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Carlos Ramírez La prensa del 68, cómplice de represión Discursos de Porfirio Muñoz Ledo apoyando a Díaz Ordaz 68: Barros Sierra no, Revueltas sí Archivo Carlos Ramírez / Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020 Política y de Seguridad Nacional S.C. Centro de Estudios Políticos 42

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Carlos Ramírez

La prensa del 68, cómplice de represión

Discursos de Porfirio Muñoz Ledo apoyando a Díaz Ordaz

68: Barros Sierra no, Revueltas sí

ArchivoCarlos Ramírez /

P r o y e c t o M é x i c o C o n t e m p o r á n e o 1 9 7 0 - 2 0 2 0

Política

y de Seguridad Nacional S.C.Centro de Estudios Políticos

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ArchivoCarlos Ramírez /

P r o y e c t o M é x i c o C o n t e m p o r á n e o 1 9 7 0 - 2 0 2 0

C o l e C C i ó n

1. Salinas de Gortari, candidato de la crisis.2. el proyecto salinista.3. el nuevo sistema político mexicano.4. la vida en México en el periodo presidencial del Sup Marcos.5. las muchas crisis del sistema político mexicano.6. el nuevo sistema político mexicano.7. la polémica Sartre-Camus.8. Carlos Fuentes: el pensamiento Manchuria.9. narcotráfico y violencia: vidas paralelas.10. las estaciones políticas de octavio Paz.11. el crimen del padre leñero.12. Manuel Buendía 1948-1984.Periodismo como compromiso social.13. la posdemocracia en México.14. México: hacia un nuevo consenso posrevolucionario.lázaro Cárdenas, la izquierda y la última muertede la Revolución Mexicana.15. los intelectuales en el reino de PRIracusa.la parresia de Gabriel Zaid.16. los intelectuales inventaron a Fidel Castro.17. Benedetti, el último comisario del Camelot tropical.18. emilio Rabasa: prensa y poder en el siglo XiX.19. Carlos María de Bustamante (1874-1848).los intelectuales y la política en el México independiente.20. García Márquez no le torció el cuello al cisne.31. De cómo Cuba y Fidel Castro castraron literariamente a Cortázar32. Cortázar en París33. Una entrevista inédita con Cortázar34. el cuento de Cortázar35. la Maga, modelo para armar36. imágenes del centenario de Julio Cortázar

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La prensa del 68, cómplice de represión

Discursos de Porfirio Muñoz Ledo apoyando a Díaz Ordaz

68: Barros Sierra no, Revueltas sí

y de Seguridad Nacional S.C.Centro de Estudios Políticos

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Archivo Carlos Ramírez / Indicador Político© Grupo de editores del estado de México© Centro de estudios Políticos y de Seguridad nacional, S.C.© indicador Político.Una edición del Centro de estudios Políticos y de Seguridad

nacional, S.C., presidente y director general: Mtro. Carlos Ramírez, derechos reservados. Web:http://noticiastransicion.mx

Colección completa deArchivo Carlos Ramírez / Indicador Político

en http://noticiastransicion.mxEscanea el código QR para acceder

al sitio de Noticias Transición

Carlos Ramírez (Oaxaca), periodista profesional desde 1972, es-pecializado en temas económicos y políticos. Licenciado en Periodis-mo por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Maestro en Ciencias Políticas por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha sido profesor de periodismo y ciencias políticas en varias univer-sidades. Actualmente dicta conferencias en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha trabajado en El Heraldo de México, El Día, la revista Proceso, El Fi-nanciero y El Universal. Fundó y dirigió la revista y periódico La Crisis. Ha conducido programas de radio y televisión. Desde 1990 escribe la columna “Indicador Político”, que se reproduce en el diario 24 Horas y una veintena de periódicos del interior de México. Dirige los sitios: www.grupotransicion.com.mx y www.indicadorpolitico.com.mx, la re-vista Transición y la revista El Mollete Literario. Director del semanario impreso Los Pinos 2012 que circuló en el 2012 y director del semanario electrónico 18 Brumario. Dirige la Revista Indicador Político semanal. Su sitio www.indicadorpolitico.com.mx ganó el premio Victory Award 2012 otorgado por especialistas internacionales en comunicación polí-tica. Presidente y director general del Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S.C. Ha ganado el premio de periodismo “Manuel Buendía”, el premio “José Pagés Llergo”, la medalla al mérito “Ricardo Flores Magón” y varios premios de periodismo del Club de Periodistas de México. Entre sus libros están: El país de las maravillas, La psicosis del dólar, La devaluación de 1982, La nacionalización de la banca, Operación Gavin: México en la diplomacia de Reagan, Cuando pudimos no quisimos, Joseph-Marie Córdoba Montoya: el asesor incómodo, Salinas de Gortari, candidato de la crisis, El regreso del PRI (y de Carlos Salinas de Gortari), Obama y La comuna de Oaxaca.

