el origen de la sangre maldita13

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  • 7/30/2019 El Origen de La Sangre Maldita13

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    El origen de la sangre maldita

    Un relato basado en La Marca del Guerrero

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    El origen de la sangre maldita La Marca del Guerrero

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    XIII.

    De sus tres hijos, Renio era del que menos hubiera esperado tal capacidad de llenarse la boca conpalabras de muerte y sangre. A su lado, su hermano mayor, en silencio y sin apartar la vista de l,

    escuchaba tan claro como su padre la arenga que el pequeo de los Aivanek estaba dedicndole a sutropa.

    Su tropa.

    Renio haba exigido una dotacin de guardias, que sin tapujos haba llamado tropa. Cuando supadre le explic que no haba ms hombres, que tenan que dedicarlos todos al Norte en espera de lashuestes del rey, el muchacho haba partido con su guardia personal y quince carretas. En menos de dossemanas, esas quince carretas haban regresado con l, llenas de hombres pvidos que no se unan a laguardia por voluntad propia.

    El reclutamiento forzado de Renio se extendi a otras poblaciones, en un radio de accin de cincodas en direccin Norte y Este. Su padre saba por qu. Tendran que viajar al Suroeste, bordeando laCordillera del guila, y durante todo aquel recorrido iran recogiendo nuevos hombres que vestiran lasmismas improvisadas armaduras que llevaban ahora los que contemplaban sin comprender al jovenseor que les haba arrancado de sus vidas campesinas por la fuerza.

    Hombres y nios pens el seor de los Aivanek, que vea entre los obligados reclutas a chicos

    que apenas haban superado la primera dcada y que Renio haba armado con cuchillos arrojadizos,hondas y arcos.

    Nadie discuti las decisiones de Renio, ni su seor padre ni el heredero del ttulo. Eran unafamilia, al fin y al cabo, y la ofensa que se haba cometido contra su hijo, para uno, y su hermano, paraotro, era imperdonable. El seor de los Aivanek le proporcionara las armas y las protecciones, segnsus armeros las fueran sacando de las forjas, al igual que la comida y el oro necesario para emprenderesa batalla, su batalla personal. Su hermano mayor le proporcionara apoyo, su presencia en lacontienda y sus conocimientos blicos. Juntos, vengaran a Alia Someti y haran pagar la afrenta, elintento de asesinato contra el joven Aivanek (que claramente haba sido el objetivo deseado) y la sangrederramada por el intruso entre los muros de su propio castillo.

    No haba cabida en los ojos, la mente, ni el corazn de Renio para el perdn. No exista en elmundo satisfaccin alguna que pudiera aplacar su ira. No haba lmites para su dolor, por tanto tampoco

    los habra para su venganza.

    Los Someti se haban replegado por completo hasta su capital -esa que antes apenas visitaban- yarrinconados esperaban a que sus enemigos lograran finalmente romper las murallas de la fortaleza.Llevaban sitiados dos lunas. Aquellos animales del desierto se agrupaban en torno a su ciudad y roansus defensas da a da, minndolas hasta que cayesen. Alimaas...

    Nada pudieron saber del asesino. Nadie supo nunca que fue un Optuyetade, al que movan hilosreales, quien llevo a cabo aquella misin tan mal encauzada y con tan mala conclusin. Nadie lo supo,pero todos sospechaban. La mano del rey estaba tras esto, de eso no caba duda, y el mtodo recordabaa los Optuyetade. Pero no haba pruebas.

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    Renio dej escrito en su diario personal, heredado por sus hijos, que si alguna vez tenaoportunidad de hundir sus garras y lastimar a los Optuyetade, no le temblara la mano. Sin embargo,dej aquello a un lado ese da y supo que el objeto de su ira deba ser aquel que en realidad habaordenado la ejecucin, sin duda para enfurecer a su padre y hacerle cometer una locura: El rey.

    Pero mientras su progenitor mantena tmidamente a raya a los ejrcitos del rey y los guardias delresto de las familias que a l se haban unido, Renio se encargara de defender al padre y el hermano deAla, aquellos por quienes ella se haba desvelado cada noche.

