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EL ENCUENTRO PEDAGÓGICO La relación educativa en un mundo globalizado y fragmentado (Brasil. Batatais. Misioneros claretianos. 2008) Aquilino Bocos Merino,cmf. 0. LA GRATITUD POR DELANTE I. CONSIDERACIONES PREVIAS 1. Primacía de lo importante sobre lo urgente 2. Los «sueños» del maestro valen más que la «ruda realidad» 3. Una parábola que vale por muchos discursos II. RELACIONES EN ESTE CAMBIO DE ÉPOCA III. LA RELACIÓN PERSONAL EN UN MUNDO GLOBALIZADO 1. ¿En qué situación queda la relación personal? 2. La vuelta a Sócrates o la recuperación del sujeto IV. CULTIVAR EL ENCUENTRO PERSONAL EDUCATIVO 1. El encuentro personal 2. Cuidar la relación personal. Necesidad de hondura y densidad 3. Atención discernidora ante los espacios, los afectos y las pertenencias V. UN MAESTRO CATÓLICO NO OLVIDA EDUCAR EN LA FE 1

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EL ENCUENTRO PEDAGÓGICO

EL ENCUENTRO PEDAGÓGICO

La relación educativa en un mundo globalizado y fragmentado

(Brasil. Batatais. Misioneros claretianos. 2008)

Aquilino Bocos Merino,cmf.

0. La gratitud por delante

I. Consideraciones previas

1. Primacía de lo importante sobre lo urgente

2. Los «sueños» del maestro valen más que la «ruda realidad»

3. Una parábola que vale por muchos discursos

II. Relaciones en este cambio de época

III. La relación personal en un mundo globalizado

1. ¿En qué situación queda la relación personal?

2. La vuelta a Sócrates o la recuperación del sujeto

IV. Cultivar el encuentro personal educativo

1. El encuentro personal

2. Cuidar la relación personal. Necesidad de hondura y densidad

3. Atención discernidora ante los espacios, los afectos y las

pertenencias

V. Un maestro católico no olvida educar en la fe

VI. Para terminar. Oración del educador

*** *** ***

0. La gratitud por delante

¿Quién no se acuerda de su primer maestro? ¿Quién no guarda gratitud hacia aquellas personas que han creído en nosotros y se han fiado de nosotros, nos han animado y han estado cerca en los momentos decisivos de nuestra infancia y juventud? Esa gratitud, que anida en el corazón de los que estamos aquí presentes, nos hace pensar en el valor de los encuentros personales. Por esos encuentros positivos, hoy estamos aquí en fiesta de gratitud y de esperanza.

Desde hace unos años, se ha hecho popular en algunos países una canción que nos sirve también de pórtico para esta reflexión, cuya letra es la siguiente:

TU ME ENSEÑASTE A VOLAR

Tu me enseñaste a volar 

 con alas de pajarillo 

 cuando no era más que un niño 

 sin miedo a la libertad.

 

 No envejecerás jamás, 

amigo, hermano, maestro, 

siempre como un Padre Nuestro 

en boca de algún chaval.

 

TE HAN ROBADO EL CORAZÓN

  LOS MUCHACHOS DE LA ESCUELA

  ELLOS PASAN TÚ TE QUEDAS,

  ALGO DE TI LLEVARÁN. 

 

TE HAN ROBADO EL CORAZÓN

  LOS MUCHACHOS DE LA ESCUELA 

 ELLOS PASAN TÚ TE QUEDAS, 

 TU ME ENSEÑASTE A VOLAR.

 

 Tú decidiste volar 

dejando crecer a todos, 

cada cual tuvo a su modo

 su sueño de libertad.

 

 Nunca he podido olvidar

 aquella lección pequeña:

 'Cada cual es lo que sueña, 

sueña un poco cada cual'.

 

Vas diciendo que alzarás 

el vuelo como un chiquillo 

hermano, maestro, amigo, 

quédate un poquito más. 

 

Siempre tendrás un lugar 

en mi corazón de niño, 

compañero de camino 

tú me enseñaste a volar. 

I. Consideraciones previas

1. Primacía de lo importante sobre lo urgente

Hoy la vida y el quehacer educativo está lleno de urgencias. Sigue siendo urgente: la acogida de todos los niños, jóvenes y adultos que necesitan educación; la defensa de la libertad de enseñanza y la gratuidad para todos a fin de no caer en el elitismo; la profesionalización; la calidad de la enseñanza; la buena organización de los espacios y tiempos, la dotación de medios adecuados, la participación e integración de padres, profesores y el personal auxiliar en la comunidad educativas, etc.

Todo esto se muestra urgente y preocupante. Pero ¿es lo más importante? ¿Dónde quedan las preguntas últimas sobre el fin que perseguimos con tanta organización, con la acumulación de tantos medios? ¿Qué tipo de hombre, de sociedad y de Iglesia queremos alumbrar con nuestros esfuerzos ¿Cómo vamos a hacer frente a los retos más profundos de los «maestros de la sospecha» y de los humanismos secularizantes? ¿Dónde se juega el maestro su presencia y su trabajo en la escuela?

Entre tantos desafíos como palpamos en la educación, tal vez ha quedado en un segundo plano la necesidad de fomentar aquellas relaciones personales que son verdaderamente educativas. Es más, tengo la impresión de que se nos ha quedado desfondada la relación personal. Lo malo es que, no sólo sucede en campo educativo, sino también en la familia, en la medicina, en la asistencia social, en el ejercicio de la autoridad en los distintos grupos humanos. Pero aquí nos ocupamos del ámbito de la educación, en el que el encuentro personal con el alumno es determinante para crecimiento personal.

2. Los «sueños» del maestro valen más que la «ruda realidad»

El tiempo de preparación pedagógica alimenta las utopías de la transformación, la ilusión de llegar a formar grandes hombres y mujeres, la imaginación para usar artes y medios que despierten genios. Los sueños de todo maestro o profesor es el mundo nuevo en paz, armonía, fraternidad, progreso, bienestar, felicidad, que piensa se logrará si educa bien a sus alumnos.

Estos sueños se topan con la dura realidad del ser humano, complejo en su estructura y en su obrar, envuelto en contextos condicionantes que se van descubriendo en el contacto real del día a día. El niño, la niña; el joven o la joven son capaces de muchas cosas grandes y de tantas otras terribles. La libertad no es tan pura como nos imaginamos o nos ponen los libros. No se ejerce mecánicamente. De ahí que experimentemos la desproporción entre el ideal de la persona que queremos formar y la misma realidad personal que está en las aulas.

