el enigma de sor alba

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Clare, Alys - Los Misterios de la Abadía de Hawkenlye 04 - El Enigma de Sor Alba

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  • EEll eenniiggmmaa ddee ssoorr AAllbbaa:: CCuubbiieerrttaa EErrrroorr!! NNoo hhaayy tteexxttoo ccoonn eell eessttiilloo eessppeecciiffiiccaaddoo eenn eell ddooccuummeennttoo..

    1

  • 2

    NNDDIICCEE

    East Anglia y el sureste de Inglaterra ca. 1190 .................................................................................... 3

    Preludio ................................................................................................................................................ 4

    PRIMERA PARTE

    RECIN LLEGADOS

    Captulo uno ......................................................................................................................................... 6

    Captulo dos ....................................................................................................................................... 10

    Captulo tres ....................................................................................................................................... 15

    Captulo cuatro ................................................................................................................................... 20

    Captulo cinco .................................................................................................................................... 26

    SEGUNDA PARTE

    VIAJEROS

    Captulo seis ....................................................................................................................................... 32

    Captulo siete...................................................................................................................................... 38

    Captulo ocho ..................................................................................................................................... 44

    Captulo nueve ................................................................................................................................... 48

    Captulo diez ...................................................................................................................................... 55

    Captulo once ..................................................................................................................................... 59

    Captulo doce ..................................................................................................................................... 64

    Captulo trece ..................................................................................................................................... 70

    Captulo catorce ................................................................................................................................. 76

    Captulo quince .................................................................................................................................. 80

    Captulo diecisis ............................................................................................................................... 87

    Captulo diecisiete .............................................................................................................................. 92

    Captulo dieciocho ............................................................................................................................. 97

    TERCERA PARTE

    UNA MUERTE ANUNCIADA

    Captulo diecinueve.......................................................................................................................... 103

    Captulo veinte ................................................................................................................................. 109

    Captulo veintiuno ............................................................................................................................ 114

    Captulo veintids ............................................................................................................................ 118

  • 3

    Para mis padres,

    con mi ms sincero agradecimiento

    por su cario y su apoyo

    Dies nox et omina

    mihi sunt contraria,

    Virginium colloquia

    me fay planszer,

    oy suvenz suspirer..

    (Por el da, por la noche, / todos

    conspiran en mi contra, / y la charla

    de las doncellas / hace brotar mis

    lgrimas / y mis constantes suspiros.)

    Carmina Burana

    cantiones profanae

    EEAASSTT AANNGGLLIIAA YY EELL SSUURREESSTTEE DDEE IINNGGLLAATTEERRRRAA CCAA.. 11119900

  • 4

    PPRREELLUUDDIIOO

    El fuego prendi rpidamente.

    Al principio, de la aislada choza surgieron tan slo unos cuantos susurros de plida humareda.

    Azuzado por la ligera brisa, el humo se dividi formando distintos penachos, uno de los cuales fue

    arrastrado hasta el terreno en pendiente que haba detrs de la vivienda. En medio haba un viejo

    caballo adormecido, con los prpados cados. El animal se inquiet por el olor del humo, capaz de

    penetrar hasta en su comatoso estado. Empujado a moverse por las primeras sacudidas de alarma, se

    arrastr cuesta arriba y tan slo se detuvo al llegar a su rincn favorito, a la sombra del roble

    gigante.

    En el breve espacio de tiempo que el caballo emple en alcanzar su refugio, el fuego haba

    crecido. Haba crecido hasta alcanzar proporciones alarmantes, a medida que las diminutas chispas

    se iban apoderando de la materia seca a su alrededor, acariciando las gavillas de heno y de paja

    quebradiza, tragndose los cmulos de hojarasca seca y los puados de suaves escardillos.

    Entonces, el apetito de las llamas, ya no satisfecho con tan modestas ofrendas, se apoder en un

    abrir y cerrar de ojos de los trozos bien cortados de lea menuda.

    Luego ya no hubo marcha atrs. Apagar el incendio, aunque hubiera habido alguien por ah

    dispuesto o capaz de hacerlo, se iba convirtiendo rpidamente en una tarea imposible. El fuego

    haba tomado la casa; lo que ahora ruga y estallaba de alegra entre las paredes de la solitaria

    morada era como una forma terriblemente alterada y monstruosa del fuego domstico y silencioso

    que sola arder en ella.

    Aquellas llamas gigantes no haban sido atizadas para calentar los alimentos de una sartn o el

    agua de una olla; aquellas llamas haban cobrado vida con un designio muy distinto y mucho ms

    oscuro.

    Fuera, en la floresta del sotobosque que rodeaba la choza, algo se movi. Una rama de zarza fue

    delicadamente apartada y una pisada cautelosa se pos tmidamente sobre una pila de ortigas. Una

    hoja dentada roz el dorso de una mano y levant un juramento susurrado en voz baja cuando la

    carne herida hua del agudo ataque de la ortiga.

    El vigilante inadvertido se inclin un poco hacia adelante. Estirando el cuello en un esfuerzo por

    ver el interior de la choza en llamas sin abandonar su escondite, la figura pronto se olvid del leve

    dolor de la mano cuando todo el poder del fuego se hizo patente.

    La tensin pareca apoderarse de la abrigada figura.

    Entonces, de pronto, el olor de humo era diferente.

    Y cuando el rastro fugaz del olor a carne asada se intensific hasta hacerse absolutamente

    abrumador, el vigilante inadvertido solt una carcajada breve y desagradable.

    Pero no se trataba de la gozosa expectativa de una buena cena. No era buey, ni cordero, ni cerdo

    lo que cruja y se despedazaba en medio de las furiosas llamas.

    Era carne humana.

    La figura sali entonces de su escondite, como si fuera consciente de que ya no haba ninguna

    posibilidad de que alguien pudiera ser testigo de sus movimientos. Se arrastr lentamente hacia

    adelante, con un brazo levantado para protegerse el rostro de la violencia de las llamas, y estir una

    vez ms la cabeza para ver.

    El mirn se acerc ms y ms a la entrada de la choza. Avanzaba a trompicones, como si su

    deseo de ver luchara contra el mensaje ms apremiante de huir de las llamas y el dolor. La

    impaciencia por ver pareca estar ganando la batalla: mientras se cubra la cara y la cabeza con la

    capucha de la capa, dejando tan slo una pequea abertura para los ojos, la figura se col por el

    boquete en el que antes haba estado la puerta de la choza.

    Durante un breve instante, la figura se inclin hacia adelante y observ el interior en llamas.

    Entonces, con un alivio que se adivinaba por la repentina relajacin de los hombros al disiparse

    la tensin, dio media vuelta y se alej con presteza.

    El fuego tard en apagarse.

  • 5

    Las llamas consumieron todo lo combustible dentro de la cabaa y, poco a poco, su intensidad

    empez a disminuir. Con la puesta de sol y la llegada del anochecer, el fulgor del fuego se

    desvaneci y adquiri un brillo naranja rojizo. De vez en cuando, un pequeo fragmento de las

    vigas de madera que antes haban sujetado el techo se desprenda y caa sobre el resto del fuego,

    reavivndolo brevemente. A medida que fuera iba oscureciendo, un viento fro empez a soplar, y

    durante un rato atiz las llamas hasta hacerlas parecer un eco de su anterior fiereza.

    En el suelo de la cabaa haba un cuerpo con escasos vestigios de una vestimenta. Hasta sus

    botas de piel haban quedado destrozadas; una gruesa hebilla, que antes haba cerrado un cinturn,

    apareca ahora ennegrecida, y el cinturn, totalmente quemado en algunas partes.

    La victima yaca atravesada en lo que antao fue la chimenea central. Pareca como si ni siquiera

    hubiera hecho un intento por escapar del fuego; incapaz de prevenir la terrible agresin de las

    llamas, incapaz de huir de la conflagracin, lo que antes haba sido un ser humano con vida apareca

    ahora ennegrecido y deforme, con el pelo y la ropa reducidos a meros restos, la carne calcinada

    hasta los huesos.

    Cuando el calor empez a destruir el cuerpo, la musculatura se puso rgida y se contrajo. Y, en

    una terrible parodia de alguien que levanta los puos para defenderse como si los puos sirvieran para defenderse del fuego, el cuerpo tena los brazos flexionados por los codos y levantados frente a lo que ahora eran los restos del rostro.

    Con un pequeo suspiro, un cmulo de cenizas y madera carbonizada cercano al centro del fuego

    moribundo se desmoron de pronto. Hasta ese sonido pareci fuerte, puesto que ahora la noche ya

    estaba avanzada y fuera reinaban la quietud y el silencio. Sin embargo, dentro del cadver quemado,

    algo segua trabajando; la energa del fuego segua ardiendo lentamente, segua carcomiendo los

    huesos, la grasa y la mdula.

    Con la primera luz de la maana quedaba muy poco por ver de la vctima del fuego. Casi todos

    los huesos de su esqueleto se haban separado; lo nico que segua siendo reconocible al instante

    como resto humano era el arco formado por una parte de la caja torcica. Y la calavera, desnuda y

    oscurecida por el humo, con las rbitas oculares vacas negras y de mirada fija.

    Junto al costillar, otro elemento sobresala del suelo de la cabaa. Era una alcayata, hecha de

    hierro, y el extremo que sobresala del suelo haba sido redondeado para formar un aro. Antao

    haba estado clavado en la pared como anilla para atar a los caballos.

    Al fondo de la hendidura en la que el extremo del anillo se una con la parte de arriba, un

    fragmento de tela se haba salvado de las llamas. Era diminuto, y a primera vista pareca el extremo

    deshilachado de un trozo de bramante.

    Pero no era tela. Ni tampoco era bramante. Era lo nico que quedaba de la soga que haba

    mantenido a la vctima atada al lugar en el que posteriormente haba muerto y haba sido incinerada.

  • 6

    PPRRIIMMEERRAA PPAARRTTEE

    RREECCIINN LLLLEEGGAADDOOSS

    CCAAPPTTUULLOO UUNNOO

    Josse dAcquin yaca sudoroso, gimiendo, consumido por el dolor y delirando a causa de la fiebre.

    Tal vez su cuerpo estuviera a salvo en su cama de Nuevo Winnowlands, arropado bajo las

    mantas que estaban limpias cuando se acost y ahora estaban empapadas en sudor, pero su mente

    no se percataba de ello. Su cerebro tan slo era consciente de estar intentando escalar una abrupta

    pared de montaa, mientras acarreaba un peso enorme en la espalda desnuda y con el brazo estirado

    debajo de l, como si tratara de aguantar el peso de un cerdo enorme.

    El cerdo, por alguna razn que slo l conoca, embesta peridicamente hacia arriba, se pona a

    la altura de Josse y le clavaba los colmillos amarillentos en la carne caliente del antebrazo.

    Josse solt un grito, mientras se retorca en la cama empapada, con las piernas doloridas

    enredadas entre las sbanas revueltas. El cerdo volvi a atacarlo, fijando los dientes en su brazo y

    utilizndolos como nico punto de apoyo, de tal modo que todo su enorme peso qued colgando de

    la carne agonizante de Josse.

    El cerdo mir a Josse y le gui un ojo asombrosamente azul, y de pronto comenz a llover;

    fras, deliciosas gotas de agua que salpicaban generosamente, haciendo caer al cerdito burln y

    aportando un bendito y refrescante alivio al dolor...

