la libertad imposible. apuntes sobre cuestiones de género

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La libertad imposible. Apuntes sobre cuestiones de Género.

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Page 1: La libertad imposible. Apuntes sobre cuestiones de género

La libertad imposible. Apuntes sobre cuestiones de Género.

Cultura y Sociedad. Una mirada sobre el género.

UNNOBA

Profesora: Laura Graciela Rodríguez

Alumno: Paulo César Bársena

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Presentación.

No se puede hablar de temas relacionados con problemáticas de género sin atender la

precisión con la que se han construido teorías y prácticas que han sostenido la estructura

de dominación masculina a través del tiempo. Procesos que atendieron, paralelamente,

la construcción histórica de la diferenciación sexual y la alteridad de lo racial como

edificación de hegemonía. Si el determinismo biológico mantuvo en el centro de la

escena al hombre blanco occidental, cuyo accionar marcaba el ritmo del progreso

humano afianzando un eurocentrismo rutilante; a su interior, y en los márgenes, se

encuentran las mujeres occidentales desprovistas de derechos civiles y políticos hasta

bien entrado el siglo XX; y en su periferia, el conjunto de razas o grupos humanos

fenotípicamente diferenciables del modelo ubicado en el centro. Por todo ello, la cultura

se diferenciaba de lo biológico, en tanto que la primera era patrimonio exclusivo del

hombre blanco y lo segundo delimita instancias consideradas como innatas y causa,

como señala Claudia Briones (1998: 26), “eficiente de la (in)capacidad cultural de

ciertos contingentes humanos para integrarse en el seno de naciones imaginadas como

arenas regidas por una igualdad de oportunidades “redentora” de las diferencias

(culturales) de otros contingentes”. Si la cultura pertenece a la civilización, lo que

pulula a sus afueras representa lo no deseado, una otredad estigmatizada que violentaba

las estructuras de valores propios. La antropometría marco el itinerario de las ciencias a

finales del siglo XIX y gozo de gran prestigio en las nacientes ciencias humanas (Gould

2005: 131). Desde su aparatología se fundamentaba con “rigor científico” la inferioridad

de las mujeres, en tanto que su cerebro era más pequeño, y por lo tanto más próximo al

de los primates que al de los varones. La misma suerte corrió la raza negra y los

contingentes humanos ubicados en los márgenes de las grandes urbes ya que su fenotipo

coincidía con el de delincuente.

La teoría biologicista sobre el progreso humano provoco la emergencia de una nueva

concepción de cultura en tanto que ésta se entendía como oposición a la biología (Kuper

2001: 30). La escuela boasiana sostenía en lo fundamental que era la cultura la que nos

hacía como somos, no la biología (Ibíd.: 32). Quedaban desacreditadas, de esta manera,

todos los intentos de encumbrar teorías que reposaban sobre la diferenciación racial o de

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género1. Sin embargo, cuánto más pesa el concepto de cultura como cualidad innata e

instancia diferenciadora entre razas y sexos en el uso popular que en los claustros

académicos. Esta “tozuda confusión - como anota Kuper (2001:32)- persiste”

garantizando la impermeabilidad y fortaleza de las estructuras de dominación, y

aquellos intentos de apertura, o como indica Nancy Fraser (2000: 142-143) de

“soluciones afirmativas”2, no son mas que gestos superficiales que no dañan, siquiera, la

dura malla que ajusta todas las relaciones de poder.