Son muchas las formas de educar: en la familia, al aire libre, en la escuela. Aquí hablamos de la vocación del maestro que se realiza en la escuela, espacio sometido a un continuo bombardeo de exigencias familiares, sociales, estatales. Da la impresión de que la escuela, los maestros, tienen que dar respuesta a todos los problemas que se les presentan a los niños y jóvenes en sus distintos espacios de vida (la calle y su clima social, los grupos, los centros de tiempo libre…) o en contacto con los medios de comunicación (Tv, cine, internet, publicaciones…). Pesa sobre los maestros la destructuración familiar, el nivel cultural de la familia, el origen étnico… Sobre ellos recaen los debates ideologizados y los cambios legislativos de la educación, la falta de apoyo del servicio de la educación

Comprender todo esto, tenerlo en cuenta, no debe impedir ejercer la tarea de la educación con aquel entusiasmo y convicción que mostraba el poeta, cuando decía:

Educar es lo mismo

que poner motor a una barca

hay que medir, pesar, equilibrar

y poner todo en marcha.

Pero para eso,

uno tiene que llevar en el alma

un poco de marino

un poco de pirata

un poco de poeta

y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar

mientras uno trabaja,

que ese barco, ese niño

irá muy lejos por el agua.

Soñar que este navío

llevará nuestra carga de palabras

hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día

esté durmiendo nuestra propia barca,

en barcos nuevos seguirá nuestra bandera

enarbolada.

Hay que mantener la perspectiva de que colaboramos en la educación de personas, que son criaturas de Dios, hechas a su imagen y semejanza; que son proyectos abiertos y en relación (vivir es convivir), que tienen una trayectoria o siguen un proceso, que son influenciables y que tienen su capacidad de elegir, integrar y desarrollar armónicamente todas las dimensiones de su vida humana. El servicio del maestro incide en este proceso de personalización, de crecimiento y de maduración en la libertad y en la responsabilidad.

Los grandes sueños de todo maestro han de polarizarse en el encuentro personal con el alumno. El encuentro personal es transformador. Con razón Paulo Freire dice: «Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión». (…) «Decir la palabra, referida al mundo que se ha de transformar, implica un encuentro de los hombres para esta transformación». «Siendo el encuentro que solidariza la reflexión y la acción de sus sujetos encauzados hacia el mundo que debe ser transformado y humanizado, no puede reducirse a un mero acto de depositar ideas de un sujeto en el otro, ni convertirse tampoco en un simple cambio de ideas consumadas por sus permutantes». Para nosotros, cristianos, el maestro es el gran colaborador con el Dios de la vida.

3. Una parábola que vale por muchos discursos

Antes de hablar del encuentro pedagógico, escuchemos esta anécdota o parábola.

“El abad de un monasterio estaba muy preocupado porque, aunque eran muchos los que entraban en el noviciado, también eran muchos los que, pasado algún tiempo, lo dejaban. Irremediablemente, tras unos años, la práctica totalidad de quienes habían sido recibidos con tanta ilusión, marchaban aduciendo diversas razones. Eran muy pocos los que permanecían. Consciente de la situación, el abad no se dejaba engañar cuando sus consejeros intentaban animarle señalándole cuántos eran los que llamaban a la puerta. Un día, mientras meditaba sobre sus inquietudes, vio una escena que le iluminó por completo: la caza del zorro. El pobre animal corría campo a través. Le perseguía una jauría de perros y, más atrás, a caballo, los cazadores. El zorro corría y corría, y los perros, tras él, ladraban veloces intentando darle alcance. Pero el abad observó que, al cabo de aquel gran alboroto, sólo un par de perros continuaban la carrera; los demás habían ido abandonando la persecución y se les veía, por aquí y por allá, descansando o entretenidos en otros olisqueos. Cuando, por fin, hubo terminado la cacería, el abad se acercó a uno de los caballeros con esta sola, y para él trascendental, pregunta:

-¿Por qué aquellos dos perros, cuando la mayoría habían abandonado, siguieron al zorro hasta el final?

El cazador sonrió y, como sin necesitar mucha reflexión para explicar el motivo de una conducta a la que estaba más que acostumbrado, le respondió:

- Mire Padre, al principio todos los perros corren y ladran, pero 1a mayoría no ha visto al zorro, simplemente corren en medio del barullo. Hasta el final sólo llegan los que sí que han visto al zorro” .

Sólo los que han visto, es decir, los que tienen visión de la necesidad del encuentro personal adecuado en la escuela, intentan, persisten y se empeñan por lograrlo. Necesitamos ojos intuitivos para contemplar la realidad histórica que nos toca vivir, para percibir el entorno de la escuela en la sociedad, para captar dónde está el núcleo central de la buena educación. Necesitamos disponernos al diálogo con el amor y la humildad que tuvo Jesús, Verbo encarnado, palabra verdadera, fuerza transformadora desde su vida autentificada por la fidelidad al Padre y el amor a los hombres.

II. Relaciones en este cambio de época

Algo nuevo querrá decirnos el Espíritu en el cambio de época que experimentamos. Podemos seguir reteniendo como apropiadas las palabras de la GS que calificaba el actual momento histórico como tiempo de cambios profundos y acelerados y que progresivamente se extienden al universo entero (cf GS 4, 2). Ahora se habla, no tanto de época de cambios, cuanto de cambio de época. Y, de modo particular, se acentúa que nos hallamos en un mundo globalizado, mundializado, mediático. En el centro de las amplias descripciones de la nueva época, que se expresa en transformaciones tecnológicas, culturales, económicas, éticas, está la persona humana, sujeto activo y pasivo de la transformación. Nos movemos en una cultura de la relación. Existe un vago deseo de hacer habitable nuestro planeta. Un nuevo mundo es posible. Pero no acabamos de ponernos de acuerdo a la hora de respetar la naturaleza y compartir el agua; de cuidar el clima y la biodiversidad, de crear energías menos contaminantes…). El cuadro de relaciones en la vida se nos ha quedado estrecho. Hay que ensanchar los márgenes por la cantidad de nuevas relaciones abiertas y por la longitud o extensión que alcanzan. Vivimos en «red», en la información, en la economía, en la política, en todas las esferas de la vida humana. Vicente Verdú ha hablado de «la orgía de la conexión».

El ser humano, la humanidad entera, se agita en busca de sentido, de paz, de comunión. En nuestro lenguaje, con distintas palabras, estamos haciendo referencia a este ansia de comunión, tanto en el orden familiar, social, político, económico, religioso y eclesial. En el ámbito social y eclesial no cesamos de repetir palabras como comunidad, convivencia, concordia, colegialidad,, fraternidad, solidaridad, diálogo, comunicación, intercambio, encuentro, consenso, colaboración, reciprocidad, complementariedad, compartir, etc. Veamos algunos datos.

1) Vivimos una situación compleja y llena de fuerzas contrarias que muestra una doble cara: abierta y cerrada; de ruptura e innovación; de segregación y de mestizaje; de marginación por el género y de complementariedad, de afirmación de la identidad y de reconocimiento de las diferencias; de diálogo y de ensimismamiento; de fraternidad universal y de divisiones; de tolerancia y de fundamentalismo; de paz y de violencia; de solidaridad y de individualismos egoístas... Esta situación, tan opuesta en ideales e intereses, que multiplica las tensiones, los enfrentamientos y las divisiones, necesita una adecuada comprensión de la persona y una escala rigurosa de los valores educativos. Basta repasar autores como Daniel Innenarity, Ignacio Izuzquiza, Zygmunt Bauman, B. Santos, Tzvetan Todorov, Claude Dubar, Pere Saborit, Agustín González, etc, para darnos cuenta hasta qué punto las crisis de identidad, el deterioro de las relaciones, el desarraigo, etc., están empobreciendo la convivencia y ponen en dificultad la adecuada relación educativa.

