raskólnikov vs meursault

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19/10/13 Asesinos de libro: Raskólnikov vs Meursault sumacultural.unir.net/201301289481/asesinos-de-libro-raskolnikov-vs-meursault/imprimir 1/5 Asesinos de libro: Raskólnikov vs Meursault Alberto Gordo Moral - Lunes, 28 de Enero de 2013 17:12 | Archivado en: Raskólnikov | Dostoievski | Crimen y Castigo | El Extranjero | Meursault | Camus | Twittear 0 0 A dd this to y our w ebsite Raskólnikov | Dostoievski | Crimen Y Castigo | El Extranjero | Meursault | Camus | El asesinato y la muerte, junto al amor y la guerra, vienen siendo asuntos poderosos, mayúsculos, dentro del desarrollo artístico del hombre. Si a esto añadimos que la literatura, gracias a la evidente maleabilidad de sus herramientas, facilita el rastreo pausado y pensado de los rincones más oscuros de la naturaleza humana, es normal que se nos presente como la disciplina idónea para indagar en los resortes del crimen, en sus efectos, en la psicología del criminal o en el pánico que provoca entre la sociedad el saberse entre un número indeterminado de asesinos potenciales. Se trata de un asunto, por decirlo de otro modo, que ha nutrido de historias, desde que la literatura obtuvo su certificado en Grecia, a una amplísima y heterogénea nómina de escritores, algunos de ellos en posesión indisimulada de esa vil pulsión que Freud atribuía a todos los mortales. La literatura tiene además un tipo de asesinato predilecto, a la sazón el más fascinante de Like 0 Share

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Asesinos de libro: Raskólnikov vsMeursaultAlberto Gordo Moral - Lunes, 28 de Enero de 2013 17:12 |

Archivado en: Raskólnikov | Dostoievski | Crimen y Castigo | El Extranjero | Meursault | Camus |

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Raskólnikov

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Dostoievski

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Crimen Y Castigo

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El Extranjero

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Meursault

|

Camus

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El asesinato y la muerte, junto al amor y la guerra, vienen siendo asuntos poderosos,mayúsculos, dentro del desarrollo artístico del hombre. Si a esto añadimos que la literatura,gracias a la evidente maleabilidad de sus herramientas, facilita el rastreo pausado y pensadode los rincones más oscuros de la naturaleza humana, es normal que se nos presente comola disciplina idónea para indagar en los resortes del crimen, en sus efectos, en la psicologíadel criminal o en el pánico que provoca entre la sociedad el saberse entre un númeroindeterminado de asesinos potenciales. Se trata de un asunto, por decirlo de otro modo, queha nutrido de historias, desde que la literatura obtuvo su certificado en Grecia, a unaamplísima y heterogénea nómina de escritores, algunos de ellos en posesión indisimulada deesa vil pulsión que Freud atribuía a todos los mortales.

La literatura tiene además un tipo de asesinato predilecto, a la sazón el más fascinante de

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todos: aquel que no tiene explicación. Esto no quiere decir que no haya móvil (siempre lohay), sino que este es inapreciable, que está oculto en la conciencia del asesino. Unasesinato con un móvil perceptible nos dará, en las manos adecuadas, una novelaentretenida o trepidante; un mismo crimen que carezca de él podrá facilitar a su autor unmullido sillón en el Parnaso. Pues, ¿qué hay más aterrador y por tanto más literario que uncriminal que no lo es, o al menos no lo parece, que un hombre normal que saludaba en laescalera hasta el día en que decidió coger la escopeta y acabar con todo?

No es de extrañar pues que, entre todos los asesinatos que han poblado la literatura, uno delos que más fascinación genere todavía, justificando miles de artículos, ensayos y tesisdoctorales, sea el perpetrado por Rodión Raskólnikov, insospechado asesino de Crimen yCastigo. ¿Por qué mata Raskólnikov? El propio Dostoievski negaba cualquier justificación delasesinato y su personaje, pese a robar los bienes de su anciana víctima, acaba dejándolosdonde los escondió. Por tanto, el móvil está oculto y lo enjundioso es el castigo, y así, cabeincluir al estudiante de San Petersburgo entre los asesinos morales, pues, como dijo sucreador tras publicar la novela, la pena impuesta por el Estado es para él mucho menosdolorosa de lo que los legisladores creen, ya que el criminal “la exige moralmente”.

