estudios sobre dehon volumen 1

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Estudios sobre León Dehon I ¿Quién fue? Historia

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Escritos espirituales (dehonianos) Espiritualidad del Corazón de Jesús

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Estudios sobre León Dehon

I

¿Quién fue? Historia

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ESTUDIOS SOBRE LEÓN DEHON

I. ¿QUIÉN FUE? HISTORIA

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Edición preparada por

Juan José Arnaiz Ecker, scj Equipo de traductores:

Eduardo Perales Pons, scj Vicente Muñoz Pellín, scj Gonzalo Arnaiz Álvarez, scj Joaquín Izurzu Satrústegui, scj Javier López Martínez, scj Juan José Arnaiz Ecker, scj Pedro Iglesias Curto, scj

© Editorial El Reino, 2006 La Morera, 23-25 – 28850 Torrejón de Ardoz (Madrid) Printed in Spain

Imprime Gráficas Dehon. Torrejón de Ardoz

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Presentación

León Dehon, hoy –pero también ayer y seguro que mañana–, posee una personalidad significativa en la vida concreta de muchas personas. Es por eso que nuestra atención se dirige, en esta serie de volúmenes Estudios sobre León Dehon, hacia ese centro que es su persona. Por eso las cuestiones que queremos abordar en esta recopilación de estudios (muchos de ellos redactados o publicados como preparación para su beatificación) se articulan en torno a las cuestiones siguientes:

1. quién fue (historia), cómo vivió (acción) y cómo murió (destino); lo que podemos resumir en la pregunta por la Historia: ¿quién fue?

2. cuál fue el secreto de su persona, en qué consistió su doctrina, las experiencias que los hombres y mujeres de su tiempo hicieron con él; lo que podemos resumir en la pregunta por la Persona: ¿quién es?

3. cuál ha sido su función, su misión y qué significación y destino final ha tenido su vida; lo que podemos resumir en la pregunta por la Misión: ¿qué nos ofrece a los hombres y mujeres de hoy?

Como se verá con la lectura de los volúmenes de esta serie,

aún estamos lejos de presentar de modo claro y fundamentado lo que sabemos y experimentamos de la historia, vida y herencia espiritual del P. Dehon. Aún pesa mucho la percepción subjetiva del Fundador, pero es un primer paso. El campo queda abierto, la articulación puede ser válida. Sólo queda lanzarnos con todo nuestro saber y con toda nuestra experiencia por los caminos de un más profundo conocimiento de un hombre que nos señala, con mano fuerte y segura, al Cristo que, con su Costado traspasado y su Corazón abierto, nos muestra y demuestra que Dios es Amor.

Con este volumen I afrontamos la pregunta por su

Historia: ¿quién fue?

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EL PADRE DEHON Y SU FAMILIA

André Perroux1 Del amor por la familia al amor a “Nuestro Señor”

El día 6 de julio de 1890, el P. Dehon recibe la visita de su hermano Enrique, en San Quintín. Esta visita lo llena de alegría, y consigna el recuerdo en su diario. Pero, de inmediato, su alegría halla toda su dimensión en la oración: “Doy gracias a nuestro Señor por lo que ha bendecido a mi familia...” (NQT V/1890, 8r).

Lo vemos aquí en ese reflejo habitual de su vida más personal: los acontecimientos que se suceden día a día lo llevan, como espontáneamente, a refugiarse bajo la mirada de Jesús, “Nuestro Señor”, principalmente, para darle gracias. Pues, en todo,

1 Estas páginas fueron preparadas, en primer lugar, para presentarlas a los familiares del P. Dehon, sus sobrinos segundos y respectivas familias, con ocasión de un encuentro celebrado en La Capelle el 15 de mayo de 2004. A continuación, se amplió el tema: de la familia a su entorno vital, la ciudad, la diócesis, la región..., para acabar ofreciendo una pista sobre el camino espiritual dehoniano. Se cita abundantemente al P. Dehon, en sus “Notas” y, especialmente, en su correspondencia, aún poco conocida, pero muy rica en lo que toca a las relaciones familiares, con el propósito inicial de ofrecer de algún modo a la familia, en una medida sólo muy parcial, el testimonio que ésta nos conservó y que le pertenece en primer lugar. Estas citas van en cursiva: se las podrá localizar fácilmente y pasarlas, si se desea una lectura más rápida. Sin embargo, más que cualquier otro texto, son ellas las que introducen en la captación de la calidad de la relación familiar y ésta es, precisamente, la intención de este estudio.

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y del modo más concreto que le es posible, quiere reencontrar la presencia de Aquel a quien desea servir con todo su ser. Y, por el mismo movimiento de fe y de alabanza, esta presencia del Señor la acoge a través de la influencia de los y las que han marcado su vida: en primerísimo lugar, de su familia.

Ahora bien, de este paso casi espontáneo, como una respiración, que expresa y mantiene la vida, este lazo entre la muy humana alegría y la gratitud a Nuestro Señor, nos da él testimonio con mucha frecuencia a lo largo de toda su vida y en su obra escrita. Tiene de ello una viva conciencia y le agrada reconocerlo: todos los dones que ha recibido de Dios, los ha recibido por mediación de las numerosas personas que han marcado su existencia, particularmente, por medio de sus padres y de las múltiples relaciones familiares en torno a él. Éste es, precisamente, el vínculo que será objeto de nuestra conversación: cómo toda su personalidad, hasta en lo que la caracteriza religiosamente, hunde sus raíces en el tejido humano en el que nació y creció y que le marcó definitivamente.

Con toda naturalidad, hojearemos especialmente sus “Notas” personales: sus “Notes sur l’Historie de ma vie” (NHV, 15 cuadernos) y sus “Notes Quotidiennes” (NQT, 45 cuadernos), como también su muy abundante correspondencia. Descubriremos aquí un poco la diversidad y la densidad de los lazos familiares. Intentaremos subrayar algunos de sus trazos más reveladores en razón de su frecuencia y de su contenido. Por otro lado, no queremos separar a una familia de su medio vital, la comunidad de la vida de La Capelle y otras comunidades vecinas; más ampliamente, la región y la patria: veremos, enseguida, lo que cuenta esto en el P. Dehon; y cómo toda esta rica experiencia humana hace cuerpo, en verdad, con su modo de comprender y de vivir su adhesión a Jesús según el Evangelio.

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1. UN INTERCAMBIO MUY ABUNDANTE

Para comenzar, buscaremos la mayor parte de nuestras informaciones en la Correspondencia. No hace falta recordar que muchas cartas están perdidas definitivamente; otras puede que duerman aún en el fondo de un desván, de un armario familiar o de una comunidad... Yo me ceñiré a cuanto los Archivos de Roma han conservado, que es ya mucho... Pero sería muy enojoso alinear solamente las fechas, aún cuando éstas sean ya, en sí mismas, una buena indicación. Por eso, añadiré a la vez algunos detalles: a algunos de ustedes, éstos les harán revivir, sin duda, a personas muy queridas, evocarán lugares y situaciones de mucho peso. Quisiera hacerlo con el mayor de los respetos, con todo nuestro afecto por esta numerosa y hermosa familia que nos dio nuestro Padre Fundador y comulgando lo mejor posible con su propia gratitud, a la vez que preservando la discreción que siempre acompaña en él a la espontaneidad y el afecto.

Comencemos, pues, por un rápido “sobrevolado del terreno”: ¿qué comporta la correspondencia del P. Dehon con su familia, cómo se distribuye? Conocen ustedes que, en 1992, el P. Bourgeois publicó esta correspondencia hasta 1871, inclusive: las cartas que envió el P. Dehon y las que recibió. Durante estos primeros años, es decir, entre 1864 y 1871, la familia tiene, con mucho, el primer lugar en su correspondencia. El conjunto publicado constituye un volumen precioso, enriquecido con numerosas notas. Habría que completarlo, en relación con ese período, con las cartas encontradas después. Y, sobre todo, el volumen debería ser el primero de una serie, cuya continuación sigue esperando investigadores pacientes y perseverantes... ¡Tengamos esperanza! Mientras llega la prosecución de la publicación, utilizaré el texto manuscrito contenido en los archivos y utilizado en la edición provisional.

Salvo error en mi pesquisa, no tenemos ninguna carta de los padres del P. Dehon a su hijo. Todo se ha perdido, y es una

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gran lástima: no tenemos acceso a su diálogo más que por lo que nos proporciona León mismo.

Por el contrario, suyas a sus padres, padre y madre, tenemos 233 cartas, algunas bastante largas: de ellas, 27 escritas durante su viaje a Oriente (del 23 de agosto de 1864 al 25 de junio de 1865), y 114 que datan de sus años de estudios en Roma (octubre de 1865 a agosto de 1871).

Del hijo a su padre, más personalmente, tenemos 14 cartas, y 2 a su madre, 9 a su hermano Enrique y 10 a su sobrina y ahijada Marta. No conocemos cartas a Amelia, hermana menor de Marta; tampoco a Laura, la madre de éstas; pero hay muchas alusiones a cartas perdidas y, sobre todo, la correspondencia a sus padres, a Enrique, etc., nos hace entrever el vínculo de un profundo afecto. Hay también cuatro cartas a su sobrino segundo Jean Malézieux-Dehon. Evidentemente, a esto hay que añadir las muy numerosas menciones de la familia, en conjunto o de ésta o aquella persona, en particular, que jalonan las cartas y las notas del P. Dehon.

Éste es, esencialmente, el material que se abre a nuestra investigación. Es muy abundante. Nos ofrece participar en un intercambio regular y nos abre a la intimidad de una familia viva y muy unida. A lo largo de los meses y de los años, al hilo de los acontecimientos de la familia y de la sociedad, nos convertimos, así, en los confidentes de gran cantidad de noticias y de reacciones que se entrecruzan, de preocupaciones, sentimientos y proyectos. Vivimos, en cierto modo, con la familia y conocemos a muchas personas... Es imposible retener todo lo que nos confían estas cartas y notas. Sería, con todo, muy apasionante: ¿acaso no es a través de ese tejido de relaciones como se dejan, hasta cierto punto, entrever la profundidad y la delicadeza del vínculo familiar, en la vida ordinaria de cada día?

Quisiera, sencillamente, compartir con ustedes la espontaneidad y la cordialidad de esta correspondencia, la densidad de “presencia” y de atención recíproca, la muy concreta comunión

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a partir de las “cosas de la vida”. Más que seguir la sucesión cronológica, y puesto que se trata sobre todo de recobrar la experiencia de toda una vida, les propongo un recorrido que, a partir de lo más ordinario, se dirigirá a lo más profundo. Comencemos por recoger algunas expresiones más frecuentes: se trata de las palabras más simples que se dicen todos los días: en ocasiones, de las palabras sencillas de la ternura. La relación entre las personas se precisa a través de ellas. Son ya, discretamente, muy evocadoras del vínculo que une a cada uno a todos los demás, presentes y ausentes, hasta en la intimidad de su existencia común. De alguna manera, dan la tonalidad característica del clima familiar...

Por descontado que, para simplificar, he de reagrupar expresiones que, a lo largo de los años, pueden variar en los detalles. 2. UNA ATENCIÓN AFECTUOSA POR TODOS Y CADA UNO “(Mis) queridos padres”

El P. Dehon escribe a menudo a sus padres. Así lo hace

durante los primeros años en que ha de vivir lejos del hogar familiar, y particularmente cuando su opción de hacerse sacerdote le lleva a estudiar en Roma y le impone, al tiempo, la prueba de una incomprensión que tardará mucho tiempo en resolverse. Lo mismo, durante los años de sus comienzos como joven vicario en San Quintín, cuando se entrega a fondo a las tareas de un ministerio que desconcierta a su familia, y cuando muy pronto se convierte en una de las personalidades a las que se mira, en uno de los sacerdotes más solicitados de la diócesis de Soissons. Está, en lo sucesivo, muy cerca de los suyos y las visitas entre La Capelle y San Quintín no son raras. Particularmente, los gozos y las emociones vividas juntos en el momento bastante reciente de la ordenación en Roma y, después, la presencia y la influencia del

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joven sacerdote en la diócesis, apaciguaron mucho los temores y las incomprensiones; la familia ha recuperado plenamente a su hijo, del que está tan orgullosa. Así, hasta la muerte de sus padres en 1882 y 1883, el correo sigue siendo frecuente. Ello da adecuado testimonio de la importancia concedida a esta relación familiar, del cuidado constante por comunicar los detalles de la vida diaria, por hacer concreta la comunión y la continuidad del afecto recíproco.

León comienza siempre sus cartas con estas palabras: “Queridos padres, querido padre, querida madre...”. Él, habitualmente muy reservado en las expresiones sensibles de su afecto, termina con la mayor frecuencia: “Les abrazo de todo corazón, abracen por mí a Enrique, Laura, mamá Dehon, Marta y Amelia”. “Les abrazo de todo corazón, como les quiero, y les ruego que den un abrazo por mí a Laura, a Enrique, Marta y mamá Dehon” (12 de noviembre de 1865). Escribiendo a su padre, dice: “Abraza de mi parte a mi querida madre y dile que pienso todo el día en ella, como en ti. Abraza también de mi parte a Enrique, Laura, a la mamá Dehon y a Marta” (6 de abril de 1867): lo mismo, prácticamente, en todas sus cartas. Su hermano Enrique y Laura, su cuñada

Con su hermano Enrique -“querido Enrique, mi querido

amigo...”-, con toda naturalidad, la conversación se hace más directa, siendo siempre afectuosa. De temperamento y de gustos muy diferentes, fueron siempre muy solidarios. Son dichosos de volver a verse, de darse gusto, de viajar y hacer visitas juntos: trátese de visitas profesionales, como a una cervecería en Viena, o de hacer turismo en Italia y en Roma, con Laura, donde serán recibidos en audiencia por el papa Pío X en 1908; o de visitas, también, a nuestras comunidades en Bélgica... Les gusta recordar juntos a sus padres y son numerosos los recuerdos comunes que renuevan el vínculo fraterno: “Los recuerdos familiares son para mí siempre alentadores y edificantes”, escribe después de participar el día de San Enrique en La Capelle (NQT XXIII/1907, 100). O también, en mayo de 1894: “El 30, fiesta familiar en La

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Capelle. Mi hermano me pidió que fuera a decirle misa en el 30º aniversario de su matrimonio. Despertamos antiguos recuerdos. Hablamos de nuestros padres, a los que esperamos volver a ver en el cielo, y del agradable viaje que hicimos juntos, con ocasión de su boda, en 1864” (NQT X/1894, 119).

Entre los “antiguos recuerdos”, están con seguridad los años jóvenes, la vida de estudiante en París. Así la evoca León: “Salía a veces con mi hermano. Debo aquí hacer justicia a mi hermano, siempre me ha edificado, animado y protegido. Le estoy agradecidísimo. Tanto en París como en Hazebrouck fue para mí un Mentor [en la Odisea, es Mentor el consejero prudente y experimentado que acompaña al hijo pequeño de Ulises, Telémaco] o, mejor, un Rafael [Rafael, “el ángel bueno” que protege al joven Tobías, y lo acompaña para el feliz desarrollo de su viaje]. Menos inclinado que yo a la piedad y a las obras, y sin tener la misma vocación, le agradaba verme piadoso y me daba muchos consejos útiles para el trabajo y la educación...” (NHV, I, 42v-43r).

Con el mismo afecto, acogerá a Laura, su cuñada: la correspondencia con ella se ha perdido, y es una lástima porque, con mucha delicadeza, la hermosa relación que une a ambos hermanos brinda rápidamente un amplio espacio a Laura. A ellos les escribe con gran sencillez: “Querido hermano, querida hermana”. En las cartas a sus padres leemos: “He encontrado hoy su carta y la de Laura, y esto me ha devuelto el humor que había perdido desde hacía días” (10 de abril de 1865). O también, escribiendo igualmente, a sus padres: “Un abrazo de mi parte para Laura y Enrique; sin duda que tienen más tiempo que yo. Serían muy amables si no llevasen la cuenta de mis cartas y me escribiesen más a menudo” (25 de junio de 1865). “Agradezco a Laura su bonita carta” (20 de enero de 1866). “He recibido la cariñosa carta de Enrique y de Laura. Les responderé de viva voz dentro de diez días” (31 de julio de 1868)...

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Marta y Amelia, sus dos sobrinas, “las traviesas”

Muy seguro de su afecto, hace suya la alegría del

nacimiento de Marta (1865) y, después, de Amelia (1868) en el hogar de Enrique y Laura. Las dos veces, la espera y el alumbramiento han resultado dolorosos: él se inquieta por ello, pide noticias. Después se alegra, pensando en ambas niñas, “mis queridas sobrinitas”: “Mi pequeña Marta”, que es también su ahijada, a la que estoy impaciente volver a ver” (26 de abril de 1866); Marta, cuya “despedida (tiene entonces quince meses) me impresionó mucho” (17 de octubre de 1866); Marta, “en la que también pienso a menudo” (el 13 de noviembre siguiente). Después, cuando llega Amelia, habla de su prisa por “encontrarme pronto entre la familia aumentada” (21 de junio de 1868), abraza por anticipado a su segunda sobrinilla y no olvida en adelante nunca un recuerdo cariñoso para “les deux petites filles”: “abrazad de mi parte a Enrique, a Laura y a las niñas”.

De este modo, sería agradable sorprender las muestras de afecto del tío a sus dos sobrinas; las hay, en la práctica, en todas y cada una de las cartas que dirige a su familia. Por ejemplo, el 18 de febrero de 1869: “Cuidad bien a Martita, para que recobre la salud. Abrazadla de mi parte, lo mismo que a su rolliza hermana (¡de 10 meses, entonces!). Dad un abrazo de mi parte a Enrique, Laura, la mamá Dehon, Marta y Amelia, y dad a mis sobrinas una peladilla por mí” (26 de octubre de 1869). Tres años antes, cuando Marta tenía 18 meses, había aconsejado sabiamente: “¡Abrazad de mi parte a mi pequeña Marta y decidle que no coma azúcar, para que tenga después bonitos dientes y no le duelan, como le ocurre a veces a su tío!” (8 de diciembre de 1866).

A sus dos sobrinas pronto las llamará, con una pizca de malicia, “las dos traviesas” (18 de agosto de 1872). Van creciendo. Marta tiene siete años cuando escribe “una bonita carta” a su tío y padrino; como respuesta, él le “envía una estampa para ella y otra para Amelia” (19 de febrero de 1872). Se preocupa de los asuntos que sus padres se plantean a la hora de elegir la escuela (“école à la

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maison”). Prepara cuidadosamente sus aguinaldos, les envía estampas y libros de lectura para niños, como una edición ilustrada de Fabiola para Marta y un libro de dibujos para Amelia (27 de diciembre de 1873). Pronto decidirá regalarles libros que puedan interesar también a sus padres, y hasta a los abuelos: ¡así se aprovechará de ellos toda la familia!

Cuando León está en plena actividad por la creación de su “Patronato”, las construcciones, organizaciones, fiestas, etc., compone para cada una de sus sobrinas, por separado, una bonita felicitación, para que la reciten de memoria a Laura en el día de la madre (8 de marzo de 1873). Aquí está la que preparó para Amelia, que tenía cinco años: “He aprendido de memoria una bonita felicitación/. E iba a decírsela a mi mamá querida/. Pero se me ha olvidado toda, cuando venía/. Y la única palabra que recuerdo es ‘Te quiero’...”. Pero, siempre afectuosamente, no deja, si es el caso, de extrañarse de que hayan olvidado de aludir a la fiesta de san León (13 de abril de 1875)...

La riqueza de la relación permite unir espontáneamente y de modo muy feliz las bromas y lo serio, y, según muchos coetáneos, ésta será una característica permanente del P. Dehon hasta sus últimos días. Oigámoslo, por ejemplo, dirigirse a Marta, cuando ella anda por los nueve años (Año Nuevo de 1874): “Mi querida Martita: Te agradezco tus buenos deseos y espero que nuestro buen Dios los realizará. Pide mucho por ello. Las oraciones de los niños agradan mucho a Dios. Lee con esmero tu libro de aguinaldo. Encontrarás en él la vida de los santos de nuestro tiempo y harás propósito de imitarlos. Tienes que leer también el de Amelia. Harás de él la lectura en familia todas las tardes, ya que esta pequeña holgazana no sabe aún leer ella sola. Cuando vaya a verte, te preguntaré la historia sagrada, para ver si la has leído bien. Abraza a Amelia de mi parte y dile que, si no se da prisa en aprender a leer, me llevaré su bonito libro. Te abrazo con todo mi corazón. Tu tío querido”.

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Dos años más tarde, como un padrino atento que tiene conciencia viva de su responsabilidad, escribe igualmente a Marta al acercarse su primera comunión. “Querida Marta: Tu encantadora cartita me ha producido el mayor placer. Los sentimientos que me expresas son propios de un corazón piadoso y bueno. Esto es lo que yo esperaba de ti. El año entrante tendrá una influencia capital sobre todo el resto de tu vida. Es el año de tu primera comunión. Es preciso que te prepares con entusiasmo. Corrige poco a poco los defectos de tu carácter. Rechaza todas las tentaciones de obstinación y de enfado... Reza todos los días a la Virgen María. Me gustaría que me escribieras dentro de un mes para decirme cómo va tu preparación a la primera comunión. Un abrazo afectuoso”.

Pasan tres meses y llega el “gran día”, en Pascua de 1876. En vísperas, envía a su sobrina una larga carta: “Querida Martita, ¡el gran día está ahí! Te preparas para el acto más importante de tu vida”. Vuelve a hablar, entonces, a su ahijada del gran amor de Jesús por ella y por nosotros, y de la maravilla de la Eucaristía, gracias a la cual este amor se convierte en nuestro alimento de vida. “Vas a ser admitida por primera vez a esta felicidad. Nuestro Señor no quiere privar de ella ni siquiera a los niños de tu edad. No bastaría toda una vida para prepararse a recibir de este modo al buen Dios, tan grande y tan poderoso. Nunca podrías, pues, hacer demasiado para prepararte a ello. Sigue cuidadosamente los consejos de tu madre y de tu abuela... Pide también a mamá Jules (la abuela) que pregunte al Sr. Decano qué intervención espera de mí [¿en la celebración de la mañana, o en la de la tarde?)... Abraza de mi parte a papá, mamá, papá Jules, mamá Jules y Amelia. Te abrazo con todo mi corazón”.

Por su boda en 1884, Marta entra en la familia Malézieux, una de las más influyentes de San Quintín, muy activa en la región gracias a su industria textil. El suegro de Marta, el Sr. Malézieux era diputado y vicepresidente de la Cámara de Comercio de Soissons. Será uno de los primerísimos y más fieles colaboradores y bienhechores del Patronato y demás iniciativas suscitadas por el

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P. Dehon. Éste se encargará de asistir en la vejez a la Sra. Malézieux. En 1917, antes de ir por fin a Roma, la visitará en Braine-le-Comte, hará todo lo posible por tranquilizarla ante el desastre de la interminable guerra y de las víctimas entre familiares y amigos... Muere la señora en 1919, a los 88 años. André Désiré Malézieux, el marido de Marta, miembro de comités dirigentes de obras, había muerto en 1893; perteneció a los “agregados” que se asociaban a la gran “familia” espiritual del P. Dehon, como otros parientes y, en primerísimo lugar, la señora Dehon, su madre. Sus abuelos, “papá” y “mamá Dehon”

Alude muy a menudo a sus abuelos, “papá Dehon” y

“mamá Dehon”, que vivían bajo el mismo techo familiar. El abuelo, Hipólito Alejandro, muerto en 1863, había sido director de correos en La Capelle. Como alcalde en 1843, tuvo la alegría de firmar la inscripción del nacimiento de su nieto. Éste conservó un recuerdo emotivo del sólido optimismo de su abuelo. Hábilmente, no deja de recordarlo a los padres, cuando se inclinan demasiado a ponerse nerviosos por todo, a propósito de su hijo, seminarista en Roma: “Me gusta mucho empezar mis cartas por estas palabras a las que tenía afición papá Dehon: ‘Todo va bien’. Toda va bien en Roma en los últimos quince días; desde el punto de vista material, el calor es moderado y el trabajo, bastante fácil; espiritualmente, mi gozo interior sigue siendo el mismo y soy cada vez más dichoso de haber sido llamado por Dios a esta carrera de abnegación y apostolado” (19 de junio de 1866).

Quiso mucho también a su abuela, Enriqueta Ester Grincourt. Ella es “mamá Dehon” y no se olvida de enviarle un abrazo al acabar todas las cartas a sus padres. Dice el 30 de diciembre de 1872: “Trasmitid mi felicitación de año nuevo a mamá Dehon. Deseo que se encuentre bien de salud entre vosotros”. A su muerte, en mayo de 1874, escribe: “Doy gracias a Dios de haber podido prestar los últimos auxilios a mamá Dehon... He dicho algunas misas a su intención” (10 de mayo); y el mismo día, dice a su amigo, el sacerdote Desaire: “He estado últimamente

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con mi familia, en circunstancias dolorosas: mi abuela, a la que conociste allí, murió hace unos días, dejando un gran vacío en la casa donde vivía...”. Desde Roma, al comienzo de sus años seminarísticos, siempre con diplomacia, tiene cuidado de recordar a sus padres la recomendación, llena de afectuosa sabiduría y de profundo sentido cristiano, que la abuela había hecho a su propósito, en el momento en que su opción de vocación sacerdotal suscitaba decepción y viva inquietud: “...Sé que la fuente de sus preocupaciones no es sino el cariño que me tienen. Pues bien, ¿no pueden hacer por estar satisfechos de saberme aquí, feliz y contento, con plena salud? Digan a mamá Dehon que tenía mucha razón cuando decía: Si es su vocación, será feliz” (6 de diciembre de 1865). Tíos, tías y toda la parentela

Los abuelos paternos pertenecían a familias numerosas; y

ellos mismos tuvieron varios hijos, además de Julio Alejandro, lo que supuso muchos tíos y tías, primos y primas. Lo mismo ocurrió en torno a Nouvion con la familia Vandelet, aunque nuestras informaciones resultan aquí menos precisas. Ello explica la diversidad de apellidos que aparecen repetidamente en las circunstancias más diversas: Vandelet, Longuet, Née, Penant, Lavisse, Foucamprez, etc.

Para ayudar a la lectura de la correspondencia, he aquí algunas alusiones que se encuentran con mayor frecuencia: especialmente, la de una tía materna, Julieta Agustina Vandelet, esposa de Félix Penant. Es su muy querida madrina, que hace a su ahijado muchos encargos (agua del Jordán que traer consigo de Palestina, objetos piadosos de Roma, portarretratos...) y le confía intenciones de misas. Con sus padres y con sus tíos, hará León una emotiva peregrinación a Lourdes a fines de agosto de 1873: fueron unos días de gran alegría, una experiencia de intensa comunión espiritual. A la muerte de su tío, escribe: “Funerales de mi tío Penant, muerto a los 86 años, después de una feliz vida de práctica cristiana, de dignidad familiar y social” (NQT XXXV/1913, 3).

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Poco tiempo más tarde, en abril de 1914, al bendecir en la misma familia Penant el matrimonio de Pablo y Margarita Rondaux, hará un elogio muy emocionante de este hogar cristiano. Evoca su personalísimo recuerdo del matrimonio de los abuelos y su larga vida, bendecida por Dios en una unión “toda penetrada de espíritu cristiano”. La propone como ejemplo a los futuros jóvenes esposos (cf. Manuscrits divers, 6º cuaderno, p. 572).

Hay otra tía materna que menciona a menudo: Julieta Matilde, esposa de Carlos Longuet: son los padres de Laura y de Aline. Para el P. Dehon, se trata habitualmente de “mi tía Vandelet de Nouvion”. Aline, hermana de Laura y prima hermana de León, se casó con Gastón Née y, en segundas nupcias, con Ernesto Lavisse, de Nouvion, un historiador de gran renombre que entrará en la Academia en 1893; el P. Dehon tendrá interés en asistir a la ceremonia.

Un tío paterno -José Hipólito Dehon- se había casado con una tía materna, Sofía Leonor Vandelet. Como se establecieron en París -precisamente, en Montmartre-, acogieron a menudo a León, a su paso frecuente por la capital, con ocasión de sus peregrinaciones a la muy reciente Basílica del Sacré-Coeur. Su sobrino les resultaba cordialmente muy cercano, tanto más cuanto que siguió de cerca la prueba de la enfermedad de su hija María... León habla también de otra tía en París, Dorotea, esposa de Eduardo Gustavo Dehon.

Todos estos nombres y muchos otros aparecen frecuentemente en los apuntes y en la correspondencia. No todas las personas que cita han podido ser identificadas, pero se percibe lo que cuentan para él, en el concierto de las múltiples relaciones en el seno de una parentela muy unida. Por ejemplo, escribe en mayo de 1906: “El 27, viajo a La Capelle. Veo a Fontaine, en casa de mi tío, una familia verdaderamente patriarcal y bendecida” (NQT XX/1906, 48). También a menudo, deja de nombrar por separado y reagrupa a toda su familia: “Un abrazo, de mi parte, a los tíos y tías, cuando estéis reunidos en su casa...” (21 de mayo de

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1868); o también: “A mamá Dehon y a los parientes de La Capelle, de Verins, de Nouvion y de Dorengt”... Y, entre “los amigos del Sagrado Corazón” que a partir de 1880 se unirán a la joven Congregación en calidad de agregados, se encontrarán los nombres de varios miembros de la familia, empezando por la señora Dehon: así, las señoras Penant, Malézieux, Demont-Buffy, prima hermana de la señora Dehon, que será superiora de la Tercera Orden.

Además, conservará el recuerdo emocionado y agradecido de la asistenta que servía en casa de sus padres. La recuerda en los términos siguientes, uniendo, como de costumbre, la estima por la persona y la gratitud a Dios: “Fue un instrumento de la Providencia... Dios se sirvió de ella para disponer las mayores gracias de mi vida... Puso a mis padres en relación con el sacerdote de su parroquia, M. Boute. Éste, nombrado profesor de Hazebrouck, nos atrajo allí a mi hermano y a mí. Esta doméstica fue, pues, la ocasión de todas las gracias recibidas por mí en Hazebrouck y de la gracia insigne de mi vocación. Le estoy piadosamente agradecido por ello y me alegré mucho últimamente de poner su vejez al abrigo en el humilde asilo de las Hermanitas de los Pobres, en donde no dejo de visitarla alguna vez. Sus cualidades cristianas son, para mí, alegría y consuelo” (NHV I, 5v-6r). 3. AL HILO DE LOS DÍAS, LAS ALEGRÍAS Y LOS CUIDADOS DE LA VIDA...

Siempre con la intención de captar mejor el “tono” de estos intercambios y para acercarnos así a la personalidad muy humana de los firmantes, atendamos ahora a algunas circunstancias, a algunos acontecimientos y a las preocupaciones que con la mayor frecuencia dan lugar a estas cartas. Poco importa el orden en esta evocación, forzosamente rápida: ante todo, se trata de aceptar la invitación a participar en la vida tan sencilla y concreta de una familia, siguiendo su ritmo al capricho de las circunstancias, al hilo de las estaciones y de los años. Es el “día a día”, a menudo muy

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ordinario, incluso banal, al menos aparentemente. Pero deja de ser tal cuando se convierte en el alimento del que se nutren el afecto y la cohesión de una familia. ¡Escríbanme a menudo, con muchos detalles!

Recordemos, en primer lugar, la importancia concedida a

este contacto, a las visitas pero, sobre todo, a las cartas en los momentos en que León se encuentra lejos de sus padres. Así, al comienzo de su viaje a Oriente Próximo con su amigo Palustre, promete escribir todos los martes, y a ello se atendrá lo más posible. Esto nos ofrece unas cartas que son, al tiempo, un apasionado diario de ruta. Describe con entusiasmo los lugares visitados y cuenta las numerosas sorpresas y aventuras. El humor no falta: León sabe divertir y distraer por medio de algunas anécdotas pintorescas. Al mismo tiempo, quiere en gran medida tranquilizar. Evidentemente, no olvida recordar que también espera el indispensable apoyo económico convenido, en particular las muy preciosas cartas de crédito que le permiten hacer frente a los gastos, previstos e imprevistos...

Él mismo pide noticias, a menudo con insistencia. Incluso en esto revela un rasgo de su carácter que nos encontramos constantemente: la precisión, el sentido del detalle hasta la minucia misma, al servicio de una sensibilidad muy atenta. Cuenta mucho con encontrar el correo en las etapas programadas antes de la salida: “Tengo prisa por llegar a Atenas, pues espero encontrar allí muchas cartas” (15 de noviembre de 1864). “Esperaba consolarme en Alejandría, pero ya no estoy aquí muy contento: aún no hay cartas” (9 de diciembre de 1864). “La correspondencia se ha convertido para mí en un enigma. La última carta que he recibido estaba fechada el 21 de octubre; después les he escrito siete cartas [lo subraya]. ¿Es que las han recibido y no me han respondido?... Nunca el tiempo me ha parecido tan largo y la espera tan pesada...” (15 de diciembre de 1864). “Si piensan que no tienen tiempo para contestarme a Jerusalén, escríbanme a Damasco...” (7 de marzo de 1865). Así ocurre sin interrupción y a lo largo de todo este viaje,

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un viaje al que su padre lo invitó como una última diversión pero, a la vez, un viaje temido por su madre como una aventura de terribles peligros: León lo sabe, lo siente, con sus numerosas cartas hace todo lo que puede por mantener un diálogo, conservar y profundizar la relación, con vistas a un futuro que no será en modo alguno fácil... Él mismo experimenta muy fuertemente la necesidad de este intercambio: la vida de los suyos forma parte verdaderamente de su vida.

En octubre de 1865, ya instalado en Roma para iniciar el Seminario -una estancia menos peligrosa, pero que renueva la separación y relanza la inquietud-, reaparece el vivo deseo de recibir noticias: “Me cuesta mucho recibir tan pocas noticias suyas”. “Espero que me escriban a menudo y con muchos detalles. Esto les cuesta poco y es para mí una gran alegría. Espero carta hoy o mañana”. “Me olvidan un poco y sus cartas se hacen raras”. “Escribidme siempre buenas y largas cartas; y, sobre todo, nada de tristeza. Todo os sonríe, vuestros niños son felices, debéis dar gracias a Dios todos los días”. “Siga dándome detalles sobre toda la familia. Sus cartas son muy pocas; cuando son largas, es para mí una gran alegría”. “Escríbame a menudo, especialmente tú, querida madre, que tienes tiempo libre, pues debes estar en casa...”. Y, siempre realista, llega incluso a precisar: “Les ruego que me escriban un poco más a menudo... Me parece que la tarifa postal va a bajar”. ¡Difícilmente se puede ser más insistente y más práctico!

Cuando, a finales de 1871, es nombrado vicario en San Quintín, las visitas podrán ser más frecuentes. No obstante, ambas partes las encuentran demasiado espaciadas y demasiado rápidas. Estos reencuentros valen mucho más que todas las cartas, pero continúan escribiéndose abundantemente. Como dice a sus padres (el 28 de febrero de 1874): “No me tengan demasiado tiempo sin noticias. Ustedes están menos ocupados que yo y son varios para escribir, así es que pueden escribirme más a menudo”...

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¡Todo va bien!

¿Por qué esta “gula” de correo? Porque el afecto recíproco

mantiene viva la atención a la vida cotidiana de cada uno, por supuesto. Pero más precisamente y con más insistencia, está antes la preocupación por tranquilizar y tranquilizarse.

León sabe hasta qué punto sus padres -sobre todo, su madre- se preocupan por él. Por su salud, claro, pues la saben frágil, la creen amenazada, y no sin cierta razón, cuando el joven León recorre las rutas y los caminos de Grecia y de Egipto y, después, de Turquía; pero ¡incluso también cuando lleva una vida más sedentaria en Roma o hasta en San Quintín! León siente que debe escoger con juicio las noticias, y poner oportunamente un poco de color en una realidad en la que a veces no faltan las sombras o los tonos grises.

Hace falta que diga a tiempo y repita a destiempo que “todo va bien”, y lo hace prácticamente en todas sus cartas. En una postdata, al final de una larga carta contando el viaje por el Nilo, escribe el 22 de enero de 1865: “¿Por qué se preocupa mi madre? Le prometo ser prudente y le garantizo que no hay motivo para temer mucho. Le pido con un abrazo que sus cartas sean más confiadas y menos tristes”. Desde El Cairo, el 7 de marzo siguiente, escribe: “Quisiera persuadir a mi querida madre de que no corro el menor peligro y de que con la ayuda de Dios volveré a ella con buena salud”. Una semana antes, descendiendo por el Nilo en un “confortable barco”, no duda en detallar el menú cotidiano, añadiendo una pizca de humor para aflojar la tensión: “No sé si os he contado el menú de nuestras comidas. Por la mañana, hay té, huevos y mermelada. A mediodía, tres platos y postre. Por la noche, sopa, cinco platos y postre. Tres veces al día, café: poco para Oriente. Aquí está nuestra cuaresma. Creeréis fácilmente que engordaremos todos... (1 de marzo de 1865). Y algo más tarde: “Un abrazo también para mamá Dehon y díganle que me esfuerzo en rodar no como la piedra del torrente, sino como la bola de nieve que llega y crece...” (desde Jerusalén, el 16 de abril de 1865).

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Algunas semanas después de instalarse en Roma y tras

describir con detalle su habitación, el horario del día, la organización y el método de su trabajo estudiantil, y también el menú de sus comidas de seminarista, concluye (el 3 de noviembre de 1865): “Creo que mi salud se fortalecerá más con este régimen reglamentado que me viene muy bien”. Para hacer concreta su presencia, más allá de la separación, les envía portarretratos. Sin descuidar el detalle ocasional: “Les envío la fotografía de mis favoritos, que he recortado después” (Ibíd.). Lo hace, sobre todo, para convencer más, ya que la fotografía empieza a difundirse como soporte visual al servicio de la comunicación: “Si quieren, me fotografío de nuevo, para que vean que tengo buen aspecto” (23 de noviembre de 1865). Es la misma preocupación de cuando comienza en San Quintín, en enero de 1872: “Mi salud es excelente, me dicen que engordo. Lo atribuyo al ejercicio que me proporciona el ministerio”. “No tengo ninguna fatiga especial, y me encuentro mejor que nunca desde hace dos años” (10 de noviembre de 1873)...

Pero alrededor de la salud vienen a confluir muchos otros motivos de inquietud. Para una madre, en su solicitud por su hijo, todo o casi todo se convierte rápidamente en motivo de preocupación: las condiciones de la habitación, la calefacción, la comida, los estudios, la sobrecarga de trabajo, los peligros en las carreteras de Calabria y de Sicilia, pero también las picaduras de los mosquitos o el cólera...; sin contar las refriegas en las calles en una Roma en plena turbulencia política (en torno a 1867), etc., etc.

Por eso, con cualquier motivo y en todo momento es preciso tranquilizar, incluso anticiparse a las preocupaciones venideras: “Recuperen la alegría que se echa en falta en sus últimas cartas y no se dejen atormentar por vanas inquietudes” (6 de mayo de 1866). “Puede suceder que en el trascurso del invierno, tras la salida de las tropas francesas, haya alguna revuelta parcial. No se inquieten por ello y estén seguros de que no habrá aquí para nosotros ningún peligro...” (8 de diciembre de 1866). Quince días

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más tarde: “Comienzo tranquilizándoles sobre los peligros que temen para mí. No hay nada de cólera en Roma y la paz es tan completa como durante la ocupación francesa...”. Hay que actuar por anticipado, desbaratar las falsas inquietudes debidas a la desinformación (¡ya entonces!), denunciar las exageraciones de la prensa: “Desconfíen de las apreciaciones de los periódicos” (30 de mayo de 1970). Un verdadero “mazazo”: su decisión de ser sacerdote

Una preocupación mucho más pesada vino a ensombrecer

el cielo familiar durante años. León conoce la persistente dificultad de los suyos en aceptar la decisión que él ha tomado resueltamente respecto de su porvenir: hacerse sacerdote, y prepararse a ello estudiando en Roma.

Cuando, en verano de 1865, comunica esta decisión a sus padres, les separó una dolorosa disensión, que los va a herir durante mucho tiempo. “Mi madre, con la que yo había contado por completo para que me ayudara, me abandonó completamente. Era piadosa, me quería piadoso, pero el sacerdocio la asustaba. Le parecía que ya no sería de la familia, que me había perdido” (NHV IV, 101). En cuanto a su padre, que “tenía grandes proyectos” para su hijo, “todos sus castillos en el aire se desplomaban... Él soñaba para mí en una carrera según el mundo”, ingeniero, diplomático después, o magistrado... (NHV I, 31r y IV, 101). Es, pues, “como un mazazo” que sacude a la familia, hasta el punto de que el padre “se sumió en una tristeza que no le abandonaría casi hasta antes de morir”; mientras que el hijo, afligido, pero firme y leal, resiste mucho: “Debiera yo esperar que la mayoría de edad me diese mi libertad”.

Sufren mucho todos de este grave desacuerdo. Sin minimizarlo, pues es muy real, no es sencillo, sin embargo, apreciar adecuadamente su calado. El 5 de mayo de 1865, el Sr. Boute, un amigo de la familia que aconsejaba a León durante sus años de colegio en Hazebrouck, le escribe: “He encontrado a su

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padre muy bien dispuesto respecto de sus proyectos de futuro, si sigue persistiendo en ellos: habla de Roma como si ya estuviese allí. Toda la familia piensa lo mismo...”. El 2 de diciembre de 1866, lo confirma: “He encontrado a la familia muy bien dispuesta, hasta el punto de que considera la cuestión [recepción de la tonsura y de las órdenes menores] como una cosa hecha, pues conoce su firmeza de decisión. En cuanto a su padre, se habitúa poco a poco... Todavía dirá de vez en cuando: ¡Lástima! Hubiera querido verlo abrazar otra carrera; pero sus impresiones cambian según el tiempo y las circunstancias. En cuanto esté usted comprometido por las órdenes sagradas, se pondrá con facilidad de su parte y no pensará más en ello”. Es lo mismo que León escribe a su director espiritual de Roma, al contar su llegada a La Capelle, de sotana: “Mi padre se emocionó un poco, pero no lo dejó traslucir apenas, y desde el día siguiente había tomado su decisión, pidiendo sólo que mi vestimenta eclesiástica estuviese cuidada” (27 de agosto de 1867).

Lo que destaca sobre todo de las cartas de León a sus familiares es cómo, por todos los medios -ternura y firmeza, humor y gravedad- trata de convencerlos de que su opción responde mucho a su más profundo anhelo y colmará, al mismo tiempo, sus propias esperanzas. Que sus padres lo sepan, que se lo digan y se lo redigan: sí, con sinceridad, es feliz, está totalmente en su sitio y en su tarea. ¡Que lleguen a entenderlo y a creerlo verdaderamente! Desde Roma, escribe quince días después de llegar: “Esta vida apacible y regulada, aunque activa, es precisamente lo que necesitaba. Estoy aquí feliz y contento de prepararme mediante el estudio y la oración a prestar algún servicio a la Iglesia. No crean que se lo digo para contentarles: lo hago desde lo más profundo de mi corazón. Dios me ha llamado aquí para concederme la felicidad” (3 de noviembre de 1865). Y poco más tarde: “Estoy tranquilo, dedicado a mi trabajo y con la paz más perfecta. Era ésta, en verdad, la vida que me convenía y quisiera que ustedes estuviesen persuadidos de ello como yo” (12 de noviembre de 1865). De nuevo, un mes más tarde, y puesto que sus padres insisten, les dice: “Con mi carta quisiera llegar a disipar las inquietudes que se manifiestan en sus cartas y tranquilizarles por

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completo. Sé que el origen de sus preocupaciones es el cariño que me tienen. Pues bien, ¿no tienen motivos para estar satisfechos de saber que estoy aquí feliz y contento, y lleno de salud?”.

Así ocurre aún en bastantes cartas. Porque, si él no cesa de repetir que está plenamente distendido, por su parte, el seminarista asume la preocupación... de apagar la preocupación de su familia, de disipar especialmente toda zozobra de incomprensión. La recepción de la tonsura, en diciembre de 1866, fue un momento de crisis, relativizado muy pronto, por otra parte, como hemos visto: el señor Dehon no quería ver a su hijo llegando a La Capelle más que de paisano. El comienzo del año 1867 es más tranquilo, y en marzo León cuenta con que en las vacaciones siguientes todo volverá a estar sereno de verdad. Con mucho optimismo, anuncia: “El mes de julio llegará en seguida, y tendremos la dicha aún de pasar tres meses juntos. Estas vacaciones serán todavía mejores que las del año pasado y los años anteriores, porque estaremos todos contentos de haber seguido la voluntad de Dios y ya no habrá entre nosotros ningún motivo de inquietud, de duda, de divergencia de opinión, sino una mayor expansión y una mayor libertad. Demos muchas gracias a Dios por esta felicidad y reconozcamos que el medio verdadero para ser dichosos está en caminar según sus sendas... Y, si papá quiere darme gusto, que me escriba diciéndome que va a misa todos los domingos cuando puede hacerlo. Me hago un sermoneador, ¿verdad?; no es eso, sino que, en definitiva, la prueba mejor de afecto que puedo darles es interesarme mucho por su salvación eterna...” (11 de marzo de 1867) “Estoy feliz en San Quintín”

Algunos años más tarde, su nombramiento como simple

coadjutor o vicario en una parroquia de mayoría obrera viene a recrear la inquietud y, también, cierta decepción. De nuevo, le hace falta, por tanto, hacer de todo por tranquilizar y por convencer: “En el momento en que iba a escribirles, recibo carta de mamá, que se preocupa con excesiva facilidad... Estoy feliz en San Quintín” (6

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de febrero de 1872). “La vida de comunidad me resulta muy agradable...” (19 de febrero de 1872). Sus padres ven mal que su hijo se entregue por completo a un ministerio demasiado ordinario, en definitiva, y que pone a prueba, sobre todo, su salud. Muy pronto, pues, se demorará en describirles los proyectos y su puesta en marcha, o las esperanzas así despertadas. No deja de comunicarles sus primeras alegrías sacerdotales y las relaciones sociales que se van cumpliendo en la ciudad, los ánimos del obispo, el éxito y la creciente influencia.

A propósito de la puesta en marcha del “Patronato”, que es una iniciativa que asusta particularmente a sus padres, les dice: “... Nuestros trabajos tocan a su fin, y espero que estemos totalmente organizados para cuando vengan a cumplir con Pascua a San Quintín, como el año pasado. No tengo ninguna preocupación sobre la buena marcha de la obra. Darán gracias conmigo de que haya tenido éxito en esta primera empresa. He constatado en mis visitas de año nuevo que esta fundación contribuirá a darme aquí una cierta influencia, de la que podré valerme para hacer el bien. Monseñor me ha animado vivamente” (31 de enero de 1873). La salud de sus padres

La preocupación, no obstante, no se da únicamente en sus

padres: en verdad, León es su hijo también en esto, en la solicitud por aquellos a los que quiere. ¿No estará esto, sencillamente, en la “lógica” de una auténtica reciprocidad de sentimientos? Si él solicita a menudo noticias, y noticias precisas, es porque también él necesita que lo tranquilicen. Más allá de las preocupaciones pasajeras por la salud de tal persona o de tal otra, pregunta regularmente por la salud de su madre. Así, durante el invierno de 1867, escribe: “Aún cuando no haga más que ocho días que les he escrito, necesito charlar un poco con ustedes para consolar a mi querida madre en su enfermedad, que espero no será larga...” (14 de enero de 1867). “Doy gracias a Dios de que mi querida madre ya no sufra y de que en el mes de julio podamos vivir todos el gozo de estar juntos, sin tener mucha necesidad de ir a la consulta del

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médico” (12 de febrero). “Soy feliz de que tengan todos buena salud. Mi querida madre sigue encontrándose bien” (11 de marzo).

Durante el invierno siguiente, una nueva inquietud y preocupación: “Compadezco mucho a mamá, por estar obligada a quedarse en la habitación. Pero es necesario que se atenga exactamente a las prescripciones del médico para curarse de raíz...” (29 de noviembre de 1867). “Soy feliz, querida madre, de que tu salud mejore. Te aconsejo ser prudente, para apresurar tu curación...” (12 de febrero de 1868). “Espero que todas las situaciones de salud vacilante en la familia mejorarán con el verano” (5 de mayo de 1868). En la primavera de 1872, escribe desde San Quintín: “¿Ha podido mamá recobrarse de su indisposición, a pesar de la mala época? Aquí tenemos desde hace quince días un tiempo húmedo y frío. Esperemos que el verano venga pronto a reparar todo esto. Papá debe estar contento de ver crecer sus pastos y su jardín...” (16 de mayo de 1872).

Esta afectuosa atención se extiende con total naturalidad a los demás miembros de la familia: especialmente, a Enrique y Laura, a Marta y Amelia, sus sobrinas. “Estoy deseoso de saber cómo está Laura [que entonces estaba embarazada de Amelia]. Rezo todos los días a la Santísima Virgen por ella” (28 de mayo de 1868). “Deseo que Laura no tenga ya esos momentos de sufrimiento por los que ha de pasar” (6 de junio siguiente)... “He recibido la carta de Enrique y de Laura y he dicho la misa por las niñas, como Laura me pedía. Espero que Marta se cure pronto” (5 de julio de 1871). A su amigo León Palustre, algunas semanas después de su vuelta a San Quintín, le dice: “Nuestra Amelita está en plena convalecencia, después de una enfermedad que nos ha preocupado. Mi familia es feliz de tenerme tan cerca” (26 de noviembre de 1871).

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4. ¡BENDECID AL SEÑOR CONMIGO!

Así, sucesivamente: Nos es, ciertamente, necesario limitarnos a estos pocos ejemplos para ilustrar en concreto esta comunión a partir de la vida... Nos es necesario, sobre todo, subrayar lo esencial: que León no deja de animar a sus queridos padres, ante todo, a la paz del corazón y a la serenidad. Los respeta mucho, con toda su agradecida ternura, también con su total obediencia; al mismo tiempo, es muy firme en su decisión de darse plenamente a Cristo y muy feliz de sus primeros pasos por el largo camino que le conducirá al sacerdocio, como para no insistir a tiempo y hasta a destiempo, si hace falta: dejen de inquietarse a mi propósito; y, todo lo contrario, ¡alaben a Dios conmigo!

La gracia de mi vocación, que Dios me ha dado, ¡procede de ustedes!

En esto emplea todos los recursos conjuntados de la delicadeza y la franqueza: comunicar su felicidad, esperando que sea compartida; convencer de que su opción vocacional, lejos de disminuir el afecto, lo acrecienta y lo profundiza. Y, de este modo, recibir lo antes posible la seguridad de que el tiempo de la incomprensión ha caducado decididamente.

Aquí van algunas citas, un poco más largas, para mejor sugerir el tono y el contenido de estas emotivas cartas, aunque les deseo poder leerlas un día en su integridad...: “Mi afecto y mi piedad filial hacia ustedes crecen cada día, y con frecuencia el pensamiento de la gratitud que les debo llena mi corazón de emoción. Me pregunto, entonces, qué puedo hacer por ustedes; rezo y me esfuerzo por satisfacerles, haciéndome -con un trabajo asiduo y un gran recogimiento- un sacerdote digno de este nombre. Atribuyo a la buena orientación que me han dado en mi infancia la gracia de la vocación y del celo que Dios me ha dado. Lo agradezco, sobre todo, a mi querida madre, que me ha dado siempre, a la vez, el mandamiento y el ejemplo de la santidad...” (20 de diciembre de 1866).

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Dos días después, recibe la tonsura: es para él la puerta que

abre oficialmente la preparación al sacerdocio, pero para sus padres esta etapa reactiva las preocupaciones. Estamos en el clima espiritual de Navidad, el período del año litúrgico más querido para el P. Dehon; y está también la Santa Estefanía [NT: día de san Esteban], el santo de su madre. Hace lo que puede no sólo para que cese la incomprensión, sino también para renovar su afecto e invitar a los suyos a compartir el agradecimiento y el orgullo: “Les escribo con la impresión de la dicha y de la alegría que siento en estos días de gracia y de bendición, en que el Señor nos colma de sus beneficios... Bendigan a Dios conmigo por tantas gracias, honores y bendiciones y no lamenten más que una cosa, a saber, que soy muy indigno de ellos. Todas las demás lamentaciones son vanas y contrarias a la voluntad de Dios. Ésta es la verdad... Al desatender su preocupación actual, les he preparado cara al porvenir una gran felicidad y un gran gozo... Espero que recuperarán la alegría y la paz del corazón, y les suplico que unan para ello sus plegarias a las mías. Hoy es el día de san Esteban, que en latín es el mismo nombre que Estefanía. Es, pues, tu patrono, querida madre, voy a rezar por ti... y te deseo al mismo tiempo una feliz fiesta... Mi salud es perfecta y no padezco ni siquiera de dolor de muelas ni de sabañones, como me ocurría, a veces, el año pasado” (26 de diciembre de 1866). “¡Nadie en el mundo os quiere tanto como yo!”

El 14 de enero de 1867, vuelve de nuevo sobre este

malestar profundo que, decididamente, le pesa. Quiere pedir perdón a su padre por el disgusto que acaba de infligirle por su opción. E insiste: “Comprendiendo, querido padre, que tu hijo es dichoso, con una felicidad más pura y más perfecta que la que dan las riquezas y los honores del mundo, serás dichoso también y ya no lamentarás que haya seguido este camino al que Dios me ha hecho la gracia de llamarme. La pena que tú sientes es la continuación de un error y, cuando lo hayas reconocido, me bendecirás y darás gracias a Dios y me agradecerás que haya

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actuado contra tu deseo...”. En unos términos con los que desearía alcanzar las razones que explican la reticencia de su padre, da una lección emocionante de teología acerca de la dignidad del ministerio sacerdotal: “En cuanto a mi afecto por ustedes, es más vivo y más verdadero que nunca. No tendré jamás otra familia y seré más completamente vuestro... Bendecid, pues, a Dios conmigo y dadle gracias; y, después de haber hecho una cierta concesión al mundo afligiéndoos de mi vocación, reconoced que es un inmenso favor del cielo y no me sustraigáis nada de vuestro afecto. Un abrazo de todo corazón y muy grande”. La “piedad filial”

A lo largo de toda su vida, encontraremos más de una vez

esta actitud, que revela la cordialidad en la firmeza y el equilibrio entre una voluntad resuelta y una atención delicada para con las personas. Cuando hay conflictos, sabe tener paciencia, con franqueza; sabe aceptar que todo no esté completamente claro en seguida, pero conserva toda su confianza; espera y favorece la comprensión. Así, quince días después de esta insistente carta a sus padres, les escribe de nuevo y extensamente: pues su convicción es fuerte pero, por la sabiduría del corazón, sabe que hace falta tiempo y mucha finura para curar las penas y vencer las resistencias íntimas, sin precipitar nada. Cuenta, sobre todo, con el diálogo y quiere hacerlo posible por la confianza: “Si tienen aún algunos momentos de pena y de contrariedad, en lugar de retrasar el escribirme, escríbanme más a menudo; una pena compartida está medio consolada. Y, además, no olvidéis nunca que nadie en el mundo os quiere más que yo. Abrazad de mi parte a Enrique, Laura, a la mamá Dehon y a Marta. Os abrazo de todo corazón” (22 de enero de 1867).

Me he detenido un poco en estos primeros años de seminarista en Roma y, después, de vicario en San Quintín. En un período de tensión, y hasta de crisis, se manifiesta aquí más claramente aún lo que caracteriza a la relación del P. Dehon con los suyos; en particular, como dice a menudo, la “piedad filial”,

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una expresión cargada de sentido, que anuda entre sí la deferencia respetuosa y, a la vez el afecto más espontáneo; el gozo y el don de comulgar en lo más concreto de la vida; una despierta sensibilidad, del todo espontánea que, sin embargo, permanece discreta y camina al lado de la firmeza y el valor de la sinceridad. Domina la confianza, la certeza misma de que, en los padres, el deseo de la verdadera felicidad de sus hijos, su profundo sentido cristiano también, sabrán poco a poco mitigar las penas, redimensionar las expectativas y superar las decepciones, hasta llegar a una armonía todavía más profunda, por cuanto madurada por la prueba. Y, de hecho, muy así fue como ocurrió.

Sin embargo, nos equivocaríamos mucho si insistiésemos demasiado en esta cuestión. En una ojeada más rápida, he aquí algunas de las “cosas de la vida” que son como la sustancia de la correspondencia durante el curso de los años. Para evitar sobrecargar esta presentación, citaré sólo algunos pasajes, excepto cuando se trata de la importante relación con Marta y Amelia. Cuando se lee todo este correo y estas observaciones, ciertamente la vida de la familia, cercana y lejana, la vida de la ciudad y de la región son las que adquieren consistencia, sabor y color... 5. LAS “COSAS DE LA VIDA”

El P. Dehon expresa su solidaridad familiar, muy en particular, en unas ocasiones más señaladas: las peticiones de mano y las bodas, los alumbramientos, incluso las enfermedades, las defunciones y los funerales... Son los acontecimientos de la vida. Pero estas pocas citas, entre muchas otras, manifestarán que, mucho más que por mera y superficial curiosidad, el P. Dehon participa en ellos con toda su intensa atención: “Espero muchos detalles sobre la feliz boda de Aline Dehon” (6 de mayo de 1866). “Escríbeme pronto y dime el nombre del bebé de Edmond Legrand” (5 de mayo de 1868). “No me había enterado del fallecimiento de Gabriel Lefèvre y, aunque tenía siempre poca salud, no puedo habituarme a la idea” (21 de julio de 1866). “Mi

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gran amigo Perreau, con el que estuve en Tréport, ha muerto santamente hace pocos días en Chambéry... Lo encomiendo a sus oraciones. Él rezará por nosotros desde el cielo, pues me quería mucho” (3 de febrero de 1870). Alegrías y penas en casa de Marta

Marta y su marido se instalaron en París. Pronto, el joven

hogar se llena con el nacimiento de Enrique y, después, de Juan, y el tío participa de todo corazón en su gozo. A partir de entonces, asociará regularmente a sus dos sobrinos-nietos a la felicitación dirigida a su mamá con ocasión de santa Marta: “No olvido que mañana es la fiesta de una gran santa... Rezo para que bendiga a su encomendada. Quisiera pasar el día con todos vosotros y participar de la alegría general, pero no puedo moverme de aquí... Espero que nuestros dos queridos bebés sean el consuelo de su madre. ¡Son tan buenos, cuando quieren! [estas dos palabras las subraya maliciosamente]. Pediré mucho mañana por todos vosotros” (28 de julio de 1892).

Pero, pronto, el estado de salud de Andrés, el marido de Marta, se hace preocupante. El tío se muestra todavía más cercano, con la oración y el afecto. “He rezado mucho por vosotros dos en Lourdes. Sigo pidiendo a la santísima Virgen que quiera devolver la salud a Andrés... Sobre todo, no nos desanimemos en las pruebas que nos llegan...” (30 de octubre de 1892). Andrés muere el 8 de junio de 1893. A su madre, la señora Malézieux, escribe el P. Dehon a fines de año: “Este año le ha traído una gran prueba, pero no hay prueba sin consuelo. Cuando un alma abandona el mundo con disposiciones cristianas, los pesares, en verdad, se endulzan. No se trata más que de una separación de algunos años, y después tendrá lugar la reunión para siempre” (26 de diciembre de 1893).

Para animar a la joven viuda, a la emoción contenida no deja de unirle un poco de humor: “He recibido con placer la felicitación de la joven mamá y de su hijo mayor [que tiene siete años]. Se echa en falta el estilo de nuestro querido Juan, pero

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seguro que no sabe hacer todavía más que palotes. Cuando sea mayor, creo que será muy prolífico. Pido a Dios que os bendiga a todos y os conceda un año más clemente que el terrible 1893...” (6 de enero de 1894). Más tarde, desde Roma, se para a dar muchos detalles, pensando en sus dos sobrinitos, y añade, con cierta malicia: “Pienso a menudo en los dos traviesos. Más adelante, vendrán a visitar Italia... Roma no tiene interés más que para los espíritus madurados por el estudio. A Juan le gusta más el bonito guiñol de las Tullerías que las grandes ruinas del Coliseo. Lo sospecho también prefiriendo los monumentos levantados por los excelentes pasteleros de París a aquellos que hicieron los arquitectos de Roma. Un fortísimo abrazo a estos dos queridos bebés y, a todos, el mejor de mis afectos” (10 de marzo de 1894).

En julio de 1896, escribe también a su sobrina Marta, que va a matricular a los niños en el Liceo “Stanislas”: “Has tenido hasta el momento muchos días sombríos; el porvenir será mejor... Tienes a tu lado dos seres pequeños que merecen todo el interés. Habrá que velar con rigor por su educación... La seria dirección de “Stanislas” les será necesaria hasta el final” (26 de julio de 1896). En mayo del siguiente año, hace todo lo posible por estar presente en la primera comunión de Enrique, en París, y escribe: “Espero que nuestro traviesillo se convertirá en una santito” (16 de mayo de 1897).

En 1923, dos años antes de su muerte, con motivo del nacimiento del primer niño en el hogar de su sobrino-nieto Juan, les dará testimonio una vez más de su total atención y ternura, de su comunión en torno a los valores de la familia: “Querido Juan: comparto tu alegría en la espera de la feliz nueva, confiando en que todo ira bien... Recuerdos a Germana” (24 de abril de 1923). El 17 de junio dice: “Mi más cordial felicitación. Rezo por el pequeño Santiago [el señor Jacques Malezieux-Dehon] y lo bendigo; bautízalo pronto. Me gustan mucho los antiguos nombres de apóstoles, son los mejores, conceden poderosos patronos en el cielo. Este Santiago no carece de hados protectores, su abuelo de La Capelle, su tía Amelia, etc., etc. Rezan por él en el cielo.

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Conságralo a la Santísima Virgen y al Sagrado Corazón. Mi felicitación para su gozosa madre”. Y el 2 de enero de 1924: “Querido Juan: Te envío mis buenos deseos y mi afecto para ti y tu esposa y bendigo al bebé. Parecía delicado nuestro Santiago, me alegro de saber que se hace fuerte. Tu abuela se recupera muy despacio... ¡Menudo ánimo! Conviértete en un banquero hábil y prudente”.

Cuando, en 1899, Marta se casa en segundas nupcias con el conde Roberto de Bourboulon (1861-1932), gran chambelán del rey de Bulgaria, el P. Dehon necesitará algo de tiempo para sentirse plenamente al unísono en esta familia aristocrática. Pero, pronto, la sencillez encuentra su lugar: cartas, visitas a Roma, trámites en el Vaticano, la acogida -más tarde- de su hijo Roberto, un viaje con él por la península italiana y por Sicilia y una audiencia especial con el Papa.

A la muerte de Marta (9 de febrero de 1925), Roberto de Bourboulon expresará al P. Dehon toda su emoción y gratitud: “... En cuanto a mí, doy gracias una vez más a Dios por haber puesto en mi camino una familia que da tan hermosos ejemplos de piedad, de virtudes, de cumplimiento del deber y de unión familiar. Éstos se encarnan en adelante en usted, querido tío, con la excelencia con que los realza la santidad de su vida...” (11 de febrero de 1925). El Padre, que siente declinar sus fuerzas y se prepara para el gran encuentro del cielo, confía su emoción a sus Notas, teniendo mucho cuidado de corregir el elogio de su sobrino: “No voy a pasar desapercibido en el cielo, hay todo un mundo que me espera allí. El 9 de febrero murió mi piadosa cuñada en La Capelle, tres años después de mi hermano. Fue siempre buena y piadosa, pero había adelantado mucho en estos últimos años. Era digna de su madre y de la mía. Y aquí el relato edificante de su muerte, escrito por mi sobrino. Pero es preciso borrar lo que se dice del “santo de Bruselas”, esa es una exageración piadosa de un pariente afectuoso y caritativo” (NQT XLV/1925, 42). La muerte prematura de Amelia

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El P. Dehon está también muy próximo a su segunda

sobrina, Amelia, aún cuando no conservemos ninguna carta. Celebró la misa de su boda con el Sr. Guérin, notario en San Quintín (el 3 de junio de 1889). Durante los años precedentes, Amelia había dudado mucho acerca de la orientación de su vida y pensaba en la vocación religiosa. Su tío la atendió en su difícil discernimiento. Conociendo bien a su sobrina, deseaba para ella la opción de una vida consagrada a Dios y la había encomendado a la oración de varias comunidades.

