fotoperiodismo en la guerra del rif 1909

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ISSN 1133-598X · Vegueta·12/2012 · página 47 FOTOPERIODISMO EN LA GUERRA DEL RIF (1909) A. Sebastián Hernández Gutiérrez Universidad de Las Palmas de Gran Canaria [email protected] RESUMEN En 1909 España entró en guerra con Marruecos, un conflicto armado que ha pasa- do a la historia como la guerra del Rif. En el transcurso de la misma cambiaron muchas co- sas en España, pues una población descon- tenta logró derrocar a un gobierno que promo- vió la injusta medida de enviar al frente a los reservistas. Paralelamente a ello, esta guerra sig- nificó el inicio efectivo del fotoperiodismo en España, ya que las principales revistas gráfi- cas enviaron al escenario del conflicto a repor- teros que semanalmente enviaban sus foto- grafías desde el mismísimo campo de batalla. PALABRAS CLAVE Guerra del Rif. España-Marruecos. Conflicto político. Fotoperiodismo. Vegueta. Número 12. Año 2012 Anuario de la Facultad de Geografía e Historia Universidad de Las Palmas de Gran Canaria ISSN 1133-598X. Páginas 47 a 79 ABSTRACT In1909, Spain entered into a war with Morocco, an armed conflict which has pas- sed into history as the Rif War. During this war, many things changed in Spain because a discontented nation managed to bring down a Government that promoted the injustice of sending the reserve troops to the Front. At the same time, this war brought about the beginning of photojournalism in Spain which meant that the principal illustrated magazines sent their graphic reporters to the war zone and they were able to publish weekly photos directly from the scene of battle. KEY-WORDS Rif War. Spain-Morocco. Conflict. Photojournalism

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Guerra de Marruecos 1909

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    Fotoperiodismo en la Guerra del riF (1909)

    A. Sebastin Hernndez Gutirrez Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

    [email protected]

    Resumen

    En 1909 Espaa entr en guerra con Marruecos, un conflicto armado que ha pasa-do a la historia como la guerra del Rif. En el transcurso de la misma cambiaron muchas co-sas en Espaa, pues una poblacin descon-tenta logr derrocar a un gobierno que promo-vi la injusta medida de enviar al frente a los reservistas. Paralelamente a ello, esta guerra sig-nific el inicio efectivo del fotoperiodismo en Espaa, ya que las principales revistas grfi-cas enviaron al escenario del conflicto a repor-teros que semanalmente enviaban sus foto-grafas desde el mismsimo campo de batalla.

    PalabRas clave

    Guerra del Rif. Espaa-Marruecos. Conflicto poltico. Fotoperiodismo.

    Vegueta. Nmero 12. Ao 2012Anuario de la Facultad de Geografa e Historia

    Universidad de Las Palmas de Gran CanariaISSN 1133-598X. Pginas 47 a 79

    abstRact

    In1909, Spain entered into a war with Morocco, an armed conflict which has pas-sed into history as the Rif War. During this war, many things changed in Spain because a discontented nation managed to bring down a Government that promoted the injustice of sending the reserve troops to the Front. At the same time, this war brought about the beginning of photojournalism in Spain which meant that the principal illustrated magazines sent their graphic reporters to the war zone and they were able to publish weekly photos directly from the scene of battle.

    Key-woRds

    Rif War. Spain-Morocco. Conflict. Photojournalism

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    1. Prembulo histrico Se puede decir a grueso modo que histricamente las relaciones entre Espaa y Marruecos han sido malas; relaciones de mala vecindad. Y as no es del todo fcil entender lo que ha sucedido desde el origen de Espaa como proyecto poltico-social hasta mediados del siglo xx, pero s tiene una explicacin que tiene que ver no slo con la instalacin geo-grfica de los respectivos pases Europa y frica, sino tambin con la zanja ideolgica que separa dos civilizaciones antagnicas en las cuales la religiosidad popular juega en su conformacin un papel determinante. Algunos historiadores se han preocu-pado por este asunto estableciendo como un sntoma de la contemporaneidad el proceso decimonnico que conocemos como colo-nizacin. Pero sin dejar de ser ello cierto, es una diana a medias pues existen antecedente cualificados que ponen en evidencia las malas relaciones entre ambos pases antes de ser el continente africano el botn de Occidente. As, las hostilidades contra el Sultanato de Marruecos en tiempos de Isabel ii de Espaa se produjeron a mediados del siglo xix. Y las embestidas a las ciudades de Ceuta y Meli-lla, asentamientos hispanos desde la Edad Moderna, fueron iniciativa de Muhammad Ibn Abd-al-Rahman en la dcada de 1840. De hecho, estos antecedentes tensaron tanto la cuerda a mediados de la centuria decimonona que llevaron al presidente del gobierno espa-ol Leopoldo ODonnell a declarar la guerra a Marruecos un 22 de octubre de 1859. sta sera la primera guerra oficial de la Era Contempornea entre Espaa y Ma-rruecos; una guerra populista alimentada por una efervescencia patritica que propiciara una masiva afluencia de jvenes hispanos a las muchas cajas de reclutamiento que se abrieron por toda la piel de toro. En ella partici-paron 36.000 militares; y de ella se obtuvo una sonada victoria con la cada de las ciudades de Tnger y Tetun. El punto y final del con-flicto lleg en 1860 (26 de marzo) con la firma del Tratado de Was Ras. Un documento en el que se recoge el xito de la campaa blica a travs de la ratificacin de espaolidad de las ciudades de Ceuta y Melilla; la indemnizacin de 400 millones de reales, y la concesin de tres nuevos emplazamientos hispanos a las puertas de Marruecos (los peones de Vlez de la Gomera y Alhucemas, y un fortn en San-ta Cruz de la Mar Pequea).

