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Góngora Soledades

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SOLEDADES

Luis de Gngora

DEDICATORIA

al Duque de Bejar

Pasos de un peregrino son, errante,Cuantos me dict versos dulce MusaEn soledad confusa,Perdidos unos, otros inspirados.

O t que de venablos impedido-Muros de abeto, almenas de diamante-,Bates los montes que de nieve armadosGigantes de cristal los teme el cielo,Donde el cuerno, del eco repetido,Fieras te expone, que - al teido suelo,Muertas, pidiendo trminos disformes-Espumoso coral le dan al Tormes!:

Arrima a un frexno el frexno, cuyo acero,Sangre sudando, en tiempo har brevePurpurar la nieve;Y, en cuanto da el solcito montero,Al duro robre, al pino levantado-mulos vividores de las peas-Las formidables seasDel oso que aun besaba, atravesado,La asta de tu luciente jabalina,-O lo sagrado supla de la encinaLo Augusto del dosel, o de la fuenteLa alta cenefa, lo majestuosoDel sital a tu Deidad debido-,O Duque esclarecido!Templa en sus ondas tu fatiga ardiente,Y, entregados tus miembros al reposoSobre el de grama csped, no desnudo,Djate un rato hallar del pie acertadoQue sus errantes pasos ha votadoA la real cadena de tu escudo.

Honre suave, generoso nudo,Libertad, de Fortuna perseguida;Que, a tu piedad Euterpe agradecida,Su canoro dar dulce instrumento,Cuando la Fama no su trompa al viento.

SOLEDAD PRIMERA (PARTE I)

Era del ao la estacin floridaEn que el mentido robador de Europa-Media luna las armas de su frente,Y el Sol todos los rayos de su pelo-,Luciente honor del cielo,En campos de zafiro pace estrellas,Cuando el que ministrar poda la copaA Jpiter mejor que el garzn de Ida,-Nufrago y desdeado, sobre ausente-,Lagrimosas de amor dulces querellasDa al mar; que condolido,Fue a las ondas, fue al vientoEl msero gemido,Segundo de Arn dulce instrumento.

Del siempre en la montaa opuesto pinoAl enemigo NotoPiadoso miembro roto-Breve tabla- delfn no fue pequeoAl inconsiderado peregrinoQue a una Libia de ondas su caminoFi, y su vida a un leo.Del Ocano, pues, antes sorbido,Y luego vomitadoNo lejos de un escollo coronadoDe secos juncos, de calientes plumas-Alga todo y espumas-Hall hospitalidad donde hall nidoDe Jplter el ave.

Besa la arena, y de la rota naveAquella parte pocaQue le expuso en la playa dio a la roca;Que aun se dejan las peasLisonjear de agradecidas seas.

Desnudo el joven, cuanto ya el vestidoOcano ha bebidoRestituir le hace a las arenas;Y al Sol le extiende luego,Que, lamindole apenasSu dulce lengua de templado fuego,Lento lo embiste, y con suave estiloLa menor onda chupa al menor hilo.

No bien, pues, de su luz los horizontes-Que hacan desigual, confusamente,Montes de agua y pilagos de montes-Desdorados los siente,Cuando -entregado el msero extranjeroEn lo que ya del mar redimi fiero-Entre espinas crepsculos pisando,Riscos que aun igualara mal, volando,Veloz, intrpida ala,-Menos cansado que confuso- escala.

Vencida al fin la cumbre-Del mar siempre sonante,De la muda campaarbitro igual e inexpugnable muro-,Con pie ya ms seguroDeclina al vacilanteBreve esplendor de mal distinta lumbre:Farol de una cabaaQue sobre el ferro est, en aquel inciertoGolfo de sombras anunciando el puerto.

Rayos -les dice- ya que no de LedaTrmulos hijos, sed de mi fortunaTrmino luminoso. Y -recelandoDe invidosa brbara arboledaInterposicin, cuando De vientos no conjuracin alguna-Cual, haciendo el villanoLa fragosa montaa fcil llano,Atento sigue aquella-Aun a pesar de las tinieblas bella,Aun a pesar de las estrellas clara-Piedra, indigna tara-Si tradicin apcrifa no miente-De animal tenebroso cuya frenteCarro es brillante de nocturno da:Tal, diligente, el pasoEl joven apresura,Midiendo la espesuraCon igual pie que el raso,Fijo -a despecho de la niebla fra-En el carbunclo, Norte de su aguja,O el Austro brame o la arboleda cruja.

El can ya, vigilante,Convoca, despidiendo al caminante;Y la que desviadaLuz poca pareci, tanta es vecina,Que yace en ella la robusta encina,Mariposa en cenizas desatada.

Lleg, pues, el mancebo, y saludado,Sin ambicin, sin pompa de palabras,De los conducidores fue de cabras,Que a Vulcano tenan coronado:

Oh bienaventurado Albergue a cualquier hora,Templo de Pales, alquera de Flora!No moderno artificioBorr designios, bosquej modelos,Al cncavo ajustando de los cielosEl sublime edificio;Retamas sobre robreTu fbrica son pobre,Do guarda, en vez de acero,La inocencia al cabreroMs que el silbo al ganado.Oh bienaventuradoAlbergue a cualquier hora!

No en ti la ambicin moraHidrpica de viento,Ni la que su alimentoEl spid es gitano;No la que, en bulto comenzando humano,Acaba en mortal fiera,Esfinge bachillera,Que hace hoy a NarcisoEcos solicitar, desdear fuentes;Ni la que en salvas gasta impertinentesLa plvora del tiempo ms preciso:Ceremonia profanaQue la sinceridad burla villanaSobre el corvo cayado.Oh bienaventuradoAlbergue a cualquier hora!

Tus umbrales ignoraLa adulacin, SirenaDe reales palacios, cuya arenaBes ya tanto leo:Trofeos dulces de un canoro sueo,No a la soberbia est aqu la mentiraDorndole los pies, en cuanto giraLa esfera de sus plumas,Ni de los rayos baja a las espumasFavor de cera alado.Oh bienaventuradoAlbergue a cualquier hora!

No, pues, de aquella sierra -engendradoraMs de fierezas que de cortesa-La gente parecaQue hosped al forasteroCon pecho igual de aquel candor primero,Que, en las selvas contento,Tienda el frexno le dio, el robre alimento.

Limpio sayal en vez de blanco linoCubri el cuadrado pino;Y en boj, aunque rebelde, a quien el tornoForma elegante dio sin culto adorno,Leche que exprimir vio la Alba aquel da-Mientras perdan con ellaLos blancos lilios de su frente bella-,Gruesa le dan y fra,Impenetrable casi a la cuchara,Del viejo Alcimedn invencin rara.

El que de cabras fue dos veces cientoEsposo casi un lustro -cuyo dienteNo perdon a racimo aun en la frenteDe Baco, cuanto ms en su sarmiento(Triunfador siempre de celosas lides,Le coron el Amor; mas rival tierno,Breve de barba y duro no de cuerno,Redimi con su muerte tantas vides)-,Servido ya en cecina,Purpreos hilos es de grana fina.

Sobre corchos despus, ms regaladoSueo le solicitan pieles blandasQue al Prncipe entre HolandasPrpura Tiria o Milans brocado.No de humosos vinos agravadoEs Ssifo en la cuesta, si en la cumbreDe ponderosa vana pesadumbreEs, cuanto ms despierto, ms burlado.De trompa militar no, o destempladoSon de cajas, fue el sueo interrumpido;De can s, embravecidoContra la seca hojaQue el viento repel a alguna coscoja.

Durmi, y recuerda al fin cuando las aves-Esquilas dulces de sonora plumaSeas dieron suavesDel Alba al Sol, que el pabelln de espumaDej, y en su carrozaRay el verde obelisco de la choza.

Agradecido, pues, el peregrino,Deja el albergue y sale acompaadoDe quien lo lleva donde, levantado,Distante pocos pasos del camino,Imperoso mira la campaaUn escollo, apacible galera,Que festivo teatro fue algn daDe cuantos pisan, Faunos, la montaa.Lleg, y a vista tantaObedeciendo la dudosa planta,Inmvil se qued sobre un lentisco,Verde balcn del agradable risco.

Si mucho poco mapa le despliega,Mucho es ms lo que, nieblas desatando,Confunde el Sol y la distancia niega.

SOLEDAD PRIMERA (PARTE II)

Muda la admiracin, habla callando,Y, ciega, un ro sigue, que -lucienteDe aquellos montes hijo-Con torcido discurso, aunque prolijo,Tiraniza los campos tilmente;Orladas sus orillas de frutales,Si de flores, tomadas no, a la Aurora,Derecho corre, mientras no revocaLos mismos autos el de sus cristales;Huye un trecho de s, y se alcanza luego;Desvase y, buscando sus desvos,Errores dulces, dulces desvaros,Hacen sus aguas con lascivo fuego;Engazando edificios en su plata,De quintas coronado se dilataMajestuosamente-En brazos dividido, caudalosos,De islas que parntesis frondososAl perodo son de su corriente-De la alta gruta donde se desataHasta los jaspes lquidos, adondeSu orgullo pierde y su memoria esconde.

Aquellas que los rboles apenasDejan ser torres hoy -dijo el cabreroCon muestras de dolor extraordinarias-Las estrellas nocturnas luminariasEran de sus almenas,Cuando el que ves sayal fue limpio acero.Yacen ahora, y sus desnudas piedrasVisten piadosas yedras:Que a ruinas y a estragos,Sabe el tiempo hacer verdes halagos.