Amelia muere el 12 de enero de 1896, una muerte muy prematura tras una última y corta enfermedad. El P. Dehon escribe en sus Notas: “...Un telegrama me reclama en San Quintín. Mi sobrina ha vuelto a Dios, ¡a los 27 años! Los míos están todos en la mayor desolación. Era un alma cristiana y naturalmente buena. Sólo tenía amigos. Había tomado parte en la misión con fervor.

Participaba en todas las asociaciones. Su corazón la llevaba a las Hermanas de los Pobres, las Hijas de la Caridad o a nuestras Hermanas. Aquí estaban sus relaciones preferidas. Nuestro Señor la perdonará. Una gran concurrencia de personas amigas asiste a los funerales en San Quintín y en La Capelle. La ponemos en la tumba de mi padre. En estos dos cementerios de Nouvion y de La Capelle confluyen poco a poco todos los miembros de mi familia. Los que sobreviven son pocos. ¡Que todos podamos reencontrarnos al lado de Dios!” (NQT XI/1896, 48r y v). Las actividades desbordantes de un joven vicario en San Quintín

Por lo demás, y renunciando, ciertamente, a una evocación

ordenada y completa, ¿qué más hallamos en esta correspondencia con su familia? Muchas preocupaciones relativas a personas: la plaza que hay que encontrar en una residencia de ancianos, en un domicilio o, incluso, en una pensión para un joven; o los informes que se le solicitan en perspectiva matrimonial; una recomendación de cara a un trabajo... Hace también de portavoz de una asistenta

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del vicariato, para negociar con facilidades la retroventa de un bien familiar en La Capelle. La correspondencia es pródiga en referirse a estos pequeños servicios, a los que él presta una completa atención.

Por otra parte, el joven vicario informa regularmente a sus padres sobre la vida de su parroquia y de su ciudad. A menudo les habla de su proyecto de Patronato a favor de la juventud obrera de San Quintín. Les confía su preocupación por la compra del terreno y por la excesivamente lenta y muy costosa marcha de los trabajos de construcción y equipamiento. El éxito es en éste evidente y rápido, y lo comunica no sin orgullo: ya hay 150 jóvenes en octubre de 1872, y 200 por Navidad, y eso que la construcción está lejos de haber acabado. En 1876 serán 500. Las fiestas son estupendas, son momentos que expresan, más que las palabras, el sentido y el clima de su iniciativa: invita a ellas regularmente a sus padres. Pero los gastos suben también mucho, por lo que hay que hacer números con el mayor realismo y economizar al máximo. Consulta a sus padres sobre contratos de arrendamiento y también sobre los pequeños detalles, como, por ejemplo, la reutilización de los paneles de fundición o el cálculo de los mejores precios de las baldosas.

Mucho desearía la presencia de su padre para que le ayudara: “Finalmente, he encontrado un huerto que alquilar en buenas condiciones, en el que vamos a construir una bonita sala. Siento no tener a papá en San Quintín para dirigir y vigilar tal construcción” (18 de agosto de 1872). Informa de los gastos previsibles, también de las deudas, pero sin insistir demasiado, pues es un asunto por el que no dejan de preocuparse mucho en La Capelle: decididamente, la obra no acaba de terminar, ¡hasta dónde irá la cosa, y cuidado con las deudas!

Se demora más en comunicar las iniciativas tomadas para obtener recursos: las rifas y, en consecuencia, la colocación de papeletas y se hace más comprometedor: “Les envío cien billetes de lotería que colocar. Seguro que no son demasiados, pues el tío

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Félix está decidido a vender cuarenta, él solo. Den algunos en Nouvion... Tengo más a su disposición, cuando quieran” (23 de septiembre de 1873). Señala, después, el rendimiento, y envía cuidadosamente la relación de los premios sorteados... El 29 de diciembre de 1881, una parte del Colegio “San Juan”, acabada de instalar, es víctima de un grave incendio: “Estando enfermos mi padre y mi madre, les envié por la mañana unos telegramas, tan tranquilizadores como fue posible” (NHV XIV, 85). Vida de comunidad en la casa sacerdotal; el ministerio

Habla también de la vida de comunidad con sus

compañeros sacerdotes. Informa del paso de huéspedes relevantes y alude, sobre todo, a las visitas del obispo que, efectivamente, no ahorra su estima creciente por él. En mayo de 1875 es nombrado segundo vicario y encargado de la dirección del vicariato, “pesada carga, para la que me será necesaria la ayuda de Dios, que han de pedir para mí” (11 de mayo). Con discreción, pero siempre economizando a sus padres la permanente tendencia a preocuparse, evoca las perspectivas de futuro, como una posible dedicación a la enseñanza superior en Lille -sus padres lo desean vivamente, sería para ellos un honor y un consuelo-, los Congresos en los que participa o el trabajo de las comisiones diocesanas. Cuenta las peregrinaciones en las que participa, con toda la devoción que ha heredado de los suyos. La presencia de su padre y de su hermano en la peregrinación de hombres a Liesse le llena de alegría: ¡había deseado tanto, desde sus años más jóvenes, ir en familia a este lugar al que toda la región tiene devoción!

Llevado por su celo apostólico, concibe numerosos proyectos y los confía a sus padres. De hecho, las iniciativas se van multiplicando, pero muy pronto aparece el riesgo del agotamiento. En La Capelle se preocupan: el Patronato y la agotadora preocupación por encontrar a alguien que le ayude en él, las reuniones de estudiantes y las de patronos, la aparición de un periódico y, en consecuencia, el reclutamiento de accionistas (1874), una actividad social que pronto se extiende a toda la

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diócesis y fuera de ella, los viajes, los Congresos... No puede dejar de abrirse a sus padres, aunque esforzándose por tratarlos con consideración y por interesarse por sus propias preocupaciones. Comenta las elecciones en San Quintín, lo mismo que las de La Capelle, es consciente de seguir en esto una verdadera tradición familiar y de compartir el compromiso de su hermano, en particular: Enrique es, desde 1871, Concejal en La Capelle, hasta 1876; será Consejero general del Aisne de 1886 a 1919 y Presidente del Comité Agrícola del Distrito municipal de Verins; y, después, alcalde de La Capelle (1892-1919).

Así discurre la vida, como la correspondencia que nos hace partícipes de ella. Pero no olvidemos los tiempos fuertes como, por ejemplo, las frecuentes visitas de La Capelle a San Quintín y viceversa. El hijo está muy satisfecho de recibir a sus padres o a su hermano, con su familia. “Espero la carta que me anuncie vuestra llegada. El tiempo ha vuelto a estar muy agradable y creo que mamá podrá hacer este corto viaje con facilidad... Estaré bastante libre esta semana para acompañarles...” (1 de abril de 1872). “La visita de Laura y Marta me ha alegrado muchísimo. Siento que Enrique no las haya acompañado, espero que lo compensará pronto” (3 de junio de 1873).

Estos reencuentros tan preciosos son siempre demasiado cortos para su gusto. Él insiste en que estas visitas no sean de simple ida y vuelta, que se arreglen para quedarse al menos dos o tres días, o más: “Cuento con su visita a finales de marzo. Organícense de manera que se queden dos o tres días” (9 de marzo de 1874). Su invitación se torna más insistente con motivo de una fiesta o una inauguración. Hace todo lo posible por encontrar en la ciudad amigos que puedan acoger a los suyos con un poco más de confort y para tener libre algo de su tiempo, bien ocupado, por cierto, a fin de estar más disponible.

Tan a menudo como puede viaja él a La Capelle: por supuesto, lo hace durante las vacaciones, aunque no tome demasiadas y tenga muchos imprevistos; pero también por las

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fiestas o con ocasión de un cumpleaños... Sobre todo, con motivo de las bodas, en las que participa con gusto. Y, como tendremos ocasión frecuente de subrayar, estos momentos de alegría familiar le llevan, como espontáneamente, a orar, a gozarse de su opción vital por Dios y a renovar su anhelo de fidelidad: “28 de septiembre. Le Nouvion. Boda en familia. En semejante circunstancia, doy gracias siempre a Dios por la hermosa vocación que me ha dado. Pero tal vocación exige una gran fidelidad” (NQT VI/1892, 14v). ¡Sin olvidar “la intendencia”!

Como sabemos, León Dehon es demasiado realista como

para olvidar ¡“la intendencia”! Vuelve regularmente a la puesta al día de las cuentas, a propósito de la ayuda habitual acordada por sus padres; también, al pago de atrasos, a los gastos inesperados, de los que se excusa y que se esfuerza por explicar: hace balance con mucha franqueza, siempre con gran respeto, y con una preocupación verdadera de economía y sencillez. Así, escribe desde Roma en 1867: “En estos últimos días me he visto obligado a comprar un breviario para comenzar a aprender a rezarlo, y dos obras teológicas. Esto, junto con mis gastos ordinarios, casi me arruina... Les salgo muy caro, y no pido por gusto, pero cuento con su generosidad, que nunca me ha faltado” (7 de enero de 1867).

Poco después de sus comienzos en San Quintín, con mucha delicadeza, se arriesga a hacer esta propuesta: “Como no estoy seguro de verles pronto, creo que debo transmitirles en esta carta un pensamiento sobre el que pueden reflexionar. Me ha parecido entender que encuentran algo subida la asignación que me pasan. Como no quiero desagradarles en nada, aunque tenga necesidad de fuertes recursos para hacer mucho bien aquí, les propongo que disminuyan algo, si lo creen necesario, la cantidad que me dan... Dejo la cosa a su criterio. Si pueden hacer más sin ponerse en apuros, participarán en unas obras importantes que tengo en perspectiva y que no pueden hacerse sin dinero” (1 de diciembre de 1873).

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Cada semana, o casi, la “caja” de ropa blanca para lavar

realiza el viaje de ida y vuelta entre La Capelle y San Quintín. Una lista que no puede ser más precisa detalla el contenido, y ¡qué complicación, si viene a faltar un pañuelo! Hay a veces unos problema de cuellos y de botones que coser, o también de cuerdas de campanillas que por equivocación han sido expedidas a otra dirección!

Otra preocupación de intendencia que aparece, más discreta, pero repetida, pensando en sus compañeros vicarios, en los visitantes y también en su propia salud, es la de reponer su bodega: “Ya han pasado los calores y creo que podrán enviarme pronto una partida de vino [une feuillet: un tonel de alrededor de 120 litros]. Quizá lo mejor sea que me envíen vino de Burdeos, que tenga ya algunos años y que se pueda beber de inmediato” (11 de septiembre de 1872). Y, un mes más tarde, escribe: “He embotellado el vino. Lo encuentro bueno. Desearía que me enviasen también, cuando haya ocasión, dos o tres litros de licor”. Más tarde, dice en una postdata: “Me alegraría de recibir los licores” (23 de junio de 1873). Y otra vez: “Gracias por sus buenas peras” (25 de enero de 1875). Las labores del campo

Vemos que hace partícipe a su familia de sus más

concretas preocupaciones, como incluso del arreglo de su despacho y de su habitación y, después, de la instalación de su modesto apartamento, los muebles, las cortinas... Recíprocamente, se interesa de cerca por las preocupaciones de sus padres en la vida práctica: el arreglo de la vivienda familiar con el dormitorio en la planta baja, para evitar la dificultad de la escalera, la pintura del revestimiento de madera, las bocas de calor y el protector contra las chispas... También, los trabajos del campo, el huerto y los prados, el regreso de las cosechas, los azares del tiempo... Se le ve siempre con idéntico realismo y el ansia de precisión de una persona que es amante del orden y que conoce el precio de cada

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cosa: “Les recomiendo que planten con cuidado los bulbos de tulipán de Harlem que están en un armarito bajo, en la puerta que va de la habitación de los invitados a mi despacho. Hay que ponerlos con una mezcla de arena y de estiércol de vaca, y anotar el nombre de cada uno tal como está en la envoltura” (1 de octubre de 1864). “Creo que encontrarán, en la parte baja del armario de los minerales o en una cajita que está en los estantes del desván, unos conos de cedro. Pueden romper uno de ellos para sembrar la semilla. Espero que el jardín estará muy adornado y con más sombra este año, en que tendremos unas vacaciones tranquilas y felices” (19 de marzo de 1866).

La primavera es, en 1873, anormalmente lluviosa: “¿No tienen mucho que padecer en casa por el mal tiempo? Sus pastos deben estar bien húmedos, aunque resistirán mejor que los del Nouvion y de Landrecies, que están inundados en gran parte” (3 de junio de 1873). El año siguiente, por el contrario, se da un verano canicular, “las lluvias bienhechoras han debido devolverles la alegría”. Pero ya que su padre había “tenido que recurrir a medios extremos” para alimentar a los caballos, “siento que papá no haya podido esperarse a la lluvia dando borujos. Lo hizo por mejor...” (agosto de 1874). Más tarde, dice: “Espero saber pronto que están liberados de toda preocupación por las bestias. ¿No temen mucho las consecuencias de la sequía? (21 de abril de 1875). Finalmente, están las carreras, que ya cuentan mucho para la población de La Capelle y, en particular, para su familia: “Supongo que las carreras han respondido a sus expectativas. El buen tiempo les ha favorecido” (18 de agosto de 1874). El gozo de intercambiarse regalos

No dejan de hacerle también numerosos encargos,

especialmente cuando se traslada a Roma. Los cumple con el mayor de los cuidados. “Eduardo les pedirá sellos romanos. Creo que tendrán de todas clases para dárselos” (19 de marzo de 1866). Informa minuciosamente cuando no encuentra exactamente lo que le han pedido o cuando el precio sobrepasa lo que había previsto.

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Entonces, pide indicaciones más precisas y da las razones del retraso...

Así, por ejemplo, respecto de un medallón con mosaico, un crucifijo, la compra de un cuadro, unas reliquias, unos cálices, monedas antiguas, etc. A propósito de un brazalete, no duda en llegar hasta el matiz: “Temo que el encargo del brazalete sea difícil, pues no me acuerdo con precisión del color y del tipo del aderezo de Berta (30 de mayo de 1870). La compra y la expedición de una caja de vasijas de mármol toscano para los parientes de Vervins le preocupan, y se siente aliviado cuando puede, por fin, anunciar: “He enviado a Vervins una caja de copas, fuertes y bien embaladas. Espero que lleguen sin romperse”. Se preocupa por los peines que le pidió Laura: “Los peines de Laura aún no están terminados, no podré enviarlos hasta dentro de ocho días, con mi caja de ropa” (4 de abril de 1874).

Él mismo experimenta un placer evidente haciendo algunos regalos, especialmente para asociar a los suyos el gozo de sus descubrimientos como apasionado viajero y, sobre todo, para asociarlos a su oración de peregrino fervoroso. Esto ocurre durante su viaje a Oriente con Palustre; a los libros-guía y los objetos personales que envía, añade algunos recuerdos: “Vamos a enviarles una cajita conteniendo nuestros libros sobre Grecia y diversos minerales y curiosidades...” (25 de noviembre de 1864). Dos semanas antes, atravesando Grecia, escribe amablemente a su hermano: “... Los animales que vemos son, lo más comúnmente, lentas tortugas que esconden la cabeza bajo su caparazón cuando nos acercamos y se creen entonces invisibles: quisiera llevártelas para poblar tus jardines, pero renuncio a ello: hay demasiados obstáculos” (20 de octubre de 1874).Y más tarde: “Espero que hayas recibido los tres paquetes enviados desde El Cairo, hace un mes” (10 de abril de 1865).

La precisión es uno de sus rasgos de carácter que no le abandona nunca. Él la pone al servicio de la atención por cada uno: con mucha frecuencia, sus regalos son el testimonio de una

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intención muy personal, y no deja de recordarlo, si hace falta. De regreso de una peregrinación a La Salette, precisa: “Las imagencitas de hueso de Nuestra Señora de La Salette son para mamá y para Laura. Las medallas y las imágenes que están en los estuches son para papá, para Enrique y para las niñas. Aún podría enviaros dos o tres imágenes en sus estuches y unas crucecitas” (9 de septiembre de 1874). Se preocupa, incluso, de rectificar: “Las reliquias que mamá dio a Simeón son para una persona de Hazebrouck...” (23 de junio de 1871). Con su hermano Enrique, la fidelidad a la tradición familiar

Volvamos todavía un instante sobre algunos aspectos de la

relación entre ambos hermanos, Enrique y León. Ambos comparten la preocupación por participar activamente en la vida de la sociedad. Sobre el fondo de cariñosa estima que les une, más allá de la alegría de evocar mutuamente los recuerdos de los padres y del pasado de la familia, se encuentran de vez en cuando en Cannes para algunos días de descanso, y comparten la preocupación por la historia de la familia y por sus bienes.

En febrero de 1901, lo visita una señora venida de América. León conoce la existencia de una familia Dehon en Boston: “una de las mejores familias de la ciudad”, que descendería de un tal Teodoro Dehon que en 1750, a los 16 años, partió de Dunkerque para los Estados Unidos como colono. He aquí una extensión totalmente desconocida de la familia. La cuestión le interesa mucho, e informa inmediatamente a su hermano Enrique: ¿se tratará de nuestra familia? En todo caso, es una pista que explorar y no, ciertamente, por interés material: “No hay aquí una herencia que esperar de ellos, pero sí quizá otro interés: pues [estos posibles parientes lejanos] son protestantes y nuestro trato podría devolverlos a la religión católica (6 de febrero de 1902). En 1912, León encuentra entre sus “viejos papeles” una carta del señor Blake Dehon, enviada desde Boston en 1901, en la que se le dio el dato de “que un Dehon del Norte murió en la guillotina en 1793. Esto no me impactó cuando recibí esta carta,

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pero al releerla hoy estoy impresionado. Ofrezco al Señor por mi conversión este hecho heroico de un pariente” (NQT XXXIV/1912, 148-149).

Como ocurre muy a menudo en el seno de las familias que desde generaciones están ligadas al patrimonio de una tierra, Enrique y León manifiestan su respeto a la familia, en particular, cuidando la herencia recibida. En 1903 van juntos a visitar la propiedad de Bélièvre, cerca de Chimay, en Bélgica, y León no vuelve satisfecho del todo, debido a la conducta de quienes se encargan de ella (NQT XVIII/1903, 63-64). Algunos años antes, en 1886-87 había sobrevenido un desacuerdo entre ambos hermanos. León está entonces agobiado por las deudas contraídas para el sostenimiento de sus obras: “esta angustia ha persistido todos los días de este año”. “Debe vender su propiedad de Haie-Maubecq a su hermano para recaudar dinero” (NHV, 56). “Es un sacrificio más a favor de esta querida obra, a la que tanto he dado” (NQT 1887, 97). Poco tiempo después, para pagar un terreno que al principio le había ofrecido un bienhechor gratuitamente, debe dar a cambio otra propiedad, que el Sr. Dehon-padre había valorado en 72.000 francos: “Recibo una carta muy dura de mi hermano a propósito de la propiedad de Wignehies que he vendido. Ofrezco esta humillación por el Reino del Sagrado Corazón” (ibid., 108).

Para esta familia profundamente ligada a una tierra, la conservación del patrimonio, la preocupación por vivir de lo que se tiene, sin recurrir a onerosas deudas, y una gestión prudente y ahorradora son valores profundamente anclados en la tradición familiar. León así lo vive también, pero su situación es completamente distinta: debe hacer frente, directamente o no, a gastos importantes e ingentes, no todos totalmente previsibles. Toda su vida experimentará la obsesión de las deudas excesivas y el echarse atrás de los deudores no solventes: “Después del pago de mis deudas espirituales, éste de mis deudas materiales es el que más me preocupa” (1 de diciembre de 1897). Recomendará incesantemente a algunos de sus religiosos, celosos por emprender demasiadas cosas, que no gasten más que aquello de que disponen

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en efectivo. Pero, a este propósito, su familia no le entendió siempre con facilidad. En este punto, un campo a menudo delicado en las familias, nos encontramos de nuevo con Marta, y su intervención confirma cómo hasta el final la sobrina y el tío se entendieron profundamente en lo esencial: “Ha venido a verme mi familia el día 21 [agosto de 1924]; les explico que mis obras se han comido lo que tenía y que no tienen que esperar de mí una herencia importante. Mi sobrina me responde noblemente que mis obras valen más que una herencia para el honor de la familia y para merecerle las bendiciones divinas” (NQT XLIV/1924, 113-114).

El desacuerdo entre Enrique y León a propósito del patrimonio familiar no empañó del todo su estima recíproca. En octubre de 1898, León pide a su obispo, Mons. Deramecourt, que apoye una gestión hecha en Roma para que Enrique sea nombrado Caballero de san Gregorio Magno (en 1831, el Papa Gregorio XVI había creado esta “orden”, una especie de legión de honor para recompensar los méritos civiles y militares al servicio de la Iglesia). “¿Acaso no es una buena política la de estimular a los católicos que el gobierno francmasón mantiene apartados de todas sus recompensas? Mi hermano, con su influjo personal, ha cambiado la opinión del cantón de La Capelle...” (30 de octubre de 1898). Un mes más tarde, tiene el gozo de anunciar a Marta que la solicitud a favor de su padre ha sido acogida favorablemente y que el nombramiento es inminente: Enrique podrá servirse de él ya en las ceremonias de año nuevo.

Citemos, finalmente, este hermoso testimonio de León sobre su hermano: “El domingo 19 [1922], mi hermano estaba muy enfermo en París, en casa de sus hijos. Corro a su lado y le acompaño en sus últimos momentos. Tiene una buena muerte, muy cristiana, rodeado de todos los suyos... Era un hombre justo. Su vida ha sido muy digna y muy benéfica. Hemos estado siempre muy unidos. Imponentes funerales en La CapellE. Toda la comarca participa y cumple bien... Mi hermano fue apóstol, con el ejemplo, de una vida seria y cristiana. Se van de aquí mis parientes y amigos, son éstas grandes lecciones que no aprovecho lo

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suficiente. Mi turno llega; he desperdiciado muchas gracias, me humillo e invoco la misericordia del buen Maestro” (NQT XLIV/1922, 42). 6. CON EL CARIÑO, EL COMPARTIR DE LA FE

Podríamos continuar de este modo, siempre con el mismo interés, reconstruyendo lo mejor posible el denso intercambio familiar, tal como nos lo hacen entrever las cartas y los recuerdos del P. Dehon. Con mucha frecuencia, al preparar estas páginas, he experimentado que esta evocación es una tarea muy delicada y que forzosamente resultará imperfecta: ¿cómo recoger con exactitud y respeto un testimonio de vida en el que se anudan tantos lazos, en el que se dejan entrever tantos matices, a partir de situaciones precisas que siguen siendo imperfectamente conocidas por nosotros? ¿Cómo escoger -y es claro que se requiere- sin falsear y hasta sin empobrecer, sin inmovilizar?

No obstante, deseamos, sobre todo, acercarnos a las personas, especialmente a la personalidad del P. Dehon, más que al detalle de los acontecimientos familiares que, en parte, nunca revelarán su secreto. Ésta es la razón de que, completando lo que precede, les propongo volver aún a este testimonio para hacer surgir de él en lo sucesivo aquello que, precisamente, me parece lo más revelador de las personalidades: el cariño, la profunda alegría de vivirlo hasta el compartir la fe, para prolongarlo en la vida presente y hasta en la fiesta del cielo. “La tristeza de estar separado de ustedes”

El vivo afecto que une a los padres con sus hijos se

transparenta, directamente o no, en todo lo que precede. Una señal discreta, pero no desprovista de sentido, es que en todos sus distintos lugares de residencia, y a pesar del montón de libros y de documentos que llenan su mesa de despacho y que, al decir de sus visitantes, tapan casi hasta los ojos su alta estatura, en su mesa de

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trabajo el P. Dehon quiere tener en un lugar destacado la fotografía de sus padres. De este modo, los tiene presentes a lo largo de sus horas, de sus días de trabajo al servicio del Señor, y está él mismo con ellos en la comunión con Dios. Esto, hasta sus últimos días, sobre su mesa de Bruselas.

Pero volvamos, por un momento, a los primeros años en que estuvo lejos de La Capelle, durante su largo viaje a Oriente y posteriores estudios en Roma. Al mismo tiempo que hace lo que puede por garantizar a los suyos su cercanía de mente y de corazón, el joven León no puede, sin embargo, ocultar -y, a veces, en una misma carta- su nostalgia por estar tan lejos de su hogar, su pena por estar privado de su mundo familiar. Sí, sin duda alguna, es muy dichoso y tiene buena salud, no cesa de repetirlo, pide que le crean y que dejen de inquietarse; pero ¡qué largo se le hace el tiempo del reencuentro!

Desde Jerusalén, la Ciudad Santa que tanto deseaba visitar y que tanto hablará a su corazón, confiesa: “Hemos llegado al objeto de nuestra peregrinación, dichosos y llenos de salud, pero necesito yo, todo el atractivo de los santos lugares para no volver a sentir muy vivamente la tristeza de una ausencia tan larga de nuestra querida tierra” (26 de marzo de 1865). Y dos semanas más tarde: “Si no estuviese tan lejos y fuese fácil volver aquí, dejaría para otra vez lo que me queda por ver, tanta es la prisa que tengo de volver con ustedes” (10 de abril de 1865). Después de un breve paso por Roma, un alto en el camino que, con todo, desea ardientemente y del que espera mucho, “el 6 o el 7 de julio os tendré entre mis brazos, ese será el más hermoso día de mi viaje” (30 de mayo de 1865). “Tengo el mayor de los deseos de poner fin a nuestra separación...” (25 de junio de 1865).

El P. Dehon es un hombre lleno de matices y de contrastes, lo sabemos, pero siempre es oportuno que lo recordemos cuando buscamos conocerlo de veras, con la fuerza y la coherencia de su temperamento. Pues lo que disuade de una aproximación demasiado simplista es también lo que da cuenta de su riqueza y

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del atractivo renovado que ejerce... Es demasiado sensible para ser una persona hecha de una sola pieza, y demasiado espontáneo y verdadero para querer disimular lo que experimenta.

De ese modo, aunque sigue estando completamente resuelto en la orientación de su vida y apasionado por sus estudios, los comienzos de cada curso escolar le resultan penosos. Si no oculta su gozo por reemprender el trabajo, esto es “a pesar de la tristeza que tengo por estar separado de ustedes” (14 de noviembre de 1867). Los fines de curso son aún más pesados, no acaban nunca de terminar y él querría acelerarlos. Anticipa la alegría del regreso: “El momento de reunirnos se acerca y, si fuera posible, aún lo adelantaría, pero hay que tener paciencia...” (3 de julio de 1866).

Con el pensamiento, y como para ayudarse a esta paciencia, se anticipa a la alegría del reencuentro, de las felices semanas de vacaciones en su casa: “Desde hace algunos días, sorprendo a menudo a mi imaginación representándome la casa paterna, y eso que tenía necesidad de centrar aquí toda mi atención en el examen que preparaba... Nuestra separación ha sido larga: nuestras vacaciones serán así más dichosas. Me prometo muchas satisfacciones... El padre me verá siempre dispuesto a acompañarle a sus tierras. Tampoco renuncio a dar algunos paseos a caballo con Enrique, si tiene un caballo bueno que dejarme” (26 de julio de 1866). “Estaré con vosotros para el mes de julio, y espero que pasemos juntos unas vacaciones muy buenas...” (22 de abril de 1867). Y dice el 30 del mes siguiente: “Dentro de alrededor de un mes, tendremos el gozo de estar juntos”. “Tan pronto como me sea posible dejar Roma, saldré sin retrasarme... para estar más deprisa con vosotros” (21 de junio de 1868). “Pronto tendré la suerte de encontrarme en medio de ustedes. Un mes pasará pronto” (4 de julio de 1868).

Se imagina por adelantado presente en las reuniones familiares, en las que le gusta mucho tomar parte: “Cuento con que nuestros parientes de París estarán a la vez que yo en La Capelle.

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Las reuniones familiares y las excursiones al campo que no dejaremos de hacer son los momentos más felices de las vacaciones” (19 de junio de 1866). Éstas, que no son más que algunas citas, dicen muy claramente lo que su familia representa para Dehon y cuánta necesidad tiene de ella. Pero, ¿cómo obedecer a Dios, sin herir a aquellos que se

quiere...?

Otro sufrimiento le atormenta, más secreto y tenaz que esta

prueba de la lejanía física: el de la incomprensión sobre su vocación, al que ya hemos aludido. Le hace mucho más daño, porque toca a lo que le es más querido. También aquí, si hemos de atenernos a aquello que deja filtrar su testimonio, hace falta que maticemos, pues son muchos los aspectos que se cruzan: desde la sima introducida en el cariño mutuo, hasta el temor de que no pueda responder plenamente al Señor sin decepcionar profundamente y, por el mismo hecho, sin herir a los que le quieren.

León está triste, por la tristeza misma de sentir que su madre duda de su propio cariño. Exactamente después de su salida para Oriente, escribe desde Bolonia, con mucha delicadeza y mesura: “La carta que me han escrito a Louèche me ha entristecido mucho: ¿por qué duda mamá de mi afecto? ¿No sabe que he emprendido este viaje llorando?... Ustedes, saben bien que, si yo conversaba poco los últimos días, era porque la proximidad de nuestra separación nos entristecía. No puede ser más que el exceso de nuestra ternura lo que ha podido llevarles a tomar mi silencio por frialdad...” (6 de septiembre de 1864). Es una emotiva confidencia que muestra hasta qué punto, en su preocupación mutua, se hacen sufrir recíprocamente el hijo y sus padres: “el exceso de nuestra ternura”. Una semana después, escribe aún: “No me reprochen que me haya alejado de ustedes. Trabajo por su felicidad y por la mía” (14 de septiembre). Y al año siguiente, desde Roma, donde comienza su preparación al sacerdocio: “Experimento aquí esa dicha que se atribuye generalmente a la

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vida colegial... en la paz más perfecta. En verdad, era la vida que me convenía, y quisiera que ustedes estuvieran persuadidos de ello lo mismo que yo, para que cesaran de preocuparse con pena de mi porvenir” (12 de noviembre de 1865).

Un mes antes, había debido dejar La Capelle para ir a la Ciudad Eterna. Fue intensa la emoción que unió a los padres con su hijo en un adiós que entonces parece definitivo. Muchos años después, el recuerdo de él sigue siendo muy sentido, cuando el P. Dehon redacta sus “Notes sur l’histoire de ma vie”, un escrito donde lo volvemos a encontrar con la delicadeza y los matices de lo que él experimenta: “Esta salida marca una etapa en mi vida. Fue algo emocionante y muy doloroso. Era el 14 de octubre. Mis buenos padres me llevaron a Nuestra Señora de Liesse e incluso hasta la estación de Saint-Erme. ¡Les costaba tanto separarse de mí! Les parecía que me perdían para siempre... Me despedí de mi familia en Saint-Erme, lo que no ocurrió sin amargas lágrimas. Lloraban mi padre y mi madre, ¿cómo hubiera podido no llorar yo también? Y, además, esta despedida confirmaba para mí unos sacrificios que no se hacen sin un desgarramiento, aun cuando la parte superior del alma experimente por ellos una alegría sobrenatural” (NHV IV, 102-103). Sólo poco a poco pasaron sus padres de la tristeza a la resignación: “Les dejé menos tristes en Saint-Erme que en La Capelle, porque me parecieron más resignados a la voluntad de Dios... Voy a Roma con gozo, porque creo ser llamado allí por la Providencia: espero que no estén ya más entristecidos que yo” (16 y 20 de octubre de 1865). “La religión no disminuye el amor de la familia, lo hace más

fuerte y más verdadero”

Durante años, deberá insistir para llevar al convencimiento

de que su opción de vida, que motiva este desgarramiento, muy lejos de significar un apego menor y una pérdida para la familia, lo acerca aún más profundamente a ellos. Con todo su corazón y toda la seriedad de su aplicación a la vida seminarística, querría demostrarles que esta opción que a él le colma, pero que a ellos les

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causa tanta pena, es, en realidad, un auténtico beneficio para los suyos, y que en este sentido deben ellos mismos esforzarse mucho por comprenderlo y vivirlo. “Pido todos los días a nuestro Salvador sus gracias a favor vuestro... La religión no disminuye el amor a la familia, sino que lo hace más fuerte y más verdadero” (10 de enero de 1866). Un año más tarde, escribe más en particular a su padre, cuya oposición persiste tras la celebración de la tonsura: “Espero que me hayas perdonado ya y que reconozcas ahora que he actuado por tu propio interés y con vistas a tu felicidad futura. Mi amor por ti no hace más que crecer y, como no puedo brindarte más que oraciones, no dejo de hacerlas, por indignas que sean delante de Dios” (principios de febrero de 1867).

En una carta que dirige personalmente a su padre -carta importante que ya hemos utilizado- le abre el fondo de su corazón lo más francamente que puede: “Echas de menos en mi favor los honores y las riquezas y crees que mi cariño hacia ti ha disminuido. Pues te equivocas. La dignidad del sacerdote no priva de los honores, pues es la más honorable que puede haber en la tierra... La dignidad del sacerdote no priva en absoluto de las verdaderas riquezas. Nuestra heredad sobrepasa la de cualquiera en el mundo, porque es Dios mismo... Es una herencia que no destruyen los incendios ni las demás calamidades que arruinan a los hombres... Si el mundo piensa de otro modo del honor y la riqueza, el mundo está ciego: ¿por qué has de escucharlo?... En cuanto a mi cariño por ustedes, es más vivo y más verdadero que nunca. Yo no tendré otra familia y seré enteramente suyo. Nunca he rezado por ustedes con más ardor, ni he sentido más el agradecimiento que les debo y todo el amor filial que merecen. Bendigan, pues, a Dios conmigo y denle gracias; y, después de haber hecho una pequeña concesión al mundo, apenándose de mi vocación, reconozcan que es un inmenso favor del cielo y no me ahorren nada de su cariño” (14 de enero de 1867).

De la tristeza a la resignación, pues. También, es el deseo de no precipitar nada, para permitir aún el porvenir, la secreta pero tenaz esperanza, sin duda, de un cambio de decisión... El 22 de

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marzo de 1867, el señor Dehon escribe al P. Freyd, director de su hijo en Roma: “Usted ha conocido el gran dolor que he experimentado al saber de su ordenación; yo quería esperar todavía, por el temor de que mi hijo no fuese a tener que lamentarse. Este único pensamiento turba mi reposo; esperemos con usted, señor, que la cosa no sea así. Deseo que León reciba las órdenes mayores lo más tarde posible y después de una decisión tomada en familia”.

Pronto, pero lentamente, llegará el consentimiento, y luego vendrá francamente la alegría: la prosecución resuelta del diálogo en que se encuentran el valor de la franqueza y la delicadeza del corazón sabrá reducir una oposición en la que, en el fondo, bajo aspiraciones humanas muy comprensibles (admiración, anhelo de éxito y de felicidad) están secretamente latentes las brasas de la generosidad y de la entrega a Dios. Y el cariño que congrega todos estos sentimientos se hallará grandemente reforzado por ello. Así es como lo desea el joven León con su fuerza en la verdad de su opción. Sigue de este modo el consejo de amigos suyos, como el de su muy estimado director de Hazebrouck, el sacerdote Boute -que, por otra parte, escribe en el mismo sentido a su familia-: “No puedo hacer otra cosa que alabarte por escribir a tus padres, especialmente a tu buena madre, unas cartas que respiran el más profundo afecto filial. Es tu deber, para la satisfacción de tu corazón de hijo y por la honra y el respeto debidos al hábito que llevamos. En el mundo, como sabes, se nos acusa con mucha facilidad de sequedad de corazón y de egoísmo, porque no tenemos familia... que cuidar” (6 de febrero de 1867). “Los grandes días de la ordenación y de las primeras misas”

Sequedad de corazón y egoísmo que vendrían a motivar

una opción de vida...: evidentemente, tal reproche no era al P. Dehon a quien pudiera dirigirse. Son abundantes las cartas y los apuntes en los que da libre curso a su alegría de “volver a encontrarse”, de algún modo plenamente, con sus padres a propósito de su ordenación. Están entre los más emotivos que nos

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ha dejado. Podrán leerse, sobre todo, alrededor de “esos días grandes de la ordenación y de las primeras misas”, en diciembre de 1868 (NHV VI, 78-84). León sabrá hacer de ellos un relato muy personal, por lo que tiene cuidado de advertir: “El papel no puede dar cuenta de mis impresiones más profundas” (NQT I/1868, 130). Como habrá de repetir bastantes veces, éstos fueron para él “los mejores días de su vida”.

A la vuelta a clase, a finales de octubre de 1868, sus padres decidieron acompañar a su hijo a Roma. Con él, durante el tiempo en que pudo permanecer libre para ellos de sus estudios, van descubriendo Roma -¿hubieran podido desear un guía más entusiasta?-. “Mi padre estaba emocionado de su visita a Roma. Su fe se fortalecía de día en día. ¡Qué testimonios tan elocuentes ofrecen de la fe las basílicas, las catacumbas, las tumbas de los mártires, las habitaciones de los santos! Habría que ser de piedra para permanecer insensibles a tantas voces como hablan al alma” (NHV VI, 77).

A propuesta -en verdad, “una idea feliz” (ibid)- de su director en el seminario, el P. Freyd, la ordenación sacerdotal de León se adelantó de junio de 1869 a diciembre de 1868: así pudieron asistir a ella sus padres. “Mi madre acogió la idea con felicidad, mi padre, aun temiendo mucho y con profunda emoción, la aceptó” (NHV VI, 77). El mismo León hace partícipes de su esperanza y su alegría a Enrique y a Laura: “Espero que su presencia [de los padres] será para mí motivo de una gran gracia, la de recibir el sacerdocio seis meses antes. Contamos con tener en fecha próxima una audiencia con el Santo Padre, y le pediremos que pueda ser ordenado en Navidad. No me atrevo a creer que pueda obtener un favor tan grande” (15 de noviembre de 1868). La audiencia se celebró, en efecto. La solicitud la redactó León, pero fue su padre quien la entregó al Papa personalmente. “Vi el triunfo de la divina gracia: mi padre, que había sido hostil durante tanto tiempo a mi vocación, entregó en persona al Papa una petición para que yo pudiese ser ordenado antes de terminar la teología” (NHV VI, 78).

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La solicitud es aceptada unos días más tarde: León es

ordenado el día 19 de diciembre y celebra su primera misa al día siguiente: “¡Cuántos vivos deseos e impresiones profundas me dejaron estos dos grandes días!... Mis buenos padres estaban detrás de mí, sin parar de llorar. Mi padre no pudo comer ese día. Después de la ordenación..., cuando volvía, encontré a mi madre arrodillada ante mí, para recibir mi primera bendición. Fue demasiado, yo sollozaba cuando regresaba al seminario, acompañado por mis buenos padres, pero agotado por la emoción. Mi padre estaba completamente ganado y prometió comulgar al día siguiente en mi primera misa... La jornada del 20 fue para mí aún más emocionante...” (Ibid, 78-82).

El conjunto del Seminario francés de Santa Clara, aun estando muy habituado a tales celebraciones, fue también muy solidario de lo que vivió entonces el joven sacerdote con sus padres. Quince años más tarde, le escribe un ex-compañero: “Los años de Santa Clara me siguen siendo muy queridos, y no olvido nunca a quienes han compartido conmigo más de cerca estas alegrías tan dulces, cuya fuente mejor era una amistad santa. Me acuerdo mucho de su ordenación, de su primera misa, con su madre uniendo sus lágrimas a las de usted en las manos consagradas, durante el Magnificat que siguió a esta gran primera misa” (NHV XVI, 164-165).

Será preciso esperar siete meses para que, al término de un año escolar que puso a prueba su salud, pueda, por fin, regresar a La Capelle: entonces tendrán lugar las grandes jornadas de las primeras misas en su parroquia y alrededores. “Mis buenos padres prepararon para el 19 de julio la fiesta que se hace a todo joven sacerdote que llega para celebrar la misa con su familia... La fiesta fue muy bonita y muy conmovedora... Las emociones de un día como éste no se pueden repetir. Mi familia, mis paisanos de La Capelle estaban tan impresionados como yo. Lloraba todo el mundo, y pienso que esta jornada dejó en las almas un aumento de

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la fe que habrá contribuido a la salvación de bastantes” (NHV VI, 140-141).

Para él, esta fiesta sacerdotal es el término de una larga fidelidad, desde su infancia. Escribe este 19 de julio: “Misa solemne de familia en La Capelle. ¡Cuántos recuerdos! ¡Cuántas emociones en este santuario de mi bautismo, de mi primera comunión y de los primeros años de mi infancia! Predico con cierta torpeza. Pero todos los míos están emocionados...” (NQT II/1869, 3). La emoción es tanto más viva cuanto que la salud del joven sacerdote provoca serias preocupaciones: “En La Capelle, cuando asistían a mis primeras misas, las buenas gentes decían: Este pobre señor no dirá muchas. Mis fuerzas me volvieron poco a poco y estuve bastante bien durante diez años” (NHV VI, 139). En realidad, mucho más de diez años habrán pasado cuando diga él en sus “Notes sur l’histoire de ma vie”: “Estos hermosos días pasan deprisa, pero dejan una impresión profunda que no borran los años” (Ibid, 150). ¡Es tan bueno renovar las impresiones de los mejores días de la

propia vida!

Muy a menudo y de modo particular en cada aniversario,

revivirá por su parte, intensamente, el recuerdo de estos días inolvidables: sin duda que señalan el momento más fuerte de lo que les proponía como tema de esta conversación: el encuentro, en el P. Dehon, entre su amor a Dios -aquí, el don tan deseado de consagrarse plenamente a él- y el afecto por su familia, un cariño reencontrado y robustecido en lo sucesivo.

Así, a finales de noviembre de 1869, en el momento en que la apertura del Concilio es también inminente, no puede disociar a sus padres de su muy personal agradecimiento a Dios, y les escribe: “Ayúdenme a dar gracias a Dios por la gran gracia del sacerdocio, cuyo aniversario se acerca” (30 de noviembre). Dos semanas después, en los mismos días de la ordenación y de la primera misa: “¿Se acuerdan lo felices que fuimos el año pasado

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por esta fecha? ¡Con qué gozo y emoción he celebrado la misa esta mañana! Me he representado lo que yo era aquel día y lo que nosotros queríamos ser. ¡Qué penetrados estábamos de la gracia de Dios! ¡Qué alegría! ¡Qué buena voluntad! (19 de diciembre). Pero pronto deberemos reconocer que este insistente recuerdo no carece de intención precisa... 25 años más tarde, escribirá desde Roma a su sobrina Marta: “Revivo aquí mis recuerdos de hace veinticinco años. Acudo cada día a decir la santa misa en los santuarios en que la dije entonces, en presencia de mis buenos padres. ¡Es tan bueno renovar las impresiones de los días mejores de la propia vida! (10 de marzo de 1894).

Así, sucesivamente, prácticamente cada año y siempre con una emoción que no pierde nada de su lozanía. A fines de 1917, una intervención del todo especial de su gran amigo el Papa Benedicto XV viene a poner término finalmente a sus “tres años de reclusión” por la guerra en San Quintín y, luego, en Bruselas. Puede volver a Roma en diciembre, puede rezar en el Seminario, celebrar la Eucaristía en el altar del oratorio que le evoca tantos recuerdos. En diciembre de 1918 tiene la inmensa alegría de poder festejar jubilarmente sus cincuenta años de ordenación: “He festejado aquí mi jubileo, en el mismo altar en el que dije mi primera misa en 1868 con mis queridos padres” (carta a una religiosa, de 1 de enero de 1919).

Del recuerdo de estas jornadas únicas, él saca cada vez “un gozo y una fuerza” (NQT XVIII/1902, 38): el gozo que rejuvenece el corazón, la fuerza de la fidelidad renovada. Son para él “como unos ejercicios”, en que cobra nuevo vigor su amor a Dios en la comunión misma con sus padres (NQT XLIV/1921, 31). “Todos estos recuerdos me conmueven profundamente y cada año encuentro en ellos una fuente abundante de gracias, incluso sensibles” (NQT XIX/1904, 45). O también, en 1908 y pasando, como es frecuente, de la alegría agradecida a la humilde confesión de su falta de amor: “Hace cuarenta años vivimos días hermosos en Roma, con alegría completa. Nuestro Señor me animaba, mi padre volvía a Dios, mi madre estaba profundamente conmovida. Yo

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estaba rodeado de amigos. Dios mío, dame el tiempo y la gracia de llorar todas mis faltas” (NQT XXIV/1908, 61-62). 7. EL CELO INSISTENTE DE UN HIJO

Con todo, de la comunión de nuevo plenamente recuperada entre los padres y su hijo, con motivo de estas memorables jornadas sacerdotales, brotará pronto una nueva preocupación: el joven sacerdote, como él mismo dice, va “a tratar de hacer volver a su padre a la práctica de la vida cristiana” (NHV VII, 151), en particular los domingos y, muy especial, durante el período de Pascua. La práctica sacramental y el precepto de la comunión por Pascua

A decir verdad, esta ansia la vivía León ya antes. En sus

apuntes de 1866, reconoce esta preocupación: “Lamentaba a menudo el estado de indiferencia religiosa de mi padre, pero debía soportar este dolor aún dos años...” (NHV V, 11). En marzo de este mismo año escribe a sus padres: “Ha comenzado el tiempo pascual, será necesario que mi padre aproveche la ocasión para ponerse en regla...” (19 de marzo).

Dos semanas más tarde, escribe directamente a su padre: “Mañana es tu santo... Quizá hayas tenido la feliz idea de escoger este día para cumplir con Pascua; estoy seguro de que no lo dejarás este año”. Al mismo tiempo, le ruega que le permita ir con sotana (en “habit de clerc”) durante las vacaciones de verano en La Capelle; pero, para evitar disgustarle y “ya que eso no es esencial a su vocación”, sabrá renunciar a ello y retrasará su toma de hábito hasta el otoño: “Hago a gusto por ti este sacrificio, aunque me cueste mucho”.

En cambio, algunos meses más tarde insiste en la práctica sacramental, pues se trata de una preocupación mucho más importante a sus ojos. En febrero de 1867 escribe de nuevo a su

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padre: “Podrías aprovechar tu estancia en París para volver a la gracia de Dios... Ello no exige de ti un gran sacrificio, pues apenas faltas a otra cosa que al precepto dominical... Nuestro Dios no es, en verdad, exigente y nosotros no somos realmente razonables si arriesgamos por tan poco nuestra salvación eterna”. En noviembre del mismo año, cuando las indisposiciones de salud de la señora Dehon y el fallecimiento de un familiar cercano ensombrecen el cielo familiar, escribe a sus padres: “Me alegro de que tengan a Enrique, Laura y Marta para distraer la tristeza a la que son un poco propensos... No hay más que un medio de tener el corazón libre de todo temor y esperar en paz: el de pedir a un ministro de Dios el perdón de las propias faltas mortales y seguir exactamente la ley de la Iglesia, que no es rigurosa. Ruego a papá que diga sólo todas las noches, humildemente: Dios mío, dame la fuerza para reconciliarme enteramente contigo” (29 de noviembre de 1867).

Pero León cree poder hacerse más acuciante, sobre todo, después de las celebraciones de finales de 1868 en Roma, después de la “conversión” tan llena de emoción de su padre. Es verdad que el señor Dehon había reanudado parcialmente la participación en la misa y la comunión los domingos. Pero conserva “un cierto respeto humano”, esa enfermedad social que paralizó a tantos cristianos en la época; ahí está lo que le retiene de “cumplir con Pascua”. Pero León, si habla aún del “deber” de “ponerse en regla”, invita especialmente a su padre a hacer todo lo posible por mantener la paz de corazón y el gozo agradecido, coherentemente con lo que acaban de vivir juntos en Roma.

En adelante, las intervenciones se suceden, numerosas: el respeto y el cariño tratan con cuidado de endulzar al máximo una insistencia que, sin embargo, no deja de sorprendernos hoy y de la que dan cuenta sólo el celo ardiente por el bien espiritual y la confianza fortalecida en lo sucesivo por los encuentros recientes. Más aún, a veces sin decirlo, pero con toda su intuición, el hijo sabe encontrar las palabras para alcanzar las actitudes profundas que habitan en el corazón de su padre: en el contexto de la época y especialmente en la sociedad de una población pequeña, el miedo

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al “qué dirán” puede ser de mucho peso, pero no puede ahogar por completo lo que ha recibido y vivido un hombre profundamente bueno y recto, casado con una esposa que es una “santa”. “¡Qué gran amor tiene el Señor por ti!”

Veamos algunos textos, más bien unas pocas frases, que

nos dicen mucho sobre las personas, aunque no pueda citarlos sino muy parcialmente: “Te escribo esta carta con ocasión de tu fiesta. Este año tendré la dicha de celebrar misa en honor de san Julio, tu patrono, y le pediré con toda la fuerza de mi corazón que te proteja con su poderosa intercesión y te guarde en la gracia de Dios... Esta llegada anual de nuestras fiestas y de los aniversarios de las gracias que hemos recibido de Dios son momentos favorables para hacer el inventario de nuestras almas y ver en qué lugar de ellas están los tesoros que amasamos para el cielo. Al reflexionar un poco sobre el pasado, podrás ver, querido padre, qué gran amor tiene el Señor por tu alma... ¡Cuántas gracias, aquí [en Roma], las más fuertes y las más conmovedoras, a las que ningún corazón podría resistir! Te ayudaré con el santo sacrificio a dar gracias a Dios por todo ello, y a pedirle que lo aproveches mucho” (6 de abril de 1869).

“Golpe a golpe”, durante las semanas siguientes envía dos cartas aún más claras. Dice a su padre: “Tu carta es muy buena, pero yo esperaba todavía más. Esperaba que me comunicaras tu perseverancia en la gracia de Dios y el cumplimiento de tu deber de Pascua. Te vi tan feliz aquí, que tenía confianza en que ya no te expondrías a estar por un solo instante de tu vida al margen de ese estado de paz y de gozo... Has sido tú la primera conquista de mi sacerdocio y puse todo mi celo y lo pondré siempre en mantenerla... Pero aún estoy lleno de confianza y espero que vas a ponerte pronto al corriente. No puede ser que un poco de respeto humano te haga faltar al principal deber del cristiano...” (22 de abril de 1869). Y a sus padres: “Aunque cuento con que papá me comunicará que me había equivocado en dudar de su perseverancia, si no fuese así, removería el cielo y la tierra hasta obtener esto de él...” (7 de mayo de 1869).

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Probado duramente en su salud, León debe anticipar sus

vacaciones de verano en casa. Se encuentra en La Capelle desde comienzos de junio y, después de unos días de reposo, son las jornadas de las primeras misas.

En octubre está de regreso en Roma para un año que se anuncia aún más duro, pues tendrá que continuar sus estudios y participar en el Concilio como taquígrafo. En diciembre, el primer aniversario de las ordenaciones reaviva el recuerdo de lo que vivió un año antes con sus padres. Es para él la oportunidad de una intervención aun más acalorada, casi desgarradora.

El propio día del aniversario (19 de diciembre) escribe a sus “queridos padres” una carta muy hermosa, que ya hemos citado en parte, en la que el amor por sus padres se hace uno con el amor de Nuestro Señor: “¿Se acuerdan de lo felices que fuimos el año pasado en esta fecha?... Nuestro Señor nos ha dado sin medida, se dio a sí mismo. Le prometimos mucho también nosotros, con la ayuda de la gracia. ¿Lo hemos cumplido? Yo entono todos los días mi mea culpa... Pero quiero proseguir con la misma confianza que el primer día... Tengo necesidad, querido padre, de abrirte a ti más especialmente mi corazón. Sentiste con certeza el año pasado la alegría que me causabas. Pero esto no es nada. Sentiste también la alegría que causabas al cielo, a Nuestro Señor Jesucristo y a sus santos. ¡Entonces!, si no mantienes los mismos sentimientos, lo mismo que me desgarrarías el corazón a mí, renovarías también, si fuese posible, las lágrimas de sangre que Nuestro Señor derramó por nuestras infidelidades. Esto, en cuanto a lo necesario. Pero además está lo que la Iglesia no exige y que es extremadamente bueno y útil, que sería comulgar en las dos o tres mayores fiestas del año. Piensa en eso en Navidad, y si pudieras renovar nuestra común unión con el Señor, no lo dejes. Mantengámonos con frecuencia en estos recuerdos. Nos harán bien” (19 de diciembre de 1869).

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Amar a Dios, amar a los suyos, quererse a sí mismo: es un solo

amor.

En la primavera siguiente, la fiesta de san Julio coincide

con la proximidad de la Pascua. Como tenía que dar también noticias de su salud y del Concilio, León escribe a su padre: “Te dirijo a ti esta carta porque te llegará hacia la fiesta de san Julio... Estoy seguro de que este año evitarás que se te haga tarde para la comunión pascual. Cuando se tiene la rectitud de juicio que tú tienes, no puede uno quedarse quieto por razón de los pequeños obstáculos de la incomodidad o del respeto humano. Sabes bien que descuidar los deberes esenciales del cristiano es renunciar a su derecho a heredar el cielo. Es una locura. Es no amar a Dios, no amar a los suyos, no amarse a sí mismo. Seguro que no nos darás este disgusto este año” (8 de abril). Algunos días después, vuelve a la carga: “Te escribo otra vez, porque temo más que al rayo que sigas en pecado y no te pongas al corriente con Dios. Me estremezco con este pensamiento. Es lo único necesario. Sabes de sobra que estoy dispuesto a dar todo lo que tengo, mi salud y mi vida, para asegurar tu salvación”.

La carta continúa en el mismo tono apasionado. Distintas consideraciones convergen en apoyo de la exhortación: la preocupación por la salvación eterna, la obsesión por no volver a encontrarse todos juntos para compartir la alegría, la profunda “desgarradura” que el rechazo por parte del padre provocaría ya desde ahora “en el corazón de su hijo”; también la ligereza, hasta la inconsistencia, que a los ojos del hijo motivan la actitud de su padre; en el fondo, no es más que “incomodidad, respeto humano”.

Pero he aquí lo más grave: tal rechazo heriría el amor de Nuestro Señor como una dolorosa ingratitud: “Hay algo más que los tuyos, está tu Dios que se hizo hombre por ti y que derramó lágrimas de sangre con el pensamiento de que le olvidarías...”. Además, lo que el Salvador pide ¡corresponde tanto a lo que nuestro propio corazón desea! La experiencia aún reciente está ahí para atestiguarlo: “¡Son tan dulces sus [de Jesús] mandamientos!

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Nos obliga a sentarnos a su banquete y a recibir sus gracias. ¡Qué honor y qué dicha para nosotros! Y tú lo has gustado mucho, pues yo te vi como transfigurado cuando recibiste aquí con gusto la sagrada comunión... Vamos, escríbeme cuanto antes diciéndome que ya está hecho. Te lo pido, te lo suplico. Es necesario”. Ni siquiera falta el recuerdo del deber de dar ejemplo: “Da ejemplo a Enrique. Seguro que lo seguirá” (14 de abril, Jueves Santo de 1870). “¡Ve a tu Salvador! ¡Déjate tocar por tanto amor!”

Pasa el tiempo, ¡y ninguna respuesta! Pero su preocupación

no pasa, se ahonda y se convierte incluso en “ansiedad”. El 28 de abril se da una nueva intervención de León, también directamente a su padre: “Querido padre: Estás muy lejos de comunicarme tu felicidad. Espero todos los días el correo con ansiedad, y la buena noticia no llega. Si supieras lo que sufro por este retraso, tendrías quizá compasión de ti mismo, lo mismo que de mí. No sé ya qué decirte para decidirte. Hasta ahora tenía una completa confianza. No me parecía que pudieras resistirte... Querido padre, vive, lo mismo que nosotros, en la gracia de Dios y en la espera del cielo y el santo gozo de la esperanza. Ve a tu Salvador... Sé valiente... Mira esta estampa [de Cristo crucificado] que te envío y déjate tocar por tanto amor... Escríbeme en seguida. No con promesas. Hechos... Te abrazo y te ruego que tengas compasión de ti mismo, compasión de los tuyos, compasión del Hijo de Dios que llama a la puerta de tu corazón y al que no quieres abrir...”.

No es sino un ultimátum, muy asombroso, en verdad. Sepamos resituarlo en la atmósfera de la relación familiar, de la honda y franca intimidad que une a León con sus padres, de su ferviente amor por Cristo y el vigor de sus convicciones cristianas según la formación propia de su época y, por tanto, de su imposibilidad para pensar ni por un instante en una separación eterna...

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Al fin, cuatro días más tarde, llega la feliz noticia, tan esperada: “Muy querido padre, ¡qué buena noticia me ha traído el día primero del mes de María! ¡Qué contento debes estar ahora de haber vencido un largo respeto humano! Es un gozo para nosotros vivir ahora todos de una misma vida auténticamente cristiana, vida llena de esperanza a la que seguirá la felicidad eterna. No te dejes nunca apartar de la gracia de Dios. Sigue como amigo y coheredero de todos los moradores del cielo. Has superado en valor a la mayor parte de los habitantes de La Capelle. Este acto de generosa energía ha sido muy digno de ti. Iré de vacaciones mucho más feliz que el año pasado, pues iré a vivir con unos amigos de Dios...”.

Pero aún no se da la tranquilidad completa. La misma insistente solicitud se dirige en adelante a Enrique, su hermano mayor: “No me dices nada de Enrique. ¿Es que no ha tenido el valor de acompañarte? ¿Acaso ha olvidado lo que te decía hace algunos años? Te pedía, como yo, que cumplieras tu deber y añadía: ‘Si no lo haces, es como autorizar a tus hijos a que no lo hagan’. Me acuerdo muy bien, decía esto. Entonces no le faltaba ni la fe ni el valor. ¿No debería ahora dirigirse a sí mismo estos ruegos y estos buenos argumentos? Sabía muy bien entonces que no hay que vender el cielo por un momento de pereza o de vanagloria... Que me tranquilice en seguida y me diga que nuestra alegría es completa y que nuestra familia es bendecida y amada por Dios” (2 de mayo de 1870). Algunas semanas después escribe: “Den un abrazo de mi parte a Enrique, y felicítenlo por haber reparado su retraso” (30 de mayo de 1870). La atrevida insistencia de un hijo cariñoso

¿Era necesario evocar con tantos detalles una

correspondencia tan insistente y que mira a lo más secreto de las conciencias, la libertad de las personas, un ámbito que pide por encima de todo un respeto y una gran discreción? Pero los hechos son éstos y me parece que cuentan mucho para caracterizar la relación entre el P. Dehon y su familia. Contribuyen a darnos a conocer a las personas en su temperamento concreto y hasta en la

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intimidad de su comunión, resituándolas en el contexto de su vida, en su ambiente y de acuerdo con su tiempo. El mismo P. Dehon experimentó la necesidad de citar muy por extenso estas cartas en sus “Notes sur l’histoire de ma vie” (NHV VII, 163ss.).

Sin minimizar lo que hoy puede justamente sorprendernos, entrevemos mejor cuánto y cómo quiere el P. Dehon a sus padres. Conoce el apego cordial que ambos tienen, aunque de modo distinto, a la tradición cristiana que les liga a las generaciones precedentes. Desde su más tierna infancia, fue modelado por la fe viva de su madre, por la rectitud y la tolerancia de su padre. Y, sobre todo, experimentó cómo, más allá de la adhesión explícita a la Iglesia, más allá de las devociones y las prácticas, viven la vida de un hogar fielmente unido, bajo la mirada de Dios.

La prueba que siguió a su elección de estado fue penosa para todos, pero terminó igualmente por confirmar y afinar el cariño recíproco. Sobre este afecto se sigue apoyando él, con una confianza en adelante reforzada y de acuerdo con su temperamento, en el que a la piedad filial se asocian la franqueza y la capacidad de convicción. Entiende bien que puede resultar insistente, hasta intransigente; puesto que, con lo mejor de sí mismo -como las presentes reflexiones quisieron manifestar-, sabe y profesa que de su familia misma ha recibido todo lo que es, incluidas la alegría y la educación en la fe: en ella existe un patrimonio espiritual que no puede perderse. Él quiere a su familia en la esperanza de la felicidad presente y futura de cada uno. Como él mismo dice, amar a Dios y amar a los suyos, realizando su propia vocación y su mismo desarrollo, es todo uno. 8. EL ENCUENTRO CON DIOS, EN LO MÁS HONDO DE LA COMUNIÓN

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Hemos sido conducidos, pues, a recoger cuanto hay de más profundo y de más estable, y también de más emotivo, en los vínculos que el P. Dehon vivió con su familia. Todo lo precedente lo supone con claridad, a menudo de manera muy manifiesta. Pero nos es necesario volver a ello, al menos brevemente, y recordar para ello algunas de las páginas en las que él nos cuenta su infancia y, después, lo que significó su comunión con sus padres durante sus últimos años y más allá de su muerte. Son, de nuevo, unas confidencias en las que se entrega por completo: es imposible resumirlas sin perder mucho de su sabor, de su riqueza. No puedo sino recomendar la lectura, especialmente, de las primeras páginas del primer cuaderno de “Notes sur l’histoire de ma vie”. “Mi madre fue para mí uno de los mayores dones de Dios”

Como era muy frecuente en muchas familias hasta hace

poco, los nombres que al nacer recibía el niño llevado a bautizar se insertaba en una sólida tradición cristiana. El pequeño Dehon se llamará León Gustavo. Pero, como el mismo León precisará más tarde, será León el Grande o León Magno. Más allá de la veneración que tendrá siempre por este gran Pontífice y Doctor de la Iglesia, este nombre le evoca todo el cariño y el sufrimiento de su madre. “A mi madre le gustaba el nombre de León. Me lo puso en recuerdo de un angelito, mi hermano mayor, muerto a la edad de cuatro años, algunos meses antes de mi nacimiento. Este ángel había sido muy querido... Mi madre me llevaba a menudo junto a su pequeña tumba de mármol en el antiguo cementerio. Nunca vi a mi madre hablar de él sin llorar...” (NHV I, 2v). “El nombre de Gustavo era el de mi padrino, hermano de mi padre. Mi madrina fue la hermana menor de mi madre. Le estoy agradecido. Tuvo una feliz influencia en la familia por su fe sólida y su ardiente devoción...” (ibid. 2v-3r). Después añade: “Podría hablar del conjunto de mi familia: en ella encontraba edificación, sobre todo en las hermanas de mi madre, que habían recibido la misma educación que ella” (Ibid., 12r).

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Más tarde, nos habla detenidamente de sus padres: primero, de su madre, y muy despacio: “Mi madre fue para mí uno de los mayores dones de mi Dios y el instrumento de un millar de gracias. ¡Qué dignidad de vida, qué fe, qué virtud, qué corazón el suyo! Nuestro Señor la amó mucho, puesto que le hizo tantas gracias... La mayor gracia de mi madre fue la de ser educada en el internado de Charleville... Era casi una casa del Sagrado Corazón..., el espíritu de esta casa era ciertamente el espíritu cristiano, el espíritu de Dios... El recuerdo de mi madre aparecerá con frecuencia en estos apuntes. Quiero sólo dar gracias aquí a Nuestro Señor por haberme iniciado por medio de ella en el amor de su divino Corazón...” (ibid., 3v-4v). A dos jóvenes novios cuya unión va a bendecir, les confía con interés su experiencia más secreta: “El mejor don” que podemos recibir de Dios es el de “una madre cristiana”. Y, cuando le es posible visitar a algunas familias de alumnos del colegio “San Juan”, se goza y trae a la oración siempre el recuerdo de su madre: “Visitas a buenas familias de alumnos en Lehantcourt y en Vergnier. Sus madres, de familias piadosas y dignas, me recuerdan a mi madre. Aún te doy gracias, Dios mío, por haberme dado a mi madre, se lo debo todo. Estas almas cristianas son fruto de la educación de los conventos” (NQT V/1890, 8v-9r).