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I

Las primeras cuarteaduras del sistema priísta impactaron en los medios y abrieron espacios para la crítica. La cobertura periodística del movimiento estudiantil del 68 fue un poco —y sólo un poco— más abierta que el silen-

cio periodístico sobre los casos de ferrocarrileros, estudiantes, guerrilla, médicos y campesinos. El sociólogo Ramón Ramírez hizo un enorme trabajo de sistematiza-ción del movimiento a partir del seguimiento de los medios. Y si bien hubo poco espacios críticos a los excesos del poder público y contra la represión, los medios se abrieron a las denuncias de los afectados. Su obra El Movimiento Estudiantil de México recogió una prensa cuando menos más abierta a la publicación de desple-gados estudiantiles.

Pero aún así, los medios escritos no se atrevieron a dar un paso decisivo hacia delante. La cobertura periodística del 2 de octubre de 1968 y los días posteriores fue muy limitada en la prensa. Inclusive, los comentaristas que después se con-vertirían en punta de lanza del periodismo crítico contra el Estado priísta fueron en esos días posteriores de la matanza en Tlatelolco voces tolerantes contra los excesos del poder. Los medios no analizaron, no investigaron las causas de la ma-sacre, no indagaron el número real de muertos en la Plaza de las Tres Culturas. Los editores callaron.

La prensa del 68, cómplice de represión

Carlos Ramírez

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Los espacios críticos se concretaron a lamentar las muertes, a convocar a la paz, a exigir comprensión y sugirieron darle la vuelta a la hoja de la represión. Muchos años después, la prensa escrita fue un pivote fundamental para la denuncia consistente y de investigación de la guerra sucia del Estado contra la guerrilla en la segunda mitad de los años setenta. Pero en 1968, los medios eludieron las razones de fondo del conflicto: la protesta juvenil contra la estructura antidemocrática, autoritaria y represiva del Estado priísta.

Las noticias principales de los diarios el 3 de octubre de 1968 fueron en el sentido del poema de Rosario Castellanos:

La Plaza amaneció barrida; los periódicosdieron como noticia principalel estado del tiempo.

Las ocho columnas o noticias principales de los diarios de la ciudad de ;México fueron las siguientes el 3 de octubre:

Excelsior: “Recio combate al dispersar el ejército un mitin de huelguistas”.El Universal: “Tlatelolco, campo de batalla”.El Heraldo de México: “Sangriento encuentro en Tlatelolco”.Novedades: “Balacera entre francotiradores y el ejército, en Ciudad Tlatelolco”.El Día: “Muertos y heridos en grave choque con el ejército en Tlatelolco”.El Sol de México: “Responden con violencia al cordial llamado del Estado. El

gobierno abrió las puertas del diálogo”.Y si en los titulares principales había una distancia del conflicto o una justi-

ficación a la represión —el uso de la palabra francotirador o el titular editoria-lizado de El Sol—, en las notas de importancia de la primera plana se destacó la versión del secretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García Ba-rragán, de que el ejército había sido agredido. Nadie habló en ese momento de las bengalas. Ningún medio investigó el operativo militar de la represión. Años después, en la represión del Jueves de Corpus de 1971, la prensa indagó el origen de Los Halcones y probó que habían sido entrenados en el Departamento del Distrito Federal. El 2 de octubre del 68 sometió a los medios a la información oficial, oficiosa o distante, pero los propios medios no se atrevieron a abrir la concha del ostión autoritario.

En el 68 se magnificaron los hilos de poder del sistema presidencialista priísta, como se revela en la investigación hemerográfica Antología Periodística 1968 de Aurora Cano Andaluz editada por la UNAM. El enfoque editorial de la prensa escrita —tanto el editorial institucional del diario como los comentarios editoria-les de los colaboradores— se redujo a una visión crítica hacia los estudiantes y en una falta de reflexión profunda sobre las causas reales del conflicto: la ausencia de democracia, la acumulación de protestas sociales, la desigualdad social y el exceso de autoritarismo y violencia del Estado.

