romeo y julieta bernard dicksee. - el siglo de torreón

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producida localmente, la falta de evidencia es consistente, lo que sí continuó fue la importación de puestas en escena. A mediados del siglo XIX el músico Joaquín Beristaín fundó, en alianza con el padre Agustín Caba- llero, una academia de música. Los alumnos de la institución cantaban óperas en italiano y la escuela pudo montar una buena cantidad de conciertos entre 1839 y 1840. En 1842, Manuel Covarrubias obtuvo algo de fama con Reynaldo y Elina o la sacerdotisa peruana, obra que obtuvo buenas críticas pese a que Covarrubias siempre se consideró a sí mismo un músico aficionado. La historia oficial otorga a Luis Baca el honor de ser el pri- mer maestro mexicano en inten- tar presentar su propia ópera una vez consumada la Independencia. En 1848, el duranguense escribió una obra en dos actos titulada Leonor, cuyo libreto pertenecía al italiano Carlo Bozzetti. Des- pués compuso Juana de Castilla, con las mismas características estructurales de su antecesora. Lamentablemente, ni una ni otra pudieron estrenarse ni en México ni en Europa. Su deseo era llevar- las a Italia, pero la muerte, que le llegó en 1855, lo impidió. Quien sí consiguió que sus obras cobraran vida fue Cenobio Paniagua. El michoacano estrenó en septiembre de 1859, tras un periodo de composición que abarcó 14 años, en el desaparecido Tea- tro Nacional, Catalina de Guisa, cantada en italiano. La función fue dedicada al presidente interino Miguel Miramón. Paniagua fue el primer com- positor nacional en consagrarse en los escenarios operísticos. Los desdenes que las compañías hacían a los compositores nacio- nales lo enfocaron a dar forma a la primera compañía mexicana de ópera. En 1868, llevó a escena una se- gunda ópera: Pietro D’ Abano, esto en el marco del primer aniversario del triunfo de las tropas mexicanas sobre el ejército francés en Puebla. Sin embargo, no tuvo la misma fortuna que en su debut. La critica apuntó a su deficiente libreto y su evidente carga política en tiempos en que imperialistas y republica- nos reñían por todo. El maestro se mudó a Córdoba, Veracruz, y allí compuso El paria, que no fue representada. En la musicología nacional hay consenso al ubicar a Paniagua como el punto de partida de la generación de compositores mexi- canos que vieron la luz en el siglo XIX. Su influencia despertó en sus alumnos un ímpetu por crear obras originales. Melesio Morales fue uno de los pupilos de Paniagua. Hablamos de un virtuoso que a los nueve años de edad comenzó a recibir cátedra de Agustín Caballero, también maestro del michoacano. En 1856, el músico capitalino compuso su primera ópera llamada Romeo y Julieta. Sin embargo, Morales se topó con varias dificultades para llevarla a escena y no se estrenó sino hasta enero de 1863. En julio de ese mismo año, Octaviano Valle presentó su Clotilde de Cosenza, la cual no tuvo éxito debido a factores políticos y sociales producto de la inestabilidad de la nación. De vuelta con Morales, éste no arrojó el arpa. En diciembre de 1865 estrenó Ildegonda en el renombrado Teatro Imperial, con la voz de Angela Peralta y bajo la protección de un Maximiliano de Habsburgo que, como buen polí- tico, se ofreció a cubrir el déficit resultante de las entradas. Los diarios de la época narran que Ildegonda obtuvo enorme éxito en México. Morales decidió partir al Viejo Continente para am- pliar sus conocimientos y perfeccio- nar sus técnicas de composición. En cuatro años de aventura europea, Morales compuso Carlo Magno y Gino Corsini. En 1868 presentó su Ildegonda en el Teatro 50 SIGLO NUEVO Foto: mexicanculturalcentre.com Romeo y Julieta (1884) de Frank Bernard Dicksee. Foto: allposter

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Page 1: Romeo y Julieta Bernard Dicksee. - El Siglo de Torreón

producida localmente, la falta de evidencia es consistente, lo que sí continuó fue la importación de puestas en escena.