1 Al respecto es esclarecedor, a pesar de ciertas negligencias teóricas a su interior, el texto de Margeret Mead [1950] (1994) “La tipificación del temperamento sexual” en el cual analiza las tribus de los Arapesh y los Mundugumor y sostiene, “Estamos obligados a deducir que la naturaleza humana es maleable de una manera casi increíble, y responde con exactitud y de forma igualmente contrastante a condiciones culturales distintas y opuestas. Las diferencias que existen entre los miembros de diferentes culturas, así como las que se dan entre individuos de una misma cultura, pueden apoyarse casi enteramente en las diferencias de condicionamientos, especialmente durante la primera infancia, y la forma de ese condicionamiento se halla determinada culturalmente. Las diferencias tipificadas de la personalidad, que se dan entre los sexos, son de este orden, consisten en creaciones culturales, educándose a los hombres y mujeres de cada generación para adaptarse a ellas. Persiste, sin embargo, el problema del origen de estas diferencias, socialmente estandarizadas”. En “Sexo y temperamento”. Buenos Aires. Altaya. Similar es la conclusión a la que llega David D. Gilmore (1994) luego de estudiar el caso de los Tahití y los Semai en el capitulo IX de su obra “Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad”, subrayando, “Lo que si se puede ver es que en estas dos culturas (y en otras como ellas) hay muy poca o ninguna presión social para `actuar como un hombre` y que los varones no sienten ninguna necesidad `innata` de actuar virilmente. Esto respalda firmemente la noción feminista de que las normas respecto a los sexos son más adquiridas que innatas”. 2 La autora distingue entre “soluciones afirmativas” y “soluciones transformadoras” para abordar el dilema de redistribución-reconocimiento hacia comunidades señaladas como “bivalentes” debido a que sufren, de manera yuxtapuesta, injusticias de orden redistributivo y de reconocimiento (raza, género, sexualidades despreciadas). Las “soluciones afirmativas” se afanan en corregir los efectos de injusticia del orden social sin alterar el sistema que los genera (Estado del bienestar-multiculturalismo); por el contrario, las “soluciones transformadoras” remiten a una instancia superadora de las injusticias reestructurando profundamente el sistema que las genera (Socialismo-deconstrucción). En Nancy Fraser (2000) “¿De la distribución al reconocimiento? Dilemas de la justicia en la era postsocialista”. New Left Review. Madrid, Akal. P. 143.

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Introducción.

Atendiendo los argumentos que Pierre Bourdieu sostiene en el capitulo 3 de su obra “La

dominación masculina”, una historia de las mujeres que no de cuenta de las constantes y

permanencias de las estructuras que sostienen y reproducen como un hecho natural

inmutable los patrones de la dominación masculina, no cumpliría con la tarea de

“reconstruir la historia del trabajo histórico de deshistorización”. Se trata, en definitiva,

de derribar los presupuestos que dotaron a una construcción histórica de un

esencialismo natural. Presentar a las mujeres como sujetos dignos de la historia3

significa, de esta manera, hacer visible toda una serie de discursos y prácticas que

reposaban sobre presupuestos que confinaban a las mujeres a la contracara del escenario

donde el hombre desarrollaba su pulsión vital; seria, pues, el ámbito doméstico y la

maternidad virtuosa el anticlímax de la vida pública dominada por los varones, únicos

detentadores del universalismo individual. El texto que se desarrolla a continuación

pretende observar y analizar algunos tópicos que circularon en el debate de las distintas

tendencias que tuvo el feminismo argentino a principios del siglo XX. Constantes como

la reclusión en el hogar, la maternidad, el trabajo asalariado femenino, la educación de

las mujeres y la lucha por el ingreso pleno a la ciudadanía circularon y avivaron

tensiones dentro de un feminismo que no se presentaba homogéneo sino, y muy por el

contrario, tan heterogéneo como compleja y conflictiva su composición.

