el censor o la mimesis del · 2019. 6. 21. · el censor y el escritor se encuentran en lados...

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Los Cuadernos de Ler@ura EL CENSOR O LA MIMESIS DEL PARASITO José Sánchez Reboredo l. INTRODUCCION e uando don Luis González Bravo nom- bró a Bécquer censor de novelas con el sueldo mensual de quinientas pesetas, le solucionó, por el momento, un pro- blema económico, pero le planteó, con toda se- guridad, uno moral. Porque hay como algo de escandaloso, de contradictorio con la más íntima vocación del escritor el obligar a éste a que cen- sure publicaciones ajenas. Y sin embargo el caso de Bécquer no es raro. En la larga época de dura censura que tenemos tan cercana los ejemplos de escritores metidos a censores no ltan. Quien consulte el libro de M. L. Abellán (1), ndamental para este tema, encontrará bastantes nombres conocidos en el repertorio de los censores, que no es cuestión de repetir aquí porque pertenecen ya a la mise- ria arrumbada de una época. Mencionemos sola- mente, por ilustre y porque el propio autor lo dio a la luz, que Camilo José Cela actuó de cen- sor, aunque su papel lo haya ejercido tan mode- radamente que sólo examinaba tres revistas, ti- tuladas: Bolet del Colegio de Huéanos de - rroviarios, rmacia Nueva y nsajero del Cora- zón de Jesús (2). En este campo de batalla que es la literatura el censor y el escritor se encuentran en lados opuestos: el uno, al servicio de la libertad del pensar, de la crítica ejercida como limitación o como simple amonestación al poder, de la ima- ginación que abre onteras; el censor, al servi- cio de la coacción, del orden establecido, de la limitación de los campos. Y, sin embargo, ocu- rre, como en toda batalla, que la scinación de la larga contemplación o, simplemente, los inte- reses monetarios o de otra índole, hacen que los bandos se aproximen y que el parásito (el cen- sor) imite al creador. O a la inversa. 2. EL CENSOR, UN REY MIDAS AL REVES Al igual que el rey de Frigis, que convertía en oro también aquello que no deseaba cambiar, el censor de todas las épocas -y en concreto los de los últimos años- convierten en política todo aquello que censuran; aunque su nción sea justamente la contraria. Cuando el avisado lec- tor considera el texto censurado debe adivinar lo tachado; lo prohibido; tiene que descubrir las intenciones, desvelar lo oculto. Puede ocurrir, 87 con ecuencia, que vea más de lo que se ha querido poner. Las palabras inocentes se trans- rman muchas veces en términos revoluciona- rios. La nción del censor es tachar los térmi- nos políticamente comprometidos; éstos, se multiplican. Se establece una lucha de ingenios, con un campo común de juego y unas reglas superiores que los dos combatientes no tienen más reme- dio que acatar. El poder actúa a vor de uno de los contendientes, el censor, pero la desigualdad de erzas no desanima al otro jugador. Al con- trario, la censura actúa de estímulo para que el autor encuentre el modo de burlarla. («Si algún mérito hay que reconocer a la censura es el ha- ber estimulado la búsqueda de las técnicas nece- sarias al escritor para burlarla e introducir de contrabando en su obra la ideología o temática prohibida» (3). La obsesión de la lucha llega a ser tan grande que se convierte, casi, en el centro de la preocu- pación. lCómo poder decir lo que no se deba decir? Otros temas, de los que se puede tratar, se convierten en desdeñables, en «evasivos», en «ineficaces». No valen la pena. Juan Benet venía a afirmar en su libro En Ciees (4) que, al politi- zarlo todo, la literatura queda destrozada: «la li- teratura no perdona; evoluciona por distintos caminos que la sociedad, tiene sus propios dio- ses y cultos y nada le gusta menos que sus ofi- cios rituales se utilicen con otros fines que los meramente literarios». El censor, a erza de conseguir que todo contribuyese a luchar contra el régimen que lo imponía, politizaba la literatu- ra, pero a ésta la dejaba en mantillas. Resultado sorprendente, porque el deseo último del políti- co autoritario hubiera sido que la literatura pura hubiera prevalecido sobre cualquier rma de compromiso. 3. EL CENSOR, LECTOR FIEL En épocas de censura el escritor sabe que, al menos, tiene un lector fiel: el censor. No es po- co. Ya Larra lo afirmaba el siglo pasado: «en los países donde hay censura es donde se escribe para otro y ese otro es el censor» (5). Se ha di- cho que el escritor, cuando concibe su obra, tie- ne en la mente a un destinatario ideal; y no sólo en aquella literatura casi de encargo, best-sellers prebricados, que los novelistas de moda con- ccionan a la medida de su público, en una es- tética de la recepción al revés. En los grandes es- critores la presencia del lector en la mente del escritor parece más dudosa. Pero en los países con erte censura, un lector sí que tiene que estar presente en la mente del que imagina y es- cribe, para prevenir en lo posible las tachaduras, para evitar las prohibiciones, para no condenar su producto. Es un lector fiel que acompaña, ya al imaginar, al escritor «posibilista» (recuérdese la polémica Buero Vallejo-Sastre), el único que en esos regímenes puede existir; éste tiene que