    Quinientos hombres no era un gran nmero, pero saba que poda hacerse con otros trescientos,como poco, en el camino a la capital Someti. Y tena armas pesadas que su padre no se atreva a usar enla frontera real. Armas verdaderamente destructivas. Armas que escandalizaran a los miembros de laInstitucin y a los mismos dioses.

    La pluma, mucho ms liviana que el halcn muerto en el que una flecha se haba hundidocerteramente, descendi en cerrada espiral. El dorado del atardecer, en cruel simbolismo con elemblema Aivanek, se reflej en las pestaas grises y plateadas de aquella solitaria pluma danzante. Unosinstantes de belleza pletrica sin ms compaa que su misma esencia -como bella haba sido en sumomento surcando el cielo junto a sus semejantes- antes de tocar el suelo y ser aplastada por una de lasbotas militares de los guardias Salvino.

    - Crees que puedan quedarles ms halcones? pregunt Femir Ustpede, observando la extraaposicin del cuello del ave.

    - Quizs guarden alguno para el ltimo momento respondi Talen Salvino.

    Movi el animal muerto con la punta del pie. Un buen ejemplar. Lo recogi del suelo y se loentreg a uno de sus sirvientes. Sera su cena. No se molest en mirar el mensaje que portaba, no tenasentido. Saba que los Someti estaran pidiendo desesperadamente ayuda a sus protectores, los Aivanek.Haban pasado semanas, ms de lo que cualquiera de ellos haba esperado que durase este asedio y, sino se apresuraban, las tropas enemigas vendran a socorrer a los Someti.

    En esta ocasin no se haba buscado un fin pacifico para cada batalla. Bastaba y sobraba que losSalvino y los Ustpede lo hubiesen pedido en su primer encuentro. Y despus de lo ocurrido en losbosques de alrededor del Lago Someti, a nadie poda sorprender que los atacantes quisieran resarciraquella masacre por la fuerza del acero y no de la palabra.

    Los habitantes de la ciudad haban sido expulsados por los asaltantes antes de comenzar el asedio.No haba habido muestra alguna de oposicin por parte de los seores. Aun as, las familias quepoblaban la capital se haban mostrado reacias a moverse, no slo por dejar atrs sus posesiones, sinoque parecan verdaderamente deseosas de expulsar a aquellos que atosigaban a sus seores. El acero delas armas les hizo agachar las cabezas y obedecer, pero los guardias Ustpede y Salvino haban tenidoque soportar sus miradas lacerantes.

    Los ataques a la ciudad haban sido continuados y, aunque sus fuerzas estaban desgastadas por eltiempo, soportaban insistiendo con ahnco porque saban que a la muralla no le faltaba mucho para caer.A lo sumo en una semana se habran hecho con el castillo. Y entonces todo terminara y, esperaban,podran volver a sus hogares, a sus tranquilas tierras poco pobladas, a sus vidas montonas que ahoraaoraban, a los abrazos de sus mujeres y de sus hijos.

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    El castillo soportaba los ataques en un estoico silencio. Era de roca negra y haba sido construidocomo un verdadero fuerte militar, no como el residencial castillo que haba junto al lago. Sus paredesazabache se fundan con la noche, momento en que pareca intocable como un fantasma, pero por el dapodan verse las hendiduras que las pocas amas de asedio que haban recibido los Salvino habanlogrado hacer en la dura roca. Algunos boquetes pronto se agrietaran buscando otros puntos dbiles, y

    la muralla caera.El sol bes una vez ms en el horizonte y los efectivos se replegaron. Manteniendo siempre varios

    grupos de vigilancia, los guardias se haban instalado con descaro en las casas vecinas, donde podandormir y comer caliente. Descansaron plcidamente aquella noche, con sueos serenos, como si Oddeimhubiese tenido a bien concederles esa gracia habida cuenta de lo que les esperaba al da siguiente.

    No era sencillo pasar desapercibido por tierras Aivanek, pero Renio no se molest en ocultar susfuerzas ni sus armas pesadas mientras atravesaba su propio territorio. Como un chiquillo recogiendo

    frutos de los arbustos cercanos, as l fue extendiendo su poderosa mano y hacindose con racimos dehombres en cada aldea, so pena de quemarla hasta los cimientos de no ceder a su exigencia.