    Y la doncella de Josse, Ela, como si hablara consigo misma, dijo en voz baja:

    Vamos, vamos, seor, poneos cmodo, as, dad a la herida tiempo para sanar. Se inclin para mojar el pao en agua helada, y luego volvi a colocarlo sobre el brazo de Josse. Y ahora os dar algo de beber y veremos si sois capaz de tomar un poco de caldo con la cuchara.

    Ahora despierto y en su sano juicio o eso crea l, Josse observ cmo el cerdo se alejaba trotando hasta el rincn ms alejado de su dormitorio, donde dio varias vueltas como lo habra

    hecho un perro que se acomoda en su perrera, antes de tumbarse y empezar a roncar.

    Ela, hay un cerdo en el rincn dijo Josse. Pero fue gracioso, porque sus palabras no parecan haber salido correctamente. Sonaba como si

    hubiera soltado un gemido. Lo intent de nuevo.

    Cerdo, Ela! repiti. Sorprendida de orlo hablar, la muchacha levant la mirada, le dirigi una sonrisa breve y tmida,

    y luego volvi rpidamente al cuenco con agua. Era una mujer terriblemente tmida e insegura, y a

    veces Josse pensaba que probablemente poda contar con los dedos de las manos el nmero de

    palabras que le haba dirigido en toda su vida por iniciativa propia.

    Lo intent de nuevo. Mientras luchaba por incorporarse lo cual fue un error por su parte, puesto que le provoc un mareo tan violento que sinti que iba a vomitar, gesticul con el brazo sano en la direccin del cerdo. Mientras segua con los ojos el dedo que sealaba, balbuce:

    El cerdo, Ela... Tan slo para darse cuenta de que haba desaparecido. Ela le tom con cuidado el brazo izquierdo y volvi a colocarlo sobre la cama, al tiempo que

    tiraba de las mantas y se las arreglaba alrededor del pecho. l dese que no lo hubiera hecho, puesto

    que de todos modos tena demasiado calor y no haba ninguna necesidad de que lo arroparan como

    a un nio enfermo. Vuelvo en seguida lo tranquiliz ella, con una voz que apenas superaba el susurro; luego

    recogi su pao y su cuenco, se alej de la cama y se dirigi hacia la puerta sin darle la espalda,

    como si se tratara de un personaje de la realeza.

    Josse escuchaba sus sonoros pasos mientras ella se apresuraba en bajar la estrecha escalera que

    llevaba al vestbulo. La oy gritarle a Will para informarlo de que no deba comentrselo al amo qu mujer tan boba, tal vez imagin que, debido a la herida del brazo, Josse se haba quedado

    tambin sordo, pero que estaba muy preocupada y tema que sir Josse estuviera casi a punto de expirar a causa de la fiebre...

    Fiebre murmur en voz alta. Fiebre.

  • 7

    De hecho, saber que tena fiebre alta le supuso un buen alivio. Las fiebres provocaban delirio,

    no? Y sudores, y mareos, y nuseas, y sueos extraos, y visiones de cerdos imaginarios en la

    habitacin.

    Fiebre. Todo bien, entonces.

    Durante un breve y horrible lapso de tiempo, Josse haba temido estar perdiendo la cabeza.

    Cuando volvi a despertar, calcul que faltaba poco para el amanecer; la oscuridad tena un

    matiz perlado que, aunque todava no poda llamarse propiamente luz, pareca sugerir que la llegada

    del da no estaba lejos.

    Josse yaca y pensaba en los amaneceres que haba visto. Pero eso le exiga demasiada

    concentracin para lo dbil que se senta, de modo que dej deambular la mente.

    Era consciente de sentirse distinto; el mundo haba perdido aquella cualidad extraa e irreal que

    haba tenido durante los ltimos... los ltimos, qu? Tal vez das, o semanas?

    Me her en el brazo record. Antes ya haba sufrido una herida con una espada, y luego me recuper. Me curaron, alguien muy experto...

    Ese recuerdo le provoc un dolor distinto; un dolor en el corazn, en la memoria. Abandon esos

    pensamientos.

    La herida estaba cicatrizando bien pens, para desviar la mente. O eso era lo que yo pensaba. Sal cabalgando... no? Es as? S. Cabalgando. Con... Frunci el ceo, tratando de recordar el nombre de su amigo. Un hombre con un perro lobo quera que lo acompaara a cabalgar, vea a la bestia siguiendo sus pasos... Y yo tom aquella zanja, justo al fondo de mi propio huerto, y el viejo

    Horace se asust por algo y estuvo a punto de tirarme al suelo, aunque yo me las arregl para

    sujetarme. Pero las sacudidas y las contorsiones me abrieron ese corte del brazo, un poco de aire

    contaminado debi de entrar en la herida abierta y se infect.

    Mientras el recuerdo ntegro le regresaba a la memoria lo que result ser slo temporal, Josse record que el amigo del perro lobo era su vecino Brice, y que el dolor en su herida infectada haba

    sido tan terrible, tan continuado, que haba llegado a suplicarle a Will que le amputara el brazo y

    acabara con aquel tormento.

    Josse se estaba dando cuenta rpidamente de que recordar lo terrible que haba sido la agona no

    le aportaba nada bueno. Fuera cual fuese la razn por la que el dolor haba remitido, haba dejado de

    tener vigencia; ahora, con la velocidad de una marea inminente sobre una playa, volva a atacarlo

    con furia.

    Y, por si eso no fuera suficiente, vena acompaado de un calor repentino en la sangre que lo

    haca sentirse como si estuviera ardiendo.

    Intentando gritar al tiempo que haca rechinar los dientes, Josse llam a Will. O a Ela. O a quien

    fuera...

    A Brice de Rotherbridge, propietario de la mansin contigua a Winnowlands, no le sent muy

    bien que lo sacaran de la cama antes de la primera luz del da. Tras dirigirse a la puerta a grandes

    zancadas para preguntar a su sirviente por el motivo de la llamada, fue informado de que Will, de la

    casa de Josse dAcquin, estaba fuera, desesperado por la enfermedad de su amo, sin saber adonde acudir ni qu hacer, y...

    Brice no esper a or ms. Se ech la capa por encima de los hombros, meti los pies dentro de

    las botas y mont su caballo, para luego salir de su propiedad y entrar en la de Josse en menos

    tiempo del que nunca hubiera credo posible.

    Cuando entr con sigilo en el dormitorio de Josse pronto qued claro que no haba necesidad de silencio, puesto que el propio Josse no slo estaba despierto, sino que berreaba de dolor, Brice se qued horrorizado ante el estado de su amigo.

    Se inclin sobre la cama ola a sudor y a enfermedad y pos una mano en la frente de Josse. Est ardiendo! grit, volvindose hacia Will, y luego hacia Ela. Cunto tiempo lleva as? Ela, percibiendo una acusacin, se tap el rostro con el delantal y no quiso responder, pero Will

    aguant el tipo. Con los hombros erguidos, dijo:

  • 8

    Ocurri el da en que salieron a cazar juntos, seor. El patrn estuvo a punto de caerse, y eso le desgarr la herida del brazo, y...

    S, s, s, eso ya lo s! lo interrumpi Brice. Quiero decir que cunto tiempo lleva con esta fiebre! Repentinamente, lleno de rabia, grit:

    No entendis lo que es la fiebre, ninguno de los dos? Puede que vuestro patrn se est muriendo, y vosotros estis ah, inmviles como un par de grgolas!

    Ante eso, Ela rompi a llorar y sali corriendo de la habitacin. Mirndola con ansiedad, Will se

    volvi de nuevo hacia Brice.

    No haba necesidad de decir eso, sir Brice dijo. Ela ha sido como su sombra, ha cuidado del patrn da y noche, todo el tiempo. Y es porque no sabamos lo que buenamente debemos hacer que

    vine a buscaros.

    Le devolva la mirada a Brice con la misma furia que Brice lo miraba a l; no fue sino como una

    idea tarda que aadi a su explicacin la palabra seor.

    La rabia de Brice desapareci tan rpido como haba llegado. Pos una mano sobre el hombro de

    Will y dijo:

    Lo lamento, Will. Por favor, atribuye mis malos modos a los nervios. Disclpame tambin ante Ela, te lo ruego.

    Will asinti fugazmente con la cabeza.

    Y ahora Brice volvi a dirigirse a Josse, qu vamos a hacer? Muy cerca de l, Will le susurr:

    Hemos avisado al cura. Al padre Anselm? Dios mo, es que esperis que vuestro patrn se muera? Chis! exclam Will, aunque Josse pareca estar demasiado extraviado en su propio mundo de

    dolor como para orlos. No, sir Brice, por supuesto que no, por lo menos mientras haya algo que Ela o yo podamos hacer para evitarlo. No, la verdad es que he odo decir que el cura tiene algunos

    conocimientos mdicos; bueno, al menos, ms que nosotros.

    Brice frunci el ceo.

    Probablemente, el bueno del cura precipitar el paso de vuestro patrn al otro mundo antes que sanarlo musit. Es una sanguijuela, Will. Cree que una buena sangra es la cura para todo, desde tribulaciones de la carne hasta un ataque de sfilis.

    Lo siento, seor. Pens que... empez a decir Will. De nuevo, Brice dio una palmada tranquilizadora al hombro de Will.

    Hiciste lo que creas mejor, Will, y a nadie se le puede pedir ms. No, yo s lo que hay que hacer con sir Josse. Sonri brevemente mientras pensaba en la solucin. Will, podras conseguir un carro lo bastante largo como para que un hombre ms bien alto quepa tumbado en l? Y

    tambin un caballo estable?

    S, sir Brice, eso lo tenemos. Pues entonces, ve a prepararlo. Pon en l almohadas y mantas, todo lo que se te ocurra, y agua

    para beber y para poder refrescar la piel del paciente.

    Con una expresin de asombro, Will pregunt:

    Vamos muy lejos, seor? A qu lugar? Cuando Brice se lo dijo, una sonrisa empez a dibujarse en el rostro de Will.

    Cuando Josse sali fugazmente de su delirio, se sorprendi al ver a tres hombres que rodeaban su

    cama. A Will haba esperado verlo Will y Ela haban estado cuidndolo con devocin, pero qu haca Brice all?

    Y, todava ms asombroso, por qu haba recibido la visita del padre Anselm?

    ... Debo insistir en que se me permita tratarlo como me parezca ms adecuado deca el cura, acarreando un cuenco con lo que a ojos de Brice parecan unas asquerosas sanguijuelas.

    Cmo tratasteis al sirviente del viejo sir Alard hace unos aos? Sangrndolo hasta que se qued plido como la nieve recin cada! le grit Brice.

    Era necesario protest el padre Anselm, al igual que ahora!

  • 9

    El hombre de Alard no opinara lo mismo! le respondi Brice a gritos, aunque pudiera hacerlo desde su tumba!

    Mientras Josse los miraba, Brice le hizo un gesto a Will, y acercndose al lado izquierdo de Josse

    al tiempo que Will se acercaba al derecho, le aadi al cura:

    Sin embargo, si realmente deseis ser til, podis ayudarnos a bajarlo hasta el carro que est en el patio, y...