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  • Los Cuadernos de Literatura

    EL CENSOR O LA

    MIMESIS DEL

    PARASITO

    José Sánchez Reboredo

    l. INTRODUCCIONe uando don Luis González Bravo nombró a Bécquer censor de novelas con el sueldo mensual de quinientas pesetas, le solucionó, por el momento, un pro

    blema económico, pero le planteó, con toda seguridad, uno moral. Porque hay como algo de escandaloso, de contradictorio con la más íntima vocación del escritor el obligar a éste a que censure publicaciones ajenas.

    Y sin embargo el caso de Bécquer no es raro. En la larga época de dura censura que tenemos tan cercana los ejemplos de escritores metidos a censores no faltan. Quien consulte el libro de M. L. Abellán (1), fundamental para este tema,encontrará bastantes nombres conocidos en elrepertorio de los censores, que no es cuestiónde repetir aquí porque pertenecen ya a la miseria arrumbada de una época. Mencionemos solamente, por ilustre y porque el propio autor lodio a la luz, que Camilo José Cela actuó de censor, aunque su papel lo haya ejercido tan moderadamente que sólo examinaba tres revistas, tituladas: Boletín del Colegio de Hué,fanos de Ferroviarios, Farmacia Nueva y Mensajero del Corazón de Jesús (2).

    En este campo de batalla que es la literatura el censor y el escritor se encuentran en lados opuestos: el uno, al servicio de la libertad del pensar, de la crítica ejercida como limitación o como simple amonestación al poder, de la imaginación que abre fronteras; el censor, al servicio de la coacción, del orden establecido, de la limitación de los campos. Y, sin embargo, ocurre, como en toda batalla, que la fascinación de la larga contemplación o, simplemente, los intereses monetarios o de otra índole, hacen que los bandos se aproximen y que el parásito (el censor) imite al creador. O a la inversa.

    2. EL CENSOR, UN REY MIDAS AL REVES

    Al igual que el rey de Frigis, que convertía enoro también aquello que no deseaba cambiar, el censor de todas las épocas -y en concreto los de los últimos años- convierten en política todo aquello que censuran; aunque su función sea justamente la contraria. Cuando el avisado lector considera el texto censurado debe adivinar lo tachado; lo prohibido; tiene que descubrir las intenciones, desvelar lo oculto. Puede ocurrir,

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    con frecuencia, que vea más de lo que se ha querido poner. Las palabras inocentes se transforman muchas veces en términos revolucionarios. La función del censor es tachar los términos políticamente comprometidos; éstos, se multiplican.

    Se establece una lucha de ingenios, con un campo común de juego y unas reglas superiores que los dos combatientes no tienen más remedio que acatar. El poder actúa a favor de uno de los contendientes, el censor, pero la desigualdad de fuerzas no desanima al otro jugador. Al contrario, la censura actúa de estímulo para que el autor encuentre el modo de burlarla. («Si algún mérito hay que reconocer a la censura es el haber estimulado la búsqueda de las técnicas necesarias al escritor para burlarla e introducir de contrabando en su obra la ideología o temática prohibida» (3).

