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El Imperio Azteca Gerónimo 2010

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El Imperio AztecaGerónimo 2010

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Introducción

Este es un relato de ficción, aunque está basado en hechos históricos y en escritos muy conocidos como la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España que la humanidad tiene en deuda con su autor Don Bernal Díaz Del Castillo.

Sin embargo no deja de ser ficción, pues por la lejanía de los acontecimientos y la enormidad de escritos contradictorios y versiones de los hechos que han llegado hasta nosotros, no deja de ser especulación y opinión personal lo que se comente sobre ellos.

Las interpretaciones de los textos históricos y opiniones del escritor de estas líneas intituladas El Imperio Azteca no tienen otra pretensión que la muy grande de hacer que el lector reflexione sobre los hechos relatados y se forme su propia opinión acerca de los personajes y eventos ocurridos en la incomparable gesta histórica conocida como La Conquista de Méjico que sea como sea o se considere como se considere dio origen al México actual, al México que vivimos hoy y del que todos somos parte integrante.

Quiso el destino que en este año 2010 se decidiera conmemorar el Bicentenario de nuestra Independencia de España y el Centenario del movimiento armado al que se dio la denominación equivocada de Revolución Mexicana y dentro de estas celebraciones se instituyó un concurso llamado “El Gran Mexicano” en el que se propone nombrar al mexicano que ‘merezca’ ese nombramiento por su obra a favor de esta bella Patria.

Difícil concurso y utópica empresa pues México no puede reflejarse en su totalidad en la obra de ninguno de sus hijos, empero, con el espíritu (que no entiendo cabalmente) de ese concurso, el autor propondría a Don Hernán Cortés como el gran mexicano, pues sin su obra, plagada de aciertos y defectos, México no existiría.

Sin embargo, se abstiene de hacerlo porque Don Hernán nació en Extremadura y su nacionalidad, por nacimiento es española, aunque por sus hechos podría ser considerado como el ‘primer mexicano’.

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Referencias

Con criterios del Siglo XXI (y desde bastante antes) hemos dado en llamar Imperio a los dominios aztecas (o mexicas) que Don Hernán Cortés encontró en su aventura iniciada el 18 de febrero de 1519.

Creemos que el término Imperio es una denominación inexacta y podríamos decir equivocada.

Los aztecas o mexicas, tenía bajo su dominio una importante serie de tribus o pueblos indígenas a los que en forma brutal y despiadada mantenían sojuzgados.

El gobernante azteca, al que se denominaba Huey Tlatoani, era, en realidad, y continuando con nuestra concepción ‘moderna’, una especie de Primer Ministro, no un Emperador y por lo mismo denominarle Imperio resulta inadecuado y quizá podríamos aceptar que así se le denominara, aunque con la aclaración de que el término no corresponde.

El gobierno mexica tenía el equivalente a un Senado (o Congreso) moderno, que gobernaba en conjunción con el Tlatoani, quien, según el significado de la palabra era ‘quien tiene la voz’, ‘el que habla’, ‘quien tiene el poder de la palabra’.

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Comenzando con la amplitud del término Tlatoani, conviene señalar que etimológicamente significa “ser señor” o lo que es lo mismo “ser gobernante”, lo que no implica ser rey ni mucho menos Emperador.

Hasta donde se sabe, y obviamente, mucho más se ignora, el Tlatoani era elegido de manera libre por los representantes de los Calpulli, el Consejo Tribal y Altos Dignatarios, aunque con el tiempo, la nominación del Huey Tlatoani terminó constituyendo en una dinastía familiar y la ‘elección’ era manejada desde las más altas esferas del poder mexica y como podemos comprender el pueblo, no era tomado en cuenta para nada.

Había un Tlatoani en cada ciudad, estando subordinados al Tlatoani de Tenochtitlán, quien recibía el título de Huey (“gran orador”) y era el representante del Gran Dios Tezcatlipoca.

Curiosamente, el personaje que podría ser considerado como el más importante en la historia de los aztecas y quien nunca alcanzó la categoría de Tlatoani, fue Tlacaélel, un gran reformador y responsable de la configuración política de Tenochtitlán con la que se enfrentaron a los españoles conquistadores.

Tlacaélel {“El del corazón varonil”} fue sobrino de Itzocóatl, y hermano de Chimalpopoca y Moctezuma Ilhuicamina.

Junto con Netzahualcoyotl, Itzcpátl y Moctezuma Ilhuicamina formaron la Triple Alianza en contra de la amenaza tepaneca, logrando la caída de Atzacoptzalco con lo que se consolidó el poder mexica en el Valle del Anahuac.

Como recompensa por sus servicios fue nombrado Cihuacóatl, es decir Consejero Supremo.

Como Cihuacóatl logró profundas reformas en la base política y social de los

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aztecas y se le reconoce la creación del Consejo de Nobles integrado por cuatro miembros nombrados Tlacohcácatl, Tlacatécalt, Ezhuahuacatl y Tlillancalqui quienes eran ‘gobernantes civiles’ no militares.

Creó el título de Tiacahuacan, con el que se premiaba a los guerreros que eran distinguidos por sus hazañas en combate.

Estableció la repartición de las tierras conquistadas entre los militares, siguiendo un estricto orden jerárquico y de acuerdo a los méritos obtenidos con lo que se establecía una jerarquía meritoria que no tenía que ver con orígenes de nobleza o herencia.

Empero, Tlacaélel se ocupó de crear un aparato religioso que aglutinase al pueblo mexica, Hiutzilopotchtli fue elevado a la categoría de Dios Tribal e identificado con el culto solar (anteriormente identificado con Quetzalcoátl).

Este cambio requería del permanente sacrificio de cautivos de guerra, basado en la concepción de que el Sol rige la vida en la tierra y que su surgimiento, luminosidad y decadencia diaria presagiaba su extinción a menos que se siga alimentando de la sangre humana de los sacrificados como alimento a este dios sanguinario.

Para mantener ‘vivo’ al dios Huitzilopochtli era necesario, imperativo, emprender campañas de conquista, con lo que se transforma en un estado de guerra permanente, porque el culto a este dios requiere constantes sacrificios humanos y por lo mismo, la incesante captura de víctimas mediante la guerra perenne.

Con esta concepción, las guerras adquieren un triple objetivo o misión, obtener prisioneros para el sacrificio, anexar territorios e incrementar el comercio mediante la obtención de bienes y tributos.

Poco a poco, Hutzilipochtli se va convirtiendo en el dios principal y entonces Tlacaélel decide que es tiempo de ‘reescribir’ la historia y ‘sugiere’ a Izcóatl escribir nuevos manuscritos que ya no describían el origen humilde de los mexicas, y su progreso, sino los que son ‘enfocados’ con el papel hegemónico y principal que ahora desempeñaban.

Los informantes indígenas de Fray Bernardino de Sahagún así lo consignan: “Se guardaba su historia. Pero, entonces, fue quemada: cuando reinó Izcóatl. Los que están sujetos (el pueblo llano) se echarán a perder y andará torcida la tierra, porque ahí se guarda mucha mentira y muchos en ella han sido tenidos por dioses”……….”se les dará nueva historia”.

Con estas modificaciones se puede afirmar que a partir del reinado de Izcóatl el aspecto religioso adquiere una importancia mucho mayor, ya no es solamente una tribu guerrera sino que ahora es guerrera por motivos religiosos, con lo cual los sacerdotes adquieren una importancia mucho mayor a la que antes tenían.

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1 Moctezuma II y Hernán Cortés

Moctezuma II o Moctezuma Xocoyotzin fue hijo de Axayácatl e Izelcoatzin (hija de Netzahualcóyotl).

Fue elegido como Tlaltoani de Tenochtitlán a la muerte de Ahuizotl con quien compartió varias batallas habiendo sido nombrado jefe militar y Tlacochcálcatl más por su rango que por sus aptitudes militares ya que sus inclinaciones estaban más de acuerdo con los aspectos religiosos y gustaba más de sus labores como Sumo Sacerdote que sus obligaciones militares.

El historiador Cervantes de Salazar sostiene la teoría de que Moctezuma no quería ser elegido como Tlatoani, pues el deseaba ‘ser amado’ y no ‘temido’, sin embargo, este historiador asegura que “sabía que eran de tal condición sus vasallos que no podrían ser bien gobernados y mantenidos en justicia sino con rigor y gravedad”.

Las reformas realizadas por Tlacaélel e Izcóatl impusieron una ‘etiqueta real’ muy rigurosa, que fue muy bien acogida y recibida por Moctezuma quien contaba con doscientos señores principales para atenderlo, los que tenían que ir descalzos, sin darle en ningún momento la espalda, con la vista abajo y jamás podían tocarlo.

Se debía dirigirse a él utilizando la frase: “Señor, Mi Señor, Mi Gran Señor”.

Consideraba como su más importante misión la de mantener ‘vivo’ a Huitzilopotztli por lo que ordenó a sus Capitanes y Generales combatir sin cesar a los purépechas, tlaxcaltecas, totopecas y chichimecas con lo que se aseguraba la presencia de rehenes y víctimas para los incesantes sacrificios.

Hay enormes contradicciones en torno a la figura de Moctezuma y su actuación como Tltoani pues su gran sentido ‘religioso’ llenó su cabeza de supersticiones y como nadie osaba contradecirle o manifestarse en contra de sus deseos o apreciaciones, esas supersticiones y presagios le hicieron medroso y dubitativo.

Había una tradición que indicaba que Tezcatlipoca, envidioso de los honores que se prodigaban a Quetzalcóatl le engaña y como resultado Quetzalcóatl se ‘ve precisado’ a huir dejando la promesa de que regresará a recobrar su reino.

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La misma leyenda, imprecisa en muchos aspectos, no lo era en cuanto a la fecha, con toda precisión señalaba que Quetzalcóatl regresaría en: Uno Caña, del año Ce Acatl, fecha que correspondía al año 1519 según nuestro calendario.

Y precisamente, el 18 de febrero de 1519 Hernán Cortés aparece en Yucatán.

A los pocos días, Moctezuma Xocoyotzin recibe aviso de ese acontecimiento; el sistema informativo de los mexica era muy eficiente y casi podríamos decir que menos de 36 horas de haber llegado a las costas mexicanas Moctezuma ya sabía de la presencia de los españoles en su territorio.

Para él no era sorpresa, ya en 1517 hubo una expedición de españoles a estas tierras, expedición que no llegó a penetrar en tierra firme y que solamente recorrió las costas, aunque sostuvo enfrentamientos con los indígenas, y en 1518 hubo otra en la que llegó a haber enfrentamientos entre indígenas y españoles, pero en la cual, los españoles tampoco llegaron a penetrar en el territorio dominado por los mexicas y en ambas expediciones vino un soldado cuyo nombre fue Bernal Díaz Del Castillo.

Moctezuma se dejó llevar por el pesimismo y la preocupación y la coincidencia en la fecha, le indicaba que era Quetzacóatl que-como lo prometió- regresaba a recobrar su reino.

Además, hubo algunos otros acontecimientos que reforzaban esas supersticiones:

1.- Una extraña columna de luz y fuego apareció en el cielo nocturno (posiblemente el paso de un cometa).

2.- Una enorme sección del templo a Hutzilopochtli fue arrasado por el fuego y mientras más agua se arrojaba para apagar el incendio, más crecían las llamas, hasta que se logra apagar.

3.- Un rayo (sin trueno previo) cayó sobre el templo de Xiuhtecuhtli.

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4.- En pleno día, cayó ‘fuego’ del cielo dividido en tres partes, originándose en el occidente y en dirección al oriente seguido de ‘gran alboroto’ como el ruido de ‘muchos cascabeles’.

5.- El agua salada del lago ‘pareció hervir’ y por el ‘gran viento’ que sopló, una gran parte de Tenochtitlán fue inundada.

6.- Durante varias noches se escuchaba la voz de una plañidera entonar un canto fúnebre a los habitantes de Tenochtitlán.

7.- Los guardias de Palacio cazaron un gran pájaro en cuyas pupilas Moctezuma vio ‘hombres desconocidos que se hacían la guerra y venían a cuestas de unos como venados”.

8.- Aparecían por todas partes, ‘gente extraña’, con un cuerpo y dos cabezas, o gente deforme y monstruosa, entraban a la ‘casa de lo negro’, salían, se presentaban ante Moctezuma y luego desaparecían.

Debe aclararse que estos eventos no se sucedieron unos a otros ni se presenciaron en un corto período, sino que ocurrieron durante un lapso de aproximadamente diez años anteriores a la llegada de Cortés a las costas mexicanas y Moctezuma como Sumo Sacerdote y hombre sumamente supersticioso los interpretaba como presagios funestos.

Estos eventos fueron considerados por Moctezuma como ‘presagios’ de la llegada de Quetzalcóatl y al saber de la llegada de los españoles en lo único que pensaba era ‘aplacar la ira del dios’, jamás consideró combatirle.

Después de ‘consultarlo con los dioses’ Moctezuma envió a cinco nobles de su corte y varios embajadores con regalos y detalladas instrucciones a encontrarse con Quetzalcoatl.

Temeroso envió junto con ricos presentes tres atavíos: uno asociado a Tezcatlipoca, otro a Tláloc y el tercero a Quetzalcóatl ya que consideraba que si los dioses aceptaban los atavíos quedaría probado que eran propios pues nadie osaría dejarse adornar de tal forma sin estar autorizado por la deidad o sin ser ella misma.

Por una de esas coincidencias del destino Hernán Cortés se mostró complacido cuando le presentaron el atavío de Quetzalcóatl.

Sabedor de este acontecimiento Moctezuma se aterrorizó, convencido que Quetzalcóatl había regresado a recobrar su trono y su reino.

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Convencido de que Cortés era Quetzalcóatl, Moctezuma acepta reunirse con él y tal encuentro tiene lugar el 8 de noviembre de 1519.

Veamos estos acontecimientos en un orden cronológico pues nuestras malas costumbres del Siglo XXI nos hacen concebir las cosas como si estuvieran en una película y no en tiempo real.

La expedición de Hernán Cortés llega a las costas de Yucatán el 18 de abril y a lo que hoy es Veracruz el 21 de abril (Jueves Santo); desembarcan al día siguiente en las playas arenosas conocidas como Chalchihuecan en donde un poco más tarde reciben a los primeros enviados de Moctezuma.

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Como se puede apreciar en el mapa inserto anteriormente antes de asentarse en Chalchihuecan o Chalchiuheyecan la expedición había bordeado la costa bajo la dirección del piloto Juan De Alaminos (quien previamente la había recorrido en las dos expediciones anteriores, con Francisco Hernández de Córdoba y con Juan de Grijalva) y es por eso que cuando llegan a los arenales de Chalchihuecan los enviados de Moctezuma ya los estaban esperando.

Bernal Díaz Del Castillo como soldado estuvo en ambas expediciones y posteriormente se unió a la tercera expedición enviada por el Gobernador de la Isla de Cuba, Diego Velázquez De Cuellar, quien confió el mando de esta a Hernán Cortés.

El mismo Bernal Díaz Del Castillo hace relato en su inmortal “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España” de cómo al término de la segunda expedición, y en vista de las riquezas que Juan de Grijalva y su gente describieron decide enviar una tercera expedición mucho más numerosa y como desde el inicio hubo intrigas y conspiraciones para que se nombrara como Capitán a varios españoles, lo que relataremos un poco más adelante.

Los nombres de Vasco Porcallo, Agustín Bermúdez, Antonio Velázquez

Borrego, Bernardino Velázquez y el mismo Juan De Grijalva sonaban para presidir esta tercera expedición.

El en Capítulo XIX, Bernal nos informa como dos ‘principales’ cuyos nombres eran Andrés De Duero y Amador De Lares ‘recomiendan’ que el mando de esta

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expedición se le otorgue a un hidalgo extremeño, natural de Medellín, de nombre Hernán Cortés.

La armada o expedición comandada por Hernán Cortés consistía de 11 naves, con 518 infantes, 16 jinetes, 13 arcabuceros, 32 ballesteros, 110 marineros y unos 200 indios y negros como auxiliares de tropa.

Llevaban 32 caballos, 12 perros, 10 cañones de bronce y 4 falconetes.

Como Capitanes iban Alonso Hernández de Portocarrero, Alonso Dávila, Diego de Ordáz, Francisco de Montejo, Francisco de Morla, Francisco de Saucedo, Juan de Escalante, Juan Velázquez de León, Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado.

Por piloto principal estaba Antón de Alaminos con experiencia en las dos expediciones anteriores.

El primer contacto con los habitantes indígenas lo tienen en la Isla de Cozumel, importante centro naviero, religioso y comercial maya que formaba parte del cacicazgo de Ecab.

Cabe señalar que contrario a lo mencionado con Colón, Hernán Cortés llevaba como intérprete y traductor a un joven de origen maya al que le apodaban Merchorejo (que ya había venido con Juan de Grijalva).

La expedición continuó bordeando la costa, desembarcando brevemente en cinco ocasiones hasta llegar a la desembocadura del río Grijalva, antes río Taabscoob, en las cercanías de Putunchan en el sitio conocido como Centla donde el 15 de Marzo de 1519 se produce la primera batalla entre este grupo de españoles e indígenas y en la que a su triunfo, Hernán Cortés recibe los primeros obsequios: víveres, algunas joyas, tejidos y veinte esclavas.

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Una de ellas, es Mallinalli Tenépaltl quien después será bautizada como Doña Marina (la mal denominada Malinche).

Al llegar los españoles a las arenas de Chalchihuecan, los emisarios de Moctezuma le presentan los obsequios y atavíos descritos anteriormente y es cuando surge a la posteridad la figura de Doña Marina (quien conversaba en nahuatl con algunas indígenas que acompañaban a los emisarios).

A partir de ese momento, junto con Gerónimo De Aguilar, Doña Marina se convierte en intérprete de Cortés.

Hace pocos días, nos encontrábamos caminando sobre el malecón en el Puerto de Veracruz y un grupo de jóvenes mencionaba “lo interesante de caminar sobre donde los conquistadores caminaron antes de ir a Tenochtitlán”.

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Entiendo o creo entender el sentido que se le quiso dar al comentario, lástima que la juventud actual conozca tan poco de la historia de su Patria.

Veracruz ha sufrido, cuatro ‘relocalizaciones’ desde ese histórico 10 de Julio, en que se hizo un asentamiento de chozas de palma.

Actualmente no podemos ver ni las ruinas del sitio en donde Hernán Cortés funda la Villa Rica de la Vera Cruz y establece el primer Ayuntamiento de América, los arenales de Chalchihuecán.

Un poco más alejado del sitio original está la ensenada de Quiahuixtlán en donde el propio Hernán Cortés ordenó la construcción con piedra de un asentamiento amurallado y fortificado, lo que constituyó la segunda relocalización aunque quizá sea más propio pensar en ella como un traslado de emplazamiento.

En este sitio y mientras se realizaban las construcciones Cortés (y sus Capitanes) son enterados por medio de sus intérpretes, del mito referente a Quetzalcóatl, conocen de primera mano las riquezas de Tenochtitlán y el resentimiento y odio que se le tiene a los mexicas.

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Al mismo tiempo, tanto él como los demás conquistadores quedan deslumbrados al poder apreciar con calma y sin presiones la riqueza de los obsequios recibidos por encargo de Moctezuma y a Cortés no se le escapan los comentarios (maliciosos o verdaderos) referentes a que Diego Velázquez pretendía quedarse con todo lo obtenido.

Y en esos días, en esas consideraciones Cortés y sus Capitanes conciben el proyecto de ir hasta Tenochtitlán a pesar de que muchos españoles querían regresar, satisfechos con el ‘botín’ que se les había repartido.

Llevado por una curiosidad insaciable, fuimos a los antiguos arenales en donde con tristeza vimos como no queda nada de lo que en esa época hubo, por lo que nos dirigimos a otro lugar cercano, conocido como La Antigua (que suponemos se refiere a la Antigua Villa Rica) en donde, considerando que Chalchihuecan no era puerto adecuado para ‘fondear’, la Villa Rica es movida por tercera vez, estando localizada en las orillas del río Huitzilapan (bautizado como Río Canoas por los primeros españoles).

Ahí, con un orgullo infantil e inentendible nos dirigieron a una esquina en donde se aprecian las ruinas de una muy añeja edificación y a la que los lugareños identifican como la que –dicen- fue casa de Hernán Cortés.

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No entiendo como es que ‘la conservan’ o para qué; el estado de descuido no es actual, es de siglos, que han transcurrido sin que nadie se haya ocupado jamás de impedir el crecimiento de árboles y el deterioro general de la construcción.

Un furioso huracán, acaecido en 1522 dejó esta población en ruinas y no fue sino hasta 1599 en que el Virrey Don Gaspar De Zúñiga y Acevedo ordenó el traslado a la franja de arenales frente al islote de San Juan de Ulúa, lo que proporcionaba protección y las posibilidades de anclar navíos en el nuevo muelle.

Como dice Bernal en su crónica: “dejemos eso y veamos ahora” lo que ocurre con los emisarios de Moctezuma.

Cortés, muy al contrario a lo que nos han presentado los historiadores ‘oficiales’ era un hombre precavido, astuto, muy poco dado a dejarse llevar por sus impulsos.

Ordena bajar parte del armamento encargando al artillero ‘que se decía Mesa’ asentar ‘los tiros y arsenales’ como mejor le pareciera, manda se haga un altar, celebran la Misa de Viernes Santo (22 de Abril de 1519).

Aproximadamente 300 soldados acarreaban madera y ramas para construir rudimentarias chozas para asiento de Cortés y de sus Capitanes, para resguardar los caballos y para ellos mismos, mientras los demás españoles, armados y vigilantes hacen guardias y se alternan en las labores de construcción con sus compañeros, y como nos relata Bernal Díaz “así se pasó aquel Viernes Santo”.

“ Y otro día, sábado, víspera de la Pascua de la Santa Resurrección, vinieron muchos indios que envió un principal que era Gobernador de Montezuma, que se decía Pitalpitoque, que después le llamamos Obandillo, y trajeron hachas y adobaron las chozas del Capitán Cortés y los ranchos que más cerca hallaron, y les pusieron mantas

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grandes encima por morir del sol, que era Cuaresma y hacía muy gran calor, y trajeron gallinas y pan de maíz, y ciruelas, que era tiempo de ellas, y paréceme que entonces trajeron unas joyas de oro, y todo lo presentaron ante Cortés y dijeron que otro día habría de venir un gobernador a traer más bastimento. Cortés se lo agradeció mucho, y les mandó dar ciertas cosas de rescate, con que fueron muy contentos”.

“Y otro día, Pascua Santa de Resurrección, vino el gobernador que habían dicho que se decía Tendile (Tentlitl), y trajo con el a Pitalpitoque (Cuitlalpitoc) que también era persona entre ellos principal, y traían detrás de sí muchos indios con presentes y gallinas y otras legumbres; y a estos que lo traían mandó Tendile que se apartasen un poco a un cabo, y con mucha humildad hizo tres reverencias a Cortés a su usanza, y después a todos los soldados que más cerca nos hallamos. Y Cortés les dijo con las lenguas que fuesen bienvenidos, y les abrazó y les dijo que esperasen, y que luego les hablaría. Y entre tanto mandó hacer un altar,

lo mejor que en aquel tiempo se pudo hacer, y dijo Misa cantada Fray Bartolomé De Olmedo, que era gran cantor, y la beneficiaba el padre Juan Diaz, y estuvieron a la misa los dos gobernadores y otros principales de los que traían en su compañía, y oído misa comió Cortés y ciertos capitanes y los dos indios criados del gran Montezuma, y alzadas las mesas, se apartaron Cortés con las dos lenguas y con aquellos caciques , y les dijo cómo éramos cristianos y vasallos del mayor señor que hay en el mundo, que se dice el emperador Don Carlos, y que tiene por vasallos y criados a muchos grandes señores, y que por su mandato venimos a estas tierras, porque ha muchos años que tiene noticias de ellos y del gran señor que les manda, y que le quieren tener por amigo y decirle muchas cosas en su real nombre; y después que las sepa y haya entendido se holgará; y también para contratar con él y sus indios y vasallos de buena amistad; y que quería saber dónde manda su merced que se vean”.

“Y el Tendile respondió algo soberbio, y dijo: “aún ahora has llegado y ya le quieres hablar; recibe ahora este presente que te damos en nombre de nuestro señor; y después me dirás lo que cumpliere”. “Y luego sacó de una petaca, que es como caja muchas piezas de oro y y de buenas labores y ricas, y mandó traer diez cargas de ropa blanca de algodón y de pluma, cosas muy de ver, y otras cosas que ya no me acuerdo, y mucha comida, que eran gallinas, fruta y pescado asado”. Cortés lo recibió riendo y con buena gracia, y les dio cuentas torcidas y otras cuentezuelas de las de Castilla, y les rogó que mandasen a sus pueblos que viniesen a contratar

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con nosotros, porque el traía muchas cuentas a trocar por oro; y le dijeron que así lo mandarían”.

Acto seguido, Cortés “mandó traer una silla ‘de caderas’ con entalladura de taracea

y unas piedras margaritas que tienen dentro de sí muchas labores y envueltas en unos algodones que tenían almizcle porque oliesen bien, y un sartal de diamantes torcidos, y una gorra carmesí con una medalla de oro de San Jorge como que estaba a caballo con su lanza, que mata a un dragón, dijo a Tendile que luego enviase aquella silla en que se asiente el señor Montezuma, para cuando le vaya a ver y hablar, y que aquella gorra que la ponga en la cabeza, y que aquella piedra y todo lo demás le manda dar el rey nuestro señor en señal de amistad, y que mande señalar para que día y en que parte quiere que le vaya a ver”. “Y el Tendile lo recibió y dijo que su señor Montezuma es tan gran señor que holgara de conocer a nuestro gran rey, y que le llevará presto aquel presente y traerá respuesta”.

“Y parece ser Tendile traía consigo grandes pintores, que los hay tales en Méjico y mando pintar al natural la cara y rostro y cuerpo y facciones de Cortés y de todos los capitanes y soldados, y navíos y velas, y caballos, y a Doña Marina y Aguilar, y hasta dos lebreles, y tiros y pelotas, y todo el ejército que traíamos, y lo llevó a su señor”.

“Y luego mandó Cortés a los artilleros que tuviesen muy bien cebadas las lombardas, con buen golpe de pólvora, para que hiciesen gran

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trueno cuando las soltasen”. “Y mandó a Pedro De Alvarado que él y todos los de a caballo se aparejasen para que aquellos criados de Montezuma les vieran correr, y que llevasen pretales de cascabeles, y también Cortés cabalgó y dijo: “Si en estos médanos de arena pudiéramos correr bueno fuera; más ya verán que a pie atollamos en el arena; salgamos a la playa después que sea menguante y correremos de dos en dos”.

“Y al Pedro De Alvarado que era su yegua alazana de gran carrera y revuelta, le dio el cargo de todos los de a caballo; todo lo cual se hizo delante de aquellos embajadores, y para que viesen salir los tiros hizo Cortés que los quería tornar a hablar con otros muchos principales, y ponen fuego a las lombardas.”. “Y en aquella sazón hacía calma y van las piedras por los montes retumbando con gran ruido, y los gobernadores y todos los indios se espantaron de cosas tan nuevas para ellos, y todo lo mandaron pintar para que su señor Montezuma lo viese”.

“Y parece ser que un soldado tenía un casco medio dorado, y aunque mohoso; y vio el Tendile, que era más entremetido indio que el otro, y dijo que le quería ver, que parecía a uno que ellos tenían que les habían dejado sus antepasados y linaje de donde venían, lo cual tenían puesto a sus dioses Huychilobos y que su señor Montezuma se holgaría de verlo”. “Y luego se lo dieron, y les dijo Cortés que porque querían saber si el oro de esta tierra es como el que sacan en la nuestra de los ríos, que le envíen aquel casco lleno de granos de oro para enviarlo a nuestro gran emperador”.

Como es fácil de entender, el futuro se presentaba promisorio y como ya he comentado anteriormente los regalos recibidos habían dado por resultado que algunos de los españoles se sintieran satisfechos con su parte y quisieran regresar, mas quiso el destino (y Moctezuma) que así no sucediera.

Tan pronto llegó Tendile a Tenochtitlán, habló con Moctezuma, mostró los dibujos y entregó los presentes que Cortés le enviaba, inexplicablemente, y sin que se sepa si lo consulta o no con sus allegados, con el Consejo de Ancianos y demás jefes militares y sacerdotes, toma la equivocada decisión de enviar más regalos, más oro, y plata, ropas, plumajes y demás objetos valiosos con el propósito de persuadir a Quetzalcóatl de no ir a Tenochtitlán y de que se regresara por donde había venido.

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Solo Dios sabe que estaba pensando pues si estaba tan convencido de que Cortés era Quetzalcóatl y que su regreso estaba establecido en la profecía o leyenda correspondiente, no se iba a devolver de donde había venido porque se le enviaran regalos, sin haber recobrado ‘su reino’, y si por el contrario, no era Quetzalcóatl y Cortés, quien fuese, le enviaba la solicitud de más riquezas e inclusive mandaba un casco para que se llenara de granos de oro, lo menos que debía hacer era no cumplir los deseos de ‘los hombres blancos y barbados’ aún y cuando la percepción que se tenía acerca del valor del oro era diferente.

Quizá fuera más apreciado para los mexica el cacao y otros objetos, pero el valor del oro no les era desconocido pues lo usaban como ‘adorno’ y complemento de joyería, máscaras, pendientes, collares y otros objetos y lo exigían como tributo a otros pueblos.

En este aspecto, su idea del valor del oro era muy diferente a la idea europea y/o española, pero de cualquiera de las maneras, la actitud de Moctezuma en esta etapa previa a la Conquista es muy lamentable, rebosante de miedo y supersticiones.

Bernal Díaz Del Castillo en su incomparable “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España con su estilo agradable, de fácil lectura y comprensión, nos platica en el capítulo XXXIX como fue que Tendile y su comisión regresan a Tenochtitlán a hablar con Moctezuma, comentar los resultados de su cometido, sus impresiones sobre los recién llegados y entregarle los presentes y recados que le enviaba Quetzalcóatl (Cortés):

“Y en aquella sazón vinieron muchos indios de los pueblos por Mi nombrados, donde eran gobernadores aquellos criados del gran Montezuma, y trían algunos de ellos oro y joyas de poco valor y gallinas a trocar por nuestros rescates, que eran cuentas verdes y diamantes y otras joyas, y con aquello nos sustentábamos, porque comúnmente todos los soldados traíamos rescate, como teníamos aviso cuando lo de Grijalva que era bueno traer cuentas”.

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“Y estando en eso se pasaron seis o siete días”. “Y entando en esto vino Tendile una mañana con más de cien indios cargados; y venía con ellos un gran cacique mexicano, y en el rostro y facciones y cuerpo se parecía al capitán Cortés, y adrede le envió el gran Montezuma. Porque según dijeron, que cuando a Cortés lo llevó Tendile dibujado su misma figura, todos los principales que estaban con Montezuma que un principal que se decía Quintalbor se le parecía a lo propio a Cortés, que así se llamaba ese gran cacique que venía con Tendile, y como parecía a Cortés así le llamábamos en el real”.

“Que en llegando donde nuestro capitán estaba, besó la tierra, y con braceros que traían de barro, y en ellos de su incienso, le sahumaron, y a todos los demás soldados que allí cerca nos hallamos. Y Cortés les mostró mucho amor, y asentó los así”.

“Y aquel principal que venía con aquel presente traía cargo de hablar juntamente con el Tendile; ya he dicho que se decía Quintalbor”.

“Y después de haber dado el parabién venido a aquella tierra y otras muchas pláticas que pasaron, mandó sacar el presente que traían, y encima de unas esteras que llaman petates, y tendidas otras mantas de algodón encima de ellas, y lo primero que dio fue una rueda de hechura de sol de oro muy fino, que sería tamaña como una rueda de carreta, con muchas maneras de pinturas, gran obra de mirar, que valía, a lo que después dijeron, que la habían pesado, sobre diez mil pesos, y otra mayor rueda de plata, figurada la luna, y con muchos resplandores y otras figuras en ella, y esta era de gran peso, que valía mucho;”

El propio Hernán Cortés, en su primera Carta de Relación (a la que nos referiremos posteriormente) envía al Emperador Don Carlos, estos objetos y los describe de la siguiente manera:

….”Primeramente una rueda de oro grande con una figura de monstruos en ella, y labrada toda de follajes, la cuál pesó tres mil ochocientos pesos de oro. Y en esta rueda, porque era la mejor pieza que acá se ha habido y de mejor oro, se tomó el quinto para sus altezas, que fue de dos mil castellanos que le pertenecía a su quinto y derecho real, según la capitulación que trajo el capitán Hernán Cortés de los padres jerónimos que residen en la isla Española y en las otras, y los mil ochocientos pesos restantes, a todo lo demás que tiene a cumplimiento de los mil y doscientos pesos, el Concejo de esta Villa hace

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servicio de ellos a sus altezas con todo lo demás que aquí en esta memoria va, que era y pertenecía a los de dicha villa”…….

……”Otrosí: una rueda de plata grande, que pesó cuarenta y ocho marcos de plata, y más en unos brazaletes y unas hojas batidas, un marco y cinco onzas y cuatro adarmes de plata, y una rodela grande y otra pequeña de plata, que pesaron seis marcos y dos onzas, y otra rodela que parece asimismo de plata, que peso un marco y siete onzas, que son por todas sesenta y dos marcos de plata”……..

Bernal Díaz nos continúa diciendo acerca de los otros obsequios que Tendile y Quintalbor entregaron en esa ocasión:

“Aquel oro del casco tuvimos en más por saber cierto que había buenas minas, que si trajeran veinte mil pesos”. “Mas trajo veinte ánades de oro, muy prima labor y muy al natural, y unos como perros de los que entre ellos tienen y muchas piezas de oro de tigres y leones y monos; y diez collares hechos de una hechura muy prima, y otros pinjantes; y doce flechas y un arco con su cuerda, y dos varas como de justicia, de largor de cinco palmos; y todo esto que he dicho de oro muy fino y de obra vaciadizo.” “Y luego mandó traer penachos de oro y de ricas plumas verdes y otros de plata y aventadores de lo mismo; pues venados de oro, sacados de vaciadizo, y fueron tantas cosas como ha ya tantos años que pasó, no me acuerdo de todo.”

“Y luego mandó traer allí sobre treinta cargas de ropas de algodón, tan prima y de muchos géneros de labores, y de pluma de muchos colores, que por ser tantas no quiero meter más la pluma porque no lo sabré escribir”.

“Y después que lo hubo dado, dijo aquel gran cacique Quintalbor, y el Tendile, a Cortés, que reciba aquello con la gran voluntad que su señor se la envía, y la reparta con los Teules y hombres que consigo trae”. “Y Cortés con alegría lo recibió”.

“Y dijeron a Cortés aquellos embajadores que le querían hablar de lo que su señor les envía a decir, y lo primero que le dijeron, que se había holgado que hombres tan esforzados vengan a su tierra, como le han dicho que somos, porque sabía lo de Tabasco, y que deseará mucho ver a nuestro gran emperador, pues tan gran señor es, pues de tan lejanas tierras como venimos tiene noticias de él, y que le enviará un presente de piedras ricas, y que entretanto que allí en aquel puerto estuviéremos, si en algo nos puede servir que lo hará de buena voluntad; y cuanto a las visitas, que no curasen de ellas, que no había para qué, poniendo muchos inconvenientes”.

Como podemos darnos cuenta, Moctezuma sigue enviando regalos y negándose a recibir a Cortés, con patéticos y débiles pretextos, lo que era un reflejo de la angustia en que vivía.

Esta actitud manifiesta los temores de Moctezuma las supersticiones que dominaban su espíritu y su gran cambio de actitud.

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Moctezuma Xocoyotzin (en su juventud) fue un buen guerrero, siempre dispuesto a la lucha, a obtener ganancias pero sobre todo, ambicioso de poder.

Una vez elegido gobernante, cometió el ‘pecado político y social’ de incrementar los tributos y acrecentar el número de recolectores y frecuencia de las recolecciones de los tributos impuestos a los pueblos sojuzgados.

Según las mismas crónicas indígenas, el día de su elección, prometió la captura de 1,000 hombres para llevarlos a sacrificar ante Huitzilopoztli, y no solamente logró el triunfo en Nopalla e Icpactepec (territorio otomí) sino que regresó con enorme botín y 5,000 prisioneros.

Orgulloso con su victoria, y sabedor que había otros pueblos que no habían sido ‘sometidos’ por los aztecas, anunció grandes campañas en contra de las tribus de Tlaxcala, Huejotzingo y Mextitlán lo que constituía una flagrante violación del Tratado que existía con los tlaxcaltecas y huejotzingas.

Como no pudo lograr esos propósitos, los ‘rodeó’, encerrados en un circulo agobiante con el propósito de que no pudieran comerciar.

Con ojos de Siglo XXI, podemos decir que Moctezuma se convirtió en un gobernante autócrata para el que no había ‘medias tintas’, o se estaba con él, o se estaba en contra, era un hombre ‘sañudo, muy temperamental, sumamente iracundo’.

Los que se atrevían a contradecirle, eran inmediatamente sacrificados a Hutizilopotzli y ‘sus carnes’ comidas por el propio Moctezuma.

Según las reformas de Tlacaélel los ‘plebeyos’ podían llegar a obtener cargos públicos por mérito, y no solamente por herencia; todo ‘plebeyo’ que ostentara un cargo público, fue removido de su cargo por Moctezuma.

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Los ceremoniales se hicieron cada vez más fastuosos, la ‘etiqueta cortesana’ más estricta, y cada día ‘más exclusiva’, organizada de tal manera que Moctezuma ‘exigía’ y recibía constantes e incesantes muestras de pleitesía.

Moctezuma se volvió soberbio y orgulloso, mostrando y demostrando un profundo desprecio para cualquiera que no fuera ‘noble’; en pocas palabras, ‘el incienso del que se rodeó y en el que vivía le penetró el cerebro’.

Poco a poco se fue convirtiendo en un hombre ‘profundamente religioso’, lo que, en su caso, debe entenderse como un hombre fanático de los sacrificios humanos y considerando las labores militares como ‘inferiores’.

Y en ese estado de ánimo y con esa actitud orgullosa y prepotente, se entera de la llegada de los españoles y de su deseo de ‘visitarle’.

No duda en interpretar el hecho como el cumplimiento de la profecía del retorno de Quetzalcóatl, y ante el temor que le inspira la posibilidad de ser ‘derrocado’ se sume en la desesperación y la duda.

Con esa actitud pusilánime se auto convence que con regalos va a lograr que Quetzalcóatl regrese al lugar de donde vino.

Y sin darse cuenta está proporcionando a los españoles un muy poderoso acicate: el oro que liberalmente les envía.

De acuerdo a cualquier criterio, de esta o esa cualquiera otra época, la ambición por el oro y la codicia por las riquezas son características humanas y deben tomarse en cuenta para ‘poner en perspectiva’ las motivaciones españolas y las de Cortés ante lo que estaban viviendo y con ese criterio resulta incomprensible la actitud medrosa de Moctezuma.

El mismo Bernal Díaz en su introducción y relato de las expediciones anteriores a las costas mexicanas, que en aquel entonces se suponía eran islas, indica como y para que se programaban esos viajes de exploración.

Palpable sin lugar a dudas era que en Cuba se tenía la percepción de que en esos territorios inexplorados había grandes riquezas, por lo que uno de los motivos de la tercera expedición tenía el objetivo manifiesto de ‘rescatar’ entendiéndose por ese término el intercambio de bienes españoles por oro indígena y por esa misma razón, como lo vimos anteriormente Bernal nos dice: ……”porque comúnmente todos los soldados traíamos rescate, como teníamos aviso cuando lo de Grijalva que era bueno traer cuentas”.

Por lo mismo, a unos cuantos días de haber llegado a Méjico, con los obsequios recibidos de Moctezuma y lo que los soldados en forma particular habían ‘rescatado’, muchos soldados consideraban que tenían lo suficiente y querían regresar a Cuba.

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Vale la pena insistir en que no hay ‘despojo’ o ‘robo’; los españoles no forzaban a los indígenas a entregar su oro, éstos lo intercambiaban, en trueque simple por los objetos desconocidos para ellos que los españoles traían cuentas, espejitos, y demás objetos que para ellos (y nosotros) no tenían valor equitativo con las piezas de oro que recibían.

Quizá, con un criterio actual, podríamos afirmar que hubo ‘engaño’ que hubo ‘aprovechamiento’, pero los indígenas –obviamente- no lo consideraban así, pues seguían trayendo objetos para intercambiar, lo que representa que fuera de las consideraciones de valor monetario o pecuniario, los indios mexicanos ‘tenían interés’ por los objetos que los españoles intercambiaban.

Bernal Díaz Del Castillo al referirse a si mismo en las páginas iniciales de su obra “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España” nos relata:

“Porque yo soy el que vine desde la Isla de Cuba de los primeros, en compañía de un capitán que se decía Francisco Hernández De Córdoba; trajimos de aquel viaje ciento y diez soldados; descubrimos Yucatán y nos mataron en la primera tierra que saltamos, que se dice Punta de Catoche, y en un pueblo más adelante que se llama Champotón, más de la mitad de nuestros compañeros, y el capitán salió con diez flechazos y todos los más soldados a dos y a tres heridas”. “Y viéndonos de aquel arte, hubimos de volver con mucho trabajo a la Isla de Cuba, a donde habíamos salido con la armada. Y el capitán murió luego en llegando a tierra, por manera que de los ciento y diez soldados que veníamos quedaron muertos los cincuenta y siete”.

“Después de estas guerras volví segunda vez, desde la misma Isla de Cuba con otro capitán que se decía Juan De Grijalva; y tuvimos otros grandes reencuentros de guerra con los mismos indios de Champotón, y en estas segundas batallas nos mataron muchos soldados; y desde aquel pueblo fuimos descubriendo la costa adelante hasta llegar a la Nueva España, y pasamos hasta la provincia de Pánuco”.

“Y otra vez hubimos de volver a la Isla de Cuba muy destrozados y trabajosos, así de hambre como de sed”……….”Y volviendo a mi cuento, vine la tercera vez con el venturoso y esforzado capitán Don Hernando Cortés, que después, el tiempo andando, fue Marqués del Valle y tuvo otros dictados”.

“Digo que ningún capitán ni soldado pasó a esta Nueva España tres veces arreo, una tras otra como yo; por manera que soy el más antiguo descubridor y conquistador que ha habido ni hay en la Nueva España, puesto que muchos soldados pasaron dos veces a descubrir, la una con Juan De Grijalva, ya por mi memorado, y otra con el valeroso Hernando Cortés; mas no todas tres veces arreo, porque si vino con Francisco Hernández De Córdoba, no vino la segunda con Grijalva, ni la tercera con el esforzado Cortés.”.

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2Antecedentes de la tercera expedición

En el Capítulo XIV Bernal nos platica con claridad como es que con la segunda expedición al mando de Juan de Grijalva, llegan a los arenales y a la isleta que hoy se denomina San Juan de Ulúa y como se envía a Pedro De Alvarado a solicitar al Gobernador Diego Velázquez que enviase socorro pues para entonces trece soldados habían muerto, y otros cuatro ‘estaban dolientes’ y no éramos suficientes ‘para poblar’.

“Desembarcamos en unos arenales, hicimos chozas encima de los más altos médanos de arena, que los hay por allí grandes, por causa de los mosquitos, que había muchos”. “Y con los bateles sondaron muy bien el puerto y hallaron que con el abrigo de aquella isleta estarían seguros los navíos del norte y había buen fondo”. “Y hecho esto fuimos a la isleta con el general treinta soldados bien apercibidos en dos bateles; y hallamos una casa de adoratorios, en donde estaba un ídolo muy grande y feo, el cual le llamaban Tezcatepuca, y acompañándole cuatro indios con mantas prietas muy largas, con capillas que quieren parecer a las que traen los dominicos o los canónigos”. “Y aquellos eran sacerdotes de aquel ídolo, que comúnmente en la Nueva España llamaban papas, como ya lo he memorado otra vez”. “Y tenían sacrificados aquel día dos muchachos,

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y abiertos por los pechos, y los corazones y sangre ofrecidos aquel maldito ídolo”.

“Y aquellos sacerdotes nos venía a sahumar con lo que sahumaron a aquel su Tezcatepuca, porque en aquella sazón que llegamos le estaban sahumando con uno que huele a incienso, y no consentimos que tal sahumerio nos diesen; antes tuvimos muy gran lástima de ver muertos aquellos dos muchachos”.

”Y el general preguntó al indio Francisco, por mi memorado y que trajimos del Río de Banderas, que parecía algo entendido, por qué hacían aquello; y esto se lo decía medio por señas, porque entonces no teníamos lengua ninguna, como ya otra vez he dicho porque Julianillo y Melchorejo, no entendían la mexicana”.

“Y respondió el indio Francisco que los de Culúa los mandaban sacrificar; y como era torpe de lengua decía Ulúa, Ulúa, y como nuestro capitán estaba presente y se llamaba Juan, y era por San Juan de Junio, pusimos por nombre a esa isleta San Juan de Ulúa”.

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“Y ese puerto es ahora muy nombrado y están hechos en él grandes mamparos para que estén seguros los navíos para mor del norte, y allí vienen a desembarcar las mercaderías de Castilla para Nueva España”.

…….”Que como estábamos en esos arenales vinieron indios de pueblos comarcanos a trocar su oro de joyas a nuestros rescates; mas era tan poco lo que traían y de poca valía que no hacíamos cuenta de ello”.

“Y estuvimos siete días de la manera que he dicho, y con los muchos mosquitos que había no nos podíamos valer, y, viendo que el tiempo se nos pasaba en balde, y teniendo ya por cierto que aquellas tierras no eran islas, sino tierra firme, y que había grandes pueblos y mucha multitud de indios, y el pan cazabe que traíamos muy mohoso y sucio de fátulas, y amargaba, y los soldados que allí veníamos no éramos bastantes para poblar, cuanto más que ya faltaban trece soldados que se habían muerto de las heridas, y estaban otros cuatro dolientes, y viendo todo esto por mi ya dicho, fue acordado que lo enviásemos a saber a Diego Velázquez, para que nos enviase socorro, porque Juan De Grijalva muy gran voluntad tenía de poblar con aquellos pocos soldados que con él estábamos, y siempre mostró ánimo de muy valeroso y esforzado capitán, y no como lo escribe el cronista Gomara”.

“Pues para hacer aquella embajada acordamos que fuese el capitán Pedro De Alvarado con un navío muy bueno que se decía San Sebastian, y así fue acordado por dos cosas: lo uno porque Juan De Grijalva ni los demás capitanes estaban bien con él, por la entrada que hizo con su navío en el río de Papalote, que entonces le pusimos por nombre Río de Alvarado, y lo otro, porque había venido a aquel viaje de mala gana y medio doliente ; y los capitanes escribieron a Diego Velázquez cada uno lo que les pareció”. “Y luego se hizo a la vela”…..

En su interesantísimo relato Bernal Díaz hace una pausa y considera en el Capítulo XV lo que ocurre en Cuba y la decisión que toma Diego Velazquez mientras la expedición continua recorriendo la costa.

Nosotros haremos lo mismo y consideraremos ahora lo que ocurre con Diego Velázquez a la luz de lo que nos platica Bernal:

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“Después que salimos con la armada”….”siempre Diego Velázquez estaba pensativo no hubiese acaecido algún desastre, y deseaba saber de nosotros, y a esta causa envió un navío pequeño en nuestra busca y con ciertos soldados, y por capitán de ellos a un Cristóbal De Olid, persona de valía y muy esforzado”……

…..“ Y Cristóbal de Olid, yendo su viaje en nuestra busca y estando

surto cerca de tierra, en lo de Yucatán, le dio un recio temporal, y por no anegarse sobre las amarras, el piloto que traía mandó cortar los cables y perdió las anclas, y se volvió a Santiago de Cuba, donde estaba Diego Velázquez”. “Y desde que vio que no tenía nuevas de nosotros, si pensativo estaba antes que enviase a Cristóbal de Olid, muy mal lo estuvo después que lo vio volver sin recaudo”.

“Y en esta sazón llegó el capitán Pedro De Alvarado a Cuba con el oro, y ropa y dolientes y con entera relación de lo que habíamos descubierto”.

“Y desde que el gobernador vio el oro que llevaba el capitán Pedro De Alvarado que estaba en joyas y parecía más de lo que era, y estaban con Diego Velásquez acompañándoles muchos vecinos de la villa y de otras partes, que venían a negocios, y después que los oficiales del rey tomaron el Quinto Real {20 %} de lo que venía a Su Majestad, estaban todos espantados de cuan ricas tierras habíamos descubierto, porque el Perú no se descubrió de ahí a veinte años, y como Pedro De Alvarado se lo sabía muy bien platicar, dizque no hacía Diego Velázquez sino abrazarle, y en ocho días tener gran regocijo y jugar cañas”.

“Y si mucha fama tenían antes de ricas tierras, ahora, con este oro, se sublimó mucho más en todas las islas, y en Castilla, como adelante diré”…

Diego Velázquez, esconde en su regocijo y juego de cañas su gran preocupación, pues tiene gran temor que ‘alguien’ “haga relación de ello a Su Majestad que algún caballero privado en la corte le hurtaría la bendición y la pediría a Su Majestad”.

Con este temor en mente, envía un capellán, de nombre Benito Marín, reputado como ‘hombre de negocios’ a Castilla con probanzas, muestras de oro y cartas para Don Juan Rodríguez de Fonseca, Obispo de Burgos, Arzobispo de Rosano y persona de todas las confianzas de Felipe II, para el licenciado Luis Zapata y el secretario del Rey Lope De Conchillos.

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Con estas personas, Diego Velázquez tenía excelentes relaciones y eran quienes habían intervenido a su favor cuando le otorgaron ‘pueblos de indios’ en la Isla de Cuba y a quienes, según se decía, enviaba valiosos presentes y algunas remesas de oro con cierta regularidad.

Estos tres personajes, (Don Juan Rodríguez de Fonseca, el licenciado Zapata y Conchillos) eran las personas que hacían y deshacían “en las cosas de las Indias”, mientras Su Majestad residía en Flandes muy alejado de todo lo que ocurría con los territorios puestos bajo su dominio por Cristóbal Colón y los subsiguientes exploradores y descubridores.

Bernal nos describe en el Capítulo XVII: …..” Y aún les envió a aquellos caballeros por mi memorados joyas de oro, de las que habíamos rescatado, y no se hacía otra cosa en el Real Consejo de Indias sino lo que aquellos señores mandaban; y lo que le enviaba a negociar Velázquez era que le diesen licencia para rescatar y conquistar y poblar, en todo lo que había descubierto, y en lo que más descubriese, y decía en sus relaciones y cartas que había gastado muchos miles de pesos de oro en el descubrimiento”.

“Y el Benito Marín que envió fue a Castilla y negoció todo lo que pidió, y aún más, cumplidamente para que Diego Velázquez fuese adelantado de Cuba. Pues ya negociado lo aquí por mi ya dicho, no vinieron tan presto los despachos que no saliese el valeroso Cortés con otra armada.

Este párrafo nos indica que Diego Velazquez ya estaba planeando la tercera expedición y que el mando de la misma sería entregado a Hernán Cortés, tal y como nos lo explica Bernal Díaz en el Capítulo XIX:

“Después que llegó a Cuba el capitán Juan de Grijalva, ya por mi memorado, y visto el gobernador Diego Velázquez que eran las tierras ricas, ordenó de enviar una buena armada, muy mayor que las de antes; y para ello tenía ya a punto diez navíos en el puerto de Santiago de Cuba, en donde Diego Velázquez residía: los cuatro de ellos eran en los que volvimos con Juan de Grijalva, porque luego les hizo dar carena, y los otros seis recogieron de toda la isla y los hizo proveer de bastimentos que eran cazabe y tocino, porque en aquella sazón no había en la Isla de Cuba ni ganado vacuno ni carneros, porque era nuevamente poblada. Y este bastimento no era más que para llegar a La Habana, porque allí habíamos de hacer todo el matalote, como hicimos”.

“Para ir aquel viaje hubo muchos debates y contrariedades, porque ciertos hidalgos decían que viniese por capitán un Vasco Porcallo, pariente del Conde de Feria, y temiose Diego Velazquez que se alzaría con la armada, porque era atrevido; otros decían que viniese un Agustín Bermúdez, o un Antonio Velázquez Borrego, o un Bernardino Velázquez, parientes del gobernador; y todos los demás soldados que allí nos hallábamos decíamos que volviese Juan De Grijalva, pues era buen capitán y no había falta en su persona y en saber mandar”.

“Andando las cosas y conciertos de esta manera que aquí he dicho, dos grandes privados de Diego Velázquez, que se decían Andrés de

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Duero, secretario del mismo gobernador, y un Amador de Lares, contador de Su Majestad, hicieron secretamente compañía con un hidalgo que se decía Hernando Cortés, natural de Medellín, que tenía indios de encomienda en aquella isla, y poco tiempo había que se había casado con una señora que se decía Catalina Suárez, la Marcaida. Esta señora fue hermana de un Juan Suárez, que después que se ganó la Nueva España fue vecino de México, y a lo que yo entendí y otras personas decían, se casó con ella por amores, y esto de este casamiento muy largo lo decían otras personas que lo vieron, y por esta causa no tocaré más esta tecla, y volveré a decir acerca de la compañía”.

“Y fue de esta manera: que se concertasen estos privados de Diego Velázquez que le hiciesen dar a Hernando Cortés la capitanía general de toda la armada, y que partirían entre todos tres la ganancia de oro y plata y joyas de la parte que le cupiese a Cortés, porque secretamente Diego Velázquez enviaba a rescatar y no a poblar, según después pareció por las instrucciones que de ello dio, y aunque publicaba y pregonaba que iba a poblar”.

“Pues hecho este concierto, tienen tales modos Duero y el Contador con Diego Velázquez y le dicen tan buenas y melosas palabras, loando mucho a Cortés, que es persona en quien cabe el cargo para ser capitán, porque además de ser muy esforzado, sabrá mandar, y ser temido, y que le será muy fiel en todo que le encomendase, así en lo de la armada como en lo demás,

y además de esto era su ahijado y fue su padrino cuando Cortés se veló con Doña Catalina Suárez; por manera que le persuadieron y convocaron a ello, y luego se eligió por capitán general, y es secretario Andrés De Duero hizo las provisiones, como suele decir el refrán, de muy buena tinta, y como Cortés las quiso, muy bastantes”.

“Ya publicada su elección, a unas personas les parecía, a otras les pesaba. Y un domingo, yendo a Misa Diego Velázquez, como era gobernador, íbanle acompañando los mas nobles vecinos que había en esa villa, y llevaba a Hernando Cortés a su lado derecho por honrarle”.

…..”Y verdaderamente fue elegido Hernando Cortés para ensalzar nuestra santa fe y servir a Su Majestad, como adelante diré. Antes de que más pase adelante, quiero decir como el valeroso y esforzado

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Hernando Cortés era hijodalgo conocido por cuatro abolengos: el primero, de los Corteses, que así se llamaba su padre Martín Cortés; el segundo por los Pizarros; el tercero, por los Monroys; el cuarto por los Altamiranos. Y puesto que fue tan valeroso y esforzado y venturoso capitán, no le nombraré de aquí adelante por ninguno de estos sobrenombres de valeroso, ni esforzado, ni Marqués del Valle, sino solamente Hernando Cortés; porque tan temido y acatado fue en tanta estima el nombre de solamente Cortés, así en todas las Indias como en España, como fue nombrado con el nombre de Alejandro en Macedonia y entre los romanos Julio Cesar y Pompeyo y Escipión, y entre los cartagineses Aníbal, y en nuestra Castilla a Gonzalo Hernández, el Gran Capitán, y el mismo valeroso Cortés se holgaba que no le pusiesen aquellos sublimados dictados, sino solamente su nombre, y así lo nombraré de aquí adelante”.

Bernal nos platica como en aquel entonces, Cortés, recién casado “estaba muy endeudado y pobre” ya que todo lo que sacaba de sus propiedades y encomienda “lo gastaba en su persona y en atavíos de su mujer”.