    Pero, justo en ese momento, cuando Will y Brice empezaron a levantarlo, Josse dej de

    escucharlos. Porque, aunque su sirviente y su amigo haban sido extremamente cuidadosos, el ms

    leve movimiento le resultaba insoportable.

    Y ser levantado, sacado de la cama, transportado por la habitacin y hasta el carro que lo

    esperaba fuera supona mucho ms que un movimiento leve.

    En el momento en que doblaban la esquina de la escalera, Josse se desmay.

    Al despertar se encontr mirando hacia un cielo claro de primavera, con el sol clido

    acaricindole el rostro y una alondra piando con fuerza cerca de ellos.

    Estaba en un carro; a su lado, Will dormitaba, con los ojos cerrados y los brazos cruzados

    alrededor de su ancho pecho. Entre las rodillas de Will haba un cubo de agua. Consciente de pronto

    de lo desesperadamente sediento que estaba, Josse intent llamar.

    Cuando Will se despert y lo oy, la desesperacin de Josse era tan grande que, para su

    humillacin, senta ganas de llorar. Will, furioso con su propio descuido e insultndose a s mismo

    con palabrotas impropias de la sociedad culta, le dio un vaso tras otro de agua fresca, mientras le

    refrescaba la cara y el cuello con sumo cuidado.

    Josse se acomod de nuevo, con la sed ya saciada, y se le ocurri preguntarse adonde se dirigan.

    Will? Al instante, Will lo escuch con rigidez:

    Patrn? Will, adnde vamos? Una amplia sonrisa ilumin el rostro del sirviente.

    Pues vamos a ver a las hermanas, patrn. Fue sir Brice quien lo sugiri, y por mi vida, no entiendo por qu Ela y yo no pensamos en ello antes.

    Las hermanas repiti Josse, pensando feliz en los claustros sombreados, en las manos capaces y atentas, en las sbanas limpias y almidonadas y en los medicamentos con aroma de hierbas; las monjas de la abada de Hawkenlye.

    Eso dijo Will, asintiendo con nfasis con la cabeza. Aquella hermana enfermera, cmo se llama?

    Sor Eufemia aclar Josse. Eso, ella asinti Will; vamos a verla a ella, seor. Y, con una firme seguridad que Josse comparta totalmente, Will aadi:

    Ella lo curar en menos que canta un gallo.

  • 10

    CCAAPPTTUULLOO DDOOSS

    Helewise, abadesa de Hawkenlye, se arrodill en la iglesia de la abada, mientras se concentraba

    en sus plegarias.

    Rezaba humildemente por la caridad de amar a cada una de sus hermanas, incluso y en especial a la menos amable de todas. Tambin le peda a Dios unos pocos das de buen tiempo, lo cual podra detener los lamentos constantes de sor Tiphaine, porque las hierbas aromticas del

    jardn no acababan de crecer. Ms all de estas dos peticiones concretas, subsista su ruego habitual

    para que le fueran concedidos o bien un par extra de manos para s misma lo cual representara, en realidad, un extrao milagro o, siendo ms realistas, que Dios la ayudara a saber delegar el trabajo.

    Corra el mes de abril y, de momento, ese ao de 1192 haba sido muy ajetreado para la abadesa

    de Hawkenlye. En febrero, haban tenido aquel inquietante asunto de la fugitiva, Joanna de

    Courtenay; la emocin de aquellas semanas segua siendo un buen tema de conversacin entre las

    monjas en los momentos de recreo. Luego estuvo la preocupacin por el rey, todava ausente en las

    cruzadas en Tierra Santa. Era muy devoto y loable que un rey cumpliera sus deberes ante Dios con

    un entusiasmo tan incondicional, reflexion Helewise.

    Pero qu haba de los deberes del rey Ricardo para con su reino?

    Con la mente alejndose de sus plegarias, Helewise record la ltima vez que la madre del rey

    Ricardo, la reina Leonor, haba visitado Hawkenlye. Como siempre, la dama haba llegado con

    prisas y tambin como siempre Helewise y sus hermanas haban procurado que los dos breves das, todo lo que la reina Leonor pudo quedarse, estuvieran llenos de paz y de tranquilidad.

    Abadesa, vos y vuestras hermanas me mimis demasiado le dijo Leonor a Helewise la primera velada, cuando, despus de una cena esplndida, servida en una celda preparada especialmente en

    los alojamientos de la invitada, Helewise llam a la puerta y le llev una piedra caliente envuelta en

    un pao para que la reina se calentara los pies y un jarrn de vino caliente con especias para

    ayudarla a dormir.

    Para nosotras es un gran placer poder hacerlo la tranquiliz Helewise. El vino consigui que ambas mujeres se relajaran. Como haca a menudo, Leonor le confi

    algunas de sus preocupaciones a Helewise. Y, casi tan importante para Helewise, la reina le rog

    que compartiera con ella algunas de sus propias preocupaciones.

    La reina percibi que la abadesa estaba desbordada de trabajo, lo cual provoc en Helewise una

    mezcla de alivio y pesar. Tambin se dio cuenta de que pedir ayuda no estaba en la naturaleza de

    Helewise, y ella tampoco se la ofreci.

    Lo que aconsej fue que la abadesa llevara a cabo una serie de cambios en la gestin

    administrativa de la abada.

    Simplemente es cuestin de acostumbrarse a una manera de enfocar los asuntos le dijo con firmeza. Vos, Helewise, os veis como el eje del timn. Todo lo que ocurre en la abada es vuestra responsabilidad y tiene relacin con vos, no es as?

    Yo... bueno, s. Pero eso es lo que significa mi nombramiento como abadesa, por supuesto. Naturalmente. Sin embargo, imaginad, por favor, que el timn no es un crculo, sino un

    tringulo que descansa sobre su base y con una punta que seala hacia arriba. Lo imaginis? Helewise asinti. Ahora, trazad varias lneas a travs del tringulo; advertid cmo las mismas son ms estrechas arriba y ms gruesas en la base, de acuerdo?

    S. Bien. Ahora, vos estis arriba de todo. La lnea de arriba, que es la ms fina, es para vuestras

    subordinadas ms inmediatas; slo hay unas pocas, cuatro o cinco, tal vez. La lnea siguiente es

    para sus subordinadas: caben ms, lo veis?, y la lnea de debajo de la suya, para las subordinadas

    de stas, y as hasta abajo del todo.

    Comprendo. Ahora, segn este modelo prosegua la reina, como si Helewise no hubiera contestado, los

    nicos asuntos que llegarn hasta arriba del todo son los que ningn subordinado por debajo de vos

    haya sido capaz de solucionar. Le dirigi a la abadesa una rpida mirada escrutadora. Por supuesto, el xito o el fracaso del concepto depende de que vos os reprimis de inmiscuiros con el

    PCccccResaltado

  • 11

    ofrecimiento de vuestra ayuda y vuestros consejos antes de que os los pidan y cuando no sean

    necesarios.

    Todava arrodillada frente al altar, Helewise reprimi una sonrisa. Al parecer, la reina, Dios la

    bendiga y la proteja, haba sabido ver en el corazn de la abadesa con claridad. Las dificultades que

    Helewise estaba experimentando con la delegacin de asuntos lo demostraban, sin duda.

    Helewise volvi a dedicar toda su atencin a Dios y concluy sus plegarias. Pronto, el resto de la

    comunidad entrara en la iglesia; deba de ser casi la hora tercia. Despus de sta, se prometi que

    convocara a dos o hasta a tres de sus subordinadas y abordara el problema de la hermana Alba.

    Al cabo de un rato, Helewise se sent a la amplia mesa de roble de su habitacin y mir a travs

    de ella a sor Eufemia, sor Basilia y sor Edith. Las tres monjas conversaban entre s. De hecho,

    Helewise se dio cuenta de que conversar no era la palabra exacta: estaban discutiendo.

    El objeto de la discusin era la nueva monja, la hermana Alba. Se encontraba en la rara situacin

    de ser una religiosa ordenada que haba abandonado su anterior convento y ahora esperaba ser

    admitida en Hawkenlye. Tena a su cargo a sus dos hermanas menores, Meriel y Berthe. Meriel

    tena diecisis aos, Berthe catorce; Alba era bastante mayor que ellas.

    Para empezar, a Helewise la haba impresionado el profundo sentido de responsabilidad hacia su

    familia que la hermana Alba demostraba. Al parecer, se haba apartado de una comunidad religiosa

    en algn lugar de East Anglia una comunidad que, segn Alba, la llenaba de alegra y satisfaccin para atender a las necesidades de sus hermanas menores. Sus padres haban muerto recientemente, con una semana de diferencia y de una enfermedad violenta, y las dos pequeas se

    haban quedado abrumadas por la tristeza y por el terror de que la enfermedad pudiera llevrselas

    tambin a ellas.

    Los padres no eran propietarios de la pequea granja en la que trabajaban y, segn Alba, sus dos

    hermanas se encontraron repentinamente en la indigencia. Por tanto, ella tom la difcil decisin de

    dejar el convento que le haba aportado tanta felicidad para tomar a Meriel y a Berthe bajo su

    responsabilidad y llevrselas bien lejos de aquel ambiente de desolacin.

    Las llev a Hawkenlye porque haba odo hablar del milagroso santuario de la Virgen del Valle

    de Hawkenlye, cuya agua sagrada era administrada a los enfermos de mente y de cuerpo, y que se

    estaba convirtiendo rpidamente en un lugar de peregrinaje. Al solicitar su admisin, le dijo a

    Helewise y aqu, la abadesa haba detectado cierto grado de calculada adulacin: Se dice que tenis una gran compasin hacia las personas angustiadas, enfermas o necesitadas, abadesa. Y que

    nunca abandonis a aquellos que acuden a vos con el corazn puro y las intenciones honestas.

    Helewise las admiti.

    Alba, como monja ordenada, fue aceptada como miembro de pleno derecho en la comunidad,

    con la condicin de que deba formar parte del grupo de novicias y no del de las plenamente

    ordenadas durante los seis primeros meses, para as poder adaptarse a las costumbres de

    Hawkenlye. A Meriel y a Berthe, de las que su hermana afirmaba que tenan intencin de tomar los

    votos como postulantes tan pronto como les fuera posible, de momento y mientras se recuperaban

    de su afliccin, se les iba a encontrar una ocupacin como miembros legos de la comunidad.

    ste era, pues, el historial de sor Alba.

    Sin embargo, pens Helewise, meditando sobre ello una vez ms, qu es lo que le haca estar

    recelosa? No haba actuado Alba con responsabilidad y buen sentido? No habra hecho lo mismo

    cualquiera que se hubiera encontrado en su lugar?

    S, era todo muy loable y muy verosmil...

    Y, sin embargo...

    Sor Eufemia levant la voz para mofarse de algo que sor Edith haba comentado, interrumpiendo

    as los silenciosos pensamientos de Helewise; la abadesa se oblig a poner punto y final a sus

    preocupaciones y a escuchar la conversacin que tena lugar en su presencia. Pero, lejos de

    tranquilizarla, aquello slo sirvi para exacerbar su ansiedad.

    Oh, Dios mo! pens al cabo de un momento. Tanta animosidad! Y quin soy yo para recriminarles sus emociones, cuando debo admitir que siento exactamente lo mismo?