El papel de los medios frente al Movimiento Estudiantil del 68 resume, en toda su dimensión, la expresión sublime del periodismo acrítico, objetivo y declarativo. El 28 de septiembre, el editorial de El Día celebraba la decisión del rector Javier

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Barros Sierra de retirar su renuncia. El 30 de septiembre, Excelsior editorializaba con optimismo el reencauzamiento de las negociaciones pacíficas y celebraba la salida del ejército de Ciudad Universitaria.

El primero de octubre, un día antes de la matanza en Tlatelolco, los medios ofrecían una visión ajena a la realidad. En su espacio, Francisco Martínez de la Vega —político prestigiado, voz crítica, priísta progresista que después pasaría to-talmente al terreno de la crítica al poder— analizaba el conflicto desde los extre-mos: los estudiantes con el afán de derrocar al gobierno y el gobierno viendo a los estudiantes como invasores extranjeros. Era la típica visión no comprometida o que tenía que criticar a los estudiantes para hacerlo tibiamente contra el gobierno.

Con timidez, Martínez de la Vega asumía el enfoque crítico pero aún en la lógica del poder: llegó la hora de “comprender, tolerar y concertar, bajo la base de que todo esto —rebeldía y represión— son expresiones de un evidente deterioro social, del que nadie en particular y todos en cierta forma somos responsables”. Este enfoque sería común: los estudiantes tenían razón en su protesta pero el Es-tado tenía más. Y críticas muy tibias al autoritarismo del Estado.

Excelsior —bajo la dirección de Julio Scherer García desde agosto de 1968— llevaría este enfoque de política informativa hasta la confusión. En su editorial del primero de octubre, un día antes de la matanza, celebraba la salida del ejército de CU y se ubicaba en el enfoque oficial: “recordemos las atinadas palabras del secretario de la Defensa Nacional” de que la ocupación de CU no favorecía ni a los estudiantes ni al ejército. Envuelto en el optimismo oficializado, Excelsior rechaza-ba tajantemente la palabra “militarismo” para México por la intervención militar en el conflicto estudiantil. Era “excesiva suspicacia o retorcimiento”, agregaba.

Para ese diario, que comenzaba a abrir tibios espacios a la realidad pero que no se atrevía aún a ejercer el enfoque crítico contra el poder, México seguía siendo una isla singular. Frente a la denuncia estudiantil de antidemocracia, represión, pobreza y rebeldía, Excelsior hablaba de “la paz de los últimos 40 años, la tran-quilidad cívica, el desarrollo industrial y comercial del país”, todo lo que “había borrado al ejército de nuestro horizonte”. El diario olvidaba, ocultaba o justificaba las represiones militares contra estudiantes en provincia antes del 68, las golpizas a maestros, ferrocarrileros y médicos y el artero asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo y de su esposa embarazada por un comando del ejército. Para Excelsior, la intervención del ejército en el Movimiento Estudiantil y la ocupación castrense de CU había sido “efímera, como correspondía a los intereses de la nación y a la ilustre tradición civilista”.

Días más tarde, Excelsior se vería obligado a editorializar sobre la matanza de estudiantes por tropas militares en Tlatelolco. Y era el otro lado de la moneda informativa. Desolación, era la palabra que usaba el diario para referirse a ese manotazo autoritario y represivo. Fue difícil para los medios salirse de los esque-mas tradicionales que concebían al periodismo como parte del aparato de control político e ideológico del Estado priísta. No hubo en los medios una consistencia crítica al poder y a sus excesos. Y cuando existieron tibias referencias críticas, siem-pre iban acompañadas de regaños a los estudiantes por sus excesos. Así, los excesos condenables eran de los estudiantes y los excesos necesarios eran del poder.

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Editorializó Excelsior: “si bien es cierto que el comportamiento estudiantil —y el de buen número de maestros— rebasó por momentos los límites de la sensatez y llegó a la insolencia y el reto inconciente, sobreestimando las propias fuerzas, no es menos verdad que la respuesta a tal desbordamiento no ha sido prudente ni ade-cuada”. “El desborde de la prepotencia estudiantil” reveló posiciones “adolescentes pueriles y soberbios”. Y frente a la magnitud de una matanza que no pudo repor-tarse con veracidad porque el gobierno controló la información, Excelsior opinó que el derramamiento de sangre “exige, con dramática vehemencia, una reconsidera-ción de rumbos”. Loe estudiantes se buscaron la represión, pues.

El párrafo final de este editorial del 3 de octubre fue una obra maestra del periodismo justificatorio de la represión:

“El gobierno está formado por adultos, por personas que saben cómo suele cegar el orgullo, cómo suele resentir el amor propio. Esos adultos saben que el ardor y la pasión juveniles llevan a futiles (sic) y peligrosas insolencias. Sin embargo, tal adultez (sic) tendrá que funcionar en el futuro —y así lo esperamos— en toda su grandeza”.