Con gusto el joven y atencin le oa,Cuando torrente de armas y de perros,Que si precipitados no los cerrosLas personas tras de un lobo traa,Tierno discurso y dulce compaaDejar hizo al serrano,Que -del sublime espacoso llanoAl husped al camino reduciendo-Al venatorio estruendo,Pasos dando veloces,Nmero crece y multiplica voces.

Bajaba entre s el joven admirandoArmado a Pan o semicapro a Marte,En el pastor mentidos, que con arteCulto principio dio al discurso cuandoRmora de sus pasos fue su odo,Dulcemente impedidoDe canoro instrumento, que pulsadoEra de una serrana junto a un tronco,Sobre un arroyo, de quejarse ronco,Mudo sus ondas, cuando no enfrenado.

Otra con ella montaraz zagalaJuntaba el cristal lquido al humanoPor el arcaduz bello de una manoQue al uno menosprecia, al otro iguala.

Del verde margen otra las mejoresRosas traslada y lilios al cabello,O por lo matizado o por lo bello,Si Aurora no con rayos, Sol con flores.

Negras pizarras entre blancos dedosIngeniosa hiere otra, que dudoQue aun los peascos la escucharan quedos.Al son, pues, deste rudoSonoroso instrumento,-Lasciva el movimiento,Mas los ojos honesta-Altera otra, bailando, la floresta.

Tantas al fin el arroyuelo, y tantasMontaesas da el prado, que dirasSer menos las que verdes HamadrasAbortaron las plantas:Inundacin hermosaQue la montaa hizo populosaDe sus aldeas todasA pastorales bodas.

De una encina embebidoEn lo cncavo, el joven mantenaLa vista de hermosura, y el odoDe mtrica armona.

El Sileno buscabaDe aquellas que la sierra dio Bacantes,-Ya que Ninfas las niega ser errantesEl hombro sin aljaba-;O si -del Termodontemulo del arroyuelo desatadoDe aquel fragoso monte-Escuadrn de Amazonas desarmadoTremola en sus riberasPacficas banderas.

Vulgo lascivo erraba-Al voto del mancebo,El yugo de ambos sexos sacudido-Al tiempo que -de flores impedidoEl que ya serenabaLa regin de su frente rayo nuevo-Purprea terneruela, conducidaDe su madre, no menos enramadaEntre albogues se ofrece, acompaadaDe juventud florida.

Cul dellos las pendientes sumas gravesDe negras baja, de crestadas aves,Cuyo lascivo esposo vigilanteDomstico es del Sol nuncio canoro,Y -de coral barbado- no de oroCie, sino de prpura, turbante.

Quin la cerviz oprimeCon la manchada copiaDe los cabritos ms retozadores,Tan golosos, que gimeEl que menos peinar puede las floresDe su guirnalda propia.

No el sitio, no, fragoso,No el torcido taladro de la tierra,Privilegi en la sierraLa paz del conejuelo temeroso:Trofeo ya su nmero es a un hombro,Si carga no y asombro.

T, ave peregrina,Arrogante esplendor -ya que no bello-Del ltimo Occidente:Penda el rugoso ncar de tu frenteSobre el crespo zafiro de tu cuello,Que Himeneo a sus mesas te destina.

Sobre dos hombros larga vara ostentaEn cien aves cien picos de rubes,Tafiletes calzadas carmeses,Emulacin y afrentaAun de los Berberiscos,En la inculta regin de aquellos riscos.

Lo que llor la Aurora-Si es nctar lo que llora-,Y antes que el Sol enjugaLa abeja que madrugaA libar flores y a chupar cristales,En celdas de oro lquido, en panalesLa orza contenaQue un montas traa.

No exceda la orejaEl pululante ramoDel ternezuelo gamo,Que mal llevar se dejaY con razn: que el tlamo desdeaLa sombra aun de lisonja tan pequea.

El arco del camino, pues, torcido,-Que haban con trabajoPor la fragosa cuerda del atajoLas gallardas serranas desmentido-,De la cansada juventud vencido,-Los fuertes hombros con las cargas graves,,Treguas hechas suaves-Sueo le ofrece a quien busc descansoEl ya saudo arroyo, ahora manso:Merced de la hermosura que ha hospedado,Efectos, si no dulces, del concentoQue, en las lucientes de marfil clavijas,Las duras cuerdas de las negras guijasHicieron a su curso acelerado,En cuanto a su furor perdon el viento.

Menos en renunciar tard la encinaEl extranjero errante,Que en reclinarse el menos fatigadoSobre la grana que se viste finaSu bella amada, deponiendo amanteEn las vestidas rosas su cuidado.

Saludlos a todos cortsmente,Y -admirado no menosDe los serranos que correspondido-Las sombras solicita de unas peas.De lgrimas los tiernos ojos llenos,Reconociendo el mar en el vestido-Que beberse no pudo el Sol ardienteLas que siempre dar cerleas seas-,Poltico serrano,De canas grave, habl desta manera:

Cul tigre, la ms fieraQue clima infam Hircano,Dio el primer alimentoAl que -ya deste o del aquel mar- primeroSurc, labrador fiero,El campo undoso en mal nacido pino,Vaga Clicie del viento,En telas hecho -antes que en flor- el lino?Ms armas introdujo este marinoMonstruo, escamado de robustas hayas,A las que tanto mar divide playas,Que confusin y fuegoAl Frigio muro el otro leo Griego.

Nutica industria investig tal piedra,Que, cual abraza yedraEscollo, el metal ella fulminanteDe que Marte se viste y, lisonjera,Solicita el que ms brilla diamanteEn la nocturna capa de la esfera,Estrella a nuestro Polo ms vecina;Y, con virtud no poca,Distante le revoca,Elevada la inclinaYa de la Aurora bellaAl rosado balcn, ya a la que sellaCerlea tumba fraLas cenizas del da.

En sta, pues, findose atractiva,Del Norte amante dura, alado roble,No hay tormentoso cabo que no doble,Ni isla hoy a su vuelo fugitiva.

Tifis el primer leo mal seguroCondujo, muchos luego Palinuro;Si bien por un mar ambos, que la tierraEstanque dej hecho,Cuyo famoso estrechoUna y otra, de Alcides, llave cierra.

SOLEDAD PRIMERA (PARTE III)

Piloto hoy la Codicia, no de errantesrboles, mas de selvas inconstantes,Al padre de las aguas Oceano,-De cuya monarquaEl Sol, que cada daNace en sus ondas, y en sus ondas muere,Los trminos saber todos no quiere-Dej primero de su espuma cano,Sin admitir segundoEn inculcar sus lmites al mundo.

Abetos suyos tres aquel tridenteViolaron a Neptuno,Conculcado hasta all de otro ninguno,Besando las que al Sol el OccidenteLe corre, en lecho azul de aguas marinas,Turquesadas cortinas.

A pesar luego de spides volantes,-Sombra del Sol y tsigo del viento-De Caribes flechados, sus banderasSiempre gloriosas, siempre tremolantes,Rompieron los que arm de plumas cientoLestrigones el istmo, aladas fieras:El istmo que al Ocano divideY -sierpe de cristal- juntar le impideLa cabeza del Norte coronadaCon la que ilustra el Sur, cola escamadaDe Antrticas estrellas.

Segundos leos dio a segundo PoloEn nuevo mar, que le rindi no sloLas blancas hijas de sus conchas bellas,Mas los que lograr bien no supo MidasMetales homicidas.

No le bast despus a este elementoConducir Orcas, alistar Ballenas,Murarse de montaas espumosas,Infamar blanqueando sus arenasCon tantas del primer atrevimientoSeas -aun a los buitres lastimosas-,Para con estas lastimosas seasTemeridades enfrenar segundas.

T, Codicia, t, pues, de las profundasEstigias aguas torpe marinero,Cuantos abre sepulcros el mar fieroA tus huesos, desdeas.

El Promontorio que Eolo sus rocasCandados hizo de otras nuevas grutasPara el Austro de alas nunca enjutas,Para el Cierzo expirante por cien bocas,Doblaste alegre, y tu obstinada entenaCabo le hizo de Esperanza Buena.Tantos luego Astronmicos presagiosFrustrados, tanta Nutica doctrina,Debajo de la Zona aun ms vecinaAl Sol, calmas vencidas y naufragios,Los reinos de la Aurora al fin besaste,Cuyos purpreos senos perlas netas,Cuyas minas secretasHoy te guardan su ms precioso engaste;La aromtica selva penetrasteQue al pjaro de Arabia -cuyo vueloArco alado es del cielo,No corvo, mas tendido-Pira le erige, y le construye nido.

Zodaco despus fue cristalinoA gloroso pino,mulo vago del ardiente cocheDel Sol, este elemento,Que cuatro veces haba sido cientoDosel al da y tlamo a la noche,Cuando hall de fugitiva plataLa bisagra, aunque estrecha, abrazadoraDe un Ocano y otro siempre uno,O las columnas bese o la escarlata,Tapete de la Aurora.

sta, pues, nave ahora,En el hmido templo de NeptunoVarada pende a la inmortal memoriaCon nombre de Victoria.

De firmes islas no la inmvil flotaEn aquel mar del Alba te describo,Cuyo nmero -ya que no lascivo-Por lo bello agradable y por lo varioLa dulce confusin hacer podaQue en los blancos estanques del EurotaLa virginal desnuda montera,Haciendo escollos o de mrmol ParioO de terso marfil sus miembros bellos,Que pudo bien Acten perderse en ellos.