  • 12

    Dej que las tres mujeres prosiguieran con su debate, escuchndolas atentamente y siguiendo su

    filmo, preparada para intervenir ante cualquier sugerencia racional que alguna de ellas pudiera

    hacer. La reina Leonor se habra sentido orgullosa de ella, reflexion brevemente. Despus de una o

    dos miradas dubitativas hacia ella tan extrao les resultaba que su abadesa se limitara a escucharlas?, se pregunt Helewise, las tres mujeres parecieron aceptar su silencio y se lanzaron a la discusin.

    Yo tuve a sor Alba trabajando para m en la enfermera durante tres semanas dijo sor Eufemia. Le di instruccin (la misma que les doy a todas las recin llegadas) y fui permisiva con sus muy naturales remilgos. Todo el mundo los tiene la primera vez que viene a trabajar conmigo, y

    puedo tolerar los desmayos y las vomitonas cuando una muchacha es nueva a la visin de la sangre

    y todo eso. La hermana Edith se estremeci visiblemente. Lo que no puedo tolerar continu sor Eufemia, ignorndola es la falta de tacto. La falta de compasin.

    Y opinis que sor Alba carece de esas cualidades? pregunt sor Basilia. S, hermana, carece de ellas dijo sor Eufemia con firmeza. Como he dicho, es de esperar que

    una muchacha palidezca ligeramente la primera vez que ha de curar una herida que supura, o vendar

    el mun sangrante de un amputado, o sujetar el barreo mientras yo dreno una pstula. Yo misma

    tuve que salir a vomitar, en mis primeros tiempos de enfermera, cuando mi superior me haca

    limpiar la cama y el trasero de un viejo con descomposicin; bueno, se trataba de un ataque

    especialmente grave, haba mucha sangre en las...

    Bueno, ya est bien, no es necesario que os explayis la interrumpi sor Edith bruscamente. Bah gru sor Eufemia, mirando a sor Edith. Y entonces, como si recordara la tesis que quera

    defender, prosigui: Mirad, el fin es que el paciente no se d cuenta de que ests disgustada por la condicin en que se encuentra su pobre cuerpo enfermo. Eso es lo que les digo a todas mis

    enfermeras, y deben aprender a dominar sus reacciones, que nunca, jams, deben demostrar. Y ste

    es el punto que sor Alba se niega a obedecer.

    Tal vez no sea capaz de hacerlo! protest sor Edith. No todas estamos bendecidas con vuestros dones, sor Eufemia. Yo misma tengo la sensacin de que no sera capaz de contener mi

    repulsin ante... bueno, ante algunos de los pobres desgraciados a los que vos atendis. Otro estremecimiento recorri su pequea figura mientras se cubra delicadamente la boca con su mano

    plida de largos dedos, como para reprimir sus palabras. O algo peor.

    Sor Eufemia la miraba con dureza.

    Deberais superar vuestras manas, hermana, por si alguna vez se os ordenara trabajar en la enfermera le dijo, cortante.

    Sor Edith pareca sobrecogida:

    Oh, pero yo... Eso difcilmente ocurrir intervino sor Basilia, puesto que sor Edith es muy buena maestra. Sor Edith le dedic una mirada de agradecimiento.

    Y ahora, hermana dijo, dirigindose a sor Edith, contadnos vuestras experiencias con sor Alba.

    Sor Edith cerr los ojos y apret los labios, como para concentrarse mejor. Sus manos

    descansaban encima del regazo; sor Edith no adoptaba casi nunca la costumbre del resto de las

    monjas de esconder las manos dentro de la manga opuesta cuando no desempeaban ninguna tarea

    manual. Tena las manos muy bonitas, de piel plida y suave, de formas elegantes, con largos dedos

    que acababan en unas uas perfectas como conchas marinas. Sor Edith las levant y, muy lenta y

    cuidadosamente, junt las palmas y las sostuvo bajo el punto de su pequeo y delicado mentn.

    Sor Eufemia solt un leve ronquido.

    Despus de un buen rato, sor Edith que aparentemente haba decidido juzgar el resoplido de sor Eufemia como algo poco femenino y, por tanto, fingir que nunca haba ocurrido abri los ojos, baj las manos y dijo:

    Sor Alba vino a verme hace una semana, de modo que mis comentarios deben interpretarse tan slo como una valoracin preliminar. Sin embargo, debo confesar que no se ha adaptado nada bien

    a nuestra comunidad. Sus oscuras cejas descendieron en una breve mueca, pero ella no permiti

  • 13

    que la severidad embargara mucho ms tiempo su dulce y limpio rostro. Se muestra impaciente con las nias, en especial con las ms pequeas. Del mismo modo, muestra un claro desacuerdo con

    los objetivos de nuestra pequea escuela. Parece no entender el sufrimiento y las necesidades

    particulares de las hurfanas y las criaturas abandonadas a nuestro cuidado. Y la o decir que... Oh,

    no! No debo...

    Hermana, estamos aqu con el objeto de discutir las dificultades que sor Alba parece tener en adaptarse a nuestra comunidad le record sor Eufemia. No estamos cotilleando; necesitamos saber cualquier detalle que pueda ser relevante.

    Con expresin de mrtir, como si quisiera decir est bien, pero yo no quera contarlo, sor Edith

    declar:

    O a sor Alba hablar con una de las... ya sabis. Una de esas chicas. Una de las nias de reformatorio? intervino sor Basilia. Nias de reformatorio era la expresin que se utilizaba para los bebs de las mujeres de mala

    vida, abandonados por sus madres en el momento de nacer, cuando las mujeres, a pesar de las

    splicas de las monjas, volvan a incorporarse al mundo. Y a su antigua manera de ganarse la vida.

    S asinti sor Edith. De hecho, sor Alba fue muy ofensiva. Admito que la nia la estaba agotando, pero tan slo tiene cinco aos. El hecho es que ella, sor Alba, sugiri que no vala mucho

    la pena ensear nada a la hija de una furcia (disculpadme, pero sa es la palabra que utiliz), cuando

    lo ms probable era que la nia acabara haciendo lo mismo que su madre.

    No! exclam sor Basilia. Sor Eufemia miraba a sor Edith con una nueva y ms respetuosa expresin, como si su horror

    ante lo que sor Alba le haba dicho a una criatura inocente se la mostrara con una luz nueva y mejor.

    En resumen concluy sor Edith cuando pareca que ya nadie iba a aadir ningn comentario, debo decir que no creo que sor Alba tenga en absoluto vocacin para la enseanza.

    Sor Basilia pareca preocupada.

    Sin aptitud para la enfermera dijo, sin aptitud para la enseanza, y yo no har ms que apoyar lo que ambas habis dicho cuando relate mis propias experiencias. A sor Alba, lamento

    decirlo, no le gusta el trabajo duro. O, al menos, el tipo de trabajo duro que hacemos en el refectorio

    y las cocinas. Se ofreci voluntaria para trabajar en las bodegas. Dijo que conoca bien el sistema de

    abastecimiento y que sera muy escrupulosa con la seleccin y la proteccin del vino; cuando yo le

    dije que ya tenamos a una bodeguera muy capaz en sor Goodeth y que, de todos modos, no era una

    funcin que se acostumbrara a asignar a una recin llegada, pareci muy molesta.

    Y qu fue lo que hicisteis? pregunt sor Eufemia. Sor Basilia sonri levemente.

    La puse a lavar cacharros declar. Pero creo que no hizo casi nada. Tengo la impresin de que sor Anne la encubri.

    Muy bondadoso por parte de sor Anne recalc sor Eufemia. Sor Anne tiene un carcter dbil dijo delicadamente sor Basilia. Tiene tendencia a ceder ante

    una personalidad ms fuerte y a hacer lo que le dicen.

    Helewise, aunque escuchaba todo el tiempo, tena la mirada perdida en la distancia. No fue hasta

    que volvi a mirar al terceto que se dio cuenta de que todas la miraban a ella.

    Gracias, hermanas dijo. Todas habis hecho lo que estaba en vuestras manos con sor Alba, y agradezco vuestros esfuerzos. Ahora reflexionar sobre todo lo que me habis contado y decidir lo

    que hay que hacer.

    Se hizo un silencio incmodo, durante el cual Helewise not como las tres monjas se miraban

    entre s.

    Abadesa, podemos hablar con franqueza? pregunt sor Eufemia. Helewise reprimi una sonrisa.

    Por supuesto. Acostumbris a hacerlo, podra haber aadido.

    Nosotras, vos... La enfermera se aclar la voz y volvi a empezar: Abadesa, lo que nosotras tres pensamos es que no est bien que vos seis molestada con este asunto, teniendo en cuenta todo

  • 14

    el trabajo que ya tenis. Sor Basilia, aqu presente, recordaba que, antes, en vida de la vieja sor

    Mara, ella era la patrona de las novicias, pero, como ahora ya no tenemos tanta afluencia de nuevas

    monjas, ese oficio ha quedado ms o menos absorbido por el resto de nosotras. En especial, vos. Y

    nos preguntbamos, por qu no nombrar a alguien y volver a cubrir el puesto?

    Por un momento, Helewise se pregunt malhumorada si Eufemia no habra estado hablando con

    la reina Leonor. Pero no, no vala la pena. Y, de todos modos, tenan razn.

    Habis pensado en la persona indicada? pregunt, intentando parecer que las animaba y no como si acabara de tragarse la irritacin.

    De nuevo, las tres monjas se miraron entre s. Entonces, sor Basilia dijo:

    Pensamos en sor Amphelisia. Sor Amphelisia. Lo bastante joven para conservar la empata hacia las postulantes y las novicias,

    pero a la vez con los suficientes aos de vida conventual detrs que la investan de dignidad y de

    autoridad. Actualmente trabajaba con la sabihonda y distante sor Bernardina en la conservacin y la

    copia de la pequea coleccin de manuscritos sagrados de la abada. Y, como Helewise saba bien,

    no estaba especialmente contenta con su trabajo.

    Sor Amphelisia como patrona de novicias? Por qu no?

    Helewise medit su respuesta antes de hablar.

    Hermanas dijo finalmente, est claro que habis dedicado a este asunto una reflexin cuidadosa y diligente, y os lo agradezco.

    Respir profundamente, mientras se daba cuenta de que todava le costaba un gran esfuerzo

    delegar la autoridad en los dems, y conclua que era demasiado orgullosa. Tendra que mantener

    una larga, dolorosa y humillante sesin con el padre Gilbert, quien sin duda le impondra una dura

    penitencia. Por el bien del alma, naturalmente, y por su crecimiento en la vida religiosa.

    Oh, Dios mo.

    Dnde se encontraba?

    Hablar con sor Amphelisia dijo, mientras se levantaba para demostrar a las hermanas que daba por terminada la reunin.

    Las hermanas Eufemia, Basilia y Edith le hicieron una reverencia, luego salieron de la estancia

    de Helewise. sta escuch cmo se alejaban hacia el claustro, con la esperanza de que hicieran

    algn comentario en voz alta de lo que acababa de suceder. Pero no fue as.

    Aadiendo el pecado de la curiosidad (bueno, cotillera) a la larga lista que habra de susurrar al

    odo despiadado del padre Gilbert, Helewise estir la espalda fatigada y se puso a pensar en la

    mejor manera de plantear el asunto del nombramiento de la futura patrona de novicias.

