el celibato sacerdotal

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El Celibato Sacerdotal IV Encuentro

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Page 1: El Celibato Sacerdotal

El Celibato SacerdotalIV Encuentro

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“La sagrada virginidad es un don especial, pero la Iglesia entera de nuestro tiempo, representada solemne y universalmente por sus pastores responsables, y respetando siempre, como ya hemos dicho, la disciplina de las Iglesias orientales, ha manifestado su plena certeza en el Espíritu de «que el don del celibato, tan congruente con el sacerdocio del Nuevo Testamento, lo otorgará generosamente el Padre con tal de que los que por el sacramento del orden participan del sacerdocio de Cristo, más aún, toda la Iglesia, lo pidan con humildad e insistencia.” CS § 44.

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El celibato ha de ser siempre visto dentro de la Iglesia primero como un don divino y no simplemente como una ley disciplinar de la Iglesia. De lo contrario, las consecuencias personales y comunitarias redundarían en perjuicio de la estabilidad emocional y afectiva de los sacerdotes y también de las comunidades a las que ellos sirven.

Son muchos los que hoy en día cuestionan la ley del celibato argumentando precisamente que esta ley va en contra de la naturaleza, pues todo hombre tiende al matrimonio desde el momento mismo de la creación.

Pero si esta verdad es tan cierta, también aquella de la virginidad, puesto que Jesús quiso que en su Iglesia se testimoniara el amor que se vive en la morada celestial mediante la consagración total de algunos de sus miembros

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El don del celibato no se entiende, sino desde la perspectiva del testimonio de la donación total de Cristo al Padre de los Cielos. Dicha donación no es otra cosa que un acto de amor puro, en el cual Cristo se somete gustosamente a la voluntad de su Padre para redimir a la humanidad. En este sentido, la entrega amorosa del Hijo al Padre es la fuente y la razón de ser del celibato en la Iglesia.

El único horizonte en que resulta posible situar el camino del celibato es el horizonte del Amor. El celibato no es huida de una realidad hostil o considerada difícil y engañosa; ni siquiera es una elección que tenga como objetivo primario la eficacia apostólica, sino que es un camino de amor que lleva al Amor... Dios es Amor...

En la base de todo verdadero celibato por el Reino de los Cielos está la experiencia de verse uno envuelto en una aventura de amor que lo pide todo porque puede darlo todo. Únicamente el Amor de Dios puede reclamar el amor; sólo un Dios – Amor, puede pedir que el célibe le ame con todo el corazón; sólo quien dio todo muriendo en la Cruz, es capaz de pedir al célibe un amor que lo lleve también a él a la cruz.

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El celibato sacerdotal es un don que Cristo ha legado a la Iglesia, como un medio alterno de santificación al don del matrimonio. En este sentido, el celibato no sólo es un don en la Iglesia, sino también es don para la Iglesia, puesto que el celibato está orientado hacia la edificación de la comunidad. Cristo ha dejado en la Iglesia el don del celibato, de manera que los que han sido llamados a tan peculiar don, puedan dedicarse con mayor libertad y empeño al servicio de la cura de almas. No se trata de un servicio visto sólo desde las categorías cuantitativas de la producción, es decir que se pueden hacer más cosas porque se es más libre. Se trata, en cambio, de un servicio desde las categorías cualitativas de una entrega total de la persona a Cristo y a su misión, es decir que se es Cristo para poder actuar como Cristo a favor de la Iglesia y la humanidad..

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“Apresado por Cristo Jesús hasta el abandono total de sí mismo en Él, el sacerdote se configura más perfectamente a Cristo, también en el amor con que el eterno sacerdote ha amado a su cuerpo, la Iglesia, ofreciéndose a sí mismo todo por ella, para hacer de ella una esposa gloriosa, santa e inmaculada. Efectivamente, la virginidad consagrada de los sagrados ministros manifiesta el amor virginal de Cristo a su Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión, por la cual los hijos de Dios no son engendrados ni por la carne ni por la sangre.” CS 26

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“El sacerdote, dedicándose al servicio del Señor Jesús y de su Cuerpo místico en completa libertad, más facilitada gracias a su total ofrecimiento, realiza más plenamente la unidad y la armonía de su vida sacerdotal. Crece en él la idoneidad para oír la palabra de Dios y para la oración. De hecho, la palabra de Dios, custodiada por la Iglesia, suscita en el sacerdote que diariamente la medita, la vive y la anuncia a los fieles, los ecos más vibrantes y profundos.” CS 27

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Un celibato por el Reino, es decir, vivido bajo el impulso del amor de Dios y de su causa en el mundo, se convierte inevitablemente en parábola para un mundo sin Dios; un mundo de corazón endurecido y necesitado de signos especiales. Manifiesta al mundo que el cristiano puede renunciar a todo por el hecho de haber encontrado un tesoro superior, y que puede renunciar a los amores de este mundo porque existe un Amor más grande, el amor de Dios.