El bosque dividido en islas pocas,Fragante productor de aquel aroma-Que, traducido mal por el Egito,Tarde le encomend el Nilo a sus bocas,Y ellas ms tarde a la gulosa Grecia-,Clavo no, espuela s del apetito-Que cuanto en conocello tard RomaFue templado Catn, casta Lucrecia-,Qudese, amigo, en tan inciertos mares,Donde con mi haciendaDel alma se qued la mejor prenda,Cuya memoria es buitre de pesares.

En suspiros con esto,Y en ms aneg lgrimas el restoDe su discurso el montas prolijo,Que el viento su caudal, el mar su hijo.Consolallo pudiera el peregrinoCon las de su edad corta historias largas,Si -vinculados todos a sus cargas,Cual prvidas hormigas a sus mieses-No comenzaran ya los montaesesA esconder con el nmero el camino,Y el cielo con el polvo. Enjug el viejoDel tierno humor las venerables canas,Y levantando al forastero, dijo:

Cabo me han hecho, hijo,De este hermoso tercio de serranas;Si tu neutralidad sufre consejo,Y no te fuerza obligacin precisa,La piedad que en mi alma ya te hospedaHoy te convida al que nos guarda sueoPoltica alameda,Verde muro de aquel lugar pequeoQue, a pesar de esos frexnos, se divisa;Sigue la femenil tropa conmigo:Vers curioso y honrars testigoEl tlamo de nuestros labradores,Que de tu calidad seas mayoresMe dan que del Ocano tus paos,O razn falta donde sobran aos.

Mal pudo el extranjero agradecidoEn tercio tal negar tal compaaY en tan noble ocasin tal hospedaje.Alegres pisan la que, si no eraDe chopos calle y de lamos carrera,El fresco de los cfiros ruido,El denso de los rboles celaje,En duda ponen cul mayor hacaGuerra al calor o resistencia al da.

Coros tejiendo, voces alternando,Sigue la dulce escuadra montaesaDel perezoso arroyo el paso lento,En cuanto l hurta blando,Entre los olmos que robustos besa,Pedazos de cristal, que el movimientoLibra en la falda, en el coturno ellaDe la columna bella,Ya que celosa basa,Dispensadora del cristal no escasa.

Sirenas de los montes su concento,A las que menos del saudo vientoPudiera antigua plantaTemer ruina o recelar fracaso,Pasos hiciera dar el menor pasoDe su pie o su garganta.

Pintadas aves -ctaras de pluma-Coronaban la brbara capilla,Mientras el arroyuelo para ollaHace de blanca espumaTantas orejas cuantas guijas lava,De donde es fuente a donde arroyo acaba.

Vencedores se arrogan los serranosLos consignados premios otro da,Ya al formidable salto, ya a la ardienteLucha, ya a la carrera polvorosa.

El menos gil, cuantos comarcanosConvoca el caso, l solo desafia,Consagrando los palios a su esposa,Que a mucha fresca rosaBeber el sudor hace de su frente,Mayor an del que esperaEn la lucha, en el salto, en la carrera.

Centro apacible un crculo espaciosoA ms caminos que una estrella rayos,Haca, bien de pobos, bien de alisos,Donde la Primavera,-Calzada Abriles y vestida Mayos-Centellas saca de cristal undosoA un pedernal orlado de Narcisos.

Este pues centro eraMeta umbrosa al vaquero convecino,Y delicioso trmino al distante,Donde, aun cansado ms que el caminanteConcurra el camino.

Al concento se abaten cristalinoSedientas las serranas,Cual simples codornices al reclamoQue les miente la voz, y verde cela,Entre la no espigada mies, la tela.Msicas hojas viste el menor ramoDel lamo que peina verdes canas;No cfiros en l, no ruiseoresLisonjear pudieron breve ratoAl montas, que -ingratoAl fresco, a la armona y a las flores-Del sitio pisa amenoLa fresca hierba, cual la arena ardienteDe la Libia, y a cuantas da la fuenteSierpes de aljfar, aun mayor venenoQue a las del Ponto, tmido atribuye,Segn el pie, segn los labios huye.

Pasaron todos, pues, y reguladosCual en los Equinoccios surcar vemosLos pilagos del aire libre algunasVolantes no galeras,Sino grullas veleras,Tal vez creciendo, tal menguando lunasSus distantes extremos,Caracteres tal vez formando aladosEn el papel difano del cieloLas plumas de su vuelo.

Ellas en tanto en bvedas de sombras,Pintadas siempre al fresco,Cubren las que Sidn telar TurquescoNo ha sabido imitar, verdes alfombras.

Apenas reclinaron la cabeza,Cuando, en nmero iguales y en belleza,Los mrgenes matiza de las fuentesSegunda Primavera de villanas,Que -parientas del novio aun ms cercanasQue vecinos sus pueblos- de presentesPrevenidas, concurren a las bodas.

Mezcladas hacen todasTeatro dulce -no de escena muda-El apacible sitio: espacio breveEn que, a pesar del Sol, cuajada nieve,Y nieve de colores mil vestida,La sombra vio floridaEn la hierba menuda.

Viendo pues que igualmente les quedabaPara el lugar a ellas de caminoLo que al Sol para el lbrego Occidente,Cual de aves se cal turba canoraA robusto nogal que acequia lavaEn cercado vecino,Cuando a nuestros Antpodas la AuroraLas rosas gozar deja de su frente:Tal sale aquella que sin alas vuelaHermosa escuadra con ligero paso,Hacindole atalayas del OcasoCuantos humeros cuenta la aldehuela.

El lento escuadrn luegoAlcanzan de serranos;Y disolviendo all la compaa,Al pueblo llegan con la luz que el daCedi al sacro Volcn de errante fuego,A la torre, de luces coronada,Que el templo ilustra, y a los aires vanosArtificiosamente da exhaladaLuminosas de Plvora saetas,Purpreos no cometas.

Los fuegos, pues, el joven solemniza,Mientras el viejo tanta acusa TeaAl de las bodas dios, no alguna seaDe nocturno Faetn carroza ardiente,Y miserablementeCampo amanezca estril de cenizaLa que anocheci aldea.

De Alcides le llev luego a las plantas,Que estaban, no muy lejos,Trenzndose el cabello verde a cuantasDa el fuego luces y el arroyo espejos.

Tanto garzn robusto,Tanta ofrecen los lamos zagala,Que abrevara el Sol en una estrella,Por ver la menos bella,Cuantos saluda rayos el Bengala,Del Ganges cisne adusto.

La gaita al baile solicita el gusto,A la voz el psalterio;Cruza el Trin ms fijo el Hemisferio,Y el tronco mayor danza en la ribera;El Eco, voz ya entera,No hay silencio a que pronto no responda;Fanal es del arroyo cada onda,Luz el reflejo, la agua vidrera.

SOLEDAD PRIMERA (PARTE IV)

Trminos le da el sueo al regocijo,Mas al cansancio no: que el movimientoVerdugo de las fuerzas es prolijo.Los fuegos -cuyas lenguas ciento a cientoDesmintieron la noche algunas horas,Cuyas luces, del Sol competidoras,Fingieron da en la tiniebla oscura-Murieron, y en s mismos sepultados,Sus miembros en cenizas desatadosPiedras son de su misma sepultura.

Vence la noche al fin, y triunfa mudoEl silencio, aunque breve, del ruido:Slo gime ofendidoEl sagrado laurel del hierro agudo:Deja de su esplendor, deja desnudoDe su frondosa pompa al verde alisoEl golpe no remisoDel villano membrudo;El que resistir pudoAl animoso Austro, al Euro ronco,Chopo gallardo -cuyo liso troncoPapel fue de pastores, aunque rudo-A revelar secretos va a la aldea,Que impide Amor que aun otro chopo lea.

Estos rboles, pues, ve la maanaMentir florestas y emular valesCuantos mur de lquidos cristalesAgricultura urbana.

Record al Sol, no, de su espuma cana,La dulce de las aves armona,Sino los dos topacios que bata,-Orientales aldabas- Himeneo.

Del carro, pues, FebeoEl luminoso tiro,Mordiendo oro, el eclptico zafiroPisar quera, cuando el populosoLugarillo, el serranoCon su husped, que admira cortesano,-A pesar del estambre y de la seda-El que tapiz frondosoTeji de verdes hojas la arboleda,Y los que por las calles espaciosasFabrican arcos, rosas:Oblicuos nuevos, pnsiles jardines,De tantos como volas jazmines.

Al galn novio el montas presentaSu forastero; luego al venerablePadre de la que en s bella se escondeCon ceo dulce y con silencio afable,Beldad parlera, gracia muda ostenta:Cual del rizado verde botn dondeAbrevia su hermosura virgen rosa,Las cisuras cairelaUn color que la prpura que celaPor brjula concede vergonzosa.

Digna la juzga esposaDe un Hroe, si no Augusto, esclarecido,El joven, al instante arrebatadoA la que, naufragante y desterradoLo conden a su olvido.

Este, pues, Sol que a olvido lo condena,Cenizas hizo las que su memoriaNegras plumas visti, que infelizmenteSordo engendran gusano, cuyo diente,Minador antes lento de su gloria,Inmortal arador fue de su pena.

Y en la sombra no ms de la azucena,Que del clavel procura acompaadaImitar en la bella labradoraEl templado color de la que adora,Vbora pisa tal el pensamiento,Que el alma, por los ojos desatada,Seas diera de su arrebatamientoSi de zampoas cientoY de otros, aunque brbaros, sonorosInstrumentos, no, en dos festivos coros,Vrgenes bellas, jvenes lucidos,Llegaran conducidos.