  • 15

    CCAAPPTTUULLOO TTRREESS

    A la maana siguiente, la abadesa sala de la capilla cuando un ligero alboroto en las puertas la

    alert del hecho de que la abada haba recibido un visitante.

    Sor Marta, que haba dejado su horca y haba salido corriendo desde los establos, sujetaba la

    cabeza de un caballo de aspecto dcil mientras la portera, sor Ursel, permaneca tras el carro del que

    tiraba el corcel. Ambas monjas lanzaban ruidosas exclamaciones e intercambiaban comentarios con

    un hombre de aspecto extraamente familiar que se sentaba en la parte delantera del carro y sostena

    las riendas.

    Antes de que Helewise fuera capaz de deducir de quin se trataba, otra figura emergi de la parte

    trasera del carro y, con sor Ursel trotando tras l e intentando sujetarlo por la manga Es la abadesa! No debis acercaros a ella, est muy ocupada!, se abri paso hasta Helewise.

    Os saludo, abadesa dijo, esbozando una reverencia. Disculpad mi falta de ceremonial, pero sir Josse yace en el carro, gravemente enfermo, con fiebre alta, y nosotros, es decir, sir Brice y yo,

    hemos...

    Pero Helewise ya corra hacia el carro.

    El hombre que estaba al frente s, por supuesto, se trataba de sir Brice de Rotherbridge, el propietario vecino de Josse salt del carro mientras ella corra hacia l, y la sujet cuando Helewise estuvo a punto de caer.

    Abadesa, necesitamos los conocimientos de vuestra enfermera dijo l en voz baja, acercando el rostro al suyo.

    Qu le ocurre? pregunt, jadeando, con el corazn en la garganta. Luego, al darse cuenta de que su comportamiento distaba de la dignidad propia de una abadesa,

    recompuso su postura, se alej un poco de sir Brice y dijo, con ms calma:

    Sor Eufemia lo atender tan pronto como pueda. Sir Brice, queris, vos y... mir con expresin curiosa al otro hombre.

    Will dijo Brice. Por favor, queris llevar a sir Josse hasta la enfermera? dijo, sealando la puerta. Sor

    Marta, sor Ursel, tal vez podrais ayudar?

    Se apart y observ cmo, con mucho cuidado, Will y Brice giraban el cuerpo alto y robusto

    para sacarlo del carro, sujetndolo por debajo de cada hombro, mientras sor Marta, una mujer de

    complexin fuerte, corra a sujetarlo por debajo de la cintura. Sor Ursel le cogi los pies y,

    avanzando con una delicadeza exagerada, los cuatro se dirigieron hacia la enfermera. Helewise los

    adelant y, sin permitirse ni una mirada fugaz al rostro de Josse, fue a advertir a sor Eufemia de su

    llegada.

    Los minutos siguientes iban a ponerlos a prueba a todos ellos. Sor Eufemia se mostraba tranquila

    en medio de la confusin, a pesar de tener que pensar en tres cosas a la vez; adems de a Josse,

    supervisaba el parto de un beb que vena en mala posicin, y al mismo tiempo se ocupaba de

    administrar un sedante contra el dolor a un hombre al que estaban a punto de amputarle la mano

    izquierda, gangrenada.

    Dispuso un espacio para Josse al fondo de la enfermera, en una zona que, aunque le

    proporcionara una mayor intimidad, obligaba a sus cuatro portadores a acarrearlo hasta el final del

    largo pabelln. A pesar de su mxima atencin, entre los cuatro se las arreglaron para volcar un

    cubo de agua, tirar una mesita en la que haba pociones herbales y golpear la cabeza de Josse contra

    el umbral de la puerta. El ltimo accidente provoc que el paciente rompiera su silencio; el grito de

    dolor que emiti consigui helar la sangre de Helewise.

    Con un gesto apenas perceptible, sor Eufemia haba avisado a dos de sus enfermeras. Y cuando,

    con una insistencia corts pero firme, stas se abrieron camino ms all de Helewise, Brice y Will,

    la abadesa y los dos hombres se encontraron apartados de la cama de Josse.

    La enfermera la mir; sor Eufemia frunci brevemente los labios con una expresin de ansiedad.

    Oh, Dios mo pens Helewise. Creo que es tan grave como me tema.

  • 16

    Sor Eufemia se volvi entonces hacia su paciente. Mientras sor Beata y sor Judith se ponan

    manos a la obra quitndole la camisa al enfermo y retirando el vendaje manchado de sangre del brazo, Helewise pudo echar un breve vistazo al rostro de Josse.

    No puedo soportar verlo as, pens.

    Luego, dejando a un lado sus sentimientos personales y asumiendo de nuevo el manto de

    abadesa de Hawkenlye le costaba recordar un momento en el que eso le hubiera resultado tan difcil, le dijo a Brice:

    Por favor, acompaadme. Pedir que os traigan algo de comer a vos y a Will y, si lo deseis, os ofrecemos la hospitalidad de la abada mientras vemos si se va a..., quiero decir, hasta que sepamos

    en qu estado se encuentra sir Josse.

    Brice y Will, advirti Helewise, parecan tan aturdidos como ella se senta. Pareci que

    esperaban que ella fuera la primera en hacer algn gesto separndose del paciente y saliendo de la

    enfermera; as, con una breve reverencia a Brice, los condujo hacia afuera, y volvieron a cruzar el

    pabelln para encontrarse de nuevo bajo el brillante sol del exterior.

    La larga espera fue ms llevadera para Helewise que para los dos hombres. Ella estaba en su

    medio, y tena la ronda diaria de obligaciones con las que ocupar la mente, evitando as

    obsesionarse con aquella figura agonizante y de rostro plido que haban dejado en la enfermera.

    Tambin contaba con el inmenso alivio de la plegaria. La hora sexta haba llegado y acabado;

    ahora se acercaban las nonas, y todava no haba noticias de la enfermera, excepto un lacnico

    sigue vivo.

    Cuando se diriga a la capilla de la abada, Helewise advirti a Brice y Will. Estaban sentados en

    un banco de piedra, junto a la puerta de entrada. Brice dibujaba cenefas en el suelo con un palo,

    Will permaneca con los brazos cruzados y la vista perdida al frente.

    Se dirigi hacia ellos. Los dos hombres se levantaron al verla acercarse y, tendindoles las

    manos de manera impetuosa, les dijo:

    No queris venir a rezar con nosotras? Una vez pronunciado el oficio, le pediremos a Dios que proteja con su amor a Josse y que alivie su dolor.

    Yo os acompao, gracias, abadesa dijo Brice. Will permaneci en silencio, mirando al suelo; a Helewise le pareci ver que sacuda brevemente

    la cabeza.

    Pero luego, cuando un movimiento casi imperceptible la hizo volver la cabeza y mirar desde su

    puesto cerca del altar hacia la entrada de la iglesia, advirti que Will haba entrado sigilosamente y

    estaba arrodillado a solas, junto al portn de la capilla.

    De alguna manera, tener al devoto sirviente de Josse unido a aquellos que rezaban tanto por

    Josse le pareci a Helewise extraamente reconfortante.

    Fue al anochecer cuando la hermana Eufemia fue a buscar finalmente a Helewise para darle

    noticias concretas.

    La abadesa se encontraba en sus aposentos; al ver entrar a la enfermera y mientras la saludaba

    con una reverencia, se pregunt si deba avisar a Brice y a Will.

    Como si sor Eufemia le hubiera ledo la mente algo que ocurra con frecuencia entre ellas, le dijo, al tiempo que se colocaba bien:

    Os lo dir primero a vos, abadesa, si me permits. Luego, puedo pediros que se lo comuniquis a los otros, sir Brice y como se llame?

    Por supuesto dijo Helewise. Se dio cuenta de que Eufemia estaba agotada; le resultara mucho ms cmodo contrselo todo a una persona sola que a tres a la vez. Por favor, hermana, entrad y sentaos aqu, en mi silla.

    Sor Eufemia se qued bastante sorprendida ante esa sugerencia.

    Por favor, eso no, abadesa! dijo, echando los hombros hacia airas. Os lo agradezco. Cmo se encuentra? pregunt Helewise en voz baja. Sor Eufemia asinti con la cabeza.

  • 17

    Vivir. Y, Dios mediante, creo que le hemos salvado el brazo. Es un hombre fuerte, muy fuerte; de lo contrario, ahora estara muerto. Ese sirviente suyo ha estado haciendo todo lo que ha podido,

    pero me temo que l y su mujer no tienen ningn conocimiento mdico. Probablemente se limitaron

    a darle de beber y a enjuagar la herida de vez en cuando (y debo reconocer que el vendaje estaba

    relativamente fresco y bien colocado), pero imagino que ninguno de ellos saba cmo actuar ante

    una subida violenta de la fiebre.

    Pero vos s sabis dijo Helewise, afirmndolo con seguridad; no poda soportar que existiera ninguna duda al respecto.

    S asinti Eufemia. Sor Anne y sor Judith limpiaron y vendaron el brazo tan pronto como vos abandonasteis la enfermera; le ped a sor Tiphaine que me ayudara a preparar el medicamento ms

    fuerte que pudiramos darle. Gracias a Dios, estamos en primavera, y las plantas que necesitamos

    estn ahora verdes y en todo su esplendor. Hizo una pausa y frunci el ceo, como si repasara mentalmente lo que haba hecho y se preguntara si olvidaba algo. En fin, creo que hicimos todo lo debido. La fiebre est bajando.

    Alabado sea el Seor musit Helewise. Amn contest Eufemia, todava con el ceo fruncido. Hermana? pregunt Helewise. Qu ocurre? Sor Eufemia sacudi la cabeza, como si quisiera ahuyentar los pensamientos que la molestaban.

    Nada; al menos, nada importante. Sonri fugazmente a Helewise. No os inquietis, abadesa querida. Como os dije, no va a morir, de eso estoy segura. No creo que el buen Dios est impaciente

    por llamarlo a su lado hasta dentro de mucho tiempo.

    Slo estaba... empez a decir Helewise. Pero no supo cmo continuar. De todos modos, haba algn motivo para ocultar, ante la observadora y receptiva Eufemia, el lugar tan especial que Josse

    ocupaba en su corazn?

    Eufemia le dedic de nuevo una sonrisa de afecto y comprensin.

    Yo tan slo me pregunto cmo un hombre con una herida grave en el brazo se empea en salir a cabalgar con su enorme corcel y a sortear obstculos, eso es todo. Solt un suspiro. No le dijimos que haba tenido suerte de salvar el brazo, la primera vez que result herido? Haca falta

    decirle que no hiciera grandes esfuerzos hasta que la herida estuviera totalmente cicatrizada?

    Sacudi la cabeza, indignada ante las maneras de actuar de los hombres.

    Eso parece, s dijo Helewise. Es un hombre de accin, hermana. Deba de resultarle muy difcil tener que permanecer sentado como un invlido.

    La enfermera la mir con astucia.

    Especialmente cuando tena otras cosas en la cabeza dijo. Cosas que estaba tramando. Un hombre de accin, como vos decs, siempre est dispuesto a salir a galopar y a pegar unos cuantos

    saltos para dejar de pensar en sus cosas, no es as?

