henry james - nueva york

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    Nueva York 

    Henry James

    Selección y prólogo de Colm Tóibín

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    Nueva York Henry James

    Selección y prólogo de Colm Tóibín

    Traducción de Teresa Barba y Andrés Barba 

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    Todos los derechos reser vados.Ningu na parte de esta pu blicación puede ser reproducida,

    transmitida o al macenada de manera alguna sin el permiso prev io del editor.

    Título originalThe New York Stories of Henry James

    Copyright © de la selección y el prólogo, Colm Tóibín, 2006.

    Primera edición: 2010

    TraducciónTeresa Barba 

     Andrés Barba 

    Fotografía de portadaDonna Ferrato

    Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2010San Miguel # 36Colonia Barrio San LucasCoyoacán, 04030México D. F., México

    Sexto Piso España, S. L.c/ Monte Esquinza 13, 4.º Dcha.28010, Madrid, España.

     www.sextopiso.com

    DiseñoEstudio Joaquín Gallego

    FormaciónQuinta del Agua Ediciones 

    ISBN: 978-84-96867-71-0

    Depósito legal:

    Impreso en España

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    PRÓLOGOEL NUEVA YORK DE HENRY JAMES

    Henry James lo dejó claro desde el comienzo de su carrera li-teraria: no sería un novelista popular ni un comentarista decostumbres, sino que trabajaría desde el otro lado del espejo;hablaría de los entresijos y la vaguedad de las relaciones de

    los hombres, y especialmente de las que se establecían en-tre los hombres y las mujeres, ése sería su tema. La duplici-dad y la avaricia, el desencanto y la renuncia, temas que luegose convertirían en algunos de los centrales de su obra, fueron vividos también por el novelista James en su esfera privada.Fue precisamente su talento el que hizo que aquella esfera seconvirtiera a la vez en algo más amplio y dramático que ningún

    otro espacio sujeto a las leyes de gobierno o negocio alguno.El propio James tenía también un carácter complejo, am-biguo y con tendencia al secretismo, y hay muchos aspectos desu vida que están aún por resolver. Su personalidad, al igualque la prosa de su última época, pertenece al terreno de esascosas que no pueden ser descritas con facilidad, en las que losmatices son más importantes que los hechos y el temblor va-cilante de la conciencia es más interesante que el mismo co-nocimiento. James fue, por encima de todo, muy cauto. Fue elartista supremo en todo cuanto concierne a la estructura yel tono de la cción, se especializó en un deliberado y cons-ciente ejercicio de control y en ningún momento pretendiómostrar su alma al lector.

     Aun así es posible leer entre líneas las obras de Jamesbuscando pistas y tratando de desentrañar los momentos en

    los que el autor está más cerca de desenmascararse a sí mismo. Algunos de sus relatos, escritos con apresuramiento y por razo-nes económicas, nos ofrecen tal vez más de lo que pretendían.

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    Es ahí, más que en las novelas, donde el autor está más cercade abrir un resquicio, por ejemplo, en la tremenda armadurade su sexualidad o donde nos permite echar un vistazo a susmás profundas y oscuras preocupaciones. Entre esos cuentospodrían incluirse  El alumno,  El autor de Beltrafo y  La bestiaen la jungla. Los relatos son cuidadosos y reservados, pero deellos se colige que el tema del amor ilícito o el de la lealtadmalentendida le interesaban profundamente, al igual que el dela frigidez.

    De ese modo es posible rastrear en James, a veces invo-luntariamente, otras de forma inconsciente y otras mediante

    su obvio deseo de enmascararlos, los temas que más le inquie-taban y sus esfuerzos por explorarlos. Sería posible, por ejem-plo, rastrear entre su copiosa obra todas las referencias aIrlanda o Inglaterra, o a su hermano William, o a la novelistaGeorge Eliot y encontrar allí ciertas zonas de ambigüedad eincertidumbre, así como extrañas contradicciones que subra- yan el hecho de que aquellos asuntos le interesaban profunda-

    mente, tanto al menos como para aparecer en numerososestratos y bajo distintos disfraces.Tal vez de entre todos esos territorios de la esfera de su

    atención el que está más en sombra y cuya topografía parecemenos resuelta es el de la ciudad de Nueva York. Los escritosde James sobre Nueva York revelan, por encima de todo, ciertaira, una ira que no se parece a ninguna otra en James, la quele provocaba todo lo que había perdido y todo lo que, en nom-bre del progreso, se había hecho en aquella ciudad que cono-cía tan bien. No se trata de la ira comprensible que podríasentirse ante la destrucción de algo bello y familiar, sino dealgo más extraño y complejo, y por eso merece una granatención.

    Hay una elocuente intensidad de tono en las memoriasque Henry James escribe sobre sus primeros catorce años de

     vida en Un chico y otras personas, publicada en 1911, cuando elautor tiene 68 años de edad, un año después de la muerte desu hermano William. La mayor parte de los recuerdos y las

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    escenas allí descritas tuvieron lugar en Nueva York entre 1848,año en el que la familia James se trasladó a Nueva York, y 1855,cuando partieron hacia Europa. Si consideramos que no teníani notas ni cartas que le ayudaran a trabajar resulta impresio-nante la claridad, el detalle y la frescura de sus recuerdos, lacantidad de nombres que era capaz de recordar (que incluyehasta los de sus profesores o algunos actores), la precisión conla que era capaz de evocar ciertos lugares y ambientes, ciertosolores, imágenes, ubicaciones y hasta títulos de obras de teatroque en aquel momento se estaban representando en Nueva York. «No he olvidado nada de lo que vi —escribió— y ese pen-

    samiento hace que no pueda separar los objetos y distinguirlosunos de otros, es como si sintiera que se abalanzan sobre mí,igual que un enjambre».

