natsume soseki, soy un gato

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  • Soy un gato

  • I I I I I I I I ....., .. .. .. .. .. .. .. .. .. ., .. .. .. .. ..

    Soy un gato

    N atsume Sseki

    Tmduccin del japons a caIgOJI'YokoOgiharay Fernando Cordobs

    11IMPEDIMENTA

    .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. " .. I

  • p,-imcra ,!icj
  • CAPTULO 1

    Say un gato, aunque todava no tengo nombre. No s dndenado Lo primero que recuerdo es que estaba en un lugarumbro y hmedo, donde me pasaba el da maullando sin pa-rar. Fue en ese oscuro lugar donde por primera vez tuve ocasinde poner mis ojos sobre un espcimen de la raza humana. Se-gn pude saber ms tarde, se trataba de un ejemplar de lo msperverso, un sbosbei, uno de esosestudiantes que suelen realizarpequeas tareas en las casas a cambio de comida y de aloja-miento. En algn sitio he escuchado incluso que, en ocasiones,esos crueles individuos nos dan caza y nos guisan, y luego senos zampan. Aunque he de decir que, debido quizs a mi ig-norancia y a mi poca edad, no sent nada de miedo cuando lovi. Simplemente not que el shosbei en cuestin me levantabapor los aires en [a palma de su mano, y que yo me senta flo-tar. Una vez me acostumbr a esta novedosa perspectiva, tuveocasin de esrudiar tranquilamente su rostro. El sentimientode extraeza todava permanece en m hoy en da. En primerlugar hablar de su cara: por lo que yo saba, las caras de todo

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  • bicho viviente suelen estar cubiertas de pelo. Sin embargo, lasuya estaba lisa y pulida como la superficie de una tetera. Heconocido a lo largo de mi vida a muchos garos, de orgenesdiferentes, pero ninguno tena una deformidad como la de esetipo. Pero no slo era eso. Haba ms. El centro de su rostro es-taba ocupado por una enorme protuberancia, con dos agujerosen medio por los que, de vez en cuando, emanaban pequeospenachos de humo; algo que consider ciertamente sofocante yfastidioso. Durante un rato me sent enfermar por causa de esasasfixiantes exhalaciones. Ha sido slo recientemente cuando heaprendido que aquel humo era producido por el tabaco, unacosa que, por lo visto, a los humanos les pirra.

    Durante un rato estuve bastante cmodo, allf en su mano.Hasta que, de pronto, las cosas empezaron a desarrollarse auna velocidad de vrtigo. No sabra decir si era elshoshei quiense mova o si era yo, pero, en cualquier caso, not que empeza-ba a marearme sin remedio y que el estmago se me revolva.Estaba ya convencido de que mis das haban llegado a su finy que elmareo me matara sin remisin, cuando, de repente,plaf!, sent un fuerte golpe y mi visin se nubl con milesde estrellas. Mi discernimiento, claro hasta ese momento, senubl. A partir de ah, por muchos esfuerzos que haga, no meacuerdo de nada.

    Al volver en m, elsbosbei haba desaparecido; tampoco ha-ba ni rastro de ninguno de mis numerosos hermanos. Ni demi madre, que hasta entonces haba sido la persona ms im-porrante de mi vida. Cuando me despert del todo, descubrque estaba en un sitio aterrador. Comparado con mi antiguamadriguera, aquel lugar estaba excesivamente iluminado. Dehecho era tan cegador que los ojos me dolan, hasta el puntode que apenas poda mantenerlos abiertos. Qu me estabasucediendo? Comenc a arrastrarme como pude, intentandosalir de all, pero la experiencia fue de lo ms dolorosa. Al

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  • parecer, me haban sacado sbitamente de la cmoda y ca-liente cama de paja que comparta con mis hermanos paraarrojarme de modo inmisericorde a un pinchoso matojo debambes.

    Despus de muchos esfuerzos, me las arregl para salir ga-teando de aquel matorral. Un poco ms all de donde yo es-taba, pude divisar un esranque. Me sent al borde del agua,realmente desconsolado. Despus de un rato de darle vueltaspens que, quizs, si empezaba a maullar, el shoshei volvera arescatarme. Pero por mucho que maullaba, nadie vena a enmi ayuda. Pronto empez a soplar un vientecillo suave, y elcielo comenz a oscurecerse. Tena hambre. Por mucho quequisiera seguir maullando, estaba tan dbil que la voz no mesala del cuerpo. Decid que all estaba perdiendo el tiempo,y que lo que deba hacer era procurarme algo de comida. Co-menc a rodear lentamente el estanque, entre grandes doloresy sufrimientos. Tras caminar un rato llegu junto a una vallade bamb. Aquel lugar ola a humano. Tras dar un par devueltas a la valla, encontr un estrecho agujero por el que meescurr. Algo me deca que si entraba en aquella propiedadmi vida mejorara. Ciertamente, el destino me haba sonredo:si la valla no hubiera estado rota, podra haberme muerto dehambre y de fria all mismo, a pocos metros de mi salvacin.Descubro ahora lo ajustado que es ese adagio que asegura quelo que tiene que ser ser. Hasta hoy, no hay da en que no meescurra por ese agujero para hacerle una visita a mi vecinoMlke, elgato tricolor.. Ahora bien, una vez me col a hurtadillas en la casa, no

    supe exactamente qu hacer a continuacin. Pronto oscurecidel todo. Y yo estaba all, cada vez ms hambriento y muertode fro. Por si fuera poco, comenz a llover a cntaros. Tenaque decidirme, no poda perder ms tiempo. No tena ms al-ternativa que intentar refugiarme en un lugar ms luminoso y

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  • clido. Entonces no lo saba, pero de hecho ya estaba dentro dela casa, lo cual me brindaba una ocasin inmejorable de obser-var en su hbitat natural a otros especmenes de la raza huma-na aparte del sbosbci. As fue como conoc a Osan, la criada.Las criadas, como pronto pude comprobar, constituyen unaespecie an ms violenta que los mismos sbosbei. Tan prontocomo me puso los ojos encima me agarr del pescuezo y melanz volando por la ventana. Una vez en el jardn de nuevo,decid aceptar la situacin con estoicismo y me encomend ala providencia. Cerr muy fuerte los ojos, a la espera de quela noche pasase y la lluvia escampase. Pero el hambre y el frome superaban. Decid esperar al momento en que la criadabajase la guardia, para as aprovechar y colarme de nuevo en lacocina. Sin embargo, cada vez que lo intentaba, ella me volvaa coger del pescuezo y me lanzaba fuera de muy malos modos.Puede que el proceso se repitiera cuatro o cinco veces. Ahoraque lo pienso, creo que fue entonces cuando comenc a cogerlemana a esta Osan. He de decir, no obstante, que hace unosdas pude al fin desquitarme del agravio y ajustar cuentas conella, cuando le rob la caballa de la cena. En esas estaba, a pun-to de ser defenestrado por sexta o sptima vez, cuando por lapuerta apareci el que deba de ser el seor de la casa. Empeza discutir con la criada por el ruido que estbamos montando.Osan me levant del suelo, me plant justo frente a las naricesdel recin llegado y exclam:

    -Este gato es un autntico fastidio! Tan pronto como loecho a la calle, vuelve a colrserne aqu. Y lo peor es que no medeja en paz con sus maullidos.

    El seor, entonces, me escrut brevemente mientras se re-torca con fruicin unos pelillos negros que le salan por susorificios nasales.

    -Hum... ! En ese caso, dejmosle que se quede -dijo.Entonces dio media vuelta y se march de la cocina. Vaya,

  • aquel caballero pareca un tipo de pocas palabras. La criada,rabiosa, me arroj de nuevo por los aires hasta que aterric en elsuelo de la cocina. Fue as como hice de esta casa mi guarida.

    El seor rara vez se encuentra cara a cara conmigo. He odopor ah que es maestro. Tan pronto como vuelve a casa de laescuela cada tarde, tiene por costumbre encerrarse en su estu-dio y no salir de all durante el resto del da. Todo el mundo enlacasa cree que es una persona muy trabajadora. l mismo fin-ge ser el colmo de la laboriosidad. Pero en realidad no trabajatanto como los dems piensan. A veces me acerco de puntillasa su despacho para echar un vistazo y casi siempre le pillodurmiendo la siesta. En ocasiones babea encima de algn libroque ha empezado a leer, y que tiene abierto encima de la mesa.Tiene el estmago dbil y digestiones difciles. Su piel es deun color plido amarillento, sin lustre y carente de vitalidad.No obstante, es un gran glotn. Despus de ponerse las botasse toma una dosis de bicarbonato y abre un libro. Cuando haledo dos o tres pginas le entra un sueo terrible y se quedadormido encima del libro abierto, babeando. En eso consistesu rutina de todas las tardes. Hay ocasiones en las que inclusoyo, que soy un simple gato, pienso: "Vaya, pues s que vivenbien los maestros. Si fuera humano me gustara ser como l,maestro de escuela. Uno puede dormirse cuando quiere y, aunas, siguen considerndote un buen maestro. As que no le veoyo elproblema a ser maestro y gato a la ver, Sin embargo, se-gn el amo, no hay cosa ms dura en el mundo que ser maes-tro. De hecho, cada vez que recibe una visita de sus amigos, nopara de quejarse amargamente de esa circunstancia.

    En mis primeros das en la casa, creo que no le caa bien anadie. Excepto al amo, claro est, All donde iba no era bien-venido. Nadie quera saber nada de m. De hecho, hasta hoyni siquiera se han dignado a ponerme un nombre. Resignado,intentaba pasar todo el tiempo que poda con el amo. l fue

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  • la persona que me acogi. Por las maanas, mientras l leael peridico, yo saltaba sobre sus rodillas y me haca un ovi-llo. Durante la siesta vespertina me sentaba sobre su espalda,no porque sintiera un cario especial por l, sino porque nome quedaba otra alternativa. Adems, tras hacer varios expe-rimentos, decid que 10 mejor sera dormir tambin por lasmaanas encima del recipiente para cocer arroz, por la tardea los pies del brasero, y fuera, cuando hace buen tiempo, en lagalera. Pero lo que ms me gustaba era deslizarme entre lassbanas de la cama de las nias y acurrucarme junto a ellas.El maestro tiene dos nias; una tiene cinco aos y la arra tres.Tienen su propia habitacin y comparten cama. Siempre dejanalgo de espacio entre sus pequeos cuerpecros, as que sueloarreglrmelas bastante bien para colarme entre ellas con gransigilo. Aunque si, por desgracia, alguna se despierta en plenanoche, entonces empiezan los problemas. Se me ha olvidadodecir que ambas son un poquiro antipticas, especialmente lapequea. En cuanto se les da ocasin, se ponen a chillar sinimportarles la hora:

    -El garo, que ha venido elgato!Entonces, invariablemente, el dispptico de lahabitacin de

    aliado se despierta y viene a toda prisa, arrastrando los pies yrezongando. A consecuencia de esos incidentes nocturnos, elamo suele ponerse de bastante mal humor, y creo que nuestrarelacin se resiente cada vez que 10 hago venir a reprendermeen plena madrugada. El otro da, sin ir ms lejos, me dio unosazotes en el trasero con su regla reglamentaria de madera.