    Helewise asinti. Ella tambin recordaba lo abatido que Josse pareca al principio de la

    primavera. Puede que Joanna de Courtenay hubiera aplicado su magia para salvarle el brazo, pero

    haba otros legados de aquel breve momento de febrero que no cicatrizaron con tanta rapidez.

    Pero lo ms razonable, pens, era no hablar ms de cosas que era mejor olvidar.

    Estaba infectado todo el corte? le pregunt a sor Eufemia. Ser la cicatrizacin tan larga y dolorosa como me temo?

    Claro que no respondi la enfermera. Esa chica saba lo que haca, y los msculos y los tendones estn bien remendados. No, como os he dicho, slo hay una parte de la herida, la ms

    profunda, que se ha resistido a la cura. Y cuando el muy necio sali de caza, debi de torcerse el

    brazo y le salt la costra. Eso provoc que le entrara suciedad, y algn tipo de infeccin le pas a la

    sangre. Y el resultado lo visteis esta maana: una fiebre que le quemaba las entraas y todo un bol

    de pus infeccioso.

    Oh... dijo Helewise dbilmente. Eufemia, a pesar de todas sus habilidades y conocimientos, tena tendencia a olvidar que no todo

    el mundo con el que hablaba estaba habituado al lado sucio de la enfermera como lo estaban ella

    y sus hermanas.

  • 18

    Abadesa, querida, os habis puesto muy plida! exclam la enfermera. No os movis, os traer un reconstituyente.

    Gracias, hermana, pero no va a hacer falta. Helewise respir profundamente un par de veces y la sensacin de mareo se le pas. Volvi a

    encontrarse con la mirada preocupada de sor Eufemia.

    Puedo verlo? Por supuesto, si es lo que deseis le respondi la hermana Eufemia, sorprendida de que su

    superiora le pidiera permiso a ella. Tan slo debo advertiros que est profundamente dormido. La adormidera y la mandrgora no proporcionan un sueo ligero aadi entre dientes.

    Mientras pronunciaba una rpida y silenciosa plegaria que la ayudara a ser capaz de controlar sus

    emociones, Helewise acompa a sor Eufemia hasta la enfermera.

    Josse yaca como muerto, tan profundamente dormido que ni siquiera se movi.

    Sor Eufemia se inclin a tocarle la frente.

    Ya no tiene tanta fiebre como antes dijo. Sigue mejorando? susurr Helewise. S respondi la enfermera, sonriendo. No es necesario que susurre, abadesa. Ahora mismo,

    no se enterara de nada aunque estuviera en medio de una batalla.

    Un fuerte olor flotaba en el ambiente; bastante agradable, pero con elementos difcilmente

    distinguibles... Helewise olisque, tratando de identificarlos.

    Le hemos puesto cataplasmas en el brazo dijo la enfermera, mientras levantaba un pao suave que envolva los hombros de Josse. Veis, abadesa? Hoja de col para drenar la infeccin, lavanda y consuelda para limpiar, ajo picado para combatir los humores amarillos de las secreciones...

    Lavanda y ajo, pens Helewise. No era exactamente una combinacin habitual de aromas.

    ... hubiera preferido tener flores de lavanda y unas cuantas hojas ms de consuelda prosegua la enfermera, pero sor Tiphaine todava no dispone de muchas plantas frescas, con el mal tiempo que ha hecho y todo eso y, por supuesto, la lavanda todava tardar en florecer.

    Las dos mujeres permanecieron un rato mirando a Josse en silencio. Luego la enfermera dijo,

    con una ligera e inhabitual inseguridad:

    Pensis que tiene mejor aspecto, abadesa? Helewise se dio cuenta de su falta de tacto. Esa mujer excelente, su cualificada y apreciada

    enfermera, llevaba todo el da trabajando con el mximo detenimiento, y Helewise todava no le

    haba dedicado ni una sola palabra de agradecimiento o de reconocimiento!

    Se volvi hacia sor Eufemia:

    Por supuesto que s, hermana. Y disculpad que no lo haya dicho antes. Vacil, dudando si deba continuar.

    Teniendo presente sus posiciones relativas dentro de la comunidad, deba esforzarse siempre por

    mantener una distancia, incluso con las monjas ms veteranas. Pero, por otro lado, no haba nadie

    que pudiera escucharlas. Y Eufemia, como ella bien saba, era una mujer capaz de apreciar y honrar

    una confidencia...

    Sir Josse es un apreciado amigo y un aliado de nuestra comunidad prosigui finalmente, cambiando de opinin. Si algo le ocurriera, todos lo echaramos mucho de menos.

    Respir profundamente. Justo cuando iba a pronunciar las palabras yo en especial, sor

    Eufemia le toc la manga.

    Lo s, abadesa dijo en voz baja. Y, por primera vez en aquella larga jornada, Helewise sinti que las lgrimas le inundaban los

    ojos. Es extrao pens, mientras se volva para ocultar el rostro detrs de su cofia cmo a menudo nos las arreglamos para aguantar el tipo mientras esperamos con tensin un desenlace

    temido, y nos derrumbamos luego, cuando todo ha terminado y lo peor no ha ocurrido.

    En especial, cuando una alma bondadosa nos dedica unas palabras amables.

    Sor Eufemia actu con mucho tacto y se inclin a comprobar la cataplasma. Helewise aprovech

    el momento para secarse las lgrimas.

  • 19

    Dejaris a vuestro enfermo, a todos los enfermos, para acompaarme a las vsperas? le pregunt a sor Eufemia. La enfermera estaba entre el grupo de monjas que tenan permiso, cuando

    sus necesidades lo requeran, para ausentarse de la iglesia durante las horas cannicas.

    Lo har dijo sor Eufemia. Dedic entonces una ltima mirada a Josse y se apart de su cama. Otras hermanas lo vigilarn durante mi ausencia; ahora necesito dar gracias.

    Como todos asinti Helewise. A veces resultaba fcil olvidar, reflexion mientras las dos abandonaban la enfermera y

    cruzaban hasta la capilla, incorporndose a la fila de otros miembros de la comunidad que acudan a

    la plegaria nocturna. Pasar por alto el hecho de que la enfermera, las monjas enfermeras que la

    ayudaban, todas ellas no eran ms que instrumentos. Y que, por muy expertas que fueran las manos,

    la sanacin no slo de Josse, sino de todas las pobres almas que descansaban en la enfermera y que haban sobrevivido al final de un da ms no tena otro origen que el propio Dios.

    Con el corazn aligerado por el alivio que supona el primer paso de Josse en el largo camino

    hacia su recuperacin, Helewise agach humildemente la cabeza ante la bondad de Dios y cruz la

    puerta de la iglesia.

  • 20

    CCAAPPTTUULLOO CCUUAATTRROO

    Alo largo de la semana siguiente, sor Eufemia batall contra la infeccin en el brazo herido de

    Josse. Aunque la fiebre no volvi a subir hasta el ardor que haba puesto en peligro su vida, la

    inflamacin de la herida se empeaba en persistir.

    Brice y Will regresaron a sus respectivas casas, al parecer, no del todo convencidos por la

    afirmacin de la enfermera de que sir Josse iba a sobrevivir. Will, con una expresin atenta, se

    despidi de la abadesa con las palabras siguientes:

    Rezad por l, abadesa. El buen Dios os escuchar. Y ella as lo hizo. Todas las hermanas rezaron, y las monjas enfermeras probaron una pocin tras

    otra, pero la batalla todava no estaba del todo ganada. Sor Eufemia, consciente de lo que la prdida

    del brazo derecho significaba para un caballero, sin embargo, se preparaba para lo que pareca

    inevitable.

    Luego, tras una misteriosa ausencia que la oblig a hacer penitencia por sus tres devociones

    perdidas, sor Tiphaine apareci un anochecer en la enfermera con un pequeo cazo de barro entre

    las manos.

    Probad esto dijo, entregndoselo a la enfermera. Qu es? Sor Eufemia haba retirado la cubierta de tela y olisqueaba el contenido del cazo:

    Hum, huele muy bien. Es algo que todava no hemos probado. Sor Tiphaine pareca reacia a mirar a su hermana a los ojos.

    De acuerdo, pero qu es? Un remedio secreto respondi sor Tiphaine, con una mueca cmplice. Dicen que parte de la

    magia se desvanece si se revela el secreto.

    Hermana, de verdad, estamos... empez la enfermera. Pero luego se interrumpi, agradeciendo su aportacin a la hermana Tiphaine con una inclinacin de la cabeza y prometindole que probara

    la nueva pocin con su paciente sin demora.

    Era la manera de actuar de sor Tiphaine, pens al cabo de un rato, observando a un Josse

    durmiente como si la pocin fuera a anunciar su eficacia de inmediato. Conoce bien sus hierbas, de

    eso no hay duda; pero, a veces, ese aire de misterio que la rodea hace casi sospechar que mantiene

    un pie en el pasado pagano. Magia, ha dicho. La pocin secreta posee magia, una magia que

    disminuira si sus ingredientes fueran revelados.

    Basta ya de actuar como una campesina supersticiosa y recuerda quin eres! A sor Eufemia le

    dio un vuelco la conciencia. Inclinando la cabeza, se enoj consigo misma y le ofreci a Dios una

    breve pero sincera disculpa por haber dudado, ni que fuera por un instante, si las palabras de su

    extraa hermana herborista podan tener algn sentido...

    Y pronto, ya fuera gracias a las plegarias de las hermanas, a la pocin de la hermana herborista, a

    los cuidados devotos de la enfermera o a la propia fortaleza de Josse, o tal vez a una combinacin

    de las cuatro circunstancias, la infeccin empez a remitir.

    Una tarde, al despertar de una agradable siesta, Josse abri los ojos para encontrarse frente a s

    con un rostro desconocido que lo vigilaba. Un par de ojillos brillantes lo miraban fijamente y sin

    pestaear; enmarcados por unas pestaas largas y oscuras, tenan el mismo tono azul nebuloso,

    ligeramente violeta, de las primeras campanillas...

    La muchacha cuyo bello rostro adornaban vesta con una sencilla tnica de un color ocre

    indeterminado; llevaba la cabeza descubierta, y su espesa cabellera oscura caa en rizos

    desordenados que, al parecer, se haban resistido al esfuerzo de la chica por dominarlos en una cola.

    Su juventud no deba de tener ms de trece o catorce aos y su manera de vestir indicaban que no era una de las hermanas; en Hawkenlye, hasta las postulantes vestan de negro y llevaban la

    cabeza cubierta. Y Josse pens, divertido, que ninguna de las postulantes con las que se haba

    encontrado antes tena ese nivel de picarda y de alegra en el rostro.

  • 21

    Quin eres? le pregunt. La muchacha se qued un momento boquiabierta y luego exclam:

    Oh, habis hablado! S asinti l. Es que te han dicho que me haba quedado tonto? No, claro que no! Dijeron que estabais gravemente herido y que apenas empezabais a

    recuperaros, y que deba quedarme aqu a vuestro lado y vigilaros y, cuando despertarais, deba

    correr a avisar a sor Eufemia o a alguna de sus hermanas, as que, ser mejor que lo haga.

    Se levant de su postura medio arrodillada junto a la cama pero, justo a tiempo, l alarg el

    brazo izquierdo y la atrap por un pliegue de la falda.