El numeroso al fin de labradoresConcurso impacenteLos novios saca: l, de aos floreciente,Y de caudal ms floreciente que ellos;Ella, la misma pompa de las flores,La Esfera misma de los rayos bellos.

El lazo de ambos cuellosEntre un lascivo enjambre iba de amoresHimeneo audando,Mientras invocan su Deidad la alternaDe zagalejas cndidas voz tiernaY de garzones este acento blando:

CORO I

Ven, Himeneo, ven donde te esperaCon ojos y sin alas un Cupido,Cuyo cabello intonso dulcementeNiega el vello que el bulto ha colorido:El vello, flores de su Primavera,Y rayos el cabello de su frente.Nio am la que adora adolescente,Villana Psiques, Ninfa labradoraDe la tostada Ceres. sta, ahora,En los inciertos de su edad segundaCrepsculos, vincule tu coyundaA su ardiente deseo.Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.

CORO II

Ven, Himeneo, donde, entre arrebolesDe honesto rosicler, previene el da,-Aurora de sus ojos soberanos-Virgen tan bella, que hacer podraTrrida la Noruega con dos SolesY blanca la Etopa con dos manos.Claveles del Abril, rubes tempranos,Cuantos engasta el oro del cabello,Cuantas -del uno ya y del otro cuelloCadenas- la concordia engarza rosas,De sus mejillas, siempre vergonzosas,Purpreo son trofeoVen, Himeneo, ven; ven, Himeneo.

CORO I

Ven, Himeneo, y plumas no vulgaresAl aire los hijuelos den aladosDe las que el bosque bellas Ninfas cela;De sus carcajes, stos, argentados,Flechen mosquetas, nieven azahares;Vigilantes aqullos, la aldehuelaRediman del que ms o tardo vuela,O infausto gime, pjaro nocturno;Mudos coronen otros por su turnoEl dulce lecho conyugal, en cuantoLasciva abeja al virginal acantoNctar le chupa Hibleo.Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.

CORO II

Ven, Himeneo, y las volantes pas,Que azules ojos con pestaas de oroSus plumas son, conduzgan alta diosa,Gloria mayor del soberano coro.Fe tus nudos ella, que los dasDisuelvan tarde en senectud dichosa;Y la que Juno es hoy a nuestra esposa,Casta Lucina -en lunas desiguales-Tantas veces repita sus umbrales,Que Nobe inmortal la admire el mundo,No en blanco mrmol, por su mal fecundo,Escollo hoy del Leteo.Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.

CORO I

Ven, Himeneo, y nuestra agriculturaDe copia tal a estrellas deba amigasProgenie tan robusta, que su manoToros dome, y de un rubio mar de espigasInunde liberal la tierra dura;Y al verde, joven, floreciente llanoBlancas ovejas suyas hagan, cano,En breves horas caducar la hierba;Oro le expriman lquido a Minerva,Y -los olmos casando con las vides-Mientras coronan pmpanos a AlcidesClava empue Lieo.Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.

CORO II

Ven, Himeneo, y tantas le d a PalesCuantas a Palas dulces prendas estaApenas hija hoy, madre maana.De errantes lilios unas la florestaCubran: corderos mil, que los cristalesVistan del ro en breve undosa lana;De Aracnes otras la arrogancia vanaModestas acusando en blancas telas,No los hurtos de Amor, no las cautelasDe Jpiter compulsen: que, aun en lino,Ni a la pluvia luciente de oro fino,Ni al blanco cisne creo.Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.

El dulce alterno cantoA sus umbrales revoc felicesLos novios, del vecino templo santo.Del yugo an no domadas las cervices,Novillos -breve trmino surcado-Restituyen as el pendiente aradoAl que pajizo albergue los aguarda.

Llegaron todos, pues, y, con gallardaCivil magnificencia, el suegro anciano,Cuantos la sierra dio, cuantos dio el llano,Labradores convidaA la prolija rstica comidaQue sin rumor previno en mesas grandes.

Ostente crespas, blancas esculturasArtfice gentil de dobladurasEn los que Damasc manteles Flandes,Mientras casero lino Ceres tantaOfrece ahora, cuantos guard el henoDulces pomos, que al curso de AtalantaFueran dorado freno.

Manjares que el venenoY el apetito ignoran igualmenteLes sirvieron, y en oro, no, luciente,Confuso Baco, ni en bruida plataSu nctar les desata,Sino en vidrio topacios carmesesy plidos rubes.

Sellar del fuego quiso regaladoLos gulosos estmagos el rubioImitador suave de la ceraQuesillo -dulcemente apremadoDe rstica, vaquera,Blanca, hermosa mano, cuyas venasLa distinguieron de la leche apenas-;Mas ni la encarcelada nuez esquiva,Ni el membrillo pudieran anudado,Si la sabrosa olivaNo serenara el Bacanal diluvio.

Levantadas las mesas, al canoroSon de la Ninfa un tiempo, ahora caa,Seis de los montes, seis de la campaa-Sus espaldas rayando el sutil oroQue neg al viento el ncar bien tejido-,Terno de gracias bello, repetidoCuatro veces en doce labradoras,Entr bailando numerosamente;Y dulce Musa entre ellas -si consienteBrbaras el Parnaso moradoras-.

Vivid felices -dijo-Largo curso de edad nunca prolijo;Y si prolijo, en nudos amorososSiempre vivid, Esposos.Venza no slo en su candor la nieve,Mas plata en su esplendor sea cardadaCuanto estambre vital Cloto os trasladaDe la alta fatal rueca al huso breve.

Sean de la FortunaAplausos la respuestaDe vuestras granjeras.A la reja importuna,A la azada molestaFecundo os rinda -en desiguales das-El campo agradecidoOro trillado y nctar exprimido.

Sus morados cantuesos, sus copadasEncinas la montaa contar antesDeje que vuestras cabras, siempre errantes,Que vuestras vacas, tarde o nunca herradas.Corderillos os brote la ribera,Que la hierba menudaY las perlas exceda del rocoSu nmero, y del roLa blanca espuma, cuantos la tijeraVellones les desnuda.

Tantos de breve fbrica, aunque rudaAlbergues vuestros las abejas moren,Y Primaveras tantas os desfloren,Que -cual la Arabia madre ve de aromasSacros troncos sudar fragantes gomas-Vuestros corchos por uno y otro poroEn dulce se desaten lquido oro.

Prspera al fin, mas no espumosa tantoVuestra fortuna sea,Que alimenten la invidia en vuestra aldeaspides ms que en la regin del llanto.Entre opulencias y necesidadesMedianas vinculen competentesA vuestros descendientes,-Previniendo ambos daos- las edades.Ilustren obeliscos las ciudades,A los rayos de Jpiter expuesta-An ms que a los de Febo- su corona,Cuando a la choza pastoral perdonaEl cielo, fulminando la floresta.

Cisnes, pues, una y otra pluma, en estaTranquilidad os halle labradoraLa postrimera hora:Cuya lmina cifre desengaos,Que en letras pocas lean muchos aos.

SOLEDAD PRIMERA (PARTE V)

Del himno culto dio el ltimo acentoFin mudo al baile, al tiempo que seguidaLa novia sale de villanas cientoA la verde florida palizada,Cual nueva Fnix en flamantes plumasMatutinos del Sol rayos vestida,De cuanta surca el aire acompaadaMonarqua canora;Y, vadeando nubes, las espumasDel Rey corona de los otros ros:En cuya orilla el viento hereda ahoraPequeos, no vacos,De funerales brbaros trofeosQue el Egipto erigi a sus Ptolomeos.

Los rboles que el bosque haban fingido,Umbroso Coliseo ya formando,Despejan el ejido,Olmpica palestraDe valientes desnudos labradores.Lleg la desposada apenas, cuandoFeroz ardiente muestraHicieron dos robustos luchadoresDe sus msculos, menos defendidosDel blanco lino que del vello obscuro.Abrazronse, pues, los dos, y luego-Humo anhelando el que no suda fuego-De recprocos nudos impedidosCual duros olmos de implicantes vides,Yedra el uno es tenaz del otro muro.Maosos, al fin, hijos de la tierra,Cuando fuertes no Aicides,Procuran derribarse y, derribados,Cual pinos se levantan arraigadosEn los profundos senos de la sierra.Premio los honra igual. Y de otros cuatroCie las sienes gloriosa rama,Con que se puso trmino a la lucha.

Las dos partes rayaba del teatroEl Sol, cuando arrogante joven llamaAl expedido saltoLa brbara corona que le escucha.Arras del animoso desafioUn pardo gabn fue en el verde suelo,A quien se abaten ocho o diez soberbiosMontaeses, cual suele de lo altoCalarse turba de invidiosas avesA los ojos de Asclafo, vestidoDe perezosas plumas. Quin, de gravesPiedras las duras manos impedido,Su agilidad pondera; quin sus nerviosDesata estremecindose gallardo.Bes la raya, pues, el pie desnudoDel suelto mozo, y con airoso vueloPis del viento lo que del ejidoTres veces ocupar pudiera un dardo.

La admiracin, vestida un mrmol fro,Apenas arquear las cejas pudo;La emulacin, calzada un duro hielo,Torpe se arraiga. Bien que impulso nobleDe gloria, aunque villano, solicitaA un vaquero de aquellos montes, grueso,Membrudo, fuerte roble,Que, gil a pesar de lo robusto,Al aire se arrebata, violentandoLo grave tanto, que lo precipita-caro montas- su mismo peso,De la menuda hierba el seno blandoPilago duro hecho a su ruina.

