el origen de la sangre maldita2

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  • 7/31/2019 El Origen de La Sangre Maldita2

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    El origen de la sangre maldita

    Un relato basado en La Marca del Guerrero

    http://lamarcadelguerrero.blogspot.com

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    II.

    La biblioteca haba quedado destruida, y Beldere poda dar gracias por no habersequedado atrapado entre las llamas. Haba logrado salir por la puerta que daba al despachopoco antes de que los guardias hiciesen aparicin y haba regresado a su cuarto tan rpido

    como haba podido. Al menos en principio, nadie sospechaba que poda ser cosa suya.

    Su padre mand azotar a uno de los criados al sospechar que poda haber dejado elcandelabro encendido dentro de la estancia. De haber estado seguro, le hubiese ejecutado.Por si fuera poco, el pueblo llano tena sus propias elucubraciones. Los rumores corrancomo el fuego en un incendio sureo en verano, contradicindose y desvirtundose cadavez ms. Se hablaba de si esta familia o aquella otra haban atentado contra la vida de losreyes, de si se haban encontrado huesos carbonizados en la biblioteca e, incluso, de que elfuego era de un color extrao y haba tomado la forma de un dragn, achacando el ataquea la brujera.

    Sea como fuere, la prdida de la biblioteca era una desgracia inconcebible. No podaconsentirse que la familia real no tuviese la mejor y mayor coleccin de libros del reino. Noslo eran una fuente de sabidura, sino una muestra de poder. Los libros eran un artculomuy caro, especialmente los antiguos, que hablaban de cosas que ya no existan, cosasdestruidas en la poca del Fuego. Muchos de los libros que se haban quemado no tenancopia alguna y sus conocimientos se haban perdido para siempre.

    Algunos de los seores del reino no tardaron en enviar ejemplares o copias de suspropias bibliotecas, mostrando sus condolencias por la prdida y asegurando, de paso, queno tenan nada que ver con aquel destructivo incendio.

    Una de las familias que tuvo a bien enviar a uno de sus miembros para agasajar alrey con media docena de valiosos libros fue la de los Cublin. Concretamente SamoCublin, que aos ms tarde sera conocido como el Exterminador de Brbaros, guardcuidadosamente los manuscritos en un arcn de tamao mediano. Luego hizo llamar a susobrina, Carleta.

    Carleta era una mujer de generosa figura, con curvas deliciosamente bien definidas.Su pelo era largo y ondulado, su nariz proporcionada, sus rasgos perfilados. Lo nico quepoda decirse en contra del aspecto de Carleta era que cojeaba un poco, debido a una cadade caballo que haba sufrido de nia. Pero Carleta haba heredado la esencia de los Cublin

    y converta cada inconveniente en una oportunidad. As, aquella mujer era capaz decentrar la atencin en su cojera cuando la situacin as la propiciaba, para despertarlstima o deseos de protegerla, mientras que la usaba como prueba de su entereza yperseverancia cuando las circunstancias requeran que demostrase su fortaleza.

    Cuando Samo la vio llegar pens que, a pesar de que an era joven, ella seraperfecta para realizar la tarea. La decisin en su forma de moverse no dejaba lugar adudas: era una mujer que obtena lo que quera. Esto era lo que el seor de los Cublinnecesitaba.

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    Carleta, por su parte, mir a Samo con una sonrisa ladeada. Saba de la atencin conla que los hombres vigilaban su cuerpo y disfrutaba de ello con todo el descaro, inclusocuando se trataba de un familiar.

    - Me alegra verte bien, to dijo ella, acercndose y haciendo una inclinacin -. Es

    se el paquete?

    Carleta no se dedicaba a dar vueltas alrededor de un asunto antes de abordarlo a noser que fuera estrictamente necesario. Su interlocutor asinti, sonriendo.

    - Es todo un bal. No ser demasiado?

    - No con tu encanto, querida sobrina respondi Samo -. Espero sabrs encargartedebidamente de la tarea.

    - Aunque fuse mi propio padre contest ella resuelta.