2) La movilidad de los pueblos conlleva el pluralismo cultural. Nuestras sociedades se están haciendo mucho más multiétnicas, multiculturales y multirreligiosas. Entrar en el proceso de interculturalidnad supone algo más que la mera yuxtaposición y tolerancia o llegar a entenderse en una misma lengua. Requiere un positivo esfuerzo para ir más allá de la propia cultura, pensar desde el otro y adoptar un correcto modo de situarse en relación con él, que no es un rival.

3) El ser humano se siente perdido ante la avalancha informativa y ante el vacío de pensamiento serio porque todo es cuestionable. Sufre el desasosiego que le provoca tener que mantener diariamente un ingente número de relaciones. Se pregunta ¿cómo podremos vivir juntos, iguales y diferentes a la vez? ¿Cómo seleccionar y digerir el cúmulo de informaciones recibidas? El desfondamiento de las relaciones personales y de los grupos constituye un ingente desafío para la convivencia humana, en definitiva para la comunión.

4) Para apreciar la hondura de esta crisis de las relaciones, basta pensar un poco en el fenómeno de la globalización. Pero este tema lo tratamos en el punto siguiente.

5) La alternativa cristiana. Dentro de la cultura que recibimos y hacemos nos podemos dejar absorber por el caos o podemos configurar un arco iris de esperanza. También la tensión se puede vivir como gracia constructiva. Los desafíos indicados sólo tienen respuesta recuperando el valor de la persona como sujeto de relaciones. Como cristianos, estamos invitados a revivir las relaciones redimidas por Jesús, quien “santificó los vínculos humanos” y “en su predicación mandó claramente a los hijos de Dios que se tratasen como hermanos. Pidió en su oración que todos sus discípulos ‘fueran uno’. Más todavía, se ofreció hasta la muerte por todos, como redentor de todos. Nadie tiene mayor amor que este de dar uno la vida por sus amigos (Jn 15,13). Y ordenó a los apóstoles predicar a todas las gentes la nueva evangélica, para que la humanidad se hiciera familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor” (GS 32).

a) Hay que incluir entre los signos de nuestro tiempo la atención que se está prestando a la persona y a la comunidad, a la solidaridad y a la paz, en todas las esferas del actuar humano: en el pensamiento, el arte, el cine, la literatura, la política, etc. Son muchas las voces que se levantan para reclamar el respeto a la dignidad de la persona, sus elementales derechos y la calidad de vida en convivencia social. Existe verdadera ansia de comunidad y se hace patente en los diversos círculos de asociación o agrupamiento.

b) Crece el número de publicaciones sobre antropología filosófica y teológica que desarrollan la perspectiva relacional de la persona. Estamos como redescubriendo el proceso relacional en que se describe la creación y la redención. Nuestro Dios es comunidad de personas. Las corrientes de pensamiento personalista están influyendo en la psicología y la pedagogía promoviendo la transmisión de valores a través de relaciones interpersonales auténticas. La apertura, el diálogo, la aceptación de la diversidad, asumir las relaciones interculturales, vivir en reciprocidad, celebrar la comunión, la práctica de la solidaridad, forman una constelación de valores de la pedagogía humana y cristiana.

c) Destaca especialmente la irrupción de la paridad entre varón y mujer. El reconocimiento y apoyo a la dignidad de la mujer se han convertido, durante estos años, en factores decisivos en el cambio relacional. El giro antropológico hacia la igualdad y reciprocidad introduce en las relaciones humanas, y por supuesto eclesiales, cambios en la forma de percibir, de comprender y de actuar. Están desapareciendo las “dominaciones”, las prepotencias, las superioridades, las discriminaciones y las exclusiones. Se han abierto espacios para la reflexión, el intercambio y la dirección. Las relaciones humanas quedan enriquecidas con acentos que sólo la sensibilidad femenina es capaz de aportar. La escucha, la cercanía, la acogida, la compasión, la intuición y la sagacidad, la valentía y la aceptación del sacrificio en generosidad son cualidades que pueden transformar la humanidad.

d) La Iglesia es portadora de un mensaje y proyecto de comunión para todos los hombres de la tierra. Prolonga en la historia la comunión cuya fuente es el Misterio de la Trinidad. Fue notorio el impacto de la encíclica de Pablo VI “Ecclesiam suam”, considerada como la carta magna sobre el diálogo. La Iglesia se siente congregada y extendida entre las naciones por la acción del Espíritu quien sigue congregando discípulos de Jesús en antiguas y nuevas comunidades que escuchan la Palabra de Dios, celebran la Eucaristía, dan testimonio de fraternidad y se solidarizan con los más pobres y necesitados. Dentro de las grandes redes de comunicación y de ayuda humanitaria y cultural, económica y política, la fraternidad cristiana sigue siendo el más preclaro signo profético del Evangelio del Reino.

Desde estos hechos positivos habrá que hacer planteamientos que den contenido a la comunión y a la calidad de las relaciones entre las diversas personas dentro del Pueblo de Dios. El paradigma de intercambio y comunión eclesial es el correctivo más adecuado a cualquier intento de homogeneización y uniformidad por la imposición de la fuerza sea de la economía, sea del pensamiento único, sea de la cultura. Y es, a la vez, a través del “diálogo de vida” y del “diálogo de las obras”, llamada permanente a construir puentes de vinculación en todas las direcciones, superando todo tipo de divisiones. Las buenas relaciones mutuas en la Iglesia son el factor más rico para el ecumenismo y para la paz entre los hombres.

III. La relación personal en un mundo globalizado

1. ¿En qué situación queda la relación personal?

Globalización y localización se entrecruzan sin cesar. Se pueden enumerar, por un lado: el impacto de la revolución de la tecnología y de la comunicación; la movilidad de masas de países pobres a países ricos; la caída del orden mundial bipolar, tanto en lo político como en lo económico (capitalismo y socialismo), etc.; por otro: la mayor conciencia y defensa de la autonomía en todos los ámbitos y niveles; los procesos de descentralización y confederación; los procesos de independencia y creciente insistencia en el reconocimiento de las culturas propias; las reivindicaciones étnicas; la autodefensa ante una salvaje economía de mercado (neoliberalismo económico). Los contrastes que estas fuerzas sin rostro provocan son tremendos. La convivencia pacífica en la “aldea global” se halla en crisis.

Es verdad que tiene una cara positiva: el intercambio de información, de bienes, de servicios y de relaciones e indica una tendencia a la unidad y a la armonía; pero el ser humano queda relegado a mero valor instrumental o de utilidad. Pero la magnificación del poder de unos pocos hace crecer el número de los explotados y aumentan los excluidos. Por el complejo sistema de interacción y de dependencias recíprocas que comporta este sistema de vida entre los pueblos y grupos, provoca fuertes desajustes, profundas contradicciones y abismales desequilibrios.