    Adems de los evidentes beneficios coloniales y econmicos, la guerra de Marrue-cos sirvi para superar una crisis de identidad nacional que se vena arrastrando desde la salida apresurada de Espaa de sus colo-nias americanas. Dicho entusiasmo nacional se personificara en la figura de dos hroes: el general ODonnell y el controvertido Juan Prim. La pacificacin era un simple espejis-mo, pues se mantuvieron las formas diplom-ticas tan solo medio siglo. De manera que las agresiones, entonces, fueron de cuello alto, por cuanto que en los albores del xx, en 1906, las potencias europeas (lase Alemania, Aus-tria-Hungra, Blgica, Gran Bretaa, Francia, Italia, Holanda, Portugal, Suecia y Espaa), junto a los Estados Unidos de Amrica se con-gregaban en torno a una mesa en la ciudad gaditana de Algeciras. De aquella reunin sal-dra el 7 de abril de 1906 el Tratado de Alge-ciras; o lo que es lo mismo, un acuerdo inter-nacional para delimitar las reas de influencia que en Marruecos tendra Francia y Alemania. Una conferencia en la que adems se senta-ban las bases de reparto y ocupacin, y a la vez que se legalizaban las acciones coloni-zadores sobre frica por parte de los pases occidentales. En ella los representantes de Marruecos, Sidi Mohamed ben Larbi Torres y Sidi Mohamed el Mokri, acceden a que Fran-cia ejerciera el protectorado del Sur, y Espaa el del Norte, dando origen a una extensa rea que ms adelante, en 1921, tendra un rango jurdico de reconocimiento internacional. En dicha superficie se contena las regiones del Rif y Yebala; el escenario, en ltima instancia, de las acciones blicas que aqu nos ataen. Esta situacin de control poltico y ex-plotacin de los recursos de un pas por otro no era del agrado de los explotados. Y fue-ron muchos los episodios de descontento, por calificarlos de una forma educada pero poco realista, que mostraron los rifeos ante lo que consideraban una injusticia. La prensa espaola, primero, y la his-toriografa, con posterioridad, se hicieron eco de algunos episodios violentos que desembo-caran en el enfrentamiento directo partir del verano de 1909. Tal vez la accin determinan-te fue el asesinato de un guardia civil en Ceuta en febrero de 1909; o los desequilibrios del po-der en el seno de tribu rifea de Beni Burriaga; o el desafortunado ataque a los trabajadores del ferrocarril que operaban en las minas de Ben-ibu-Ifru el 9 de julio de 1909. Por una causa o por otra, o por todas juntas, el gobierno de Antonio Maura encon-tr la coartada perfecta para ceder ante las presiones de las compaas que operaban en

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    la zona que eran saboteadas por los lugare-os. Madrid acometera el error de iniciar un conflicto armado, y para empezar con mal pie reclama a los reservistas para componer un cuerpo de ejrcito que sera enviado al frente.La guerra del Rif, que sta es su denomina-cin oficial, fue para Espaa, en una palabra: un desastre. Con ella no slo se puso en evi-dencia los grandes problemas de Espaa, sino que promovi, como nunca antes se haba visto, un movimiento antibelicista y anticlerical que acabara con la cada del gobierno espa-ol. La Semana Trgica de Barcelona fue la escenificacin del malestar de un pueblo que vea con desesperacin la movilizacin de pa-dres de familia y miembros de la clase obrera que no podan pagar el canon de 6.000 reales que exima del servicio de armas. Para colmo la ley de reclutamiento espaola del momento ofreca la posibilidad del canje personal. As, cualquier persona poda por dinero comprar la voluntad de otro individuo que voluntariamen-te le sustituira en la fila.

    de hacer enmiendas parciales a su propuesta blica acordara el otorgamiento de una pen-sin de 50 cntimos (debemos recordar que un obrero ganaba en aquellos das unos 10 reales como jornal) a las esposas e hijos hur-fanos de los reservistas cados en combate. De alguna manera, la guerra se haba trasladado a Espaa, y la ciudad de Barcelo-na fue un verdadero campo de batalla a partir de los acontecimientos vividos en el entorno de su puerto cuando estall una sublevacin de manos de los soldados del Batalln de Ca-zadores de Reus que se alzaron con el grito unnime de Abajo la guerra! Que vayan los ricos! Todos o ninguno!. Se iniciaba, entonces, un momento opaco en la historia nacional, por cuanto que la violencia se apoder de la situacin produ-cindose una serie de acciones contra perso-nas y sus patrimonios que acabaran, debido a la presin poltica, con la carrera gubernativa del conservador Antonio Maura y Montaner. Mientras tanto, la guerra en el norte

    Aspecto del Paseo de la Castellana al paso de la manifestacin covocada por los elementos republicanos y socialistas de Madrid para protestar contra la poltica interior del

    gabinete presidido por el Sr. Maura. Los seores Soriano, Sol y Ortega, Prez Galds y Romero (Don Toms) en la presidencia de la manifestacin

    La repulsa contra el decreto de movili-zacin (10 de julio) fue masiva, aunque hubie-ron algunas capitales de provincias (Cdiz o Mlaga, por ejemplo) en las que se celebraron manifestaciones en pro de la guerra. Aconte-cimientos anecdticos si los comparamos con el movimiento pacifista que se logr con una intensa labor poltica de oposicin. Artculos de prensa, mtines y concentraciones multitu-dinarias lograron que el gobierno en el nimo

    de frica segua su curso preparativo y era un hecho palpable. Afloraron desde el primer mo-mento las carencias del ejrcito espaol. Una tropa que no estaba a la altura de las circuns-tancias ya fuese por el psimo equipamiento de la tropa, o por el desastroso adiestramien-to que sta tena. Se producen una serie de derrotas de las cuales posiblemente la ms sonada fue la del Barranco de Lobo, en las cercanas de Melilla que mereci pasar a la

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    crnica nacional como El desastre de Lobo. El ejrcito espaol, que estaba compuesto inicialmente por las Brigadas Mixtas de Ca-talua, Madrid y Campo de Gibraltar, fue lite-ralmente barrido por los rifeos llegndose a contabilizar la cifra de 1.300 bajas. Ante este panorama el gobierno espaol enva refuer-zos, y en breve se recuper la pennsula de Tres Forcas y el importante enclave del mon-te Gurug. A estas victorias seguiran las de los montes que protegen Melilla, el borde de la Mar Chica, Nador y Tauima victorias que daran ventaja militar al gobierno para lograr la firmar de la paz el 26 de noviembre de ese mismo ao de 1909. El acuerdo autorizaba a los rifeos a ocupar diferentes enclaves que haban pertenecido a Espaa a cambio de re-conocer el control administrativo de la zona. Es decir, mantener el estatus colonial desde una perspectiva netamente econmica.