     Aquel viejo Nueva York, tal y como lo contempló entre loscinco y los doce años de edad, permaneció para siempre in-tacto en su memoria, como una imagen congelada, perfecta.No contempló su transformación ni participó en su cre-

    cimiento pero era el lugar en el que había crecido y nuncahubo otro que fuera tan determinante para él. No volvió a en-contrar su sitio hasta que no rmó el contrato de arrenda-miento de Lamb House, en Rye, Inglaterra. El hecho de queNueva York le hubiese sido arrebatado y el paso por innume-rables habitaciones de hotel y residencias provisionales ex-plica el auténtico entusiasmo con el que luchó por aquellaLamb House y su sensación de alivio cuando consiguió hacerlasuya. De hecho, el año antes de rmar su contrato había es-crito su novela Los despojos de Poynton, un drama sobre el di-lema de poseer, y luego perder, una casa muy querida. Tras larma del contrato escribió Otra vuelta de tuerca sobre una so-litaria mujer que trata de hacer un hogar de una casa que yaha sido poseída.

    La ciudad de Nueva York, después de 1855, estaba perdida

    para él y no sólo, como comprendió años más tarde, porque supadre decidiera trasladar a toda la familia, sino porque latransformación que había experimentado la ciudad había sido

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    absoluta y sobrecogedora. En aquel espacio de sus sueños seestaba construyendo ahora un nuevo mundo. De entre todoslos lugares el más sagrado de todos era el número 58 de la Calle14 Oeste, «visité junto a mi padre la casa allí situada una deaquellas tardes, ya era vieja por aquel entonces y estaba situadaen la parte sur, cerca de la Sexta Avenida. Se trataba de nuestra casa, la acabábamos de comprar… ese lugar se convertiría paramí, incluso muchos años después, en una especie de fondea-dero espiritual».

    Para Henry James Nueva York era la ciudad de su infancia,«aquel Nueva York pequeño, oscuro y homogéneo de mediados

    de siglo» estaba situado entre la Quinta y la Sexta Avenida,cerca de Washington Square, donde vivía su abuela materna y al nordeste de Union Square que, en aquellos días, estabarodeado por una alta barandilla. Cerca de ellos vivían tambiénotros miembros de la numerosa familia James, como Helen, laprima de su madre. «La veo en toda su rotunda sencillez —es-cribió— aquella que pertenecía a un mundo más antiguo y tran-

    quilo, a un Nueva York de mejores costumbres, mejoresmodales y creencias más sencillas». James comprendió que«su bondad testimoniaba de alguna forma la actitud de unasociedad al completo, las bondadosas costumbres de un colec-tivo». Ésa fue la razón por la que su libro se convirtió en unaelegía no sólo de su infancia perdida sino de un conjunto de valores que comenzaron a desvanecerse tan pronto como aquelpueblo que conoció James fue sustituido por una gran ciudad.«El carácter —escribió acerca de los cambios que había sufridosu ciudad—, eso es lo que se ha perdido».

     A medida que James fue haciéndose mayor se le fue dandomayor libertad de movimientos. Recordaba con toda inten-sidad la casa de la Calle 14… los chopos, los cerdos, las galli-nas, las dos o tres «Casas Irlandesas», que pertenecían a unholandés muy renado; recordaba estar sentado allí, tan lejos,

    como si estuviera en un jardín o en un bosque… la amplitudde aquel territorio todavía vacío, en aquel lugar, en aquellatranquilidad en la que se esparcían las casas hasta desaparecer

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    en la distancia, con esa manera tan peculiar y con ese «estilo»tan torpe de Nueva York.

    Él y su hermano recorrían arriba y abajo Broadway «como dosperfectos hombrecitos de mundo, debían de habernos dejadopara que nos perdiésemos un poco, estiráramos las piernas yllenáramos los pulmones. No coartaban nuestra libertad parair donde deseáramos… Broadway debía de ser entonces unade las calles del Paraíso».

    En aquella ciudad, que era una mezcla entre Paraíso re-

    cobrado y estilo torpe, James situó ocho de sus relatos y unanovela. También le dedicó un espacio considerable en su libro La escena americana, publicado siete años después de su auto-biografía. En sus obras de cción no trató de exponer ni lahistoria de la ciudad ni los sentimientos que le provocaba sucrecimiento, y si alguna vez lo hizo fue sólo de pasada. En pri-mer término estaban siempre sus personajes, cuyas necesida-

    des le parecieron siempre mucho más reales y apremiantes queel cemento y los ladrillos.

     A medida que fue desarrollando sus capacidades como escritor y sus objetivos comenzaron a ser más ambiciosos, Henry Jamescomprendió también la pobreza consustancial a la experien-cia americana. Es célebre la lista de cosas de las que carecía América que incluyó en su libro sobre Hawthorne, publicadoen 1879:

    No había ni soberano, ni corte, ni lealtad, ni aristocracia, niiglesia, ni clero, ni ejército, ni servicio diplomático, ni ca-balleros, ni palacios, ni castillos, ni señoríos, ni viejas man-siones, ni parroquias, ni casas de campo, ni ruinas cubiertas

    por la hiedra, ni catedrales, ni abadías, ni pequeñas iglesiasnormandas, ni grandes universidades, ni escuelas públi-cas… ni un Oxford, ni un Eaton, ni un Harrow, ni literatura,

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    ni novelas, ni museos, ni cuadros, ni clase política, ni clasedeportista.

    Ocho años antes, sin embargo, en una carta dirigida aCharles Norton Eliot, había escrito: «Es un complejo destinoéste de ser americano, y una de las responsabilidades que im-plica es la de luchar contra una especie de supersticiosa sobre- valoración de Europa».