Sobre todo, esto, la educación cristiana y, más precisamente, el amor del Corazón de Jesús, el gusto por la oración, el celo de la caridad, la dulzura y el valor, “el poderoso apostolado del ejemplo”, en definitiva, quedará grabado en él desde su infancia, cuando evoque el recuerdo de su santa madre. “Me sometía a la constante acción de mi madre y, a pesar de mi despiste, tomé gusto poco a poco a la piedad y a las cosas religiosas... Mi madre me enseñó pronto a rezar... La hermosa alma de mi madre pasaba un poco, de este modo, a la mía, aunque no completamente, por mi ligereza... [En la iglesia] rezaba con ella o, más bien, ella rezaba por mí. Yo no sabía bien lo que era rezar. Ella me llevaba a los oficios dominicales y, algunas veces durante la semana, a la bendición con el Santísimo” (ibid. 6r-7v). Será esto lo que recuerde ante todo de sus años de adolescencia, cuando en

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vacaciones vuelve de Hazebrouck a La Capelle: “Me gustaba mi antigua iglesia e iba gustoso a ella. Mi madre me hacía bien, me apoyaba y me enseñaba a rezar. Hablábamos juntos de piedad” (ibid., 29v). ¡Dios mío, gracias por el padre que me diste!

Es muy diferente el recuerdo que León nos ofrece de su

padre, pero está lleno también de afectuoso reconocimiento. Con la perspectiva del tiempo, aquel desacuerdo que hizo mucho daño está totalmente redimensionado. Queda el testimonio de un hombre que en la comunión familiar supo transmitir una herencia de valores muy humanos: León los recibe como “un bien de mucha ayuda” para su misma vida cristiana. He aquí una larga cita llena de matices, pero muy positiva y calurosa, es la relectura de una vida y vale más que cualquier comentario.

“Mi padre no tuvo el beneficio de una educación totalmente cristiana... Conservó de su educación familiar el espíritu de equidad y de bondad que caracterizó toda su vida. Dejó en el colegio la práctica de la vida cristiana, conservando el respeto y la estima por ella. Lo que le quedaba de fe debía crecer progresivamente, sobre todo gracias a la influencia constante de mi madre, a sus oraciones y a sus sacrificios. Yo rezaba por él desde que tuve conocimiento de las cosas de la fe. ¡Cuántas veces en el colegio y, sobre todo, en Roma me veía derramando lágrimas por su salvación!

Desde el colegio le hablaba de la fe y de la práctica cristiana. Volvió a Dios, una primera vez, en una peregrinación piados a Notre-Dame de Liesse, pero después se dejó de nuevo llevar. Su estancia en Roma, la bendición de Pío IX y las emociones de mi primera misa debían acabar la obra de la gracia en esta alma que Nuestro Señor tanto amó. Sus tres meses en Roma fueron la gran gracia de su vida. Allí rehizo toda su educación cristiana. Su fe encontró allí un crecimiento diario. Una peregrinación a Lourdes le dejó también una impresión imborrable.

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Encontraría yo en la ternura de su afecto paternal para

conmigo una ayuda muy grande para el total desarrollo de mi educación e incluso para mi vida cristiana. No tuve que enfrentarme con él más que en lo de mi vocación. La puso a prueba. El Señor lo permitió. Me sostuvo y me condujo al puerto. –Te doy gracias, Dios mío, por habérmelo dado. Me siento unido a él más que nunca. Es dulce su recuerdo, me ayuda y me reconforta” (NHV I, 4v-5v). La comunión en la oración con los vivos y los difuntos

Han transcurrido muchos años cuando León escribe esta

frase. Entonces no recuerda más que lo que para él, a los ojos de Dios, le parece que es lo más precioso. Pero, si le seguimos hasta el final en su correspondencia con los suyos, podemos ver cómo esta profunda unión corresponde de hecho a lo que a lo largo de los años fue su contacto en torno a lo esencial.

Por su familia, León tiene conciencia de ser beneficiario de una larga tradición cristiana de la que él se considera feliz y orgulloso: “Existe una satisfacción legítima cuando se encuentra en los propios antepasados una vida honorable y cristiana” (NHV I, 93v). Al bendecir una boda en la familia (Paul Penant – Margarita Rondeaux, el 22 de abril de 1914), felicita a los jóvenes esposos por esta celebración cristiana: “Somos de la estirpe de los hijos de Dios... Es un matrimonio cristiano el que vais a contraer, como vuestros padres, como vuestros antepasados”.

Repetidamente, siempre con esa discreción que le libra de la efervescencia sentimental, quiere de todo corazón reiterar a los suyos su alegría por encontrarlos a menudo en la oración. Ya lo hemos visto claramente en relación con su reunión en Roma, en los grandes momentos de su ordenación. Pero, mucho antes de estos acontecimientos, que son como una cumbre, sobre todo, después, ocurre lo mismo. Dice a su padre: “Mañana rezaré a tu patrono por ti... Da gracias a Dios por la felicidad de tus hijos... Te deseo la

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dicha y la paz del alma y te ruego que des por mí un abrazo a mi querida madre, después a Enrique, a Laura, Marta, mamá Dehon y Marta...” (11 de abril de 1866). “Sería feliz de estar junto a ustedes como Enrique, pero no es ésa la voluntad de Dios. Lo compenso rezando a menudo por ustedes, varias veces al día. Es la mejor forma de poder testimoniaros mi cariño” (28 de febrero de 1867). Y a su madre le dice: “Mantén por la oración las gracias que has recibido en Roma y pídelas para tus hijos...”.

Durante el verano de 1873, después del importante Congreso de directores de obras obreras en Nantes -el primero de los numerosos Congresos en los que, poco a poco, el joven sacerdote adquirirá una fama nacional-, realiza una peregrinación a Lourdes con sus padres y sus tíos Penant-Vandelet, de Vervins. Con ellos, vive allí nuevamente intensas jornadas de fe y de religiosidad: “Mi padre se emocionó especialmente en ella. Pasamos mucho tiempo ante la Gruta, donde tan bien se reza. Tenía yo muchas gracias que pedir para mis obras, para mi familia, para mí mismo” (NHV X, 88). Después, al regreso y también en familia, están las peregrinaciones a Nuestra Señora de la Garde, en Marsella, “donde rezamos con todo nuestro corazón”: a Nuestra Señora de Fourvière, en Lyon, a Ars y a Paray-le-Monial, finalmente. “Hemos rezado a gusto allí y terminamos con las más dulces emociones este hermoso viaje familiar que dejó a mis padres tan buenos y tan preciosos recuerdos y que contribuyó a robustecer la fe de mi padre” (ibid. 95).

Con frecuencia, podría decirse que en casi todas sus cartas, vive por la oración su comunión con todos, recordando a los difuntos de la familia. Dice a sus padres en Navidad de 1865: “Querría enviaros... unas cartas para mamá Dehon, Enrique, Laura y mi tío... Mi pensamiento va a menudo a cada uno de mis parientes, sobre todo en estos días de fiesta, y pido para ellos la felicidad temporal y eterna. Es el mejor deseo que puedo enviarles. No olvido en absoluto a los difuntos. No sabría deciros cuánto siento no poder estar con ustedes en estos días en que el espíritu de familia está en todo su vigor. Pero es necesario que se haga la

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voluntad de Dios” (27 de diciembre de 1865). A principios de enero de 1868, al enviarles su felicitación, dice: “No estuve con ustedes el 1 de enero, pero mi pensamiento me llevaba con toda naturalidad a ustedes, sobre todo en el santo sacrificio. Me unía en espíritu a sus santos patronos y a sus ángeles, para pedir a Dios que les bendijese, y pedía a mi hermano León, que es un ángel en el cielo y al que les encarezco que invoquen con frecuencia para que proteja a nuestra familia”. La muerte de un justo

Los años 1880-1883 traerán al P. Dehon graves

preocupaciones y pesadas cruces. Volverá a ellos con mucha frecuencia al trazar la historia de su vida. El decreto republicano de supresión y expulsión de las congregaciones no autorizadas, el incendio de una parte del Colegio “San Juan”, la sobrecarga de trabajo, las dificultades internas en su jovencísima Congregación y las consecuencias para él en la diócesis y en Roma...; son muchas las pruebas que de nuevo quebrantan su salud siempre frágil. Y la muerte de sus padres. Seguirle en estos momentos dolorosos -son abundantes las cartas y los apuntes- nos permite completar lo que sabemos de su agradecido cariño y de su fe. Sobre todo aquí, nada puede reemplazar a su propio testimonio.

El señor Dehon falleció el 11 de febrero de 1882. “En su última enfermedad, Nuestro Señor, que lo quería, le colmó visiblemente de sus gracias. Fue admirable en paciencia, en dulzura, en discreción, en delicadeza, en caridad. Se extinguió en un acto de puro amor de Dios” (NHV I, 5r y v). León pudo acompañarlo casi hasta el final de su agonía, y lamentará mucho no haber podido asistirle en sus ultimísimos momentos. Al día siguiente, comunicando la noticia a algunas personas con las que se relacionaba, escribe: “Mi pobre padre ha sido admirable en la fe y en la caridad hasta el final. Sus disposiciones han sido admirables [subraya esta última palabra]. ‘Me voy, decía, con la confianza de que mis hijos conservarán el honor de mi apellido’. Decía esto con una actitud muy noble, tendiéndonos ambas manos. Hizo

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generosamente su sacrificio. ‘Os quiero mucho, pero soy dichoso de ir a ver a Dios’. Es la muerte de un justo. La bendición de Dios era palpable al lado de este lecho fúnebre”. Y añade: “Mi padre estuvo valiente, pero sollozó de vez en cuando” (cartas de 12 de febrero de 1882).

El P. Dehon mismo recibe de muchos amigos un testimonio de solidaridad y de admiración que le marca profundamente. Así, el abbé Bougouin, antiguo condiscípulo en el Seminario de Roma, le escribe: “Entreví a su padre cuando la ordenación, y el recuerdo de su primera misa me lo hace ver todavía, adelantándose con su madre para ir a arrodillarse delante de usted. Usted me habló de las gracias de que esa estancia en Roma fueron ocasión para el alma tan querida que acaba de dejarles. No dudo de que habrá sido consolado con una de esas muertes cristianas que son la mejor prueba de las bendiciones de Dios sobre las familias” (28 de febrero de 1882). “¡Qué dulce la muerte, cuando se ha amado al Sagrado

Corazón!”

Trece meses más tarde, el 19 de marzo de 1883, se apaga a

su vez la señora Dehon, después de años de debilitamiento. “Tres años antes, mi madre había tenido un ataque de parálisis. Se había repuesto un poco, y se preparaba despacio a la muerte. Estábamos siempre muy unidos. Cuando iba a verla, tres o cuatro veces al año, me pedía siempre que tuviéramos una conversación sobre la vida interior... Acabó agregándose a nosotros mediante la profesión de víctima del Sagrado Corazón...” (NHV XIV, 144).

El abbé Petit, cura de Buironfosse y amigo muy cercano de la familia, había podido visitar con frecuencia a la enferma: escribe al P. Dehon sobre cómo su santa madre, asociándose espiritualmente a la obra de su hijo y con su mismo celo, hizo de sus últimos años una especie de coronación de toda su vida. Así, le dice el 11 de mayo de 1880: “Ella se ve desde ahora como su novicia... Su pena es no poder, como los años anteriores, salir para

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animar a algunas personas a recibir la sagrada comunión durante la semana del Sagrado Corazón. Pero tiene el propósito de enviar unas notas para no perder ocasión de hacer honrar al Corazón del Salvador”.

El P. Dehon escribe en sus apuntes: “El 19 de marzo de 1883 llamó Nuestro Señor a él a mi madre. ¡El 19 de marzo!, el hermoso día de la fiesta de san José, patrono de la buena muerte. ¡Había ella querido y honrado tanto a san José!... Su vida fue una vida de trabajo, de piedad, de virtud. Como auténtica mujer fuerte, se levantaba siempre la primera y cuidaba admirablemente de su casa. Fue siempre dulce y paciente. Tuvo una gran dignidad. Era una matrona cristiana. Contribuyó a fundar en La Capelle la cofradía de madres cristianas. Era admirablemente fiel a todas sus prácticas de piedad: rosario, lectura espiritual, oraciones y cofradías... Pudo decir, al morir: ‘He mantenido la fe, he concluido mi carrera’ [2Tim 4,7]. Ella, que preparó indirectamente mi vocación, logrará mi salvación” (NHV XIV, 148-149).

Como en el caso de su padre, León no pudo estar a la cabecera de su madre al morir: Sufre mucho por ello: “Es el sacrificio dentro del sacrificio”; pero se llena también de admiración cuando sabe que su madre murió rezando una oración animosa con deseo del cielo: “Nuestro Señor mismo la ha preparado... Una señal de sus libros me deja como testamento el capítulo siguiente: ‘Dios hace el vacío en torno a los corazones que quiere absorber completamente’... La última hoja que había arrancado de su calendario llevaba las palabras de Margarita María: ‘¡Qué dulce es morir cuando se ha querido al Sagrado Corazón!’... Jesús me llena de gracias poniéndome un poco en la cruz con él. Nadie ha conocido como yo las riquezas de esta alma. Es la mitad de mí mismo la que está ya en el cielo. ¡Qué confianza me da su dulce muerte!” (cartas de 20 de marzo de 1883). “Tengo en el cielo un conjunto de piadosos parientes que hace

falta que vaya a visitar”

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En adelante, el P. Dehon rezará y hará rezar mucho por sus padres, especialmente por su padre. Invita a ello muy especialmente a su hermano Enrique. Pero muy pronto, convencido de que ellos han sido misericordiosamente acogidos en la plenitud del gozo en el cielo, se dedica sobre todo a encomendarse a ellos, en particular a su madre: por él, por su doble familia, sus allegados y por la Congregación... A su vera, en la tumba del cementerio que se convertirá para él en un “lugar de peregrinación”, y robustecido con la certeza de reencontrarlos en un futuro en Dios, buscará en esta comunión la expansión de aquella que comenzaron aquí abajo. De aquí saca el socorro cuya necesidad siente muy vivamente: la paz, la fuerza y el consuelo, la llamada de su ejemplo y el valor de la esperanza.

Sus numerosas confidencias -a menudo, sencillas alusiones-, particularmente con motivo de visitas a La Capelle y a Nouvión, dan claro testimonio de la fidelidad de su afecto y de la hondura de la comunión. En verdad, el recuerdo de sus parientes forma parte de su vida más íntima, están presentes en su corazón y en su plegaria en todas las ocasiones. Por ejemplo, en los años difíciles de 1886 a 1889. Escribe el 25 de septiembre de 1886: “Entierro del señor Decano en Nouvión. Pienso con provecho en mi último fin. Este cementerio contiene muchas tumbas de mi familia. La unión de pensamiento me beneficia” (NQT III/1886, 57). En verano de 1887 participa en la peregrinación nacional de Lourdes y pasa por Bétharam: “El recuerdo de mi padre y de mi madre me acompañan a lo largo de este vía crucis que ellos hicieron en el pasado conmigo. Pido a mi madre que me ayude, ella que debe estar junto a Dios” (NQT III/1887, 112-113). En diciembre se encuentra en La Capelle para los funerales de un pariente, el señor Hérigny: “Me parece que mi santa madre ha logrado hoy muchas gracias para mí y para la Obra. Su recuerdo me hace bien y tengo confianza en su ayuda” (NQT IV/1887, 11r). Algunos días más tarde, escribe: “Un aniversario familiar me llevó ayer [3 de mayo] al Nouvión. Los recuerdos de mi madre y de mi familia me hacen bien. Me doy cuenta de que tengo ya en el cielo

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todo un conjunto de parientes piadosos que hace falta que vaya a visitar, especialmente mi madre” (NQT IV/1888, 12v).

Más tarde, en junio siguiente, dice: “Viaje al Nouvion y a La Capelle. Todos los recuerdos de mis padres y de mi juventud reviven en mi memoria: sobre todo, el de mi piadosa madre, mi primera comunión, los primeros momentos de mi sacerdocio y la muerte de mis padres. Debo dar gracias y reparar” (ibid, 47v). El 4 de marzo de 1889 escribe: “He bautizado a mi sobrinito Juan en La Capelle. ¡Que este niño se convierta andando el tiempo en un apóstol! La gracia de esta jornada ha consistido para mí en la oración junto a la tumba de mis padres. ¡Hace ya seis años que mi madre está con Dios! ¡Cómo quiero reunirme con ella! Debe estar en la gloria y pide por mí. Su recuerdo me fortifica” (NQT IV/1889, 79v). Algunos meses más tarde, cuando las dificultades en San Quintín, que son para él unas “pruebas terribles”, “una situación mortal”, dice: “Voy a La Capelle. El recuerdo de mi madre y la oración junto a su tumba me fortalecen, aunque me destrozan el corazón” (ibid., 96v). Poco después: “Mi hermano Enrique está muy enfermo. Voy a verle. Voy siempre a gusto a hacer una peregrinación a la tumba de mis padres. Recuerdo su bondad, les cuento mis penas, mis temores, mis esperanzas. Miro a mi madre como a mi abogada fiel y poderosa ante Nuestro Señor” (ibid. 97r bis).

No hay aquí más que una evocación muy parcial de esta comunión con sus queridos difuntos. Es una comunión que lo alimenta a diario en el silencio de su vida de trabajo y de oración: como se puede seguir observando en Bruselas, organizó su habitación como un verdadero y modesto “santuario” personal. En compañía de Jesús y de los santos, experimenta allí la reconfortante presencia de aquellos y aquellas que ama y que le acompañan en su deseo de Dios: “¡Cuántas peregrinaciones piadosas puedo hacer sin salir de mi habitación! Aquí tengo unas reliquias de la verdadera cruz y de gran número de santos, así como las imágenes o estampas de mis santos protectores: es un santuario. Las estampas, portarretratos y recuerdos de mi madre, de

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mi padre y de algunas personas amigas de Dios llevan también mi pensamiento al cielo” (NQT IV/1888, 21v-22r).

En este encuentro vivificante se entrelazan en él el vigor de su fe cristiana y la fidelidad de su agradecimiento; para nosotros, expresa su viva sensibilidad y la fidelidad de su afecto.

Pasan los años, y esta fidelidad de su recuerdo permanece; y no falta ocasión de reavivarlo en los mismos lugares que mejor lo evocan: podríamos multiplicar los testimonios. Así, el 1 de septiembre de 1895 escribe: “Una jornada en La Capelle. Visita a mi familia y a las tumbas de mi familia. El cementerio es como el área en la que Dios lo reúne todo, el trigo y la paja, y luego separa el buen grano. ¡Cómo hablan al alma estas tumbas!” (NQT XI/1895, 32v). Y a comienzos de agosto de 1897: “Mi familia esperaba una visita y estuve tres días con ella. Guardo allí recuerdos muy queridos, sobre todo ese cementerio de La Capelle en el que descansan muchos de los míos. Mi madre fue la que tuvo en mí la mayor influencia, y su tumba me habla aún con una suerte de autoridad que me penetra” (NQT XII, 1897, 72). En julio de 1899: “Paso tres días en La Capelle. El recuerdo de mis padres me beneficia siempre y la visita al cementerio me hace siempre bien. Lo debo todo a mi madre: la fe, la piedad y la educación cristiana de Hazebrouck que preparó mi vocación” (NQT XIII/1899, 157).

A medida que avanza en la vida -una vida plenamente entregada, a la que hasta el final sigue adhiriéndose con todas las fibras de su ser-, a medida que las preocupaciones por la salud se hacen más frecuentes, se precisa con el recuerdo un pensamiento que la realidad nunca le ha abandonado: la cercanía de su propio regreso a Dios, la urgencia de prepararse bien a él. Y, una vez más, se dispone a él con sus queridos difuntos, parientes y amigos, aun continuando con todo su celo un servicio eclesial que no cesa de extenderse. En 1894, en lo más fuerte de su compromiso social en pos del Papa León XIII, escribe: “Visita a La Capelle. Mi hermano va a dejar la casa familiar. En ella nací, en ella me enseñó a rezar mi buena madre. Estos recuerdos me impresionan. Recorro el

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cementerio: ¡cuántos apellidos conocidos! Allí están casi todas las personas con las que me relacioné de niño: llegará un día, se acerca cada día. ¡Señor, ven a socorrernos! [Ps 44,26]” (NQT VI/ 1894, 45r y v).

En noviembre de 1902, cuando las preocupaciones se acumulan, cuando son inminentes en Francia las decisiones de expulsar y suprimir a su Congregación, recobra vigor en la tierra y en el medio en los que echó raíces: “Visita emocionada a la tumba de mis padres, a la tumba de mi madre. ¡Cuántos amigos y protectores tengo en el cielo y qué poco me aprovecho de ellos! En particular, estoy impresionado de leer en las tumbas del cementerio los apellidos de la mayor parte de mis conocidos de otro tiempo. También me encuentro en la población a algunos ancianos que conocí jóvenes y vigorosos. ¡Pronto será mi turno de comparecer ante Dios!” (NQT XVIII/1902, 30-31).

A finales de julio de 1909, después de un mes de conferencias espirituales en Sittard, seguidas de la visita a las comunidades dehonianas en el Oeste de Francia, recala en Lourdes y en Paray-le-Monial, dos lugares santos en los que el recuerdo de sus padres le habla al corazón. Después se detiene en La Capelle. Son los días en que coinciden con el aniversario de su redacción de las Constituciones de la Congregación, en el convento de las Hermanas Siervas. Relaciona estrechamente la comunión en su infancia con el comienzo de su fundación: “Termino en La Capelle. Es siempre para mí una peregrinación el volver a ver la iglesia de mi bautismo y mi primera comunión y la tumba de mis padres. Del 16 al 31 de julio escribí mis primeras constituciones durante unos santos ejercicios en las Hermanas. De esta quincena de gracia data verdaderamente la fundación de la Obra” (NQT XXIV/1909, 87).

“La unión íntima de la Iglesia del cielo y la de la tierra”

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Doce años más tarde, son los años terribles de “la gran guerra” de 1914-1918, que diezma su patria -que él ama tanto-, divide a su Congregación, presente a ambos lados del frente y retrasa su desarrollo; a él mismo le obliga a un severo exilio en San Quintín. La paz de 1918 le procura, por fin, la inmensa alegría de participar en la progresiva reanudación de su obra en la unidad y con una gran expansión. Pero es muy mayor, sus fuerzas declinan, como experimenta un poco más cada día. Vive su vejez con gran sencillez en la oración que, con humildad y sentimiento de sus faltas, se hace sobre todo abandono y serena confianza.

Con progresiva frecuencia, saborea por adelantado el gozo indecible de recuperar en torno a nuestro Señor en la comunión trinitaria, con los santos y las santas de todos los tiempos y, sobre todo, con aquellos y aquellas del Corazón de Jesús, a todas las personas que ha querido: sus padres, sus allegados, tantos y tantos amigos... Para él, que ha conservado siempre la fe sencilla y vigorosa de su infancia, “la intima unión de la Iglesia del cielo y de la de la tierra” (NQT II/1869, 23) ha hablado siempre mucho a su corazón. Pues gusta meditar que la Iglesia ha nacido del amor del Corazón de Dios manifestado en el Corazón de Cristo; gracias al Espíritu, la Iglesia está formada ante todo por personas en relación de caridad y en comunión de vida, que reciben juntas de aquel que “nos amó hasta el extremo, hasta el fin”.

Al atardecer de su vida, esta “comunión de los santos” se hace lo más claro de su esperanza. Le agrada decirlo muy a menudo: en torno a la Eucaristía su oración se unifica y se simplifica, se convierte en alabanza y gloria dadas al Padre, en Cristo, por él y en él en la unidad del Espíritu, que se prolonga después largamente en un inmenso “memento”. Invita a él a aquellos y aquellas que han sido sus compañeros cada día en la fidelidad y en el agradecimiento. Entonces pasa como naturalmente de su misa de la tierra a la gran misa del cielo, que para él es “la misa perpetua”. Y es evidente que en esta cita, de la que él saca la fuerza para la vida cotidiana, su madre y sus parientes ocupan el mejor lugar entre todos esos “amigos que le esperan”.

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“Vivo mucho con todos mis amigos del cielo: mis padres...”

Aquí aún nos gustaría citar con profusión sus numerosas

confidencias. He aquí sólo algunas expresiones, entre muchas otras, tomadas de los últimos cuadernos de las Notes Quotidiennes. “Esta corriente de pensamiento de la comunión de los santos es la que la gracia me inspira con fuerza desde hace largo tiempo. Es mi oración diaria” (NQT XXXIX/1915, 33-34). “Vivo mucho con todos mis amigos del cielo: mi piadosa madre, mis santos directores..., mis parientes y amigos, mis hijos espirituales...” (NQT XLIV/1923, 75).

La lectura de un libro sobre “Nuestros muertos” le “ayuda mucho en la vida interior, me hace vivir con mi cielo, con todos mis parientes, amigos, directores, colegas, dedicados a alabar a Dios, pero todos también bienhechores y caritativos para conmigo. Su recuerdo se aviva, yo los siento presentes, les rezo y tengo confianza en su intercesión... Me han querido, me quieren todavía y me atraen hacia ellos” (NQT XLIV/1924, 100-101). “Estoy en los últimos capítulos de mi vida y en el vestíbulo del cielo. No pienso más que en todos aquellos a los que iré a ver pronto: Jesús y María..., especialmente mis santos patronos y aquellos que he honrado particularmente, tantos parientes, amigos...” (ibid., 103). “Vivo mucho con mis muertos: mis padres, amigos, antiguos directores, antiguos alumnos, un centenar de mis religiosos...” (ibid., 139-140).

La comunión con “sus” muertos en el deseo del cielo se aviva durante los últimos meses, en 1925. La muerte de su amigo René de la Tour du Pin le “recuerda las hermosas amistades que la Providencia me ha dado. No puedo citarlas todas”. Pero cita bastantes y continúa en bastantes páginas: “Asisto a la misa mayor perpetua del cielo: Jesús, que se ofrece a su Padre...”. El P. Dehon se une a la liturgia del cielo con los ángeles y los santos, “los amigos de Jesús”, “con los devotos de la Eucaristía”, los fundadores... “Invoco a los santos ángeles, a mis patronos y a todos

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mis amigos del cielo, en donde tengo tantos parientes y amigos: mi madre, mis directores, mis santos protectores, cohermanos, condiscípulos... Pienso constantemente en el cielo, vivo con mis protectores y amigos de allá arriba, me consumo por verlos pronto...” (NQT XLV/1925, 6-15). El 9 de febrero muere Laura, su “piadosa cuñada”, tres años después de Enrique, su hermano. Escribe: “No voy al cielo hacia lo desconocido, hay todo un mundo que me espera” (ibid., 42).

Lo mismo sucede en su correspondencia. Leemos en alguna de sus últimas cartas: “Vivo mucho más con nuestros amigos del cielo que con la gente de la tierra. Todos mis viejos conocidos se han ido al cielo. Los vuelvo a encontrar allí por grupos, pensando en los países en que he vivido. ¡Valor! Llevemos la cruz hasta el final, no estará muy lejos. Unión en el Corazón de Jesús” (29 de enero de 1925). A uno de sus primerísimos religiosos y de sus mejores amigos, que morirá al día siguiente de su propia muerte, le escribe: “Somos de aquellos que debemos prepararnos para un gran viaje... Ya no vivo en espíritu sino en la otra vida. Vivo con la Santísima Trinidad, con el Sagrado Corazón, con María y José, con mis patronos y amigos del cielo. Recuerdo a todas las personas piadosas que he conocido en mi vida, pienso en verlas pronto... Recemos el uno por el otro” (30 de mayo de 1925). 9. DE SU FAMILIA, LAS RAÍCES HUMANAS: UNA POBLACIÓN, UNA REGIÓN, UNA PATRIA

Así, pues, el P. Dehon a lo largo de todo su recorrido terreno, vivió intensamente la comunión con su familia. Los sentimientos humanos estaban enriquecidos por la fe cristiana, y el afecto compartido en esta tierra se abre a la fuerte esperanza del reencuentro definitivo en la plenitud de la vida en Dios. Aunque sea sucintamente, dejando de lado muchos detalles para no multiplicar las citas -que ya son abundantes-, podemos recoger la riqueza de esta comunión: la delicadeza de corazón, la espontaneidad y el realismo, la fidelidad en medio de las pruebas y

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más allá de la muerte y, sobre todo, la convergencia entre la humana gratitud filial y la alabanza a Dios. La importancia de reconocer estas raíces

Todavía más sumariamente, pero siempre con el deseo de

conocer mejor la personalidad del P. Dehon, nos es necesario ahora ampliar un poco nuestra visión. Ya que, por su familia, a través de la sucesión de las generaciones, el P. Dehon se sabe íntimamente solidario de una población, de una región, de una patria y, en último término, de un mundo, de la humanidad: tiene una conciencia muy despierta de tantos lazos, que forman parte de esa clase de raíces humanas que nos marcan a todos y a cada uno, aunque no todos les prestemos la misma atención.

El P. Dehon es muy sensible a ellas. Sabe que para las personas, las sociedades, para la Iglesia de Cristo y, en primer lugar, para él mismo, este recurso al pasado, esta vuelta por la historia, son una clave indispensable para adquirir una mejor comprensión y para disponerse a una acción decidida sobre el presente. La escucha de la historia en todas sus dimensiones, escucha mantenida viva en el corazón y enriquecida por el estudio, contribuye a construir una personalidad a través de la percepción justa de la herencia recibida, de las influencias y de los condicionamientos que la han marcado. Aquí es donde se nutre especialmente la conciencia de la identidad profunda; aquí, donde se recargan las fidelidades tenaces que conceden unidad y coherencia a una existencia que, por lo demás, es muy flexible, fecunda en imprevistos y en las iniciativas más variadas. Un árbol -y Dios sabe lo que el P. Dehon admiró los grandes árboles de nuestros bosques- se desarrolla tanto en ramas anchas como en hojas y en frutos, y durante largos años, ya que hunde sólidas raíces en lo más profundo de una tierra sana.

La vuelta a los antepasados: la genealogía

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Este interés por el pasado familiar lo manifiesta el P. Dehon muy pronto, en particular, por medio de eso que en nuestros días se ha convertido en una ocupación bastante corriente: la investigación genealógica. “Creo que es una curiosidad que no tiene nada de censurable” (NQT XIII/1899, 121).

Durante sus vacaciones de verano de 1861, “una visita familiar a Dorengt, en el cantón de Nouvion, despierta en mí la idea de hacer algunas investigaciones sobre el origen de mi familia. La iglesia de Dorengt contiene hermosas lápidas que hablan de la piedad y de la caridad de mis antepasados en los siglos XVII y XVIII. Examino las inscripciones del registro civil de Dorengt...” (NHV I, 92v). De este modo, llega a algunos resultados y lamenta no poder clarificar más unos puntos inciertos, anotando: “Hay una satisfacción legítima cuando se encuentra en los antepasados una vida honorable y cristiana” (ibid., 93v).

Mucho más tarde, en verano de 1896, se dirige a Albert, en la Somme y luego a Hon y Bavay, en el Norte, y escribe: “Hacía tiempo que deseaba ir a rezar a la región de donde salió mi familia, y he tenido ocasión de hacerlo” (NQT XI/1896, 64v). Como hace siempre, lo que ve, el castillo, la abadía de Lobbes... lo enlaza con el rico pasado de la región. Recuerda nombres, trata de reconstruir situaciones. Y de nuevo dice: “Deseaba rezar allí desde hacía tiempo: ¿no son nuestros antepasados unos amigos y unos intercesores ante Dios?” (ibid., 65r).

En 1899 se refiere a una investigación más laboriosa (NQT XIII/1899, 121-127). A partir de los informes recibidos de archiveros de Lille y de Mons, recorre la historia de la familia desde “la pequeña parroquia, tierra o señorío de Hon, Hon-Hargies, Tasnières sur Hon, cerca de Bavay” (ibid., 121-122). Recoge la ortografía sucesiva (Huoi, De Hon, Dehon), reconstruye las armas o el escudo, describe las alianzas y las funciones (regidores, cortesanos de Mons. cruzados, recaudadores...), las migraciones. Sabe que, por carecer de tiempo, su pesquisa quedará muy incompleta, pero intenta llevarla hasta su padre, Julio Alejandro

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Dehon. Aún lo recalca: “La nobleza de origen no es nada, lo que importa es servir a Dios y salvar la propia alma”.

Vimos su intención, comunicada también a su hermano Enrique, de lograr mejor información sobre una posible extensión de la familia Dehon en los Estados Unidos, hacia 1750. Y, con el título de “probabilidades”, emprende igualmente la investigación acerca de la familia de su madre: la familia Van de Let, de origen flamenco u holandés, y la familia Fournirer, de Compiégne. “Mi abuela Fournier, muy piadosa, puso a sus hijas como internas en “La Providence” (después, “Le Sacré Coeur”) de Charleville. Así preparó a mi santa madre, y las tres hermanas de mi madre fueron también muy piadosas” (Manuscrits divers, p. 1.188). La Capelle, donde nació

En el siglo XVII, los De Hon se establecieron en Dorengt,

cerca de Guise, en donde eran administradores de la propiedad señorial de Ribeaufontaine. Más tarde, a comienzos del siglo XVIII, llega a La Capelle una rama de la familia. Durante la Revolución, Adrián José, bisabuelo de León (1730-1823), director de correo en La Capelle, transforma el apellido en Dehon. Muy pronto, la familia aparece entre las más influyentes de la pequeña población, que tiene alrededor de 2.400 habitantes en 1880. Durante toda su vida, León Dehon -que nace en 1843- gustará de insistir en su apego a su tierra de origen.

Así le ocurre, por ejemplo, con motivo de sus primeras misas, en verano de 1869 (cf. NHV VI, 140 ss.). Ya sabemos cómo, en torno a estas importantes fechas, unos años más tarde, anotará unas impresiones, y eso que “son inexpresables”. A pesar de su tremendo cansancio, y en el solemne estilo de alguien que se reconoce a sí mismo poco dotado para el género oratorio -“pero las mismas circunstancias hablan”-, evoca a La Capelle, al comienzo de un largo sermón. A propósito de “el altar de la parroquia donde nació” recuerda todo aquello que le liga a esos lugares benditos: el don de la fe y del bautismo, “ese primer abrazo de amor que

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Nuestro Señor nos da en la primera comunión y que renueva después con la ternura de una madre” -destaquemos, una vez más, el paso casi espontáneo del afecto humano a la comunión con el Señor-. Después lleva su recuerdo a la gente de la población, a las alegrías y las penas comunes: especialmente, al gozo de la unión en la oración y al deseo de servir a Dios, el dolor de no amar bastante, de no estar suficientemente unido. Evidentemente, está muy emocionado de verse sacerdote de Jesucristo, celebrando el santo sacrificio en el seno de una comunidad humana de la que se siente muy solidario: “Señor, habla a tu Padre, pídele que bendiga a su indigno ministro, a sus venerables maestros y pastores, a sus compatriotas, sus amigos, su familia. Pídele que bendiga a esta piadosa asamblea y nos reúna a todos contigo en la felicidad de los elegidos”.

Dentro de este mismo verano de 1869 celebra otras primeras misas en Sommeron, en Buironfosse... Se nos han conservado varios de sus primeros sermones: en ellos da curso libre a “la alegría de comenzar su ministerio entre los suyos”. En septiembre, pronuncia el panegírico de santa Grimonie, que le ofrece ocasión de trazar uno de esos amplios panoramas históricos que a él le gustan; a propósito de esta joven mártir, recuerda “la gran lucha entre el paganismo y el cristianismo”, especialmente en la bendita tierra de Francia y en la región del Norte. “Morir y vencer” es la divisa de esta santa, muy venerada en La Capelle y en la región: hablando sobre ella, el predicador exhorta a sus compatriotas a heredar su testimonio de fidelidad por una vida cristiana valiente y fervorosa.

El P. Dehon tiene interés en manifestar, con mucha frecuencia y de muchos modos, su apego a la población de sus orígenes. Así ocurre en otoño de 1870, cuando la caída rápida de Sedán y después de Metz y el desmantelamiento del frente, desorganizando el ejército francés. La Capelle se rinde el 18 de noviembre, pero no será ocupada por los vencedores. En la población se acantona un regimiento del ejército del Norte: el joven sacerdote Dehon se desvive entre estos soldados

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desamparados antes de su partida para participar en los combates del Norte (cf. NHV VIII, 121). En enero de 1871 sigue atentamente la evolución de las operaciones: Vervins, Guise, Leschelle, Laon; pero, al final, “en La Capelle hemos estado providencialmente preservados; mientras que las poblaciones circundantes eran colmadas de contribuciones, nosotros escapamos de todo” (Carta a Palustre, 24 de marzo de 1871).

Durante el verano de 1871, antes de tomar “la gran decisión” de ponerse al servicio de su obispo, ayuda a su párroco en La Capelle. Estando encargado de hacer el discurso de apertura de una capillita consagrada a Nuestra Señora de la Salette, dirige a su auditorio un vigoroso llamamiento a la conversión. Se acordará de él cuando, más tarde, escriba: “Veía que mi auditorio estaba impresionado y conmovido. Este pobre lugar de La Capelle ha hecho algunos esfuerzos. Ha disminuido el trabajo los domingos, se ha reconstruido la iglesia y es más frecuentada” (NHV IX, 53-58). La Capelle, esa “peregrinación” a la que le hace bien volver

Así, al correr de los años, especialmente en torno a los

lugares que han marcado más su infancia. Se acuerda con emoción de la antigua iglesia, muy pobre, “Era casi una cabaña, triste y sin ornato” (NHV I, 7v), pero era la iglesia de su bautismo, la iglesia tan frecuentemente visitada durante todos sus años jóvenes con su madre y con sus tías... El 29 de mayo de 1886 participa en la ceremonia de la consagración de la nueva iglesia, y escribe: “Ceremonia conmovedora de por sí y muy emocionante para mí, ya que este santuario sucede a aquel en el que recibí el bautismo y la primera comunión y en el que recé a menudo con mi madre... Allí fue también donde comencé a predicar y a ejercer el ministerio. Ruego por esta parroquia en la que el servicio del Señor es muy pobre y muy imperfecto por parte de la mayor parte de las almas” (NHV XV, 58).

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En junio de 1895 llega a predicar allí el retiro de los niños que se preparan a la primera comunión, que le recuerda la suya, y dice: “Pongo todo mi corazón en este retiro. Entro un poco en comunicación con este pueblo de La Capelle, que me olvidaba desde hace quince años. ¡Cuántos recuerdos se estrechan en mi corazón! Aquí hice mi primera comunión, aquí recé con mi madre... Aquí comencé también a predicar y a ejercer el ministerio...” (NQT XI/1895, 27v). El 2 de agosto de 1900, el bautismo de su sobrino-nieto Roberto de Bourboulon lo lleva a La Capelle: nueva oportunidad de predicar en la parroquia. “Los recuerdos agradables y tristes afluyen a mi espíritu y apenas pude contener la emoción” (NQT XVI/1900, 16).

De sus frecuentes visitas a La Capelle, más de una vez recuerda algún detalle que le habla al corazón. Puede tratarse de la evolución política en la zona, un campo que le interesa mucho: “He ido a ver a mi familia. Mi hermano me dice que las ideas republicanas han ganado por completo en la región. En las últimas elecciones a los consejos de departamento, todos los ayuntamientos de la región han otorgado la mayoría a un joven candidato que se las daba de representante de las ideas nuevas. Esto prueba, una vez más, lo atinado de las orientaciones políticas y sociales del Papa. Ya no se puede ir al pueblo más que con un programa republicano y democrático” (NQT XVII/1901, 7). O también: “Viaje a La Capelle... Ceccaldi ha sido elegido diputado en esta circunscripción que era buena. Es el triunfo de la canalla” (NQT XX/1906, 48). Pero con mayor frecuencia aparece aún y siempre la unión a partir de la vida cristiana: “El 15 [15 de julio de 1908], visita a mi hermano en La Capelle con motivo de san Enrique. Recuerdo en la iglesia las gracias recibidas. Bautismo, primera comunión, primicias de mi sacerdocio. Rezo por mis padres y en unión con ellos” (NQT XXIV/1908, 31). “El 3 [3 de junio de 1912], visita de familia en La Capelle. Es una peregrinación al lugar de residencia y a la tumba de los piadosos antepasados” (NQT XXXIV/1912, 101).

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La terrible prueba de la guerra de 1914-1918, con sus consecuencias particularmente dramáticas para toda la región, viene en la práctica a interrumpir cualquier relación con ella, incluso epistolar. Pero en diciembre de 1917, cuando por mediación de Benedicto XV se rompe para él el cerrojo del confinamiento, el P. Dehon llega a La Capelle desde Bruselas, por Suiza y París, antes de llegar a Roma. Escribe: “Amable acogida en mi casa, en la que soy feliz de ver a mis dos oficiales con buena salud” (NQT XLII/1918, 4); estos “dos oficiales” son sus sobrinos-nietos Enrique y Juan, de los que gusta recordar el patriotismo y el valor en el frente.

Los años de posguerra van a estar sobrecargados de preocupaciones apasionantes: todo o casi todo está por reconstruir y los medios son insuficientes. Y ya es anciano. Pero los lazos se mantienen. Con todo el amor por su patria y con toda fuerza, desea que su Congregación pueda renacer lo más pronto posible en Francia, empezando por la Escuela Apostólica, que hubo de transferirse de Fayet a Thieu, en Bélgica. Para esta nueva escuela había pensado al principio en la población de Liesse, llevado por el deseo de ponerla bajo la protección de la Virgen María, cerca de este santuario al que le unían tantos recuerdos. Pero, finalmente, se decide por La Capelle -una decisión que, desgraciadamente, no progresará-: “Es cuestión de poner la Escuela ‘San Clemente’ en La Capelle; es necesario volver a Francia para reclutar mejor” (NQT XILV/1923, 80). “Vamos a comenzar en La Capelle. He pensado mucho y frecuentemente en ello y es también una gracia. Allí estaremos cerca de los sepulcros de mi familia, cerca de la iglesia de mi bautismo y de mi primera comunión” (NQT XLIV/1923, 79). De La Capelle a San Quintín

El desarrollo de la actividad del P. Dehon nos hace pasar

con naturalidad de La Capelle a San Quintín, que es la ciudad y la parroquia en las que, en noviembre de 1871, su obispo le “coloca”. Vivirá allí los años mejores de su más activo ministerio, aunque

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con bastantes temporadas de ausencia: además de sus numerosos y a veces largos viajes, vendrá la expulsión de los religiosos de Francia a partir de 1901 y, después, el traslado de su residencia habitual a Roma y a Bruselas durante la guerra...

Al seguirle en su relación con su familia, hemos podido captar todo lo que esta ciudad -de alrededor de 50.000 habitantes hacia 1885 y de población mayoritariamente obrera- representa para él. Habla de ella a menudo, en particular desde “su” parroquia y la comunidad de sacerdotes que la animan, así como la basílica. “Quería mucho a mi iglesia de San Quintín y considero una de las grandes gracias de mi vida haber estado adscrito durante siete años a esta iglesia” (NHV IX, 83).

Según su costumbre, traza su gloriosa historia a través de los siglos, desde el martirio del joven romano Quintín en el siglo III, hasta el embellecimiento en tiempos de los “tres reyes cristianos”. Menciona la fama de su Capítulo, “uno de los más hermosos de Francia”, y la presencia estimulante de numerosas órdenes religiosas masculinas y femeninas.

Y, alrededor de la basílica, la ciudad: las corporaciones, el ayuntamiento. Constata, no sin lamentarlo: “Ya no hay capítulo, tampoco corporaciones. Quedan unas cofradías, algunas devociones y una adecuada vida parroquial para la élite de la ciudad. Ésta era mi iglesia. Allí rezaba de corazón, la quise, ejerciendo allá un poco el apostolado, recibí muchas gracias y no entro hoy en ella sin emoción” (NHV IX, 87). Aun prestando a “la élite” el servicio de su ministerio, el joven vicario dirige su atención, sobre todo, hacia la abundante población obrera: una muchedumbre a menudo miserable, más aún que pobre, injustamente aplastada por el desarrollo inhumano de una industria dominada por el capitalismo liberal, entonces en plena expansión. Es, en verdad, una sociedad gravemente enferma, “una sociedad podrida” que compara con las caballerizas de Augias; un pueblo para el que la Iglesia está excesivamente lejana y demasiado

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comprometida con los ricos, hasta el punto de que una buena parte de la ciudad “vive en el paganismo” (NHV IX, 92-94). El ministerio en San Quintín: la escuela de la vida, la

experiencia de la Iglesia

Recoger sus reacciones, escuchar sus denuncias, seguirlo

en sus numerosas iniciativas para la “elevación de las masas populares por el reino de la justicia y de la caridad cristiana” (cf. sus “Souvenirs”, en marzo de 1912), en su acción educativa y de concienciación... no es el propósito de nuestra reflexión. Pero no podemos olvidar que, en buena parte, este “apostolado social” es el que muy pronto ocupará un lugar importante en su vida y tendrá gran resonancia en Francia y hasta en Roma; este compromiso multiforme es el que hará del P. Dehon una figura destacada en la Iglesia de su tiempo. La originalidad de su contribución en el despertar de la conciencia social en la Iglesia le viene, sobre todo, de su propia experiencia, tan concreta y circunstanciada. Por descontado que ha leído mucho, ha estudiado también mucho, ha confrontado sus puntos de vista con otros, con ocasión de numerosas comisiones y reuniones; pero quienes le formaron, sobre el terreno, fueron antes que nada las personas con las que vivió el drama de la “cuestión social”. Lo que fue determinante para este joven sacerdote, apasionado por Jesús y por su Evangelio, fue el choque insoportable de la injusta condición impuesta a tanta pobre gente, y la urgencia de vivir auténticamente la misión de aquel que vino a proclamar la Buena Noticia a los pobres. En la proximidad de corazón y de vida con la población obrera de su ciudad de San Quintín, muy particularmente, el P. Dehon profundizó y desarrolló su vocación de apóstol del Reino del Corazón de Jesús entre nosotros, mediante la lucidez y el valor de una acción eficaz y continua.

Así es como, a partir de la experiencia vivida en San Quintín, se afirma su convicción de una Iglesia que es comunidad de vocaciones diferentes y de iniciativas comunes, lo que él prolongará después especialmente al desear asociar a los laicos a su

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Obra. Entre algunas buenas familias de la sociedad de San Quintín encuentra rápidamente la ayuda que le es indispensable para iniciar lo que para él es una prioridad: reunir y ayudar a la juventud obrera. No sorprende nada que él se dirija en primer lugar a “algunas personas” de la Conferencias de San Vicente de Paúl, con las que de algún modo se siente en familia. “Empezaba a relacionarme con ellas y a hacerlas mis ‘cómplices’ con vistas al bien que había que hacer en San Quintín”. Cita muchos apellidos: los señores Julien, Guillaume, Black, Vilfort, Lehoult, Basquin, Lecot, Santerre, etc... Éstos son para él mucho más que unos apellidos y unas ayudas económicas: son verdaderos amigos, les estará agradecido siempre y reiterará su alegría por haber colaborado con ellos en la obra del Evangelio (cf. NHV IX, 80-83).

Lo mismo ocurre con los bienhechores y bienhechoras, especialmente, para el sostenimiento del Patronato San José: desde el comienzo, la inmensa mayoría de ellos pertenece a la clase dirigente de San Quintín. En las visitas o las fiestas “de puertas abiertas”, el joven vicario reúne en torno a su obra a un número creciente de suscriptores, desde el diputado Malezieux o el alcalde Mariolle hasta médicos, profesores o industriales. “Pronto se podría decir que toda la ciudad estaba manos a la obra y que se hacía el bien a manos llenas. Era la edad de oro de esta querida obra. Nuestros jóvenes se transformaban...” (NHV X, 2). El 29 de abril de 1874 añade: “La fiesta que hemos tenido ha acabado de darnos a conocer y de conquistarnos todas las simpatías de la ciudad” (ibid., 49).

Al comienzo de este mismo año, el P. Dehon había podido constituir un “Comité directivo” para su Patronato, y no puede ocultar su orgullo y su gratitud: “Esta reunión fue un verdadero acontecimiento político y social. Formaban parte de ella todas las personalidades de la ciudad... La ciudad entera estaba ganada para esta obra que desafiaba la crítica...”. Con mucha atención, “declina” los 46 nombres de los participantes y añade esta observación, que nos traslada al tiempo de la persecución anticlerical, en el que redacta sus Notes: “Era un tiempo de

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verdadera libertad de conciencia, en el que los subprefectos, los procuradores y los magistrados se atrevían a patrocinar oficialmente una obra católica” (NHV X, 137-138). Se puede destacar la misma atención, el mismo recuerdo emocionado a propósito de la colaboración con el periódico “Le Conservateur de l’Aisne”, aparecido igualmente a comienzos de 1874. Con su amigo y confidente Mons. Julien, el P. Dehon se emplea de nuevo activamente en busca de accionistas, en la ciudad y en el departamento. “Existía confianza por todas partes, encontramos mucha buena voluntad y una ayuda muy activa” (ibid., 188). Preguntar al pasado para vivir mejor el presente

Es, pues, la vida concreta la que liga profundamente al P.

Dehon a la ciudad de San Quintín. La participación en los proyectos apostólicos y su puesta en práctica, la estima nacida de la generosidad, puesta al servicio de la misma causa noble: esto teje con la gente y con los lugares al cabo del tiempo unos lazos que van a marcar definitivamente a una personalidad con su sello distintivo y la enraízan en un suelo humano para un recíproco enriquecimiento. El P. Dehon no sería el que conocemos si, a partir de esta fuerte experiencia humana, no extendiese su interés a la historia misma de su ciudad, lo que tendrá lugar de nuevo en el marco de una preocupación pastoral: hacer conocer a los jóvenes la gran tradición local, comunicarles algo de su amor por la región que será para muchos de ellos, como para él, el solar de su vida civil y cristiana.

El 30 de julio de 1887, preside la ceremonia del reparto de premios en la institución “San Juan” de San Quintín. Lo hace todos los años, si puede, pues es la fiesta que concluye el recorrido escolar, pero este año reviste una significación particular: es el “décimo aniversario del comienzo de la obra”. Con una emoción mayor, recuerda el modesto comienzo -colegio y congregación, juntos-, sin poder olvidar las pruebas recientes, cuya responsabilidad aún se atribuye: “En un día como éste de 1877 terminaba yo los ejercicios y la redacción de las reglas. Señor,

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perdóname todas las faltas que han retrasado nuestra obra” (NQT III/1887, 110). Es éste también el año en que el obispo, Mons. Thibaudier, en su deseo de confiar a la joven congregación la fundación de una parroquia en el barrio de San Martín, lo asocia aún más a la misión de la Iglesia en San Quintín.

Con motivo de la fiesta en el “San Juan”, el P. Dehon pronuncia un importante discurso “sobre la historia local de San Quintín”. Se trata de un texto muy trabajado, tanto por la documentación como en la redacción, y que, sin embargo, conserva toda la espontaneidad de alguien que se siente evidentemente a gusto en un mundo que le es familiar. No es posible resumirlo, se puede leer en el volumen IV de las “Oeuvres Sociales”: OSC IV, pp. 397-423. He aquí solamente el esquema general:

El orador pasa por encima de los siglos para hacer que su joven auditorio reviva la larga tradición de la ciudad: la prehistoria, el tiempo de los celtas, la conquista romana, la presencia cristiana desde el martirio del joven san Quintín, los obispos y los condes del Vermandois que marcaron con su fuerte personalidad a la ciudad y a la región, el entusiasmo y el heroísmo en tiempo de las Cruzadas, con Hugues-le-Grand, “el ilustre cruzado”. Más tarde, la construcción de la basílica y la organización de la ciudad a partir de las libertades comunales, la victoria de Bouvines (1214), que fortalece a Francia en su unidad nacional y le asegura su independencia, la afirmación de la ciudad en tiempos de san Luis y de los reyes cristianos: “Nuestros reyes querían a San Quintín y la ciudad amaba al rey y a la patria...”. Llegan después el siglo XV y la construcción del ayuntamiento, luego el drama del sitio de 1557, “fecha a la vez gloriosa y oscura como la de un martirio” y “la matanza y el pillaje” que destruyeron entonces la ciudad. Una ciudad del todo nueva renace de las cenizas durante el tiempo de Enrique IV, y tiene lugar el auge de las artes y del comercio. Después, de nuevo, “los años terribles” de la Revolución, “casi tan funesta para San Quintín como lo había sido el asedio devastador de 1557”. Finalmente, la época napoleónica y el siglo XIX: el desarrollo bienhechor de la ciudad -especialmente, la inauguración

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del ferrocarril “que impresionó a mi imaginación infantil en 1850”-, pero al precio de una insoportable indiferencia respecto a la situación de muchos obreros, abandonados por completo a ellos mismos.

En medio de la juventud de su colegio, en el que él se siente visiblemente feliz, en presencia de su obispo cuya confianza ha recuperado -tan solo quince días antes, Mons. Thibaudier había confiado al P. Dehon una importante predicación a los visitadores de los Círculos católicos de la ciudad-, delante de los profesores y de los padres, el director del “San Juan” comunica mucho de sí mismo en este amplio panorama de historia local: aparecen en él sus preferencias políticas y sociales, su orgullo patriótico, una conexión visceral con su tierra, su deseo de educar en la fidelidad y en la responsabilidad cívica y cristiana. Lo dice él mismo en el exordio: “Cuando me hice ‘de San Quintín’, hace dieciséis años, me encariñé con afecto filial de nuestra hermosa basílica... Me gustaba en San Quintín el perfume de piedad de una parte de la parroquia, el espíritu abierto, el corazón generoso, la actividad de los habitantes, su patriotismo y un cierto orgullo e independencia de carácter que es fruto de las antiguas libertades comunales. Estudié la historia de la ciudad y me parece que, así, obtuve poco a poco la ciudadanía del espíritu y del corazón, que equivale a la que dan las leyes”. Si plantea este discurso, lo hace para “cultivar el amor por la religión y por la patria”, como una “ocasión de despertar en nuestros corazones tanto el ardor de la fe como el amor a Francia”.

El P. Dehon nos dejó numerosos testimonios semejantes de su interés por la ciudad, su historia y su presente, muy frecuentemente ligados con la historia de la religión y de Francia: apuntes de lecturas, preparación de textos escritos o de exposiciones, crónicas para la revista, reacciones con ocasión de visitas a lugares o monumentos... Como viajero que ha visto y comparado mucho, se manifiesta con severidad acerca de la gestión reciente de San Quintín: “Todas las ciudades de la región del Norte: Meaux, Compiegne, Amiens, Reims, etc. están mejor

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administradas que nuestra pobre San Quintín. Nosotros mantenemos las callejuelas, los callejones sin salida, las calles en zig-zag. No sabemos abrir amplias calles y plantar árboles, trazar una avenida a lo largo del Somme, hacer los puentes necesarios, etc. La estética está al nivel de la cultura moral” (NQT XXXIV/1912, 99).

El P. Dehon ve la ocupación extranjera durante la guerra, con todas sus deplorables consecuencias, como un castigo de Dios a su ciudad: “San Quintín paga su deuda a la justicia divina... La ciudad exaltó a Voltaire y a Renan, amigos de Rusia y de la crítica luterana: y Dios le ha respondido: ‘Por haber querido demasiado a estos escritores, alojarás a sus amigos durante un año entre tus paredes’. La ciudad glorificó a Babeuf y Bianqui, los jefes del comunismo, dedicándoles sendas calles, y es castigada con un régimen comunista: todos a pan negro, 180 gramos al día; poca carne; trabajo en común, los jóvenes de cualquier clase empujados a las trincheras... El pequeño comercio olvidaba a la Iglesia para dedicarse al mostrador, ahora tiene tiempo libre...” (NQT XXXVII, 1915, 52-54).

Lejos ya el drama de la guerra, el P. Dehon, a costa de mil sacrificios y gracias a su tenacidad y a su realismo habituales, en particular, en la defensa de sus derechos a las indemnizaciones y a los subsidios para reparaciones, consigue reabrir la Institución “San Juan”. Es cierto que en lo sucesivo pertenece a la diócesis; pero, a pesar de las enormes cargas que debe afrontar en la Congregación, ayudado por el P. Falleur, su garante en el lugar, hace lo imposible para volver a dar vida a esa obra a la que tanto quiere y que considera algo vital para su ciudad. El “San Juan” logrará volver a abrir en octubre de 1919. El 20 de ese mes, el P. Dehon escribe a la Superiora de las Siervas: “Hemos reabierto la Institución San Juan, hay cincuenta alumnos, la cosa aumentará. Se dice que San Quintín tiene ahora 25.000 habitantes. El aspecto de la ciudad sigue siendo muy triste, no hay más que ruinas por todas partes”.

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¡Cuánto ha supuesto San Quintín en su vida!

Podríamos continuar recogiendo las señales de este afecto

del P. Dehon por “su ciudad”, evocando, por ejemplo, otro momento fuerte cuyo recuerdo revela mucho su personalidad: la preocupación social profundizada entre el clero joven de Francia y en su misma ciudad, en San Quintín. En septiembre de 1895, organiza una importante reunión de estudios sociales. Debía celebrarse en Val-des-Bois, cerca de Reims, en la fábrica de León Harmel. Los participantes eran muy numerosos, doscientos eclesiásticos de más de treinta diócesis francesas: será, entonces, la Institución “San Juan” la que los acogerá durante seis días de intensos trabajos. “Tenemos aquí unas importantes jornadas, ardorosas, luminosas, inolvidables. Es como un pequeño concilio, un concilio de jóvenes... De estas reuniones quedan unas valiosas actas, pero debe quedar algo mejor que éstas: unas convicciones, un celo, el ardor por el bien. Este pequeño congreso debe pesar en la balanza del despertar de la vida social cristiana en Francia” (NQT XI/1895, 33r-34v).

En octubre de 1874, poco antes de morir, el P. Freyd escribe por última vez a su antiguo y muy querido discípulo del Seminario francés de Roma. Quiere aún tranquilizarle y animarle en este ministerio parroquial que le aconsejó en un momento de grandes dudas y que muy pronto se revela demasiado pesado para el emprendedor joven vicario. “Te vuelvo a hablar de mi alegría y mi satisfacción por saberte dócil a mis recomendaciones, y en la actualidad fielmente dedicado a la tarea que Dios mismo te ha dado o que te ha inspirado que hagas en San Quintín. Esta pobre ciudad tenía mucha necesidad de ti. Dios bendecirá tu trabajo y la pobre gente joven te lo agradecerá aquí y en la eternidad” (carta del 6 de octubre de 1874). Por nuestra parte, no dudamos de la bendición de Dios y vemos ya que se manifiesta a través del agradecimiento que recibe, mezclado no obstante con muchas pruebas dolorosas, de la población de San Quintín, y de la palabra para él más autorizada, la de su obispo.

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El 19 de agosto de 1925, con ocasión de los funerales del P. Dehon en la basílica de San Quintín, Mons. Binet, obispo de Soissons, pronuncia la homilía. He aquí algunos párrafos: “Acaba de concluir una página de la gran historia religiosa. A uno de sus hijos más eminentes, de los más ilustres del siglo XIX, la diócesis de Soissons ofrece por mi ministerio las lágrimas del duelo..., la gratitud infinita, sobre todo, el tributo de la oración que se le deben por tantos títulos... Amó mucho a Francia y al departamento de Aisne en que destacó su familia, amó mucho a esta ciudad de San Quintín, por no hablar de sus hijos, congregados alrededor del coche mortuorio: ¡Reunidme a mi pueblo! ¡San Quintín! ¡Qué lugar tuvo esta ciudad en la vida del anciano, del gran ciudadano francés, del sacerdote eminente al que lloramos! ¡Qué lugar ha tenido aquí el P. Dehon!...”. Al servicio de su diócesis

El obispo le recuerda que San Quintín es inseparable del

departamento de Aisne y de la diócesis de Soissons y Laon, de las que es la ciudad más importante. Así es, de acuerdo con estas coordenadas muy amplias, civiles y religiosas, como el P. Dehon manifiesta su pertenencia a su región. Aunque sea con una alusión rápida, nos hace falta destacar esta nueva dimensión, pues caracteriza también su personalidad.

Cuando fue nombrado vicario de San Quintín, en noviembre de 1871, el sacerdote León Dehon estaba muy poco inserto en el clero de su diócesis. Toda su formación, clásica, universitaria y, después, sacerdotal estuvo un tanto alejado de ella. Conoce a algunos sacerdotes cuya amistad le será muy preciosa: el “abbé” Demiselle, cura de La Capelle, el “abbé” Petit, cura de Buironfosse... Pero llega aquí, marcado por el ascendiente de sus orígenes, por el prestigio de sus títulos y de sus relaciones en Roma, de su participación en el Concilio Vaticano. Sin embargo, muy pronto se hace conocer por el ardor de su celo apostólico más allá de los límites de su parroquia y de su ciudad.

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Y cuando, en agosto de 1874, el obispo Mons. Dours crea una Oficina diocesana de las Obras, el joven vicario, que la había sugerido, tiene pronto en ella un papel determinante y se convierte en su secretario y animador. En seguida se lanza una encuesta sobre la situación religiosa de la diócesis, las obras, los proyectos, las dificultades... Las muy decepcionantes respuestas no aminoran el celo: la Oficina cumple un indiscutible servicio, en una situación muy ingrata. Recordemos también los Congresos diocesanos: Liesse, San Quintín, Soissons: también aquí el sacerdote Dehon es la llave maestra, contagia su celo llevado por su fe y su confianza. Hace que se comparta su preocupación dominante por sacudir las inercias, por sensibilizar al clero y a las clases dirigentes en la urgencia de la “cuestión social”. El sacerdote Adrián Rasset, uno de sus compañeros de sacerdocio que se convertirá en su primer cohermano religioso y en uno de sus más asiduos colaboradores, le escribe después de una reunión en Liesse, en la que el P. Dehon sentía no haber podido participar: “He oído hablar de su proyecto de una nueva asamblea diocesana... ¡ánimo y perseverancia! Pero no olvide la apatía de la mayor parte de nuestros cristianos y el desánimo de casi todos los sacerdotes... Aunque yo sigo ganado para su causa: ‘¡Es imposible hacer nada si no es a través de la Asociación!’” (22 de agosto de 1876).

Hay una iniciativa que es también muy significativa de lo que el joven sacerdote vive y de la comunión que desea intensificar con sus cohermanos de diócesis: la creación de nuevo, en 1874, de un “Oratorio diocesano”. Un pequeño grupo de “algunos buenos sacerdotes” se constituye en libre asociación para ayudarse en la vida espiritual. Acuerdan algunas reuniones y retiros y un reglamento de vida para la oración personal. Incluso establecen un proyecto de vida común y crean un modesto boletín de contacto. El obispo la aprueba, también en ella es nombrado secretario el P. Dehon y se enrolan algunos amigos, como los “abbés” Rasset, Petit... Volvamos a oír al “abbé” Adrián Rasset en una carta a su cohermano León Dehon: “Esta obra es una verdadera necesidad; es tan necesaria para los pobres obreros del Evangelio como la obra de los Círculos para los obreros de la fábrica. ¡Valor! Señor y

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atento cohermano, trate de empujarnos, como lo hace, a toda clase de empresas piadosas y de valientes resoluciones en la unión y la caridad de Nuestro Señor” (carta del 15 de abril de 1875).