El cardenal Francis E. George define la globalización como “expansión y comprensión simultanea del tiempo y del espacio”. Probablemente una de las heridas más fuertes que ha causado el fenómeno de la globalización ha sido haber dejado a la persona humana sin espacio ni tiempo, que son las dos coordenadas que hacen posible el desarrollo o el proceso de madurez humana. Sin espacio, cuando todo se da aquí, y sin tiempo, porque sólo existe el ahora, no hay capacidad de discernir, ni de elegir; en definitiva de ser libres y responsables.

La huida de la complejidad ha tenido, en estos últimos años y como fruto de la globalización, nuevas expresiones: el inmediatismo (todo en el acto), el presentismo (aquí y ahora sin antes ni después) y la privacidad (en mi vida no se mete nadie), que llevan consigo el rechazo de toda mediación concreta y entorpecen el desarrollo y la responsabilidad de la persona. Las mediaciones quedan entre paréntesis y relegados el ejercicio de la autoridad y la vida sacramental. Somos proclives a entendernos directamente con Dios y la propia conciencia. No en vano se ha venido promoviendo en estos últimos años la vuelta a lo esencial, a recuperar el sujeto personal y el valor de la comunidad, a la unidad interior y a la articulación de pertenencias.

Nuestro tiempo nos pone en trance de situarnos en lo más elemental de nuestro ser humano, en las raíces más profundas de nuestro vivir, si queremos dar respuesta a situaciones en las que estamos envueltos.

Jean Baudrillard, uno de los pensadores de la llamada postmodernidad, ha escrito un libro que lleva por título Crimen perfecto. Su tesis es que estamos ante una realidad simulada a través de los cauces de información, que ha llegado al extremo de alejarnos de la realidad hasta el límite de que ya no la echamos en falta. El crimen se ha cerrado en su perfección; hemos sido trasladados a ese universo de la realidad simulada y ni siquiera sentimos necesidad de volver al punto de partida. Aquí no ha sido sustituido el principio de realidad por el principio de deseo subjetivo que habría que clarificar por una introspección personal. Hemos sido substraídos a la realidad por los poderes de diversa índole.

“Nuestro tiempo gusta de cultivar una peculiar opacidad y oscuridad. Nunca como hoy han gustado los discursos extraños, complicados, opacos e ininteligibles. Cuando se dice algo que puede ser entendido, se condena al baúl de las obviedades y parece despreciarse. Hay un cultivo intencionado de la falsa originalidad, que se concibe como un triunfo. Pero lo verdaderamente importante no suele ser nunca opaco. Por el contrario, posee una insoportable claridad. En ocasiones, lo revestimos de opacidad porque no soportamos la claridad que destila. Quizás hoy somos especialistas en mil formas de opacidad falsa, aunque sepamos en el fondo que lo importante es conquistar lentamente nuevos espacios de claridad. Que son espacios donde se muestra lo que realmente importa. Y esto suele ser siempre escaso, valioso y extraordinariamente nítido.

Hoy parece existir un refinado cinismo que, a veces> provoca mala conciencia. Sabemos las causas de muchas cosas, pero actuamos como si no las conociéramos. Cosas, personas, sentimientos e ideas se muestran por el valor de compra, pero no por el valor que ellos poseen. Y esto obliga a revestir todo de falsos ropajes para la compraventa, viviendo cínicamente en un mercado universal. En este mercado lo importante es lo que se vende, pero no lo que es realmente valioso por sí mismo”.

En Brasil, se han hecho agudas observaciones sobre cómo nos hallamos bajo los imperativos de una «cultura de la apariencia».

2. La vuelta a Sócrates o la recuperación del sujeto

A lo largo de la historia los filósofos han visto la necesidad constante de referirse al hombre como sujeto libre y responsable de su destino, fueren cuales fueren sus circunstancias.

Por eso, nos vemos urgidos a retornar a lo que es “primordialmente humano, a aquello que da la medida, la meta y el criterio de nuestra humanidad. En este sentido, Sócrates se ha convertido en e1 símbolo de todo retorno fecundo a lo humano primordial, y aun cuando el nivel de conciencia histórica en que él vivió no nos permita quedarnos allí donde él llegó, sin embargo, su actitud será ejemplar siempre. A ello alude Kierkegaard en el texto siguiente, proclamándole maestro, respecto de quien, sin embargo, en páginas siguientes ratifica tan graves distancias y explícitas diferencias:

«¡Oh, Sócrates, Sócrates, Sócrates! Sí, tu nombre tiene que repetirse tres veces, y no sería demasiado repetirlo diez sí ello sirviera de algo. Se opina que el mundo necesita una república, un nuevo orden social e incluso una nueva religión. Pero nadie piensa que de lo que más necesidad tiene el mundo, precisamente en virtud de tanto saber confuso, es de otro Sócrates. Claro que éste ya. no sería necesario si hubiera algunos, o mejor muchos, que lo pensaran. En una total desorientación siempre lo que más falta hace es aquello en que menos se piensa. De lo contrario, naturalmente, no se trataría de una total desorientación».

Antes de estas palabras, había advertido Kierkegaard que se identificaba con frecuencia comprender y ser; cuando deberíamos identificar creer y ser. Comprender, según él, es propio del ser humano; muestra la relación del hombre con el hombre. Pero creer es la relación del hombre con lo divino.

Estamos, por tanto, ante la necesidad de una resituación mediante un retorno a lo que son realidades fundantes, mediante un previo reconocimiento, discernimiento y apropiación de su contenido, en análisis de lo que a un tiempo las constituye y las diferencia. Para ello es necesario recuperar aquella capacidad de admiración y asombro ante lo real y ante la historia, que son la condición esencial para que tales preguntas primordiales puedan surgir, ser propuestas y afrontadas en sus posibles respuestas.

IV. Cultivar el encuentro personal educativo

Para explicar mejor hacia dónde deben apuntar los educadores traigo el relato de una experiencia y una reflexión del profesor A. López Quintás.

“A los siete años de terminar la segunda guerra mundial visité Alemania por primera vez. Al bajar del tren en Colonia, pude ver la inmensa mole de la catedral gótica presidiendo como una vieja dama enlutada un mundo en ruinas. Y pensé cómo se explica que la Europa de la gran cultura se haya desgarrado tan ferozmente a sí misma. Ésa era la Europa de Bach y Beethoven, de Miguel Ángel y Rafael. ¿No se había dicho siempre que la cultura eleva nuestro espíritu, nos forma, nos hace crecer como personas?