    En aquel momento trabajaba en el intersticio entre una América como tierra baldía y sin tradición, y una América co-mo oportunidad de oro para un novelista que, como él, se in-

    teresaba por la complejidad. En su primer relato neoyorquino, Historia de una obra maestra, publicado en 1868 en la revistaGalaxy, cuando James tenía veinticinco años, su héroe era unhombre de gusto renado y la ciudad un lugar en el que aquelhombre podía relacionarse con artistas, uno de los cuales aca-baría pintando «el mejor retrato que se había hecho en Amé-rica». En algunos de aquellos relatos comenzó también a

    exponer a las mujeres como sujetos no muy de ar y a denirel amor como pérdida del equilibrio vital. En esa historia enparticular el pintor trata de capturar la verdadera naturalezade Marian Everett y es precisamente ésa la causa que provocaque John Lennox, su prometido, acabe destrozando el cuadro.El relato fue elogiado por The Nation: «entre los estrechos lí-mites en los que Mr. James se conna a sí mismo, es sin dudael mejor escritor de relatos cortos de América».

    Por aquel entonces James sólo había escrito seis relatos.Los más importantes habían sido  Relato de un año  y  ¡Pobre Richard!; ambos estaban enmarcados en los años posterioresa la Guerra Civil y versaban sobre las relaciones entre los hom-bres que habían luchado en la guerra y las mujeres que se ha-bían quedado en casa esperándoles. El noveno relato de James,Un caso de lo más extraordinario, publicado en The Atlantic

     Monthly  en abril de 1868, abordaba el mismo tema.La historia comienza en «una de las habitaciones más al-tas de uno de los hoteles más grandes de Nueva York». Mason,

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    cuyas heridas de guerra, aunque graves, nunca llegamos a co-nocer, vive en una de aquellas «espantosas y pequeñas habi-taciones». Se trata de uno de esos relatos de James en los queel protagonista debe abandonar la ciudad porque es demasiadoinhumana, o demasiado perjudicial para su salud, o simple-mente demasiado calurosa. A James le resulta imposible ima-ginar que nadie pueda recuperarse en la ciudad que ha perdido,de modo que traslada a su protagonista a una mansión del ríoHudson. Sobre miss Hofmann, la sobrina de su antriona, al-guien dice en cierto momento que «parece salida de una no- vela americana, aunque no sé si eso es decir demasiado» a lo

    que Mason responde: «tenga la amabilidad entonces… de me-terla en otra novela». La heroína en cuestión es reseñable por-que le inspira a James una de las frases menos americanas desu carrera literaria hasta ese momento: «Por aquel entoncestenía veintiséis años y su belleza estaba en pleno esplendor, aligual que su cuenta bancaria».

     A medida que James se iba desarrollando como novelista

    se iba también volviendo cada vez más «esplendoroso» en laelaboración de sus escenas de reconocimiento: aquellas que seproducen entre dos personajes a los que podemos ver pero quese mantienen a distancia y cuya relación comprendemos por susgestos, sus movimientos y sus silencios. Ése es el tema centralde  El retrato de una dama y también de  Los embajadores. En Uncaso de lo más extraordinario, escrito cuando tenía sólo veinti-cinco años aborda ese tema por vez primera. Mason, quien seencuentra ahora recuperándose gracias a la ayuda de un talen-toso y joven doctor, descubre, al entrar en la habitación en laque miss Hofmann está frente al piano que «había un caballeroapoyado en el instrumento dando la espalda hacia la ventana eimpidiéndole ver el rostro de la joven… Era un silencio antina-tural, desagradable al menos». Finalmente será el doctor quiense gane los favores de miss Hofmann. Más tarde, casi al nal de

    la historia, Mason descubrirá «una mirada de inteligente com-plicidad» entre los dos y el conocimiento de su profunda uniónprovocará inmediatamente su declive personal.

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    En este relato, al igual que en Relato de un año, el tema delos agravios y la enfermedad interesa enormemente a James. Volverá a aparecer en otros textos, tal es el caso de Ralph Tou-chett en El retrato de una dama y de Milliy Theale en Las alas dela paloma. A pesar de que las heridas de Mason han sido pro-ducidas por la Guerra Civil y recuerdan en cierta medida a lasde Oliver Wendell, su recuperación depende tan sólo de su fe-licidad y su decadencia la provoca un amor no correspondido.En las primeras obras de James era posible morir de amor. Uncaso de lo más extraordinario consiguió la aprobación de quienfue el crítico más duro de toda su carrera, su hermano William.

    «Tu estilo es cada vez más sencillo, más rotundo —le escribió— y más conciso a medida que vas aprendiendo tu ocio de laescritura… la supercie de la historia es brillante y viva».

     La coherencia de Crawford, el siguiente de los relatos queescribió James, fue publicado en  Scribner’s Monthly  en agos-to de 1876, pocos meses antes de que se trasladara de París aLondres. Por aquel relato y por El alquiler fantasma recibió la

    suma de trescientos dólares. «Acabo de enviar dos relatos bre- ves a Scribner —escribió a su padre en abril de 1876 desde sudirección de la Rue Luxembourg— que podrás leer cuando sepubliquen y juzgar conforme a sus pretensiones, que no sonmuy grandes». James no volvió a incluir aquel relato en nin-gún libro mientras vivió. En esta historia, al igual que en susmemorias, utiliza un tono elegíaco y deja claro que transcurreen 1840. Cuando Crawford y el narrador dan un paseo el na-rrador recuerda que «en aquellos días los neoyorquinos po-dían caminar hasta el campo».

     En aquellos días narraba la historia de Crawford, un hom-bre de gran fortuna que estaba a punto de casarse con la her-mosa, pero pobre, miss Ingram, quien siempre había provocadoen el narrador una especie de «vaga desconanza». Miss In-gram nalmente le rechaza y poco después enferma de viruela,

    lo que permite a James hacer una de sus descripciones másdesagradables: «Varios meses después vi a la joven ocultatras un velo tras el que pude distinguir vagamente un rostro

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    totalmente arruinado. Junto a ella, a un lado y a otro, camina-ban sus padres con unos gestos no menos desoladores».