Nada de exigencia de cuentas, nada de señalamientos de responsabilidades públicas, ninguna condena al exceso de la fuerza militar contra estudiantes. Los medios y su política informativa oculta en la objetividad o las declaraciones fueron, al final de cuentas, la cortada de la represión.

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Lo explicitó el editorial de Novedades del 3 de octubre: Tlatelolco fue “un esla-bón de la conjura que pretende socavar los cimientos institucionales de México”. O el editorial de El Heraldo de México que atacaba los reportes de las agencias extranjeras con la afirmación de que “México está saliendo limpio y airoso de los atentados que quieren cometer contra su soberanía y su prestigio”. O la decisión de El Sol de México de cancelar el servicio de la agencia UPI porque reportó la posibilidad de cancelar las olimpiadas. O el editorial de El Universal del 4 de oc-tubre hablando de la “juventud engañada” y de los estudiantes como “cortina de humo tras de la cual maniobran, arteramente, sórdidos intereses al servicio de las intrigas extranjeras”. O el artículo de Jacobo Zabludovski en Novedades el 24 de octubre celebrando que el verdadero México, el de la paz, se había impuesto con las Olimpiadas.

Al final, la línea informativa de los medios, acotados por el periodismo objetivo y declarativo, fue la que impuso aún a golpes —en la sesión en la Cámara de Diputados registraron una lucha a golpes entre el líder juvenil panista Diego Fernández de Cevallos contra un diputado priísta— la mayoría del PRI y el PARM en el Congreso: las medidas adoptadas por el presidente Díaz Ordaz fueron del tamaño y la magnitud de la gravedad de los aconte-cimientos.

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II

Pero los diarios fueron, a la postre, sacudidos por el 68 estudiantil. Inclusive, el mismo 2 de octubre hubo escenas de conflicto al interior de los medios. Ha con-tado el periodista Miguel Reyes Razo, reportero de El Heraldo de México el día del tlatelolcazo, que el dueño del diario Oscar Alarcón Velásquez llegó a la redacción gritando “que los maten a todos”, refiriéndose a los estudiantes. Y ahí dio la orden de que nada saliera de los muertos en la edición del 3 de octubre. Sin embargo, el jefe de información, Mario A. Santoscoy, logró convencerlo para que el diario sacara una tibia nota con referencia ligera a la refriega y a los muertos.

La apertura democrática estimulada por Echeverría llevó al conflicto con Ex-celsior en julio de 1976 y al manotazo presidencial para echar de la dirección a Julio Scherer García y a decenas de reporteros y colaboradores. La diáspora periodística tuvo dos efectos: generó la fundación de nuevos diarios y revistas ya con el enfo-que de la crítica al poder y al sistema priísta y la apertura de espacios a los grupos disidentes y populares y la experimentación de nuevos géneros de expresión perio-dística, sobre todo la crónica, el reportaje y la noticia de denuncia.

El camino fue largo y pasó por la crítica. En su crónica “Radiografía de una dé-cada: 1953-1963”, incluido en su libro Tiempo mexicano, el escritor Carlos Fuentes se refirió al papel desmovilizador de la prensa escrita. “Los cortesanos supremos del régimen se llaman periodistas”, dijo con severidad. “La prensa, desde luego, no ofrece voz a los campesinos, a los obreros, a los estudiantes, a los intelectuales: se limita a amplificar las posiciones de la alta burguesía, del gobierno de los Estados Unidos y del gobierno mexicano cuando éste coincide con aquéllos”. “Principal arma pública de la derecha y carga onerosa para el Estado que en gran medida los subsidia, los periódicos de México han consagrado la injuria con exclusión del de-bate, la deformación en demérito de la objetividad —entendiendo por objetividad, en pureza imposible, pluralidad de puntos de vista razonados, diálogos, convicción, debate informado— y la calumnia contra la verdad”.

Agregó:“Durante diez años, la gran prensa ha sido uno de los factores principales de la

muerte cívica de México”. “Ha engañado”. “Pero detrás de los encabezados rutilan-tes que día con día emblasonan la ruta ascendente de México y detrás de las apa-riencias clásicas y estables del régimen y detrás de todo el mundo del silencio —en boca cerrada no entran moscas— de líderes y diputados y senadores, una realidad tenaz hace mofa de la fachada tan cuidadosamente construida”.