El 12 de junio de 1885, en la basílica de San Quintín y en presencia de su obispo, el P. Dehon pronuncia un discurso sobre “la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, don de nuestro tiempo y gracia especial de Francia” (cf. OSC IV, pp. 377-394). Es otra vez un discurso grande y solemne. El tema es frecuente en el P. Dehon, le resulta muy querido. Pero aquí el orador precisa bien su invención: quiere hacer ver que este don precioso de la devoción al Corazón de Jesús es una gracia que Dios concede especialmente a Francia en respuesta a una necesidad particularmente sentida en aquel tiempo: “Es también un don muy particular de esta hermosa diócesis de Soissons y de Laon...”. Y, tras haber trazado la gran historia cristiana local, el P. Dehon exhorta a sus cohermanos sacerdotes y al pueblo cristiano a acoger plenamente esta gracia: “El Sagrado Corazón es la necesidad de nuestra diócesis... Es el hogar de todas nuestras obras...”. Después expresa el deseo de que su diócesis se conceda una peregrinación consagrada al Corazón de Jesús. “Nuestro Señor, que quiere tanto a esta diócesis, lo querrá, así lo espero... Es necesario que nuestra diócesis sea especialmente bendecida por el Sagrado Corazón... ¡Manos a la obra!”. “Este hermoso departamento del Aisne”

También mediante un discurso, pronunciado por el P.

Dehon en el reparto de premios del “San Juan” el 29 de julio de 1893, justo antes de la dispersión con motivo de las vacaciones de verano, invita a los jóvenes a descubrir y a querer a su departamento: “Discours sur le département de l’Aisne. Description, art, histoire” (OSC 4, pp 459-520). La introducción da claramente el tono muy personal del conjunto: calor y viveza, entusiasmo y preocupación educativa.

“Queridos jóvenes: Dentro de unos momentos vais a emprender vuestro vuelo en todas direcciones. El campo más

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frecuente de vuestras carreras será este bello departamento de Aisne, al que pertenecéis casi todos. Es éste el momento de volver a deciros lo más destacable que ofrece, trazándoos un plan de vacaciones tan atrayente como instructivo. Si queréis, vamos juntos a sentarnos un momento en lo alto de una torre de la catedral de Laon, y desde allí veremos pasar ante nuestros ojos las cosas y los tiempos. Nuestras miradas llegarán lejos y, aquello que nuestros ojos no alcancen, lo suplirán nuestros recuerdos”.

Hace falta recorrer estas páginas -¡nada menos que 56 en la edición citada!- para captar verdaderamente el amor del P. Dehon por su tierra natal. No duda en hacerse poeta para cantar su belleza y su fecundidad. “Mirad al Norte, allí está la gran plana, la tierra del trigo, el granero de la provincia: en primavera, olas movedizas de espigas verdes; en verano, mieses doradas; cortos rastrojos en otoño. Es también la tierra de la remolacha azucarera; la tierra de la cebada con la que se hace la bebida refrescante... en el Sur se encuentra, se da cita, todo lo que la naturaleza tiene de seductor..., unos bosques profundos, los más bonitos de Francia”.

Esta vez cuenta más detalladamente la historia tormentosa y gloriosa de la región a través de los siglos, desde la prehistoria. Alaba sus riquezas artísticas: “Este departamento es, en verdad, el centro más rico y la fuente de ese arte ojival que los italianos llamaron desde el siglo XIII el arte francés”. Entre los monumentos que son testigos de las épocas agitadas, evoca las numerosas “iglesias-fortaleza” situadas en los puntos estratégicos de las planas. Como tierra de paso por su posición geográfica, desde siempre encrucijada de intercambios culturales, fue naturalmente un campo de muchas batallas: “Nuestra pobre comarca es siempre la primera en recibir los golpes”. Vuelve a trazar sus dramas y sus glorias, sin poder olvidar el paso liberador de Juana de Arco: “Ella es la señal de la amistad entre Cristo y Francia. Es nuestra gloria, nuestra esperanza”.

La fe y la piedad cristiana marcaron esta tierra con una muy fuerte impronta: las catedrales de Soissons y de Laon,

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propuesta ésta por el guía como mirador extraordinario en este sobrevolar “las cosas y los tiempos”; las abadías de los monjes cistercienses y premonstratenses, cuya irradiación espiritual y cultural fue inmensa; las fundaciones piadosas para satisfacer necesidades de los pobres y ayudar al sostenimiento de las escuelas... También la literatura halló aquí un medio propicio de inspiración: Racine, la Fontaine, Fénelon -que escribió en Soupir, cerca de Soissons, en el valle del Aisne, gran parte de su Telémaco-. Los años del Terror (1792-1795) dieron fama a la Thiérache y multiplicaron los sufrimientos: “Escuchamos el relato desconsolador, de boca de nuestros mayores”. Y, esbozando el presente desarrollo -hasta los coches alados-, resumiendo sus promesas y sus desafíos, para terminar, el orador invita a compartir su acostumbrado optimismo a su auditorio, sin duda, algo adormilado por un discurso tan largo: “Después de la confianza en Dios, el mejor apoyo de nuestra esperanza sería una juventud cristiana, firme y pura, amiga de la justicia y de la caridad. Esperamos que vosotros nos la brindaréis, queridos alumnos, y Cristo, prendado de esta juventud, bendecirá a Francia”. “Cristo bendecirá a Francia”

“¡Cristo bendecirá a Francia!”. Esta certeza, que es, al

tiempo, una ardorosa esperanza, revela perfectamente al P. Dehon: una adhesión indivisa a Cristo, anclada en una tradición, incrustada en una tierra, a partir de un pueblo y de una patria muy queridos. Como acabamos de ver, es para él una firme convicción: la de que hay una especie de encuentro providencial entre el celo por la promoción de la devoción al Corazón de Jesús y la preocupación por la Iglesia de su diócesis. En la misma armoniosa unidad -“la amistad entre Cristo y Francia”-, expresa su amor y su orgullo por su país. “Nosotros, los católicos, que unimos en un solo amor a la patria y a la Iglesia, ¡vayamos al Corazón de Jesús”: así es como anuncia él la orientación de su revista “El Reino del Corazón de Jesús...”, en febrero de 1889.

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Este amor y este orgullo los hereda de la muy larga lista de sus antepasados, muchos de los cuales dieron su vida en sacrificio por su patria. Por ésta, es decir, por la Francia cristiana, “nuestra bella Francia, que debía ser la hija mayor de la Iglesia”, como recuerda al hacer el elogio de santa Grimonie en La Capelle (NHV VI, 163). Incansablemente y dejando libre curso a su entusiasmo, con mucha frecuencia aparece también él como un crítico severo. Cuando, siendo joven estudiante en París, visita el Panteón, declarado “Templo de la gloria” unos treinta años antes, anota: “Es una cosa fría, hay una mezcla de cristiano y de profano que hace daño”. Al Panteón lo calificará más tarde, en su nueva transformación, como “un osario ateo” (NQT XI/1895, 4v). Pero, felizmente, “allí están los restos de santa Genoveva y tienen un atractivo invencible, además de esos frescos que representan los grandes hechos históricos de la Francia cristiana, que causan una profunda impresión. Allí está la muy hermosa Francia, que nos enseña lo que de su historia quedará en el cielo, sus héroes cristianos y su vida cristiana” (NHV I, 38v).

Este patriotismo que ha recibido y se preocupa de transmitir a la juventud que le está confiada, lo vive él en el contexto de una época donde los nacionalismos se exacerban casi por todas partes: especialmente, en Francia, sobre todo después de la derrota de 1870 y la caída de Napoleón III, la pérdida de la Alsacia y la Lorena, la espera y la preparación de una revancha que están latentes durante decenios y que no contarán poco entre las causas de la “Gran Guerra” de 1914. Al mismo tiempo, es la época en la que el país atraviesa graves turbulencias, con la incertidumbre en torno a una restauración monárquica que no tiene éxito y de cara a la afirmación de la república a través de corrientes dispersas. Los años en los que el poder republicano se quiere y, en efecto, se muestra resueltamente anticlerical son particularmente difíciles. El P. Dehon vive este desgarramiento en lo más vivo de sus apegos y de sus convicciones: el patriotismo heredado por educación, su ansia de fidelidad a las orientaciones pontificias, su amor al pueblo, pero también la firmeza para defender su derecho, los bienes de su joven Congregación y el porvenir de su obra. En innumerables

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ocasiones grita su sufrimiento, sin saber desmarcarse siempre del partido tomado y de la agresividad que abunda entonces por todas partes en los debates y en las expresiones de opinión.

Él se mantiene siempre muy cerca de la actualidad y sigue estos debates con la mayor atención. Lo deplora a menudo: Francia, ya muy enferma desde “la embriaguez revolucionaria”, está haciéndose de veras “la pobre Francia”, “la pobre nación”. Así dice en una carta a una religiosa, en 1903: “... La pobre Francia. Es preciso que ofrezca sus sacrificios sobre todo por Francia: ¡tiene una misión tan grande en la Iglesia!”. En la misma época, escribe desde San Quintín, que se dispone a dejar para ir “a establecerse en Bruselas”: “Lucho aquí contra todas las jurisdicciones, para salvar algunas migajas de libertad sobre mis bienes. Francia ya no es Francia, ha sido conquistada por una horda de bárbaros” (1 de diciembre de 1903). Y en abril de 1906 dice: “Rece mucho por Francia... Pasaremos, sin duda, por una crisis profunda. Nuestros burgueses tienen miedo. Ellos son la causa del mal... En París, la gente se ha divertido todavía mucho este invierno... Los diarios parisinos tienen una columna para describir las catástrofes de Courières, del Vesubio, de San Francisco, y otra para contar las veladas y las carreras. ¡Qué ligero es nuestro mundo! El Papa nos concede buenos obispos, pero hará falta un siglo para que nos rehagamos”. “Ayudemos mucho a la pobre Francia” (20 de diciembre de 1911). En diciembre de 1914 estigmatiza a “los sectarios estúpidos que se han adueñado hoy por todas partes del poder en Francia..., los consejeros impíos...” (NQT XXXV/1914, 181).

En junio de 1918, cuando la guerra no ha terminado aún de sembrar el sufrimiento y la muerte, escribe a un antiguo alumno: “La pobre Francia expía treinta y cinco años de persecución, de indiferencia religiosa y de apatía. Hay ya una hecatombe infinita de excelentes jóvenes, de héroes y de santos... El Sagrado Corazón nos salvará... Un acto de fe del gobierno acabaría con todo, pero ¿qué puede esperarse de los 300 ó 400 bribones que nos gobiernan?” (25 de junio de 1918). Dos meses más tarde, dice a un

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cohermano: “Aún algunos meses de paciencia. El Sagrado Corazón nos ayuda, a pesar del endurecimiento de nuestro gobierno civil. Ellos no son la verdadera Francia” (21 de agosto de 1918).

No obstante, esta tristeza, esta amargura ante la evolución de su país -“Rezad por Francia, que está tan mal gobernada”, escribe todavía el 14 de marzo de 1925- no lo empujarán nunca al pesimismo y al desaliento, en razón siempre del indiscutible amor por su patria, alimentado por su fe cristiana. Tenemos páginas y páginas de apuntes de sus lecturas “sobre la misión de Francia, hija mayor de la Iglesia” (cf. Manuscrits divers, cuaderno 14º, pp. 1.397-1.454). No citamos más que un ejemplo, de los más elocuentes, el de la devoción a Juana de Arco.

Dios, “que quería conservar a Francia católica, para servirse de ella en el mundo”, entre el “gran número de santos, de órdenes religiosas y la infinitud de misioneros” (NQT XXIV/1909, 72-73), se dignó llamar a Juana de Lorena. El P. Dehon no puede ocultar su gozo por poder participar en Roma en la beatificación (el 18 de abril de 1909) y, después, en la canonización (el 16 de mayo de 1920) de aquella que devolvió a su país la libertad y la dignidad. Le gusta recalcar su orgullosa declaración: “¡Francia: el reino de Jesucristo, el más bello reino del mundo, después del Paraíso!” (cf. Excerpta, p. 32, col. 2).

“Siempre fui optimista y moriré optimista”: quien nos dejó esta confidencia y quien, por otra parte, llama con frecuencia a la penitencia y al sacrificio, no cesa, a la vez, de acechar las menores señales de mejora y de renovación, hasta en las más sombrías horas de los años interminables de la guerra de 1914-1918, y después. Pero queda descontado un optimismo plácido y expectante: se esfuerza en esto, convoca a la juventud a movilizarse y a formarse con vistas a un servicio generoso y cualificado; se trata de las mejores exhortaciones que dirige a sus queridos antiguos alumnos del “San Juan”

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El patriotismo cristiano: amor y orgullo, pero no “chauvinismo”

ni nacionalismo

El P. Dehon educa a los alumnos en este espíritu ya desde

los momentos iniciales de su colegio. En la fiesta del reparto de premios de 1879 pronuncia un discurso sobre el “patriotismo cristiano” (cf. OSC IV, pp. 309-320). En este elogio inflamado de su país, leemos especialmente este llamamiento: “Queridos alumnos: es vuestro deber servir generosamente a esta patria amada. No es sólo un entusiasmo facticio y variable lo que ella espera de vosotros, es una noble y austera dedicación, una tarea constante y asidua”. Y concluye: “Siento que vuestro corazón protesta contra la ingratitud y que vuestra mente ha escogido la verdad. Unís en vuestro respeto y en vuestro amor a la Iglesia y la patria. La patria francesa, sin la Iglesia, carecería de pasado, de historia, de honor y de esperanza...: es la Francia de la Virgen María y de Cristo”.

Semejantes impulsos esmaltan toda su obra, no sin sorprender y hasta molestar a los lectores de naciones diferentes. Pero nos hace falta, tanto más, recordar la severidad de las críticas que formula respecto a su país y a sus defectos. No sólo para deplorar las malas acciones del protestantismo y de la Revolución, sino, por ejemplo, para denunciar la despreocupación y el individualismo, la rutina y la estrechez de espíritu, la negligencia y la parcialidad en la salvaguardia del patrimonio cultural... “El patriotismo es una virtud natural, un deber primordial. Quienes menosprecian a la patria, menospreciarán también a la familia y al Creador”, escribe el 14 de julio de 1915 (NQT XXXVIII/1915, 33). Pero había advertido un poco antes: “El patriotismo es una virtud que con facilidad es exagerada y sobrepasada por la pasión... El amor exagerado de la patria produce en todas partes la guerra y la violencia...” (NQT XXXVI/ 1915, 26).

Con toda su energía denuncia la patriotería y, lo que es aún peor, el racismo. En su revista Le Règne, en abril de 1900, escribe: “Se discute mucho en estos tiempos sobre los pueblos y las razas.

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Se compara a los pueblos latinos con los anglosajones. Es necesaria una gran amplitud de espíritu, un conocimiento muy vasto de la historia y una profunda caridad cristiana para no dejarse cegar, en este estudio y con estas comparaciones, por esa estrecha pasión política que llamamos patriotería (“chauvinisme”)” (cf. OSC V/2, p. 383). Al multiplicarse en su Congregación las comunidades compuestas de religiosos de diferentes nacionalidades, a riesgo de no ser comprendido del todo ni aprobado, el P. Dehon combate este mal que podría rápidamente convertirse en la muerte de la vida comunitaria. A propósito de una de estas comunidades, escribe: “... Es preciso actuar y remover a un individuo que siembra cizaña por su excesivo patriotismo...” (NQT V/1890, 16r y v). Cuando el proceso de beatificación, en 1952, un religioso relata la reacción de su superior general, durante la guerra de 1914-1918: “Si no podemos tener nuestras comidas sin ser ofendidos en nuestros sentimientos patrióticos, comerá usted en la cocina” (cf. “Positio”, vol. II, testimonio del P. Pauly, p. 38, § 82). Y, al escribir sus Souvenirs en marzo de 1913, concluía con estas palabras: “Ninguna división entre nosotros. Pasemos por encima de todo, para seguir unidos. Queramos a todas las naciones. En el cielo no habrá ya naciones. Somos todos los hermanos del Salvador y los hijos de María...”. 10. EL REALISMO HUMANO AL SERVICIO DE LA FE

“Francia es afortunada por tener en abundancia pan de trigo y vino fuerte, vivo o espumoso... Tales alimentos influyen sobre el vigor y el carácter de un pueblo. ‘El vino alegra el corazón del hombre y el pan fortalece su corazón’ [Ps 104, 15]. La Eucaristía da fuerza, santidad, caridad. Un pueblo sin Eucaristía sufre en su civilización”. Estas líneas están tomadas de unos apuntes preparados para unos ejercicios que, del 4 al 10 de octubre de 1918, predica el P. Dehon a los seminaristas mayores de Moulins, invitado por su amigo el obispo Mons. Penon. Estamos, pues, en las últimas semanas de la larga prueba de la guerra. Con una audacia que nos lo revela de nuevo bien, el predicador asocia

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estrechamente la fuerza santificante de la Eucaristía y el vigor de su nación. Realismo humano y fe... Un sólido realismo campesino y una exquisita sensibilidad

Al final de esta larga presentación que nos ha hecho ir

viendo al P. Dehon en un aspecto muy significativo de su vida, esta última cita vuelve a subrayar la intención que la ha motivado: poner de relieve el vigoroso realismo que lo caracteriza, en la unidad de su personalidad humana y cristiana. Es el realismo de un hombre muy sensible, lleno de grandes cualidades de corazón y de acción y, a la vez, “elegido” por el Señor en lo más profundo de su ser.

Este realismo se revela a través de la calidad y la consistencia humana de su presencia, en todo lo que él es, en todo lo que hace, por la eficacia y el carácter siempre práctico de su conducta y de sus distintas intervenciones. Y su sensibilidad está siempre atenta y receptiva, la nobleza y delicadeza de corazón se encuentran sin cesar en sus numerosas relaciones, en el afecto por su familia, por sus amigos y sus colaboradores, por su país. Este realismo y esta cordialidad se ponen de manifiesto también -y se apoyan recíprocamente- en la adhesión y la unión habitual con el Señor “sin la cual no sabría vivir”: de ella saca “la fuerza, la vida de la inteligencia y del corazón”; para él, “ésta lo es todo, es mi gracia, es mi vida, es mi salvación y mi única alegría”.

Estamos, de verdad, ante un hombre sólidamente apegado a una tierra bien concreta: la modesta población en que vio la luz y la ciudad en que llevó a cabo gran parte de su actividad; a continuación, su diócesis, su región y su muy querida patria. Un hombre de raíces humanas profundamente arraigadas en un medio sano y fértil: su familia, que le liga a una gran tradición cristiana que con mucha frecuencia le gusta examinar y valorar. Un hombre que, aunque haya viajado mucho por el ancho mundo, aunque haya luchado mucho por defender y mejorar la condición de los obreros en una ciudad entonces en fuerte expansión, en muchos aspectos

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siguió siendo, en verdad, alguien “rural” y fue un asiduo promotor de la fidelidad a la “tierra”: “El siglo XIX ha sido el siglo de la industria, es preciso que el siglo XX sea el de la tierra”. Él quisiera, con todas las fibras de su ser, que Francia salvara a cualquier precio su población campesina: “La agricultura es la que conserva en un pueblo lo mejor de su estirpe” (cf. OSC 1, pp. 409 y 535); y no dejará de recomendarlo con fuerza con ocasión de una boda de dos jóvenes en su familia... “Sabores y terruños”, como dice el rótulo de una tienda en el centro de La Capelle.

León Dehon es una persona que, hasta en su formación intelectual tan privilegiada, a través de una intensa actividad de conferenciante y de escritor y con sus evidentes disposiciones “espirituales” y hasta místicas, tiene siempre fijos los pies en tierra. Tiene gusto por la precisión, cuida los detalles hasta la minuciosidad; considera el valor y el precio de cada cosa. Pero, al mismo tiempo, tiene su mirada proyectada a los lejos, hacia los anchos campos de la historia del mundo. Recibió de su familia el hábito de la prudencia, el sentido de la economía y posee la obsesión de las deudas pendientes durante demasiado tiempo. Lo muestra bien su abundante correspondencia: un vigoroso sentido práctico caracteriza sus intervenciones, en frases cortas y claras va derecho al grano sin perder tiempo en discursos inútiles. Pero, a la vez, sabe ser flexible y matizado, sabe que “cada cosa, a su tiempo”, como le enseña la naturaleza, en la que se alían la constancia y la renovación. Es paciente con las personas con las que cuenta, y también tenaz y perseverante en su propósito, pues ha aprendido que hay un tiempo para todo, y que, entre el tiempo de la siembra y el de la cosecha se impone el ritmo de las estaciones, no se gana nada precipitándolas. Y, ante las sorpresas y las decepciones, soporta y perdona, como el campesino sabe arquear el lomo ante los azares imprevisibles del clima. Por último, vive como espontáneamente esta complicidad con la tierra que caracteriza al alma campesina, tanto por la admiración ante la belleza del paisaje como por la preocupación activa cara a un sabio rendimiento, aunque no sea sino una parcela para pastos. Como

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gusta de repetir a aquellos a quienes escribe: “Ayúdate y el cielo te ayudará”. A partir de esta experiencia humana, reconoce al Hijo de Dios en

la verdad de nuestra condición

El P. Dehon es ese hombre que, para hablarnos de Dios, no

quiere partir sino de su Hijo, que nos envió en prueba suprema de su amor: es el Verbo, hecho uno de nosotros en la realidad de nuestra carne, compartiendo con la mayor autenticidad nuestra condición en todo, excepto en el pecado.

¿Sería exagerado ver como una interdependencia -implícita, pero tanto más reveladora- entre el modo que tiene el P. Dehon de acoger la manifestación de Jesús al meditar y comentar el Evangelio, y su experiencia personal en la relación con su familia y los lazos con su tierra, esa experiencia que hemos detectado a lo largo de toda su vida? La búsqueda en esta dirección entraba, en todo caso, en el proyecto inicial de este trabajo, pero en estos momentos eso nos llevaría demasiado lejos. No se trata sino de una pista propuesta, que hay que explorar, guardándose mucho de una sistematización demasiado rápida y demasiado segura, que el P. Dehon no hace nunca. Pero yo creo, verdaderamente, que en su acercamiento a Jesús según el Evangelio y la tradición de la Iglesia él es llevado secretamente por aquello que modeló su personalidad a través del conjunto de lazos humanos que aquí hemos descubierto.

Para concretar lo que podía ser objeto de una investigación ulterior, he aquí algunas sugerencias para la reflexión, a partir de la obra del P. Dehon. Las citas explícitas se indicarán con letra cursiva, pero -excepto en algunas más destacadas- no doy la referencia, para no sobrecargar el texto. Será, principalmente, a su obra “espiritual” a la que habrá que preguntar en adelante; pero muy pronto veremos que ésta está abundantemente nutrida de la revelación concreta de Jesús y que mira ante todo a la acción, que quiere animar en una vida cristiana muy encarnada.

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En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios nació de una mujer

¿Qué significa, para él y para nosotros, este punto capital

de nuestra fe de que el Verbo de Dios quiso participar realmente de nuestra humanidad “naciendo de una mujer”? Se trata del misterio de la Encarnación, central en el “enfoque espiritual” del P. Dehon. El Hijo Único del Padre se hizo uno de nosotros del modo más auténtico y para siempre. Es nuestro hermano, y “pertenece verdaderamente a la familia del género humano”. Para ello, él, que es “el Verbo de vida”, se hace hijo de un pueblo, enraizado en una tierra prometida y dada por Dios. Participa en una historia determinada, pero que lo liga al conjunto de la historia, hereda una cultura entre otras posibles. Como todos nosotros, asume su lugar en una “genealogía”: ésta lo inscribe en nuestra humanidad, bendecida por Dios, pero también marcada por el pecado. “El Verbo de Dios, para redimirnos, se ha dignado hacerse nuestro hermano. Su sangre ha atravesado todas las generaciones durante 4.000 años. Era preciso que perteneciese, según la carne, a la familia pecadora de Adán...” (NQT I/1868, 68).

Atento como es al alcance de la historia, al P. Dehon le gusta poner a Jesús en continuidad con las generaciones bíblicas, que lee de acuerdo con la interpretación literal de su época, desde la creación del mundo hasta la “plenitud de los tiempos” decidida por Dios. Entonces se realiza este “período final en el que estamos”, en el que “Dios nos ha hablado por su Hijo”. Éste señala la fidelidad de Dios para cumplir sus promesas al ritmo de nuestra historia y, en Jesús, la definitiva “manifestación de su bondad y de su filantropía para la salvación de todos”. Es una salvación que se despliega sobre el horizonte ilimitado de la humanidad y del universo, pero a partir de un punto muy determinado de nuestro tiempo, en tiempos de “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el llamado Cristo”. Indudablemente, el P. Dehon hubiera sido feliz siguiendo la investigación histórica actual, que vuelve a situar con claridad a Jesús en su pertenencia al pueblo judío, heredero de su cultura, solidario de su vocación.

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Un verdadero corazón de hombre

¿Qué significa el hecho de que Jesús, el humilde hijo de

María, haya querido conocer las etapas de todos y cada uno de nosotros, “como pequeño y adolescente, antes de ser un hombre maduro”? Que en él late un corazón de carne muy sensible, infinitamente rico de compasión y de capacidad para la amistad, pero, por el mismo hecho, muy vulnerable al sufrimiento, a la angustia y a la muerte... “Un corazón vivo, amoroso, sufriente”, un verdadero corazón de hombre que nos amó con todas sus palabras y sus gestos, con todas sus opciones y todas sus fatigas a lo largo de su vida entre nosotros. Dios, su Hijo Jesús lo es todo entero; ... pero para ser Dios no es menos hombre, hasta el punto de que siente lo que puede sentir un hombre y quiere lo que puede querer un hombre, excepto el pecado... Pero, por afectuoso que pueda ser un hombre, él lo sobrepasa infinitamente por la calidad de su corazón” (La voie d’ amour, 3ème section, cf. Manuscrits divers, p. 1.040).

Fue un corazón que vibró con las aspiraciones de su pueblo, aún denunciando sus ambigüedades; un corazón que, para vivir en nuestra tierra y para alabar al Padre en la hermosura de su obra, “eligió nacer en uno de los puntos más bellos y más ricos del mundo”, al que amó apasionadamente; un corazón “dulce y humilde”, sobre todo, que “sabe lo que hay en el hombre”, conoce nuestro corazón e infatigablemente se hace accesible a todos los “pobres”: por su extraordinaria compasión y por su misericordia, nos reveló humanamente la ternura del corazón de Dios; un corazón como el nuestro, con todo lo que significa, pero con intención de purificarlo y transformarlo: “El Verbo de Dios tomará un corazón de carne para divinizar de algún modo a la materia y redimirla lo mismo que al alma...” (Couronnes..., OSP 2, 200). También, para asociarnos ya muy íntimamente a la oblación perfecta que presenta al Padre en su sacrificio, para tocar nuestro corazón y llamarnos a una respuesta de corazón a corazón.

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Buscar y encontrar a Jesús en “su” tierra

Para comprender bien a Cristo, nos sigue diciendo el P.

Dehon, ¡qué gracia, poderlo colocar de nuevo en la autenticidad de su medio humano! Él mismo nos da testimonio de ello, al confiarnos la emoción que experimentó con ocasión de su visita a Tierra Santa, “toda llena de los recuerdos de la Biblia”: “Se comprende mejor a Cristo y todas las escenas de su vida cuando se ha tenido la gracia de arrodillarse, de meditar y de orar en Belén, en Nazaret...; allí se le busca, y parece que se encuentra algo de él...”. Por eso, a menudo, para despertar en sus jóvenes oyentes el amor de Jesús, o para hacer que una u otra página del Evangelio “hablen” más como verdad humana, recurrirá a recuerdos personales sobre los Santos Lugares, su geografía, paisajes, monumentos... Contemplarlo en su inserción familiar

No podríamos asimilar, guardadas las proporciones

debidas, lo que el P. Dehon reconoce haber recibido de Dios por la mediación de su familia humana, a esas numerosas y hermosas páginas dedicadas a Jesús en su medio familiar, en Belén y en Nazaret: María y José, los parientes -“hermanos y hermanas”, según la expresión evangélica-. “Nazaret nos enseña la perfección de la vida de familia, familia natural o familia religiosa...”. Es una familia unida y solidaria, en la pobreza, en el exilio y, después, en el sucederse muy ordinario de los días y de acuerdo con la piedad ancestral de un pueblo; una familia en la que el ejemplo dado y recibido, la confianza compartida y la aportación de cada uno desde su sitio instauran un clima de serenidad, de complementariedad en el trabajo y de respeto.

Se trata de una familia en la que se concilian perfectamente el sentimiento del cariño más verdadero y un sólido equilibrio, en una vida sencilla y sana. Se encuentra un eco de esto en las siguientes líneas, que se nos ofrecen a propósito de la devoción al Sagrado Corazón: “Hay que destacar que la devoción al Sagrado

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Corazón preserva, precisamente, de ese sentimentalismo vago y todo imaginación y carne, que produce tantas víctimas hoy y que es lo opuesto al sentimiento verdadero, el que surge de un corazón “sobrenaturalizado”... ¿Se atrevería alguien a combatir el amor de un niño por su padre, de una madre por sus hijos, con el pretexto de que este amor se basa sobre todo en los sentimientos? No hay nada más tierno ni más fuerte, al mismo tiempo. Y ¿por qué se querría privar a aquel que nos ha amado más que una madre, más que un esposo, más que un amigo, de nuestro amor filial, afectuoso, agradecido, en una palabra, de sentimientos?” (“Couronnes”, cf. OSP 2, p. 387).

Poco a poco, el trabajo conjunto en el taller de Nazaret hará que se conozca al hijo de María como el hijo del carpintero. Jesús tendrá que contribuir en la vida del hogar familiar con la dedicación a un oficio sencillo, rico en relaciones humanas, en su pueblo y en su región: inserto hasta tal punto con naturalidad en el tejido humano próximo, que sus familiares y sus compatriotas no sabrán reconocerlo como el Enviado de Dios: “No es despreciado un profeta más que en su patria, entre sus parientes y en su casa”. Pero, de este modo, “el Hijo de Dios nos hizo ver en el trabajo, y el trabajo más humilde, el de las manos..., la condición común de la humanidad, una condición digna y laudable, y un medio de perfección propuesto a unas almas escogidas que lo eligiesen... para rehabilitar el trabajo en la tierra” (Discurso a unos “obreros de San Francisco Javier”, en 1884) La perfecta obediencia: en la libertad

Es el “juego” acomodaticio de una obediencia plena, con el

efecto y la afirmación de la legítima independencia. Aquello que para el P. Dehon representó tantas alegrías y también tantas luchas, el conflicto con los suyos sobre su opción en la vida, le gusta profundizarlo, meditando en particular “la vida oculta” de Jesús en Nazaret.

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Él, que insistió tanto sobre la humildad y la obediencia -“un punto capital, uno de los privilegios inefables de nuestra vocación”-, nos propone sin cesar el modelo de la obediencia cariñosa y atenta del niño Jesús a María y a José: “es la señal mejor de amor que pueda darse a un padre”. Es, para Jesús, su “regla de vida”: en una sumisión humana muy concreta, la manifestación de su comunión filial con el Padre en la Trinidad, de la disposición que tiene desde su venida al mundo: “cumplir la voluntad del Padre”, “¡Aquí estoy!”. Se trata de una obediencia que sería muy pobre, sería verdaderamente una lamentable falsificación de ésta, si no fuese cordial, entera, feliz de realizar “el beneplácito” de aquella y de aquel a los que se ama. El P. Dehon hace decir a Jesús: “Mi obediencia en Nazaret era atenta, solícita, entera. Me gustaba obedecer; la obediencia era la alegría y el tesoro de mi corazón” (OSP 1, 182). Pero no sería una obediencia humana, si no fuese libre: educación y afirmación de la libertad. El P. Dehon recurre con frecuencia a los versículos de san Lucas (2, 51-52) que constituyen el brevísimo resumen de la vida de Jesús con María y José en Nazaret: “Les estaba sujeto y progresaba en sabiduría y en estatura”. Pero cuida de precisar -lo que no carece de interés, cuando se piensa en ciertas “imágenes piadosas” de la época- que esta obediencia excluye “un puro sentimentalismo que no conduce a nada”, lo mismo que “cualquier regateo”: requiere tanto la voluntad como el corazón.

El Padre quiere subrayar, sobre todo, cómo en el umbral de la adolescencia Jesús supo, si no desobedecer, al menos afirmar la que para él era la plena dimensión de su ser, “estar con su Padre, en las cosas de su Padre” (Lc 2, 49). En la vivencia de esta fidelidad, Jesús no transigirá nunca. Para María y José, es una súbita y como fulgurante apertura al misterioso secreto de su hijo, tan sumiso, por otra parte; hasta el punto de que “no comprendieron lo que les decía”. No comprendieron de inmediato, ni acabarían de comprender del todo. Pero respetarán a su hijo en su verdad y en su libertad y se mantendrán en su sitio, a su lado, en la más profunda comunión, en la nueva familia de aquellos y aquellas que, más allá de los lazos de la sangre, acogen la Palabra y viven de ella.

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Se pueden encontrar consideraciones parecidas a propósito

de la escena de Caná, o ante la incomprensión de los parientes, para quienes Jesús, sencillamente, “se ha vuelto loco”. Y, más en general, a propósito de la libertad que Jesús, animado por el Espíritu en su fidelidad a responder a la espera del Padre, sabe imponer a despecho de toda tentación, venga de donde venga, deja su familia y, progresivamente, su región; “se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51) para cumplir el encargo del Padre. Y esta decisión, este valor de separarse incluso con dolor, con incomprensión, a contrapelo, es la que Jesús espera provocadoramente de los que son llamados: “¡Deja que los muertos entierren a sus muertos!” (v. 60).

Ciertamente, las meditaciones que nos ofrece el P. Dehon a este propósito están impregnadas de mesura y de matices. No obstante, son muy claras. Traducen, en verdad, algo de lo que él ha vivido, el sufrimiento padecido a la medida del cariño filial, para mantenerse firme en su opción de vida y responder a la llamada de Dios. Veamos algunos pasajes: “Puede ocurrir que nuestros amigos o nuestros padres (parientes) se opongan a nuestra vocación o a nuestras obras. Responderemos con el Señor: ¿No es necesario que cumpla la obra que mi Padre del cielo me pide?” (OSP 2, p. 263). “Llegará el tiempo en que el sacerdote y su familia tengan que hacer el sacrificio de separarse” (ibid., p. 579). Los niños están bajo la tutela de los padres hasta la edad adulta, pero hay una cuestión en la que no tienen que obedecer a sus padres, sino a Dios, la de la vocación...” (OSP 3, p. 160). Quien da semejantes orientaciones, no deja de recordarlas también a los padres, y ¿cómo no conectarlas con su propia experiencia? A un padre que retrasa la vocación religiosa de su hija le dice: “Creo que resistimos a la voluntad de Dios retrasando el cumplimiento de esta vocación... Comprendo su aflicción y me asocio a ella, pero la voluntad de Dios muy manifiesta debe superar los afectos naturales. Haga generosamente su sacrificio. Se consolará cuando ella le escriba diciendo que ha encontrado la felicidad” (carta de 11 de abril de 1883).

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Esta firmeza, que quizá no se subraya demasiado cuando se

recuerda al “Très Bon Père”, refleja su historia personal. Pero también la convicción que repite a menudo: la vocación sacerdotal y religiosa se prepara y se madura muy pronto, especialmente en la familia, al lado de los padres ligados a una larga tradición anterior, mediante el ejemplo de vida y con la tradición recibida. “La vocación sacerdotal es preparada con frecuencia por antepasados piadosos. Entre las causas determinantes de nuestra vocación están frecuentemente los ejemplos, las plegarias y los méritos de una madre, de una abuela o de otros parientes. Volvamos con el pensamiento a nuestra infancia. Agradezcamos a Dios las gracias recibidas” (OSP 2, pp. 543-544). “La madre crea moralmente el alma de su hijo”

Esta última observación nos la da en una meditación sobre

“la preparación al sacerdocio de Jesucristo: la familia del Salvador y la infancia de éste”. Pero aquí, sobre todo, cuando habla de nuestra vocación, el P. Dehon nos remite a aquello que tiene más dentro: el recuerdo inolvidable de su madre, sus ejemplos, su oración, sus méritos.

Hay, especialmente aquí, numerosas páginas, algunas de ellas muy emocionantes, que sería necesario releer atentamente: María, unida al Hijo de Dios, que se hizo niño de su carne; María, que está de pie junto a la cruz en la que su hijo muere, afrentosamente abandonado y torturado; María, que está en el corazón de la Iglesia naciente de su Hijo, en el momento en que sobre ella se exhala el Espíritu prometido...; María, que en adelante comparte plenamente en su cuerpo la plenitud de vida que vivió en su corazón por la fe... Nuestra Señora del Buen Consejo “es una amiga para todos aquellos que su Hijo visita, en todos aquellos por los que su Hijo se interesa... Un niño bien educado corre a su madre tan pronto como tiene alguna duda o alguna dificultad. Su madre es todo para él, la escucha, cree en ella, tiene confianza. Nadie le hará creer que su madre se equivoca. Ella es para él la voz

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de la sabiduría divina. María, sé todo esto para mí, tengo confianza en ti” (OSP 3, pp. 481-482).

Existe en el Evangelio una proximidad, discreta pero manifiesta y maravillosa, en las palabras y, sobre todo, en las disposiciones de corazón y en la vida, entre María y su hijo Jesús. La que responde a Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” es la madre y, al mismo tiempo, la discípula de aquel que, entrando en el mundo, dijo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. El que proclama las Bienaventuranzas del Reino a sus discípulos y a las muchedumbres es el hijo de aquella que durante los primeros días de la Buena Nueva cantó el gozo de los “pobres” en su Magnificat...

Al P. Dehon le gusta subrayarlo... y ¿cómo no referirnos ahora a lo que le gustó también decirnos de su reconocimiento a su madre?: María es “el ángel de la familia”. Dotada de una total atención, de su solicitud y de su bondad (a propósito de la intervención en Caná), es el modelo de la mujer cristiana. Acordándose de su madre y en referencia también al poema bíblico sobre la mujer ideal (Pr 31, 10 ss), el P. Dehon escribe: Su vida fue una vida de trabajo, de piedad, de virtud. Como verdadera mujer fuerte, se levantaba siempre la primera y atendía admirablemente su casa. Siempre fue dulce y paciente...” (NHV XIV, 148). En la homilía de una boda celebrada, precisamente, en su familia, quiere exhortar a los jóvenes esposos: Más que nadie, es la mujer cristiana la que lleva consigo las alegrías y las preocupaciones de la familia; ella es, sobre todo, el corazón del hogar... Si, por lo demás, Dehon ha recogido con tan ferviente emoción los testimonios del Evangelio -de san Lucas, sobre todo- acerca de la ternura y de la compasión del Corazón de Cristo para con los pobres y los oprimidos de toda clase, ¿no es también porque ha sido educado en esa ternura y en esa compasión, particularmente, por su madre?

Y recordemos esto sobre todo: es sabido con qué emoción contenida vuelve sobre los primerísimos años de su infancia, para hablarnos de lo esencial que ha tenido para él esta educación

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materna, a saber, una comunión de corazón a corazón, de alma a alma... “Mi madre me enseñó a rezar. Los recuerdos de mis primeras oraciones de niño los tengo muy presentes. Mi madre nunca hubiera dejado de hacerme rezar por la mañana y por la noche... La hermosa alma de mi madre pasaba así en parte a la mía... (NHV I, 6v y 7r). El mismo P. Dehon, pero esta vez hablando de María en su cariño materno y de la educación dada a su hijo Jesús, escribe en sus apuntes: “El niño no recibe sólo su cuerpo y su sangre de su madre, sino que la madre crea moralmente, por decirlo así, el alma de su hijo. Le da su sangre viviente, animada; conforma su alma con la suya y continúa su formación moral con la educación. Jesús se dignó recibir la educación de María... Pero, aparte de que los tiernos besos de la infancia dejan una impresión inefable, es cierto que la maternidad es una relación real que subsiste en la eternidad. Y Jesús da gracias incesantemente con amor a María por la sangre que tiene de ella, con la que ha rescatado a sus hermanos y los embriaga a diario en el altar” (NQT I/1868, 69-70).

“La madre crea moralmente el alma de su hijo”: apréciese la fuerza casi audaz de la afirmación, que dice mucho de lo que siente aquel de quien la recibimos. Seremos sensibles, de nuevo y a la vez, al “deslizamiento” entre su propia experiencia personal y la mirada que dirige a Jesús. El joven León Dehon escribe estas líneas en 1868, en el momento en que se despeja, por fin, el conflicto con sus padres respecto a su opción de vida. Coincide con el 18 de marzo: como él menciona con mucha frecuencia, se trata de la víspera de la fiesta de san José, tan presente en la devoción de su madre; quince años más tarde, el 19 de marzo de 1883, dirá que, en el día de su fiesta, san José “vino a llevársela. Ella lo había querido y servido mucho...”.

Muy a menudo vuelve León sobre esta comunión entre la madre y el hijo, cuya realización más perfecta unió a María y a Jesús: entonces, María lo recibe todo de su Hijo, el Verbo que se hace carne en ella, antes de darle, a su vez, todo lo que la mejor de las madres puede y desea dar a su niño. “¡Qué intimidad, qué

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comunión divina, la que se establece entonces entre la Madre y el Hijo!... ¡Qué unión! ¡Qué intimidad! No hay nada más grande en el orden natural, ni más cercano, en el orden de la gracia... Las actitudes y los sentimientos del Hijo pasan al alma de la Madre, y hacen de ambos una misma cosa moralmente... (OSP 1, p. 327).

“Junto a la cuna de los santos a menudo hay una santa madre”. El P. Dehon hace esta observación hablando de san Estanislao de Kostka. Y medita su realización más perfecta al contemplar a María junto a la cuna de Jesús. A partir de su testimonio, rápidamente podemos nosotros reasumirla, pensando en él, pues traduce todo su cariño y su gratitud. Efectivamente, hubo una santa madre que se inclinaba sobre su cuna, en la casa donde León Dehon nació, en la casa de La Capelle. CONCLUSIÓN

Para concluir, les propongo recuperar y completar dos citas ya empleadas. El 5 de abril de 1868, León escribe desde Roma a su padre para felicitarlo en su santo: “... También es para mí la ocasión de expresarte mi agradecimiento por todos los favores que de ti he recibido, pues, después de Dios, soy deudor a ti y a mamá por todo lo que soy y lo que tengo”.

“Doy gracias al Señor de que haya bendecido a mi familia. Mi padre era al final de su vida un modelo de fe y de piedad, mi hermano sigue siendo practicante, mis sobrinas han encontrado maridos cristianos. En cuanto a mi madre, fue durante toda su vida una verdadera discípulo del Sagrado Corazón” (NQT V/1890, 8r).

Estas dos citas ilustran adecuadamente lo que ha sido el hilo conductor de toda nuestra reflexión: donde el P. Dehon encuentra a su Dios es en la fuerza y la cordialidad de su relación con los suyos. Conoció y comenzó a vivir el amor de Dios, para con él y para con todos, a partir del ámbito humano de su familia y de su tierra. Este amor lo reconoce, por encima de todo, en Jesús,

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el Hijo de Dios convertido en el hijo de María. Y, ante el belén de su colegio, siendo adolescente, decide consagrar su vida a acoger y a servir en el corazón del mundo esta inaudita presencia, una Buena Noticia para la gloria de Dios y para la alegría de todo el pueblo de los “pobres”.

Es, con seguridad, un misterio de amor, y el P. Dehon no deja de alimentarse de frases como éstas, inagotables: “Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo... en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo...”.

Pero tanto como sobre el hecho de esta presencia, él quiere llamar nuestra atención sobre lo que más le fascina. La modalidad de “la Encarnación”, que es todo lo contrario a una cosa abstracta. Es una presencia de “santa humanidad”. No algo exterior y como de pasada, sino una presencia desde lo que nosotros somos, y haciéndolo suyo de un modo totalmente único; una presencia en el interior de nuestra condición humana y para siempre, como la afirma la Resurrección en nuestra carne y como nos la da la Eucaristía a partir de los “frutos de la tierra y del trabajo del hombre”, como alimento diario en nuestro camino hacia la vida.

Se trata, pues, de una presencia cuyas características son la autenticidad plena, el realismo y la verdad humana: estos son los “esponsales” del Verbo de vida con nuestra humanidad, nuestra tierra y nuestro universo, una presencia de plena y entera solidaridad; y esto, para purificarlo todo y “divinizarlo” todo, como el P. Dehon gusta repetir a partir de un Padre de la Iglesia que para él significa mucho: Ireneo, el santo obispo y mártir de Lyon.

Todavía aquí, serían numerosos los lugares bíblicos en los que recoge esta revelación que ilumina toda su existencia; ellos alimentan constantemente su oración y siembra con ellos toda su obra: “El Verbo se hizo carne... Se despojó y, haciéndose como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte... Quien me ve a mí, ve al Padre... Me amó y se entregó por mí...

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Venid a mí, todos los oprimidos, y encontraréis vuestro descanso. Cargad con mi yugo..., pues es ligero... Tomad, comed, bebed, esto es mi cuerpo y mi sangre... Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, siendo semejantes con él en la muerte para poder llegar a la resurrección de los muertos... Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo... Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”.

Y serían muchas, y muy hermosas también, las páginas en las que recibimos del P. Dehon su constante meditación sobre ese “misterio de amor” que es la Encarnación. Por ejemplo, cuando dice: “El misterio de la Encarnación es un misterio de amor... Es el misterio de un Dios que ama al hombre hasta hacerse él mismo hombre... Es el amor humano divinizado. La fiesta de la Anunciación es, pues, la fiesta grande de ese amor.

[Y, haciendo hablar al mismo Jesús, escribe]: Al hacerme carne, al revestirme de una apariencia sensible, visible y tangible, he hecho al amor divino palpable y perceptible para los sentidos de los hombres. Por eso, la contemplación de mi santa humanidad lleva a los corazones que se dedican a ella hasta mi divino amor. Estas formas sensibles de mi humanidad facilitan a los hombres que realicen actos de amor hacia mí. El objeto de mi amor los diviniza. Amando a mi humanidad se me ama a mí y se ama a Dios, ya que yo soy Dios” (“La voie d’amour”, OSP 1, pp. 36-37).

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PADRE DEHON, ¿QUIÉN ERES?

Principales aspectos de su vida, grandes líneas de su espiritualidad

P. Tullio Benni

P. André Perroux2

León Dehon nace el 14 de marzo de 1843 en La Capelle, en la diócesis de Soissons en el Norte de Francia. Muere el 12 de agosto de 1925 en Bruselas. Una vida larga, con 4 diplomas: en derecho civil, filosofía, teología y derecho canónico. Realizó numerosos viajes: por Europa, el Oriente Próximo, América Latina y alrededor del mundo. Con grandes ideales. El sacerdocio y la fundación de una Congregación religiosa. Tuvo numerosas y dolorosas pruebas. Pero sobre todo tuvo un gran amor.

Pero más allá de estos datos históricos, ¿quién es verdaderamente el Padre Dehon? La primera respuesta que nos viene al espíritu, la más corta y al mismo tiempo la más verdadera,

2 El P. Tullio Benini scj, párroco de la parroquia de Cristo Rey en Milán, compuso esta presentación del Padre Dehon para responder a la solicitud de los jóvenes de su parroquia que querían conocer mejor las grandes líneas de la vida del Padre Dehon, su obra y la espiritualidad que la anima. El P. André Perroux, del Centro de Estudios de Roma, ha adaptado esta presentación, que puede servir para grupos de jóvenes y para la promoción vocacional.

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podemos expresarla en estos términos: Un hombre que en el Corazón de Cristo encontró la síntesis de un fuerte espiritualidad y de un intenso y sorprendente compromiso en la sociedad; un hombre que vivió dándose enteramente a Dios y a sus hermanos los hombres, con una auténtica generosidad y perseverancia.

Hace algunos años una mujer joven me dijo: “Lo que me atrae del Padre Dehon es la profunda unidad que vivió entre espiritualidad y acción, entre la contemplación del Corazón de Cristo y su manera de servir la humanidad, este estilo particular de amor que se entrega: he aquí lo que hace que surja en mí el deseo de ofrecerme a mi vez a Jesús, de responder ‘sí’ a su amor”.

De esta manera quiero daros a conocer al Padre Dehon: según estas características que conservan toda su actualidad para nosotros hoy.

No para invitaros a hacer lo que el mismo hizo, para “copiar” de alguna manera su vida; sino más bien para que viéndole vivir, estemos llamados a descubrir los “puntos fuertes” de nuestra vida hoy: allí mismo donde el designio de Dios sobre nosotros se expresa con mayor claridad, allí donde él nos llama, donde él nos espera para que colaboremos generosamente en su obra...

Conocer una personalidad que marca, es por así decirlo, mirarse en un gran espejo inteligente. De ahí surge un diálogo, una invitación a conocernos mejor nosotros mismos y los grandes proyectos a los que estamos llamados. En el estilo incisivo que le es propio, San Agustín exclamaba pensando en los grandes personajes que lo habían precedido: “Si ellos y ellas han sido así, ¿por qué no yo?”

Os propongo algunos momentos de los más significativos de la vida del Padre Dehon, partiendo no tanto de lo que sus biógrafos han escrito, sino de su propio testimonio tal y como nos

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lo ha dejado en sus Notes Quotidiennes (Notas Cotidianas) (NQT), sus memorias.

De estos cuadernos – testigos de su fidelidad a llevar el diario de su vida – percibimos, enseguida, su capacidad de reflexión sobre su vida. “nada de dejarse vivir". El buscaba la participación, el ser protagonista de la vida apasionada que se le ofrecía.

He aquí mi deseo: que podáis leer en esto que os propongo, - y más allá del lenguaje de su época -, los sentimientos profundos, las líneas de continuidad que han habitado al hombre, al sacerdote León Dehon.

Para facilitar la lectura, el texto ha sido dividido en varios números, con títulos de referencia. I. “UNA VITALIDAD EXTRAÍDA DE RAÍCES PROFUNDAS” 1. Retorno a las raíces

Una de las características de la vida del Padre Dehon fue: saber retornar a las raíces. Las raíces nutren al árbol manteniéndolo con vida. Sus raíces, el Padre Dehon las encuentra en sus padres y en su bautismo. Le gustaba mucho tener presente el recuerdo de sus padres. A menudo les dirá, que no sabe cómo agradecérselo. Escribe a su padre: esta carta “es para mi una ocasión de testimoniar mi reconocimiento por todos los beneficios que de ti recibí, pues después de Dios, es a ti y a mamá a quienes más agradecido estoy de todo lo que soy y de todo lo que tengo” (Carta del 5 de abril de 1868).

“Mi padre no tuvo el beneficio de una educación completamente cristiana... No era ambicioso para él, sino para mí, quería verme llegar a una alta situación”. (NHV I, 4v). Cuando

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contra la voluntad paterna, su hijo se prepara al sacerdocio, su padre soñará para él las más altas dignidades eclesiásticas. En sus ambiciosos sueños inspirados por su amor paterno, su padre quedará profundamente decepcionado...

“Mi madre ha sido para mí uno de los dones mayores de Dios y el instrumento de mil gracias... Quiero agradecer a Nuestro Señor de haberme dado una madre así, de haberme iniciado a través de ella al amor de su divino Corazón... Mi madre aparece en mis más lejanos recuerdos. Nunca me separé de ella en mi infancia... El alma preciosa de mi madre pasó un poco a la mía” (NHV I, 3r y sq.)

La gracia del bautismo, el 24 de marzo de 1843. “Siempre consideré como una gracia el haber recibido el bautismo el 24 de marzo, en las primeras vísperas de la fiesta de la Anunciación... el ‘Yo soy la Esclava del Señor’ de María y el ‘Heme aquí, yo vengo para hacer tu voluntad’ de Jesús, anunciaron de antemano mi vocación de sacerdote-víctima”. “Siempre tuve un culto por el recuerdo de mi bautismo... En cada una de mis vacaciones hacía una piadosa peregrinación a las fuentes sagradas de mi bautismo y sentí una pena grande cuando la vieja urna fue sepultada en un altar y desapareció por completo” (NHV I, 1v). “Nuestro bautismo es la primera centella de ese fuego que Nuestro Señor vino a traer a la tierra. Nuestro Señor la puso en nosotros por pura bondad. Nos era imposible el merecer dicha gracia...” (De la vie d’amour).

El optimismo que el Padre Dehon albergó durante toda su vida y su firme confianza en Dios, representan con toda certeza una de sus raíces. De su piadosa madre aprendió a mirar a Jesús partiendo de su Corazón... El continuo recuerdo de su bautizo le mantuvo en la confianza y la serenidad. “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”, proclama san Pablo (Rm 8,31). El “Yo soy la Esclava del Señor” de María, y el “Heme aquí, yo vengo” de Jesús han llegado a ser las divisas de su vida, la expresión de su vocación religiosa.

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2. Intuiciones para el futuro

Desde la edad de 13 años el joven León entrevé su futuro: la vocación para llegar a ser sacerdote. Será la noche de Navidad en el colegio de Hazebrouck, en 1856, cuando nace en él esta convicción, esta “conversión”.

“Monaguillo, asistía al oficio de media noche en los capuchinos... Nuestro Señor me urgía con fuerza para darme a él. La acción de la gracia fue tan marcada que me quedó durante mucho tiempo la impresión de que mi conversión databa de ese momento” (NHV I, 26r).

Entró en el colegio de Hazebrouck el 1 de octubre de 1855, “día para siempre bendito”, escribirá en sus recuerdos. Salió siempre airoso en todas las materias, ello le valió varios premios. Del director del colegio, Señor Dehaene, decía: “Este hombre de Dios... era de una naturaleza selecta... Tuve la dicha de ser durante cuatro años su penitente. Me guardaba una afección que yo no merecía... Me parece que obtuvo de Dios el transmitir a mi alma algo de la suya” (NHV I, 14r y sq.). Al Señor Dehaene le gustaba decir: “No se forman las generaciones con alimentos sin consistencia, sino con lo que es estable, sólido y seguro”.

El Padre Dehon se dejará formar a partir de esta convicción. “Estaba tentado de orgullo, de vanidad y sobre todo de sensualidad. A veces era glotón... Me dejaba influenciar de malos compañeros y yo lo fui también para varios. Me dejaba llevar de la debilidad de corazón. Guardé a pesar de todo mis prácticas piadosas. Era la lucha. A veces la sostenía con valor. Dormía sobre una plancha, imponía a mi paladar mortificaciones bien rudas... Otras veces cedía con vergüenza. Hice a menudo, para ayudarme, un voto de castidad de algunas semanas...” (NHV I, 26v y sq.).

¡La conciencia de tener un futuro! La capacidad para entreverlo, desearlo y prepararlo de manera concreta: he aquí otra de las líneas de continuidad que dibujan y sostienen la vida del

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Padre Dehon. Un futuro abierto que va siempre más allá del presente... Le gustaba decir con san Pablo: “Señor, ¿que quieres que haga?” 3. Una primera experiencia decisiva: Paris, 1859-1864

Concluidos los estudios de humanidades clásicas donde obtuvo el bachillerato, el joven León expresó a sus padres la voluntad de ser sacerdote. La negativa fue categórica, particularmente por parte de su padre. León solicitó entrar en el Seminario de San Sulpicio. Su padre le responde que nunca lo admitirá. Al contrario, le envió a Paris para cursar estudios universitarios. En Paris vivirá su primera experiencia de hombre y de cristiano.

Nos dirá en sus recuerdos. “Paris, octubre de 1859... Mi padre me hizo entrar en la Institución Barbet en octubre... pasaría así cinco años en Paris. Lo había temido mucho. Allí recibí muchas gracias. Adquirí un gran desarrollo intelectual. Aprendí a conocer el mundo sin mancillarme. Allí debí adquirir el gusto por las letras, las artes, los viajes. El derecho desarrolló mi juicio y me preparó a la filosofía” (NHV I, 31v).

La primera experiencia en la Institución Barbet como interno constituyó una decepción amarga, no tanto desde el punto de vista material e intelectual cuanto moralmente. El Padre Dehon dirá más tarde que allí conoció un desorden infernal, que le hará sufrir hasta la exasperación. Escribirá varias cartas muy firmes a su padre. Y a partir del 1 de diciembre, obtendrá frecuentar la Institución solamente como externo, yendo a vivir con su hermano Henri. Encontrando así un ritmo más armonioso.

“Asistía casi todos los días a la santa misa... me confesaba todas las semanas en San Sulpicio... Pronto formé parte del Circulo Católico y me asocié a una conferencia de San Vicente de Paúl. Me ocupé particularmente de dos viejos que vivían bajo los escombros, desprovistos de todo, en un tugurio donde ni siquiera me podía

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poner de pié. Pude desarrollar con ellos sentimientos cristianos y ellos, por su parte, me edificaron. El odio social reinaba en ese barrio,- el barrio Mouffetard -. Una obrera me persiguió una vez, durante largo tiempo, profiriendo injurias y amenazas contra mí únicamente porque yo le parecía pertenecer a una clase social más elevada que la suya” (NHV I, 33r y sq.).

También llegó a ser un buen catequista. “Allí realicé mis primeros intentos de predicación. Tenía más voluntad que talento. Mis alumnos eran los pobres del barrio de San Sulpicio... Nada me alejaba de la piedad y del estudio. Todo lo que veía me ayudaba más bien a ensanchar mi alma y a elevarla a Dios... Sentía que el estudio del derecho no era más que un pasaje y que mis gustos estaban en otro lugar” (NHV I, passim).

Puede decirse en realidad que no dejó escaparse ninguna ocasión... Una juventud vivida bajo el signo de la generosidad, a pesar de los defectos y las faltas. Sabía aceptar experiencias diversas, llevado de su curiosidad intelectual y espiritual. No se contentaba con saber. Y no se dejaba abatir ante las dificultades. Se esforzaba para no perder la continuidad, la coherencia de vida... Papel indispensable del acompañamiento espiritual. 4. La amistad

La amistad será verdaderamente una de las constantes en su vida. Supo suscitar numerosas amistades siéndoles siempre fiel, las cuidó con gran delicadeza hasta el final de su vida.

Durante su estancia en Paris, comenzó una bella y profunda amistad con León Palustre quien “originario de una familia democrática... tenía los gustos y los modales de un señor... ejerció una gran influencia en mi vida... le gustaban las letras y las bellas artes... Fue mi compañero de apartamento... A los dos nos gustaba el trabajo. Nos levantábamos a las cinco y comenzábamos el día leyendo la Escritura santa durante media hora, siguiendo los comentarios de don Calmet.

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Hasta entonces yo no había leído casi nada de literatura y

de filosofía. Palustre me hizo tomar gusto y así comencé a recorrer los autores clásicos y contemporáneos”. Bajo la influencia de su amigo, León Dehon se inicia a la arqueología. “La Providencia se sirvió de Palustre para conducirme a Palestina y a Roma, fueron dos grandes gracias de mi vida” (NHV II, passim). En “La vie d’amour” (La vida de amor), escribirá: “La amistad es delicada, se mantiene gracias a las atenciones, la asiduidad, los servicios ofrecidos”...

De esta época le viene al Padre Dehon su amor por la Palabra de Dios, por la Biblia. Llegando a ser una referencia constante en su meditación y su predicación. Los escritos espirituales están nutridos de citas bíblicas. Es un aspecto que le hace particularmente actual. No hay que olvidarlo: en las primeras reglas que escribe para sus religiosos, les pide que dediquen una hora diaria a la lectura de la Escritura santa. 5. Los viajes

Fueron una característica, una “suerte” también en su vida. Con gusto su padre los financiaba, esperando así hacer cambiar en su hijo el deseo de ser sacerdote. Aun muy joven y ya León había visitado la mitad de Europa. En 1910 dará la vuelta al mundo. Especialmente importante fue su viaje al Oriente Próximo, comenzado el 23 de agosto de 1864 en compañía de su amigo Palustre. Un largo viaje de 10 meses: la Selva Negra, Suiza, Italia, Dalmacia, Albania, Grecia, Egipto, Tierra Santa. Después el camino de retorno: Turquía, Constantinopla, Viena, donde los dos amigos se separarán: Palustre entrará en Francia mientras que León continuará su camino hacia Roma.

“Por dos veces durante el trayecto (en coche y en barca, entre Padua y Venecia) vi la muerte muy cercana, y atribuí mi salud a la Santísima Virgen a quien invoqué con confianza”. “Quisimos hacer a pié el último día de marcha para llegar a

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Jerusalén como verdaderos peregrinos. Estábamos profundamente emocionados con la idea de ver pronto Jerusalén... Por gracia de Dios realicé la visita en espíritu de oración, era más un peregrino que un turista” (NHV III, passim).

La alegría, el deseo de conocer. Una “curiosidad” siempre despierta, que nos abre el espíritu, le nutre, le dilata. Darse cuenta que el mundo es rico y complejo: no podemos atenernos a juicios simplistas. Los viajes hacen crecer en el Padre Dehon la dimensión misionera. Para él cada viaje está liado a una nueva experiencia espiritual y cultural.

En sus Souvenirs (Recuerdos) (escritos en 1912), pone en relación su gusto por los viajes y el apostolado social. “Para escribir y hablar de las cuestiones sociales, es preciso haber visto mucho, es preciso saber comparar los regímenes sociales y las civilizaciones de los diversos pueblos. Los amplios conocimientos permiten enderezar muchos errores et apreciar la acción de Dios”. Esa es la razón por la cual hice grandes viajes”.

El Padre Dehon es peregrino más que turista. Podríamos decir: naturalmente abierto al Espíritu. La capacidad para ver, teniendo en cuenta el interés humano y artístico, y al mismo tiempo atento a percibir un signo, que le lleve “más allá” de lo visible... Se trata de entrever y mejor “apreciar la acción de Dios”... Conclusión sobre este primer aspecto

• Los aspectos fundamentales de la persona hunden sus raíces en la infancia. Hay que saber poner de relieve lo que cada uno recibió como patrimonio genético, cultural y espiritual. Saber cultivarlo, explicitarlo, llevarlo a la madurez y hacer que fructifique. • La infancia y la juventud son el tiempo más adecuado para sembrar (pero no solamente el buen grano). Hace falta ser capaces de luchar. El grano sembrado representa el patrimonio recibido, pero es necesario conducir su crecimiento...

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• León Dehon es un joven normal: de buena inteligencia y memoria viva, de gran sensibilidad y emotividad... Es al mismo tiempo un joven vulnerable, con necesidad de presencia y amistad... Tiene un temperamento más bien sumiso, influenciable... Muy claros para él están los riesgos del orgullo, la sensualidad, con las consecuencias de su pertenencia al medio de los afortunados, a quienes la protección les impide comprometerse... • Pero tuvo la suerte de tener desde su adolescencia y juventud, una fuerte experiencia de Dios. Se implicó y comprometió. Supo que tenía necesidad de ser sostenido y que no podía conseguirlo sólo. Aceptó con agrado ser dirigido y acompañado (dirección espiritual). De manera perseverante supo recurrir a quienes podían ayudarlo... • Supo compartir y apropiarse algunas experiencias concretas de solidaridad, de catequesis. El crecimiento de una persona no puede realizarse sin esta capacidad de compromiso, incluso ensuciándose las manos y asumiendo personalmente los compromisos. II. “CADA DÍA TIENE SU OPORTUNIDAD”

Hemos acompañado al Padre Dehon en la primera fase de su vida, hasta su viaje-peregrinación al Oriente Próximo. Nos encontramos ahora en 1965. Leon tiene 22 años. Es un joven atractivo, alto – según su pasaporte, medía 178 cm –, cabello castaño, frente ancha, ojos oscuros, rostro oval y tez clara.

Escribe en su diario: “cada día tiene su oportunidad, cada hora su gracia”. Esta cita nos indica claramente cuál es el espíritu y la disposición en la que vive y quiere vivir. Introduce así bien la segunda fase de su vida, los años 1865-1878, que ahora consideraremos. He aquí el mensaje esencial: ¡Lo importante es no derrochar ninguna ocasión!