    La obsesión de la lucha llega a ser tan grande que se convierte, casi, en el centro de la preocupación. lCómo poder decir lo que no se deba decir? Otros temas, de los que se puede tratar, se convierten en desdeñables, en «evasivos», en «ineficaces». No valen la pena. Juan Benet venía a afirmar en su libro En Ciernes ( 4) que, al politizarlo todo, la literatura queda destrozada: «la literatura no perdona; evoluciona por distintos caminos que la sociedad, tiene sus propios dioses y cultos y nada le gusta menos que sus oficios rituales se utilicen con otros fines que los meramente literarios». El censor, a fuerza de conseguir que todo contribuyese a luchar contra el régimen que lo imponía, politizaba la literatura, pero a ésta la dejaba en mantillas. Resultado sorprendente, porque el deseo último del político autoritario hubiera sido que la literatura pura hubiera prevalecido sobre cualquier forma de compromiso.

    3. EL CENSOR, LECTOR FIEL

    En épocas de censura el escritor sabe que, almenos, tiene un lector fiel: el censor. No es poco. Ya Larra lo afirmaba el siglo pasado: «en los países donde hay censura es donde se escribe para otro y ese otro es el censor» (5). Se ha dicho que el escritor, cuando concibe su obra, tiene en la mente a un destinatario ideal; y no sólo en aquella literatura casi de encargo, best-sellers prefabricados, que los novelistas de moda confeccionan a la medida de su público, en una estética de la recepción al revés. En los grandes escritores la presencia del lector en la mente del escritor parece más dudosa. Pero en los países con fuerte censura, un lector sí que tiene que estar presente en la mente del que imagina y escribe, para prevenir en lo posible las tachaduras, para evitar las prohibiciones, para no condenar su producto. Es un lector fiel que acompaña, ya al imaginar, al escritor «posibilista» (recuérdese la polémica Buero Vallejo-Sastre), el único que en esos regímenes puede existir; éste tiene que

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    contar siempre con esa vaga sombra, imaginar sus recelos, descubrir sus obsesiones.

    Se conocen bien ambos. El uno tiene que averiguar lo que el otro le va a prohibir. Al censor le suelen apuntar la fama de «peligroso» que tiene tal autor y, aunque él no haya sido capaz de detectar nada en concreto, desconfía, se inquieta, como el cazador que ventea la pieza, aunque no haya llegado a verla.

    Por eso, cuando el estilo es poético o alegórico el censor se inquieta más, vaga desorientado, como si su competidor le hubiera hecho trampa, hubiese abandonado el terreno firme de la confrontación política y se hubiese instalado en un lugar movedizo, donde todo puede significarlo todo. Recuerdo haber leído en uno de los libros ·sobre censura en la España de Franco el lamento de un censor, desorientado con la nueva poesía. Algo le olía mal, pero no sabía dónde provenía la causa.

    Vázquez Montalbán afirmaba en la encuestaque hizo Antonio Beneyto (6): «lo grave es quetodo escritor ya no se autocensura después dehaber escrito, sino que el mecanismo ya está enél, o sea, es como si fuese un dacoi de Fu-manchú que tuviera el cerebro ya teledirigido poruna serie de normas y sanciones que le han idoeducando ... ».

    lQué más compenetración se puede pedir,que esa interiorización del obligado lector impuesto?

    4. EL CENSOR Y SUS HUMORES

    Uno de los rasgos característicos de todo sistema totalitario de censura es la indefinición de los límites. Existió en los años de Franco una prolífica legislación de la censura (puede verse, por ejemplo en los libros de Abellán, de Guarner, etc.) pero, cuando se pasa al terreno concreto de la aplicación, los términos generales («defensa del pudor», «ofensa a la patria», etc.) se vuelven vagos y los límites imprecisos. Y aquí es donde entra la imprevisible personalidad de quien tiene que aplicar esos abstractos principios. La biografía de censor y su humor momentáneo, la simpatía o antipatía que profesen al autor censurado, cuentan muchísimo. Porque no se trata de un oficinista ecuánime que aplique unas reglas objetivas, sino que «lamenta» o «se goza» en prohibir. El diario El País publicó una carta que en 1946 escribió el Director General de Propaganda, donde Pedro Rocamora, hablando de una obra de Cela, dice «haber tenido la enorme satisfacción de prohibírsela». Se ve que es una actividad que produce un fuerte placer, casi erótico, diríamos.

    Cada palabra tiene unas connotaciones que dependen de la biografía personal de cada uno.

    ""'Al censor le ocurre lo mismo. lQué extraña biografía llevaría a un censor a considerar obscena la palabra «sobaco», según nos cuenta un escritor que vio, con sorpresa, tachado el sustantivo?