El debate sobre el periodismo objetivo como práctica de ocultamiento de la realidad había comenzado. Antes de la caída del Muro de Berlín, el poeta y ensayista Octavio Paz logró resumir en una imagen la conformación piramidal de la república y caracterizar la estructura de funcionamiento de México: el Estado mexicano era un “ogro filantrópico”, es decir, la autoridad máxima que subordinaba —mezclando la mano dura con la mano blanda— a grupos, clases e instituciones.

Más racional, Revueltas escribió en 1975, en su prólogo a una nueva edición de México: una democracia bárbara, una explicación más a fondo de su caracterización

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del Estado mexicano como un “Estado ideológico total y totalizador”. “El secreto de esta dominación total no se encuentra en otra parte que en la total manipulación, por el Estado, del total de las relaciones sociales”. “En suma, este es el mecanismo con el que funciona la democracia bárbara en México: la democracia ideal, pura-mente invocativa, como el traje de etiqueta con que se viste al chimpancé para su grotesca actuación en el circo de la política mexicana”.

En junio de 1969, el historiador Daniel Cosío Villegas le entró al tema del debate sobre la prensa escrita a propósito del discurso del escritor Martín Luis Guzmán en la celebración del “Día de la Libertad de Prensa”, consagrado por los editores para “agradecerle” al presidente de la república la gracia de publicar. El esquema exhibía la estructuración filantrópica del Ogro estatal: los medios formaban parte de la conformación cuasimonárquica de las institucio-nes republicanas.

“Lo importante”, escribió Cosío Villegas en Excelsior, “es reconocer que no hay termómetro mejor para calibrar la salud de una sociedad democrática que la relación que guardan el gobierno y la prensa”. Para Cosío Villegas, la libertad de prensa estaba relacionada con otras libertades cívicas y políticas: parlamento libre, radio y TV no como esclavos oficiales, absolutismo presidencial. Al final, el Estado se convirtió en un corsé que limitó la movilidad libre de la prensa escrita.

Así, el periodismo objetivo, al margen del conflicto social, que caracterizó las políticas informativas y editoriales de los medios escritos —y luego de los elec-trónicos— se mantuvo como parte de la conformación autoritaria del Estado y del gobierno mexicanos. Cuando la imagen de solidez de ese Estado se colapsó en 1968, los medios fueron muy sensibles a los gritos de “¡prensa vendida!” que animaban a las manifestaciones estudiantiles rumbo al Zócalo y cuando pasaban por los edificios de Excelsior y El Universal en Reforma y Bucareli.

Los espacios que abrió el discurso político de crítica al sistema que enar-boló el presidente Echeverría como mecanismo de legitimación política —fue el secretario de Gobernación del diazordacismo del 68— fueron ocupados por los medios, pero hasta que chocaron con los intereses del poder. El golpe oficial contra Excelsior para detener su línea crítica reveló las limitaciones de los espa-cios de la libertad de prensa. Pero ese manotazo autoritario permitió la creación de nuevos medios.

En esos nuevos medios hubo un avance en los estilos de redacción. Se abando-nó el periodismo objetivo y declarativo y las páginas de la prensa se abrieron a las denuncias y demandas populares y sociales. Frente al daño político provocado por el 68 y por el golpe a Excelsior, la autoridad tuvo que montarse en el discurso de la libertad de prensa. Luego de la experiencia echeverrista y del surgimiento de la guerrilla en un sistema acotado y cerrado, el presidente López Portillo realizó una reforma política para legalizar al Partido Comunista Mexicano y para amnistiar a presos políticos.

Y de modo natural, el tema de la prensa se introdujo del brazo del “derecho a la información”, una oferta para abrir la información oficial a las demandas de la sociedad. El debate fue duro y sólo pudo agregarse ese nuevo derecho a la Cons-titución, pero sin reglamentarlo. Hacia el final de su sexenio, López Portillo llevó

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12al país a una severa crisis económica que tuvo en la prensa a uno de sus factores esenciales. Y ya sin los mecanismos autoritarios, el “castigo” de López Portillo a los medios —Proceso en particular, pero también a Crítica Política y otros medios crí-ticos— fue el retiro de la publicidad oficial, como si el presupuesto fuera propiedad del titular del ejecutivo y no un recurso del Estado.

Al calor de la reforma política de López Portillo, los medios se abrieron a nue-vos géneros: la percepción crítica de la prensa hacia el sistema priísta comenzó a difundirse con la proliferación del género de la crónica por sus libertades creativas. Y como en el nuevo periodismo estadunidense, los escritores fueron los pioneros. Casi en el mismo escenario, varios medios se abrieron a dos géneros olvidados pero de alto contenido de opinión editorial reflexiva y crítica: la columna política y el reportaje.