    Se deca de los Cublin que siempre esperan el momento adecuado, que guardabansus cartas para sacarlas justo cuando la situacin les resultaba ms beneficiosa. Losasuntos menores del seoro eran delegados en otros familiares, pero el seor de la casase encargaba de las grandes estratagemas polticas, algunas de las cuales tenan dcadasde de antigedad y haban sido transmitidas de padres a hijos. La paciencia de un Cublin,segn el dicho, no conoce lmites. En este caso, la decisin de hacer una copia de todos loslibros de su biblioteca, una importante inversin en previsin de que fueran un cebo o unafuente de ingresos en el momento oportuno, haba resultado idnea para la ocasin.

    En un engaosamente modesto carro de caballos, Carleta inici su viaje hacia la

    Capital, con todos los libros bien guardados en el arcn, escondido en un doble fondo bajosu asiento para asegurarse de que pasase desapercibido en caso de que bandidos de loscaminos decidieran asaltarles.

    Hicieron bien en ser cautos.

    En el segundo da de viaje, an en sus propias tierras, tres ladrones salieron de lasveras del camino, repentinamente, para agarrar las riendas de los caballos que tiraban delcarro. Los animales, frenados, no respondieron a la fusta del conductor, que cesrpidamente en su intento ftil de huir cuando ocho asaltantes ms se dejaron ver,rodeando el carro.

    A pesar de las prohibiciones, llevaban armas y cotas de malla. Carleta Cublin miral guardia que la escoltaba. ste se mostr sorprendentemente tranquilo. En realidad, eraun hombre muy sosegado.

    - No os preocupis, mi seora. Estos campesinos se echan al camino por el hambre,no por la sed de sangre. No tratarn de haceros dao la calm.

    - Y si lo intentan? pregunt ella tensndose.

    - Si lo intentan, les matar.

    Los ladrones cerraron el crculo entorno al coche de caballos.

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    - No quisiramos entretenervos ms de lo nesezario dijo el cabecilla,aproximndose a una de las puertas del carruaje.

    - Bien est respondi con una sonrisa lobuna el guardia -, porque nosotros nodeseamos ser entretenidos.

    - En tal caso, abran la puertezuela y bajen vuesas mercedes para que puea revisartodo eh carro tan bonico que sus trae.

    - No bajaremos del carro. Y ni se os ocurra meter aqu la mano, si veo una manoaqu dentro, advierto, la cortar al momento.

    - Pos dgame vuesa merced cmo espera facer la debida entrega de de sus bienes.

    - Pasad un saco y dentro meteremos nuestros haberes, luego lo tiraremos fuera delcarro y ustedes se marcharn de aqu sin dar un solo problema.

    - Como guste el seor se inclin el bandido. Luego orden a sus hombres -.Traersus un saco. Qu no le habis odo al seor?

    Carleta Cublin suspir. ltimamente resultaba inevitable ser asaltado en loscaminos. Lustros atrs era mucho ms sencillo, pero el hambre empujaba al pueblo a hacercosas como aquella tan continuamente que, en estos tiempos, viajar era una forma deasegurarse de conocer a la peor ralea del reino. Si yo fuese reina, endurecera debidamentelas penas por robo y por posesin de armas. Es obvio que el desangramiento no es

    suficientemente contundente como para rebajar las ganas de asaltar que tiene el populacho,se dijo.

    Cuando el saco fue tirado al interior del coche de caballos, el guardia lo recogi ydeposit en l su bolsa de monedas - la que estaba a la vista-, una cadena fina de plata yvarios pequeos objetos de valor ms. La Cublin, resignada, le imit. De improviso el sacocay al suelo. El guardia lo haba soltado y, con un fluido movimiento, haba recogido ladaga del cinto y haba rebanado la mano que intentaba abrir la portezuela desde dentro,introducida por la ventana.

    La sangre salt, acompaando el grito de dolor proferido por el reciente manco. Elguardia solt la mano, que haba agarrado para poder cortarla debidamente, y se disculpcon su seora, para a continuacin abrir de una patada la puerta del coche de caballos e

    impulsarse con ambos brazos lanzando una patada en su cada al herido. Para entonces elresto de los estupefactos bandidos pudieron reaccionar.

    - No soltis los caballos! grit uno a quienes los retenan - Los arcos!