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    Alonso Zamora Vicente recuerda, en manifestaciones que recoge el citado libro de Beneyto, «un cuento, publicado en una prestigiosa revista madrileña, donde el censor tachó algunas palabrejas: "axila", "ombligo".» Anécdotas como éstas han sido muchas veces contadas. Pero hubiera sido interesante, aunque ahora es ya casi imposible (tema ya solo apto para un novelista histórico) estudiar los fetichismos que tales censuras encubrían, la visión pornográfica de la realidad que, bajo capa de moralina, tales casos ponían de relieve. Como el policía que a todos cree culpables, mientras no se demuestre lo contrario, el censor erotiza todo cuanto toca. Anticipador de algunas corrientes sexológicas modernas, para él todas son zonas erógenas.

    En actividad tan dejada a la libre iniciativa del individuo es peligroso quedarse atrás. O demostrar tibieza. Francisco Ayala cuenta en Recuerdos y Olvidos, 2. una curiosa anécdota (7). Un editor fue a solicitar al Jefe del Departamento encargado de la censura unos criterios consistentes para saber a qué atenerse en la exportación de obras a España. El propio responsable, Juan Beneyto, le confesó que esos criterios ni siquiera podía tenerlos él mismo. De vez en cuando, le contó, irrumpía en su despacho un cura colérico, blandiendo en la mano un libro y protestando de que esa obra proterva, «inconcebiblemente, se hallaba a la venta en la sagrada España». Entonces el jefe de la censura para apaciguar la ira del sujeto echaba un rapapolvos tremendo a quien había aprobado la publicación de la obra. En caso de discusión (habría que apostillar) siempre tiene razón el que protesta.

    lPor qué el jefe de la censura tiene temor a un subordinado? lQué le lleva a asustarse ante la protesta de ese sacerdote, seguramente también consultor de la censura?

    El censor puede ser culpado, sin riesgo, de ignorancia, que en algunos casos será incluso un mérito, porque demuestra que se mantiene alejado del mal, libre de la contaminación de lo moderno y peligroso. Puede ser culpado de partidismo; y así en el libro de Martínez Cachero (8) pueden verse casos de favoritismo a favor deescritores vinculados a la falange, frente a laprotesta oficial de la Iglesia. La lucha y el equilibrio de las diversas facciones forma parte necesaria del funcionamiento de todo régimen dictatorial.

    Pero, de ninguna manera, puede verse acusado de falta de entusiasmo en la tarea. Puede aceptar un libro, pero si otro censor lo encuentra rechazable no hay defensa posible. Al contrario de lo que se afirma en el conocido aforismo jurídico, en caso de duda prevalecerá lo contrario al reo. El peligro acecha siempre, cada palabra puede ser un delito, y el censor debe emu� lar al compañero en la tarea entusiasta y la eficacia de combatir el mal.

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    5. EL CENSOR, DOMINE

    El censor tacha una palabra; no ha sido la adecuada. O reprueba un texto entero, el enfoque no ha sido el necesario. Como el maestro, indica: «repite el ejercicio». Para que mejore el alumno, para que el escritor elabore de nuevo lo insuficientemente pensado. La asignatura que enseña este maestro forzado es la estilística, aunque ello puede parecer extraño. Muchos opinarían que el tema principal de sus enseñanzas es lo que se llamaba la educación política, una «maría». O moral. Pero no; porque no son las ideas lo que el escritor cambia. Ningún censor ha logrado que un escritor cambie de ideario, o que se convierta a una nueva fe política por la violencia de las tachaduras. Sí ha logrado que cambie de estilo. Dice Francisco Umbral en el libro-encuesta de Beneyto: «( ... ) si me autocensuro o no, creo que digo todo lo que quiero, esto es un problema de estilo, la censura es un problema de estilo, de modo que las cosas se pueden decir todas porque en literatura no importa tanto lo que se dice, importa lo que no se dice, lo que se sugiere» (op. cit., pág. 50).

    ¿y las calificaciones, elemento fundamental de toda clase? O las evaluaciones, como ahora se dice. También las hace el censor, pero al revés. Quiero decir que el aprobado aquí es la peor nota. Si un libro pasaba totalmente la censura, sin un pero, sin una corrección, es que debía de ser muy malo. El escritor pensaría que su estilo era poco combativo y sus ideas etéreas e insustanciales. Un aprobado, no valía la pena. Y el premio también lo recibían las obras suspensas; porque las voces secretas transmitían la noticia («ha sido muy censurada», «el censor no ha dejado casi nada en pie», «ha obligado a corregir cien páginas») y ésta, la negativa, era la mejor propaganda para el autor y la obra.