Dostoievskiera, enpalabras deesa fábricadesentenciasafiladascomo elcuchillo desu prosallamadaJosep Pla,un auténticodegenerado.Pla evitabaleer al genioruso, acasoporqueaborrecía laminuciosidadcon quediseccionabalas mentes enfermas, algo verdaderamente indecoroso hasta para él, admirador confeso delrealismo literario y del racionalismo en todas sus vertientes. Puede que la aversión planianavenga además de lo insoportablemente claustrofóbico de la conciencia, cuyo equivalente realestá en lo irritante que es, según en qué momentos, escucharnos a nosotros mismos. Esesta, sin ir más lejos, una de las razones por las que leemos. Lo agradable, lo placentero,todo lo que nos ofrece el mundo es en realidad (da vergüenza hasta decirlo, por obvio) unmodo de huir de la soledad.

Frente al desazonado y solitario ejemplo de Raskólnikov, en su lado opuesto, podemos situara otro de los egregios asesinos literarios del último siglo, más amable y luminoso, que habríade entusiasmar a Pla si no fuera porque es un ser eminentemente poético. Hablamos deMeursault, el protagonista de El Extranjero, de Camus, un asesino si no moral comoRaskólnikov, sí concebido como reivindicación de la misma. Meursault, como veremos másadelante, sale de la pluma del escritor francés para advertirnos del peligro de relegar lamoral a un segundo plano.

Se trata de un asesino indiferente, pasivo, que ha sido visto a menudo como el criminalexistencialista fetén, precisamente por rebelarse mediante su acto frente a la tiranía de unmundo absurdo e inhabitable. Sin embargo, la náusea no domina en absoluto los actos deMeursault. Camus nos presenta con su personaje a un hombre natural, hedonista y sencillo,que disfruta de los placeres ligeros de la vida, un hombre con un sentido poético tal y comoentendía lo poético el propio Camus.

Recordemos que el autor de La Peste nace en Argelia y allí pasa los primeros treinta añosde su vida. En su formación tienen una importancia vital los deleites naturales, esa playasemejante a la que Meursault acude a bañarse junto a Marie… y las tardes que saborea

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Camus en sujuventudmuchotienen quever tambiéncon loscrepúsculosrojos ypolvorientosde ese Argeldescrito enla novela.

Lo dejóescrito enBodas(1939), unode susensayosbiográficos:

Sentía una común resonancia entre la vida de esos franciscanos,encerrados entre columnas de flores, y la de los mozos de la playaPadovani de Argel, que pasan todo el año al sol. Si se desvisten, es parauna vida más grande, y no para otra vida. Es este, al menos, el únicosentido válido de la palabra “desnudez”. Estar desnudo guarda siempre unsentido de libertad física y a ese acuerdo entre la mano y las flores –eseamoroso entendimiento de la tierra y el hombre liberado de los humano-,¡ah! a ese acuerdo me convertiría si no fuese ya mi religión.

Su juventud despreocupada y gozosa, guiada por los sencillos raíles de la libertad y labelleza, conformó en Camus una personalidad vitalista, pese a la etiqueta con que ha pasadoa la historia gracias a su compadreo de origen con Sartre. Camus acabó separándose demarxistas y existencialistas en parte por su radical oposición a interpretar el destino de loshombres a través de bituminosas teorías históricas con las que sus compañeros degeneración, en su mayoría burgueses de cabeza cuadrada y utopías caducas, lo explicabantodo. Para él, el universo natural no era explicable mediante la historia, pues existía antesque ella, y la belleza tampoco, pues estaba por encima.

Sería absurdo, no obstante, obviar que el vitalismo de Camus es atormentado, pues comodijo por boca de su doctor Rieux, “no puedo amar un mundo donde los niños sontorturados”. Camus ama el mundo, pero no este que han fabricado los hombres. ComoMeursault, el autor de El mito de Sísifo ama la naturaleza, pues no está sujeta a lasconvenciones sociales y a la mentira que nos trae la ciudad mediante el vehículo de lahistoria. Ama la verdad, su verdad poética y sensitiva, frente a la racionalidad de unasociedad rígida, sustentada en esas pautas no escritas que conducen irremediablemente alcinismo. Convenciones que vemos, sin ir más lejos, en el disparatado juicio al que essometido Meursault y en el que, por encima de su crimen, es juzgada su incapacidad parallorar en el entierro de su madre. Que brotaran las lágrimas de sus ojos, que mostrasedesconsuelo ante esa terrible pérdida, era lo que se esperaba de él y Meursault, al no sercapaz de revelar emoción alguna, lo que está haciendo es desafiar a una convenciónhistórica o, si se prefiere, sociocultural.