    Viviendo como vivo entre humanos, he de decir que cuantoms los observo ms obligado me siento a constatar su egos-mo. Eso es cierto especialmente en lo que se refiere a esas niasmalficas con las que duermo. Cuando se les antoja, me ponencabeza abajo, me tapan la cara con una. bolsa de papel, melanzan por ah y a veces hasta me encierran en el fogn de la

  • cocina. Pero, como sea a m a quien se le ocurra hacer una tra-vesura, por pequea que sta sea, no duden que la casa enterase unir para perseguirme por todas partes hasta darme caza.El otro da, sin ir ms lejos, estaba yo afilndome tranquila-mente las uas en el tatami" del cuarto de invitados. Entoncesentr la seora, y cuando vio lo que estaba haciendo empeza dar gritos. Estaba tan indignada que creo que mientras sigaviva ya no me dejar volver a entrar jams en la habitacin.Aunque me viera tiritando en el suelo de madera de la cocina,ella indiferente. La seorita Shirokun, la gata blanca que viveenfrente y a quien tanto admiro e idolatro, suele decirme cadavez que nos vemos que no hay criatura viviente tan despiadadacomo el ser humano. El otro da, sin ir ms lejos, dio a luz acuatro preciosos gatitos. Pero no haban pasado ni tres dascuando el shoshei de su casa los agarr a todos y los tir al es-tanque que haba alIado de su casa. Shirokun me narr todala escena entre lgrimas, y me asegur que si queramos aspirara disfrutar de algo de vida familiar, era imprescindible quenosotros, los felinos, entablramos una guerra total y sin cuar-tel contra los humanos. Nuestra nica alternativa era extermi-narlos, acabar con ellos y con su raza entera, as de sencillo.Me pareci una propuesta bastante razonable, a la luz de losacontecimientos. Por su parte, Mlke, el gato tricolor que viveen la casa de aliado, tambin est bastante indignado con loshumanos, aunque por motivos diferentes a Shirokun. Segnl, los humanos vulneran constantemente nuestros derechosde propiedad. Hay que decir que entre los de nuestra especieseda por sentado que el primero que halla algo abandonado, yasea la cabeza seca de una sardina las tripas de un mjo!' ad-

    Un tatami es una estera rgida de un metro ochenta por noventa centme-tros, hecha de paja de arroz, que conforma el piso habitual de una habita-cin tradicional de estilo japons. (Todas lasnotas son de los iraducrores.}

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  • quiere de inmediato elderecho a zamprselo. Cuando algunode nosotros hace caso omiso de esa regla y se apropia de Jo queno es suyo, entonces es incluso lcito recurrir a la violencia. Sinembargo, ste es un concepto que se les escapa a los humanos.De hecho, tengo comprobado que cada vez que encontramosalgo bueno que llevarnos a la boca, invariablemente viene unhumano y nos saquea. Confiados en su fuerza bruta, los hu-manos nos roban sin ningn tipo de pudor las cosas de comerque por derecho nos perrenecen. Shlrokun vive en casa de unmilitar, y Mike en la de un abogado. Pero yo, como vivo enla de un maestro, no me tomo estas cosas tan en serio comoellos. Yo me conformo con vivir el da a da. Cuantos menossobresaltos, mejor. Pero les juro que los humanos no se saldrncon la suya eternamente. Tenemos que ser pacientes. Llegarun da, y espero que no tarde mucho, en que los gatos domi-naremos elmundo.

    Yahora que hablamos de lo egosta que es la gente, djenmeque les cuente algo que le ocurri a mi amo. Esta ancdota ser-vir para demostrar que ni l est libre de ese- horrible defecto,por lo dems tan humano. Pero antes permranme indicarlesun hecho que creo que aclarar bastante la situacin. Hay quedecir que mi amo carece totalmente de talento para superarel aprobado raspado en cualquier actividad que emprenda. Apesar de todo, no puede abstenerse de intentar que las cosas lesalgan, sea cual sea el precio que tenga que pagar por ello. Devez en cuando escribe haikus* de lo ms arcaicos y los enva ala revista Hototogisu;** rambin escribe poesas en estilo mo-

    El haiku consiste en un poema breve de tres versos de cinco, siete y cino;:oslabas respectivamente. Es una de lasformas ms extendidas de poesa rra-dicional japonesa.

    h. HototogiJu (que en japons significa -cuclillo) fue una reeisra lireraria creadapor d poeta Masaoka Shlld. Ssckt empez a publicar, como un relato cor-to, .I,'oy un g1to en esta revista, en 1905.

  • derno y se las manda a Myiijii;* hace poco puso punto final auna especie de bodrio literario en prosa, escrito en un inglsmacarrnico y salpicado de errores garrafales; es conocida supasin por el tiro con arco; toma lecciones de canto para re-presentar teatro N."' y, en ocasiones, afortunadamente nomuchas, se consagra a arrancarle estridentes chirridos a su vio-ln. Siento mucho decir que de ninguna de estas actividades haconseguido sacar nada en claro. Pero, a pesar de ser disppticoy estar siempre de mal humor, se entusiasma enormementecada vez que se embarca en un nuevo proyecto. En una oca-sin los vecinos, hartos de sus estentreos cnticos en el bao,le pusieron el mote de El Maestro del Retrete. Pero eso a lle trae sin cuidado. De vez en cuando se le puede escuchar porah cantando viejas tonadas pasadas de moda, como SoyTal-ra no Munemori.' Los vecinos, cuando se cruzan con l por lacalle, se parten de risa y comentan entre dios: Mira, por ahva Munemorl.

    Recuerdo que un buen da, aproximadamente un mes des-pus de que yo llegara a casa, el seor entr muy nervioso conun gran paquete bajo el brazo. Yo estaba intrigadsimo porsaber qu habra comprado, y rezaba para que fuese un regalo

    Myojo (Estrella de !4 mafumiJ), fue una conocida revista literaria japonesaespectalzada en poesa.

    ** El No es el gnero teatral japons por excelencia. Sus orgenes se remontanal siglo XIV. La msica tiene una importancia esencial en eldesarrollo de laspiezas, la mayora de tema histrico. Cada representacin de teatro N durauna jornada entera, y consiste en cinco obras entre las que se intercalan bre-ves piezas humorsticas. Los actores son siempre hombres, frecuentementetocados con mscaras, que representan personajes de ambos sexos.

    t. Taira no Munemori es uno de los personajes de Yuya, una obra de teatro Nodebida a Zeam, uno de los ms importantes autores de este gnero. Hist-ricamente, Taira no Munemori (1I47~1185) fue uno de los comandantes enjefe del dan Taira en su enfrentamiento contra el clan Minamoto, en lo quese conoce como las guerras Genpei.

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  • para m. Pero result que lo que traa era una simple caja deacuarelas, un par de pinceles y unas cuantas lminas de unpapel especial llamado Whatmam" o al menos eso me parecientenderle. Me dio la impresin de que por fin abandonara laescritura de haikusy los cnticos medievales, y se dedicara aalgo serio: la pintura a la acuarela. En efecto, a partir de eseda, y a lo largo de todos los siguientes sin faltar ni uno en unlargo perodo de tiempo, no hizo otra cosa sino encerrarse ensu estudio y pintar. Tan entregado estaba a su nueva aficinque incluso abandon su inveterada costumbre de echarse lasiesta al medioda. Sin embargo, una vez daba por concluidassus obras, a la vista del resultado final, nadie poda decir qunarices era lo que se haba propuesto pintar. Aquello no habaquien lo entendiera. Probablemente ni l mismo Jo saba. Unda vino a visitarle un amigo suyo, que se deca especialista enBellas Arres.

    -Sabes?, pintar es bastante difcil. Cuando lo ves desdefuera parece sencillo..Pero basta que agarres t mismo los pin-celes para darte cuenta de 10 complicado que resulta pintarun cuadro -le confes elmaestro. Y a fe que a mi amo no lefaltaba razn.

    Su amigo, mirando al amo por encima sus gafas de montu-ra dorada, respondi:

    -Es natural que te cueste pintar bien, especialmente alprincipio. Adems, es imposible pintar un cuadro sin tener unmodelo, slo con la fuerza de la imaginacin. El maestro italia-no Andrea del Sarta insista en que para pintar un cuadro, loprimero que haba que hacer era inrenrar plasmar la naturalezatal como es. El cielo est plagado de estrellas. En la tierra brillael roda maanero. Los pjaros surcan los cielos. Los animalescorretean por las vaguadas. En los lagos nadan los peces decolores. Si uno mir-a un viejo rbol en invierno, sobre sus ramasver posados a los cuervos. La naturaleza, amigo mo, es por s

  • misma un enorme cuadro viviente. Entiendes lo que te quierodecir? Siquieres pintar un cuadro decente, porqu no intentasprimero hacer algn boceto?

    -Oh, vaya! As que Andrea dd Sarta, el gran maestroitaliano, dijo eso? No tena ni idea. Ahora que lo pienso, no lefaltaba razn. De hecho, creo que ha dado en el clavo...

    El maestro pona cara de estar muy impresionado. Tras lasgafas doradas de Melte se adivinaba una risita burlona.

    Al da sguenre, estaba yo, como de costumbre, echando-me una siesrecita de lo ms agradable en la galera, cuandode repente vi cmo el seor sala disparado de su estudio endireccin a donde yo estaba. Me extra verlo tan excitado.Algo vena trajinando. Abr un ojo somnoliento y me preguntqu diablos estara haciendo, ya qu vena tanto trajn y tantomisterio. El maestro me miraba con ojo escrutador, y luego seiba a su bloc y dibujaba algo. De pronta me di cuenta: estabaintentando emular a ese italiano, Andrea del Sarta. No pudeevitar echarme a rer: supongo que haba empezado a hacer unbosquejo mo animado por el consejo de su amigo. Yo ya habadormido bastante, y tena unas ganas tremendas de bostezary de desperezarme; pero como vea al maestro entregado contanta seriedad a su trabajo, no tuve elvalor de moverme. Asque me sumerg en el aburrimiento con gran resignacin. Unrato despus, una vez termin de trazar mi silueta, elmaestroempez con mi cabeza. He de reconocer que algunos gatosson autnticas obras de arte. Aun as, no tengo ms remedioque confesar que yo no soy lo que se dice una pieza de colec-cionista. Sinceramente, no creo que mi cuerpo o mi pelaje omis facciones sean muy diferentes a los del resto de gatos vul-gares y corrientes que en el mundo han sido. Pero, a pesar detodo lo pedestre y prosaico que pudiera ser mi aspecto, prontocomprob que no exista ni el ms mnimo parecido entre mihumilde persona y esa cosa tan extraa que el seor estaba

  • dibujando. En primer lugar, los colores de su cuadro estabantodos equivocados. Mi pelaje, propio de un gato persa, estmarcado con manchas en forma de concha sobre un fondo grisplido amarillento. Eso es un hecho objetivo, por encima decualquier argumento que se quiera arrojar sobre el asunto. Sinembargo, elcolor que elmaestro haba empleado en su cuadrono era ni amarillo, ni negro, ni gris, ni marrn; ni siquiera erauna mezcla de esos cuatro colores a la vez. A lo sumo, se puedededr que 10 que haba utilizado era una especie de color. Esms, por alguna extraa razn, la cara que l haba dibujadorepresentndome a m careca de cuencas oculares. Podra pen-sarse, en su descargo, que estaba pintando a un garo dormido,pero, en cualquier caso, como ni siquiera era posible encontraren su dibujo ni una pista de dnde estaban localizados misojos, no quedaba muy claro si lo que estaba dibujando era ungato durmiendo o ms bien un gato ciego de nacimiento. Medije para mis adentros que algo as no debera permirrsele nisiquiera al mismsimo Andrea del Sarto. Otro asunto diferenteera la admiracin que senta por la implacable determinacinde mi amo. Me atrevo a decir incluso que si hubiera dependidode m, habra mantenido mi pose todo el tiempo necesario.Pero lo cierto es que la naturaleza me reclamaba desde haca ya'un buen rato. Los msculos del cuello se me haban dormidoy senta un aguijoneo de 10 ms desagradable recorrindometodo el cuerpo. Cuando el hormigueo alcanz un punto quepodra calificar de insoportable, me vi obligado a reclamar milibertad. Estir las patas delanteras roda lo que pude, desentu-mec el cuello y bostec abriendo todo lo que pude mi enormeboca. Una vez realizado el ritual completo de desperezamien-to, no haba ya ningn motivo para seguir all quieto sin ha-cer nada. El dibujo del maestro constitua un intento nulo encualquier caso, as que ahora yo tambin poda dedicarme amis propios asuntos en algn rincn del jardn. Movido por

  • estos pensamientos, as como por mi instinto, comenc a ale-jarme de la galera.