    Pero hay que repetir el ejercicio. Y el escritor debe buscar la palabra que sugiera pero no diga, el vocablo que no rompa el ritmo del verso, que no destruya la rima. Solamente, dos ejemplos, uno de verso y otro de prosa, para no parecer prolijo.

    En la poesía de Blas de Otero hay un ejemplo · claro. Si alguien tiene la curiosidad de compararla versión de «Poética» del libro En Castellano(puede verse en Con la inmensa mayoría, Buenos Aires, Edit. Losada, pág. 85) con la que Blasde Otero publicó en Cuadernos Hispanoamericanos (n.º 91-2, 1957) notará una diferencia significativa. La versión publicada en el interior decíaasí:

    «Apreté la voz como un cincho, alrededor del verso.

    (Salté del horror a la fe) Apreté la voz: Como una mano

    alrededor del mango de un cuchillo o de la empuñadura de una hoz».

    Las palabras subrayadas han sido, obligadamente, cambiadas. Difícilmente se hubiera podido mencionar la hoz y el martillo. Nada de slogans ni de símbolos obvios. A corregir.

    En el libro de Goytisolo La Isla (que al fin tampoco pudo publicarse) el original Camilo Alonso Vega fue sustituido por Alonso Mela. Cuando ya el nombre del General es para muchos -y para su bien- un absoluto desconocido, la autocensura o la censura acertó. Porque «mela», que se puede relacionar con «melifluo» y con «miel», es, por antítesis, un acierto.

    6. EL CENSOR, COLABORADOR

    El maestro ayuda al alumno; el corrector seconvierte en colaborador. Al cortar, como quien ha corregido un ejercicio erróneo, el censor debe recomponer; procurar que el hilo de la frase no revele lo oculto y perdido. En otros casos las supresiones son tan amplias que la estructura de toda la obra se resiente y es preciso equilibrarse. El acto de tachar ha sido el principio de la necesidad del componer. Más raros y azarosos son los casos en que las supresiones ponen de relieve aquello que permanece, como en un cuadro, el suprimir las adherencias que el tiempo ha ido acumulando, quedan de relieve valores antes no observados. A veces, unas frases que se juzgan inmorales o revolucionarias son tachadas y queda un final inesperado y bello. Quizás el caso más sorprendente es el que cuenta Guillermo Cabrera Infante con el final de su novela Tres tristes tigres. Una última parrafada fue juzgada por el censor seguramente blasfema y sin sentido y le llevó a suprimir «nueve líneas y dejar el libro trunco en una frase que sin embargo se vuelve definitiva «ya no se puede más» -y así acaba Tres tristes tigres» (9). Comenta, con la gracia que le caracteriza el escritor cubano, «que esta terminación fuera provista por la censura, muestra al censor como creador. Es en realidad un escritor embozado que puede quitarse la careta de funcionario anónimo y decir descarado: «anch'io sono artista!».

    Colaborador anónimo, porque ese descaro, o desenmascaramiento, son contradictorios con el censor, cuya principal característica es el ocultamiento. Las fichas de lectura son documentos secretos; las aprobaciones o rechazos se pierden en una cadena burocrática de responsabilidades internas que dan como resultado un juicio final, resultado conjunto de oscuros afanes.

    El censor acaba incluso coloreando una época, proporcionándole un determinado matiz estilístico. La habilidad en el uso del eufemismo marca claramente el modo de hablar de los años cincuenta y sesenta. Se pronunciaba «limitaciones de la expresión» pero se pensaba «censura política»; se decía «abrir los muros» y había que imaginarse la derrota de la dictadura; se pedía

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    «aire libre» y no era una manifestación ecológica o higiénica; se poblaban los textos de iniciales o de puntos suspensivos. Como decía Celso Emilio Ferreiro:

    «Cambio de tema para decir etcétera etcétera, xa sabes, en voz baixa, con puntos suspensivos que loitan por sairme, que ocultan as palabras prohibidas con forceps de xenreira e de cabreo» (10).