    Crawford, por su parte, cae en las redes de un matrimonioinapropiado y tras perder su fortuna se convierte en víctima desu esposa, quien le tira escaleras abajo y provoca que se rompauna pierna. El narrador cree que ya no volverá con ella pero,al igual que Elizabeth Archer en  El retrato de una dama (cuyaredacción James empezará sólo unos años después de La cohe-rencia de Crawford), regresa con su esposa renunciando así asu libertad.

    Un episodio internacional es un texto que podría acompañar a Daisy Miller  y que fue publicado por primera vez en The Corn-hill Magazine entre diciembre de 1878 y enero de 1879. Dos jóvenes ingleses, uno de ellos futuro heredero de un título yuna gran fortuna, viajan a Nueva York y desembarcan en mitaddel más tremendo calor veraniego. Son una suerte de perso-

    najes huecos, casi estúpidos a ratos, a los que sólo les preocu-pa dónde alojarse y contemplar la novedad y la extrañeza deaquel nuevo mundo. El caluroso verano permite que Jamesreproduzca la misma situación que ya había desarrollado enUn caso de lo más extraordinario donde la ciudad se convierteen el espacio en el que comienza la historia, pero no en el quese desarrolla. Su contacto en Nueva York, un tal J.L. Westgate,es de hecho uno de los pocos personajes de James que tieneun trabajo que le mantiene atado durante todo el día a unaocina. La mujer y la cuñada de Westgate se encuentran enNewport y el lector casi puede sentir la ansiedad del autor portrasladar a sus personajes desde aquella «siniestra nube demosquitos» en medio de esa ciudad invivible hasta Newport,lejos del mundo de J.L. Westgate y sus lucrativas actividadesnancieras, al mundo del ocio y de las mujeres americanas,

    encabezadas aquí por la cuñada de Westgate, miss Alden. Lasmujeres son atrevidas, inteligentes, seductoras, curiosas yopinan sobre todo, tal vez demasiado listas para enamorarse

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    de un joven lord inglés acostumbrado a damas de miras mu-cho más estrechas.

    Miss Alden es un contrapunto de Daisy Miller. Es dema-siado inteligente como para que nadie le arruine la vida y sirompe las reglas lo hace más por una falta de respeto hacia ellasque por debilidad. En este relato los ingleses son retratadoscomo gente snob, no muy inteligente y mal educada, como unaraza en la que todo se ha echado a perder. Los americanos sondemocráticos y hospitalarios. Cuando se publicó la historia fue

     violentamente criticada por Mrs. F.H. Hill, esposa del editordel Daily News, a quien James conoció en Londres más adelan-

    te. «Mrs. Hill —escribe Leon Edel— acusó a James de caricatu-rizar a la aristocracia inglesa y de poner en sus labios un tipode lenguaje que jamás utilizaría. En aquella ocasión, dado queconocía a la dama, Henry James contestó con una carta magis-tral en la que defendía su trabajo y su arte. Fue el único caso entoda su vida en la que el autor dio la réplica a un crítico».

    Un hombre que se encuentra en mi posición —escribe Jamesa Mrs. Hill— y que escribe el tipo de cosas que yo escribo a veces siente la necesidad de protestar ante algo que con fre-cuencia se permiten muchos lectores: la generalización de unade sus ideas. Uno puede crear muchos personajes sin tratar degeneralizar —y he de confesarle que siento terror por las ge-neralizaciones—. ¡Basta que escriba un relato sobre un par dedamas inglesas que tienen un comportamiento reprochable

    —cela c’est vu— para que se me acuse de haber hecho una crí-tica de las costumbres inglesas! Nada de lo que escribo es miúltima palabra sobre el asunto… soy quizá demasiado sutil ydemasiado analítico y, si Dios me ayuda, viviré aún muchosaños para hacer representaciones de todo tipo de caracteres.Se necesitaría a alguien mucho más inteligente que yo paradescifrar —de entre las cosas que digo— cuál es mi última im-

    presión sobre un tema. ¡En este sentido va en mi contra, porsupuesto, ser americano! Trollope, Thackeray, Dickens, contodo su talento, fueron libres de describir a muchos personajes

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    ingleses de un modo desagradable y lo hicieron en innidadde ocasiones, pero si yo me atrevo a hacerlo en una sola oca-sión parece que se me va a hacer un juicio penal y comienzana correr rumores siniestros sobre lo que pienso de la sociedadinglesa. Pienso, desde luego, muchas más cosas de las que esposible exponer en cuarenta páginas de The Cornhill Magazi-ne. Tal vez algún día disponga de más páginas y pueda escribiralgunas de ellas; en ese caso, incluiré tal vez algunas de otraespecie. Mientras tanto haré también algunos retratos de ame-ricanos desagradables, como ya he hecho en alguna ocasiónsin que los cordiales británicos vieran en ello ningún peligro.

    Será un sano ejercicio.

    El cuatro de enero de 1879 escribe sobre el mismo asuntoa su amiga Grace Norton, de Boston: «Tal vez te interese saberque he tenido noticia de que con mi  Episodio internacional heofendido a algunos de mis conocidos de aquí. ¿No te maravillael asunto? Mientras uno les sirva personajes americanos para

    su entretenimiento todo va bien… pero cuidado con tocar a lossagrados nativos. ¡Son aún, eso creo, más mentecatos que no-sotros!». Dos semanas después le escribía a su madre: «Yopensaba que había sido delicado, pero creo que de ahora enadelante me mantendré alejado de ese terreno pantanoso».

    Durante aquel año, poco tiempo después, cuando publicósu libro sobre Hawthorne, James descubrió que los america-nos también podían ser igual de mentecatos. Fue atacado porcríticos de Boston y de Nueva York («los balidos de las ovejascampestres» les llamaba) y entre ellos se incluía su propioamigo William Dean Howells, cuyo tono era más suave, sindejar de ser rotundo. Howells escribió en su crítica: «Es po-sible adivinar, sin necesidad de grandes dotes proféticas, queen poco tiempo James estará preparado para perpetrar altatraición». Y sobre la acusación de que Hawthorne era pro-

     vinciano escribió: «Si no es provinciano para un inglés seringlés, ni para un francés ser francés, tampoco lo es para unamericano ser americano, y si Hawthorne era “exquisitamente

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    provinciano” tenía sin duda más posibilidades de convertirseen universal que ningún parisino o londinense de su época».Le envió su crítica a James.