    No hubo de quemar nada, sin embargo, porque su hermano iba con l y eso haca que susamenazas cobraran sentido para sus siervos, acostumbrados a su despotismo. No hallaron loscampesinos comprensin por parte del ms joven de los Aivanek, ni encontraron forma de llegar a sucorazn encostrado.

    Al alcanzar la frontera, el entorno cambi.

    Los rboles no eran lo suficientemente altos como para ocultar el trabuquete montado, pero all el

    terreno era frondoso y no tan llano como la planicie de la mayor parte de las tierras Aivanek. Era unbeneficio para un acercamiento sigiloso, pero tambin haba de retrasar su marcha. Renio no lopermiti, sin embargo.

    Los confusos y temerosos campesinos parecan empujados ms por el ltigo de un amodespiadado que por su seor. Avanzaban a ciegas sin reparar en sus huesos cansados ni en sus piesllenos de yagas. Algunos haban aceptado su sino, y con ferocidad encontraron que su lealtad era buenmotivo para lo que estaban haciendo, engandose para morir con gusto cuando en realidad les estabanabocando sin remedio. Era un mal necesario que mantena a los dems a raya.

    Tras la frontera esperaban los pocos guardias que permanecan en el Este-Sureste. No haban

    podido impedir la toma de la ciudad, pero se extendan casi hasta las mismas puertas de sta. No debanabandonar por completo la frontera Aivanek, por lo que pudiera ocurrir. No obstante, Renio encontralgo ms que a sus hombres all. Campesinos y villanos de todo el territorio Someti se haban agrupado yorganizado, formando una catica milicia que present sus utensilios de trabajo, como si fueran armas,ante l, para defender a su seor. Renio no daba crdito a sus ojos. Donde l haba tenido que amenazary tomar por la fuerza espadas que le sirvieran a lo largo de su extenso territorio, los Someti sin llamar aarmas a los civiles haban logrado en su silencio que ellos mismos se posicionaran polticamente en unaguerra.

    Era algo apenas visto en toda la historia del reino.

    Sus fuerzas, ms las bienhalladas -incluida la milicia-, haban crecido hasta un nmero an muyinferior al de las enemigas, segn las ltimas informaciones, pero ya eran un ejrcito a tomar en cuenta.

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    Eran suficientes. Su hermano cruz una mirada y una sonrisa con l. Ambos gestos idnticamenteteidos de una crueldad abierta.

    Cuando alcanzaron la capital, el manto nocturno se haba dejado caer en el reino haca tiempo.All, ocultos, camuflaron el trabuquete y avanzaron con l montado. Un enorme rbol caminando en lanoche sin luna. Descansaron solo dos horas hasta el amanecer.

    El sol se levant envuelto en una nube de tono escarlata aquella maana, como premonicin de loque haba de acontecer.

    - Los Aivanek estn aqu! Banderas del guila Carmes! Los Aivanek estn aqu! gritaba elviga, que haba tomado el caballo y recorra las calles frenticamente, despertando a todos suscompaeros.

    Hubo entonces bullicio, los guardias se levantaron desconcertados y buscaron sus armas, se

    calzaron sus botas y reprimieron sus miedos. Salieron casi al unsono de las casas de la ciudad. Uno deellos, abandonando la vivienda por una ventana baja, con su media armadura sin abrochar, corri hastala calle que bordeaba la ciudad, donde sus camaradas miraban petrificados hacia aquel gigante de paloque se ergua silencioso.

    De hecho, el silencio era seor del lugar aquella maana.

    Silenciosa era la mirada de Valerion Someti desde su ventana en el castillo, silenciosos los latidosacelerados del corazn de los guardias, silenciosa la fina maana, silencioso el brillo fro en los ojos deRenio Aivanek antes de la carnicera, silenciosas las armas que pronto estallaran en gemidos ytintineos, silenciosa la falta de aliento de Femir Ustpede y Talen Salvino, silencioso el amanecer y, enfin, el mundo, en aquella maana. Un silencio que haba de romperse. Tal era el destino de ese silencio,por mano de los hombres.

    Y el silencio se rompi.