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6. A los 22 años: el paso decisivo

Para León, una de las consecuencias evidentes de su viaje a Oriente Próximo, fue su decisión de comenzar sus estudios del Seminario y de hacerlo en Roma. Sabemos que a 16 años había pedido a su padre ingresar en el Seminario de San Sulpicio de Paris. Ante una negativa clara, obedeció, pero precisando que esperaría la mayoría de edad. En una carta escrita en Patras, Grecia, el 7 de noviembre de 1864, dice a sus padres: “Retornaré probablemente pasando por Roma, para decidir sobre la dirección de mis estudios”

En el camino de vuelta, después de visitar Viena, su amigo Palustre entra a Francia, León parte para Roma. Es la primera vez que va a Roma, llegó el 20 de junio de 1865, para una corta estancia (20 de junio-1 de julio). “El martes por la mañana entraba aquí temblando de una emoción involuntaria... Cada paso evoca un recuerdo y todo el suelo es venerable”.

En Roma su primera gran alegría fue la audiencia particular con el Papa Pío IX, quien le aconsejó hacer sus estudios en el Seminario francés de Santa Clara. “La más grande de mis alegrías fue ver al Papa Pío IX, la bondad unida a la santidad... Le hablé de mi vocación... Y me aconsejó el Seminario francés de Roma... Me parece que esta primera bendición de Pío IX me ha propiciado grandes gracias. Desde entonces estuve en paz” (NHV IV, 98).

Un segundo encuentro que contará mucho para él será el del Padre Freyd, un auténtico “hombre de Dios, un santo”, quien durante años será su director espiritual, muy estimado y muy escuchado. Visita el barrio, la Universidad Gregoriana, y comenta: “Me pareció estar ya en casa. Había terminado en Roma lo que quería hacer. Mi vocación estaba decidida, era el coronamiento de mi viaje” (NHV IV, 99).

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Entró en La Capelle, donde su madre había pasado todo un año con miedo, preguntándose si volvería a ver a su hijo con vida: “Retorné a los brazos de mi madre. ¡Qué alegría sentimos los dos!” (ibid.). Los tres meses que siguieron fueron penosos: discusiones en familia, llantos, alguna disputa. Incluso su madre se opone, pero León está firme en su decisión. Su única ayuda vendrá de su abuela materna: “Si es su vocación, será feliz”.

El 14 de octubre de 1865 León deja La Capelle para ir a Roma: “Esta partida marcó una nueva etapa en mi vida... Mis buenos padres me condujeron hasta Nuestra Señora de Liesse e incluso hasta la estación San-Erme. ¡Les costaba tanto separarse de mí! Temían perderme para siempre... Despedí a mi familia..., y no fue sin derramar lágrimas amargas. Mi padre y mi madre lloraban, ¿cómo no llorar yo también?” (NHV IV, 102-103).

El 19 de octubre pasó el Monte Cenis, en un convoy de “diligencias tiradas cada una por doce mulas”. “Había mucha nieve y hacía mucho frío” (carta del 20 de octubre de 1865). El 20 de octubre está en Turín y el 25 llega por fin a Roma. “Mi lógica me decía que el agua es más pura en el manantial que en el arroyo y que la doctrina y la piedad deben beberse más fácilmente y más plenamente en el centro de la Iglesia que en ninguna otra parte” (NHV II, 66v). Una vez llegado a Roma donde encuentra el agua pura del manantial, se comprende la fatiga del “viaje”: no solamente el de Oriente Próximo sino sobre todo la urgencia de una decisión que poco a poco se le impuso. Hay objetivos a los que no se llega más que portando hasta el final ciertas intuiciones o aspiraciones interiores. La importancia de un encuentro para un discernimiento esclarecido. Irá a pedírselo al mismo Papa, lo hace también con el Padre Freyd. Sin discernimiento es muy difícil seguir con seguridad la voluntad de Dios. Todas las decisiones suponen un esfuerzo, saber distanciarse, incluso con relación a quienes se ama. Es como una desgarradura interna, “Incluso cuando la parte superior del alma experimenta una alegría sobrenatural” (NHV IV, 103). El desprendimiento-distancia permite la libertad de un camino nuevo.

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En el plano psicológico poseía un carácter equilibrado,

particularmente sensible, pronto al ardor y a la emotividad pero guardando en el exterior la actitud tranquila y distinguida. Sensibilidad, ardor, emotividad, que necesitan ser constantemente guiadas, orientadas. Gracias a su carácter amable se atrae la afección de quienes le conocen. Durante toda su vida supo amar mucho, cultivó la amistad y suscitó en torno suyo mucha amistad. Sufrió viendo a amigos suyos alejarse a causa de divergencias de opinión... Manifiesta una gran curiosidad intelectual, pero no se hace ilusión sobre sus propias deficiencias, particularmente en filosofía y en literatura. Saber que no se sabe o al menos que no se sabe lo bastante. 7. En el seminario: 25 de octubre de 1865

Como él mismo lo dirá, viene del mundo y está marcado por la dolorosa oposición de sus padres. Oposición que poco a poco reconocerá como providencial ya que todas estas circunstancias favorecieron en él un compromiso muy firme en su preparación al sacerdocio.

Llegó a Roma y atravesó el umbral del Seminario francés de Santa Clara. “Por fin me encontraba en mi verdadero elemento, ¡era feliz! El seminario era un viejo edificio, estrecho, muy alto, sombrío y triste en el interior. ¡Qué importa, yo era feliz! Me alojaron en el quinto piso o el sexto, no recuerdo bien, en una buhardilla bajo el tejado, encima de la capilla. El cuartito era pequeño y desnudo, la cama era dura: ¡qué importa, yo era feliz! (NHV IV, 123).

Desde el principio León se siente atraído por el amor de Dios, por el amor del Corazón de Jesús: aquí encontramos un aspecto característico de su espiritualidad, que resume bien L. Cristiani en su librito sobre el Padre Dehon: “Dehon no ha amado más que el corazón”. “Nuestro Señor se amparó rápidamente de mi interior, y allí estableció las disposiciones que serían la nota

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dominante de mi vida, a pesar de mil desfallecimientos: la devoción de su sagrado Corazón, la humildad, la conformidad a su voluntad, la unión con Él, la vida de amor, tal debía ser mi ideal y mi vida para siempre. Nuestro Señor me lo demostraba y continuamente allí me atraía, preparándome así a la misión a la que me destinaba para la obra de su Corazón” (NHV IV, 183).

Comienza entonces a anotar todos los días sus impresiones, serán sus Notes Quotidiennes. Ello le ayuda a tener presente lo esencial, a no dispersarse ni perder su tiempo, a ser fiel. Remarca que los Santos se dan una divisa para mantenerse despiertos en su vida espiritual. Elige para él: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. “No encontré otra más apropiada para cimentar y mantener la unión con Dios” (NHV V, 2). León se entrega a la meditación cotidiana, hecha con calma, para tender a la unión con Jesús. Meditaba con gusto los misterios y virtudes de Jesús. “Este hábito me condujo poco a poco a la oración de afección” (NHV V, 7). La misa, la comunión diaria, el oficio de la Santa Virgen y mis otros ejercicios de piedad me sostenían. Pasé muy buenos momentos en nuestra vieja iglesia” (NHV V, 35-36).

Vivía cotidianamente este amor de oblación que llegará a ser la primera característica de su gracia de fundador: “El corazón está lleno del deseo de agradar al Señor y de hacerle amar”, como le gustaba decir. Practicaba regularmente la dirección espiritual. Sin dejarse desanimar por sus dificultades interiores, pensando en los pecados de sus años pasados. Luchaba asiduamente contra sus defectos y tendencias instintivas. Practicaba con generosidad la caridad para sus próximos (cf. NHV V, 10).

Se dedicó al estudio con pasión y gran apertura de espíritu. Y los resultados están ahí, son elocuentes. “La teología es la más bella de las ciencias. Habla al mismo tiempo al corazón y al espíritu elevando el uno y el otro hacia Dios” (carta del 13 de noviembre de 1866). Se habituó enseguida a esta vida de estudio; más que un trabajo para él es un placer. Se irá de Roma con tres

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doctorados: ¡un balance claramente positivo! “Estos años de seminarios fueron seguramente los más felices de mi vida”. 8. Hacia la ordenación sacerdotal

“Ardía del deseo de llegar a ser un sacerdote santo” (NHV V, 3). Fue este deseo el que constantemente le animó, motivando su apertura a la vida y su acción, a través la oración y el estudio, según la espiritualidad que seguidamente le caracterizará: el celo, la unión a Cristo, la reparación de los pecados para trasladar todos y todo al amor de Cristo.

Las etapas que le condujeron hasta la ordenación se reparten en dos años, un tiempo en resumidas cuentas bastante corto: de hecho después de haber esperado el consentimiento de su padre, su director espiritual, el Padre Freyd, le hace acelerar el paso. * El 22 de diciembre recibe la tonsura en la Basílica de San Juan de Letrán: “Deseaba tanto realizar mi separación del mundo, darme a Nuestro Señor... Experimenté ese día las más profundas y las mejores emociones de mi vida. Cuando recibí la tonsura, derrame muchas lágrimas con mis cabellos en la patena del obispo. Había tanto esperado y tanto luchado para realizar mi vocación!” (NHV V, 65-68). * El 23 y 26 de diciembre de 1866 recibe las órdenes menores: “Abría con fe y sencillez mi alma a las gracias especiales en cada ordenación” (ibid., 68). Y enseguida escribe a sus padres: “Os escribo motivado por la felicidad y la alegría que siento en estos días de gracia y de bendición donde el Señor nos llena de sus beneficios. Cuánto siento el no haberos tenido cerca de mí para haceros participar a estos deliciosos placeres que el mundo no conoce. He rezado mucho por vosotros y espero que Dios os colme de sus bendiciones... Espero que encontreis la alegría y la paz del corazón y os suplico para ello unir vuestras oraciones a las mías” (carta del 26 de diciembre de 1866).

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* El 21 de diciembre de 1867 será ordenado subdiácono: “Mi padre hubiera querido retrasar indefinidamente mi compromiso decisivo. Para darle gusto lo atrasé algunos meses. El Padre Freyd pensó que había que cortar el nudo gordiano... El 21 de septiembre de 1867 fue uno de los días más bellos y mejores de mi vida. Me dí a Nuestro Señor para siempre a través mi compromiso en el subdiaconado. Describiré el estado de alma con estas palabras: Día de felicidad y de alegría pura. Comienzo de una verdadera libertad. Servir a Dios es reinar” (NHV V,127 y 131). * El 6 de junio de 1868 León es diácono: “Tomé la decisión de consagrarme cada vez más a hacer la voluntad de Dios, viviendo en su presencia y no teniendo otro objetivo que hacer su voluntad... Nuestro Señor me urgía cada día más a unirme a su Corazón” en la dulzura, la paciencia y el amor (NHV VI, 62-63). Pasa las vacaciones de verano en La Capelle. Jesús le preparaba una gracia muy grande: Sus padres deciden acompañarlo a Roma. Parten el 22 de octubre y después de un viaje que les lleva también al santuario de Loreto, llegan a Roma el 3 de noviembre. Su estancia debía prolongarse hasta el mes de febrero de 1869. León debía ser ordenado sacerdote en el mes de junio siguiente, pero el Padre Freyd tuvo la brillante idea de anticipar esta ordenación sacerdotal: “Mi madre acogió esta decisión con placer. Mi padre temiendo profundas emociones, la aceptó” (NHV VI, 77). Es el mismo Señor Dehon, quien entrega a Pío IX la petición escrita para que su hijo sea ordenado sacerdote antes del final de sus estudios de teología. El, que siempre se opuso a la vocación de León, será ahora quien pida su coronamiento. * El 19 de diciembre de 1868, en la Basílica de San Juan de Letrán, León es ordenado sacerdote: “Mis buenos padres estaban detrás de mi vertiendo lágrimas sin parar. Mi padre no pudo comer ese día. Las impresiones de mi ordenación no podría expresarlas correctamente. Me descubrí sacerdote poseído por Jesús, lleno de él mismo, de su amor por su Padre, de su celo por las almas, de su espíritu de oración y de sacrificio... Cuando mi padre y mi madre

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se aproximaron para comulgar, nadie pudo retener sus lágrimas. Yo estaba loco de amor por Nuestro Señor y lleno de desprecio por mi pobre persona. Fue el mejor día de mi vida” (NHV VI, 81-83).

Con esta misma emoción celebrará sus primeras misas y durante todo un año no podrá celebrar una sola vez la misa sin derramar lágrimas. Los grandes deseos perfilan su personalidad profunda. Se necesitan la perseverancia y también el combate para realizarlos. Es el difícil equilibrio entre la espera necesaria y la puesta en obra acelerada: ¿en qué medida hay que esperar o acelerar la decisión? ¿Como llegar a ser igual que Jesús? Este interrogante vale para cada cristiano. Un parecido que se construye día a día, perseverando en la escucha de la Palabra y en la oración, en la decisión resuelta de elegir el bien siendo bien conscientes de nuestra debilidad natural... Para cada uno de nosotros siempre hay un foco alrededor del cual todo se anuda en nuestra vida profunda. Para el Padre Dehon es la Eucaristía; en ella encuentra a Jesús resucitado, en su vida, en su amor. Es allí donde hay que ir y de allí de donde partir. Descubrir el lugar central de la Eucaristía es todavía hoy una condición de vitalidad, una prenda preciosa para el futuro según la fe. 9. Una experiencia única de Iglesia: estenógrafo en el Concilio Vaticano I

El Padre Dehon tiene 26 años. Su presencia en el Concilio fue para él una experiencia de la cual hablará mucho en sus recuerdos. Se necesitaban estenógrafos. Entre los 23 seminaristas de diversos países, el Padre Dehon es escogido junto con otros tres del Seminario de Santa Clara. El Padre Freyd, rector del Seminario, había en primer lugar pensado en él para la defensa de una tesis de doctorado, después cambió de parecer: Para León la función de estenógrafo sería más interesante y más útil. Fue un acierto. “El Concilio había ocupado este año la mitad de mi tiempo. Suponía un retraso en mis estudios, pero por otra parte ¡qué preciosa cosecha de conocimientos diversos! Toqué con mis dedos la vida de la Iglesia y adquirí en un año más experiencia que

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no hubiera podido tener en diez años de mi vida ordinaria” (NHV VIII, 55) * Al finalizar el año escolar de 1868-1869, León cae enfermo. “Las emociones de la ordenación y de las primeras misas me provocaron fiebre. Las repeticiones de estenografía que se añadían cada día a nuestros cursos habituales, aportaron un verdadero conjunto de trastornos. A comienzos de junio tuve que parar y guardar cama. Tosía, estaba sin fuerzas tenía todos los síntomas de la tisis” (NHV VI, 136-137). La situación llegó a ser muy preocupante. Se confió entonces a la Virgen María,”quien hizo poco a poco su obra. Mis fuerzas volvieron poco a poco y fui bastante válido durante diez años” (ibid.139). Pudo volver a Francia para su solemne primera misa en La Capelle y para hacer seguidamente una buena convalecencia. Después volvió a Roma para continuar sus estudios y participar en el Concilio que comenzó el 8 de diciembre de 1869. “Un espectáculo muy emocionante... Mi corazón batía con fuerza, y yo rezaba por la Iglesia a la vez que admiraba esta imponente manifestación de su unidad y de su santidad” (NHV VII,4). “Después de haber sido testigo de tales manifestaciones de la Iglesia, se experimenta un nuevo y ardiente deseo de trabajar por el cielo, del que la Iglesia terrestre no es más que el vestíbulo” (carta a sus padres el 8 de diciembre de 1869). “Éramos cuatro estenógrafos del Seminarios francés... Escribíamos de pie delante de las tribunas. Nos reemplazábamos de dos en dos cada cinco minutos...” (ibid. 42-43). Después se retiraban para transcribir las notas en caracteres normales. El 1 de julio de 1870 Pío IX recibió en audiencia a los 24 estenógrafos del Concilio. Quería manifestarles su viva satisfacción por sus servicios. En el curso de la tarde les recibió en su biblioteca privada. Después de un pequeño refrigerio, una lotería animada por el Papa permitió a León recibir un breviario en 4 volúmenes. “Tuvimos una de las más grandes alegrías de nuestra vida” (NHV VIII, 46-47). * El estallido de la guerra entre Francia y Prusia (1870-1871) toca muy de cerca de León Dehon. Habla mucho de esta guerra en sus recuerdos. Como sacerdote estaba exento del servicio militar, pero

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por poco no es movilizado por orden del alcalde de La Capelle. Pudo sin embargo quedarse con la familia: Se consagró al apostolado con los soldados que venían del frente. “¡Qué días más tristes y qué penosas impresiones me dejaron!”(NHV VIII, 114).

Pertenecer a la Iglesia. Descubrir su sentido, su grandeza, su misión. Trabajar directamente por la vida de la Iglesia. Para León Dehon estar en la Iglesia era una suerte incomparable: la Iglesia es Madre, es ella quien nutre todas las vitalidades. Las fatigas y peligros constituyen el lote normal de quien se pone en camino. Todo depende de la manera cómo se las afronta: contando mucho con la gracia de Dios, la oración, pero también con una firme determinación. Aquél que no aprende a combatir nunca realizará la plenitud de su vida. ¡Lo importante es no desanimarse! Saber mirar más allá del horizonte inmediato, más allá de las dificultades presentes, incluso las que tocan a la salud o aquellas que hacen que todo a nuestro alrededor esté entre espesas nieblas. El corazón que acoge la luz de la fe sabe ver y caminar siempre hacia adelante... 10. “Señor, ¿qué quieres que haga ?”

Entre tanto el obispo de Soissons, Monseñor Dours, preocupado por la falta de sacerdotes en su diócesis y pensando en tantas parroquias privadas de pastor, propone a León Dehon de aceptar un ministerio de coadjutor. “No podía aceptar esta proposición. No había aún terminado mis estudios en Roma y además pensaba en la vida religiosa” (NHV VIII, 125). Una vez el armisticio entre Francia y Prusia firmado (el 28 de enero de 1871), León estima que es hora de “retornar a Roma, pues los cursos se reorganizaban” (ibid. 124).

Deja La Capelle en marzo para ir a Roma. Durante el viaje hace escala en Nimes para encontrar al Padre d’Alzon y conocer mejor su obra. “Me atraía el entrar. Un trabajo profundo se realizaba en mi espíritu hacía dos años. Por un lado quería ser religioso. Por otra parte pensaba que el momento había llegado

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para la Iglesia de consagrarse con un cuidado particular a los estudios superiores... Unía los dos pensamientos y me parecía que mi vocación podía consistir en entrar en una comunidad religiosa dedicada al estudio y a la enseñanza” (NHV IX, 3). El Padre d’Alzon, fundador de la congregación de los Asuncionistas, tenía prisa por recibirlo entre sus religiosos. Pero León estuvo firme en su decisión de terminar primero sus estudios de Roma. El 1 de junio de 1871 León es doctor en teología y el 24 de julio es doctor en derecho canónico. El momento de decidir llegó. ¿Qué hacer? Está la solicitud de su obispo que le espera en la diócesis. Está la invitación del Padre d’Anzon quien, tiene el proyecto de fundar una universidad católica y cuenta con León Dehon. Y está la aspiración a la vida religiosa.

Antes de dejar Roma, León hace un retiro espiritual para discernir su vocación, evalúa las diferentes vías que se le ofrecen. Tiene ya la autorización de su obispo para ir a Nimes y participar a la universidad católica. Pero no se siente en confianza: hay divergencias en el temperamento, pero también en la manera de ver las cosas, de concebir el proyecto. Entra en Francia sin pasar por Nimes. Se toma el tiempo de reflexionar, sintiendo en sí mismo una fuerte duda. Convencido que esa duda le viene de la acción de la gracia, telegrafía al Padre Freyd para solicitar su consejo. La intervención de su director será decisiva diciéndole: “Vuestra duda es legítima. Sería mejor no comprometeros, si es posible” (NHV IX, 66).

León acoge el consejo y el 3 de octubre escribe a su obispo para ponerse completamente a su disposición. Recibe su ministerio: será el séptimo coadjutor en la basílica de San Quintín. “Era absolutamente lo contrario de lo que yo había deseado hacía años, una vida de recogimiento y de estudio. ¡Fiat! (¡Que sea haga para mí según vuestra voluntad!)...” (NHV IX, 71). El 7 de noviembre, en compañía de su amigo l’abbé Petit, León Dehon hace su primera visita a San Quintín, antes de venir para su servicio de coadjutor.

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“Llegué para instalarme el 16 de noviembre... Quería mucho a mi iglesia de San Quintín y veo como una gracia grande de mi vida el haber estaba ligado durante siete años a esta iglesia... Allí recé de buen corazón, la amé y ejercí un poco mi apostolado, allí tuve muchas gracias y cada vez que voy no es sin emoción” (NHV IX, 79 sq).

Confianza en Dios, búsqueda de Su voluntad, discernimiento... son algunas de las constantes de la vida de León Dehon, desde su primera juventud y ahora todavía cuando es sacerdote y varias veces doctor. Nunca “camina” solo, siempre en el seno de la Iglesia, acompañado de su director espiritual... Cada objetivo alcanzado abre la vía para otro a perseguir: hay siempre un “más allá” del compromiso, de la fe, del servicio, de la presencia activa... La vida, como la vocación, es un germen siempre en crecimiento. Solamente creciendo es como uno se abre a las novedades del futuro, es así cómo la semilla puede convertirse en árbol.

Preparación intelectual y espiritual: son los dos brazos para actuar, las dos alas que nos permiten volar, los dos trenes de aterrizaje para acabar bien el viaje. León nunca cesará de estudiar, pero sin dejar de tender a una mayor vida interior y a una profunda vida de oración. La capacidad, o el don, de “ver recto”, incluso en lo que se presenta sinuoso o torcido en la vida; la aptitud de captar todo el bien que puede brotar incluso de una situación no totalmente satisfactoria, de una situación que no es la deseada o en la cual estamos sumergidos, en la cual se nos “fastidia” como dice el mismo Padre Dehon... A menudo es en este tipo de situaciones donde el germen de la vocación encuentra un nuevo vigor. 11. Un futuro a construir

A 28 años León comienza su ministerio. Es el séptimo coadjutor de una gran parroquia. “Era totalmente lo contrario de lo que había deseado hacía años” (NHV IX, 71). Su rica preparación le parece inútil, como inútiles le parecen sus cuatro doctorados...

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Los amigos que le conocen bien no lo comprenden y se lo hacen saber. Sin hablar de su familia... Es por lo tanto ahí donde comienza su “verdadero porvenir”. “Como era el último coadjutor, me tocaba celebrar las últimas misas, los entierros de 5ª clase, las bodas de 4ª clase, la misa del mediodía el domingo. Ayunaba un día si y otro no y sin embargo mi salud se conservaba perfectamente, pudo observar la cuaresma por entero, sin tomar nada antes del mediodía. Mis jornadas estaban bien llenas. Debía asistir a los entierros, conducir el cuerpo al cementerio..., hacer el catecismo en la iglesia y en las escuelas, visitar a los enfermos, preparar los sermones... Estaba encargado de la primera misa de la semana, me levantaba regularmente a las cuatro y media para tener el tiempo de hacer mi oración... guardé los hábitos del seminario: la lectura espiritual, el examen particular, etc.” (NHV IX, 87sq.).

León enseguida se encontró en contacto con el pueblo, y de él escucha las justas reivindicaciones haciéndolas suyas. La ley de la encarnación es verdadera para todos. Las ideas y proyectos deben estar en relación con las esperas, situaciones y necesidades de las personas. Sus ojos y su corazón están preparados para ponerse concretamente a trabajar para encontrar soluciones que puedan comprometer realmente su vida.

Toma nota de sus primeras constataciones. Verdad es que la situación religiosa da pena, pero la situación social de los obreros es espantosa: los horarios de trabajo son desmesurados, un trabajo muy duro. En las fábricas de hilados las condiciones de trabajo son inhumanas y desastrosas para la salud, con promiscuidad de sexos, e inmoralidad. El alcoholismo es una verdadera plaga. Se trabaja el domingo, se bebe el lunes, el martes y a menudo el miércoles. Los cabarets son frecuentados incluso por los jóvenes de quince años... Para muchos el reposo del domingo no es más que un sueño. Las viviendas son infectas, verdaderas barracas miserables. No se ve ningún obrero en la iglesia. Ellos leen las hojas locales que extienden el odio hacía la sociedad, “antipatía hacia el patrón y odio hacia el clero que no hace lo bastante por ellos”. Si es verdaderamente “una sociedad podrida,

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todas las reivindicaciones de los obreros tienen un fundamento legítimo” (NHV IX, 91-92).

El 20 de noviembre, tres días después de sus comienzos en el ministerio parroquial, tiene ya un diagnóstico muy lúcido sobre la situación. “Hace falta en San Quintín como medios de acción, un colegio eclesiástico, un patronato y un periódico católico”. Es sorprendente su conclusión. “Debía lógicamente fundar un patronato” (NHV IX, 82-83). * De inmediato pone en funcionamiento el Patronato de San José, con una biblioteca, un acompañamiento a los niños de las familias obreras para la realización de los deberes escolares. Es vicario desde hace solo tres meses y ya reúne a un grupo de jóvenes en su despacho, los domingos después de las vísperas. Se propone construir una pequeña capilla, algunas salas para las reuniones..., y en la Navidad de 1872 al menos 200 jóvenes frecuentan regularmente el Patronato. * En 1874 participó al lanzamiento del periódico “Le Conservateur de l’Aisne” (el Conservador del Departamento de l’Aisne). * La fundación del colegio será para más tarde, en 1877. León Dehon sabe que la renovación pasa por una formación suficiente, comenzando por los clérigos. Por ello funda en 1874 el Bureau diocésain des Oeuvres (despacho diocesano de obras), para permitir la formación humana, intelectual y espiritual de los clérigos con vistas a un ministerio más adaptado a las necesidades presentes. A los seminaristas y sacerdotes les propondrá sin cesar tres vías complementarias para su ministerio: “el estudio, la acción y la oración”. Acordará una atención particular a los sacerdotes: sin su seria preparación, sin su santidad, imposible que nazca una nueva forma de ser Iglesia.

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12. El deseo de la vida religiosa

“Todo me sonreía en la vida secular. Era querido de todos. Triunfaba en mis obras. Era canónigo honorario a los 33 años. Se hablaba de hacerme vicario general cuando el puesto estuviera vacante. Sin embargo no era feliz. Me parecía que mi vida intelectual y sobrenatural se debilitaban. No tenía ni tiempo de leer ni de estudiar. Estaba acaparado. Mis ejercicios de piedad se resentían. No me creía en mi lugar y yo anhelaba la vida religiosa” (NHV XII, 116).

Pero ¿qué decidir, dónde ir para llegar a ser religioso? ¿Con los Padres del Espíritu Santo? ¿Con los jesuitas? León Dehon en su sólo deseo de hacer la voluntad de Dios, no será ni jesuita ni entrará en la Congregación del Espíritu Santo. Había consultado al Padre Eschbach, miembro del Espíritu Santo y al Padre Poupard, jesuita... El Padre Dehon fundará los Oblatos del Corazón de Jesús. “En mi alma se hacía un trabajo progresivo. Quería ser religioso; no podía abandonar mis obras de San Quintín. Experimentaba una atracción muy fuerte por una congregación ideal de amor y de reparación al Sagrado Corazón de Jesús... Nuestro Señor, pedía tal vez, que fuera yo quien fundase esta congregación en San Quintín... Me confié a quien tenía la autoridad para decirme la voluntad divina, mi obispo... Monseñor me había dado su consentimiento verbal, tuvo la ocasión de consignarlo por escrito el 13 de julio: ‘El proyecto de sociedad tiene todas mis aprobaciones... deseo que usted pilote su realización’. Esta carta episcopal es verdaderamente el acto de fundación de nuestro instituto” (NHV XII, 163-165).

Providencialmente para la vida religiosa del Padre Dehon ha sido el encuentro con las Hermanas Siervas del Corazón de Jesús, desde 1873. Entre el joven sacerdote y estas Hermanas enseguida cuajó una verdadera comunión espiritual. Su carisma le atraía: “Una vida de puro amor y de inmolación, en espíritu de reparación hacia el Corazón de Jesús, por una total donación de

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todas las oraciones y de todas las obras al divino Corazón y a través el celo por hacerle amar y por consolarle”.

De ello habla con su obispo el 8 de junio de 1877, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús... Los dos están de acuerdo sobre el proyecto de fundar un Colegio, “bajo la cobertura” del cual el Padre Dehon podrá comenzar su Instituto. El 13 de julio, en un acto de fe y de confianza en la Providencia, con sólo 500 francos en el bolsillo, alquila una pensión para estudiantes con la promesa de poder adquirirla. Es así como nace el Colegio San Juan, cuna de la Congregación de los Oblatos del Corazón de Jesús.

Los grandes deseos, los que Dios hace nacer en el fondo de nuestro corazón... Son los que no deben nunca morir, es preciso guardarlos y hacerlos crecer. Estos deseos tienen como “raíces” la interioridad. Quien está vivo en lo más profundo de su ser encontrará el medio de estar vivo también en su acción exterior. La inercia interior aplasta todo, incluso las mejores perspectivas. Es más evidente que nunca: los bienes materiales, incluso los más bellos, no son suficientes. La plenitud se encuentra más allá de lo que se posee, más allá incluso de las personas. “Sólo Dios Basta”. Sólo el Corazón de Jesús es fuente de vida plena y de santidad. No se puede reemplazar esta fuente. El resto de ninguna manera podrá darnos lo que recibimos de esta fuente. La unión al Corazón de Jesús es la única fuente de serenidad.

Mi único deseo es de hacer la voluntad de Dios” (carta a su obispo). Para vivir realmente en una tal disposición, es preciso avanzar con perseverancia, Saber aconsejarse de quien verdaderamente puede, informarse para ver más claro y discernir ..., y estar siempre a la escucha del deseo profundo que desde el principio Dios puso en nuestro corazón. “Reconozco todos los días que Dios me conduce para bien de alma y yo me reposo enteramente en su Providencia” (carta al Padre Freyd, el 9 de marzo de 1873).

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III - LLAMADO A HACER PROGRESAR “LA OBRA DEL SAGRADO CORAZÓN”

A 35 años León Dehon es el Fundador de una nueva Congregación religiosa. Ello es la concretización de una paciente búsqueda, a través de diversas perspectivas que desde el principio se mantuvieron abiertas. A partir de ahora el Padre Dehon toma un nuevo impulso hacia en futuro.

Considerándolo desde el exterior, los doce años que preceden han sido pasablemente movidos y atormentados. Pero el resultado mostró claramente que Dios le conducía, “allí donde él mismo no sabía”. Desde 1871 su director espiritual, el Padre Freyd le escribía: “El futuro os mostrará más claramente lo que el Señor os pide en definitiva. Mientras tanto la experiencia de vuestro ministerio os será preciosa” (el 21 de octubre de 1871). Y el 6 de mayo de 1872: “Dejad a la Providencia conducir vuestra barca, ella que ha sido tan buena para usted... Que el Señor os conceda su gracia... No temáis. El mismo os conducirá donde él quiera”. En el fondo de sí mismo siempre había deseado con ardor la vida religiosa: Y lo conseguía, por fin, en 1877, pero como Fundador que siembra en tierra una semilla inicial, siendo llamado a dirigir el crecimiento futuro, incluso si ello es difícil.

El periodo que abordaremos seguidamente, representa una etapa larga y compleja: 35 años, de 1877 a 1912. Es la etapa de la maduración, del intenso apostolado, de un amor más grande pero también de un sufrimiento más vivo. 13. La obra del Sagrado Corazón

Así llamará a su fundación, consciente que no le pertenece a él sino al Corazón de Jesús mismo, que le pidió que la fundara. “El momento providencial llegó para la realización de mi vocación. Hice una apuesta el 27 de junio de 1877 y debía emitir mis primeros votos el 28 de junio de 1878” (NHV XII, 151). “Comencé mi noviciado... Tenía que poner en marcha la Institución San Juan

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y la Congregación. Era aún coadjutor; El Patronato y las obras estaban aún en plena actividad. Era demasiado, además fui probado por un estado de salud inquietante en medio del año. Tenía demasiadas cosas para hacer, estaba sumergido... Este primer año estuve casi solo, Tuve dos hermanos laicos que no perseveraron...” (NHV XIII, passim). Uno de sus compañeros, para consolarlo (!), le decía a menudo: “¡No vendrá nadie!”.

Del 22 al 31 de julio de 1877 escribe las Constituciones de su Congregación, bajo la protección de santa María Magdalena y de san Ignacio de Loyola: santa María Magdalena como modelo por el espíritu de reparación, y san Ignacio de Loyola, modelo del amor por Nuestro Señor y de celo por su apostolado. a- Es pues un año decisivo que comienza para él: el noviciado, la fundación del Colegio, el ministerio de coadjutor. El lanzamiento del Colegio de San Juan absorbe muchas de sus fuerzas físicas y de sus posibilidades económicas. El 14 de julio compra la casa Lecompte con el terreno colindante, e inmediatamente pone en ruta las nuevas construcciones: una capilla, salas, un muro de valla. El gasto se eleva a 25.000 francos: a vista humana es francamente una imprudencia. Para comprar la casa Lecompte no disponía más que de 500 francos y ... una loca confianza en la Providencia, con la única certitud de estar haciendo la voluntad de Dios. Sólo así podemos explicarnos la audacia del Padre Dehon. “Comprometía el futuro, daba a mis vecinos grandes esperanzas para la venta de sus inmuebles, pero ¿qué hacer? ¿Dónde ir para comenzar la obra? No se improvisa un local para comenzar un pensionado” (NHV XII, 182). El día de la fiesta de la Asunción de 1877 irá a vivir al Colegio de San Juan, ello le permitirá seguir mejor los trabajos. El 8 de septiembre pudo celebrar la primera misa: “Celebré con grande emoción la primera misa en el oratorio de San Juan. Estaba tan feliz de dar un altar más a Nuestro Señor” (NHV XII, 185). Una alegría que se renovará muchas veces en su vida. Así pasa el año de noviciado, hostigado por las tareas obsesionantes del nuevo Colegio. No encontró ayuda más que en las Hermanas Siervas y en el arcipreste de San Quintín, Señor Mathieu, que con gusto le

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ofrece una silla en su mesa. Está sobrecargado de trabajo, acosado por las preocupaciones financieras ya que las fuentes de ingresos eran muy inciertas. La situación en la ciudad cambió con relación a él. Hasta entonces León Dehon era el sacerdote de todos, rodeado de numerosas amistades. Pero ahora el Colegio tiende a ser un peligroso concurrente del instituto público y de las pensiones locales. Así el Padre Dehon perdió la mitad de los simpatizantes que tenía en la ciudad. Sufre mucho también con la actitud de su padre, defraudado pues esperaba para su hijo nada menos que el episcopado. “Ello era para mi doloroso. No tenía un temperamento de luchador. Mi naturaleza me inclinaba a ser bueno para todos, aunque no lo fueran para mi...” (NHV XIII, 23). b- Poco a poco la medida se llena, la salud sufrirá las consecuencias. “En mayo de 1878 me encontraba al borde de mis fuerzas, escupía sangre, y la salud iba a ser siempre precaria. Era un sacrificio que Nuestro Señor me pedía. Presenté la dimisión de coadjutor para atenuar un poco mi tarea... (NHV XIII, 65-66). “Me di a Nuestro Señor para una obra de reparación, debía esperarme que hiciera uso de mi ofrenda. A partir de ahora debía prestarme a menudo su cruz, como una forma de bendición” (NHV XII, 185). c- Pudo a pesar de todo continuar su noviciado que terminará con la profesión religiosa. “El 28 de junio de 1878 era la fiesta del Corazón de Jesús. Emití mis votos. Tenía el más vivo deseo... La pequeña celebración se hizo en el oratorio de San Juan... Me di sin reservas la Corazón de Jesús, y en mi intención los votos ya eran perpetuos. Mi emoción fue muy profunda. Sentí que cargaba con la cruz dándome a Nuestro Señor como sacerdote reparador y como fundador de un nuevo Instituto. Al mismo tiempo que emití los votos, hice el voto privado de víctima... Esta fecha del 28 de junio será sin lugar a dudas retenida en la obra como fecha de su fundación” (NHV XIII, 100). El mismo 28 de junio recibirá una prueba de ánimo: un sacerdote, el abbé Adrien Rasset, pide entrar en la reciente Congregación, comienza su postulantado y un año más tarde emite sus votos como primer religioso dehoniano. El 4 de octubre un nuevo novicio se presenta, Joseph Paris. A principios

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de 1879 habrá cuatro novicios, y doce a primeros de 1880. Las características constantes de esta época son: la respuesta de Jesús al Padre “Heme aquí, yo vengo para hacer tu voluntad”, y la de María “Heme aquí, yo soy la esclava del Señor”: “Es la vocación de los Oblatos, víctimas: ofrecerse para amar, reparar, inmolarse; ofrecer su voluntad, su corazón y todo su ser. Ecce venio, ecce servus Domini” (NHV XIV, 37). En la fidelidad cotidiana todo llega a su cumplimiento; fuera de ella nada se construye. 14. La ofrenda de amor y de reparación

En los Recuerdos que escribirá años más tarde, el Padre Dehon recuerda el deseo que alimento durante mucho tiempo: “Albergaba la vocación religiosa desde mi adolescencia... Buscaba y esperaba. Toda mi atracción era por el Sagrado Corazón y la reparación” (Souvenirs, 14 de marzo de 1912). Y es esta doble característica, la oblación u ofrenda de amor y reparación la que ha querido dar a su nueva Congregación. * La oblación de amor. Elige, en efecto, para su Congregación el nombre de “Oblatos del Corazón de Jesús”. “Su nombre de Oblatos fue elegido para expresar la vida de inmolación” (Constituciones de 1881). Leemos en la Regla de Vida actual (nn. 6-7): “Al fundar la Congregación de los Oblatos, Sacerdotes del Corazón de Jesús, el Padre Dehon quiso que sus miembros uniesen de una manera explícita su vida religiosa y apostólica a la oblación reparadora de Cristo al Padre por los hombres. Esa era su intención específica y original y el carácter propio del Instituto, el servicio que está llamado a dar a la Iglesia. Según las mismas palabras del Padre Dehon: ‘En estas palabras Ecce Venio, Ecce ancilla, se encuentra toda nuestra vocación, nuestro objetivo, nuestro deber, nuestras promesas’. De sus religiosos, el P. Dehon espera que sean profetas del amor y servidores de la reconciliación de los hombres y del mundo en Cristo. Así, comprometidos con Él, para poner remedio a los pecados y a la falta de amor en la Iglesia y en el mundo, entregarán con su vida sus oraciones, sus trabajos, sus sufrimientos

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y sus alegrías, el culto de amor y de reparación que su Corazón pide (cf. NQT XXV/1909,5)”. * La reparación. ¿Reparación de qué? ¿Reparar a quién y cómo? El pecado es el verdadero mal, que corroe la vida de cada uno y la de toda la Iglesia. Seguimos leyendo en la Regla de Vida: “El Padre Dehon es muy sensible al pecado que debilita a la Iglesia, sobre todo cuando proviene de las almas consagradas. Él conoce los males de la sociedad; estudió atentamente las causas desde el plano humano, personal y social. Pero ve la causa principal de esta miseria humana en el rechazo del amor de Cristo. Conmovido por este amor no reconocido, quiere responder a él con una unión íntima al Corazón de Cristo, y con la instauración de su Reino en las almas y en la sociedad” (n.4). El verdadero “Reparador” del pecado, es Cristo Jesús, quien llama a su Iglesia a participar en esta obra, la más urgente. “Esta idea de la reparación está latente en la Iglesia, por la acción del Espíritu de Dios”, escribía el obispo de Grenoble, Mons. Fava al Padre Dehon, como nos confirma lo que éste experimentaba muy vivamente. Y la reparación pertenecerá desde ahora a la misión de la Congregación recientemente fundada. La Regla de Vida precisa: “Así comprendemos nosotros la reparación: como la acogida del Espíritu (1 Tim 4, 8), como una respuesta al amor de Cristo por nosotros, una comunión a su amor por el Padre y una cooperación con su obra de redención en el seno del mundo. Es allí, en efecto, donde hoy libera a los hombres del pecado y restaura la humanidad en la unidad. Es allí también donde nos llama a vivir nuestra vocación reparadora como el estimulante de nuestro apostolado. La vida reparadora será a veces vivida en la ofrenda de los sufrimientos llevados con paciencia y abandono, incluso en la noche y la soledad, como una eminente y misteriosa comunión a los sufrimientos y a la muerte de Cristo por la redención del mundo” (nn. 23-24).

Oblación y reparación, dos palabras cuyo sentido es muy actual. El amor nos incita a darnos a Dios, a vivir en la fe, a ofrecernos al Padre como una oblación viva, santa y agradable a Dios (cf. Rom 12, 1). La urgencia de la Reparación es todavía hoy

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evidente. Más que nunca el pecado sigue siendo una realidad: a menudo puesto de relieve, exaltado, justificado. Se llega hasta reivindicar el derecho al pecado y está el inmenso pecado social, esas “estructuras de pecado” que hieren a las personas y a los grupos, comprometen gravemente la justicia y la solidaridad, y son un obstáculo a la vida de la fe. 15. La relación con las Hermanas Siervas del Corazón de Jesús

El encuentro con Las Siervas, en 1873, fue un acontecimiento providencial para la vida del Padre Dehon. En su ministerio, el joven sacerdote es llamado a encontrar a menudo esta comunidad recientemente llegada a San Quintín: “Confesaba a las Hermanas, les daba una conferencia sobre la vida religiosa cada semana… explicaba también el catecismo a sus niñas huérfanas” (NHV X, 173 en 1874). Allí encontró la ayuda espiritual que necesitaba: “Allí encontré por otra parte un provecho espiritual. Ellas me edificaban y su dirección me mantenía en una corriente sobrenatural de la que mi alma tenía sed” (NHV XI, 156, en 1875).

Poco a poco encuentra una armonía profunda entre la inspiración que anima la consagración de las Hermanas y lo que el Espíritu le sugiere. En comunión con ellas vive ya lo que será lo esencial de su propia gracia de fundación y por lo tanto de su congregación. Cuando más tarde intente precisar los “motivos por los cuales la Congregación fue fundada” enumera diez, entre los cuales éste: El espíritu de amor y de reparación, “nuestras Hermanas Siervas del Corazón de Jesús tenían este objetivo. Rezaban y se sacrificaban por ello. Era su atracción. Yo mismo vivía en este espíritu desde hace varios años…” (NHV XII, 172).

Esta relación tendrá consecuencias positivas, pero también negativas, en la vida del Padre Dehon. a- En primer lugar, algunos pensaron que la Fundadora de las Hermanas, “Querida Madre –Chère Mère- hubiera tenido una influencia tan notable en la fundación de los Oblatos que se podría

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ver en ella una cofundadora. No es fácil analizar exactamente lo que toca a los temperamentos y las culturas, las circunstancias, el secreto trabajo de la gracia en los corazones… Pero un examen atento de todos los documentos no puede sino sugerirnos lo que escribe el mismo Padre Dehon: “La querida Madre tuvo su misión de fundadora y para nosotros una misión de oración y de inmolación…” (Carta del 20 de diciembre de 1924). Según su gracia propia, la Fundadora y el Fundador tuvieron la iniciativa de obras distintas, encontrándose en torno a una misma espiritualidad, el amor y la reparación. El mismo Padre Dehon trató el tema a menudo. Así en las notas sobre su vida espiritual el 16 de diciembre de 1872, antes incluso de encontrar a las hermanas: “El espíritu de piedad consiste en el amor filial hacia Dios. Tenemos que temer lo que puede afligir su corazón. Dios mío, estoy entristecido de haberos ofendido sin poder oponerme a ello. Mi deseo es hacer en todo vuestra santa voluntad. Me apresuraré a resarciros por todos los medios posibles de los ultrajes que habéis recibido. Amo también todo lo que os pertenece, la Iglesia, los santos, la virtud, las almas rescatadas por vuestra sangre”. “Esta nota -añade el Padre Dehon- me preparaba al espíritu que debía tener la congregación que Dios quería conducirme a fundar” (NHV X, 26). b- Como a menudo también, y hasta el final de su vida, en octubre de 1924, el Padre Dehon lo reconoce: de su relación con las hermanas recibió igualmente “gracias personales y luces para la preparación y la fundación” (NHV XLIV / 1924, 138). Sus razones tiene para no hablar más de ello aquí. Se limita a recordar que como otros fundadores han sido ayudados por la colaboración de mujeres piadosas, él también ha sido ayudado por Sor María de San Ignacio, una Sierva. Él precisará también que esas luces que él recibía así no fueron el origen de la Congregación por lo que ellas no pueden ser consideradas como su fundamento. “Existíamos un año antes”. Pero lo reconoce gustosamente, para él ellas fueron una ayuda, una confirmación para la joven Congregación (NQT III / 1886, 9). Todo esto nos conduce a un momento difícil de la vida del Padre Dehon, a lo cual volveremos. Guardemos presente lo que

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en la relectura de su vida él reconoce delante de Dios, y que le gusta recordar en sus “Souvenirs” (14 marzo de 1912) “Las Siervas del Corazón de Jesús de San Quintín tuvieron una relación con nosotros que podríamos definir como maternal. La unión de oraciones y de sacrificios con nosotros ellas la siguen teniendo, y nosotros debemos corresponder…” Y hasta en su Testamento espiritual (1914): “Debemos reconocimiento inalterable a las Siervas del Corazón de Jesús… No sabría expresar todo lo que ellas han hecho por nosotros, llegando incluso hasta ofrecer su vida por el éxito de nuestra Obra.” c- Las Siervas ayudarán también al P. Dehon en el plano económico, con una renta anual de 20.000 francos, herencia de una de ellas. También le ayudarán colaborando en los servicios domésticos del Colegio de San Juan, y en otras casas. Además una joven Sierva, María de Jesús, que no había cumplido los veinte años, ofreció a Dios su vida pidiéndoles que prolongara la vida del P. Dehon, que sufría violentos y frecuentes hemotisis, en vez de la suya, en la primavera de 1878. La joven Sierva murió en agosto de 1879 sin que ningún médico diagnosticase con tiempo la enfermedad que padecía (tisis). “Todo me lleva a creer que la piadosa Sierva murió por mi... Es una segunda vida que Dios me ha dado...”, escribirá el P. Dehon en su Memorias (NHV XIII, 165-166). d- Otra Sierva contó mucho en la vida del Padre Dehon, Hermana María de San Ignacio. Tiene 30 años cuando el Padre Dehon funda la Congregación. Es una mujer psicológicamente sana y equilibrada, dotada de un sólido buen sentido y de una piedad intensa y sencillísima. Se distingue por su obediencia y su espíritu de mortificación, “más admirable que imitable” anota el Padre Dehon (NHV XIII, 72). En febrero de 1878 su salud declina y está a punto de morir. Sin embargo se recupera, pero a partir de este momento y hasta 1883 ella tendrá luces interiores, cree oír voces, comunicaciones místicas ciertas de las cuales conciernen al Padre Dehon. A petición de su Superiora las escribe, en alemán; una de las Hermanas las traduce. Su Superiora, convencida de que estas

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“revelaciones” proceden en realidad de Nuestro Señor, la Hermana María Ignacia lo cree también. Y en esta época (1878-1883), el Padre Dehon siguiendo la opinión de los consejeros espirituales, en quien tiene toda su confianza, acepta como revelaciones propiamente dichas estas comunicaciones recibidas en la oración. “Me equivoqué al creer todo esto -escribirá el Padre Dehon muchos años más tarde- Nuestro Señor no hace largos discursos en sus revelaciones. Debí no aceptar esas piadosas páginas más que por su valor teológico y como luces de oración. Es lo que debía decidir el Santo Oficio en 1883” (NHV XIII, 81-82). Y de hecho, en particular por razón de esas “luces” consideradas como revelaciones, la Congregación del Padre Dehon será sometida a investigación y después suprimida en noviembre de 1883. “Hubiera debido remitirme más plenamente a Monseñor Thibaudier (su obispo) quien guardaba siempre su asentimiento” (NHV XIII, 84) y renovaba sus llamadas a la prudencia: “Mi inquietud crece cada día viendo de una parte una verdadera publicidad y el hábito de hacer reposar una obra tan grande sobre fundamentos tan inciertos.” El obispo daba sabias líneas de conducta: “Es preciso que por un tiempo al menos se encierre en una gran reserva y un gran silencio... El Padre Dehon bajará raramente a casa de las Hermanas, cada 15 días lo más... Me atengo absolutamente a la observación de dos reglas que siempre me he trazado: el secreto y la abstención de todo recuerdo de los escritos de Hermana María Ignacio en la conducta administrativa...” (Cartas de Mons. Thibaudier del 5 y 6 de julio de 1881). Fueron circunstancias muy penosas para el joven Fundador. No se puede más que admirar en todo caso su humilde lealtad por la cual nos hace conocer esta correspondencia, la transcribe en sus Recuerdos, y al mismo tiempo reconoce su error. ¿Qué relación, todavía hoy, hay entre “creer” y “hacer la experiencia”? En nuestros días, y de manera muy corriente, nos encontramos esta sed de lo “extraordinario”, visiones, apariciones, milagros... con el peligro de dar más fiabilidad a estos “fenómenos” a menudo puestos de relieve con mucha emotividad y demasiado poco discernimiento que a la Palabra del Evangelio y a las directivas de la Iglesia...

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16. Muerte y resurrección (1882-1884)

La Obra, comenzada en un clima de gran fervor aunque también de gran pobreza, tiene una manifiesta necesidad de ser reforzada, ella debe ser purificada. Nada sorprende pues que el paciente trabajo que inmediatamente el Fundador debe comenzar para su fundación, sea un trabajo de ensamblaje, con altibajos, con evidentes lagunas que conducirán a la supresión de la joven Congregación por orden de la Iglesia.

Será el Consummatum est (“Todo está consumado”): Para el Fundador una de las más grandes pruebas de su vida, como un ciclón que se abate y que no deja detrás de él más que desolación y muerte. a- Esta condena será en gran parte debida a las visiones megalómanas del Padre Captier y a una mala interpretación de las luces de oración de Hermana María de San Ignacio. - Las supuestas “revelaciones” de la Hermana fueron difundidas por todos los lados por un religioso dehoniano, el P. Vincent de Pascal: quien habla de una nueva santa como si se renovaran en torno a ella las experiencias místicas de Santa Margarita María, de Paray-le-Monial. El obispo de Soissons está cada vez más perplejo. - La otra causa, la más importante en verdad, son las extravagancias del Padre Captier: después de haber sido expulsado de otra Congregación, entra con casi 50 años en la Congregación del Padre Dehon, aureolado de alguna manera por un estímulo anterior del santo Cura de Ars. “¿Por qué le recibí? -se pregunta el Padre Dehon con gran tristeza en sus Recuerdos- Tenía una gran confianza en las visiones de la Hermana María Ignacio y ella le era favorable” (NHV XIV, 61). El Padre Captier era un hombre de vasta cultura, tenía títulos académicos que podrían servir al Padre Dehon en la gestión de su escuela. Era por desgracia muy ambicioso y en la responsabilidad tenía falta grave de equilibrio y de sentido común. Creía ser favorecido de voces de ángeles..., tenía un comportamiento raro, era intransigente en sus pretensiones.

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“Tuvo la más grande responsabilidad en las pruebas que nos asaltarían pronto... No me obedecía más y quería alejarnos de la obediencia sencilla y humilde a Monseñor” anota el Padre Dehon (NHV XIV, 60-61), quien debe reprenderle muy duramente: “Desconfíe de su juicio y obedezca... sea sencillo y humilde y sobre todo obediente... Pido al Corazón de Jesús para que introduzca en su corazón el verdadero amor por Él mismo y por las almas, que no existe sin la humildad, la obediencia y el sacrificio. Nuestro Señor le aclarará Él mismo si tiene usted el espíritu de docilidad hacia sus superiores.” (Carta del 8 de mayo de 1883). Mucho más tarde, en 1908, el Padre Dehon se acordará aún: “El Padre Captier es un hombre terrible que tiene algunas buenas ideas y mucho de ilusión. Nos habría hundido si una providencia maravillosa del sagrado Corazón no nos hubiera salvado.” (Carta del 28 de agosto de 1908). b- Otras circunstancias viene a agravar las dificultades: - La muerte en el espacio de 9 meses de cuatro jóvenes Hermanas; y en consecuencia la campaña de difamación que se desencadena en la prensa, se habla de envenenamiento, con la intención de encontrar y de denunciar los crímenes. - Durante el verano de 1879 la madre del Padre Dehon sufrió un ataque de parálisis. “Quedó en un estado penoso. Mi padre triste contrajo una enfermedad de estómago que le prepararía a la muerte.” (NHV XIV, 17). - Las fuentes económicas se esfuman, pues los herederos de la Hermana intentaron un proceso y lo ganaron. - El 29 de diciembre de 1881 un ala del Colegio San Juan es destruida por un incendio. - En febrero de 1882 el padre del Padre Dehon muere. - El mismo obispo, que tenía en gran estima al Padre Dehon comienza a tomar distancias a acusa de las pretendidas “revelaciones” a las cuales se da demasiada fiabilidad... c- Desde entonces los acontecimientos se precipitan: Por toda una serie de malentendidos y de circunstancias embarulladas, los documentos referidos a la fundación de la Congregación son

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enviados a Roma, al Santo Oficio. En este contexto bastante turbulento, donde los aspectos negativos no faltan, el Santo Oficio no puede más que mostrarse severo con este dossier que contiene muchos puntos extraños y ante las extravagancias del Padre Captier que desde ahora se hace pasar por el “cofundador”. El Padre Dehon es informado de ello, acude a Roma para dar todas las explicaciones deseadas y entregar las constituciones. Pero es demasiado tarde, el juicio desfavorable del Santo Oficio ya había sido emitido. ¡Y el 8 de diciembre la Congregación es oficialmente suprimida! El Padre Dehon está consternado; pero el obispo también, que no pensaba ni mucho menos que las cosas pudiesen tomar este rumbo. ¡Todo estaba perdido! “Recibí esta condena de muerte en la bonita fiesta del 8 de diciembre. Estaba aterrado y destrozado. Me había equivocado. ¿Qué iba a ser de mí? Me quedaba la institución (San Juan), pero no estaban allí ni lo que me atraía ni mi vocación... Estaba cubierto de deudas sin remisión. Como religioso podía pedir, como jefe de la institución no lo podría. Dios sabe lo que sufrí durante esos días de muerte. Sin una gracia especial, hubiera perdido la razón o la vida” (NHV XIV, 182). Es por lo tanto en lo más sombrío de la prueba donde se manifiestan la fe, la humildad y la obediencia. Escribe enseguida a su obispo: “Nuestro Señor me pide ahora destruir lo que me pidió edificar. No puedo tener en ningún momento la idea de resistir... ¡No puedo decir más que Fiat! Usted sabe lo doloroso que me resulta. La muerte lo sería cien veces menos. Todo está ahí quebrado y destruido, el honor, los recursos utilizados, las esperanzas y más que yo no puedo decir. Pero, ¿qué es todo esto? Lo que más me tortura de todo, es este pensamiento al cual no me puedo sustraer: Nuestro Señor ha querido esta obra, yo la he hecho fracasar por mis infidelidades... He aquí el sufrimiento que nada puede calmar. Ahora, Monseñor, pongo todo en sus manos pidiéndoos perdón por la imperfección de mi obediencia en el pasado... Os pido que no contéis con mi persona. Sería demasiado feliz si pudiera por todas las humillaciones y destrucciones reparar todas mis faltas pasadas... Haré todo lo que vuestra grandeza me ordene en el nombre de la Santa Iglesia y a la hora donde ella lo quiera” (Carta del 20 de diciembre de 1883).

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d- Entonces el obispo mismo va a Roma y obtiene que los Oblatos puedan renacer como Congregación diocesana bajo el nombre de Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús. Pero la herida, los conflictos, el desánimo de varios de sus religiosos y de muchos de sus próximos colaboradores, en el interior y en el exterior del Colegio, todo ello, es difícil de evaluar. “Hubo sin embargo muchos sufrimientos. Fue para los suyos un abandono, una desilusión. Se exageraban las cosas, se desesperaba de llegar a ser más tarde una Congregación más extendida. Era una vida de sufrimiento, pero era la vida” (NHV XIV, 186-187). Un verdadero tormento. No fue completamente negativo, incluso cuando el sufrimiento aumentó. La vida nunca se paró. Sobre todo porque los signos de esperanza continuaron: nuevas vocaciones, ciertas de las cuales muy maduras, la participación de los laicos en la espiritualidad de la Congregación, la confianza rápidamente restablecida con su obispo, la vida espiritual del Padre Dehon, cada vez más intensa y más armoniosamente unida a su apostolado, la apertura de nuevas casas... El 21 de noviembre de 1882 el Padre Dehon había abierto un pequeño Seminario en Fayet, en los alrededores de San Quintín. En 1883, ante la amenaza de expulsión de sus religiosos por razón de la política del gobierno, como refugio posible abre en Sittard, en Holanda, una casa que enseguida se convierte en noviciado. En 1884 comienza una casa de estudios en Lille. Como él confesará más tarde, pensaba: “Nuestro Señor puede hacer su Obra conmigo, ya que hizo milagros con el barro. Pero para ello es preciso que no ponga resistencia” (NQT IV/1889, 92r). La vida en la obediencia, en la disponibilidad, cuando la muerte parece llevárselo todo: ¡No es nada fácil! Es por lo tanto el único camino que desemboca en la vida. No va por los caminos de Dios el que rehúsa llevar la cruz cuando se la cargan sobre la espalda. 17. “Como una flor en medio de las espinas”

Esta expresión es el título del “Decreto de alabanza” que el Padre Dehon recibió para su Congregación en 1888. Pero refleja

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bien la realidad que estaba viviendo en este período dramático. Y lo comprenderemos mejor más tarde. a- Es incómodo seguir la evolución de la situación en los años que siguen: numerosos factores se entrecruzan, influencias diversas y a veces opuestas: una nueva organización de la Congregación, la dirección de la Institución San Juan, la sustitución del Padre Dehon en su cargo, etc. El obispo mismo, consciente de su responsabilidad en lo que concierne a la Congregación en su nueva identidad, no llega a dar una línea bien clara y cerrada, está dividido entre las medidas de prudencia y su deseo de ver la continuación de la obra. Pero sabe muy bien que de todas las maneras la continuación no se puede concebir sin la persona misma del Padre Dehon. Algunos religiosos contestan al Fundador, quieren retirarle para dar a la Congregación una dirección más segura, una orientación que será más conforme a los orígenes. Estos altibajos duran años, hasta 1896. Sin embargo el Padre Dehon no deja de ser el Fundador. Debe luchar con firmeza para mantener el carácter propio de su Congregación, tanto desde el punto de vista jurídico como en su identidad carismática. Su paciencia de “luchador tenaz”, a pesar de la fragilidad de su salud y según su temperamento conciliador, acabará por triunfar. La ayuda de algunos de sus colaboradores más próximos, los Padres Prévot, Rasset, Charcosset, Paris... le es muy preciosa. “La pequeña obra revivía. Era un nuevo Belén. Nos convertimos en sociedad diocesana, no habíamos sido nunca otra cosa según el Derecho, y siempre podríamos en el futuro, como todas las sociedades diocesanas, llegar a ser una Congregación más extendida. La escuela de Fayet estaba salvada. El noviciado de Sittard obtenía una tregua que llegaría a ser más tarde definitiva. Acepté todo humildemente y me puse en las manos de Monseñor”, escribe el Padre Dehon justo después del Decreto de resurrección de la Congregación (NHV XIV, 185-186). Por su lado el obispo expresaba su admiración y satisfacción por el comportamiento “absoluta y magníficamente sacerdotal” del Padre Dehon.