3 Gil Lozano, Pita e Ini (2000) sostienen la necesidad de cuestionar los supuestos que colocaron a las mujeres en una posición marginal en el relato historiográfico que las rescataba del olvido sólo cuando formaban parte de un elenco de “reinas, santas, heroínas y malvadas” que no hacía más que condenar al olvido al resto del colectivo mujeres. Por todo lo cual las mujeres formaban parte de un “tiempo ahistórico marcado por los ritmos biológicos más allá de la cultura y de la esfera de las acciones humanas”. A partir de allí se hace imprescindible una revisión atenta del relato historiográfico canónico para focalizar el análisis en la construcción histórica de las estructuras garantes de la opresión de género. Es a partir del rechazo del modelo androcentrico donde tendría lugar la renovación del corpus teórico de la disciplina histórica. En la “Introducción” de su Historia de las mujeres en la Argentina. Colonia y siglo XIX. Buenos Aires, Taurus. Por su parte, Débora D`Antonio (2000: 248-249), utiliza el concepto invisibilidad para explicar la ausencia femenina en relatos masculinizados sobre movilizaciones obreras. El trabajo de hacer visibles procesos históricos que involucraron a mujeres necesariamente echaría luz a prácticas y discursos reproductores de la desigualdad de género que operan en una dimensión de sentido común. En su trabajo “Representación de género en la huelga de la construcción. Buenos Aires, 1935-1936”, en Gil Lozano, Fernanda; Pita, Valeria e Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la Argentina. Siglo XX. Buenos Aires, Taurus, pp. 245-265.

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Hogar, maternidad y política.

La Revolución Francesa como proceso de convulsión política y social introdujo la

posibilidad de obliterar los patrones de dominio ejercidos por los hombres sobre las

mujeres. Para ese ligero sentimiento de liberación femenina el Código Civil Francés de

1804 represento un duro muro de contención, un dique casi infranqueable a lo largo de

los dos siglos que lo sucedieron (Sineau 2000: 509-511). El llamado Código

Napoleónico de 1804 se expandió rápidamente por toda Europa gozando de un amplio

consenso. Su impacto sobre el sexo femenino en términos de desigualdad y

sometimiento fue demoledor y la fuerza de ese impulso se hizo sentir en el Río de la

Plata. El Código Civil argentino de 1869 elaborado por un grupo de juristas con

Dalmacio Vélez Sarsfield a la cabeza acentuó la desigualdad femenina presente en aquel

código del cual era tributario (Barrancos 2000: 112). La idea de individuo universal fue

equiparada a la de marido-ciudadano colocando a la mujer casada en un estado de

minoridad respecto de su cónyuge4. A partir de allí el hogar se transformo en el ámbito

natural de la mujer. Representaba, de alguna manera, un anticlímax del espacio público

dominado por los hombres. Al estar dotado el marido-ciudadano de una coraza de

derechos que lo erigían abrumadoramente sobre la anemia jurídica de las casadas, las

situaciones de maltrato y abuso fueron moneda corriente. Claramente el confinamiento

de la mujer al reducto domestico –donde la norma se asimilaba con el “habitus”-reducía

su experiencia vital a los límites del hogar-cárcel5. La supuesta impericia de la mujer 4Las mujeres no podían ser sujetos de contratos, decidir sobre los trabajos y las profesiones, administrar los bienes propios y disponer de ellos sin la licencia del marido convertido en administrador legítimo de todos los bienes del matrimonio. A pesar de ello, el inciso 2 del artículo 1277, posibilitaba que la casada disponga de la administración de algún bien raíz suyo, anterior a aquel o adquirido posteriormente. Barrancos advierte sobre los límites que en la práctica podía encontrar aquella norma jurídica. Barrancos, Dora (2000) “Inferioridad jurídica y encierro doméstico”, p. 113, en Gil Lozano, Fernanda; Pita, Valeria e Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la Argentina. Colonia y siglo XIX. Buenos Aires, Taurus. 5 Una experiencia dramática la ofrece el caso del doctor Carlos Durand y su esposa Amalia Pelliza Pueyrredón descrito por Dora Barrancos “Es en todo caso de lo recalcitrante o más agudo de donde

5

“Históricamente, la diferencia sexual, considerada como un hecho natural, a servido para

legitimar la exclusión de las mujeres, primero de la ciudadanía y después de la participación

política activa. Ha sido la base sobre la que se a sustentado la división sexual del trabajo que,

al menos en el ámbito de lo ideal e imaginario, asocia a los hombres con lo político y a las

mujeres con lo domestico y lo social. En otras palabras, para las mujeres, la diferencia de su

sexo ha sido la razón por la que no han disfrutado de los derechos universales del hombre”.