    -c-Eh, t, idiota! -c-bram el maestro desde la sala, conuna mezcla de lo que pareca ser clera y decepcin. Tena elhbito de gritar ese [I, idoral sin parar, pues en realidadno se saba ms insultos. Pero creo que su reaccin en ese casofue de 10 ms impertinente, adems de injustificada. Despusde todo, yo haba sido tremendamente paciente posando allpara l, mxime cuando se constataba elpobre resultado de suexperimento, No me suele desagradar recibir los inofensivosinsultos de mi amo en otras circunstancias, como cuando meencaramo a su espalda, siempre y cuando, naturalmente, miamo me vilipendie haciendo gala de su buen talante. Pero lla-marme idiota as como as era algo excesivo. Eso s que no. Nocomprenda que lo nico que yo quera era orinar a gusto. Micuerpo era mi nico amo en esos momentos. Si hay algo queodio en los humanos es que tiendan a crecerse en virtud desu extrema tendencia a la autocomplacenca, confiados comoestn en su fuerza bruta. A menos que aparezcan sobre la tierraunas criaturas ms poderosas y crueles que ellos, no podremossaber hasta dnde podrn estirar, y estirar, y estirar su estpidapresuncin antes de que se les rompa.

    Cierto es que la vida, en tales circunstancias, puede hacerseperfectamente soportable, Sin embargo, en una ocasin tuvenoticia de algunas indignidades humanas infinitamente msdeplorables que lasque acabo de describir.

    Detrs de mi casa hay una pequea plantacin de t. Noes un lugar muy grande, pero s bastante agradable y soleado.Tengo por costumbre dejarme caer por ese pequeo huertocuando necesito reafirmarme moralmente, cuando las niasestn haciendo tanto ruido que no puedo dormir a gusto, ocuando el aburrimiento me indispone. Un da, en pleno ve-ranillo de San Martn, a eso de las dos de la tarde, despus de

  • una apacible siesta, me despert y decid que tocaba hacer unpoco de ejercicio. Me entretuve un buen rato olfateando unapor una las races de las plantas de t, y me llegu hasta la vallade cedro que quedaba en la parte ms occidental de la planta-cin. Haba un enorme gato negro dormido sobre una camade crisantemos. Las ADres se doblaban bajo el peso de su cuer-po. No pareci darse cuenta de que me acercaba, o al menosno mostr ningn tipo de reaccin. En cualquier caso, all es-taba, acostado todo lo largo que era, roncando ruidosamente.Estaba realmente sorprendido del atrevimiento que mostrabadurmindose tan despreocupadamente en un jardn ajeno. Eranegro como elcarbn. El sol del medioda derramaba sobre lsus ms brillantes rayos, y pareca como si de su pelo resplan-deciente se desprendiesen llamas invisibles. Tena un fsicoimponente. Un fsico que uno dira propio del Emperador delPas de los Gatos. Fcilmente me duplicaba en tamao. Absor-to y lleno de curiosidad y admiracin por aquel soberbio ejem-plar, me olvid completamente de m mismo. El viento suavey apacible de aquel veranillo mova dulcemente la rama de unapaulonia, que asomaba por encima de la valla de cedro, y unascuantas hojas cayeron sobre los crisantemos. El Emperador delos Gatos abri de pronto sus grandes y redondos ojos. Todavalo recuerdo como si fuera hoy. Brillaban ms que dos cristalesde mbar, esa joya tan apreciada por los humanos. No movini un msculo. Lanz sobre mi diminuta frente un rayo de luzsalido de la enorme sima de sus cristalinos y dijo:

    -Quin demonios eres t?Sus palabras me parecieron poco elegantes para rratarse de

    un Gran Rey, pero su voz era tan profunda y llena de fuerzaque podra haber atemorizado incluso a un perro de presa. Meestremec de puro miedo, pero pens que sera poco civilizadono atender a su pregunta, as que respond con una falsa san-gre fra y una voz tan impostada como pude.

  • -Soy un gato. Todava no tengo nombre.Mi corazn lata tan fuerte que pareca que en cualquier

    momento se me Iba a salir dd pecho. Con un enorme desdn,el gato negro respondi:

    -T, un gato...? Me sorprende que lo seas. Bien, ~dc dn-de diablos has salido?

    Vaya un gato mal hablado, pens yo.-Vivo aqu al lado, en la casa del maestro...-Eso me pareca a m. Por eso ests cm raqutico, ~no?

    -Su discurso era vehemente. Se notaba que le gustaba man-dar.

    A juzgar por su forma de dirigirse a m, se poda deducirque no era un gato de origen distinguido precisamente. Pero,por su aspecto, pareca prspero y bien alimentado, casi obesoen su grasienta corpulencia. Me vi obligado a preguntarle:

    -Y t, quin eres?-Yo? Parece que no me conoces ... Yosoy Kuro, el gato del

    carretero. Mi amo tira de un rckshaw -c-respond con altane-ra. Su voz rezumaba orgullo.

    Kuro. el del carretero! Este gato era de sobra conocido en elvecindario por ser un matn. Como bien se poda esperar dealguien que ha crecido en el garaje de un carretero, era fuertepero bastante maleducado. De ahi que pocos de nosotros nosmezclsemos con l. Nuestra poltica consista en manteneruna prudente distancia. Al oir su nombre me temblaron laspatas, pcro al mismo tiempo quera mostrarme desdeoso conl, a fin de que no me perdiera el respeto. Para comprobar hastaqu punto aquel gato era un ignorante y un necio, le pregunt:-y hablando de nuestros amos, t quin crces que es ms

    respetable? El carretero o el maestro?-Bueno, el carretero tiene ms fuerza, naturalmente. Si

    no, fjate en el tirillas de [U amo. No es ms que pellejo yhuesos.

  • -T, como buen gato de carretero que eres, pareces muyfuerte. Compruebo que comes bien en tu casa.

    -c-Bueno, lo cierto es que encuentro comida all donde voy.T podras hacer lo mismo en lugar de estar todo el da per-diendo el tiempo por ah. Por qu no te vienes conmigo? Enun mes estars tan gordo y enorme que no te reconocerian nien tu casa.

    -En cuanto se me presente la ocasin no dudes que me ircontigo de aventuras. Pero, dado que insistes en que entremosen comparaciones, a mi me parece que la casa del maestro esms grande que la del carretero, se mire por donde se mire.

    -Pero mira que eres simple! Por muy grande que sea unacasa, eso no ayuda a llenar una barriga vaca.

    Pareca bastante molesto, la verdad, por mis apreciaciones.Estir brutalmente las orejas como si fueran tallos puntiagu-dos de bamb, peg un salto y desapareci.

    Fue as como tuve conocimiento de la existencia de Kuro,y desde aquel da han sido muchas las ocasiones en las quehemos paseado por ah juntos. Cada vez q~e nos encontramosl se expresa igual de bruscamente que aquel primer da. Noobstante, qu vas a esperar del gato de un carretero. Fue l,precisamente, quien me cont ese deplorable incidente al queantes haca referencia.

    Un da estbamos Kuro y yo tomando el sol en el huertodel t, como tenamos por costumbre. Hablbamos de esto yde 10 otro, y nos contbamos las mismas aventuras de siemprecomo si fueran nuevas. De repente, Kuro se qued pensativoy me pregunt:

    -c-Dme, cuntos ratones has cazado en tu vida?He de decir que, si bien mi entendimiento es ms selecto

    y profundo que el de Kuro, debo admitir que mi fuerza fsi-ca y mi coraje no son nada comparados con los suyos. 0, loque es lo mismo, esta pregunta, hecha a quemarropa, me dej,

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  • naturalmente, algo anonadado. Sin embargo, un hecho es unhecho, y uno debe afrontar la verdad con valenta. Respond:

    -En realidad, no hago ms que pensar en que algn datendra que decidirme. Pero, a da de hoy, todava no he tenidooportunidad de cazar ninguno.

    Kuro se rio a carcajadas, agitando sus largos bigotes. Comotodos los fanfarrones, tena su punto dbil. Si aparentabas es-cuchar con atencin sus historias, automticamente se mos-traba ms dcil y manejable. Desde la primera vez que noscruzamos me di cuenta de esa debilidad suya, y supe cmohaba que tratarle. Por eso pens que no era conveniente seguirdefendindome. Sera ms prudente esquivar simplemente elasunto, inducindole a vanagloriarse de sus propios logros. Lelanc mi mirada ms dcil y le dije:

    -Pues me imagino que t has debido de cazar cientos ycientos de ratones.

    No perdi la oportunidad de alardear de sus triunfos:-Bueno, no tantos. Habrn sido unos treinta o cuarenta.

    Pero si me dieran la oportunidad, podra hasta con cien o dos-cientos -c-contesr triunfante-. Sin embargo, con lo que nopuedo es con las comadrejas. Una vez lo pas fatal con una ...

    -En serio? -respond con cara de inocente. Kuro parpa-de y sigui con su historia:

    -fue el ao pasado. Era da de limpieza general. Mi amoestaba tirado en el sudo, arrastrndose con un saco de cal,cuando de repente vimos aparecer una comadreja enorme ysucia. No s de dnde diablos pudo salir esa alimaa...

    -De verdad? -c-exclam tratando de hacerme el sorpren-dido.

    -Recuerdo que me dije a m mismo: al fin y al cabo, ques una comadreja sino un ratn bien alimentado? As que melanc a perseguirla hasta que al final logr arrinconarla en unazanja.

    2)

  • -Bien hecho! -c-exclam.-De eso nada, compaero. Yo ya crea que la tena acorra-

    lada. Pero entonces, al ver que no tena escapatoria, la coma-dreja levant la cola, y sin mediar palabra me lanz un cuescode lo ms ftido. Vayapeste! Se me pusieron los ojos bizcos, ynot que me entraba un mareo, Naturalmente, la muy guarralogr escapar, Desde entonces, basta con que me nombren auna comadreja para que me entren ganas de vomitar.

    En ese momento se llev la zarpa a la punta de la nariz y sela tap. Lo sent por l, as que trat de animarle.

    -Pero si se trata de ratones, seguro no se te escapa ni uno,no es verdad? Supongo que por eso ests tan gordo y tan her-moso.

    Mis palabras slo pretendan infundirle nimo y alimentarsu ego, pero extraamente surtieron el efecto contrario. Kurobaj la mirada y respondi con un semblante abatido:

    -Es deprimente. Por muchos ratones que caces, al finalte da lo mismo... Te aseguro que no hay criatura peor en elmundo que el ser humano. Cada vez que cazo un ratn, miamo me lo confisca y lo lleva al puesto de polica ms cercano.Le dan un cntimo por pieza cada vez que lleva uno. Meseshay en los que ha llegado a ganarse hasta un yen, y todo gra-cias a m. Y luego ni siquiera es capaz de ponerme una comidadecente. La verdad, por cruda que suene, es que los hombresson todos unos ladrones!

    A pesar de estar convencido de la supina ignorancia deKuro, aquello me demostr que aquel zopenco tambin eracapaz de razonar. Por momentos pareci enojarse, y se le co-menz a erizar elpelo de la espalda. Preocupado por la historiaque acababa de contarme, pero tambin por su extemporneareaccin, le di una vaga excusa y me volv cabizbajo a casa.Desde ese da me hice el firme propsito de no cazar un soloratn. No lo hara ni aunque me 10 pusiesen delante. Pero esa

    24

  • decisin no me convirti ni mucho menos en el subordinadode Kuro a la hora de buscar comida. Soy de los que prefierenllevar una vida muelle. Realmente es ms cmodo echarse adormir tranquilamente que estar por ah dando tumbos a lacaza de la sardina. Puede que el hecho de vivir en la casa deun maestro me haya contagiado el indolente carcter de miamo. Aunque espero no acabar convertido en un dispptico,como l.