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b- Durante este periodo medianamente agitado, una intervención de la suprema autoridad de la Iglesia llega muy oportunamente, como una bocanada de oxígeno: el “Decreto de alabanza” de la Santa Sede. Con fecha del 25 de febrero de 1888, comienza por esta frase: “En medio de las espinas y las zarzas, la piadosa Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón surgió como una flor graciosa y olorosa en San Quintín, el año 1877...” Para la Obra es una conquista considerable. El momento del comienzo, a saber en 1877, es de esta manera confirmado. “Nos quitaron las cadenas. Salimos así del Santo Oficio, encontramos nuestra propia libertad”, dirá más tarde el Padre Philippe, primer sucesor del Padre Dehon que fue entonces muy fuertemente animado. c- No constituyó, sin embargo, el final de sus tormentos, que se acentuaron a través de diversas privaciones. Se le retira el Patronato de San José, después el Colegio de San Juan. Cuando Monseñor Duval sucede a Monseñor Thibaudier la situación no se mejora en absoluto. - “Monseñor está lleno de desconfianzas. Remueve el hierro en la llaga de mi corazón. ¡Fiat! ¡Fiat! (NQT IV/1890, 104v)”. - “Tengo conocimiento de los prejuicios que hay en las altas esferas (de Soisssons) contra mí y contra la obra. No valemos mucho, es verdad, pero ¡cómo se ensañan sobre nuestros defectos!” (ibid. V/1891,4r). “Día de prueba, en realidad días de purificación y de gracia... La humillación llega bajo mil formas...” (ibid., 11v). - “Tengo hijos que me hacen sufrir. Pero lo que es más doloroso es que hacen sufrir a Nuestro Señor: Señor, perdónales. Ellos no saben todo el mal que hacen” (NQT V/1892, 107v). - “Pruebas: denuncias, calumnias. Días de sufrimiento... Pruebas e inquietudes. El demonio levanta contra nuestras obras una tormenta de críticas, de acusaciones, de calumnias. Defectos reales dieron la ocasión. Voy a Montmartre a pasar algunas horas... Recibí gracias sensibles de luz, de fuerza y de paz. El Corazón de Jesús es siempre misericordioso...” (NQT VI/1893, 32r y 36v). - “Día de sacrificio. Dejo el Instituto (San Juan) donde he vivido 16 años para habitar la casa del Sagrado Corazón (donde el Padre Blancal, superior, le es abierta y sutilmente hostil). Tengo el

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corazón muy triste y los ojos llenos de lágrimas... Tentaciones y desánimos me asaltan, pero he encomendado al Corazón del Buen Maestro un amor confiado. Me echo a sus pies y oso ir hasta su Corazón” (noviembre de 1893, NQT VI/1893, 40r). - Y durante el 4º Capítulo General de la Congregación, los 31 de agosto y 1 de septiembre de 1896. “Allí experimento una profunda pena. Un padre entendió calumnias, y las cree, las propaga y perturba al Capítulo”. El padre Dehon se siente acusado. Pronuncia el discurso de apertura y después presenta su dimisión de Superior general. La dimisión no es aceptada por 16 voces contra 6, las del P. Blancal y sus partidarios. “Al final todo salió bien. Revisamos nuestras reglas y tomamos muchas decisiones útiles” (NQT XI/1896,69r y v). Los opositores insisten sin embargo, no piden ni más ni menos que la escisión de la Congregación. El Padre Dehon reacciona con paciencia y bondad, dando tiempo al tiempo y abandonándolo en las manos de la Providencia. Tres de estos religiosos dejan la Congregación para entrar en el clero secular. Los otros tres se deciden a quedarse en la Congregación. Entre ellos, el P. Blancal: en diciembre de 1905, con casi 80 años, morirá en los brazos del Padre Dehon que escribe en sus Notes Quotidiennes: “Se apagó dulcemente sin agonía. Era el primer viernes de mes. Fue una atención de la Providencia” (NQT XIX/1905,126). En la Vie d’amour envers le Coeur de Jesús (Vida de amor hacia el Corazón de Jesús), el Padre Dehon escribirá: “El que ama no se resigna solamente, hace más; se pone a disposición del objeto amado. Se confía a él en todo y por todo. La amargura de la resignación es incompatible con el amor del cual ella hiere la delicadeza. El abandono amoroso y confiado es lo que agrada a Nuestro Señor. Es así como él se daba a su Padre e incluso a María y a José” (15ª meditación). 18. Preocupación misionera y compromiso social

Durante todos estos años marcados por esta larga tormenta ni el progreso espiritual del Padre Dehon ni su celo de apóstol se pararon. Podemos incluso creer que las dificultades, lejos de frenar su ardor apostólico, lo fortalecieron en extremo. Es precisamente

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durante este período cuando él mismo se abre y abre a su joven Congregación al compromiso social y a las misiones lejanas. a. El compromiso social, la presencia en el mundo obrero. - En 1888 el Padre Dehon fue a Roma para agradecer al Papa León XIII haber otorgado el Decreto de alabanza a su Congregación. Del papa recibe esta exhortación: “Predicad mis encíclicas”. Esta palabra del Papa, para él es la voz misma de Dios que le confirma en su vocación al apostolado social que ha sido una de las características de toda su vida. El amor por el Corazón de Cristo le llevaba al amor por los más pobres, a la acción en favor de esos ambientes más desfavorecidos que en su tiempo eran los ambientes obreros. Esta es una preocupación mayor que deja a su Congregación como lo expresa de nuevo la Regla de Vida: “El ministerio con los pequeños y los humildes, los obreros y los pobres, para anunciarles la insondable riqueza de Cristo” (n. 31) - El 25 de enero de 1889 comienza la publicación de la Revista: “El reino del Corazón de Jesús en las almas y en las sociedades” Este título constituye ya todo un programa: El primado del amor debe llevar a militar por la urgente e indispensable justicia para promover las leyes aptas para realizarla. En el editorial del primer número el Padre Dehon escribe: “Hay que restablecer el reinado de Jesucristo... Es preciso que el culto del Sagrado Corazón de Jesús, comenzado en la vida mística de las almas, descienda y penetre en la vida social de los pueblos”. - Desde 1887 comenzó las reuniones de Val-des-Bois, donde se encontraban las fábricas de hilados de su gran amigo León Harmel, un patrón lúcido y valiente, un hombre con una fe y un celo inmensos. El Padre Dehon suscita entonces colaboradores laicos, y contribuye a sensibilizar a las clases dirigentes y a los patrones a las exigencias sociales del Evangelio, a los deberes de la justicia. Durante 14 años, en Val-des-Bois o en la Institución San Juan, participa en encuentros para sacerdotes diocesanos y seminaristas: para llevarlos a tomar conciencia de los problemas sociales, incitarles a salir de sus sacristías para “ir al pueblo”. Georges Goyau, un buen testigo de la vida de la Iglesia de este tiempo, participa en una de estas reuniones en 1889. Escribe,

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hablando del Padre Dehon: “Le escucho todavía desarrollar las grandes líneas de la doctrina pontificia y deducir las enseñanzas que de ella emanaban. Altanera era su silueta, y rigurosa su Teología; pero enseguida, nada más comenzar a hablar, afloraba a sus labios la ternura del alma que se alimenta en sus meditaciones cotidianas, por la contemplación constante de la ternura del Hombre-Dios. Era ante todo, como apóstol social, el discípulo del Corazón que tenía tanta piedad.” - En 1894 el Padre Dehon publica el “Manual social cristiano”, e inmediatamente traducido a varias lenguas: en él reúne los principios más sólidos de la doctrina social católica según León XIII, e indica soluciones prácticas. En 1895, criticando la opinión que prevalecía entonces entre el clero y los Seminarios de Francia, escribe estas frases valientes: “Esta generación pusilánime nos ha cambiado a Cristo. Ya no es el Cristo de los obreros, los pobres a quienes venía a anunciar la Buena Noticia, el Cristo que ejercía su apostolado incesante con los pecadores, los publicanos, los hombres del mundo, ‘no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores, Mt 9, 12’. Nuestro Cristo, cuyo apostolado poderoso y fuerte inspiró el de Pablo, de Javier y de todos los conquistadores de las almas, ha sido sustituido por un hombre miedoso y débil que no habla más que a los niños y a los enfermos... Deplorable ilusión” (Manual social cristiano, segunda parte, cap. preliminar, II). - Es en esta intensa actividad de sensibilización, de educación, donde encuentran su puesto las “Conferencias romanas”. En Roma, del 14 de enero al 11 de marzo de 1897, el padre Dehon da cinco conferencias sobre la cuestión social. En cada una, entre los numerosos oyentes, hasta quinientos, se encuentran varios Cardenales, arzobispos y obispos. No se escatiman aplausos al conferenciante, la prensa publica largas recensiones. Estas conferencias, junto con otras cuatro que les siguieron, fueron publicadas en 1900 bajo el título: “La Renovación social cristiana”. Uno de sus oyentes, Monseñor Prunel, cuenta la fuerte impresión que causó en la asamblea: “Entrando en la sala se daba uno cuenta de la importancia otorgada a esta Conferencia por parte del clero y de los miembros de la mejor sociedad de Roma... El orador entra

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sostenido por los aplausos de la sala. Grande, seco, nervioso, tenía algo de militar en su vestimenta y en su porte. La frente descubierta, la mirada de inquisidor, la nariz aguileña y un no sé qué de seguridad que indicaba el pleno dominio de él mismo y la convicción ardiente... Cada vez más el orador conquistaba el auditorio. Sus Eminencias parecían tomar parte del entusiasmo general. En un gesto inspirado, los ojos fijos en lo alto como si hubiera olvidado al auditorio y siguiendo con la mirada una visión fulgurante, el orador desplegaba como en una magnífica epopeya los gestos de la Iglesia a través de las épocas.” Al entrar en Francia en primavera de 1897, el Padre Dehon pasa por Milán y Bérgamo (8 -11 de mayo de 1897). Desea conocer mejor las realizaciones sociales del movimiento católico. En Milán da una conferencia en el Arzobispado sobre el malestar social contemporáneo y sobre los remedios a aportar. b. Las misiones lejanas. Desde sus años de juventud y de seminario, el Padre Dehon piensa en la inmensa tarea de la Iglesia, según la voluntad de su Señor: “Id y haced discípulos de todas las naciones...”. Sueña en tomar en ello una parte directa, admira aquellos de sus condiscípulos que pueden partir, algunos llegarán hasta el sacrificio de su vida ofrecida por el Evangelio. Apenas funda la Congregación y ya proyecta hacerla participar en la difusión del Evangelio a través del mundo: como testimonio del amor por Cristo, sirviendo la gloria de Dios en condiciones que piden mucho espíritu de sacrificio y de celo. - El 10 de noviembre de 1888 los primeros misioneros dehonianos se embarcan para Ecuador: los Padres Gabriel Grison e Ireneo Blanc. - En 1893 el Padre Dehon envía a sus religiosos como capellanes del trabajo en las fábricas de hilados de Camaragibe y en las refinerías de Goyana, en el Noreste y el Centro de Brasil. - El 12 de junio de 1897 comienza la gran misión del Congo, en el Norte de este inmenso territorio todavía apenas explorado. El Padre Dehon en la víspera de su muerte confiará: “La misión del Congo fue la obra más notable de la Congregación entre nuestras obras de apostolado” (NQT XLV/1925,64). Numerosos dehonianos allí se

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gastarán. Muy pronto varios dejaron allí su vida, siete en dos años y medio en torno a 1900. Muchos murieron mártires durante la revolución de 1964. Entre tantas figuras misioneras pensemos en Monseñor Grison, Monseñor Wittebols, en el Padre Longo, y tantos otros. - El ardor misionero del Padre Dehon no conoce límite: abre otras misiones en Brasil del Sur, en Finlandia, en Camerún, en Sumatra, en África del Sur, en Indonesia y entre los Indios de Dakota del Sur en Estados Unidos. Pero es a todos los religiosos a quienes intenta insuflar el celo para participar a la misión de la Iglesia, al testimonio rendido a la Buena Noticia de Jesucristo, sobretodo a aquellos que son los primeros destinatarios, los más pobres, y el “pueblo”. A sus sacerdotes no cesará de recomendarles: “Id al pueblo... Salid de las sacristías... Sabed ganaros al pueblo que está sediento de justicia...”. “Si queremos que Cristo reine, es preciso que nadie nos gane en el amor por el pueblo...”. “Hay que ganar ese pueblo que está sediento de justicia y busca con ardor, a través de instituciones económicas, mejorar su condición. El sacerdote ganará su corazón aprendiéndole a servirse de estos instrumentos de progreso social. Nuestro Señor, para ganar las almas, ¿no ha curado los cuerpos, nutrido a los hambrientos?...”. “Un sacerdote no puede lanzarse a este nuevo apostolado sin haberse preparado para él con estudios serios... El pueblo será el amigo del sacerdote y de la Iglesia cuando el sacerdote se haya hecho el amigo del pueblo” (Citas tomadas de la Renovación social cristiana). Verdaderamente no podría hacerse la historia del último cuarto del siglo XIX, en Francia y más allá, sin mencionar al Padre Dehon, sin mencionar su celo apostólico, su creatividad y su generosidad espiritual. Aquél cuyo corazón está habitado por Dios, aquél que está consagrado totalmente el Corazón de Cristo, no puede no dar testimonio de Dios, con palabras y con obras, y hasta en el silencio y la prueba.

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19. Un balance

En sus Souvenirs, en un largo y muy emotivo texto con fecha del 14 de marzo de 1912, el Padre Dehon se entrega, por decirlo así, a hacer un balance de su actividad de sacerdote y de fundador, 35 años más tarde. He aquí lo que el escribió: “Entro hoy en mi setenta aniversario... Es un momento para mí de conversar paternalmente con vosotros, de abriros mi corazón... Es como mi testamento espiritual... ¿Cómo resumir el trabajo de treinta y cinco años?.. Como obras de apostolado general, intenté dos grandes empresas: la primera consistía en conducir a los sacerdotes y a los fieles al Corazón de Jesús para ofrecerle un tributo cotidiano de adoración y de amor. Insuficiente por mí mismo, preparé la llamada que Monseñor Gay tubo a bien dirigir a todos sus colegas del episcopado en Francia. Se trataba de unir a todos los clérigos en la reparación y la oración al Sagrado Corazón. Hemos obtenido adhesiones, pero insuficientes. ¿Quién sabe las gracias que habríamos obtenido para la sociedad contemporánea, si la reparación hubiera sido suficiente?.. Es un apostolado a continuar, a extender, a hacer más intenso. Contribuí también al levantamiento de las masas populares por el reinado de la justicia y de la caridad cristiana. Gasté una buena parte de mi vida en las obras de San Quintín primero, después en mis publicaciones de estudios sociales, en mis conferencias de Roma y en otros sitios, en mi participación a una gran cantidad de congresos. León XIII me miraba como a uno de los fieles intérpretes de sus encíclicas sociales. Pero también ahí el trabajo debe ser continuado... Os lo suplico como hacía san Juan: No haya divisiones entre vosotros. Pasemos por encima de todo para permanecer unidos... Amemos a todas las naciones. Somos todos hermanos del Salvador e hijos de María. Amémonos en el Sagrado Corazón de Jesús”.

La herencia que el Fundador nos deja no puede ser más concreta y guarda toda su urgencia. Para hoy aún esta dibuja la fisionomía apostólica de los Padres del Corazón de Jesús, los ejes de su contribución a la misión de la Iglesia por todos los sitios dónde estén llamados a trabajar. En 1903 muere León XIII, el gran

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Pontífice de la encíclica Rerum Novarum. Con mucha veneración y estima el Padre Dehon recuerda su figura y hace suyo la herencia que él nos deja: “León XIII guardó hasta el final una confianza inquebrantable. Dio el horóscopo del siglo que comienza. Este siglo será democrático. Los pueblos quieren una gran libertad civil, política y comunal. Los trabajadores quieren una parte del fruto de sus labores. Pero esta democracia será cristiana o no lo será. La naturaleza humana está toda ella impregnada de egoísmo. Todas las civilizaciones paganas vieron la debilidad oprimida por la fuerza. El Evangelio sólo puede hacer reinar la justicia y la caridad. Cualquier intento de reforma social fuera del cristianismo desaparecerá en el egoísmo y el reinado de la fuerza. Las naciones oscilarán entre la tiranía de uno sólo y la de una oligarquía... Solamente la gracia de Cristo puede sobrepasar al egoísmo... No hay una reforma social práctica cuyo germen no esté contenido en el Evangelio. El siglo veinte hará intentos desastrosos y retornará al Evangelio para no perecer en la anarquía” (El Reinado del Corazón de Jesús, 1903, pp.375-376). Podemos decir que a su manera y siguiendo su tiempo el Padre Dehon fue un buen profeta. La historia le da la razón.

Entra en el nuevo siglo con una disponibilidad renovada, una convicción espiritual reforzada, con programas precisos de apostolado. “Sólo el Corazón de Jesús puede devolver a la tierra la caridad que ésta ha perdido. El sólo volverá a ganará el corazón de las masas, el corazón de los obreros, el corazón de los jóvenes, y esta nueva conquista de corazones manifiestamente ha comenzado con el reinado del Sagrado Corazón” (El Reinado, febrero de 1889). Es por esta causa por la que el Padre Dehon no cesa de trabajar y de luchar hasta sus últimos años. Y es eso lo que pide a sus religiosos, a aquellos y aquellas que se nutren de su espiritualidad. “La verdad y la caridad han sido las dos grandes pasiones de mi vida, y no tengo más que un deseo, que ellas sean los dos solos atractivos que yo deje, si a Dios le agrada”(NQT III/1887,88-89).

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IV. UNA GRAN MADUREZ

¿Cómo comenzó el Padre Dehon el nuevo siglo? En la tarde del 10 de septiembre de 1900 comienza los trabajos del Congreso de las “Obras sacerdotales” de Bourges. Tiene delante de él alrededor de 700 sacerdotes. El ambiente deja ver un difuso desánimo, una tendencia a “olvidar los esfuerzos”, parecido al ambiente que podemos encontrarnos hoy también. Pronuncia entonces algunas palabras que nos lo muestran con toda su fuerza interior y que constituyen una provocación de evidente actualidad: “¿Qué decir del celo? Frente a la dificultad de la tarea ¿no hemos perdido ánimo? ¿No hemos repetido esta palabra de traición: ‘no se puede hacer nada’, cuando precisamente todo está por hacer?”.

Pronto el Padre Dehon tendrá 60 años. Se abre para él un periodo más tranquilo, aunque su actividad sigue siendo intensa, y las contrariedades no le faltaron. Si la vida merece la pena de ser vivida, es preciso defenderla a través de todo aquello que pueda hacerla auténtica. Y en ello el Padre Dehon se revelará aún como un luchador que no se echa atrás. Siente la urgencia de terminar alguna de las iniciativas de las que se siente responsable: se trata de obtener de la Santa Sede la aprobación definitiva de su Congregación, pero también de desarrollar, de ahondar aún más la orientación espiritual. Hay que coordinar el desarrollo, organizar el gobierno interno de la Congregación en el momento en el que ésta se abre al mundo entero. Y los años venideros le llevarán a prepararse lo mejor posible para el definitivo encuentro con Dios. 20. Una nueva amenaza de muerte

En 1900 la situación política en Francia conoce un cambio radical que se abre sobre años de luchas y de sufrimientos también para el Padre Dehon y su Congregación. El gobierno de Waldeck-Rousseau impone a todas las Congregaciones solicitar, en el espacio de tres meses, la autorización para ser mantenidas, bajo pena de supresión o expulsión. Es una nueva amenaza de muerte la que se anuncia al horizonte. “Durante ese periodo, en todos los

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conventos se sufrían las angustias más inquietas, la agonía que precedía la muerte. ¿Estaríamos autorizados para vivir y continuar el trabajo del santo apostolado para la gloria de Dios? Rezábamos, ofrecíamos a Dios piadosos sacrificios. Pero Dios quería o permitía la prueba. La ley fatal sería votada el 1 de julio. En los conventos aumentaba el sufrimiento... entre nosotros también, la angustia, la duda, una sucesión de proyectos, de proposiciones que no llegaban. La cruz se hacía más pesada” (NQT XVII/1901, 2-3).

El 8 de septiembre el Padre Dehon envía al Presidente del Consejo la petición de “la autorización para constituirse en Congregación legalmente reconocida”. De hecho en la lista de las Congregaciones de Francia, establecida por Waldeck-Rousseau, los Sacerdotes del Sagrado Corazón no figuraban, no aparecerán tampoco en el ordo oficial de la diócesis de Soissons donde estaban censados como simples sacerdotes diocesanos.

La solicitud es rechazada. La obra del Padre Dehon en San Quintín está por lo tanto en peligro de desaparición. Hasta el punto que para escapar a la expulsión algunos de los religiosos pidieron pasar al clero diocesano, entre otros el superior dehoniano del Colegio. El Padre Dehon sufre profundamente de este comportamiento: “¿Estaba equivocado? Sólo Dios lo sabe. En todo caso para mí era aún una fase del Consummatum est. San Juan había sido la cuna de la Obra. Allí viví veinte años, y después de veinticuatro años San Juan se secularizaba, esperando tal vez ¡su cierre! Era una herido que no se cerraría y que me daría mucho insomnios” (NQT XVII/1901, 3-4).

Para preparar el futuro, a partir de noviembre de 1902 el Padre Dehon se prepara para trasladarse a Bruselas sin por lo tanta abandonar San Quintín. Irá y vendrá entre las dos ciudades que por suerte son bastante próximas una de la otra. Toma la decisión de resistir y de abrir un procedimiento contra la decisión gubernamental. “Tengo que prepararme a marcharme para Bruselas. Mis colegas intentarán quedarse como sacerdotes diocesanos, yo estoy demasiado comprometido como religioso. Yo

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cojo mis papeles y algunos libros. Tendré elementos de trabajo en Roma, San Quintín y en Bruselas, nada completo ni organizado. Experimento una profunda desgana por la vida presente. Intento santificar mi cruz portándola sin desánimo... ¡Fiat! Dios nos conduce. Ofrezco mi exilio al corazón del buen Maestro” (NQT XVIII/1902 (en noviembre), 31-32). Parte para Bruselas el 18 de noviembre.

El 17 de diciembre de 1902 el Padre Dehon se ve notificado el decreto ministerial de expulsión de los religiosos extranjeros. “El motivo: ¡su presencia es un peligro para la seguridad pública! ¡Siniestra comedia! ¡Nuestro Señor también era un peligro para la seguridad pública en tiempos de Pilatos!.. Varios de entre nosotros muestran poca valentía, ello me entristece... La generosidad es siempre rara. Nuestro Señor no fue tampoco seguido hasta el Calvario, no hubo más que un san Juan” (ibid., 36-37). El Estado confisca las tres casas francesas de la Congregación. El Padre Dehon reacciona, protesta enérgicamente, recorre a todos los medios legales. “Protesto y mantendré mi protesta hasta la prisión si es necesario... El rechazo del Parlamento no puede acarrear para nosotros la dispersión y la confiscación. No continuaremos en Francia nuestros proyectos de organización, eso es todo” (ibid., 50-51, en abril de 1903).

Esta protesta, el Padre Dehon no duda en expresarla alto y fuerte, públicamente. La autoridad civil se activa para vender la casa del Sagrado Corazón de San Quintín. Se rodea el patio con un gran muro, “esos ladrillos me parten el corazón. Los pobres obreros están llenos de vergüenza de lo que hacen. No son los responsables. En el muro pinté esta advertencia: ‘No cogerás los bienes ajenos’ hay que alejar la conciencia de los ladrones y alejar los encubridores” (NQT XIX/1905, 119-120). Un poco más tarde hará fijar en la ciudad un cartel, “Llamada a la conciencia pública” para denunciar la puesta en venta, al provecho del fisco, de los bienes pertenecientes a la Congregación: “Aquellos que llamamos los Grandes Antepasados comprendían mejor que sus sucesores la justicia y la libertad” (NQT XX/1906, 8 de enero, 20-21).

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En este periodo el Padre Dehon se encuentra prácticamente

sólo en San Quintín. Una de las consecuencias de esta política antirreligiosa es la supresión de la Revista el Reinado del Corazón de Jesús en las almas y en las sociedades, en 1903. Es por lo tanto el exilio, con las idas y venidas entre Bruselas y San Quintín. Será desde Bélgica desde donde ahora el Fundador dirigirá su Congregación (las estadísticas nos hablan de alrededor de 300 religiosos). Pero estas graves dificultades en vez de ahogar a la Congregación, generan en ella un nuevo desarrollo, pues aceleran su expansión internacional. En 1903 el Padre Dehon comienza una presencia en Bélgica, después en Luxemburgo; abre la misión de Santa Catarina en Brasil del Sur. En 1904 es la Checoslovaquia, después de nuevo en Bélgica. En 1907 comienza en Finlandia y la fundación de la Escuela apostólica de Albino en Italia: en la estación de Bérgamo el Padre Dehon es acogido entonces por el secretario del obispo, l’abbé Ángelo Roncalli, futuro Papa Juan XXIII.

Perseverar y luchar. No hay otra vía para vivir, para hacer triunfar algunos valores esenciales. El Padre Dehon nunca cesó de militar por una sociedad fundada sobre la justicia y la caridad, según su fórmula preferida. No se resigna, no podría resignarse ante las dificultades más serias.

La espiritualidad de reparación que le nutre requiere siempre el ir a lo más concreto. Su vida interior forma un todo inseparable con su apostolado, en el compromiso a favor de la justicia social como en la educación de la juventud y la preparación de los nuevos cuadros de jefes aptos para dirigir la vida social.

Si el Padre Dehon buscó, y con la resolución que conocemos, la vida religiosa, no es en absoluto para huir del terreno del apostolado. Al contrario, es allí donde encuentra el fundamento espiritual que da al apostolado las armas necesarias para el combate por el Evangelio. Podríamos multiplicar sus recomendaciones a este aspecto, es una de sus convicciones más

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queridas y él saca de la vida apostólica del mismo Jesús, en la elección y la preparación de sus apóstoles... “Antes de elegir a sus apóstoles, Nuestro Señor pasa la noche en oración... Nunca hubo ni podrá haber una vocación religiosa, sacerdotal, apostólica, que no sea sobrenatural... Una vocación que nació en el Sagrado Corazón no puede sino conservarse en él. Vive, se mantiene y se desarrolla en el Sagrado Corazón, como el pez en el agua y el pájaro en el aire...

Aquél que no ama ardientemente a Nuestro Señor no encontrará nunca la elocuencia del corazón capaz de ganarse a los otros para este amor... Antes de hablar a los otros del Sagrado Corazón, hay que aprovecharse para sí mismo de los tesoros de este divino Corazón. Quien quiera extender el Reino del Sagrado Corazón debe antes consagrarle su vida entera...

Una persona que se da al apostolado debe más que ninguna otra practicar fielmente sus ejercicios de piedad; al comienzo de su trabajo y con mucha atención se ponga en la presencia de Dios, y que se renueve en esta presencia varias veces en la jornada: ahí está su parte necesaria de vida interior, que en ningún caso debe ser sacrificada. El apostolado debe de ser una irradiación de gracia y de santidad...” 21. La aprobación definitiva y el desarrollo de la Obra del Sagrado Corazón

El 21 de febrero de 1904 el Padre Dehon tuvo la gran alegría de ser recibido por primera vez en audiencia por Pío X, que había sido elegido Papa el 4 de agosto del año anterior. Le habla extensamente de la situación de Francia y de su Congregación: su objetivo de reparación y de apostolado, su exilio, sus misiones, su grupo de laicos asociados (alrededor de 10.000)... Y confía al Papa su deseo de la tan esperada aprobación definitiva. “Fueron para mí una hora de Paraíso, los momentos pasados con el Vicario de Cristo” (NQT XVIII/1904, 129-133). El Papa le anima a comenzar las diligencias necesarias (las cartas testimoniales de los obispos,

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entre otras). Lo que no era fácil, pues el Santo Oficio no había aún olvidado las dificultades acontecidas en 1883. El camino será aún largo, con muchas contrariedades y pruebas: un verdadero “vía crucis”.

El 9 de abril de 1906 el Padre Dehon es de nuevo recibido en audiencia por el Papa quien le escucha con bondad, mirando al crucifijo que estaba bien colocado delante de su despacho. Después Pío X toma una hoja de papel y escribe para sus colaboradores: “Quiero que esto avance y que sea arreglado”. Después de la audiencia, el Papa Pío X, conocedor en santidad, hablando del Padre Dehon dice a las personas presentes: “Se buscan santos... Aquí hay uno que está naciendo”. El 4 de julio la Congregación recibe por fin ‘la aprobación definitiva’. “Escribo a todas nuestras casas, dice el Padre Dehon, y... cantamos en todos los sitios el Magnificat y renovamos nuestros votos... Que Nuestro Señor es bueno por aceptarnos a pesar de tantos años de debilidades y de miserias” (NQT XX/1906, 50-51).

Durante los últimos meses de 1906 hace un largo viaje a Brasil, para visitar a sus misioneros que trabajan allí desde 1893. Lleva con él a cuatro jóvenes religiosos alemanes, con la intención de extender la presencia de su Congregación: Va a Uruguay y a Argentina. Y como tiene costumbre escribe el diario de viaje, que publicará en 1908 con el título Mille lieues dans l’Amérique du Sud (Mil leguas en América del Sur).

En septiembre de 1908 tiene lugar en Lovaina, en Bélgica el 7º Capítulo general. El Padre Dehon tiene la alegría de constatar el desarrollo de su Congregación, que cuenta con 293 religiosos profesos. Pero una cuestión se impone cada vez más: ¿cómo gobernar, cómo preparar el futuro? “Bajo la protección de María... todo discurre con caridad y buen espíritu...”. Se toma la decisión de separar la Congregación en dos Provincias religiosas, occidental y oriental. Esta decisión se revelará providencial para el impulso misionero, y para la vida misma de la Congregación: cuando durante la primera guerra mundial toda la comunicación sea

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prácticamente imposible entre la parte francesa y la parte alemana. El Capítulo procede al mismo tiempo a un “voto importante, el del Mes de renovación espiritual que se hará cada tres años en nuestras casas. De ello espero un bien inmenso. Constituirá la salvación de la Obra” (NQT XXIV/1908, 47-48).

El 11 de octubre un nuevo acontecimiento llega para alegrar al Padre Dehon: la consagración episcopal del primer dehoniano, el Padre Gabriel Grison que, después de algunos años pasados en Ecuador, fundó la misión del Congo. Constituía el coronamiento de muchos esfuerzos y sacrificios. Tres días más tarde en audiencia con Pío X, escucha al Pontífice murmurarle al oído: “¡Qué obispito tan majo hemos hecho!”.

El año 1910 será también un gran año: el del viaje alrededor del mundo. Con motivo del Congreso eucarístico de Montreal, en Canadá. Sus amigos canadienses lo invitan, le acompaña un amigo francés influyente en Roma, Monseñor Tiberghien. Visita entonces a sus primeros religiosos que comienzan una difícil presencia en el corazón del inmenso Oeste canadiense. Pero el proyecto de viaje toma pronto unas proporciones mucho más amplias. El Padre Dehon visita Estados Unidos, después se embarca para Asia: Japón, Corea, China, Filipinas, Indonesia, Ceilán, India. Escribe cuadernos y cuadernos de notas. Vuelve por el canal de Suez, Puerto Said y Jerusalén, donde llega el 22 de febrero de 1911. Allí revivió emociones profundas: 46 años se han pasado desde su primera peregrinación a Tierra Santa.

Llegado a Marsella hizo un desvío por Roma: desea comunicar sus impresiones a los Cardenales y sobre todo al mismo Papa sobre lo que ha visto. Fue una audiencia muy larga: “Al Santo Padre le gustaba prolongar esta conversación. Se extrañaban en la antecámara, después reconocieron que se trataba de una audiencia excepcional” (NQT XXXIV/1911, 9).

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El refuerzo jurídico no puede traducirse más que por una mayor fecundidad espiritual: “Está bien multiplicar el número y desarrollar nuestras obras; pero ¿para qué sirve si no somos fervientes y si no tenemos el espíritu de nuestra vocación? Nuestro Señor no tiene nada que hacer de los religiosos tibios. Acordémonos de la sentencia divina: ‘Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles...’ (Sal 127,1)” (carta circular del 20 de septiembre de 1908).

Esto es una constante en la vida del Padre Dehon, se repite como un leitmotiv. “Dios no quiere para nada nuestro saber y nuestras obras si no le damos nuestro corazón”. He aquí una frase que podría tomarse por una divisa, un resumen de toda la personalidad y de toda su obra. 22. Una nueva primavera espiritual

La vida espiritual del Padre Dehon se desarrolla en dos fases diversas, cada una acentúa más un aspecto u otro. Pero en lo más íntimo esta vida es profundamente coherente y unificada. Un solo espíritu le anima: la respuesta de amor a Dios que en Jesús nos manifestó todo su amor. Y este espíritu se concretiza en dos grandes surcos. Es el mismo y único amor que lleva al Padre Dehon a consagrarse a los problemas sociales y a vivir la espiritualidad de oblación reparadora. En 1910, tiene 67 años, expresa esta unidad con esta confianza: “Yo fui impulsado por la Providencia a cavar muchos surcos, pero serán dos los que dejarán una marca profunda: la acción social cristiana y la vida de amor, de reparación y de inmolación al Sagrado Corazón de Jesús. Mis libros traducidos a varias lenguas llevan por todos los sitios esta doble corriente salida del Corazón de Jesús. ¡Deo gratias!” (NQT XXV/1910,33). * Los escritos sobre las cuestiones sociales fueron recogidos en 7 volúmenes (“Oeuvres sociales”). Podemos retener sobre todo: Manuel social chrétien (Manual social cristiano) (1894); L’usure au temps présent (La usura en el tiempo presente) (1895); Nos

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Congrès (Nuestros Congresos) (1897); Les Directions Pontificales,

Politiques et Sociales (Direcciones Pontificias, Políticas y Sociales) (1897); Catéchisme social (Catecismo social) (1898); Richesse, Médiocrité ou Pauvreté (Riqueza, Mediocridad o Pobreza (1899); La Rénovation sociale chrétienne (La Renovación social cristiana) (1900). Sin contar los numerosísimos artículos publicados no sólo en su propia Revista, Le Regne, sino también en otras revistas notables de este tiempo, como La Chronique du Sud-Est et La démocratie chrétienne (La Crónica del Suroeste y La democracia cristiana). * Los escritos espirituales están igualmente reunidos en 7 volúmenes (“Oeuvres spirituelles”). Entre los principales títulos: Le Directoire spirituel (El Directorio espiritual) (en los comienzos de la Congregación, después varias redacciones); La retraite du Sacre Coeur (El retiro del Sagrado Corazón) (1896); Le mois du

Sacre Coeur de Jésus (El mes del Sagrado Corazón de Jesús) (1900), seguido de cerca por Le Mois de Marie (El Mes de Maria); De la Vie d’Amour envers le Sacre Coeur de Jésus (La Vida de Amor hacia el Sagrado Corazón de Jesús) (1901); Les Couronnes d’amour au Sacre Coeur (Las Coronas de amor al Sagrado Corazón (3 volúmenes, 1905); Le Coeur sacerdotal de Jésus (El Corazón sacerdotal de Jesús) (1907); L’année avec le Sacre Coeur de Jésus (El año con el Sagrado Corazón de Jesús) (2 volúmenes, 1909); La Vie intérieure (La vida interior) (2 volúmenes, 1915); Etudes sur le Sacre Coeur de Jésus (Estudios sobre el Sagrado Corazón de Jesús) (2 volúmenes, 1922 y 1923). Y un cierto número de escritos esperan aún su publicación... El año 1912 marca para el Padre Dehon un retorno espiritual. Acabados ya los grandes viajes. Menos fuerte la intensa actividad del ministerio. Comienza un periodo de “relectura” de su vida y de síntesis espiritual. Experimenta más vivamente la atracción por Dios, en una dimensión nueva de su vida de fe, de esperanza y de caridad. Después de los años que han sido ritmados en “días buenos y días de gran miseria, tiempos de aridez y de lucha...”, el Padre Dehon escribe ahora: “Estaba como a la puerta del Divino Corazón. Recibía gracias para los otros, pero no muchas para mí

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mismo... Todo se rehace después el retiro de septiembre (en noviembre 1912). Es otra vida. Es la vida de unión que ha vuelto y se acentúa... Nuestro Señor me conduce rápido, sensible y claramente, a una gran unión...” (NQT xxxiv/1912, 176). * “Desde el retiro, la gracia me ha ayudado mucho. La oración es más fácil y la unión con Nuestro Señor es intensa. ¡Deo gratias! En la oración y la adoración, es el solo a solo con Jesús presente en la Eucaristía. Es un coloquio fácil y ardiente”. De hecho por la mañana se une a Jesús en su vida escondida de Nazaret; en el medio del día y después del medio día está cerca de Jesús en el Calvario; por la tarde y noche, vive con él en Getsemaní. Y concluye: “Haré esto todos los días de mi vida, y al final Jesús me invitará a seguirle también en la resurrección, después de haberle seguido en las pruebas de su vida mortal” (NQT XXXIV/1912, (en noviembre) 174-175). * Con motivo de su vida espiritual escribe: “La vida mística es la coronación normal de la vida cristiana... ¿Cómo no desearía yo con ardiente deseo esta unión a Dios, cuyo nombre solo dice todo el encanto y precio?” (NQT XXXV/1913 (enero), 4-5). * Desea con fuerza ser para Jesús como san Juan, el discípulo bien amado. Algunos años más tarde afirmará con delicadeza y humildad: “Mi vocación exige la unión a Jesús sacramentado: vida de adoración y de amor, de reparación y de oración... Debería ser un san Juan, un amigo, un consolador hacia Jesús sacramentado, ¡estoy muy lejos!” (/NQT XLIII/1920,127). * “Para mi vida interior, no deseo las gracias extraordinarias. Aspiro a un crecimiento cotidiano de mi gracia sustancial por la oración, por el deber, por la Eucaristía, por la práctica de las virtudes” (NQTXLI/1917,1-2). Sostuvo siempre el primado de la contemplación, desde ahora es su más vivo deseo y a menudo lo expresa: “Soledad y recogimiento”.

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* “Hago todos los días el vía crucis, pero ello me resulta cada vez más penoso. Siento demasiado violentamente la parte de responsabilidad que tengo en los sufrimientos del Buen Maestro y en los dolores de María. Soy el último de los pecadores y cada una de las estaciones me parte el alma” (NQTXXXV/1913,7-8). “La cruz es pesada, es como un abandono general. Ha habido un empuje inconsciente de crítica y de desconfianza. No siento ningún apoyo ni amigos... Encuentro mi estado anímico en la queja de san Pablo: ‘El peligro nos ha abatido al extremo’. Pero quiero como san Pablo agarrarme con fuerza a la esperanza: ‘Fue Dios quien nos arrancó a una muerte parecida..., en él tenemos nuestra esperanza’ (2Co1, 8-10)” (ibid., 1914,67-68).

Del amor de oblación al Corazón de Cristo contemplado y amado han nacido toda la vida interior y todo el celo apostólico por la causa social y por las misiones. Desde ahora nutrirá sus días de este amor. Resulta en él una profunda y unificadora experiencia de Dios. En particular se deja conducir cada vez más hacia una oración trinitaria. En 1915 descubre a la hermanita Carmelita, Isabel de la Trinidad 81880-1906), de quien lee la biografía. Supuso para él una admiración tal que le introdujo en el corazón del misterio de la Santísima Trinidad. “Guardo de esta lectura una devoción y una mejor comprensión de la Santísima Trinidad” (NQT XXXVI/1915,47).

Desde entonces sus notas contienen alusiones cada vez más numerosas a la Trinidad. Lo que hasta entonces para él eran sobretodo un dogma, pertenece desde ahora a su vida profunda, la más profunda de su oración. Esta oración a la Trinidad es más intensa hacia el final de su vida: “Debo vivir en este rinconcito del cielo que está en mí, donde habita la Santísima Trinidad. La gracia me ayudará mientras yo lo quiera, pero tengo que serle dócil, viviendo en la paz interior, en el recogimiento y unión a Nuestro Señor” (NQT XLIV/1924, 97). “Mi oración, lo que ella es en este último periodo de mi vida. Saludo a la Santísima Trinidad, mi Padre y Creador; el Verbo de Dios con que es mi hermano y Redentor; el Espíritu Santo que es mi guía y mi consolador. Asisto

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a la gran misa perpetua del cielo: Jesús ofreciéndose a su Padre, el Cordero inmolado desde el comienzo... Pienso continuamente en el cielo, vivo con mis protectores y amigos de allí arriba, ardo en deseos de verlos pronto... Sagrado Corazón de Jesús, en vos tengo confianza” (NQT XLV,1925, 11-15).

Continuamente, incluso en el periodo de mayor actividad social, el Padre Dehon siente en él la urgencia y el esfuerzo por vivir de “la unión a Nuestro Señor”. “Tengo sed de vida interior, de pureza, de unión a Nuestro Señor, de espíritu de inmolación y de amor”. “Para mí la unión con Jesús lo es todo, es mi vida y mi salvación” (NQT XXXIX/1915, 79). Esta insistencia expresa también la finalidad de la fundación de su Congregación. La espiritualidad del Corazón de Jesús es como el medio, la manera para vivir esta unión-comunión. “Esta vocación exige el hábito de unión con Nuestro Señor; por lo tanto debemos disponer de todos los medios para llegar y allí establecernos”. Nos precisa con claridad en su Testamento espiritual. Y en sus cartas lo recordará a menudo: “Buscad la vida interior ante todo... Aquellos de los nuestros que tienen un ministerio agitado responden con mediocridad a su vocación... Sed siempre hombres de vida interior”. “Una luz me guía principalmente en este mes, es que el ejercicio de la unión con Nuestro Señor debe preferirse a todos los otros y que él nos ayuda más que todos los otros... Es verdaderamente mi gracia y el ejercicio por el que yo me santificaré.

Quiero atarme de manera definitiva. No haré nada fuera de esta unión, con Jesús, por Jesús, en Jesús”. Cuando él se abre a esta “luz”, esta predicando en el noviciado de Sittard el “Mes de renovación espiritual” decidido en el reciente Capítulo general (NQT XXIV/ 1909, 77). 23. Los sombríos años de la guerra

1914-1917: El Padre Dehon se encuentra en San Quintín cuando estalla la guerra, en agosto de 1914. Allí quedara encerrado

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durante tres años, mientras que la ciudad está ocupada por las tropas alemanes y tiembla noche y día bajo el ruido continuo de los cañones. El Padre Dehon sabe que tiene hijos de los dos lados del frente, 35 franceses y 35 alemanes”. Su disponibilidad natural le inclina a la bondad, a la acogida de todos. La casa del Sagrado Corazón está para rebosar, hermanos sacerdotes de los alrededores vienen para pedir refugio. A pesar de las sobrecargas, el Superior acoge también a los sacerdotes y los religiosos alemanes que pasan por la ciudad. “Nuestra casa del Sagrado Corazón es como la hospedería de los sacerdotes alemanes”.

Hace prueba de una notable valentía. Cuando había alertas nunca bajaba a la cava, mientras las recreaciones continúa a jugar como si las bombas cayeran lejos. Pero las preocupaciones por su familia, por la Congregación por su patria le gastan. Sufre de no poder ya servir, aunque el deseo es tan ardiente en su corazón. Escribe: “No puedo más. La bronquitis crónica me hace toser a menudo y escupir sangre... Es penoso el estar obligado a rehusar el ejercicio del apostolado. ¡Deseo tanto trabajar por el reinado de Nuestro Señor!” (NQT XXXVIII/1915 (septiembre), 114). En la noche del 31 de octubre de 1915 se cree morir: “Mi vida no será más larga. Creí morir la pasada noche. Tuve una crisis violenta de bronquitis... Me ahogaba, estaba estrangulado... Es un navío gastado que se hundirá uno de estos días” (NQT XXXIX/1915, 52).

En San Quintín, “durante los tristes días de la guerra, en 1914”, redacta su Testamento espiritual, que dirige a “Mis queridísimos hijos”: “Os dejo el más maravilloso de los tesoros, el Corazón de Jesús. Pertenece a todos, pero tiene un ternura especial hacia los sacerdotes consagrados a él, dedicados a su culto, a su amor, a la reparación que el pidió, siempre que sean fieles a esta vocación... No podemos nunca perder de vista nuestro fin y nuestra misión en la Iglesia..: Un amor tierno del Sagrado Corazón..., la reparación con todas sus prácticas...; el abandono de nosotros mismos en espíritu de víctimas al Sagrado Corazón ... Mientras puedo, os confío a todos al Corazón de Jesús. Os recomiendo a su

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misericordia. Le dirijo esta oración que él dirigió a su Padre por sus discípulos: ‘Padre mío, conservad a los me distéis’. Os confío igualmente a Nuestra Madre del Cielo. Nuestro Señor tendrá a bien el decirle de vosotros lo que dijo de san Juan en el Calvario: ‘He aquí vuestros hijos’. Mi última palabra será para recomendaros la adoración cotidiana, la oblación reparadora oficial, en el nombre de la Iglesia, para consolar a Nuestro Señor y para apresurar el reinado del Sagrado Corazón en las almas y en las Naciones. Ofrezco aún y consagro mi vida y mi muerte al Sagrado Corazón de Jesús, por su amor y por todas sus intenciones. Todo por vuestro amor, ¡oh Corazón de Jesús!”.

Febrero de 1917: Con el empuje de la ofensiva aliada, la armada alemana acorta el frente. Como consecuencia San Quintín se encuentra colocada completamente en el puesto avanzado. Las autoridades de la ocupación deciden la evacuación de la población civil en dirección de Bélgica. El Padre Dehon, enfermo, parte el 12 de marzo. Está en vísperas de sus 75 años. Con un pesado saco sobre la espalda sube a un vagón de mercancías, camina a pie durante todo un día, para llegar por la noche, agotado, a Enghien en Bélgica. Atravesando las vías tropieza y cae. Se cree morir. Le levantan, ensangrentado. Le llevan al hospital, donde es curado fraternalmente por los jesuitas de la ciudad. El 17 de marzo decide participar en los funerales de la Madre María del Corazón de Jesús, la Fundadora de las Hermanas Siervas. “Es un alma santa que nos ayudará desde el cielo. Tuvo siempre una fe poco común y un carácter de una rara energía... Oró e hizo orar tanto o más que ninguna alma en el mundo. Si Dios me conserva, ayudaré a escribir su vida”, anota en su Diario (NQT XL/1917, 109-110). Para terminar el 19 de abril llega a Bruselas, en mal estado y agotado: “Dios es siempre bueno. Incluso cuando nos prueba, tiene deseos de misericordia” (NQT XL/1917, 137). La fuerza del corazón viene en ayuda de sus pobres fuerzas físicas. Es evidente en estas circunstancias la influencia positiva de la fe y de la gracia de Dios, evidente la valentía, el temple de carácter que ha madurado durante largos años de progreso espiritual.

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24. La relación personal con Benedicto XV y Pío XI

A lo largo de toda su vida el Padre Dehon se reveló como un “romano convencido”. Testimonia de un gran afecto por la persona de los Soberanos Pontífices. Y éstos se lo devuelven bien manifestándole estima y confianza. León XIII le nombrará Consultor en la Congregación del Índice, en 1897. Las relaciones fueron todavía más estrechas con Benedicto XV al que conocía desde 1894, es decir, en el tiempo donde el futuro Papa era secretario del Cardenal Rampolla: se puede hablar de una verdadera amistad. Benedicto XV compartía el ideal y los puntos de vista del fundador de los Sacerdotes del Sagrado Corazón. Apenas elegido en la sede arzobispal de Bolonia, quiso en esta ciudad una comunidad dehoniana. El Padre Dehon le llamará “El Papa del Sagrado Corazón”, en razón de su profunda devoción al Corazón de Jesús.

En octubre de 1917 Benedicto XV obtiene para el Padre Dehon un salvoconducto para Roma. Este parte, y durante su viaje se para en Bolonia donde la comunidad religiosa de Via Nosadella festeja alrededor de él sus 50 años de sacerdocio. Llegará a Roma el 31 de diciembre, el 3 de enero es ya recibido en audiencia. El 25 de abril, antes de partir de Roma el Papa le acuerda una nueva audiencia. En esta ocasión el Padre Dehon pide al Pontífice que se dedique un altar al Sagrado Corazón en la Basílica de San Pedro. Encontrara al Papa aún varias veces: “Bella audiencia de adiós el 28 de febrero. Hablamos... de nuestras obras, de la acción social cristiana... Expuse humildemente al Papa la idea de que sería bueno recordar las direcciones de León XIII y la dedicación de la Iglesia a la clase obrera. Me dijo que aprovecharía una ocasión favorable y ello no tardaría mucho. Tres días después... pronunció un cálido discurso sobre la acción social...”. “Nuestro Papa del Sagrado Corazón, nuestro Papa benévolo y muy amado. Siempre fue benévolo para con nosotros y especialmente para mí. Fue siempre fiel a nuestras relaciones de amistad desde hace veinticinco años. Fue... el Papa de la paz, el Papa de las misiones... Hizo amar a la Iglesia...” (NQT XLIV/1922, 40).

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Durante una de sus audiencias, el Papa confía al Padre

Dehon: “El cuadro del Sagrado Corazón que me habéis pedido es bienvenido, se le hará en mosaico” (NQT XLIII/1920, 121). Y en junio de 1920 en la Basílica de San Pedro fue inaugurado el altar del Sagrado Corazón.

Es también durante uno de sus encuentros donde madura el proyecto de una gran basílica en honor al Sagrado Corazón en la Ciudad eterna. La colocación de la primera piedra tendrá lugar el 18 de mayo de 1920. El Fundador, que tiene 77 años, está presente, acompañado por su amigo el Cardenal Begin de Canadá y de otros Cardenales y Obispos. ”Es un día memorable para la Obra” (ibid., 120).

Y en efecto el Padre Dehon va a invertirse totalmente por el éxito de este proyecto, va a consumir sus últimas fuerzas para conseguir los fondos necesarios. “Me cuesta mucho trabajo pedir y no llego a grandes resultados; en todo caso este trabajo es enteramente por el Sagrado Corazón y por el Papa” (ibid., 123). Escribe el 20 de septiembre de 1920: Rezad y haced rezar por esta obra de Roma, ella es muy importante para la Congregación. Quedaríamos muy humillados si no lo conseguimos. Será muy duro, ¡los tiempos son tan difíciles!”. La basílica, construida sobre los planos del arquitecto Piacentini, será inaugurada en junio de 1934.

En 1922, a la muerte de Benedicto XV, es Pío XI quien le sucede. “Es un sabio y un santo. Será benévolo para con nosotros. Es desde hace mucho tiempo un bienhechor de la escuela de Albino...” (NQT XLIV/1922,41). El 18 de julio siguiente el nuevo Papa confirma al Padre Dehon como Superior general a vida: “Yo no lo deseé ni pedí, hubiera preferido acabar mi vida en el retiro, la oración y la penitencia. Quiero decir como san Martín: no rehúso el trabajo” (ibid., 48). Esta decisión del Papa no hizo más que confirmar lo que la Congregación había decidido en el Capítulo general de 1919. De este Capítulo, muy capital después del drama

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de la “Gran Guerra”, el Padre Dehon había escrito en su Diario: “Se trata de días muy importantes, muy preciosos... Estamos presentes catorce. Todo se pasa bien, en la paz y en la caridad” (NQT XLIII/ 1919, 110).

Con ocasión de su 80 aniversario, el Padre Dehon escribe: “Me colman de testimonios de simpatía y de benevolencia: cartas de todos los sitios, un Breve del Papa, bonitas cartas de los Cardenales Gasparri y Laurenti y de Monseñor de Soissons. Es mucho más de lo que yo merezco. Siento el efecto de las oraciones ofrecidas en todos los sitios por mí” (NQT XLIV/1923, 73-74).

El Padre Dehon conocerá aún una alegría muy grande, la de ver las Constituciones de su Congregación definitivamente aprobadas, en diciembre de 1923: “Es el resultado de 45 años de esfuerzo y de trabajo en medio de mil dificultades y contradicciones” (NQT ibid., 97). Nuestras nuevas Constituciones van a entrar en vigor. La Santa Sede no ha cambiado nada a las primeras páginas que indican el fin y el espíritu de la Obra, es que el fundador tiene gracia para determinar esto. El recibe de Nuestro Señor las luces necesarias. La fundación se hace por inspiración divina” (NQT ibid., 108, en mayo de 1924).

Para el Padre Dehon este reconocimiento representa el tiempo de la plenitud: según sus propias palabras, “la Obra está desde ahora completa, recibió todas las aprobaciones”. Y su oración se convierte entonces, ante todo, en acción de gracias: ella encuentra la cima en la Eucaristía y en la adoración. No cesa de dar gracias por la obra realizada a pesar de todas sus flaquezas y faltas.

En la Iglesia y con la Iglesia, ante todo y a pesar de todo. Durante toda su vida fue un “romano convencido”. Desde su primera audiencia con Pío IX, que le determinó para hacer sus estudios en el Seminario francés de Roma, hasta la última audiencia con Benedicto XV, y la relación plena de respeto y estima con Pío XI: como resumen, de alguna manera, de este

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“sentire cum Ecclesia”, la obediencia que supo vivir en el momento del Consummatum est.

Así llegamos ahora a los últimos meses de esta larga vida tan llena. A medida que avanza en edad, el Padre Dehon se prepara con mucha emoción, con un poco de temor a veces, a la idea del pasaje que le llevará a encontrar a Aquél de quien quiso hacer su voluntad fundando la Obra del Sagrado Corazón.

La espera se precisa. Vive de antemano el encuentro definitivo que le permitirá encontrar todos sus amigos, todos aquellos y aquellas con quien trabajó.

Una carta del 30 de mayo de 1925 a uno de sus más antiguos religiosos expresa esta “liturgia del cielo” que ocupa sus jornadas. “No vivo en espíritu más que en la otra vida. Vivo con la Santísima Trinidad, con el Sagrado Corazón, con María y José, con mis patronos y amigos del cielo. Recuerdo todas las personas piadosas que he conocido en mi vida, pienso verlas pronto”. A menudo en las últimas páginas de su Diario expresa lo que es desde ahora lo esencial de su vida de oración. Y añade: “Participo en la gran misa del cielo”.

Es una inmensa comunión de fe, de esperanza y de caridad, desde ahora: con plena confianza, perdonado, sostenido por la gracia, espera la plenitud en la plena fiesta de Dios. V. “POR EL VIVO, POR EL MUERO”

En enero de 1925, comenzando el 45º cuaderno de su Diario que será el último, el Padre Dehon escribe: “Es el último cuaderno y tal vez el último año. ¡Fiat!... Mi carrera se acaba, es el crepúsculo de mi vida… El ideal de mi vida, el deseo que expresé con lágrimas en mi juventud, era de ser misionero y mártir. Me parece que ese deseo se ha cumplido. Misionero, lo soy por los más de cien misioneros que tengo en todas las partes del mundo. Mártir,

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lo soy, por las consecuencias que el Señor ha dado a mi voto de víctima, sobre todo de 1878 a 1884, por todos los despojamientos y los anonadamientos hasta el Consummatum est…” (NQT XLV/1925, 1-2). El Padre Dehon veía justo al escribir estas líneas que abren su última etapa. Le quedaban sólo ocho meses de vida antes de dejar esta tierra. 25. Los últimos meses

Después del Capítulo general de 1919 y la aprobación definitiva en 1923, la organización de la Congregación está mejor asegurada. Al lado del Padre Dehon está ahora, como Asistente general, el Padre Laurent Philippe (“Me nombraron al Asistente que yo quería”), que estará tan presente en los últimos días y que recogerá su heredad, sucediéndole como Superior general.

El Fundador compra una casa en Roma para hacer la nueva casa madre. “Parece que la Congregación se completa y se organiza. Sobrepasa mis previsiones. Es Nuestro Señor quien todo lo ha hecho, yo no he hecho más que mimar su obra” (NQT XLV/1925, 14). “Soy el más pequeño y el más indigno de los fundadores, sin embargo siento la necesidad de unirme a todos los fundadores. Sus nombres afloran en mi oración: Benito, Bernardo, Francisco, Domingo, Ignacio, Neri, Francisco de Sales,… don Bosco, Lavigerie, d’Alzon, Madre Verónica, María del Sagrado Corazón. Estas almas grandes tenían un ideal grandioso: ganar el mundo, conquistar el mundo para Jesucristo. Rezaron, sufrieron, trabajaron para ello… Me uno todos los días a todas esas almas. Querría elevar mi ideal a su altura. Amo ardientemente a Nuestro Señor y quisiera procurar el Reino del Sagrado Corazón… Soy feliz de haber llegado a la pobreza, como otros son felices de sentirse propietarios” (NQT XLV/1925, 2-3).

El amó tanto participar en la liturgia de la Iglesia en sus sacramentos, que fue tan feliz levantando altares para Jesús en la Eucaristía, desde ahora es en su cumplimiento, la liturgia del cielo, donde ya se encuentra con gusto, “en unión a la gran misa del

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cielo”: “Una enfermedad de algunos días me prueba… no me agarro más a la vida. ‘Tengo ganas de irme y de estar con Cristo’ (Fil 1, 23)” (NQT XLV/1923, 79).

El 14 de marzo de 1925, año del Jubileo proclamado por Pío XI, el Padre Dehon tiene 82 años. Es feliz de poder obtener, en la capilla de Bruselas, las indulgencias del Jubileo. “Era una verdadera alegría, un contentamiento espiritual. Soy feliz de ganar todas las indulgencias del Jubileo y de ser purificado de todas mis faltas pasadas” (NQT XLV/1925, 44).

Sus jornadas en Bruselas pasan con la regularidad de un reloj. Se levanta a las cinco, celebra la misa a las siete, puntualmente está presente a todos los actos de piedad de la comunidad. Cada mañana compra los periódicos: “Compro los periódicos para la comunidad, me parece bueno estar al corriente de la historia contemporánea y tener algún motivo de conversación” (NQT XLV/1925, 15). Hace algunos pasos leyendo un librito, Recomendaciones a los sacerdotes.

En junio de 1925 escribe en su Diario: “Para la fiesta del Sagrado Corazón, me apropio este pensamiento de santa Margarita María: Oh Corazón de Jesús, languidezco del deseo de estar unida a vos, de poseeros y sumergirme en vos, que sois mi morada para siempre” (NQT XLV/1925, 63). Las últimas líneas de sus voluminosos cuadernos de Notes Quotidiennes, en el momento en el que la pluma va a caérsele de las manos, son todavía para evocar otra vez su acción social, como un aspecto esencial de su obra: “Recibo buenas cartas de M. Victor Berne, de Lyon, me recuerda nuestras ardientes campañas en la ‘Democracia cristiana’ para la acción social católica en Francia. Durante varios años yo escribí el artículo de cabeza en esta excelente revista. Era una de las formas de mi campaña social, bendecida por León XIII” (NQT XLV/1925, 66).

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26. “Por Él vivo, por Él muero”

Julio de 1925. La ciudad de Bruselas está acosada por una epidemia de gastroenteritis. Muchos en la comunidad están tocados por esta enfermedad. El Padre Dehon los visita, tiene una palabra de bondad para cada uno. Pero el 4 de agosto, después de la celebración de la misa, debe también guardar cama. Su estado general es relativamente bueno, desde su cama puede continuar a ocuparse de los asuntos de la Congregación, de la preparación del 9º Capítulo general que debe abrirse el 15 de septiembre.

Durante estas noches de insomnio reza, ofrece su sufrimiento por la Congregación. Pasa y repasa la lista de todas las personas, las comunidades. Al día dicta al Padre Philippe “sus deseos y voluntades”. Acababa de procurarse, para ponerla cerca de su cama, una tarjeta que reproducía el cuadro muy conocido de Ary Scheffer, san Juan reposando sobre el pecho de Jesús. Indicándolo con el dedo decía a menudo a quienes le visitaban: “He aquí mi todo, mi vida, mi muerte, mi eternidad” (P. Philippe, Lettres circulaires, I, 22).

A los hermanos que se proponen a acompañarlo durante la noche les dice: “Id a reposaros, no os fatiguéis”. A su familia, a sus amigos les pide que le excusen “por no poder ofrecerles ni la comida ni la hospitalidad para la noche” (ibid., 1, 16). Alrededor de él todos están admirados por la serenidad, el abandono con el cual soporta sus sufrimientos: “Sufro de la mañana a la noche y de la noche a la mañana… La noche se convierte en una comunión espiritual. ‘Jesús lo es todo, es el amigo. Traedme pues mi Jesús’” (ibid., 22).

En la noche entre las 9 y las 10 tiene un ataque más fuerte, los médicos temen que el final esté cercano. El 10 de agosto es la fiesta del patrón de su Asistente, san Lorenzo. El Padre Dehon pide que se le preparen flores, que se le felicite, que se le haga un regalo. Su corazón sigue siendo lo que siempre fue: sensible a la amistad, rico en atención y en solicitud por todos y cada uno. El 12

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de agosto, día de santa Clara. Es la fiesta de Clara Baume, una bienhechora, antigua dirigida del Padre Prevot y a la que el Padre Dehon había aconsejado seguidamente durante años. El Padre Dehon está al límite de sus fuerzas: con una mano temblorosa que hace casi ilegible la escritura, recomienda aún no olvidar de pensar en enviar las felicitaciones a Clara Baume. Son las últimas palabras escritas de quien ha escrito tanto y tanto: y son palabras llenas de delicadeza y fiel atención.

El Padre Philippe le propuso que viniera su confesor habitual, el Padre Dehon rehusó: “No es necesario, usted puede oírme en confesión y darme la absolución”. El martes siguiente 11 de agosto el Padre Philippe le preguntó si deseaba recibir la unción de enfermos: Sí, sí, de todo corazón”, tal es su respuesta y aplaudió en signo de felicidad. Antes de recibir el sacramento de los enfermos renovó sus votos de pobreza, castidad y obediencia, y añade “y de inmolación”, repitiendo varias veces estas últimas palabras. “Para ello me hace falta mi cruz que tuve entonces en las manos, dádmela”.

Durante su última noche, el Padre Dehon está sólo con el Hermano enfermero cuyo padre había muerto hacía poco: Le indica un cajón de su despacho donde se encontraba un bonito rosario de plata. Bendijo el rosario, se lo da al Hermano para agradecerle sus servicios, y sonriendo añade: Por El vivo, por El muero”. Fueron sus últimas palabras. A las 12 y 10, el 12 de agosto de 1925, el Padre Dehon, le Très Bon Père (Buenísimo Padre) como se le llamaba familiarmente, acaba su larga jornada de trabajo sobre nuestra tierra.

Entre los papeles que recogían sus últimas voluntades, el Padre Philippe encuentra una hoja con esta indicación: “Pacto con Nuestro Señor”, un texto que el Padre Dehon llevaba siempre sobre él: “Jesús mío, hago voto, delante de vuestro Padre celeste, en presencia de María inmaculada, mi madre y san José mi protector, de consagrarme por puro amor a vuestro Corazón sagrado, de consumir mi vida y mis fuerzas por la obra de los Oblatos de

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vuestro Corazón, aceptando de ante mano todas las pruebas y sacrificios que os plazca pedirme. Hago voto de dar por intención a todas las acciones el puro amor por Jesús y su Corazón sagrado, y os suplico que toquéis mi corazón, lo inflaméis de vuestro amor, con el fin que no solamente tenga la intención y el deseo de amaros, sino también la dicha de sentir por el efecto de vuestra santa gracia, todas las afecciones de mi corazón concentradas sólo sobre vos”.

Sigue una Renovación cotidiana: “Jesús mío, renuevo con amor el pacto que concluí con vos, acordadme la gracia de serle fiel”. Y en el sobre, esta invocación: “Señor, no ceses de guardar tu preciosa amistad hacia tu pobre discípulo! ¡Fiat! ¡Fiat!”

Si, como es probable, este Pacto de amor remonta al año de 1878, año de la fundación de la Congregación, es un documento de un único y gran valor. El Padre Dehon, por la gracia de Dios, fue fiel a él hasta su último suspiro. Como él mismo lo hacía a menudo, nosotros no podemos más que proclamar: Sí, en verdad, ¡grande es el amor, grande la misericordia del Corazón de Jesús!

La celebración de los funerales tuvo lugar primero en Bruselas después en la Basílica de San Quintín. El cuerpo fue depositado en la tumba de la Congregación, en el cementerio de San Juan de San Quintín, antes de ser trasladado más tarde a la iglesia de San Martín, una iglesia que el Padre Dehon hizo edificar para la diócesis y que está confiada a una comunidad dehoniana. 27. Los grandes trazos de la personalidad espiritual

Es el obispo de Soissons (1920-1927), Monseñor Henri Bidet, quien en los funerales en la basílica de San Quintín, pronuncia la oración fúnebre. Comienza así: “Una página de la gran historia religiosa se cierra… A uno de sus hijos más eminentes, más ilustres del siglo XIX, la diócesis de Soissons… aporta, por mi ministerio, las lágrimas de duelo, las inmensos pesares, los homenajes, la infinita gratitud, el tributo de oraciones

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sobre todo, que le son debidas por tantos títulos”. El obispo indica algunos de esos títulos, el apostolado social, las obras realizadas en San Quintín, la inmensa contribución a la educación cristiana pues “la juventud viene a él con entusiasmo… ¿No hace falta ser muy grande, sobretodo por el corazón, cuando se es así amado?.. Se ha ido, el gran anciano con corazón siempre joven, siempre confiado, siempre optimista, hacia la eterna juventud de Cristo, a cuyo Corazón se había consagrado…”. • Un hombre de gran corazón

Su cordialidad, su nobleza de alma han sido reconocidas de todos los que se aproximaron a él. Se distinguía sobretodo por una buena atención, llena de comprensión y de solidaridad, pero al mismo tiempo inteligente y sin debilidad. Lo mismo decir de su lucidez y energía. Nunca aprovecho la ocasión para vengarse sobre sus opositores, para ellos encontraba palabras de excusa y comprensión.

“Guardó toda su vida un espíritu de niño. Experimentó siempre el sentimiento profundo que tiene todo niño, impotencia, necesidad de ayuda, y que se traduce por el apego a la persona que le acoge bien. Es la razón de su exquisita gratuidad para con todos los que quería hacerle un servicio. Es también la razón por la cual aprendió a abandonarse, con los ojos cerrados, a la Providencia de Dios”. Es así como el Padre Dorresteijn comienza el retrato del “hombre” que fue el Padre Dehon (Vida y personalidad…, p. 368), y prosigue: “Porque confiado, el niño es naturalmente optimista… El Padre Dehon es optimista hasta en las circunstancias más difíciles, en los momentos en los que los hombres fueron para él más desfavorables”. Menciona ahí las opiniones de varios testigos. Así Monseñor Bidet: “Era siempre joven, siempre confiado, siempre optimista”. El Padre Kanters: “Tenía fe en los hombres, porque tenía fe en la eficacia de la acción providencial sobre el mundo”. El Padre Philippe nos trae las palabras del mismo Padre Dehon: “Yo fui siempre optimista, yo moriré optimista”.

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No solamente se sentía siempre joven de carácter, sino que hasta edad avanzada conservó el aspecto de la juventud: “La juventud aparecía milagrosamente conservada en el Padre Dehon en su ancianidad, en la simpleza de sus gestos, la vivacidad de su mirada, la pronunciación y las inflexiones cantantes de sus oraciones, en sus buenas palabras, en sus disertaciones” (P. Devrainne, cf. Dorrensteijn, p. 370). No es ni mucho menos una casualidad que entre los momentos donde se encontraba más feliz, y más libre en su expresión, hay que contar las reuniones de los Antiguos alumnos de San Juan, en las que tanto le gustó participar durante años.

Para él la historia verdadera, es la historia del bien. Aquí hace alusión a las miserias humanas que conocía demasiado bien, aunque la mayor parte de las veces de manera general, para confiar a todo el mundo, y a él mismo primero, a la dulce misericordia de Dios. Su equilibrio sereno es el fruto de una conquista al mismo tiempo que un don. Es el resultado de su comunión perseverante con el Corazón de Cristo y de su actitud concreta para hacer siempre prevalecer lo que él tiene de positivo en las relaciones con los demás. • Un hombre de gran fe: un hombre de Dios

La bondad que caracteriza al Padre Dehon, como también sus otras virtudes, estás todas en estrecha relación con su fe, entendida en sentido bíblico: adhesión de corazón y de vida al Dios vivo, al Corazón de Cristo. Dejó resonar en él cada día, la Palabra de Dios, con paciencia y perseverancia se esforzó en ponerla en práctica. Su corazón batía del deseo de hacer de su vida cotidiana una incesante “respuesta de amor al amor”, “corazón por corazón”.