Joan Scott “La querelle de las mujeres a finales del siglo XX”

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fuera del ámbito doméstico, era avalada por una batería de conceptos biologicistas

destinados a ratificar la perseverancia de la dominación masculina en donde la

naturaleza “ordeno” los patrones de diferenciación entre los sexos6. El contexto

discursivo y práctico en el cual se resalta al hogar como dominio de lo femenino se

entroncaba con la elevación del ideal de la maternidad en detrimento del nuevo

fenómeno que causo fuerte impacto en la sociedad argentina del entresiglo, el trabajo

asalariado femenino (Lobato 2000: 99-105).

El trabajo asalariado se convirtió en el epicentro de la cuestión feminista a principios del

siglo XX. Los trabajos se estructuraban de acuerdo a una división sexual-social de

tareas. El trabajo al interior de las unidades domésticas “quedo invisibilizado entre la

naturaleza y el amor de las mujeres”. El trabajo urbano a domicilio, por el contrario, se

mantuvo ya que presentaba la posibilidad de compatibilizar trabajo doméstico y trabajo

asalariado (Nari 2000: 201). Muchos observadores de la época no dudaron en relacionar

el auge del trabajo femenino con la modernidad de una Buenos Aires dinámica y

compleja. Los cambios en la oferta y la demanda y la estandarización de la producción

hacían de las mujeres atractivos trabajadores en tanto que su salario era notablemente

inferior al de los obreros varones. El beneficio empresarial por la baja de costos se

conjugaba con una actividad que presentaba a las mujeres como altamente productivas.

Esta realidad no demoro críticas al interior del mundo obrero masculino, que vio en la

mujer asalariada una competencia peligrosa. Además, el salario femenino era aún más

bajo si las obreras empleadas eran menores y los industriales no dudaron en encarar ese

atractivo beneficio (Rocchi 2000:228-230)7.

Notablemente, el surgimiento de una nueva imagen de madre virtuosa era incompatible

con el trabajo en fábricas o talleres. La dicotomía entre virtuosismo maternal y mujer

obrera fue ampliamente debatida en publicaciones de la época. Los discursos

enfatizaban en la potencialidad degenerativa de mujeres que descuidaban su hogar para

emergen los repertorios comparativos capaces de aumentar la competencia analítica”. Op. Cit. pp. 115. 6 Como señala Stephen Jay Gould (2005: 131-132) en su texto “El cerebro de las mujeres”, la antropometría o medicina del cuerpo humano dominó las ciencias humanas y gozo de respeto durante buena parte del siglo XIX, uno de sus mayores referentes fue Paul Broca quien guiado por estudios basados en la craneometría argumentaba que las mujeres poseían cerebros más pequeños que los de los hombres, ergo, “no podían ser sus iguales en cuanto a la inteligencia”. En “El pulgar del panda. Reflexiones sobre historia natural”. Barcelona. Crítica. Pp.132-136. 7 En un informe elaborado en 1907 por la Unión Industrial para el Ministerio de Agricultura, el salario de los obreros casi duplicaba al de las obreras en las fábricas de sombreros y alpargatas, mientras que en los rubros caramelos, chocolates y galletitas lo triplicaba. Rocchi, Fernando (2000) “Concentración de capital, concentración de mujeres. Industria y trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930”, p. 228, en Gil Lozano, Fernanda; Pita, Valeria e Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la Argentina. Colonia y siglo XIX. Buenos Aires, Taurus.