    Primero se escuch el gemido de la madera, luego el chirriar de las poleas, el latigazo al viento eincluso el ruido del enganche al soltarse. El majestuoso y terrible trabuquete atac con una fuerzainsospechada. No estaba cargado con una roca gigantesca, sino con docenas de piedras que un hombrepodra cargar con un brazo, pero que lanzadas a tal altura y velocidad cayeron como un lluvia demuerte.

    Los hombres se ocultaron torpemente entre las casas mientras las rocas caan, la mayora de ellasagujereando las tejas o las propias paredes de madera. Los alcanzados en plena calle no tuvieronoportunidad ninguna. Los cascos se abollaron hasta incrustarse en los crneos; las cotas de malla erantan intiles como camisolas y bajo ellas los pechos de los guardias fueron aplastados como si un niojugara con un tirachinas contra muecos de paja.

    Los sureos an se recuperaban de la impresin cuando la voz de mando, que parta desde lamisma boca de Talen Salvino en primera instancia, recorri la ciudad por medio de varios portavoces:

    -Atacad! Atacad! Que no recarguen!- gritaban.

    Los nobles, que haban tenido ocasin de estudiar tcticas militares, saban lo que tardaba encargarse un trabuquete y, aunque aquel no pareciera en absoluto uno comn, puesto que no usaba la

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    fuerza de los hombres para obtener impulso, sino un poderoso contrapeso, haban de tardar enrecargarlo.

    Los guardias sureos atacaron entonces con una temeridad que rozaba la locura, incapaces dehacer otra cosa que obedecer las rdenes de sus seores, puesto que no tenan ellos idea de cmo salirvivos de otra matanza de los Aivanek.

    Los guardias del guila Carmes no se movieron del sitio. En primera lnea estaban losexperimentados y por detrs de ellos la milicia espontnea y los campesinos reclutados. As deba serpara que no se rompiese la formacin. Frente a aquella primera lnea haba media docena de unosartilugios hasta entonces desconocidos en las batallas del reino.

    Cada uno pareca un muscolo de base circular, sin ruedas y con pinchos sobresaliendo por suscostados. Al principio, los guardias dudaron en si atacarles o ignorarles. Algunos hicieron lo primero, sinque hubiese respuesta, y otros optaron por lo segundo, acercndose a la primera lnea enemiga.Entonces aquella primera lnea levant una burda empalizada, que haba estado frente a ellos en el

    suelo, todos a una con precisin admirable. Los atacantes lanzaron espadazos contra ella, con furia,impelidos por la falsa seguridad de que su enemigo les tema tanto como para ocultarse.

    Entonces se dio la orden entre los estandartes rojos, una orden repetida por doce voces a untiempo para que se oyese por encima del estruendo de la batalla. Los extraos muscolos circularesempezaron entonces a traquetear en su interior. Nueva sorpresa para los desdichados guardias sureos,y esta vez tambin para sus seores, cuando aquellos artilugios comenzaron a lanzar en todasdirecciones cantidades imposibles de virotes de punta pesada a la altura del vientre y de punta afiladams arriba. El mecanismo requera de tres personas que, en su interior, daban vueltas frenticamente alas manivelas. Las treinta y ocho ballestas en cada aparato estaban dispuestas y haban sido creadaspara poder cargarse, disparar y recargarse sin ms intervencin que la de aquellos tres campesinosocultos en su seguro seno. Las flechas tumbaron primero a los hombres que tenan ms cerca y que,segn caan, iban dejando hueco para alcanzar a la siguiente lnea de enemigos.

    Demasiado tarde, los sureos se dieron cuenta de que la empalizada no era para protegerse deellos, sino de las saetas. Quienes pudieron, que no fueron todos, retrocedieron con la retaguardia haciala ciudad, poniendo distancia entre ellos y los muscolos. Los que tuvieron presencia de nimo para ello,echaron mano de sus escudos incluso antes de que sus seores lo ordenasen, regresando casimilagrosamente ilesos, en el mejor de los casos.

    Renio Aivanek, a consejo de su hermano, orden frenar el ataque con los muscolos cuando los

    ltimos abandonaban el alcance de tiro de las ballestas.Talen Salvino y Femir Ustpede miraron jadeantes aquellos artilugios imposibles, con la

    desesperanza en los ojos. El ms mayor, quizs curtido simplemente por la edad, apret los labios yretom el mando de sus hombres y tambin el de los del joven Ustpede.