    James se mantuvo rme. Ésta fue su respuesta:

    Creo que es extremadamente provinciano para un ruso serdemasiado ruso y para un portugués ser demasiado portuguéspor la sencilla razón de que hay ciertas tipologías nacionalesque son intrínsecamente provincianas. Simpatizo aún menoscon tu protesta contra la idea de que haga falta una vieja civi-lización para que nazca de ella un novelista… la proposición

    me parece tan obvia que es casi un cliché.

    En esa misma carta James habla de una novela por entre-gas que está a punto de comenzar a publicar en The Cornhill Magazine, «una pobre novelita en tres entregas… un relatopuramente americano en cuya redacción me ha venido el deseode utilizar toda la parafernalia».

    La parafernalia en cuestión era, James lo describe en esamisma carta, «las costumbres, los disfraces, usos, hábitos yobjetos que cualquier novelista ha madurado y vivido durantesu experiencia… la verdadera materia de la que nace el traba- jo». La «pobre novelita» era Washington Square. A pesar de suexcesiva modestia (su costumbre era referirse a su trabajo qui-tándole siempre importancia) parece claro también que subes-timaba su libro. Es, sin duda, su mejor novela corta y tambiénuna de sus mejores obras. Fue el primero de sus libros publi-cado por entregas simultáneamente a ambos lados del Atlán-tico, lo que le dejó una gran libertad para dedicarse de lleno a El retrato de una dama, su siguiente proyecto.

    Washington Square narra la historia del doctor Sloper y suúnica hija Catherine, a quien considera poco inteligente.Cuando Catherine se enamora de un caballero sin un céntimo

    su padre decide, con una determinación que puede parecer fría y despiadada, que su hija jamás se case con el intruso. El re-trato que hace James de esa hija vulnerable, sensible y poco

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    enérgica es uno de los más poderosos y convincentes de todasu carrera. El valor de Washington Square reside también en laausencia de «parafernalia», cosa que obliga a James a inten-sicar el papel de la psicología para retratar a un padre y unahija con detalle y precisión en una sociedad que —dado quelle vaba ya muchos años residiendo en Londres— ya no cono-cía tan bien. Recordaba a la perfección el interior de las casasen las que había vivido cuando era un niño, podía hablar deaquellas habitaciones que le resultaban tan familiares, pero nohabía estado en aquel mundo lo suciente como para conocersu verdadero carácter.

    Enmarcó los sucesos de la novela en el Washington Squarede los años de su infancia en los que aún vivía en la ciudad consu familia y convirtió la vieja casa de su abuela en la casa deldoctor Sloper de la misma forma que un año después conver-tiría la casa de su otra abuela en la casa de Elizabeth Archer en Albany. La historia en la que se basó la novela le fue narradapor Fanny Kemble cuyo hermano había dejado plantada a una

    rica heredera cuando se enteró de que su padre tenía intenciónde desheredarla. James trasladó la historia a su territorio, a unlugar que ya sólo existía en su imaginación, el viejo Nueva Yorkcuyo paisaje no había vuelto a ver desde que lo abandonó. Enel segundo capítulo del libro insertó un pasaje sobre Washing-ton Square y sus alrededores que llama la atención del lectorpor su torpeza, una torpeza casi increíble en alguien que, comoél, estaba a punto de escribir El retrato de una dama.

    «Desconozco la razón —escribía allí sobre la zona en laque se encontraba la plaza— de si se debe o no a la ternura queproducen los primeros recuerdos, pero aquella zona de Nueva York le parecía a muchas personas la más agradable. Tiene unaespecie de reposo denitivo que no ocurre con frecuencia enlas otras partes de la amplia y estridente ciudad; tiene un as-pecto de madurez, riqueza y honorabilidad mayor que el que

    se encuentra en las ramicaciones superiores de la gran dia-gonal, es el aspecto que ofrecen los lugares que han tenido his-toria social. Fue aquí, como ya le habrán informado otras

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    fuentes autorizadas, donde usted vino a un mundo que parecíaofrecer una variedad de fuentes de interés; fue aquí donde vivió su abuela, en venerable soledad, y dispensó una hospi-talidad que despertaba a la vez la imaginación y el paladar in-fantiles; aquí fue donde dio los primeros pasos en la callesiguiendo a la joven nodriza y percibiendo el raro olor de losciclamoros que en aquella época formaban el principal follajede la plaza y difundían un aroma que no le disgustaba a ustedpor no tener entonces un espíritu crítico lo bastante desarro-llado; fue aquí, nalmente, donde la primera escuela dirigidapor una anciana robusta de busto prominente, que bebía

    infatigablemente té en una taza azul como un plato que nocombinaba con ella, amplió el círculo de sus observaciones ysensaciones. Fue aquí, de cualquier manera, donde mi heroínapasó muchos años de su vida; lo que puede excusar este parén-tesis topográco».