Si no tan corpulento, ms adustoSerrano le sucede,Que iguala y aun excedeAl ayuno Leopardo,Al Corcillo travieso, al Mufln SardoQue de las rocas trepa a la marinaSin dejar ni aun pequeaDel pie ligero bipartida sea.Con ms felicidad que el precedente,Pis las huellas casi del primeroEl adusto vaquero.Pasos otro dio al aire, al suelo coces.

Y premados gradalmente,Advocaron a s toda la gente-Cierzos del llano y Austros de la sierra-Mancebos tan veloces,Que cuando Ceres ms dora la tierraY argenta el mar desde sus grutas hondasNeptuno, sin fatigaSu vago pie de plumaSurcar pudiera mieses, pisar ondas;Sin inclinar espiga,Sin volar espuma.

Dos veces eran diez, y dirigidosA dos olmos que quieren, abrazados,Ser palios verdes, ser frondosas metas,Salen cual de torcidosArcos, o nervosos o acerados,Con silbo igual, dos veces diez saetas.

No el polvo despareceEl campo, que no pisan alas hierba;Es el ms torpe una herida cierva,El ms tardo la vista desvanece,Y, siguiendo al ms lento,Cojea el pensamiento.

El tercio casi de una milla eraLa prolija carreraQue los Hercleos troncos hace breves;Pero las plantas levesDe tres sueltos zagalesLa distancia sincopan tan iguales,Que la atencin confunden judiciosa.

De la Peneida virgen desdeosa,Los dulces fugitivos miembros bellosEn la corteza no abraz recienteMs firme Apolo, ms estrechamente,Que de una y otra meta glorosaLas duras basas abrazaron ellosCon triplicado nudo.rbitro Alcides en sus ramas, dudoQue el caso decidiera,Bien que su menor hoja un ojo fueraDel lince ms agudo.

En tanto, pues, que el palio neutro pende,Y la carroza de la luz desciendeA templarse en las ondas, Himeneo-Por templar en los brazos el deseoDel galn novio, de la esposa bella-Los rayos anticipa de la estrella,Cerlea ahora, ya purprea guaDe los dudosos trminos del da.

El jicio -al de todo, indeciso-Del concurso ligero,El padrino con tres de limpio aceroCuchillos corvos absolvello quiso.Solcita Junn, Amor no omiso,Al son de otra zampoa que conduceNinfas bellas y Stiros lascivos,Los desposados a su casa vuelven,Que coronada luceDe estrellas fijas, de Astros fugitivosQue en sonoroso humo se resuelven.Lleg todo el lugar, y, despedido,Casta Venus -que el lecho ha prevenidoDe las plumas que baten ms suavesEn su volante carro blancas aves-Los novios entra en dura no estacada:Que, siendo Amor una Deidad alada,Bien previno la hija de la espumaA batallas de amor campo de pluma.

SOLEDAD SEGUNDA (PARTE I)

ntrase el mar por un arroyo breveQue a recibillo con sediento pasoDe su roca natal se precipita,Y mucha sal no slo en poco vaso,Mas en su ruina bebe,Y a su fin, cristalina mariposa-No alada, sino undosa-,En el farol de Tetis solicita.

Muros desmantelando, pues, de arena,Centauro ya espumoso el ocano-Medio mar, medio ra-Dos veces huella la campaa al da,Escalar pretendiendo el monte en vano,De quien es dulce venaEl tarde ya torrenteArrepentido, y aun retrocedente.

Eral lozano as novillo tierno,De bien nacido cuernoMal lunada la frente,Retrgrado cedi en desigual luchaA duro toro, aun contra el viento armado:No, pues, de otra maneraA la violencia muchaDel padre de las aguas, coronadoDe blancas ovas y de espuma verde,Resiste obedeciendo, y tierra pierde.

En la incierta ribera-Guarnicin desigual a tanto espejo-,Descubri la alba a nuestro peregrinoCon todo el villanaje ultramarino,Que a la fiesta nupcial, de verde tejoToldado, ya capaz tradujo pino.

Los escollos el sol rayaba, cuandoCon remos gemidores,Dos pobres, se aparecen, pescadores,Nudos al mar, de camo, fiando.Ruiseor en los bosques no ms blando,El verde robre que es barquillo ahora,Saludar vio la Aurora,Que al uno en dulces quejas -y no pocas-Ondas endurecer, liquidar rocas.

Seas mudas la dulce voz dolientePermiti solamenteA la turba, que dar quisiera vocesA la que de un ancn segunda haya-Cristal pisando azul con pies veloces-Sali improvisa, de una y de otra playaVnculo desatado, inestable puente.

La prora diligenteNo slo dirigi a la opuesta orilla,Mas redujo la msica barquilla,Que en dos cuernos del mar cal no brevesSus plomos graves y sus corchos leves.Los senos ocup del mayor leoLa martima tropa,Usando al entrar todosCuantos les ense corteses modosEn la lengua del agua ruda escuela,Con nuestro forastero, que la popaDel canoro escogi bajel pequeo.

Aqul, las ondas escarchando, vuela;ste, con perezoso movimiento,El mar encuentra, cuya espuma canaSu parda aguda proraResplandeciente cuelloHace de augusta Colla peruanaA quien hilos el Sur tribut cientoDe perlas cada hora.Lgrimas no enjug ms de la auroraSobre volas negras la maana,Que arroll su espoln con pompa vanaCaduco aljfar, pero aljfar bello.Dando el husped licencia para ello,Recurren no a las redes que, mayores,Mucho ocano y pocas aguas prenden,Sino a las que ambiciosas menos penden,Laberinto nudoso de marino.Ddalo, si de leo no, de lino,Fbrica escrupulosa, y aunque incierta,Siempre murada, pero siempre abierta.

Liberalmente de los pescadoresAl deseo el estero corresponde,Sin valelle al lascivo ostin el justoArns de hueso, dondeLisonja breve al gusto-Mas incentiva- esconde:Contagio original quiz de aquellaQue, siempre hija bellaDe los cristales, unaVenera fue su cuna.

Mallas visten de camo al lenguado,Mientras, en su piel lbrica fiado,El congrio, que viscosamente lisoLas telas burlar quiso,Tejido en ellas se qued burlado.

Las redes califica menos gruesas,Sin romper hilo alguno,Pompa el salmn de las reales mesas,Cuando no de los campos de Neptuno,Y el travieso robalo,Guloso, de los cnsules, regalo.

stos y muchos ms, unos desnudos,Otros de escamas fciles armados,Dio la ra pescados,Que, nadando en un pilago de nudos,No agravan poco el negligente robre,Espacosamente dirigidoAl bienaventurado albergue pobre,Que, de carrizos frgiles tejido,Si fabricado no de gruesas caas,Bvedas lo coronan de espadaas.

El peregrino, pues, haciendo en tantoInstrumento el bajel, cuerdas los remos,Al cfiro encomienda los extremosDeste mtrico llanto:

Si de aire articuladoNo son dolientes lgrimas suavesEstas mis quejas graves,Voces de sangre, y sangre son del alma.Felas de tu calmaOh mar! quien otra vez las ha fiadoDe su fortuna aun ms que de su hado.

Oh mar, oh t, supremoModerador piadoso de mis daos!Tuyos sern mis aos,En tabla redimidos poco fuerteDe la bebida muerte,Que ser quiso, en aquel peligro extremo,Ella el forzado y su guadaa el remo.

Regiones pise ajenas,O clima propio, planta ma perdida,Tuya ser mi vida,Si vida me ha dejado que sea tuyaQuien me fuerza a que huyaDe su prisin, dejando mis cadenasRastro en tus ondas ms que en tus arenas.

Audaz mi pensamientoEl cnit escal, plumas vestidoCuyo vuelo atrevido-Si no ha dado su nombre a tus espumas-De sus vestidas plumasConservarn el desvanecimientoLos anales difanos del viento

Esta, pues, culpa maEl timn alternar menos seguroY el bculo ms duroUn lustro ha hecho a mi dudosa mano,Solicitando en vanoLas alas sepultar de mi osadaDonde el Sol nace o donde muere el da.

Muera, enemiga amada,Muera mi culpa, y tu desdn le guarde,Arrepentido tarde,Suspiro que mi muerte haga leda,Cuando no le suceda,O por breve o por tibia o por cansada,Lgrima antes enjuta que llorada.

Naufragio ya segundo,O filos pongan de homicida hierroFin duro a mi destierro;Tan generosa fe, no fcil onda,No poca tierra esconda:Urna suya el ocano profundo,Y obeliscos los montes sean del mundo.

Tmulo tanto debeAgradecido Amor a mi pie errante;Lquido, pues, diamanteCalle mis huesos, y elevada cimaSelle s, mas no oprima,Esta que le fiar ceniza breve,Si hay ondas mudas y si hay tierra leve.

No es sordo el mar: la erudicin engaa.Bien que tal vez saudoNo oya al piloto, o le responda fiero,Sereno disimula ms orejasQue sembr dulces quejas-Canoro labrador- el forasteroEn su undosa campaa.

Espongoso, pues, se bebi y mudoEl lagrimoso reconocimiento,De cuyos dulces nmeros no pocaConcentuosa sumaEn los dos giros de invisible plumaQue fingen sus dos alas hurt el viento;Eco -vestida una cavada roca-Solicit curiosa y guard avaraLa ms dulce -si no la menos clara-Slaba, siendo en tantoLa vista de las chozas fin del canto.