Así su vida entera se nutre de la fe: con intensidad y hondura. Una fe espontánea, sin afectación, que irradiaba en todos los aspectos de su ser, como hombre y amigo, como sacerdote, religioso, educador, superior, organizador, apóstol… Su vida de fe

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hacía nacer en aquellos que se encontraban con él la fuerte impresión de encontrar un “hombre de Dios”. • Un enamorado apasionado del Corazón de Cristo y de la Eucaristía

Hizo de la espiritualidad del Corazón de Jesús como su morada interior. Allí coge los nutrientes para alimentar su auténtica vida mística y su actividad apostólica.

El amor divino está en la primera plaza. Dios-Amor llama al hombre. Y el Padre Dehon responde: “Sí, cada uno de entre nosotros debe ser como una fibra del Corazón de Jesús, no debe batir más que bajo la fuerza de los impulsos de su Corazón”. Según san Juan el Evangelista del Corazón de Jesús, nos invita a “contemplar aquél que hemos atravesado”. Nada de extraño pues en las palabras que pronuncia en su lecho de muerte: “Por El vivo, por El muero”, él que comienza su Testamento espiritual así: “Mis queridos hijos, os dejo el más maravilloso de los tesoros, el Corazón de Jesús”. Nada de sorprendente si puso su obra y sus escritos bajo el título del Corazón de Jesús, si resumió su proyecto apostólico con esta divisa: “El Reinado del Corazón de Jesús en las almas y en las sociedades”. Nada de extraño finalmente si en su profesión religiosa, él quiso elegir el nombre de “Juan del Corazón de Jesús”.

La mirada contemplativa sobre el Corazón abierto es el mejor medio para responder al amor de Dios por nuestra propia entrega de amor: un amor que no tiene nada que ver con un remilgo sentimental sino que toma todo el ser, inteligencia y corazón, sentimiento y energías de acción, para trabajar por transformar el mundo a partir del misterio pascual de Jesús.

“Apliquémonos para amar con un corazón ferviente, constante y desinteresado aquél que es infinitamente amable… El amor que nos pide el Corazón de Jesús, es el amor generoso, fiel, entregado, el amor fuerte y desinteresado que pone todos los

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cuidados en el servicio del Maestro bien amado” (carta circular, 17 de octubre de 1893).

“La Llaga del Corazón de Jesús es una elocuente escuela de amor. Contemplándola se es ganado por el amor, y se quiere amar de ese buen amor de compasión que, fundiendo para comenzar el corazón en infinitas piedades, le levanta seguidamente fortificado por todas las entregas” (Estudios sobre el Sagrado Corazón de Jesús, I, c. III).

Podemos comprender también en que sentido el Padre Dehon fue un hombre de la Eucaristía. De este “misterio de los misterios” habla muy a menudo en sus escritos. Pero sobretodo vive de ella, ella es para él la fuente cotidiana que viene para animar y fecundar su vida interior y su acción. “En la Santa Eucaristía es el Corazón de Jesús viviente, amante y herido… Esta ahí como el Cordero de Dios sobre el altar para ser ofrecido al Padre y para recibir al mismo tiempo nuestro reconocimiento y nuestro amor… Es preciso que él sea verdaderamente la vida de nuestras casas, y como el sol, el hogar, el alimento y el remedio de nuestras almas” (Directorio espiritual, V, 5).

En ella experimentaba la irradiación de sus jornadas, como el sol que ilumina, como el fuego que calienta. “nutrirse de Dios, beber en Dios, estar incorporados a Cristo… no ser más que uno con El”. “La Eucaristía es el hogar, la base, el centro de toda vida, de toda obra, de todo apostolado. Toda la redención gravita en torno al Calvario, toda su aplicación gravita en torno al altar. El obrero evangélico que no vive de la vida eucarística no tiene más que una palabra sin vida y una acción ineficaz” (NQT XXV/1910, 46-47).

Por ello lógicamente el Padre Dehon nos invita a unir “la ofrenda de nuestro corazón a la del divino Corazón de Jesús para mayor gloria de Dios y la salvación de las almas… como un sacrificio perfecto de alabanza y de adoración, de amor y de reconocimiento, de reparación, de confianza y de abandono a su

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santa voluntad”. “Es el gran acto de la jornada, es el holocausto del amor perfecto y el sacrificio reparador por excelencia” (Directorio espiritual, V, 4). Recibamos también esta importante recomendación que corona su testamento espiritual: “Mi última palabras seguirá siendo el recomendaros la adoración cotidiana…, en el nombre de la Santa Iglesia…” • Extraordinario en lo ordinario…

Esta expresión refleja bien lo que fue el estilo característico de su vida, de su santidad, lo que numerosos testigos retuvieron por encima de todo. Una santidad que no busca para nada las manifestaciones espectaculares, o incluso solamente las expresiones grandiosas en apariencia. Aunque hay pronunciado el “voto de víctima”, prefiere acoger las cruces, y ellas serán numerosas, que le vienen de la vida, de los acontecimientos, de las personas. No las busca ni las provoca: Las recibe así de las manos de Dios. Es una disposición a la oblación de amor cotidiana, para vivir sus jornadas en el abandono a la divina Providencia.

Repite a menudo su ¡Fiat!, el que como María Jesús nos

deja en su oración filial, el que él vive cada día y sobre todo en su último combate: “Que se haga en mí según tu palabra”, “¡que tu voluntad sea hecha!”. Lo repite sobretodo cada vez que las contrariedades, los problemas de salud o la fatiga entran en su vida. Y no cesa de recomendar que se de importancia a las “pequeñas cosas”, a los deberes cotidianos de la comunidad, de la familia, del trabajo, de la relación fraterna. “No hay, en definitiva, cruces grandes o pequeñas, no hay más que un pequeño o gran amor… Por ello si amamos mucho, el Sagrado Corazón vendrá a nosotros por su gracia… comunicándonos su fuerza y su alegría…” (Segunda Corona de amor, 1ª meditación).

Sencillo, amable y “sabiendo hacerse amar”, sumiso e incluso dependiente, sabe ser también perseverante y tenaz, coherente y firme en los elecciones que caracterizan su vida: la dirección espiritual, la búsqueda de la voluntad de Dios, el

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abandono confiado en el futuro, el resuelto optimismo cristiano, una intensa vida contemplativa, un excepcional dominio de sí, una correspondencia a la gracia preocupada por la delicadeza y la generosidad, el don de sí al servicio al Evangelio en el servicio al prójimo… Hasta el heroísmo sabe vivir el difícil perdón, en el silencio y la benevolencia, en la humildad y en la esperanza. Puede dar testimonio del misterio de la “reconciliación” en Cristo: lo vivió con todo su ser.

El 8 de abril de 1997, después de los diversos procesos canónicos, por el decreto de “heroicidad de sus virtudes” que es la última fase antes de la beatificación, la Iglesia a declarado a León Juan del Corazón de Jesús (León Gustavo Dehon) Venerable.

En el texto oficial de la declaración de la Santa Sede, podemos leer: “En la contemplación del Corazón de Cristo sacó lo que era considerado como una constante de su personalidad: una luminosa bondad que le valió un encanto particular, especialmente entre los jóvenes… Sabía cautivar y ganarse los corazones… Raramente un superior fue amado como él; hasta la muerte se le llamaba le Très Bon Père. Las virtudes cardinales que contribuyen a dar equilibrio, armonía y seguridad al comportamiento de la persona, encontraron en él un temperamento que les era favorable. Pero las circunstancias a menudo dolorosas, de su larga vida mostraron hasta qué punto el Siervo de Dios fue capaz de ponerlas de relieve, cuando con prudencia, con fuerza y equilibrio, afrontó las situaciones más complejas… Nacido en una familia bastante acomodada, puso sus bienes personales al servicio de la Obra a la cabeza de la cual el Espíritu le había colocado. Emprendedor, audaz en sus iniciativas apostólicas y sociales, continuamente hizo prueba de una obediencia humilde, esclarecida por la fe, especialmente con relación la Sede Apostólica donde encontraba para sí mismo seguridad de doctrina y de vida. Constantemente la dulce luz de la Virgen Maria le acompañó. “Viva el Corazón de Jesús, por el Corazón de María”, tal era su saludo. Exhortaba a sus hijos a estar unidos a su Madre y Guía en su “vocación de amor y de inmolación”, en particular por la participación al sacrificio de su

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Hijo Sacerdote, para ser con Ella cálices y canales de agua y de sangre brotados del Corazón abierto de Jesús…”.

Es una bonita herencia para la Familia dehoniana, para la Iglesia también. El mismo Padre Dehon no cesaba de repetir cuánto esta vocación contaba entre las más bellas y las más exigentes también. Predicando el “Mes de Renovación espiritual” a sus jóvenes religiosos, en Lovaina en enero de 1909, comienza así: “Debemos entrar más en el espíritu de nuestra Congregación. Es una vocación muy bella. Debemos tender a tener por Nuestro Señor la misma piedad y serle completamente entregados…” Inspirándose de santa Gertrudis comenta la parábola de la perla del Reino, esta perla que es Jesús mismo y por la cual con alegría estamos llamados a sacrificarlo todo por la ganancia sin medida de la comunión con Dios. “Nuestra Congregación debe ser una Congregación de millonarios. ¡No malgastemos nuestra vida! Lo mismo que el sol que ilumina las vidrieras, da rayos de los colores de las vidrieras, así nuestras acciones pasando por el Corazón de Jesús serán transformadas”.

He aquí en qué términos el Papa Juan Pablo II recordaba esta heredad a los religiosos dehonianos reunidos en Capítulo general, el 14 de junio de 1985: “Más de un siglo ha pasado desde los principios de la Congregación dehoniana. Pero el mensaje y el carisma del Fundador siguen siendo actuales, porque la sociedad de hoy experimenta todavía más la necesidad de encontrar el Corazón de Jesús, para allí encontrar la paz, la serenidad, el consuelo y el perdón. ¡Predicad pues con ardor el amor de Dios, presentando al Corazón de Cristo, símbolo y centro de esta realidad divina… Al hombre herido por tantas tribulaciones e interrogantes, mostrad en el Cristo crucificado y resucitado la certeza suprema del amor de Dios! Con una solicitud particular y con el sentido de la Iglesia trabajad por el apostolado de la prensa… Formad las conciencias cristianas, presentando con claridad las verdades que deben de guiar la vida… Sed plenamente fieles al magisterio y a la Sede Apostólica… Testimoniad vuestro amor por Cristo en la adoración

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eucarística… El trabajo para hacer es inmenso, no podemos perder el tiempo”. 28. ¡Un mensaje para nosotros hoy!

El Padre Dehon nos recuerda: “La gracia de Dios te sigue, te mete prisa, te solicita y reviste todas las formas para tomar posesión de tu alma y alumbra allí el fuego del amor. ¡Cuántas veces la gracia habla directamente a tu corazón! Puede ser una luz que te alumbra, puede ser otra vez un piadoso sentimiento que te toca, o una fuerte inspiración que te lleva a amar a Dios, un rechazo de las vanidades que te atraen… El amor tiene que desbordar de nuestro corazón… Parece que Dios está fuera de sí mismo por la violencia de su amor. ¡Pues bien! Nosotros, no temamos estar fuera de nosotros mismos, de llegar a estar locos de amor por Dios… Démonos enteros, sin reservas. Saquemos la generosidad del amor. Volvamos al don inefable que Dios nos hizo de El mismo y de su Hijo, al don que el Hijo nos ha hecho de él mismo, leamos y releamos este libro de amor que es el mismo amor, y cuando estemos abrasados por el amor, nuestra oblación será fácilmente generosa, pronta, y sin fallos… Jesús me amó y me eligió. Mi vocación apostólica nació en su Corazón, allí debe conservarse y desarrollarse también, es allí donde debo buscar la luz, la fuerza y toda dirección”.

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EL PADRE DEHON Y LOS DEHONIANOS

Un profeta de los tiempos modernos

Mario Panciera

PRESENTACIÓN

Del P. León Dehon (1843-1925) tenemos muchas biografías; algunas, monumentales; pero en este momento extraordinario de su beatificación se siente la necesidad de disponer de síntesis breves de carácter divulgativo. El presente opúsculo responde a esta exigencia. La primera preocupación del mismo es la de presentar a una persona viva, poniendo de manifiesto los aspectos principales de su excepcional personalidad de estudioso, de sociólogo, de fundador de la Congregación de los Sacerdotes del Corazón de Jesús. Una vida gastada por completo en la afirmación del “Reino del Sagrado Corazón en los corazones y en las sociedades”. El P. Dehon fue, en una palabra, un apasionado por Cristo y, precisamente por eso, también un apasionado de las condiciones sociopolíticas del hombre de su tiempo. Fue fiel al magisterio pontificio, especialmente al de León XIII, pero también un profeta, al encarnar el nuevo modo de ser sacerdote en nuestro tiempo.

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Un retrato del natural El P. Juan León Dehon (1843-1925), Fundador de los

Sacerdotes del Corazón de Jesús (Dehonianos), era de origen francés, aunque consideró siempre a Roma como su segunda patria, no sólo por los estudios de Filosofía y Teología que allí hizo como preparación al sacerdocio, sino también por la larga y amistosa relación que pudo mantener con todos “sus” papas: de Pío IX a Pío XI, pasando por León XIII, Pío X y Benedicto XV, por no hablar de la pasión con la que quiso que su Congregación se desarrollase en Italia.

A esta luz podemos comprender lo que escribió en el momento de volver a Francia, una vez terminados los estudios: “Estoy a punto de dejar Roma, con mucho sentimiento. He pasado aquí años verdaderamente llenos, bien empleados, gracias a Dios, cuyo valor sólo conoceré en el cielo. Para mi consuelo, me llevo ricos tesoros: el sacerdocio, la ciencia eclesiástica, buenas costumbres y santos recuerdos”.

Estos eran sus sentimientos y sus convicciones. ¿Y la opinión de los que lo habían conocido? En la Crónica del Seminario francés de Roma apareció el precioso testimonio del que era Rector en su tiempo, el P. Melchor Freyd, que traza el siguiente perfil del P. Dehon: “León Dehon, de la diócesis de Soissons. Entrada, el 25 de octubre de 1865. Salida, el 1º de agosto de 1871. Carácter: Excelente. Capacidad: Muy grande. Piedad y regularidad: Perfectas. Notas complementarias: Dehon, joven doctor en Derecho ante la Corte de Apelación de París, después de un viaje a Oriente que sus padres le mandaron hacer para probar su vocación -a la que se oponían-, vino aquí en 1865 para comenzar los estudios eclesiásticos. Hizo una buena filosofía en el Colegio Romano, junto con los estudios de Derecho en el Apolinar. Fue uno de nuestros cuatro taquígrafos en el Concilio Vaticano. Su éxito en los estudios fue notable. Ha sido premiado muchas veces. Hubo de retrasar sus exámenes de licenciatura por el mucho tiempo que le exigió el Concilio. Volvió en 1871. Trabajó con su

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acostumbrado empeño y obtuvo el Doctorado en Teología y el de Derecho en el Apolinar: todo con mucho éxito. Desde todos los puntos de vista era uno de los mejores alumnos. Piedad, modestia, gravedad, regularidad, amor filial y por sus profesores, aplicación decidida; todo se le hacía fácil. Actualmente es coadjutor en San Quintín, en su diócesis. Promete mucho cara al futuro”.

Los grandes rasgos de su fisonomía humana, intelectual y espiritual están ya delineados. El cuadro se puede completar con una pincelada que se refiere a veinte años después. El P. Dehon es, entonces, un famoso sacerdote sociólogo y lo llaman a dar una conferencia en Milán. El periodista lo presenta brevemente: “El P. Dehon es una hombre alto (1,92 m.), de aspecto noble, rostro inteligente, habla con exactitud y medida singulares y se manifiesta muy docto en los temas más interesantes de la vida moderna” (L’Osservatore Cattolico, 11 de mayo de 1897).

Con estas citas, está ante nosotros esbozado el cuadro. Un esbozo que parece hecho a propósito para estimular nuestra curiosidad por saber algo más, no sólo sobre la contrastada vocación sino, más aún, de aquella profecía de su superior de Roma acerca de su prometedor futuro. I. No le gustaban los caballos

Dehon nació el 14 de marzo de 1843, y fue bautizado el 24 del mismo mes, en la vigilia de la fiesta litúrgica de la Anunciación, con el nombre de León Gustavo. Era el segundo de los dos hijos varones del matrimonio formado por Julio Dehon y Estefanía Vandelet. Los Dehon eran de los más conocidos del pueblo de La Capelle (cerca de San Quintín); conspicuos terratenientes, tenían también una cuadra de caballos de carreras. El cargo de alcalde había pasado de su abuelo a su padre, y pasaría también a su hermano mayor, Enrique.

Ambos hijos manifestaron pronto tendencias completamente distintas. Mientras que Enrique acompañaba al

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campo a su padre y le gustaban las carreras a la grupa de los caballos, León prefería permanecer en casa, al lado de su madre, y dedicarse a los libros.

En cuanto a religión, el sector masculino de los Dehon no era practicante. Según opinión difundida en la zona, impregnada de ideas y de resabios de la Revolución francesa, la religión era cosa de mujeres y niños, y no era propia de hombres. En cambio, la madre, llamada familiarmente Fanny, era muy religiosa y particularmente devota del Sagrado Corazón. Sin poderlo evitar, el niño León incorporó los rasgos de su religiosidad. II. La tempestad de la adolescencia

León era precoz, no sólo de inteligencia, sino también en su crecimiento físico. Casi de improviso, estalló en él la tormenta de la adolescencia. Asistía a la escuela del pueblo, donde se hablaba muy poco de religión y en la que dominaba una muchachada sin freno. León padeció su negativo influjo. Por naturaleza, era de carácter apacible y amable, pero a sus diez u once años se hizo vanidoso, colérico, extremado y perezoso. Sólo su viva inteligencia lo libraba de los suspensos, pero en lo demás se había convertido en el tormento de sus padres, especialmente de su madre.

Precisamente entonces, es admitido a la primera comunión (4 de junio de 1854). Hablará después de ella como quien conserva un recuerdo bellísimo, pero en el terreno de la práctica las cosas siguieron como antes. Así es que sus padres pensaron en una solución radical: mandarlos a él y a su hermano al colegio de Hazebrouck.

Fue la salvación para León. El edificio tenía una apariencia más bien desoladora, y el régimen interior era muy rígido: levantarse pronto, mucho estudio, pan negro, mucho frío y poquísimas vacaciones. Pero, en compensación, los profesores eran excelentes y supieron educarlo también en el gusto por la oración y

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por las obras de caridad. Salió del colegio a los 16 años, con el diploma de estudios secundarios. Dirá que vivió allí años muy hermosos. No es que todo cambiara de hoy para mañana. Gracias a Dios, encontró allí la ayuda necesaria para superar la crisis moral típica de la edad. Pero debe admitirse que también él puso mucho de su parte y, quizá, no dudó en usar las “disciplinas” y dormir sobre tabla. O sea, que había aprendido a tomarse las cosas en serio. III. Un mazazo para su padre

El sueño de todos los padres para sus hijos es siempre un futuro prometedor. El lisonjero éxito de León en los estudios proporcionaba buenos motivos al señor Dehon para soñar en una carrera brillante en la magistratura o en la diplomacia para su hijo.

Pero en el colegio, la noche de Navidad de 1856, León había tenido una experiencia espiritual extraordinaria. Mientras ayudaba a misa, sintió una fuerte atracción hacia el sacerdocio y, en el mismo momento, dijo sí al Señor que le llamaba. No era fruto de una emoción pasajera, pues en los años siguientes siguió firme en su determinación.

El problema ahora era cómo decírselo a su padre. Ya se echaba encima el tiempo de la matrícula escolar, y había que decidirse. Buscó el momento más favorable, pero el golpe fue tremendo. Su padre palideció y se quedó como ofendido, trastornado y doblado en dos, como si le hubiera caído un rayo. En aquel momento se acercó su madre y comprendió lo que estaba ocurriendo; rompió a llorar y salió, tapándose la cara. De los labios de su padre salió una sola palabra: “¡Nunca!”.

En los días siguientes, se llegó a un compromiso: León aceptaba esperar a la mayoría de edad. Faltaban aún cinco años, y su padre podía pensar que, mientras tanto, esa idea extraña se le fuera de la cabeza. León debía aceptar matricularse en el Politécnico, de orientación totalmente ajena a sus inclinaciones.

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Además, para entrar allí debía superar unos exámenes suplementarios que retrasaban la cosa un año. Era evidente la intención del padre.

León obedeció y obtuvo también la “madurez” en Ciencias con enorme dificultad. Evidentemente, no era lo suyo. De hecho, terco como era, se había matriculado, a la vez, en la facultad de Derecho, aunque sin posibilidad de asistir demasiado a clase, y sin presentarse a los exámenes. Consiguió después de su padre poder seguir en Derecho, pero si no quería perder censo tenía que recuperar. Lo hizo a su manera: en seis meses, acertó a presentarse a todas las asignaturas de dos años. Así, a los 19 era ya abogado y, a los 21, doctor en Derecho ante la Corte de Apelación de París. Su padre estaba feliz y orgulloso de este mocetón (medía 1,92), los regalos llegaban de todas partes y los viajes eran el premio. IV. El arma de los viajes

León poseía el don de una innata curiosidad intelectual y era persona de amplios vuelos. La buena posición económica de su familia podía favorecer su pasión por los viajes y por el conocimiento de las distintas culturas. Había pasado ya un mes en Inglaterra para estudiar la lengua, e hizo después un viaje por Alemania, Austria y los países escandinavos, hasta el Círculo Polar Ártico. El regalo por su licenciatura fue una estancia en Bélgica y Holanda, en compañía de su amigo Palustre, excelente profesor de arqueología.

Todo parecía ir bien. Pero existía aquel famoso nudo por deshacer, ya que León había alcanzado la mayoría de edad. Su padre se imaginaba que aquella loca idea se le había ido de la cabeza. En cambio, la idea seguía allí, y León confirmó a su padre su determinación, añadiendo que, si se negaba, haría valer su libertad de mayor de edad. Se repitió la escena dramática de la vez anterior, y también la respuesta: “¡Nunca!”.

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Así las cosas, fue providencial la intervención de Palustre, amigo de León: “¿Por qué no intentar distraerlo con otro viaje por los países de la antigüedad clásica?”. Supo presentar tan bien la idea, que el padre, dispuesto a agarrarse a cualquier esperanza, acabó por dar su consentimiento. V. Confirmación en los Santos Lugares

Al señor Dehon le parecían bien Grecia, Egipto y Asia Menor; en el último momento, aceptó la inclusión del mundo de la civilización judía. Estamos en 1864 y León tiene 21 años justos. Se perfila un viaje muy largo, pero -con su amigo arqueólogo- será también muy instructivo.

Merece la pena fijarse, al menos, en las etapas principales de este viaje que habrá de ser determinante. Ambos amigos salen el 23 de agosto, atraviesan Alemania y Suiza, descienden por Italia hasta Bolonia, suben de nuevo a Venecia (que pertenecía entonces a Austria), bajan a Grecia, pasan a Turquía y llegan, finalmente, a Palestina. Si se piensa en los viajes de entonces, no es de maravillar que hubiera incluso incidentes peligrosos durante el recorrido, como sorpresas con salteadores o con peligrosos chacales. Dos veces se encontró León en apuros y la Virgen lo socorrió. La primera, a causa de una dolorosa herida en un pie. Era en el Monte Carmelo; invocó a la Virgen y, a la mañana siguiente, la llaga había desaparecido. La segunda fue más grave, cuando en Troas lo postró la fiebre y llegó a estar en las últimas. También esta vez intervino la Virgen, y curó inesperadamente.

Desde el día de su partida habían hecho mucho camino, pero los dos peregrinos no llegaron a Jerusalén hasta (1865), visitando los Santos Lugares. Podemos imaginar fácilmente los sentimientos de León al recorrer el Vía crucis y permanecer largo tiempo en el Santo Sepulcro. Además, se han conservado sus detalladas notas. Bástenos la certeza de que todo este larguísimo viaje no llegó a resquebrajar su vocación, sino que, por el

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contrario, lo reafirmó en su determinación. Lo veremos a su regreso, de inmediato.

Como ambos amigos no tienen prisa, regresan por Chipre,

Éfeso, Constantinopla, Viena y, finalmente, Salzburgo. Aquí sus caminos se separan: Palustre sigue hacia Francia, mientras que León toma el tren de Roma, adonde llega el 14 de junio de 1865. No fue una decisión fácil. Roma era su meta o, como él mismo afirma, “la coronación” de su viaje. Pero ¿cómo lo tomarían sus padres?

Se queda en Roma diez días. Se había provisto de algunas cartas de recomendación (en particular, una de Mons. Dupanloup, arzobispo de Orleáns), que le permitieron visitar a algunas personalidades y, sobre todo, obtener una audiencia personal con el Papa Pío IX, quien bendijo su vocación y le aconsejó prepararse para el sacerdocio en Roma, en el seminario francés de Santa Clara.

Sus padres lo esperaban impacientes y lo recibieron con un abrazo que nunca acababa; después llegan los parientes y sus primos, y todos quieren escuchar el relato de las cosas maravillosas que había visto durante los ocho meses de viaje por tierras lejanas y desconocidas. Pero, en el trasfondo, estaba siempre el nudo de su futuro. La persistente oposición familiar empujó a León a adoptar una postura decidida. Esto es lo que él mismo dice: “Debí endurecer mi corazón para resistir todos los asaltos que tuve que sufrir. En ocasiones fui duro con mis padres. Les dije que era mayor de edad y que quería ser libre. Se llegó al acuerdo de que me dejarían marchar, pero las escenas y las lágrimas se repitieron con frecuencia. VI. Por fin, sacerdote

El 25 de octubre de 1865 se encuentra ya León en Roma, en el seminario francés de Santa Clara. Su habitación está en lo

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más alto del edificio, es pequeña y oscura, con la cama dura, pero no importa, se sentía feliz, en su ambiente.

Los estudios iban viento en popa: suyos eran los primeros premios. Con algunos amigos, forma un pequeño grupo que se pone a disposición de Santa Maria sopra Minerva, para la catequesis y las obras de caridad. Durante el primer curso, toma ya la sotana y, en las vacaciones siguientes, sus familiares deberán habituarse a verlo en traje talar. Después del tercer año era ya diácono. Cuando volvía a casa, no hacía más que ponderar la Roma antigua y la papal, de modo que también sus familiares comenzaron a tener deseos de visitarla. De hecho, en octubre de 1868 llegó a Roma en compañía de sus padres. Para su padre, era el descubrimiento de un mundo nuevo, que su hijo sabía ilustrar por su cuenta. Pero la sorpresa llegó unos días más tarde. El rector del seminario tuvo, en verdad, una idea “fulminante”: -¿Por qué no piden una audiencia con el Papa? -¿Con el Papa? –dijo D. Julio. -Por supuesto. Y, con tal motivo, se podría pedir autorización para anticipar la ordenación sacerdotal, para permitir a los padres asistir a ella... -Pero, ¿será posible? ¿Y cómo hacer? -Es sencillo. Basta que el padre de León presente una petición escrita.

Por descontado que el P. Freid había dado ya sus pasos. Y ocurrió lo increíble. Fue concedida la audiencia para el día 16 de noviembre y Julio, el padre, conmovido y tembloroso, presentó la petición, que fue aceptada de inmediato. La ordenación tuvo lugar el 19 de diciembre de 1868, en la basílica de Letrán, madre de todas las iglesias. Eran 200 los ordenandos, procedentes de todas las partes del mundo. Su padre no dejaba de mirar a su hijo, que sobresalía por encima de todos. No dijo una palabra y no comió en todo el día. Se había confesado y, al día siguiente, en la Primera Misa en Santa Clara, cuando padre y madre recibieron la comunión

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de manos de su hijo, nadie en la capilla acertaba a contener las lágrimas de emoción.

¡Dios es grande! Don León estaba fuera de sí de alegría: “He sido elevado al sacerdocio, poseído por Jesús, totalmente lleno de él, de su amor por las almas, de su espíritu de oración y de sacrificio”. Y ¿qué decir de la vuelta a la fe de su padre? Una frase lo dice todo: “Fue el día más feliz de mi vida”. ¡Puede creérsele! VII. Taquígrafo en el Concilio Vaticano I

Terminan los estudios. Falta sólo el último examen “de universa teología”, el más largo y difícil. Y, para complicar las cosas, llega la apertura del Concilio Vaticano primero. Hacen falta 23 taquígrafos y, entre los cuatro elegidos del colegio Santa Clara, se incluyó a Dehon. Se necesitaba una adecuada preparación, que hacía estar fuera de casa mucho tiempo. La cosa no desagradó mucho a León, pues le ofrecía la ocasión única de tomar parte desde dentro en un Concilio y de conocer en directo el corazón de la Iglesia.

En este punto, sucedió un hecho preocupante. Aquel año había sido extenuante: visita de sus padres, ordenación sacerdotal, clases de teología en el Colegio Romano y de Derecho en el Apolinar; además, la preparación para taquígrafo. En resumen, en junio tuvo que guardar cama, con fiebre alta, tos insistente y sospechosa y postración general. El cuadro de la enfermedad pulmonar era claro. Pero la Virgen velaba por él. Nunca se sabrá quién le envió un paquete anónimo con un frasquito de agua de Lourdes y un cordón de san José. Bebió el agua y se sintió curado. A los pocos días, pudo emprender viaje y volver a casa, donde le esperan las fiestas de la primera misa.

A primeros de octubre, debe volver a Roma para continuar las prácticas de taquigrafía. El 8 de diciembre de 1868 comienza el Concilio, con la participación de 737 obispos, sobre un total de alrededor de mil. Se clausurará apresuradamente el 18 de julio, tras

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la tormentosa definición de la infalibilidad pontificia, a causa de los rumores de guerra en lontananza.

El grupo de taquígrafos es recibido por Pío IX y, para darles las gracias, había hecho preparar una especie de lotería con unos premios predispuestos. A León le tocarán los cuatro volúmenes del breviario. El 20 de julio está ya de vuelta en casa. Consignará observaciones escritas, muy agudas, sobre el Concilio, que son de gran ayuda para la comprensión del clima y de las personalidades sobresalientes. VIII. Un triste paréntesis bélico

Don León vuelve a casa de inmediato, como hemos dicho, acertando por poco a evitar encontrarse durante el viaje con el estallido de la guerra entre Francia y Alemania Los ejércitos franceses son aniquilados por las tropas prusianas. El 1 de septiembre tiene lugar el desastre de Sedan, al que sigue el encarcelamiento de Napoleón III y la proclamación de la República. Los piamonteses aprovechan la ocasión para invadir los Estados Pontificios, y el 20 de septiembre entran en Roma.

La Capelle es invadida por las tropas y colmada de heridos, y Dehon se prodiga en su asistencia espiritual. En el tiempo que le queda, se dedica a la lectura de autores de Historia y Filosofía que lo ayuden a comprender su tiempo, como para completar los estudios eclesiásticos que había hecho. Todo esto le resultará precioso para su futuro ministerio.

El 26 de febrero de 1871 se firma el armisticio que traerá la paz. Pero Europa ya no será la misma. Incluso Roma, en manos de piamonteses y con el Papa como prisionero en el Vaticano, ha cambiado por completo. Dehon ha de volver a ella para completar los estudios. Encuentra calma, pero los invasores están difundiendo los principios laicos y revolucionarios. En las cartas a sus padres, el juicio sobre los nuevos amos es muy negativo, y manifiesta la esperanza de que esta “canalla” sea expulsada pronto. Trasluce en

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estos juicios su sufrimiento, porque la actual capital de Italia no es ya la Roma de la cristiandad que él conocía.

No obstante todo esto, se prepara para los exámenes con el habitual ahínco: el 2 de junio obtiene el doctorado en Teología y el 23 de julio, el doctorado en Derecho Canónico. Con cuatro doctorados (Derecho Civil y Canónico, Filosofía y Teología), puede decirse que su preparación intelectual es excepcional. Su futuro no podía estar más que en el campo de los estudios y de la docencia. IX. Vicario en San Quintín

Pero los acontecimientos van en otra dirección. Con gran estupor de todos los que le conocían, su obispo lo nombra vicario en San Quintín, el séptimo y último de los vicarios parroquiales. Por acertada o por equivocada que fuera esta decisión, sirvió de hecho, de modo providencial, para lanzar al joven sacerdote intelectual al corazón de los problemas concretos -frecuentemente ardientes- de la gente.

No hizo falta mucho para que el joven vicario se diese cuenta de la situación social y religiosa que lo rodeaba. Puede decirse que San Quintín era una ciudad industrializada, pero los obreros, abandonados a su suerte, sufrían la pesada condición obrera típica del final del siglo XIX, que todos conocemos. Dehon no se conforma con ir a las viviendas, va a visitar los tugurios, las tabernas llenas de obreros que se embrutecen con el alcohol, se acerca a los chicos y los jóvenes dispersos por las calles: la iglesia está casi desierta y muchos burlan la asistencia a la escuela.

¿Por dónde empezar? Dehon comprende que la pastoral ordinaria no basta, pues no llega más allá de los circuitos habituales de “buenas personas”. Junto a la actividad religiosa, es necesaria la social. Es preciso sacar a los muchachos de la calle, ofrecer un apoyo a los obreros y a sus hijos, proporcionar una sana información cristiana, que se contraponga al laicismo imperante. Y

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no se limita a las constataciones, sino que pasa de inmediato a la acción. En poco tiempo, pone en pie un patronato -que dedica a san José- para la educación de los jóvenes (1873); hace nacer un nuevo periódico católico (“Le Conservateur de l’Aisne”, un título que refleja las ideas del tiempo). A continuación, surgen el círculo para los obreros, el círculo para estudiantes y -cosa novísima- las reuniones de industriales. Empieza a tomar parte en congresos de carácter social. En resumen, una actividad vertiginosa, que le granjeaba el aplauso de todos. El obispo está muy contento y lo nombra canónigo honorario de la catedral, con solo 33 años.

De cuanto vamos diciendo, parece evidente que su idea de sacerdote es muy distinta a la corriente entonces. No se puede limitar a las cosas espirituales, al culto o al recinto de la sacristía. Lo mismo que Jesús, el sacerdote no puede ser extraño a los problemas reales de la gente.

Hemos aludido a algunas realizaciones sociales suyas, en cuya base existe una seria preparación. Está presente así mismo en los congresos sociales y en las asambleas generales de los círculos obreros y de las Obras sociales, se relaciona con otras personalidades que trabajan en este campo, participa también en el Congreso organizado por el periódico católico La Croix y en los congresos de la democracia cristiana. Es llamado, cada vez con mayor frecuencia, a hacer uso de la palabra, se convierte en una persona conocida en el ámbito diocesano y, como veremos, también a nivel nacional.

Luego, ¿todo va bien? No exactamente. El joven canónigo no estaba contento de sí mismo: las obras le absorbían de tal manera que no le quedaba suficiente tiempo para el estudio, tenía poco para la oración y muy poco para el necesario reposo. Cuanto más se multiplicaban sus actividades, más crecía en él cierta profunda insatisfacción. Lentamente surge en su corazón la nostalgia de la vida religiosa. Se trata de un gravoso problema existencial y religioso. En marzo de 1876, se detiene a hacer unos ejercicios espirituales, en los que quiere buscar la voluntad de

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Dios. Sale de ellos más convencido de una opción de vida religiosa, pero muy dudoso sobre el camino a tomar. No obstante, en la niebla, existe siempre un punto luminoso que lo atrae: la devoción al Corazón de Jesús, que había recibido desde muy pequeño. X. Nacimiento de los Dehonianos

La Providencia divina tiene sus planes. Su obispo, Mons. Thibaudier, tiene que ir a Roma y pide a su joven canónigo que le acompañe. Desde Turín pasan a Milán y se llegan a Padua y Venecia; luego, descienden y hacen noche en Loreto. Aquí sucede algo imprevisto. Dehon pide a la Virgen luz ante las decisiones que debe tomar: ¿entrar o no en una orden religiosa? Y, en caso afirmativo, ¿en cuál de ellas? Como respuesta, tiene una fuerte impresión, como si la Virgen le dijese: ¿Por qué no fundas tú el Instituto que buscas en vano?

Todo debía ser todavía muy confuso, pero en su corazón está dispuesto a todo. En una carta enviada desde Loreto, años más tarde, escribió: “Aquí (en la Santa Casa) nació la Congregación en 1877”. De hecho, desde ese momento, en el centro de sus meditaciones estarán las disposiciones interiores de Jesús y de María en el misterio de la Encarnación (“Ecce venio” y “Ecce ancilla Domini”).

Pero esa idea, nacida en la Santa Casa de Loreto, ¿no será, quizá, una fantasía? Como hombre prudente, se coloca a la espera de los acontecimientos. Prosigue el viaje hasta Roma, donde acudirá con su obispo a la audiencia con el Papa Pío IX. El Papa dio muestras de acordarse bien de aquel joven abogado que quería hacerse sacerdote, y al que después había recibido con sus padres y con el grupo de taquígrafos. Ésta fue la última audiencia con Pío IX, y Dehon lo describe como un santo.

Fundar un Instituto no es una cosa fácil, tanto más cuanto que las obras que estaban en marcha exigían su presencia. Después

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de mucho pensar y pensar, recibió del obispo una propuesta que le permitía comenzar. Pero tenía que compaginar dos proyectos: un colegio para la educación de la juventud, que era muy necesario y, en función de ello, el nuevo Instituto dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. El obispo veía ambas cosas juntas, y le escribió en los siguientes términos: “El proyecto de fundación del Instituto religioso goza de todas mis simpatías. Por lo que a mí toca, le aseguro mi colaboración en la medida en que me parezca la voluntad de Dios. Es mi deseo que sea usted quien realice esta obra” (13 de julio de 1877).

Dehon obra con prontitud: el 16 de julio, tres días después de esta carta, comienza de inmediato un retiro para redactar las líneas maestras del nuevo Instituto. El 31 de julio empieza, él solo, el noviciado, que terminará el 28 de junio de 1878, fecha de nacimiento de la Congregación, que inicialmente se denominará Oblatos del Sagrado Corazón de Jesús. Al mismo tiempo, hace gestiones para adquirir un edificio para el Colegio: dedica de inmediato a ello 500 francos, a los que añadirá otros 20.000, casi todos de su bolsillo. Al final de su noviciado emitirá los tres votos religiosos, a los que une el de víctima del Sagrado Corazón. Este último voto es difícil de entender, pero hay que considerarlo como un ofrecimiento de sí mismo, en espíritu de reparación a las ofensas infligidas al Sagrado Corazón de Jesús, como le había pedido a santa Margarita María. Con seguridad, se trata de un compromiso que puede exigir el heroísmo, y por eso, en adelante, será adoptado libremente por aquellos que se sientan llamados a asumirlo.

Estaba solo; pero, después de él, hasta nuestros días, casi 10.000 “dehonianos” seguirán sus huellas, de los que hoy viven en el mundo más de 2.200. XI. Lo que cuesta una vida

En el edificio adquirido tendrá su sede el colegio dedicado a San Juan. Había que proceder deprisa, para poder admitir a los

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alumnos con vistas al inmediato curso escolar. Las fatigas de todas estas tareas, que se añadían a las ya descritas, dieron al traste con su salud y volvieron a provocar las hemorragias de forma gravísima. Su resistencia, muy frágil de por sí, estaba cediendo, hasta el punto de que los médicos hablaron de meses de vida.

Muy cerca de él y de su obra estaban las Hermanas Siervas del Sagrado Corazón. Avisadas de que al padre, según los médicos, no le quedaban más que tres meses de vida, iniciaron de inmediato una competencia de oraciones y de sacrificios que sólo Dios conoce. Una joven religiosa, sor María de Jesús, el 25 de noviembre de 1878 ofrecía su vida en favor de la del P. Dehon, pidiendo al Señor quince meses para prepararse. Cayó enferma del mismo mal que él y, a los diez meses, el Señor la llamó al cielo. ¿Pura coincidencia...? Sor María de Jesús era hermana menor de la Fundadora de las Siervas, la Madre Ulrich. Pocos días después de la muerte de su hermana, la Madre entregó al P. Dehon un paquete, diciéndole que contenía la pluma con la que su hermana había firmado el acto de ofrecimiento de su vida, a cambio de la suya. Apenas hubo firmado, una fuerza invisible le quitó de la mano el palillero de hierro y lo dobló por completo.

Esta pluma aún se conserva y puede verse en Roma, en el museo de la Congregación. XII. Desarrollo de la Congregación

El P. Dehon se repuso de su mortal enfermedad, sabemos a qué precio. No lo olvidará nunca. Había empezado en solitario, y su estado de salud no prometía mucho futuro. Pero los caminos de Dios son sorprendentes. Mientras que el P. Dehon se encontraba en peligro de muerte, llegó el primero (P. Alfonso Rasset) de un pequeño grupo de sacerdotes, que pronto se aprestaron a apoyar al Colegio San Juan, que Dehon dirigirá hasta 1893.

Merece ser destacado el cambio de atmósfera en torno al Fundador. El Colegio, a diferencia de las demás obras que había

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creado, era de ideario declaradamente católico. En este momento, él que hasta ayer era casi idolatrado, se convierte para los laicistas y masones en un enemigo a combatir. Para agravar la situación, un incendio destruye dos plantas del edificio (1881). Era para descorazonarse. Pero tampoco aquí faltó una señal providencial: todos pudieron advertir que las llamas se detuvieron delante de la estatua del Sagrado Corazón, respetando por completo la arcada que la protegía. Luego, en el nombre del Sagrado Corazón, se podía volver a empezar.

Volver a empezar, reparando los daños del incendio, pero también ampliando el horizonte, porque era necesario asegurarse, visto que el gobierno masónico de la Tercera República estaba preparando leyes hostiles a la religión que, de hecho, culminarán con la expulsión de los religiosos y la confiscación de sus bienes (en primer lugar, los famosos decretos de marzo de 1880; después, el anticlericalismo de Estado pretendido por el ex-seminarista Emile Combes, en 1902).

La estrategia del momento no podía ser otra que la de abrir casas fuera del territorio francés. Por eso, el P. Dehon las funda en Bélgica, en Holanda y en Alemania, con la ventaja de adquirir dimensión internacional y de procurarse las estructuras necesarias para todo el arco de la formación previa al sacerdocio. Los Padres dehonianos, que mientras tanto habían crecido en número, desplegaban su apostolado en las parroquias, en las misiones populares y en la educación de la juventud. Fue también muy importante su compromiso social en las fábricas de León Harmel en Val-des-Bois, al lado de Reims.

El famosísimo industrial Harmel había conocido al P. Dehon en los congresos sociales, y lo había intentado todo para tener a los dehonianos como asistentes espirituales. De hecho, había dado un enfoque muy nuevo y revolucionario a su fábrica, poniendo a disposición de los obreros y de sus familias casas, iglesia y lugares de acogida para los jóvenes y para los obreros. El P. Dehon y sus sacerdotes, secundados por Harmel, hicieron de

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Val-des-Bois una fábrica modelo, y también un centro de formación sociológica de los seminaristas y, posteriormente, también de sacerdotes y seglares.

Los comienzos de la Congregación no fueron siempre floridos. Hubo momentos muy difíciles y dolorosos debido no sólo a las condiciones sociales y políticas de la época, sino también a errores, incomprensiones y persecuciones. Pero el Corazón de Jesús quería esta Obra, ya que siempre se rehizo, más viva que nunca. Y esto se debía a la humildad, a la fe y a la tenacidad del P. Dehon, que contó incluso con el estímulo de Don Bosco, con el que se vio en París en mayo de 1883. El P. Dehon le pidió una respuesta sobre su Obra, en nombre de Dios. Don Bosco lo miró fijamente y le aseguró que era voluntad de Dios. XIII. Fuera de la sacristía

Quien conociese a Dehon como un sacerdote intelectual, con varios doctorados en derecho y en ciencias eclesiásticas, no hubiera podido imaginar, ciertamente, que después, en el plano de lo concreto, se revelase como un formidable agente de pastoral social. Si se quiere entender su estilo, es necesario remontarse a su concepción de la misión del sacerdote. Proyectado en el ámbito parroquial, comprendió de inmediato que la pastoral de la administración ordinaria (atender a la gente en la iglesia o en la sacristía, administrar los sacramentos, impartir la catequesis a los asistentes, etc.) no podía llevar más que al fracaso, pues se trata de un círculo cerrado. Hemos visto ya que su primaria preocupación fue la de comprender la condición humana y religiosa de su gente y, a continuación, obrar en consecuencia, aportando las soluciones posibles. Creó los patronatos de obreros y de jóvenes, los círculos para distintos tipos de personas, despertó las Conferencias de san Vicente de Paúl, fundó un periódico desde cero y mandó a sus religiosos a las fábricas de León Harmel en Val-des-Bois; tomaba parte en los congresos sociales y organizaba semanas de formación social. En alguna de estas actividades participó también D. Ernesto Vercesi, personalidad eminente del movimiento social italiano, que

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habló con entusiasmo del P. Dehon. Con todas estas tareas, bien pronto se aseguró el P. Dehon una notoriedad no sólo diocesana, sino también nacional.

En 1893 se le pide que forme parte de la Comisión diocesana de estudios sociales, que quería estudiar la encíclica Rerum Novarum, de León XIII, aparecida en 1891. Presidía la Comisión el Conde de La Tour du Pin, que pasó casi de inmediato la presidencia al P. Dehon. Bajo la dirección de éste y a propuesta suya, afrontaron el estudio de la encíclica desde distintos puntos de vista. En poco tiempo se concluyó la redacción del Manual Social Cristiano (1894), un volumen que tuvo gran acogida y fue traducido a distintas lenguas (español, magiar y hasta árabe). La versión italiana fue preparada y presentada por el ilustre sociólogo y futuro beato José Toniolo. El Papa aprobó verbalmente su contenido, y la obra fue adoptada como libro de texto en muchos seminarios a lo largo de los años 1895-1910.

A este primer volumen de carácter social, le siguieron en los años sucesivos algunos otros sobre temas específicos. Merece la pena nombrar el Catecismo social (1898), que tuvo el mismo éxito del Manual y cuya edición italiana estuvo a cargo, igualmente, del profesor Toniolo. XIV. Los tres “leones”

Se puede decir que la última década del siglo XIX vio una verdadera y propia explosión de actividad social en el P. León Dehon, en conexión con León Harmel y con el apoyo de León XIII: tres Leones, como se ve, un nombre que no sólo era simbólico, pues la batalla social se presentaba durísima, dentro y fuera de la Iglesia.

Por lo que se refiere al P. Dehon, hemos hablado ya de sus publicaciones y hemos acentuado su participación en los grandes congresos, todos de carácter social (como los de San Quintín, Reims, Lille, Dijon o Lyon), a los que era siempre invitado como

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orador prestigioso. Es útil recordar que en Dijon (en 1890) se dio forma incipiente a una formación política con el nombre de “Democracia cristiana” que tendrá una continuación gloriosa y que entonces tenía como lema: “Dar a Cristo al trabajador y dar al trabajador a Cristo”.

En 1897 comenzó en Roma aquellas conferencias sociales, que tuvieron una amplia resonancia y a las que asistieron cardenales, obispos, sacerdotes y seminaristas de los distintos colegios romanos. El Papa León XIII las seguía personalmente, a través de los resúmenes de L’Osservatore Romano, y también mandando observadores que le informaban con detalle. Se remonta a este tiempo la audiencia que el P. Dehon tuvo con el Papa, en unión de León Harmel, el franciscano P. Julio y el industrial Palomera, que seguía en sus propias fábricas el ejemplo de León Harmel. La audiencia se prolongó durante más de media hora, durante la cual el Papa se interesó por las conferencias sociales que Dehon tenía en Roma cada quince días: “Muy bien”, le dijo. Después escuchó con interés la información sobre las actividades de la Congregación, dando su bendición a las obras y a todos los miembros (que entonces eran 200, y otros tantos, los alumnos de los seminarios).

Nunca faltaba a las conferencias romanas su amigo Mons. Giacomo Della Chiesa, futuro cardenal-arzobispo de Bolonia y después papa Benedicto XV. También tomaba parte Mons. Prunel, futuro vicerrector de la Universidad Católica de París, que dejó escrita esta entusiasta descripción: “El orador entra en la sala, entre los aplausos de los congregados. Alto, seco, nervioso, tenía algo de marcial en su porte y en su andar con paso grave y majestuoso. Sin disimulos, de rostro inquisitivo, nariz aguileña y un no sé qué de seguridad que ponía de manifiesto el pleno dominio de sí mismo y una convicción ardiente. Tendría unos 50 años, pero los llevaba bien. El orador conquista progresivamente al auditorio. Parece que incluso los cardenales participan del entusiasmo general...”

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Este “parece”, referido a las reacciones de los cardenales, deja entrever que en la Curia no todos eran entusiastas de aquella implicación de la Iglesia en materia social. En cuanto al Papa, es cierto que, al final de las conferencias, quería premiar al orador con una prelatura, pero el Padre le rogó que desistiera, por su condición de religioso. La cosa derivó hacia el nombramiento de consultor del Índice: era un modo evidente de demostrar la aprobación del Papa, porque los consultores tenían por cometido examinar la ortodoxia de las publicaciones. Este nombramiento le fue entregado, precisamente, por su amigo Mons. Della Chiesa, el día 11 de abril (san León Magno), día de su onomástico.

Como se puede imaginar, las conferencias romanas le proporcionaron una notoriedad y una autoridad tales que se le multiplicaron los requerimientos a todos los niveles: diocesano, regional y nacional. Es imposible mencionar la actividad frenética de estos años. Ciñéndonos a Italia, podemos citar, al menos, la conferencia que tuvo en Milán, el 11 de mayo de 1897, en el salón de actos del arzobispado, sobre el tema: “La evolución social cristiana en Europa”. Sabemos de ella por “L’Osservatore Cattolico”, periódico local, que termina la crónica diciendo: “El Padre Dehon, que tuvo momentos espléndidos, al terminar su hermosa conferencia recibió calurosos aplausos del auditorio, que lo había seguido con intensa atención y con el mayor interés”. El mismo periódico le hizo una entrevista, presentándolo de este modo: “Ayer tuvimos en la redacción la preciada visita del P. León Dehon, superior de los sacerdotes del Sagrado Corazón y conocido sociólogo francés, a su regreso de Roma, donde ha tenido -como saben nuestros lectores- una serie de conferencias sociales que fueron muy apreciadas y en las que desgranó ampliamente el programa de la Democracia cristiana. El P. Dehon es un hombre alto, de aspecto noble y rostro inteligente; habla con exactitud y medida singulares y se manifiesta sumamente experto en los temas más interesantes de la vida moderna”.

Estas observaciones laudatorias se leen con gusto, pues proceden de una Italia en la que comenzaba a despertarse esa

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sensibilidad social que, prácticamente, en todas partes, especialmente en el clero, suscitaba oposición e, incluso, hostilidad. XV. Un escritor prolífico

Junto al apostolado social, el P. Dehon amó también el de la pluma. El catálogo de sus obras no está todavía cerrado, pero la mole de sus escritos es inmensa: obras sociales, escritos ascéticos, escritos para su Congregación, crónicas de sus viajes y bastantes centenares de fajos de correspondencia. Baste decir que sólo el sector de la correspondencia entre el P. Dehon y la M. María del Corazón de Jesús llena dos volúmenes, con más de 1.300 páginas, en total, de reciente publicación (en 2003, a cargo del P. Andrés Perroux).

Es claro que el valor de las distintas obras es variado. Hemos aludido ya al aprecio que el venerable José Toniolo manifestaba por las obras sociales: él se encargó de la traducción y la presentación, tanto del Manual social cristiano como del Catecismo social, a propósito del cual escribió el sociólogo italiano: “Ciertamente, es mucho más difícil preparar el pan de la verdad, de modo que todos se puedan alimentar de él, que explicar teorías científicas a los doctos. Esta dificultad no ha asustado al P. Dehon. La claridad del espíritu francés, unida a la coherencia de los italianos, entre los que vivió largo tiempo, contribuye a imprimir a ésta y a otras obras un carácter popular, decididamente original”.

Ocupan un espacio muy grande los escritos ascéticos, centrados todos en el culto y la devoción al Sagrado Corazón. No faltan las obras de tema geográfico y cultural, fruto de sus numerosos y, quizá, larguísimos viajes, sin hablar de los escritos que se refieren a la vida interna de la Congregación. También son muchísimos los artículos publicados en revistas y periódicos: al releerlos, hoy, se queda uno estupefacto de la lucidez de su análisis y la modernidad de su lenguaje, que los hace parecer aún actuales.

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XVI. Para la evangelización de los pueblos

Hacia el final de su vida, expresó que hubiera deseado ser misionero, pero que, si no lo había podido ser personalmente, lo había sido por medio de sus misioneros. Se puede añadir que el fin explícito de muchos de sus viajes era hacerse cargo de la situación y de las posibilidades de evangelización.

La primera misión de su Congregación fue en Ecuador, de 1888 a 1896: sólo ocho años, ya que el gobierno masónico expulsó a los misioneros. Estaba, entre los primeros, el P. Gabriel Grisson, que al ser expulsado de dicho país, saldrá para el Congo, en donde será el primer obispo de la prefectura apostólica de Stanley-Falls. Los primeros años de esta misión, aún hoy viva y floreciente, fueron muy difíciles. Los misioneros dehonianos escribieron páginas magníficas, dejando en el terreno pantanosos no pocas vidas jóvenes (en 15 años murieron allí hasta 22 misioneros, incluidas algunas religiosas).

Después, se aceptaron otras misiones: Brasil del Sur y, luego, del Norte, Finlandia, Canadá e Indonesia. El P. Dehon se granjeó muchas críticas, incluso dentro del Instituto, pues no se comprendía este lanzarse suyo hacia misiones lejanas, cuando sus religiosos eran todavía pocos y las dificultades políticas y económicas en las casas eran enormes.

El Padre era criticado también como imprudente porque, con tanto activismo, parecía no preocuparse lo suficiente de la formación de sus religiosos. Estas críticas llegaron hasta el cardenal Gotti, prefecto de la entonces llamada de Propaganda Fide, que repuso: “No sé si los Sacerdotes del Sagrado Corazón serán verdaderos religiosos, lo que sé es que son óptimos

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misioneros”. Y decidió presidir él mismo la ordenación episcopal de Mons. Gabriel Grisson (1908). XVII. Los Dehonianos en Italia

Hemos dicho ya que el P. Dehon quería a Roma y sentía un particular atractivo por Italia. Ante todo, era necesario establecer una sede en Roma, para las gestiones con la Santa Sede y con el fin de tener un lugar para los estudiantes que debían especializarse en ciencias teológicas. No fue fácil, si se recuerdan los continuos traslados desde la iglesia del Sufragio a la vida Giulia, a la plaza de Campitelli, o a Monte Tarpeo. En esta última sede, en concreto, se hospedaron frecuentemente huéspedes distinguidos del mundo eclesiástico. Mons. Giacomo della Chiesa puede decirse que era de casa, y había con él una amistad muy sólida. Una vez, en 1898, se hospedó allí incluso toda la familia de León Harmel. Fue la ocasión en que los dos León acudieron a escuchar la “Resurrección” de L. Perossi, junto a la iglesia de los Doce Apóstoles, que estaba abarrotada. Dehon observó que las primeras filas costaban 15 francos, y añade que fueron “dos horas de ensueño”. Resultó de menor intensidad, al año siguiente, la audición de la “Pasión”, del mismo Perossi.

Pasaban los años y era necesario pensar en enraizar la Congregación en Italia. ¿Hacia dónde inclinarse? Había varias propuestas, pero el P. Dehon se decidió por la provincia de Bérgamo. Aquí estaba de obispo Mons. Radini-Tedeschi, que había asistido a sus conferencias romanas. Éste lo acogió con mucha cordialidad: mandó a su secretario, don Angelo Roncalli a recogerlo con el carruaje a la estación y acompañarlo al obispado. Era el 14 de abril de 1906, año en que el Papa aprobó “ad experimentum”, para diez años, las Constituciones de la Congregación.

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Fue también Roncalli, por encargo del obispo, quien acompañó al P. Dehon a buscar una sede que fuese idónea, no sólo para los fines, sino también para la menguada bolsa de entonces. Después de visitar varias localidades (Pontida, Nembro), se quedaron en Albino, junto a la obra de Gambarelli, el cual, siendo un famoso cantante, había sido ordenado sacerdote y había construido un pequeño santuario dedicado a la Virgen de Guadalupe. Mientras se trasladaban de un sitio a otro, el joven Roncalli aprovechaba para informarse sobre las obras de la Congregación y acerca de la actividad social del Padre. De hecho, había leído el Manual social y decía que en Bérgamo había una escuela social, fundada por Nicolás Rezzara, uno de los asistentes a las conferencias romanas quien, seguidamente, supuso una gran ayuda para la fundación de Albino.

Poco duraron los cuatro dehonianos enviados para iniciar la obra en casa de Gambarelli, personalidad difícil. Tras un breve espacio de tiempo transcurrido en “casa Solari”, propiedad de los hermanos de Mons. Solari -que era nuncio apostólico en Madrid-, se compraron terrenos y casa en un ameno lugar que dominaba el pueblo y es la sede actual de la Escuela Apostólica. El P. Dehon estuvo presente en la inauguración de la nueva casa, el 2 de mayo de 1910, pero tampoco quiso faltar el obispo, Mons. Radini-Tedeschi, en compañía del sacerdote Roncalli, su fiel secretario, quien no escondía su satisfacción, haciendo ver que aquella casa era un poco suya, pues realmente se había prodigado mucho para encontrar el lugar y para resolver las distintas complicaciones que iban surgiendo. Roncalli, con ese su estilo bonachón que veremos como característico suyo durante su sumo pontificado, añadía que también él era un sacerdote del Sagrado Corazón: de hecho, pertenecía a la asociación diocesana de los sacerdotes del Sagrado Corazón.

Todas las veces que, tanto siendo obispo como ya de Papa, recibió a los Dehonianos, el Papa Juan XXIII no dejaba de recordar que había conocido a nuestro santo Fundador y el modo como había ayudado a la fundación de la casa de Albino.

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En aquellos días, el P. Dehon tuvo ocasión de manifestar

su bondad de corazón para con Máximo Carrara, un joven que frecuentaba la casa de Albino y realizaba allí pequeñas tareas. Había perdido el antebrazo izquierdo por la explosión de una mina, cuando trabajaba en el vecino monte Misna. Un día, el Padre lo hizo llamar y le preguntó si quería acompañarlo a Milán, a comprar una prótesis para el brazo. Carrara lo miró sorprendido y confuso, porque no podía permitirse un gasto así. Pero el Padre lo tranquilizó de inmediato, diciéndole que no se preocupase por el dinero, porque se hacía cargo de ello su sobrina. Se refería a Marta, que se había casado en segundas nupcias con el conde Roberto de Bourboulon, y tenía por su tío una verdadera veneración.

Había que encontrar otra sede, donde los estudiantes de Albino, después de los cinco años de bachillerato (según el sistema escolar de entonces), pudiesen continuar su formación. ¿Dónde ir? El P. Dehon se acordó de su amigo Della Chiesa que, con el tiempo transcurrido, había llegado a arzobispo de Bolonia. En uno de sus viajes a Roma, Dehon hizo alto en Bolonia y expuso allí su problema al obispo. La respuesta fue inmediata: “Padre, Bolonia es tuya, mi seminario es tuyo”. La cosa estaba hecha, aunque fuera provisionalmente. De hecho, después de algún tiempo, se abrió la casa de vía Nosadella, junto a la iglesia dedicada a la Virgen María, Reina de los cielos, conocida como “de los pobres”. La dirección de la comunidad fue confiada al P. Octavio Gasparri, uno de los primeros italianos, hombre de gran capacidad organizativa, que transformó la iglesita de los pobres en un centro ciudadano de espiritualidad en torno a la devoción al Sagrado Corazón.

La cordialidad y la amistad de Mons. Della Chiesa quedaron grabadas a fuego en la memoria de los dehonianos. Las crónicas cuentan que, cada fiesta del Sagrado Corazón, el Arzobispo les dedicaba todo el día, desde la misa con homilía, a la que seguía la comida de fiesta, hasta la función litúrgica de la tarde. Ni siquiera quiso faltar a la fiesta de 1914, recién nombrado

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cardenal y cuando, tres meses más tarde (el 7 de septiembre), fuera elegido papa, con el nombre de Benedicto XV.

Bolonia continuará como centro principal de la Congregación en Italia, y en ella se desarrollarán obras muy significativas: el Escolasticado o Seminario mayor, las Ediciones Dehonianas (EDB), la Ciudad de los muchachos, la imprenta y las instalaciones deportivas, además de la Parroquia del Sufragio. Poco a poco irán siendo confiadas a los Dehonianos una quincena de parroquias, en zonas difíciles de los Apeninos de Toscana y de Emilia. Y a Bolonia le siguieron muchas otras casas esparcidas en otras regiones de la península.

El número de dehonianos italianos es de alrededor de 360, aunque los que trabajan en Italia son unos 200, ya que los demás, siguiendo el estilo dinámico de su Fundador, están dispersos por el ancho mundo. En los últimos 50 años han implantado la Congregación en otras naciones (Portugal, Argentina, Mozambique) y, en colaboración con otras Provincias del Instituto, están trabajando en distintas otras misiones (Congo, Camerún, Indonesia, India y Madagascar). XVIII. El Reino del Sagrado Corazón

Agobiado y casi sumergido, como estaba el P. Dehon, en mil actividades, resulta un poco difícil para nosotros imaginar qué puesto acertó a conceder a la fundación de la Congregación de Sacerdotes del Corazón de Jesús. Sin embargo, es indudable que ésta ocupó siempre el primer lugar en sus actividades, y todo lo demás estaba en función de ella o venía después. Pero quizá sería más exacto decir que el primer puesto lo ocupaba el Corazón de Cristo, y todo lo demás estaba en función de él.

Todo concurrió, en efecto, a centrar su vida entera en el Corazón de Jesús, empezando por la educación religiosa recibida de su madre. Siendo vicario en San Quintín, entró en contacto con la Fundadora de las Siervas del Corazón de Jesús, Madre Oliva

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Ulrich, que habría de tener un influjo decisivo sobre él, al inducirle a la fundación de los Oblatos del Sagrado Corazón. Después, cuando trataba de discernir la voluntad de Dios sobre él, entre distintos caminos de búsqueda, se dirigió a la Fundadora de las Hermanas Víctimas del Corazón de Jesús (de Villeneuve-les-Avignon), Madre Verónica (Carolina Lioger), alrededor de la cual había allí un pequeño grupo de sacerdotes que compartían su espiritualidad. Entre ellos, estaba el P. Andrés Prévot, que se unirá al P. Dehon, será una columna fundamental de su Instituto y morirá con fama de santidad.

Hemos citado a dos fundadoras de Congregaciones dedicadas al Sagrado Corazón, pero hay que tener presente que entre el siglo XVII y el final del XIX nacieron casi 200 Institutos religiosos con tal título. Este clima era, pues, muy fuerte en la Iglesia de entonces, y esto explica que el P. Dehon, antes de decidirse a seguir su propio camino, quisiera explorar bien el terreno, para no hacer una mera copia.

Estamos en los años setenta del siglo XIX: el P. Dehon siente una atracción cada vez mayor por la vida religiosa y por la reparación al Sagrado Corazón, según la espiritualidad de santa Margarita María de Alacoque. Su ideal es san Juan evangelista, el discípulo que, en los momentos de la traición, apoya su cabeza sobre el pecho del Señor y está también junto a su cruz, al lado de María, para recibir el testamento de Jesús y la señal del Corazón traspasado.

