el angel del hogar y sus demonios nerea aresti esteban

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  • EL NGEL DEL HOGAR Y SUS DEMONIOSCiencia, religin )' gnero en la Espaa del siglo XIX*

    Nerea Aresti EstebanUniversidad de I Pas Vasco/Euskal Herriko l'nibertsitatea

    La ideologa de la domesticidad en la Espaa del siglo XIX era unapeculiar amalgama de nociones tradicionales, ideas religiosas y valo-res burgueses. El presente artculo pretende contribuir al estudio de laevolucin de este ideal de feminidad en la segunda mitad de este si-glo XIX. En concreto. hemos dirigido la mirada a lo que consideramosun aspecto fundamental de esta evolucin, la relacin entre el pensa-miento religioso y el liberal burgus. particularmente el cientfico. Ennuestra opinin, dos elementos resultaron jugar un papel fundamentalen la configuracin de los ideales de gnero a lo largo de aquellas d-cadas. Por un lado, consideraremos la incidencia de la corriente krau-sista, cuyos idelogos articularon ideas de origen religioso y otras deraigambre liberal en sus propuestas sobre el tema. Por otro. hemosdestacado el impacto de la introduccin de la doctrina positivista entorno a 1875. y sus consecuencias negativas en la visin social de lasmUJeres.

    Entre las conclusiones de este trabajo, destacaremos tres. En primerlugar. plantearemos que. a diferencia de otros pases de cultura liberalms arraigada. en Espaa el ideario burgus liberal se mostr incapaz dereemplazar las viejas concepciones sobre las mujeres. En esos otros pa-ses. la misoginia tradicional. aquella que categorizaba a las mujeres comoseres inferiores al hombre y moralmente despreciables, fue superada poruna visin dignificadora de la feminidad, creada a partir de la maternidad,

    * Este trabajo forma parle del proyecto de investigacin financiado por la UPY,'EHU:Evolucin de las relaciones de gnero en el Pas Vasco (1876-1976). Ciencia, modernidady tradicin Il"PV 021.323-HAI56'981.

    Histori(/ COllle/1/porlllell 2/. 200

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    de su lugar central en la familia, y de una supuesta espiritualidad superiora la de los hombres. En aquellos pases tambin, una pretendida naturale-za femenina permiti definir a todas las mujeres en oposicin a todos loshombres, relegando a un segundo trmino otras consideraciones de tiposocial y jerrquico, y el tradicional concepto de libre albedro. Aquellasclases medias pujantes lograron imponer un modelo de feminidad, unideal de domesticidad, que para las dcadas de 1830 y 1840 se haba con-vertido en un discurso secularizado y socialmente dominante. La conside-racin de las mujeres como una especie moral -y ontolgica- apartejustific su expulsin de la categora de ciudadana y su confinamiento enel mbito privado, al tiempo que dio alas a los primeros movimientos fe-ministas, empeados en extender al mbito pblico las excelencias espiri-tuales femeninas. En el caso de la sociedad espaola, en cambio, las vie-jas concepciones, tanto religiosas como de origen laico, demostraron unavitalidad enorme, una vigencia que qued reflejada en los textos ms in-fluyentes sobre este tipo de cuestiones.

    La segunda conclusin est asociada a la peculiar relacin, en lasociedad espaola, de la Iglesia y el pensamiento religioso con el libe-ralismo. La difcil convivencia entre unos y otro gener una idea~fuerza que demostrara una extraordinaria capacidad para moldear las vi-siones de gnero de las nuevas clases sociales: la divisin del mundoen dos frentes antagnicos, el representado por la religin, la tradiciny la feminidad, por un lado, y el progreso, la ciencia y los hombres, porotro. Esta visin excluira a las mujeres de cualquier proyecto de reno-vacin social, y, ms an, las situara tanto simblica como poltica-mente en posicin enfrentada al xito de tales proyectos. Hasta los aosveinte del siglo siguiente no existi una preocupacin generalizada enlas filas de la burguesa por construir un modelo de feminidad alternati-vo y diferente al heredado del Antiguo Rgimen. Hasta entonces, slodeterminados sectores liberales, concretamente los krausistas y los po-sitivistas, dedicaron una atencin considerable a esta labor, los prime-ros para mejorar la condicin de las mujeres de su clase], y los segun-dos para demostrar la supuesta inferioridad femenina respecto a loshombres.