    - Formad con los escudos, proteged todos los flancos y avanzad. No pueden regular la posicin delas armas. Lo habis visto? Incluso con medio escudo podramos pasar, sabiendo la altura a la quedisparan. Avanzad despacio y en formacin, repito. No dejis oberturas. Destruid esas malditas cosaspara que podamos plantarles cara. No permitir otra masacre!

    Los hombres, jaleados pero aun as sin sentir ardientes deseos de entrar en batalla, obedecieron,parapetndose tras los escudos en los que estaban dibujadas o grabadas a fuego las insignias de las

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    casas Ustpede y Salvino. Y avanzaron. La lluvia de flechas regres, pero los escudos aguantaron, comohaba previsto el Salvino. Metiendo la espada entre la propia defensa y la del compaero de al lado, losguardias comenzaron a castigar aquellos artilugios.

    Renio dej que cayeran tres de ellos. No importaba, de todas formas no poda quedarlesdemasiada municin. Esper, pacientemente, a que hubiera la mayor cantidad de guardias enemigoscerca de los muscolos, parapetados en sus escudos. Entonces orden parar a los muscolos y la empalizase dej caer.

    Slo tena una de aquellas nuevas armas, pero estaba deseando verla funcionar sobre susenemigos.

    Un hombre sostena la manguera de cuero, con gesto de pnico bien contenido. Tras l se elevabaun tonel del tamao de tres personas una sobre otra, encerrado en una especie de carro en el que estabaenjaulado. Los hombres a los lados comenzaron a bombear frenticamente y un chorro de lquido negrocon olor a azufre y algo ms fuerte fue repartido sobre los sureos. El lquido era pastoso y se pegaba al

    cuerpo nada ms tocarlo. Entonces el capitn de la guardia de los Aivanek se adelant, tomando unaantorcha, y la lanz sobre ellos. La mezcla prendi con ms facilidad que la yesca, y en un instante losalaridos de los enemigos ardiendo se oyeron por encima del propio sonido de la vida. Los que habanmanejado los muscolos cayeron con ellos. Las bombas no dejaban de trabajar, empapando a msguardias sureos que seguidamente estallaban en lenguas de fuego, y el frente avanz en persecucin delos que huan de aquel infierno.

    - Los dioses nos perdonen por esto dijo de pronto el jefe de la guardia Aivanek que, habiendoasistido a mltiples revueltas campesinas que por la fuerza tuvo que aplacar, jams haba contempladoun espectculo as.

    - Deja que yo cargue con las culpas ante los dioses. T ocpate de que todo marche segn loprevisto respondi Renio con aspereza.

    El capitn le mir, se inclin y se retir para obedecer su orden.

    Talen Salvino contempl aquel arma de guerra con ms horror que los dems, si cabe. Se diocuenta en ese instante de que no slo tena perdida la batalla, sino la guerra. Su territorio, las TierrasDoradas, eran extensiones de grano y paja hasta donde alcanzaba la vista, levantadas sobre la aridez deun suelo que pocas veces era tocado por la lluvia. Ardera como la yesca de punta a punta bajo el ataquede mquinas como esa.

    El trabuquete estaba nuevamente cargado, pero en esta ocasin su municin fue distinta.Habiendo ya eliminado a dos tercios de las tropas enemigas con bajas insignificantes, se asegur de quemuchos de sus enemigos se quitaban las armaduras para huir en estampida o porque el fuego las habacubierto y se estaban cociendo en el interior. Fue el momento de lanzar las bolas de arcilla cocida, que alchocar contra el suelo estallaban en esquilas y pedazos cortantes.

    Los siervos, pajes y otros desafortunados sin armadura cayeron con heridas profundas, graves sino mortales. Talen Salvino haba tocado retirada, pero los milicianos Someti y los campesinosreclutados en tierras Aivanek surgieron para cortarles el paso, dejndoles encerrados en la ciudad, enuna pelea entre callejas que el trabuquete regaba de vez en cuando con piedras o bolas de arcilla que no

    diferenciaban entre aliados y enemigos.

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    La campana del castillo de los Someti sonaba repetidamente. Enemigos y aliados saban lo quequera comunicar. Quera que se abandonase el ataque y se procediese al rescate, pero Renio y suhermano ignoraron la voz reverberante del metal.