Ante un espectáculo semejante, producido por la primera hecatombe mundial, un genial maestro de escuela austriaca, Ferdinand Ebner, nos hizo ver, en 1921, que la causa del desmoronamiento de la culta Europa había sido convertir la ‘vida cultural’ en un mero ‘soñar con el espíritu’. La verdadera cultura implica creación de vínculos, fundación de unidad entre el hombre y su entorno. Soñar con el espíritu es poner en juego nuestras potencias espirituales para conseguir dos metas muy atractivas: realizar experiencias conmovedoras por su belleza y acrecentar el conocimiento a fin de adquirir un inmenso poderío sobre la realidad. Pero todo ello sin comprometer nuestra persona con la de los demás. En su obra clave: La palabra y las realidades espirituales-origen y fuente de buena parte de la Antropología filosófica comtemporánea-, Ebner destacó que la vida espiritual auténtica comienza cuando se pronuncia la palabra recta, y esta palabra es la que pronuncia el amor y sirve de vehículo al encuentro humano en todos los órdenes.

Debemos recordar que la cultura es esencial a la vida del hombre, porque éste no vive empastado en el entorno, ya que a cada estímulo puede dar diversas respuestas. Ese distanciamiento le permite y le exige crear con las realidades del entorno diversos modos de unidad y de relación. Todo el universo se asienta en relaciones y vive, por tanto, en unidad. Sólo el ser humano debe, además de mantenerse en unidad con el entorno, crear modos nuevos de unidad. Esa actividad creadora es el origen de la cultura auténtica. Si nos damos cuenta de todo esto y sacamos las consecuencias pertinentes -pensaba Ebner-, suscitaremos una "revolución cultural" tan fecunda que dará lugar a una nueva forma de Humanismo, capaz de superar los mayores conflictos”.

Esta experiencia ante las ruinas de una gran ciudad y la reflexión en torno a lo que es auténtica cultura, me ha suscitado la pregunta sobre cuándo podremos decir que tenemos una auténtica relación educativa. ¿Cómo recrear nuestra vida para ser verdaderos maestros y mantener vínculos pedagógicos con los alumnos?

1. El encuentro personal

A veces, nos contentamos con que los alumnos no falten a la escuela, a la clase, que formalicen los requisitos del reglamento escolar; que se les vea jugar, participar en las actividades extraescolares, etc. Pero hay muchos modos de “estar” y de participar. ¿A qué se reduce la labor del maestro? ¿Se encuentra con el alumno, le presta atención, interés, le acoge y respeta, le comprende, sintoniza con sus preocupaciones y problemas, se comunica con él, se deja interpelar, le deja ser él mismo…?

Encontrarse es algo más que hallarse en la misma clase, en los mismos espacios, yuxtaponerse, chocar… Encontrarse implica entreverar el propio ámbito de vida con el de otra persona que reacciona activamente ante mi presencia. Encontrarse es hallarse presente, en el sentido creativo de intercambiar posibilidades de un orden y otro.

En el encuentro personal quedan valorizadas las relaciones y se produce la auténtica reciprocidad. La persona es ser relacional y su urdimbre afectiva está toda ella orientada al encuentro con sus semejantes. El hombre, por naturaleza, es ser de encuentro y se realiza a través de los diversos encuentros. Influimos los unos en los otros, mutuamente, a través de expresiones, intercambios, decisiones. El encuentro personal va más allá del conocimiento; busca la empatía, que implica la esfera afectiva y pasa por la escucha, la acogida, el respeto, la estima, el aprecio, la tendencia al compartir. El encuentro tiene sus exigencias. “El entreveramiento -de las distintas actividades- exige apertura de espíritu, disponibilidad, sencillez, humildad, voluntad de colaboración, generosidad, veracidad… Si me manifiesto como no soy, despierto en tu ánimo un sentimiento de desconfianza hacia mí y una actitud de retraimiento. (…) Para encontrarnos debemos poner en juego todas las actitudes espirituales que hacen posible la fundación de un modo elevado de unidad. Esas actitudes tienen una fuerza creadora singular. Con razón, de antiguo se les denomina ‘virtudes’. Las virtudes no constituyen un lujo que se permiten ciertas almas que desean hacerse ‘bellas’. Son el fundamento ineludible de toda actividad humana creadora”.

2. Cuidar la relación personal. Necesidad de hondura y densidad

El buen maestro o la buena maestra suele llevar dentro de sí, como algo inherente a su vocación, aquella gravitación hacia la persona del alumno. Esta gravitación -de la que se hace eco Julián Marías- tiene, principalmente, estos dos prerrequisitos: imaginación y generosidad. «La primera condición es ver a alguien tras la corporeidad, el yo social o los actos. Esto hace posible la transmigración imaginativa a la perspectiva del otro, el intento de ver las cosas, el mundo y a uno mismo con sus ojos. Para que esto pase de una mera curiosidad humana, hace falta que el otro sea visto como persona insustituible, y esto requiere generosidad, capacidad de salir de uno mismo y verterse efusivamente sobre la realidad ajena. Esta tercera forma de gravitación se concentra en lo personal con preferencia a los otros aspectos de lo humano. Lo que verdaderamente cuenta, 1o que importa, lo que da las mayores alegrías o tristezas, aquello de que depende la felicidad, son los asuntos personales. Las personas que participan de esta manera de vivir provocan probablemente la confidencia: los que las tratan de cerca, lo suficiente par aadivinar su configuración, su centro de gravitación, se dan cuenta de que lo que les confíen será recibido, entendido, no divulgado; esperan recibir por su parte compañía, acaso orientación o consuelo».

Un educador que no cultiva la memoria y la intimidad difícilmente puede ofrecer algo de sí, de su enraizamiento en la vida, de su vinculación a lo divino y a lo humano, de su sabiduría última, de su pasión redentora, de su pobreza y de su esperanza. Quien no vive íntimamente no es dueño de sí, de su destino, ni de su trabajo humanizador. Puede ser un robot, con una variante: que se encontrará insatisfecho y no hará felices a los demás. De otra suerte, ¿cómo valorar, seleccionar e incorporar cuanto continuamente está recayendo sobre nuestra estimativa de forma anárquica y ambigua, desordenadamente y, hasta a veces, de modo violento? La «alteración» es propia del animal que está sometido a estímulos. No del hombre que sabe que vive sólo si lo hace desde sí mismo.

Se cuida esta relación cada vez que se aviva la lucidez y la generosidad ante la llamada y la misión que envuelve la vida del educador. Sin ellas, se propicia una mentalídad intrascendente, rutinaria, irrelevante, funcional, de matiz positivista y eficacista. Hay que superar todo intento o asomo de naturalismo o pelagianismo y fomentar la experiencia de gracia, de bondad y de oblatividad que son el terreno donde crecen aquellos valores superiores que se han de transmitir. Indiscutiblemente el vaciamiento de contenido religioso en la relación educativa la depaupera, la priva de una densidad y energía importantísimas y decisivas.

Con razón se ha hablado de la relación educativa como diálogo de salvación, semejante al que Dios tiene con el hombre. Efectivamente, en la relación educativa el educador manifiesta su capacidad de síntesis vital humana y apostólica; es donde se patentiza su experiencia de Dios, el grado de purificación y redención interior, su comunión eclesial y fraterna, su disponibilidad y su real compromiso con el educando, sea quien fuere, al que sin calcular esfuerzos ni esperar recompensas, remite continuamente a un ideal de superación. Cuando esta relación educador-educando deja de ser adecuadamente vivida, se resiente lo más importante: el anuncio y la celebración de la salvación. Por lo mismo, si se quiere dar la primacía a lo importante sobre lo urgente habrá que cuidar la relación educativa, ese encuentro personal, en el que se cifra la educación. Todo lo demás ha de ser referido a esta relación humanizadora y personalizadora como de medio a fin.