    2. la Prensa en el conflicto La crnica de lo ocurrido en este me-dio ao en la cornisa geogrfica de Marrue-cos es bastante conocida, y en la actualidad no existen lagunas de consideracin sobre los acontecimientos a pesar de existir interpreta-ciones de ellos. Las dudas han sido en su ma-yora despejadas. De ah que estimamos ms oportuno concentrar nuestra aportacin en la iconografa generada y gestionada entre julio y noviembre de 1909 en el seno de la vida p-blica espaola. Y lo haremos a travs de una publicacin conservadora, de una revista gr-fica que fue, en este caso, todo un ejemplo de manipulacin poltica; nos referimos a Nuevo Mundo. Bueno ser aclarar que la prensa es-paola tuvo un rol determinante devenir de los acontecimientos polticos consecuentes con la hecatombe blica. La decisin de en-trar en guerra fue evidentemente inoportuna, pero mucho peor fue la forma de gestionar la conformacin del cuerpo de ejrcito que se destin a defender los intereses de la Com-paa del Norte Africano, empresa espaola con capital francs que estaba ntimamente ligada a la Compaa Espaola de Minas del Rif que controlaba, entre otros el conde de Ro-manones, el marqus de Comillas y algunos miembros de clan Gell. Los medios de comunicacin no tuvie-ron una opinin unnime, y por cada peridico que criticaba la intervencin blica, hubo otro que la apoyaba. Estos ltimos eran, en su ma-yora, conservadores, y pro gubernamentales. En ellos se expresaba una visin bondadosa y patritica del conflicto, escondiendo realida-des que eran palpables al comn gracias a las noticias oficiosas que llegaban del frente.

    Una de esta publicaciones fue Nuevo Mundo, una revista grfica de referencia en-tre la burguesa espaola que se aloj durante dcadas en un edificio diseado exprofeso por el arquitecto Jess Carrasco-Muoz y Encina en la calle Larra, nmero 8. La publicacin fun-dada por el periodista Jos del Perojo en el ao 1894 con la idea de ofrecer a sus lectores una publicacin ilustrada aprovechando los beneficios de la fotografa, y el tirn que em-pezaba a disfrutar el fotoperiodismo. Los ade-lantos tecnolgicos aplicados a la imprenta hacan posible que los peridicos conocieran una transformacin en pro de la informacin grfica en la que prevaleca el lenguaje de las imgenes frente a los textos. Haba nacido, adems, con la inten-cin de llegar a un pblico genrico, a las ca-pas populares de la poblacin. Esta meta era inalcanzable para cualquier publicacin escri-ta, no-grfica, pues el ndice de analfabetismo en la Espaa de comienzo de siglo xx era ex-tremadamente alto. Slo la imagen poda in-formar al lector. La fotografa, por tanto, pas a sustituir a la prosa periodstica y en este te-rreno la manipulacin se descubri como un aliado poltico a favor del manipulador. La ima-gen tena un poder de conviccin muy superior al de la palabra. Lo dicho, lo escrito, se enten-da como un hecho subjetivo, mientras que lo fotografiado se aceptaba, errneamente debe-

    Las vctimas de la guerra. El ferrocarril minero del Rif convertido en tren militar para el traslado de los heridos. Nuestra fotografa representa una de las bateas, en la que hay colocadas cuatro camillas.

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    Los grandes xitos periodsticos. Llegada de Nue-vo Mundo a Barcelona. Carretillas de la estacin de Francia con los paquetes del ltimo nmero enviado a esa poblacin.

    Madrid. Aspecto de la Calle de Larra, donde estn instaladas las oficinas y talleres de Nuevo Mundo a la salida del peridico, el mircoles 18 de actual.

    Un moro vendiendo fruta en las inmediaciones del campamento de Tauret a un soldado de nuestro ejrcito y al periodista Sr. Arija.

    El fotgrafo D. Ricardo Baos, de la casa Hispano Films, de Barcelona, impresionando una pelcula en el campo de batalla.

    El doctor y periodista Sr- Albeniz, que se distingui en la asistencia de heridos durante el combate del

    da 20 tomando te con el Sr. Mencheta en la morada del Checha, prestigioso personaje

    marroqu que con doscientos kabileos por l reclutados se ha batido a favor de Espaa.

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    mos decir, como una prueba irrefutable de la realidad. He ah la importancia de la imagen como documento histrico; no de la verdad, sino de la verdad interesada. Cuando se inici la guerra del Rif mu-chas publicaciones espaolas encontraron la oportunidad soada para captar lectores y au-mentar, as sus tiradas. La Ilustracin Espao-la y Americana, La Ilustracin Artstica, Blanco y Negro o la ya sealada Nuevo Mundo desta-caron periodistas y fotoperiodistas para plagar sus pginas de las crnicas remitidas desde el campo de operaciones. La guerra empez a verse como un filn informativo que era f-cilmente explotable y cuya frmula haba sido ya experimentada con xito por La Ilustracin Espaola y Americana en la guerra de Cuba. El Rif se convertira para muchos pe-riodistas en la escuela que les proporcionara los cimientos desde los que edificaran sus respectivas carreras. Y con esta idea resca-tamos de entre las pginas de los semanarios grficos de la poca los nombres de Jos Ari-ja, el de Mariano Marfil o del doctor y periodis-ta Albeniz. El grueso del trabajo de informar en este caso concreto corri de la mano de los cmaras, de los fotgrafos en general, y ex-cepcionalmente de Ricardo Baos que per-maneci durante meses en el frente del Rif por encargo de la empresa catalana Hispano Films. Los fotoperiodistas que entonces co-braron fama son especialmente tres: Manuel Company (1885-1909) que al margen de ser el fotgrafo estrella de la revista Blanco y Ne-

