historia de un ecocidio metropolitano

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EL FINANCIERO FECHA? 5 ttM 7<> f'Z SECAON, jLf¿¿#óPó/;Ú^J PAG_ CLASIFICACIÓN NACIONAL NUM. HOJAS ! _ Historia de un Ecocidio Metropolitano Ramón Munquía Huato E l eminente científico estadounidense Cari Sagan nos dice en su libro La conexión cósmica (ediciones Orbis, Barcelona, 1985, página 212) que hace po- co más de 600 años, mientras la pesie aso- laba a Europa, la dinastía Ming acababa de descubrirse, Carlos el Prudente se sentaba en el trono francés y Gregorio XI era papa, "los aztecas estaban ahorcando a los que contaminaban el aire y el agua ". Quizás eso ayude a explicar porqué de 450 mil hectáreas arboladas en la época de los az- tecas, a partir de la conquista española, sólo quedan aproximadamente 300 hectáreas en el valle. No se trata, desde luego, de aplicar hoy día las severas, pero efectiva leyes de los aztecas sobre las cabezas de los princi- pales depredadores; en cambio, si solamen- te se aplicaran consecuentemente las leyes vigentes sobre protección ambiental habría menos daños. Catástrofe Ambiental en México Existe, pues, una real incapacidad polí- tica del Estado para frenar el proceso de ecocidio que se ha desatado en México. Se carece de la voluntad política necesaria para aplicar lodo el rigor de las leyes o, peor aún, hay demasiada complacencia de las autoridades con los principales responsa- bles inmediatos de la degradación ambien- tal, ya que no todos tenemos la misma responsabilidad sobre este grave problema. Asimismo dice Sagan que "gran parte de las catástrofes ecológicas actuales se deben al ansia de ganancias a corto plazo y a una asombrosa ceguera hacia los desas- tres a largo plazo" (página 216). Cierta- mente la catástrofe ambiental de México y de su capital es producto de un modelo económico y de un sistema político que desde los años cuarenta impulsó a toda costa una industrialización de un capitalis- mo salvaje; sin embargo, la historia del deterioro ambiental de esla metrópoli se remonta más lejos y se inicia propiamente con la llegada de las huesles depredadoras españolas. Por ejemplo, el escritor Jonat- han Kandell en su magnífico libro La capi-. tal, la historia de la ciudad de México (Javier Vergara, editor, Buenos Aires, Ar- gentina, 1990, página 195), nos habla de que "el siglo XVII fue pleno de dramatismo. Resultó ser el crisol para muchos de los dile- mas ecológicos, sociales y políticos que si- guen inquietando a la ciudad de México. El paisaje de la Colonia se estaba modificando radicalmente, en particular en el valle de México, donde la degradación del entorno natural amenazaba la existencia misma de la capital... El rápido cambio ecológico es la capa más profunda de la turbulenta historia de esta época (...); los españoles requerían mucha más madera que los aztecas y efectua- ron rápidamente la deforestación del Valle de México...". Dice Kendall que la gran can- tidad de madera se utilizaba para la cons- trucción urbana de la que a la poslre sería llamada la Ciudad de los Palacios. Tam- bién los bosques eran quemados para crear tierras de pastoreo. Mientras que los azte- cas habían trabajado mucho para controlar las inundaciones, los españoles destruían casi todo el sistema de control hidráulico, aunque décadas después se verían obliga- dos forzosamente a reconstruir y a empren- der grandes obras de drenaje. Ello se debió a las frecuentes inundaciones de la ciudad de México, causadas en gran medida por la deforestación y la erosión del valle y, sobre todo, a un desastre pluvial que ahogó a la capital durante cinco años; de 1629 a 1634 la ciudad quedó sumergida. "Todos, menos cuatrocientos de los residentes hispanos estimados en ocho mil, huyeron a comuni- dades situadas en el continente. Hasta treinta mil indios perecieron ahogados. "La deshonestidad de los burócratas ga- chupines en la ciudad de México, en el siglo XVII, era -escribe Kendall- visible y admitida por todos. Landeros de Velasco -un funcionario real enviado a la capital colonial en 1607-09 para investigar los asuntos administrativos- quedó tan cons- ternado por la corrupción que profetizó parálisis y ruina. Y cuando decir que el plan actual para desaguar el lago de Tex- coco está destinado a salvar la ciudad de México -señalaba Landeros-, yo respondo que ningún plan de desagüe en el mundo es suficiente para proteger esta ciudad, a me- nos que sea para desaguar la avaricia, la extorsión y el gobierno inmoral". Podemos afirmar que estas palabras proféticas de Landeros de Velasco son vi- gentes. Para desvanecer la barbarie ecoló- gica de la ciudad en los aires neoliberales de la modernidad salmista, es necesario también desaguar las calamidades políti- cas de un sistema de gobierno parecido en mucho al de aquel entonces.