La columna era un género típicamente priísta cuyo máximo exponente fue Carlos Denegri, un periodista articulado al engranaje priísta. Ha contado Fran-cisco Galindo Ochoa, jefe de prensa de Díaz Ordaz y López Portillo y priísta tradicionalista, que él, en su calidad de secretario de Información y Propaganda del CEN del PRI a mediados de los sesenta, redactaba la columna “Desayuno Político” de Denegri. Y usaba el espacio para enviar línea política y mensajes del poder. La columna fue reivindicada por Manuel Buendía, cuya “Red Privada” llegó a convertirse, cuando se publicaba en El Universal y Excelsior, en un espacio de autonomía crítica que llegaba a contradecir el mundo idílico de la primera plana de esos medios.

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13El reportaje era poco utilizado por la prensa escrita. Un poco por la ausencia

de periodistas experimentados que pudieran manejar el género periodístico por ex-celencia y otro poco porque implicaba la revelación de la realidad que los medios ocultaban en complicidad con el poder político. Hacia mediados de los setenta, el reportaje comenzó a abrirse espacio en la prensa escrita pero tuvo su mejor época hasta los ochenta y los noventa. La crónica fue el género más fácil de utilizar porque exigía nada más un manejo más profesional del lenguaje, libertas para el uso de las estructuras narrativas y una visión crítica de la realidad. La crónica, que hasta ese momento se utilizaba sólo como notas descriptivas del color de los actos públicos, asumió así el carácter de difusión crítica —y en ocasiones burlona— de la realidad.

Frente a la liberalización política de algunos espacios y a la presión de la socie-dad para salirse de los estrechos márgenes de movilidad que le concedía el Estado como el “Ogro Filantrópico”, la prensa se encontró con canales de libertad que comenzó a usar. Los medios escritos que no quisieron o no pudieron romper las estrecheces del periodismo objetivo o declarativo, a la postre resultaron rebasados por la velocidad de los medios electrónicos para difundir la información.

Paulatinamente y casi sin racionalizarlo, la prensa escrita se posicionó de un es-pacio importante de la lucha política. Paralelamente, los márgenes de represión del Estado fueron menores por la apertura al exterior y la observación internacional y por el papel crítico de importantes intelectuales con presencia foránea. Asimismo, contribuyó el hecho de que llegó al poder una generación de tecnócratas que des-conocía las formas de cooptación del Ogro Filantrópico estatal.

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El Porfirio Muñoz Ledo que en estos días ataca al ejército por su papel en la lucha contra los cárteles de la droga y que se opone a “iniciativas militaroides” como la ley de seguridad nacional, es el mismo político

priísta-cardenista-salinista-perredista-parmista-panista-foxista-lopezobrado-rista-petista —más lo que se acumule esta semana— que en 1968 fue uno de los que apoyó, avaló, legitimó las acciones de represión del presidente Díaz Ordaz contra estudiantes.

En 1969, como una de las estrellas nacientes en el horizonte del PRI y jilguero político de Díaz Ordaz y Luis Echeverría, Muñoz Ledo dijo que la represión en Tlatelolco fue un acto de “madurez revolucionaria” del Estado y una decisión po-lítica para imponer la “supremacía del poder político”. Desde dos tribunas, Muñoz Ledo exaltó hasta las lágrimas a Díaz Ordaz por su informe de 1969 en el que asumió la responsabilidad de las decisiones de poder de 1968.

De ahí que Muñoz Ledo aparezca hoy como cómplice moral de la represión y político carente de autoridad moral y política para hablar de la ley de seguridad nacional y su nombre debería estar en los expedientes de investigación de cualquier comisión de la verdad sobre el tlatelolcazo de 1968 y el halconazo de 1971. Los textos de los dos discursos de elogio impúdico, desmedido e infame a Díaz Ordaz están en www.indicadorpolitico.com.mx/docs/index5.php. Y de ahí entresacamos algunos párrafos del Muñoz Ledo que hoy se quiere lavar el rostro de la compli-cidad represiva con su rechazo a la ley de seguridad nacional:

“Hace nueve años, en esta misma tribuna (el Monumento a la Revolución), el ciudadano Gustavo Díaz Ordaz afirmó que a su generación correspondía buscar la concordia entre quienes pudieran hallarse todavía separados por el recuerdo de la lucha, con el fin de conjugar todos los esfuerzos en torno a las grandes metas nacionales."