    Los ms alejados sacaron apuradamente las flechas y apuntaron con brazostemblorosos, pero al ver que los proyectiles rebotaban inofensivamente contra la cota demalla y el casco que el guardia se estaba poniendo, retrocedieron mirndose unos a otros.Los bandidos ms arrojados se acercaron llevando las espadas por delante. Por supuesto,no tenan nada que hacer contra un guardia que haba sido entrenado en las artes de lalucha armada. El guardia golpe primero de una patada al que haba tenido la desdicha deestar ms cerca. Sus pesadas botas contra el estmago le hicieron doblarse de dolor,

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    Beldere sinti una punzada de culpabilidad, por lo que decidi cambiar de tema,aunque estaba deseando saber qu libros eran aquellos que haban trado y si de verdadseran tan valiosos.

    - Habis tenido problemas en el camino, seora? opt por preguntar.

    - Apenas contest la mujer, recolocando los volantes del vestido -. Me permitsdeciros que se os ve muy alto y gallardo?

    Beldere sonri, agitado y engredo como todo rapaz que se precie. Hizo unainclinacin de cabeza muy seorial en seal de agradecimiento. Ese fue el momento que elrey eligi para hacer aparicin. Por una vez, el comportamiento de su hijo pareca ser elcorrecto, y el monarca suspir, aliviado y meditabundo.

    - Buenas tardes, es un placer conocerla por fin, seora. Hijo salud tambin, con unmajestuoso cabeceo.

    El nio se inclin y la mujer se levant de su asiento. Hizo una reverencia palaciega,profunda y sin prisas, antes de mirar al rey a los ojos y saludarle.

    - Buenas tardes, Majestad. El placer es indudablemente mo. Permitid que elogievuestro buen gusto: este jardn en el patio interior es simplemente delicioso.

    - Me adulis sin razn respondi el monarca, no obstante, sonriendo conpomposidad.

    Beldere se pregunt si nunca se cansaba de recibir halagos.

    Como vio que la Cublin iba a estar regalndole palabras endulzadas durante unrato ms, decidi despedirse respetuosamente y buscar algo ms interesante que hacer.Por desgracia, su tutor le atrap remoloneando y le oblig a dedicarse a los hbitos deestudio, indicando su importancia ahora ms que nunca, puesto que la biblioteca habasido reducida a cenizas y as quedaba demostrado que las cosas han de saberse, y no sloapuntarse. El tutor estaba de mal humor. Le encantaba esa biblioteca.

    Una vez Beldere hubo terminado sus obligaciones, la picarda de su edad le llev alos baos de las mujeres, donde tena escogido un sitio con buena visibilidad. No era elnico que conoca el lugar y dos mozos de cuadra, menores que l, lo ocupaban en ese

    momento. Por supuesto, Beldere slo necesit hacerles un gesto para que se retirasenrpidamente, cedindole el privilegiado lugar y abandonando las inmediaciones para nomolestarle.

    Las ramas del rbol haban sido cuidadosamente recortadas. No se vea tanto como aBeldere le hubiese gustado, pero as tampoco se poda ver a los espas. Se sent y mir porentre las hojas. A esa hora, las mujeres se dividan entre ir al ro a lavar la ropa o, lasafortunadas a las que les era permitido, darse un bao en aquellas aguas caldeadas. Eldesconocimiento de los posibles observadores las haca desnudarse con toda naturalidad,mientras hablaban entre ellas, rean y se desenredaban los cabellos entre s. Beldereobserv todo aquello mordindose el labio inferior.

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    Dos mujeres se acercaron y l pudo ver ntidamente su piel enrojecida por el calordel agua. Se sentaron cerca del muro vegetal que serva de separacin, tan cerca queBeldere respir por la boca temiendo que pudieran orle. Tampoco es que fuese a pasarnada, despus de todo era el prncipe, pero resultaba emocionante saber que estaba tancerca sin que ellas fueran conscientes.

    - Creo que una trenza te dara mucho ms estilo, querida deca una de ellas.

    - Pero es tan pesado trenzarlas Seguro que no te importa?

    - No jodas, querida respondi la otra mujer.

    Beldere se tap la boca y aguant una risa. Nunca una dama del servicio habahablado as en su presencia.

    - Carleta Cublin tambin traa trenzas empez a decir la segunda mujer, quepareca haber accedido a que se le hiciera aquel peinado -. Pero a ella ya le pueden quedarhermosas. Con esos pechos, esos labios, ese vestido Oh, pareca tan suave

    - Consulate pensando respondi la otra mujer, dividiendo los mechones ycomenzando a trenzar que ahora su pelo estar despeinado y su vestido arrugado en elsuelo.