Unos mercaderes amigos suyos, Pedro De Jerez, Jaime y Jerónimo Tría, le prestan cuatro mil pesos de oro y otros cuatro en mercaderías y de inmediato ordena se elaboren dos estandartes y banderas labradas en oro con las armas reales y una cruz en cada lado con un letrero que decía: “Hermanos y compañeros: sigamos la señal de la Santa Cruz con fe verdadera, que con ella venceremos”.

Sin embargo, buscando y rebuscando en todas partes no he podido encontrar una imagen de este estandarte y lo más que encontré fue un lienzo guardado en los archivos de imágenes de Internet entre las muestras de diferentes banderas y estandartes registradas en nuestra historia que en seguida coloco a su atención:

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Obvio es que no es ‘original’ sino quizá una reproducción de algún estandarte

español en la que alguien escribió la leyenda: “Este estandarte fue el que trajo Don Fernando Cortés en la Conquista de México” y que no coincide en nada con la descripción que acabamos de leer en la crónica de Bernal Díaz Del Castillo (Capítulo XX).

Francisco López de Gómara en su Capítulo VII relata las diligencias y gastos que Hernán Cortés hace sin que en ella se haga mención alguna a los estandartes, los cuales, por otra parte, es muy probable, casi seguro, que se hayan mandado hacer y haya sido utilizados, pero que en cualquiera de los muchos enfrentamientos hayan quedado destrozados.

Lo que no se vale es que se exhiba un estandarte antiguo (como el presentado anteriormente) y se pretenda que ‘la gente’ crea que es auténtico.

Solamente como curiosidad histórica, les diremos que Hernán Cortés establece una ceremonia conocida como “Paseo del Pendón” (hecha oficial por Real Cédula del 13 de agosto de 1530).

En aquellos días, y no se si aún actualmente, San Hipólito era el Santo Patrono de la Ciudad de Méjico y sus festejos se celebraban por medio de dos desfiles, uno realizado la Víspera (es decir el día 12 de Agosto) que era conocido como “Paseo del Pendón” y que podría considerarse como una celebración ‘civil’ en el que se

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enarbolaba el Pendón que representaba la Conquista de Tenochtitlán y el día siguiente, 13 de Agosto se celebraba otro desfile, de tintes ‘religiosos’ en el que podía participar quien quisiera, que conducía a los participantes a la celebración de una Misa Solemne y posteriormente a diversos lugares en donde se establecían festividades diversas, corridas de toros, juegos de naipes y sortijas, carreras de caballos, banquetes públicos y otra serie de conmemoraciones y ceremonias.

{Esta costumbre de ‘robar’ pendones como representativo del rechazo a lo que ellos representan fue muy extendida en Méjico dándose el caso que muchos años después un sacerdote criollo de muy discutida conducta de nombre Miguel Hidalgo hiciera algo similar robando un pendón en una Iglesia para ‘arengar’ a su grupo de sublevados}.

Esta celebración de San Hipólito a la que hago referencia no era una celebración a la que se pudiera calificar de popular, no en estas fechas, quizá posteriormente se convirtió en festejo popular, pero en estos días era vista como una festividad ‘española’ que se hacía cada años pero en la que ‘el pueblo’ no se ‘sentía’ incluido (y al parecer tampoco estaba considerado) por lo que se utilizó el día de San Hipólito (13 de agosto) para incluir banquetes gratuitos y otros festejos con objeto de atraer a las diversas comunidades a estas celebraciones y como detalle coincidente, unos cuantos años después, en 1563, uno de los hijos de Don Hernán (Martín Cortés) se ve envuelto en un Conjuración independentista precisamente en esa fecha (13 de agosto).

Retomando nuestro relato, Bernal Díaz nos narra como Cortés ….”mandó dar pregones y tocar trompetas y atambores en nombre de Su Majestad, en nombre de Diego Velázquez, y él por su Capitán General para que cualesquiera personas que quisiesen ir en su compañía a las tierras nuevamente descubiertas, a conquistarlas y a poblarlas, les darían sus partes del oro y plata y riquezas que hubiere y encomiendas de indios después de pacificadas, y que para ellos tenía licencia Diego Velázquez de Su Majestad”.

Todos estos pregones eran un adelanto pues el Capellán Benito Marín, aún no había regresado de Castilla con la licencia respectiva, y tal parece que el gobernador no estaba satisfecho con el que Cortés hiciera esos pregones pues Cortés también

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escribió a sus amigos en las villas vecinas para que se ‘aparejasen’ a ir con él en ese viaje y según lo relata Bernal: “unos llegaron a vender sus haciendas para buscar armas y caballos, otros para hacer pan de cazabe y tocinos para matalotaje, y colchaban armas de algodón, y se apercibían de lo que habían de menester lo mejor que podían”.

La malicia y envidia seguían a Cortés en todos sus preparativos y se esparcían rumores y chismes referentes a que Cortés ‘se alzaría con la armada’ y se aseguraba que por algunos eventos (desconocidos para Bernal y para Gómara) se le consideraba ‘enemigo’ de Diego Velázquez y se procuraba de todas formas que el gobernador revocara el mando de la expedición.

El propio Andrés Del Duero aconsejaba a Cortés que apresurara los preparativos pues los parientes del gobernador le tenían ‘trastocado’.

Sin embargo, Velázquez no se decidía a relevarle del mando y una vez que Cortés terminó apresuradamente los preparativos ……”fue a despedirse de Diego Velázquez acompañado de aquellos sus grandes amigos, y de otros muchos hidalgos, y todos los más nobles vecinos de aquella villa”. “Y después de muchos ofrecimientos y abrazos de Cortés al gobernador y del gobernador a él, se despidió, y otro día muy de mañana, después de haber oído misa, nos fuimos a los navíos, y el mismo Diego Velázquez fue allí con nosotros; y se tornaron abrazar y con muchos cumplimientos de uno a otro; y nos hicimos a la vela y con próspero tiempo llegamos al puerto de la Trinidad”.

Mientras esto sucedía y en el puerto de La Trinidad otros caballeros se unían a la expedición, a Diego Velázquez sus parientes le decían como Cortés había mandado embarcar a todos sus soldados al amparo de la noche, de manera que si Diego Velázquez le revocara del mando podría ‘darse a la vela’ sin problema alguno y que así lo había dispuesto Cortés porque sería la forma de vengarse de la ocasión en que le tuvo preso y que había dicho a todos cuantos quisieron oírlo que …”aunque pesase a Diego Velázquez y a sus parientes, que había de ser capitán, y que para este efecto había embarcado todos sus soldados en los navíos de noche, para si le quisiesen detener por la fuerza hacerse a la vela, y que le habían engañado a Velázquez su secretario Duero y el contador De Lares por los tratos que entre ellos había con Cortés”.

“Quien más metía la mano en ello para convocar a Diego Velázquez que revocase luego el poder eran sus parientes los Velázquez y un viejo que se decía Juan Millán, que le llamaban ‘el astrólogo’; otros decían que tenía ramo de locura, y este viejo decía muchas veces: “Mirado, señor, que Cortés se vengara ahora de vos, de cuando le tuvisteis preso, y como es mañoso y atrevido, os ha de echar a perder, si no lo remediaís presto”.

De una forma u otra, Diego Velázquez da oídos a estos chismes, rumores e insidias y envía a dos mozos de espuelas con mandamientos y provisiones para el alcalde de La Trinidad (Francisco Verdugo (cuñado del propio gobernador) para que no dejen pasar a la armada, y que tomasen preso a Cortés porque le había revocado el poder y nombrado a Vasco Porcallo.

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Como, cuando y en donde no se sabe, pero Cortés se entera de estos mandamientos y decide enfrentar la situación presentándose ante Francisco Verdugo, Diego de Ordaz y todos los soldados y vecinos de La Trinidad, ….”y tales palabras y ofrecimientos les dijo, que les trajo a su servicio y aún el mismo Diego de Ordaz convocó luego a Francisco Verdugo, (el alcalde) para que no se hablase más en el negocio, sino que lo disimulase”…

De estos acontecimientos y otros más nos da cuenta Bernal Díaz del Castillo y demuestran sin lugar a ninguna duda que Cortés fue un personaje extraordinario, capaz de convencer a personas y a multitudes, y de una inteligencia natural superior a la de sus contemporáneos sobre los que pudo ‘alzarse’ enfrentando las adversidades que paso a paso se le presentaban, ganándose la admiración, respeto y temor de sus capitanes y soldados.

Y no es que se pretenda ensalzar a Hernán Cortés o simplemente ‘ponerle en su lugar’, lugar en nuestra historia que no solo se le ha negado sino que se han realizado esfuerzos por minimizar cualquier cosa que tenga que ver con Hernán Cortés su persona y su obra (con todos sus defectos y sus aciertos), impulsado por un indigenismo mal enfocado, y hasta cierto punto absurdo: la pretensión de ‘adorar’ al indio muerto cuando desde antes de la Conquista el indio vivo ha sido sojuzgado y maltratado y aún hoy, 491 años después de la gesta de Cortés y sus hombres, sigue siendo discriminado en su propio país en donde personajes reconocidos por la historia de innegable origen indígena (como Benito Juárez y Porfirio Díaz) nada hicieron por aliviar su precaria situación.

3Encuentro de Cortés y Moctezuma

Con estos antecedentes, Cortés parte de la Isla de Cuba rumbo a las costas de Yucatán en un viaje cuyos resultados cambiarían la historia.

En esos momentos, su mente revuelta, llena de expectativas y sin temores considera las acciones del Gobernador Diego Velázquez las que no le inspiran seguridad alguna y de las que obtiene en conclusión que el gobernador tiene otros objetivos particulares que no le ha confiado y pondera cuidadosamente los comentarios de los soldados en el sentido de que ‘acostumbra’ quedarse con ‘lo rescatado’ y disponer de él conforme su voluntad.

En forma particular le llaman la atención las discrepancias entre lo pregonado (según lo acordado con el gobernador) y lo establecido en las ‘capitulaciones’ que recibe: se pregonaba una expedición para ‘rescatar, conquistar y poblar’ y en las capitulaciones solamente se menciona ‘rescatar’, y no se establecía en manera alguna como serían ‘las encomiendas’ prometidas, lo que indicaba el propósito del gobernador de hacerse de riquezas sin importarle la evangelización o la colonización de los territorios descubiertos.

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Cortés lo interpretó como el anticipo de una cuarta expedición que Diego Velázquez prepararía para establecerse como gobernante de los nuevos territorios que eran con mucho más ricos que las Islas descubiertas por Colón y colonizadas por los españoles desde 1492.

Diego Velázquez era una persona rica, que había obtenido su riqueza y posición mediante su esfuerzo y combates en la Isla de Cuba. Llegó al nuevo continente en 1493 en el segundo viaje de Colón y colaboró con el gobernador Nicolás de Ovando en la pacificación de la isla La Española, en 1511, el nuevo gobernador Diego Colón (hijo de Don Cristóbal) le puso al frente de una expedición para conquistar y poblar la Isla de Cuba, en 1512 fundó la primera ciudad española en Cuba: Baracóa.

Patrocinó las dos primeras expediciones a Yucatán, a principios de 1517 la de Francisco Hernández de Córdoba y al año siguiente la de Juan de Grijalva y Pedro de Alvarado.

El regreso de Grijalva con oro y relatos acerca de la exhuberancia de las culturas maya y mexica alimentaron la codicia de Diego Velázquez y organiza una mayor y mejor expedición la que después de muchas eventualidades (algunas de las cuales hemos narrado) se le encarga a Hernán Cortés.

Cortés era conocedor de estos hechos y sabía de primera mano y por experiencia propia las ambiciones y alcances del gobernador Velázquez y es por eso que una vez en tierras mexicanas después de la Batalla de Centla y del descubrir que Doña Marina conocía las lenguas maya y náhuatl decide la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz con una multiplicidad de propósitos.

Bernal Díaz del Castillo nos relata en su inimitable estilo cómo llegan a San Juan de Ulúa y los acontecimientos que ahí tuvieron lugar (Capítulo XXXVIII):

“En Jueves Santo de La Cena de mil quinientos diez y nueve años llegamos con toda la armada al puerto de San Juan de Ulúa, con Juan de Grijalva, luego mandó surgir en parte que los navíos estuviesen seguros del norte, y pusieron en la nao capitana sus estandartes reales y veletas”. “Y después, obra de media hora que hubimos surgido vinieron dos canos muy grandes, que en aquellas partes a las canoas grandes llaman piraguas, y en ellas vinieron muchos indios mexicanos, y como vieron los estandartes y el navío grande, conocieron que allí habían de ir a hablar con el capitán”.

Este episodio ya fue revisado en la página 14 de este escrito y solamente quiero enfatizar que estos acontecimientos, entre otras cosas, robustecen en el ánimo de Cortés de emanciparse de la tutela de Diego Velázquez pues ya está muy claro para Cortés que este territorio era rico y que las Capitulaciones que traía ‘no eran suficientes’, porque no le autorizaban a ‘poblar’ y por ello, tenía que encontrar la forma de ‘salir’ del cerco legal que Velázquez había impuesto.

Se pone de acuerdo con sus capitanes y según lo relata Bernal: ….”parece ser que ya Cortés tenía puesto en pláticas con Alonso Hernández Puertocarrero, y con Pedro de Alvarado y sus cuatro hermanos, Jorge y

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Gonzalo, y Gómez y Juan, todos Alvarados; y con Cristóbal de Olid, y Alonso De Ávila, y Juan Escalante, y Francisco de Lugo, y conmigo y otros caballeros y capitanes, que le pidiésemos por Capitán, Francisco de Montejo bien lo entendió y estábase a la mira, y una noche, a más de medianoche, vinieron a mi choza Alonso Hernández Puertocarrero y Juan de Escalante y Francisco Lugo, y de una tierra, me dijeron: “Ah, señor Bernal Díaz del Castillo, salid acá con vuestras armas a rondar, acompañaremos a Cortés que anda rondando”. Y después que estuve apartado de la choza me dijeron: “Mirad, señor, tened secreto de un poco que os queremos decir, que pesa mucho, y no lo entienden los compañeros que están en vuestro rancho que son de la parte de Diego Velázquez”.

“Y lo que platicaron fue: “¿Pareceos, señor, bien que Hernando Cortés así nos ha traído engañados a todos, y dio pregones en Cuba que venía a poblar, y ahora hemos sabido que no trae poder para ello, sino para rescatar, y quieren que nos volvamos a Santiago de Cuba con todo el oro que se ha habido y quedaremos todos perdidos, y tomarse ha el oro Diego Velázquez, como la otra vez? Mirad, señor, que habéis venido ya tres veces con esta postrera, gastando vuestros haberes, y habéis quedado empeñado, aventurando tantas veces la vida con tantas heridas; hacémoslo, señor, saber porque no pase esto más adelante, y estamos muchos caballeros que sabemos que son amigos de vuestra merced para que esta tierra se pueble en nombre de Su Majestad, y Hernando Cortés en su real nombre, y en teniendo que tengamos posibilidad, hacerlo saber en Castilla a nuestro Rey y Señor, y tenga, señor, cuidado de dar el voto para que todos le elijamos por capitán, de unánime voluntad, porque es servicio de Dios y de nuestro Rey y Señor”.

“Yo respondí que la ida de Cuba no era buen acuerdo, y que sería bien que la tierra se poblase y que eligiésemos a Cortés por General y Justicia Mayor, hasta que Su Majestad otra cosa mandase”. “Y andando de soldado en soldado este concierto, alcánzalo a saber los deudos y amigos de Diego Velázquez, que eran mucho más que nosotros; y con palabras algo sobradas dijeron a Cortés que para qué andaban con mañas para quedarse en esta tierra, sin ir a dar cuenta a quien le envió para ser Capitán, porque Diego Velázquez no se lo tendría a bien; y que luego nos fuésemos a embarcar, y que no curase de más rodeos, y andar en secretos con los soldados, pues no tenían ni bastimentos, ni gente, ni posibilidades para que pudiese poblar”.

“Y Cortés respondió sin mostrar enojo, y dijo que le placía, que no iría contra las instrucciones y memorias que traía de Diego Velázquez, y mandó luego pregonar que para otro día nos embarcásemos, cada uno en el navío que había venido”. “Y los que habíamos ido en el concierto le respondimos que no era bien traernos así engañados: que en Cuba pregonó que venía a poblar, y que viene a rescatar; y le requerimos de parte de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad”.

“Y se le dijo muchas cosas bien dichas sobre el caso, diciendo que los naturales no nos dejarían desembarcar otra vez como ahora, y que en estar poblada esta tierra siempre acudirán de todas las islas soldados para ayudarnos, y que Diego Velázquez nos ha echado a perder con publicar que tenía provisiones de Su Majestad para poblar, siendo al contrario, y que nosotros queríamos poblar y que se fuese quien quisiese a Cuba”.

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“Por manera que Cortés aceptó, y aunque se hacía mucho de rogar, y como dice el refrán: tú me lo ruegas, y yo me lo quiero”; y fue con condición que le hiciésemos Justicia Mayor y Capitán General, y lo peor de todo que le otorgamos que le diésemos el quinto del oro de lo que se hubiese después de sacado el Real Quinto”. “Y luego le dimos poderes muy vastísimos, delante de un escribano del Rey que se decía Diego de Godoy, para todo lo por mí aquí dicho”.

“Y luego ordenamos de hacer y poblar una villa que se nombró la Villa Rica de la Vera Cruz, porque llegamos el Jueves de la Cena y desembarcamos en Viernes Santo de la Cruz y rica por aquel caballero que dije en el capítulo XXVI que se llegó a Cortés y le dijo que mirase las tierras ricas y que se supiese bien gobernar, y quiso decir que se quedase por capitán general, el cual era Alonso Hernández de Puertocarrewro”.

……“Y fundada la Villa, hicimos alcaldes y regidores, y fueron los primeros alcaldes Alonso Hernández de Puertocarrero y Francisco de Montejo, y a este Montejo, porque no estaba muy bien con Cortés, por meterle en los primeros y principales, le mandó nombrar por alcalde; y los regidores dejarlos he de escribir porque no hace el caso que nombre algunos; y diré como se puso una picota en la plaza y fuera de la villa una horca, y señalamos por capitán para las entradas a Pedro de Alvarado, y maestre de campo a Cristóbal de Olid, y Alguacil Mayor a Juan de Escalante, y tesorero Gonzalo Mejía, y contador Alonso de Ávila, y alférez a Fulano Corral, porque el Villaroel, que había sido alférez, no sé qué enojo había hecho a Cortés, sobre una india de Cuba, y se le quitó el cargo; y alguacil del real a Ochoa, vizcaíno, y a un Alonso Romero”.

“Dirán ahora que cómo no nombro en esta relación al capitán Gonzalo de Sandoval, siendo un capitán tan nombrado, que después de Cortés fue la segunda persona de quien tanta noticia tuvo el emperador nuestro señor. A esto digo que como era mancebo entonces no se tuvo

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tanta cuenta con él y con otros valerosos capitanes, hasta que le vimos florecer en tanta manera que Cortés, y todos los soldados le teníamos en tanta estima como al mismo Cortés, como adelante diré”…..

A ‘los de la parcialidad de Diego Velázquez’ no les agradó para nada lo que ocurría y comenzaron a manifestar su descontento por lo que Cortés a través de un Escribano Real exhibió delante de todos los soldados las instrucciones que traía de Diego Velázquez en las que se leía: “ Desque hobiéresdes rescatado lo más que pudiéredes, os 39volvereis”

Los soldados leales a Cortés pidieron que se incorporasen esas instrucciones junto con el poder que se le había dado a Cortés y el pregón que se había dado en la Isla de Cuba, para que en Castilla (o Flandes) el emperador se enterara de que todo se había hecho en su servicio, lo cual fue una buena medida pues sin saberlo los Conquistadores, el Obispo de Burgos Juan Rodríguez de Fonseca, pariente y protector de Diego Velázquez maliciosamente informado por el capellán Benito Marín, ya habían iniciado campaña en contra de Cortés y a favor de Diego Velázquez.

Durante varios días, mientras se construían las chozas de lo que originalmente fue la Villa Rica de la Vera Cruz, Cortés se ocupó de conciliar los intereses de quienes querían regresar a Cuba, los que reclamaban no haber sido tomados en cuenta para los cargos de la nueva Villa, los que no querían seguir bajo su mando.

Cortés declaró que él no detendría a ninguno que quisiera regresar a Cuba, y que a cualquiera que le viniese a pedir licencia se la daría de buena gana, con lo que hábilmente acalló a los que no reconocía o no querían reconocer su mando.

Las cosas fueron subiendo de tono, hasta que Cortés, con el consentimiento de sus capitanes y soldados mandó apresar a los principales disidentes que como Bernal nos cuenta fueron: Juan Velázquez de León, Diego de Ordaz, Pedro Escudero y Escobar ‘El Paje’ y a otros cuyos nombres no recuerda el cronista con lo que terminó con las manifestaciones en contra.

Con habilidad y dádivas, atrajo hacia su causa a los prisioneros que encadenados en las bodegas de los navíos aguardaban su suerte y como ya es sabido Diego de Ordaz y Juan Velazquez de León llegaron a ser verdaderos amigos de Cortés y cada uno de ellos realizará hazañas que Bernal Díaz del Castillo narrará más adelante.

En esos días, mientras Pedro de Alvarado es enviado en buscaba maíz y alimento para la tropa que estaba construyendo la Villa Rica, Hernán Cortés compone la Primera Carta de Relación que enviará al Emperador Don Carlos junto con el oro y riquezas recibidas de Moctezuma y algunos otros objetos de valor ‘rescatados’.

Al respecto de esta primera relación hay muchas dudas e incongruencias.

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La fecha de la relación no ha podido ser precisada, aunque sabemos que fue en Julio de 1519 y se supone que la termina el día 10, aunque por su extensión es fácil comprender que tomó varios días en escribirla.

Los diversos cronistas y escribanos de la época como el mismo Cortés la menciona en la Segunda Relación, Francisco López de Gómara que fue su capellán, escribano y confesor en sus últimos años, hace variadas referencias, Bernal Díaz del Castillo y Pedro Martín de Anglería también se refieren a ella.

El asunto se complica por que Alonso De Ávila es atacado por el pirata francés Jean Florín y en el combate o en la prisión del enviado por el Conquistador, dicho Memorial se pierde.

Además, Bernal claramente nos dice que había dos Memoriales uno el que fue firmado por los Alcaldes y Regidores nombrados en la fundación de la Villa Rica, como lo relatamos un poco más atrás, y otro, que no fue conocido por los soldados y capitanes.

Del primero, el firmado por Cortés y los soldados, sabemos que hay dos ‘sumarios’ que difieren entre si, uno, el mencionado por López de Gómara viene siendo un alegato a favor de Cortés en donde se le presenta como único actor de todo lo sucedido, y el otro, la versión de Bernal Díaz que resulta más completa y creíble (Capítulo LIV de la Historia Verdadera).

Cortés basa su razonamiento en un hecho simple que ya se ha mencionado y repetido varias veces: las instrucciones precisas del Gobernador Diego Velázquez de “rescatar”, no de conquistar y/o poblar y para ello incluye el documento probatorio, como se mencionó anteriormente en el que lapidariamente se establecen las intenciones del gobernador: “Desque hobiéresdes rescatado lo más que pudiéredes, os 40volvereis”.

Con su habilidad característica Cortés menciona: “Pues como llegué a la dicha tierra llamada Yucatán, habiendo conocimiento de la grandeza y riqueza de ella, determiné de hacer, no lo que Diego Velazquez quería, que era rescatar oro, sino conquistar la tierra y ganarla y sujetarla a la Corona Real de Vuestra Alteza”.

De esta forma Cortés logra contrarrestar los esfuerzos del Obispo de Burgos a favor de su protegido Diego Velázquez a quien posteriormente la corona española enviaría al Licenciado Zuazo para que realice una indagatoria.

Entre una cosa y otra, Diego Velázquez se entera del mensaje y Quinto Real enviado por Cortés y en su enojo ordena a los capitanes De Rojas y De Guzmán en dos navíos ligeros, con toda la artillería y soldados que pudieran llevar salir en busca de Hernán Cortés y traerle preso.

El destino de Cortés se alía con la naturaleza y con buen tiempo y vientos favorables por más que buscan y buscan los dos navíos no dan con la armada y se ven obligados a regresar a Cuba.

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Con celo y diligencia dignos de mejor causa, durante once meses Diego Velázquez recorre villas y poblaciones en la Isla de Cuba reclutando gente para enviarlos a las costas de Yucatán y apresar a Cortés y a los miembros de su expedición.

Al mando de esta expedición punitiva nombra a su sobrino Pánfilo de Narváez.

Independientemente de estos aspectos, digámosle ‘legales’ respecto a su situación con la Corona Española, y de la construcción de la Villa Rica, que supervisaba cuidadosamente Hernán Cortés se entera de muchos otros aspectos de las relaciones de los mexica con las demás tribus indígenas, y se interesa particularmente por la leyenda de Queztalcóatl.

De su mente no se borraban las imágenes de Pitalpitoque, Quintalbor y Tendile, del lujo con el que viajaban y de los obsequios que habían traído.

De inmediato se da cuenta de que las tribus sojuzgadas por los mexica pueden constituir sus mejores aliados y hábilmente disfraza las innegables ambiciones por las riquezas de la tierra suplantándolas por expresiones de los deseos de su Gran Señor Don Carlos de castigar a los crueles mexicas y restituir a las tribus su libertad, condicionando su ayuda a la renuncia de las creencias y practicas religiosas de los indígenas que quieran castigar a los opresores.

Es de hacerse notar que durante este lapso, siguen llegando indígenas de diversas partes del territorio, con sus ‘tesoros’ para trocar.

Y poco a poco se va dando cuenta de que los indígenas aceptan la renuncia de su religión y son bautizados en la fe católica cada vez en mayor número.

Sin embargo, no todo era paz y construcción, había algunos que seguían conspirando contra Cortés y querían robar un barco y volver a Cuba.

Uno de los soldados que en ese plan estaba era un tal Bernardino de Coria quien se arrepintió y fue a comunicarlo a Cortés.

…..“Y como lo supo, y de qué manera y cuantos y porque causa se querían ir, y quien fueron en los consejos y tramas para ello, les mandó sacar las velas y aguja y timón del navío, y los mandó echar presos, y les tomó sus confesiones; y confesaron la verdad y condenaron a otros que estaban con nosotros que se disimuló por el tiempo, que no permitía otra cosa, y por sentencia que dio mandó ahorcar a Pedro Escudero y a Juan Cermeño, y cortar los pies al piloto Gonzalo de Umbría, y azotar a los marineros Peñates, a cada doscientos azotes, y al padre Juan Díaz, si no fuera de misa también le castigaran, más metiose harto temor.”……

…..”Y así como se hubo ejecutado la sentencia, se fue Cortés luego a matacaballo a Cempoal, que son cinco leguas de la villa, y nos mandó que luego fuésemos tras el doscientos soldados y todos los de a caballo”. “Y acuérdome que Pedro de Alvarado, que había tres días que le había

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enviado Cortés con otros doscientos soldados por los pueblos de la Sierra, porque tuviesen que comer, porque en nuestra Villa pasábamos mucha necesidad de bastimentos, y le mandó que fuese a Cempoal para que allí daríamos orden de nuestro viaje para Méjico; por manera que Pedro de Alvarado no se halló presente cuando se hizo la justicia que dicho tengo”. “Y luego que nos vimos todos juntos en Cempoal la orden que se dio en todo diré adelante”….

….”Estando en Cempoal, como dicho tengo, platicando con Cortés en las cosas de la guerra y camino que teníamos por delante, de plática en plática le aconsejamos los que éramos sus amigos, y otros hubo contrarios, que no dejase navío alguno en el puerto, sino que luego diese al través con todos y no quedasen embarazos, porque entre tanto estábamos en tierra adentro no se alzasen otras personas como los pasados; y demás de esto, que tendríamos mucha ayuda de los maestres y pilotos y marineros, que serían al pie de cien personas, y que mejor nos ayudarían a velar y a guerrear que no estar en el puerto”.

“Y según entendí, esta plática de dar con los navíos al través, que allí le propusimos, el mismo Cortés lo tenía ya concertado, sino quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandasen que pagase los navíos, que era por nuestro consejo y todos fuésemos en los pagar”. “Y luego mandó a un Juan de Escalante que era alguacil mayor y persona de mucho valor y gran amigo de Cortés y enemigo de Diego Velázquez, porque en la isla de Cuba no le dio buenos indios, que luego fuese a la Villa y que de todos los navíos se sacasen todas las anclas y cables y velas y lo que dentro tenían que se pudiese aprovechar, y que diese con todo ellos al través, que no quedasen más que los bateles, y que los pilotos y maestres viejos y marineros que no eran para la guerra se quedasen en la villa, y con dos chinchorros que tuviesen cargo de pescar, que en aquel puerto siempre había pescado y aunque no mucho”. “Y Juan de Escalante lo hizo según y de la manera que le fue mandado”.

Este hecho ha sido recogido por los historiadores e incluso se ha desvirtuado dándole otro sentido, llegando a cambiar la frase por la de “quemar las naves”, para indicar la propia voluntad de no conservar medios para regresar.

Con esta acción, Cortés se compromete y compromete a sus soldados a seguir adelante, ya no hay posibilidad de regresar, ni de que los ‘descontentos’ vuelvan a Cuba.

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Y a partir de ese momento el destino haría que las vidas de Moctezuma y Cortés se entrelazaran.

Antes de iniciar la marcha hacia Tenotchtitlán, Cortés recibe noticias de Juan de Escalante en relación a un navío que recorría la costa y hacía señales.

Presuroso Cortés encarga a Pedro de Alvarado se haga cargo de la tropa en Cempoala y con cincuenta soldados y en compañía de Gonzalo de Sandoval y cuatro de a caballo, regresa a Villa Rica.

En el camino hacia donde estaba anclado el navío, se encuentran con cuatro españoles que iban e su busca, Guillén de La Lóa, escribano, Andrés Núñez, carpintero y llevado como testigo, Pedro del Arpa y otro de cuyo nombre Bernal no se acuerda, quienes dicen que venían a tomar posesión del territorio en nombre de Francisco de Garay, gobernador de Jamaica.

Por medio de la astucia Cortés obtiene que no desembarquen los que en el navío estaban, captura a seis soldados y evita la ‘toma de posesión’ por parte de los enviados de Francisco de Garay, a quien apoyaba el Obispo de Burgos Don Juan Rodríguez de Fonseca quien por lo que se puede apreciar ‘jugaba su partida con dos barajas” (Diego Velázquez y Francisco de Garay).

De Cempoala siguen una ruta que a primera vista podría parecer ilógica pero que tiene la intención de ir concertando alianzas con los pueblos enemigos de los aztecas.

El recorrido es heroico, y en Tlaxcala (a pesar de que los tlaxcaltecas son enemigos declarados de los aztecas), los españoles encuentran resistencia, personificada en la figura de Xicotencatl (“Xicotenga el mozo”j) quien se rebela y opone a los Caciques tlaxcaltecas y enfrenta a los españoles en varias ocasiones con gran número de guerreros y aunque resultan vencidos no puede dejarse de admirar su bravura.

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Los principales caciques tlaxcaltecas de ese tiempo eran Xicotencatl (el viejo) y Maseescaci quienes después de las batallas acordaron hacer las paces con Cortés, a lo que se opuso el joven capitán Xicotencatl que no solamente se rebela contra los caciques sino que reúne 20, 000 hombres y se prepara para atacar a los españoles en Zumpancingo al amparo de la noche aduciendo que éramos ‘amigo’s de Moctezuma porque junto a nosotros venía muchos indios de los que eran sus aliados y vasallos.

Por vez primera se pone a prueba la utilidad de los intérpretes de Cortés, y entre Gerónimo de Aguilar y Doña Marina se logra convencer a los caciques tlaxcaltecas las intenciones de ‘castigar’ a Moctezuma en nombre del Emperador Don Carlos y ‘vengar’ los agravios recibidos.

Puede haber contribuido a esto el que se descubren varios espías de Xicotencatl infiltrados en el ‘real’ español y “hasta diez y siete indios de aquellos espías” sobre los que se decreta ejemplar ‘castigo’, “y de ellos, se cortaron las manos y a otros los dedos pulgares y los enviamos a su señor Xicotenga; y se les dijo que por su atrevimiento de venir de aquella manera se les ha hecho ahora aquel castigo, y que vengan cuando quisieren, de día o de noche, que allí le aguardaríamos dos días y que si dentro de los dos días no viniese, que le iríamos a buscar a su real; y que ya que hubiéramos ido a darlos guerra y matarles, sino porque les queremos mucho, y que no sean locos y vengan de paz”.

Supuestamente al ver a sus espías tratados de esa manera Xicotencaltl perdió ‘el brío y soberbia” y mientras los españoles se preparaban ‘aderezando armas y preparando saetas” llegó una gran comisión con indios e indias “con cargas” y al frente iban cuatro ‘principales’ encargados de concertar ‘las paces’.

Cortés ordenó que no se hiciese ‘alboroto’ y viendo que ‘abajaban la cabeza’ en señal de paz, dio autorización para que les dejaran llegar hasta su choza “y pusieron la mano en el suelo y besaron la tierra e hicieron tres reverencias, y quemaron sus copales y dijeron que todos los caciques de Tlaxcala, y vasallos y aliados, y amigos y confederados suyos se vienen a meter dentro de la amistad y paces de Cortés y todos sus hermanos los Teúles que con él estábamos, y que les perdone porque no han salido de paz y por la guerra que nos han dado, porque creyeron y tuvieron por cierto que éramos amigos de Montezuma y sus mexicanos, los cuales son sus enemigos mortales, porque vieron que venían con nosotros y en nuestra compañía muchos de sus vasallos que le dan tributos, y que con engaños y traiciones les querían entrar en su tierra, como lo tenían de costumbre, para llevar robados sus hijos y mujeres, y que por esta causa no creían a los mensajeros que les enviamos”…

Acompañaron sus palabras con la entrega de ‘grande bastimento’ con la

promesa de que cada día traerían más y que de ahí a dos días, vendría el Capitán Xicotencatl con otros caciques y darán relación de la buena voluntad que todo Tlaxcala tiene para con los españoles.

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Lo cual resultó ser verdadero y de ahí en adelante, les llevaban bastimento (como lo dice Bernal) en suficiente cantidad para que se repusieran de las hambres y vicisitudes por las que habían pasado, mientras se continuaban los preparativos para la marcha a Tenochtitlán.

Y cosa rara en Bernal, no dado a los elogios, comenta que “nunca capitán fue obedecido con tanto acato y puntualidad en el mundo; según adelante verán, y que tal por pensamiento pasó a ningún soldado después que entramos en la tierra adentro, sino fue cuando lo de los arenales, y las palabras que le decían era por vía de aconsejarle y porque les parecía que eran bien dichas, y no por otra vía, porque siempre le siguieron muy bien y lealmente”.

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4Marcha hacia Tenochtitlán

Las noticias de las batallas ganadas y la alianza con los tlaxcaltecas pronto llego a oídos de Moctezuma que si antes los consideraba ‘dioses’ ahora sabía que eran grandes guerreros y entró en pánico al considerar como los españoles siendo tan pocos y conociendo la ferocidad y bravura de los talxcaltecas habían podido vencerlos, por lo que, una vez, más entra en pánico y envía a cinco principales embajadores y ricos presentes para comunicar a Quetzalcóatl (Cortés) la bienvenida a Tenochtitlán y a decir lo satisfecho que estaba por las grandes victorias obtenidas sobre tanto indígenas.

“Y envió un presente obra de mil pesos en oro en joyas muy ricas y de muchas maneras labradas, y veinte cargas de ropa fina de algodón, y envió a decir que quería ser vasallo de nuestro gran Emperador y se holgaba porque estábamos cerca de su ciudad”.

Sin embargo, seguía insistiendo en que no fuesen a Tenochtitlan ofreciendo pagar cada año el tributo que se le señalara para el Emperador Don Carlos e incluso acusa a los tlaxcaltecas de traidores y ladrones.

Como se ha comentado, entre una cosa y otra Cortés y su tropa pasaron en ‘el real’ cerca de un mes, antes de que las cosas se calmaran y fueran invitados a la ciudad de Tlaxcala (el 23 de septiembre de 1519) en donde Cortés hace gala de precaución y vigilancia requiriendo a sus soldados de no confiarse en ningún momento y en todo momento estaban “apercibidos”.

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Durante esos días y como prueba de lealtad, los caciques de Tlaxcala ofrecen a Cortés cinco doncellas “que no han sido casadas” y aprovechando la ocasión Cortés a través de sus interpretes comienzan ‘la evangelización’ a lo que los tlaxcaltecas se opusieron con tan buenos argumentos que el padre De la Merced (Fray Diego de Olmedo) mencionó a Cortés: “Señor, no cure vuestra merced de más les importunar sobre esto, que no es justo que por fuerza les hagamos ser cristianos, y aún lo que hicimos en Cempoal de derrocarles sus ídolos no quisiera yo que se hiciera hasta que tengan conocimiento de nuestra fe”. “¿Qué aprovecha quitarles ahora sus ídolos de un Cú y adoratorio si los pasan luego a otros?” “Bien es que vayan sintiendo nuestras amonestaciones, que son santas y buenas, para que conozcan adelante los buenos consejos que les damos”. Y también le hablaron a Cortés buenos caballeros, que fueron Juan Velázquez de León y Francisco de Lugo y dijeron: “Muy bien dice el padre, y vuestra merced con lo que ha hecho cumple, y no se toque más a estos caciques sobre el caso”. “Y así se hizo”.

“Lo que les mandásemos con ruegos fue que luego desembarazasen un Cu que estaba allí cerca, y era nuevamente hecho, y quitasen unos ídolos, y lo encalasen, y limpiasen para poner en ellos una Cruz y una imagen de Nuestra Señora; lo cual luego hicieron, y en él se dijo misa, se bautizaron aquellas cacicas, y se puso por nombre a la hija de Xicotenga el ciego, Doña Luisa; y Cortés la tomó por la mano y se la dio a Pedro de Alvarado, y dijo al Xicotenga que aquel a quien la daba era su hermano y su capitán, y que lo hubiese por bien, porque sería de él muy bien tratada”.

Otros episodios del mismo corte ocurrieron pero para nuestro relato resalta la descripción de Maseescaci y Xicotencatl hacen de ‘las cosas de México’ y de cómo incorporaban en su ejército soldados de los pueblos sometidos que ‘no pelean con buena voluntad’.

“Y dijeron que tenía Montezuma tan grandes poderes de gente de guerra, que, cuando querían tomar un gran pueblo o hacer u asalto en una provincia, que ponían en campo ciento y cincuenta mil hombres, y que esto lo tenían bien experimentado, por las guerras y enemistades pasadas que con ellos tienen de más de cien años”. “Y Cortés les dijo: “Pues con tanto guerrero que decís que venían sobre vosotros, ¿cómo nunca os acabaron de vencer?” “Y respondieron, que puesto que algunas veces les desbarataban y les mataban y llevaban muchos de sus vasallos para sacrificar, que también de los contrarios quedaban en el campo muchos muertos y otros presos, y que no venían tan encubiertos que de ello no tuviesen noticia, y cuando lo sabían que se apercibían de todos sus poderes, y con ayuda de los de Cuaxocingo se defendían y ofendían, y que como todas las provincias que ha robado Montezuma y puesto debajo de su dominio están muy mal con los mexicanos, y traían de ellos por la fuerza a la guerra, no pelean con buena voluntad, antes de los mismos tenían avisos, y que a esta causa les defendían sus tierras lo mejor que podían, y que donde más mal les ha venido a la contina es de una ciudad muy grande que está de allí un día de andadura que se dice Cholula, que son grandes traidores.”

“Y allí metía Montezuma secretamente sus capitanías, y como estaban cerca, de noche hacían salto”. “Y mas dijo Maseescaci: Que

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tenía Montezuma en todas las provincias puestas guarniciones de muchos guerreros, sin los muchos que sacaba de la ciudad, y que todas aquellas provincias le tributaban oro y plata, y plumas y piedras, y y ropa de mantas y algodón, e indios e indias para sacrificar y otras para servir; y que es tan gran señor que todo lo que quiere tiene, y que en las casa que vive tiene llenas de riquezas y piedras y chalchiuís que ha robado y tomado por fuerza a quien no se lo da de grado, y todas las riquezas de la tierra están en su poder”. “Y luego contaron del gran servicio de su casa, que era para nunca acabar si lo hubiese aquí de decir”. “Pues de las muchas mujeres que tenía y cómo casaba con algunas de ellas, de todo daban relación”.

“Y luego dijeron de la gran fortaleza de su ciudad, de la manera que es la laguna y la hondura del agua; y de las calzadas que hay por donde entrar en la ciudad y las puentes de madera que tienen en cada calzada, y como entra y sale por el trecho de abertura que hay en cada puente, y como en alzando cualquiera de ellas se pueden quedar aislados entre puente y puente sin entrar en su ciudad; y como está toda la mayor parte de la ciudad poblada dentro de la laguna y no se puede pasar de casa en casa sino es por una puente levadiza, y tienen hechas canoas, y todas las casas son de azoteas y en las azoteas tiene hechos a manera de mamparos, y pueden pelear desde encima de ellas;”

“y de la manera como se provee la ciudad desde una fuente que se dice Chapultepeque, que está de la ciudad obra de media legua; va el agua por unos edificios, y llega a la parte que por canoas la llevan a vender por las calles”.

“Y luego contaron de la manera de las armas, que eran varas de a dos gajos, y tiraban con tiraderas,

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que pasaban cualesquier armas, y muchos buenos flechadores, y otros con lanzas de pedernales, que tienen una braza de cuchillas, hechas de arte que cortan más que navajas, y rodelas y armas de algodón y muchos honderos con piedras rollizas, y otras lanzas muy buenas y largas, y espadas de a dos manos, de navajas”.

”Y trajeron pintadas en unos grandes paños de henequén las batallas que con ellos ha habido, y la manera de pelear”.

Sucedió que mientras estaban en esas pláticas y relatos, el volcán que ‘estaba cerca de Guaxocingo’ comenzó a tener actividad, y los españoles, según nos dice Bernal Díaz, no habían visto nunca un volcán en actividad tuvieron curiosidad y admiración y un ‘esforzado’ Capitán de nombre Diego de Ordaz (mencionado anteriormente) solicita permiso para ‘ir a ver’ que cosa era ese prodigio de la naturaleza.

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….”Y llevó consigo dos de nuestros soldados y ciertos indios principales de Gauxocingo; y los principales que consigo llevaba poníanle temor con decirle que luego que estuviese a medio camino del Popoctepeque, que así llamaban aquel volcán, no podría sufrir el temblor de la tierra y llamas y piedras y ceniza que de él sale, y que ellos no se atreverían a subir más de donde tienen unos cués de ídolos que llaman Teúles de Popocatepeque”. “Y todavía Diego de Ordaz con sus dos compañeros fue su camino hasta llegar arriba, y los indios que iban en su compañía se quedaron en lo bajo, que no se atrevieron a subir, y parece ser, según dijo después Ordaz, y los dos soldados, que al subir que comenzó el volcán a echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas, y mucha ceniza, y que temblaba tosa aquella sierra, y montaña en donde está el volcán, y que estuvieron quedos sin dar más paso adelante hasta de ahí a una hora que sintieron que había pasado aquella llamarada y no echaba tanta ceniza ni humo, y que subieron hasta la boca, que era muy redonda y ancha, y que habría en el anchor un cuarto de legua, y desde allí se parecía la gran ciudad de México y toda la laguna y todos los pueblos que están en ella poblados”.

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Resulta enigmático que el único monumento público que en México existe conmemorando la Conquista esté en lo alto del volcán Popocatepetl, en el llamado Paso de Cortés (al que de milagro no han cambiado el nombre) y es de extrañarse que las actitudes xenofóbicas e indigenistas mal entendidas de nuestros gobiernos no haya fijado su atención a este Monumento que, repetimos, fuera de una placa conmemorativa del encuentro de Moctezuma con Cortés, que se puede ver en la Ciudad de México, es lo único que recuerda la gesta histórica de Hernán Cortés quien por designio absurdo e incomprensible ha sido ‘borrado’ de nuestra historia.

Los tlaxcaltecas no eran lo que se pudiera llamar ‘perita en dulce’, ni tampoco podrían oponerse a las crueldades que platicaban sobre los mexica como se puede comprobar en el Capítulo LXXIX, Bernál Díaz nos cuenta: ….”como hallamos en este pueblo de Tlaxcala casas de madera hechas de redes y llenas de

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indios e indias que tenían dentro encarcelados y a cebo, hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar; las cuales cárceles les quebramos y deshicimos para que se fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban ir a cabo ninguno, son estarse allí con nosotros, y así escaparon las vidas; y de allí en adelante en todos los pueblos que entrábamos lo primero que mandaba nuestro Capitán era quebrarles tales cárceles y echar fuera los prisioneros, y comúnmente en todas estas tierras los tenían”. “Y como Cortés y todos nosotros vimos aquella gran crueldad, mostró tener mucho enojo de los Caciques de Tlaxcala, y se lo riñó bien enojado, y prometieron que desde allí en adelante que no matarían ni prometían de aquella manera más indios”.

Con todos estos testimonios y los mismos grabados y dibujos indígenas, resulta incomprensible (por decir lo menos) que se pretenda glorificar a los aztecas minimizando los méritos de los conquistadores, y más aún, que solamente sea a los aztecas que igualmente como lo hemos visto practicaban el canibalismo y habían hecho durante siglos, que no años, guerras sin más motivo que tener prisioneros para sacrificar a sus sanguinarios dioses.

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Viendo Cortés que ya habían transcurrido diez y siete días en Tlaxcala, siendo bien atendidos y ‘aprovisionados’ tomó consejo a sus capitanes y principales soldados y se discutió con amplitud la marcha hacia Tenochtitlán.

“Pues viendo Xicotenga y Maseescaci, señores de Tlaxcala, que de hecho, queríamos ir a Méjico, pesábales en el alma, y siempre estaban con Cortés avisándole que no curase de ir aquel camino, y que no se confiase ni poco ni mucho de Montezuma ni de ningún mexicano, y que no se creyese de sus grandes reverencias, ni de sus palabras tan humildes y llenas de cortesía, ni aún de cuantos presentes le ha enviado, ni de otros ningunos ofrecimientos, que todos eran de atraidorados, que en una hora se lo tornaría a tomar cuanto le ha dado, y que de noche y de día se guardase muy bien de ellos, porque tienen bien entendido que cuando más descuidados estuviésemos nos darían guerra, y que cuando peleásemos con ellos que los que pudiésemos matar que no quedasen con las vidas; al mancebo, porque no tome armas, al viejo, porque no de consejo, y le dijeron otros muchos avisos”.

“Y nuestro capitán les dijo que se lo agradecía el buen consejo, y les mostró mucho amor, con ofrecimientos y dádivas que luego les dio Xicotenga y a Maseescaci, y a todos los más caciques y les dio mucha parte de la ropa fina de mantas que había presentado Montezuma, les dijo que sería muy bueno tratar paces entre ellos y los mexicanos para que tuviesen amistad y trajesen sal y algodón y otras mercaderías”. “Y Xicotenga respondió que eran por demás las paces, y que su enemistad tienen siempre en los corazones arraigadas, y que son tales los mexicanos que so color de las paces, les harán mayores traiciones, porque jamás mantienen la verdad en cosa ninguna que prometen y que no curase de hablar en ellas, sino que le tornaban a rogar que se guardase muy bien de no caer en manos de tan malas gentes”.

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A pesar de estas advertencias Cortés y su tropa (a la que se habían sumado 10,000 guerreros tlaxcaltecas) acordaron ir hacia Tenochtitlán por el camino que indicaron los embajadores de Moctezuma, por el rumbo de Cholula y no por Guaxocingo como le indicaron los Caciques y en las cercanías de Cholula salen a recibirles embajadores de Moctezuma con presentes de oro y mantas, que enunciaron lo ‘maravillado’ que estaba Moctezuma por que habían sobrevivido en Tlaxcala entre ‘gente pobre y sin policía, que aún para esclavos no son buenos’.

Esto fue interpretado por Cortés como expresión del enojo de Moctezuma por haber aceptado la hospitalidad de los caciques tlaxcaltecas y por haber concertado alianza con ellos, más sin embargo, incomprensiblemente accede a que Pedro de Alvarado y Bernaldino Vázquez de Tapia con cuatro embajadores mexica y unos cuantos indios tlaxcaltecas vayan a la ciudad de México “a ver la gran ciudad y sus grandes fuerzas y fortaleza”.

Los demás soldados y capitanes le hacen ver la imprudencia de tal envío y muy a tiempo Cortés ordena se regresen.

Al poco tiempo llegan a las orillas de un río “que pasa obra de una legua chica de Cholula” y ahí se preparan para dormir. Esa misma noche, los cholultecas envían una delegación nutrida a ‘dar parabienes’ y bastimento (gallinas y pan de maíz) indicando que al día siguiente los caciques y nobles de la ciudad irían a darles la bienvenida.

Se establece vigilancia y la noche transcurre sin ningún incidente y al día siguiente un importante grupo de caciques (Tlaquiach) y ‘principales’ se acercan al sitio en donde están los españoles, aparentemente ‘muy de paz’ y al notar la cantidad de indios tlaxcaltecas (sus enemigos) que les acompañaban solicitan que les mande volver a sus tierras o que al menos se queden en donde están y no entren a la ciudad armados.

A Cortés le pareció justo lo solicitado y ordenó a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olid que rogasen a los tlaxcaltecas para hacer su ‘rancho y chozas’ en el campo y que solamente les acompañaran los indígenas necesarios para llevar la artillería preocupándose de que fueran estos indios de Cempoala y no de Tlaxcala para ‘no ofender’ a los cholultecas.

Después de esto, a través de Doña Marina y Gerónimo de Aguilar les hacen ‘el parlamento’ de rigor, diciéndoles acerca de cómo son vasallos del Rey de España, y como vienen a notificarles y mandar que no se adoren ídolos, y demás, a lo que el Tlaquiach responde con soberbia y orgullo: “Aún no habeís entrado a la tierra y ya nos mandan dejar los Teúles”

……”que no lo pueden hacer, y que dar obediencia a ese vuestro rey que decís, les place, y así la dieron de palabra, y no ante escribano”.

Después de este intercambio de palabras, se dirigen a la ciudad en donde mucha gente les ve pasar, pues nunca habían visto hombres como los españoles, ni

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caballos, ni perros ni artillería, y les conducen a unas enormes habitaciones en donde se aposentan todos.

Bien a bien no se sabe como pero el caso es que Cortés ‘prevé algo’ y mandó juntar a los soldados, diciéndoles: “Muy desconcertada veo a esta gente; estemos muy alerta, que alguna maldad hay entre ellos”.

Moctezuma había enviado cerca de 20,000 guerreros que permanecían ocultos en las cercanías de Cholula, en espera de la señal convenida con los cholultecas para atacar a los españoles.

En el amanecer del día siguiente, Cortés envía por el cacique y recibe por respuesta que estaba ‘enfermo’ y no podía acudir a su llamado.

Manda entonces que se traiga a dos sacerdotes (papas), (de entre los muchos que había en un templo cercano) a quienes interroga solicitando razones por las que no se les había enviado la comida prometida ni los caciques querían acudir a hablar con él.

Quedando un de ellos con los españoles, el otro, que era ‘principal’, sale a llamar a los caciques quienes un poco después llegan a la presencia de Cortés.

El Cacique principal “estaba tan cortado que no acertaba a hablar, y dijo que la comida que la buscarían; más que su señor Montezuma les ha enviado a mandar que no la diesen, ni quería que pasásemos de allí adelante”. “Y estando en estas pláticas vinieron tres indios de los de Cempoal nuestros amigos, y secretamente dijeron a Cortés que han hallado, junto a donde estábamos aposentados, hechos hoyos en las calles, encubiertos con madera y tierra encima, que si no mirasen mucho en ello no se podría ver, y que quitaron la tierra de encima de un hoyo y estaba lleno de estacas muy agudas, para matar los caballos si corriesen, y que las azoteas que las tienen llenas de piedras y mamparos de adobes, y que ciertamente no están de buena arte, porque también hallaron albarradas de maderos gruesos en otra calle”.

“Y en aquel instante vinieron ocho indios tlaxcaltecas, de los que dejamos en el campo, que no entraron en Cholula, y dijeron a Cortés: “Mira, Malinche, que esta ciudad está de mala manera, porque sabemos que esta noche han sacrificado a su ídolo siete personas, y los cinco de ellos son niños, porque les de victoria contra vosotros, y también hemos visto que sacan todo el fardaje y mujeres y niños”.

Vale la pena detenernos un poco sobre este episodio pues por lo visto hasta ahora podemos apreciar como Cortés no tenía intención alguna de ‘atacar’ Cholula pues ya sabiendo la traición preparada, insiste ante los caciques que su intención era ir a Tenochtitlán la mañana siguiente, y aún más, solicita dos mil guerreros para que le acompañen, los que le fueron prometidos y luego manda llamar a los sacerdotes a quienes hacer promesas hasta que logra que estos confiesen la traición y ataque preparado por Moctezuma.

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Una vez más Cortés toma consejo de sus capitanes y principales soldados y después de ponderar las alternativas se decide que no podían ‘dejar pasar esas traiciones sin castigo, que en cualquier otra parte, nos tratarían otras peores”.

Concertadas las acciones, se llevarían a cabo el 19 de octubre de ese año 1519 y constituye uno de los más publicitados, comentados y discutidos capítulos de la Conquista y un perenne reclamo hacia Hernán Cortés.

Hay quienes dicen que los muertos fueron 2,000, otros 3,000 y la cifra llega hasta 5 o 6,000los muertos; creer tales cifras queda a criterio del lector, al que solamente diré que según los relatos tal acción fue calificada como ‘matanza’ con duración aproximada de cinco horas, lo cual se contradice en si mismo, pues indica o habla de combates y no de matanza.

Bernal nos dice que mujeres y niños fueron ‘evacuados’ la anoche anterior, sin embargo, otros cronistas informan la muerte de ‘muchos inocentes’, viejos, mujeres y niños, ¿A quien creer?

Además, en los relatos al respecto solamente se menciona la presencia de 20, 000 guerreros aztecas ocultos en las afueras de la ciudad que esperaron inútilmente a que se les diera señal de ataque, que durante las 5 horas referidas, nadie recordó avisarles y solamente se les vuelve a mencionar para decir que “se vuelven más que de paso para Mejico y dan relación a su Montezuma según y de la manera que todo pasó”.

Quizá en un intento fútil por aclarar el punto podríamos especular que los tlaxcaltecas ‘inventaran’ o ‘sugirieran’ a Cortés el pretendido ataque o traición, quizá, pero que los cempoaltecas lo hicieran también ya es un poco más difícil de creer.

Según lo relatado por Bernal Díaz del Castillo, se inició el ‘castigo por la traición’ (lo que ha sido interpretado como ‘matanza’, que quizá inició así, pero pronto se convirtió en batalla) y a las dos horas de estos combates llegaron los tlaxcaltecas y se dedican ‘a la batalla’ y al mismo tiempo al saqueo y desenfreno: “iban por la ciudad robando y cautivando, que no les podíamos detener”.

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El desorden y la confusión debe haber sido indescriptible, y para acabar de ‘fastidiar’ las cosas al día siguiente: “llegan otras capitanías de las poblaciones de Tlaxcala y les hacen grandes daños, porque estaban muy mal con los de Cholula”. “Y desde que aquello vimos, así Cortés y los demás capitanes y soldados, por mancilla que hubimos de ellos, detuvimos a los tlaxcaltecas que no hiciesen más mal”.

De cualquier forma en que se le quiera considerar fue un hecho que se llevó a cabo un fuerte enfrentamiento entre los cholultecas y los españoles y sus aliados en ese lugar, los cempoaltecas y tlaxcaltecas.

Por lo que se puede deducir de los relatos de Bernal Díaz del Castillo nos inclinamos a creer en la existencia de la conspiración descubierta ante Cortés por sus aliados y por los sacerdotes cholultecas, y debe haber sido una total e inesperada sorpresa para Cortés, sus capitanes y sus soldados, conocer la ferocidad y desenfreno de los indígenas en contra de los aztecas y sus aliados: una buena medida del odio y resentimiento acumulado en su contra.