    1 El sector de las clases medias relacionadas con el pensamiento krausista e institucio-nalista tuvo tambin un papel protagonista en el movimiento de reforma social preocupadopor la situacin de las mujeres trabajadoras. La historiadora Mercedes Arbaiza ha profun-dizado en el significado de este movimiento reformista dirigido a la clase obrera en estemismo volumen.

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    Junto a la perdurabilidad de las nociones tradicionales. tanto religio-sas como seculares, y la expulsin de las mujeres del horizonte de unfuturo mejor, concluiremos tambin que la introduccin de las tenden-cias radicalmente materialistas y cientificistas en el ltimo cuarto de si-glo tuvo un efecto pernicioso para la percepcin social de las mujeres.agravando los aspectos ms ignominiosos de la imagen femenina. Losplanteamientos positivistas profundizaron el foso que separaba a lasmujeres del liberalismo progresista. Este efecto de agudizacin misginaobliga a reevaluar la introduccin del positivismo en nuestro pas, unarevisin obligada. en definitiva, por la inclusin de la perspectiva degnero al anlisis histrico. La feminista Emilia Pardo Bazn afirmabaen 1892 que le causaban tristeza la direccin y carcter del movimientocientfico espaol, un desaliento infecundo y amargo que le llevaba apreferir ignorarl02. Se distanciaba as la escritora gallega de las deman-das de todos los sectores sociales progresistas de la poca en favor deldesarrollo del conocimiento cientfico. convertido entonces en banderade la lucha contra la intolerancia y la ortodoxia catlicas. En nuestraopinin. la actitud de Pardo Bazn no la coloca en el lado del conserva-durismo. Al contrario. la hace portadora de una concepcin crtica delavance cientfico y de lo que era considerado como progresista en laEspaa del siglo XIX. A menudo. la introduccin de la perspectiva degnero arroja luz sobre aspectos contradictorios del pasado. Esta pers-pectiva de gnero. junto a una actitud de sospecha hacia la ciencia y elprogreso, nos ayudar a ofrecer otra lectura del viraje ideolgico quesupuso la introduccin del positivismo en Espaa.

    Los interrogantes acerca de la evolucin de los ideales de gnero enel siglo XIX espaol son incontables. Desde luego, las siguientes pgi-nas no aspiran a responder a todos ellos. pero pensamos que las conclu-siones planteadas permitirn una mejor comprensin de la naturalezadel concepto del ngel del hogar en aquella sociedad. a la vez quesubrayarn la complejidad de este concepto. Las ret1exiones expuestasa continuacin han partido de la conviccin acerca de la necesidad deestudiar en mayor profundidad la evolucin de este peculiar y todavadifuso ideal de domesticidad decimonnico, huyendo de cualquier ten-tacin de aplicar a nuestro contexto conclusiones extradas de una rea-lidad diferente.

    2 Emilia PARDO B-v.\\;. La IIll/jer npllllo/a I Madrid: Editora Nacional. 1981). p. 155.en su artculo Una opinin sobre la mujer .... publicado en el NI/e\'() Teatro Cririco en Mar-zodeI882.

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    1. La confusa imagen del ngel del hogar

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    Los discursos destinados a definir 10 que una mujer de la Espaadel siglo XIX deba ser, y 10 que deba no ser, fueron muy diversos, y deningn modo asimilables en su conjunto al ideario liberal burgus. Elconcepto del ngel del hogar ha venido siendo considerado comofigura central a la hora de definir el modelo decimonnico de mujerideal. Sin embargo, este popular concepto encierra una realidad com-pleja, y su utilizacin puede llegar a presentar ciertos inconvenientes.Utilizar el ejemplo de una publicacin reciente, el libro de CatherineJagoe, Alda Blanco y Cristina Enrquez de Salamanca titulado La mu-jer en los discursos de gnero, para situar a la lectora o lector sobre lapista del tipo de problema al que nos referimos.