Yace en el mar, si no continuadaIsla, mal de la tierra dividida,Cuya forma tortuga es perezosa:Dganlo cuantos siglos ha que nadaSin besar de la playa espacosaLa arena, de las ondas repetida.

A pesar, pues, del agua que la oculta,Concha, si mucha no, capaz ostentaDe albergues, donde la humildad contentaMora, y Pomona se venera culta.

Dos son las chozas, pobre su artificioMs an que caduca su materia:De los mancebos dos, la mayor, cuna;De las redes la otra y su ejercicio,Competente oficina.Lo que agradable ms se determinaDel breve islote, ocupa su fortuna,Los extremos de fausto y de miseriaModerando. En la plancha los recibeEl padre de los dos, mulo canoDel sagrado Nereo, no ya tantoPorque a la par de los escollos vive,Porque en el mar preside comarcanoAl ejercicio piscatorio, cuantoPor seis hijas, por seis deidades bellas,Del cielo espumas y del mar estrellas.Acogi al husped con urbano estilo,Y a su voz, que los juncos obedecen,Tres hijas suyas cndidas le ofrecen,Que engaos construyendo estn de hilo.El huerto le da esotras, a quien debeSi prpura la rosa, el lilio nieve,De jardn culto as en fingida gruta,Salte al labrador pluvia improvisaDe cristales inciertos, a la sea,O a la que torci, llave, el fontanero:Urna de Acuario, la imitada peaLe embiste incauto, y si con pie groseroPara la fuga apela, nubes pisa,Burlndolo aun la parte ms enjuta.

La vista saltearon poco menosDel husped admiradoLas no lquidas perlas que, al momento,A los corteses juncos -por que el vientoNudos les halle un da, bien que ajenos-El camo remiten, anudado.Y de Vertumno al trmino labradoEl breve hierro, cuyo corvo dienteLas plantas le morda cultamente.

Ponderador saluda afectuosoDel esplendor que admira el extranjeroal Sol, en seis luceros dividido;Y -honestamente al fin correspondidoDel coro vergonzoso-Al viejo sigue, que prudente ordenaLos trminos confunda de la cenaLa comida prolija de pescados,Raros muchos, y todos no comprados,Impidindole el da al forastero,Con dilaciones sordas le divierteEntre unos verdes carrizales, dondeArmonoso nmero se escondeDe blancos cisnes, de la misma suerteQue gallinas domsticas al grano,A la voz concurrientes del anciano.

En la ms seca, en la ms limpia aneaVivificando estn muchos sus huevos,Y mientras dulce aqul su muerte anunciaEntre la verde juncia,Sus pollos ste al mar conduce nuevos,De Espo y de Nerea-Cuando ms oscurecen las espumas-Nevada invidia, sus nevadas plumas.

SOLEDAD SEGUNDA (PARTE II)

Hermana de Faetn, verde el cabello,Les ofrece el que, joven ya gallardo,De flexuosas mimbres garbn pardoTosco le ha encordonado, pero bello.Lo ms liso trep, lo ms sublimeVenci su agilidad, y artificiosaTeji en sus ramas inconstantes nidos,Donde celosa arrulla y ronca gimeLa ave lasciva de la cipria diosa.Mstiles coron menos crecidoGavia no tan capaz: extrao todo,El designio, la fbrica y el modo.A pocos pasos le admir no menosMontecillo, las sienes laureado,Traviesos despidiendo moradoresDe sus confusos senos,Conejuelos, que, el viento consultado,Salieron retozando a pisar flores:El ms tmido, al fin, ms ignoranteDel plomo fulminante.Cncavo frexno -a quien gracioso indultoDe su caduco natural permiteQue a la encina vivaz robusto imitey hueco exceda al alcornoque inculto-Verde era pompa de un vallete oculto,Cuando frondoso alczar no, de aquella,Que sin corona vuela y sin espada,Susurrante amazona, Dido alada,De ejrcito ms casto, de ms bellaRepblica, ceida, en vez de muros,De cortezas; en esta, pues, CartagoReina la abeja, oro brillando vago,O el jugo beba de los aires puros,O el sudor de los cielos, cuando libaDe las mudas estrellas la saliva;Burgo eran suyo el tronco informe, el breveCorcho, y moradas pobres sus vacos,Del que ms solicita los desvosDe la isla, plebeyo enjambre leve.Llegaron luego donde al mar se atreve,Si promontorio no, un cerro elevado,De cabras estrellado,Iguales, aunque pocas,A la que -imagen dcima del cielo-Flores su cuerno es, rayos su pelo.

stas, dijo el isleo venerable,Y aqullas que, pendientes de las rocas,Tres o cuatro desean para ciento-Redil las ondas y pastor el viento-Libres discurren, su nocivo dientePaz hecha con las plantas inviolable.

Estimado segua el peregrinoAl venerable isleo,De muchos pocos numeroso dueo,Cuando los suyos enfren de un pinoEl pie villano, que groseramenteLos cristales pisaba de una fuente.

Ella, pues, sierpe y sierpe al fin pisada-Aljfar vomitando fugitivoEn lugar de veneno-,Torcida esconde, ya que no enroscada,Las flores, que de un parto dio lascivoAura fecunda al matizado senoDel huerto, en cuyos troncos se desataDe las escamas que visti de plata.

Seis chopos, de seis yedras abrazados,Tirsos eran del griego dios, nacidoSegunda vez, que en pmpanos desmienteLos cuernos de su frente;Y cual mancebos tejen anudados,Festivos corros en alegre ejido,Coronan ellos el encanecidoSuelo de lilios, que en fragantes coposNev el mayo, a pesar de los seis chopos.

Este sitio las bellas seis hermanasEscogen, agraviandoEn breve espacio mucha primaveraCon las mesas, cortezas ya livianasDel rbol que ofreci a la edad primeraDuro alimento, pero sueo blando.

Nieve hilada, y por sus manos bellasCaseramente a telas reducida,Manteles blancos fueron.Sentados, pues, sin ceremonias, ellasEn torneado frexno la comidaCon silencio sirvieron.

Rompida el agua en las menudas piedras,Cristalina sonante era torba,Y las confusamente acordes avesEntre las verdes roscas de las yedrasMuchas eran, y muchas veces nueveAladas musas, que -de pluma leveEngaada su oculta lira corva-Metros inciertos s, pero suaves,En idomas cantan diferentes;Mientras cenando en prfidos lucientes,Lisonjean apenasAl Jpiter marino tres sirenas.

Comieron, pues, y rudamente dadasGracias el pescador a la divinaPrvida mano, Oh bien vividos aos!Oh canas -dijo el husped- no peinadasCon boj dentado o con rayada espina,Sino con verdaderos desengaos!Pisad dichoso esta esmeralda bruta,En mrmol engastada siermpre undoso,Jubilando la red en los que os restanFelices aos, y la humedecidaO poco rato enjutaPrxima arena de esa opuesta playa,La remota CambayaSea de hoy ms a vuestro leo ocioso;Y el mar que os la divide, cuanto cuestanOcano importunoA las Quinas -del viento aun veneradas-Sus ardientes veneros,Su esfera lapidosa de luceros.Del pobre albergue a la barquilla pobreGemetra prudente el orbe midaVuestra planta, impedida-Si de prpuras conchas, no istriadas-De trgicas ruinas de alto robre,Que -el tridente acusando de Neptuno-Menos quiz dio astillasQue ejemplos de dolor a estas orillas.

Das ha muchos, oh mancebo -dijoEl pescador anciano-,Que en el uno ced y el otro hermanoEl duro remo, el camo prolijo;Muchos ha dulces dasQue cisnes me recuerdan a la horaQue huyendo la AuroraLas canas de Titn, halla las mas,A pesar de mi edad, no en la alta cumbreDe aquel morro difcil, cuyas rocasTarde o nunca pisaron cabras pocas,Y milano venci con pesadumbre,Sino desotro escollo al mar pendiente;De donde ese teatro de FortunaDescubro, ese voraz, ese profundoCampo ya de sepulcros, que, sediento,Cuanto, en vasos de abeto, nuevo mundo-Tributos digo amricos- se bebeEn tmulos de espuma paga breve.Brbaro observador, mas diligente,De las inciertas formas de la Luna,A cada conjuncin su pesquera,Y a cada pesquera su instrumento-Ms o menos nudoso- atribuido,Mis hijos dos en un batel despido,Que, el mar cribando en redes no comunes,Vieras intempestivos algn da-Entre un vulgo nadante, digno apenasDe escama, cuanto ms de nombre- atunesVomitar hondas y azotar arenas.

Tal vez desde los muros destas rocasCazar a Tetis veoY pescar a Diana en dos barquillas;Nuticas venatorias maravillasDe mis hijas oirs, ambiguo coro,Menos de aljaba que de red armado,De cuyo, si no alado,Arpn vibrante, supo mal ProteoEn globos de agua redimir sus focas.

Torpe la ms veloz, marino toro,Torpe, mas toro al fin, que el mar violadoDe la prpura viendo de sus venasBufando mide el campo de las ondasCon la animosa cuerda, que prolijaAl hierro sigue que en la foca huye,O grutas ya la privilegien hondas,O escollos desta isla divididos:Laquesis nueva mi gallarda hija,Si Cloto no de la escamada fiera,Ya hila, ya devana su carrera,Cuando desatinada pide, o cuandoVencida restituyeLos trminos de camo pedidos.