    gro, est considerado por sus compaeros de profesin como un pionero del fotoperiodismo; Alfonso Snchez Garca, alas Alfonso (1880-1953), que hara en frica su primer gran re-portaje; y Jos Demara Lpez, alas Campa (1870-1936) que pasa por ser el gran cronista grfico de la guerra del Rif. Campa naci en Cdiz, en Jerez de la Frontera, y antes de tomar el oficio de fotgrafo fue aprendiz de barbero. Descubri el embrujo de las imgenes en el gabinete de Diego Gonzlez Lozano. Pero su gran oportu-nidad le llegara en 1893, con tan solo 23 aos de edad, cuando conoci al fotgrafo Manuel Company quien le propuso trabajar en su es-tudio, La Galera Greco, de Madrid. De este gabinete saldra en el ao 1904 para ingresar como cmara en la redaccin de Nuevo Mun-do, ingresando adems como miembro activo de la Asociacin de la Prensa de Madrid. Te-na facilidad para los idiomas, llegara a hablar con correccin ingls y francs. Conocimien-tos muy tiles para llegar a cabo las misiones que le encomendaba su revista: reportero real. De esta manera, Campa cubri durante aos los viajes del monarca Alfonso xiii, y ello le da-ra la oportunidad de visitar, y de fotografiar, algunas capitales europeas. Su madurez creativa le lleg en fri-ca, en la guerra del Rif, ya que se descubri a s mismo al entender el fotoperiodismo como una herramienta utilsima a la hora de mode-lar la opinin pblica. Con su trabajo logr que Nuevo Mundo alcanzara un xito comercial sin precedentes, posicionando la revista entre

    Excursin regia a Ceuta. Don Alfonso al salir de la Mezquita conversando en la carretera con los moros de las kbilas inmediatas a Ceuta que acudieron a recibirle.

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    las clases medias y ganando la fidelidad de un mercado que tocara techo en el ao 1913 cuando la tirada alcanza los 125.000 ejempla-res por semana. Campa era lo que conocemos como un reportero intrpido, y en su haber tiene, precisamente en el contexto del conflicto del Rif, el logro de ser el primer fotgrafo que ob-tuvo imgenes a vista de pjaro al subirse con su cmara a un globo aerosttico. Las instan-tneas, que public en exclusiva en el Nue-vo Mundo, seran difundidas por agencia, y reproducidas meses despus por las revistas grficas europeas y americanas. Su visin de la guerra, visin no beligerante en su mayora, le vali la condecoracin de la Cruz Roja al mrito militar y su pecho colg, igualmente, la Gran Cruz de Alfonso xii. De regreso en Madrid, una vez con-cluida, en el invierno de 1909, la contienda re-cuperara su labor como periodista de la coti-dianidad social. Obteniendo, paralelamente, el nombramiento de Fotgrafo oficial de la Casa Real por nombramiento entusiasmado el pro-pio Alfonso xiii. Sus logros en este terreno le llevaran en el ao 1911 a emprender su pro-pia aventura periodstica fundando la revista Mundo Grfico que sera, a la postre, la publicacin fotogrfica espaola por exce-lencia durante el primer cuarto del siglo xx. Campa nunca escondi su filiacin monrquica, y tanto fue as que su defensa pblica del Borbn le costara la vida. El fo-tgrafo fue asesinado el 21 de septiembre de 1936 frente a la puerta de su casa madrilea. Los asesinos no slo quisieron eliminar a la

    Grupo de moros viendo maniobrar el globo Jpiter, que se eleva en Melilla para descubrir las posiciones del enemigo.

    persona, sino que tambin soaron, en vano, con borrar sus huellas artsticas. Al acto crimi-nal sumaron el saqueo de su estudio destru-yendo parcialmente unos archivos fotogrficos que testimoniaban buena parte de la historia de Espaa.

    3. el lbum El material grfico generado en en-torno a la guerra del Rif es abundante, reco-gindose en l todos los ngulos posibles de las acciones blicas y visiones varias de una campaa que no dej a nadie indiferente en la Espaa monrquica de comienzos de siglo. Fotos nacidas de miradas seleccionadas no slo por la editora de la revista grfica, sino tambin por los prejuicios de los ojos de los operadores de cmara que escogan, segn los gusto de poca, los asuntos que hicieran ms atractivo el espectculo periodstico. Todo, claro est, desde una hipottica atalaya que presupona a la actividad violenta como elemento de admiracin nacional. Miradas que pretendieron, en buena parte, exponer los aspectos amables de un evento de extraordi-narios elocuente para los usuarios de prensa. La guerra como acontecimiento ex-cepcional ha venido perdiendo, poco a poco, su capacidad de atraccin. Baste echar un vis-tazo a un peridico de comienzos del siglo xxi para comprobar que cualquier confrontacin deportiva ocupa mucho ms espacio en el dia-rio que las agotadoras y manidas acciones blicas. Pero en los comienzos del fotoperio-dismo la guerra, cualquier guerra en cualquier pas, era un espectculo de masas que des-

    A vista de pjaro entre Melilla y el Atalayn.