    Y, ya que hablamos del maestro, eso me recuerda que re-cientemente el seorito parece haberse dado cuenta de su inep-titud en lo referido a hacerse un nombre en el sublime arte dela acuarela. He aqu lo que escribi en su diario con fecha de1 de diciembre:

    En la reunin dehoy hecoincidido con un seor cuyo nombrenorecuerdo. Noshacontado quellevaba una vidamuydisoluta,y en verdad aparentaba ser un hombre de mundo. Como a lasmujeres les gustan los hombres con ese cardcter; creo que es msadecuado decir que se haba visto "obligado a llevar una vidadisoluta". Escuch que su mujer es una gelsha, y es por eso queleenvidio. Entrelos quecritican a los libertinos, muchos carecende lo necesario para llevar una vida licenciosa. y muchos queslo hacen, noson arrastrados a ello por supropia voluntad. Puesbien, lo mismo me sucede a m con las acuarelas. Un libertinopiensa que slo hay una persona en el mundo: l mismo. Si ad-mitimos la teora de que con slo beber sake en los restaurantesofrecuentando casas de citas uno se convierte en un libertino,tambin se puede admitir que yo podra llegar a ser un granpintora laacuarela con slo proponrmelo. Pero lasola ideadequemisacuarelas serian mejores con tal de queyo no laspinta-ra, melleva a concluir queun simple campesino es infinitamentesuperior a cualquiera de esos hombres demundo.

  • Sus observaciones sobre los hombres de mundo me sorpren-dieron en cierto modo, aunque me parecieron poco convin-centes. Confesar que senta envidia de ese hombre que vivacon una geisha era algo estpido, e impropio de un maestro.Sin embargo, la apreciacin que hada de sus obras era, cierta-mente, justa. En efecto, elmaestro era buen juez de su propiocarcter, pero mantena un insoportable aire de vanidad. Tresdas ms tarde, el 4 de diciembre escriba en su diario:

    Anoche so que alguien coga una de mis acuarelas, des-echada por m a causa de su escaso valor artfstico. Colocaba lapinturaen unfantstico marcoy lo colgaba delapared. Sintin-dome el grarl autorde un cuadro enmarcado, de pronto me dicuenta de que mehaba convertido en un verdadero artista. Mesenta enormemente agraciado. Me pasaba el da ensimismadodisfrutando de mi trabajo, y convencido de que constitua unaautntica obra dearte. Pero depronto amaneci, desperty todose desvaneci cuando comprob con la luz del solque el cuadrosegua siendo igualde horrible quecuando lo haba pintado.

    Est.visto que el maestro parece arrastrar sus reproches so-bre sus acuarelas incluso en suenas. El hombre que acepta lacarga de los reproches, sea en lo referente a las acuarelas o acualquier otra cosa, no est hecho de la misma pasta que lospintores y los hombres de mundo.

    El da siguiente vino el estera de las gafas doradas, en ines-perada visira. Hada tiempo que no apareca por all. No bientom asiento, pregunt:-y bien, ~cmo van esos ejercicios pictricos?El maestro adopt un aire despreocupado y respondi:-Bien. Segu tus consejosy ahora estoy bastante comprome-

    tido con mi obra. Debo decir que cuando uno pinta, empieza atomar conciencia real de las cosas, de los sutiles cambios de co-

  • lar que hasta ese momento haban pasado inadvertidos. Yocreoque en occidente se ha insistido mucho, incluso histricamente,en la necesidad de retratar la naturaleza tal como es, y de ah suextraordinario desarrollo. Ya lo decfa Andrea del Sarro...

    Sin aludir a lo que haba escrito en su diario el da anterior, elmaestro continu explayndose con su chchara sobre el pintoritaliano. El esteta se rasc la cabeza y dijo entre risas:

    -Bueno, en realidad lo de Andrea del Sarta era una histo-ria que me invent.

    -Que era qu?~Todo eso sobre Andrea del Sarta, a quien tanto admiras;

    era un cuento que me invent para ti. Nunca pens que te lotomaras tan en serio.

    Las carcajadas no le dejaron continuar.Yo escuchaba la conversacin desde la galera y me imagi-

    naba la siguiente entrada que el maestro escribira en su diarioaquella noche. Este esteta era el tipo de persona cuya mximaaficin era rerse de los dems. Aparent no darse cuenta delimpacto que esta historia de Andrea del Sarta haba causado enel maestro, y continu hablando pretenciosamente:

    -A veces me invento pequeas historias para los amigos,pero a veces os las tomis demasiado en serio. Las situacionescmicas que esto provoca me parecen verdaderamente intere-santes. El otro da, sin ir ms lejos, le dije a un estudiante queNicholas Nickleby, el hroe de la novela de Dckens, aconseja Gibbon no escribir en francs su monumental Historia dela Revolucin Francesa." sino hacerlo en ingls y publicarla enese idioma. Pues bien, ese estudiante, que tiene una memoriaprodigiosa, repiti palabra por palabra lo que le dije en una

    En realidad Edward Ctbbon (r737-1794) no es autor siquiera de esa obra,sino de la monumental Historia de la decadmcia y cada de/Imperio Roma-no. Nit:holas Nickleby, de Charles Dckens, fue publicada en 1840.

    '7

  • respetable sesin de la Sociedad Literaria Japonesa. Fue todobastante gracioso, ~no crees? Pero lo mejor es que en el audi-torio habra como unas cien personas y todos le miraban bo-quiabiertos, absolutamente fascinados por su erudicin. Peroescucha, escucha. Todava tengo una historia mejor. Hace pocoesraba en compaa de unos amigos, escritores para ms'seas,cuando sali el tema de esa novela histrica que acaban de pu-blicar, yque habla sobre los cruzados, yasabes, Theophano,** deAisnworth. Aprovech la ocasin para decir que era un especta-cular relato romntico y que la escena en que la herona muereera el eptome de lo espectral. El hombre que estaba sentadofrente a m, incapaz de pronunciar las tres simples palabras no-lo-s, respondi al instante que ese prrafo en concreto del queyo hablaba estaba excepcionalmente logrado. De 10cual dedujeque aquel tipo, al igual que yo, nunca haba ledo el libro.

    Mi pobre y dispptico maestro, con los ojos como platos,dijo:

    -c-Pero si hubiera ledo realmente el libro, qu habras he-cho? -El maestro pareca no preocuparse tanto por lo desho-nesto del engao, como por lo embarazoso de que le pillaranen una mentira. La pregunta dej a su amigo bastante indi-ferente.

    -c-Bueno. Si llega a pasar algo as, habra dicho que me ha-ba confundido con otro libro. Algo se me habra ocurrido.

    Totalmente despreocupado, continu rindose a carcajadas.A pesar de su apariencia refinada y de su atildado rostro

    adornado con esas gafas de montura de oro, en el espritu deese hombre haba algo muy parecido al carcter de Kuro. Elmaestro, mientras tanto, guardaba prudente silencio. Se Iimi-

    WlJiam Harriron Ainsworrh (1805-J88:1,) fue un conocido novelista ingls,que nada tiene que ver con Prederic Harriscn (f?ll-1923), autor, en 1904, deuna monogra6a sobre elsiglo x mulada Tbaophano.

  • taba a exhalar anillos de humo por sus peludas narices, comos fuera una demostracin de su incapacidad para incurrir enlas audacias de su amigo. El esteta, por su parte, insinuandocon la mirada que no mereca la pena el esfuerzo de seguirpintando; dijo:

    -Bromas aparte. La pintura es un arte verdaderamentecomplicado. Parece que Leonardo da Vinci le dijo en una oca-sin a sus alumnos que reprodujeran en sus dibujos las man-chas de las paredes de las catedrales. He ah las palabras deun gran maestro. En un bao, por ejemplo: si observas condetenimiento las seales de la lluvia en las paredes, apareceinvarlablemenre un asombroso diseo, una creacin de la Na-turaleza misma. Debes mantener los ojos abiertos e intentaraprender de la Naturaleza, querido amigo. Esroy seguro que,si lo intentas, puedes hacer algo interesante.

    -sta es otra de rus bromrasi-No, re lo aseguro. Es cierto. De hecho, creo que esa man-

    cha que tienes en la pared de tu bao es realmente ingeniosa,~no crees? sa es la clase de cosas que habra dicho Leonardoda Vlnc...

    -S. Sin duda es una imagen de lo ms chocante -afirmelmaestro con cierto reparo. Ahora que lo pienso, sinceramen-te no creo que hasta ese momento hubiera prestado ningunaatencin a la susodicha mancha del bao.

    Kuro se ha quedado cojo recientemente. Su brillante pelajeha perdido fulgor yeso le desluce bastante. Sus ojos, que unavez me parecieron ms hermosos que el mismo mbar, ahoraestn llenos de legaas. Lo que ms llama la atencin es su pr-dida de vitalidad y lo rpido que se ha deteriorado fsicamente.La ltima vez que le vi en el huerto del t le pregunt qu talestaba, y su respuesta fue deprimentemente precisa:

    -Estoy harto de que me atufen con su hedor las comadrejas,pero ms harto estoy de las palizas que me da el pescadero.

    '9

  • Las hojas de otoo, arremolinadas en dos o tres pisos de co-lor escarlata entre los pinos, han cado como sueos antiguos.Las camelias rojas y blancas cerca de la pila ornamental deljardn pierden sus ptalos; ahora uno blanco, ahora uno rojo,hasta quedarse completamente desnudas. El sol de inviernoya no cubre totalmente la galera de unos seis metros de largoorientada al sur, y cada vez las jornadas son ms cortas. Raro esel da en que no sopla un viento infernal. Mis horas de siesta seestn reduciendo de modo drstico.

    El maestro sale para la escuela todas las maanas y tan pron-to como vuelve a casa se encierra en elestudio. Le dice a todossus visitantes que est harto de su profesin. Rara vez pinta.Dej de tomar bicarbonato, porque, segn l, no sirve paranada. Las nias, esas encantadores criaturas, en cuanto regre-san del parvulario cantan canciones tontas, juegan a la pelotay, en ocasiones, me levantan por lacola.

    No recibo ningn alimento especialmente nutritivo y, portanto, no engordo especialmente. Pero me mantengo relativa-mente en forma y, al menos, estoy sano y no cojeo. No cazoratones y sigo odiando a Osan con toda mi alma. Nadie seha dignado todava a ponerme un nombre, pero tampoco escuestin de pedir tanto. He decidido quedarme el resto de mivida en la casa del maestro, aunque sea a condicin de seguirsin nombre.

    )0

  • CAPTULO 2

    Es desde el da de Ao Nuevo que he adquirido cierta fama,si bien modesta. Aunque no sea ms que un simple gato,me siento muy orgulloso de mi notoriedad.