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ofrecer su fuerza de trabajo en un ámbito que, no pocas veces, era confundido con la

marginalidad del vicio y la prostitución (Nari 2000: 200-201; Lobato 2000: 99-100).

Hogar y maternidad estaban unidos por el nudo común de la educación. A su vez la

educación se anclaba al conflictivo tema del trabajo femenino. La educación racional,

para las feministas, cumpliría la difícil misión de barrer los prejuicios y asestar un golpe

mortal a la diferenciación sexual. Los feminismos de principios de siglo no edificaron

una idea de educación para la maternidad unívoca. Claramente la erupción de dos

concepciones de maternidad contrapuestos dominaron el debate. La educación debía

fomentar en las mujeres un espíritu maternal encolumnado como garantía del orden;

mientras que desde posiciones más radicales, la maternidad debía convertirse en motor

de la revolución. En el primero la función capital de la maternidad se relacionaba con la

grandeza de la patria, en tanto las abnegadas madres desde el hogar debían gestar y

formar los ciudadanos de una nueva nación-potencia. En el segundo se hacía evidente la

necesidad de reivindicar la maternidad como una forma de posicionarse políticamente

ante el mundo, si bien se reconocía también la construcción de los hombres del mañana

desde el hogar, se cambiaba el ángulo ideológico, serían los hijos aquellos hombres del

futuro destinados a realizar las utopías del presente (Nari 2000: 199-207). A pesar de las

diferencias descriptas, cada feminismo no dudaba en reconocer a la maternidad como

símbolo de lo femenino y debía ser recompensada por el Estado y la comunidad (Nari

2000: 209). Inclusive, la ausencia de aquella recompensa marco el ritmo de las agendas

políticas feministas en las primeras décadas del siglo XX.

A partir de los recortes de los derechos civiles y políticos la ciudadanía quedo vedada a

las mujeres. Recluidas en el hogar y modeladas a partir de una idea de maternidad

“prudente y esclarecida”, muchas mujeres comenzaron a buscar explicaciones a sus

desventajas frente al otro sexo. Ante la visibilidad grosera de la opresión de género se

fueron creando lazos de solidaridad que estimularon la organización de algunas mujeres,

de manera independiente o dentro de otras estructuras (Nari 2000: 202).

Los feminismos argentinos de principios de siglo se diferenciaron, en lo fundamental,

en la forma en que interpelaban al Estado. A partir de allí se activaron una cadena de

tensiones que evidencio la complejidad en la construcción de representaciones al

interior del feminismo argentino que distaba de ser un bloque homogéneo. La principal

de ellas giró en torno a la cuestión del sufragio femenino. [Agregar cita Sineau]

El feminismo o, mejor dicho, las diferentes tendencias del feminismo que armonizaron

en torno a la creación del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina en el

7

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año 1900, estuvo ligada al influjo del feminismo internacional nucleado alrededor de los

dos Primeros Congresos del Consejo Internacional de Mujeres en los años 1893 y 1899

destinados a reunir a la mayor cantidad de asociaciones femeninas del orbe bajo la

estructura de una federación de Consejos Nacionales autónomos (Vasallo, 2000. p. 181-

182)8. A pesar del primer conflicto al interior del Consejo desatado en torno al rol de

las mujeres en los festejos del centenario que marcaba la complejidad de su

composición, primo en su estructura la idea de un “feminismo de la diferencia” (Vasallo

2000: 189) en donde los roles sociales de hombres y mujeres se complementaban y no

se excluían. A su vez, algunas de sus integrantes desvinculaban la prédica y el accionar

del Consejo de Mujeres con los movimientos sufragistas y “emancipistas” alrededor de

los cuales se engendraban ideas radicales juzgadas como exageradas y erróneas. Por lo

tanto el feminismo del Consejo no agredía el equilibrio de las estructuras de poder,

donde el Estado no era identificado como el garante de aquel equilibrio, por ende, el

garante de la desigualdad entre los sexos. Se trataba de un feminismo ligeramente

moderado (Vasallo 2000: 188-192). Por el contrario, las posiciones más inclinadas a

denunciar las estructuras de la desigualdad entre hombres y mujeres, reaccionaban con

indignación ante la cerrazón establecida por el sistema político argentino teniendo en

cuenta que, paulatinamente, mujeres de otras latitudes fueron accediendo al voto desde