    Tal vez aquella fuera la excusa, pero difícilmente podíaser la razón. La razón era que, veinticinco años después de ha-

    ber perdido aquel paisaje, James estaba preparado para tras-tornar la sagrada pureza de su prosa y evocar aquella plazacomo algo que pertenecía a sus recuerdos, a una especie deprimaria conciencia de sí mismo que ahora ya sólo podía ex-presarse en palabras. Y la necesidad era tan apremiante y po-derosa que permitió que aquel párrafo permaneciera allí. Si sehubiese tratado de otro lugar, no habría dudado en eliminarlo.Estaba reclamando Washington Square para sí mismo. Tambiénallí, un poco más adelante, habla de la siguiente generación queparece estar dispuesta a renunciar a su pasado histórico en fa-

     vor de la plaga, así la veía James, de la novedad.Es interesante lo que dice, por poner un ejemplo, la so-

    brina del doctor Sloper cuando está a punto de casarse con Arthur Townsend y habla de su nueva casa:

    Es sólo para tres o cuatro años. Después de tres o cuatro añosnos trasladaremos de nuevo. Así es como se vive en Nueva York: cambiando de casa cada tres o cuatro años. Así siempre

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    estás a la última. La ciudad está creciendo tan deprisa que hayque ponerse a su ritmo. Crece hacia el norte, hacía ahí es haciadonde va Nueva York… Supongo que nos iremos trasladandopoco a poco y cuando nos cansemos de una calle nos iremos ala siguiente. De esa manera será como estrenar casa constan-temente y lo mejor de estrenar casa, ya sabes, es que siemprepuedes disponer de las últimas ventajas. Lo reinventan todode nuevo más o menos cada cinco años, es fantástico poder ira la misma velocidad que los inventos.

    Es sencillo entender la furia y la exasperación de James

    ante la nueva escala de valores que imponía esos cambios rá-pidos y bruscos, y que se había comido literalmente su ciudadde viejas costumbres al destruir algunos de los edicios y ca-lles más queridas por él. Es parecido al pasaje citado más arri-ba sobre Washington Square y, sin embargo, en éste la jovenparece forzada y da sus razones quizá con demasiada rotundi-dad. Estos dos pasajes se encuentran en una novela que, por

    otra parte, es totalmente compacta y posee una poderosa es-tructura. No son más que ciertas reacciones irracionales quesurgen en James desde lo más profundo ante el Nueva Yorkque había reemplazado al que él había conocido, ante las emo-ciones que despertaban en él la ciudad y que no se parecíana las que le provocaba ninguna otra: tan pronto le conmovíacomo le sacaba de sus casillas.

    Tres años después, tras la muerte de sus padres y un re-greso a los Estados Unidos, James escribió otro relato y lo ubi-có en Nueva York: Impresiones de una prima tal vez uno de susrelatos más débiles y desmañados, pero sin duda interesantepor la información que nos proporciona acerca de su actitudcon respecto a Nueva York. El relato se abre con la voz de unanarradora que se maravilla de ser capaz de vivir en la Calle 53.

    Cuando llego desde la Quinta Avenida la vista es horrible: lascasas estrechas e impersonales con esa piedra de tono seco ymarrón, una supercie tan poco interesante como el papel de

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    lija, esos escalones con sus pequeñas verandas rígidas, como sihubiera que escalar hasta esas puertas, las torpes balaustradas,todos esos pórticos y cornisas multiplicados por cientos y cu-biertos por todas esas pesadas excrecencias… ¡Menuda sobre-dosis de ornamento y qué efecto más desastrado producen!

    La narradora es una pintora recién regresada de Italia quedurante las primeras páginas se queja recurrentemente deque no hay nada que pintar en la ciudad, ni siquiera a la gente.«¿Qué gente? ¿La de la Quinta Avenida? Esos tienen aún me-nos encanto que sus casas, y no me parece que los de la Sexta

    sean mejores, ni los de la Cuarta, la Tercera, la Séptima o laOctava. ¡Dios Santo! ¡Qué nombres! La ciudad de Nueva Yorkes como una larga suma y sus calles son como columnas denúmeros. ¡Vaya sitio que he elegido para vivir! ¡Yo, que odiola aritmética!»

    Más tarde comentará que los pórticos de las casas le pa-recen tan horrendos «como una pesadilla», después de haber

    comentado ya que el cielo de Nueva York «pertenece clara-mente al mundo en toda su extensión, mientras que en Europaparece sólo una parte de un lugar concreto». Parece en reali-dad un eco de los juicios que había emitido cuatro años antesen su libro sobre Hawthorne en el que aseguraba que en losEstados Unidos, durante la época de Hawthorne, «no habíarealmente nada que ver (exceptuando bosques y ríos)».

    Durante los siguientes veinte años, en los que escribiócada vez más acerca de Inglaterra y de los ingleses, James nomencionó más el tema de Nueva York. Sus pesadillas protago-nizadas por la ciudad parecían haber terminado. Había otrasciudades como París, Roma o Florencia que también recordaba y de las que también podían describirse sus cambios. Peronunca hay nada simple en una personalidad tan compleja comola de James. La ciudad de Nueva York, con todo su poder, per-

    maneció en su interior durante todos aquellos años como unaespecie de resaca. En 1906, en su libro  La escena americana,dedicó tres capítulos a esta ciudad en los que demostró haber

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    Las cosas empeoran más aún cuando James visita el centronanciero y observa la «consumada y vulgar monotonía de esamultitud humana, moviéndose dentro de su propia masa». Lehorroriza la desaparición de algunos edicios y el enanismorepentino de otros. Está, y lo reconoce, «angustiado por unaespecie de sentido de desposesión». Pasea de nuevo por su vieja ciudad: «el precioso trecho entre Washington Square y laCalle 14 tiene aún un valor y un encanto que se reconcilia conel viejo espíritu, un glamour  suave y melancólico que entiendoque es difícil comprender para esta nueva y descuidada gene-ración». La demolición de su lugar de nacimiento en Washing-

    ton Square tiene en James el efecto de «la amputación de lamitad de mi historia». Comprende que el edicio en el quepodría haberse puesto una placa conmemorativa de su naci-miento ya no existe.