Por otra parte, el ‘fanatismo’ religioso que tanto se ha criticado a los españoles, ese celo por ‘destruir’ las antiguas religiones, no parecer ser tan grande como nos lo han querido hacer saber, ya que en varios episodios, el padre de la Merced (Fray Bartolomé de Olmedo), aboga por un procedimiento mucho más razonable que el de la destrucción indiscriminada e imposición ‘a fuerza’ de nuestra religión.

Es indudable que este episodio de Cholula enseña a Cortés una gran lección: tiene que ser firme, cruel incluso, si quiere preservar su propia vida y la de sus

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soldados, sus enemigos y sus aliados son crueles, despiadados; la crueldad es una ‘necesidad’.

Estos acontecimientos proporcionan a Moctezuma la oportunidad de superar su miedo y redimirse ante sus propios ojos, pero en vez de consultar con sus consejeros decide hacer sacrificios a Huitzilopchtli para que le dijese en que había de parar nuestra ida a Méjico, “o si nos dejaría entrar a su ciudad”.

“ ……estuvo encerrado en sus devociones y sacrificios dos días, juntamente con diez papas, los más principales, y hubo respuesta de aquellos ídolos, y fue que le aconsejaron enviase mensajeros a disculparse de lo de Cholula y que con muestras de paz nos deje entrar en Méjico, y que estando adentro, con quitarnos la comida y agua o alzarnos cualquiera de los puentes nos matarían, y que en un día si nos daban guerra no quedaría ninguno de nosotros a vida, y que allí podría hacer sus sacrificios al Uichilobos, que le dio esa respuesta, como a Tezcatepuca, que tenía por dios del infierno”.

“Y tendría hartazgos de nuestros muslos y piernas y brazos, y las tripas y el cuerpo, y todo lo demás hartarían las culebras y sierpes y tigres que tenían en unas casas de madera”…..

5Tenochtitlán

Cortés, sus capitanes y soldados ya han decido ir a Tenochtitlán y lo harán con toda precaución: corredores de campo a caballo descubriendo la tierra, acompañado de soldados (peones) en busca de malos pasos o estorbos, las armas ‘muy a punto’ y todo género de cautelas.

Un poco antes de salir llegan otros cuatro embajadores con regalos de mantas y oro y vuelven a informar los deseos de Moctezuma de que no vayan a la ciudad, a lo que Cortés dijo no entender como era que tan gran señor cambiaba de parecer con tanta frecuencia y establece con claridad que irá a la ciudad y le verá y hablará con él.

Es conveniente resaltar que en todos y cada uno de las embajadas que Moctezuma envía siempre acompaña estas con obsequios y presentes de oro, plata,

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joyería y mantas o ropa fina de algodón lo que contribuye en gran manera a alimentar la codicia de los españoles al grado tal que es materia de relato para todo escritor que posteriormente narra los acontecimientos y de donde se establece la exagerada ambición por ‘el oro azteca’ que tendenciosamente está presente en esas narraciones.

No podía ser de otra manera, si en cada encuentro, en cada embajada se recibe oro, los españoles no podían dejar de considerar la gran riqueza que Moctezuma tenía y de la que tan liberalmente disponía.

También es de hacerse notar que Moctezuma tenía ‘concertada’ diversas formas de ‘traicionar’ la supuesta confianza de los conquistadores, y mandó cortar árboles y obstruir los caminos, eligiendo uno de ellos, el que conduce a Chalco para preparar una emboscada, que le es descubierta a Cortés por los aliados de Gauxocingo, por lo que decide ir por la otra ruta, la de Tamanalco (Tlalmananco actual) que estaba bloqueada con árboles “le tenían ciego, y cortados muchos árboles muy gruesos y grandes pinos, porque no puedan ir caballos, ni pudiésemos pasar adelante”.

Cerca del medio día, llegan al sitio en donde estaba bloqueado el camino y los indios tlaxcaltecas y cempoaltecas trabajan arduamente para limpiar el camino por donde “pasamos con gran trabajo”.

Llegando a lo más alto de la sierra, comenzó a nevar y tuvieron que pasar la noche en un caserío que daba albergue a los indios mercaderes que lo utilizaban y cuyo nombre era Ixtapaltengo y que a la fecha no ha sido claramente identificado.

Hasta ahí, llega la última embajada azteca en la persona del gran señor de Tezcuco, (Texcoco) y sobrino de Moctezuma: Cacamatzin:

…..”luego llegó con el mayor fausto y grandeza que ningún señor de los mexicanos habíamos visto traer porque venía en andas muy ricas, labradas de plumas verdes y mucha argentería y otras ricas pedrerías engastadas en arboledas de oro que en ellas traía hechas en oro muy fino, y traían las andas a cuestas ocho principales, y todos, según decían, eran señores de pueblos”.

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Los españoles nunca habían visto tal fastuosidad y lujo: le ayudaban a bajar de las andas, barrían el suelo, quitaban las pajas, piedras y polvo por donde había de pasar, y todo género de atenciones y minucias.

Se hicieron los testimoniales acostumbrados, muestras de buena fe y demás reciprocidad de palabras, se les instruyó en las ‘cosas de la fe’, intercambiaron presentes, y al otro día por la mañana, llegaron a la ancha calzada camino a Estapalapa (Iztapalapa) y desde ahí, tuvieron la primera vista de la magnífica ciudad de Tenochtitlán.

Bernal Díaz del Castillo hace una descripción admirable de sus impresiones de esta magnífica ciudad, como ninguno de ellos había visto jamás: “Y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras poblazones, y aquella calzada tan derecha y por nivel como iba a Méjico, nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y Cués y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de calicanto, y aún algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían era entre sueños, y no es de maravillar que yo escriba aquí de esta manera, porque

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hay mucho que ponderar en ello que no sé como lo cuente: ver cosas nunca oídas, ni aún soñadas, como veíamos”. “Pues desde quee llegamos cerca de Estapalapa, ver la grandeza de otros caciques que nos salieron a recibir, que fue el señor de aquel pueblo, que se decía Coadlabaca (Cuitlahuac), y el señor de Culuacán (Coyohuacan, Coyoacan), que entrambos eran deudos muy cercanos de Montezuma”.

“Y después que entramos en aquella ciudad de Estapalapa, de la manera de los palacios en donde nos aposentaron, de cuan grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios y cuartos, cosas muy de ver, y entoldados con paramentos de algodón”. “Después de bien visto todo aquello fuimos a la huerta y jardín, que fue cosa muy admirable verlo y pasearlo, que no me hartaba de ver la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce, y otra cosa de ver: que podían entrar en el vergel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenían hecha, sin saltar a tierra, y todo muy encalado y lucido, de muchas maneras de piedras y pinturas en ellas que había harto que ponderar, y de las aves de muchas diversidades y raleas que entraban en el estanque”. “Digo otra vez lo que estuve mirando, que creía que en el mundo hubiese otras tierras descubiertas como estas, porque en aquel tiempo no había Perú ni memoria de él”. “Ahora todo está por el suelo, perdido, que no hay cosa”.

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Después de este recibimiento en Ixtapalapa, salieron al encuentro con Moctezuma, pasan por el cruce con la calzada (más pequeña) que conducía a Coyoacán y un poco más adelante Cortés se encuentra con la comitiva que enviaba Moctezuma a recibirles.

En esta comitiva estaban Cacamatzin, señor de Texcoco, el señor de Tacuba, el de Iztapalapa, y el de Coyoacán y para nosotros es motivo de curiosidad y debemos indicarlo, que en ninguna de estas relaciones y encuentros aparece mencionado Guatemuz o Cuauhtemoc.

Después del encuentro (8 de noviembre de 1517) que comentaremos en detalle un poco más adelante, debe haber sido todo un espectáculo para los españoles llegar al centro de la ciudad y ser conducidos hasta el Palacio de Atzayacatl (padre de Moctezuma) que estaba repleto de ídolos ya que como Moctezuma les consideraba Teúles pensó que sería adecuado dar como residencia ese lugar y que estuvieran rodeados de ídolos que representaban a sus dioses.

Según las reconstrucciones que se hicieron con mucha posterioridad, el centro de la Gran Tenochtitlán debe haber lucido de la siguiente manera:

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El complejo que constituía el Templo Mayor, igualmente debe haber sido espléndido:

Como se comentaba al respecto, y sin poner en duda que estas reproducciones

o interpretaciones de lo que fue Tenochtitlán puedan ser adecuadas, no dejan tampoco de ser una visión particular y personal de quien las realizó, ya que como adecuadamente lo expuso Bernal Díaz del Castillo: “Ahora todo está por el suelo, perdido, que no hay cosa” y los ‘descubrimientos arqueológicos‘posteriores solamente nos proporcionan indicios de lo que fue y despiertan nuestra imaginación.

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El centro de la ciudad para los aztecas era indudablemente el Templo Mayor

y hoy día, en el diagrama que presentamos a continuación se pueden establecer los sitios en que estaban ubicados los principales edificios aztecas y en donde se puede apreciar que Cortés utiliza como epicentro de la reestructuración lo que era el Templo de Tezcatlipoca.

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1).- El Templo Mayor también era conocido como Huey Teocalli, servía para el culto a dos de los dioses Hutizilopochtli, (dios de la guerra) y Tlaloc (dios de la Lluvia y la Agricultura) y era sin duda la edificación mas grande e importante.

Como parte del Templo Mayor estaban 2).- el Quaucalli (Casa de los Guerreros Águila) y 3).- la Casa de los Caballeros Ocelote (ya que el nombre de Caballeros Tigre es inadecuado; simplemente, no ha habido ni hay tigres en el continente americano).

2 A).- Templo de Tezcatlipoca rojo, o Templo a Tezcatlipoca utilizado únicamente por los Caballeros Águila.

3 A).- Templo de Tezcatlipoca, dedicado al culto general del pueblo.

4).- Calmecac o Calmecatl, sitio en el que vivían y se educaban los sacerdotes.

5).- Templo de Quetzalcoatl. Se dice que durante los dos equinoccios el Sol salía en medio de los dos templos que constituían el Templo Mayor y apuntaba

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exactamente al centro del Templo a Quetzalcóatl que curiosamente tenía una base en forma circular, que sin embargo, es típica de las construcciones dedicadas a ese dios.

6).- Tlachtli o Teutlachtli, era el campo para el juego de pelota, que se jugaba descalzo y en el que solamente se podía golpear la pelota de hule con las caderas, rodillas o codos.

7).- Templo del Sol, se ubica en lo que posteriormente fue el Sagrario de la primera Catedral Metropolitana.

8).- Coateocalli, o casa de la culebra en donde se guardaban los ídolos que representaban los dioses de los territorios conquistados.

9).- Templo de Chihuacóatl, o mujer serpiente que era la diosa de la fertilidad y patrona de las mujeres que morían durante la niñez.

10).- Templo a Chicomecóatl, advocación que se traduce como ‘siete serpientes’ y que era la diosa de las cosechas de maíz y de la fertilidad de las tierras, a la que cada mes de septiembre se sacrificaba una mujer por medio de decapitación.

11).- Templo de Xochiquetzal, la diosa de las flores, la danza, los juegos; su nombre significaba ‘pájaro flor’.

12).- Tozpalatl, o manantial sagrado, su nombre significa ‘ojo de agua’.

13).- Huey Tzompanti, era el altar en donde se depositaban los cráneos de las victimas decapitadas para cualquier sacrificio.

En el Capítulo XCII, Bernal nos relata como fue que Cortés, después de estar cuatro días ‘encerrado’ en el Palacio de Atzayácatl, recibiendo vistas de dignatarios del mismo Moctezuma, decide ir a ‘conocer’ el Templo Mayor y ver el gran adoratorio de Huichilobos: “Y Montezuma como lo supo envió a decir que fuésemos mucho en buena hora, y por otra parte temió que no le fuésemos a hacer algún deshonor a sus ídolos, y acordó de ir él en persona con muchos de sus principales, y en sus ricas andas salió de sus palacios hasta la mitad del camino; cabe unos adoratorios se apeó de las andas, porque tenía por gran deshonor de sus ídolos ir hasta su casa y adoratorio de aquella manera, y

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67eumales67 del brazo grandes principales; iban delante de él señores de vasallos, y llevaban delante dos como bastones como cetros alzados en alto, que era señal que iba allí el gran Montezuma, y cuando iba en las andas llevaba una varita de oro y medio de palo, levantada, como vara de justicia”. “Y así fue y subió en su gran cú, acompañado de muchos papas, y comenzó a sahumar y hacer otras ceremonias a Huichilobos”.

Durante esos días, los españoles tomaron por costumbre estar armados noche y día y en esa forma les veían estar los aztecas y la gente que rodeaba a Moctezuma, se transportaban a caballo todos los que podían hacerlos y en esa forma se dirigen a Tatelulco (Tlaltelolco) que como ya se ha mencionado era un gran mercado:

“Y desde que llegamos a la gran plaza, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían”. “Comencemos por los mercaderes de oro y plata y piedras ricas y plumas y mantas y cosas labradas, y otras mercaderías de indios esclavos y esclavas;”…..

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.......”digo que traían tantos de ellos a vender a aquella gran plaza como traen los portugueses los negros de Guinea, y traíanlos atados en unas varas largas con colleras a los pescuezos, porque no se les huyesen, y otros dejaban sueltos”.

“Luego estaban otros mercaderes que vendían ropa más basta y algodón y cosas de hilo torcido, y cacahuateros que vendían cacao, y de esta manera estaban cuantos géneros de mercadería hay en toda la Nueva España, puesto por su concierto de la manera que hay en mi tierra”….

….Y así dejamos la gran plaza sin más verla y llegamos a los grandes patios y cercas donde está el gran Cú; tenía antes de la plaza que hay en Salamanca, y con dos cercas alrededor, de calicanto, y el mismo patio y sitio todo empedrado de piedras grandes, de losas blancas y muy lisas, y donde no había de aquellas piedras estaba encalado y bruñido y todo muy limpio, que no hallaran una paja ni polvo en todo él”.

Moctezuma estaba en el ‘adoratorio de Huichilobos’ mientras Cortés y su tropa recorrían el mercado de Tlatelolco, y tomando de la mano a Cortés le muestra la panorámica de su gran ciudad, de la que sin duda alguna, estaba muy orgulloso, y en ese momento Cortés dice a Fray Bartolomé de Olmedo que sería oportuno ‘tantear’ a Moctezuma sobre la posibilidad de solicitar les permita hacer una iglesia en ese sitio.

Utilizando a Doña Marina como intérprete, Cortés le dice: “Muy gran señor es vuestra merced, y de mucho más es merecedor; hemos holgado de ver vuestras ciudades; lo que os pido por merced, que pues que estamos aquí en vuestro templo, que nos mostreís vuestros dioses y teúles”.

Moctezuma, sorprendido por la petición, responde que lo debe consultar con sus papas que no se atreven a oponerse y son conducidos a “una torrecilla y apartamiento a manera de sala, en donde estaban dos como altares, con muy rica tablazón encima del techo, y en cada altar, estaban dos bultos, como de gigantes, de muy altos cuerpos, y muy gordos, y el primero, que

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estaba a mano derecha era el de Huichilobos, su dios de la guerra, y tenía la cara y rostro muy ancho y los ojos disformes y espantables; en todo el cuerpo tanta la pedrería y oro y perlas y alfojar pegado con engrudo, que hacen en esta tierra de unas como raíces, que todo el cuerpo y cabeza estaba lleno de ello, y ceñido al cuerpo unas a manera de grandes culebras hechas de oro y pedrería, y en una mano tenía un arco y en otra unas flechas”.

“Y otro ídolo pequeño que allí junto a él estaba, que decían que era su paje, le tenía una lanza no larga y una rodela muy rica de oro y pedrería; y tenía puesto al cuello el Huichilobos unas caras de indios y otros como corazones de los mismos indios, y éstos de oro y de ellos, de plata, con mucha pedrería azules; y estaban allí unos braseros con incienso, que es su copal, y con tres corazones de indios que aquel día habían sacrificado y se quemaban, y con el humo y copal le había hecho aquel sacrificio”. “Y estaban todas las paredes de aquel adoratorio tan bañado y negro de costras de sangre, y asimismo el suelo, que todo hedía muy malamente”.

“Luego vimos a otra parte, de la mano izquierda, estar el otro gran bulto del altar de Huichilobos, y tenía un rostro como de oso, y unos ojos

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que relumbraban, hechos de sus espejos, que se dice, tezcal, y el cuerpo con ricas piedras pegadas y de la manera del otro su Huichilobos, porque, según decían, eran hermanos, y este Tezcatepuca era el dios de los infiernos, y tenía cargo de las ánimas de los mexicanos, y tenía ceñido el cuerpo con unas figuras como de diablillos chicos y las colas de ellos como de sierpes, y tenía en las paredes tanta costra de sangre y el suelo todo bañado de ello, como en los mataderos de Castilla no había tanto hedor”.

“Y allí le tenían presentado cinco corazones de aquel díasacrificados, y en lo alto de todo el Cú, estaba otra concavidad muy ricamente labrada la madera de ella, y estaba otro bulto como de medio hombre y medio lagarto, todo lleno de piedras ricas y la mitad de él enmantado”.

“Este decían que el cuerpo de él estaba lleno de todas las semillas que había en toda la tierra, y decían que era el dios de las sementeras y frutas; no se me acuerda el nombre, y todo estaba lleno de sangre, así paredes como altar y era tanto el hedor que no veíamos la hora de salirnos afuera, y allí tenían un atambor muy grande en demasía, que cuando le tañían el sonido de él era tan triste y de tal manera como dicen estrumento de los infiernos, y más de dos leguas de ahí se oía; decían que los cueros de aquel atambor eran de sierpes muy grandes”.

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“Y en aquella placeta tenían tantas cosas muy diabólicas de ver, de bocinas y trompetillas y navajones, y muchos corazones de indios que habían quemado, con que sahumaban a aquellos sus ídolos, y todo cuajado de sangre”. “Tenían tanto que lo doy a maldición, y como todo hedía a carnicería, no veíamos la hora de quitarnos de tal mal hedor, y peor vista”.

Parafraseando a Bernal, dejemos estas consideraciones y volvamos a la intención de Cortés de edificar una iglesia en el Templo Mayor lo que si lo vemos con ojos de nuestro Siglo resulta infantil y absurdo, y el caso es que como era de esperarse Moctezuma no autorizó el que se levantara un altar en ese sitio, pero, en cambio si dio su autorización para que lo hicieran en ‘sus aposentos’, pues entendía los ‘reclamos de su religión’.

“Como nuestro capitán Cortés y el fraile de la Merced (Fray Bartolomé de Olmedo) vieron que Montezuma no tenía voluntad que en el cú de su Huichilobos pusiésemos la cruz ni hiciésemos iglesia, y porque desde que entramos en aquella ciudad, cuando se decía misa hacíamos un altar sobre mesas y le tornaban a quitar, acordose que demandásemos a los mayordomos de Montezuma albañiles para que en nuestro aposento hiciésemos una iglesia, y los mayordomos dijeron que lo harían saber a Montezuma”.

“Y nuestro capitán envió a decírselo con Doña Marina y Aguilar y con Orteguilla su paje, que entendía ya algo de la lengua, y luego dio licencia y mandó dar todo recaudo”. “Y en dos días teníamos nuestra iglesia hecha y la santa cruz puesta delante de los aposentos, y allí se decía misa cada día hasta que se acabó el vino”. …”y después que se acabó cada día estábamos en la iglesia rezando de rodillas delante del altar e imágenes; lo uno, por lo que éramos obligados a cristianos y buena costumbre, y lo otro, porque Montezuma y todos sus capitanes lo viesen y se inclinasen a ello, y porque viesen el adorar y vernos de rodillas delante de la cruz, especial cuando tañíamos el Avemaría”.

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Bernal interrumpe su relato para comunicarnos como la curiosidad por las cosas ‘nuevas’ que iban descubriendo les hace notar, a través de “un carpintero de lo blanco, que se decía Alonso Yánez, vio en una pared una como señal que había sido puerta, y estaba cerrada, y muy bien encalada y bruñida, y como había fama y teníamos relación que en aquel aposento tenía Montezuma el tesoro de su padre Axayaca, sospechóse que estaría en aquella sala que estaba de pocos días cerrada y encalada, y Yáñez lo dijo a Juan Velázquez de León y a Francisco de Lugo, que eran capitanes y aún deudos míos, y Alonso Yáñez se allegaba a su compañía como criado; y aquellos capitanes se lo dijeron a Cortés, y secretamente se abrió la puerta”.

“Y desde que fue abierta y Cortés con ciertos capitanes entraron primero dentro y vieron tanto número de joyas de oro y en planchas, y tejuelos muchos, y piedras de chahchihuis y otras muy grandes riquezas, quedaron elevados y no supieron qué decir de tanta riqueza”. “Y luego los supimos entre todos los demás capitanes y soldados y lo entramos a ver muy secretamente; y desde que yo lo vi, digo que me admiré, y como en aquel tiempo era mancebo, y no había visto en mi vida riquezas como aquellas, tuve por cierto que en el mundo no se debieran haber otras tantas”.

“Y acordose por todos nuestros capitanes y soldados que ni por pensamiento se tocase en cosa ninguna de ellas, sino que la misma puerta se tornase luego a poner sus piedras y se cerrase, y encalase de la manera en que la hallamos”. “Y que no se hablase en ello porque no lo alcanzase a saber Montezuma, hasta ver otro tiempo”.

Este episodio habla por si solo y contradice las insinuaciones referentes a su desmedida ambición, y contradice también aquellos que afirman que ‘vino a robar’; y pasando a otro asunto, …….”apartaron a Cortés en la iglesia cuatro de nuestros capitanes y juntamente doce soldados de quien él se fiaba y comunicaba, y yo era uno de ellos, y le dijimos que mirase la red y garlito donde estábamos y la gran fortaleza de aquella ciudad, y mirase las puentes y calzadas y las palabras y avisos que por todos los pueblos por donde hemos venido nos han dado que había aconsejado el Huichilobos a Montezuma que nos dejase entrar en su ciudad y que allí nos matarían, y que mirase que los corazones de los hombres que son muy mudables, en especial en los indios, y que no tuviese confianza de la buena voluntad y amos que Montezuma nos muestra, porque de una hora a otra hora la mudaría, cuando se le antojase darnos guerra, que con quitarnos la comida o el agua o alzar cualquiera puente, que no nos podríamos valer, y que mirase la gran multitud de indios que tiene de guerra en su guarda, y que qué podríamos nosotros hacer para ofenderlos o defendernos, porque todas las casas tienen en el agua; pues socorros de nuestros amigos de Tlaxcala, ¿por donde han de entrar?”.

“Y puesto que es cosa de ponderar todo esto que le decíamos, que luego, sin más dilación, prendiésemos a Montezuma, si queríamos asegurar nuestras vidas, y que no se aguardase para otro día, y que mirase que con todo el oro que nos daba Montezuma, ni el que habíamos visto en el tesoro de su padre Axayaca, ni con cuanta comida comíamos, que todo se nos hacía rejalgar en el cuerpo, y que de noche ni de día no dormíamos,

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ni reposábamos con este pensamiento, y que si otra cosa algunos de nuestros soldados menos que esto que le decíamos sintiesen, que serían como bestias que no tenían sentido, que se están al dulzor del oro, no viendo la muerte al ojo”.

“Y después que esto oyó Cortés dijo: “No creáis caballeros, que duermo, ni estoy sin el mismo cuidado, que bien me lo avería sentido; más ¿Qué poder tenemos nosotros para hacer tan grande atrevimiento, prender a tan gran señor en sus mismos palacios, teniendo sus gentes de guardia y de guerra? ¿Qué manera o arte se puede tener en quererlo poner por efecto que no apellide sus guerreros y luego nos combatan?”.

Aparentemente Cortés inicialmente no tenía intención de hacer prisionero a Moctezuma, pero sus capitanes y soldados y en especial Pedro de Alvarado, Juan Velázquez de León, Diego de Ordaz, y Gonzalo Sandoval le hacen ver como los mayordomos y el personal de servicio ya no son ‘tan diligentes’ como eran al principio y que algunos de los aliados tlaxcaltecas habían comentado a Gerónimo de Aguilar haber recibido ‘malos tratos’ de los criados de Moctezuma.

Acordaron prender a Moctezuma a la mañana siguiente, cuando reciben noticias por carta de la Villa Rica de la Vera Cruz en donde se le informa a Cortés que Juan de Escalante (Alguacil Mayor) y seis soldados habían sido muertos y que estaban ‘soliviantados’ los pueblos de la sierra y Cempoala y que los sobrevivientes ‘no saben que hacer’ pues ya no los tratan como teúles se han dado cuenta de que no son dioses sino seres humanos, y se han vuelto ‘fieros’.

Con esas noticias, y en previsión de cualquier eventualidad, Cortés, sus capitanes y soldados acuerdan que a la mañana siguiente tomarán prisionero a Moctezuma.

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6Prisión de Moctezuma

Como lo tuvieron acordado, después de haber pasado la noche de rodillas rezando, la mañana siguiente () Cortés y cinco capitanes (Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Juan Velázquez de León, Francisco de Lugo y Alonso de Ávila), Doña Marina, Gerónimo de Aguilar, Bernal Díaz y otros soldados envío aviso a Moctezuma diciendo que iban a visitarle, (armados como era su costumbre).

Moctezuma y sus allegados no se extrañaron de la llegada de Cortés y menos de las reclamaciones que se les hicieron por el ataque a los españoles residentes en Villa Rica.

Según el relato de Bernal, estuvieron discutiendo el asunto por largo tiempo (más de media hora) sin que Moctezuma accediese ni a aceptar que había ordenado el ataque ni a salir de sus aposentos y quedarse en el de los españoles e incluso ofrece a Doña Marina que tomen como rehenes a sus hijos, a lo cual no accedió Cortés ni mucho menos Juan Velazquez de León, de quien dicen ‘lo decía con voz algo alta y espantosa, porque así era su hablar’.

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Moctezuma es conducido al Palacio de Atzayácatl en donde le pusieron “guardas y velas”, más según lo dice Bernal, no se le encadenó ni ató de manera alguna.

“Y luego le vinieron a ver todos los mayores principales mexicanos y sus sobrinos a hablar con él y a saber la causa de su prisión, y si mandaba que nos diesen guerra”. “Y Montezuma les respondía que él holgaba de estar algunos días allí con nosotros de buena voluntad, y no por fuerza, y que cuando él algo quisiese que se los diría, y que se alborotasen ellos ni la ciudad, no tomasen pesar de ello, porque esto que ha pasado de estar allí, que su Uichilobos lo tiene por bien; y se lo han dicho ciertos papas que lo saben, que hablaron con su ídolo sobre ello”. “Y de esta manera que he dicho fue la prisión del gran Montezuma; y allí donde estaba tenía su servicio y mujeres, y baños en que se bañaba, siempre a la contina estaban en su compañía veinte grandes señores y consejeros y capitanes, y se hizo a estar preso sin mostrar pasión en ello, y allí venían con pleitos embajadores de lejanas tierras y le traían sus tributos, y despachaba negocios de importancia”.

“Acuérdome que cuando venían ante él grandes caciques de lejanas tierras, sobre términos o pueblos, u otras cosas de aquel arte, que por muy gran señor que fuese se quitaba las mantas ricas y se ponía otras de henequén y de poca valía, y descalzo había de venir, y cuando llegaba a los aposentos, no entraba derecho, sino por un lado de ellos, y cuando parecía delante del gran Montezuma, los ojos bajos en tierra, y antes que a él llegasen le hacían tres reverencias y le decían: “Señor, Mi Señor, Mi Gran Señor”.

“Entonces le traían pintado y dibujado el pleito o embarazo sobre el que venían, en unos paños y mantas de henequén , y con unas varitas muy delgadas y pulidas le señalaban la causa del pleito; y estaban allí, junto a Montezuma dos hombres viejos, dos grandes caciques y después que bien habían entendido el pleito, aquellos jueces se lo decían a Montezuma, la justicia que tenía; con pocas palabras los despachaba y mandaba quien había de llevar las tierras o pueblos, y sin más replicar en ellos, se salían los pleiteantes sin volver las espaldas hasta la sala, y después que se veían fuera de su presencia de Montezuma se ponían otras mantas ricas y se paseaban por México”.

“……los mensajeros que envió Montezuma con su señal y sello a llamar a sus capitanes que mataron nuestros soldados, vinieron con ellos ante él presos, y lo que con ellos habló yo no lo sé, más que los envió a Cortés para que hiciese justicia de ellos”; y tomada su confesión sin estar Montezuma delante, confesaron ser verdad lo atrás ya por mi dicho, y que su señor se lo había mandado que diesen guerra y cobrasen los tributos, y que si algunos teúles fuesen en su defensa, que también les diesen guerra y matasen”.

“Y vista esta confesión por Cortés, envióselo a hacer saber a Montezuma cómo le condenaban en aquella cosa; y él se disculpó cuando pudo”. “Y nuestro capitán le envió a decir que así lo creía, que puesto que merecía castigo, conforme a lo que nuestro rey manda, que la persona que manda matar a otros, sin culpa o con culpa, que muera por ellos; más que le quiere tanto y le desea todo bien que ya que aquella culpa tuviese, que

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antes la pagaría él, Cortés, por su persona que vérselas pasar a Montezuma”. “Y con todo esto que le envió a decir, estaba temeroso”. “Y sin más razones, Cortés sentenció a aquellos capitanes a muerte y que fuesen quemados delante de los palacios de Montezuma, y así se ejecutó luego la sentencia”.

“Y porque no hubiese algún embarazo entretanto que se quemaban, mando echar unos grillos al mismo Montezuma”. “Y desde que se los echaron, él hacía bramuras, y si de antes estaba temeroso, entonces estuvo mucho más”.

“Y después de quemado fue nuestro Cortés con cinco de nuestros capitanes a su aposento, y el mismo le quitó los grillos, y tales palabras le dijo y tan amorosas, que se le pasó luego el enojo; porque nuestro Cortés le dijo que no solamente le tenía por hermano, sino mucho más; y que como es señor y rey de tantos pueblos y provincias, que si él podía, el tiempo andando, le haría que fuese señor de más tierras de las que ha podido conquistar ni le obedecían, y que si quiere ir a sus palacios, que licencia le da para ello”.

El relato de Bernal Díaz es espléndido y con gran agudeza nos demuestra como Moctezuma si bien era medroso y pusilánime, era inteligente y comprendía que estar preso era una forma de asegurar la ciudad, y de evitar ‘problemas’ y al mismo tiempo se daba perfectamente cuenta de que Cortés le halagaba pero que todo eran palabras y aún, si decidiera creer en lo que Cortés le decía, estaban los capitanes (particularmente Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León) que no dejarían que Cortés hiciera su voluntad sin freno alguno.

Con maestría sin igual y sencillez al final del Capítulo XCV hace la siguiente reflexión: “Y han de considerar los curiosos que esto leyeren tan grandes hechos que entonces hicimos: dar con los navíos al través; lo otro, osar entrar en tan fuerte ciudad, teniendo tantos avisos que allí nos habían de matar después que dentro nos tuviesen; lo otro tener tanta osadía, osar prender al gran Montezuma, que era rey de aquella tierra dentro en su gran ciudad y en sus mismos palacios, teniendo tan gran número de guerreros de su guarda, y lo otro osar, quemar sus capitanes delante de sus palacios, y echarle grillos entretanto se hacía la justicia”.

“Muchas veces, ahora que soy viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece que las veo presente, y digo que nuestros hechos que no los hacíamos nosotros, sino que venían todos encaminados por Dios: porque ¿Qué hombres habido en el mundo que osasen entrar cuatrocientos soldados (y aún no llegábamos a ellos), en una fuerte ciudad como es Méjico, que es mayor que Venecia, estando apartados de nuestra Castilla sobre más de mil quinientas leguas, y prender a un tan grande señor y hacer justicia de sus capitanes delante de él?”….. “Porque hay mucho que ponderar el ello, y no así secamente como yo lo digo”.

Moctezuma se da cuenta de que “convenía estar allí preso, porque, por ventura, como sus principales son muchos, y sus sobrinos y parientes le vienen cada día a decir que si será bien ‘dar guerra’ y sacarlo de prisión,

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que desde que le vean fuera que le atraerán a ello, y que no quería ver su ciudad revuelta, y que si no hacen su voluntad, por ventura querrán alzar otro señor, y que el les quitaba aquellos pensamientos con decirles que su Huichilobos se lo ha enviado a decir que esté preso”.

Y aquí hay una coincidencia histórica de gran valor, Moctezuma solicita un paje español que les servía, de nombre, o que se decía Orteguilla, que ya conocía el náhuatl y fue de mucha utilidad para los españoles porque a través de él, Cortés sabía lo que le decían sus capitanes y visitantes, y a la vez, Moctezuma era instruido en el conocimiento de ‘las cosas’ de Castilla, conocimiento que el mismo Moctezuma procuraba.

El hecho que precipita estos acontecimientos, como ya se relató fue la muerte de Juan de Escalante y otros españoles pertenecientes a la guarnición dejada en Villa Rica de la Vera Cruz, por lo que Cortés envía a un soldado de nombre Alonso De Grado, entendido y de buena plática y presencia y quien, entre otros, fue adverso al viaje a México, pero nombra a Gonzalo de Sandoval con el cargo de Alguacil Mayor, como lo había sido Juan de Escalante y Cortés le solicita envíe dos herreros con sus herramientas, fuelles y demás aparejos porque ya tenía el proyecto de hacer dos bergantines para andar en la laguna.

Al soldado Alonso de Grado, como decimos actualmente, ‘se le subió el puesto’ y según nos cuentan ocupaba su tiempo en bien comer y jugar, y secretamente convocaba a sus amigos para que se avisase a Diego Velázquez para que viniese a esta tierra y la reclamara para si.

Muy pronto Gonzalo de Sandoval recibe quejas sobre el comportamiento de este hombre y de sus intenciones en contra de Cortés.

Gonzalo de Sandoval le pone preso y le envía a Méjico en donde Cortés lo exhibe durante dos días en un cepo de madera.

Cortés, visitaba diariamente a Moctezuma, le instruía en ‘las cosas de Castilla’ e incluso jugaba con él al ‘totoloque’ que es un juego indígena parecido al actual boliche o bolos que los españoles aún juegan.

Si ganaba Cortés repartía las ganancias entre los sobrinos y ‘privados’ de Moctezuma, si ganaba Moctezuma las repartía entre los soldados que hacían guarda, y cada día, además, Moctezuma entregaba ‘presentes’ de oro y ropa a los soldados españoles y ocasionalmente indias hermosas.

Bernal relata dos cortos episodios relativos a un tal Trujillo y otro Pero López quienes se comportaban mal y no hacían ‘acato’ a Moctezuma, incluso le insultaban con palabras como “Pese a tal con este perro, que por velarle a la contina, estoy muy malo del estómago”.

A través del paje Orteguilla, Cortés se enteró de estos asuntos e inmediatamente hizo azotar a Pero López como escarmiento.

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Una vez que llegaron los herreros con sus aparejos e instrumentos, Cortés se lo hizo saber a Moctezuma diciéndole que quería mandar hacer dos navíos chicos para holgarse en la laguna, y Moctezuma accedió ordenando se trajese madera y sus carpinteros se pusieran bajo las ordenes de Martín López y Andrés Núñez (los maestros ‘para hacer navíos’).

Moctezuma solicitó permiso para salir e ir a sus templos a cumplir con sus obligaciones.

Con reticencia, Cortés acepta previniendo a Moctezuma que le acompañarán sus capitanes y soldados con ordenes de matarlo a la menor provocación.

Juan Velázquez de León, Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila y Francisco de Lugo, junto con el fraile ‘de la Merced’, y ciento cincuenta soldados le acompañan al Templo Mayor en donde en el altar de Huichilobos se sacrifican “hombres y muchachos” bajo la mirada horrorizada de Fray Bartolomé De Olmedo y los españoles que le acompañaron, sin que, por fortuna, intervinieran tratando de detener los sacrificios.

Los bergantines fueron terminados y echados al agua y aderezados y se organiza una ‘excursión’ para que Moctezuma ‘se pasee’ en ellos y vaya ‘de cacería’ de venados y liebres a un coto ‘privado’.

Apercibido por Cortés de ‘no intentar nada’ so pena de muerte, la cacería resulta un éxito, Moctezuma ‘se divierte’ etcétera, mientras los sobrinos y deudos de Moctezuma convocan a grandes señores y caciques para ‘darles guerra, y ‘alzarse’ por reyes de Méjico’.

“Desde que Cacamatzin, señor de la ciudad de Tezcuco, que es después de Méjico la mayor y más principal ciudad que hay en la Nueva España, entendió que hacía muchos días que estaba preso su tío Montezuma y que en todo lo que nosotros podíamos nos íbamos enseñoreando, y aún alcanzó a saber que habíamos abierto la casa en donde estaba el gran tesoro de su abuelo Axayaca y que no habíamos tomado cosa ninguna de ello, y antes de que lo tomásemos acordó de convocar a todos los señores de Tezcuco, sus vasallos, y al señor de Cuyuacán, que era su primo, y sobrino de Montezuma, y al señor de Tacuba, y al señor de Estapalapa, y a otro cacique muy grande, señor de Matlancingo, que eran parientes muy cercanos de Montezuma; y aún decían que le venía de derecho el reino y señoría de Méjico, y este cacique era muy valiente por su persona entre los indios. Pues andando concertando con ellos y con otros señores mexicanos que para en tal día viniesen con todos sus poderes y nos diesen guerra, parece ser que el cacique que he dicho que era valiente por su persona, que no le se el nombre, dijo que si le daban a él el señorío de Méjico, pues le venía de derecho, que él con toda su parentela y de una provincia que se dice Matlancingo serían los primeros que vendrían con sus armas a echarnos de Méjico, y no quedaría ninguno de nosotros a vida”.

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“Y Cacamatzin, según pareció, respondió que a él le venía el cacicazgo y él había de ser rey, pues era sobrino de Montezuma, que si no quería venir, que sin él y su gente haría guerra; por manera que ya tenía Cacamatzin apercibidos los pueblos y señoríos por mi nombrados, y tenía concertado que para tal día viniese sobre Méjico y con los señores que dentro estaban de su parte les daría lugar a la entrada”.

“Y andando en estos tratos, los supo muy bien Montezuma por la parte de su gran deudo, que no quiso conceder en lo que Cacamatzin quería, y para mejor lo saber envió Montezuma a llamar todos sus caciques y principales de aquella ciudad, y le dijeron cómo Cacamatzin los andaba convocando todos con palabras o dádivas para que le ayudasen a darnos guerra y soltar al tío”.

“Y como el Montezuma era cuerdo y no quería ver su ciudad puesta en armas ni alborotos, se lo dijo a Cortés, según y de la manera que pasaba”.

“El cual alboroto muy bien lo sabía nuestro capitán y todos nosotros, mas no tan por entero como se lo dijo”.

El asunto es, sin duda, la gran rivalidad existente entre los caciques, todos se creen con derecho a suceder a Moctezuma, y como suele suceder en todas estas conspiraciones o confabulaciones prevalecen los intereses particulares o partidistas sobre las consideraciones importantes, dando lugar a que el mismo Moctezuma, medroso pero preocupado por ‘su ciudad’, despreocupado por su destino, intervenga denunciando ante Hernán Cortés a sus parientes implicados.

Cacamatzin es aprehendido por los españoles y los propios enviados de Moctezuma, el resto de los señores confabulados son puestos en libertad, lo que muestra una vez más y demuestra sin lugar a duda alguna, que aún prisionero Moctezuma es temido por sus vasallos, es obedecido y respetado por Cortés y sus soldados.

Sin embargo, ya hay señales de rebelión, ya hay señales de descontento con las actitudes de Moctezuma las que son reforzadas al conocerse entre la nobleza azteca la pleitesía y obediencia que Moctezuma otorga al Emperador Carlos I.

En estas circunstancias, Cortés aprovecha la ocasión e inquiere a Moctezuma acerca de las minas que había en el territorio, recibiendo de Moctezuma indicaciones acerca de las principales proveedurías de oro: Zacatula, y Tustepeque.

Con esa información Cortés despachó al piloto Gonzalo de Umbría (al que le habían ‘cortado los pies’ cuando se ahorcó a Pedro Escudero y Juan Cermeño por el fallido robo del navío), y a un Pizarro (que se presumía era pariente de Cortés) le envía a Tuxtepec,(Tustepeque), y a Diego de Ordáz a Coatzacoalcos (Gauzaqualco), dándoles un plazo de cuarenta días para ir y volver.

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El primero en volver fue Gonzalo de Umbría y sus compañeros y trajeron ‘obra de trescientos pesos en granos’ que sacaron en su presencia algunos indios de los ríos, y trajeron consigo ‘dos principales’ con un presente de oro hecho en joyas.

Diego de Ordaz no reportó yacimientos ni minas sino descubrió que en el río podían entrar navíos grandes y eran ‘buenas tierras para ganados y granjerías’ y en algunos de sus afluentes los indígenas recogían granos de oro.

Pizarro regresó con granos de oro lavado en los ríos, pero dio autorización en contra de las indicaciones de Cortés y algunos de sus acompañantes (Barrientos, Heredia, el viejo, Escalona, el mozo y Cervantes el chocarrero) se quedaron para iniciar criaderos de aves y sembradío de cacahuates.

Estas exploraciones confirmaron a Cortés su percepción de que la tierra era rica y había ‘buenas minas’.

Empecinado en su ‘misión’ de lealtad hacia la Corona Española, Cortés solicita a Moctezuma ordene a todos los caciques sumisión y tributos para el monarca español estableciendo una ‘medida’ o cuota mínima.

Esta solicitud desató animosidad en contra de los españoles y de Moctezuma mismo, y como ejemplo, el cacique ya mencionado, el cacique de Matlancingo, mando responder que no daría oro ni obedecería a Moctezuma, y que él también era señor de Méjico, respuesta que como podemos imaginar despertó la ira de Moctezuma que de inmediato ordenó le trajeran preso y así lo hicieron.

Después de hecho esto, cuando regresaron los enviados con el oro y tributos solicitados, Bernal nos cuenta acera de la largueza de Moctezuma:

“Hágoos saber, señor Malinche y señores capitanes y soldados que a vuestro gran rey yo le soy en cargo, y le tengo buena voluntad así por ser tan gran señor como por haber enviado de tan lejanas tierras a saber de mí, y lo que más me pone el pensamiento es que él ha de ser el que nos ha de señorear, según nuestros antepasados nos han dicho, y aún nuestros dioses nos dan a entender por las respuestas que de ellos tenemos”.

“Toma ese oro que se ha recogido; por ser de prisa no se trae más.” “Lo que yo tengo aparejado para el emperador es todo el tesoro que he habido de mi padre y que está en vuestro poder y aposentos; que bien sé

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que luego que aquí viniste abriste la casa y lo mirásteis todo, y la tornaste a cerrar como de antes estaba”.

“ Y cuando se lo enviareis decirle en vuestros anales y cartas: “Esto os envía vuestro buen vasallo Montezuma”. “Y también yo os daré unas piedras muy ricas que le enviéis en mi nombre, que son chalchihuis, que no son para dar a otras personas sino para este vuestro gran señor, que vale cada piedra dos cargas de oro; también le quiero enviar tres cerbatanas con sus esqueros y bodoqueras, y que tienen tales obras de pedrería, que se holgará de verlas, y también yo quiero dar de lo que tuviere, aunque es poco, porque todo el más oro y joyas que tenía os he dado en veces”.

“Y después que tuvimos estas pláticas de buenos comedimientos, luego en aquella hora envió Montezuma sus mayordomos para entregar todo el tesoro de oro y riquezas que estaba en aquella sala encalada; y para verlo y quitarlo de sus bordaduras y donde estaba engastado tardamos tres días, y aún para quitarlo y deshacer vinieron los plateros de Montezuma de un pueblo que se dice Escapuzalco”. “Y digo que era tanto, que después de deshecho eran tres montones de oro, y pesado hubo en ellos sobre seiscientos mil pesos, como adelante diré, sin la plata y otras muchas riquezas, y no cuento en ello, los tejuelos y planchas de oro y el oro en grano de las minas”.

“Y se comenzó a fundir con los indios plateros que dicho tengo, naturales de Escapuzalco, y se hicieron unas barras muy anchas de ello, de medida como de tres dedos de la mano el anchor de cada barra; pues ya fundido y hecho barras, traen otro presente por sí de lo que el gran Montezuma había dicho que daría, que fue cosa de admiración de tanto oro, y las riquezas de otras joyas que trajo, pues las piedras chalchihuís eran tan ricas algunas de ellas, que valía entre los mismos caciques mucha cantidad de oro”.

…..”Digamos ahora cómo se marcó todo el oro que dicho tengo, con una marca de hierro que mandó hacer Cortés y los oficiales del rey, proveídos por Cortés, y acuerdo de todos nosotros en nombre de Su Majestad, hasta que otra cosa mandase, que en aquella sazón era Gonzalo Mexía, y Alonso De Ávila, contador; y la marca fue las armas reales como de un real y del tamaño de un tostón de a cuatro”. “Y esto sin las joyas ricas que nos pareció que no eran para deshacer”. “Pues para pesar todas estas barras de oro y plata, y las joyas que quedaron por deshacer no teníamos pesos ni balanzas, y pareció a Cortés a los mismos oficiales de la Hacienda de Su Majestad que sería bien hacer de hierro unas pesas de hasta una arroba y otras de media arroba, y de dos libras y una libra, y de media libra, y de cuatro onzas y de tantas onzas; y esto no es para que viniese muy justo., sino media onza más o menos en cada peso que se pesaba.”.

Como suele suceder, una vez que entra en consideración el dinero, la riqueza, ‘el oro’, las cosas se descomponen y en este caso, de inmediato hay la sospecha de que Cortés y sus capitanes e incluso Fray Bartolomé de Olmedo, ‘guardaban’ u ‘ocultaban’ ‘algo’ de las riquezas obtenidas, “ que faltaba la tercia parte de ello, que lo tomaban y escondían” .

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Parece ser que en esas apreciaciones hay bastante de cierto (excepto quizá en lo referente a fray Bartolomé de Olmedo que nunca se pudo probar) pero es un hecho, relatado por Bernal Díaz del Castillo que Cortés solicitó además del quinto que se le había concedido, que se le pagaran ‘gastos’ que había hecho al montar la expedición, incluso pidió dinero para pagar a Diego Velázquez por los barcos con que contribuyó a la expedición, y por el caballo muerto y para los frailes que no habían sido considerados para el reparto y por un sinfín de minucias que convirtió en deudas de las que se quería ‘reponer’ con el oro obtenido.

Algunos de los capitanes aprovecharon los oficios de los plateros de Atzcapozalco y mandaron hacer cadenas muy gruesas y el mismo Cortés mandó hacer joyas y un ‘gran servicio de vajilla’.

Incluso hubo gran pleito entre Juan Velázquez de León y Gonzalo Mexia, que se agrió y llegaron a las manos, causándose heridas con las espadas. Cortés les mandó encarcelar.

Entre los soldados surgió descontento, hubo muchos que no estaban conforme con lo recibido, no por la cantidad sino porque decían que Cortés y los capitanes habían escondido oro y por lo mismo, las raciones que correspondieron a los soldados eran insuficientes y que a los frailes no les correspondía ningún oro porque nunca así se había acordado y además, que el oro que algunos no habían querido recibir, lo había guardado Cortés para sí.

Bernal lo expone con claridad, y en los Capítulos CIV y CV lo menciona “ ….dejemos de hablar en el oro y de lo mal que se repartió y peor se gozó”.

Cortés porfiaba y porfiaba hasta que al fin logra la autorización de Moctezuma de colocar un altar en lo alto del Templo Mayor, apartado de los ídolos, y se colocó muna imagen de Nuestra Señora y una gran Cruz y se dijo una Misa cantada oficiada por los clérigos Bartolomé de Olmedo y Juan Díaz, y se colocó una guardia para impedir que se ‘asaltara’ el altar.

Esa debe haber sido ‘la gota que derramó el vaso’, en ambos sentidos, uno en la pérdida de respeto a Moctezuma y otro en cuanto a que Cortés había ‘ofendido’ a los ídolos al poner otro dios en el mismo sitio y rendirle pleitesía.

Los sacerdotes y papas indígenas se rebelaron y fueron a decir a Moctezuma que los dioses pedían irse de la provincia porque los teúles los trataban mal y que no querían seguir ahí hasta que ‘hicieran guerra y los mataran’.

Moctezuma envió por Cortés y le dijo: “ ¡Oh, señor Malinche, y señores capitanes: cuanto me pesa de la respuesta y mando que nuestros teules han dado a nuestros papas y a mi y a todos mis capitanes, y es que os demos guerra y os matemos y os hagamos ir por la mar adelante; lo que he colegido de ello, y me parece, que antes que comiencen la guerra, que luego salgáis de esta ciudad, y no quede ninguno de vosotros aquí, y esto, señor Malinche, os digo que hagáis de todas maneras, que os conviene: si no mataron han, y mirad que os va las vidas”.

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Cortés se reunió con sus capitanes y principales soldados y discutieron ampliamente el asunto y llegaron al acuerdo de solicitar a Moctezuma que enviase sus carpinteros a los arenales de Villa Rica para que recuperasen los navíos ‘dados al través’ y construyesen tres nuevos, y que por fuerza habría de ir Moctezuma con todos ellos, para detener a los caciques y papas porque todos morirían si la quisiesen iniciar.

Moctezuma accedió y tan pronto estuvieron listos los carpinteros, Cortés los envió con Martín López y Andrés Núñez, a iniciar la recuperación y construcción de los navíos.

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7Matanza del Templo Mayor

Diego Velázquez de Cuellar, Gobernador de la Isla de Cuba ya había sabido acerca de los mensajes enviados directamente por Hernán Cortés al Emperador junto con las riquezas y oro que les había entregado Moctezuma (que constituían bastante más del Quinto Real), y como este envío llegó a manos del Obispo de Burgos (Juan Rodríguez de Fonseca) quien haría todo lo posible por demorar su entrega a Carlos I que se encontraba en Flandes.

Sin embargo, Diego Velázquez no quería esperar a que en la corte española resolvieran el asunto a su favor y a toda prisa conforma una armada con 19 navíos y 1,400 soldados, armas y pólvora, 80 jinetes, 90 ballesteros y 70 escopeteros, encargando al capitán Pánfilo de Narváez el mando de la expedición con ordenes de aprender a Cortés y a todo sus capitanes y soldados.

Moctezuma se enteró bastante antes que Cortés de la llegada de la armada de Narváez, y envió a sus mayordomos a que se les diera comida y bastimentos al ejército de Narváez, quien recibió con agrado esta ayuda enviando a Moctezuma ‘algunas cosas de Castilla’ y vio en los dibujos que sus pintores acostumbraban hacer la gran cantidad de soldados y navíos que llegaron, creyendo que con facilidad derrotarían a Cortés.

Sin embargo, el mismo carácter de Moctezuma le traiciona y queriendo ‘adelantarse’ y evitar ‘sospechas’, dice a Cortés: “Señor Malinche: ahora en este punto, me han llegado mensajeros de cómo en el puerto en donde desembarcasteis han venido diez y ocho y más navíos, y mucha gente y caballos, y todo nos los traen pintado en unas mantas, y como me visitaistes hoy dos veces, creí que me venías a dar nuevas de ellos, así que no habrás de menester de hacer navíos”. “Y porque no me lo decíais, por una parte tenía enojo de vos tenérmelo encubierto, y por otra me holgaba, porque vienen vuestros hermanos para que todos os vayaís a Castilla, y no haya más palabras”.

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“Y cuando Cortés oyó lo de los navíos y vio la pintura del paño, se holgó en gran manera y dijo: “Gracias a Dios, que al mejor tiempo provee”.

“Y nosotros los soldados, era tanto el gozo que no podíamos estar quedos, y de alegría escaramucearon los de a caballo y tiramos tiros; y Cortés estuvo muy pensativo, porque entendió que aquella armada la enviaban Diego Velázquez contra él, y contra todos nosotros; y como sabio que era, comunicó lo que sentía de ella a todos nosotros, capitanes y soldados, y con grande dádivas de oro que nos da y ofrecimientos que nos harán ricos, a todos nos atraía para que estuviésemos con él”. “Y no sabía quien venía por capitán, y estábamos muy alegres con las nuevas y por el más oro de lo que nos había dado por vía de mercedes, como que lo daba de su hacienda y no de lo que nos cabía de parte”.

La expedición punitiva de Narváez comienza con malos augurios, una nave, con cincuenta tripulantes se pierde, desembarcan en Cozumel en donde, sin prestar oídos a lo que el Oidor Lucas Vázquez de Ayllón le decía, pues era territorio conquistado por Cortés, Narváez funda la Villa del Arenal.

Gonzalo de Sandoval, como ya lo hemos dicho, estaba por Capitán en la Villa Rica, a donde Pánfilo de Narváez envía seis personas a requerir a Sandoval (un clérigo de apellido Guevara (que tenía buena expresiva), otro Anaya (de mucha cuenta y pariente de Diego Velázquez), un escribano Vergara y tres testigos, más algunos indios de Cuba, que se acercan a la Villa Rica en donde Gonzalo de Sandoval les esperaba.

Después del intercambio de cortesías y de oír los razonamientos del Clérigo Guevara, Sandoval les dijo: “Señor padre: muy mal habláis en decir esas palabras de traidores; aquí somos mejores servidores de Su Majestad que no Diego Velázquez, y porque sois clérigo no os castigo conforme a vuestra mala crianza”. “Andad con Dios a Méjico, que allá está Cortés, que es Capitán General y Justicia Mayor de esta Nueva España, y os responderá; aquí no tenéis más que hablar”.

Con la soberbia que caracteriza a los clérigos en asuntos que no son de su incumbencia, pues cuando hablan de cuestiones de fe son humildes, el clérigo Guevara se enciende y trata de imponer su autoridad, lo que no funciona con Gonzalo de Sandoval y después de apresarlos les envía a Méjico con Pedro de Solís con una carta dirigida a Cortés en la que le informa acerca de su llegada y de sus pretensiones.

Cortés les recibe con halagos, aprovechando lo ‘deslumbrados’ que estaban de la grandeza de Tenochtitlán y de las riquezas que los españoles tenían y pronto los convence con dádivas y fáciles palabras y ‘habiéndoselos ganado’ les envía con Narváez a quien dirige una carta.

Pero no contento con ello, envía requerimientos a Narváez ofreciendo riquezas y suplicándole …”que no de causa a que Montezuma, que está preso, se suelte y la ciudad se levante, porque será para perderse él y su gente y todos nosotros las vidas, por los grandes poderes que tiene.”

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También aprovecha la ocasión para escribir al Secretario Andrés Del Duero y al Oidor Lucas Vázquez de Ayllón, y con las cartas envía joyas y oro.

Enseguida ordena a Fray Bartolomé de Olmedo vaya y se entreviste con Narváez con algunas cadenas de oro y tejuelos para repartir entre los soldados procurando convencerles para que se pasen a su bando.

Narváez, orgullosamente mostraba la misiva, pavoneándose sobre el ofrecimiento hecho por Cortés de subordinarse bajo su mando.

En cuanto llegaron el clérigo Guevara y sus compañeros, a los que no quiso

escuchar las cosas cambiaron a favor de Cortés, y los soldados, viendo las riquezas que traían y repartían se debatían en cuanto a su lealtad para con Narváez.

La mayoría estaba indecisa pues Pánfilo de Narváez no se había ganado la confianza de las tropas que con él iban.

Cuando llegó fray Bartolomé (tratado con desprecio por Narváez) y comenzó a repartir los obsequios que traía y a prometer más, los principales capitanes y muchos soldados que con Narváez venían empezaron a convencerse de la conveniencia de cambiar de bando.

El Oidor Lucas Vázquez de Ayllón, luego de recibir la carta y los obsequios que Cortés le enviaba, también cambió de opinión y contradecía a Narváez, quien no cesaba de argumentar que Cortés era un traidor y que se había levantado en contra de Diego Velázquez.