Otra forma, no distinta sino complementaria, para cuidar esta relación educativa es cultivar la intimidad que es el «hondón del alma», según diría Unamuno, y que es intercambiable con aquella soledad que tan fecunda es en comunión. En la verdadera soledad están los otros más presentes que nunca. De ahí vienen estas dos prerrogativas: hondura y densidad.

Hondura hace referencia a profundidad y se contrapone a superficie; hace referencia a interior, a las raíces, y se contrapone a exterior, a desarraigo; hace referencia a lo esencial, a lo íntimo, y se contrapone a lo accidental, a dispersión. Dar hondura a la vida educativa es tanto como estarla viviendo desde sus raíces, desde su propia entraña, desde lo esencial y lo autentico.

Todo lo demás, es consecuencia. Lleva una vida densa quien en cada acontecimiento de su vida pone ponderación y sentido; quien convive, observa, piensa, decide, sirve. La densidad en la vida la muestran quienes han optado por hacer el bien sin mirar a quien se lo hace y sin buscar el aplauso y el reconocimiento; quienes miran a los otros como “prójimos”, se pasan a la orilla donde sufren y cuidan de ellos hasta que curen. Así llenan su historia personal de acciones calladas que construyen el reino de la verdad, de la justicia, del amor y de la paz. Podemos considerar nuestra vida educativa como densa cuando la vivimos con coherencia, seriedad y responsabilidad. Palabras que no son estáticas, sino que evocan lo que se entiende hoy por fidelidad creativa, por intensificar la vida, por vivir en plenitud. Una vida educativa densa es la que está llena de contenido evangélico y, desde el seguimiento de Jesús y la práctica de las bienaventuranzas, es capaz de ser existencia alternativa y de perforar el comportamiento de la mayor parte de los alumnos que se mueven entre la dispersión, la inconsciencia, la vulgaridad y la banalidad.

3. Atención discernidora ante los espacios, los afectos y las

pertenencias

Si digo «atención» es porque considero que, efectivamente, la mirada atenta es la genuina esencia del respeto. Ese respeto que no es dejar al otro en sus caprichos, sino el tomarle en consideración desde el corazón. La mirada atenta es una mirada humilde, desplazada del «yo egocéntrico» al otro y descubre su mundo interior lleno de riqueza, de posibilidades, libre y con fantasía.

Los educadores necesitamos una fuerte cura de ansiedad en el uso del tiempo, en el uso del dinero, en la ambición de aparentar, en el afán de estar en ele centro. En el cultivo de la relación personal educativa o del encuentro pedagógico es imprescindible saber discernir los espacios, los afectos y las pertenencias, que están, como bien podemos observar, demasiado enmarañados y desarticulados. Son como telas de araña, pero en hierro forjado. Nos envuelven y no caemos en la cuenta. Parece que un concepto tan abstracto como la espacialidad es algo que nos es indiferente y, sin embargo, cuando analizamos sus significados asociados (lugar, superficie, territorio, nación, tierra natal, hogar) y la vemos ligada al desplazamiento, a los tránsitos, a los viajes, a las migraciones y deambulaciones, entonces comienza a verse las repercusiones entre lo “propio” y lo extraño, lo íntimo y lo público, la pertenencia y la ajenidad, la persona y la comunidad en todos sus niveles (municipio, estado, nación). Otro tanto sucede con los afectos (vivencias, experiencias, pasiones) que, igualmente, vienen a problematizar lo público y lo privado y a contraponer lo racional y lo afectivo con las consiguientes consecuencias en torno a las identificaciones, agrupamientos, pertenencias, memorias colectivas, etc..

La pertenencia es un tema que está afectando a todos los grupos humanos. La palabra pertenencia está ahora en la boca de los psicólogos y sociólogos que analizan los distintos grupos humanos (familia, la escuela, sindicatos, partidos políticos, clubs deportivos, etc) y todos observan que los vínculos son débiles y de poca duración. Robert Wuthnow llama “pertenencias porosas” a las vinculaciones débiles que se establecen alrededor de necesidades específicas y con proyectos a la corta, con objetivos definidos que no crean vínculos de por vida. Richard Sennett llama crudamente “corrosión del carácter” al proceso que ya no da un valor ético a la seriedad de nuestras relaciones. Zygmunt Bauman, en su libro “Amor líquido”, describe la fragilidad de los vínculos humanos, el miedo a establecer relaciones duraderas, más allá de las meras conexiones.

El pensamiento postmoderno se mueve en esta línea subrayando las “pertenencias débiles”. Los miembros de los grupos, también los escolares, se sienten urgidos a armonizar las pertenencias que reclaman las relaciones con la familia, con las amistades, con los grupos de diversión, etc. La identidad de cada uno es multidimensional y no es reductible a un solo factor. Dentro de la complejidad de pertenencias podemos observar influencias, implicaciones y reciprocidades que son fenómenos dinámicos y que ponen en revisión continua lo que es esencial en la vocación del educador. Es importante no perder de vista que existe siempre una tensión entre pertenencia y libertad, pero no lo es menos que una de las exigencias del educador es ser fiel al compromiso con el crecimiento de los alumnos, en las distintas áreas: espiritual, humana, cultural, profesional, social. Esto pide que el maestro sea espejo de armonía, equilibrio y generosa entrega.

V. Un maestro católico no olvida educar en la fe

La educación en la fe es un proceso que supone visión cristiana del hombre, itinerarios diferenciados, etapas y medios, hasta llegar a la madurez de vida comunitaria eclesial. De este proceso destaco sólo algunos puntos:

1) La acogida y dedicación a la persona desde un humanismo integral, desde una convicción firme de que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios (Trinidad de personas en comunión). Lo que se ha ido indicando sobre la persona como sujeto constituido en relación y para la relación, tiene especial importancia para la educación en la fe y en la solidaridad. La acogida y dedicación a la persona se expresa en cada encuentro, en el personalizado acompañamiento que comporta: proponer metas, caminar con el alumno, motivarle y posibilitarle un pleno desarrollo de sus potencialidades y cualidades o talentos.

2) La pedagogía del umbral o el arte de poner al alumno en camino de liberación integral, que hoy se hace tan necesaria por la falta de iniciación religiosa en las familias y cuyo contenido es fácil encontrar en la antropología y en la pedagogía religiosa. Al maestro se le piden nuevos lenguajes para llegar a despertar la inquietud religiosa e iniciar en el misterio del Dios de la vida, de su gratuidad, de su bondad, de su haber entregado al Hijo hasta morir en la cruz, de su poder de resucitar y glorificar. Es en este punto donde hay que desarrollar la “búsqueda” del sentido, la liberación de toda esclavitud, la escucha de la voz de Dios, la adhesión a los valores, el reconocimiento del límite y del pecado, la responsabilidad ante el hacer el bien a los demás. Lo cual comporta una pedagogía interpelante desde el porqué y para qué.