Rindise al fin la bestia, y las almenasDe las sublimes rocas salpicando,Las peas embisti pea escamada,En ros de agua y sangre desatada.

fire luego -la que en el torcidoLuciente ncar te sirvi no pocaRisuea parte de la dulce fuente-De Fildoces mula valiente,Cuya asta breve desangr la foca,El cabello en estambre azul cogido-Celoso alcaide de sus trenzas de oro-El segundo bajel se engolf sola.

Cuntas voces le di! Cuntas en vanoTiernas derram lgrimas, temiendo,No al fiero tiburn, verdugo horrendoDel nufrago ambicioso mercadante,Ni al otro cuyo nombreEspada es tantas veces esgrimidaContra mis redes ya, contra mi vida;Sino algn siempre verde, siempre canoStiro de las aguas, petulanteViolador del virginal decoro,Marino dios, que, el vulto feroz hombre,Corvo es delfn la cola.

Sorda a mis voces, pues, ciega a mi llanto,Abrazado, si bien de fcil cuerda,Un plomo fi grave a un corcho leve;Que algunas veces despedido cuanto-Penda o nade- la vista no le pierda,El golpe solicita, el bulto mueveProdigosos moradores cientoDel lquido elemento.

Lminas uno de viscoso acero-Rebelde aun al diamante- el duro lomoHasta el luciente bipartido extremoDe la cola vestido,Solicitado sale del ruido;Y al cebarse en el cmplice ligeroDel suspendido plomo,fire, en cuya mano al flaco remoUn fuerte dardo haba sucedido,De la mano a las ondas gemir hizoEl aire con el frexno arrojadizo;De las ondas al pez, con vuelo mudo,Deidad dirigi amante el hierro agudo:Entre una y otra lmina, salidaLa sangre hall por do la muerte entrada.

SOLEDAD SEGUNDA (PARTE III)

Onda, pues, sobre onda levantada, Montes de espuma concit herida La fiera, horror del agua, cometiendo Ya a la violencia, ya a la fuga el modo De sacudir el asta, Que, alterando el abismo o discurriendo El ocano todo, No perdona al acero que la engasta.

fire en tanto al camo torcido El cabo rompi, y -bien que al ciervo herido El can sobra, siguindole la flecha- Volvase, mas no muy satisfecha, Cuando cerca de aquel peinado escollo Hervir las olas vio templadamente, Bien que haciendo crculos perfetos; Escogi, pues, de cuatro o cinco abetos El de cuchilla ms resplandeciente, Que atravesado remolc un gran sollo.

Desembarc triunfando, Y aun el siguiente Sol no vimos, cuando En la ribera vimos convecina Dado al travs el monstruo, donde apenas Su gnero noticia, pas arenas En tanta playa hall tanta ruina

Aura en esto marina El discurso y el da juntamente Trmula, si veloz, les arrebata, Alas batiendo lquidas, y en ellas Dulcsimas querellas De pescadores dos, de dos amantes En redes ambos y en edad iguales.

Dividiendo cristales, En la mitad de un valo de plata, Vena a tiempo el nieto de la espuma Que los mancebos daban alternantes Al viento quejas. rganos de pluma -Aves digo de Leda- Tales no oy el Castro en su arboleda, Tales no vio el Meandro en su corriente. Inficionando , pues, suavemente Las ondas el Amor, sus flechas remos, Hasta donde se besan los extremos De la isla y del agua no los deja.

Lcidas, gloria en tanto De la playa, Micn de sus arenas -Invidia de sirenas, Convocacin su canto De msicos delfines, aunque mudos- En nmeros no rudos El primero se queja De la culta Leucipe, Dcimo esplendor bello de Aganipe; De Cloris el segundo, Escollo de cristal, meta del mundo.

LCIDAS

A qu piensas, barquilla, Pobre ya cuna de mi edad primera, Que cisne te conduzgo a esta ribera? A cantar dulce, y a morirme luego. Si te perdona el fuego Que mis huesos vinculan, en su orilla, Tumba te bese el mar, vuelta la quilla.

MICN

Cansado leo mo, Hijo del bosque y padre de mi vida -De tus remos ahora conducida A desatarse en lgrimas cantando-, El doliente, si blando, Curso del llanto mtrico te fo, Nadante urna de canoro ro.

LCIDAS

Las rugosas veneras -Fecundas no de aljfar blanco el seno, Ni del que enciende el mar tirio veneno- Entre crespos buscaba, caracoles, Cuando de tus dos soles Fulminado, ya seas no ligeras De mis cenizas dieron tus riberas.

MICN

Distinguir saba apenas El menor leo de la mayor urca Que velera un Neptuno y otro surca, Y tus prisiones ya arrastraba graves; Si dudas lo que sabes, Lee cuanto han impreso en tus arenas, A pesar de los vientos, mis cadenas.

LCIDAS

Las que el cielo mercedes Hizo a mi forma oh dulce mi enemiga! Lisonja no, serenidad lo diga De limpia consultada ya laguna, Y los de mi fortuna Privilegios, el mar a quien di redes, Ms que a la selva lazos Ganimedes.

MICN

No ondas, no luciente Cristal -agua al fin dulcemente dura-: Invidia califique mi figura De musculosos jvenes desnudos. Menos dio al bosque nudos Que yo al mar, el que a un dios hizo valiente Mentir cerdas, celoso espumar diente.

LCIDAS

Cuantos pedernal duro Brue ncares boto, agudo raya En la oficina undosa de esta playa, Tantos Palemo a su Licore bella Suspende, y tantos ella Al flaco da, que me construyen, muro, Junco frgil, carrizo mal seguro.

MICN

Las siempre desiguales Blancas primero ramas, despus rojas, De rbol que nadante ignor hojas, Trompa Tritn del agua a la alta gruta De Nsida tributa, Ninfa por quien lucientes son corales Los rudos troncos hoy de mis umbrales.

LCIDAS

sta, en plantas no escrita, En piedras s, firmeza honre Himeneo, Calzndole talares mi deseo: Que el tiempo vuela. Goza, pues, ahora Los lilios de tu aurora, Que al tramontar del Sol mal solicita Abeja, aun negligente, flor marchita.

MICN

Si fe tanta no en vano Desafa las rocas donde, impresa, Con labio alterno mucho mar la besa, Nupcial la califique tea luciente. Mira que la edad miente, Mira que del almendro ms lozano Parca es interior breve gusano.

Invidia convocaba, si no celo, Al balcn de zafiro Las claras, aunque etopes, estrellas, Y las Osas dos bellas, Sediento siempre tiro Del carro perezoso, honor del cielo; Mas ay! que del ruido De la sonante esfera, A la una luciente y otra fiera El piscatorio cntico impedido, Con las prendas bajaran de Cefeo A las vedadas ondas, Si Tetis no, desde sus grutas hondas, Enfrenara el deseo.

Oh, cunta al peregrino el amebeo Alterno canto dulce fue lisonja! Qu mucho, si avarienta ha sido esponja Del nctar numeroso El escollo ms duro? Qu mucho, si el candor bebi ya puro De la virginal copia en la armona El veneno del ciego ingenoso Que dictaba los nmeros que oa?

Generosos afectos de una pa Doliente afinidad -bien que amorosa Por bella ms, por ms divina parte- Solicitan su pecho a que, sin arte De colores prolijos, En oracin impetre oficosa Del venerable isleo Que admita yernos los que el trato hijos Litoral hizo, aun antes Que el convecino ardor dulces amantes.

Concedilo risueo, Del forastero agradecidamente Y de sus propios hijos abrazado. Mercurio destas nuevas diligente, Coronados traslada de favores De sus barcas Amor los pescadores Al flaco pie del suegro deseado.

SOLEDAD SEGUNDA (PARTE IV)

Oh del ave de Jpiter vendado Pollo -si alado, no, lince sin vista- Poltico rapaz, cuya prudente Disposicin especul estadista Clarsimo ninguno De los que el reino muran de Neptuno! Cun dulces te adjudicas ocasiones Para favorecer, no a dos supremos De los volubles polos ciudadanos, Sino a dos entre camo garzones! Por qu? Por escultores quiz vanos De tantos de tu madre bultos canos Cuantas al mar espumas dan sus remos. Al peregrino por tu causa vemos Alczares dejar, donde, excedida De la sublimidad la vista, apela Para su hermosura; En que la arquitectura A la geometra se rebela, Jaspes calzada y prfidos vestida. Pobre choza, de redes impedida, Entra ahora, y lo dejas! Vuela, rapaz, y, plumas dando a quejas, Los dos reduce al uno y otro leo, Mientras perdona tu rigor al sueo!

Las horas ya, de nmeros vestidas, Al bayo, cuando no esplendor overo Del luminoso tiro, las pendientes Ponan de crislitos lucientes, Coyundas impedidas, Mientras de su barraca el extranjero Dulcemente sala despedido A la barquilla, donde le esperaban A un remo cada joven ofrecido.

Dejaron, pues, las azotadas rocas Que mal las ondas lavan Del livor aun purpreo de las focas, Y de la firme tierra el heno blando Con las palas segando En la cumbre modesta De una desigualdad del horizonte, Que deja de ser monte Por ser culta floresta, Antiguo descubrieron blanco muro, Por sus piedras no menos Que por su edad majestuosa cano; Mrmol al fin tan por lo pario puro, Que al peregrino sus ocultos senos Negar pudiera en vano. Cuantas del ocano El Sol trenzas desata Contaba en los rayados capiteles, Que -espejos, aunque esfricos, fieles- Bruidos eran valos de plata.