A mediados del siglo XIX el músico Joaquín Beristaín fundó, en alianza con el padre Agustín Caba-llero, una academia de música. Los alumnos de la institución cantaban óperas en italiano y la escuela pudo montar una buena cantidad de conciertos entre 1839 y 1840.

En 1842, Manuel Covarrubias obtuvo algo de fama con Reynaldo y Elina o la sacerdotisa peruana, obra que obtuvo buenas críticas pese a que Covarrubias siempre se consideró a sí mismo un músico afi cionado.

La historia ofi cial otorga a Luis Baca el honor de ser el pri-mer maestro mexicano en inten-tar presentar su propia ópera una vez consumada la Independencia. En 1848, el duranguense escribió una obra en dos actos titulada Leonor, cuyo libreto pertenecía al italiano Carlo Bozzetti. Des-pués compuso Juana de Castilla, con las mismas características estructurales de su antecesora. Lamentablemente, ni una ni otra pudieron estrenarse ni en México ni en Europa. Su deseo era llevar-las a Italia, pero la muerte, que le llegó en 1855, lo impidió.

Quien sí consiguió que sus obras cobraran vida fue Cenobio Paniagua. El michoacano estrenó en septiembre de 1859, tras un periodo de composición que abarcó

14 años, en el desaparecido Tea-tro Nacional, Catalina de Guisa, cantada en italiano. La función fue dedicada al presidente interino Miguel Miramón.

Paniagua fue el primer com-positor nacional en consagrarse en los escenarios operísticos. Los desdenes que las compañías hacían a los compositores nacio-nales lo enfocaron a dar forma a la primera compañía mexicana de ópera.

En 1868, llevó a escena una se-gunda ópera: Pietro D’ Abano, esto en el marco del primer aniversario del triunfo de las tropas mexicanas sobre el ejército francés en Puebla. Sin embargo, no tuvo la misma fortuna que en su debut. La critica apuntó a su defi ciente libreto y su evidente carga política en tiempos en que imperialistas y republica-nos reñían por todo. El maestro se mudó a Córdoba, Veracruz, y allí compuso El paria, que no fue representada.

En la musicología nacional hay consenso al ubicar a Paniagua como el punto de partida de la generación de compositores mexi-canos que vieron la luz en el siglo XIX. Su infl uencia despertó en sus alumnos un ímpetu por crear obras originales.

Melesio Morales fue uno de los pupilos de Paniagua. Hablamos de un virtuoso que a los nueve años de edad comenzó a recibir cátedra de Agustín Caballero, también maestro del michoacano. En 1856, el músico capitalino compuso su primera ópera llamada Romeo y Julieta. Sin embargo, Morales se topó con varias difi cultades para llevarla a escena y no se estrenó sino hasta enero de 1863. En julio de ese mismo año, Octaviano Valle presentó su Clotilde de Cosenza, la cual no tuvo éxito debido a factores políticos y sociales producto de la inestabilidad de la nación.

De vuelta con Morales, éste no arrojó el arpa. En diciembre de 1865 estrenó Ildegonda en el renombrado Teatro Imperial, con la voz de Angela Peralta y bajo la protección de un Maximiliano de Habsburgo que, como buen polí-tico, se ofreció a cubrir el défi cit resultante de las entradas.

Los diarios de la época narran que Ildegonda obtuvo enorme éxito en México. Morales decidió partir al Viejo Continente para am-pliar sus conocimientos y perfeccio-nar sus técnicas de composición.

En cuatro años de aventura europea, Morales compuso Carlo Magno y Gino Corsini. En 1868 presentó su Ildegonda en el Teatro

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Romeo y Julieta (1884) de Frank Bernard Dicksee. Foto: allposter