3) La vida comunitaria de la fe cristiana. La educación en la fe alcanza su madurez cuando los alumnos profesan, celebran y sirven como cristianos. En el proceso de crecimiento de los alumnos tiene un papel decisivo la Palabra de Dios, leída, meditada y confrontada con el acontecer histórico. Es imprescindible la catequesis. Son importantes los momentos de silencio, de oración y de celebración de la vida cristiana, particularmente en los sacramentos y teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos. Va así experimentando la vida de la Iglesia y la comunión con los otros miembros del Cuerpo de Cristo, muertos y vivos, cercanos y lejanos. En esta comunión cobra conciencia el alumno de su “ser vocacionado” para una u otra forma de vida cristiana desde la que testimoniar su fe y servir a los demás a construir el mundo nuevo. Con respeto y sin complejos, no sólo se puede, sino que se debe hacer explícita la propuesta vocacional al seguimiento de Jesús en la vida misionera.

4) El acompañamiento personal. Es el medio más cualificado para la iniciación y maduración de la fe. El acompañamiento da seguridad y permite mirar hacia delante con confianza. El buen maestro está atento al desarrollo de todas la facetas de la vida personal del alumno. No basta la buena voluntad para acompañar. No basta ser un buen transmisor de conceptos y, desde luego, no acompaña adecuadamente quien, sin querer, acapara y subyuga. La fe es un don y es libre el hombre para recibirla. Saberse situar entre la gratuidad y el crecimiento en la libertad es la clave del éxito. El acompañamiento personal, que, por otro lado, si bien lo miramos está en el centro de toda relación educativa, comporta: capacidad de observar, de escuchar, de dialogar, de sugerir, de motivar y de esperar con paciencia. Cuando se trata de educar en la fe, el acompañamiento personal está exigiendo el testimonio de vida cristiana del que acompaña. Aquel que sabe remitir al Otro y que sabe anunciar lo que ha visto y oído, tiene garantía de educar cristianamente. El educador en la fe dice con su vida más que lo que verbaliza, pues transmite lo que es. Cada uno según su vocación sacerdotal, consagrada o laical. Aun en los pequeños gestos o signos que hace se revela para el alumno como un creyente, un testigo, un servidor. ¡Ojalá pudieran decir los alumnos a su maestro lo que decía Eckerman, el secretario de Goethe, al suyo: “cada conversación con Vd. hace época en mi alma”.

Para terminar

En educación siempre hay que echar por delante mucha utopía, un poco de realismo, pero, sobre todo, hay que echar mucho amor y esperanza. Charles Chaplin, que sabía transmitir ternura, llegó a decir: “La verdadera naturaleza del progreso exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos une a todos nosotros…Caminemos hacia un mundo nuevo, hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro. Un futuro que te pertenece a ti, a mí, a todos”.

El educador es puente y hace síntesis entre el realismo y la utopía, entre el presente y el futuro, entre el cuestionamiento y la esperanza. Así lo entendió aquella gran maestra y poeta, Gabriela Mistral:

Si reanudas con alegría un diálogo suspendido,

si sientes huir con tristeza cada hora que pasa,

si amas tu trabajo más, a medida que pasa el tiempo,

si tu obra parece una obra incompleta,

si te sientes débil, pero es inmensa tu confianza,

si las lecciones mal aprendidas son tu examen de conciencia,

si tus castigos son frutos de amor y no de venganza,

si las dificultades inevitables te encuentran siempre sonriente,

si los padres quejosos y los discípulos rudos te llaman gentil,

si tu justicia sabe envolverse en el amor,

si combates al mal y no al malhechor,

si predicas la virtud con tu palabra y con tu ejemplo,

si cada día que pasa te encuentras mejor,

si encadenado a tu deber conservas libre el alma,

si sabes seguir un método sin convertirte en esclavo,

si acostumbras contar tus fracasos como cuentas tus triunfos,

si en cada clase tuya tratas de renovarte,

si sabes instruir y mejor todavía educar,

si sabiendo tantas cosas nunca te crees un sabio,

si sabes estudiar de nuevo lo que ya creías saber,

si en lugar de hablar siempre, sabes también escuchar,

si en lugar de enseñar sabes también aprender,

si como sabes preguntar sabes también responder,

si sabes ser niño sin dejar de ser maestro,

si eres intransigente delante de la verdad,

si tu vida es oración y tu fe demostración,

si tus alumnos anhelan parecerse a ti...

¡entonces tú eres maestro!

Para concluir dejo os deja esta oración compuesta para que puedan orar los educadores haciendo síntesis de su bella vocación.

ORACION DEL EDUCADOR

Padre de bondad,

Quisiera que ensancharas mi alma hasta el extremo

de poder acoger y educar a estos hijos tuyos

con aquel amor que revelaste tenernos en Jesús

y con aquella ternura que El mismo mostró hacia los niños.

Cuando se acercan a mí, me siento estremecido.

Sus miradas, sus preguntas, sus deseos,

son el estímulo más fuerte para vivir ilusionado

esta misión de gracia, de luz y libertad,

a pesar del sacrificio y del cansancio

y de que no todos entienden por igual

qué es esto de ayudar a crecer a los pequeños

a cuenta del olvido de uno mismo.

Muchas veces, Señor, en estos tiempos de sospecha,

en medio de esta extraña incomprensión que nos rodea,

originada por tantos intereses nada limpios,

me he preguntado si es legítimo «enseñar»,

si está bien seguir así: entregado sin reserva

a ofrecer gratuitamente un proyecto humano de esperanza

con sentido de justicia y amasado con amor.

Y me ha llegado la respuesta en el encuentro

que Tú mismo nos preparas cada día haciendo confluir:

la disponibilidad y urgencia que has puesto en mí

para revelar y contagiar todo un mundo de valores

y el ansia que lleva cada niño de ser y vivir en plenitud.

Sólo quiero acertar porque acojo agradecido tu designio

en esta vocación de servicio que me has dado.

Deseo ser para estos niños libro abierto

en el que puedan leer sus nombres

y sientan alegría al pronunciarlos,

porque encajan con su vida.

No intento que se parezcan a mí,

sino que escuchen y secunden la voz de su interior;

que sean, simplemente, ellos mismos.

Cultiva, Señor, mi corazón en la renuncia

para que no crezcan entre vanas ilusiones.

Purifica y corrige todo asomo de egoísmo

y dame la paciencia y constancia necesarias

para estar creando siempre un espacio de bondad.

Ser maestro es algo grande; ya lo sé.

Me basta recordar con qué estilo lo fue Jesús entre los hombres.

Por mi parte, sólo aspiro a evocar con mi presencia

que seguimos siendo todos sus discípulos. (Aquilino Bocos Merino, cmf).

� Esta conferencia está escrita para el día del maestro y da por supuestas las dos intervenciones que tuve en el Congreso.