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    pertaba la morbosidad de los consumidores de peridicos. Esta curiosidad llegara a ser un fac-tor determinante en la consolidacin de foto-periodismo; un gnero que se aup al peldao superior frente al que posea el periodismo prosaico. La posibilidad de utilizar imgenes contribua, de forma decisiva, a dar fiabilidad de la informacin emitida, y los recursos foto-grficos se pusieron a trabajar en esta lnea. Nuevo Mundo se sum a la tenden-cia imperante en medio mundo logrando en tan solo seis meses, los que dur la guerra de frica, componer un retablo con las imgenes enviadas por sus fotgrafos destacados en el Rif. Con ellas los espaoles tuvieron la oportu-nidad de formarse una opinin: la deseada por la redaccin del semanario grfico. De manera que los anaqueles de la particular biblioteca de imgenes no fueron definidos en l sin or-den ni concierto, antes todo lo contrario. Los diferentes apartados del mismo tienen que ver con una estrategia comunicativa que sera, posteriormente, alimentada por los reporteros con su trabajo diario. Slo haba un obstculo, un inconveniente que en ocasiones hizo ma-tizar los objetivos informativos que se trataba de un obstculo que era a priori insalvable: los fotoperiodistas esteban sujetos, por la natura-leza de los hechos, a remitir la informacin ge-nerada por la guerra a partir de una secuencia cronolgica. A partir de ella se estableceran los asuntos que organizaban, a la vez que cla-sificaban, la informacin. As, las primeras imgenes del con-flicto tienen que ver con los preliminares de la guerra; e incluso con la justificacin de la mis-ma. Si la gota que haba colmado el vaso de la paciencia espaola haba sido el asesinato de un miembro de la Benemrita pareca lgico que la piedra angular fuese una imagen alusi-va a ello. Y una vez tomado la punta de la ma-deja slo quedaba de manera que en breve las pginas de las revistas se llenaron de im-genes que tenan que ver con el reclutamien-to, la partida de las tropas, acuartelamiento del ejrcito en frica, y un largo etctera. En un segundo escaln estaran las hostilidades; las escenas de batallas y la ex-posicin incruenta de las acciones blicas. Este corpus de imgenes tenan su propia tra-yectoria vital y hemos de pensar que se trata en su mayora de retratos colectivos en los que se fotografiaron a grupos de soldados po-sando en parapetos, decorados, muy poco convincente de ser el autntico campo de ba-talla. La justificacin de los amaos viene de la mano de la restringida capacidad de movi-mientos que tenan los fotgrafos de la poca, los cuales obtena sus placas con cmaras

    de gran formato que les obligaban a requerir pesados trpodes de madera, una exposicin prolongada, y pticas de limitada visin. Es fcil entender que era mucho ms prctico re-tratar soldados en el estudio, an cuando ste fuera al aire libre, que los movimientos de las tropas en sus avances. A pesar de todos, es justo decir que los fotgrafos destacados ob-tuvieron imgenes de xito aprovechando su acoplamiento en el seno de las tropas espa-olas. Las columnas de soldados en los avan-ces por el territorio africano son mostradas en varias ocasiones gracias a que los cmaras se destacan y colocan su instrumental en peas elevadas, o esperan la llegada de la avanzadi-lla en una estratgica vaguada. La labor informadora no era, no poda ser dadas las condiciones laborares, un acto placentero y de ah que el grueso del lbum estar compuesto por un corpus de imge-nes empeadas en mostrar los pormenores de la vida castrense. Los fotgrafos se delei-taron recogiendo el anecdotario general de los soldados haciendo vida cotidiana bajo la proteccin de la guarnicin hispana. Soldados comiendo, soldados cortndose el pelo, solda-dos oyendo misa, soldados escribiendo cartas a sus familiares, soldados en la cantina sol-dados y ms soldados que adormecan las ho-ras descansando despus de las acciones. Nuevo Mundo plane desde comien-zos de la guerra una lnea informativa que te-na que ver con las personas. Sabemos que la guerra contribuye a forjar leyendas sobre actos heroicos protagonizados por los milita-res, y tambin sabemos que muchas de estas acciones quedaban sin recompensa debido, fundamentalmente, a los anonimatos. Frente a esta tendencia luch la redaccin de Nuevo Mundo publicando, cada vez que sus repor-teros encontraron un caso, una seccin dedi-cada a los hroes del Rif. Personas, militares de rango, pero tambin soldados rasos, que deban servir de ejemplo para el resto de la tropa. La prensa puso nombre y apellidos a muchos soldados que orgullos se prestaban al retrato para satisfaccin de la maltrecha esti-ma nacional. Las imgenes ms perseguidas y anheladas por el gran pblico eran aquellas que menos interesaban publicitar ya que las mismas tenan que ver con la fatalidad de la muerte, o de los heridos, producidos por las acciones blicas. Nuevo Mundo era conscien-te de la situacin; su redaccin saba que la visin de amputaciones de miembros, o la exposicin de cadveres formaba parte de la exhibicin no deseada por la oficialidad guber-nativa nacional: Pero eran, al mismo tiempo, esas imgenes las que llamaban la atencin al

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    pblico y el estmulo para que la gente recla-mara los ejemplares que se entregaban sema-nalmente en los quioscos de prensa de media Espaa. La muerte se alojaba ocasionalmente entre las pginas del semanario, pero lo hizo con imgenes tamizadas en las que la sangre, o los deterioros fsicos, eran maquillados a conveniencia con la excusa de no herir sensi-bilidades. Un reflejo de los movimiento contra-rios a la guerra, de las acusaciones de que los ricos compraban el cupo y de que slo los obreros haban sido movilizados lo encontra-mos tergiversado en esta publicacin a travs de varios retratos verdaderamente significati-vos. As, miembros de la Casa Real espaola fueron deliberadamente (lase polticamente) movilizados; y la misma suerte corri algn que otro aristcrata espaol. Su presencia en el Rif fue una puesta en escena que preten-da acallar las voces de la oposicin, querien-do calificarlas, ante el pueblo de infundadas. Cierto es que all estuvieron Reniero y Felipe de Borbn pero no es menos cierto que fueron en calidad de turista; dos jvenes que po-saban con elegancia ante las cmaras de los reportes. Nunca en acciones blicas, ni cual-quier otra circunstancia comprometedora. Por ltimo, el lbum recoge siguiendo las pautas cronolgicas de la crnica la rendi-cin de los insurrectos; su aproximacin dcil hasta las autoridades espaolas, y los episo-dios de la firma de los acuerdos de paz. A este grupo de imgenes cabra aadir el regreso de los soldados a la madre patria, y, lgicamente, los homenajes acontecidos en toda Espaa en