1918 en adelante (Nari 2000: 203-204) . Dentro de estas posturas de corte netamente

reivindicativo se distinguían dos tendencias. Aquella que focalizaba su accionar en una

8 Si bien el Consejo represento unas de las primeras organizaciones feministas de peso en la Argentina, la

actividad feminista se expandió en la segunda década del siglo XX. Más precisamente es el año 1918 en

el cual hacen su aparición tres entidades feministas de renombre. La Dra. Elvira Rawson fundo la

Asociación Pro Derechos de la Mujer, en cuya finalidad se reconocía la igualdad civil entre hombres y

mujeres. La Asociación contó con objetivos y estrategias moderadas permitiéndole la adhesión de la

Asociación de Mujeres Universitarias Argentinas, que tomo como modelo la organización del Consejo

Nacional de Mujeres que también prestaría apoyo a la organización de la Dra. Rawson, y de la UCR. La

Dra. Alicia Moreau organizo la Unión feminista Nacional que contó con una publicación llamada Nuestra

Causa. De tradición socialista y sufragista, tuvo como finalidad obtener los derechos políticos para las

mujeres y la reforma del Código Civil. Debido a la intensa labor nacional e internacional desplegada por

la UFN posibilito su ingreso a la Women`s Suffrage Associetion. Por último, la Dra. Julieta Lanteri fundo

el Partido Feminista Nacional, en cuanto a sus características fue la más radical en ideas y formas de

acción. Nari, Marcela (2000) “Maternidad, política y feminismo”, en Gil Lozano, Fernanda; Pita, Valeria

e Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la Argentina. Siglo XX, p. 198.

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interpelación directa al Estado, reclamando leyes, reconocimiento y protección a las

mujeres contempladas como sujetos dignos de derecho; y otra que rechaza al Estado por

entenderlo como el epicentro de todas las opresiones (Nari 2000: 204). Esta última, sin

duda la más radical, estuvo representada por las mujeres anarquistas que rechazaban,

conjuntamente al Estado y al mismo rótulo de “feministas” por ligarlo a prácticas e

ideas reformistas, identificadas con un feminismo burgués o socialista.

La batalla por el sufragio femenino fue sostenida a pesar de los obstáculos que se le

imponían. Cuando en materia de derechos civiles la legislación, muy lentamente, daba

pasos hacia delante en la segunda década del siglo XX, los derechos políticos

evidenciaban un desfasaje notable. Tanto es así, que la puesta en debate del sufragio

femenino introdujo nuevamente la cuestión del voto calificado, una noción

notoriamente retardataria si se tiene en cuenta que en 1912 la “Ley Sáenz Peña”

estableció el voto universal masculino. Hacia 1932 se había acumulado una cadena de

demandas en torno al sufragio de las mujeres, provocando la formación de una comisión

interparlamentaria con la misión de unificar aquellas demandas. El proyecto quedo

trunco en la Comisión de presupuesto y negocios constitucionales debido a que, según

se alego, “debía estudiarse cuidadosamente el costo del empadronamiento femenino”

(Nari 2000: 212).

Sin duda la estructura de dominación no estaba preparada para asimilar una reforma que

peligrosamente podía lesionar el privilegio masculino de monopolizar la decisión

política. Alejandra Nari (2000: 216-219) no duda en subrayar los límites que los

feminismos nacionales encontraron al intento de “redefinir colectiva y sexualmente las

relaciones y prácticas maternales, el trabajo doméstico y la reproducción material y

emocional de las familias”, la relación madre-hijo –sostiene- no fue reformulada

sexualmente. Por lo tanto las mujeres no entraron al Estado en tanto madres sino en

tanto individuos. Ni la transformación del Estado moderno fue posible ni la

transformación de la sociedad “modificando radicalmente la maternidad y la política”.