El Fraile Bartolomé de Olmedo y el Oidor Ayllón respondían que Cortés, sus capitanes y soldados servían a Su Majestad el Rey y no al gobernador.

Los obsequios que había recibido de Moctezuma, Narváez se los había quedado y esto fue muy mal visto por sus capitanes y soldados, máxime cuando los Veedores, Benito Salvatierra y Juan Bono de Quexo reclamaron esas riquezas para determinar el Quinto Real; Narváez, encolerizado les puso presos y envió a Castilla.

Después de estos problemas Narváez, ensoberbecido conduce su ejército y llega a Cempoala en donde, “por fuerza, tomó al cacique gordo, todas las mantas, y ropa y oro que Cortés le dio a guardar antes de que partiésemos para Tlaxcala y también le tomó las indias que habían dado los caciques de aquel pueblo”.

Cortés se encuentra en una disyuntiva, por una parte, en la ciudad de Méjico la situación de sus tropas se tornaba crítica, y por la otra tenía la amenaza de Narváez, con un ejército de más del doble de soldados de los que Cortés tenía.

Después de consultarlo con sus capitanes y soldados, acuerdan que Cortés irá a combatir a Narváez y Pedro de Alvarado –con tan solo ochenta soldados- quedará a

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cargo de la custodia de Moctezuma quien había prometido enviar 5,000 guerreros a ayudarle (ayuda que Cortés declinó).

Con Pedro de Alvarado, Cortés dejó a algunos elementos a los que no tenía plena confianza, como el clérigo Juan Díaz.

Cortés solicitó a Xicotencatl y Maseescaci 5,000 guerreros, recibiendo respuesta que si fueran en contra de otros indígenas lo harían, pero no querían enfrentar Teúles con tantas armas y caballos y enviaron diez cargas de gallinas.

También solicita a Gonzalo de Sandoval que envíe los refuerzos que pueda a una población de nombre Panganequita, muy cercana a Cempoala.

En el camino se encuentran con Alonso Mata el escribano enviado por Narváez, y a sus acompañantes, quienes no traían ningún nombramiento ni documentos originales provenientes de Castilla ya que todo eran documentos hechos por Diego Velázquez.

No obstante, Cortés les hace dádivas y entrega tejuelos de oro y les envía de regreso, y al platicar con sus compañeros influyen bastante en despejar las dudas que había.

Al día siguiente llega Gonzalo de Sandoval con aproximadamente setenta soldados, recibiendo también a cinco amistades del Oidor Ayllón que huyeron del campamento de Narváez.

Al hacerse el recuento de soldados Bernal indica que “hallamos doscientos setenta y seis, contados atambor y pífano, sin el fraile, y con cinco de a caballo, y dos tirillos y pocos ballesteros y menos escopeteros”.

Esta batalla fue una de las más difíciles que enfrentaron las tropas de Cortés, en desigualdad de condiciones, y con adversarios experimentados, con el mismo armamento y en mayores cantidades, sin embargo el arrojo, astucia y atrevimiento de los soldados de Cortés le dieron la victoria.

En la batalla Narvaéz pierde un ojo y es capturado, y la suerte está de parte de Cortés, pues al ser de noche y haber estado lloviendo había muchos cocuyos (insectos bioluminiscentes semejantes a las luciérnagas) que los soldados de Narváez confunden con mechas de escopetas recibiendo la impresión que los soldados de Cortés eran mucho más de los que en realidad había y uno por uno van dejando sus armas en el suelo, quedando inermes ante los soldados triunfadores.

Después de la batalla, llegaron dos mil indios ‘chinantas’ como refuerzo, un poco tarde para la batalla pero suficiente a tiempo para controlar a los soldados de Narváez que por otra parte, habían perdido su arrogancia.

Con Narváez y sus principales capitanes presos, Cortés envió a Francisco de Lugo al puerto en donde estaban los navíos de la flota y trajeran a los pilotos y

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maestres de los barcos de la flota de Narváez y removieran velas, timones y agujas para evitar que se hiciesen a la mar y avisasen a Diego Velázquez.

Cuando los maestres y pilotos llegaron ante la presencia de Cortés, le besaron las manos y se les tomó juramento de fidelidad.

Cortés una vez que aseguró su triunfo, envió a Juan Velásquez de León a conquistar y poblar ‘lo de Panuco’, y a Diego de Ordaz a Cuatzacoalcos.

Con la gente de Narváez venían algunos esclavos africanos, de entre los que había uno que estaba ‘lleno de viruelas’, lo que resultó fatal para la población indígena como sabemos ahora.

Estando en estos menesteres, llega aviso urgente de que “Méjico esta alzado” y Pedro de Alvarado “cercado en su fortaleza y aposento”.

Al mismo tiempo llegan cuatro mensajeros de Moctezuma a quejarse y le dijeron “llorando muchas lágrimas de sus ojos, que Pedro de Alvarado salió de sus aposentos con todos los soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dio en sus principales y caciques que estaban bailando y haciendo fiesta a sus dioses Huichilobos y Tezcatipuca, con licencia que para ello les dio Pedro de Alvarado”.

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Con las noticias de lo que estaba ocurriendo en Méjico, Cortés rápidamente cancela las expediciones a Coatzacoalcos y Pánuco, se dirige a los soldados de Narváez y los logra convencer que le acompañen a Méjico.

En largas y exhaustivas jornadas llegan a Tlaxcala en donde se enteran que mientras ellos estaban combatiendo los aztecas no dejaban de hostigar a Pedro de Alvarado, habían matado a siete soldados y puesto fuego al Palacio pero al saber que se había ganado la batalla en contra de los otros ‘teúles’ habían cesado las hostilidades y estaban faltos de agua y bastimento ya que Moctezuma ordenó se suspendieran las entregas de agua y comida.

Cortés contaba con mil trescientos soldados, noventa y seis caballos, ochenta ballesteros y otros tantos escopeteros y en Tlaxcala se le proporcionan 2,000 guerreros.

Llegan a Tezcoco en donde no encuentran a nadie, ningún señor, o guerrero, la gente desde sus casas los ve pasar, las calles están desiertas, y así llegan a Tenochtitlán el 24 de junio de 1520, dirigiéndose a sus aposentos (Palacio de Atzayácatl) en donde Moctezuma sale al patio a recibirle y Cortés se rehúsa a hablar con él.

Hablan con Pedro de Alvarado y Cortés es informado de lo ocurrido, basándose en el enojo de los indios por haber puesto preso a Moctezuma, por haber colocado un altar en el adoratorio de Huitzilopoztli (que trataron de quitar sin poder lograrlo).

Estando en la celebración Alvarado se ‘enteró’ de que a su término, los indígenas congregados, que eran muchos, atacarían a los españoles y liberarían a Moctezuma.

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Reconoce el error de haber dado permiso para que se celebrara la fiesta, nunca pensó que se reunieran tantos indígenas y por informes recibidos de dos papas y algunos ‘principales’ decide ‘adelantárse’ y atacar a los danzantes.

Después de esto, los aztecas se sublevan y responden atacando a los españoles que se refugian en el Palacio de Atzayacatl al que le prenden fuego, el que logran apagar, cavando un pozo en el patio del que logran obtener agua dulce y salada.

La situación era crítica.

Cortés se encuentra con los aztecas sublevados, y con los nuevos refuerzos en situación de duda pues les había convencido de que tenía ‘todo bajo control’ y encuentran todo lo contrario.

Por vez primera, Bernal nos relata un Cortés airado, enojado, molesto con el doblez de Moctezuma, y más aún cuando llega un soldado, mal herido, que venía del pueblo de Tacuba reportando ‘gente de guerra’ que venía en camino.

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Cortés recobra el sentido y ordena a Diego de Ordaz que con cuatrocientos soldados salga hacia Tacuba y averigüe como están las cosas. De Ordaz logra salir y es inmediatamente atacado por escuadrones indígenas vociferante y en plena furia.

Logra regresar al Palacio hasta donde es seguido por los escuadrones aztecas que prenden fuego a todo lo que pueden y dificultan los combates: “y es que tuvieron tanto atrevimiento, que unos dándonos guerra por unas partes y otros por otra, entraron a ponernos fuego en nuestros aposentos, que no nos podíamos valer con el humo y fuego, hasta que se puso remedio con derrocar sobre él mucha tierra y atajar otras salas por donde venía el fuego, que verdaderamente allí d-entro creyeron de quemarnos vivos”.

Todo el día duraron los combates y aún por la noche los escuadrones aztecas no dejan de atacar.

Durante la noche, los españoles curan a sus heridos y como pueden cierran accesos, Cortés decide que lo mejor es salir y combatir en las calles, lo cual con grandes dificultades y heridos hicieron hasta llegar al Templo Mayor en donde lograr repeler los ataque llegando hasta lo alto, prendiendo fuego a las salas en donde estaban los ídolos y en un intento de rescatar la imagen de la Virgen y la Cruz (las que no encontraron porque Moctezuma las había mandado guardar).

Con grandes penalidades, heridos y muertos, regresan a los aposentos en donde se decide que Moctezuma le hable, trate de calmar los ánimos y ‘hacer paces’.

“Yo tengo creído –le dijo Moctezuma a Cortés- que no aprovecharé cosa ninguna para que cese la guerra, porque ya tienen alzado otro señor y han propuesto de no os dejar salir de aquí con la vida; y así creo que todos vosotros habréis de morir”.

“Que Montezuma se puso a pretil de una azotea con muchos de nuestros soldados que le guardaban, y les comenzó a hablar con palabras muy amorosas que dejasen la guerra y que nos iríamos de Méjico, y muchos principales y capitanes mexicanos bien le conocieron, y luego mandaron que no tirasen varas ni piedras ni flechas; y cuatro de ellos se llegaron en parte que Montezuma les podía hablar, y ellos a él, y llorando le dijeron: “¡Oh, señor y nuestro gran señor, y cómo nos pesa de vuestro

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mal y daño y de vuestros hijos y parientes! “Hacémoos saber que ya hemos levantado a un vuestro pariente por señor”. “Y allí se nombró como se llamaba, que se decía Coadlavaca, señor de Estapalapa, que no fue Guatemuz el que luego fue señor”.

“Y más dijeron que la guerra que la habían de acabar, y que tenían prometido a sus ídolos no dejarla hasta que todos nosotros muriésemos, y que rogaban cada día a su Uichilobos y a Tezcatepuca que le guardase libre y sano de nuestro poder; y como saliese como deseaban, que no le dejarían de tener muy mejor que de antes por señor, y que les perdonase”.

Después que hubieron acabado esas palabras hubo un tenso momento, se reanudó la gritería y comenzaron a lanzar “tanta piedra y vara” que a Moctezuma le alcanzan tres piedras, una en la cabeza, otra en el brazo y la tercera en una pierna.

Moctezuma, poco después, muere de sus heridas, y Cortés envía a dos papas y un principal a informar a Coadlavaca acerca de la muerte de Moctezuma.

Cortés soltó a algunos principales y papas que tenían prisioneros y entre ellos cargaron el cuerpo de Moctezuma y lo entregasen a los capitanes mexicanos.

Después de la muerte de Moctezuma Cortés y sus capitanes conferenciaron largamente, y como todas las ofertas de ‘paces’ eran rechazadas, se decidió salir por la calzada de Tacuba; se manda hacer un puente ‘portátil’ para cubrir las que se habían levantado y facilitar el paso de la artillería y el ‘fardaje’.

“y para ponerlas y llevarlas y guardar el paso hasta que pasase todo el fardaje y el ejército señalaron cuatrocientos indios tlaxcaltecas y ciento cincuenta soldados, y para que fueran en la delantera, peleando, señalaron a Gonzalo de Sandoval y a Diego de Ordaz, y a Francisco de Saucedo y a Francisco de Lugo, y una capitanía de cien soldados mancebos, sueltos, para que fuese entre medias y acudiesen a la parte que más conviniese pelear; señalaron al mismo Cortés y Alonso de Ávila y Cristóbal de Olid, y a otros capitanes que fuesen en medio; en la

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retaguardia a Pedro de Alvarado y a Juan Velázquez de León, y entremetidos en medios de los capitanes y soldados de Narváez, y para que llevasen a cargo los prisioneros y a Doña Marina y Doña Luisa, señalaron trescientos tlaxcaltecas y treinta soldados”.

En estos preparativos llega la noche; Cortés ordena que se saque todo el oro y joyas que había y se entreguen a Alonso de Ávila y Gonzalo Mexia la parte que correspondía a Su Majestad y les proporciona siete caballos ‘heridos y cojos y una yegua’ y 80 o 90 ‘amigos tlaxcaltecas’ para cargar ‘a bulto’ lo más que pudieran llevar, y después mando llamar a su secretario y otros escribanos reales pidiendo se hicieran testimonios de cómo no pudiéndose pesar ni poner valor al tesoro se permitiera a los soldados tomar de ello lo que quisiesen cargar.

Bernal relata como muchos soldados de los de Narváez y algunos de los anteriores, tomaron de ese tesoro y el mismo refiere como “no tuve codicia sino procurar salvar la vida, más no dejé de apañar de unas cazuelas que allí estaban, unos cuatro chalchiuis, que de presto me eché en los pechos entre las armas”.

Poco antes de la medianoche todo estaba preparado, listo para la salida y en medio de llovizna y niebla salen los españoles, se coloca el puente, y se inicia la apresurada marcha por la resbaladiza calzada de Tacuba cuando los guerreros aztecas se dan cuenta de la huida y comienzan a gritar y a llamar a otros escuadrones y comienza la batalla conocida como La Noche Triste, el 30 de junio de 1520, ocho meses y algunos días después de la entrada a Tenochtitlán (8 de noviembre de 1519).

“De manera que en aquel paso y abertura del agua de presto se hinchó de de caballos muertos, y de indios e indias y naborías y Petacas; y temiendo que no nos acabásen de matar, tiramos por nuestra calzada adelante y hallamos muchos escuadrones que estaban aguardándonos con lanzas grandes, y nos decían palabras vituperosas”……

….”Y a estocadas u cuchilladas que les dábamos pasábamos, aunque hirieron a seis de los que íbamos”……

“Ya que arremetíamos a los escuadrones mexicanos, de la una parte es agua y de la otra azoteas, y la laguna llena de canoas, no podíamos hacer cosa ninguna, pues escopetas y ballestas todas quedaban en la puente, y siendo de noche, que podíamos hacer sino lo que hacíamos, que

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era arremeter y dar algunas cuchilladas a los que nos venían a echar mano y andar y pasar adelante, hasta salir de la calzada”.

“Y para quien no vio aquella noche la multitud de guerreros que sobre

nosotros estaban y las canoas que de ellos andaban a rebatar nuestros soldados, es cosa de espanto”.

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8La Noche Triste

El episodio de la Noche Triste es uno de los acontecimientos relativos a la conquista de los que más se ha hablado y escrito y del que poco se sabe en realidad, pues las versiones que al respecto hay son un tanto contradictorias y tendenciosas.

El mismo Cortés, en su Segunda Carta de Relación fechada el 30 de octubre de 1520, cuatro meses después de los hechos, es bastante lacónica y a la letra nos dice:

“……Desamparada la fortaleza, con mucha riqueza así de Vuestra Alteza como de los españoles y mía, me salí de lo más secreto que yo pude, sacando conmigo un hijo y dos hijas de Mutezuma y a Cacamacín, señor de Aculuacán; y al otro su hermano que yo había puesto en su lugar y, a otros señores de provincias y ciudades que allí tenía presos. Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la primera de ellas se echó la puente que yo traía hecha, con poco trabajo, porque no hubo quien la resistiese, excepto ciertas velas que en ella estaban, las cuales apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba infinita gente de los contrarios sobre nosotros, combatiéndonos por todas partes, así desde el agua como de la tierra; y yo pasé a nado todas las puentes y las gané hasta la tierra firme. Y dejando aquella gente a la delantera, torné a la rezaga donde hallé que peleaban muy reciamente, y que era sin comparación el daño que los nuestros recibían, así los españoles como los indios de Tescaltecal que con nosotros estaban, y así a todos los mataron, y muchas

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naturales de los españoles; y asimismo habían muerto muchos españoles y caballos y perdido todo el oro y joyas y ropa, y otras muchas cosas que sacábamos, y toda la artillería”.

“Recogidos los que estaban vivos, echélos adelante, y yo con tres o cuatro de a caballo y hasta veinte peones que osaron quedarse conmigo, me fui en rezaga peleando con los indios hasta una ciudad que se dice Tacuba, que está fuera de la calzada, que Dios sabe cuanto trabajo y peligro recibí”.

Francisco López de Gómara, capellán de Cortés en sus años postreros, escribe su Historia de la Conquista de Méjico en la que nos relata otra versión de los hechos:

“Dio cargo Cortés a ciertos españoles que llevasen a recado a un hijo y dos hijas de Motezuma a Cacama, y otro su hermano, y a muchos otros señores grandes que tenía presos. Mandó a otros cuarenta que llevasen el pontón, y a los indios amigos la artillería y un poco de centil que había; puso delante a Gonzalo de Sandoval y Antonio de Quiñones; dio la rezaga a Pedro de Alvarado, y él acudía a todas partes con hasta cien españoles; y así, con esta orden salieron de casa a media noche en punto, y con gran niebla, y muy callandito, por no ser sentidos y encomendándose a Dios que los sacase con vida de aquel peligro y de la ciudad”.

“Echó Cortés por la Calzada de Tlacopan, que habían entrado, y todos le siguieron; pasaron el primer ojo con la puente que llevaban echiza. Las centinelas de los enemigos y las guardas del templo y ciudad sonaron luego sus caracoles, y dieron voces que se iban los cristianos; y en un salto, como no tienen armas ni vestido que echar encima y los impidan, salió toda la gente tras ellos a los mayores gritos del mundo, diciendo: “Mueran los malos, muera quien tanto mal nos ha hecho”, y ansí, cuando Cortés llegó a echar el pontón sobre el ojo segundo de la calzada, llegaron muchos indios que lo defendían peleando; pero en fin, hizo tanto, que lo echó y pasó con cinco de caballo y cien peones españoles, y con aguijó hasta la tierra, pasando a nado las canales y quebradas de la calzada, que su puente de madera ya era perdida.” “Dejó los peones en tierra con Juan Jaramillo, y tornó con los cinco de caballo a llevar los demás, y a darles priesa que caminasen; pero cuando llegó a ellos, aunque algunos peleaban reciamente, halló muchos muertos”. “Perdió el oro, el fardaje, los tiros, los prisioneros; y en fin, no halló hombre con hombre ni cosa con cosa como lo dejó, y sacó del real”.

“Recogió los que pudo, echólos delante, siguió tras ellos, y dejó a Pedro de Alvarado a esforzar y recoger los que quedaban; más Alvarado no pudiendo resistir ni sufrir la carga que los enemigos daban, y mirando la mortandad de sus compañeros, vio que no podía escapar él si atendía, y siguió tras Cortés con la lanza en la mano, pasando sobre españoles muertos y caídos, y oyendo muchas lástimas”.

“Llegó a la puente cabrera, y saltó de la otra parte sobre la lanza; deste salto quedaron los indios espantados y aún españoles, ca era grandísimo, y que otros no pudieron hacer, aunque lo probaron, y se ahogaron”.

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“Cortés a esto se paró, y aún se sentó, y no a descansar, sino a hacer duelo sobre los muertos y que vivos quedaban, y a pensar y decir el baque la fortuna le daba con perder tantos amigos, tanto tesoro, tanto mando, tan grande ciudad y reino; y no solamente lloraba la desventura presente, más temía la venidera, por estar todos heridos, por no saber adonde ir, y por no tener cierta la guarida y amistad en Tlaxcallan; y ¿quién no llorará viendo la muerte y estrago de aquellos que con tanto triunfo, pompa y regocijo entrado habían?”.

“Empero, porque no acabasen de perecer allí los que quedaban, caminando y peleando llegó a Tlacopan, que está en tierra, fuera ya de la calzada”.

“Murieron en el desbarate desta triste noche, que fue a 10 de julio del año de 20 sobre 1,500, cuatrocientos y cincuenta soldados españoles, cuatro mil indios amigos, cuarenta y seis caballos, y creo que todos los prisioneros”. “Quien dice más, quien menos, pues esto es lo más cierto”.

“Si esta cosa fuera de día, por ventura no murieran tantos ni hobiera tanto ruido; más, como pasó de noche oscura y con niebla, fue de muchos gritos, llantos, alaridos, y espanto; ca los indios, como vencedores, vocearon victoria, invocaban sus dioses, ultrajaban los caídos y mataban los que en pie se defendían”.

“Los nuestros, como vencidos, maldecían su desastrada suerte, la hora y quien los trujo”. “Unos llamaban a Dios, otros a Santa María, otros decían: “Ayuda, ayuda; que me ahogo”. “No sabría decir si murieron tantos en agua como en tierra, por querer echarse a nado o saltar las quebradas y ojos de la calzada, y porque los arrojaban a ella los indios, no pudiendo apear con ellos de otra manera; y dicen que en cayendo el español en agua, era con él el indio, y como nadaban bien, les llevaban a las barcas y donde querían o los desbarrigaban” “También andaban muchas acalles a raíz de la calzada, peleando, que, como tiraban a bulto, daba a todos, aunque algo devisaban el vestido de los suyos, que parescía

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encamisada, y eran tantos los de la calzada, que se derribaban unos a otros en agua y a la tierra; y así, ellos se hicieron a sí mismo más daño que los nuestros, y si no se detuvieran en despojar los españoles caídos, pocos o ninguno dejaran vivos”. “De los nuestros tanto más morían, cuanto mpas cargados iban de ropa y de oro y joyas; ca no se salvaron sino los que menos oro llevaban y los que fueron más delante o sin miedo; por manera que los mató el oro y murieron ricos”.

“Acabada que fue de pasar la calzada, no siguieron los indios nuestros españoles, o porque se contentaron con lo hecho, o porque no osaron pelear en lugar anchuroso, o por se poner a llorar los hijos de Motezuma, quye aún hasta entonces nunca los habían conocido ni sabido que fuesen muertos”. “Grandes llantos y plañidos hicieron sobre ellos, mesándose las cabezas por los haber ellos muerto”.

Como podemos darnos cuenta tres autores, tres versiones diferentes aunque hay algunas coincidencias y curiosamente solo la crónica de Gómara platica acerca del ‘llanto de Cortés” y del salto de Alvarado, en el que se establece fue hecho ‘con pértiga’ y no a caballo y establece un listado de las bajas sufridas por los españoles.

Por lo demás, Gómara llama nuestra atención en su relato por su interpretación de cómo incomprensiblemente los aztecas dejan de atacar a los españoles cuando había clamado que les darían muerte a todos lo que refuerza la teoría de que no había una cabeza ‘guerrera’ que organizara o mandara esos ataques, indicando que era un levantamiento popular, sin organización, producto acumulado de la furia, de la prisión y muerte de Moctezuma, de la violación a los espacios reservados para sus ídolos, y muchos otros acontecimientos que fueron interpretados como ofensivos para los aztecas, y deja mucho que desear acerca de las cualidades militares demostradas por los aztecas, y en particular de Cuitlahuac (Cloadlavaca) y Cuauhtémoc (Guatemuz) quienes supuestamente dirigían la oposición a los españoles.

En la actual avenida México/Tacuba se encuentra un vetusto ahuehuete que ha sido considerado como el lugar en donde Cortés se detuvo ‘y lloró’ y se le conoce como el “Árbol de la Noche Triste”, que ciertamente sucedió, aunque no se puede asegurar que esa detención de Hernán Cortés ocurrió en ese lugar y en nada influye en

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los hechos de la historia pues además la confusión en fechas tampoco tiene importancia, Gómara establece que fue el 10 de Julio, mientras el mismo Cortés, en su Segunda Carta de Relación no menciona fecha y Bernal Díaz la consigna también como ocurrida el 10 de Julio; sin embargo en los libros de historia se establece que la Noche Triste fue el 30 de Junio.

El renombrado pintor José María Velasco realizó una bellísima pintura con este motivo:

Otro punto en estos relatos que merece atención es la mención al oro que se cargó poco antes de la salida del Palacio de Atzayácatl.

Se hace mención que después de haber salvaguardado el Quinto Real, ‘quedaron montones de oro” y Cortés autorizó que cada quien tomase lo que quisiese y pudiese; sin embargo en la Carta de Relación mencionada, Cortés establece:…….“con mucha riqueza así de Vuestra Alteza como de los españoles y mía, me salí de lo más secreto que yo pude,”….lo que claramente indica que a pesar de lo ‘repartido’ según el relato de Bernal, aún lograron cargar …..”siete caballos heridos y cojos, y una yegua y muchos amigos tlaxcaltecas, que fueron más de ochenta, y cargaron de ello a bulto lo más que pudieron llevar”…….

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Por supuesto que hubo gran confusión, por supuesto que en un momento dado nadie se preocupó o se ocupó del tesoro.

Según lo conocido, la calzada de Tacuba tenía ocho cortes u ojos y los aztecas se dan cuenta de la huida cuando han colocado el puente de madera en el segundo y es cuando comienzan a reunirse y a ‘dar guerra’ a los españoles: “y ansí, cuando Cortés llegó a echar el pontón sobre el ojo segundo de la calzada, llegaron muchos indios que lo defendían peleando”……

Con muchas dificultades, heridos y muertos llegan a salvo en tierra firme, en las cercanías del pueblo de Tacuba en donde Cortés se detiene y devuelve a auxiliar a sus compañeros, encontrándose con Pedro de Alvarado, que como ya establecimos venía en la retaguardia, lo que significaba que los demás ya habían pasado mientras los aztecas les perseguían y hostigaban.

Sigamos el relato con base en lo que Bernal nos platica: cansados, heridos, pero con vida continúan la marcha hasta llegar en busca de refugio en ‘unos caseríos’ que en un cerro estaban, y allí, junto a un Cú, su adoratorio, como fortaleza, adonde reparamos”.

“En aquel Cú y fortaleza nos albergamos y se curaron los heridos y con muchas lumbres que hicimos pues de comer ni por pensamiento; y en aquel Cú y adoratorio, después de ganada la gran ciudad de México, hicimos una iglesia que se dice Nuestra Señora de los Remedios, muy devota, y van allí ahora en romería y a tener novenas muchos vecinos y señores de Méjico”.

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“Dejemos esto y volvamos a decir que lástima era de ver, curar y apretar con algunos paños y mantas nuestras heridas, y como se habían enfriado y estaban hinchadas, dolían”. “Pues más de llorar fue los caballeros y esforzados soldados que faltaban, que es de Juan Velázquez de León, Francisco de Saucedo, y Francisco de Morla, y un Lares el buen jinete, y muchos otros de los nuestros de Cortés.”

“Para qué cuento yo estos pocos, porque escribir los nombres de los muchos que de nosotros faltaron, es no acabar de tan presto, pues de los de Narváez todos los más en las puentes quedaron cargados de oro”. “Digamos ahora, el astrólogo Botello no le aprovechó su astrología, que también allí murió con su caballo”.

“Tronemos a decir cómo quedaron en las puentes muertos así los hijos e hijas de Montezuma, como los prisioneros que traíamos, y el Cacamatzin, señor de Tezcuco, y otros reyes de provincias”.

“dejemos ya de contar tantos trabajos y digamos cómo estábamos pensando en lo que por delante teníamos, y era que todos estábamos heridos, y no escaparon sino veintitrés a caballo; pues los tiros y artillería y pólvora no sacamos ninguna, las ballestas fueron pocas, y ésas se remediaron luego las cuerdas e hicimos saetas”.

“Pues lo peor de todo era que no sabíamos la voluntad que habíamos de hallar en Tlaxcala”.

“Demás de esto, aquella noche, siempre cercados de mexicanos y gritas y varas y flechas, con hondas, sobre nosotros, acordamos de salirnos de allí a medianoche, y con los tlaxcaltecas, nuestros guías, por delante, con muy buen concierto caminar, los heridos en medio y los cojos con bordones, y algunos que no podían andar y estaban muy malos a ancas de caballos de los que iban cojos, que no eran para batallar, y los de a caballo que no estaban heridos, delante y a un lado y a otro repartidos”.

“Y de esta manera todos nosotros los que más sanos estábamos, haciendo rostro y cara a los mexicanos, y los tlaxcaltecas heridos, dentro del cuerpo de nuestro escuadrón, y los demás que estaban sanos hacían cara juntamente con nosotros, porque los mexicanos nos iban siempre picando con grandes voces y gritos y silbos, y decían: “Allá ireís donde no quede ninguno de vosotros a vida”. “Y no entendíamos a qué fin lo decían, según adelante verán”.

“Pues olvidado me he de escribir el contento que recibimos de ver viva a nuestra Doña Marina, y a Doña Luisa, la hija de Xicotenga, que las escaparon en las puentes unos tlaxcaltecas, y también una mujer que se decía María de Estrada, que no teníamos otra mujer de Castilla en Méjico, sino aquella, y los que las escaparon y salieron primero de las puentes fueron unos hijos de Xicotenga, hermanos de la Doña Luisa, y quedaron muertas las más de nuestras naborías que nos habían dado en Tlaxcala y en la misma ciudad de Méjico”.

“Y volvamos a decir como llegamos a unas estancias y caserías de un pueblo grande que se dice Gualtitán, el cual pueblo después de ganado Méjico fue de Alonso de Ávila; y aunque nos daban grita y voces y tiraban

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piedras y vara y flecha, todo lo soportábamos, y desde allí fuimos por unas caserías y poblezuelos, y siempre con los mexicanos persiguiéndonos, y como se juntaban muchos, procuraban de matarnos, y nos comenzaban a cercar y tiraban tanta piedra con hondas y varas y flechas y con sus montantes, que mataron a dos de nuestros soldados en un paso malo, y también mataron un caballo e hirieron a muchos de los nuestros; y también nosotros a estocadas y cuchilladas matamos algunos de ellos, y los de a caballo lo mismo, y así dormimos en aquellas casas y comimos el caballo que mataron”.

Perseguidos constantemente por los guerreros mexicas, podemos apreciar que La Conquista no fue una empresa fácil como algunos escritores nos lo han querido hacer creer; a los españoles de Hernán Cortés le costó sufrir heridas, tener enemigos por todos los flancos, soportar desastrosas derrotas y sobreponerse, vencer sus propios temores y angustias, y podría decirse, sobre todas las cosas, ser fieles a su Dios, y a sus convicciones y nunca darse por vencidos.

Tampoco fue fácil para los guerreros aztecas, la superioridad del armamento español y la ferocidad y rencor de los aliados tlaxcalteas, otomiés y cempoaltecas cobraron igualmente gran número de vidas.

Los gritos de “Allá ireís donde no quede ninguno de vosotros a vida” representaban para los rendidos españoles un enfrentamiento que les esperaba en los llanos de Otompan (Otumba) en donde los aztecas habían reunido cerca de 40,000 combatientes.

Cuitláhuac había sido nombrado nuevo Huey Tlatóani a la muerte de Moctezuma y su hermano Matlantzincátzin persiguió a Cortés y su tropa desde Popotla (que hoy es parte de Tacuba y en donde ocurre el episodio de La Noche Triste) dándoles un ligero respiro con constantes escaramuzas más no combates en Naucalpan, hasta llegar a los llanos de Otompan en donde al frente de 40,000 guerreros (mexicas, tepanecas, xochimilcas y miembros de otros pueblos aliados) les esperaban.

Los historiadores presentan la fecha 14 de Julio de 1520 como fecha del encuentro que sería decisivo para la Conquista y las pretensiones de Hernán Cortés y su tropa que entre una cosa y otra, después de su precipitada huida desde Tenochtitlán solamente sumarían alrededor de 5,000 hombres, en su mayoría indígenas.

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No se sabe si Cuitlahuac personalmente estuvo en la persecución y posterior enfrentamiento, pero si es seguro que su hermano Matlantzincátzin que era no solamente el Cihuacóatl o líder para la batalla sino también Tepuchtlato o porta estandarte, lo que equivale a decir que era un guerrero profusamente protegido y muy notable en la batalla por ser el más altamente adornado de los comandantes o dirigentes militares aztecas y quien trasmitía las ordenes a los escuadrones y quien no dejaba de perseguir a los españoles.

El desigual enfrentamiento dura cerca de cuatro horas, hasta que los españoles realizan una modesta ‘carga de caballería’ formada por Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid, Alonso de Ávila, Pedro de Alvarado, Hernán Cortés y Juan de Salamanca quienes al grito de “Santiago, Santiago” se abalanzan fiera y audazmente contra los guardas y protectores del porta estandarte.

Cortés, osadamente, -a pesar de estar convaleciente de heridas recibidas en las escaramuzas previas a esta batalla-, logra derribar de las andas en que estaba al Cihuacóatl y Juan de Salamanca le mata y arrebata el estandarte y las insignias de mando que de inmediato pone en manos de Cortés.

Dándose cuenta de esto y viendo a Cortés con el estandarte en su poder, los aztecas se consideran vencidos.

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En esta batalla se puede apreciar la desigualdad en armamento, decisión y tácticas que había entre estos contendientes, y se puede afirmar que el mismo modo de pelear de los aztecas sin orden ni mando unificado, afanados en tomar prisioneros, les hace vulnerables y desperdicia la ventaja del superior número de combatientes.

La batalla de Otumba por parte de los aztecas se desarrolla como un conjunto de combates personales, sin orden ni concierto y al ser privados del estandarte y las insignias del Cihuacóatl los guerreros consideraron la batalla perdida, y tras este combate que parecía imposible ganar para los españoles y sus aliados, los guerreros aztecas ‘rompen filas’ y se dan a la huida.

Los españoles pueden retirarse sin ser perseguidos y van hacia Tlaxcala a restañar sus heridas.

“Nuestro Señor Dios fue servido que, muero aquel capitán que traía la bandera mexicana, y otros muchos que allí murieron, aflojó su batallar y todos los de a caballo siguiéndolos, y no teníamos ni hambre ni sed, sino que parecía que no habíamos habido ni pasado ningún mal ni trabajo, seguimos la victoria”.

“Pues nuestros amigos los de Tlaxcala estaban hechos unos leones, y con sus espadas y montantes y otras armas que allí apañaron hacíanlo muy bien y esforzadamente”. “Ya vueltos los de a caballo, todos dimos muchas gracias a Dios que escapáramos de tan gran multitud porque no se había visto ni hallado en todas las Indias, en batalla que se ha dado, tan gran número de guerreros juntos, porque allí estaba la flor de Méjico y de Tezcuco y todos los pueblos que están alrededor de la laguna, y otros muchos sus comarcanos, y los de Otompan, y Tepetezcuco, y Saltocan ya con pensamiento que de aquella vez no quedara roso ni velloso de nosotros”.

“Dejemos de hablar en esta materia, y digamos cómo íbamos ya muy alegres y comiendo unas calabazas que llaman ayotes, y comiendo y caminado hacia Tlaxcala, que por salir de aquellas poblazones, por temor no se tornasen a juntar escuadrones mexicanos, que aún nos daban grita en parte que no podíamos ser señores de ellos, y nos tiraban mucha piedra con hondas y varas y flechas hasta que fuimos a otras caserías y pueblo chico, porque todo estaba bien poblado y allí estaba un buen Cú y casa fuerte donde reparamos aquella noche y nos curamos nuestras heridas y estuvimos con más reposo; y aunque siempre teníamos escuadrones de

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mexicanos que nos seguían, más ya no se osaban llegar, y aquellos que venían era como quien dice: “allá iréis, fuera de nuestra tierra”. “Y desde aquella poblazón y casa donde dormimos se parecían las serrezuelas que están cabe Tlaxcala, y como las vimos nos alegramos, como si fueran nuestras casas”. “Pues, ¿quizá sabíamos cierto que nos habían de ser leales, o que voluntad tendrían, o que había acontecido a los que estaban poblados en la Villa Rica, si eran muertos o vivos?”

“Y Cortés nos dijo, que pues éramos pocos, que no quedamos sino cuatrocientos y cuarenta con veinte caballos y doce ballesteros y siete escopeteros, y no teníamos pólvora, y todos heridos y cojos y mancos, que mirásemos muy bien cómo Nuestro Señor Jesuscristo fue servido de escaparnos con las vidas, por lo cual siempre le hemos de dar muchas gracias y loores, y que volvimos otra vez a disminuirnos en el número y copia de los soldados que con él pasamos, y que primero entramos en Méjico cuatrocientos cincuenta soldados, y que nos rogaba que en Tlaxcala no les hiciéramos enojo, ni se les tomase ninguna cosa; y esto dio a entender a los de Narváez, porque no estaban acostumbrados a ser sujetos a capitanes en las guerras, como nosotros”. “Y más dijo: que tenía esperanza en Dios que los halláramos buenos y muy leales, y que si otra cosa fuese, la que Dios no permita, que nos han de tornar andar los puños con corazones fuertes y brazos vigorosos, y que para eso fuéremos muy apercibidos y nuestros corredores del campo adelante”.

Llegaron a una población conocida como Guaolipar, que por su localización puede haber sido la actual Hueyotlipan en el Estado de Tlaxcala en donde son bien recibidos, les dan de comer a cambio de ‘cierta’ paga (chalchihuis y algunos tejuelos de oro) en donde reposa y curan las heridas, atienden a los caballos y reciben a Masaeescaxi, Xicotencatl el viejo y Chichimecatecle con otros caciques y señores de Guaxocingo quienes les ofrecen reposo y ayuda, confirmando su amistad y lealtad.

Allí, Cortés se entera de que el oro que había dejado en custodia (que eran cuarenta mil pesos) fue recogido por un Juan De Alcántara (enviado por él) y por la relación y tiempo que de ello le hicieron entendió que habían sido muertos por los escuadrones aztecas.

Cortés envía mensaje a Villa Rica solicitando se den al través los barcos de Narváez, se evite la salida hacia Cuba de cualquier español, se refuerce la vigilancia sobre Narváez y Salvatierra y se envíen los refuerzos y pólvora de que se pueda disponer.

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No todo fue paz y tranquilidad en Tlaxcala, el joven Xicotencatl estaba enterado de los acontecimientos y buscaba convocar parientes y amigos para aprovechar la disminución y estado de los soldados españoles y aunque su padre se enteró de esos planes y le reclamó su actitud, no cejaba en su empeño.

Sin embargo, no contaba con la enemistad que existía entre él y Chichimecatecle y según nos platica Bernal Díaz iniciativa de su padre y de Masaeescaxi se le aprisiona, hace juicio y se le mantiene prisionero hasta el tiempo en que van hacia Texcoco en donde en un poblado cercano al asentamiento se le manda ahorcar (12 de Mayo 1521), lo cual relataremos un poco más adelante pues la figura de Xicotencatl El Mozo que se desprende del relato de Bernal Díaz, establece un vívido contraste con la anodina figura de Guatemuz o Cuauhtémoc como se explicará al referirnos a este episodio.

Estando en Tlaxcala, Cortés tiene una vez más que enfrentarse a sus compañeros españoles que deseaban vivamente regresar a Cuba, habiendo perdido muchos de sus compañeros y todo el oro obtenido, y como podemos comprender la mayoría de estos eran ‘de los de Narváez’, además de que junto a estas protestas, muchos de los antiguos soldados de Cortés revivían su resentimiento en cuanto a las riquezas perdidas y volvían a mencionar su descontento por lo que se les había repartido.

9Camino a Texcoco

Durante veintidós días estuvieron en relativo reposo en la seguridad que les ofrecía Tlaxcala y sin tener enfrentamiento con los aztecas, curándose de las heridas y sin ninguna actividad guerrera.

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Cortés entendía la inutilidad de tener inactivos a los soldados y las reclamaciones constantes y pláticas de regresar a Cuba eran obviamente asuntos que le molestaban pues estaba determinado a Conquistar Tenochtitlán.

Recordando que en Tepeaca habían muerto muchos españoles y ‘en concierto’ con sus capitanes, acuerdan ir a ese lugar, lo cual, comprensiblemente fue mal recibido por los soldados de Narváez lo que Bernal con su habitual facilidad e inocencia literaria nos platica de la siguiente manera: “….. y acordó Cortés que fuésemos a la provincia de Tepeaca, que estaba cerca, porque allí habían muerto muchos de nuestros soldados y de los de Narváez que se venían a Méjico, y en otros pueblos que están junto a Tepeaca, que se dice Cachula, y como Cortés lo dijo a nuestros capitanes y apercibían a los soldados de Narváez para ir a la guerra, y como no eran tan acostumbrados a guerras y habían escapado de la derrota de Méjico, y puentes y lo de Otumba, y no veían la hora de volverse a la Isla de Cuba, a sus indios y minas de oro, renegaban de Cortés y de sus conquistas, especial Andrés Del Duero, compañero de nuestro Cortés”. “Porque ya lo habrán entendido los curiosos lectores, en dos veces que los he declarado en los capítulos pasados, como y de qué manera fue la compañía, maldecía el oro que le había dado a él y a los demás capitanes, que todo se había perdido en las puentes, y como habían visto las grandes guerras que nos daban y con haber escapado con las vidas estaban muy contentos y acordaron de decir a Cortés que no querían ir a Tepeaca ni a guerra ninguna, sino que se querían volver a sus casas, que bastaba lo que habían perdido en haber venido de Cuba”.

“Y Cortés les habló sobre ello muy mansa y amorosamente, creyendo de atraerlos para que fueran con nosotros a lo de Tepeaca, y por más pláticas y reprensiones que les dio no querían, y después que vieron que con Cortés no aprovechaban sus palabras, le hicieron un requerimiento en forma, delante de un escribano del Rey, para que luego se fuese a la Villa Rica y dejase la guerra, poniéndole por delante que no teníamos caballos, ni escopetas, ni ballestas, ni pólvora, ni hilo para hacer cuerdas, ni almacén; que estaban todos heridos , y que no habían quedado por todos nuestros soldados y los de Narváez sino cuatrocientos cuarenta soldados, que los mexicanos nos tomarían los puertos y sierras y pasos, y que los navíos, si más aguardaban se comerían de bruma; y dijeron en el requerimiento otras muchas cosas.”

“Y leído que se lo hubieron dado a Cortés, le dijimos que mirase que no diese la licencia a ninguno de los de Narváez, ni a otras personas para volver a Cuba, sino que procurásemos todos de servir a Dios, y al Rey, y que esto era lo bueno, y no volverse a Cuba”.

“Después que Cortés hubo respondido al requerimiento, y desde que vieron las personas que les estaban requiriendo que muchos de nosotros estorbaríamos sus importunaciones que sobre ello le hablaban y requerían, con no más decir que no es en servicio de Su Majestad que dejen desamparado su capitán en las guerras”.

“En fin de muchas razones que pasaron obedecieron para ir con

nosotros a las entradas que se ofreciese, más fue que les prometió Cortés que habiendo coyuntura los dejaría volver a su isla de Cuba; y no por ello dejaron de murmurad de él, y de su conquista que tan caro les había

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costado en dejar sus casas y reposo, y haber venido a meter adonde aún no estaban seguros de las vidas; y más decían que si en otra guerra entrásemos con el poder de Méjico, que no se podría excusar tarde o temprano de tenerla, que creían y tenían por cierto que no nos podíamos sustentar contra ellos en las batallas según habían visto lo de Méjico y puentes, y en la nombrada Otumba; y más decían, que nuestro Cortés por mandar y siempre ser señor, y nosotros los que con él pasamos no teníamos que perder sino nuestras personas, asistíamos con él, y decían otros muchos desatinos, y todo se les disimulaban por el tiempo en que lo decían; mas no tardó muchos meses que no les dio licencia para que se volviesen a sus casas e islas de Cuba”.

De hecho, la expedición a Tepeaca, Cachula y Tecamachalco tenía tres propósitos, el principal ‘castigar’ a los aztecas, pero al mismo tiempo ‘sacar del marasmo’ a las tropas y ‘recuperar y mantener la disciplina’ que estaba muy resquebrajada.

Cortés había solicitado 5,000 indios tlaxcaltecas, pero por una u otra razón solamente se le habían proporcionado 4,000 guerreros a pesar de que los tlaxcaltecas tenían deseos de vengar las afrentas recibidas y en particular el asalto y robo a algunas estancias, que los aztecas habían atacado sabedores que los españoles sobrevivientes se había refugiado en Tlaxcala, y por lo que habían establecido una fuerte guarnición precisamente en Tepeaca, sabiendo que los españoles no contarían ni con artillería, ni escopetas y tan solo unos cuantos caballos (17), y un número reducido de españoles (420); de lo cual habían sido informados por los simpatizantes de Xicotencatl el mozo.

Durante esta excursión, los españoles se enteran que había ‘otro señor’ en Méjico, pues el anterior (Cuitláhuac) había fallecido a causa de la viruela, y los aztecas habían ‘alzado’ un sobrino o pariente cercano de Moctezuma, ‘que se decía Guatemuz’ “y que se hizo temer de tal manera, que todos los suyos temblaban de él; y era casado con una hija de Montezuma, bien hermosa mujer, para ser india”.

Llegando a las cercanías de Tepeaca el contingente de Cortés hace su campamento y envía “a saber e inquirir quien y cuantos se hallaron en la muerte de más de diez y seis españoles, que mataron sin causa ninguna, viniendo de camino para Méjico, y también veníamos a saber a que causa tenía ahora nuevamente muchos escuadrones mexicanos que con ellos habían ido a robar y saltear estancias de Tlaxcala, nuestros amigos; que se les rogaba que luego vengan de paz a donde estamos par ser nuestros amigos, y que despidan de su pueblo a los mexicanos; si no que iremos contra ellos como rebeldes y matadores y salteadores de caminos, y les castigaría a fuego y sangre, y los daría por esclavos”.

Con los mismos seis indios y cuatro mujeres que envió Cortés, la guarnición azteca respondió: …..”si muy fieras palabras les enviamos a decir, mucho más bravosas nos dieron la respuesta”…… “porque bien conocido tenían de nosotros que a ningún mensajero que nos enviaban hacíamos demasía, sino antes darles algunas cuentas por atraerles; y con estos que enviaron los de Tepeaca fueron las palabras bravosas dichas por los capitanes mexicanos, como estaban victoriosos de lo de las puentes de Méjico”. “Y Cortés les

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mandó dar a cada mensajero una manta, y con ellos les tornó a requerir que le viniesen a ver y hablar; que no hubiesen miedo, y que pues ya los españoles que habían muerto no los podría dar por vivos, que vengan ellos de paz y se les perdonará los muertos que mataron; y sobre ello, les escribió una carta, y aunque sabíamos que no la habían de entender, sino como venían papel de Castilla, tenían por cierto que era cosa de mandamiento; y rogó a los dos mexicanos que venían con los de Tepeaca con los mensajes, que volviesen a traer la respuesta, y volvieron”.

“Y lo que dijeron era que no pasásemos adelante, y que nos volviésemos por donde veníamos; si no que otro día pensaban tener buenas hartazgas con nuestros cuerpos, mayores que las de Méjico y sus puentes”.

“Y desde que aquello vio Cortés, comunicolo con nuestros capitanes y soldados y fue acordado que hiciese un auto por escribano que diese fe de todo lo pasado y que se diesen por esclavos a todos los aliados de Méjico que hubieren muerto españoles, porque habiendo dado la obediencia a Su Majestad se levantaron y mataron sobre ochocientos y sesenta de los nuestros, y sesenta caballos, y a los demás pueblos por salteadores de caminos y matadores de hombres”. “Hecho este auto, envióseles a hacer saber, amonestándoles y requiriendo la paz; y ellos tornaron a decir que si luego no nos volvíamos, que saldrían a matarnos, y se apercibieron para ello, y nosotros lo mismo”.

Al día siguiente, los escuadrones aztecas cometen el mismo error que había sido y sería su ruina: enfrentar a los españoles a campo abierto en donde los caballos proporcionaban una enorme ventaja a estos y los aztecas, aunque eran numerosos y atacaban valientemente lo hacían sin orden ni armonía siendo así ‘presa fácil’ para los españoles y desenfrenados tlaxcaltecas que no buscaban prisioneros ni rehenes, sino acabar con el odiado enemigo.

Sufrieron heridas, pero según relata Bernal, sin peligro alguno, y los tlaxcaltecas entraron victoriosos al pueblo de Tepeaca, tomando enorme multitud de rehenes que serían convertidos en esclavos.

Cortés funda en ese sitio una villa a la que pone por nombre Villa Segura de la Frontera, y “ahí se nombraron alcaldes y regidores y se dio orden de cómo se corriese los rededores sujetos a Méjico, en especial los pueblos adonde se habían muerto españoles”. “Y ahí se hizo el hierro con el que se habían de herrar a los que se tomaban por esclavos, que era una G, que quiere decir guerra”……. “de manera y obra que en cuarenta días, tuvimos aquellos pueblos muy pacíficos y castigados”…..

Al igual que ocurría con Moctezuma, Cuauhtémoc pronto fue enterado del triunfo de Cortés en Tepeaca y temeroso de que ocurriese lo mismo que ya había ocurrido en otras poblaciones, envió mensajeros por todos los pueblos a fin de que estuviesen muy alertas y ‘apercibidos’ con sus armas y mandaba capitanías y guarniciones a proteger que los españoles no ‘entraran a sus tierras’, sin detenerse a considerar lo que sus consejeros le sugerían; ‘proteger Tenochtitlán’.

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La soberbia y sentir su importancia le impide considerar que Cortés regresara y asediara la ciudad.

Estando en Segura de la Frontera, Cortés recibe aviso desde la Villa Rica que ha llegado un navío al puerto, al mando de un Capitán de nombre Pedro Barba, quien resulta ser un viejo y buen amigo de Cortés, que traía cartas de Diego Velázquez para Pánfilo de Narváez, creyendo que había ‘desbaratado’ a Cortés y sus soldados.

“Que si no había muerto Cortés, luego se le enviase a Cuba preso para enviarle a Castilla, pues así lo mandaba Don Juan Rodríguez de Fonseca, Obispo de Burgos, presidente del Consejo de Indias”.

Juan Caballero o Pedro Caballero, que estaba como Almirante de la Mar (nombrado por Cortés) recibe a Pedro Barba y en un descuido de este, le apresa y envía a Segura de la Frontera en donde Cortés le convence de pasarse a su bando y Barba le entera que estaba por llegar otro navío chico de Cuba, igualmente enviado por Diego Velázquez con bastimentos.

Ocho días más tarde, Juan Caballero, siguiendo órdenes de Cortés, igualmente apresa a Rodrigo Morejón de Lobera y le envía a Segura de la Frontera junto con el bastimento requisado, ocho soldados, seis ballestas, mucho hilo para hacer cuerdas y una yegua, que sumada a los caballos que Pedro Barba había traído hacían cuatro nuevas monturas.

Cuauhtémoc despachó una muy poderosa guarnición a Guacachula y otra a Ozucar en previsión de que Cortés fuese a esos pueblos, sin embargo, estas guarniciones, “hacían muchos robos y fuerzas en los naturales de aquellos poblados, y tantas que no las podían sufrir, porque decían que les robaban el maíz, y gallinas, y las mantas, y joyas y oro, y sobre todo las hijas y mujeres, así fueran hermosas o no, y las forzaban delante de sus marido y padres y parientes”. “Y como oyeron decir que los del pueblo de Cholula estaban muy en paz y sosiego después que los mexicanos no entraban en él, y ahora asimismo, en Tepeaca, y Tecamachalco y Cachula, a esta causa vinieron cuatro principales muy secretamente y piden a Cortés que envíe Teúles y caballos a quitar aquellos robos y agravios que les hacen los mexicanos, y que todos los comarcanos y los de aquel pueblo, nos ayudarán a que matemos a los mexicanos”.

Cortés envía a Cristóbal de Olid a combatir esas guarniciones y con él van algunos de los capitanes de Narváez quienes logran convencerle de que no seguir adelante y regresar.

Olid lo hace saber a Cortés y este, comprensiblemente, monta en cólera y envía otros dos ballesteros con una carta en la que en forma de burla reprende a Olid por su ‘bravura’.

Cristóbal de Olid se sobrepone a su vergüenza y llega a Guacachula en donde se entera de cómo y en donde están distribuidos los guerreros y combate con tal fiereza que en menos de una hora, los guerreros aztecas salen huyendo refugiándose

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en Ozucar a donde Olid en plena furia desatada pronto les alcanza y tras fiero y rápido combate vence a las desprevenidas guarniciones aztecas.

Permanece en Ozucar dos días recibiendo la sumisión y voto de obediencia hacia el Rey de España.

Regresa a Segura de la Frontera en donde es bien recibido por Cortés y todos los capitanes y soldados que ahí estaban cuando se reciben cartas de la Villa Rica en la que se menciona la llegada de un navío procedente de Jamaica, enviado por el gobernador Francisco de Garay a poblar las tierras conquistadas por Cortés.

El navío venía al mando de un capitán de nombre Camargo quien habiendo desembarcado a Álvarez de Pinedo en el río Panuco, mismo capitán que fue atacado por los indígenas y muerto en el propio sitio del pretendido desembarco.

Las naves fueron quemadas, los soldados masacrados por los indígenas y Camargo, sabiendo que la Villa Rica de la Vera Cruz estaba en poder de los españoles había ‘corrido’ a refugiarse.

Traía sesenta soldados, famélicos, sin haber comido en días, dolientes e hinchados muchos de los cuales murieron a los pocos días, así como el infortunado Camargo.

Estos episodios muestran y demuestran la gran preocupación de los españoles por ‘poblar’ sin respetar a sus propios compañeros, y la ambición sin límites de los gobernadores de Cuba y Jamaica (Diego Velázquez de Cuellar y Francisco de Garay) de incrementar sus ‘dominios’ al amparo de su protector Don Juan Rodríguez de Fonseca, Obispo de Burgos y Arzobispo de Rosano quien maniobraba a espaldas de un desentendido Carlos V.

Y resulta interesante considerar que esa ambición desmedida de Francisco de Garay y de Diego Velázquez resulta en ‘ayuda providencial’ para Cortés al quien proporciona hombres, armas y bastimentos sin los cuales la Conquista no se hubiera realizado en la forma en que se realizó.

Después, en realidad un mes o cerca del mes posterior a estos acontecimientos, llega a Villa Rica otro capitán de nombre Miguel Díaz de Aúz, enviado para dar socorro a Álvarez de Pinedo, y al no encontrarlo llegó al recién fundado puerto y Villa, con más de ciento cincuenta soldados y siete caballos, partiendo de inmediato hacia Segura de la Frontera en donde Cortés estaba, siendo este ‘socorro’ el más providencial que podía esperarse en las circunstancias en que se encontraban.

Unos cuantos días después, llega otro navío al mando de un Capitán a quien nombraban Ramírez El Viejo quien traía cuarenta soldados, diez caballos y yeguas, ballesteros, y otras armas.

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Con la llegada de estos tres navíos, los ‘efectivos’ de Cortés se incrementaron en, aproximadamente, ciento veinte soldados, diez y siete caballos, armas, municiones, pólvora y bastimentos diversos.

Contando ya con estos inesperados refuerzos, Cortés despacha a Gonzalo de Sandoval a pacificar los pueblos de Xalcingo y Zacatami lo que después de algunas ‘recias batallas’ logró hacer.

Del mismo modo que hemos criticado y repudiado la crueldad de los aztecas

con sus prisioneros y la crueldad de los tlaxcaltecas y demás indígenas para con los prisioneros aztecas, debemos criticar la crueldad de los españoles para con los indígenas que tomaban prisioneros, a los que, primeramente se señalaba con un hierro candente (como animales) con la letra G y posteriormente se les condenaba a servicios forzados como esclavos que se entregaban (o vendían) a otros indígenas, a capitanes o soldados, como ‘incentivo o premio’.

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A pesar de las victorias y que el proceso de ‘pacificación’ era exitoso, los capitanes de Narváez y muchos de los soldados bajo su mando, seguían insistiendo en su deseo de regresar a Cuba y ya no ser parte de las tropas de Cortés, y como Cortés se los había prometido ya no tuvo pretextos para detenerles.

Aprovechó la ocasión para enviar cartas a Castilla, a su mujer Catalina Juárez o

Suárez y a su cuñado Juan Suárez, remitiéndoles algunas barras de oro y relación de lo acontecido y a Diego de Ordaz y Alonso de Mendoza con ‘recaudos’ para presentar a Su Majestad.