    - Buen consuelo terci una nueva sirvienta a la que Beldere no haba odo ni vistollegar. Su voz pareca algo ms curtida por la edad, aunque no demasiado, y su tono erairnico -. Luego ese vestido tendremos que limpiarlo nosotras, y ese pelo arreglarlo, y andencima de todo, tendremos que callar, no vaya a enterarse la reina.

    - A m me da pena dijo la que estaba siendo acicalada, apoyando la cabeza en lasrodillas.

    - No te muevas querida la ri con suavidad la que se encontraba a su espalda -.Por qu habra de darte pena? Que no sabes que vive mejor que t y que yo? Muchomejor! Si su marido quiere de vez en cuando desfogarse con otra pues, qu va a hacrsele,muchas soportan lo mismo y sin joyas ni cargos.

    Beldere haba pasado de aguantar la respiracin a quedarse sin ella.

    - Ay, no hables as, no seas envidiosa replic la ms joven tmidamente -. No te dalstima cuando ha de quedarse en cama porque a su majestad se le fue la mano con?

    - Calla dijo la ms experta entre ellas -. Baja la voz, chiquilla.

    Por un momento ech un vistazo alrededor y el prncipe temi que llegase a verle,pero al poco pareci desistir, se puso en cuclillas para quedar a la altura de las otras dos yhabl con voz susurrante.

    - Tened ms cuidado, no vaya a ser, que hasta las piedras escuchan y reverberan loque se dice entre ellas. Ahora, nia, no le tengas a la reina ninguna pena, que mi maridobien que me agarra a varazos y se va con la que gusta cada vez que le hace, pero no mevers a m ni decir palabra, que una buena mujer sabe callar esas cosas. Bastante que el

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    rey no la hace nada muy grave, y bien que la colma luego de regalos, ya me gustara a m. Yno hablemos ms de esto.

    - Sabes qu le da lstima a la muchacha? Que siempre que va con otra se pone msfiero y las cosas empeoran la mujer puso en el pelo de su compaera una cinta plateada

    para cerrar la trenza.

    - S terci la ms mayor con una sonrisa macabra -. Y luego a nosotras nos tocalimpiar todo el estropicio.

    Las ramas se movieron bruscamente, pero las damas no llegaron a ver quin salacorriendo de all, posiblemente un mozo de cuadras. Le gritaron de todas formas, de modoque las oyera, asegurndole que saban quien era y que lo mandaran azotar. Despus dedarle aquel susto, la ms joven, revisando su trenza y fingiendo no estar preocupada,pregunt:

    - No nos habr odo?

    - Ni importa. Qu va a decir, que andaba espiando a las sirvientas y oy cuchicheos,no sabe ni de quien? No te preocupes. Tenas razn se dirigi a la otra -, la trenza la haceparecer elegante.

    Beldere entr en la estancia con cuidado de no despertarla, utilizando uno de lospocos corredores ocultos que haba en el castillo. La habitacin estaba oscura, pero por laventana entraba el brillo de la luna y las estrellas, ofreciendo una luz espectral que bastaba

    para distinguir las siluetas.

    La cama estaba ocupada slo por la mujer, cuyos pechos quedaban al descubierto.Las sirvientas haban estado en lo cierto, su vestido estaba arrugado en un rincn, aunquesobre una silla. Su pelo alborotado denotaba que no haba permanecido en el lecho slopara dormir.

    Sus brazos estaban desmadejados sobre la cabeza y su respiracin era lenta ycadenciosa. La de Beldere, en cambio, se mostraba agitada, delatando su inquietud, comola delataba tambin el temblor de su mano. La hoja del cuchillo que llevaba reflejaba arachas la mortecina luminosidad de la luna llena.

    Se pregunt si sera capaz de hacerlo, si podra. Pero deba. Deba para proteger a sumadre. No era acaso quien se vea en obligacin de hacerlo cuando era su padre elagresor, siendo quien deba ampararla?

    Realmente, no tena eleccin.

    Levant el cuchillo y lo hundi con todas sus fuerzas, atravesando el corazn deCarleta Cublin.