    En opinin de las autoras, en la Espaa del siglo XIX los discursosburgueses conformaban la mentalidad hegemnica de la poca acercade la mujer, mentalidad simbolizada por la figura del ngel delhogar3. El ideal de domesticidad asociado al del ngel del hogar ha-bra constituido, como en otras naciones, un elemento fundamental enel proceso de construccin de la burguesa como clase, en oposicin ycontraste con la aristocracia y las clases trabajadoras4 . Los rasgos deesta figura del ngel del hogar y las motivaciones de clase que estaimagen encerraba en el caso de la sociedad espaola, se presentan en ellibro como similares a los que acompaaron el nacimiento del ideal dela domesticidad en otros pases occidentales a lo largo del siglo XIX. Eluso del mismo trmino, ngel del hogar, tanto por los tericos anglo-sajones como por autores espaoles parece avalar esta hiptesis con lalgica ms elemental. De hecho, en opinin de Catherine Jagoe, el con-junto de discursos elogiando el ngel del hogar en Espaa formaraparte de un fenmeno que tuvo lugar en muchos pases occidentales alentrar en la modernidads. Esta valoracin general, sin embargo, no noslibrara de la labor de discernir el modo particular en el que se produjoel fenmeno de trnsito a la modernidad en Espaa, un proceso comnal mundo occidental, pero diverso segn los pases. As, resulta que laafirmacin sobre la hegemona ideolgica de los discursos burgueses

    3 Catherine JAGOE, Alda BLANCO y Cristina ENRfQUEZ DE SALAMANCA, La mujer en losdiscursos de gnero. Textos y contextos en el siglo XIX (Barcelona: Icaria, 1998), p. 14.

    4 Catherine JAGOE, Ambiguous Angels. Gender in the Novels 01 Galds (Berkeley: Uni-versity of California Press, 1994), p. 21.

    5 Catherine JAGOE, La mujer en los discursos, p. 24.

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    en este terreno aparece cuestionada por los propios estudios, muy inte-resantes estudios, que el propio libro nos ofrece.

    El anlisis de los discursos legales y jurdicos de la poca lleva aCristina Enrquez de Salamanca a concluir que existe una falta deacuerdo entre los diferentes ideales de gnero propugnados desde lasinstancias legales, y que junto a este discurso del ngel del hogar per-vive una fuerte tradicin misgina anterior al mundo libera16. A la horade analizar los discursos mdicos, Catherine Jagoe reconoce que la ideo-loga del ngel del hogar dista mucho de ser monoltica. y no se extien-de al campo de la medicina, desde donde se proyectara, afirma. un serque nada tiene de angelical y etre07 Por su parte, Alda Blanco. en suestudio sobre los discursos feministas de la poca, destaca el esfuerzo deaquellas mujeres por combatir la idea de que la mujer era un ser inferior.y por ensalzar los valores morales asociados a la feminidad. De hecho.aadiramos por nuestro lado, la dignificacin de la feminidad sera msa menudo el fruto del esfuerzo de ciertas mujeres por elevar su condicinfrente a las ideas dominantes, que una idea o visin comnmente acepta-da entonces. As parecen reflejarlo tanto los textos de la poca como lapropia evaluacin posterior de feministas como Mara Pilar de Oate;cuando en 1938 la escritora apuntaba los logros del feminismo hasta lafecha, destacaba entre ellos el hecho de que para entonces ya nadie nega-ra las cualidades morales de las mujeres~. El panorama general ofrecidopor las autoras del libro dista mucho de corroborar el enunciado que pre-side el texto, el relativo a la hegemona del punto de vista burgus liberalen los discursos sobre los ideales de gnero. As, pensamos que es nece-sario cuestionar la idea de que el ideal de domesticidad en el contexto dela sociedad espaola estuvo compuesto de ingredientes semejantes y do-tado de un significado de clase similar al de este ideal en otros pases,particularmente anglosajones. que resultan ser utilizados de forma siste-mtica como referente en el anlisis.