En otro navío, Cortés envió a Alonso de Ávila y a Francisco Álvarez Chico a la Isla de Santo Domingo a hacer relación de lo acontecido ante el Consejo de Indias que ahí residía.

Y también mandó a otro navío a la Isla de Jamaica por caballos y yeguas.

Con todo y lo que se había perdido, todavía podría decirse que las personas que regresan a Cuba, ‘iban ricos’ y según lo que Bernal Díaz nos cuenta al respecto: “fueron Andrés Del Duero, y Agustín Bermúdez, Juan Bono de Quexo, Bernaldino de Quesada, Francisco Velázquez (el Corcovado, pariente de Diego Velázquez), Gonzalo Carrasco, Melchor de Velasco, Jiménez de Cervantes, Maldonado (que estaba doliente), Vargas (El Galán), un Cárdenas (piloto) y por excusar de prolijidad todos por memoria, se fueron otros muchos que no me acuerdo bien de sus nombres”.

Pensarán, como lo hizo Bernal, que para todos esos encargos, se requería ‘dinero’, y anteriormente se ha mencionado y el mismo Cortés se refiere al Emperador, indicando que ‘todo el oro se perdió’ en la apresurada huida de Tenochtitlán.

Tal parece que esto no fue ‘totalmente’ cierto y el mismo Bernal, en el Capítulo CXXXVI nos relata al respecto: “Bien se que dirán algunos curiosos lectores que sin dineros que cómo enviaba a Diego de Ordaz a negocios a Castilla, pues está claro que para Castilla y para otras partes es menester dineros, y que asimismo enviaba a Alonso de Ávila y a Francisco Álvarez Chico a Santo Domingo, también a negocios, y a la Isla de Jamaica por caballos y yeguas”. “A esto digo que como al salir de Méjico como salimos huyendo la noche por mi muchas veces memorada, que como quedaban en la sala muchas barras de oro perdido en un montón, que todos los más soldados apañaban de ello, en especial los de a caballo, y los de Narváez mucho mejor, y los Oficiales de Su Majestad , que lo tenían en poder y cargo, llevaron los fardos hechos; y demás de esto, cuando se cargaron de oro más de ochenta indios tlaxclatecas por mandado de Cortés y fueron los primeros que salieron en las puentes, vista cosa era que salvarían muchas cargas de ello, que no se perdería todo en la calzada, y como nosotros, pobres soldados que no teníamos mando, sino ser mandados, en aquella sazón procuramos salvar nuestras vidas y después de curar nuestras heridas, no mirábamos en el oro si salieron muchas cargas de ello en las puentes o no, ni se nos daba mucho en ello”.

“Y Cortés con algunos de nuestros capitanes lo procuraron de haber de los tlaxcaltecas que lo sacaron, y aún tuvimos sospecha que los

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cuarenta mil pesos de las partes de los de Villa Rica, que también los había habido, y echado fama que lo habían robado, y con ello envió a Castilla a los negocios de su persona, y a comprar caballos, y a la Isla de Santo Domingo a la Audiencia Real, porque en aquel tiempo, todos se callaban con las barras de oro que tenían, aunque más pregones habían dado”.

Poco antes de estos acontecimientos, al mismo tiempo que se marcaban los esclavos, y con motivo de ‘la venta’ de estos, comenzaron a aparecer ‘de la nada’ barras de oro que de una forma u otra los soldados tenían, por lo que Cortés, ‘dio pregones’ solicitando la entrega de esas barras, lo que muy pocos hicieron, pero quedaba claro que ‘no todo el oro’ se perdió en la apresurada huída de Tenochtitlán, ni todos los que cargaron oro murieron por no poderse mover y esos pregones causaron descontento entre los capitanes y soldados.

Mientras todo esto sucedía, Cortés ordena el corte de madera suficiente para construir trece bergantines para ir a conquistar Tenochtitlán “porque hallábamos por muy cierto que sin bergantines no la podríamos señorear, ni podíamos dar guerra, ni entrar otra vez por las calzadas en aquella gran ciudad, sino con gran riesgo de nuestras vidas”.

Los ocho meses que Cortés había ‘pasado’ en Tenochtitlan fueron suficiente tiempo para darse cuenta de que la ciudad no podría ser ‘tomada’ por tierra, sino que era preciso atacar por dos frentes, agua y tierra y con esa finalidad tiene la genialidad de ordenar a Martín López, maestre carpintero y especialista en “cortar madera, dar el galibo y cuenta y razón de cómo debían ser los veleros y ligeros para tal efecto” y la manera de acomodarlos para que pudieran ser transportados desde Tlaxcala hasta la laguna de Tenochtitlán.

Una vez terminado el corte de la madera, ordenados los bultos y preparada la marcha, no se podían poner de acuerdo hacia adonde debían dirigirse, pues había gente que consideraba que Ayocingo (Ayotcingo), junto a Chalco era mejor lugar para armar los bergantines, otros estaba a favor de Tezcuco (Texcoco), y providencialmente, llega otro navío desde Castilla cargado “de muchas mercaderías, escopetas, pólvora y ballestas, e hilo de ballestas, y tres

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caballos, y otras armas, y venía por señor de la mercadería un Juan de Burgos, y por maestre un Francisco de Medel, y venían trece soldados”.

De inmediato y con gran alegría, Cortés mandó soldados a comprar toda la mercancía y armas e incluso a convencer a los susodichos Burgos y Medel a participar en la empresa de poner sitio y conquistar Tenochtitlán.

Con los refuerzos en hombre, vituallas y armamento, Cortés decide ir a Tlaxcala a solicitar 10,000 hombres de guerra, en donde se entera que Masaeescaxi había fallecido a causa de la viruela y Xicotencatl el viejo (que ahora se llamaba Don Lorenzo de Vargas) le ofrece toda la ayuda solicitada acordando que iría Chichimecatecle como jefe de las fuerzas tlaxcaltecas .

En la sierra encuentran algunos pasos bloqueados con árboles tirados y piedras, que los aliados tlaxcaltecas remueven mientras los guerreros aztecas con gritos y silbidos atacan a los españoles, siendo vencidos.

Llegan a un pueblo cercano a Texcoco en donde pernoctan sin ser atacados por los escuadrones que aguardaban en donde se habían presentado varios casos de viruela, “que fue dolencia que en toda la tierra se dio y cundió”.

Unos cuantos kilómetros antes de llegar a Texcoco, los vigías informan de una comitiva de diez indios con banderines y varas de oro que venían a su encuentro: “Y luego mando Cortés reparar, hasta que llegaron siete indios principales, naturales de Tezcuco, y traían una bandera de oro y una lanza larga, y antes de que llegasen, abajaron su bandera y se humillaron, que es señal de paz”.

Los texcocanos aseguran que los escuadrones que les esperaban y otros que estaban cubriendo otras rutas habían sido enviados por Guatemuz.

Tienen algunos altercados con los caciques de Texcoco hasta llegar a un acuerdo y se les proporcionan 7,000 indios para trabajar en “la obra y zanja” por donde habían de pasar los bergantines.

Con objeto de evitar conflictos entre los texcocanos y los tlaxcaltecas, Cortés, de acuerdo con sus capitanes y soldados decide ir a Ixtapalapa, caracterizada por tener una mitad de las edificaciones sobre el agua y la otra en tierra firme, fueron avisados por los vigías mexicanos que los españoles iban por ese rumbo, por lo cual se ordena una emboscada que de no ir los españoles prevenidos y espera de tal acontecimiento, les hubieran sorprendido ya que habiéndolos atraído a los caseríos en tierra firme, tenían preparada dos acequias y pretendían ahogarlos con el súbito escape de muchos litros de agua, lo cual estuvieron a punto de lograr que de no haber sido por lo preparados que estaban y el aviso que sobre ello recibieron, así hubiera ocurrido.

Sin embargo, ese no fue un episodio aislado, pues además de pretender ahogarlos, Guatemuz había colocado una fuerte guarnición en Ixtapalapa que dio fiera

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batalla, logrando matar dos soldados y un caballo, con lo que, una vez más, inexplicablemente, se dieron por satisfechos y se replegaron.

Dos días después de este episodio, llegaron a Texcoco de tres pueblos ‘comarcanos’ en son de paz y a pedir clemencia por las guerras pasadas y los soldados muertos, informando que después de su salida de México fueron asaltados y robados por escuadrones aztecas en represalia por no haber ‘socorrido’ a los aztecas en su lucha contra los españoles, y poco más tarde llegan representaciones de Tepecuzco, Otumba y Mezquique (Mizquic), ofreciendo todo género de ayuda, pues consideraban a los aztecas como sus peores enemigos y habían recibido amenazas de que les habrían de destruir por haber demostrado ser ‘amigos’ de los españoles.

Y otros muchos acontecimientos se presentaron mientras se hacían los bergantines y se preparaba el sitio a Tenochtitlán.

Y el suceso que más gusto les dio fue la llegada de otro navío a la Villa Rica de la Vera Cruz.

Este navío venía de Castilla y en él Bernal nos cuenta “vino por Tesorero de Su Majestad un Julián De Alderete, vecino de Tordesillas, y vino un Orduña el Viejo, vecino que fue de la Puebla, que después de ganado Méjico trajo cinco hijas que casó muy honradamente; era natural de Tordesillas”. “Y vino un fraile de San Francisco que se decía fray Pedro Megarejo de Urrea, natural de Sevilla, que trajo una Bula de Señor San Pedro, y con ellas nos componían si algo éramos en cargo en las guerras en que andábamos; por manera que en pocos meses el fraile fue rico y compuesto a Castilla”. Trajo entonces por comisario, y quien tenía a cargo de las Bulas, a Jerónimo López, que después fue Secretario en Méjico; y vinieron un Antonio de Carvajal, que ahora vive en Méjico, ya muy viejo y capitán que fue de un bergantín; y vino Jerónimo Ruíz de la Mota, yerno que fue, después de ganado Méjico de Orduña, que asimismo fue capitán de bergantín, natural de Burgos; y vino un Briones, natural de Salamanca, y a este Briones ahorcaron en esta provincia de Guatemala por amotinador de ejércitos desde ha cuatro años que se vino de lo de Honduras”. Y vinieron otros muchos más que ya no me acuerdo; y también vino un Alonso Díaz de la Reguera, vecino que fue de Guatemala, que ahora vive en Valladolid”. “Y trajeron en este navío muchas armas y pólvora, y en fin, como navío que viene de Castilla, y vino cargado de muchas cosas, y con él nos alegramos con su venida de las nuevas que de Castilla trajo”.

“No me acuerdo bien; mas paréceme que dijeron que el Obispo de Burgos que ya había perdido, y que no estaba Su Majestad bien con él, desde que alcanzó a saber de nuestros muchos y buenos y notables servicios; y como el Obispo le solía escribir a Flandes al contrario de lo que pasaba y a favor de Diego Velázquez, y halló muy claramente Su Majestad ser verdad todo los que nuestros procuradores de nuestra parte le fueron a informar, y a esta causa, no le oía cosa que dijese”.

La parte medular de estas noticias era el reconocimiento de Su Majestad Carlos I o V, de la empresa emprendida por Cortés, lo que da realce a su astucia y previsión y otorga una gran importancia a la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, pues el

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reconocimiento real otorgaba ‘legalidad y autoridad’ a Cortés, legalidad y autoridad que no tenía, que nunca le concedió Diego Velázquez.

El otro punto de importancia era el también reconocimiento de la posición de Don Juan Rodríguez de Fonseca, Obispo de Burgos y Arzobispo de Rosano, quien en su afán de ‘proteger’ a su pariente el Gobernador de Cuba, Diego Velazquez, mal informó al Emperador, falseo y ocultó hechos y podríamos decir que mintió, llegando incluso a afirmarse que se había quedado con una buena parte de las riquezas que Cortés había enviado como pertenecientes al Rey por el Quinto Real.

Y por supuesto, las mercaderías, armas, pólvora y demás avituallamiento proporcionan a Cortés más elementos con los cuales enfrentar a los aztecas, ahora comandados por Guatimuz, a quien malamente se ha dado en llamar el último Emperador Azteca.

10Sitio de Tenochtitlán

Poco a poco los bergantines estaban siendo terminados, y de los pueblos cercanos casi a diario llegaban comisiones, enviados y embajadores a solicitar a Cortés su ayuda para liberarse del yugo de los aztecas (Chalco, Guaxocingo, Chimalhuacán, Yautepeque, Cornavaca, Tepuztlán).

Entre ataque y ataque, y victoria tras victoria, las expediciones regresan a Texcoco por vía de Xochimilco en donde les esperaba un gran contingente de guerreros y por un golpe de suerte, el caballo que montaba Cortés al que llamaba El Romo, ‘desmayó’ y Cortés fue derribado y gracias a los esfuerzos de un esforzado capitán llamado Cristóbal de Oléa y otro soldado (que Bernal no recuerda el nombre)

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quienes rápidamente acuden a salvar a Cortés de los indios que le atraparon y a fuerza de cuchilladas y heridas, tratan y logran rescatar a su Capitán.

Quiso la suerte o el destino que luego se dieron cuenta otros españoles de los que ocurría y cómo habían atrapado a Cortés, y atacaban ferozmente al otro soldado y a Olea, acuden a su auxilio.

El propio Cristóbal de Olea –herido como estaba- logra poner a Cortés a cabalgar de nuevo y a reunirse con otros quince de a caballo, que atacando al unísono consiguen detener a los guerreros aztecas.

Olea quedo mal herido con tres cuchilladas en la cara y cuello, Cortés, ‘bien herido en la cabeza’; logran refugiarse en un patio en donde estaban curándose cuando son fieramente atacados otra vez logrando no solamente repeler este ataque sino poner a los guerreros aztecas en fuga.

Pasaron a otro patio en donde un edifico más fortificado en donde estaban los adoratorios y así pasan la noche repeliendo ataques que, una vez más, inexplicablemente, eran esporádicos cuando se podía haber sacado mucho mayor provecho de ellos, utilizando la fuerza de 10,000 guerreros que desordenadamente atacaban y metódicamente eran repelidos.

Habiendo ocupado sitios en donde podían descender de las canoas y piraguas los aztecas, los españoles con bravura y ferocidad impedían las maniobras de desembarque, que como nos platica Bernal, eran pobremente ejecutadas.

Al a mañana siguiente, ‘claro el día’, vienen los escuadrones mexicanos a cercar el patio de los adoratorios y por lo desordenado de sus ataques, a pesar de su superioridad numérica, son vencidos, y los españoles deciden salir de ese lugar e ir hacia Texcoco.

Apenas iniciada la marcha se encuentran con otros contingentes de guerreros aztecas que Guatimuz había enviado por socorro y ayuda a los anteriores, pero, insisto, y solicito perdón por la insistencia, a pesar de su número siguen atacando en pequeños grupos, buscando enfrentamientos personales, cuerpo a cuerpo, y son fácilmente ‘desbaratados’ por las cargas de caballería que de cuatro cinco jinetes a la vez arremetían contra estos grupitos de guerreros siendo apoyados eficazmente por las organizadas cuadrillas ‘de a pie’.

Guatimuz, sin duda era valiente, de eso no hay discusión, ni debe haberla, pero como estratega o jefe militar deja mucho que desear, y seguramente fue elegido por su parentesco con Moctezuma y con Cuitlhuac y no por sus dotes guerreras.

Lo que es de extrañar es que los altos jefes militares ‘no hayan aprendido’ nada durante casi un año de enfrentamientos directos con los españoles y sus aliados indígenas y sigan utilizando procedimientos arcaicos que bien podían ser efectivos en

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contra de los indígenas pero que en ese lapso una y otra vez habían probado y comprobado su ineficacia en contra de los españoles y sus asociados.

Si bien es cierto que la autoridad del Huey Tlatoani era enorme, no deja de llamar la atención que no haya habido nadie que se atreviera a sugerir o aconsejar a Cuauhtémoc (Guatimuz) en materias militares, las que, obviamente, no conocía.

Como ya se les había terminado la pólvora, pasan la noche preparando saetas para los arcabuces, curando a los caballos, restañando heridas y preparándose para la salida.

De los prisioneros que se logran tomar –que no eran muchos- Cortes aprende que Guatimuz ha preparado un gran número de canoas que en cualquier momento pueden llegar y atacarle y que muchos guerreros aztecas vienes armados con las espadas españolas que habían podido rescatar y que sus ordenes eran arremeter con furia y retirarse, esperan a que estuvieran ‘confiados’ los españoles y volver a atacar más fuerte y furiosamente que antes.

Mientras los españoles se dedican a hacer saetas y curar heridos, los tlaxcaltecas se dedican a saquear la población xochimilca recibiendo los embates del primer ataque azteca mencionado que logran atacar a los desprevenidos tlaxcaltecas matando cuatro españoles a quienes “cortaron pies y brazos y cabezas y las enviaron por muchos pueblos de los que nos habían venido de paz y les decían que antes que volvamos a Tezcuco no quedará ninguno con vida, y con los corazones y sangre Guatemuz ofreció a sus ídolos”.

Durante cuatro días, los ataques son constantes, pero infructuosos; lentamente los españoles se repliegan y llegan a Coyoacán la que encuentran despoblada, porque los habitantes habían sido llamado y acudieron a Xochimilco en ayuda y soporte de sus compañeros, y como Coyoacán estaba en ‘tierra llana’ y no sobre la laguna, deciden descansar y reponerse.

Después de escaramuzas sin fin llegan a Texcoco en donde se reúnen con Gonzalo de Sandoval quien venía con soldados de refresco.

Para estas alturas, Cortés debe haber estado ‘harto’ de las continuas reclamaciones y solicitudes de los soldados que fueron de Pánfilo de Narváez quienes seguían con la necedad de querer regresar a Cuba y olvidar por completo la conquista de Tenochtitlán, solo que ahora ya habían dado un paso adelante y estaban conjurados esperando el regreso de Cortés para asesinarlo.

En el Capítulo 119eum119 Bernal lo relata de esta manera: “ como veníamos tan destrozados y heridos, pareció ser que un gran amigo del Gobernador de Cuba, que se decía Antonio de Villafaña, natural de Zamora, se concertó con otros soldados de los de Narváez, que aquí no nombro sus nombre por su honor, que así como viniese Cortes, que le matasen a puñaladas y que había de ser de esta manera: Que como en aquella sazón había venido un barco de Castilla, que cuando estuviese sentado en la mesa comiendo con sus capitanes, que entre aquellas personas que tenían hecho el concierto que trajesen una carta muy sellada

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y cerrada, como que venía de Castilla, y que dijesen que era de su padre Martín Cortés, y que cuando la estuviese leyendo, le diesen de puñaladas, así a Cortés como a todos sus capitanes y soldados que cerca de Cortés nos hallásemos en su defensa”.

“Pues ya hecho y consultado todo lo por mi dicho, los que lo tenían concertado quiso Nuestro Señor que dieran parte del negocio a dos personas principales, que aquí tampoco quiero nombrar, que habían ido en la entrada con nosotros, y aún a uno de ellos en el concierto que tenían le habían nombrado por Capitán General, después que hubiesen muerto a Cortés, y a otros soldados de los de Narváez hacían alguacil mayor, y alférez, y alcaldes y regidores, y contador y tesorero y veedor, y otras cosas de este arte, y aún repartido entre ellos nuestros bienes y caballos”.

“Y este concierto estuvo encubierto dos días después que llegamos a Tezcuco: y Nuestro Señor Dios fue servido que tal cosa no pasase, porque era perderse la Nueva España, y todos nosotros, porque luego se levantarían bandos y chirinolas”.

“Pareció ser que un soldado lo descubrió a Cortés que luego pusiese remedio en ello antes que mas fuego sobre aquel caso se encendiese, porque le certificó aquel buen soldado que eran muchas personas de calidad en ello”. “Y como Cortés lo supo, después de haber hecho grandes ofrecimientos y dádivas que dio a quien se lo descubrió, muy presto, secretamente, los hace saber a todos nuestros capitanes, que fueron Pedro de Alvarado, y Francisco de Lugo, y Cristóbal de Olid, y Andrés de Tapia, y a Gonzalo de Sandoval, y a mi y a dos alcaldes ordinarios que se decían Luis Marín y Pedro de Ircio, y a todos los que éramos de la parte de Cortés; y así como lo supimos nos apercibimos y sin más tardar fuimos con Cortés a la posada de Antonio de Villafaña, y estaban con él muchos de los que eran en la conjuración, y de presto le echamos mano a Villafaña con cuatro alguaciles que Cortés llevaba; y los capitanes y soldados que con él estaban comenzaron a huir, y Cortés les mandó detener y prender”.

“Y después que tuvimos preso a Villafaña, Cortés le sacó del seno el memorial que tenía con las firmas de los que fueron en el concierto, y después que lo hubo leído y vio que eran muchas personas en ello, y de calidad, y por no infamarlos, hecho fama que comió el memorial Villafaña, y que no lo había visto ni leído”.

“Y luego hizo proceso contra él, y tomada la confesión dijo la verdad, y con muchos testigos que había de fe y de creer, que tomaron sobre el caso, por sentencia que dieron los alcaldes ordinarios, juntamente con Cortés y el maestre de campo Cristóbal de Olid, y después que se confesó con el padre Juan Díaz, le ahorcaron en una ventana del aposento donde posaba Villafaña; y no quiso Cortés que otro ninguno fuese infamado en aquel mal caso, puesto que en aquella sazón echaron preso a muchos por poner temores y hacer señal que quería hacer justicia de otros, y como el tiempo no daba lugar a ello, se disimuló”.

“Y luego acordó Cortés tener guarda para su persona, y fue su capitán un hidalgo que se decía Antonio de Quiñones, natural de Zamora, con seis soldados, buenos hombres y esforzados, y le velaban de

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día y de noche, y a nosotros de los que sentía que éramos de su bando nos rogaba que mirásemos por su persona, y de allí en adelante, auque mostrara gran voluntad a las personas que eran en la conjuración siempre se recelaba de ellos”.

Considerado a la luz de estos últimos sucesos, la llegada de Narváez fue un episodio fatal para los indígenas, pues como ya se ha relatado, con los soldados llegados de Cuba, vinieron esclavos infectados con viruelas, que lentamente al principio y después con gran rapidez resultaron mortales para la población indígena de la Nueva España quienes no tenían defensas en su organismo para combatir la enfermedad.

Cierto que los soldados, armas y bastimento recibidos fueron útiles, pero en general, los capitanes y soldados que vinieron con Narváez fueron constante fuente de problemas, descontento y dificultades con Cortés, sus capitanes y partidarios.

Comprendiendo que no podían estar en esa situación por mucho más tiempo, Cortés, sus capitanes y principales soldados dedican su tiempo a apresurar la construcción de los bergantines, y zanjas por las que se irían a botar a la laguna los nuevos navíos, mientras se fabrican casquillos de cobre para las saetas, se hacen suficientes remos y velas se distribuye la pólvora, se herrasen los caballos, se ejercitaran regularmente, y envió mensajeros a Don Lorenzo de Vargas (Xicotencatl El Viejo) informándoles la fecha proyectada para comenzar el cerco a la ciudad de Tenochtitlán y requiriendo 20,000 guerreros.

De igual manera a otros pueblos ‘comarcanos’ indicó la cantidad de guerreros que solicitaba y las fechas y forma en que habían de ir en su auxilio.

“….. y halláronse ochenta y cuatro de a caballo, y seiscientos cincuenta soldados de espada y rodela, y muchos de lanzas, y ciento noventa y cuatro ballesteros y escopeteros, y de éstos se sacaron para los trece bergantines los que ahora diré”….. “Para cada bergantín doce ballesteros y escopeteros, éstos no habían de remar; y demás de esto también se sacaron otros doce remeros, para cada banda seis, que son los doce que he dicho, y más un capitán para cada bergantín, por manera que sale cada bergantín a veinticinco soldados con el capitán, y trece bergantines que eran a veinticinco soldados son doscientos ochenta y ocho y con los artilleros que les dieron demás de los veinticinco soldados fueron en todos los bergantines trescientos soldados, por la cuenta que he dicho; y también les repartió todos los tiros de fuslera (pequeños cañones de latón) y falconetes que teníamos, y la pólvora que le parecía que habíamos menester”.

Un problema específico era el de los remeros, dado que muchos no querían hacerlo, y con ciertas dificultades, causadas por algunos ‘de los de Narváez’ y otros que se ‘decían hidalgos y no querían remar’; Cortés logra reunir ciento cincuenta hombres para los remos y curiosamente, estos hombres son los mejor librados en las batallas que vendrían e incluso Bernal comenta que ‘quedaron ricos’ una vez ganado Méjico.

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Los 13 Capitanes de los bergantines fueron: Garcí Holguín, Pedro Barba, Juan de Limpias Carvajal, el Sordo; Juan Jaramillo, Jerónimo Ruíz de la Mota, Carvajal, Portillo, Zamora, Colmenero, Ginés Nortes, Briones y Miguel Díaz de Ampiés.

Estando ‘a punto’ llegan los refuerzos tlaxcaltecas comandados por Chichimecatecle y Xicontencatl El Mozo con gran algarabía, tardando, según Bernal, más de tres horas en entrar a Texcoco.

También se reciben noticias de una población conocida como Chinantla que enviaba un soldado de nombre Hernando de Barrientos reportando que los escuadrones mexicanos habían dado muerte a varios compañeros. Cortés contesta informándole los planes del cerco a Tenochtitlán e indicándole que espere hasta tener noticia, y siga buscando las minas y demás encargos que tenía.

“Mandó a Pedro de Alvarado con ciento y cincuenta soldados de espada y rodela y muchos llevaban lanza y dalles, y de treinta de a caballo y diez y ocho ballesteros, y nombró que juntamente con él fuesen su hermano Jorge, y a Gutiérrez de Badajoz, y Andrés de Monjaraz, y a estos mandó que fuesen capitanes de a cincuenta soldados y que repartiesen entre todos tres los escopeteros y ballesteros, y que Pedro de Alvarado fuese capitán de los de a caballo y que fuésemos a poner sitio a la ciudad de Tacuba”……

“Y dio a Cristóbal de Olid, que era maestre de campo, otros treinta de a caballo y ciento setenta y cinco soldados y veinte escopeteros y ballesteros, y todos con sus armas, según y de la manera que los soldados que dio a Pedro de Alvarado, y le nombró otros tres capitanes, que fue Andrés de Tapia, y Francisco Verdugo y Francisco de Lugo, y entre tres capitanes repartió los soldados y ballesteros y escopeteros, y que Cristóbal de Olid fuese capitán general de los tres capitanes y de los de a caballo y le dio otros ocho mil tlaxcaltecas, y le mandó que fuese a sentar su real en la ciudad de Coyoacán, que estará de Tacuba dos leguas”.

“De otra guarnición de soldados hizo capitán a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y le dio veinte y cuatro de a caballo y catorce escopeteros y ballesteros, y ciento cincuenta soldados de espada y rodela y lanza, y más de ocho mil indios de guerra de los de Chalco y Guaxocingo y de otros pueblos por donde Sandoval había de ir, que eran nuestros amigos; y le dio por compañeros y capitanes a Luis Marín y a Pedro de Ircio, que eran amigos de Sandoval y les mando que entre los dos capitanes repartieran los soldados y ballesteros y escopeteros, y que Sandoval tuviese a su cargo a los de a caballo y que fuese general, y que se asentase su real junto a Ixtapalapa, y que le diese guerra y le hiciese todo el mal que pudiese hasta que otra cosa por Cortés le fuese mandado; y no partió Sandoval de Tezcuco hasta que Cortés, que era capitán de los bergantines, estaba muy a punto para salir con los trece bergantines por la laguna, en los cuales llevaba trescientos soldados con ballesteros y escopeteros, porque así estaba ya ordenado”.

“Por manera que Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid habíamos de ir por una parte, y Sandoval por otra”. “Digamos ahora que los unos a mano derecha y los otros desviados por otro camino, y esto es así, porque

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los que no saben aquella ciudad y laguna lo entiendan, porque se tornaban casi a juntar”.

“Y como nos habíamos de partir para otro día por la mañana y porque no tuviésemos más embarazo en el camino, enviamos adelante todas las capitanías de Tlaxcala hasta llegar a tierra de mexicanos; y yendo que iban los tlaxcaltecas descuidados con su capitán Chichimecatecle y otros capitanes con sus gentes, no vieron que iba Xicontega El Mozo, que era el capitán general de ellos y preguntando y pesquisando Chichicamecatecle qué se había hecho, adonde había quedado, alcanzaron a saber que se había vuelto aquella noche encubiertamente para Tlaxcala, y que iba a tomar por fuerza el cacicazgo y vasallos y tierra del mismo Chichimecatecle, y las causas que para ello decían los tlaxcaltecas tenía era que como Xicotenga El Mozo vio ir a los capitanes de Tlaxcala a la guerra, especialmente a Chichimecatecle, que no tendría contradicciones, porque no tenía temor de su padre Xicontenga El Ciego, que como padre, le ayudaría y nuestro amigo Maseescaci ya era muerto, y a quien temía era a Chichimecatecle; y también conocieron de Xicotenga no tener voluntad de ir a la guerra de Méjico, porque le opian decir muchas veces que todos nosotros y ellos habíamos de morir en ella”.

Como si no tuviera bastante con los preparativos del asedio, Cortés ahora tenía la situación de Xicontecantl, la que tenía que resolver de inmediato porque estaba al borde de una ‘insurrección’ de las fuerzas tlaxcaltecas que por mucho que odiaran a los aztecas, más se preocuparían por el destino de su pueblo y de su cacique.

De inmediato envía a dos amistades conocidas de Xicotencatl El Mozo y cinco ‘principales’ para que le alcancen y le disuadan de sus propósitos.

Le alcanzan, mas no logran disuadirlo y regresan apresuradamente con la respuesta: “que si el viejo de su padre y Maseescaci le hubieran creído, que no se hubiera enseñoreado tanto de ellos, que les hace hacer todo lo que quiere, y por no gastar más palabras dijo que no quería venir”.

Cortés da un mandamiento a un alguacil y este, con cuatro jinetes y con cinco ‘principales’ de Texcoco, salen en su busca con órdenes de que en cualquier lugar en donde le encuentren, ejecuten el andamiento que era de muerte. Pedro de Alvarado aboga por Xicotencatl y logra que Cortés modifique las órdenes, pero secretamente Cortés indica al alguacil que cumpla con el mandamiento y en un pueblecito cercano a Texcoco, la comitiva encuentra a Xicontencatl el mozo, le apresan y ahorcan: …..”Y en eso hubo de parar su traición”.

Con todos estos acontecimientos se pospone en un día el inicio del cerco y ataque a la Gran Tenochtitlán y es el sábado 13 de Mayo de 1520 el día en que se inician las hostilidades en contra de la ciudad sede de los aztecas en cuya contra se envían los contingentes ‘de tierra’, y dado el poco viento que había, los bergantines estaban a la espera pues en la laguna andaban alrededor de mil canoas y sin viento los bergantines aunque eran pequeños, no tenían la movilidad necesaria e incluso se dieron cuenta como uno de ellos, el más pequeño, resultaba presa fácil para las canoas por ser muy frágil y poco estable en el agua.

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Cortes, dándose cuenta de esta situación, ordena se repartan los tripulantes en los otros doce bergantines y al ‘soltarse buen viento’ embiste contra las canoas causando grandes daños, mientras los bergantines se dividen y acuden al auxilio de los combatientes ‘de tierra’ que estaban siendo hostigados por ambos flancos, sin poder avanzar sobre las calzadas, ni atacar, contentándose con repeler los constante embates de las canoas aztecas.

Desde la laguna Cortés movía los bergantines auxiliando a los españoles en los diferentes puestos de combate, sin embargo, no podía estar en varios lugares a la vez, por lo que decide dividir los bergantines en un mejor y más eficaz apoyo a los ‘de tierra’, consiguiendo poco a poco avanzar hacia el centro de la ciudad.

La primera acción que se consideró decisiva fue el cancelar el flujo de agua potable a la ciudad, lo cual realizan los ‘de a pie’ en el Acueducto de Chapultepec tras varias desesperadas y furiosas arremetidas.

La estrategia de los aztecas había cambiado un poco, ahora las sustituciones de escuadrones estaba programadas y escalonadas de manera que no dieran ningún

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respiro a los españoles, desde las azoteas que daban hacia la laguna lanzaban piedras, varas y flechas contra los bergantines, y por el otro lado a los caballos y soldados que lentamente avanzaban acompañado de ensordecedora gritería.

Por días, los combates se sucedían constantemente y numerosos contingentes hacían perforaciones en las calzadas, ahondando los huecos y llenándolos de vara puntiagudas para herir e inmovilizar los caballos.

Los espacios que los españoles ganaban, eran recuperados, pues los caballos, en las calzadas era de muy poca utilidad, restando movilidad a los españoles, ya que cuando podían atacar los indios se tiraban al agua en donde los caballos no podían seguirlos.

Al amparo de la noche, los españoles se reagrupaban, regresaban a su real, restañaban las heridas y se preparaban para el día siguiente, mientras escuadrones aztecas ‘reparaban’ puentes y preparaban mamparos que flotaban en la laguna desde donde otros guerreros lanzaban piedras, varas y flechas y con esto ‘lo ganado durante el día, se perdía en la noche’.

“….pues desde que nos vimos en nuestro Real de Tacuba con aquella ayuda de los bergantines, mando Pedro de Alvarado que dos de ellos anduviesen por una parte de la calzada y los otros de la otra parte; y comenzamos a pelear muy de hecho, porque las canoas no nos solían dar guerra desde el agua, los bergantines las desbarataban, y así teníamos lugar de ganarles algunas puentes y albarradas”. “Y cuando con ellos estábamos peleando, era tanta la piedra con hondas y varas y flechas que nos tiraban, que por bien que íbamos armados todos los más soldados, nos descalabraban, y quedábamos heridos, y hasta que la noche nos despartía no dejábamos la pelea y combate”.

La situación se agravaba para los españoles –en cuanto a comida se refería- y aunque tenían tortillas de maíz tenían que sustentarse a base de tunas, cerezas ‘de la tierra’ y quelites (unas yerbas que los indios comían y que tanto Bernal como yo desconocemos).

Viendo estos ‘descalabros’, Cortés modifica sus tácticas y ordena se busquen ‘refugios’ en donde los españoles puedan pasar la noche a cubierto sin tener que regresar ‘el real’ pues esos regresos hacían que se volviera a pelear por lo que ya se había ganado.

Entonces se inicia una progresiva destrucción de la ciudad, destruyéndose casas y edificaciones a medida que se avanzaba, poniendo en llamas todo lo que se podía, con lo que poco a poco iban ‘aislando’ los caseríos que estaban en el agua, desde donde ya no los podrían atacar.

“Y así como Guatemuz lo concertó, lo puso por obra, que vinieron grandes escuadrones, unas noches nos venían a romper y dar guerra a medianoche”…… “y venían algunas veces sin hacer rumor, y otras con grande alaridos y silbos, y cuando llegaban a donde estábamos velando la

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noche, la vara y piedra y flecha que tiraban, y otros muchos con lanzas, y puesto que herían algunos de nosotros, como les resistíamos volvían muchos heridos”.

“Y con todos estos recaudos que poníamos nos tornaban abrir la puente o calzada que les habíamos ganado, que no se les podía defender de noche, que no li hiciese, y otro día, se las tornábamos a ganar y cegar, y ellos a tornarla abrir y hacer más fuerte con mamparos, hasta que los mexicanos mudaron su manera de pelear”.

“Y digamos que qué aprovechaba haberles quitado el agua de Chapultepeque ni menos aprovechaba haberles vedado que por tres calzadas no les entrase bastimento, ni agua, ni tampoco aprovechaban nuestros bergantines estando en nuestros reales, no sirviendo más de cuando peleábamos hacernos espaldas de los guerreros de las canoas y de los que peleaban en las azoteas, porque los mexicanos metían mucha agua y bastimentos de los nueve pueblos que estaban poblados en el agua, porque en canoas les proveían de noche y de otros pueblos, sus amigos, de maíz, y gallinas y todo lo que querían”

“Y para evitar que no les entrase esto, fue acordado por todos los tres reales que dos bergantines anduviesen de noche por la laguna, a dar caza a las canoas que venían con bastimentos y todas las canoas que se les pudiesen quebrar o traer a nuestros reales que se les tomase”.

Los aztecas buscan un ‘ardid’ para tomar los bergantines y matar a los que en ellos navegaban: “acordaron armar treinta piraguas, que son canoas muy grandes, con muy buenos remeros, y guerreros, y de noche, se metieron todas treinta entre unos carrizales en parte que los bergantines no las pudiesen ver, y cubiertas de ramas; echaban de ante noche dos o tres canoas, como que llevaban bastimentos o metían agua y con buenos remeros; y en parte que les parecía a los mexicanos que los bergantines habían de correr cuando con ellos peleasen habían hincado muchos maderos gruesos hechos estacadas para que en ellos zabordasen; pues como iban las canoas por la laguna mostrando señal de temerosos, arrimadas a los carrizales, salen dos de nuestros bergantines tras ellas y las dos canoas hacen que se van retrayendo a tierra a la parte que estaban las treinta piraguas en celada, y los bergantines siguiéndoles, y ya que llegan a la celada, salen todas las piraguas juntas y dan tras los bergantines que de presto hirieron a todos los soldados y remeros, y capitanes, y no podían ir a una parte ni a otra, por las estacadas que les tenían puestas, por manera que mataron al un capitán que se decía Fulano De Portilla, gentil soldado que había sido en Italia e hirieron a Pedro Barba, que fue muy buen capitán, y desde allí, a tres días murió de las heridas, y tomaron el bergantín”. “Estos dos bergantines eran de los del real de Cortés, de lo cual recibió gran pesar, más desde a pocos días se lo pagaron muy bien con otras celadas que echaron”.

Bernal nos cuenta como Cortés y Gonzalo de Sandoval fueron los capitanes de mayor actividad en esos días y ‘siempre tenían muy grandes combates’ por lo que Cortés ordenó que se derribaran y quemaran casas, se cegaran puentes y poco a poco lo que se iba ganando quedaba ‘asegurado’ y fue entonces que viendo esto, los mexicanos cambian su tradicional manera de pelear –momentáneamente- abriendo

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un puente y zanja muy ancha y honda casi a la entrada de la ciudad, en la que hicieron además, hoyos profundos de manera que los españoles no los pudiesen ver.

Su estratagema funciona y al ser perseguidos por los españoles logran contra atacar y meter en serios aprietos a los soldados que en la refriega caen en la zanja y pierden a cinco compañeros (que son llevados a Tenochtitlan a entregar a Cuauhtémoc para sacrificar y ofrecer a Huitzilopotchtli).

Resulta providencial que no acabaron con ellos en ese ataque pues los bergantines no los podían socorrer y eran tantos los aztecas atacantes que el grupo que cayó en el garlito preparado y apenas los podían contener; con ayuda de Pedro de Alvarado y ‘los de a caballo’ que logran proteger a sus compañeros maltrechos y heridos, regresan a su real.

Cortés se enojó muchísimo de este episodio y ordenó que no quedase paso por cegar y que los ‘de a caballo’, todos durmieran en la calzada ya que no había casas desde cuya azotea pudiesen ser atacados y que se estuviera en vigilia y además, ahora solo había un frente de combate, pues los flancos y la retaguardia estaban protegidas por los bergantines y la retaguardia por los soldados ‘del real’.

Durante cuatro días y en medio de combates y con la muerte de seis soldados se logra tapar la abertura y sobre ella, se mantenía constante vigilancia, tanto de parte de los españoles como de los mismo aztecas que no cesaban de atacar tanto de noche como de día aunque ahora lo hacían principalmente por las calzada ya que los bergantines impedían el auxilio de las canoas.

Los guerreros aztecas logran abrir otra abertura, no tan ancha ni tan honda como la anterior la que poco después también cae en manos de los españoles.

Cortés se da cuenta que los aliados tlaxcaltecas representaban un cierto impedimento o estorbo pues por su mismo número no permitían el libre paso de los caballos ni de los soldados de apoyo, por lo que ordena que en toda retirada, los tlaxcaltecas pasen al frente y sean los primeros en salir bajo la protección de los bergantines y con esta maniobra se hacen expeditas las retiradas y se protegen las vidas de tlaxcaltecas y españoles por igual.

En una de las correrías nocturnas, se logra apresar una canoa en la que iban algunos ‘principales’ aztecas a quienes Cortés convence con ofrecimientos y dádivas y estos, revelan el sitio en donde se estaban ocultando las treinta piraguas.

Cortés organiza una celada similar con seis bergantines y envía a otro a que finja dar caza a una canoa con bastimentos. El truco funciona y las treinta piraguas salen en persecución del bergantín que les dirige hacia donde los otros bergantines estaban.

En pocos minutos las piraguas son desbaratadas, se toman muchos prisioneros y de ahí en adelante estas ‘emboscadas aztecas’ ya no vuelven a realizarse.

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De una forma y otra, día a día los españoles avanzaban e iban ‘ganando’ posiciones, quemando casas y cercando a los aztecas en el centro de la ciudad y se iban ‘fortificando’ en las grandes edificaciones de piedra que constituían el sin fin de adoratorios existentes y desde donde los españoles tenían magnífica protección, hasta que ganaban el siguiente y le derribaban y prendían fuego.

11Caída de Tenochtitlán.

Pronto Cortés se dio cuenta de que la forma en que estábamos peleando rendía escasos resultados y con muchas bajas y que cada vez que cegábamos puentes y accesos los aztecas los volvían a rehacer y en cada ocasión era más difícil deshacerlos pues ahora su finalidad era muy diferente: estorbar y detener nuestro paso, y no facilitar el tránsito entre poblado y poblado, por lo que llamó a consejo a sus capitanes y a los soldados de más valía y les propuso un ataque masivo a la ciudad, utilizando la plaza de Tlaltelolco como primer objetivo dentro de Tenochtitlán.

Como suele suceder en estas reuniones y comités había opiniones encontradas y se establecieron objeciones a las diferentes alternativas, aunque al fin deciden seguir los lineamientos marcados por Cortés y mientras preparaban estas actividades, Cuauhtémoc también hacia sus planes y entre ellos estaba el que una de las calzada y puente ‘ganado’ por los españoles había sido reconstruido a propósito en forma de una ‘calzadilla muy angosta’ para dificultar el paso a los españoles y conducirlos a sitios en donde les esperarían emboscados distintos contingentes aztecas, porque

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Cuauhtémoc había dado orden de que se unieran los contingentes y atacaran todos juntos y no uno después de otro.

El caso es de que Cortés y los que con él iban, caen en el engaño y se ven forzados a transitar por la calzadilla mencionada llena de lodo y cieno, muy resbalosa, y cuando los escuadrones aztecas arremeten en su contras todo es confusión y desorden, se llevan vivos a sesenta y seis soldados, matan a ocho caballos y al propio Cortés le tenían ‘engarrafado’ seis o siete capitanes mexicanos que jaloneaban para llevárselo cuando llega a su lado Cristóbal de Olea y a estocadas contra cuatro mexicanos que le sujetaban logra rescatarlo, otro soldado de apellido Lerma llega al auxilio de Olea en el rescate de Cortés.

En el intento Cristóbal de Olea pierde la vida, Lerma queda mal herido, y de no ser por la oportuna llegada de Cristóbal de Olid y su mayordomo Cristóbal de Guzmán, Cortés hubiera sido muerto o llevado ante Cuauhtémoc.

Su buena estrella hizo que le ayudaran a salir del agua y lodo, le logran colocar encima de un caballo y puedan regresas a su real.

Cristóbal de Guzmán, el fiel y esforzado mayordomo, no corre con la misma buena fortuna y es atrapado por los indios y llevado vivo a sacrificar a Huitzilopoztli.

Los aztecas corren la voz que Cortés ha sido muerto, y con él, Pedro de Alvarado (El Tonatio), Sandoval y otros teúles ‘de los de Tacuba’ los escuadrones aztecas redoblan su persecución y los esfuerzos por acabar con los españoles, y quien resultó invaluable fue el artillero Pedro Moreno Medrano quien logra romper las ‘estacadas’ y liberar el bergantín que comandaba Juan Jaramillo, el que rápidamente fue seguido por el comandado por Juan de Limpias Carvajal (quien quedó sordo después de esta batalla).

Oyendo estos rumores y decires de los vociferantes y exaltados guerreros, que mostraba y exhibían seis cabezas ensangrentadas diciendo a quien pertenecían, Cortés manda a Andrés de Tapia con tres de a caballo (Guillén de la Oz, Valdenebro y Juan de Cuellar) hacia Tacuba por noticias de lo ocurrido.

En medio del aguerrido combate que sostenían en la concentración española Andrés de Tapia se entera de lo ocurrido y les comunica no ser cierto el rumor acerca de la muerte de Cortés y los demás capitanes excepto acerca de Gonzalo de Sandoval de quien no tenía noticias.

Gonzalo de Sandoval fue el único de los capitanes que había salido victorioso en su primer ataque, más poco después, los escuadrones que habían estado en el ‘desbarate’ de Cortés, refuerzan a sus atacantes e infligen graves perdidas entre sus soldados, por suerte que aunque herido Sandoval los españoles logran escapar del furioso ataque y alcanzan a llegar con grandes dificultades al real de Tacuba rodeado de guerreros aztecas que arremetían por todos lados, aún a costa de los muchos muertos que cada ‘tiro’ de Pedro Moreno Medrano ocasionaba.

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Después de muchos esfuerzos, muertos y heridos, se logra liberar otro bergantín, mientras en el Templo Mayor se hacían sacrificios y el tenebroso sonido del ‘atambor’ de Huitzilopoztli en señal que se estaban sacrificando a los prisioneros

Bernal y sus compañeros con horror alcanzan a ver como a los cautivos les colocan plumajes y les hacen bailar enfrente a Huitzilopochtli y luego les colocan de espaldas y le sacaban el corazón para después a patadas arrojarlos escaleras abajo en donde a los cuerpos destrozados cortaban brazos y piernas para comer los pedazos, y las sobras que no comían las daban a los animales salvajes que tenían en la ‘casa de las alimañas’ (serpientes y culebras, ‘tigres y leones’, (que como ya se dijo eran ocelotes y pumas).

Lo que resultaba más desesperante para los españoles es que lo veían a la distancia y nada podía hacer para socorrer a los infortunados compañeros, indígenas y españoles que habían caído en manos de los sanguinarios aztecas.

Con los restos de los españoles, Cuauhtémoc envió mensajes a los pueblos vecinos “con los pies y manos de nuestros soldados, y caras desolladas con sus barbas, y las cabezas de los caballos que mataron y les enviaron a decir que ya éramos muertos más de la mitad de nosotros, y que presto nos acabarían, y dejasen nuestra amistad y se viniesen a Méjico, que si luego no la dejaban, que les iría a destruir”………” y a la contina dándonos guerra así de día como de noche”.

Las circunstancias iban variando y a pocos días, Cortés ordena que ya no se hagan ‘salidas’ a cegar puentes sino que se defiendan los reductos que tenían mientras

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se curan las heridas y se reponen pues aunque otras cosas se han relatado, la verdad es que en los reductos de los españoles escaseaba la comida.

Para estas alturas del sitio ya no eran los aztecas lo que estaban sitiados, sino los españoles lo que estaban en sus tres reales o reductos lo que eran constantemente atacados por los indígenas.

Según lo relata Bernal, todas las noches se hacían sacrificios y ‘fiestas’ en los Cú, y atronaban el espacio con enorme gritería puntualizada por el sonido de los ‘atambores, trompas y atabales y caracoles y tenían grandes luminarias de mucha leña encendida; y entonces sacrificaban a nuestros compañeros a su maldito Huicholobos y a Tezcaputeca’.

Estos sacrificios y festejos aztecas horrorizaban a los españoles, pero tenían el gran efecto de atemorizar fuera de los límites de la razón a los indios aliados dado que en sus pregones y gritos los aztecas insistían en que no pasaría de ocho días en que todos fueran muertos, españoles e indios amigo por igual y por ellos toman la decisión de regresar a sus pueblos: “por manera que más de veinticuatro mil amigos que traíamos, no quedaron en todos tres reales sino obra de doscientos amigos, que todos se nos fueron a sus pueblos”.

Lo que daba más crédito a las ideas indígenas era ver a casi todos los españoles heridos, sangrantes, convalecientes y de ellos mismos, además de los que habían muerto, había también muchos heridos y tenían en mente lo que Xicontecatl el Mozo repetía constantemente: “que les habrían de matar a todos.”

Con pesar Cortes trata de detenerlos indicando que todo eran mentiras de los aztecas y amenazas para desmoralizarlos y demás cosas por el estilo sin que en esta ocasión logre convencerlos y al cabo de pocos días solamente algunos cuantos indios leales y fieles permanecieron con los españoles.

Ya sin el apoyo de los tlaxcaltecas se acuerda permanecer en los reductos y tan solo conservar los recorridos de los bergantines de dos en dos para romper las barricadas que los aztecas ponían en el agua y así, ya sin los aliados tlaxcaltecas y vecinos, permaneces tres días, repeliendo los constantes ataques de los guerreros de Cuauhtémoc que sin embargo, había cometido otro error de estrategia.

Después de que había dejado desprotegida la ciudad, ahora era tan grande el número de guerreros que se habían convocado, que los alimentos que había en Tenochtitlán serían insuficientes para el exceso de personas que de ellos dependían y tendrían que terminarse en cualquier momento, máxime que Cortés y sus bergantines habían causado que el flujo de bastimentos se redujera considerablemente y la nueva estrategia de ir de dos en dos hacía que los españoles se hubieran ‘enseñoreado’ de la laguna.

En vez de ‘salir’ y hacer ‘entradas’ a diferentes lugares, ahora se dedicaban a reparar las calzadas y cegar las aberturas que los aztecas habían realizado para que pudieran tener más espacio para los caballos y para los escuadrones de soldados y

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además, como ya no había aliados indígenas que ‘estorbaran’ el paso, los embates de los españoles era mucho más efectivos, y podían no tan solo repeler los ataques de las guarniciones aztecas sino ahora podían ‘contraatacar’ causando estragos en la compacta formación azteca que por fuerza iba sin mayores libertades por la calzada, siendo ahora atacados también desde los bergantines.

Así es que, de una manera u otra Cortés revierte la situación y defendiéndose desde sus tres ‘reales’ causa más estragos a las filas de guerreros aztecas que atacándolos abiertamente como antes lo hicieron.

Sin embargo, esta consciente de que se requiere ‘rehabilitar’ las calzadas para que los caballos y soldados tengan libertad de movimientos y puedan ir avanzando, y como en las tardes llovía, los guerreros aztecas empapados con sus armaduras de algodón perdían mucha movilidad y sus ataques ya no eran tan fieros ni tan rápidos.

A este efecto ya habían pasado noventa y tres días de constantes combates y Cuauhtémoc ya sabía que estaban solamente los españoles y unos cuantos indígenas amigos por lo que prepara un ataque masivo nocturno el que habría de darle la victoria definitiva.

La suerte está a favor de Cortés, pues primero, de Texcoco llega un contingente con cerca de dos mil soldados, y poco después recibe aviso de que llegará un cacique de nombre Tepaneca, con otro contingente de taxcaltecas, indios de Guaxoocingo y algunos de Cholula por lo que Cortés ordena ‘guardas de guerra’ en el camino para proteger a sus aliados, los que, sorpresivamente, no fueron atacados por los escuadrones aztecas.

Después de llegados estos contingentes y ser repartidos para apoyar los tres frentes de guerra, Cortés decide atacar otro acueducto e impedir la llegada de más agua a la ciudad.

El acueducto estaba fuertemente resguardado, pero no logran detener el ataque de los españoles y es ‘quebrado’, privando a los habitantes del suministro del líquido vital por esta vía.

Osadamente, Cortés aprovechando que tenía preso a tres principales capitanes de Cuauhtémoc les envía a decir a Cuauhtémoc que desea hablar con el y concertar ‘las paces’ que ya son demasiados los muertos por ambas partes, y que día a día vendrán más aliados a combatirle y desea evitar más muertes y destrucción de la ciudad.

Asombrado ante el atrevimiento, Cuauhtémoc recibe a los capitanes y escucha el mensaje que manda Cortés.

Bernal, en el Capítulo CLIV relata como Cuauhtémoc inclinado hacia la paz, celebra consejos con sus ‘principales y capitanes, y papas de ídolos’ y les dice que

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hablen sin temor de decir la verdad de lo que sienten y que él está inclinado a hacer la paz con Malinche, ya no quiere derramar más sangre azteca.

Las opiniones se dividen, hay quienes quieren seguir la guerra, y quienes quieren evitar más destrucción, y al fin de todo esto, Cuauhtémoc decide que se continuará la guerra y que no se volverá a hablar de paz.

Dos días más de cierta calma y con algunas escaramuzas aisladas fue el preludio a continuados ataques en contra de las guarniciones españolas, cuyos ‘reales’ estaban asentados en Tacuba, Coyoacán e Ixtapalapa.

Recordarán que se ha mencionado que Cuauhtémoc envió (pagina 141) restos de los españoles sacrificados y mensajes a sus aliados y como resultado de ello había concertado ayuda con las provincias de Malinalco, Tulapa y Mataltzingo para que atacaran ‘las espaldas’ de los españoles.

Sabiendo de la posible llegada de estos refuerzos, y de acuerdo a lo que habían decidido, se resuelve hacer un ataque masivo y tomar la Plaza de Tlaltelolco desde donde pensaban podrían contra atacar y repeler mejor los ataques de los escuadrones aztecas.

Así lo hacen, y después de fragorosos combates, las banderas y banderines españoles y las insignias de Pedro de Alvarado ondean en lo alto del templo en la plazade Tlaltelolco, en donde derriban a los ídolos y ponen fuego a los adoratorios.

Un poco después, los españoles y sus aliados están reunidos en Tlaltelolco presentando un solo frente.

Cortés manda mensajes a Cuauhtémoc solicitando la paz, a lo que se responde que en dos días irá a verle, lo cual era una estratagema pues Cuauhtémoc temeroso de que le apresen como se hizo con Moctezuma viendo como Cortés y los españoles están ya en la ciudad, decide huir teniendo ‘aparejadas’ cincuenta grandes piraguas.

Gonzalo de Sandoval arremete con furia con sus bergantines sobre el paraje en donde estaban ‘las casas de Moctezuma’ (ahora casas de Cuauhtémoc).

Sintiéndose cercado y con temor, al amparo de la noche, se embarcan y pretenden confundirse con las muchas otras canoas que llenaban la laguna, sin embargo son descubiertos por Garci Holguín, capitán de un bergantín quien le da alcance y le amenaza: “Y quiso Nuestro Señor Dios que Garci Holguín alcanzó las canoas y piraguas en que iba Guatemuz, y en el arte y riqueza de él y sus toldos y asiento en que iba le conoció que era Guatemuz, el gran señor de Méjico, e hizo por señas que aguardasen, y no querían aguardar, e hizo como que le querían tirar con las escopetas y ballestas y Guatemuz cuando lo vio le hubo miedo y dijo: “No me tire, que soy el rey de esta ciudad y me llaman Guatemuz, lo que te ruego es que no llegues a cosas mías de cuantas traigo ni a mi mujer ni parientes, sino llévame luego a Malinche”.

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La historia consigna que esta fue la noche del 13 de agosto de 1521.

Mucho se ha dicho, escrito, debatido, polemizado, y demás acerca de los sucesos de esa noche, de la rivalidad surgida entre Gonzalo de Sandoval y García Holguín por el ‘merito’ de la captura, sobre las palabras de Cortés a Cuauhtémoc, sobre la actitud estoica o valiente de este, etcétera, etcétera, y como ocurre con estos personajes ha habido distorsiones, exageraciones, incluso mentiras.

Empero, nada de eso cambia el hecho que Cuauhtémoc pretendía huir y es capturado lo que representa la caída de la ciudad y Tenochtitlán ‘es ganado’ por Cortés y los españoles.

Las principales versiones del suceso pueden resumirse en las tres citas siguientes en donde podemos apreciar parte de lo que se ha escrito acerca de esto y el origen de las controversias posteriores:

“llegóse a mi y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir a aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase”...