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Page 1: Historia de un Ecocidio Metropolitano

EL FINANCIERO

F E C H A ? 5 ttM 7<> f'Z SECAON, jLf¿¿#óPó/;Ú^J PAG_

CLASIFICACIÓN NACIONAL NUM. HOJAS ! _

Historia de un Ecocidio Metropolitano

Ramón Munquía Huato

El eminente científico estadounidense Cari Sagan nos dice en su libro La conexión cósmica (ediciones Orbis,

Barcelona, 1985, página 212) que hace po­co más de 600 años, mientras la pesie aso­laba a Europa, la dinastía Ming acababa de descubrirse, Carlos el Prudente se sentaba en el trono francés y Gregorio XI era papa, "los aztecas estaban ahorcando a los que contaminaban el aire y el agua ". Quizás eso ayude a explicar porqué de 450 mil hectáreas arboladas en la época de los az­tecas, a partir de la conquista española, sólo quedan aproximadamente 300 hectáreas en el valle. No se trata, desde luego, de aplicar hoy día las severas, pero efectiva leyes de los aztecas sobre las cabezas de los princi­pales depredadores; en cambio, si solamen­te se aplicaran consecuentemente las leyes vigentes sobre protección ambiental habría menos daños.

Catástrofe Ambiental en México

Existe, pues, una real incapacidad polí­tica del Estado para frenar el proceso de ecocidio que se ha desatado en México. Se carece de la voluntad política necesaria para aplicar lodo el rigor de las leyes o, peor aún, hay demasiada complacencia de las autoridades con los principales responsa­bles inmediatos de la degradación ambien­tal, ya que no todos tenemos la misma responsabilidad sobre este grave problema.

Asimismo dice Sagan que "gran parte de las catástrofes ecológicas actuales se deben al ansia de ganancias a corto plazo y a una asombrosa ceguera hacia los desas­tres a largo plazo" (página 216). Cierta­mente la catástrofe ambiental de México y de su capital es producto de un modelo económico y de un sistema político que desde los años cuarenta impulsó a toda costa una industrialización de un capitalis­mo salvaje; sin embargo, la historia del deterioro ambiental de esla metrópoli se remonta más lejos y se inicia propiamente con la llegada de las huesles depredadoras españolas. Por ejemplo, el escritor Jonat-han Kandell en su magnífico libro La capi-. tal, la historia de la ciudad de México (Javier Vergara, editor, Buenos Aires, Ar­gentina, 1990, página 195), nos habla de que "el siglo XVII fue pleno de dramatismo. Resultó ser el crisol para muchos de los dile­mas ecológicos, sociales y políticos que si­guen inquietando a la ciudad de México. El paisaje de la Colonia se estaba modificando radicalmente, en particular en el valle de México, donde la degradación del entorno natural amenazaba la existencia misma de la capital... El rápido cambio ecológico es la capa más profunda de la turbulenta historia de esta época (...); los españoles requerían mucha más madera que los aztecas y efectua­ron rápidamente la deforestación del Valle de México...". Dice Kendall que la gran can­tidad de madera se utilizaba para la cons­

trucción urbana de la que a la poslre sería llamada la Ciudad de los Palacios. Tam­bién los bosques eran quemados para crear tierras de pastoreo. Mientras que los azte­cas habían trabajado mucho para controlar las inundaciones, los españoles destruían casi todo el sistema de control hidráulico, aunque décadas después se verían obliga­dos forzosamente a reconstruir y a empren­der grandes obras de drenaje. Ello se debió a las frecuentes inundaciones de la ciudad de México, causadas en gran medida por la deforestación y la erosión del valle y, sobre todo, a un desastre pluvial que ahogó a la capital durante cinco años; de 1629 a 1634 la ciudad quedó sumergida. "Todos, menos cuatrocientos de los residentes hispanos estimados en ocho mil, huyeron a comuni­dades situadas en el continente. Hasta treinta mil indios perecieron ahogados.

"La deshonestidad de los burócratas ga­chupines en la ciudad de México, en el siglo XVII, era -escribe Kendall- visible y admitida por todos. Landeros de Velasco -un funcionario real enviado a la capital colonial en 1607-09 para investigar los

asuntos administrativos- quedó tan cons­ternado por la corrupción que profetizó parálisis y ruina. Y cuando oí decir que el plan actual para desaguar el lago de Tex-coco está destinado a salvar la ciudad de México -señalaba Landeros-, yo respondo

que ningún plan de desagüe en el mundo es suficiente para proteger esta ciudad, a me­nos que sea para desaguar la avaricia, la extorsión y el gobierno inmoral".

Podemos afirmar que estas palabras proféticas de Landeros de Velasco son vi­gentes. Para desvanecer la barbarie ecoló­gica de la ciudad en los aires neoliberales de la modernidad salmista, es necesario también desaguar las calamidades políti­cas de un sistema de gobierno parecido en mucho al de aquel entonces.