Podemos encontrar una síntesis del pensamiento del P. Dehon en las siguientes palabras: “Sacerdote del Sagrado Corazón, sacerdote víctima y verdadero sacerdote, es todo uno. Esto es lo que hace falta ser. Es preciso que yo obtenga esta gracia para todo mi gente” (16 de febrero de 1886).

León XIII, además del papa de las encíclicas sociales, es igualmente el papa de la devoción al Sagrado Corazón: también en esto, aunque sea desde planos diversos, “los dos Leones” tenían las

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mismas ideas. De hecho, en 1899, al preparar el Año Santo de final de siglo, movido también por las cartas de la Beata María del Divino Corazón (perteneciente a la noble familia alemana Droste zo Vischering), León XIII publicó la encíclica Annum Sacrum, que pretendía disponer los ánimos para el Año Santo mediante la consagración al Sagrado Corazón de Jesús. Era lo mejor que el P. Dehon podía desear. En la noche del paso del siglo XIX al XX, se encuentra en Roma y celebra la santa misa en la casita de la Postulación, recitan después las letanías del Sagrado Corazón -que se acababan de aprobar- y la oración de consagración propuesta por el mismo Papa. Como coronación de todo esto, el 6 de enero de 1900, fiesta de la Epifanía, el nonagenario León XIII baja a San Pedro y recita la oración de consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús.

El P. Dehon, por su parte, al lado de sus preocupaciones en el campo social, dedicará gran parte de sus energías a la redacción de numerosas publicaciones sobre el Sagrado Corazón (al menos, una docena). Puede decirse que el ideal de toda su vida estaba en el frontispicio de la revista que fundó en 1889: “El Reino del Corazón de Jesús en las almas y en las sociedades”. Pero toda su vida y su espiritualidad están centradas en el culto de amor y de reparación al Corazón de Jesús. Ésta es también la clave de interpretación de todas sus obras, que encuentran su culminación en la realización de su último sueño: edificar un templo al Sagrado Corazón en Roma, a lo que dedicará los últimos años de su vida. XIX. Viajes y guerras

1906 es un año especialmente importante, porque, gracias al interés personal del Papa san Pío X, la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón obtuvo la aprobación definitiva, que resulta efectiva el 4 de julio. Alcanzada esta meta fundamental, que permite mirar al futuro con absoluta tranquilidad, el Padre dedica los últimos seis meses de este año a un largo viaje a Latinoamérica. En primer lugar, llega a Brasil, donde ya trabajan sus religiosos; después, visita Uruguay y Argentina: tres naciones

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donde la Congregación alcanzará un floreciente desarrollo. Como de costumbre, el Padre llenaría sus agendas de apuntes que vendrán a constituir un libro: Mil leguas en América del Sur.

Al volver de este viaje, el P. Dehon se dedica a la fundación del Instituto en Italia, como hemos visto. Pero tendrá tiempo, aún en 1907, para visitar Finlandia, Prusia y Dinamarca, y pasar, de vuelta, por Rusia y Checoslovaquia. El resultado será la fundación de la obra en Helsinki.

El P. Dehon es ya casi septuagenario, pero no ha terminado de viajar. Es más, se dispone a dar la vuelta al mundo. La verdad es que la idea no partió de él y ni siquiera, al partir, se pensaba en un viaje tan largo. Así salieron las cosas. En 1910 se celebraba en Montréal (Canadá) el Congrego Eucarístico Internacional, y algunos amigos obispos le invitaron a participar. Sobre todo, se trataba de Mons. Tiberghien, un viejo amigo de los tiempos de Roma, a la sazón miembro del Consejo de los Congresos Eucarísticos, quien lo invitaba a hacer juntos el viaje. Es claro que el P. Dehon tenía la mira en la posible expansión de la Congregación también en América del Norte. Pero pronto se preparó un itinerario de carácter mundial.

Salieron el 10 de agosto, y sus etapas principales fueron: Nueva York, Montreal, la inmensa región de Alberta, bajar a San Francisco, zarpar para Japón, un alto en Corea, breve parada en Pekín, bajar a Manila, tocar Java y Singapur, pasar a Ceilán (Colombo); en enero están en la India, se llegan a Palestina, pasando por el canal de Suez (que él había visto construir en 1865), una breve parada en Jerusalén y, por fin, el 2 de marzo de 1911, desembarco en Marsella. Nada más que un respiro para tomar el tren hacia Roma y dar cuenta al Papa Pío X sobre las distintas naciones y misiones que había visitado. Redactará también un apreciado informe para la Congregación de Propaganda Fide, de la que recibe un vivo agradecimiento.

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Era un hombre incansable, no obstante su conocida fragilidad física. Mientras tanto, el 26 de noviembre de 1913 le viene a faltar el P. Andrés Prévot, el gran educador de la joven Congregación, durante veinte años maestro de novicios, modelo y ejemplo de verdadera santidad, cuya causa de beatificación fue introducida en 1956. Unos diez años antes de su muerte, el P. Andrés había enfermado de mucha gravedad y estuvo en peligro de muerte. Perderlo entonces hubiese sido un desastre para la Obra. El P. Dehon corrió a su cabecera y rogó al Padre que pidiese al Señor que le prolongara la vida. Ambos se pusieron a rezar y, poco tiempo después, el P. Andrés se recupera y dice que la Virgen le ha conseguido una “prórroga” de diez años. Esto ocurría en 1899 y, por tanto, fue aún más larga. Cuando los santos se empeñan... ¡Gracias a Dios!

Pocos meses después, estalla la 1ª Guerra mundial (1914-1918). En agosto de 1914 muere Pío X, y el 8 de septiembre le sucede el cardenal Giacomo della Chiesa, con el nombre de Benedicto XV. El 20 de marzo de 1917 muere la M. María del Sagrado Corazón, Fundadora de las Siervas, quien -como se ha indicado- había asumido una parte importante en los comienzos de nuestra Congregación.

La guerra arrecia, con el séquito de sus tragedias. San Quintín y toda la zona Norte de Francia son invadidas de inmediato por las tropas alemanas. Las casas del Instituto van a quedar destruidas casi por completo. El P. Dehon atiende a los soldados, a los prisioneros y a los heridos. Pero su salud se resiente de nuevo y reaparecen las hemorragias. Es obligado al exilio y, en un vagón de ganado, llega a Bélgica. Está hecho un trapo. En Enghien, al bajar del tren cae a tierra y se hace una herida en la cabeza. Los Padres jesuitas lo reciben con gran delicadeza y permanece con ellos hasta recibir el salvoconducto para Bélgica. Por fin, está de nuevo entre los suyos.

A ruegos del P. Gasparri, el Papa Benedicto XV obtiene al P. Dehon el permiso para ir a Roma. Deja Bruselas el 12 de

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diciembre de 1917, llega a Ginebra, y allí tiene lugar el encuentro conmovedor y sorprendente con sus sobrinos, que habían logrado saber que iba a pasar por allí. Llega a Roma el 30 de diciembre, y el 3 de enero de 1918 es recibido por el Santo Padre con la cordialidad que se puede imaginar.

El Papa era el amigo de siempre y quiso ser informado de todo. El Padre le hace, confidencialmente, dos propuestas: la primera, que permita a los sacerdotes celebrar tres misas el día de difuntos, teniendo en cuenta los soldados que mueren sin que nadie rece por ellos. De hecho, el Papa dispondrá que, a partir del siguiente mes de noviembre, los sacerdotes puedan celebrar ese día tres misas, aplicando una por los soldados difuntos y, otra, por todas las almas del Purgatorio. La segunda propuesta se refería a la fiesta del inmaculado Corazón de María, olvidada en el breviario. También esta omisión será subsanada.

En la audiencia de despedida del Santo Padre, el 25 de abril, el P. Dehon le confía un antiguo deseo suyo: el de que haya en San Pedro un altar dedicado al Sagrado Corazón. La idea le gusta mucho al Papa, pero se queda perplejo, porque de hecho todos los altares tienen su dedicación o titular. Pero el P. Dehon había previsto incluso el lugar posible y le indica un altar en el que había un cuadro no muy importante. El Santo Padre, a quien le gustaba definirse como “el Papa del Sagrado Corazón”, dispuso todo y, no mucho tiempo después, surgió ese bellísimo mosaico que evoca la aparición del Corazón de Jesús a santa Margarita María. El mosaico nos recuerda, ciertamente, una amistad extraordinaria, pero -sobre todo- que el Corazón de Cristo está en el Corazón de la Iglesia. XX. Tiempo de reconstrucción

Al terminar la “gran guerra”, no quedaban más que ruinas. Había que reconstruirlo todo: las casas y los contactos entre los dispersados por la guerra; pero, sobre todo, los espíritus y los corazones. Porque con la guerra mueren también los ideales.

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Muchos religiosos habían estado enrolados y, de hecho, habían servido en batallones opuestos entre sí. El P. Dehon vuelve a Francia, cuando la guerra no ha terminado aún, pero se queda en Lyon, donde tiene amigos. Tras el armisticio del 11 de noviembre de 1918, vuelve a Roma. Pero en Bolonia vive una fecha importante, pues no puede pasar en silencio sus bodas de oro sacerdotales. A pesar de los tiempos tan difíciles, se puede decir que la ciudad se asocia a la pequeña comunidad dehoniana para festejarlo. Conservamos una hermosa fotografía de aquel día que, por decirlo así, fija el recuerdo de una época. De hecho, en primera fila, al lado del Padre se ven los Padres de la comunidad y algunos prelados de la ciudad, y están además los estudiantes religiosos, algunos todavía vestidos de soldado.

Siguiendo viaje hacia Roma, lo acompañan el P. Gasparri y otros tres cohermanos. Se alojan en Santa Clara, y el 22 de diciembre canta el Padre la misa, envuelto en el recuerdo del ya lejano 1868. Es en esta circunstancia cuando, en la indefectible audiencia con Benedicto XV, el Padre le expone el deseo de construir una iglesia en Roma, y será el Papa mismo quien le indicará el lugar más adecuado.

En abril de 1919, después de una ausencia de 16 meses, pone de nuevo los pies en Bruselas, y su primera preocupación es la de restablecer el clima de confianza y de esperanza; después vendrá la reconstrucción de las casas destruidas, ante las cuales no podrá contener las lágrimas: “¡Reconstruiremos por tercera vez!”.

También hay que preparar el Capítulo general, el primero tras la ruina de la guerra. Regala a los capitulares dos volúmenes sobre la vida interior y otros dos sobre el Año del Sagrado Corazón, fruto de su forzada inmovilidad durante la guerra. En octubre del mismo año tendrá la alegría de participar en la consagración de la basílica del Sagrado Corazón de Montmartre, a la que asistieron un centenar de obispos. XXI. La última empresa

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La idea del P. Dehon sobre la iglesia de Roma era

grandiosa, puesto que debía ser digna del centro del cristianismo y del corazón de la Congregación, y debería levantarse con el concurso de todo el mundo, para la entronización universal del Corazón de Cristo. Es del 9 de febrero de 1920 la carta con la que el cardenal Gasparri, en nombre del Santo Padre, acoge la idea de la iglesia dedicada al Corazón de Cristo Rey en Piazza d’Armi. El nombre de la zona derivaba del hecho de que se empleaba para maniobras militares. También por esto, un templo al Sagrado Corazón podía ser a propósito, tanto más cuanto que los anticlericales y los masones habían pensado que en aquella zona debía construirse un barrio sin presencia de signos religiosos.

El Papa está muy decidido y, al ver de nuevo a Dehon el 21 de abril, apoya la construcción de la iglesia y abre la suscripción con la aportación de 200.000 liras. La empresa es gigantesca y llena de dificultades, habida cuenta de la situación económica de postguerra. El Padre se pone de inmediato a trabajar y prepara el lanzamiento de una suscripción, en siete lenguas, que envía a los episcopados italiano, francés, inglés, alemán, español, portugués y de lengua latina. El 18 de mayo de 1920, el cardenal Pompili bendice la primera piedra, en presencia de cardenales y obispos amigos. El Padre pronuncia un breve discurso en el que recuerda que allí cerca está Ponte Milvio, donde se apareció la cruz a Constantino en señal de victoria sobre el paganismo. También este templo señalará visiblemente el Reino del Sagrado Corazón, como había auspiciado el papa León XIII al consagrar al Corazón de Jesús el comienzo del siglo XX. Terminaba el P. Dehon augurando que el nuevo templo fuera manantial de gracias abundantes para la Iglesia y para las naciones.

De ahora en adelante, se puede decir que casi todo su tiempo lo dedicará a la búsqueda de financiación: una tarea ímproba de resultados no muy satisfactorios.

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Pero, al lado de las fatigas, no faltan tampoco las alegrías. De hecho, precisamente en este mismo año 1920, se dieron dos acontecimientos que elevaron su espíritu: la canonización de santa Margarita María de Alacoque y, a la vez, la inauguración del altar del Sagrado Corazón en la basílica de San Pedro.

Con vistas al nuevo Templo, se organizó una secretaría que trabajaba a jornada completa. A un Padre que se le quejaba de estar reducido a hacer de oficinista, le respondía el P. Dehon que también él se había convertido en eso, pero que para el Sagrado Corazón nada era pequeño. En 1923, el P. Dehon cumplía 80 años, y solía decir que en su vida había puesto en marcha muchas obras, pero ésta de Roma era la más difícil de todas. Pero terminaba diciendo: “El Sagrado Corazón proveerá”.

De hecho, diez años más tarde, gracias al sacrificio de muchos, el gran Templo dedicado al Sagrado Corazón de Cristo Rey quedará abierto (1934). Mucho trabajó en él también el P. Octavio Gasparri, que logró implicar en la obra hasta al famoso tenor Benjamín Sigli, que dio conciertos a beneficio del Templo. Por desgracia, el P. Gasparri murió prematuramente; reposa hoy, con justicia, en la actual basílica.

Este último agobio del P. Dehon consistió sobre todo, en el esfuerzo de comprometer, en el mayor grado posible, a todas las instancias eclesiales en la construcción de una realidad visible que fuese altamente significativa, en el corazón de la cristiandad, del Reino del Corazón de Cristo en los corazones y en las sociedades. De un modo patente, este profeta de los tiempos modernos, que había luchado siempre por la justicia social y por la promoción del laicado, quería que confluyesen aquí todos los que se sentían atraídos por el amor y por la reparación al Corazón de Cristo. En 1904, cuando lo recibió en audiencia el Papa san Pío X, pudo decirle que los asociados y agregados de la Obra eran ya 16.000. Era el esbozo de lo que hoy llamamos la “Familia Dehoniana”, que congrega en un mismo ideal no sólo a los dehonianos, sino también a todas las realidades (congregaciones, asociaciones, comunidades)

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y a todas las personas que, de algún modo, ven en el P. Dehon a un padre y un guía para vivir el Evangelio en la espiritualidad del Corazón de Jesús. XXII. Hacia el epílogo

El Padre avanzaba en edad, pero el trabajo por la Congregación no podía relajarse. Tras la publicación del Código de Derecho Canónico, era necesario actualizar las Constituciones. Su aprobación definitiva llega el 5 de diciembre de 1923, cuando ya tiene 80 años. La firma no será ya de Benedicto XV, amigo siempre, que falleció el 22 de enero de 1922; sino la de Pío XI, el cardenal Ratti, que fue Arzobispo de Milán y recordaba que era un antiguo bienhechor de la casa de Albino, a la que envía una de sus primeras bendiciones. El mismo Papa aprobará la decisión del Capítulo SCJ que, a pesar del nuevo Código, establecía que el P. Dehon fuese Superior general de por vida.

La Congregación extiende sus fronteras, con las nuevas fundaciones en España, Estados Unidos, Sudáfrica, Sumatra y Finlandia. A pesar de todas estas ocupaciones, el P. Dehon encuentra tiempo (1920) para escribir la biografía del primero de sus discípulos, el P. Alfonso Rasset, a quien consideraba un ejemplo para cuantos trabajaban en el campo pastoral; mientras que, durante los años siguientes (1922-23), publica dos volúmenes de “Estudios sobre el Sagrado Corazón”, que considera una contribución a una “suma” doctrinal sobre el Sagrado Corazón. Y no para nunca: ¿Cómo no maravillarse de que, a los 80 años cumplidos, el Padre se pusiera, incluso, a traducir del italiano al francés una guía de Roma, de modo que esté preparada para los peregrinos del inminente año santo de 1925? Lo llamaban “Le tres bon Pére”, pero revela un carácter indomable, hasta el final. XXIII. En el amor del Corazón de Cristo

Ahora el Padre ya no viaja. Su corazón tiende cada vez más hacia el cielo, hacia el corazón de Cristo, con la Virgen de los

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Dolores, en compañía de sus santos protectores, con los grandes penitentes, a los que nombra: Adán, David, Pedro, Agustín, etc. No olvida a las personas que ha tenido más cerca durante su larga vida: sor María de Jesús, que ofreció su vida por él, la madre María del Sagrado Corazón, fundadora de las Siervas, la madre Verónica Lioger, fundadora de las Hermanas Víctimas del Sagrado Corazón, y después los PP. Andrés Prévot, Rasset, Jean Guillaume, etc.

El 8 de diciembre redacta su testamento civil, en el que destina lo poco que le quedaba de su notable patrimonio a las Misiones y al Templo de Roma. A sus sobrinos, que acuden a verlo en Bruselas, les dice que a su muerte no habrá riquezas para ellos. Pero su sobrina Marta, muy dignamente, tranquilizó al tío, diciéndole que las obras que había emprendido valían más que cualquier herencia, pues honran a la familia y atraen las bendiciones del cielo.

En sus “Notas cotidianas” leemos el 1º de enero de 1925: “Éste es el último cuaderno. Y, quizá, el último año de mi vida. Fiat!”. Presiente cercano el fin. Sigamos de cerca, también nosotros, su declinar, para que podamos captar como un eco de la belleza y la grandeza de una vida dedicada al Corazón de Cristo.

A los achaques de la edad, se añade una desgraciada caída que le ocasiona la luxación de un hombro. Pasa las noches recorriendo mentalmente las estaciones del vía crucis, uniéndose espiritualmente a la celebración de las misas que en esas horas tienen lugar en el mundo. Pasa revista a todos sus santos y se levanta a las cinco para celebrar la santa misa a las seis.

En verano, se propaga una peligrosa epidemia de gastroenteritis, que afecta a algunos Padres de la Comunidad. Como puede, el P. Dehon los suple y los atiende, pero cae él también. El 4 de agosto, con extrema fatiga, celebra misa en memoria de santo Domingo: será la última. Tienen que acompañarlo a la habitación y acostarlo. El 10 de agosto es el onomástico del Asistente general, P. Lorenzo Philippe, y se

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preocupa de que no falten las flores y de que están presentes todos los superiores de las casas vecinas.

Ofrece sus sufrimientos “por la Obra y para expiar mis pecados”. Acuden sus parientes: su sobrina Marta, con sus tres hijos, lo atiende con devoción: para ella, el tío es ya santo.

El 11 de agosto, los médicos constatan que la gastroenteritis ha desaparecido, pero el corazón está fallando. El P. Asistente general le avisa y le propone la administración de los sacramentos. El Padre responde: “¡Sí, sí, de todo corazón!”. Y bate palmas, de la alegría. En presencia de toda la comunidad, se le lleva el viático por la mañana y se le administra la Unción de los enfermos, por la noche. Son momentos de grandísima emoción, especialmente, cuando el Padre pide perdón a todos por sus culpas y el P. Philippe, en nombre de todos, le pide perdón a él por todas las incomprensiones y las faltas de amor filial, y le solicita su bendición para todos. Nadie acierta a contener la emoción y las lágrimas riegan abundantemente los rostros.

Sus sobrinos entran en la habitación, impacientes por estar con su “santo tío”. El Padre los mira con gran alegría y pone su mano sobre la cabeza de sus jóvenes hijos.

Parece que el día no termina nunca. El P. Dehon quiere ver, uno a uno, a todos los miembros de la comunidad: tiene para cada uno una última palabra y su bendición. No es que olvidase a una persona, pero no se entiende el nombre que pronuncia. Entonces, con un esfuerzo muy grande, lo escribe en un papel: es la última palabra que escribe. Recomienda felicitar por su santo a Clara Baume, alma elegida, muy afín a nuestro espíritu. Recuerda, después, a las comunidades y las personas que lo han ayudado en la vida y en las obras. Desea renovar los votos religiosos y pide que le acerquen la cruz de profesión: pronuncia lentamente la fórmula, pero repite tres veces el “voto de inmolación o de víctima”.

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Cae la noche y lo vela, como de costumbre, el Hno. Justino, que había sido misionero y padecía una fortísima migraña que no le dejaba dormir. El Padre le regala, como premio, un hermosísimo rosario montado en plata. El día 12, por la mañana, llega de Roma el P. Octavio Gasparri, trayendo la bendición del Santo Padre. El enfermo entra en agonía. Todos rezan, estrechándose a su alrededor, también sus parientes. Se repone por un instante, señala el cuadro que representa a Juan evangelista, apoyando la cabeza sobre el pecho del Señor, y murmura: “Por él he vivido, por él muero”. Y expira dulcemente.

Era el miércoles día 12 de agosto de 1925, a las 12,10 horas. XXIV. Hacia los altares

Acababa de expirar, y el Hno. Justino piensa en su terrible migraña, rebelde a todo intento de curación. Apoya la cabeza a los pies del Padre y reza: “Padre general, estoy seguro de que estás en el paraíso. Pero dame una prueba: cura esta pobre cabeza mía de su rebelde migraña”. Y levantó la cabeza, curado.

Los funerales solemnes se celebran en San Quintín el 19 de agosto de 1925, y el cuerpo reposa en la iglesia de san Martín, que él mismo había hecho construir. En la oración fúnebre, el arzobispo Mons. Bénet dijo: “La juventud iba a él con entusiasmo... Hace falta ser grande, sobre todo de corazón, para ser tan querido”. De hecho, todos lo llamaban “el muy buen Padre” (le très bon Père).

Quien lea estas pocas páginas puede hacerse una idea de la enorme actividad que el P. Dehon desarrolló a lo largo de su vida. Pero, si se quedase aquí, tendría sólo la cáscara y le faltaría la sustancia. Fue un hombre de Dios y gastó toda su existencia por Dios.

La idea central de su espiritualidad estuvo en el amor y la reparación al Corazón de Cristo. La bebió de su santa madre, se

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alimentó de ella en la escuela de santa Margarita María, de las Siervas y las Víctimas del Sagrado Corazón, para llegar finalmente, junto a María y con san Juan, a la contemplación del Corazón traspasado en la cruz.

La documentación reunida para su beatificación demuestra que vivió de un modo heroico las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. No fueron pocos en su vida los momentos en los que sólo la fe lo mantuvo firme en su vocación de Fundador, y aquellos en que estuvo despojado de todo y sólo la esperanza lo hizo vivir; y esos terceros en los que únicamente el amor pudo alimentar su perdón, incluso a quienes lo hubieran odiado y combatido de todos los modos posibles.

El amor y la reparación al Corazón de Cristo constituían en él una unidad, que no podía reducirse a piadosas plegarias o a santas aspiraciones, sino que debía pasar por la edificación del Reino del Corazón de Cristo en los corazones y en las sociedades. De aquí su insomne pasión por la Iglesia, por la formación del clero, por la justicia social.

El P. Dehon era muy consciente de que el camino de la reparación debía pasar por la cruz, pero no siguió nunca un enfoque “dolorista”. Las cruces no le fueron escatimadas, incluso fueron durísimas, pero -a ejemplo de Jesús, que se dejó clavar en la suya- cultivó siempre la virtud del abandono en las manos del Padre.

En su “testamento espiritual”, escribió a sus hijos de espíritu: “Muy queridos hijos: os dejo el más admirable de todos los tesoros, el Corazón de Jesús. Pertenece a todos, pero tiene un amor singular a los sacerdotes que le están consagrados, que se dedican a su culto, a su amor y a la reparación, siempre que permanezcan fieles a esta hermosa vocación”.

Como él, también ellos deben poder decir: “Por él he vivido, por él muero”.

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Pero el P. Dehon no esta muerto. Está vivo, no sólo porque

lo está su Congregación, a través del trabajo de sus hijos y herederos espirituales, sino también porque nos llegan desde todas partes noticias de gracias obtenidos mediante su intercesión. Es un torrente de bendiciones que, en verdad, no ha cesado, como testifican las revistas que dirigimos a nuestros bienhechores y a los devotos del Sagrado Corazón.

Su causa de beatificación fue introducida en 1952. Por decreto de 8 de abril de 1997, fue reconocida la heroicidad de sus virtudes. La Comisión de médicos certificó que la rápida curación de un enfermo brasileño de peritonitis aguda generalizada, tras la invocación del P. Dehon y la aplicación de su reliquia, no tuvo explicación científica. Vino después la aprobación de los teólogos y de la Comisión de cardenales y obispos de la Congregación para las causas de los santos que, el 20 de enero de 2004, emitió el parecer favorable a la beatificación del venerable P. Juan León Dehon. En este momento (mayo de 2004), tras la aprobación del milagro, que tuvo lugar el 19 de abril de 2004 en presencia del Papa; y nos preparamos para la misma beatificación, que se prevé para la primavera de 2005. Con este motivo se colocará una hermosa estatua suya de bronce en la basílica de Cristo Rey, que él quiso con tanto empeño.

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EL PADRE DEHON: UN SACERDOTE PARA NUESTRO TIEMPO

Jan de Jong

Quizá podemos preguntarnos: ¿cómo es posible que un

sacerdote que vivió en la Francia del siglo XIX pueda ser significativo para nosotros, que vivimos al comienzo del siglo XXI? Sin lugar a dudas, el P. Dehon fue, ante todo, un sacerdote de su tiempo. ¿En qué sentido puede ser un sacerdote para nuestro tiempo, como señala el título de este artículo? Somos conscientes de que hay un salto de casi dos siglos entre nosotros y el P. Dehon. Además, no podemos olvidar la diferencia cultural que se da entre Francia y los Estados Unidos, aunque el P. Dehon visitó los Estados Unidos en 1910, en su viaje alrededor del mundo con ocasión del Congreso Eucarístico de Montreal, en Canadá. Al menos aquí se puede ver un signo de ese interés más amplio de Dehon, aún siendo francés hasta la médula.

En este artículo trato de describir algunos rasgos de León Dehon como sacerdote que pueden servirnos a nosotros hoy como guía a la hora de afrontar nuestros propios retos en la formación sacerdotal de la Iglesia en América. Es cierto que son muchas las facetas de la personalidad de León Dehon. Sin embargo, aquí me limitaré a la visión del P. Dehon sobre el sacerdocio y su contribución a la formación de los sacerdotes. Como veremos, al Padre Dehon le preocupaba la formación de los seminaristas y del

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clero. Su ideal del sacerdocio se centraba en tres aspectos intrínsecamente relacionados: la educación, el ministerio y la santidad. 1. La llamada de Dehon al sacerdocio El P. Dehon nació en 1843 en La Capelle, un pequeño pueblo al noreste de Francia. La familia Dehon era muy conocida en el municipio. Su abuelo había sido alcalde, mientras que su padre poseía un gran finca con un hipódromo. Incluso poseía una pequeña cervecería. La familia Dehon pertenecía a la baja aristocracia rural. Siendo todavía un niño, sus padres envían a León Dehon a un pensionado en Hazebrouck, cerca de la frontera franco-belga. Fue aquí donde sintió la llamada al sacerdocio en la Nochebuena de 1856. Desde este momento él siempre se vio a sí mismo como sacerdote. Nunca dudó seriamente de su llamada. Sabemos que su padre no estaba nada de acuerdo con los sueños de su hijo. Por eso lo envió a París a estudiar Derecho. Durante su etapa de estudiante en París, desde los 16 a los 21 años, León Dehon estuvo en contacto con la parroquia de San Sulpicio. Aquí se responsabilizó de la enseñanza del catecismo y, en su tiempo libre, colaboraba con la Sociedad de San Vicente de Paúl visitando a los ancianos de la parroquia. Realizando este ministerio León Dehon tuvo su primera experiencia en la “cuestión social” cuando se vio confrontado, por ejemplo, con “los insultos y las amenazas de una mujer trabajadora en el barrio Mouffetard de París”3. Pero lo más importante para su futuro es que Dehon, a través de sus confesores en San Sulpicio, entra en contacto con una espiritualidad que le influirá profundamente. Los Sulpicianos le instruyeron en lo que ahora llamamos la Escuela Francesa de

3 Véase A. BOURGEOIS, L’expérience spirituelle du Père Dehon, Studia

Dehoniana 23 (Roma 1990) 45.

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Espiritualidad. Esta espiritualidad recibe su inspiración del cardenal Pierre de Bérulle (1575-1629), fundador del Oratorio de Jesús. Conocidos seguidores de Bérulle serán Jean Jacques Olier, Charles de Condren y San Juan Eudes. Entre los amigos de Bérulle estaban Madame Acarie y San Francisco de Sales. Uno de los objetivos de la Escuela Francesa era renovar la vida espiritual del clero así como reforzar la educación de los sacerdotes. Esta espiritualidad, que no era sólo un privilegio limitado al clero, subrayaba la majestad de Dios y la respuesta del hombre a esta grandeza en la adoración y el servicio a los hermanos. Además la Escuela Francesa ponía mucho énfasis en la Encarnación y en los misterios de Cristo. Jesús fue la revelación de la grandeza de Dios y al mismo tiempo el perfecto adorador de Dios. El misterio de la Encarnación se ha convertido en el fundamento de una unión íntima con Jesucristo, especialmente en los diferentes momentos de su vida. El Papa Urbano VIII denominó a Bérulle “el apóstol de la Palabra Encarnada”. Los sacerdotes que seguían la Escuela Francesa de Espiritualidad, como los Oratorianos, los Sulpicianos y los Eudistas no eran miembros de una orden religiosa, sino que permanecían como sacerdotes diocesanos. Se consideraban a ellos mismos “religiosos de Dios”4. Al participar en la vida de la parroquia de San Sulpicio, Dehon se vio confrontado con elementos de la Escuela Francesa de Espiritualidad. 2. La formación romana de Dehon Una vez que León Dehon había completado sus estudios de Derecho, su padre seguía sin estar de acuerdo con el continuo deseo de su hijo de ser sacerdote. Así que le ofreció un viaje a Oriente Medio con la esperanza de que su hijo cambiase de opinión. Sin embargo, sucedió todo lo contrario. León concluyó su

4 Una excelente introducción en inglés a la Escuela Francesa de Espiritualidad puede encontrarse en R. DEVILLE, The French School of Spirituality: An Introduction and Reader, traducida por Agnes Cunninghan, Duquesne University Press, Pittsburgh PA 1994.

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viaje en Roma, donde entra en contacto con el seminario francés de Santa Clara. Allí decide realizar sus estudios para el sacerdocio. Durante sus años como estudiante en Roma, Dehon obtuvo tres doctorados más: en Filosofía, en Teología y en Derecho Canónico. Además de sus éxitos académicos, Dehon se dedicaba profundamente a su formación espiritual. Una persona influirá de forma decisiva en el desarrollo de la espiritualidad de Dehon, será el Padre Freyd, rector del Seminario francés. El Padre Freyd era miembro de la Congregación de los Padres del Espíritu Santo, recientemente fundada, también conocidos como Espiritanos. El Padre Freyd había recibido una profunda influencia del Padre Francis Libermann (1827-1852), a quien se le considera como uno de los últimos representantes de la Escuela Francesa de Espiritualidad. A través del Padre Freyd, Dehon tuvo acceso a varios escritos inéditos del Padre Libermann5. Esta espiritualidad se centra en la dignidad y el valor del sacerdocio. Es una espiritualidad sacerdotal, lo que significa que esta espiritualidad está centrada en el sacerdocio. Dehon adoptó esta espiritualidad y la hizo suya. Basándose en esta espiritualidad sacerdotal, Dehon formuló en su cabeza una idea de cómo debería ser un sacerdote ideal. Para él el sacerdote ideal es una persona formada, un hombre de acción y, finalmente, una persona santa. Estos tres elementos serán siempre cruciales para Dehon como sacerdote. Continuamente insistía en la necesidad de formación, misión y santidad. Tres son los fundamentos necesarios en un sacerdote: el estudio, la acción y la oración6. Volveré a esta idea central de Dehon hacia el final de mi presentación. La espiritualidad en la que Dehon se formó durante sus años del seminario era explícitamente una espiritualidad sacerdotal. Será esta idea del sacerdocio la que le llevará a vivir el sacerdocio

5 Véase A. BOURGEOIS, L’expérience spirituelle du Père Dehon, 85 ss. 6 Véase J. L. DEHON, La renovación social cristiana. Conferencias romanas (1897-1900), El Reino, Torrejón de Ardoz 2004, 347.

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en la vida religiosa cuando funde su propia Congregación en 18787. Durante sus años en Roma, Dehon tuvo además una experiencia que ejerció en él una gran influencia formativa en su visión de la Iglesia. Fue elegido para ser estenógrafo en el Concilio Vaticano I (1869-1870). A través de este trabajo Dehon concoce la dinámica de un concilio ecuménico. La asamblea de obispos de todo el mundo amplió su visión de la Iglesia. Tuvo la oportunidad de conocer a muchos obispos con los que contactaría en los años posteriores, cuando su Congregación iba abriendo sus alas más allá de las fronteras de Francia. También se servirá de sus contactos durantes sus numerosos viajes a lo largo de su vida. Durante su período en Roma, que culminó con su presencia en el Vaticano I, Dehon desarrolló una actitud de lealtad filial al papado. A lo largo de sus numerosos viajes a Roma siempre visitaba al Papa. Ciertamente se convirtió en un ultramontano. Acerca de su experiencia en el Concilio Vaticano I escribía más tarde en sus memorias: “El Concilio había ocupado aquel año la mitad de mi tiempo. Había retrasado mis estudios. Pero por otra parte, qué preciosa cosecha de nuevos conocimientos me había proporcionado. Había tocado con la mano la vida de la Iglesia y adquirido, en un año, más experiencia que en diez años de vida ordinaria”8. Al acabar su período romano Dehon atravesó un proceso de intenso discernimiento para decidir dónde trabajar en la viña del Señor. Era un sacerdote joven con cuatro doctorados. Era una persona con una vida interior profundamente desarrollada, formada en el espíritu de la Escuela Francesa de Espiritualidad. Tenía una gran inclinación hacia la educación. Veía las diferentes opciones que fuesen posibles para él. Una de ellas que consideró seriamente fue la de unirse a los Asuncionistas, que querían fundar una Universidad Católica en Nimes, donde Dehon enseñaría. Sin

7 Véase Y. LEDURE, Le Code du Royaume: León Dehon et la spiritualité

du Coeur de Jésus, Heimat und Mission Verlag, Clairfontaine 2001, 93. 8 A. BOURGEOIS, L’expérience spirituelle du Père Dehon, 187.

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embargo, guiado por su director espiritual Dehon decide no aceptar esta oportunidad. En su lugar se pone a disposición de su obispo de la diócesis de Soissons, Mons. Thibaudier. Su obispo le nombró séptimo vicario en San Quintín, donde empezó a trabajar en noviembre. Era una parroquia de unas 30.000 personas. 3. El apostolado social de Dehon San Quintín en aquel tiempo era una ciudad industrial del norte de Francia. Estamos en la época de la revolución industrial. La Iglesia como institución se había vuelto una alienación para los trabajadores, porque se la veía como parte de la estructura. Cuando Dehon llegó a su nuevo destino le causó gran impresión la pobreza y la escasez de servicios asistenciales de la Iglesia. Su corazón pastoral estaba profundamente preocupado por las condiciones sociales que le rodeaban. Así se puso de manifiesto en el sermón que predicó en su primera misa de Navidad en San Quintín. De hecho, Dehon fue reprendido por el arcipreste porque había ofendido a algunos industriales de la parroquia hablando tan apasionadamente sobre los derechos de la justicia social. Dehon no se limitó a las palabras en su preocupación por la justicia social, sino que pronto comenzó a crear organizaciones en la parroquia para asistir a las víctimas de la revolución industrial. Su primera acción fue fundar una asociación juvenil en 1872, bajo el patronazgo de San José. El Patronato era un lugar de encuentro para la juventud de la clase trabajadora. Tenía una sala de lectura, una sala de juegos y una biblioteca. También había una sala donde la banda de música podía ensayar. El principal objetivo de este trabajo era poder dar a la juventud una educación. En 1873 Dehon comenzó otra asociación, un Círculo de obreros católicos. En los años siguientes el P. Dehon se embarcó en la fundación de la Congregación y del Colegio San Juan (1878). El 6 de septiembre de 1888 Dehon estaba en Roma para agradecer al Papa León XIII el Decreto de Alabanza que la Congregación, re-

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fundada como Sacerdotes del Corazón de Jesús, había recibido. En esta audiencia el Papa le hace un encargo especial: ¡Predique mis encíclicas! Esta petición del Papa marcó el comienzo de una intensa implicación de Dehon en el apostolado social, especialmente en el período entre 1889 y 1903.

En agosto de 1892 Dehon organizó su primer encuentro social para seminaristas en la fábrica textil de su buen amigo León Harmel. Los seminaristas iban durante dos semanas para estar con los trabajadores en su fábrica y formarse en los principios católicos en un ambiente de trabajo. Los principios católicos sobre la cuestión social, en los que se les introducía, incluían el ajuste de salarios según el número de miembros de la familia, fondos para educación, una sociedad de asistencia mutua, un seguro y cajas de ahorro y una oficina de ayuda legal. A León Harmel le llamaban con afecto el “Bon Père” mientras que Dehon era conocido como el “Très Bon Père”.

De 1874 a 1895 Dehon tuvo el cargo de presidente de la Comisión Diocesana de Estudios Sociales. En calidad de presidente envió un cuestionario al clero diocesano acerca de las actividades sociales en las parroquias. Sólo un tercio de ellos contestaron a su cuestionario.

En 1895 Dehon concibió y organizó el primer Congreso Eclesiástico de Estudios Sociales en el Colegio San Juan de San Quintín. El Congreso tuvo lugar del 9 al 14 de septiembre y participaron 200 sacerdotes de 30 diócesis diferentes de Francia. En su diario anotó: “Días grandes éstos, apasionantes, inolvidables, iluminadores. Es un pequeño concilio, un concilio de los jóvenes”. (NQT/XI, 33r-33v).

Finalmente, Dehon participó en dos Convenciones Nacionales, organizadas por la Iglesia. La primera tuvo lugar en Reims en 1896 y la segunda en Bourges en 1900: Dehon pronunció la conferencia de apertura y condujo el “examen particular” a

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mediodía. Dehon se había convertido casi en el director espiritual del movimiento social en Francia9.

Estoy intentado aquí señalar el abanico de actividades sociales que Dehon realizó tanto a nivel local como a nivel nacional. Todas van orientadas a la formación, especialmente del clero. La Doctrina Social de la Iglesia no había sido aceptada de inmediato en Francia. Había resistencia entre los sacerdotes y los obispos a aceptar, por ejemplo, la encíclica sobre la renovación social Rerum Novarum de León XIII. Muchos obispos no publicaron la encíclica en sus diócesis, porque eran reacios a verse involucrados en la cuestión social, fruto de la revolución industrial. Para responder a la necesidad de formación Dehon comenzó en 1889 la publicación de la revista El Reino del Corazón de Jesús en las almas y en las sociedades. El año 1889 se celebraba el bicentenario del mensaje de Santa Margarita María de Alacoque a Luis XIV (1869) y el centenario de la Revolución Francesa (1789). En esta revista Dehon abordaba con frecuencia los problemas sociales de su época, especialmente las míseras condiciones de la clase trabajadora. Con la muerte de León XIII en 1903 dejó la revista. El Padre Manzoni apunta que ciertamente hubo un desarrollo en las reflexiones de Dehon acerca de la cuestión social. Al principio la revista daba un visión moralista de los temas sociales, pero poco a poco fue desarrollando una compresión más analítica de la complejidad de las cuestiones, especialmente por la influencia de la encíclica Rerum Novarum, por su trabajo como director de la Comisión Diocesana de Estudios Sociales y finalmente también por su “conversión” de la monarquía a la democracia cristiana10.

9 Véase J. L. DEHON, La renovación social cristiana. Conferencias romanas (1897-1900), El Reino, Torrejón de Ardoz 2004, 380. 10 Véase G. MANZONI, León Dehon y su mensaje, Torrejón de Ardoz 1995, 484.

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Además de El Reino, Dehon publicó otras obras importantes sobre temas sociales. Destacaré tres de sus ocho obras. a. Manual Social Cristiano Como ya señalé antes, el obispo de Soissons había nombrado al P. Dehon presidente de la Comisión de Estudios Sociales de la diócesis el 8 de junio de 1893. El primer objetivo de esta comisión era reunir en un manual los principios de la Doctrina Social y sus aplicaciones prácticas. La primera edición, de la que el P. Dehon fue el principal editor, se publicó en agosto de 1894 y la segunda edición en 1895. Como el obispo de Soissons quería un manual pequeño y práctico como complemento de las partes más teóricas y científicas del libro, el P. Dehon escribió la segunda parte del Manual Social Cristiano en 1895. El trabajo pasó de 130 a 300 páginas. Al principio el Manual Social Cristiano cayó como una bomba, pero su influencia sería muy beneficiosa y duradera. Llegó a las cinco ediciones en Francia. Fue usado en muchos seminarios. Hubo traducciones al italiano, español, portugués, húngaro y árabe. “El Manual - escribe R. Prélot - pronto se convirtió en un clásico para aquellos que querían comprometerse con la acción social según las directrices del Papa”11. b. Catecismo social (1898) Tras la publicación del Manual Social Cristiano, Dehon recibió varias peticiones para escribir una obra más sencilla, que fuese más accesible al público general, una especie de catecismo que contuviese las enseñanzas fundamentales de León XIII. El Catecismo se divide en cuatro partes: 1. Principios cristianos en el orden político; 2. Principios cristianos en el orden económico; 3. Deberes sociales; 4. Apologética e historia social de la Iglesia. c. La renovación social cristiana (1900)

11 R. PRÉLOT, L’Oeuvre sociale du chanoine Dehon, 87, citado en G. MANZONI, León Dehon y su mensaje, 462.

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Este volumen contiene las conferencias romanas de Dehon, que había dado en Roma para un auditorio que, en algunas ocasiones, llegó a las 500 personas, sobre todo clérigos, incluyendo obispos y cardenales. El contenido de las 9 conferencias es el siguiente: 1. La crisis social; 2. Las causas y los remedios del malestar social; 3. Judaísmo, capitalismo y usura; 4. Socialismo y anarquía; 5. La misión social de la Iglesia; 6. La Democracia cristiana; 7. El programa democrático; 8. La acción social de la Iglesia y del sacerdote; 9. La misión de la Tercera Orden. Los escritos sociales de Dehon se orientan claramente hacia la formación de los seminaristas y del clero acerca de las directrices sociales de la Iglesia. Como ya señalé antes el clero en Francia y en otras partes del mundo se mantenía a la defensiva en lo que respecta a las preocupaciones sociales. ¡Dehon animaba al clero a salir de sus sacristías!. No hacía más que repetir el lema de León XIII: Id al pueblo (Ite ad gentes).

La Iglesia en Francia se había dejado influir por la apatía de la burguesía del siglo XIX hacia la cuestión social. Los sacerdotes predicaban a menudo la paciencia y la resignación a los trabajadores. A los ricos no les mencionaban sus deberes y obligaciones en favor de la justicia social. En su segunda conferencia pronunciada en Roma, Dehon plantea la cuestión al auditorio: “Pero, en esta lamentable situación, ¿no tiene el clero su parte de responsabilidad? ¡Por desgracia, sí! Separados de la vida pública a causa del galicanismo nos convertimos en tímidos y pusilánimes. [...] Nuestros predecesores se habían habituado al pensamiento de que no había que hacer nada por los hombres”12. El P. Dehon cita a menudo una obra muy popular en los seminarios y que todavía estaba en uso en 1865. El libro afirmaba directamente que, pastoralmente, nada se podía hacer por los hombres. Son caso perdido. Así, la obra daba el siguiente consejo a los candidatos al sacerdocio: “Ocupémonos de los niños y de los

12 J. L. DEHON, La renovación social cristiana. Conferencias romanas

(1897-1900), El Reino, Torrejón de Ardoz 2004, 118.

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enfermos. No hay otra manera de caminar, es la regla, es la ley. Fue así como lo hizo Nuestro Señor. Los niños, los ancianos, los pobres, los enfermos, los afligidos: he aquí los cinco dedos del apostolado de nuestros pueblos. En relación a los otros, padres, madres, jóvenes, no tenemos la misma facilidad. Con estos contentémonos con esperar”. Dehon comenta: “Hoy, evidentemente, estas afirmaciones nos horrorizan. Desfiguran a Cristo a quien presentan como el apóstol tímido de los niños y de los enfermos. No es el león de Judá”13. En su Manual Social Cristiano Dehon escribe: “Esta generación pusilánime nos ha cambiado a Cristo. Ya no es el Cristo de los trabajadores... el Cristo que llevaba a cabo su incesante apostolado entre los pescadores y los publicanos. El león de Judá se ha transformado en un tímido cordero. Nuestro Cristo, cuyo enérgico e intenso apostolado inspiró el de los Pablos, los Javieres y todos los conquistadores de almas, se ha tornado en un hombre temeroso y débil que sólo hablaba con niños y enfermos”14. En este contexto puede resultar interesante leer los comentarios que el P. Dehon hizo acerca de los sacerdotes americanos en una de sus conferencias romanas, titulada “La acción social de la Iglesia y del sacerdote”. Señala: “Reprochamos al sacerdote americano un exceso de vida exterior; pero si el sacerdote americano no se ha acostumbrado tan perfectamente como el sacerdote francés a la disciplina del hombre interior, por su parte, ¿no expresa el sacerdote francés una funesta aversión a la vida activa? ¿Se concentra en la vida pública de su parroquia en todos sus aspectos?... San Agustín, cuya autoridad se invoca, practicaba una vida muy meditativa y muy retirada, en tanto que no tenía cura de almas: por el contrario, una vez que se convirtió en el obispo de Hipona pertenecía al pueblo y su correspondencia nos lo muestra gimiendo, la verdad sea dicha, al verse apartado de las delicias de la contemplación para las cuales estaba hecho, pero sin dejar de

13 Idem. 14 OSC II, 154.

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prestarse a las audiencias sin fin en las que se sometían a su juicio los enredos o problemas temporales”15. 4. Conclusión En este trabajo me he centrado casi exclusivamente en la época del P. Dehon en Roma como estudiante y en su apostolado social con su acción y con sus obras. El tiempo y el espacio no me permiten mostrar el trabajo de Dehon como Fundador de los Sacerdotes del Corazón de Jesús y como Superior General de la Congregación. Tampoco he explicado cómo el P. Dehon se vio influido por la devoción al Sagrado Corazón a través de la Superiora de la Congregación del Siervas del Sagrado Corazón. Hay muchísimos aspectos de la vida y de la persona de nuestro Fundador. Lo que espero que haya quedado patente es que al P. Dehon le preocupaba mucho la formación; la formación de la juventud, la formación de los trabajadores, y sobre todo la formación del clero, principalmente en el campo de la justicia social. Para el P. Dehon la educación de los jóvenes y de los trabajadores era un camino para una sociedad más sana, mientras que la educación de los seminaristas y del clero era un camino para un clero más activo, que pudiese salir de las sacristías, “para tender la mano al pueblo y comprometerse con las obras sociales”16. El 25 de enero de 1893 el P. Dehon escribe en su diario: “L’oevre des oeuvres est de former des prêtres instruits, zélés, vertueux”17. (La obra más importante es la formación de sacerdotes instruidos, celosos, virtuosos). Estas tres características de

15 J. L. DEHON, La renovación social cristiana. Conferencias romanas

(1897-1900), El Reino, Torrejón de Ardoz 2004, 344. 16 Cf. Idem, 337. 17 NQT VI/1893, 21v. Véase también Y. LEDURE, Le Code du Royaume,

89.

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formación, misión y santidad estás presentes constantemente en el pensamiento de Dehon acerca del sacerdocio. La misma idea aparece en la conferencia ya citada sobre la misión social de la Iglesia y del sacerdote. Está hablando sobre los sacerdotes, que deben involucrarse en la lucha social: “¿Cuáles son los medios que hay que emplear? Se resumen en tres tipos: el estudio, la acción y la oración. Nos hacen falta doctores, apóstoles y santos. Necesitamos oración, una oración ardiente unida al sacrificio por nuestras sociedades cristianas desamparadas. [...] Nos hacen falta apóstoles, hombres de acción. [...] los hombres ya no vienen a nosotros, es preciso que nosotros vayamos a ellos. Hay que agruparlos en asociaciones; es preciso que nos interesemos en su trabajo, en su prosperidad, en su ocio. Hay que llevar por todas partes el espíritu cristiano. Necesitamos maestros, y todos deberíamos serlo un poco. Hace falta estudiar para saber y hay que estudiar para enseñar. Hace falta estudiar especialmente las cuestiones sociales que se presentan como novedades y que siempre deberían haber sido estudiadas por la Iglesia. Debemos tener a nuestra disposición una revista y libros nuevos que traten de estas cuestiones. Un sacerdote no puede lanzarse a este nuevo apostolado sin haberse preparado para ello por medio de unos estudios serios. [...] El pueblo será amigo del sacerdote y de la Iglesia cuando el sacerdote se haga amigo del pueblo”18. Lo que podemos aprender del trabajo de Dehon es la promoción de un clero formado, celoso y orante. Esta es nuestra misión para el siglo XXI.

18 J. L. DEHON, La renovación social cristiana. Conferencias romanas

(1897-1900), El Reino, Torrejón de Ardoz 2004, 347-349.

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EL P. LEÓN DEHON Y LA FRANCIA DE SU TIEMPO

Mario Panciera

Los 82 años de vida del P. León Dehon (1843-1925)

cubren un espacio tempestuoso de la historia de Francia que, después de la Revolución y el Imperio napoleónico, abrazan la segunda parte del siglo XIX hasta los inicios del XX. Con la caída de los ideales revolucionarios y napoleónicos, un profundo malestar serpentea por entre todas las clases sociales y que explotará en 1848 al igual que, después del ilusorio paréntesis de la denominada “larga fiesta imperial” (1852-1870), rota por el desastre de Sedan, volverá a explotar en la violenta convulsión de 1871, prolongándose en las contraposiciones entre monárquicos y republicanos, terminando, también a causa de las divisiones internas entre los católicos, por poner la nación en manos del humanismo ateo y masónico, sectario y anticlerical, que conseguirá echar a los religiosos de Francia, confiscando sus bienes y obras.

Esquemáticamente, éste es el tiempo del P. Dehon. Nacido en el norte de Francia (La Capelle, cerca de San Quintín), en una familia burguesa, a los 22 años es abogado y ha viajado por muchos países de Europa, de los que conoce sus idiomas principales. Le sonríe su futuro y sus padres alimentan sobre él los mejores augurios. Pero, ¿cuáles serán sus opciones? Como un rayo en plena calma comunica su decisión, humanamente

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incomprensible, de querer ser sacerdote: una decisión que venía a tronchar todos los sueños de sus padres, principalmente los de su padre, que no era creyente.

Esta vocación había madurado en el corazón de León desde su adolescencia, después que hubiera hecho una fuerte experiencia de Dios. Su padre intentará por todos los medios hacerle cambiar de idea. Su última tentativa será proponerle hacer un largísimo viaje por Medio Oriente (8 meses). Pero León permanece seguro en su decisión y, a la vuelta del viaje, se detiene en Roma para preparar lo necesario para iniciar los estudios teológicos de preparación a su sacerdocio.

En diciembre de 1868 es ordenado sacerdote y en 1871 termina sus estudios, consiguiendo cuatro doctorados (Derecho civil, Derecho canónico, Filosofía y Teología). Podía soñar un futuro de catedrático, pero una vez más su camino toma un cambio imprevisto con el nombramiento de coadjutor de la populosa parroquia de San Quintín (Diócesis de Soissons).

Los parroquianos son 30.000, el ambiente es típico de una ciudad en fase de industrialización: una minoría de practicantes tradicionales, mientras la gran masa de los obreros, que se encuentra en la mísera condición social de ese tiempo, militan en las filas del socialismo ateo prácticamente extraños a la Iglesia.

El cura Dehon tiene apenas 28 años, es un intelectual pero se manifiesta enseguida como un formidable organizador. Visita la ciudad, se adentra en la periferia, recorre los callejones sucios y malolientes, entra en tugurios y descubre tascas donde frecuentemente los obreros se embrutecen y los jóvenes se desbandan. El cuadro es oscuro, pero el joven sacerdote recoge el desafío y traza de inmediato un plan de trabajo. Cae en la cuenta de que esta gente, en estas condiciones, no pondrá nunca un pie en la iglesia. Es necesario ofrecer alternativas. En poco tiempo pone a funcionar el Patronato San José para acoger a los muchachos y ofrecerles formación religiosa, nacen los “círculos” para los

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jóvenes, para los obreros e incluso, cosa totalmente novedosa, para los empresarios.

Poco a poco el ambiente ciudadano va cambiando y el aire se hace más respirable. Todavía hay un sector difícil de contrastar y es el de las ideas. La prensa está en las manos masónicas y anticlericales. Dehon no duda en fundar un nuevo periódico con el título “El Conservador de L’Aisne”, un título que dice mucho de las ideas políticas que circulan en los ambientes católicos de entonces. Dehon hundía sus raíces en la mentalidad burguesa de su familia y es, por tanto, partidario de la monarquía. Pero no se necesitará mucho para hacerle entender que los tiempos han cambiado y que, después del desastre de Sedan, la monarquía tiene poco que hacer. Dominan los republicanos, y el mismo León XIII aconseja el “realliement”. El P. Dehon se inclina por la república, no por oportunismo político, sino en la convicción de que la religión no está ligada a ninguna forma política y es necesario ser leales al legítimo gobierno. Será encuadrado entre los “curas democráticos”.

Desde el punto de vista religioso, Francia está envuelta en un radical movimiento de descristianización. El clero, diezmado y envejecido, no brilla por su alta formación teológica. Hay dos facciones: los galicanos y los ultramontanos (favorables a Roma). El P. Dehon ha recibido una fuerte formación doctrinal romana por lo que se le identifica entre los ultramontanos. Pero, él no se deja encerrar en las sacristías, sino que milita decididamente por un apostolado de amplio espectro, que va al encuentro del pueblo y asume sus carencias y aspiraciones.

Desde aquí toma cuerpo toda su vastísima acción social, sea con sus escritos, sea con la difusión de las encíclicas sociales de León XIII, sea con el apoyo y sostén de la clase obrera. Conocidísima es su estrecha colaboración con el industrial cristiano León Harmel (Val-des-Bois, cerca de Lille), y también con eminentes personalidades del laicado y del clero de entonces. Diremos los nombres más prestigiosos del momento: el conde

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Albert de Mun, el marqués La Tour du Pin, Marcos Sangnier, Carlos Perin; y en Italia: Giuseppe Toniolo, don Romolo Murri, don Albertario, don Sturzo, etc. El P. Dehon se convierte rápidamente en un conocido experto en sociología. Publica obras sociales de vasta resonancia, como el Manual social cristiano y el Catecismo social traducido en varias lenguas. Es llamado como orador de prestigio a los congresos sociales, protagoniza las Obras de los círculos que preparan las Semanas sociales. Famosas han sido sus conferencias (una decena) sobre temas sociales que tuvo en Roma en el 1897 y que le valieron el aplauso de León XIII. Este capítulo de sus actividades sociales lo pone entre los iniciadores de aquella sociología cristiana que tendrá, con el tiempo, su máxima expresión en la encíclica “Rerum Novarum” de León XIII, de la que Dehon fue su incansable difusor.

Incluso parándonos aquí y sin abrir el inmenso capítulo que lo contempla como fundador de la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón, no hay duda de que el P. Dehon está entre las figuras de relieve que han iluminado la Iglesia de su tiempo y nos podemos sorprender que se le haya dejado caer en el olvido incluso en su propia Francia. Una de las causas será sin duda la expulsión de los religiosos de Francia, que obliga a Dehon a emigrar y a trabajar en otras naciones como Bélgica, Holanda e Italia. Solo en estos últimos decenios, con la investigación en los archivos históricos y la reimpresión de sus más importantes publicaciones, su figura está emergiendo y atrae la atención de los estudiosos, no solo eclesiásticos, sino también laicos.

Su obra literaria ha sido vastísima; abraza decenas de escritos sociales, ascéticos y religiosos sin contar los escritos para uso interno de la Congregación. También su correspondencia ha sido amplísima.

Si nos preguntamos el motivo de su actividad apostólica, puede que la respuesta la encontremos en el frontispicio de su revista “El Reino del Sagrado Corazón en las almas y en la sociedad”.

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En síntesis, podemos decir que la ocasión de su

beatificación ofrece la posibilidad de descubrir y revaluar esta noble y ardiente figura de sacerdote, fundador, apóstol que la Iglesia hoy reconoce como modelo auténtico de vida cristiana.

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ÍNDICE 1. EL PADRE DEHON Y SU FAMILIA

André Perroux UN INTERCAMBIO MUY ABUNDANTE UNA ATENCIÓN AFECTUOSA POR TODOS Y CADA UNO

“(Mis) queridos padres” Su hermano Enrique y Laura, su cuñada Marta y Amelia, sus dos sobrinas, “las traviesas” Sus abuelos, “papá” y “mamá Dehon” Tíos, tías y toda la parentela

AL HILO DE LOS DÍAS, LAS ALEGRÍAS Y LOS CUIDADOS DE LA VIDA

¡Escríbanme a menudo, con muchos detalles! ¡Todo va bien! Un verdadero “mazazo”: su decisión de ser sacerdote “Estoy feliz en San Quintín” La salud de sus padres

¡BENDECID AL SEÑOR CONMIGO! La gracia de mi vocación, que Dios me ha dado, ¡procede de ustedes! “¡Nadie en el mundo os quiere tanto como yo!” La “piedad filial”

LAS “COSAS DE LA VIDA” Alegrías y penas en casa de Marta La muerte prematura de Amelia Las actividades desbordantes de un joven vicario en San Quintín Vida de comunidad en la casa sacerdotal; el ministerio ¡Sin olvidar “la intendencia”! Las labores del campo El gozo de intercambiarse regalos Con su hermano Enrique, la fidelidad a la tradición familiar

CON EL CARIÑO, EL COMPARTIR DE LA FE

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“La tristeza de estar separado de ustedes” Pero, ¿cómo obedecer a Dios, sin herir a aquellos que se quiere...? “La religión no disminuye el amor de la familia, lo hace más fuerte y más verdadero” “Los grandes días de la ordenación y de las primeras misas” ¡Es tan bueno renovar las impresiones de los mejores días de la propia vida!

EL CELO INSISTENTE DE UN HIJO La práctica sacramental y el precepto de la comunión por Pascua “¡Qué gran amor tiene el Señor por ti!” Amar a Dios, amar a los suyos, quererse a sí mismo: es un solo amor “¡Ve a tu Salvador! ¡Déjate tocar por tanto amor!” La atrevida insistencia de un hijo cariñoso

EL ENCUENTRO CON DIOS, EN LO MÁS HONDO DE LA COMUNIÓN

“Mi madre fue para mí uno de los mayores dones de Dios” ¡Dios mío, gracias por el padre que me diste! La comunión en la oración con los vivos y los difuntos La muerte de un justo “¡Qué dulce la muerte, cuando se ha amado al Sagrado Corazón!” “Tengo en el cielo un conjunto de piadosos parientes que hace falta que vaya a visitar” “La unión íntima de la Iglesia del cielo y la de la tierra” “Vivo mucho con todos mis amigos del cielo: mis padres...”

DE SU FAMILIA, LAS RAÍCES HUMANAS: UNA POBLACIÓN, UNA REGIÓN, UNA PATRIA

La importancia de reconocer estas raíces La vuelta a los antepasados: la genealogía La Capelle, donde nació La Capelle, esa “peregrinación” a la que le hace bien volver

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De La Capelle a San Quintín El ministerio en San Quintín: la escuela de la vida, la experiencia de la Iglesia Preguntar al pasado para vivir mejor el presente ¡Cuánto ha supuesto San Quintín en su vida! Al servicio de su diócesis “Este hermoso departamento del Aisne” “Cristo bendecirá a Francia” El patriotismo cristiano: amor y orgullo, pero no “chauvinismo” ni nacionalismo

EL REALISMO HUMANO AL SERVICIO DE LA FE

Un sólido realismo campesino y una exquisita sensibilidad A partir de esta experiencia humana, reconoce al Hijo de Dios en la verdad de nuestra condición En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios nació de una mujer Un verdadero corazón de hombre Buscar y encontrar a Jesús en “su” tierra Contemplarlo en su inserción familiar La perfecta obediencia: en la libertad “La madre crea moralmente el alma de su hijo”

CONCLUSIÓN 2. PADRE DEHON, ¿QUIÉN ERES? Principales aspectos de su vida, grandes líneas de su espiritualidad

Tullio Benni - André Perroux I. “UNA VITALIDAD EXTRAÍDA DE RAÍCES PROFUNDAS”

1. Retorno a las raíces 2. Intuiciones para el futuro 3. Una primera experiencia decisiva: Paris, 1859-1864 4. La amistad 5. Los viajes

II. “CADA DÍA TIENE SU OPORTUNIDAD”

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6. A los 22 años: el paso decisivo 7. En el seminario: 25 de octubre de 1865 8. Hacia la ordenación sacerdotal 9. Una experiencia única de Iglesia: estenógrafo en el Concilio Vaticano I 10. “Señor, ¿qué quieres que haga?” 11. Un futuro a construir 12. El deseo de la vida religiosa

III - LLAMADO A HACER PROGRESAR. “LA OBRA DEL SAGRADO CORAZÓN”

13. La obra del Sagrado Corazón 14. La ofrenda de amor y de reparación 15. La relación con las Hermanas Siervas del Corazón de Jesús 16. Muerte y resurrección (1882-1884) 17. “Como una flor en medio de las espinas” 18. Preocupación misionera y compromiso social 19. Un balance

IV. UNA GRAN MADUREZ 20. Una nueva amenaza de muerte 21. La aprobación definitiva y el desarrollo de la Obra del Sagrado Corazón 22. Una nueva primavera espiritual 23. Los sombríos años de la guerra 24. La relación personal con Benedicto XV y Pío XI

V. “POR EL VIVO, POR EL MUERO” 25. Los últimos meses 26. “Por Él vivo, por Él muero” 27. Los grandes trazos de la personalidad espiritual 28. ¡Un mensaje para nosotros hoy!

3. EL PADRE DEHON Y LOS DEHONIANOS. UN PROFETA DE LOS TIEMPOS MODERNOS

Mario Panciera

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PRESENTACIÓN Un retrato del natural I. No le gustaban los caballos II. La tempestad de la adolescencia III. Un mazazo para su padre IV. El arma de los viajes V. Confirmación en los Santos Lugares VI. Por fin, sacerdote VII. Taquígrafo en el Concilio Vaticano I VIII. Un triste paréntesis bélico IX. Vicario en San Quintín X. Nacimiento de los Dehonianos XI. Lo que cuesta una vida XII. Desarrollo de la Congregación XIII. Fuera de la sacristía XIV. Los tres “leones” XV. Un escritor prolífico XVI. Para la evangelización de los pueblos XVII. Los Dehonianos en Italia XVIII. El Reino del Sagrado Corazón XIX. Viajes y guerras XX. Tiempo de reconstrucción XXI. La última empresa XXII. Hacia el epílogo XXIII. En el amor del Corazón de Cristo XXIV. Hacia los altares 4. EL PADRE DEHON: UN SACERDOTE PARA NUESTRO TIEMPO

Jan de Jong 1. La llamada de Dehon al sacerdocio 2. La formación romana de Dehon 3. El apostolado social de Dehon

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a. Manual Social Cristiano b. Catecismo social (1898) c. La renovación social cristiana (1900) 4. Conclusión 5. EL P. LEÓN DEHON Y LA FRANCIA DE SU TIEMPO

Mario Panciera