Tercera Carta de Relación, Hernán Cortés

Cuauhtémoc entonces echó mano al puñal de Cortés, y díjole: “Ya yo he hecho todo mi poder para me defender a mí y a los míos, y lo que obligado era para no venir a tal estado y lugar como estoy; y pues vos podéis agora hacer de mí lo que qusierdes, matadme, que es lo mejor”.

Historia de la Conquista de México, López de Gómara.

..”Señor Malinche: ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese

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puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él”. (y el mismo Guatemuz le iba echar mano dél).

Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo.

Es obvio que las relaciones entre Cortés y Cuauhtemoc no tienen ni la emotividad ni la motivación que tuvieron las relaciones entre Cortés y Moctezuma, pues tienen muchos aspectos que señalan diferencias muy importantes.

Con Moctezuma, Cortés era un intruso, un invitado ‘a fuerza’, temido desde antes del principio, confundido con una deidad, represtación viva de un mito y una añeja tradición de engaño y traición a Quetzalcóatl.

Moctezuma era un caudillo elegido libremente por su pueblo, que no supo ni quiso combatir a Cortés, que aceptó fatalista y desesperado su supuesto destino plagado de supersticiones, medroso y dubitativo.

Cuauhtemoc, ciertamente era hombre valeroso, estoico, muy diferente en características personales a Moctezuma, heredero forzado de una situación problemática; la infortunada muerte ‘por viruela’ de Cuitláhuac le coloca como señor de un pueblo odiado y temido, en guerra con invasores españoles y antiguos vasallos y más antiguos enemigos y a él ‘le toca’ o corresponde ‘recoger’ lo que sus antecesores habían sembrado.

Frente a Cuauhtémoc, Cortés ya no es el mismo; ya no es el invitado forzado, el intruso, es el vencedor, el Conquistador, el ‘señor’ de Tenochtitlán, el hombre que con astucia, inteligencia, mejor armamento y aliados derrotó a los aztecas.

Sin embargo hay muchas maneras de ‘ver’, muchas maneras de interpretar los hechos y en este caso puedo decir que los mexicanos no hemos sabido ser objetivos y en muchas ocasiones, por diversas razones se ha tomado el punto de vista de minimizar a Cortés y a los españoles conquistadores y por el contrario idolizar a los aztecas y en particular a Cuautémoc llevando a los personajes protagonistas de estos capítulos de nuestra historia a extremos muy alejados de la verdad.

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{Espero que el término idolizar exista, y si no, al menos estoy seguro que el amable lector sabrá a lo que me estoy refiriendo}.

La conquista del Imperio Mexica, o Imperio Azteca fue la primera (el inicio) de una larga serie de conquistas que durarían siglos en terminar.

Como ya lo hemos comentado anteriormente, comenzando con la amplitud del término Tlatoani, conviene señalar que etimológicamente significa “ser señor” o lo que es lo mismo “ser gobernante”, lo que no implica ser rey.

Esta aclaración viene a colación porque en numerosos escritos al respecto se afirma que Cuauhtémoc era ‘Rey de Tlatelolco’, lo cual parece poco probable pues, Tlatelolco era un pueblo vasallo de los aztecas y por lo mismo, no puede creerse que en plena Tenochtitlán hubiera otro rey (tlatoani) que no fuera Moctezuma.

Y respecto al concepto imperio creo que quedó aclarado en las páginas iniciales de este escrito (ver página 3) por lo que resultaría inútil y absurdo insistir sobre ello.

Lo que se considera muy importante es insistir en el hecho de que los aztecas eran temidos y odiados por todos los pueblos que fueron conquistando y que Cortés tuvo la percepción suficiente para darse cuenta de este elemento y supo aprovecharlo para lograr las alianzas con los pueblos indígenas que más agravios tenían, labor en la que Doña Marina fue primordial e insustituible.

Y ya que estamos hablando de esto y se toca el tema, conviene destacar que en la sociedad ‘machista’ de esa época, pocas referencias hay sobre las mujeres que participaron en las expediciones y conquistas.

Bernal Díaz del Castillo nos menciona varias a través de su relato, la mayoría de ellas, como esposas que poco después de la Conquista fueron traídas a la Nueva España y acompañaron a sus maridos, padres o hijos que se habían establecido o que deseaban establecerse en estos nuevos territorios.

Empero, en forma especial menciona a una María De Estrada, a la que califica como la única mujer de Castilla que estuvo con ellos. En el desastre denominado La Noche Triste y una vez que estuvieron a salvo, Bernal nos dice: “Pues olvidado me he de escribir el contento que recibimos de ver viva a nuestra Doña Marina, y a Doña Luisa, la hija de Xicotenga, que las escaparon en las puentes unos tlaxcaltecas, y también una mujer que se decía María de Estrada, que no teníamos otra mujer de Castilla en Méjico, sino aquella, y los que las escaparon y salieron primero de las puentes fueron unos hijos de Xicotenga, hermanos de la Doña Luisa, y quedaron muertas las más de nuestras naborías que nos habían dado en Tlaxcala y en la misma ciudad de Méjico”.

Aparentemente, pues hay muy poca información al respecto, esta mujer llevó por nombre original el de Miriam Pérez, separada de su familia durante la expulsión de

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los judíos de España realizada por los Reyes Católicos poco antes de que aprobaran su participación en el histórico viaje de Cristóbal Colón de 1492.

Esto parece indicar que Miriam era judía, y es adoptada y criada por un clan compuesto de gitanos itinerantes que llegan a Toledo en donde Miriam aprende el manejo de la espada y la forja de hojas toledanas que ya comenzaban a tener fama en Europa.

Participa en combates diversos efectuados por su clan en contra de bandidos y forajidos que asolaban la región y los caminos entre Toledo y Madrid. Tras ser delatada y descubierta su identidad y origen judío, es apresada y condenada a muerte, siendo ultrajada y torturada durante su estancia en prisión.

Muchos meses permanece encerrada, en estado de embarazo lo que le salva de la ejecución de la sentencia de ahorcamiento que pesaba sobre ella, por el supuesto asesinato de un guardián que aprovechaba su uniforme militar para cometer todo tipo de tropelías.

Nunca se probó que Miriam fuese la asesina de Guillermo Marín (nombre del guardia asesinado).

Aparentemente el bebé nace muerto o es abortado por la misma madre, quien lo entierra en el polvoriento suelo de su celda, utilizando trozos de ropa para seguir aparentando su embarazo.

Una orden de los Reyes Católicos otorga el perdón a las mujeres condenadas a muerte y en forma casi novelesca, Miriam, que había cambiado su nombre a María de Estrada es liberada de prisión con la condición de que se embarque hacia ‘Las Indias’ como se llamaba al territorio recién descubierto por Cristóbal Colón.

En el navío Santa María de la Concepción con destino a Santo Domingo y Cuba, el Capitán Alonso de Quintero con muchas dificultades logra que sea aceptada como cocinera, ya que los supersticiosos marineros no aceptaban mujeres a bordo y mucho menos una mujer ‘suelta’, es decir ‘no casada’.

Llega a Santo Domingo en donde se le permite desembarcar y logra un empleo como ayudante de una esclava negra en un vetusto hospital en donde conoce a un español de nombre Pedro Sánchez Farfán con el cual inicia una nueva vida.

Al poco tiempo Pedro Sánchez Farfán decide probar suerte en Cuba más lejos de la amenaza de ser reconocidos o acusados de judaísmo, pues el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición tenía una sede en Santo Domingo desde la que controlaba a sus oficiales que estaba ‘muy diligentes’ buscando herejes.

Ya en la Isla de Cuba conocen a un hidalgo sin mayor fortuna y grandes sueños que recién se ha casado con una pariente del gobernador Diego Velázquez de Cuellar; su nombre Hernán Cortés.

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Pedro Sánchez Farfán y María de Estrada son de los primeros en responder a los pregones de Cortés y se unen a la tercera expedición –comandada por éste- que tiene como destino (desconocidos en esos momentos, la Conquista de Méjico).

Sin llegar a saberse o a comprobarse con certeza, se dice que María de Estrada participa en muchas batallas particularmente en el enfrentamiento contra las fuerzas de Pánfilo de Narváez, en cambio de su marido no se hace mención alguna.

Una vez conquistado Méjico, sale con su esposo a la colonización de Puebla en donde se afirma que es ‘fundadora’ de la ciudad.

A la muerte de sus esposo Pedro Sánchez, María de Estrada contrae matrimonio con otro judío migrante cuyo nombre Alon, es cristianizado como Alonso, apellidado Martín en donde víctima de cólera, María muere a la edad de 40 años.

Cuando se habla escribe o comenta sobre la Conquista hay varias tendencias naturales, tal vez inconscientes, tal vez no, como la de considerar la búsqueda de oro y de nuevos territorios como el origen y finalidad de todas las acciones, o nos concentramos en las acciones militares, mientras usualmente nos olvidamos con frecuencia del impacto que los indígenas sufren con el choque de la transculturización.

Consideradas aún superficialmente, puede apreciarse como muchos de ellos adoptan la religión católica solo como un medio para poder sobrevivir y no por aceptación o comprensión de los que la religión significa.

Y pocas o muy pocas veces se considera a la gente que acompañó a los soldados españoles porque los cronistas así lo han hecho concentrándose en otros aspectos.

Esclavos, reos indultados, soldados, escribanos y otros españoles de buen nombre y apellido que tuvieron mala fortuna o carecían de influencias vinieron a estas tierras en busca de otra oportunidad de vivir, y es indudable que algunos ‘hidalgos’ ambiciosos y aprovechados, comerciantes avorazados y oportunistas también vieron

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coyuntura favorable para unirse a las expediciones ‘de rescate o a poblar’ que se organizaron en 1517, 18 y 19 desde la Isla de Cuba, Santo Domingo y Jamaica.

Sin duda, algunas mujeres también lo hicieron aunque no se les mencione, excepto Bernal Díaz quien en el Capítulo CLVI al referirse al festín que Cortés organiza en Coyoacán inmediatamente después de la rendición de Tenochtitlán nos dice:

….”Pues ya que se habían alzado las mesas salieron a danzar las damas que había con los galanes cargados con sus armas de algodón, que me parece era cosa que si se mira en ello es cosa de reír, y fueron las damas que aquí nombraré que no hubo otras en todo el real ni en la Nueva España: primeramente la vieja María de Estrada, que después casó con Pero Sánchez Farfán, y Francisca de Ordaz, que se casó con un hidalgo que se decía Juan Gonzáles de León; la Bermuda, que se casó con Olmos de Portillo, el de Méjico; otra señora mujer del Capitán Portillo, que murió en los bergantines, y ésta, por estar viuda, no la sacaron a la fiesta; e una fulana Gómez, mujer que fue de Benito De Vegel; y otra señora que también se decía la Bermuda, y otra señora hermosa que se casó con un Hernán Marín, que ya no se me acuerda el nombre de pila, que se vino a vivir a Guaxaca; y otra vieja que se decía Isabel Rodríguez, mujer que en aquella sazón era de un fulano de Guadalupe, y otra mujer algo anciana que se decía Mari Hernández, mujer que fue de Juan de Cáceres el Rico; y de otras que ya no me acuerdo que las hubiese en la Nueva España”.

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12Inicia la Reconstrucción

“……como había tanta hedentina en aquella ciudad, Guatemuz rogó a Cortés que diese licencia para que todo el poder de Méjico que estaban en la ciudad se saliesen fuera por los pueblos comarcanos, y luego les mandó que así le hiciesen; digo que en tres días con sus noches en todas tres calzadas, llenas de hombres y mujeres y criaturas, no dejaron de salir, y tan flacos y amarillos y sucios y hediondos, que era lástima de verlos; y como la hubieron desembarazado, envió Cortés a ver la ciudad, y veíamos las casa llenas de muertos, y algunos pobres mexicanos entre ellos que no podían salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad como echan los puercos muy flacos, que no comen sino hierba; y hallóse toda la ciudad como arada y sacadas las raíces de las hierbas buenas, que habían comido cocidas, hasta las cortezas de algunos árboles; de manera que agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada”. “También quiero decir que no comían las carnes de sus mexicanos, sino eran de las nuestras y tlaxcaltecas que apañaban, y no se ha hallado generación en muchos tiempos que tanto sufriese el hambre y sed y continuas guerras como éstas”.

Lo primero que ordeno Cortés se hiciera fue la reparación de los acueductos para volver a dotar de agua potable a la ciudad, y enseguida ordenó limpiar las calles de cadáveres y su entierro.

Terminado esto, había que reparar las calzadas y puentes y se señalaron varias divisiones de la ciudad determinándose que partes serían para que las poblaran los españoles y cuales quedarían para los indios y se hicieron nombramientos con la responsabilidad de cada uno.

Al parecer el alcalde de la ciudad fue Pedro de Alvarado hasta que se nombró a un Salazar de Pedrada quien fue enviado expresamente por el Emperador con ese cargo.

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Se recogió y juntó el oro y joyas que había, el que según Bernal “fue muy poco, según pareció, porque todo lo demás había fama que lo había echado Guatemuz a la laguna cuatro días antes de que le prendiésemos, y además de esto, que lo habían robado los tlaxcaltecas y demás indios, nuestros aliados, que estaban en la guerra, y los teúles que andaban en los bergantines, robaron su parte; por manera que los oficiales de la Hacienda del Rey decían y publicaban que Guatemuz lo había escondido y que Cortés holgaba de ello porque no lo diese y haberlo todo para él”.

Antes de proseguir con la secuencia de los acontecimientos que he tratado de seguir basado en el relato de Bernal Díaz, es conveniente recordar que un poco antes de la captura de Cuauhtémoc, escasos momentos después del ‘desbarate’ de Cortés (relatado anteriormente del que fue salvado por Cristóbal de Olea) se presentó un intercambio de opiniones entre Cortés y Gonzalo de Sandoval en la que Cortés dice: “¡Oh!, hijo Sandoval, que mis pecados lo han permitido, y no soy tan culpable de ello como me ponen todos mis capitanes y soldados, sino el tesorero Julián de Alderete a quien encomendé que cegase aquel paso en donde nos desbarataron y no lo hizo, como no es acostumbrado a guerrear, ni aún ser mandado de capitanes”.

Este comentario dio lugar a airadas respuestas del mencionado Tesorero Alderete, que el mismo Bernal indica no mencionar ‘porque iban dichas con enojo’, y porque son interrumpidos por la llegada de otros bergantines que acudían con noticias de las otras guarniciones, pero esto indica que las relaciones entre Cortés y el Tesorero de Alderete eran mucho menos que cordiales, pero conviene recordar también que Julián de Alderete había sido nombrado directamente por el Emperador, y no por Hernán Cortés.

Y era precisamente, el Tesorero Alderete quien más insistía y decía y publicaba que Cuauhtémoc había ‘escondido’ el tesoro y propugnaba por que se le diera tormento para obligarlo a ‘confesar’.

Cortés, según Bernal, se opuso pero su oposición no debe haber sido muy fuerte o enérgica y fue mal interpretada por muchos de sus capitanes y por el mismo Tesorero.

Cortés proponía que Cuauhtémoc (bajo la dirección de Cortés) siguiese gobernando Tenochtitlán y sus provincias para seguir teniendo un control sobre los aztecas y los pueblos sojuzgados, pero no se vio la propuesta de esa manera y al fin de cuentas al señor de Tacuba (Tetlepanquetzaltzin) y a Cuauhtémoc se les somete a tormento.

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Este tormento es otro de los capítulos de La Conquista más debatido,

comentado y polémico en donde Cortés ‘sale’ muy mal parado ante los ojos de muchos historiadores y el sustento de la ‘Leyenda negra de Hernán Cortés’.

Con los ojos del Siglo XXI la propuesta de Cortés tenía grandes méritos, ya lo había comprobado con Moctezuma, mientras lo tuvo prisionero, no hubo mayores problemas, pero la matanza o masacre del Templo Mayor cambió la situación y le obligó a huir (La Noche Triste); con Cuauhtémoc prisionero y en posesión de Tenochtitlán tenía una oportunidad de ‘pacificar’ el señorío posiblemente sin tener que recurrir a proseguir las guerras.

Sin embargo, los demás no lo vieron de esa misma manera.

Según Bernal, Cuauhtemoc, {valiente, estoico y todo lo que quieran} confiesa que había arrojado ‘el tesoro’ a la laguna unos días antes de ser aprehendido.

El mismo Bernal y otros compañeros van al lugar señalado por Cuauhtémoc y tan solo encuentran algunas piezas pequeñas y sin mucho valor, y desde esa fecha se afirma la leyenda en torno al Tesoro de Moctezuma.

En este punto, quisiera hacer una reflexión solo para considerar la inutilidad de ese tormento, pero claramente la ambición desmedida de Julián de Alderete se impuso a la prudencia (si se le puede decir de esa manera) de Cortés y aunque no se puede ni se debe minimizar el hecho, tampoco es válido sacarle de contexto, pues es un hecho y un hecho avalado por todos los historiadores y cronistas aunque con diferentes grados de apasionamiento.

El mito del Tesoro de Moctezuma cobraba sus primeras víctimas.

La ‘gloria’ militar de Hernán Cortés ha sido obtenida; como dice Bernal Díaz del Castillo “ha sido ganada”.

Dígase lo que se diga su hazaña no tiene paralelo en la historia universal y solamente mentes con otra proyección e intenciones perversas no lo han querido reconocer.

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Allá ellos.

Tomándolo con filosofía y objetividad, podemos afirmar la validez de dos dichos mexicanos que nos señalan que el tiempo todo lo ‘cura’ y que las cosas por su propio peso caen.

Lo que a mi me ocupa es que con base en esas equivocadas y subjetivas concepciones hemos dado por ‘idolizar’ a los aztecas olvidándonos de la otra mitad de nuestra herencia, que a querer o no, influye en nuestro ser.

Y después, en tiempo real 300 años, en tiempo histórico un instante, otras y di-ferentes circunstancias hacen que ese indigenismo teórico y absurdo se convierta en exclusivista y se pretenda negar y hasta querer borrar de nuestra herencia las contribuciones hispanas a nuestra cultura y tradiciones.

Y volviendo a nuestra revisión de lo ocurrido una vez que ‘se gana Tenochtitlán’ y como se dice en el teatro: “continuamos”.

Debemos tomar en consideración que España, en esos días, también estaba en un proceso de consolidación, de cambio, con un Rey alejado de sus dominios, un rey al que podíamos calificar de extranjero además de ausente.

Si bien la estrella militar de Cortés ha llegado a su punto culminante y más alto, otros aspectos tienen prominencia ahora como la reconstrucción y organización de la ciudad bajo un nuevo y diferente régimen administrativo y como era consecuente, Cortés establece el modelo español de su convulsionada época en donde la Monarquía y la Iglesia tenían un papel protagónico.

Otra de las grandes preocupaciones de los conquistadores era el aspecto del oro y los metales precioso y consecuentemente, al tener los registros de los tributos del señorío, más informes de primera mano, Cortés organiza y distribuye a sus capitanes y soldados en viajes de exploración y busca de los recursos minerales del territorio.

De ahí en adelante la ocupación y preocupación de los conquistadores por oro y/o riquezas será fuente de constantes y frecuentes disputas y discusiones comenzando con los rumores acerca de que Cortés había tomado y escondido el Tesoro de Moctezuma (o de Cuauhtémoc) y una de las personas ‘principales’ que tales rumores alentada era el Tesorero Julián de Alderete quien además divulgaba que Cortés quería que se le repusiesen una multitud de gastos de su propio peculio que había desembolsado en Cuba y hasta el precio de varios caballos de su propiedad, muertos en los combates con los escuadrones aztecas.

Como era de esperarse los soldados que vinieron con Narváez y que habían sobrevivido los avatares de La Conquista se sumaban a las voces que reclamaban el

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famoso y tan nombrado tesoro y que expresaban su inconformidad por la repartición que se había hecho del oro acumulado.

A la suma de reclamaciones, se adiciona el improvisado cirujano de nombre Juan quien reclamaba exagerado pago por su trabajo al ‘curar’ heridos “y también un medio matasanos que se decía Murcia, que era boticario y barbero, que también curaba”.

Las reclamaciones fueron subiendo de tono hasta que Cortés “dio con dos personas de buena conciencia, que sabían de mercaderías, que apreciasen qué podía valer cada cosa de los que habíamos tomado fiado lo apreciasen; llamábanse los apreciadores Santa Clara, persona muy noble, y el otro se decía fulano de Llerena, también noble persona y se mandó que todo lo que aquellos dijesen que valían las cosas que nos habían vendido y las curas que nos habían hecho los cirujanos que pasasen por ello, y que si no teníamos dineros, que aguardasen por ellos tiempo de dos años”.

Con todos estos acontecimientos Cortés estaba ocupado y mientras tanto, no se sabe si a sus espaldas o con su conocimiento se fundían piezas de oro que eran marcadas con ‘incremento’, es decir, si pesaban 10 quilates, se marcaban como de 13, y esa diferencia, ocasionó diferentes problemas con los comerciantes: “otra cosa que también se hizo; que todo el oro que se fundió echaron tres quilates de más de lo que tenía de ley; porque ayudasen a las pagas, y también porque en aquel tiempo habían venido mercaderes y navíos a la Villa Rica, y creyendo que en echar los tres quilates de más ayudaban a la tierra y a los conquistadores; y no nos ayudó en cosa ninguna, antes fue en nuestro perjuicio, porque los mercaderes, viendo que para los tres quilates saliese a la cabal de sus ganancias, cargaban en las mercaderías y cosas que vendían cinco quilates más, y de esta manera, anduvo el oro de tres quilates más cinco o seis años y a este respecto se nombraba el oro de quilates tepuzque, que quiere decir en lengua de indios cobre; y ahora tenemos aquel modo de hablar, que cuando nombramos algunas personas que son preeminentes y de merecimiento del señor don fulano de tal nombre, o Juan o Martin o Alonso; y a otras personas que no son de tanta calidad les decimos su nombre, y por haber diferencia de los unos a los otros decimos fulano de tal nombre Tepuzque”.

Esta situación llega hasta los oídos de los reyes quienes ordenan se quiten esos tres quilates de más y el oro mal ‘quintado’ no circule más en la Nueva España, por lo que se reúnen todas la barras de oro y se envía a España en donde se funden y se vuelven a hacer barras con la medida o quintaje correcto.

Sin embargo, aquí, en Méjico todavía algunas barras continuaban circulando y no sabemos si Cortés o la Real Audiencia ordena se ahorquen a dos ‘plateros’ que falseaban las marcas reales.

Todos estos y otros episodios se sucedían mientras seguían las reclamaciones por la repartición de las riquezas habidas en la conquista y crecían los rumores que decían que Cortés se quedaba con la mayor parte y no entregaba su parte a quienes correspondía.

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Para acabar con esta incómoda situación Cortés ordena a sus capitanes ‘salgan a poblar’ y a castigar algunas guarniciones aztecas que aprovechaban su fuerza para asolar a los poblados indígenas, aprovechando, como dice Bernal y ya lo hemos mencionado anteriormente que tenían en su poder los libros y cuentas de Moctezuma.

La noticia de la caída de Tenochtitlán produjo que muchos poblados enviaran a Cortes embajadas y obsequios solicitando su adhesión a la corona de España por lo que de una forma u otra el flujo de riquezas que llegaban a manos de los españoles, no cesaba y por favor, nótese que no se trataba de despojos o robos, sino que las diferentes poblaciones indígenas que habían sufrido la tiranía de los aztecas, demostraban su gratitud y su libertad llevando espontáneamente oro, plata, joyas, plumas, mantas y demás obsequios a los españoles.

Los verdaderos conquistadores y quienes tomaron parte en la Conquista no se quedaron en Méjico una vez que fue ‘ganada’: “En los libros de la renta de Montezuma mirábamos de donde la traían los tributos del oro y dónde había minas y cacao y ropas de mantas, y de aquellas partes que veíamos en los libros y cuentas que tenía en ellos Montezuma que se lo traían, queríamos ir”.

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“Y volvamos a decir de las partes de oro, que todo se quedó en poder de los Oficiales del Rey por los esclavos que se habían sacado en las almonedas”. “No quiero poner aquí por memoria qué tantos de a caballo, ni escopeteros ni ballesteros, ni soldados, ni cuantos en cuales días de tal mes despachó Cortés a los capitanes por mi memorados que fuesen a las provincias por mi arriba dichas, porque sería larga relación; basta que diga que pocos días después de ganado Méjico y preso Guatemuz, y desde ahí a otros dos meses, envió Cortés a otros capitanes a otras provincias, y diré que en aquel instante vino al puerto de la Villa Rica, Cristóbal de Tapia, con dos navíos, el cual era veedor de las fundiciones que se hacían en la Isla de Santo Domingo; otros dijeron que era alcaide de la fortaleza de aquella isla; y traía provisiones y cartas misivas de Don Juan Rodríguez de Fonseca, Obispo de Burgos y Arzobispo de Rosano, que enviaba en nombre Su Majestad para que Cristóbal de Tapia fuese Gobernador de la Nueva España”.

……”y además de las provisiones traía muchas cartas del Obispo para Cortés y para otros muchos conquistadores y capitanes de los que habían venido con Narváez, para que favoreciesen a Cristóbal de Tapia, y demás de las cartas que venían cerradas y selladas por el Obispo traían otras muchas en blanco para que Tapia escribiese en ellas todo lo que quisiese y nombrase a los soldados y capitanes que le pareciese que convenían; y en todas ellas traía muchos prometimientos del Obispo que nos haría grandes mercedes si dábamos la gobernación a Tapia, y si no se la entregábamos, muchas amenazas, y decía, que Su Majestad nos enviaría a castigar”.

Podemos imaginar la gran contrariedad que estas noticias representaron no solamente para Cortés sino para los españoles que habían realizado la Conquista y que demuestran la codicia e influencia del Obispo de Burgos, a quien el Rey Don Carlos había dejado manejar el gobierno, preocupado como siempre estuvo por la situación en Europa, residiendo en Flandes y dejando que la Nueva España estuviera al garete y voluntad de Don Juan Rodríguez de Fonseca.

El primer signo de este conflicto ocurre en la Villa Rica en donde Gonzalo de Alvarado (hermano de Pedro) quiere saber si Su Majestad sabía que Don Juan Rodríguez había enviado dichas provisiones y mandamientos, respuesta que en nada agradó a Cristóbal de Tapia a quien los partidarios de Narváez, que tenían gran envidia de Cortés y los suyos, le aconsejan que vaya a Méjico a presentar sus cartas

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directamente pues allí tendría el apoyo de la Real Audiencia y del Tesorero De Alderete, quienes ‘no estaban bien’ con Cortés.

Cortés, como era su costumbre y hábito operativo, se reúne con sus principales capitanes y soldados y ponderan la situación acordando enviar una comitiva a recibir a Tapia y ‘sondear’ la situación.

Fueron enviados a la entrevista Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Diego de Soto, del Toro, Valdenebro y un fraile de nombre Pedro Melgarejo de Úrrea, (a los cuales Cortés mandó llamar pidiendo que dejasen las provincias en donde estaban y que fueran a la Villa Rica).

En Cempoala esta comitiva se encuentra con la de Tapia y ahí tiene lugar el encuentro en el que, al igual que ocurrió con Gonzalo de Alvarado, los enviados de Cortés demandan muestre los mandamientos reales y asegure que Su Majestad es quien ordena tales provisiones y mandamientos, y diciendo que consideraban que el Obispo de Burgos era enemigo de los conquistadores y que favorecían a Diego Velazquez y al propio Tapia (casado con una sobrina del Obispo).

Los emisarios comunican a Cortés el enojo de Cristóbal de Tapia y la falta de acato a lo que el Obispo mandaba, aconsejándole que le reciba y tenga preparado oro y obsequios porque Tapia “era codicioso”.

Y efectivamente lo era.

Bernal con cierta ironía no disimulada nos relata: “y le compraron unos negros, y tres caballos y un navío , y se volvió a embarcar y se fue a la Isla de Santo Domingo, donde había salido; y cuando allá llegó la Real Audiencia que allá residía, y los frailes jerónimos, que eran gobernantes, notaron bien su vuelta, y como iba rico de aquella manera desconsiderada, se enojaron con él, por causa de que antes que de Santo Domingo saliese para venir a la Nueva España le habían mandado expresamente que en aquella sazón no curase de venir, porque sería causa de venir daño y quebrar el hilo y conquistas de Méjico, y no quiso obedecer, sino con favor del Obispo Fonseca, que no osaban hacer otra cosa los oidores y frailes sino lo que el Obispo mandaba, porque era Presidente de Indias y Su Majestad estaba en aquella sazón en Flandes, que no había venido a Castilla”.

Este episodio demuestra –una vez más- cómo el gobierno de Nueva España estaba en manos del Obispo Rodríguez de Fonseca y el enorme desapego y falta de interés del Rey Carlos I sobre lo que ocurría en el Continente que Colón le entregó.

Como era de esperarse Cristóbal de Tapia se entrevista con Pánfilo de Narváez que seguía en calidad de prisionero en la Villa Rica quien el aconseja que no vaya a Méjico sino que en su lugar se dirija a Castilla en donde encontrará gente que le apoye y ayude (como el Obispo Rodríguez de Fonseca) y que no se fíe de los ofrecimientos de Cortés pero Tapia, como ya vimos, no hace caso de ningún consejo.

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Cortés estaba aposentado en una residencia en Coyoacán mientras las obras de limpieza y reconstrucción seguían su curso y entonces envía por Pánfilo de Narváez dando órdenes de cómo debía poblarse la Ciudad de Méjico: “y repartió solares para las iglesias y monasterios y casas reales y plazas; y a todos los vecinos les dio solares, y por no gastar tiempo en escribir según y de la manera que ahora está poblada, que, según dicen muchas personas que se han hallado en muchas partes de la cristiandad, otra más populosa y mayor ciudad, de mejores casa y poblada de caballeros, según su calidad y tiempo que se pobló, no se habido en el mundo, entiéndase con lo poblado de mexicanos”.

Las constantes disputas, intrigas y problemas administrativos mantenían ocupado a Cortés pero no estaba satisfecho ni contento, cuando recibe noticias de la región de Pánuco que se había ‘levantado’ y daban guerra constante a los españoles, los que solicitaban refuerzos y auxilio con verdadera urgencia.

Además de que ya no tenía capitanes que enviar, Cortés decide ir en persona en auxilio de sus compañeros, llevó la mayor cantidad de soldados, caballos y armas que pudo (auxiliado por lo recibido con la llegada de Cristóbal de Tapia), dejando en Méjico a Diego de Soto al cargo de la ciudad, sale hacia Pánuco encontrándose en el camino al contingente de Diego de Ordaz que regresaba de Michoacán, habiendo poblado y pacificado la región.

Después de nuevas fieras batallas y combates Cortés logra reconquistar la región y se entera que Francisco de Garay Gobernador de Jamaica había enviado una armada a conquistar y poblar esa región del Pánuco, por lo que mueve su campamento a las orillas del río Chila enviando mensajeros a todos los pueblos cercanos ‘llamándoles a la paz’.

Del grupo de poblados que estaban al otro lado del río no quisieron venir y en su lugar mataron a dos de los mensajeros de Cortés y prepararon una emboscada que no dio resultado siendo ‘desbaratados’ por la caballería y armas de fuego de los españoles y los ‘mexicanos’ que con él iban, y aquí debo hacer una pausa para recalcar como después de la caída de Tenochtitlán hubo muchos guerreros aztecas que juraron fidelidad a los españoles y les siguieron y acompañaron en subsecuentes campañas militares, como esta, en que si hemos de creer en lo que Bernal comenta, llevaba alrededor de 10,000 mexicanos.

Luego de fieras batallas en las que los contingentes indígenas utilizaron un sistema más compacto y más efectivo para combatir a los españoles Cortés y su ejército logran someterlos y se retiran a descansar y protegerse en un Cu ‘muy principal’ edificado en una población cercana a la desembocadura del río en donde encuentran “ídolos vestidos con restos de ropas españolas caras desolladas y adobadas, como cuero de guantes, y con sus barbas y cabellos, que eran de los soldados que habían muerto a los capitanes que había enviado Garay a poblar el río de Pánuco”….. y los descolgaron y los llevaron a enterrar.

Mala suerte la del Gobernador Garay, a pesar de haber conseguido el título de

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Adelantado de Pánuco por el Obispo de Burgos el, ya tantas veces mencionado Don Juan Rodríguez de Fonseca todas las expediciones que enviaba a Méjico, eran destruida por los indios o capturadas por la gente de Cortés y este punto se menciona por aquellos que atribuyen a la superioridad del armamento español la razón principal de las derrotas de los indígenas sin considerar que no solamente es la superioridad de las armas, sino la mejor forma de utilizarlas pues resulta obvio, que entre sus soldados Garay no tenía capitanes del calibre de Cortés.

No hay que olvidar que ya estamos a finales de 1522, y es el 22 de Diciembre de ese año que Cortés funda la Villa de Santiesteban del Puerto y dejó por teniente encargado a Pedro Vallejo (posteriormente, sería nombrado como Puerto de Pánuco, en la zona Huasteca Veracruzana (denominada así en honor al cacique Cuextecatl).

Cortés regresa triunfador después de su excursión al río Panuco llegando a Méjico y ocupándose de la población y reedificación de la Ciudad cuando llega de Santo Domingo Alonso de Ávila con los resultados de las negociaciones que había realizado con los frailes jerónimos de la Real Audiencia avecindada en esa Isla, los que en esencia fueron que se les otorgaba licencia para conquistar toda Nueva España, herrar esclavos, y repartir y encomendar las tierras y los indios, conforme a la costumbre española de la época.

La licencia, empero, tenía un condicionante: “en tanto que Su Majestad fuese sabedor de ello, o fuese servido mandar otra cosa”, pues como de costumbre el emperador estaba en Flandes y el manejo de todas las ‘cuestiones de Indias’ lo hacía Don Juan Rodríguez de Fonseca.

Es con esta circunstancia que Cortés envía un fuerte tesoro y relaciones a Su Majestad con Antonio de Quiñones y el propio Alonso de Ávila, viaje que fue desafortunado por muchos conceptos: en la isla tercera (la tercera de las que

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constituyen Bahamas) Quiñones se enredó en un asunto de faldas, por el cual recibe una cuchillada mortal, quedando De Ávila como único Capitán, no muy lejos de las Bahamas, el navío es tomado por el pirata francés Jean Fleury (Juan Florín, para los españoles),

quien se apropia del oro enviado al Rey, gran cantidad de perlas, azúcar, cueros de vaca, y otros muchos bienes, volviendo a Francia en donde hace grandes obsequios a su Rey en quien despierta la codicia de poseer más de la riqueza que los españoles enviaban a Castilla, encomendando al propio Fleury el mando de cuatro barcos pirata con los que atacar y robar en el mar a los navíos españoles.

Mientras Alonso de Ávila permanece prisionero, Fleury es atacado y ‘desbaratado’ por el rumbo de las Islas Canarias, y a su vez es hecho prisionero y enviado a Sevilla a la Casa de Contratación, pero en el camino, en el Puerto del Pico es ahorcado.

Alonso de Ávila es trasladado a una fortaleza francesa en donde permanece dos años mientras se ‘negocia’ su rescate, sin que el Obispo de Burgos tenga conocimiento de ello.

Por suerte para de Ávila y para Cortés, el Emperador se entera de este asunto y envía a decir al Obispo de Burgos que se abstenga de intervenir en los pleitos entre

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Diego Velázquez y Hernán Cortés y que a su regreso a Castilla el personalmente verá que se haga justicia lo cual, como veremos más adelante, tiene ‘sus 151eum151ale’.

13Expedición a Las Hibueras

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Otras muchas batallas y reencuentros fueron ocurriendo, la pacificación no fue ni simple ni fácil pues muchos pueblos indígenas a pesar de su gusto por ya no ser sujetos de los aztecas tampoco querían ser sujetos ahora a los españoles y el proceso de pacificación fue una continuación de batallas y enfrentamientos.

Y para acabar de componer las cosas, Francisco de Garay, Gobernador de Jamaica, decide tomar las cosas en propia mano, y como ya se comentó anteriormente tenía el favor del Obispo de Burgos, y había sido nombrado Adelantado de Panuco, y enviado una ‘armada’ a que conquistase y poblase la región, lo que no pudieron lograr.

Con once navíos y dos bergantines, ochocientos cuarenta soldados, ciento treinta y seis caballos y suficiente pólvora y armas, se traslada a la Isla de Cuba a un puerto conocido como Xagua {1523, junio(¿)} en donde se entera de todo lo que Cortés ha conquistado e incluso ‘poblado’, entrevistándose con el licenciado Zuazo, enviado desde Santo Domingo para tomar ‘juicio de residencia’ a Diego Velázquez, quien por esa razón no le pudo acompañar como intermediario entre él y Cortés.

Llegó a Pánuco, a la Villa fundada por Cortés con el nombre de Santiesteban del Puerto, en donde nombró alcaldes y regidores y puso por nuevo nombre a la población el de Villa Garayana en donde desembarcó su ejército y sin esperar a que llegasen los navíos con las provisiones, se pone en marcha inmediata hacia Méjico.

Como he comentado, la suerte nunca estuvo del lado de Garay y en esta ocasión encontraba los poblados abandonados, pues en cuanto los pobladores se enteraban de que venían tantos soldados y caballos, huían a los montes y abandonaban sus estancias, por lo que no encontraban alimento suficiente ni quien se los proporcionara.

Encuentran un español fugitivo de Santiesteban del Puerto quien les informa de la toma de Tenochtitlán y las grandes riquezas que ahí había, lo que ocasiona una deserción de soldados que deciden huir del ejército de Garay y probar su suerte personalmente en Méjico.

En un santiamén Garay se enfrenta a un motín que no puede o sabe controlar por lo que envía a uno de sus capitanes de nombre Gonzalo de Ocampo a que vaya a Santiesteban y se entreviste con Pedro Vallejo, a quien Cortés dejó a cargo de la Villa para quien elabora cartas y mandamientos haciéndole saber que traía provisiones y nombramiento de Su Majestad para gobernar.

Pedro Vallejo recibe con toda cortesía a Ocampo, y astutamente le informa que Cortés estará muy halagado de recibir al gobernador Garay y le atiende regiamente, mientras de inmediato envía a Cortés la carta entregada por Ocampo y le notifica las intenciones del Gobernador de Jamaica.

En cuanto Cortés ve las cartas, despacha a Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, y a Diego de Ocampo, (hermano del Gonzalo de Ocampo enviado por Garay) con copias de los mandamientos de Su Majestad para que se los mostrasen a

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Garay, intuyendo que las instrucciones que éste traía habían sido dadas por el Obispo de Burgos y que no ‘osaría’ desafiar a Su Majestad.

Garay ‘se confía’ de la amabilidad y hospitalidad de Vallejo permite que sus soldados se aposenten en una población cercana de nombre Nauchapalán en donde ‘la gente’ de Vallejo les prende a cuarenta soldados y les llevan a Villa Santiesteban.

Se informa a Garay que se les han apresado por andar robando en las poblaciones cercanas y que mientras no muestre mandamiento de Su Majestad y no de la Real Audiencia de Santo Domingo, estarán prisioneros.

Cuando llegan los emisarios de Cortés, y le hacen el requerimiento de no entrar en el territorio, Garay comprende que no avanzará en sus pretensiones, pues los mandamientos e instrucciones de Su Majestad están muy claras y porque además, su ejército estaba en rebelión y poco a poco se iban desbandando atraídos al ‘bando de Cortés.’

En conversaciones ‘secretas’, esto es, sin el conocimiento de Francisco de Garay, Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado convencen a los capitanes que estaban en el puerto (Martín de San Juan, y Pedro Castro Mucho, maestres de navíos) que entreguen sus navíos a Pedro Vallejo y juren pleitesía a Cortés y a Su Majestad.

Estos dos capitanes lo hicieron de buena gana, mas no así el otro capitán, homónimo de nombre de Juan Grijalva quien disparó y pretendió dar batalla, más al ver las cartas y mandamientos del Rey, se sometió a ser tomado preso por rebeldía, aunque Vallejo, una vez asegurado el barco, le soltó junto con los soldados y marineros que con Grijalva estaban.

Garay entonces, sin navíos ni soldados, requirió que se les regresaran prometiendo volverían a Jamaica y olvidaría el incidente.

Se hicieron los requerimientos pero los soldados de Garay no querían regresar, y en vista de esto, Garay escribe a Cortés “una muy entera relación de su viajes y desdichas y trabajos, y que si su merced mandaba, que le iría a ver y comunicar cosas cumplideras del servicio de Dios y de Su Majestad, encomendándole su honra y estado, y que lo efectuase de manera que no fuese disminuida su honra”.

Pedro de Alvarado, Diego de Ocampo y Gonzalo de Sandoval también escriben a Cortés intercediendo por Garay.

Finalmente Cortés acepta y responde que sería bien recibido en Méjico, en donde le organiza un banquete en Texcoco y llegando a la ciudad, Cortés y muchos de sus capitanes y caballeros le reciben con honores.

Garay queda ‘fascinado’ con la grandeza de la ciudad y con el recibimiento que le hicieron y de ahí en adelante, su suerte personal cambió, mas no así la de las tropas que le acompañaron.

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Al poco tiempo, Cortés celebra un trato de matrimonio entre una de sus hijas (aún niña) Catalina Pizarro con el hijo de Garay y se establece una sustanciosa dote para la futura esposa.

Garay es hospedado en casa de Alonso de Villanueva, quien era buen amigo del Gobernador de Jamaica y en esa ocasión recibe la visita de Pánfilo de Narváez que coincidentemente estaba en ese tiempo en la ciudad de México.

Los viejos amigos se reúnen y platican y en esta ocasión Bernal Díaz del Castillo relata en el Capítulo CLXII como hay un intercambio de loas y reconocimientos a la obra de Cortés.

Garay interviene por la suerte y destino de su amigo Narváez, y logra que le de licencia de regresar a Cuba y todavía Cortés le obsequia con dos mil pesos de oro.

Estos eventos ocurren en el segundo trimestre del año 1523, y el 27 del mes de Diciembre Francisco de Garay, Gobernador de Jamaica, consuegro de Hernán Cortés, muere de neumonía (que en aquel entonces se calificaba como ‘calenturas ‘o ‘dolor de costado’).

Sin embargo, una vez que Garay hubo partido y que su hijo quedó como Capitán General (el que se quería dar en matrimonio a la hija de Cortés) y a quien nadie obedecía ni tomaban en cuenta las cosas tomaron otro cariz en la provincia del Pánuco.

Los soldados que llegaron con Garay querían hacerse capitanes: Juan Grijalva, Gonzalo de Figueroa, Alonso de Mendoza, Lorenzo de Ulloa, Juan de Medina, el Tuerto, Juan de Ávila, Antonio de la Cerda, y un Taboada que era el mas ‘bullicioso’.

Los que no se preocupaban por los nombramientos se unían en grupos de quince a veinte soldados y se dedicaban a asaltar en los pueblos, violar mujeres, robar gallinas, mantas y ropa hasta que llegaron a ‘hartar’ a los indígenas quienes se soliviantan ferozmente, capturando, apresando y matando más de quinientos españoles (todos ‘de los de Garay’).

Bernal comenta que en un pueblo se llegaron a capturar y sacrificar hasta cien españoles, y que no había control ni obediencia a los pobladores de Santiesteban del Puerto y en uno de esos enfrentamientos fue muerto Pedro Vallejo “de un flechazo”.

Al saber Cortés de estos desmanes que quiso volver en persona a pacificar esa tierra, mas no lo pudo hacer por estar con un brazo fracturado enviando a Gonzalo de Sandoval al mando de cien soldados, cincuenta de a caballo, dos tiros (cañoncitos), quince arcabuceros y escopeteros y ocho mil tlaxcaltecas y mexicanos, con los que después de arduos combates logran vencer a los pueblos sublevados y restablecer la calma.

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Empero, cuando no era en una parte era en otra y ahora Cortés recibe noticia de que en Guatemala, cuyos pobladores no habían querido ‘ir en paz’ y someterse a la jurisdicción del Rey, ha habido algunos problemas ente los pueblos, pero que también hay minas y no habían sido sometidos ni combatidos, envía a Pedro de Alvarado a ‘conquistar y poblar’ la provincia.

En Teguantepeque fue muy bien recibido ‘pues estaban de paz’ y entregan,

como era costumbre, obsequios, oro y plata, plumajes y ropa de mantas; en Soconusco sucede lo mismo, pero en Zapotitlán le esperaba un grueso contingente formado por diferentes pueblos indígenas unidos para combatir a los españoles, los que dan fuerte pelea.

Son vencidos ‘y vinieron de paz’.

Siguen hacia Quetzaltenango soportando y repeliendo con grandes dificultades los ataques de los indígenas ya que estaban en la sierra y no se podía utilizar la caballería, sin embargo logran salir adelante y llegar a Quetzaltenango en donde libra recias batallas logrando dar muerte a varios caciques ‘principales’ con lo que los combaten terminan y se le promete paz, con obsequios como era costumbre.

No obstante, los indígenas habían dispuesto una emboscada en las barrancas de Utlatán, en las que pensaban cercarlos y darles muerte.

Previendo una celada, De Alvarado rehúsa entrar a Utlatán asentándose en unos llanos cercanos en donde podrían utilizar la caballería para repeler cualquier ataque, que no se produjo porque Pedro de Alvarado envió vigías a explorar las cañadas, dándose cuenta de los escuadrones que les esperaban.

Mandó prender al cacique de Utlatán y ordenó su muerte, dándole el cacicazgo a su hijo.

Furiosos los indígenas salieron de las cañadas y dieron fiera batalla a los españoles en los llanos en donde fueron ‘desbaratados’.

Como los de Utlatán y las comarcas cercanas eran enemigos de los de Guatemala, estos acordaron enviar mensajeros y obsequios de oro y joyas, y darse por vasallos de Su Majestad.

Como prueba de esa lealtad, De Alvarado solicita el envío de dos mil indios los que le son enviados y con ellos se pone en camino hacia Guatemala llegando a una población de nombre Atitán en donde no ‘obedecen’ y no hacen esfuerzo alguno por ‘ir a dar las paces’. Tres veces son requeridos y tres veces no contestan.

Pedro de Alvarado ordena y dirige el ataque y logra la victoria prosiguiendo su camino hacia la ciudad de Guatemala en donde reposan y reciben la pleitesía de otros pueblos vecinos.

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Bernal indica y resalta que los indígenas de Guatemala eran ‘gente pacífica’ y que Guatemala fue ‘ganada’ sin combates.

Cortés también envió a Cristóbal de Olid ‘por la mar’ con cinco navíos y un bergantín a las provincias de Las Hibueras, partiendo de San Juan de Ulúa el 11 de enero de 1524, y con ellos envió ‘muchos’ de los soldados que habían expresado su descontento por el oro que se les había repartido o los indios que igualmente se les había asignado, y sus instrucciones incluían ir a La Habana y comprar caballos, cazaba, puercos, tocinos y otras mercancías con un tal Alonso de Contreras y ya con el bastimento fuera a Las Hibueras y procurase ‘poblar’ una Villa en algún buen puerto.

A Cristóbal de Olid le aconsejan que se rebele en contra de Cortés, y se alié con Diego Velázquez para que por su conducto el Obispo de Burgos, el tantas veces nombrado Don Juan Rodríguez de Fonseca, se le confirme como Gobernador de las Hibueras.

A Olid se le llena la cabeza de humo y acepta la propuesta y uno de los soldados descontentos con Cortés, de nombre Briones, escribe a Diego Velázquez informándole de esta propuesta y de la aceptación de Cristóbal de Olid.

“Y quiero decir la condición y presencia de Cristóbal de Olid, que si fuera tan sabio y prudente como era de esforzado y valiente por su persona así a pie como a caballo, fuera extremado varón, más no era para mandar, sino para ser mandado, y era de edad de treinta y seis años, y natural de cerca de Baeza o Linares, y su presencia y altor era de buen cuerpo, muy membrudo y grande espalda, bien entallado, y era algo rubio, y tenía muy buena presencia en el rostro y traía en el bezo de abajo siempre como hendido a manera de grieta; en la plática hablaba algo gordo y espantoso, y era de buena conversación y tenía otras buenas condiciones de ser franco; que no tenía cosa suya, sino que todo lo daba; y era al principio, gran servidor de Cortés, sino que esa ambición de mandar y no ser mandado lo cegó, y con todos los malos consejos, y también como fue criado en casa de Diego Velázquez cuando mozo y fue lengua de la Isla de Cuba, reconociole el pan que en su casa comió; más obligado era a Cortés que no a Diego Velazquez”.

Debemos recordar que en este escrito los acontecimientos se suceden unos a otros, pero en la realidad, pasaban meses es desarrollarse o en levarse a cabo y en este

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caso, es el 3 de Mayo de 1524, cinco meses después de los anteriormente referido que Cristóbal de Olid llega a Las Hibueras y funda una Villa con el nombre de Triunfo de la Cruz, haciendo, como era menester el nombramiento de alcaldes, y regidores conforme lo que Cortés había indicado, lo cual hacía para que los partidarios de Cortés no creyeran ‘que iba alzado’ sino que estaba siguiendo las instrucciones recibidas.

No sería sino hasta ocho o nueve meses después que Cortés se entera de lo que en realidad estaba pasando en ‘Las Hibueras’.

En el entretiempo las expediciones para ‘conquistar y poblar’ diferentes regiones continuaban, y los ‘procuradores’ de Cortés llegaban a Castilla y defendían la posición de Cortes y los Conquistadores, recusando y acusando al Obispo de Burgos, de lo cual nos ocuparemos en el siguiente capítulo para proporcionar una cierta ilación al actual.

Al enterarse Cortés que Cristóbal de Olid se había ‘alzado’ en su contra (y Bernal no relata como se enteró) y a favor de Diego Velázquez, decide enviar un contingente al mando de un capitán recién llegado de Castilla de nombre Francisco De las Casas con cinco navíos y cien soldados quien partieron hacia el puerto de Triunfo de la Cruz en donde De Olid estaba con su ‘armada’.

Cristóbal de Olid no contaba con todo su ejército pero al ver llegar a los navíos de Las Casas, salió con dos carabelas para dar batalla e impedir que la expedición en su contra llegara a tierra.

Se enfrascaron en una ‘buena batalla’ en la que Olid llevaba las de perder y sabiendo que en tierra no podría hacerles frente pues, como le he mencionado, no contaba con todo su ejército, demando ‘paces’.

Las Casas, acepta la rendición pero apercibido por ciertos soldados leales a Cortés acuerda no dejar los navíos y permanecer en ellos en espera de la mañana siguiente para poder desembarcar y hacer prisionero a Cristóbal de Olid, pero Las Casas no tenía la fortuna a su favor y aquella noche se ‘desata’ un vendaval que ocasiona que los navíos ‘den al través’, mueran treinta soldados y pierda todo lo que traía.

Olid aprovecha el ‘desbarate’ y apresa a los sobrevivientes y les hace tomar juramento de fidelidad y en contra de Cortés (si venía a combatirle), quedando Francisco De las Casas como prisionero sin ponerle cadenas ni ningún tipo de restricción física.

Algunos de los capitanes de Cristóbal de Olid que había enviado a ‘prender’ a un Capitán de nombre Gil González de Ávila regresan informándole haber logrado la aprehensión del fundador de una villa bautizada como San Gil de Buena Vista a corta distancia de un puerto denominado Golfo Dulce, y con esto, Cristóbal de Olid tenía en su poder a dos capitanes de Cortés, (González de Ávila y Las Casas) lo que sin dilación

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informó a Diego Velázquez, mientras hacía en una población denominada Naco su asiento y ‘real’.

Estando en Naco, tal parece que el tal Briones (quien ya se ha mencionado con anterioridad) se ha sublevado y había huido con todos sus soldados hacia Nueva España, lo que un poco más tarde se comprueba fue cierto.

Las Casas y Gil González, como hemos dicho, no estaban confinado a ninguna prisión y entre ellos y algunos otros soldados fieles a Cortés, acuerdan dar muerte a Olid, al que durante una cena atacan y dan cuchilladas; empero, Cristóbal de Olid logra huir y esconderse creyendo que los suyos le ayudarían, lo que tampoco hicieron y al ser delatado por sus propios compañeros es apresado y sentenciado.

Encontrado culpable de traición a Cortés y a Su Majestad es degollado en la plaza de Naco.

Cortés ignoraba estos acontecimientos y pensando que quizá no hubieran tenido éxito Francisco de Las Casas decide dejar al Tesorero Alonso de Estrada y al contador Rodrigo de Albornoz a cargo de la ciudad y Bernal nos dice que “si supiera de las cartas que Albornoz hubo escrito a Su Majestad diciendo mal de él, no le dejara tal poder, y aún no se yo cómo le aviniera por ello”. “Y dejó por su Alcalde Mayor al Licenciado Zuazo, ya otra vez por mi nombrado, y por teniente del alguacil mayor y su mayordomo de todas sus haciendas a un Rodrigo de Paz, su deudo; y dejó el mayor recaudo que pudo en Méjico; y encomendó a todos aquellos oficiales de la hacienda del rey, a quien dejaba el cargo de la gobernación y asimismo lo encomendó a Fray Toribio de Motolinía, de la Orden del Señor San Francisco, y a otros buenos religiosos; y que mirasen no se alzase Méjico ni otras provincias”.

“Y porque quedase más pacífico y sin cabeceras de los mayores caciques, trajo consigo al mayor señor de Méjico, el que se decía Guatemuz, otras veces por mi nombrado, que fue el que nos dio guerra cuando ganamos a Méjico, y también al señor de Tacuba , (Tetlepanquetzaltzin), y a un Juan Velázquez, capitán del mismo Guatemuz, y a otros muchos principales, y entre ellos a Tapiezuela, que era muy principal ; y aún de la provincia de Michoacán trajo a otros caciques y a Doña Marina, la lengua, porque Gerónimo de Aguilar ya era fallecido; y trajo en su compañía muchos caballeros y capitanes, vecinos de Méjico que fueron Gonzalo de Sandoval, que era Alguacil Mayor; y Luis Marín, y Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo, Pedro de Ircio, Ávalos y Saavedra, que eran hermanos, y un Palacios Rubios, y Pedro de Saucedo el Romo, y Jerónimo Ruiz de la Mota, Alonso de Grado Santa Cruz, burgalés, Pedro Solis Casquera, Juan Jaramillo, Alonso Valiente y un Navarrete, y un Serna, y Diego de Mazariegos, primo del tesorero; y Gil González de Benavides, y Hernán López de Ávila y Gaspar de Garnica, y otros muchos que no se me acuerdan sus nombres; y trajo un clérigo y dos frailes franciscanos, flamencos, grandes teólogos, que predicaban en el camino; y trajo por mayordomo un tal Carranza y por maestresala a Juan de Jaso y a un Rodrigo Mañueco y por botiller a Serván Bejarano, y por repostero a un fulano de San Miguel que vivía en Oaxaca , y trajo grandes vajillas de oro y de plata, y

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quien tenía cargo de la plata, un Tello de Medina, y por camarero un Salazar, natural de Madrid, y por médico un licenciado Pedro López vecino que fue de Méjico, y cirujano a maese Diego de Pedraza, y muchos pajes y uno de ellos era Don Francisco de Montejo, el que fue capitán en Yucatán el tiempo andando, no digo al Adelantado su padre, y dos pajes de lanza, que el uno se decía Puebla, y ocho mozos de espuelas, y dos cazadores halconeros que se decían Perales y Garci Caro, y Álvaro Montañéz, y llevó cinco chirimías y sacabuches y dulzainas y un volteador, y otro que jugaba de manos y hacía títeres; y de caballerizo Gonzalo Rodríguez de Ocampo, y acémilas, con tres acemileros españoles; y una gran manada de puercos, que venían comiendo por el camino; y que venían con los caciques que dicho tengo sobre tres mil indios mexicanos, con sus armas de guerra, sin otros muchos que eran de su servicio de aquellos caciques”.

Tal parece un viaje de descanso o vacaciones y no una expedición punitiva, tal parece que iban a divertirse y no a atacar y someter a Cristóbal de Olid.

Inexplicablemente, el viaje se realiza por tierra, cuando el mismo Cortés, meses antes, había insistido en que Cristóbal de Olid y su expedición lo hicieran por mar, pero ahora se decide lo contrario.