    No te vayas tan rpido! le dijo. Qudate y hblame. No, no debo! le respondi con expresin horrorizada. Sor Eufemia fue muy rotunda: En el

    preciso instante en que se despierte, me dijo. Oh, por favor, si desobedezco, va a hacer que me

    encierren y me tengan a pan y agua durante una semana!

    El hombre advirti un brillo especial en sus ojos cuando hablaba; tena la vaga impresin de que

    era una chica que obedeca cuando quera, pero que, de lo contrario, estaba perfectamente dispuesta

    a hacer exactamente lo que le vena en gana y acarrear con las consecuencias.

    Est bien dijo l. Ve a avisarlas, entonces. Pero asegrate de volver. De hecho, no era mala idea ver a la enfermera; su gesto repentino para atrapar a la chica por el

    vestido, aunque lo haba hecho con el brazo sano, le haba provocado cierto mareo y un punzante

    dolor desde la herida hasta el hombro.

    Lo har! grit la chica mientras se alejaba. Oy su voz clara que gritaba mientras corra: Sor Eufemia, sor Eufemia! Se ha despertado, y

    habla!, antes de que la enfermera la interrumpiera con su estricto tono de voz:

    Chiiis, silencio, nia!

    La muchacha cumpli su palabra. Al cabo de un rato, cuando Josse haba pasado un momento

    doloroso con la hermana Eufemia, volvi a verlo. La herida de Josse, a pesar de la delicadeza con

    que la enfermera la manipul, todava provocaba latidos de dolor ardiente mientras volvan a

    vendarla; ahora ya no tena tantas ganas de conversar alegremente como haca un rato.

    Y la muchacha, gracias a Dios, pareci darse cuenta. Se acuclill a su lado y le sonri,

    compasiva.

    Os ha dolido mucho? le pregunt en voz baja. Luego, como si supiera que l no tena realmente ganas de hablar, prosigui:

    Una vez me ca de un rbol y me abr la barbilla contra una roca. Se poda ver hasta el hueso, era horrible, blanco como un muerto y un poco brillante. Y cuando me cambiaban el vendaje, yo

    lloraba muy fuerte, y mi madre me dio... De pronto se detuvo y una expresin de dolor oscureci su alegre rostro. Se acerc ms a Josse y le susurr: Mi madre muri. Cogi una enfermedad y muri.

    Josse estir la mano izquierda torpemente, puesto que ella estaba a su derecha y, despus de un instante de vacilacin, ella se la tom.

    Es terrible perder a la madre le dijo delicadamente. Lo siento muchsimo. Ella se sec las lgrimas con la mano que le quedaba libre:

    Mi padre tambin est muerto aadi. No era tan carioso como mi madre, pero estoy segura de que nos quera a su manera. Al menos, eso es lo que dice Alba.

    De pronto, la chica pareci triste, como si la mencin de Alba, fuera quien fuese, la hubiera

    deprimido.

    Alba? la instig Josse. Mi hermana. Mi hermana mayor. Tambin est Meriel. Tiene diecisis aos. Meriel, quiero

    decir; tiene dos aos ms que yo. Alba es mucho mayor que nosotras. Es monja.

    Ya veo dijo Josse, aunque no estaba muy seguro de qu era lo que vea. Todava no me has dicho tu nombre.

    Berthe declar la muchacha.

  • 22

    El dolor en el brazo, aunque disminua, segua haciendo mella. Josse, pensando que un poco de

    conversacin lo distraera si consegua reunir las fuerzas, intent pensar en maneras de animar a su

    encantadora compaera a que siguiera hablando mientras l la escuchaba.

    Berthe repiti. Y dira que no ests dispuesta a tomar los hbitos, y... S lo estoy lo interrumpi ella, para su sorpresa. No hasta que sea mayor, dice Alba, pero

    debemos hacerlo, Meriel y yo. Alba dice que debemos; no tenemos casa, ningn lugar donde vivir,

    ahora que nuestro padre ha muerto. Se acerc ms a l y le confi: l no era el propietario de la granja, sabis? Meriel y yo no tuvimos ningn problema mientras l viva, nosotras lo cuidbamos

    y no nos importaba, de verdad, cuando l... bueno, siempre tenamos bastante para comer y, como

    padre deca, tenamos un techo en el que cobijarnos y estbamos calentitas y resguardadas la mayor

    parte del tiempo, que es ms de lo que mucha gente puede decir. No podamos quejarnos, deca

    padre, y cuando me oa... Bueno, no debamos protestar. l tena razn, yo lo desobedec, y era su

    deber como padre... Y luego, cuando Meriel conoci a... Bueno, hubo... En fin, que tenemos que

    hacernos monjas, y eso es todo.

    Josse pens que la muchacha le haba dicho ms con sus vacilaciones y omisiones que con lo que

    le haba contado realmente. Tena la fuerte impresin de que haba aspectos de su joven vida que le

    haban obligado, bajo la amenaza de alguna represalia terrible, a mantener en secreto. Qu otro

    motivo poda tener para cortar tantos comentarios?

    Y por qu, las varias veces que se haba referido a su padre fallecido, haba dejado de hablar de

    la madre?

    Josse intent atar cabos y hacerse una imagen de aquel hombre: Un granjero arrendador, con

    pretensiones de ser el dueo de su puado de acres, que sale adelante pero slo lo justo, con la

    cabeza bien alta, y ay de aquel que lo compadezca. Duro a la hora de aplicar castigos cuando su

    familia protesta, dominante y con su dulce mujer relegada al silencio. Sin ningn ahorro, de modo

    que, cuando sus hijas se quedan de pronto hurfanas, ambas se ven en la indigencia y sin dinero.

    De modo que vienen a Hawkenlye, donde, sin tener en cuenta si tienen vocacin o no, todas se

    convertirn en monjas.

    Esa cosita, con sus ojillos maliciosos y su palique, convertida en monja?

    Ah, pero...

    Josse haba olvidado ya dnde estaba. Y, lo ms importante, quin era la sabia alma que

    gobernaba las idas y las venidas de aquella abada. La abadesa Helewise, pens, con un respiro de

    alivio, no admitira nunca a una postulante empujada a serlo por otra persona. Ella, con sus ojos

    sabios y receptivos, no obligara a aquella criatura a tomar los hbitos a menos que Berthe estuviera

    muy segura de que Dios la haba llamado y que ella quera responder a su llamada.

    Qu opinan Alba y Meriel sobre el hecho de ser monjas? pregunt. Meriel no muestra casi nunca lo que siente; al menos, ahora, pero a Alba le gusta mucho dijo

    Berthe. Ah, s, Josse record entonces que Alba ya haba sido ordenada. Bueno, todo lo que a Alba pueden gustarle las cosas. Una dbil sonrisa cruz el rostro de Berthe. Alba dice que no hemos venido a este mundo a disfrutar, que debemos trabajar y rezar, y luchar todo el tiempo para superar

    el pecado original.

    Y t, lo crees? Josse no lo vea muy probable. Creo que no entiendo realmente lo que es eso del pecado original dijo Berthe, bajando la voz

    hasta el susurro, pero estoy bastante convencida de que Alba tiene razn, y debemos estar en guardia contra l. Sus ojos azules miraron fijamente a Josse. Vos sabis qu es?

    Eeeh... Josse no estaba muy convencido de comprender ms que Berthe. Eh, Adn y Eva pecaron dijo, esforzndose por pensar, y cada uno de nosotros llega al mundo manchado por ese pecado. Bueno, por el mismo pecado, o algo as.

    Sonri a la chica dbilmente, con la esperanza de que su parca explicacin hubiera sido

    suficiente. Pero, claramente, no era as.

    Pero cul fue el pecado? insisti Berthe. Si Adn y Eva lo hicieron, entonces fue hace muchsimos aos, y seguramente ya no sigue acechndonos, tratando de tentarnos a transgredir

    ahora!

  • 23

    Tentarnos a transgredir, pens Josse. Imagin que esa frasecita no sala de la cabeza de

    Berthe, y se pregunt quin habra estado sermonendola.

    Eh... tampoco podemos evitar nuestra manera de llegar al mundo improvis; es la naturaleza, y es el mismo modo para todos nosotros: el rey, el caballero, el pobre, el Papa y el santo. Bueno,

    excepto la Virgen Mara, porque ella fue la Inmaculada Concepcin. Tema estar hundindose cada vez ms profunda e irrevocablemente en la discusin filosfica. Comprendes? concluy, esperanzado.

    Berthe neg con la cabeza.

    No. No lo entiendo dijo frunciendo el ceo. A qu os refers con nuestra manera de llegar al mundo? Y qu es la Inmaculada Concepcin? Pens que concepcin era cuando se pone a las

    yeguas y las vacas con el caballo o el toro, cuando van a tener cras.

    Con gran alivio, Josse se percat entonces de que en su ala de la enfermera acababa de entrar

    otro visitante. Uno que, con paso delicado, haba llegado sin hacerse notar y que, por la sonrisa en

    su cara, pareca haber estado escuchando, al menos, una parte de la conversacin.

    Sonri a Berthe.

    En realidad, no soy la persona ms indicada para contestarte dijo. Pero, por suerte, esta buena dama s lo es. Berthe, conoces a la abadesa Helewise?

    Helewise haba aplazado su visita a Josse hasta despus de nonas. No era que no estuviera

    deseosa de verlo; lejos de ello, haba estado impaciente por asegurarse de que realmente se

    encontraba en vas de recuperacin desde la primera vez que sor Eufemia le haba comunicado la

    repentina mejora de su estado.

    Fue, de hecho, su impaciencia lo que la empuj a retrasar la visita. Era perfectamente consciente,

    sin necesidad de que su confesor hubiera llegado a sacrselo, de que haba dedicado mucho ms

    tiempo del debido a preocuparse por Josse. Aunque, sin llegar a desatender sus obligaciones, de eso

    se haba asegurado bien.

    Pero haba descubierto que era perfectamente posible cumplir con las obligaciones de manera

    convincente mientras la mente y el corazn permanecan en otro lugar. Incluso se haba descubierto

    capaz y de ello se senta amargamente avergonzada de recitar el oficio con los labios mientras sus pensamientos permanecan con aquella larga e inmvil figura que descansaba en la enfermera.

    Ya haba pedido el perdn de Dios por ese pecado seguramente tan daino contra Su amor,

    incluso antes de que el padre Gilbert le impusiera la penitencia. Forzarse a esperar casi todo el da

    antes de ver a Josse con sus propios ojos haba sido idea suya; le haba costado mucho ms que

    nada de lo que el padre Gilbert le haba ordenado.

    Incluso una vez en la enfermera, no se permiti correr rpidamente al lado de Josse. En vez de

    eso, antes comprob que todos los pacientes estuvieran recibiendo el cuidado adecuado, parndose

    aqu junto a la cama de un amputado, all junto a un hombre convaleciente de sfilis, y dando una

    pequea vuelta por la zona donde dos mujeres que acababan de dar a luz le ensearon orgullosas a

    sus recin nacidos. Tambin busc y habl con la enfermera y sus dos ayudantes, dedicando, como

    siempre, un par de frases a cada una.