    El censor puebla los textos de símbolos. Y produce efectos contradictorios. Si por un lado, la obsesión del escritor por dejar en libertad su palabra le lleva a insistir en lo político y realista, por otro lado, la necesidad de pasar la censura le lleva a crear un estilo simbólico o alegórico. El censor aparece aquí como condicionante de un impulso inicial que fuerza al escritor a no irse por los cerros de su fantasía, y por otro le corrige el uso de términos demasiado inmediatos ( o por escatológicos o por revolucionarios) y le obliga a buscar el sustitutivo más bello. Poetiza su prosa. Para que no todos los ejemplos sean españoles, tomemos una cita que justifica lo que digo sobre lo sucedido en el cercano Portugal:

    «A censura oficial ou oficiosa impunha ao escritor urna permanente e insidiosa auto-censura, apenas ultrapassada pelo engenho própio de escrever entrelinhas ou de encontrar metáforas apropriadas. Assi palavras como aurora ou amanhecer passaram a significar socialismo, primaveralrevoluc;ao, camarada/prisionero, vampiro/policía, papoilalvitória popular. Estas metáforas, como faz notar José Cardoso Pires, conferiram um inegável sabor poético a prosa portuguesa dos anos 40» (11).

    Y 7. EL CENSOR, ENFERMO CONTAGIOSO

    El censor -y los que en él mandan- se creen médicos; la sociedad sufre desarreglos que deben ser curados. El orden inmutable tiene que ser mantenido. Las ideas infecciosas o los textos gangrenados tienen que ser cortados porque si no infectarían todo el cuerpo social. Mens sana in corpore sano. A los enfermos de erotismo desmedido, de oposición al régimen, a los heterodoxos de toda laya, hay que impedirles que comuniquen sus biliosas secreciones al resto de los ingenuos y sanos habitantes de una sociedad que ahora ha sido reedificada.

    Pero en realidad ese censor que se cree el médico, pertenece más bien al mundo de los enfermos. Al mundo de la sombra (léase sobre el tema de la enfermedad como apartamiento el principio del interesante libro de Susan Sontag: La enfermedad y sus metáforas). En covachuelas o en edificios modernos con la asepsia del número y de mampara que separa. Y un censor remite al otro, como en ciertas consultas sobreenfermedades graves, y los informes secretostienen más valor que las entrevistas con editores

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    o escritores, que, por la amistad o el favor, logran vencer la barrera burocrática y tienen unaconversación cara a cara con el principal responsable para intentar salvar una obra o unas palabras.

    Pero también ellos se contagian. Y los directores de publicaciones, los edito

    res, los propietarios de emisoras ejercen también la censura, para que sus productos no sufran el albur de la persecución o de la prohibición. O incluso para que a ellos mismos no se les ponga la etiqueta infamante y se les confine en el mundo de los que deben ser examinados con lupa y perseguidos a toda costa. Malos ciudadanos condenados al silencio de los e enemigos, o a las catacumbas de los revolucionarios.

    NOTAS

    (1) Abellán, Manuel, L.: Censura y creación literaria enEspaña (1939-76). Barcelona, Península, 1980.

    (2) Tomo el dato de Urrutia, Jorge: Cela: la Familia dePascual Duarte. Madrid, S.G.E.L., 1982, p. 35.

    (3) Goytisolo, Juan: Furgón de cola. París, Ruedo Ibérico, 1967, p. 32.

    (4) Benet, Juan: En ciernes. Madrid, Taurus, 1976, p. 32.(5) Larra, Mariano José de: Obras Completas. B.A.E.,

    CXXVIII, p. 60. (6) Beneyto, Antonio: Censura y política en los escritores

    españoles. Barcelona, Plaza-Janés, 1977, p. 295. (7) Ayala, Francisco: Recuerdos y olvidos. 2. El exilio.

    Madrid, Alianza, 1984, 2.3 ed., p. 104. (8) Martínez Cachero, J. M.: la novela española entre

    1939 y 1969. Historia de una aventura. Madrid, Castalia, 1973, pp. 94 y SS.

    (9) Guillermo Cabrera Infante: «el censor como obsexo» en Espiral, revista, n.º 6, Barcelona, 1979, p. 184.

    (10) Ferreriro, C. E.: Longa noite de pedra. Barcelona, ElBardo, 1969, pp. 42-3.

    (11) Almeida Rodríguez, Gra9a: Breve história da censura literária em Portugal. Lisboa, Biblioteca Breve, 1980, p. 80.