Se hace una pausa en el camino, en un “poblezuelo de un Ojeda, el Tuerto, que es cerca de otro pueblo que se dice Orizaba, se casó Juan Jaramillo con Doña Marina, la lengua, delante de testigos”.

Desde que inicia el viaje, son numerosas las personas que aconsejan a Cortés que no lo haga, que los presagios y augurios no eran favorables, “que se volviese del camino que traía, que mirase a quien dejaba en su poder, que tenía al contador por muy revoltoso, y doblado amigo de novedades, y que el tesorero (Albornoz) se jactanciaba que era hijo del rey católico, y que no se sentía bien de algunas cosas y pláticas que de ellos se vio que hablaban en secreto después de que les dio el poder, y aún de antes, y además de esto, ya en el camino tenía Cortés conocimiento de cartas que enviaban desde Méjico diciendo mal de su gobernación de aquellos que dejaba”.

En los primeros pueblos por los que pasaban no se mostraban señales de disturbios o problemas y eran recibidos con ciertas muestras de amistad, pero a medida que iban avanzando hacia las montañas y selva, la situación poco a poco va cambiando, los guías indígenas sin aviso desertan, Cortés, que siempre llevaba una ‘aguja de marear’ (brújula o compás) y algunos maestres marineros que iban en el contingente pueden encontrar orientación y con las espadas y cuchillos poco a poco se van abriendo paso en la espesa selva.

Las dificultades comenzaban a aparecer.

Bernal relata como un grupo de mexicanos habían raptado a tres indios y los traían ‘escondidos’ entre ellos y en el camino los mataron, quemaron y comieron, y lo mismo hicieron con dos guías que habían pretendido huir.

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Informado Cortés de este asunto, envió por los caciques mexicanos a los que el clérigo que iba con ellos, amonestó y habló ‘de las cosas de nuestra fe’ sin lograr darse a entender, por lo que Cortés ordenó ahorcar un indio mexicano como escarmiento.

El principal problema era la carencia de alimento pero por buena fortuna en una expedición en la que participa Bernal Díaz al poblado de Acala logran obtener cargas de maíz, gallinas, miel, frijoles, sal, huevos y frutas las que prácticamente de inmediato les es arrebatada por los hambrientos soldados, sin que ‘cosa alguna’ llegara a Cortés y a sus principales capitanes.

Bernal Díaz del Castillo, y algunos otros soldados, astutamente, habían escondido doce cargas de maíz y veinte gallinas, tres jarros de miel frijoles, sal y dos indias para hacer pan que les habían regalado en Acala (en donde obtuvieron las provisiones).

Gonzalo de Sandoval y el mismo Cortés acompañan a Bernal y a los soldados por el ‘guardado’ y así, pudieron repartirlo entre los que no habían ‘alcanzado’ nada.

Cortés, acuerda ir a ese poblado y ver la forma de reponerse y abastecerse de comida para las jornadas siguientes, y en Acala se sella el futuro de Cuauhtemoc.

14Muerte de Cuauhtémoc

Un punto más en la “Leyenda Negra de Cortés”, lo constituye la muerte de Cuauhtémoc.

Bernal Díaz del Castillo relata que dentro de todas las dificultades encontradas durante esta expedición en contra de Cristóbal de Olid en las poblaciones en donde se encontraban habitantes, al saberse que Cuauhtémoc iba con los españoles, la gente le recibía con curiosidad, respeto y hasta entusiasmo, sin importar que fuese prisionero, lo que no pasa desapercibido para los españoles, que colocan guardias permanentes alrededor de Cuauhtemoc sin que se le impida ni a él ni a los principales gobernantes que le acompañaban tener contacto con los caciques y principales de cada población.

Se llega al extremo de mencionarse que en esos contactos se va fraguando una conspiración en la que se pretendía la liberación del Tlatoani, la muerte de Cortés y la reconquista de Tenochtitlán.

Esta era una eventualidad (con altas probabilidades de ocurrir) de la que Cortés, sus capitanes y principales soldados estaban muy al tanto, y que es la que constituye la base de mantener a sus prisioneros cautivos por espacio de cuatro años y la razón de incluirlos en este viaje a Las Hibueras.

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Aparentemente durante los varios días que permanecen en Acala se consolida esa conspiración, y Cortés se ve precisado a tomar una decisión, que no podía ser otra: la muerte de Cuauhtémoc.

El mismo Cortés, en su Quinta Carta de Relación hace mención de esa

conspiración, y a su decisión de ordenar la muerte a Cuauhtémoc.

Bernal Díaz del Castillo lo relata, extrañamente con un estilo un tanto diferente al que caracteriza su narración, y en el Capítulo CLXXVII, nos dice: ……” y digamos como Guatemuz, gran cacique de Méjico y otros principales mexicanos que iban con nosotros habían puesto en pláticas, o lo ordenaban, de matarnos a todos y volverse a Méjico, y que llegados a su ciudad, juntar sus grande poderes y dar guerra a los que en Méjico quedaban, y tornarse a levantar”.

“Y quien lo descubrió a Cortés fueron dos grandes caciques mexicanos que se decían Tapia y Juan Velázquez. Este Juan Velázquez fue capitán general de Guatemuz cuando nos dieron guerra en Méjico”.

Resulta interesante que Bernal se refiera a estos ‘capitanes’ por sus nombres castellanizados, dado que habían sido bautizados y no menciona cuales eran o fueron sus nombres mexicas antes de su ‘conversión’, no obstante, en los Anales de Tlatelolco (escritos indígenas en náhuatl de 1528), se mencionan los nombres como:

“Tapia, es decir el Motelchiutzin, antiguo calpixque (recaudador), Juan Velázquez, el Tlacotzin Cihuacóatl de Tenochtitlan, y el denunciante: un enano, el Coztemexi Cozcóltic.”

Un tanto diferente a como lo menciona Cortés, Bernal Díaz narra el episodio en su forma característica pero en esta ocasión, bastante escueta:

….”Y como Cortés lo alcanzó a saber, hizo informaciones sobre ello, no solamente de los dos que lo descubrieron, sino de otros caciques que eran en ello” “Y lo que confesaron eran que como nos veían ir por los caminos descuidados y descontentos, y que muchos soldados habían adolecido, y que siempre faltaba la comida, y que se habían muerto de hambre cuatro chirimías y el volteador, y otros once o doce soldados, y también se habían vuelto otros tres soldados camino de Méjico, y se iban a su ventura por los caminos de guerra por donde habían venido, y que más querían morir que ir adelante, que sería bien que cuando pasásemos algún río o ciénaga, dar con nosotros, porque eran los mexicanos sobre tres mil y traían sus armas y lanzas y algunos con espadas.” “

Guatemuz confesó que así era como lo habían dicho los demás; empero, que no salió dél aquel concierto, y no sabe si todos fueron en ello o se efectuara, y que nunca tuvo pensamiento de salir con ello, sino solamente la platica que sobre ello hubo”….

….”Y el Cacique de Tacuba dijo que entre él y Guatemuz habían dicho que valía más morir de una vez que morir cada día en el camino, viendo la gran hambre que pasaban sus maceguales y parientes”. “Y

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sin haber más probanzas, Cortés mandó ahorcar a Guatemuz y al Señor de Tacuba, quera su primo”….

…”Y antes de que los ahorcasen, los frailes franciscanos les fueron esforzando y encomendando a Dios con la lengua Doña Marina.” “Y cuando le ahorcaban, dijo Guatemuz: “Oh, Malinche: días había que yo tenía entendido que esta muerte me habías de dar, y había conocido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia……Dios te la demande, pues yo no me la di cuando te me entregaba en mi ciudad de Méjico”….

….”El Señor de Tacuba dijo que daba por bien empleada su muerte por morir junto con su Señor Guatemuz”….

….”Y antes de que los ahorcasen los fueron confesando los frailes franciscanos con la lengua Doña Marina; y verdaderamente yo tuve gran lástima de Guatemuz y de su primo, por haberles conocido tan grandes señores, y aún ellos me hacían honra en el camino en cosas que se me ofrecían, especial en darme algunos indios para traer yerba para mi caballo”. “Y fue esta muerta que les dieron muy injustamente, y pareció mal a todos los que íbamos”…….

Entre otras cosas el relato de Bernal Díaz es inusualmente corto y directo, y sobresale su opinión del rechazo a tal orden que había entre la tropa, e incluso al final del capítulo respectivo cuenta como:

….”Cortés andaba mal dispuesto y aún muy pensativo y descontento del camino que llevábamos y como había mandado ahorcar a Guatemuz y a su primo”….

El mismo Hernán Cortés, en su Quinta Carta-Relación fechada el 3 de Septiembre de 1526, 20 meses después del ahorcamiento de Cuauhtémoc, relata el hecho de la siguiente manera:

…..” Aquí en esta provincia (Xicalango) acaeció un caso que es bien que vuestra majestad lo sepa, y es que un ciudadano honrado de esta ciudad de Temuxtitan, que se llamaba Mexicalcingo, y después es bautizado se llama Cristóbal, vino a mi muy secretamente una noche y me trajo cierta figura en un papel de los de su tierra; y queriéndome dar a entender lo que significa, me dijo que Guatemucin, señor que fue de esta ciudad de Temuxtitan, a quien yo después que la gané he tenido preso, teniéndole por hombre bullicioso, y le llevé conmigo aquel camino con todos los demás señores que me pareció que eran parte para la seguridad y revuelta de estas partes, y díjome aquel Cristóbal que aquel Guatemucin y Guanacaxin, señor que fue de Tezcuco, y Tetepanquezal, señor que fue de Tacuba y un Tacitecle, que a la sazón era en esta ciudad de Méjico en la parte de Tlatelulco, habían hablado muchas veces y dado cuenta de ello a este Mexicalcingo, que, como dije, se llama ahora Cristóbal, diciendo como estaba desposeídos de sus tierras y señorío, y las mandaban los españoles, y que sería bien que buscasen algún remedio para que ellos las tornasen a señorear y poseer”. “

“Y que hablando de ello muchas veces en este camino, les había parecido que era buen remedio tener manera como me matasen a mí ya los

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que conmigo iban.” “Y que después, muertos nosotros, irían apellidando la gente de aquellas partes hasta matar a Cristóbal de Olid y la gente que con él estaba”. “Y enviar sus mensajeros a esta ciudad de Temuxtitan para que matasen todos los españoles que en ella habían quedado, porque les parecía que lo podían hacer muy ligeramente, siendo así que todos los que quedaban aquí eran de los que habían venido nuevamente, y que no sabían las cosas de la guerra, y que acabando de hacer lo que pensaban, irían apellidando y juntando consigo toda la tierra por todas las villas y lugares donde hubiese españoles, hasta los matar y acabar todos”. “Y que hecho esto, pondrían en todos los puertos de la mar recias guarniciones de gente para que ningún navío que viniese se les escapase, de manera que no pudiesen volver nueva a Castilla; y que así serían señores como antes lo eran; y que tenían ya hecho repartimiento de las tierras entre sí, y que a este Mexicalcingo le hacían señor de cierta provincia”…..

….”Pues como fui yo tan largamente informado por aquel Cristóbal de la traición que contra mi y contra los españoles estaba urdida, di muchas gracias a Nuestro Señor por haberla así revelado, y luego en amaneciendo prendí a todos aquellos señores, y los puse apartados el uno del otro, y les fui a preguntar cómo pasaba el negocio, y a los unos decía que los otros me lo habían dicho, porque no sabían unos de otros, y a los otros que los otros; así que tuvieron todos que confesar la verdad que Guatemucin y Tetepanquezal habían promovido aquella cosa, y que los otros era verdad que lo habían oído, pero que nunca habían consentido en ello;

de esta manera fueron ahorcados estos dos, y a los otros solté, porque no parecía que tenían más culpa que haber oído, aunque aquélla bastaba para merecer la muerte; pero quedaron procesos abiertos para que cada vez que se vuelvan a ver puedan ser castigados; aunque creo que ellos quedan de tal manera espantados, porque nunca han sabido de quien lo supe, que no creo se tornarán a revolver, porque creen que lo supe por alguna arte, y así piensan que ninguna cosa se me puede esconder”….

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Llama mucho la atención la forma en que Hernán Cortés refiere la muerte de Cuauhtémoc haciendo énfasis en la conspiración de Mexicalcingo, ahora llamado Cristóbal, quien es quien le ‘revela’ la conjuración.

Empero, mucho más llama la atención el que Bernal Díaz del Castillo no hace mención directa a un Juicio o Consejo de sus Capitanes previo a la decisión de ahorcar a Cuauhtémoc, y tal parece que esta, aunque fue una sentencia lamentada después nos ‘dibuja’ un aspecto de Hernán Cortés desconocido y nunca antes comentado por Bernal.

López de Gómara en el Capítulo CLXXIX relata como Cortés, habiéndose enterado por Mexicanlcingo (Cristóbal) de la conjura en su contra:

“…… tras esta confesión les hizo proceso y dentro de breve tiempo se ahorcaron por justicia Cuahutimoc, Tlacatlec, y Tetepanquetzatl”……..”Para castigo de los otros bastó el miedo y espanto;”…….

En estos tres relatos, es curioso constatar como se omiten detalles, y solamente López de Gómara menciona que “se les hizo proceso”, lo cual coincide con lo que sabemos: Cortés no actuaba en forma impulsiva y buscaba una ‘justificación’ para sus decisiones y hace desmedido énfasis en la ‘conjura’ para justificar su decisión ante Carlos I.

La muerte de Cuauhtemoc queda envuelta en el misterio y resulta complejo y arriesgado inclinarse por cualquiera de las versiones que sobre esta muerte permanecen suspendidas con los tenues hilos de la imaginación casi del mismo modo en que se asienta la muerte de Moctezuma en donde el propio Hernán Cortés, hace a Su Majestad Carlos I un relato por demás escueto.

Según los Anales de Tlatelolco, que son una colección de códices manuscritos ejecutados en náhuatl, con caracteres latinos realizados alrededor de 1528, y traducidos por el antropólogo Rafael Tena, la muerte de Cuauhtémoc ocurre en el poblado de Acallán, (Acala) en la confluencia de los ríos que desembocan en la Laguna de Términos.

Otras fuentes mencionan las cercanías de la actual Tenosique, identificando el sitio como Canitzán, aunque también se hace mención de Xicalango.

Sin embargo, el lugar no ha quedado claramente establecido e investigaciones recientes indican que Izancanak (aparentemente el nombre maya del poblado de Acallán) se sitúa en la cuenca del río De la Candelaria y puede también ser considerado como el sitio en el que ocurre el ahorcamiento.

Tampoco se ha podido determinar con certeza que ocurrió con los cuerpos de los ahorcados.

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Como era costumbre mexica, debieron ser incinerados, y una vez consumidos por las llamas, el atado fúnebre se revestiría de piedras preciosas, acompañándoles de ofrendas, mantas y el perro sacrificado (Caronte) como era usual en las exequias reales.

Las versiones difieren en cuanto al trato dado a los condenados, supuestamente fueron Guatemuz (Cuauhtemoc) y Tetlepanquetzal, aunque hay versiones que indican que también se sacrificó a Coanacochtzin, Señor de Texcoco.

Se les aprendió el 25 de Febrero en la noche o quizá en la madrugada del 26, pero los historiadores tampoco se han puesto de acuerdo en estas fechas y es muy probable que haya ocurrido una o dos noches antes.

Se consigna en algunos relatos que fueron ahorcados, y hay quienes dicen que previamente fueron decapitados y colgados ‘de los pies’, lo cual no es ‘congruente’ con los usos y costumbres de los conquistadores españoles.

También se menciona que en sus últimos momentos Cuauhtémoc es bautizado y que se coloca un crucifijo en su mano.

Empero, no hay ninguna constancia de este evento.

La historiadora Eulalia Guzmán –que obtuvo fama ‘explotando’ el mito de Cuauhtémoc- se abstiene de opinar al respecto y solamente nos dice que ‘secretamente’, a ‘espaldas de los españoles’ los cuerpos fueron descolgados y trasladados en forma furtiva hasta Ixcateopan, Guerrero, en donde fueron sepultados, lo cual tampoco es muy creíble pues acostumbrados estaban a solicitar permiso para todo y como quiera que se le considere eran cerca de tres mil mexicanos a quienes se había ahorcado a su señor y si hubieran solicitado permiso cualquiera de los cronista citados en el transcurso de este escrito lo hubieran mencionado.

Como quiera que haya sido, y aún y cuando haya versiones diferentes totalmente, Cortés ordena que Cuauhtémoc sea ahorcado como resultado de la conspiración revelada por el mencionado Cristóbal.

Se supone que se utiliza una 165eum165 (ixminché, árbol sagrado de los mayas) para ejecutar el veredicto, aunque también se menciona un árbol denominado ‘pochote’.

Algunas versiones indígenas, niegan que haya habido esa conspiración y atribuyen a ‘crueldad absoluta de Cortés’ la muerte de Cuauhtémoc, mientras las versiones hispánicas la aceptan como plenamente comprobada aunque ‘injusta’ y como ya vimos anteriormente en el Códice Ríos encontramos otras versiones de los hechos.

En una referencia al llamado Manuscrito Chontal en donde los mayas, a través de Pax Bolón Acha (nombrado por López de Gómara como Apoxpalón) se encuentra

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un relato detallado de la forma en que ‘el enano’ Mexicalcingo, (Cristóbal) de origen otomí hace la denuncia.

Como se quiera ver este episodio, con o sin testigos ‘creíbles’ nada quita la sombra de injusticia de las muertes de Cuauhtémoc y Tetlepanquetzal, aunque el testimonio maya, -tribu que nada debía a los mexica-, demuestra que si hubo tal conspiración a causa de la cual muere Cuauhtémoc.

Cortés se ve ‘forzado’ a tomar una decisión drástica y la toma.

Las circunstancias de esta expedición lo avalan aunque no lo justifiquen:

Se encuentra con un ejército mermado, con escasa disciplina y famélico. Ante sus ojos solamente hay ciénegas, ríos y una inmensa cortina de selva tropical, no tienen alimentos y son constantemente hostigados por indios chontales.

Lo indígenas que acompañaban la expedición llevan la peor parte, y el hambre da origen a actos de antropofagia entre los indígenas (lo que era una costumbre propia) que aunque ‘repugnan’ a los españoles y hay un ‘castigo’ nada pueden hacer para evitar que se repitan.

Sobre sus escuálidas espaldas los indígenas llevan ‘el fardaje’ de los españoles, sus manos son las que tejen bejucos y troncos para hacer primitivos puentes.

Cuauhtémoc mismo y sus acompañantes sufren en carne propia las adversas condiciones de la marcha, {que no hubiera podido realizar sin haber sanado de sus quemaduras} y no puede dejar de considerarse que con un ligero esfuerzo y la ayuda de los chontales podrían acabar con los extranjeros.

Como decía Cortés, Cuauhtémoc era de carácter ‘bullicioso’ y si no él, muchos de los que le acompañaban eran ‘belicosos guerreros’ y no sería extraño que buscaran ‘concertar alguna alianza’ con los chontales para atacar a los españoles, liberar a ‘su señor’ y quizá reconquistar Tenochtitlán.

Al enterarse de la conspiración, Cortés tiene que haber considerado un acto de extrema severidad que sea una fuerte advertencia a la hostil tribu maya chontal y al mismo tiempo una represión en forma tal que acabe de una vez por todas cualquier intento de rebelión de los casi tres mil indígenas que le acompañaban y de los cuales un gran número de ellos era de aztecas o mexicanos.

Los inculpados arguyen en su defensa el ‘haber oído’ acerca de esos planes, aunque niegan cualquier participación.

Por eso, en forma expedita Cortés decide que no puede darse el lujo de ‘correr ningún riesgo’ y ordena sean ahorcados los descubiertos y confesos conspiradores.

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No se pretende disculpar a Cortés o minimizar la muerte de Cuauhtémoc, pero las relaciones y escritos que atribuyen una crueldad extrema a Hernán Cortés en este evento no son suficientes ni válidos para explicar la muerte de un prisionero que tuvo por varios años, para que ‘de la nada’, en medio de la selva decida darle muerte.

Tal vez, Cortés se sintió ‘empujado’ por las circunstancias.

Por otra parte, y como ya se expuso anteriormente, es muy probable que los mexicas que acompañaban a Cuauhtémoc se hubieran puesto en contacto con algunos indígenas de los pueblos por los que pasaban y entre ellos hubieran planeado un alzamiento y que el propio Cuauhtémoc no haya intervenido en esas pláticas, pero de que estaba enterado, lo estaba y así lo menciona Bernal Díaz :

….” Guatemux confesó que así era como lo habían dicho los demás; empero que no salió dél aquel concierto”…….

Cortés está ante un gran dilema, y de acuerdo a las costumbres de la época, toma su decisión.

Cuauhtémoc es ahorcado el 28 de Febrero de 1525, un año después de haberse iniciado la expedición a Las Hibueras.

Una vez muerto Cuauhtémoc, es probable que se permitiera a los nobles mexica descolgar el cuerpo del fallecido Tlatoani para ser incinerado y ‘guardado’ en un atado fúnebre como era la costumbre, sin que se sepa con precisión que ocurrió.

Ninguno de los cronistas hace mención a estos eventos por lo que las explicaciones de Doña Eulalia Guzmán (quien ganó fama ‘explotando’ el mito de Cuauhtémoc) resultan carentes de fundamento y solamente deben ser consideradas como especulaciones probables.

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Poco más tarde el antropólogo Eduardo Matos demuestra que los huesos que Doña Eulalia señala como pertenecientes a Cuauhtémoc que incongruentemente se ‘encontraron’ en Ixcateopan y más incongruentemente en la Iglesia de Ixcateopan, en el Estado de Guerrero, no pueden corresponder al último Emperador Azteca.

El Tesoro de Guatemuz nunca ha sido encontrado, quizá porque nunca existió.

Bernal Díaz del Castillo en su peculiar forma de escribir en el Capítulo CLVII, nos comenta:

…..”En los libros de la renta de Moctezuma mirábamos de donde le traían los tributos de oro y dónde había minas y cacao y ropa de mantas, y de aquellas partes que veíamos en los libros y las cuentas que tenía de ellos Moctezuma que se lo traían, queríamos ir, en especialmente viendo que en los pueblos a la redonda de Méjico no tenían oro, ni minas, ni algodón, sino mucho maíz y magueyales, de donde sacaban el vino {pulque}, a esta causa le teníamos por tierra pobre, y nos fuimos a otras provincias, a poblar”………

De acuerdo a estas palabras y a lo relatado anteriormente, quizá se pueda decir que el Tesoro de Moctezuma y el Tesoro que heredó Cuauhtémoc fue ‘agotado’ entre los regalos e intercambios realizados por los Conquistadores y lo poco que quedaba, si es que quedaba algo, fue arrojado a la Laguna en donde seguirá reposando por los siglos de los siglos; y así debe haber sido, la tierra en donde se fundó y estuvo asentada Tenochtitlán era ‘pobre’, solamente había maíz y magueyes, y la riqueza de los Tlatoanis aztecas provenía de los tributos que les hacían los pueblos conquistados.

Con la enorme carga emocional resultante por la muerte de Cuauhtémoc la expedición de Cortés a Las Hibueras continúa en medio de penalidades y problemas y lo que había comenzado como un viaje placentero, rodeados de comodidades, vino, música y demás, ahora eran jornadas por tierras insalubres, infestadas de mosquitos, en plena selva chontal, rodeados de indígenas mayas agresivos, y un contingente desmoralizado después de más de un año de trabajos y contratiempos en medio de un calor y una humedad sofocante.

Bernal, con su peculiar estilo comenta como algunos indios y españoles desertaban y se escondían en las poblaciones, no queriendo proseguir el viaje.

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Llegan a una región denominada por Bernal como ‘sierra de los pedernales’ cubierta por piedras filosas que “hicieron tanto daño aquellas piedras a los caballos y como llovía y resbalaban y caían y cortábanse las piernas y brazos y aún los cuerpos, y mientras más abajabamos mas pedernales había”.

Después de haber pasado por los peligros de ese lugar y perder dos caballos y algunos más que escaparon, llegan a una enorme cascada en donde tienen que pasar tres días antes de poder terminar puentes hechos con gruesos troncos de árboles y poder llegar a un poblado de nombre Taica del cual los habitantes, viéndolos llegar huyeron.

Otros tres días después, unos exploradores españoles, entre los que se encontraba en propio Bernal Díaz del Castillo encuentran a la poblaciones refugiada en una ciénagas en donde encuentran un casería en el que por fin pudieron obtener alimentos; se queda una guardia para impedir que los belicosos indígenas las quemen con el maíz y gallinas allí concentrados, se avisa a Cortés y al resto de la comitiva y en ese lugar Taica, descansan durante cinco días más, manteniéndose principalmente de los frutos del árbol del Zapote.

Todavía transcurren cinco días más antes de que encuentren caminos y guías, todo lo que encontraban eran ríos y arroyos, con un calor sofocante e intensas lluvias que no cesaban ni de noche ni de día, y algunos españoles e indios “enfermos de calenturas” llegando a un pequeño poblado “que se decía Ocolitze” en donde encuentran algunas gallinas y unas indias a las que ‘convencen’ de servir como guías.

Por intermediación de esas indias logran llegar a la costa en donde ven canoa con mercaderías y un poco más adelante una canoa con cuatro ‘vecinos’ de la Villa que había dejado poblada un Gil González de Ávila, proveniente de Cuba, quienes se habían quedado con el contingente de Cristóbal de Olid después de que derrotó a Francisco De las Casas.

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Ahí, Gonzalo de Sandoval se entera de lo acontecido con De las Casas y el propio Olid, y de que al capitán que había dejado por Teniente en la Villa, de nombre Armenta, los propios españoles le habían ahorcado en rebeldía porque no les dejó regresar a Cuba.

Bordeando la costa, llegan a la Villa del Golfo Dulce, denominada San Gil de Buena Vista en donde tampoco había que comer salvo algunas frutas y ocasionales mariscos que podían pescar.

Cortés organiza búsquedas y envía varias expediciones en busca de poblaciones o maizales, gallinas, o algún lugar en donde pudieran cazar animales salvajes.

Maizales no había, gallinas tampoco y nunca pudieron dar con ningún sitio en donde se pudieran cazar animales; la selva era muy tupida, sin caminos, ni veredas utilizadas por los mismos animales, era prácticamente impenetrable.

Quiso la buena suerte de Cortés hacerse presente una vez más, y ya en el borde de la desesperación, estando en la costa, llega un navío de Cuba con siete caballos, cuarenta puercos y, pan y ‘tasajos salados’ a cargo de un Antón de Carmona, El Borcejero; Cortés, “lo compra al fiado” y con este cargamento abastece a su tropa y a la población.

Mientras tanto, el Capitán Luis Marín y su gente encuentran una población abundante en donde había maíz, gallinas, cacahuatales, frijoles y otras legumbres en donde pueden saciar su hambre, avisando a Cortés y enviándole indios con varias cargas de maíz y alimentos para la desfallecida tropa.

Estando la expedición a Las Hibueras, Cortés ignoraba que en México se hacían todo tipo de desordenes administrativos por las personas que quedaron al cargo de la ciudad, e incluso corrió el rumor de que Cortés y todos los que le acompañaban habían sido muertos y el Factor Rodrigo de Albornoz ordena que las mujeres, ahora viudas de los conquistadores ‘deben’ volver a casarse pues era su ‘alta misión poblar’ la devastada ciudad.

El rumor, o los rumores daban por muerto a todos, y se trastornó la ciudad, llegándose a realizar honras fúnebres en México en honor a los conquistadores; sin embargo, una persona que no lo creía, mencionada por Bernal Díaz del Castillo en el Capítulo CLXXXV, fue Juana De Mancilla, quien decía saber que estaban con vida y rehúsa casarse de nuevo, siendo acusada de hechicería (como lo veremos un poco más adelante) y conviene destacarlo porque junto con Ana de Estrada son de las pocas mujeres que acompañaron a los conquistadores y que son mencionadas en los relatos (ver páginas, 147 y 149).

Entre una cosa y otra, el licenciado Zuazo, ya antes mencionado, desde La Habana escribe a Cortés una larga relación de lo que estaba ocurriendo en México y de los desmanes que ocurrían y como habían “tomando nuestras haciendas y las habían vendido en almoneda y quitado nuestros indios y repartido en otros

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españoles sin tener méritos”…., y otras noticias de su padre y algunas provisiones que había hecho Su Majestad y el Obispo de Burgos (poco antes de su fallecimiento), y como el Duque de Béjar quedó por fiador y puso sus propiedades en prenda por Cortés y por sus soldados; al mismo tiempo informaba cómo a Pánfilo de Narváez se le había dado la conquista del Rio de Palmas, y a Nuño de Guzmán la gobernación de Pánuco .

Cortés es aconsejado por todos sus capitanes y soldados que vaya a Castilla y se entreviste con el Emperador, ‘su Señor Don Carlos’ y aclare todos esos asuntos pues además de haberle dado por muerto y despojado de sus bienes, el gobierno de México era un desorden total y se le culpaba por ello.

Cortés acuerda ir secretamente a la Villa Rica de la Vera Cruz pues los navíos de los que podía disponer no eran lo suficiente como para garantizar una travesía segura hasta España.

Estando en Trujillo, Cortés tiene que lidiar con la rebelión de sus soldados que no querían seguir ‘conquistando y poblando’ (como lo había dispuesto Cortés) y habían perdido lo ganado en la conquista de México, por lo que Gonzalo de Sandoval va a Trujillo a tratar de convencer a Cortés que olvide el argumento y permita que con sus soldados reconquiste México.

Los acuerdos a que se llegaron fueron enviar a Martín Dorantes con poderes de Cortés para Pedro de Alvarado y Francisco de las Casas para que fuesen gobernadores de la nueva España hasta que Cortés regresase, y el nombramiento de Alonso de Estrada como único Tesorero revocando el nombramiento hechos antes de su partida a la expedición punitiva contra Cristóbal de Olid, a favor de Rodrigo de Albornoz y que Cortés iría a la Villa Rica de incógnito desde donde se embarcaría hacia Castilla a ver al Emperador y arreglar los ‘asuntos de México’.

Dorantes se disfraza ‘de labrador’ conforme a sus instrucciones, “y con todas sus cartas y poderes bien amparados y liados en el cuerpo de manera que no hiciesen bulto, iba a mas andar por su camino a pie, que era suelto peón”. “Y cuando llegaba a los pueblos de indios que había españoles metíase entre los indios por no tener pláticas, ni le confesasen, y ya que no podía menos que tratar con españoles no le podían conocer, porque ya había dos años y tres meses que salimos de México y le habían crecido las barbas; y cuando le preguntaban algunos como se llamaba decía que se decía Juan De Flechilla”.

“Por manera que en cuatro días que salió del navío entró a México de noche y fue al Monasterio de Señor San Francisco donde halló a muchos retraídos, y entre ellos a Jorge de Alvarado, y Andrés de Tapia, y a Juan Núñez de Mercado y a Pedro Moreno Medrano y otros muchos conquistadores y amigos de Cortés”.

“Y después que vieron a Dorantes y supieron que Cortés era vivo y vieron sus cartas no podían estar de placer los unos y los otros, y saltaban y bailaban”. “Pues los frailes franciscanos, y entre ellos Fray Toribio

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Motolinía y un Fray Diego de Altamirano, daban todos saltos de placer y muchas gracias a Dios por ello”.

“Y luego, sin más dilación, cierran todas sus puertas del monasterio porque ninguno de los traidores, que había muchos, fuesen a dar mandado ni hubiesen pláticas sobre ellos, y a media noche lo hacen saber al Tesorero y Contador y a otros amigos de Cortés, y así como lo supieron, sin hacer ruido vinieron a San Francisco y vieron los poderes que Cortés les enviaba y acordaron sobre todas las cosas ir a prender al Factor Albornoz; y toda la noche se les fue en apercibir amigos y armas para otro día en la mañana prenderle porque el Factor en aquel tiempo estaba sobre el peñón de Coatlán”.

La historia universal nos muestra y demuestra que la maldición de todas las revoluciones o conspiraciones han sido, son y serán ‘los delatores’ y que muchas vidas se han perdido o salvado por ‘delaciones’ y en este caso que nos ocupa, el Factor Rodrigo de Albornoz estuvo enterado de que los partidarios de Cortés iban a prenderle y se prepara ordenando asentar artillería frente a su casa.

Llegan los hombres leales a Cortés, y a pesar de la artillería y defensas colocadas, entran por puertas y ventanas, por las azoteas vecinas y por todos los resquicios que pudieron encontrar. Las defensas, mal manejadas, resultaron insuficientes para detener a los invasores y en poco tiempo, Albornoz estaba sujeto y preso.

15Destierro de Cortés

Una vez que fueron aprehendidos y asegurados los antiguos encargados del gobierno de la ciudad de México, se hicieron pregones y se enviaron mensajeros a todas las villas de la Nueva España para avisar que Cortés y su expedición estaban vivos y que pronto regresarían a México y notificando los cambios en el gobierno.

Del mismo modo, se envían mensajes a Trujillo (en donde estaba Cortés) informándole de lo acaecido.

Un poco antes de estos acontecimientos, al saberse que Cortés y los conquistadores que le acompañaron estaban vivos y que pronto regresarían el factor Albornoz, decide ‘honrar’ a Juana de Mancilla, a quien anteriormente había mandado azotar acusándola de hechicería: “mujer de Alonso Valiente, y que fue de

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esta manera: Que mandó cabalgar a caballo a todos los caballeros de México, y el mismo tesorero la llevó a las ancas de su caballo por las calles de México; y decían que como matrona romana hizo lo que hizo, y la volvió en su honra de la afrenta que el factor le había hecho, y con mucho regocijo le llamaron desde allí en adelante Doña Juana De Mancilla, y dijeron que era digna de mucho loor, pues no la pudo hacer el factor que se casase, ni dijese menos que lo primero que había dicho que su marido y Cortés y todos éramos vivos”.

Sobre Alonso Valiente hay pocas menciones, se dice que llegó a México acompañado de su esposa Juana de Mancilla, a quien ya me he referido brevemente y que estuvo presente en el casamiento de Doña Marina con Juan Jaramillo y así mismo, junto con Juan Altamirano fungió como representante de Cortés durante su primer viaje a España.

Cortés le otorga la Encomienda de Tecamachalco y poco después es enviado a Puebla de los Ángeles convirtiéndose en uno de los fundadores de la ciudad y uno de sus primeros gobernadores. Se le recuerda por haber sido enjuiciado en el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición por haber dicho que la “simple fornicación no era pecado mortal”.

Respecto a Doña Juana de Mancilla, después del episodio referido, la historia la olvida por completo, ignorándose incluso la fecha de su muerte, la que se cree ocurrió alrededor de 1551 o 52 pero sin embargo, si se refieren a Doña Melchora de Aberrucia, segunda esposa de Valiente.

Con Albornoz preso y la ciudad otra vez ‘en control’ de los partidarios de Cortés, se envió al fraile franciscano Diego de Altamirano a que se entrevistase con El Conquistador en Trujillo y le rogase regresara a México.

Gonzalo de Albornoz, desde prisión sigue escribiendo al Obispo Rodríguez de Fonseca en contra de Hernán Cortés: “…..el contador andaba muy doblado de la mala voluntad que tenía y viendo por las cosas de Cortés que se hacían prósperamente, y como el factor solía tener por amigos a muchos hombres

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bandoleros que siempre quisieran cuestiones y revueltas, y porque les daban pesos en oro y en indios, acordaron juntarse muchos de ellos y aún algunas personas de calidad y de todos jaeces, y tenían concertado de soltar al factor y veedor y de matar al tesorero y a los carceleros, y dicen que lo sabía el contador y se holgaba mucho de ello; y para ponerlo en efecto hablaron muy secretamente con un herrero que se decía Guzmán, hombre soez que decía gracias y chocarrerías, y le dijeron muy secreto que les hiciese unas llaves para abrir las puertas de la cárcel y de las redes en donde estaba el factor, y que se lo pagarían muy bien, y le dieron un pedazo de oro en señal de la hechura de las llaves, y le previnieron y encargaron que lo tuviese muy secreto”.

El episodio ‘de las llaves’ no resultó como se esperaba: el herrero Guzmán quizá por miedo a la gente de Cortés, o porque era ‘en su naturaleza’, como lo diría Bernal, hizo llaves que no abrirían y no solamente eso, sino que fue con el Tesorero Alonso de Estrada y contó toda la conspiración, con lo que se aprehendieron a veinte hombres armados entre los que se encontraban tres forajidos muy peligrosos, muy buscados ‘por la justicia’ de esos días, Pastrana, Valverde y Escobar, a quienes de inmediato se sentencian a la ahorca, el herrero, ‘se esconde’ por temor a represalias, mas sin embargo, Gonzalo de Albornoz que además de intrigar, ocupaba su tiempo escribiendo al Rey, logra enviar cartas a Su Majestad incluso acompañándolas con un encubierto envío de oro que ‘se apañó’ sin que Estrada se enterase.

El que mal obra, tarde o temprano lo paga, y junto con las cartas y el oro que envía, el Rey recibe otras cartas tanto de la Audiencia Real de Santo Domingo como de Estrada y otros nobles de México en lo que se le informaba de diferentes situaciones, entre ellas que “Cortés era vivo y estaba sirviendo a su real corona en conquistar y poblar la provincia de Honduras”. “Y entonces dicen que dijo el emperador nuestro señor: “Mal hecho ha sido todo lo que han hecho en la Nueva España en haberse levantado contra Cortés, y mucho me han deservido, pues es vivo; téngole por tal, que serán castigados por justicia los males hechos en llegando que llegue a México”.

El fraile Altamirano y su comitiva se embarcan e la Villa Rica y con buen tiempo pronto llegan hasta Trujillo en donde estaba Cortés.

Mucho de lo ocurrido Cortés lo sabía por la carta y relación que al efecto había recibido del licenciado Zuazo y dando instrucciones precisas para que continúe la campaña en Guatemala espera a que llegue Gonzalo de Sandoval embarcándose con destino a La Habana en donde es muy bien recibido, descansando durante cinco días, y desde ahí, regresa a México llegando a Medellín frente a la Isla de Sacrificios, en Vera Cruz) donde permanece otros ocho días más.

Ahí, Hernán Cortés, recibe la que fue una de las mayores alegrías de su vida, pues en esa población (Medellín) alcanzan a llegar unos mensajeros y embajadores ‘mexicanos’ (es decir indígenas aztecas) que al conocer que no había muerto envían una nutrida comitiva: “pues saber yo decir lo que los mexicanos hicieron de alegría, que se juntaron con todos los pueblos de la redondas de la laguna y le enviaron al camino gran presente de joyas de oro y ropa, gallinas y todo género de frutas de la tierra que en aquella sazón había, y le enviaron a

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decir que les perdona, por ser de repente su llegada, que no le envíen más, que de que vaya a su ciudad harán lo que son obligados, y le servirán como a su capitán que los conquistó y que les tiene en justicia”. “Y de aquella misma manera vinieron otros pueblos”. “Pues la provincia de Tlaxcala no se olvidó mucho, que todos los principales le salieron a recibir con danzas y bailes y regocijos y mucho bastimento”.

Pequeño pero emotivo reconocimiento indígena, que por supuesto, ningún historiador posterior menciona, quizá en el absurdo e inútil esfuerzo de quitar méritos al Conquistador.

Guardando todas las distancias y el respeto requerido y sin pretender establecer comparaciones, este episodio me recuerda el regreso de Napoleón a Francia después de su escape de la Isla de Elba en donde sus soldados, al reconocerle, espontáneamente, le aclaman y le reconocen como su Emperador. En el caso que nos ocupa, antiguos enemigos y aliados reconocen a Cortés como El Conquistador.

El recorrido hacia la ciudad de México esta vez es muy diferente a los anteriores, inicialmente van hacia Tenochtitlán con expectativas, curiosidad, temor y asombro, van descubriendo nuevas regiones y conociendo lo que era el territorio azteca, otro recorrido en sentido contario fue la huida en La Noche Triste, y el posterior regreso confiado y valiente hacia La Conquista, ahora van aclamados, obsequiados, reconocidos.

Al llegar a Texcoco, el contingente es recibido por el Contador Albornoz “que a aquel efecto había venido a recibir a Cortés, por estar bien con él, y que le temía en gran manera, y juntos muchos españoles de los pueblos de la redonda, y con los que estaban en su compañía y los caciques de aquella ciudad con grandes invenciones de juegos y danzas fueron a recibir a Cortés más de dos leguas, con lo cual, se holgó”. “Y cuando llegó a Tezcuco le hicieron otro gran reconocimiento, y durmió allí aquella noche, y otro día de mañana fue camino de México”.

No sabemos como fue o quien obtuvo la liberación del Contador Albornoz, pero encabezaba un contingente de bienvenida a Cortés.

La alegría de Cortés siguió por varios días más en los cuales recibe el reconocimiento y muestras de alegría por su regreso.

Estos acontecimientos, poco difundidos, ocurren durante el mes de Junio del año 1524 o 25; las fechas no han quedado claras.

Bernal refiere como Cortés, una vez transcurridos los festejos y ceremonias y muestras de amistad y adhesión se debate entre investigar y juzgar a los implicados en los malos manejos o no hacerlo, y posteriormente, esta indecisión es argüida en su contra “y se lo tuvieron a flojedad y descuido”.

Como ya lo hemos comentado con anterioridad, al Obispo de Burgos, Don Juan Rodríguez de Fonseca se le habían enviado cartas y relaciones en contra de Cortés.

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Entre otros, el multimencionado Contador Rodrigo de Albornóz aún antes de que fuera designado por Cortés como encargado del gobierno de la ciudad mientra él iba a la expedición a las Hibueras también ya relatada anteriormente, con regularidad y constancia dignas de mejor causa, escribía y escribía quejándose contra Cortés.

Estos escritos eran recibidos por Don Juan Rodríguez de Fonseca quien los utilizaba para apoyar su postura de un protagonismo único y directo de los reyes españoles, postura, por otra parte, que era aceptada y promovida por los mismos monarcas españoles.

Recordemos como Don Cristóbal Colón, pretendía que ‘todo’ debía pasar por sus manos y ser él el único que ordenaba y dictaminara como se debían organizar las nuevas tierras descubiertas, encontrándose con la oposición del Obispo Fonseca quien pensaba en sentido opuesto.

A modo de muestra de ese apoyo, la Corona Española crea la Casa de Contratación (1503), las Juntas de Navegantes (1505 y 1508) Gobernaciones al margen de los descubridores, conquistadores y/ o colonizadores, y el general, la disminución de los privilegios otorgados a éstos, y como colofón a su postura el Obispo de Burgos logra la instauración de la Secretaría de Indias que poco después se convierte en el Consejo de Indias.

Como era de esperarse, al recibir los primeros informes de Diego Velázquez (su protegido y pariente), ante los ojos del Obispo Fonseca, Cortés se convierte en ‘sospechoso’ y las posteriores relaciones de ‘los diferentes quejosos’, las de Albornoz incluidas hacen que automáticamente sea reo de oponerse al monopolio real sobre los territorios conquistados.

Y por lo mismo, logra convencer al Monarca de enviar al Licenciado Luis Ponce de León a ‘tomar juicio de residencia’ a Hernán Cortés.

Solamente recordemos que estos hechos son anteriores a las cartas y relaciones mencionadas en páginas anteriores (187) y solamente son un indicio más de las intrigas y desorden que el Obispo Rodríguez de Fonseca había organizado.

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Cortés recibe con acato y respeto a Don Luis Ponce de León, se hacen los pregones obligatorios de rigor y se inicia el juicio de residencia.

En respuesta a los pregones se presentan testigos, se dan testimonios y como en todo juicio hay partidarios del acusado (Cortés) y otros que presentan quejas y reclamos.

Así transcurren varios días durante los cuales el licenciado Ponce de León enferma “le dio una muy fuerte calentura y echóse en la cama y estuvo cuatro días amodorrido, sin tener el sentido que convenía y todo lo más del día y de la noche era dormir”….

En unos días, el licenciado Ponce de León muere dejando a en su testamento a un bachiller, de nombre Marcos de Aguilar como su ‘teniente de gobernador’.

De inmediato, se envía aviso a Castilla del fallecimiento y comienzan los rumores de que Cortés ‘lo había envenenado de la misma manera que lo hizo con Francisco De Garay’.

Estos rumores pronto se acumularon a otros, siendo el más importante el que acusaba a Cortés de haber envenenado a su mujer, Catalina Juárez (La Marcaida) quien había enviado traer de Cuba unos meses antes, lo que comentaremos un poco más adelante.

Marcos de Aguilar, que ‘estaba viejo y doliente’ aunque fue designado por su antecesor, no fue aceptado por todos para que ‘gobernara’ argumentándose, además de sus ‘dolencias’, que debía informarse al Rey y esperar a que este decidiera, y como es fácil comprender, no se ponían de acuerdo.

Marcos de Aguilar, no mejoraba, su salud a ojos vistas se deterioraba; “los médicos mandaron que mamase a una mujer de Castilla y con leche de cabra se sostuvo cerca de ocho meses, y de aquellas dolencias y calenturas que le dio falleció, y en su testamento mandó que solo gobernase el tesorero Alonso de Estrada, ni más ni menos que tuvo el poder de Luis Ponce de León”.

Cortés por su parte, se abstenía de intervenir en ‘las cosas del gobierno”…… “no lo quiso aceptar porque no dijesen maliciosos que por fuerza quería señorear”.

Al fin de cuentas se aceptó que el gobierno fuese llevado por el tesorero Alonso de Estrada y Gonzalo de Sandoval pero esta decisión tampoco fue de acuerdo común sino por mayoría y quienes se opusieron pronto aconsejaban a Estrada que enviara a Castilla un amplio informe de lo ocurrido, lo que se hizo y en ese envío se incluyeron muchas otras cartas en las que se mencionaba al Rey, una vez más, acerca de las ‘cosas malas’ que Cortés había realizado acusándolo de querer matar al contador Albornoz y al Veedor y a las “demás personas que nunca estuvieron bien con Cortés”.

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Ahora sabemos como el Rey estaba mal informado, pero en aquel entonces, después de haberse enterado de las cartas y de haber concedido cita a Gonzalo de Albornoz que había logrado hacer la travesía en el mismo navío en el que iban las cartas), y oído lo que el Contador le decía, dio ordenes a Don Pedro de la Cueva a que viniese a México con trescientos soldados y que si le hallase culpable le cortase la cabeza, y junto con el a los que “habían hecho algún deservicio” a la Corona.

El Duque de Bejar interviene ante el Rey a favor de Cortés, haciéndose fiador –con sus propios bienes- por El Conquistador y sus fieles capitanes y soldados.

Merece especial atención el Tesorero Albornoz por el papel protagonista que tuvo en las acusaciones y rumores que se esparcieron por la Corte española en contra del Conquistador de La Nueva España.

“Y quiero volver al tesorero”. “Que como se vio tan favorecido de Su Majestad, y haber sido tantas veces gobernador, y ahora de nuevo le manda Su Majestad gobernar solo, y aún le hicieron creer al tesorero que habían informado al emperador nuestro señor que era hijo del rey católico, y estaba muy ufano y tenía razón, y lo primero que hizo fue enviara a Chiapa por capitán a su primo que se decía Diego de Mazariegos y mandó tomar residencia a Don Juan Enríquez de Guzmán, el que había enviado por capitán Marcos de Aguilar, y más quejas y robos se halló que había hecho en aquella provincia que bienes;”y también envió a conquistar y pacificar los pueblos de los zapotecas y minxes, y que fuese por dos partes para que mejor los pudiesen atraer de paz, que fue por la parte de la banda del norte en que envió a un Fulano de Barrios, que decían que había sido capitán en Italia y que era muy esforzado, que nuevamente había venido de Castilla a México (no digo por Barrios el de Sevilla, el cuñado que fue de Cortés), y le dio cien soldados, y entre ellos muchos escopeteros y ballesteros; y llegado este capitán con sus soldados a los pueblos de los zapotecas, que se decían los Tiltepeques, y dan sobre el capitán y sus soldados, y a todos los más hirieron, y si de presto no toman las calzas de Villadiego y se vinieran a acoger a unos pueblos de paz, todos murieran aquí”. “Verán cuánto va de los conquistadores viejos a los nuevamente venidos de Castilla, que no saben qué cosa es guerra de indios y sus astucias”. “En esto paró aquella conquista”.

“Digamos ahora del otro capitán que fue por la parte de Oaxaca, que se decía Figueroa, natural de Cáceres, que también dijeron que había sido muy esforzado capitán en Castilla y era muy amigo del Tesorero De Estrada, y llevó otros cien soldados de los nuevamente venidos de Castilla a México y muchos escopeteros y ballesteros y aún diez de a caballo, y cómo allegaron a las provincias de los zapotecas y envió a llamar a un Alonso de Herrera que estaba por aquellos pueblos por capitán de treinta soldados por mandato de Marcos De Aguilar, en el tiempo que gobernaba, y venido Alonso de Herrera a su llamado, porque según pareció traía poder Figueroa para que estuviese debajo de su mano sobre ciertas pláticas que tuvieron o porque no quiso quedar en su compañía vinieron a echar mano a las espadas, y Herrera acuchilló a Figueroa, y a otros tres de los soldados que traía que le ayudaban”.

“Pues viendo Figueroa que estaba herido y manco de un brazo, y no se atrevía a entrar en las sierras de los minxes, que eran muy altas y malas

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de conquistar, y los soldados que traía no sabían conquistar aquellas tierras, acordó de andarse a desenterrar sepulturas de los enterramientos de los caciques de aquellas provincias porque en ellas halló cantidad de joyas de oro con que antiguamente tenían por costumbre de enterrar los principales de aquellos pueblos, y dióse tal maña, que sacó sobre cinco mil pesos de oro y con otras joyas que hubo de dos pueblos, acordó de dejar la conquista y pueblos en que estaba, y dejóles muy más de guerra algunos de ellos que los halló, y fue a México, y desde ahí se iba a Castilla, y los soldados cada uno se fue por su parte; y ya se iba a Castilla Figueroa con su oro y embarcado en la Villa Rica, que fue su ventura tal que el navío en que iba dio con recio temporal al través junto a la Vera Cruz, de manera que se perdió él y su oro, y se ahogaron quince pasajeros, y todo se perdió”.

“Y en aquello paró las capitanías que envió el Tesorero a conquistar, y nunca aquellos pueblos vinieron de paz hasta que los vecinos de Guazacualco los conquistamos, y como tienen unas altas sierras y no pueden ir caballos, me quebranté el cuerpo de tres veces que me hallé en aquellas conquistas, porque puesto que en los veranos los atraíamos de paz, en entrando las aguas se tornaban a levantar y mataban a los españoles que podían haber desmandados; y como siempre les seguíamos, vinieron de paz, y está poblada una villa que se dice San Alfonso”.

“Pasemos adelante y dejaré de traer más a la memoria desastres de capitanes que no han sabido conquistar; y digo como el Tesorero supo que habían acuchillado a su amigo el capitán Figueroa envió luego a prender a Alonso de Herrera, y no se pudo haber porque se fue huyendo a unas sierras, y los alguaciles que envió trajeron preso a un soldado de los que solía tener Herrera consigo, y así como llegó a México, le mandó el Tesorero cortar la mano derecha; llamábase el soldado Cortejo, y era hijodalgo”. “Y además de esto, en aquel tiempo un mozo de espuela de Gonzalo de Sandoval tuvo otra cuestión con otro criado del mismo Tesorero, y le acuchilló, que hubo gran enojo del Tesorero, y le mandó cortar la mano, y esto fue en tiempo que ni Cortés ni Sandoval no estaban en México, que se habían ido a un gran pueblo que se dice Cornavaca, y se fueron por quitarse de México, de bullicios y parlerías, y también por apaciguar ciertos debates que había entre los caciques de aquel pueblo”.

“Pues después que supieron Cortés y Sandoval, por cartas, que el Cortejo y el mozo de espuelas estaban presos y que les querían cortar las manos, de presto vinieron a México, y de que hablaron y no había remedio en ello, sintieron mucho aquella afrenta que el Tesorero hizo a Cortés y contra Sandoval, y dicen que le dijo Cortés tales palabras al Tesorero en su presencia, que no las quisiera oír, y aún tuvo temor que le quería mandar matar, y con este temor allegó el Tesorero soldados y amigos para tener en su guarda, y sacó de las jaulas al Factor y Veedor para que, como Oficiales de Su Majestad, se favoreciesen los unos a los otros contra Cortés”.

“Y después que los hubo sacado, de ahí a ocho días, por consejo del factor y otras personas que no estaba bien con Cortés, le dijeron al Tesorero que en todo caso que luego desterrase a Cortés de México, que entretanto que estuviese en aquella ciudad jamás podría gobernar bien, ni había paz, y siempre habría chirinolas y bandos”. “Pues ya este destierro firmado por el Tesorero, se lo fueron a notificar a Cortés, y dijo que lo

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cumpliría muy bien y que daba gracias a Dios, que de ello era servido, que de las tierras y ciudades que él con sus compañeros había descubierto y ganado, derramando de día y de noche muchas sangre y muerte de tantos soldados, que le viniesen a desterrar personas que no eran dignos de bien ninguno, ni de tener los oficios que tienen de Su Majestad y que él iría a Castilla a dar relación de ello a Su Majestad y demandar justicia contra ellos, y que fue gran ingratitud la del Tesorero, desconocido del bien que le había hecho Cortés”.

Una vez recibido el aviso de destierro, Cortés sale de México, va a Coyoacán, recoge algunas cosas, va a Texcoco y de ahí se dirige a Tlaxcala.

Bernal (Capítulo CXCV) nos informa que el motivo de estos viajes era recoger toda la riqueza que pudiera para ir a Castilla; lo mismo hicieron Gonzalo de Sandoval y Andrés de Tapia quienes le acompañarían a Castilla.

Estando en Tlaxcala le llegan a ver varias comisiones que le proponen “alzarse como Rey de Nueva España” a lo que enérgicamente Cortés se niega, “les trata mal, llamándoles de traidores y estuvo por les ahorcar”.

Estos mismos grupos iban también con el Tesorero y le decían que Cortés estaba planeando ‘alzarse y matarle’ y aunque decía que iría a Castilla eso solamente era para que el Tesorero se confiase y así poder sorprenderle.

Estas noticias y chismes perturbaron al Tesorero quien envía a don fray Julián Garcés, Obispo de Tlaxcala, quien había tratado de intervenir y lograr un acuerdo entre Cortés y el Tesorero, solicitándole vaya a Tlaxcala, ofrezca disculpas a Cortés y le suplique perdón.

Cortés recibe al Obispo, le trata con gran deferencia y nadie reporta que fue lo que hablaron o lo que acordaron, solo Bernal menciona que el Obispo escribe al Tesorero haciendo loas a Cortés enfatizando que era fiel servidor de Su Majestad y que en lo púnico que se ocupaba era en prepararse para ir a Castilla.

Por su parte, Bernal menciona que Cortés no quiso responder a ninguna de las cartas que se le enviaron y solamente decía que las presentaría ante el Rey.

Cortés deja al licenciado Juan Altamirano como principal encargado de sus negocios, rentas y tributos de los pueblos de sus encomiendas, a Diego de Campo, y Alonso Valiente, a un Santa Cruz a cargo de diferentes acciones.

“Y ya tenía allegado muchas aves de las diferenciadas de otras que hay en Castilla, y que era cosa muy de ver; y dos tigres (ocelotes), y muchos barriles de liquidámbar, y bálsamos cuajado, y otros como aceite, y cuatro indios maestros de jugar el palo con los pies, que en Castilla y en otras partes es cosa de ver; y otros indios grandes bailadores, que suele haber una manera de ingenio que al parecer como que vuelan por alto, bailando; y llevó tres indios corcovados de tal manera que era cosa monstruosa, porque estaban quebrados por el cuerpo, y eran muy enanos, y también llevó indios e indias muy blancos (albinos), que con el gran blancor

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no veían bien; y entonces los caciques de Tlaxcala le rogaron que llevase en su compañía tres hijos de los principales de aquella provincia, y entre ellos fue un hijo de Xicotenga, el ciego viejo, que después se llamó Don Lorenzo de Vargas, y llevó otros caciques mexicanos”.