    Era duro el trabajo en la enfermera. All, las monjas trabajaban muchas horas, y no estaban

    dispuestas a dejar marcharse a nadie de este mundo a menos que estuvieran muy convencidas de

    que la llamada de Dios no poda ser rechazada. Helewise, consciente de que algunas de las labores

    que hacan con horrible regularidad sor Eufemia y sus hermanas le revolveran el estmago, quera

    siempre asegurarse de que el personal de la enfermera conoca bien lo mucho que la abadesa

    apreciaba su labor.

    Al final, permiti que sus pasos siguieran el archiconocido camino hasta la cama de Josse.

    ... Qu es la Inmaculada Concepcin?, preguntaba una joven voz. Berthe, pens Helewise,

    esbozando una sonrisa. Oh, santo Dios, Josse pareca haberse metido en un buen lo. Y era el

    momento de discutir las lindezas de la filosofa teolgica, convaleciente como se encontraba?

    Reprimiendo las ganas de rer, Helewise avanz hacia ellos.

  • 24

    El alivio que reflej el rostro de Josse al verla que, al instante, le pas el problema a ella le sugiri lo que sospechaba: que no se encontraba en condiciones de resolverlo.

    Berthe se haba puesto de pie y le dedicaba a Helewise una reverencia relativamente graciosa Gracias, Berthe, murmur Helewise, y Josse se recost, con evidente alivio, sobre sus almohadas.

    La joven Berthe me ha estado animando con una agradable conversacin dijo Josse. S, ya lo he odo contest Helewise; su fina irona haba sido dirigida solamente a Josse, y slo

    l le respondi con una breve sonrisa de complicidad.

    Abadesa, tengo permiso para preguntaros sobre el pecado original y esas cosas? le pidi Berthe. Josse dice que...

    Sir Josse la corrigi Helewise. Perdn, sir Josse dice que vos podis explicarlo mejor que l... Helewise suspir.

    El pecado original hace referencia a la desobediencia de Adn y Eva en el Jardn del Edn, una desobediencia que, puesto que todos descendemos de los primeros padres, heredamos dijo. Le dirigi a Josse una mirada de fingido reproche. La Virgen Mara puede ser, de hecho, la nica alma sagrada en haber nacido sin haber heredado ese pecado, o eso diran nuestros maestros

    eclesisticos, y por esa razn nos referimos a la Virgen bendita como la Inmaculada Concepcin.

    Pero... insisti la irreprimible Berthe. Berthe, querida, no es ni el momento ni el lugar para la instruccin teolgica le record

    Helewise con delicadeza.

    Lo siento, abadesa, es slo que Alba dice... S perfectamente lo que dice Alba. Estas ltimas palabras surgieron con ms contundencia de

    la que Helewise hubiera querido; no era justo enfadarse con Berthe por culpa de los deslices de

    Alba. Y ahora te ruego que nos dejes solos, Berthe prosigui, en un tono mucho ms amable. Es obvio que tu visita le ha hecho mucho bien a sir Josse Josse asinti con entusiasmo, pero ahora deseo hablar con l.

    Berthe se ruboriz de placer ante el cumplido.

    Os he hecho bien, de veras? pregunt, paseando la mirada de Josse a Helewise y viceversa. El s de Helewise y el de Josse sonaron a la vez como un coro.

    La sonrisa de Berthe se ensanch hasta iluminarle el rostro entero.

    Me alegro tanto! exclam. Y luego, de manera impetuosa, aadi: Ojal Alba me permitiera ser enfermera en vez de monja, me gustara mucho ms. Adis!

    Helewise observ cmo Josse segua con los ojos a la muchacha que se alejaba. Luego se volvi

    hacia ella.

    Saba lo que iba a decir. Cuando abra la boca para hablar, ella le dijo:

    No, sir Josse. Antes de que cometis la injusticia de tan siquiera preguntarme, dejadme aseguraros que no aceptar a Berthe como postulante, no hasta que ella misma quiera que sea as.

    Josse le dedic una sonrisa triste.

    Disculpad, abadesa. No es necesario dijo ella, lacnica. Ciertamente, no haba de mostrarse impaciente con l; el

    reciente estado de salud del pobre hombre probablemente lo haba vuelto sordo y ciego ante las

    sutilezas de lo que ocurra en la comunidad.

    Justo en un momento en que sus sabios consejos le habran resultado muy tiles.

    Lo observ. Estaba todava muy plido, pero eso era de esperar; llevaba tanto tiempo encerrado,

    adems de haber estado gravemente enfermo. Mir el brazo herido. El vendaje pareca ms pequeo

    que la ltima vez que lo visit. Era una buena seal?

    l haba seguido el movimiento de su mirada, y ahora tambin se miraba el brazo.

    Est cicatrizando, abadesa dijo. Y consigui dibujar una sonrisa burlona. Ahora slo me duele si intento pegar un puetazo.

  • 25

    Estoy convencida de que aqu dentro no tendris que hacerlo dijo ella, remilgada. Y luego, incapaz de reprimirse por ms tiempo, pregunt: Sir Josse, estaba Berthe confiando en vos, hace un momento?

    Antes de que nos pusiramos a hablar del pecado original, queris decir? Su viejo humor haba vuelto a su mirada.

    S. S, lo haca suspir l. No es un cuento muy bonito, eh? se es el problema! No s cul es el cuento, en realidad. Vacil un momento. Era correcto

    insinuar que una monja la haba estado confundiendo deliberadamente? Tal vez no fuera una de sus

    monjas, pero, aun as, era una de las que haba entrado en Hawkenlye...

    Decidindose finalmente al fin y al cabo, estaba con Josse, su amigo! Cuntas veces haba confiado en l y se haba alegrado de hacerlo?, dijo:

    Todo lo que s de sor Alba, Meriel y Berthe es lo que Alba me ha contado. Mantuvo la mirada firme en la de Josse. Y, aunque me duela decirlo, estoy cada vez ms convencida de que sor Alba miente.

  • 26

    CCAAPPTTUULLOO CCIINNCCOO

    Ojal el hecho de confiarme a Josse pudiera hacer desaparecer mis ansiedades pens Helewise ms tarde, sentada a solas en su habitacin. Pero eso no slo sera un milagro, tambin sera injusto, puesto que estas preocupaciones son, al fin y al cabo, asunto mo.

    Suspir. Era extrao cmo, una vez haba empezado a desconfiar de sor Alba, esa inquietud

    pareci crecer, de modo que se sorprendi a s misma expresando recelos que, hasta entonces,

    apenas era consciente de que la preocupaban. Sor Alba era una mujer difcil, con quien costaba

    trabajar, extremadamente piadosa y la suya era una piedad especialmente desalmada, desafecta, sin perdn y, por si eso no bastara, tambin se impona y mandaba a cualquiera de las monjas que lo permitan.

    Lo que realmente preocupaba a Helewise era que, a pesar de que Alba le haba dicho en ms de

    una ocasin que llevaba ms de cinco aos como monja ordenada, ella no acababa de crerselo.

    Todas las monjas eran distintas, por supuesto, al igual que todas las mujeres son distintas, pero

    haba ciertas cosas la manera de hablar, pequeos hbitos cotidianos, como sujetar la puerta abierta para dejar paso a otra hermana, o comprobar en el refectorio que todos estaban servidos que Alba, sencillamente, no haca nunca. Adems, aunque fuera un detalle menor, estaba aquella faja de

    cuerda que la mujer llevaba. Era vieja y harapienta, estaba gastada por los extremos, y era mucho

    ms gruesa, larga y pesada que las que llevaban el resto de las monjas. La llevaba Alba por los

    mismos motivos que uno puede llevar un cilicio? Su peso y su longitud la haran casi incmoda.

    Pero ese tipo de penitencia ntima y personal no sola hacerse para que los dems la vieran; tal vez

    se trataba de otra faceta ms bien desagradable de Alba, el hecho de que exigiera a los dems que

    fueran testigos de su malestar perpetuo y la alabaran por ello?

    Y aunque Helewise mantuvo sus reservas estrictamente en silencio, por mucho que se esforzara, era incapaz de detectar ningn sntoma de vocacin, real y convincente, en sor Alba. La

    abadesa se recriminaba constantemente estos pensamientos: slo Dios saba a quin haba llamado y

    a quin no, y Helewise no tena ningn derecho a pedirle pruebas. Pero Alba no demostraba amor!

    Ni caridad! Y en la capilla, cuando las monjas se perdan en sus felices y msticas meditaciones y

    plegarias, que las llevaban tan cerca del Seor, Alba sola pasar el rato mirando a una monja y a

    otra, gesticulando de vez en cuando con la cabeza, como si mentalmente fuera acordndose de

    quin haba cometido algn error.

    Y el resultado de su observacin, tarde o temprano, acababa desvelndoselo a la abadesa.

    Luego estaban sus hermanitas. Berthe, Oh, Berthe!. Helewise se alej de sus deprimentes

    pensamientos y dej que una imagen de Berthe feliz, rindose la animara fugazmente. S, Berthe era un encanto. Hara falta un maremoto para convertirla en carne de convento, pero, al fin y al

    cabo, qu necesidad haba de ello? Muchsima gente viva vidas felices, satisfactorias y tiles sin

    necesidad de tomar los hbitos.

    Y en cuanto a Meriel, era evidente que no era feliz. De hecho, tena todos los sntomas de estar

    perdida en un dolor tan profundo que prcticamente pareca estar asfixindola. Estaba triste por su

    madre? Eso era ms que probable, pero, de ser as, por qu Berthe no se vea afectada por un dolor

    similar? Algo que haba dicho Josse permaneci en la mente de Helewise, porque reflejaba una

    observacin hecha por otras dos monjas: haba destacado que Berthe pareca no tener clara la fecha

    en que su madre haba muerto.

    Al principio, Alba le haba dicho a Helewise que las hermanas acababan de perder a sus dos

    padres. Pero ahora Helewise estaba casi segura de que se trataba de una mentira; pareca, en

    cambio, que la madre hubiera cado vctima de alguna enfermedad misteriosa aos atrs, y que slo

    el padre se hubiera marchado a reunirse con ella en la muerte de manera reciente.

    Tampoco era tan importante, pens Helewise; las chicas eran hurfanas, fuera cuando fuese que

    sus padres hubieran muerto; pero por qu las mentiras?

    Y si Meriel no lloraba a su madre, a quin lloraba? Al padre seguro que no, puesto que a

    ninguna de las tres se les haba odo jams un comentario afectuoso hacia l. Lo haban temido, lo

    haban obedecido, pero Helewise estaba casi convencida de que no lo haban querido.

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    Dios mo. Se levant de su butaca, parecida a un trono, y se puso a andar arriba y abajo de la

    habitacin. Pronto, el movimiento empez a apaciguarla. Mientras el torbellino de sus pensamientos

    se calmaba y volva a sentirse tranquila, reconoci que, como de costumbre, hablar con Josse le

    haba resultado de gran ayuda.

    No es que l hubiera dicho demasiado el pobre hombre estaba todava tan dbil que hasta las conversaciones parecan fatigarlo, pero cuando Helewise se dispona a marcharse, le hizo el comentario ms tranquilizador que ella haba odo nunca sobre el delicado asunto de Alba y sus

    hermanas: Son todava muy nuevas en la comunidad dijo. Y, aunque vos y la mayora de las monjas probablemente no lo