Es probable que el feminismo argentino, que nunca fue hasta el advenimiento del

peronismo un movimiento de masas9, haya reposado más sobre cierto elitismo alejado

de la cotidianidad de muchas mujeres y operado políticamente con mayor identidad de

9 El peronismo fue un movimiento rechazado por la mayor parte del feminismo formado desde principios de siglo XX. Posiblemente, en el discurso faccioso erigido por aquel movimiento y su clásica visión dicotómica de la sociedad, el feminismo corrió la suerte de ser identificado con el elenco oligárquico. Además, que el voto femenino se haya logrado por el accionar de Eva Duarte, interpretada como reproductora de todas las desigualdades de género, sin duda para muchas feministas fue una victoria a medias o una lisa y llana derrota.

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clase que de género. Sin embargo, la incorporación del sufragio femenino mediante la

“Ley 13010” de 1947, sospechada como mera concesión del peronismo, posiblemente

no hubiese sido posible sin la acumulación de discursos y prácticas que, desde abajo,

fue nutriendo un feminismo tan diverso como activo.

Conclusión:

Luego de recorrer los diferentes tópicos debatidos por los feminismos argentinos de

principios de siglo XX, asalta un ligero sentimiento de escepticismo. Los logros del

feminismo si bien no magros, escuetos. Y su reivindicación mayor, el acceso a la

ciudadanía política, se dio en un contexto rechazado por la mayoría de los mismos. Si

volvemos a la práctica de una historia de las mujeres propuesta por Bourdieu

encontraremos que los textos estudiados sin duda cumplen con la difícil tarea de

reconstruir la historia del trabajo histórico de deshistorizar la estructura de dominación

masculina y, a su vez, se preocupan por no mostrar al feminismo como un conjunto

homogéneo y dotado de bienintencionadas posiciones políticas. Ayudan a comprender

en perspectiva histórica lo que señala Joan Scott (2000: 107) en su articulo “La querelle

de las mujeres a finales del siglo XX” al indicar que “el género no constituye una

comunidad” en tanto que las mujeres no revelan estar incluidas en “un conjunto de

intereses y necesidades comunes”, anota, “La reivindicación de paridad10 no remite a la

representación de un interés de las mujeres discernible; por el contrario, cabe esperar

que las mujeres expongan la misma variedad de puntos de vista políticos contrapuestos

que ahora sostienen los hombres”.

10 La reivindicación por la paridad hace referencia a la igualdad completa entre hombres y mujeres. El movimiento “Les paritaires” se coloco en el centro de la escena política durante los noventa en Francia, a partir de sus postulados tendientes a discutir el universalismo como representante únicamente del sexo masculino, el carácter sexual del poder, la necesidad de igualdad política entre hombres y mujeres a partir del reclamo de una representación del 50 % en los cuerpos legislativos y el absoluto rechazo al sistema de cuotas. Además, no niega el carácter político complejo del colectivo mujeres. Ha sido interpelado desde posiciones de izquierda y liberales. En Joan Scott (2002) “La querelle de las mujeres a finales del siglo XX”, en New Left Review, Nº 3, Julio/Agosto, Akal. Pp. 97-116.

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SCOTT, Joan (2000). “La querelle de las mujeres a finales de siglo XX”. New Left

Review. Madrid. Akal.

Índice:

Presentación……………………………………………………………………Pág. 2

Introducción……………………………………………………………………Pág. 4

Hogar, maternidad y política…………………………………………………..Pág. 5

Conclusión……………………………………………………………………..Pág. 10

Bibliografía…………………………………………………………………….Pág. 11

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