    Aquella maana de Ao Nuevo, el amo recibi una postalde felicitacin de un pintor amigo suyo. La parte superior es-taba pintada en rojo, la inferior en verde oscuro; y justo en elcentro haba, pintado a pastel, un animal acurrucado. El amo,sentado en su estudio, miraba el dibujo de arriba abajo una yotra vez:

    -Qu bonito colorido!Una vez hubo expresado su opinin de este modo, pens

    que ya haba dado por concluido el asunto. Pero no. Continuexaminndolo; primero 10 mir por arriba, luego por abajo.Para estudiarlo an mejor retarda el cuerpo, estiraba los brazospara alejarlo como si fuera un viejo consultando el Libro delas adivinaciones, lo giraba hacia la venrana o se lo acercabahasta que se lo pegaba a las mismas narices. Estaba deseandoque terminase con su actuacin, pues de tanta gimnasia ya le

    3'

  • temblaban las rodillas y yo empec a temer por mi propio equi-librio. Cuando elltimo temblor despareci, le o susurrar conun hilo de voz:

    -Me pregunto qu habr pintado.Debido a su ciego entusiasmo por los colores de la postal,

    era incapaz de identificar al animal que haba en elcentro. Locual explicaba sus extraordinarias payasadas. (Era realmenteeldibujo tan difcil de interpretar? Con imperturbable calmaabr ligeramente los ojos; para m no haba sombra de duda.Era mi vivo retrato! No creo que el autor de la obra se consi-derara a s mismo una especie de Andrea del Sarro, como hacael maestro, pero ciertamente, lo que el artista haba plasmadoera, en color y forma, perfectamente armonioso. Cualquierimbcil se dara cuenta de que eso era un gato. Y su factura eratan hbil, que cualquiera con dos ojos en la cara y un mnimode discernimiento, afirmara inmediatamente y sin dudarloque aquel gato no era otro sino yo mismo. Y pensar que alguiennecesita realizar tan dolorosas contorsiones para un asunto tanmanifiestamente claro... ! Sent lstima por la raza humana.Me hubiera gustado ayudarle a entender a ese pnfilo que elde la postal era yo. En el caso de que fuera demasiado difcilpara l comprender ese detalle, al menos me hubiera gustadohacerle ver, simplemente, que lo que haba ah retratado era ungato. Pero como el cielo no ha dotado a los humanos con lahabilidad de comprender el lenguaje de los gatos, prefer dejarlas cosas como estaban.

    Por cierto, me gustara aprovechar la ocasin p:ara advertir amis lectores sobre esehbito que tienen los humanos de referir-se a m con ese dedeoso tono de voz, como cuando se refierena m como un simple gato,l. Los humanos deben de pensarque las vacas y los caballos estn fabricados de materia humanadesechada, y que los gatos estamos hechos de los excrementosde esas vacas yesos caballos. Estos pensamientos, analizados

    32

  • desde un punto de vista objetivo, son de muy mal gusto, y bas-tante frecuentes entre los profesores que, ignorantes de su pro~pia ignorancia, siguen tan felices transmitiendo a sus alumnossus anticuadas y atrogantes ideas acerca de cun importante esla especie humana. Esta idea no puede darse pOt sentada, nipor ello tratar a los gatos de un modo tan brutal. Quizs a unobservador poco atento los gatos le parezcamos todos iguales,como copias los unos de los otros en forma y sustancia, comovulgares guisantes en su vaina; incapaces de afirmar nuestrapropia individualidad. Pero una vez admitido en los crculosde la sociedad felina, ese mismo observador se dar cuenta deque las cosas no son tan simples como parecen, y que ese refrnhumano que dice todos iguales, todos diferentes>" es aplicabletambin al mundo de los gatos. Nuestros ojos, nuestro pelo,nuestras narices, nuestras patas... todo en nosotros es diftrente.Desde la inclinacin de los bigotes o la forma de estirar lasorejas, hasta lacada de la cola. Todos estamos claramente dife-renciados. En nuestra belleza y en nuestra fealdad, en nuestrosgustos y nuestras fobias, en nuestros refinamientos y nuestrasgroseras; se puede decir con toda justicia que existe una infi-nita variedad de gatos en el ancho mundo. A pesar de existirentre nosotros unas diferencias tan obvias, los humanos, consu mirada puesta siempre en el cielo en virtud de lo elevado desus mentes, o de alguna tontera por el estilo, son simplementeincapaces de apreciat esas diferencias externas; as que no ha-blemos de nuestro carcter, que trasciende con creces su limi-tada comprensin. Lo cual es una lstima. Entiendo y apoyola filosofa que se esconde detrs de refranes como Zapatero atus zapatos, Dios los cra y ellos se juntan, o Cada uno ensu casa y Dios en la de todos. Puesto que los gatoS, en efecto,son asunto de los propios gatos. Y si alguno de ustedes pretendesaber algo sobre nosotros, slo podr enserselo un gato. Loshumanos, a pesar de sus progresos, desconocen todo sobre el

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  • tema. Y dado que estn menos desarrollados de 10 que ellospiensan, les va a resultar dlcil Ilegar a entendernos. En el casoconcreto de un individuo tan poco comprensivo como elmaes-tro, mi esperanza en ese sentido es nula. No entiende siquieraque el amor no puede progresar a menos que exista una mutuay completa comprensin entre nosotros. Como una mala ostra,se adhiere a su estudio y nunca abre la boca cuando de lo quese trata es de bregar con elmundo exterior. Verleah, fingiendoque es el nico destinatario de la iluminacin, es motivo sufi-dente para hacer que los gatos nos partamos de risa. La pruebade que no haalcanzado nada parecido es que aunque tenga miretrato delante de sus narices, no se entera, y, no contento coneso, se atreva con comentarios absurdos del tipo:

    -c-Puede que, como estamos en guerra con Rusia, haya pin-tado un oso,"

    Estaba yo pensado en todas estas cosas meda adormiladosobre las rodillas del maestro, cuando entr la criada con unanueva postal. Se trataba de una imagen que representaba cua-tro gatos europeos puestos en fila, en actitud estudiosa, soste-niendo plumas o, simplemente, leyendo un libro. Uno de elloshaba roto filas y apareca bailando. Sobre la imagen, escritaen grandes letras con tinta japonesa, haba una frase: Soy ungato. Y en la parte inferior derecha apareca un haiku: Endas deprimavera, los gatos leen libros, o bailan. La postal erade un antiguo alumno del profesor y su significado me pare-ca evidente. Sin embargo, mi amo pareca no entender nada.Estaba alli, con los ojos muy abiertos y cara de pasmado. Mirarentamenre la postal y dijo para s:

    La Guerra Ruso-Japonesa, que abarc de febrero de 1904a15 de septiembrede 1905,y de cuyos ecos est repleta esta novela, fue un conRieto surgidode las ambiciones imperialistas rivales de la Rusia Imperial y el Japn enManchara y Corea. La guerra concluy con la victoria nipona. El oso sim-boliza a Rusia.

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  • -Ser quizs el ao del gato?No se enteraba de que todas esas postales de felicitacin

    eran debidas a mi creciente fama.En ese momento la criada trajo una tercera tarjeta. Esta vez

    no haba dibujo, pero el remitente haba escrito una felicitacinde Ao Nuevo, tras la que aada: Porfaoor: fe ruego tenga laamabilidadde saludar a sugato, As que finalmente, y graciasa un mensaje tan inequvoco, el maestro pareci comprender.Mir al techo y musit pensativo: ql-lum! Al contrario delo que era habitual en l, en su mirada apareci un atisbo derespeto y consideracin hacia mi persona. Lo que resultababastante oportuno teniendo en cuenta que gradas a mi fama,l, hasta entonces un perfecto don nadie, haba empezado agozar de un cierto renombre y reputacin.

    Justo en ese momento son la rintineante campanilla de lapuerta. Probablemente una visita que anunciara oportuna~mente la criada. Yo no me apartaba en ningn caso de las ro-dillas del maestro a no ser que se rratara de Umekou, el chicodel pescadero. Not que el maestro miraba con preocupacinhacia la puerta, como si hubieran llegado los acreedores. Me dicuenta de que no le gustaba recibir visitas de Ao Nuevo y te-ner que compartir un trago de sake. Qu carcter tan encan-tador! Hasta dnde puede llegar elegosmo? Si no le gustabanlas visitas, lo que debera haber hecho es salir a dar una vuelta.Pero mi amo careca de tamaa determinacin. Su carcter,propio de una ostra cobarde, cada vez era ms acusado. Uninstante despus apareci la criada y dijo que el seor Kan-getsu acababa de llegar. Ese Kangetsu era un antiguo alumnosuyo que, despus de graduarse, haba prosperado hasta lograruna posicin superior a la de su antiguo maestro. No s muybien por qu, pero cada cierto tiempo apareca para endilgarleuna pequea charla. En cada una de sus visitas parloteaba yparloteaba sin parar, afectando un espantoso tono de coque-

    J5

  • tera, sobre si estaba enamorado de esta o de la otra; sobre lomucho que disfrutaba de lavida, o sobre lo desesperadamentecansado que estaba de ella. Y acto seguido se marchaba. Loextrao era que el tipo recurriese a un confidente tan anticua-do y mustio como el maestro para tratar esos asuntos. Peroan ms extrao era ver como mi amo, cual ostra esquiva, sevea obligado una y otra vez, a salir de su concha para comen-tar las montonas correrlas de Kangersu, que siempre eran lasmismas.

    -Siento no haber pasado por aqu antes, pero desde finalesde ao estoy pero que muy ocupado y no he encontrado elmo-mento. Y adems, por alguna razn mis pies no me han tradohasta aqu. .. -dijo mientras retarda un hilo de su baori:"

    -Bueno, y entonces a dnde diablos te han llevado tuspies? -pregunt el maestro con gesto serio al tiempo que es-tiraba la manga de su haori negro, en esta ocasin decoradocon el emblema de su familia. El haoriera de algodn, con lasmangas algo cortas. Una parte algo desgastada del forro deseda asomaba por las bocamangas.

    -Pues para ac y para all -respondi Kangersu riendo.En ese momento me di cuenta de que le faltaba un diente.-Qu te ha pasado en el diente? -c-pregunt el maestro

    cambiando de tema.-Oh, no me hable. Hace unos das se me ocurri la extra-

    vagante idea de comerme unas setas...-Qu dices que comiste?-c-Seras. Al morder una, no se cmo, se me parti el diente.-Romperse un diente comiendo setas! Vaya. Me parece

    que te ests haciendo viejo. Es una imagen magnfica para

    El haori(abrigo COfto) es un tipo de kimono que se sude utilizar desde elotoo hasta principios de primavera. Suele ser de seda y se utiliza paramantener limpio el kimono.

  • ilustrar un haiku, pero, desde luego, no te servir para enamo-rar a una chica -seal el maestro mientras golpeaba suave-mente con su mano en mi cabeza.

    -Vaya! Esees el gato?Est bastante gordo. As de fornidono puede con l ni el mismsimo Kuro. Ciertamente es unabestia esplendida -dijo Kangersu prodigndose en halagoshacia mi persona.

    -S, se ha puesto bastante grande ltimamente -respon-d el maestro atusando con orgullo mi cabeza. Yo me sentahalagado pero la cabeza empezaba ya a dolerme.

    -Anteanoche celebramos un pequeo concierto -dijoKangetsu volviendo a su tema.

    -Dnde?-Oh, vaya,no merece la pena que se lo diga. Lo ms seguro

    es que no conozca dnde queda. Pero fue bastante interesante:tres violines, acompaamiento de piano... Aunque no ramosmuy virtuosos, gracias a los violines rodo son bastante bien.Dos de las interpretes eran unas chicas bastante guapas. Pudecolocarme entre ellas. Ycreo que lo hice bastante bien...

    -Ya! Y quines eran las mujeres? -pregunt el maestrocon un deje de envidia. A primera vista, el maestro pareceun tipo fro y duro, pero, a decir verdad, no es en absolutoindiferente a las mujeres. En una ocasin ley una novela oc-cidental en la que un hombre se enamoraba sin remedio deprcticamente todas las mujeres con las que se cruzaba. Otropersonaje del libro observaba sarcsticamente que, segn unsimple clculo, ese compaero deba de caer rendido ante sie-te de cada diez mujeres que pasaban por la calle. Al leerlo,el maestro qued profundamente impresionado. Por qu unhombre tan impresionable como l llevara entonces una vidade ostra, siempre tan aislado de todo? Es posible que para unsimple gato sea difcil de entender. Algunos hablan de una his-toria de amor fracasada. Otros aseguran que tiene que ver con

    '7

  • su dispepsia y con su falta de osada y con su pobreza. Sea cualsea la verdad, el asunto tampoco es tan importante. Mi amono es una persona tan relevante como para resultar determi-nante en eldevenir de este perodo histrico. Kangetsu parecadivertirse con la situacin, as que cogi con los palillos untrozo de kamaboko, una especie de pasta de pescado cocido, yle peg un gran mordisco con los pocos dientes que le queda-ban. Tuve miedo de que en el proceso se le cayera algn otroincisivo, pero en esta ocasin todas sus piezas dentales perma-nederon en su sitio.