…“Hemos vivido una de las coyunturas más cargadas de sentido dentro de nues-

tra historia contemporánea (el 68): momento que separaba y que ha vinculado finalmente tres decenios de desarrollo con los tres que le faltan a la revolución para cumplir su obra durante este siglo.

“Al cabo de un prolongado periodo de crecimiento, fuerzas e intereses ajenos a la voluntad del pueblo pretendieron divorciarlo de las instituciones de la Re-pública y los más antiguos trasfondos reaccionarios vinieron a condensarse en la idea de que el deber más imperioso para los mexicanos es disminuir la autoridad del Estado e inventar un nuevo régimen constitucional.

Discursos de Porfirio Muñoz Ledo apoyando a Díaz Ordaz

Carlos Ramírez

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“Hoy, en pocos países como el nuestro, los jóvenes encuentran mejores posibi-lidades de identificación y de servicio dentro de la sociedad civil. En muy pocos podría escucharse verazmente la promesa que formuló aquí, hace casi dos lustros, el actual jefe de nuestra nación cuando afirmó que a sus contemporáneos corres-pondía ser el macizo puente por el que habrían de pasar las nuevas generaciones para hacerse cargo de sus responsabilidades con la patria.

…“En todo el mundo existe la convicción de que los últimos movimientos de

rebeldía y de protesta han dejado como secuela inmediata el aumento de poder de los enemigos del cambio social. Con la más estricta objetividad podemos afirmar que los conflictos sociales que tuvieron lugar en México y que llegaron a poner en peligro la paz pública no dejaron como saldo el más mínimo incremento de poder o de influencia en favor de quienes se oponen a la transformación acele-rada y a la autonomía del país.

“El Jefe del Estado mexicano ha puesto en este informe (el V) especial acento a los actos de su administración que atestiguan la posición soberana de México frente al exterior y que propician vías de desarrollo económico cada vez más independientes…

“Díaz Ordaz dijo, reiteradamente, que ninguna presión obligaría al gobierno a “mediatizar la soberanía de la nación” y, podernos añadir con justicia, que no permitió tampoco que se deteriorara la autoridad que el Estado ejerce sobre los intereses particulares que componen la comunidad mexicana. Con esta intención ha dicho que “ningún grupo, ningún sector, ninguna clase tiene el derecho de imponerse a los demás. La voluntad mayoritaria del pueblo mexi-cano es la que decide”. En ejercicio de ese mandato, el Poder Ejecutivo tomó sus decisiones y la responsabilidad que asume, es —al mismo tiempo— la re-afirmación de la soberanía externa del Estado y de la supremacía del poder público en el interior del país.

…“Como miembro de este partido (el PRI) y como mexicano que confía ho-

nestamente en el destino de la nueva generación, nada me ha conmovido más hondamente en el texto del V Informe que el valor moral y la lucidez histórica con que el Presidente de México reitera su confianza en la “limpieza de ánimo y en la pasión de justicia de los jóvenes mexicanos”.

“Nuestra Revolución Nacional es obra de sucesivas generaciones (…). Por eso nos dolemos ante la expectativa de que nuestros jóvenes naufraguen en la desilu-sión o frustren sus empeños por no poder o no querer descifrar las estructuras de la civilización que están llamados a transformar.

“Nunca como ahora la educación ha sido una dimensión de la política. El porvenir que ambicionamos depende en gran medida de las fórmulas que en-contramos conjuntamente, las dos generaciones, para preservar la continuidad esencial de nuestra historia y para afirmar un México nuevo fundados en la realidad y en la imaginación creadora. Esta es, la última lección que recojo de un informe ejemplar.”

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68: Barros Sierra no, Revueltas sí

Carlos Ramírez

Con una juagada habilidosa, la bancada del PRI en el Senado encontró la forma de reivindicar su historia en la represión de 1968: otorgarle la me-dalla Belisario Domínguez al priísta Javier Barros Sierra como rector en el

movimiento estudiantil del 68.Sin restarle méritos propios, Barrios Sierra quedó atrapado entre su militancia

priísta como secretario de Obras Públicas del gobierno de López Mateos y su condi-ción de precandidato presidencial priísta en 1963. La defensa de Barrios Sierra a la ola represiva del gobierno de Díaz Ordaz no exime su corresponsabilidad en el aná-lisis de fondo del conflicto del 68: la protesta estudiantil contra la represión priísta.