� Gabriel Celaya (Rafael Múgica, nombre real del poeta, 1911-1991).

� J. Oñate Landa, De la experiencia a la fe. Una propuesta pedagógica. Ed. Idatz. San Sebastián, 2003, pp 11-12.

� V. Verdú, Yo y tú, objetos de lujo. El personismo: la primera revolución cultural del siglo XXI, Debate, Barcelona, 2005. pp.184-193.

� D. INNERARITY, La sociedad invisible, Espasa, Madrid, 2004.

� I. IZUZQUIZA, Filosofía del presente. Una teoría de nuestro tiempo. Alianza, Madrid, 2003. Filosofía de la tensión: realidad, silencio y claroscuro, Anthropos, Barcelona, 2004.

� Z. BAUMAN Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Siglo XXI, Madrid, 2003. Identidad,

� B. SANTOS, Pela mao de Alice, Cortez, Sao Paulo, 1996.

� T. TODOROV, La vida en común. Ensayo de antropología general. Taurus, Madrid, 1995.

� C, DUBAR, La crisis de las identidades. La interpretación de una mutación. Bellaterra, Barcelona, 2002.

� P. SABORIT, Vidas adosadas. El miedo a los semejantes en la sociedad contemporánea. Anagrama, Barcelona, 2006. Leyendo esta obra uno queda perplejo sobre las consecuencias para la convivencia cuando se tiene una visión recortada de la persona. Aparecen los miedos, la reserva, la desconfianza, la huida, el odio… la lucha por pasar desapercibido. Así no es posible establecer relaciones de convivencia armoniosa.

� A. González, Eso que somos. La identidad en la sociedad que viene, Ed. Univsersitat de Barcelona, Barcelona, 2002.

� Cf SARTORI, G: Pluralismo, multicultualismo e estranei, Milan, 2000, pp 37 y ss.

� Susana Tamaro ha llegado a decir que, “más que de cualquier otra cosa, los hombres tienen miedo a la diversidad”. Anima mundi, Barcelona, 1997, p.20.

� En el pensamiento contemporáneo se aprecia una fuerte preocupación por temas como la identidad y la diferencia; la desafección y la pertenencia al grupo (político, cultural, religioso...), la intransigencia y la tolerancia,... Está creciendo la “cultura de la diferencia”, de la comunicación y del intercambio, de la participación y de la corresponsabilidad de todos en la construcción de la sociedad que queremos.

� Véase la bibliografía señalada por Gennaro CICCHESE en su obra: I percorsi dell’altro. Antropología e storia, Città Nuova, Roma, 1999, 281-291.

� “Al principio existía la relación y en la relación está la potencia que crea el mundo, a través de nosotros y con nosotros y desde nosotros, tú y yo, vosotros, nosotros, y nadie solo”. HEYWARD, C: The redemption of God, University of America Press, Washintong, 1980, 172.

� En esta perspectiva está escrito el aún reciente documento de la Congregación para la Educación Católica: Las personas consagradas y su misión en la escuela. Reflexiones y orientaciones, 2002.

� Alain Touraine ha escrito un libro titulado: “¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes. Madrid, 1997. En la cuarta de cubierta se hace esta síntesis: “La mundialización de la economía nos lanza a los supermercados de la información y del consumo, pero no nos ayuda a entendernos; y cuando buscamos refugio en nuestra propia identidad o en una comunidad homogénea, ocurre inevitablemente que tendemos a rechazar aquel cuya diferencia se convierte en seguida en una amenaza. En el pasado se le encontró una respuesta a todo esto: vivamos juntos como ciudadanos de la misma ciudad o del mismo país y respetemos la vida privada de cada uno. Hoy se aventura una nueva solución: superar nuestros particularismos y reconocer a cada uno el derecho y la capacidad de combinar su identidad cultural y su participación en el universo técnico. Sólo así podremos vivir juntos, iguales y diferentes”

� GEORGE, F.E.: Globalización: desafíos a la misión de la Iglesia. Misiones Extranjeras, 173 (1999) 473. Cf Speciale testimoni: La globalizzazione e i suoi dinamismi. Nuovo Orizzonte della missione. TESTIMONI, 15-X-1997, 23.

�I. Izuzquiza, Filosofía del presente. Una teoría de nuestro tiempo. Alianza ensayo, Madrid, 2003, p. 305.

� S. Kierkegaard, La enfermedad mortal, en Obras y Papeles de Sóren Kierkegaard VII (Madrid 1969) p. 177

� S. Kierkegaard, La enfermedad mortal, Libro cuarto, Cap. II.

� O. Gonzalez de Cardedal, Ética y religión, Cristiandad, 1977, 67-68.

� A. LOPEZ QUINTÁS, El carácter relacional de la creatividad humana. EstTrin 38 (2003), 411-412.

� Cf J. ROF CARBALLO, El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid, 1973. En 1966 P. LAÍN ENTRALGO había hecho amplio estudio sobre el encuentro en Teoría y realidad del otro. Revista de occidente, Madrid. G. CICCHESE, I percorsi dell’altro. Antropología e storia, Città Nuova, Roma, 1999.A. CENCINI, Relacionarse para compartir, El futuro de la vida consagrada. Sal Terrae, Santander, 2001. R. Kapuscinski, Encuentro con el otro, Anagrama, Barcelona, 2007.

� A. López Quintás, La cultura y el sentido de la vida, p. 16.

� J. Marías, Mapa del mundo personal, Alianza editorial, Madrid, 1994, pp.165-166.

� Gabriel Marcel ha escrito: «Uno de mis personajes, una mujer, dice a su amante (Le Chemin de Créte, p. 161): "Es extraño, tú, que no te reco�noces en tu vida, que estás perdido como en una selva, constru�yes la de los otros, trazas avenidas sin pensar que haya acciden�tes de terreno y espesuras impenetrables ( ... ). No reconocerse en la propia vida es ser víctima de la confusión. Entonces la vida es comparable a una página escrita recargada de tachaduras y llamadas. Desde luego no es más que una comparación, poco significa en concreto que mi vida esté llena de tareas y quizá de pasatiempos secundarios, y que no sé discernir cuál es la impor�tancia relativa de todas mis ocupaciones"». Misterio del Ser, Bue�nos Aires, 1953, 135.

� X. Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios. Madrid, 1944, p. 301.

� Cf. J. M. Esquirol, El respeto o la mirada atenta. Una ética para la era de la ciencia y la tecnología. Gedisa, 2ªed. Barcelona, 2006. En las pp.168-169 evoca la escena entre el Principito y el aviador (El principito, de Saint-Exupéry).

� Para ver el alcance de influencia que tienen los espacios, los afectos y las pertenencias, cf.L. Artuch (ed) Pensar este tiempo. Espacios, afectos, pertenencias. Paidós, Buenos Aires, 2005.

� Cf J.M. Fernández-Martos, Fidelidad acosada, fidelidad cuidada, en USG Fidelidad y abandonos en la vida consagrada, Litos, Roma, 2006, pp. 32-33.

� Z. Bauman Amor líquido. Fondo de cultura económica, México, 2005.

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