    ~Las dos son hijas de buena familia. No creo que las co-nozca usted ... -c-respondi framente el invitado.

    ~S. .. ~titube elmaestro incapaz de rematar la frase conun [claro!

    Kangetsu, consider que haba llegado el momento de mar-charse.

    -Qu tiempo ms estupendo! Si no tiene nada mejor quehacer podramos salir a dar un paseo. Las tropas japonesas hantomado Lushun" y la gente en la calle est de lo ms animada.

    Elmaestro pareca ms interesado en seguir hablando de laidentidad de las dos mujeres que en la toma de Lushun, y es-tuvo a punto de rechazar la invitacin. Obligado a tomar unadecisin, finalmente se levant y dijo:

    -De acuerdo. Vamos.Sali con la misma topa que llevaba puesta. El haori era

    herencia de su hermano mayor, y ste lo haba usado al menosdurante veinte aos. Incluso la seda ms resistente es incapazde aguamar semejante uso. Estaba tan desgastado que a con-traluz se le vean las costuras y los parches. El maestro vestaigual en diciembre que en enero, y no segua la costumbre de

    Lushun es el nombre japons para la ciudad de Pon Arthur, situada en elextremo sur de lapwlta de la pennsula de Liaodong. Objeto del deseo en laGuerra Ruso-Japonesa, cay en manos niponas el2 de enero de '95. ~

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  • cambiarse de ropa para elAo Nuevo. De hecho, no haca dis-tincin entre la ropa de diario y la del domingo. Cuando salade casa paseaba por ah sin importarle lo ms mnimo lo quellevaba puesto. No s si era porque no tena ms ropa, o por-que le aburra cambiarse. Sea cual sea el caso, no puedo conce-bir que esa desidia suya en e! vestir tuviera algo que ver con e!famoso desengao sentimental de! que todos hablaban.

    Cuando los dos hombres se marcharon, me tom la libertadde comerme los restos de kamaboko que Kangersu haba deja-do. Ya no me senta como un gato corriente. Me considerabaa m mismo tan bueno, al menos, como e! de aquel cuento deMomokawa joen, e! famoso recitador, o como e! gato que roba 'Ihomas Gray sus peces de colores." Los tipos como Kuro yano me llamaban en absoluto la atencin. Supona que a nadiele iba a importar que cogiese un poco de kamaboko. He dedecir que esa costumbre de picar entre horas no es exclusivade la raza felina. S que Osan, la criada, aprovecha la mnimaocasin en la que la seora sale a la calle para glotonear paste-les y otras cositas apetitosas. Y no slo ella. Las nias, con esarefinada educacin de la que tan orgullosa se siente la senara,muestran la misma tendencia que la criada en cuanto su ma-dre se descuida. Hace slo unos das la preciosa parejlta se des-pert a una hora intempestiva mientras sus padres estaban anen la cama. Se sentaron la una frente a la otra en la mesa de lacocina. El maestro tiene por costumbre desayunarse todas lasmaanas con un par de rebanadas de pan y les da un trozo alas nias para que lo espolvoreen con azcar. Ese da, alguienhaba dejado el tarro del azcar encima de la mesa, e inclusohaba una cucharilla metida dentro del recipiente. Como no

    Thomas Gray (17r6-1771) fue un erudito ingls, poem de Cambridge, quepublic elfamoso poema On Ihl: Dearh OfA Favourite Car, Dmwncd InA Tub Of Gold Fishes (obrc la muerte de mi gato favorito, ahogado enuna tina llena dI:pect'Sde colores_l.

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  • haba nadie para impedrselo, la mayor cogi una cucharadarebosante y la verti en su plato. La pequea sigui elejemplode su hermana y se sirvi otra cucharada. Durante un instantelas criaturas se quedaron sentadas y se miraron, Enronces, lamayor volvi a echar otra cucharada en su plato y la menor,para equilibrar la situacin, hizo lo propio. La hermana mayorfue a por la tercera cucharada y la pequea la sigui. Y ascontinuaron hasta que en sus respectivos platos habla sendasmonrafiitas de azcar, mientras que en el tarro no quedaba nirastro. En ese momento el maestro sali de la habitacin anmedio dormido y procedi a devolver laboriosamente roda elazcar a su recipiente original. Este incidente me hace pensarque el sentido igualrarista est ms desarrollado en los huma-nos que en los gatos, pero, por contra, creo que nosotros somoscriaturas mucho ms sabias. Si las chicas me hubieran pedidoconsejo, les habra dicho que se comieran todo el azcar, y quedejaran de hacer pirmides con ella, as, sin ton ni son. Perocomo no habran podido entender lo 4,ue les deca, me limita observarlas en silencio desde mi caldeado rincn maanero,justo encima de la olla del arroz.

    Anoche, el maestro debi de volver tarde de su paseo conKangetsu. Slo Dios sabe dnde estuvieron, pero ya eran msde las nueve cuando se levant a desayunar. Desde mi confor-table atalaya observ como daba cuenta del zoni, la tpica sopade Ao Nuevo," Coma con ganas y picaba de aqu y de all.En la sopa haba varios trozos de mochi, una especie de pastelde arroz pegajoso. Como no eran demasiado grandes, debi decomerse seis o siete. El ltimo trocito se qued flotando en e]tazn. Dej los palillos encima de la mesa y dijo: El z(i"j es una sopa que se come con palillos, y que se acompaa con mochi

    (pasteles de arroz), y en ocasiones verduras y salsa de soja o miso blanco.Su composicin vara segn las regiones de Japn. Se sude comer en AoNuevo.

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  • -Ya est bien!Nadie se comportara de una manera tan caprichosa. Vaya

    tipo desconsiderado. Pero como le gustaba dar muestras de laautoridad que ejerca en la casa, no pareci preocuparse porel hecho de dejar un triste mochi Botando en un sopa turbia.Cuando su mujer cogi el bicarbonato y 10 puso encima de lamesa, elseor dijo:

    -No lo quiero. No me hace ningn bien.-Pero dicen que es muy bueno despus de comer allmen-

    tos con almidn -insisti su mujer.-Almidonado o no, esa cosa no es buena -c-lnssti terca-

    mente el maestro.-Mira que eres caprichoso -murmur la mujer para s.-Yo no soy caprichoso, es que la medicina no funciona.-Pues hasta hace dos das decas que te iba bien y lo toma-

    bas a todas horas, no?-S. Funcionaba. Hasta el otro da. Pero desde entonces ha

    dejado de hacerlo.-Si la tomas un da s y otro no, nunca vas a lograr que

    la medicina te haga efecto. Es ms, no te har ningn bien.A menos que seas un poco ms paciente, no te curars de ladispepsia ni de ninguna otra enfermedad que tengas.

    Se gir hacia Osan, que estaba sirviendo la mesa.-Es cierro, seora -c-afirm Osan inmediatamente para

    apoyarla-. A menos que se [ame regularmente, no se puedesaber si una medicina es buena o mala.

    -iMe da igual! No me la tomo porque no me la romo.Serposible que las mujeres no podis entender eso? Ser me-jor que os callis de una vez.

    -De acuerdo. Pues no soy ms que una mujer -dijo acer-cndole el bicarbonato.

    El maestro se puso en pie y sin decir una palabra se encerren su estudio. Su mujer y la criada se miraron y se rieron. Si en

    4'

  • ocasiones como esa, le segua y saltaba encima de sus rodillas,la experiencia me deca que poda pagarlo caro. Por esta raznprefer dar un rodeo en silencio por el jardn y saltar a la galeraque haba justo enfrente de su estudio. Mir por una rendija delas puertas correderas y vi que el seor estaba examinado unlibro de alguien llamado Epictero. Si por fortuna entenda loque estaba leyendo, era realmente algo digno de admiracin.Pero en cinco seis minutos dej caer el libro encima de lamesa, justo como yo sospechaba. Cuando le estaba mirando,sac su diario y apunt lo siguiente:

    Di un paseo con Ivmgetsu por Neeu, Ueno, Ikenohata yKandtt. En Ikenohata haba unas geishas vestidas con kimonodeAo Nuevojugando al bdmintonfrentea una casa decitas.Susvestidos eran preciosos, perosus caras eran extremadamentedesagradables. Se me ocurri que se parecan algato.

    No entiendo por qu me tena que poner a m como ejem-plo de algo tan desagradable! Si fuese al barbero para pedirleque me arreglara un poco, no sera muy diferente de un serhumano. Son todos unos engredos. se es su problema.

    En cuanto doblamos la esquina de Houtan apareci otragesha. Era delgada, bienformaday sus hombros estaban muybien proporcionados. La forma en que vesta el kimono mo-rado denotaba su genuina elegancia. Lo siento por anoche,Kan-cban. Estuve muy ocupada, dijo sonriendo y mostrandounos dientes blanqusimos. Su voz era tan ronca como la de uncuervo. Su encanto se borr de inmediato. Como me parcelacomprometedorpararme paraaveriguar quineraese tal Gen-cban, continu caminando en direccin a Onarimicbicon losbrazos cruzados y metidos en las bocamangas. Kangetsu, sinembargo, pareca estar en apuros.

  • No hay nada ms difcil que intentar comprender lo quepasa por la mente de los seres humanos. El estado mental delmaestro dista mucho de ser claro en estos momentos. Est en-fadado, est alegre, o es que busca consuelo en algn filsofomuerto? No podra decir si se burla de todo el mundo, o si an-hela ser aceptado en su frvola compaa; si sepone furioso poralguna insignificancia, o se distancia de las cosas mundanas.Si nos comparamos con tales complejidades, los gatos somosrremendamente simples. Si queremos comer, comemos; si que-remos dormir, dormimos. Cuando estamos furiosos, nos enfu-recemos de verdad. Cuando maullamos, lo hacemos con todala desesperacin de la que somos capaces en nuestra afliccin.Por eso nunca escribimos nada en un diario. No tiene sentido.No hay duda de que los humanos como el maestro, con doscaras bien diferenciadas, se creen en la necesidad llevar diarioscon el fin de mostrar un carcter que frecuentemente ocultanal resto del mundo. Pero entre los gatos nuestras cuatro ocu-paciones principales, a saber, caminar, sentamos, permaneceren pie o tumbarnos, as como la ms ocasional de evacuar, sehacen de un modo abierto. Nuestros diarios los vivimos, y, enconsecuencia, no tenemos necesidad de mantener un registroparalelo con el objetivo de mostrar nuestro verdadero carcter.Si tuviera que dedicar tiempo a escribir un diario, preferiradormir en la galera.

    Cenamos en algn lugar de Kanda. Como me permit to-marmeunpar de copas de sake, que nohabaprobado durantelargo tiempo, mi estomago estaba esta maanaextremadamen-te bien. Concluyo queel mejor remedio para elestmago es, portanto, el sake de la noche. El bicarbonato es intil. Digan loquedigan novalepara nada. Y loqueno tiene ifecto ahora, nolo tendrdmdsadelante.

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  • Por 10 visto, el amo desautorizaba sin ninguna considera-cin al bicarbonato. Pareca como si estuviera discutiendoconsigo mismo, y era fcil intuir en esa anotacin la discusinque haba tenido con su mujer aquella misma maana. Quizseste tipo de anotaciones sean las ms caractersticas del serhumano cuando lleva un diario.