    En nuestro contexto acadmico. el peso referencial de los estudiosanglosajones sobre el ideal de la domesticidad es muy importante. Estosestudios han construido un retrato del ngel del hogar que responde auna realidad pasada concreta y diferente a la nuestra. Los rasgos de este

    6 Las leyes electorales. por ejemplo, reflejaban una visin diferente a la resultante de unatotal sexualizacin de los seres humanos, visin inherente al discurso clsico sobre el ngeldel hogar. As, hasta la ley electoral de 1890. la cual estableca el sufragio masculino uni-versal, la~ mujeres no estaban expresamente excluidas del derecho a voto. lbidem, p. 241.

    7 lbidem, p. 314.8 Mara del Pilar OATE, Elfeminismo en la literatura espaola (Madrid, 1938), p. 247.

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    retrato angelical fueron trazados por unas clases medias pujantes, porta-doras de los valores de una burguesa floreciente empeada en crear lasbases de una sociedad nueva, tambin en lo referente a las relacionesentre los sexos, y al papel de la familia y de las mujeres en un mundonuevo. Pero el ngel del hogar anglosajn, aquel descrito por Co-ventry Patmore y John Ruskin, difera grandemente del dibujado en lostextos ms emblemticos del discurso espaol de la domesticidad, lleva-dos a cabo por los ultracatlicos y conservadores Mara Pilar Sinus deMarco y Severo Catalina tambin a mediados del siglo XIX. Sin duda,ambos modelos no eran totalmente extraos entre s, pero pertenecan atradiciones o corrientes ideolgicas distintas.

    Tanto las reflexiones de Severo Catalina, como las de Sinus de Mar-co evolucionaron dentro de los parmetros discursivos del pensamientocatlico tradicional. En el caso de Severo Catalina, estos parmetros tra-dicionales sealaban, por ejemplo, que las mujeres no son ni buenas nimalas en tanto que tales, de modo que no existe una naturaleza tica in-herente a todo el sexo femenino; se establece la defensa de un cdigo ti-co, muy restrictivo, comn a hombres y a mujeres; se mantiene la idea deque la mujer est dotada de una razn semejante a la del hombre, aunquela discrecin resultara ser el valor supremo asociado a la feminidad9. Pi-lar Sinus de Marco, por su parte, difcilmente puede ser consideradacomo artfice de la creacin del ideal de domesticidad burgus liberal. Suconocido libro El ngel del hogar es, sobre todas las cosas, una exalta-cin del sentimiento catlico, en ambos sexos, frente a la ola de moderni-dad que amenazaba con alterar el orden tradicional. El eje del libro es uncuento en el que la autora narra la historia de una mujer espaola enfren-tada a las expectativas de su esposo ingls, quien esperaba encontrar enla recin casada una compaera capaz que le ayudara y compartiera conl las preocupaciones del negocio familiar. El ideal nacional de mujeres retratado en contraste al de la mujer inglesa, descrita esta ltima comolaboriosa, avara, ilustrada e impa. Inglaterra y Estados Unidos represen-tan en la obra los valores asociados al protestantismo y al individualismohereje. El ideal errneo de domesticidad conducira a la emancipacinfemenina, a la cual Sinus de Marco enfrenta la verdadera domesticidad,un ideal repleto de sentido patritico y religioso.

    Las coordenadas discursivas del texto de Sinus de Marco son enbuena medida las tradicionales y tambin mucho menos innovadoras de

    9 Severo CATALINA. La mujer. Apuntes para un libro (Madrid, 1858), pp. 2 a 5; 116 a118, y 260 a 264.

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    lo que se ha pretendido. La misin domstica de las mujeres es plantea-da en trminos de un deber dictado por Dios y la sociedad, y no tanto unhonor sagrado10; el matrimonio es presentado como una posibilidad, nola nica, en la vida de las mujeres, una vida en la que la religin y amora Dios deban configurar el eje esencial ll . Lejos de establecer un juiciocomn al conjunto de su sexo, que estara as unido por una nica natu-raleza femenina, Sinus de Marco recuerda que una mujer puede ser unngel o un demonio del hogar domstico, segn sean su educacin e in-clinacionesl2, La educacin apropiada exigira ensear el camino de lareligin. no solamente a la mujer buena, sino tambin a la mujer demalos instintos 13. Los conceptos tradicionales de naturaleza humana,pecado, fe. libre albedro y privilegio social calan el conjunto de la obra.