    agradecimiento oficial por las penurias vividas por los jvenes movilizados en el campo de batalla. Al margen de las representaciones testimoniales de la guerra, los reporteros de Nuevo Mundo, especialmente Campa, se dejaron atrapar por el exotismo emanado de los lugares donde se desenvolvi la accin. La cultura islmica era en el arranque del si-glo para los occidentales un tab tan slido y tupido como un muro. Y an no se haban despejado las miles de dudas que la sociedad victoriana haba sembrado sobre ella. La su-gerencia de existencia de parasos terrena-les instalados en los dominios de los sultanes haba calado con extraordinaria eficacia a tra-vs de la literatura decimonnica. Y lo rabe, lo moro en la terminologa de las poca, era un asunto que desprenda efluvios narcotizan-tes para los lectores europeos. Las fotografas de los habitantes del Rif tiene el acento de mejor de los pintoresquismo y presencia entre las pginas de una narracin blica podra, en principio, no entenderse. Sin embargo, su pu-blicacin ofrece la verdadera intencin de los cmaras en el contexto de la misin informa-tiva. La aproximacin al otro lado del mundo comportaba un foco de enorme atractivo arts-tico por el que Espaa quera medir su grado de progreso y civilizacin frente a los hijos del islam que aparecen en las imgenes recogi-das como viejos empobrecidos; gentes que no disfrutaban de la higiene occidental y que ofrecan un aspecto inculto, en el ms amplio sentido del trmino. Respecto a este cuerpo de imgenes cabra subdividirlo en varios grupos: el del moro-amigo, es decir el rifeo que colaboraba con las tropas espaolas marcando los pasos seguros en la incursiones; el moro-enemigo, los contrincantes que rara vez fueron captura-dos por las cmaras espaolas; y sobre todo, el moro-decorado, los personajes ajenos al conflicto que pululaban en el entorno del teatro de operaciones.

    Dos prncipes en la guerra. Don Reniero y don Felipe de Borbn en la puerta de su tienda de campaa el da en que llegaron al campamento.

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    El general Marina en nuestra posicin del monte Aid Aixa en el Gurug contemplando el panorama que desde all se divisa.

    Tipo rifeo.

    En el campo rifeo. Moros saliendo del poblado de Frajana para recoger lecha.

    Moros trabajando en la construccin de la lnea frrea de la Compaa espaola de minas en el sitio donde ocurrieron los sucesos del 9 de Julio, que dieron origen a la guerra.

    las imgenes del lbum

    Todas las imgenes que componen este lbum han sido extradas de entre las pginas de la revista Nuevo Mun-do, y en ellas se ha respetado no slo el formato original, sino, tambin, sus pies de fotos.

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    La fiesta del Pilar en el campamento. Misa de campaa celebrada en la segunda caseta, a la que asisti el alcalde de Zaragoza.

    Un combate en Beni-Bu-Ifrur. La infantera, protegida por los caones Schneider, conquistando una loma del monte Haxao, desde donde los moros se defendan furiosamente haciendo

    un fuego terrible a descargas cerradas contra nuestras tropas.

    El periodista espaol Sr. Rodrguez de Cels y su espo-sa hablando con soldados del Mulay Haffid.

    Camin automvil destinado a la conduccin de heridos desde la Alcasaba de Salvn a Melilla.

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    Asuncin Martos, cantinera del Batalln de Cazadores de Talavera.

    Soldado transportando lea cogida en el campo moro despus de un combate.

    Las tropas expedicionarias. Aspecto que ofreca el muelle de Barcelona en el momento de terminar el embarque del batalln de cazadores de Mrida que ha sido enviado a Marruecos a bordo del Ciudad de

    Cdiz. Los soldados sobre la cubierta del buque saludando a los que les despedan.

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    El general Marina mirando hacia Zelun. Los obuses del fuerte de Camellos disparando contra el Gurug.

    Rifeos detrs de unas chumberas.

    El teniente general Marina. Jefe de las fuerzas que operan en El Rif.

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    Jinetes marroques.

    El moro Valiente(X) y sus partidarios que agredieron en Ceuta en la noche del 17 al teniente de la Guardia Civil D. Adolfo Blanco, hiriendo al caballo que ste montaba, a consecuencia de

    una descarga que contra l hicieron y de la que, por fortuna, result ileso el oficial..

    Ben-al-Muaz y dems personajes marroques que constituyen la Embajada en las galeras del Minis-terio de Estado.

    Premio al heroismo.

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    La embajada marroqu en Cdiz. El embajador marroqu Ahmed-al-Muaz a bordo del Numan-cia. Compaa del regimiento de Infantera de lava que hizo los honores a la Embajada al desembarcar en Cdiz.

    Agresin a Espaa. Los moros contra los mineros espaoles.

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    Nuestras fuerzas levantando su campamento en los terrenos ganados a la kabila de Mezzuxa.

    Kabileos de Frajana dirigindose al mercado de Melilla despus de haber hecho protestas de paz que acept el general Marina.

    Envo de fuerzas a Melilla. Detalle del embarque del escuadrn de caballera de Trevio en el muelle de Barcelona a bordo del vapor Buenos Aires. Estas fuerzas forman parte de la

    brigada mixta expedicionaria que manda el general D. Miguel de Imaz.

    Tipo rifeo.

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    El Infante Don Fernando, comandante del regi-miento de Lusitania, despidiendo en la estacin a sus soldados.

    Los generales Marina y Del Real observando el desarrollo de las operaciones desde una posicin tomada por la artillera a tres kilmetros del cam-pamento del Hipdromo y de la primera caseta del ferrocarril minero.

    Los heridos en el campo de batalla. Conduccin al Hipdromo de un oficial herido en el combate del da 23 del actual.

    Llegada de una ambulancia de Sanidad militar al campamento del Hipdromo.

    Soldados de infantera construyendo las alambra-das en los lmites del campamento espaol.

    Los obuses del fuerte de Camellos disparando contra el Gurug.

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    La accin de Espaa en Marruecos.