    El otro da un individuomedijoquenoera bueno paraeles-tmago desayunarfuerte, como yo hago. Durantedos o tres dasanduveenayunas, pero lo nico queconseguffue hacergruiramis tripas. Otro individuome dijo que laculpa de todo la tieneel rsukemono, las verduras en salmuera. Diceque si no tomotsukemono elproblema se cortar de miz, y la recuperacinser inmediata. Duranteal menos una semana, ni un pedazode verdura cruz mis labios. Pero desde el inicio de laprohibi-cin no apreci ningn beneficio, as que he vuelto a comerlasregularmente. Deacuerdo con otro tipo, elnico remedio verda-dero rara mi mal son los masajes abdominales. Pero un simplemasaje no basta. Deben estar deacuerdo con los viejos mtodosde la escuela confudana de Minagawa. Unpar de masajes as,y se me curaran todos los males. Porlo visto al escritor SokukenYasui legustaba someterse a ellos, y hroes de la talla de RyomaSakamoto nofueronajenos a sus beneficios. Inmediatamente mefui a Kaminegishi para una sesin. '* Pero los mtodos que usa-ban eran extraordinariamente crueles. Me dijeron que no mecuraria si no me masajeaban los huesos. Quesi no invertan laposicin de mis oisaras al menos una vez, nunca me curarla.Todos estos manejos redujeron mi cuerpo a la condicin deunabola de algodn y me sent como si hubiera quedado en estado

    SokUkell Yasui, estera japons (1799-1876); Ryma Sakamoro (rR36-I867)Fue ellderdel movimientoque expuh al shogunato Tokugawa durante elfinal del periodo Pdo.

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  • de coma. Nunca volv, con una vezfue suficiente. Una vez mdsste y el otro me dijeron que lo que tena que hacerera dejardecomer alimentos solidos. Pas un da entero bebiendo leche so-lamente. Peroentonces empec a sentir unas enormes y ruidosasturbulencias en mi interior que me impidieron dormir. Otrapersona me anim a ejercitar los intestinos mediante la respi-racin diafragmtitica, lo cual redundara en un estmago sano.Segu el consejo con bastante disciplina hasta que el estmagoempez a revolvrseme tanto que yo ere/a que me iba a morir.Respirabaprofundamente para dilatar el diafragma cuando meacordaba, pero a los cinco o seis minutos me olvidaba de disci-plinar mis msculos. Y menosmal, porque si no hubiera sidoasy hubiera continuado con la atencin puesta en el diafragma,no habra podido ni leer ni escribir. En una ocasin vino miamigoMeuei. el ateta. y me encontr ejercitndomepara obte-nerel tan ansiadoestmago sano. De manera bastantedescorts,me dijo que terminara con las contracciones. As[ue como larespiracin diafragmtitica se convirti en algo del pasado. Undoctor me recet soba, fideos de alforftn. Asfque me sometfa ladieta de los fideos, unas veces en sopa, otras veces fros despusde hervir. Pero no sirvieron para nada, excepto para vaciarmisintestinos. He intentado prcticamente todopara remediar mienfermedad, pero ha sido intil.' Las tres copas de sakeque tomanochecon Kangetsu s que me hicieron bien. As que a partirde ahora, antesde irme a dormir cada noche, me tomar dos otrescopasy arreglado.'

    Dudaba de si mi amo mantendra este tratamiento a basede sakedurante mucho tiempo. El carcter del maestro tiendea ser tan variable como los ojos de los gatos. Carece del msmnimo sentido de la perseverancia y lo deja todo a medias.Peor an, mientras se dedica a rellenar su diario con lamen-taciones sobre sus problemas de estmago, trata de poner su

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  • mejor cara frente al resto del mundo. Al mal tiempo buenacara, se parece ser su lema, El otro da vino a visitarle un talseor no s quin, un profesor amigo suyo y expuso la teora,como poco discutible, de que todas las enfermedades son elresultado directo de los pecados propios y de los de los antepa-sados. Pareca haber estudiado el asunto profundamente, puessu exposicin era clara, consistente y ordenada. En conjunto,se trataba de una teora ciertamente interesante. Siento decirque el maestro no posee la inteligencia ni la erudicin pararefutar esta clase de argumentos. Sin embargo, y quizs comoconsecuencia directa de sufrir l mismo una dolencia del est-mago, se vio obligado a poner todo tipo de excusas, y se dedica replicar de manera un tanto irrelevante:

    -Tu teora es interesante, pero isabes ya que Carlyle eradispptico? -como si al argumentar que Carlyle era disppti-co se atribuyera a si mismo una especie de honor intelectual.

    Su amigo replic:-Pero que Carlyle fuera dispptico, no implica necesaria-

    mente que todos los disppticos tengan que ser como Carlyle.El maestro, tras esta reprimenda, se call la boca, pero el

    incidente puso en evidencia su vanidad. Lo ms gracioso esque, aunqm; seguramente mi amo preferira no ser disppticoque serlo, esa misma maana haba reiterado, precisamente,en su diario su firme imencin de comenzar de una vez conel tratamiento a base de sake, del que haba hablado la anocheanterior. Pensndolo bien, su infrecuente y abundante consu-mo de mochis aquella maana, pareca ser consecuencia direc-ta de lo que haba bebido la noche anterior con Kangetsu. Am tambin me gustara probar elzoni y el mocbi.

    Aunque soy un gato, como prcticamente de todo. Al con-trario de Kuro, me falta la energa para marcharme de expe-dicin hasta los lejanos callejones donde estn casi todas laspescaderas. Tampoco mi estatus social me permite disfrutar

  • de los lujos que se da Mikcko, mi vecina la gata, cuya dueada clases particulares de arpa japonesa a los ricos ociosos. Yome como los desperdicios de pan dejados por las nias, y lamola mermelada de judas de los restos de pastel. El tsukemono,la verdura encurtida, sabe fatal. Pero una vez me atrev conun par de rodajas de nabo en salmuera. Es extrao, pero unavez la pruebo, casi cualquier cosa se vuelve comestible. Creoque decir esto me gusta o esto no me gusta), constituye unaextravagancia, y una muestra de obstinacin. Se tratara de unaactitud impropia de m. No en vano soy un gato que vive en lacasa de un vulgar maestro, y debo rechazar esos remilgos.

    Segn el maestro Kushami, hubo en Francia un novelistallamado Balzac. Fue un hombre muy extravagante. No quie-ro decir que fuera extravagante en el comer, sino en lo que serefiere a su escritura. En una ocasin buscaba un nombre paraun personaje de una novela que estaba escribiendo y, por al-guna razn, no lograba encontrar ninguno a su gusto. En esemomento un amigo suyo lleg de visita y el novelista pensque sera una buena ocasin para dar un paseo. Este amigo,por supuesto, no tena ni idea de la razn del paseo, que noera otra que la de encontrar el nombre que Balzac necesitaba.Una vez en la calle, lo nico que hizo Balzac fue dar vueltas deac para all mirando letreros para ver si al fin daba con el tanansiado nombre. Caminaba sin descanso mientras su confusoamigo, sin saber el objetivo de esa expedicin, le segua comopoda. Exploraron Pars de la maana a la noche sin resultado.Pero entonces, en el camino de vuelta a casa, Balzac se topcon el cartel de un sastre que se llamaba Marcue. Empez a darpalmadas de alegra y a gritar: "Eso es. Este tiene que ser. Mar-cuses un buen nombre, pero con una Z delante ser perfecto.Ser Z. Marcus, un nombre estupendo. Los que yo invento noson nada buenos. Aunque estn bien construidos no suenanmuy reales. Pero ahora, al fin, ya tengo elnombre que quiero.

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  • Balzac estaba completamente satisfecho por su hallazgo, y eraajeno a las molestias que haba causado a su amigo. Podr pa~recer muy chocante que uno se dedique a recorrer las calles dePars todo un da slo para encontrar el nombre del personajede una novela. Extravagancias de tal enormidad dan un ciertoesplendor a quien las protagoniza, pero para tipos como yo,un vulgar gato mantenido por un maestro introvertido y ence-rrado en s mismo como una ostra, resulta imposible siquieraimaginar semejante comportamiento. Por eso no debo preocu-parme demasiado por lo que como, siempre que sea comestible,pues es el resultado inevitable de mis circunstancias. No creo,por tanto, que decir que quera probar los zon, constituya unamuestra de extravagancia. Simplemente pens que era mejoraprovechar la situacin y entonces record que elmaestro habadejado en el cuenco de su desayuno algunos eni y que, pro-bablemente, stos seguiran en la cocina. As que decid haceruna expedicin.

    y all estaba la sopa con el moch, el pastelirc de arroz, comoyo recordaba, pegado al fondo del cuenco, y con el mismocolor que tena por la maana. Debo advertir que nunca an-tes haba probado estos pastelillos. Me gust su buen aspecto,pero sent una sombra de duda. Con la pata delantera atae losvegetales adheridos al pastel. Las uas, al tocar su parte exte-rior, se me pusieron todas pegajosas. Las olfate y reconoc eseolor caracterstico del arroz cuando se ha pegado al fondo de laolla y se cambia a otro recipiente. Mire a mi alrededor y pens:Debo comrmelo o no debci. Por suerte o por desgracia, nohaba nadie alrededor. Osan, la criada, jugaba al bdminton.Tena la misma cara agriada que elao pasado. El Ao Nuevono pareca haber tenido efecto en ella. Las nias, en su cuarto,cantaban algo sobre un conejo. Si tena que comerme esa es-pecialidad del primer da del ao, se era el momento. Si per-da la oportunidad tendra que esperar todo un ao complero-.

  • para conocer el sabor del machi. En ese momento, a pesar deser un simple gato, vislumbr una verdad resplandeciente: lasoportunidades de oro impulsan a los animales a hacer cosasque en circunstancias normales no haran ni atados. A decirverdad, yo no quera comerme el pastel. De hecho, cuanto msmiraba aquella cosa pegajosa y fra en el fondo del cuenco, msnervioso me pona y ms inclinado me senta a rechazarlo. SiOsan hubiera abierto en ese momento la puerta de la cocina,o si hubiera escuchado Jos pasos de las nias acercndose, ha-bra abandonado el cuenco sin dudarlo, Y no slo eso. Habraeliminado roda tipo de pensamiento sobre el mochi durante loque quedaba del ao, Pero nadie vino, Segu dudando un raro.y por all segua sin aparecer ni un alma, Sent como si alguienestuviera forzndome, susurrando a mi odo: Cometelo. De-prisalMir dentro del cuenco y rec para que viniera alguien.Despus de todo, la voz dentro de mi cabeza me repeta sinparar que tena que comrmelo. Al final, dejando caer todo elpeso de mi cuerpo sobre el fondo del cuenco, mord no ms deun trocito de la esquina del mocbi.

    La mayor parte de las cosas que muerdo de un modo tandecidido como yo lo hice en esa ocasin entran directas migaznate, Pero aqu me llev una sorpresa, Una ve:z la densapasta entr en mi boca, me di cuenta de que, por mucho queintentara abrir la mandbula, sta no se mova. Prob a libe-rarla con rodas mis fuerzas, pero nada, Mis dientes estabanpegados. Me di cuenta demasiado tarde de que el mochies enrealidad un alimento del demonio. Imaginaos a un hombreque ha cado en una cinaga e intenta escapar. Cuanto msluche para sacar las piernas, ms profundamente se hundiren ella. Pues bien. A m me pasaba exactamente lo mismo,Cuanto ms apretaba las mandbulas ms peso senta en laboca y ms se me inmovilizaban los dientes. Poda sentir suresistencia, pero eso era roda. Simplemente no poda disponer

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  • de ellos. Meitei, el amigo esreta del maestro, le describi enuna ocasin como una persona indivisible, y debo decir quese trataba de una expresin de lo ms ajustada. Este pastel,como mi maestro, era prcticamente indivisible. Me parecaque por mucho que intentara morderlo no obtendra ningnresultado. El proceso poda continuar as, eternamente. Eracomo dividir diez entre tres. Estaba en mitad de esta angustiacuando de repente me vi iluminado por una segunda verdad:que todos los animales son capaces de decidir por instinto loque es bueno o malo para ellos.