A punto de salir, llegan noticias de que han llegado dos navíos ‘muy buenos’ con cartas de Castilla al puerto de la Villa Rica.

Las cartas son misivas del Presidente de Indias, Don García de Loaisa, y del Duque de Béjar, y de otros caballeros que le informaban lo ocurrido en la Corte Española y le informaban la noticia de la muerte de su padre Don Martín Cortés.

Cortes ‘se puso luto’ por la reciente muerte de su esposa Catalina y lo conservó ahora por la muerte de su padre.

Envía a su mayordomo Pedro Ruiz de Esquivel a que a toda prisa vaya a Vera Cruz y compre los dos navíos y el ‘bastimento’ necesario para el viaje. En el trayecto por la laguna de Tenochtitlán, algo ocurre y cuatro días después encuentran muerto a Esquivel en una isleta de la laguna “con medio cuerpo comido por aves carniceras”.

Nunca se supo que ocurrió con Ruiz de Esquivel, pero al enterarse de lo ocurrido Cortés envía otros mayordomos a que preparen el viaje; al recibir noticia de que todo está preparado Cortés va a Villa Rica, y después de haberse confesado y comulgado se embarcó, con la buena ventura de que sin parar en La Habana, llegaron a Castilla en cuarenta y dos días.

Gonzalo de Sandoval iba ‘doliente’, ‘muy doliente’ según el relato de Bernal y es hospedado en una posada en la villa y puerto de Palos en donde, postrado en la cama, no puede evitar que el posadero se apodere de varias barras de oro y algunas joyas y dinero que tenía.

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Cortés es avisado de la enfermedad de su amigo y compañero y presuroso acude a la posada en la que estaba en donde los médicos que le atienden determinan que su fin esta cerca y que no era conveniente moverlo al Monasterio de Nuestra Señora de la Rábida como Cortés proponía.

Después de administrarle los últimos sacramentos y de tomar escrito de su Testamento, Gonzalo de Sandoval, Conquistador de México fallece en el lecho alquilado de la posada del Puerto de Palos en el mes de Abril de 1528.

Cortés y todos los caballeros que iban en su compañía asisten a su entierro en el monasterio de Nuestra Señora de la Rábida, en donde reposa cerca del altar de la Virgen de los Milagros.

16Encuentro de Hernán Cortés con Carlos V

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Poco se sabe en realidad sobre este histórico encuentro entre El Conquistador Hernán Cortés y el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos I de España y V de Alemania efectuado el 6 de Junio de 1528.

De acuerdo a algunas fuentes y a la costumbre de Carlos I de no tener una ‘corte fija’ sino que La Corte estaba en donde estuviera el Monarca, al uso generalizado de Castilla, como referencia hacia Castilla la vieja, y de acuerdo a lo que Bernal Díaz nos indica, el encuentro en crónica tuvo lugar en Toledo, primorosa ciudad amurallada, que si hoy es bella, en aquel tiempo, en todo su esplendor, debe haber sido bellísima.

Además de que había sido ordenado por El Emperador, la población española se vuelca a dar la bienvenida a Cortés, cuya hazaña era ampliamente conocida y comentada y por todas partes que pasa es recibido con grandes muestras de curiosidad y afecto.

En Sevilla, Cortés es recibido por el Duque de Medina Sidonia quien le regala muy hermosos y buenos caballos, de muy ‘fina estampa,’ muy diferentes en presencia a los caballos de guerra utilizados en la Conquista.

Cortés reposa en Sevilla durante dos días, al cabo de los cuales se dirige hacia el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, (patrona de la provincia de

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Extremadura) ubicada en Cáceres para dar gracias a Dios y celebrar Misas en memoria de su Padre, su Esposa y Gonzalo de Sandoval, recientemente fallecidos.

Tiene organizadas reuniones y festejos en donde demuestra sus cualidades, pues “plática y agraciada expresiva no le faltaba y sobre todo mostrarse muy franco y tener riquezas que dar”.

Bernal en el Capítulo CXCV nos describe: “Dijo el Duque de Béjar y el almirante (Duque de Medina Sidonia) al mismo Cortés, como por pasatiempo, desde que hubo llegado a la Corte, que había oído decir a Su Majestad, de que supo que era venido a Castilla, que tenía deseos de ver y conocer su persona de que tantos buenos servicios le ha hecho y de quien tantos males le han informado que hacía con mañas y astucias”. “Pues llegado Cortés a la Corte, Su Majestad le mandó señalar posada”.

“Pues por parte del Duque de Béjar y del Conde De Aguilar y otros grandes señores sus deudos le salieron a recibir y se le hizo mucha honra, y otro día, con licencia de Su Majestad, fue a besarle sus reales pies, llevando en su compañía por intercesores, por más honrarle, al Almirante de Castilla y al Duque de Bejar, y al Comendador Mayor de León; (Don Francisco de los Cobos) y Cortés, después de demandar licencia para hablar, se arrodilló en el suelo, y Su Majestad le mandó levantar, y luego representó sus muchos servicios y todo lo acaecido en las conquistas e ida de Honduras y las tramas que hubo en México del Factor y el Veedor; y recontó todo lo que llevaba en la memoria, y porque era muy larga relación, y por no embarazar más a Su Majestad en otras pláticas , dijo: “Ya Vuestra Majestad está cansado de oprime, y para tan gran Emperador y Monarca de todo el mundo como Vuestra Majestad es, no es justo que un vasallo como yo tenga tanto atrevimiento, y mi lengua no está acostumbrada a hablar con Vuestra Majestad, podría ser que mi sentido no diga con aquel tan debido acato que debo todas las cosas acaecidas; aquí tengo este Memorial, por donde Vuestra Majestad podrá ver, si fuere servido, todas las cosas muy por extenso como pasaron”. “Y entonces se hincó de rodillas para besarle los pies por las mercedes que fue servido hacerle en haberle oído”. “Y el Emperador, Nuestro Señor, le mandó levantar, y el Almirante y el Duque de Béjar dijeron a Su Majestad que era digno de grandes mercedes; y luego le hizo Marqués

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del Valle y le mandó dar ciertos pueblos, y aún le mandaba dar el hábito de Santiago; y como no se lo señalaron con renta, se calló por entonces, que esto yo no lo se bien como fue, y le hizo Capitán General de la Nueva España y Mar del Sur”. “Y Cortés se tornó a humillar para besarle sus reales pies y Su Majestad le tornó a mandar levantar”.

Un poco después de la recepción real, Cortés cae enfermo, y es visitado por el propio Emperador en su lecho, lo cual mencionaremos más adelante al referirnos a la solicitud de Cortés de ser nombrado Gobernador de la Nueva España, a lo que el Emperador no accedió.

Bernal ya no nos comenta nada respecto a la impresión que causaron en La

Corte los indígenas, juglares y demás personajes, productos y artículos de la Nueva España que Cortés llevó a presentar ante el Rey Carlos I, y López de Gómara tampoco hace mención a este aspecto e inclusive, hoy que sabemos que fue el mismo Hernán Cortés quien dictó los pasajes que Gómara relata, es interesante comprobar como describes este cronista el encuentro con el Emperador y los reconocimientos que se le hicieron lo que equivale a decir que son los recuerdos que Cortés quiso dar a conocer:

“Hizo el Emperador muy buen acogimiento a Hernando Cortés, y aún le fue a visitar a su posada, por más le honrar, estando enfermo y desahuciado de los médicos”. “El dijo a Su Majestad cuanto traía pensado, y le dio los Memoriales que tenía escritos, y le acompañó hasta Zaragoza, que se iba a embarcar para Italia por coronarse”. El Emperador, conociendo sus servicios y valor de persona, le hizo Marqués del Valle de Huaxacac, como se lo pidió, a 6 de julio de 1528 años, y Capitán General de la Nueva España, de las provincias y costa de la Mar del Sur, y descubridor y poblador de aquella mesma costa e islas, con la docena parte de lo que conquistase, en juro de heredad para si y sus descendientes; dábale el hábito de Santiago, y no lo quiso sin Encomienda”.

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“Pidió la gobernación de México, y no se la dio, porque no piense ningún conquistador que se le debe; que así lo hizo el Rey Don Fernando con Cristóbal Colón, que descubrió Las Indias, y con Gonzalo Hernández de Córdoba, Gran Capitán que conquistó a Nápoles”.

“Mucho merecía Cortés, que tanta tierra ganó, y mucho le dio el emperador por le honrar y engrandecer, como gratísimo príncipe, y que nunca quita lo que una vez da”. “Dábale el reino de Michuacan, que fue de Cazoncin, y él quiso más a Cuahutnauac, Huaxacac, Tecoantepec, Coyoacán, Metalcinco, Atlacupaia, Toluca, Huaxtepec, Utlatepec., Etlán, Xalapan, Tequilacoacan, Calimaia, Autepec, Tepuztlan, Cuitlapan, Acapitztlán, Cuetlaxca, Tuztla, Tepecan, Atoixtan, Izcalpan, con todas sus aldeas, términos, vecinos, jurisdicción civil y criminal, pechos, tributos y derechos”. “Todos estos son grandes pueblos y tierra gruesa”. “Otros favores y mercedes le hizo también; más las nombradas fueron las mayores y mejores”.

Con este texto y lo que ya hemos hablado acerca de la política establecida por el Cardenal Cisneros en tiempos de los Reyes Católicos y seguida por el Obispo de Burgos Don Juan Rodríguez de Fonseca, aprobada por los respectivos Reyes españoles y que era la del monopolio absoluto de la Monarquía española sobre los territorios descubiertos y/o conquistados, se refleja con claridad en las líneas subrayadas en párrafos anteriores: porque no piense ningún conquistador que se le debe.

Por eso es que ante nuestros ojos de años o siglos después nos ha parecido como ingratitud real hacia Colón, Cortés, Pizarro y otros conquistadores la actitud de los Reyes, pero en realidad, debemos considerar que independientemente de las

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envidias e intrigas propias de todas las Cortes, los Reyes consideraban como derecho propio el tener y mantener el monopolio absoluto de la Monarquía sobre todos los aspectos relativos a los territorios descubiertos, que de una manera u otra, eran vasallos de esa misma Monarquía, y en aquel tiempo no había reconocimiento alguno hacia los individuos o hacia las comunidades, no se reconocía ninguna ‘garantía o derecho individual’, o lo que es lo mismo, el ‘poder’ de los Reyes era ‘absoluto’ y cualquier ‘Conquistador’, o ‘Descubridor’ no tenía derecho a nada, a menos que el Rey le hubiera ‘concedido’ cualquier privilegio.

Y es por esto que Cortés tuvo la precaución y audacia de fundar la Villa Rica de la Vera Cruz y de enviar la Primera de las 5 Relaciones que envió a Carlos I o V, y se cuidó de hacer el envío de oro, joyas, plumajes y demás objetos que Moctezuma les obsequiaba, como apoyo a su pretensión de ser nombrado Gobernador.

Bernal nos comenta cómo “….. después de hechas estas grandes mercedes, desde ahí a pocos días que había llegado a Toledo adoleció Cortés, que llegó a estar tan al cabo que creyeron que se muriera, y el Duque de Bejar y el Comendador Mayor, Don Francisco de los Cobos, suplicaron a Su Majestad, que pues que Cortés tan grandes servicios le ha hecho, que le fuese a visitar antes de su muerte a su posada; y Su Majestad fue acompañado de Duques y Marqueses, y Condes y de Don Francisco de los Cobos, y le visitó, lo que fue un muy gran favor, y por tal se tuvo en la Corte”.

Sin embargo, muy pronto ‘La Corte’ se aburrió de Cortés y Cortés de La Corte; según lo que Bernal nos platica Cortes quería ser aceptado en todas partes y por todos, el hecho de que el Rey le haya ido a visitar cuando estuvo enfermo fue mal interpretado por Cortés, creyendo que la amistad del rey era realmente amistad y no solamente cortesías protocolarias. Y otro punto en su contra fue que no aceptó la negativa de ser nombrado Gobernador, y siguió insistiendo al respecto, tanto en forma directa como a través de varios intermediarios, hasta que el Rey dijo categóricamente a uno de ellos, el Conde Nasao: “que no le hablase más de ese caso, que ya le había dado un marquesado que tenía más renta de él que el Conde Nasao tenía con todo su estado”.

Otro aspecto, de suyo baladí, o al menos para los hombres lo es, pero que entre mujeres tiene mucha importancia, fue el relativo a las joyas que obsequió a la Emperatriz Doña Isabel, a la que de inmediato llegaron a contar que las que había conservado para entregar a Doña Juana de Zúñiga (su segunda esposa, cuyas bodas serían unos días más adelante) eran mas ricas y valiosas que las que le había entregado a ella, y al mismo tiempo, ‘le llenaban los oídos’ con relaciones y quejas de cómo Cortés había sido ingrato con el Cardenal y con el Real Consejo de Indias y aún con el Comendador Mayor de León.

Doña Juana de Zúñiga, hija de Don Carlos De Arellano, Conde De Aguilar, y sobrina del Duque de Béjar, Don Álvaro de Zúñiga, fue la segunda esposa de Hernán Cortés, con quien tuvo seis hijos, que se sumarían a los otros cinco que tuvo anteriormente.

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Los seis hijos procreados con Doña Juana Zúñiga fueron:

A.- Luis, Cortés Zúñiga nace en Tezcoco en 1530 y muere poco después de nacer.

B.- Catalina, Cortés Zúñiga nace en Cuernavaca en 1531 y también fallece a los pocos días.

C.- El octavo hijo de Cortés y tercero con Doña Juana de Zúñiga nace en Cuernavaca en 1532, recibe por nombre Martín Cortés Zúñiga. {Según las leyes actuales sería mexicano por nacimiento pero en aquella época se le consideraba como ‘criollo’}.

D.- María, Cortés Zúñiga también nativa de Cuernavaca entre 1533 y 1534, María se casa posteriormente con Luis de Quiñones, Quinto Conde de Luna después de haber estado comprometida con Alvar Pérez Osorio, hijo del Marqués de Astorga, quienes a ultimo momento cancelan el compromiso causando grave disgusto a Hernán Cortés y es mencionada brevemente por el cronista López de Gómara para luego, al igual que sus otros hermanos y medio hermanos, quedar sepultada en los anales de una historia que no se ocupa de ella.

E.- Catalina, Cortés Zúñiga oriunda también de Cuernavaca, probablemente en 1536, muere soltera en Sevilla poco después de la muerte de su padre.

F.- Juana, Cortés Zúñiga nace también en Cuernavaca aunque la fecha de su nacimiento no esta claramente establecida creyéndose que debe haber sido en el periodo 1533/1536.

Se casa en 1564 con Don Fernando Enríquez de Ribera, Segundo Duque de Alcalá ocurriéndole lo mismo: ignorada por la historia.

El otro Martín, Martín Cortés Zúñiga fue el sucesor de Don Hernán Cortés y Segundo Marqués del Valle de Oaxaca. Regresa a Méjico en 1562 un joven de 30 años de edad, en la flor de una vida pletórica de ilusiones, dueño de una enorme fortuna considerado como el hombre más rico de la Nueva España para ser involucrado en una Conspiración que se ha tratado por algunos historiadores como el primer intento de independizarse de España, lo cual es discutible y discutido en una novela que Gerónimo El Ciudadano (su autor) ha intitulado “La Conjuración del Marqués del Valle de Oaxaca”.

Hernán Cortés tuvo once hijos con seis mujeres diferentes: Leonor Pizarro, Malinalli Tenépatl (Doña Marina), Elvira Hermosillo, Isabel Moctezuma (Tecuichpo), Una princesa azteca, (probablemente otra hija de Moctezuma) y Doña Juana de Zúñiga.

En orden cronológico los hijos de Hernán Cortés fueron:

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1.- Primero tenemos a Catalina (Catalina Cortés Pizarro), nacida en 1514 o 1515 quizá en Santiago de Cuba. Su madre fue Leonor Pizarro, presumiblemente pariente de Don Hernán.

2.- El segundo hijo fue Martín Cortés, nacido en Coyoacán en 1522, hijo de la compañera y traductora indígena de Cortés, Doña Marina (Malinalli Tenépatl).

3.- En 1525, nace Luis Cortés Hermosillo, su madre es conocida como Elvira Hermosillo (o Antonia Elvira Hermosillo). Luis casó con Guiomar Vázquez de Escobar, sobrina del conquistador Bernardino Vázquez de Tapia y poco se sabe sobre él.

4.- Leonor Cortés Moctezuma nace en la Ciudad de México en 1527, hija de Tecuichpo (quien a su vez era hija de Moctezuma, bautizada con el nombre de Isabel), nace en Cuernavaca (Estado de Morelos) en 1533. Leonor se casó con Juan de Tolosa, vizcaíno, conquistador de Zacatecas y también, la Historia se ha olvidado de ella.

5.- De la quinta hija de Cortés, solamente se conoce que se llamaba María y que fue hija de una princesa azteca. Bernal Díaz del Castillo menciona que nació con una deformación y no se vuelve a saber de ella.

Después, estando en Castilla, Hernán Cortes casa con Doña Juana de Zúñiga con quien, andando los años procrea seis hijos más, los que hemos mencionado al inicio de esta relación heráldica: Luis (+), Catalina (+), Martín, María, Catalina, y Juana.

Catalina (Cortés Pizarro), Martín (el hijo de Malinalli), y Luis (Cortés Hermosillo) son ‘legitimados’ en Bula Papal de Clemente VII en 1529.

Y mientras la boda con Doña Juana Zúñiga se realizaba y en La Corte pasaba rápidamente la moda y halagos hacia Cortés, en forma independiente a todos los honores, y festejos, con anterioridad a la llegada del Conquistador a España, según el Rey lo había ordenado, llegó a México la Real Audiencia con Nuño de Guzmán por Presidente y cuatro Oidores, los Licenciados Matienzo, Delgadillo, Maldonado y Parada.

El propósito ostensible de esta Primera Audiencia era el Repartimiento Perpetuo, es decir, según lo ordenado por el Rey, ‘hacer justicia’ a los verdaderos Conquistadores y terminar con quejas y rumores respecto a favores y disfavores.

Este primer grupo era muy heterogéneo pues estaba formado por personal que venía directamente de España y Oidores que se reclutaron en Santo Domingo y en Cuba, los que encontraron que había ‘una mafia’, encabezada por el Factor Gonzalo De Salazar quien se ofreció y fue aceptado por Nuño de Guzmán como su ayudante, confidente y consejero, lo que, como comprenderán era ‘contrario’ a los intereses de Cortés y los verdaderos Conquistadores y modificaba sustancialmente las ordenes recibidas por Nuño de Guzmán, y el objeto mismo de la Real Audiencia.

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Bernal Díaz del Castillo nos relata en su inimitable estilo como Nuño de Guzmán abandona el cargo y sale hacia la provincia de Nueva Galicia (Jalisco) a pacificar y conquistar quedando virtualmente la Real Audiencia en manos de los Licenciados Matienzo y Delgadillo, dado que además, los otros dos Oidores, Maldonado y Parada, …..“luego que a aquella ciudad llegaron fallecieron de dolor de costado; y si allí estuviera Cortés, según hay maliciosos, también le infamaran y dijeran que él los había muerto”…

Se supone que esta situación en parte fue porque a Nuño de Guzmán le informaron desde Castilla que había sido sustituido en el cargo de Presidente de la Real Audiencia y asimismo enviaban otros Oidores y por lo mismo ….”allegó todos los más soldados que pudo, así de a caballo como escopeteros y ballesteros, para que fuesen con él a la provincia que le dicen de Jalisco, y los que no querían ir de grado, apremiábamos que fuesen de grado o por fuerza, o habían de dar dinero a otros soldados que fuesen en su lugar, y si tenían caballos, se los tomaban y cuando mucho, no les pagaban sino la mitad menos de lo que valían, y los vecinos ricos de Méjico ayudaron con lo que podían, y por los pueblos que pasaba con su fardaje hacíales grandes molestias, y fue a la provincia de Michuacán, que por allí era su camino, y tenían los naturales de aquella provincia, de los tiempos pasados mucho oro, que aunque era bajo, porque estaba revuelto con plata, le dieron cantidad de ello, y porque Cazoncin, que era el mayor Cacique de aquella provincia, que así se llamaba, no le dio tanto oro como le demandaba, Nuño de Guzmán le atormentó y quemó los pies, y porque le demandaba indios e indias para su servicio y por otras trancadillas que le levantaron al pobre cacique, le ahorcó, que fue una de las malas y feas cosas que Presidente ni otras personas podían hacer, y todos los que iban en su compañía se lo tuvieron a mal y a crueldad”.

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“Y llevó de aquella provincia muchos indios cargados hasta donde pobló la ciudad que ahora llaman Santiago de Compostela con harta costa de la hacienda de Su Majestad y de los vecinos de Méjico, que llevó por fuerza”. “Y porque yo no me hallé en esta jornada, ni se lo que más pasó, se quedará aquí; más se cierto que Cortés ni Nuño de Guzmán jamás se hubieron bien y también se que siempre se estuvo en aquella provincia Nuño de Guzmán hasta que Su Majestad mandó que enviasen por él a Jalisco a su costa y le trajesen a Méjico preso, a dar cuentas de las demandas y sentencias que contra él dieron en la Real Audiencia, que nuevamente en aquella sazón vino, le pusiesen a pedimento de Matienzo y Delgadillo”.

La primera Audiencia fue un desastre completo; Bernal nos relata como hubo algunos soldados descontentos que reclamaban los gastos que …..”Diego Velázquez había hecho ‘descubriendo’ toda la costa del Norte hasta Pánuco y Cortés la vino a gozar y se alzó con la tierra y el oro”..

Esta situación estuvo presente durante toda “La Conquista” y al llegar los Oidores y Nuño de Guzmán, volvieron a ser materia de reclamaciones y rumores en contra de Cortés, y Bernal nos dice que “quien fue causa de mudarles el propósito que no hiciesen el repartimiento según Su Majestad mandaba, dijeron muchas personas, que lo entendieron muy bien, fue el factor Salazar, porque se hizo tan íntimo amigo de Nuño de Guzmán y de Delgadillo que no se hacía otra cosa sino lo que mandaba, y tal como el consejo dieron, en tal paró todo, porque si lo hacía que no serían tan señores ni los tendrían en tanto acato los conquistadores y pobladores, con decir que no les podía dar ni quitar más indios de los que entonces les diese, y de otra manera que los tendría siempre debajo de su mano y podía dar y quitar a quien quisiese”. “Y también trataron entre el Factor y Nuño de Guzmán y Delgadillo, que fuese el mismo Factor a Castilla por la Gobernación de la Nueva España para Nuño de Guzmán, porque ya sabían que Cortés no tenía tanto favor con Su Majestad como al principio que fue a Castilla, y no se la habían dado por más intercesores que echó ante Su Majestad para que se la diesen”.

“Pues ya embarcado el Factor en una nao que llamaban La Sornosa, dio al través con gran tormenta en la costa de Guazacualco y se salvó en un batel, y volvió a Méjico, y no hubo efecto su ida a Castilla”.

“Dejemos esto y diré en lo que entendieron luego que a Méjico llegaron, así Nuño de Guzmán, y Matienzo, y Delgadillo, fue en tomar

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residencia al Tesorero Alonso De Estrada, la cual dio muy buena, y si se mostrara tan varón como creímos que lo fuera, él se quedara como Gobernador, porque Su Majestad no le mandaba quitar la gobernación; antes, como dicho tengo en el capítulo pasado, había venido mandado, pocos meses había, de Su Majestad que gobernase sólo el Tesorero, y no juntamente con Gonzalo de Sandoval, ya otras veces por mi memorado, y dio por muy buenas las Encomiendas que había de antes dado, y a Nuño de Guzmán no le nombraba en las provisiones más de por Presidente y repartidor juntamente con los Oidores”.

Los Oidores así aconsejados, la emprendieron en contra de Cortés y sus propiedades, enviaron una diputación a Guatemala a tomar residencia a Jorge de Alvarado, después, promovieron que todos aquellos que tenían ‘linaje’ de judíos o de moros que hubieran sido procesados por el Santo Oficio tenían seis meses para salir de México bajo pena de la pérdidas de la mitad de todos sus bienes.

Había muchos descendientes de moros y/o judíos, pero de alguna manera se las arreglaron para no ser deportados y de hecho, según lo platica Bernal Díaz, solamente dos, un mercader de la Villa Rica y otro, un escribano de la Ciudad de México fueron deportados por esta causa.

Se instauraron varios procesos en contra de Cortés, unos por el famoso Tesoro de Moctezuma, otros por perjuicios en contra de Pánfilo de Narváez, e incluso trajeron de la Isla de Cuba un cuñado de Cortés (Juan Juárez) quien presentó querella acusando al Conquistador de haber dado muerte a su hermana Catalina.

Los criados de Nuño de Guzmán, junto con Delgadillo y Matienzo iniciaron un lucrativo negocio otorgando ‘licencias’ para herrar esclavos a diestro y siniestro y el propio Nuño de Guzmán ‘recompensó’ por sus servicios al Contador Gonzalo de Albornoz con una licencia del Rey para hacer un ingenio azucarero en Zempoala.

Nuño de Guzmán es descrito como un ‘conquistador cruel’, sangriento y audaz.

Logró organizar un considerable ejército compuesto por 300 soldados españoles y 6 000 indígenas auxiliares, el cual partió el día 21 de diciembre de 1529.

Nuño de Guzmán recorrió los territorios de los indios purepechas, ya sometidos al gobierno español, donde cometió muchas tropelías en perjuicio de los indígenas con objeto de recaudar mayores elementos para su ejército.

Meses más tarde, Nuño y sus huestes llegaron a la región de Tepic después de haber recorrido los territorios de los actuales estados de Guanajuato y Jalisco.

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Nuño de Guzmán derrotó a los indios 193eum193ales de Sentispac y de Aztatlán, pero en este territorio los expedicionarios empezaron a sentir las inclemencias propias de la tierra caliente: tormentas, abundante lluvia, ríos crecidos, terrenos inundados, que provocaron la pérdida de muchos pertrechos de guerra y provisiones, además de que las fiebres intestinales causaron estragos entre los indios auxiliares.

También hubo una rebelión en el campamento español y el capitán la reprimió con dureza ordenando la ejecución de los soldados que la encabezaban.

Poco después penetró en Chametla, donde empezó a aplicar la estrategia que

utilizó para la conquista de 193eum193ales y tahues: localizaba los poblados más importantes y vencía la desarticulada oposición que los indígenas ofrecían; luego ocupaba los poblados, se apropiaba del maíz y de todos los alimentos que hubiera, y después ordenaba quemar el poblado y destruir las sementeras: así —pensaba Nuño— impedía que los indios organizaran alguna ofensiva a su retaguardia.

El ejército carecía de vituallas, de forma que la rapiña del maíz era imprescindible para su subsistencia.

El paso de las huestes de Guzmán era como una plaga desoladora que dejaba un rastro de hambre, destrucción y muerte.

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17Muerte de Hernán Cortés

Por Presidente de la Real Audiencia, en lugar de Nuño de Guzmán, el Emperador Carlos V envió a Don Sebastián Ramírez de Villaescusa, que tenía el cargo de Obispo de Santo Domingo y otros cuatro Oidores: el Licenciado Alonso Maldonado, el Licenciado Zeinos, Don Vasco de Quiroga (posteriormente Obispo de Michoacán), y el Licenciado Salmerón.

Pusieron a Nuño de Guzmán, Delgadillo y Matienzo en juicio de residencia, estos dos tuvieron que vender sus bienes para pagar las sentencias que en su contra se hicieron, pero como no alcanzaba, fueron enviados a cárcel pública.

A Jalisco, enviaron a un Licenciado De la Torre para que tomase el juicio de residencia a Nuño de Guzmán, pero como este Licenciado era muy aficionado a los juegos de naipes, Nuño de Guzmán pronto le ‘tomó medida’ y le hizo caer en engaños de manera que no pudo ejecutar su cometido, y por fortuna para De Guzmán, murió ‘de calenturas’, siendo nombrado Francisco Vázquez Coronado en su lugar.

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De una forma u otra, Vázquez Coronado cayó en poder de Nuño de Guzmán quien fue hospedado por el mismo Virrey y según relata Bernal “todo se hacía de la manera que Nuño de Guzmán quiso en la residencia que le tomaron”.

Durante cuatro años estuvieron tratando de desenredar los líos y juicios que habían dejado, hasta que el Rey nombra a Don Antonio De Mendoza como el primer Virrey de la Nueva España.

“Había mucho tiempo que Cortés estaba en Castilla y ya casado, como dicho tengo y con título de Marqués y Capitán General de la Nueva España, y de la Mar del Sur, tuvo gran deseo de volverse a México, a su casa y estado y Marquesado, y tomar posesión de su Marquesado”. “Y como supo que estaban en el estado en que he dicho las cosas de Méjico, se dio prisa y se embarcó con toda su casa en ciertos navíos, y con buen tiempo que le hizo en la mar, llegó al puerto de la Villa Rica, y luego se fue por Villas de su Marquesado”.

“Y llegado a Méjico, se le hizo otro recibimiento, más no tanto como solía”. “Y en lo que entendió fue presentar sus provisiones de Marqués y hacerse pregonar por Capitán General de la Nueva España y de la Mar del Sur, y demandar al Virrey y Audiencia Real que le contasen sus vasallos”.

“Y esto me parece a mí que vino mandado de Su Majestad para que se los contase, porque, a lo que yo entendí, cuando le dieron el Marquesado demandó a Su Majestad que le hiciese merced de ciertas villas y pueblos con tantos mil vecinos tributarios”.

“Y porque esto yo no lo se bien, remítome a los caballeros y a otras personas que saben mejor los pleitos que sobre ello se ha traído, porque tenía el Marqués en el pensamiento cuando demandó a Su Majestad aquella merced de los vasallos, que se habían de contar cada casa de vecino o cacique o principal de aquellas villas por un tributario, y como si dijésemos ahora que no se habían de contar los hijos varones que eran ya casados, ni yernos, ni otros muchos indios que estaban en cada casa en servicio del dueño de ella, sino solamente que cada vecino un tributario, ora tuviese muchos hijos o yernos, y otros allegados o criados”.

“Y la Audiencia Real de Méjico proveyó que lo fuese a contar un Oidor de la misma Real Audiencia que se decía el Doctor Quesada”.

“Y comenzó a contar de esta manera, que el dueño de cada casa por un tributario, y si tenía hijos de edad, cada hijo un tributario; y si tenía yernos, cada yerno un tributario, y los indios que tenía en su servicio, aunque fuesen esclavos cada uno contaba por un tributario; por manera que en muchas de las casas se contaban diez y doce y quince y más tributarios, y Cortés tenía por sí, y así lo proponía y demandó a la Real Audiencia, que cada casa era un vecino y se había de contar solo un tributario; y si cuando El Marqués suplicó a Su Majestad le hiciese la merced del Marquesado le declarara y le diera tal villa, y tal villa con los vecinos y moradores que tenía, Su Majestad le hiciera la merced de ellas; y El

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Marqués creyó y dio por cierto que demandando los vasallos, que acertaba en ello, y salióle al contrario”.

“Por manera que nunca le faltaron pleitos, y a esta causa estuvo muy mal con las cosas del Doctor Quesada, que se los fue a contar, y aún con el Visorrey y Audiencia Real no le faltaron cosquillas”. “Y se hizo relación de ello a Su Majestad por parte de la Real Audiencia, para saber de que manera se habían de contar, y estuvo suspenso el contado de los vasallos ciertos años, que siempre El Marqués llevó sus tributos de ellos sin haber cuenta”.

Estas líneas nos indican como era que la Real Audiencia hacía los recuentos de los vasallos tributarios, diametralmente opuesta a como Cortés y los Conquistadores las hacían, lo que debemos ver con los ojos de aquellos tiempos y no como ahora nos parecería.

En el Capítulo CLXIX, Bernal Díaz del Castillo nos narra como fue que Cortés, en consenso con sus Capitanes y principales soldados decide hacer la ‘repartición’: “y pongamos aquí otra manera que fuera harto buena y justa para repartir todos los pueblos de la Nueva España, según dicen muy doctos conquistadores que la ganamos, de prudente y maduro juicio, que lo había de hacer en esto: hacer cinco partes de la Nueva España, y la quinta parte de las mejores ciudades y cabeceras de todo lo poblado darla a Su Majestad, de su Real Quinto, y otra parte dejarla para repartir para que fuese la renta de ellas para iglesias y hospitales y monasterios, y para que si Su Majestad quisiese hacer algunas mercedes a caballeros que le hayan servido de allí pudiera haber para todos; y las tres partes que quedaban repartirlas en su persona de Cortés, y en todos nosotros, los verdaderos conquistadores, según y de la calidad que sentía que era cada uno, y darles perpetuos, porque en aquella sazón Su Majestad lo tuviera por bien, y nos hiciera merced de ellas, y con ello quedáramos, y no anduviéramos como andamos ahora de mula coja y abatidos y de mal en peor, debajo de gobernadores que hacen lo que quieren, y muchos de los conquistadores no tenemos con qué sustentarnos, ¿Qué harán los hijos que dejamos?”…..

Uno de los aspectos que más influyó en contra de Cortés en el Real Consejo de Indias fue que permitió a “los naturales mexicanos como de antes estaban, y les dio franqueza y libertades que no pagasen tributo a Su Majestad hasta que tuviesen hechas sus casas y aderezadas las calzadas y puentes y todos los edificios y caños por donde solía venir el agua de Chapultepeque para entrar en Méjico, y en la poblazón de los españoles tuviese hechas iglesias y hospitales y atarantas, y otras cosas que convenían”. Este permiso fue interpretado como que Cortés disponía libremente de tributos que eran debidos al Rey, y no tenía la autoridad para hacerlo, ‘privando’ a la Monarquía de ‘cuantiosos ingresos’ y a este asunto agregaban ‘con malicia’ los rumores y quejas de los conquistadores que decían que se había ‘apropiado’ del Tesoro de Moctezuma sin dar la parte correspondiente ni al Rey, ni a sus soldados.

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El caso es que después de La Conquista todo fueron líos, disputas y envidias, intrigas y disposiciones diversas que justas o no, causaron problemas a Cortés y a los Conquistadores ‘originales’.

Una vez que estuvo en México, como dice Bernal, ya casado y con título de Marqués, Cortés fija su residencia en Cuernavaca la que se termina en 1535.

Y desde ahí, conforme lo había pactado con “la serenísima Emperatriz Doña Isabel”, organiza en Teguantepeque, Acapulco y Zacatula la hechura de varios navíos para proceder a las expediciones por ‘la Mar del Sur’ y descubrir y poblar nuevas tierras.

Según parece, tal y como lo apunta Bernal Díaz del Castillo: “Y si miramos en ello, en cosa ninguna tuvo ventura después que ganamos la Nueva España”.

En aquellos días, el Emperador Carlos V (o I de España) fue a Francia y acordó ‘paces’ con el Rey Don Francisco por lo que se decretó en toda España y en sus dominios la celebración de grandes fiestas y festejos por tal acontecimiento, Cortés, por su parte, y el Virrey por la suya competían en ver cuales festejos resultaban más fastuosos y atraían mayor número de invitados, y al término de estas celebraciones Cortés, cansado de pleitos e intrigas “mandó apercibir avíos y matalotaje para ir a Castilla para suplicar a Su Majestad le mandase pagar algunos pesos de oro de los muchos que había gastado en las Armadas que envió a descubrir y porque tenía pleitos con Nuño de Guzmán, y en aquella sazón, le envió a Nuño de Guzmán la Audiencia Real preso a España, y también tenía pleitos sobre el contar de los vasallos, y entonces me rogó a mí que fuese con él y en la corte demandaría mejor mis pueblos ante los señores del Real Consejo de Indias, y luego me embarqué y fui a Castilla;y el Marqués no fue de ahí a dos meses porque estaba malo del empeine del pie por el cañonazo que le dieron, y eso fue en el año de quinientos cuarenta; y porque el año pasado, de quinientos treinta y nueve se había muerto la Serenísima Emperatriz, Nuestra Señora Doña Isabel, la cual falleció en Toledo en primero día de Mayo, y fue llevada a sepultar su cuerpo a la Ciudad de Granada, y por su muerte se hizo gran sentimiento en la Nueva España y se pusieron todos los más conquistadores grandes lutos, y yo, como Regidor de la Villa de Guatzacualco y conquistador más antiguo, me puse grandes lutos, y con ellos fui a Castilla, y llegando a la

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corte Hernando Pizarro (hermano de Francisco Pizarro) que vino del Perú, y fue cargado de luto con más de cuarenta hombres que le acompañaban; y también a esta sazón llegó Cortés a la corte, con luto él y sus criados”.

“Y los señores del Real Consejo de Indias, de que supieron que Cortés llegaba cerca de Madrid, le mandaron salir a recibir y le señalaron por posada las casas del Comendador Don Juan de Castilla, y cuando algunas veces iba al Real Consejo de Indias, salía un Oidor hasta una puerta donde hacían el Real Consejo y le llevaba bajo los estrados donde estaba el Presidente Don Fray García de Loaisa, Cardenal de Sigüenza, y después fue Arzobispo de Sevilla, y Oidores Licenciado Gutierre Velázquez, y el Obispo de Lugo, y el Doctor Juan Bernal Díaz de Luco, y el Doctor Beltrán, y un poco junto de las sillas de aquellos caballeros le ponían a Cortés otra silla; y desde entonces, nunca más volvió a la Nueva España, porque entonces, le tomaron residencia y Su Majestad no le quiso dar licencia para que volviese a la Nueva España, puesto que echó por intercesores al Almirante de Castilla, y al Duque de Béjar, y al Comendador Mayor de León, y aún echó por intercesora a la señora Doña María de Mendoza, y nunca le quiso dar licencia Su Majestad, antes mandó que le detuviesen hasta acabar de dar la residencia, y nunca la quisieron concluir, y la respuesta que le daban en el Real Consejo de Indias, que hasta que Su Majestad viniese de Flandes de hacer el castigo de Gante que no podían darle licencia”.

La población de Gante, encabezada por los nobles de la Ciudad en 1539 se rebelaron contra el Emperador, y aunque él era nativo de esa localidad, no dudó en castigarla obligando a los nobles a caminar delante suyo descalzos y con un nudo de cuerda alrededor del cuello, (strop en holandés), destruyó la Abadía de Santo Bavo y en su lugar edificó una fortaleza para las tropas españolas, y desde esas fechas la gente de Gante fue conocida como “Stroppendragers”, o ‘portadores del nudo’.

Este fue el pretexto que la Real Audiencia utilizaba para no proseguir ni terminar el juicio de residencia de Cortés.

También a Hernando Pizarro, que había ido a Toledo en representación de su hermano Francisco, Conquistador del Perú, a entregar el Quinto Real, se le acusa y detiene en el Castillo de la Mota hasta 1560, y se le establece juicio de residencia.

Así, resulta que más o menos al mismo tiempo el Real Consejo de Indias somete a juicio a Hernán Cortés, Hernando Pizarro y Nuño de Guzmán.

“Volvamos a nuestra relación”. ….”Y entonces yo me vine a la Nueva España y supe que había pocos meses que se habían alzado en las provincias de Jalisco unos peñoles que se llaman Nochistlán, y que el virrey Don Antonio de Mendoza los envió a pacificar a ciertos capitanes y a un Oñate y los indios alzados daban grandes combates a los españoles y soldados que de México enviaron; y viéndose cercados de los indios enviaron a demandar socorro al adelantado Don Pedro de Alvarado, que en aquella sazón estaba en unos navíos de una gran armada que hizo para La China, en el puerto de La Purificación; y fue a favorecer a los españoles que estaban sobre los peñoles por mi ya nombrados, y llevó gran

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copia de soldados; y de ahí a pocos días murió de un caballo que le tomo debajo y le machucó el cuerpo, como adelante diré”.

“Como Su Majestad volvió a Castilla de hacer el castigo de Gante, e hizo la grande Armada para ir sobre Argel, lo fue a servir en ella el Marqués del Valle, y llevó en su compañía a su hijo el Mayorazgo, el que heredó el estado, llevó también a Don Martín Cortés, el que hubo con Doña Marina, y llevó muchos escuderos y criados y caballos y gran compañía y servicio, y se embarcó en una galera en compañía de Don Enrique Enríquez y como Dios fue servido hubiese tan recia tormenta que se perdió mucha parte de la Real Armada, también dio al través la galera en la que iba Cortés y sus hijos, los cuales escaparon, y todos los más caballeros que en ella iban, con gran riesgo de sus personas, y en aquel instante como no hay tanto acuerdo como debería haber, especialmente viendo la muerte al ojo, dijeron los criados de Cortés que le vieron que se ató en unos paños revueltos al brazo ciertas joyas de piedras muy riquísimas que llevó como gran señor, y con la revuelta de salir de la galera y con la mucha multitud de gentes que había se le perdieron todas las joyas y piedras que llevaba, que a lo que decían, valían muchos pesos de oro”.

Después de la jornada en Argel, Cortés y sus dos hijos, sin pena ni gloria, regresan a España y se establecen en Sevilla por una corta temporada en donde muchas personas le visitaban y rogaban por favores o le proponían ‘negocios’.

…..”Acordó de salirse de Sevilla por quitarse de muchas personas que lo visitaban y le importunaban en negocios, y se fue a Castilleja de La Cuesta, para allí entender en su ánima y ordenar su testamento…..”

Castilleja de La Cuesta está en la provincia de Sevilla en la región denominada como Andalucía.

El edificio más ilustre es el llamado Palacio de Hernán Cortés, que no era de Cortés, sino de un edil del ayuntamiento de Sevilla, el jurado Rodríguez, amigo del Conquistador de Méjico.

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Aquí vino Cortés a reponer su salud, invitado por el Juez Rodríguez, y aquí le sorprendió la muerte, parando su corazón que tanto había latido en aquella guerra sobrehumana en que con unas docenas de soldados españoles se apoderó de todo un reino.

Cortés muere el 2 de diciembre de 1547 a la edad de 62 años.

En el jardín interior de este palacio hay una curiosa, curiosísima lápida de piedra pizarra, cuya inscripción es una sola palabra: Cordobés.

¿Y quién es este Cordobés que está enterrado en el jardín?

Es el caballo que salvó la vida de Hernán Cortés en la batalla de la Noche Triste.

Como Bucéfalo de Alejandro, o como Babieca del Cid, fue un caballo glorioso. Cortés se lo trajo cuando vino de Méjico y aquí, ya jubilado de la silla y las bri-

das, Cordobés vivió sus últimos días en esta finca luminosa del Aljarafe.

Hoy el antiguo palacio es Colegio de las Irlandesas.

“Y en el Testamento y mandas que hizo, yo no lo se bien, más tengo en mí que como sabio y tuvo mucho tiempo para ello, y porque era viejo, que lo haría con mucha cordura y mandaría descargar su conciencia; y mandó se hiciese un Hospital y un Colegio en México”……

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…..”y también mandó que en su Villa de Coyoacán, que está a dos leguas de Méjico, se hiciese un Monasterio de monjas, y que le trajesen sus huesos a la Nueva España; y dejó muy buenas rentas para cumplir su Testamento y las mandas, que fueron muchas y buenas y de buen cristiano, y por excusar prolijidad no lo declaro, por no acordarme de todas aquellas no las relato”…

El Escudo de Armas que Su Majestad Carlos I de España (V de Alemania y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico) concede a Cortés el 2 de Marzo de 1525, Bernal tiene emblemas heráldicos de nos lo describe de la siguiente manera:

…..”La letra o blasón que traía en sus armas y reposteros fueron de muy esforzado varón y conforme a sus heroicos hechos y estaban en latín, y como no se latín, no lo declaro, y traía en ella siete cabezas de reyes presos en una cadena; y a lo que a mí me parece, según vi y entiendo, fueron los Reyes que ahora diré: Montezuma, Gran Señor de Méjico, y a Cacamatzin, su sobrino de Montezuma , y también fue Gran Señor de Tezcuco, y Coadlavaca, asimismo Señor de Estapalapa, y de otro pueblo, y al Señor de Coyoacán, y a otro Gran Cacique, señor de dos provincias que se decían Tulapa, junto a Matalcingo; este que dicho tengo declaran que era hijo de una hermana de Montezuma, y muy propincuo heredero de Méjico, después de Montezuma, y el postrer rey fue Gautemuz, el que nos dio guerra y defendía la ciudad cuando ganamos la Gran Ciudad de Méjico y sus provincias; y estos siete grandes Caciques son los que El Marqués traía en sus reposteros y blasones por armas, porque de otros reyes yo no me acuerdo que se hubiesen preso que fueran reyes”……

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Estando tan lejos del Rey, Cortés tuvo que suministrar información que apoyara los elementos heráldicos que formarán el blasón.

Es así como con la solicitud en demanda de armas de concesión, envía dibujado lo que a él le ha parecido de mayor importancia, aquellos hechos que en su concepto tienen una resonancia de carácter universal.

El símbolo y del Emperador Carlos V era el águila bicéfala, que fuera blasón distintivo de la familia Habsburgo.

Para que la gloria de este Emperador, lo famoso de sus hazañas y el brillo de su poderío fueran destacados, muchos conquistadores posteriormente solicitaron para sí este escudo dentro de su blasón cuando lograban importantes acciones a favor del Emperador.

Hernán Cortés solicita este emblema en el primer cuartel de su blasón, en color sable y en campo de plata.

Cortés trató con tres grande señores gobernantes del imperio azteca entre 1520 y 1525, y los tres fueron por él vencidos.

El primero fue Moctezuma II, a quien hizo renunciar la soberanía de sus estados en favor del emperador.

El segundo fue Cuitláhuac, quien murió antes del sitio de Tenochtitlán por una enfermedad (viruela).

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El tercero fue Cuauhtémoc, caído en sus manos el 13 de agosto de 1521, torturado en Coyoacán y finalmente ejecutado en un oscuro lugar entre México y Guatemala, cuando Cortés iba a la expedición de Las Hibueras.

Estos tres soberanos vienen materializados en el blasón en forma de tres coronas de oro puestas dos y una, en campo de sable.

La fuerza, constancia y valor han tenido en heráldica el símbolo del león. Por lo que se le otorgó a Hernán Cortés por las glorias conseguidas al imperio, en el tercer cuartel un león de oro que simboliza hechos heroicos, para ser perpetuado en su escudo de armas.

Finalmente, con la caída de Tenochtitlán, la obra de Cortés se consolida. Esta ciudad bordeada de lagunas está representada en el cuarto cuartel del escudo de Cortés.

Adicionalmente, en el escudo están representados otros señores vasallos de Moctezuma que señoreaban el lago.

Entre estos pudieron estar los caciques de Tacuba, Coyoacán, Iztapalapa, Texcoco, Chalco, Xochimilco y Tlatelolco. En la orla del escudo aparecen atadas sus cabezas como símbolo de vasallaje unidas por una cadena y candado.

Después, el Conquistador colocó a un león rematando el lámete del escudo, con el que indica fuerza, astucia y fiereza. A este león, Cortés le añade alas para indicar la fuerza de su vuelo.

Hernán Cortés, pertenecía por su padre Martín Cortés De Monroy, a la familia Monroy, que era importante familia cuna de hidalgos de gran honor y prestigio en Europa, por lo que Cortés añade al centro de su escudo, el blasón de la familia Monroy. Este escudo lo componen 4 palos de gules en campo de oro, y bordura de azul con 8 cruces de Jerusalén en plata.

Finalmente el lema que no se incluye en la cédula de concesión pero que Cortés añadió a sus armas, dice textualmente “Judicium domini aprehendit eos et fortitudo 203eum corroboravit brachium 203eum”. (El señor los juzgó en sus actos y fortaleció mi brazo.)

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Este escudo, realizado con mosaicos de Talavera (Puebla) puede apreciarse en el Palacio (hoy Museo) de Cortés en Cuernavaca.

Con la constitución del Mayorazgo de Hernán Cortés hacia 1535, éste modifica su heráldica, uniéndola con los blasones de la familia de Doña Juana de Zúñiga, su segunda esposa, perteneciente a una de las más altas y limpias estirpes españolas, quedando así compuesto por la heráldica de las familias Cortés-Zuñiga-Monroy-Altamirano-Arellano.

Hemos mencionado repetidamente como los historiadores mexicanos y podríamos hacer extensivo el comentario a los gobiernos mexicanos que han tomado

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la curiosa actitud de ignorar los hechos y obras de Hernán Cortés y relegarlo a planos inexplicables de negación, difamación y odio reconcentrado, y en donde se ha tomado el trillado y absurdo camino de ‘glorificar’ a los indígenas y vilipendiar a los Conquistadores, en una xenofobia que tiene hondo arraigo en las reclamaciones a favor de las condiciones de vida de los indígenas mexicanos, reclamaciones que desde hace muchos Siglos están vigentes y que no se han querido, sabido o podido responder.

La Independencia de España no cambió las condiciones de los indígenas, las revueltas posteriores y los gobiernos republicanos tampoco lo han hecho y las reclamaciones indígenas siguen vigentes sin resolver aunque ha habido ‘paliativos’.

En la actualidad se estima que en el México actual hay Doce Millones de personas indígenas, lo que representa aproximadamente el 11 % de los habitantes compuesto por 62 grupos de población que viven en condiciones de miseria y/o miseria extrema.

En México, la población indígena está distribuida por toda la nación pero se concentra especialmente en la Sierra Madre del Sur, la Península de Yucatán y en las zonas más remotas y de difícil acceso, tales como la Sierra Madre Oriental , la Sierra Madre Occidental y áreas vecinas a éstas.

Quizá se pueda afirmar que no es numerosa la población indígena en México debido al mestizaje, pero la presencia de los nativos mexicanos dentro de la identidad nacional está muy presente por el alto desarrollo de las culturas mesoamericanas; al igual que sucede en el Perú, Bolivia y Guatemala, la población mestiza y blanca de México se ve fuertemente influenciada e identificada por el indigenismo a diferencia de otras naciones americanas.

El estado con mayor población indígena es Oaxaca aunque mucho de ella ha emigrado y el que tiene mayor población indígena viviendo en su propio territorio es Yucatán.

Grupos étnicos como los zapotecos, mayas, nahuas, purépechas, mixtecos, yaquis, kikapúes y otomíes han logrado mejorar sus condiciones de vida y se han adaptado fácilmente a la cultura del comercio y la globalización; a pesar los esfuerzos realizados por diferentes organismos gubernamentales y no-gubernamentales en pro del reconocimiento legal de la cultura y de la calidad de vida de los pueblos originarios de México, existe aún en otros grupos indígenas con un alto grado de marginación, discriminación, desnutrición y pobreza extrema que los está llevando a la extinción de su cultura.

Sin embargo, se puede afirmar que no solamente son los indígenas mexicanos los que viven en condiciones de extrema pobreza.

De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo

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Social (Coneval), creado en el 2004 para medir la pobreza, en el 2000 había 24.1 millones de personas en condición de pobreza alimentaria, y en el 2008 eran 18.2 millones.

Resulta curioso, al menos para mi, que estos organismos, en su afán por presentar cifras ‘alegres’ y que políticamente den la impresión de abatimiento de la pobreza, han subdividido o clasificado la pobreza en diferentes rubros, y así, con la mano en la cintura, nos dicen que “en 1966 había 37.4 millones de personas en condición de pobreza alimentaria, 46.9 en pobreza de capacidades y 69 millones en pobreza de patrimonio”.

Realmente yo no lo entiendo, pues de una manera u otra, con esas divisiones sin explicación se tendrían que englobar los clasificados como ‘pobres’ lo que daría un total de 153.3 millones que resultan incompatibles con el Censo Nacional que arroja un total de 107 millones de habitantes en el territorio mexicano actual.

Aunque el número es extraordinariamente alto, tendríamos que considerar la cifra de 69 millones, esto es el 65 % de la población los que podrían calificarse como pobres lo cual concuerda más con la lacerante realidad cotidiana en la que ‘orgullosamente’ hay quienes ‘presumen’ de que el hombre más rico del planeta, es ‘mexicano’.

Estas cifras ‘alegres’, como hemos dicho nos indican que solamente un 35% de nuestra población ‘ahí la lleva’ subsistiendo dentro de constantes crisis económicas y políticas y que el gobierno, tanto el quien sabe porque Honorable Congreso de la Unión, los Representantes Populares y el mismo Poder Ejecutivo, nada hacen por remediar esa angustiante situación en la que vivimos 25 millones de mexicanos.

El Coneval, junto con otros muchos especialistas, reconoce que la estrategia más sólida para superar en forma definitiva la pobreza, pasa necesariamente por: hacer crecer la economía, crear empleos bien remunerados, impulsar una política social que garantice una buena educación, salud y vivienda.

Ese es el reto para la sociedad mexicana y los distintos niveles del gobierno.

Solamente quiero enfatizar un punto, que en mi opinión es el punto clave, y que es el tema de la Educación, sin la cual no se llegará a ningún lado y por educación me estoy refiriendo no a escolaridad, que es parte integral y máximo instrumento de desarrollo, sino a la Educación Integral que es no solo es necesaria sino indispensable.

En México hemos fracasado históricamente en nuestras políticas de reparto de la riqueza, aunque sí hemos conseguido implantar programas de asistencia social que tienen una amplia cobertura, pero este “éxito” sólo es un paliativo del grave problema pendiente y no es motivo de ‘celebraciones’, es una obligación.

No se vale ‘recargar’ todo el ‘problema’ o ‘situación’ en el Gobierno, porque debemos recordar que el gobierno es, o debe ser, la representación de la ciudadanía, y

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por lo mismo, es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros, los mexicanos, educarnos.

Y solamente a modo ilustrativo y por no ser parte integrante del escrito actual para concluir –momentáneamente- con el tema de la pobreza, anexamos una tabla comparativa de los porcentajes que el Ceneval atribuye a la población indigente en América Latina.

Volviendo a Hernán Cortés y al escrito materia de este trabajo, diremos como Bernal Díaz Del Castillo hace una glosa de la personalidad del Conquistador que resulta inadecuada a los ojos de los historiadores y cronistas que han dedicado su tiempo a minimizar las obras y acciones de este personaje histórico con el que México, en mi opinión, tiene una deuda, no de gratitud sino de reconocimiento.

Tomen nota que en Madrid, la capital de España, hay dos estatuas, muy bonitas y bien hechas, una de Moctezuma y la otra de Atahualpa….

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……y si tienen curiosidad y tiempo, en Extremadura, lugar natal de Don Hernán Cortés, hay un primoroso parque y una estatua que recuerda que este gran hombre nació en esa población, al igual que la hay en Cáceres y en Castilleja de la Cuesta, lugar en donde El Conquistador falleció, mientras que en México no hay una sola estatua de Hernán Cortés y si acaso, por error u omisión, alguna oscura callejuela lleve su nombre.

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Si acaso alguno de ustedes amables lectores sigue siendo partidario del indigenismo excluyente y a ultranza, y sigue considerando a Hernán Cortés como se ha considerado hasta la fecha por los cronistas e historiadores ‘oficiales’, enfatizando sus errores, magnificando sus defectos, ‘satanizando’ su figura, negando o minimizando sus logros y méritos, etc., entonces, por favor haga sus comentarios en algún dialecto indígena, no utilice el idioma que Hernán Cortés introdujo en México. Siquiera sea congruente con sus propias fobias.

Gerónimo.

El Imperio Azteca

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Introducción 2 Referencias 3

1.- Moctezuma II y Hernán Cortés 6 2.- Antecedentes de la Tercera Expedición 27 3.- Encuentro de Cortés y Moctezuma 38 4.- Marcha hacia Tenochtitlán 50 5.- Tenochtitlán 63 6.- Prisión de Moctezuma 79 7.- Matanza del Templo Mayor 90 8.- La Noche Triste 102 9.- Camino a Texcoco 11510.- Sitio de Tenochtitlán 12711.- Caída de Tenochtitlán 13912.- Inicia la Reconstrucción 15013.- Expedición a Las Hibueras 16214.- Muerte de Cuauhtémoc 17215.- Destierro de Cortés 18516.- Encuentro con Carlos V 19617.- Muerte de Hernán Cortés 208 Índice 224

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