A Meursault se le niega incluso la posibilidad de seguir viviendo después de haber enterradoa su madre. Al venir del sepelio se encuentra con Marie y acude con ella a la playa, a darseun baño. Meursault disfruta, se siente bien, y a partir de entonces la pareja comienza unarelación más seria. Este hecho tan provocador será luego blandido en su contra durante eljuicio. ¿Cómo pudo usted irse a la playa y acostarse con una mujer horas después deenterrar a su madre?, le preguntarán inquisidores. Meursault no tuvo que superar el bachede aquella muerte, simplemente nunca existió tal contratiempo. “Hacía mucho tiempo que mimadre y yo no teníamos nada que decirnos”, dirá, contribuyendo a la decisión final deljurado. Pudo haberse sentido apenado, pero ante la falta de pena, le resulta imposiblerepresentar y sufre un bloqueo absoluto para adquirir el rol adecuado. Por tanto, por encimade su aparente falta de sentimientos, el rasgo definitivo de Meursault es su honestidad, quedespliega de un modo suicida. Fiel a su carácter –extremo, al servicio del mensaje que

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Camus quisotransmitir-,tampoco seenamoraráde Marie,sino que seconvertirá enuna especiedeadmiradorde subelleza, delplacer carnalque leproporciona.Y así se lohace saber:

Por la tarde, Marie vino a buscarme y me preguntó si quería casarme conella. Le dije que me daba igual y que podíamos hacerlo si era su deseo. Mepreguntó entonces si la quería. Contesté, como ya había hecho una vez,que nada significaba eso, pero que ciertamente no la quería. “¿Por qué tecasarías entonces conmigo?”, dijo ella. Le expliqué que la cosa no teníaimportancia alguna, pero que si ella lo deseaba podíamos casarnos.Además, era ella la que lo preguntaba y yo me limitaba a responder que sí.Comentó que el matrimonio es una cosa seria. Respondí: “No”. Despuéshabló. Quería simplemente saber si yo habría aceptado la mismaproposición de otra mujer, a la que hubiese estado unido de igual modo.Dije: “Naturalmente”.

Cuando en medio de la tensión del juicio ella entra a testificar, Meursault, distraído, sepierde por su cuerpo, adivinando “el peso ligero de sus senos” y advirtiendo la belleza queaún mantiene en medio de la desgracia. A punto de ser condenado a muerte por un crimenque cometió porque hacía sol y él tenía calor, Meursault permanece ajeno, despreocupado, ysolo monta en cólera frente al capellán, que intenta conducirlo en los últimos compases desu vida por el camino de la fe.

Meursault, como su creador, eleva por encima de todo la belleza, entendida esta como unacomunión perfecta entre el hombre y la tierra. La belleza como bien supremo. Esto lediferencia, ya de inicio, con Sartre y sus odiosos personajes, incapaces de disfrutar odeleitarse, absortos en reflexiones tremendas sobre el destino y el mundo. Meursault es unser sencillo, una especie de animal salvaje y a ese tipo de ser humano, inmune a laalienación fatal de la ciudad, reivindica Camus en su novela. Claro está que llevar esaataraxia a ciertos límites imposibilitaría la convivencia y nos devolvería a una especie de FarWest primitivo donde el asesinato, el robo o el maltrato a las mujeres estarían bien vistos entanto que fueran justos en virtud a esa ley no escrita resultante de los meros apetitos. PeroCamus confía en los hombres y, sobre todo, en la moral. Este es un debate tan antiguo comoel mundo, pero es que Camus vuelve a él, llegando a una tesis revolucionaria –en el sentidoopuesto a lo que entonces se entendía por revolución- en aquel tiempo dominado por lasideologías y las causas o misiones más peregrinas: la moral ha estar por encima de todo,pues es el único modo de evitar actos tan abominables como el asesinato.

Alberto Gordo Moral

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