    Aunque ahora haba descubierto dos grandes verdades, mesenta bastante infeliz por causa de ese pastel de arroz adhesivo.Mis dientes se estaban pegando irremediablemente a la masa, ytodo el proceso se iba volviendo cada vez ms doloroso. A menosque pudiese completar el mordisco y salir de allpitando, Osanvolvera y me pillara con las manos en la masa. Pareca que lasnias haban dejado de cantar y seguro que prontO entraran enla cocina. En un ataque de angustia, di unos cuantos latigazoscon la cola sin resultado alguno. Estir las orejas y las encog,pero sin ningn efecto. Empec a pensar que ni la cola ni lasorejas tenan nada que ver con todo el asunto. Como me habaentregado a una guerra de desgaste a base de levantar orejas ydejar caer orejas, al final abandon esta tctica. Hasta que se meocurri que lo mejor que poda hacer era forzar al mochi haciaabajo usando mis patas delanteras. En primer lugar levant lamano derecha y me la acerqu a la boca como pude. Como esnatural, este simple movimiento no sirvi en absoluto para me-jorar la situacin. En segundo lugar, alc la mano izquierda y lacomenc a girar en circulas. Pero estos intiles giros y piruetasfracasaron en su intento de exorcizar al demonio del machi. Medi cuenta de que si quera lograr algo era imprescindible que ac-tuara con paciencia, as que rasqu el aire alternativamente conla mano derecha e izquierda, pero los dientes siguieron igual de

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  • pegados al pastel. Cada vez ms impaciente, comenc a moverambas patas simultneamente, como si fuera un molinillo. Fueentonces, y slo entonces, cuando me di cuenta, para mi sor-presa, de que poda sostenerme con las paras traseras. De algu-na manera dej de sentirme un miembro de la especie garuna.Pero garo o no, continu araando como un loco toda mi caracon frentica determinacin, hasta lograr que e! demonio delmocbi fuera expulsado definitivamente. Como el movimientode las paras traseras era bastante vigoroso, me di cuenta de quepona en riesgo mi equilibrio y corra elpeligro de caerme es-trepitosamente. Para mantenerme en pie comenc a marcar elpaso con las patas. Empec a dar brincos por toda la cocina.Me sent orgulloso de ser capaz de mantener tan diestramenteesa compleja posicin erecta. Fue entonces cuando la terceraverdad se revel ante mis ojos: en condiciones de peligro excep-donal.uno puede actuar de modo inesperado, y sobrepasar concreces el estndar de sus logros. Este es elverdadero significadode la Providencia.

    Sostenido por esa Providencia, segua yo luchando por miapreciada vida contra ese demonio que habitaba en el mocbi,cuando de pronto escuch unos pasos. Alguien se acercaba.Pensando que sera fatal que me encontrasen en ese trance,redoble mis esfuerzos y ech a correr alrededor de la cocina.Los pasos cada vez se acercaban ms. Oh, Dios mio, empec asospechar que la Providencia no durara para siempre. Eran lasnias. En cuanto me descubrieron se echaron a gritar:

    -Mirad! El gato se ha comido el mocbi y ahora est ba-landa!

    La primera en escuchar el aviso fue Osan. Dej de lado elbdminton y vol hasta la puerta de la cocina.

    -Santo Cielo'Despus entr la seora, vestida con un kimono de seda.

    Me mir con condescendencia y se limit a apuntar:

    ,.

  • -Por Dios, que gato ms imbcil!Yel maestro, violentamente expulsado de su estudio a causa

    del escndalo seal:~Ser idiota!Pero las que encontraron ms graciosa la situacin fueron

    las nias. As que despus de un rato la casa entera se carcajea-ba de m sin piedad. Era irritante, era doloroso, pero tambinme era imposible dejar de bailar. Maldicin! Al poco. las risasempezaron a calmarse. Pero entonces la encantadora nia decinco aos me seal con eldedo y dijo:

    -Qu gato ms cmico!y toda la familia se empez a rer de nuevo. Vaya, que se

    partieron de risa a mi costa. He odo que los seres humanoseran despiadados, pero nunca hasta entonces haba encontra-do su conducta tan absolutamente detestable. De la Providen-cia, mientras tanto, no haba ni rastro, y yo haba vuelto a mipostura habitual sobre las cuatro patas. Estaba al borde de ladesesperacin y, por causa de! mareo, creo que mi semblanteera un tanto ridculo. El maestro debi de pensar no era el me-mento de dejarme morir ante de sus ojos. Sera una verdaderalstima. As que le dijo a Osan:

    -Anda, scale el mocbide la boca...Osan mir a la seora como diciendo: Y por qu no le de-

    jamos que siga con elbailecro?. A la seora le hubiera encan-tado verme seguir con el minuet. Pero como tampoco queraverme bailar hasta la extenuacin o la muerte, no dijo nada. Elmaestro se volvi enfadado hada la criada y le orden:

    -Date prisa o morir.Osan, casi sin ganas y con una mirada torva en sus ojos,

    como si la hubieran despertado de golpe de un sueo particu-larmente dulce, me meti los dedos en la boca y me arranc elmochi. No tengo una dentadura tan dbil como la de Kanget-su, pero en ese momento pens que, en la operacin, la criada

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  • se llevara por delante mis muelas. El dolor fue indescriptible.Entended que yo tena mis pobres dientes empotrados en elpasrel, y que Osan lo arranc de un tirn. Es imposible ex-presar con palabras la agona que semi. En ese momento mealcanz la Iluminacin y se me revel una cuarta verdad: quetodos los placeres estn ntimamente emparentados con el do-lor. Cuando por fin pude recobrarme, me gir y comprobcomo todo haba vuelto a la normalidad. El maestro y su fa-milia haban vuelcoa sus quehaceres.

    Despus de ponerme en evidencia, me senta bastante in-capaz de enfrentarme a la creciente inquina de Osan. Aquellosupona un terrible trastorno para mf. A fin de recuperar mitranquilidad mental, decid hacer una visita a mi vecina Mike-ka, la gata tricolor, As que sal de la cocina y me dirig al patioen direccin a la casa del arpa japonesa.

    Mikeko tiene fama en el barrio de ser una autntca belleza.Aunque soy un gato, poseo un conocimiento genrico de loque significa la compasin, y soy muy sensible a los afectos, alos nimos cariosos, a la ternura y al amor. Me quedo muyafectado al contemplar el gesto de amargura del maestro o losdesplantes de Osan. En esas ocasiones aprovecho para visitara mi amiga y nuestra conversacin gira en torno a muchos yvariados temas. Esas charlas me dejan como nuevo. Olvidomis preocupaciones, mis dificultades, todo. Me siento rena-cer. La influencia femenina en m es inmensa. Mir a travsde un agujero en la valla de cedro para ver si la vea por ah.Pronto la divis, sentada elegantemente en la galera con uncollar nuevo, regalo de Ano Nuevo. La redondez de su lomo lahaca indescriptiblemente bella. Era aqul el ms hermoso detodos sus preciosos perfiles. La curvatura de su cola, la formade doblar las patas, el movimiento encantador y perezoso desus orejas, todo estaba por encima de cualquier descripcin.Pareca cmoda, sentada en el lugar ms soleado de la galera.

  • Su cuerpo desprenda una sensacin de tranquilidad y un aurade hermosura. Y su manto de pelo brillante como terciopelo,pareca ondularse aunque el aire estaba quieto. Durante unmomento me qued embelesado mirndola. Entonces, cuandome recobr de la impresin la llam suavemente:

    -Mikeko, Mikekol -y le hice una seal con mi pata.-Hola, maestro -me salud mientras bajaba de la galera.

    Una campanita sujeta a su collar rojo tintineaba ligeramente.Me dije: Llevauna campanlta porque es Afio Nuevo. Mien-tras me admiraba con su cascabel, se plant junto a m.

    -c-Feliz Afio Nuevo, maestro -dijo mientras mova la colahacia la izquierda. Entre los gatos, cuando nos saludamos, pri-mero se levanta la cola hacia arriba y luego se gira hacia laizquierda. Mkeko es la nica en el vecindario que me llamamaestro. Como ya he dicho antes, todava no rengo nom-bre, y es Mikeko, y slo ella, la nica que me muestra respetootorgando un nombre a este pobre gato que vive en casa deun profesor. De hecho, no me desagrada que se refieran a mcomo maestro, as que respond de buena gana a su saludo:

    -Feliz Ao Nuevo para ti tambin. Yaya! Tienes un collarmuy bonito...

    -S. La seora lo compr para m. Verdad que es precioso?-y lo hizo tintinear.

    -Precioso. Y tiene un sonido muy bonito. Nunca he vistonada tan hermoso en toda mi vida.

    -No ser para tanto. Todo el mundo tiene uno. -y co-menz a hacerlo tintinear una y otra vez-o No te parece unsonido increble? Estoy tan feliz... -y segua dando golpeci-tos con su campana.

    -Tu duea te debe de querer mucho -dije mientras com-paraba mi vida con la suya. Sent cierra envidia.

    Mikeko es una criatura inocente. Repuso:-S. Es cierto. Me trata como si fuera su propia hija. -Rio

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  • cndidamente. No es cierto que los gatos nunca se ran. Losseres humanos se equivocan al pensar que son las nicas cria-turas lW.paces de hacerlo. Cuando me ro, los orificios nasalesse me ponen triangulares y la nuez me tiembla. Pero mis amosparecen no darse cuenta.

    -A qu se dedica tu amo? -le pregunt.-~Mi amo? Suena extrao. De hecho es un ama. Una se-

    ora. La seora del arpa japonesa.-Lo s. Pero quiero decir, qu orgenes y posicin social

    tiene? ~Es una persona de alta cuna?-Oh, s.La seora, entonces, comenz a tocar el arpa en el interior

    de la casa y a cantar:

    Mientras te espero,Junto a un pequeo pino enano...

    -No crees que tiene una voz increble?-pregunt Mike-ka muy orgul1osa.

    -Parece preciosa, pero no entiendo lo que est cantando.Cul es elnombre de la pieza?

    -~Esa? Se llama no se qu. A la seora le gusta mucho.~Sabas que ya tiene sesenta y dos aos? Pero se conserva estu-pendamente, ~no te parece?

    Supongo que debo admitir que se conserva bien. Tras se-senta y dos aos ha logrado sobrevivir. Vaya rcord. Por esocontest con un lacnico si. Pens que haba dado una res-puesta un poco tonta, pero estaba un poco obnubilado y no seme ocurra nada ms brillante que decir.

    -Quizs no lo parezca, pero era una persona de muy bue-na posicin. Ella siempre est recordndomelo.

    -A qu se ha dedicado entonces?-c-Pues, segn tengo entendido, es la decimotercera viuda

  • del secretario privado de la hermana menor de la madre delmarido de la sobrina de la hermana de un shogun.

    -Cmo dices?-Pues la decimotercera viuda del secretario privado...-Vale, vale, no tan rpido. La decimotercera viuda dd sho-

    gun privado de...-No, no, no! La decimotercera viuda del secretario pri-

    vado...-La viuda del shogun...-Eso es.-c-Del secretario privado, no?-Eso es.-Marido de...-No, hermana menor del marido.-Ah, por supuesro. Cmo se me ocurre? Hermana menor

    del marido.-Hermana de la madre del sobrino. Eso es.-Hermana de la madre del sobrino?-Eso es. Lo has entendido.-No del todo. Es tan enrevesado que todava no lo en-

    tiendo. Cul es exactamente su relacin con la decimoterceraviuda del shogun?

    -Pero mira que eresestpido cuando te