La verdadera figura simbólica del 68 mexicano fue José Revueltas, uno de los hombres más puros, el escritor que definió la literatura de la posrevolución y sin duda el pensador marxista más brillante. Revueltas fue arrestado por la policía en noviem-bre de 1968, encarcelado como preso político en Lecumberri, agredido por hordas pagadas por el gobierno priísta y sentenciado a casi 20 años de prisión por su crítica al poder presidencial y su promoción —dijo el MP— de la “autosugestión univer-sitaria”, cuando el tema era autogestión. Revueltas le dio contenido al movimiento: no una protesta juvenil sino un “movimiento de desenajenación” priísta.

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Revueltas encarnó el papel de la víctima del poder político priísta represor. Su alegato de defensa fue una de las críticas más duras, brillantes y de filosofía del derecho que alguien hubiera podido hacer contra la estructura jurídica del estado priísta. Revueltas fue condenado por el juez Eduardo Ferrer McGre-gor, quien sin duda representó al poder judicial orgánico del sistema priísta. Revueltas acusó al sistema judicial de fabricar pruebas, de defender al Estado priísta y de reprimir la disidencia.

En su ensayo México: una democracia bárbara, publicado en 1958, Revuel-tas analizó el proceso de sucesión presidencial priísta de ese año con Adolfo López Mateos como el candidato-símbolo de la represión e hizo uno de los análisis críticos más lúcidos de la estructura de poder del PRI. En el equipo de campaña de López Mateos aparecía Javier Barros Sierra como funcionario priísta. Por cierto, Barros Sierra fue después compañero de gabinete de Díaz Ordaz.

De acuerdo con Revueltas, López Mateos representaba la represión priísta como método: como secretario del Trabajo en el periodo 1952-1958 fue el encar-gado de aplastar a los grandes movimientos obreros de los maestros, los campe-sinos, los ferrocarrileros y los estudiantes. Por tanto, fue lógica la sucesión a favor de Díaz Ordaz, su secretario de Gobernación encargado de la represión. Barros Sierra fue secretario de Obras de los gobiernos de Ruiz Cortines y López Mateos, los años más duros de la represión de Estado.

En el prólogo de su ensayo, publicado en 1975, Revueltas hizo una de las aportaciones más lúcidas, brillantes y profundas del marxismo sobre la teoría del Estado mexicano: “el Estado mexicano es un Estado total y totalizador” pero no totalitario y la clave de su poder residía en “la total manipulación del total de las relaciones sociales”. La represión era asumida como la decisión final después de fallar el control estructural y corporativo a través de del PRI como el partido del Estado.

Por tanto, el símbolo de la lucha contra la represión en el 68 no fue Barros Sierra sino Revueltas. Al contrario, la estrategia de Barros Sierra fue la desactivar el potencial político del movimiento para encauzar una solución del conflicto pero funcional a los intereses del sistema político priísta. Como señaló el politólogo Salvador Hernández en su libro clásico que debiera reeditarse El PRI y el movi-miento estudiantil de 1968 (1971, El Caballito), la protesta juvenil fue directamente contra el sistema político priísta.

En su alegato de septiembre de 1970, Revueltas acusó a la estructura del sis-tema político priísta de la represión. Se refirió a la afirmación del presidente Díaz Ordaz en su cuatro informe de septiembre de 1968 —en pleno conflicto estu-diantil— que en México “no existían presos políticos”, cuando las cárceles estaban llenas de disidentes por sus ideas políticas. Y Revueltas acusó a los miembros de los poderes legislativo y judicial de cómplices: “no hubo un solo diputado, un solo senador, un solo magistrado (de la Corte Suprema) que elevara su voz de protesta contra aquel delito del Estado que se perpetraba delante de ellos, delante de sus propias y respetabilísimas narices”.

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De ahí que la medalla Belisario Domínguez al priísta Barros Sierra deba a ser considerada como un acto tibio y tramposo de contrición del PRI sobre el 68. La figura emblemática del 68 —por su inteligencia, participación y lucidez— fue Re-vueltas. Inclusive, Revueltas fue uno de los críticos más demoledores de las incon-sistencias teóricas y prácticas y el aventurerismo del Partido Comunista Mexicano. En la bancada perredista del Senado están algunos miembros de la lucha del 68 que fueron encarcelados por el gobierno priísta. Y ahora aceptan la medalla para Barros Sierra como si la verdadera izquierda de lucha no hubiera existido en el 68.

La defensa de la dignidad de la UNAM no la dieron las autoridades universita-rias —que venían del poder priísta y que después regresaron al poder priísta— sino los estudiantes en lucha que enfrentaron la represión y fueron a la cárcel como presos políticos.

Por ello es que la medalla a Barros Sierra busca la autoexoneración del PRI en el 68, con la complicidad de ex comunistas del PRD.

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