La admiracin que al arte se le debe, ncora del batel fue, perdonando Poco a lo fuerte, y a lo bello nada Del edificio, cuando Ronca les salte trompa sonante, Al principio distante, Vecina luego, pero siempre incierta.

Llave de la alta puerta El duro son -vencido el foso breve- Levadiza ofreci puente no leve, Tropa inqueta contra el aire armada, Lisonja, si confusa, regulada Su orden de la vista, y del odo Su agradable ruido, Verde, no mudo coro De cazadores era, Cuyo nmero indigna la ribera.

Al Sol levant apenas la ancha frente El veloz hijo ardiente Del cfiro lascivo -Cuya fecunda madre al genitivo Soplo vistiendo miembros, Guadalete Florida ambrosa al viento dio jinete-, Que a mucho humo abriendo La fogosa nariz, en un sonoro Relincho y otro salud sus rayos, Los overos, si no esplendores bayos, Que conducen el da, Les responden, la eclptica ascendiendo.

Entre el confuso, pues, celoso estruendo De los caballos, ruda hace armona, Cuanta la generosa cetrera, Desde la Mauritania a la Noruega, Insidia ceba alada, Sin luz, no siempre ciega, Sin libertad, no siempre aprisionada, Que a ver el da vuelve Las veces que, en fiado al viento dada, Repite su prisin y al viento absuelve,

El nebl, que, relmpago su pluma, Rayo su garra, su ignorado nido, O lo esconde el Olimpo o densa es nube Que pisa, cuando sube Tras la garza argentada, el pie de espuma.

El sacre, las del Noto alas vestido, Sangriento chiprota, aunque nacido Con las palomas, Venus, de tu carro.

El girifalte, escndalo bizarro Del aire, honor robusto de Gelanda, Si bien jayn de cuanto rapaz vuela, Corvo acero su pie, flaca pihuela De piel lo impide blanda.

El bahar, a quien fue en Espaa cuna Del Pirineo la ceniza verde O la alta basa que el ocano muerde De la egipcia coluna.

La delicia volante De cuantos cien lbico turbante, El born, cuya ala En los campos tal vez de Melona Galn sigui valiente, fatigando Tmida liebre, cuando, Itempestiva salte leona La melionesa gala, Que de trgica escena Mucho teatro hizo poca arena.

T, infestador, en nuestra Europa nuevo, De las aves nacido, aleto, donde Entre las conchas hoy del Sur esconde Sus muchos aos Febo, Debes por dicha cebo? Templarte supo, di, brbara mano Al insultar los aires? Yo lo dudo, Que al precosamente inca desnudo Y al de plumas vestido mejicano, Fraude vulgar, no industria generosa, Del guila les dio a la mariposa.

De un mancebo serrano El duro brazo dbil hace junco, Examinando con el pico adunco Sus pardas plumas, el azor britano, Tardo, mas generoso Terror de tu sobrino ingenoso, Ya invidia tuya, Ddalo, ave ahora, Cuyo pie tiria prpura colora.

Grave, de perezosas plumas globo, Que a luz le conden incierta la ira Del bello de la estigia deidad robo, Desde el guante hasta el hombre a un joven cela: Esta emulacin, pues, de cuanto vuela Por dos topacios bellos con que mira, Trmino torpe era De pompa tan ligera.

Can, de lanas prolijo, que animoso Buzo ser, bien de profunda ra, Bien de serena playa, Cuando la fulminada prisin caya Del nebl -a cuyo vuelo, Tan vecino a su cielo, El Cisne perdonara, luminoso-, Nmero y confusin gimiendo haca En la vistosa laja para l grave: Que aun de seda no hay vnculo save.

En sangre claro, y en persona augusto, Si en miembros no robusto, Prncipe les sucede, abrevada En modestia civil real grandeza. La espumosa del Betis ligereza Bebi no slo, mas la desatada Majestad en sus ondas, el luciente Caballo que colrico morda El oro que save lo enfrenaba, Arrogante, y no ya por las que daba Estrellas su cerlea piel al da, Sino por lo que siente De esclarecido y aun de soberano En la rienda que besa la alta mano, De cetro digna.

Lbrica no tanto Culebra se desliza tortuosa Por el pendiente calvo escollo, cuanto La escuadra descenda presurosa Por el peinado cerro a la campaa, Que al mar debe con trmino prescripto Ms sabandijas de cristal que a Egipto Horrores deja el Nilo que lo baa.

SOLEDAD SEGUNDA (PARTE V)

Rebelde ninfa, humilde ahora caa,Los mrgenes ocultaDe una laguna breve,A quien doral consultaAun el copo ms leveDe su volante nieve.

Ocioso, pues, o de su fin presago,Los filos con el pico prevenaDe cuanto sus dos alas aquel daAl viento esgrimirn cuchillo vago.

La turba aun no del apacible lagoLas orlas inqueta,Que tmido perdona a sus cristalesEl doral. Despedida no saetaDe nervios partos igualar presumaSus puntas desiguales,Que en vano podr plumaVestir un leo como viste un ala.

Puesto en tiempo, corona, si no escala,Las nubes -desmintiendoSu libertad el grillo torneadoQue en sonoro metal lo va siguiendo-Un bahar templado,A quien el mismo escollo-A pesar de sus pinos, eminente-El primer vello le concedi pollo,Que al Betis las primeras ondas fuente.

No slo, no, del pjaro pendiente,Las caladas registra el peregrino,Mas del terreno cuenta cristalinoLos juncos ms pequeos,Verdes hilos de ajfares risueos.

Rpido al espaol alado miraPeinar el aire por cardar el vuelo,Cuya vestida nieve anima un hieloQue torpe a unos carrizos lo retira,Infieles por raros,Si firmes no por trmulos reparos.

Penetra, pues, sus inconstantes senos,Estimndolos menosEntredichos que el viento;Mas a su dao el escuadrn atento,Expulso le remite a quien en sumaUn grillo y otro enmudeci en su pluma.

Cobrado el bahar, en su propio luto,O el insulto acusaba precedente,O entre la verde hierbaAvara esconda cuervaPurpreo caracol, mulo brutoDel rub ms ardiente,Cuando, solicitada del ruido,El ncar a las flores fa torcido,Y con siniestra voz convoca cuantaNegra de cuervas sumaInfam la verdura con su pluma,Con su nmero el Sol. En sombra tantaAlas despleg Asclafo prolijas,Verde poso ocupando,Que de csped ya blando,Jaspe lo han hecho duro blancas guijas.

Ms tard en desplegar sus plumas gravesEl deforme fiscal de Proserpina,Que en desatarse, al polo ya vecina,La disonante niebla de las aves;Diez a diez se calaron, ciento a ciento,Al oro intuitivo, invidadoDeste gnero alado,Si como ingrato no, como avariento,Que a las estrellas hoy del firmamentoSe atreviera su vueloEn cuanto ojos del cielo.

Poca palestra la regin vacaDe tanta invidia era,Mientras, desenlazado la cimera,Restituyen el daA un girifalte, boreal arpa,Que, despreciando la mentida nube,A luz ms cierta sube,Cnit ya de la turba fugitiva.

Auxilar taladra el aire luegoUn duro sacre, en globos no de fuego,En oblicuos s engaosMintiendo remisin a las que huyen,Si la distancia es mucha:Griego al fin. Una en tanto, que de arribaDescendi fulminada en poco humo,Apenas el latn segundo escucha,Que del inferor peligro al sumoApela, entre los trpicos grifaosQue su eclptica incluyen,Repitiendo confusaLo que tmida excusa.

Breve esfera de viento,Negra circunvestida piel, al duroAlterno impulso de valientes palas,La avecilla parece,En el de muros lquidos que ofreceCorredor el difano elementoAl gmino rigor, en cuyas alasSu vista libra toda el extranjero.

Tirano el sacre de lo menos puroDesta primer regin, saudo esperaLa desplumada ya, la breve esfera,Que, a un bote corvo del fatal acero,Dej al viento, si no restituido,Heredado en el ltimo graznido.

Destos pendientes agradables casosVencida se ape la vista apenas,Que del batel, cosido con la playa,Cuantos da la cansada turba pasos,Tantos en las arenasEl remo perezosamente raya,A la solicitud de una atalayaAtento, a quien doctrina ya cetreraLlam catarribera.

Ruda en esto poltica, agregadosTan mal ofrece como construidosBuclicos albergues, si no flacasPiscatorias barracas,Que pacen campos, que penetran senos,De las ondas no menosAqullos perdonadosQue de la tierra stos admitidos.

Pollos, si de las propias no vestidos,De las maternas plumas abrigados,Vecinos eran destas alqueras,Mientras ocupan a sus naturales,Glauco en las aguas, y en las hierbas Pales.

Oh cuntas cometer piraterasUn corsario intent y otro volante-Uno y otro rapaz digo milano-,Bien que todas en vano,Contra la infantera, que panteEn su madre se esconde, donde hallaVoz que es trompeta, pluma que es muralla.

A media rienda en tanto el anhelanteCaballo -que el ardiente sudor niegaEn cuantas le dens nieblas su aliento-A los indignos de ser muros llegaCspedes, de las ovas mal atados.

Aunque ociosos, no menos fatigados,Quejndose venan sobre el guanteLos raudos torbellinos de Noruega.Con sordo luego estrpito despliega-Injuria de la luz, horror del viento-Sus alas el testigo que en prolijaDesconfianza a la sicana diosaDej sin dulce hijaY a la estigia deidad con bella esposa.

FIN