    Regreso del campo de batalla. Llegada del general Imaz a Melilla.

    Los soldados muertos en la guerra. Cadveres de ocho soldados depositados en las galeras del Cementerio de Melilla. El juez militar practicando la identificacin de las vctimas.

    Llegada al campamento del capitn Borrero, herido en una pierna una hora despus de haber desembarcado al mando de la primera compaa del batalln de Figueras.

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    Vista general del campamento del Hipdromo.

    El general Del Real presenciando la llegada de un tren de heridos al campamento del Hipdromo.

    El general Marina en la lnea de fuego disponiendo un avance hacia el enemigo.

    Los cazadores de Madrid haciendo fuego contra los moros en las trincheras del campamento del Lavadero.

    Moros capturados por nuestras tropas en el campo de batalla y presos en el fuerte de Camellos.

    La artillera espaola protegiendo el da 27 de julio el avance de una columna hostilizada furiosamen-te desde las faldas del Gurug por la harca rifea.

    El Rogui. Este curioso personaje, que domin un tiempo desde la fortaleza de Scluan a la regin de los Quebdana y los Kalala hoy en guerra con Espaa, se encuentra de nuevo al frente de un poderoso ejrcito, con el cual ha llegado a las cercanas de Fez y hostiga frecuentemente a la mehalla de Muley-Hafid, amenazando apoderarse de su capital.

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    El general Marina conversando en su tienda del fuerte de Camellos con el clebre moro Amadi, amigo de Espaa y confidente leal, que nos est prestando actualmente muy buenos servicios. Amadi es el moro a quien un soldado espaol cort las orejas en la guerra del 93, por lo que fue ste fusilado.

    Soldados del batalln disciplinario de Melilla be-biendo agua en un cubo al entrar en la poblacin de regreso de un combate librado contra los moros en Sidi Muza.

    El capitn D. Emilio Gonzlez P. Villamil y los soldados Jorge Aguilar (1) y Manuel Pajares (2) de Arapiles.

    Desembarco de fuerzas de infantera en el muelle de Melilla.

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    Soldados espaoles en una de las avanzadas del campamento de Sidi Muza.

    Vista general del campamento de Sidi Muza inme-diato a la segunda caseta del ferrocarril minero.

    Una ametralladora y un heligrafo maniobrando desde la terraza de la segunda caseta.

    Escenas de la guerra. Interior de un blokhaus.

    Escenas del campamento. Un soldado escribiendo una carta

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    Conduccin de la impedimenta del campamento de Sidi Muza.

    Soldados desollando una ternera cogida a los mo-ros en las proximidades de la primera caseta.

    La fuerza destacada en Sidi-Guarlach, al mando del capitn D. Eladio Lpez de Haro, formada en el patio del fuerte.

    Soldados haciendo fuego desde las aspilleras del fuerte de Sidi-Guarlach.

    Moros de la polica haciendo la instruccin en el fuerte de Camellos. Estos moros, adictos a Espa-a, han sido reclutados hace pocos das y sern los que, como conocedores del terreno, irn a la vanguardia de nuestras tropas en el avance hacia Zeluan.

    Grupo de moros confidentes dirigindose a visitar al general Marina.

    En el campo enemigo. Tipos de la harca rifea que pelea contra Espaa, en las montaas del Gurug.

    El general Marina seguido de su Estado Mayor al regresar a Melilla, despus de jaber (sic) recorrido las lneas avanzadas de Sidi Muza.

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    Soldados de caballera descansando junto a unas chumberas durante una exploracin por las inme-diaciones de Sidi Muza.

    Soldados comprando comestibles en una cantina instalada en el campamento.

    Peluquera al aire libre. Corte de pelo a un soldado.

    El general Arizn y el coronel Primo de Rivera con los oficiales de guarnicin en las posiciones espa-olas del Atalayn.

    Un can de la batera Schneider, emplazado en la playa de Car Chica haciendo fuego contra el enemigo parapetado en el Gurug. En nuestra fotografa se ven los efectos de los diparos de

    estas formidables mquinas de guerra que arrojan, como es sabido, veinds proyectiles por minuto.

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    Paisanos ayudando a los soldados a preparar un convoy de municiones en el campamento del Hipo-dromo.

    Cargando sobre una mula un can de montaa.

    El general Marina arengando a las tropas en el solemne acto verificado el da 25 de agosto pasado en el campamento del Hipdromo para imponer la Cruz del Mrito Militar con distintivo rojo al cabo del batalln de cazadores de Estella Jos Calvo (x) que en uno de los combates librados contra los

    rifeos salv, con riesgo de su vida, a un soldado herido que cay en poder de los moros, matando a uno de estos y haciendo huir a otros, despus de una lucha desesperada, cuerpo a cuerpo.

    Soldados bebiendo agua momentos antes de ponerse en marcha.

    Sitio inmediato al tercer blockhaus, en construc-cin, donde explot la caja de picrinita que caus la muerte a dos moros merodeadores. La explo-sin fue formidable haciendo en el suelo un hoyo de un metro de profundidad.

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    Marcha de tropas espaolas por el camino entre Melilla y Nador. Los soldados de infantera hacen un alto para descansar junto a la playa de Mar Chica, en la falda del Sidi Ahmet-el-Hach, mien-tras avanzan fuerzas de caballera encargada de explorar el terreno.

    El Rogui. Pretendiente al trono de Marruecos que ha cado en poder del sultn Muley Hafid.

    Relevo de la artillera en nuestras posiciones de Sidi Ahmet-el-Hach.

    Las bajas de los rifeos. Los moros ponen gran cuidado en recoger sus heridos y, sobre todo, sus muertos en el campo de batalla. Nuestra fotogra-fa ha podido sorprender una de estas escenas; terminada la accin, los moros han recogido varios cadveres los van reuniendo para llevrselos a darles sepultura.

    El general Morales, jefe de la brigada del Campo de Gibraltar, en su tienda del campamento acom-paado de su ayudante.