     A medida que arremete contra la ciudad James encuentraimágenes sorprendentes para descubrir el nivel de angustiaque contempla en los ciudadanos:

    La libertad y las buenas costumbres se han degradado en Nueva York hasta tomar el aspecto de un desnudo rigor de relacionesmarginales, como si se tratara de una bobina eléctrica sin nal,la monstruosa cadena que parece atrapar todos los cuellos ylos cuerpos, las caderas y las piernas de todos; es exactamentecomo una boa constrictor que se alzara sobre todos los habi-tantes de un lago. Cuando esas hordas se aprietan unas junto

    a otras bajo la terrible inclemencia de los meses más fríos ynevados del año, la condición de la ciudad de Nueva York dejamuy atrás la angustia representada por esa escultura del Mu-seo Vaticano.

    Nada le satisface.

    Este pecado original de las perpetuas avenidas longitudinalesque se entrecruzan maliciosamente y del sacricio organizadode la orientación, de las grandes vistas de este a oeste, podría

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    perdonarse tal vez como una especie de búsqueda de una bru-mosa coherencia. Pero debido precisamente a esa coherencia,la ciudad es, de entre todas las grandes ciudades, la menos do-tada de lugares apacibles, plazas o hermosos jardines; no hayen ella ni accidentes ni sorpresas, ningún rincón pintoresco,ninguna esquina reseñable, ninguna desviación, en suma, ha-cia lo liberal o lo encantador».

    Hasta la energía de la ciudad le horroriza: «La verdaderarazón de su energía es que no cree en sí misma y fracasa al in-tentar persuadir, incluso a precio de oro, de que lo hace».

    Las descripciones del horror que le producen las remesasde inmigrantes que llegan a la ciudad, y que evoca mediante unaimaginería animal, se encuentran entre las más inquietantesde toda su obra. El inmigrante de Nueva York «se parece al pe-rro que olisquea un hueso que acaba de conseguir, le da aquí unempujón y allá un lametazo pero no se decide —como si algo ensu conciencia le produjera temor— a comérselo». Sobre los ju-

    díos escribe: «Son como esos animales extraños y pequeñostan bien conocidos por la historia natural, serpientes o gusa-nos a los que, cuando se les corta un pedazo, se alejan comosi no les hubiese pasado nada y viven amputados de la mismaforma que vivieron completos. Así son los habitantes del guetode Nueva York, apiñados unos sobre otros como las esquirlasde cristal sobre la mesa del vidriero y cada uno posee, como elcristal, el brillo de la nación entera de Israel». Las escalerascontra incendios «omnipresentes en las zonas pobres de laciudad» le recuerdan a James «a esas jaulas espaciosamenteorganizadas para los animales más ágiles en algunos parqueszoológicos. Y resulta irresistible ampliar esta analogía… en ca-da distrito parece abrirse un mundo de rejas y columpios paramonos y ardillas humanas». Observa, desde una de las venta-nas del gueto, «a toda una multitud como si se tratara de un

    gigantesco hormiguero trasladándose de un lugar a otro».Resulta difícil ser preciso a la hora de describir los senti-mientos que asaltan a James cuando se pasea por las calles de

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    Nueva York, «esa terrible ciudad» como la denomina, cuandoodia las voces y los distintos acentos que escucha en los cafés«esos cuartos de tortura de la lengua», cuando le desagradaincluso el mismo Central Park al que compara con «una actriza la que se le ha arrebatado, por una enfermedad o cualquierotra desgracia, todo su talento femenino y se ve obligada a rea-lizar en las noches siguientes papeles muy distintos para pasar,en el plazo de una semana, de ser la reina de la tragedia a unacantante de cuarta».

    Es como si alguien le hubiese robado algo, como de hechohabía sucedido, y no precisamente algo banal. Hay determi-

    nados autores para quienes ciertos lugares abandonados hacemucho tiempo, al igual que las experiencias vividas en ellos,continúan existiendo en un presente continuo. Pueden serevocados a voluntad, e incluso a veces concurren sin ser invo-cados. Viven su propia vida en el interior de su imaginación.Son como habitaciones iluminadas por una luz eléctrica queno puede ser rebajada ni apagada en ningún momento. Para

    Henry James, el Nueva York de entre 1848 y 1855 era uno deesos lugares y las experiencias que vivió en él estaban tan ilu-minadas por la alegría de su inocencia y eran tan agradablesque nunca se borraron de su memoria, como sí lo hicieron, porejemplo, en el caso de su hermano; se mantuvieron como si setratara de presencias vivas. Cincuenta años después se veíaobligado a pasear por una ciudad que, en nombre de la nove-dad, le impedía entrar en aquellas habitaciones iluminadas.Mientras recordaba la vieja ciudad no estaba en la nueva, y esque la vieja ciudad no había muerto para él, vivía como unaespecie de imperativo de su propio genio. La luz de aquellashabitaciones parecía ahora atronadora, como si le cegara. Paraprotegerse a sí mismo no supo hacer otra cosa que acumularinsulto sobre insulto sobre la ciudad de Nueva York.

    Para un escritor la indistinción entre el tiempo presente y

    el pasado es una manera de liberar la imaginación pero tambiénes la causa de que el carácter se vuelva testarudo e inquieto. ElNueva York que vio en 1905 provocó que James utilizara su

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    imaginación en unos términos absolutamente desproporciona-dos pero aptos a la vez, para combatir la tensión que le provocabaun pasado al que no quería renunciar y la sobrecogedora nove-dad de lo moderno. Los escritores mueren cuando envejecen yaquel año Nueva York le estaba exigiendo demasiado a James.

    Es posible argumentar también que el caso era en realidadmás simple, que James encontró sencillamente más decentes,humanos y civilizados los valores de la ciudad de su infancia,que le desagradaron los que encontró en aquella ciudad en1905 y que expresó aquel desacuerdo con rotundidad, como yahabía hecho en numerosos relatos. Pero una de las últimas

    obras que escribió sobre Nueva York, también una de sus úl-timas obras de cción, nos hace inclinarnos más bien hacia locontrario; que había algo angustioso sin resolver en el desagra-do y el miedo que le producía la ciudad de Nueva York. Titulóaquel relato El alegre rincón.

