. En cada caso, el problema es diferente, y diferentes son las conductas. Para aprehender su significado y su finalidad, sera preci-so conocer y analizar cada situacin particular. De un modo general, no exis-ten cuatro tipos principales de emociones, sino muchos ms. Resultara til y fecundo clasificarlos..Por ejemplo, si el miedo del tmido se convierte de re-pente en ira (cambio de conducta motivado por un cambio de situacin), esta ira no es una ira de tipo trivial: es miedo superado; lo cual no significa que esta ira sea en cierto sentido reductible al miedo, sino simplemente que re-tiene el miedo anterior y lo incorpora a su propia estructura. Solamente cuando nos hayamos convencido de la estructura funcional de la emocin llegaremos a comprender la infinita variedad de las conciencias emocionales. Por otra parte, conviene insistir en un hecho capital: las conductas puras y simples no son la emocin, como tampoco lo es la conciencia pura y simple de estas conductas. En efecto, si as fuera, el carcter finalista de la emocin aparecera mucho ms claramente; por otra parte, la conciencia podra fcil-mente liberarse de ella. Existen, adems, falsas emociones que slo son conductas. Si se me hace un regalo que me gusta slo a medias, es posible que exteriorice una alegra intensa, que d palmadas, que salte, que baile. Se tratara, sin embargo, de una comedia. Me tomar un poco en serio mi propio juego, de forma que resultara inexacto decir que no estoy alegre. Sin embargo, mi alegra no es autntica; la abandonar, la apartar de m en cuanto se haya marchado el visitante. Es exactamente lo que acordaremos llamar una falsa alegra, sin dejar de recordar que la falsedad no es una ca-racterstica lgica de ciertas proposiciones sino una cualidad existencial. Asimismo, puedo tener falsos miedos, falsas tristezas. Estos falsos estados se distinguen a pesar de todo, de los del actor. El actor interpreta la alegra, la tristeza, pero no est ni alegre ni triste, pues estas conductas se dirigen a un mundo ficticio. Interpreta la conducta pero no la lleva a cabo. En los dife-rentes casos de falsas emociones que acabo de citar, las conductas no se hallan sostenidas por nada; existen por s solas y son voluntarias. Pero la situacin es autntica y la concebimos como exigiendo estas conductas. Por eso, a travs de estas conductas, intencionamos mgicamente ciertas cuali-dades sobre unos objetos autnticos. Sin embargo, estas cualidades son fal-sas.

    No es que sean imaginarias, ni tampoco que tengan forzosamente que desaparecer totalmente en el futuro. Su falsedad proviene de una debilidad esencial que pretende hacerse pasar por violencia. El atractivo del objeto que acaban de regalarme existe mucho ms como exigencia que como reali-dad; posee una especie de realidad parasitaria y tributaria que percibo per-fectamente y que s que hago aparecer en el objeto por una especie de fas-cinacin; si interrumpo mis conjuros, desaparecer inmediatamente.

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    La verdadera emocin es completamente distinta: va unida a la creen-cia. Las cualidades intencionadas sobre los objetos son aprehendidas como verdaderas. Qu debe entenderse exactamente con ello? Ms o menos lo siguiente: la emocin es padecida. No puede uno librarse de ella a su antojo; va agotndose por s misma pero no podemos detenerla. Adems, las con-ductas reducidas a s mismas no hacen ms que esbozar esquemticamente sobre el objeto la cualidad emocional que le conferimos. Una huida que fuera simplemente carrera no bastara para constituir el objeto como horrible; o, mejor dicho, le conferira la cualidad formal de horrible, pero no la materia de esa cualidad. Para aprehender verdaderamente lo horrible, no basta sola-mente con remedarlo: hemos de estar hechizados, rebasados, por nuestra propia emocin; es preciso que el marco formal de la conducta se halle re-pleto de algo opaco y pesado que le sirva de materia. Comprendemos aqu el papel de los fenmenos puramente fisiolgicos representan lo serio de la emocin, son fenmenos de creencia. Cierto es que no deben separarse de la conducta: primero, porque presentan con ella cierta analoga. Los hipoto-nos provocados por el miedo o la tristeza, las vasocontricciones, los trastor-nos respiratorios simbolizan bastante bien, en una conducta que tiende a ne-gar el mundo o a descargarlo de su potencial, la frontera-entre los trastornos puros y las conductas. Finalmente, constituyen con la conducta una forma sinttica total y no pueden ser estudiados por s mismos: el error de la teora perifrica consiste precisamente en considerarlos aisladamente. Y, sin em-bargo, no son reductibles a unas conductas: podemos dejar de huir, no de temblar. Puedo, mediante un esfuerzo violento, levantarme de mi silla, des-viar mi pensamiento del desastre que me abruma y ponerme a trabajar: mis manos seguirn heladas. Cabe pensar, pues, que la emocin no es simple-mente interpretada, no es un comportamiento puro; es el comportamiento de un cuerpo que se halla en un determinado estado: el estada solo no provoca-ra el comportamiento, y el comportamiento sin el estado es una comedia; pero la emocin aparece en un cuerpo trastornado que desempea una de-terminada conducta. El trastorno puede sobrevivir a la conducta, pero la con-ducta constituye la forma