    - No dejis un guardia vivo. Traedme a Talen Salvino y a ese cachorro estpido.

    La puerta tras la que Talen Salvino y Femir Ustpede se encontraban cedi como el resto. Losguardias profesionales haban entrado a rematar los pocos focos que an se resistan a los recinreclutados y los milicianos. Y, por supuesto, haban venido a por los nobles.

    Ambos combatientes de alta cuna lucharon con ferocidad y hasta el final, como hasta el ltimo desus soldados, pero fueron reducidos por un nmero muy superior de enemigos. Les desarmaron, lesdespojaron de los cascos y les sacaron de la casa, retenido cada uno por tres hombres. Mientrascruzaban la ciudad, fueron testigos de cmo sus subordinados eran perseguidos y aniquilados comoratas. Algunos, empero, al verles prisioneros, se lanzaban a tratar de rescatarles en ataques suicidas.

    Talen Salvino les observaba con el rostro lvido. Esto, y no otra cosa, es la guerra se dijo. Dese

    haber podido rendirse, pero los Aivanek no aceptaban una rendicin. Mir a su compaero, causante desu desgracia, y sinti lstima por su gesto desconcertado y su miedo orgulloso. Era tan joven

    Vieron ms all de la retaguardia enemiga a los dos nobles Aivanek, escoltados por sus respectivasguardias personales. Esperaban en pie, fros, erguidos, inmutables. Sin duda haban ordenado sucaptura. Con qu intencin? Quedaba an un resquicio de esperanza?

    Casi al mismo tiempo que ellos fueron arrojados a tierra, un caballo negro y brillante que llevabaal seor de los Someti sobre su silla lleg al trote. Los guardias le frenaron, pero no impidieron al nobleacercarse a sus seores a pie. Despus de todo, acababan de salvarle, era un aliado, no un enemigo.

    - Detened esta masacre, joven Aivanek pidi a Renio, ignorando a su hermano de quien sloconoca la fama de sanguinario.

    - Ya casi ha acabado respondi el chico, y una sonrisa ajena curv levemente su comisuraizquierda. Sus ojos perdidos se nublaron un poco y lade la cabeza -. No lo os?

    El seor de los Someti se volvi hacia su capital destrozada. Los gritos eran cada vez ms escasos,extinguindose a medida que lo hacan las vidas de los pocos vencidos que an seguan respirando.Luego, el noble se volvi hacia los seores sureos y les mir con una disculpa en los ojos.

    - Qu haris con ellos, joven seor? pregunt entonces.

    Renio se volvi al fin para verle, apartando la mirada vaca de la ciudad en ruinas.

    - No querris interceder por sus vidas y se volvi hacia los nobles sureos -. No se lo habisdicho, deduzco.

    Femir mir a otro lado, pero Talen fij sus ojos en el Someti, reflejando la disculpa de l en supropia mirada.

    - Vuestra hija ha muerto dijo a bocajarro Renio, dirigindose al Someti con una expresininescrutable en su rostro.

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    Valarion Someti acus el golpe, retrocedi un paso y tard unos segundos en acordarse derespirar. Su hija, que precisamente se encontraba en el lugar que se supona ms seguro, haba muerto.Se sent en la piedra ms cercana, manchada de sangre, y hundi la cabeza en sus manos,derrumbndose en un momento terriblemente inoportuno para la supervivencia de los nobles sureos.

    Casi se distingui un rastro de compasin en la mirada que Renio le dirigi a quien habra sido susuegro, pero sus ojos volvan a ser implacables cuando devolvi su atencin a los enemigos vencidos.

    - T, imberbe descerebrado dijo, dirigindose al Ustpede sin ningn respeto -, fuiste elinstigador de esta guerra y, en ltima instancia, el culpable de todas las muertes y desgracias que haconllevado.