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El celibato cristiano quiere representar en nuestro mundo cuanto Cristo vivió en su carne, es decir, su celibato, su privación de la intimidad conyugal, su soledad, su manera de vivir la afectividad, su misión, pero sobre todo de su Misterio Pascual. El mundo necesita de este signo y como Dios rodea la vida celibataria de una belleza particular, el mundo no puede verse privado de tal singular manifestación de Amor. El mundo necesita de alguien que patentice la fuerza del Espíritu en acción; la posibilidad vivida de la dimensión espiritual; la belleza de una vida dirigida por el influjo del Espíritu.

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También el cuerpo queda incluido en la significación del celibato. El celibato es expresión de un gran amor por el cuerpo humano, redimido por Cristo. Más aún, es un firmísimo acto de fe en su inmortalidad. El celibato predica un amor puro por la carne, semejante al que el Padre tuvo por ella cuando del barro del suelo la modeló; semejante al de Hijo al hacerse Carne por nuestra salvación; semejante al del Espíritu que resucitó la Carne de Cristo de entre los muertos. El celibato es asumir la Encarnación en serio. El celibato cristiano sitúa en condiciones de vivir en una comunión especial con la situación concreta del Hijo; y ello para rendir honor a su carne; y ello para acercarse a su intimidad con el Padre; y ello con docilidad a la acción del Espíritu.

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La condición especial del sacerdote como el alter Christus entre los hombres le exige una búsqueda especial de la perfección cristiana en el mysticum corpus Christi. Configurado íntima y extraordinariamente a Jesucristo, Sumo Sacerdote, por el orden sagrado, el sacerdote santifica (munus sanctificandi), enseña (munus docendi) y gobierna (munus regendi) en Su nombre. Así como el mundo tiene dificultad para entender que el Mesías "fue llevado como un cordero al matadero" (Is 53,7), de la misma manera tiene dificultad para entender que algunos varones "se preocupan de las cosas del Señor, de ser santos en el cuerpo y en el espíritu" (1Co 7,34). El celibato es testimonio de la vida ultraterrenal, para quienes lo viven y para los que ven que otros lo viven,. "Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo" (Mt 22,30; cf. Mc 12,25).

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El celibato, que abre de par en par las puertas de la contemplación de Dios, se convierte en expresión de la sed profunda de Dios, del ansia de ver su rostro, del insaciable deseo de la búsqueda humana del Absoluto. Hay que advertir, sin embargo, que esta aspiración hacia Dios es posible porque es Él quien aspira y ansía hacia nosotros: “Yo soy para mi Amado, y hacia mí tiende su deseo” (Cant 7:11). Nosotros le deseamos porque Él nos desea. El conocimiento de Dios proveniente de una vida dedicada sólo a Él no pertenece tanto al campo de la ciencia cuanto al de la sapiencia. Acerca de Dios nos habla la Teología, pero, con Dios nos habla la sapiencia. A quien elige quedarse solo por el Reino de los Cielos, le es dado el don de la sapiencia.

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El equilibrio psíquico y espiritual de quien vive sólo para el Señor, encuentra un punto de fuerza en la contemplación amorosa y afectiva de la vida de Cristo: icono del mundo celeste; imagen del Dios invisible; punto de encuentro con el Padre; plenitud del Espíritu santificador.

El celibato se hace posible por el contacto contemplativo, afectivo, sacramental con la vida de Cristo, con su Carne. La Carne gloriosa del Señor debe afectar a nuestra propia carne para que pueda vivir por el amor de la carne del Señor.

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El celibato le dice a la Iglesia la incapacidad total del hombre para fructificar a favor del Reino; y sugiere la única postura para dar frutos, la de hacerse a un lado para dejar sitio al Señor que realice sus obras, siembre y coseche (Is 55:10). Como lo hizo María, su fecundidad consistió en dejar que Dios hiciera en ella Su voluntad (Lc 1:38). Como reza el Akatistós:

“Salve, Madre de Dios y Virgen Fecunda. La que habiendo engendrado sin semilla, según la carne, de Dios la Palabra. Salve Esposa Inmaculada, no desposada. Salve la que por la palabra del Santo Ángel fue saludada: La Virgen Engraciada.”

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