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    Mr. Richard Howard (en el centro), D. Jos C-mara (a su derecha) y D. Enrique G. Toledo, los tres sbditos ingleses que han sentado plaza en el ejrcito de operaciones de Melilla.

    Columna de la harka rifea en marcha hacia las montaas del Gurug.

    El combate de Lahhdara. Los caones Schneider disparando contra la caballera mora en las inme-diaciones de Mar Chica, cerca del zoco El Arba, el da 31 de agosto pasado.

    Moros enemigos de Espaa en una altura prxima al alduar de Beni-Katen.

    El ganado bebiendo en el campamento.

    Caoneo sobre las lomas del Gurug. El nuevo material de artillera Shneider caoneando desde el campamento del Hipdromo las lomas del Gurug, donde fueron destruidas, a 3.500 metros de distancia,

    varias casa que utilizadas los rifeos como fortines para hostiligar a nuestros soldados.

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    Vista general del campamento del zoco El Arba.El teniente Sr. Sol herido en un brazo, al ser colo-cado en la camilla para conducirlo al campamento. El moro que hiri a este oficial estaba oculto a una distancia de 25 metros; al verle el Sr. Sol le dispar su revlver consiguiendo matarlo.

    Los moros confidentes de Quebdana. Moros de la kbila de Lahhadara dando noticias confidenciales al general Marina acerca de las bajas que tuvo el enemigo en el encuentro del da 4 con las tropas del general Aguilera.

    Los camellos adquiridos por el Ejrcito para el servicio de convoyes a las posiciones avanzadas entrando por la puerta de Mantelete, de Melilla.

    El general Marina conferenciando en el campo de Bufadis con el cherif Checha.

    El general Marina saludando a varios moros nota-bles de Lahdara y Quedhana que fueron a Melilla a hacer protestas de paz y de adhesin a nuestras armas.

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    En el campamento de la Restinga. Soldados co-miendo el rancho de regreso de un combate.

    El general Orozco viendo los pozos descubiertos en el terreno conquistado cerca de Zelun. Un soldado sacando agua para probarla.

    El capitn Mora, jefe de una batera Schneider, observando desde la torre de un can los movi-mientos del enemigo.

    El escuadrn de Alfonso XII en la batalla de Abr-Hit.

    Escenas del campamento. Oficiales escribiendo a sus familias al regreso de un combate.

    Moro de la jarka que se present das pasados en el campamento de Nador para conferenciar con el general Orozco.

    El general Marina conversando en el campamento de la Restinga con los heridos que tuvo la colum-na del general Aguilera el da 4 del actual (imagen publicada el 16 de septiembre de 1909).

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    Soldado de infantera disparando contra los moros desde una de las trincheras pertenecientes a nuestra posicin de Aid-Aixa.

    El caid El Bachir Ben Sen-Nach, embajador del Sultn, al salir de su hospedaje para ir a visitar al general Marina. El Bachir ha sido enviado a Melilla por Muley Hafid, como es sabido, para avistarse con la jarka rifea y tratar con ella del trmino de la guerra.

    Rifeos dirigindose a Melilla para conferenciar con el general Marina.

    El Bachir. Embajador del Sultn que est gestionando la paz con los rifeos.

    Entierro de un soldado muerto en el combate del da 20 de Taxdir. Momento de rezar un responso ante el cadver del capelln del regimiento.

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    La comisin de la harka en el Gobierno militar. Aspecto de la plaza de los Algibes, de Melilla, a la llegada de los moros comisionados por la harka para tratar con el general Marina las condiciones de la paz.

    Los moros piden la paz. La comisin de la harka rifea que fue a Melilla a pedir la paz, dirigindose al zoco del Hach acompaada del escuadrn de Lanceros de la Reina.

    Las conferencias para la paz. Los jefes de las kabilas que fueron ltimamente a Melilla a pedir la paz hablando, al llegar a nuestras avanzadas con el teniente coronel de Cuenca y con el capitn de Caballera que los condujo a presencia del general Marina.

    Los moros amigos de Espaa. Moros de la polica en la nueva posicin tomada por nuestro Ejrcito en el monte Agui-Enneslah entre Frajana y Beni-Xicar.

    La primera seccin de ametralladoras del batalln de cazadores de Barcelona disparando contra el enemigo en una trinchera del campamento de Sidi Ahmet-el-Hach.

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    Las conferencias para la paz. Los jefes de las kabilas que fueron ltimamente a Melilla a pedir la paz hablando, al llegar a nuestras avanzadas con el teniente coronel de Cuenca y con el capitn

    de Caballera que los condujo a presencia del general Marina.

    Los trabajos de pacificacin en el Rif. El santn de Telatza, Sidi-Mohamed-Ben-el-Hach, de la kabila de Beni-Sidel, hablando con el general Marina en nuestra posicin de Segangan el da que se present con otros notables rifeos a tratar las condiciones de su sumisin.

    El solado Vicente Castell Muoz con la pierna artificial que le ha regallado la Clnica Ortopdica Prim, establecida en Alsasua (Navarra).

    El regreso de las tropas de Melilla. Desembarco en el puerto de Barcelona de los reservistas repatria-dos de los batallones de Alba de Tormes, Alfonso XII y Reus, llegados en el trasatlntico Catalua el da 8 del actual. Desfile de las tropas por el muelle.

    Moros rezando, en los campos del Rif, la acostum-brada oracin del Moghreb.

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    La vuelta de los soldados. Llegada a Valencia de los reservistas repatriados de Melilla.

    Homenaje a dos soldados repatriados. Entrada en Caldas de Malavella (Gerona) de los dos soldados de aquel pueblo que fueron a la guerra de Melilla.

    El Chaldy. Jefe de la insurreccin rifea que segn noticias de Fez ha muerto hace pocos das en aquella poblacin. El Chaldy era un solemne bandido que fingindo-se amigo nuestro prepar el golpe del 9 de julio, pagando a los asesinos de este infausto da.

    El regreso de las tropas. Llegada a Barcelona de los batallones de cazadores de Alba de Tormes, Barcelona y Reus.