    Femir Ustpede se irgui, ech atrs el miedo, dejndolo en un segundo plano, y se mantuvo firmey digno, incluso cuando Renio hizo un gesto y sus guardias bombearon el lquido incendiario sobre sunoble persona. Taleon Salvino no fue capaz de mostrar tal entereza ante semejante visin. Los guardiastuvieron que retenerle mientras le hacan mirar impotente cmo preparaban para morir entre llamas a

    su aliado en esta guerra, al hijo de su amigo fallecido no haca mucho, al cual haba apoyado y protegido.- Por Auqa, joven Aivanek! grit Talen, sin poder hacer otra cosa mientras se intentaba zafar

    intilmente para acudir en auxilio de Femir-. Este no es el modo. Temis usar vuestra espada? Por lasnieblas del infierno! As no, muchacho!

    Pero Renio no le escuch. Tom la antorcha que le tenda su hermano y la arroj contra elUstpede, el cual prendi como una tea. Su estoicismo no soport demasiado dolor y el chico enseguidase vio retorcindose. Cuando trat de correr, los guardias alrededor le empujaron con sus lanzas y, alcaer al suelo, rod intentando apagar el fuego entre gritos agnicos y desesperados, bajo loshorrorizados ojos del Salvino. No consigui apagar las llamas, y en cambio el suelo qued ardiendo en

    varios puntos por donde pasaba. Finalmente muri, con la cara contra el barro y los ojos blancosempaados de humo.

    - Acercaos, Salvino se escuch la glida voz de Renio Aivanek.

    Por primera vez en su vida, el intrpido Talen Salvino tembl de miedo. Pero se acerc por suspropios medios, sin que los guardias tuvieran que sostenerle o forzarle a avanzar. Se plant frente aljoven vencedor y tuvo suficiente temple como para respirar hondo y mirarle a los ojos con resignadadignidad.

    - Vuestro crimen es, si cabe, ms aborrecible, porque no sois un atolondrado chiquillo confuso por

    la temprana muerte de su padre. Tenais suficientes conocimientos como para saber lo que podraconllevar esta guerra y aun as la alentasteis. Viviris para ver cmo convierto en cenizas vuestroterritorio, y luego os lanzar con mi trabuquete por encima de los muros, ennegrecidos por el fuego, devuestro propio castillo.

    El Salvino le mir y levant un punto ms la cabeza.

    - Los Salvino luchamos con honor dijo, y su tono fue majestuoso -. Nuestra es la derrota en estaguerra, nuestra y de nuestros aliados. Pero nosotros no atentamos contra la chiquilla Someti se volviun instante hacia su padre -, por quien os doy mi psame y que ojal Oddeim tenga en su seno mir denuevo al Aivanek -. Nunca la hubiramos daado, aunque la hubisemos encontrado tirada en uncamino. Jams. Lo sabis. Mis hombres han cado como hormigas ante vuestras admirables fuerzas, y esaes mi carga y mi responsabilidad hizo una pausa, tomando fuerzas para la siguiente frase-. Sin

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    embargo, os ruego que mostris ms clemencia hacia mi pueblo y mis tierras de la que habis mostradohacia el imberbe confuso. Matadme si eso os aplaca, pero mi familia y mi pueblo son tan inocentes comolo era Ala Someti.

    Un relmpago de ira vibr un instante en los ojos de Renio ante la mencin de su amada, peroluego ese brillo dio paso a la ms oscura tormenta de tristeza, con los recuerdos retumbando en sumente como truenos.

    - Nuestra familia necesita estas fuerzas en el Norte intervino entonces su hermano. Mir alSalvino y, agarrndolo por la nuca como a un vagabundo que no se apartaba del camino, le hizoarrodillar a los pies de Renio -. Si quieres venganza, toma su vida, pero los verdaderos asesinos llevancorona y lo sabes, Ren.

    El joven Aivanek lo medit durante unos largos momentos, con la vista clavada en los ojos delSalvino, el cual a su vez le miraba con una mezcla de serenidad y una intensidad que le recordaba supeticin.

    - Sea, seor de los Salvino. Vivir vuestro pueblo y vivir vuestra tierra, para sosiego de lastribulaciones de mi capitn y para esperanza de mi alma condenada a los tormentos del infierno. Vivid eid en paz, pero recordad este da. Olvidada queda toda enemistad entre la casa mayor de los Aivanek y lacasa menor de los Salvino.

    - Olvidada queda confirm el Salvino, con la humildad de la derrota en su nimo.

    Tras una inclinacin, y completamente solo, emprendi el camino de regreso a su hogar.