    James, al igual que muchos de sus contemporáneos lon-dinenses, estaba interesado en el tema del doble. Su relato  La

    vida privada, publicado en 1892, es un contrapunto del mundode Dorian Gray y el doctor Jekyll. James convierte ahí en temade cción su propia vida social y su naturaleza de hombre so-litario, de escritor. En el relato se las ingenia para situar a suescritor en dos lugares distintos al mismo tiempo; está acom-pañado y, a la vez, solo frente a su escritorio. A comienzos deagosto de 1906 James escribió a su agente: «Tengo una peque-ña idea que me parece excelente y que no me ha dejado dormirni un segundo en toda la noche, debo aprovechar la ventaja yescribirla ahora, en caliente». En El alegre rincón escrito justodespués de su viaje a América de 1905, James creó un doble desí mismo para representar en la cción al hombre que habíaabandonado Nueva York y vivía en Inglaterra, y a su doble, queaún le inquietaba, que nunca había abandonado la ciudad yque aún paseaba por aquellas mismas habitaciones descritas

    en su autobiografía y presentes en Washington Square.El personaje de su relato, Brydon, ha estado alejado deNueva York durante treinta y tres años, y comparte con James

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     y su cuñada, y la esposa de su sobrino. En la última frase de Elalegre rincón James hace que se apoye en su pecho. Su recom-pensa por haber apagado las luces ha sido el amor, la posibili-dad de una sexualidad sin complicaciones, como aquella de laque disfrutó su hermano William. El alegre rincón abandona asu protagonista varado entre un pasado anterior al sexo y unpresente poco convincente.

    Dos de los últimos relatos que escribió James están situa-dos en el Nueva York que exploró (y deploró) en La escena ame-ricana. Tanto en La vieja Cornelia como en Una ronda de visitas la ciudad aparece como un espacio siniestro, vulgar e inestable.

    Teodora Bosanquet, la tipógrafa de James a quien dedicó suobra de cción, anotó el 17 de diciembre de 1908: «El relato“breve” que Mr. James está escribiendo para Harper se estáalargando mucho… y a mí me parece que no es demasiadobueno». Como ya había hecho otras veces, James trabaja en  Lavieja Cornelia la idea del regreso de un exilio, se trata de unhombre a quien disgusta el lugar en el que vive y recuerda con

    gran nostalgia su vieja ciudad. Su protagonista describe la casade Mrs. Worthingham «como si cada uno de los caros objetosque la componían chirriaran con una especie de sonido singracia». Hace también aquí uno de sus ataques más elocuentessobre la falta de cohesión social en la ciudad: «Aquella estabadestinada a ser con toda certeza la música del futuro —eso encaso de que la gente fuera lo bastante rica, tuviera sus casas lobastante amuebladas, hicieran suciente ejercicio, disfrutasende buena salud y se cuidaran lo suciente— todo cuanto teníanque hacer era adoptar el distraído e irónico punto de vista delos menos iniciados». Se enfrenta contra la falta de modestiacon la que la ciudad de Nueva York exhibe sus ventajas: «En su época… los mejores modales eran también los más amables, y los más amables siempre tenían un arte muy suyo para noinsistir en su clara superioridad, o al menos para ocultarla al

    resto de los mortales si no por simple decencia, al menos poralgo que en nada se parecía a la intensa ferocidad con la queallí se buscaba que todo el mundo lo supiera».

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    La ciudad de Una ronda de visitas, el último relato que es-cribió James, es aún más inhóspita de lo habitual cuando MarkMonteith, otro exiliado, regresa a un Nueva York en el que hasido timado por uno de sus habitantes. Al igual que en Un casode lo más extraordinario, escrito cuarenta años antes, el prota-gonista se encuentra enfermo en una habitación de hotel y aligual que en Un episodio internacional el clima es nefasto, Nueva York está «envuelta en una ventisca deslumbrante». Al igualque en  La vieja Cornelia nuestro héroe visita a algunos viejosamigos y queda horrorizado por la decoración del interior desus casas «de aspecto absolutamente falso». Resulta notable

    en estos dos relatos la absoluta falta de simpatía con la que re-trata a las mujeres de Nueva York. Leon Edel lo comentaba así:«Las mujeres de estos relatos parecen haber perdido todasu simpatía, son gordas y fatuas, feas, ricas, crueles y han ol- vidado el sentido de la amabilidad». Tal vez no sorprenda deltodo que la última escena del último de los relatos sobre Nueva York sea un neoyorquino que se salta la tapa de los sesos con

    un revólver. El alegre rincón fue el único relato de tema americano queJames incluyó en la edición de veintitrés volúmenes de susobras publicada en Nueva York y de la que también excluyó Loseuropeos, Washington Square y Las bostonianas. Trabajó en aque-lla edición durante los años en los que escribió tanto su auto-biografía como  La escena americana. Por si aún había algunaduda sobre el hecho de que se había tomado muy en serio en-tablar combate, del lado de su personal Nueva York, contra elGoliat que cada día se elevaba un poco más sobre la isla deManhattan, escribió a su editor Scribners lo siguiente el 30de julio de 1905: «Si fuera preciso ponerle un nombre a la edi-ción, me gustaría que ese nombre fuera la  Edición de NuevaYork, si tal cosa puede ponerse como título general para darlecierta distinción. Mi sentimiento al respecto es que deseo que

    esta edición al completo lleve el nombre de mi ciudad natal…a la que no he tenido gran oportunidad de hacer un homenajecomo merece». El trabajo de James le mostraría a ese mundo

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    el otro lado del espejo, el lado amable como lo llamaba él, elque apostaba por la idea, contra la que ese mundo se rebelaba,de que se podía resistir y hacerse responsable, que se podíaaspirar a una fama que iba más allá del dinero. La casa de lacción se alzaría aún más alto que ningún rascacielos y todassus habitaciones permanecerían iluminadas por mucho que enel exterior reinara la oscuridad.

    Colm Tóibín