    Ciertamente, la evolucin desde textos clsicos como el de La per-fecta casada de Fray Luis de Len es enorme. pero los lazos argumen-tativos con aqul son muy importantes tambin. tanto en el caso de Se-vero Catalina como en el de Pilar Sinus de \1arco. Elementos decontinuidad y renovacin se combinan de un modo que impone la nece-sidad de una mirada cautelosa. Por ejemplo, se ha planteado que. a di-ferencia de otras pocas, el eje fundamental de este discurso se sentabaen la idea de la divisin de las esferas pblica y privadal~. Pero. enqu medida los diferentes textos sobre el ideal del ngel del hogarrespondan a este empeo por delimitar el mundo pblico y privadomodernos, o estaban en cambio guiados por el deseo de perpetuar la se-cular segregacin de las mujeres en el mbito familiar? De acuerdo alespritu de la Contrarreforma. Fray Luis de Len defenda en 1583 lareclusin de las mujeres, quienes deban ofrecer a los hombres puertosdeseados y seguros en que. viniendo a sus casas. reposen y se rehagande las tormentas de negocios pesadsimos que corren fuera de ellas 15.Hasta qu punto es posible hablar de un nuevo ideal burgus? Dndedebemos situar los elementos de ruptura? Quines fueron los artficesde este nuevo modelo de mujer?

    10 Pilar SJ"lS DE ~1~RC, Ell/{;el del {o[wr \ladrid, 1881 sexta edicin), Tomo l, p. 225.11 Ibidelll. Tomo 11. p. _'3~.12 Ibidelll. Torno 11. p. 77.IJ lbidem. Torno I. p. ~P.14 Mary N.~SH, Identidad cultural de gnero. discurso de la domesticidad y la defIni-

    cin del trabajo de la, rnujere, en la E~paa del siglo XJx, en Georges DUBY y MichellePERROT diree.l. Historia de las mujeres. Torno IV. p. 588.

    15 FR.~ y Lus DE LEcJ:\. La perlectll casada. en FRAY Lus DE GRANADA, SANT-\ TERESA DEJESS, FRAY Lus DE LEO". Escritorl'S lIliltlcus espl/11ules (Barcelona: Ocano, 1998), p. 290.

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    Por otro lado, afirmar como hemos hecho el papel central de la reli-gin en la formacin de los ideales de gnero decimonnicos resultaescasamente significativo desde el punto de vista que estamos plan-teando, dado que tambin el ideal de domesticidad anglosajn estuvorevestido de nociones religiosas, especialmente en pocas tempranas.Debemos tener en cuenta, sin embargo, que estamos hablando de reli-giones diferentes, con significados sociales y polticos distintos en cadacaso. Se hace obligado por lo tanto aludir al problema de la articula-cin entre los pensamientos religioso y liberal en los diferentes contex-tos histricos, con el nimo de explorar las repercusiones de esta arti-culacin en las cuestiones de gnero.

    En las sociedades protestantes, la relacin entre la religin y lamodernidad fue ms armoniosa, menos conflictiva que en las socieda-des catlicas. Se ha afirmado que Lutero situ a la religin claramen-te dentro de la esfera masculina, de modo que el mbito pblico, enoposicin al privado, no solamente incluy la poltica o la educacin,sino tambin la religin, al considerar a sta como materia pblica,racional y transcendente!6. El Evangelismo jug un papel mediadorfundamental en sociedades como la estadounidense, en el trnsito a lamodernidad; ciertas iglesias protestantes se convirtieron en un ele-mento constitutivo bsico de la nueva sociedad burguesa, tanto desdeel punto de vista social como ideolgico!? El ideal evanglico de ladomesticidad era tambin parte esencial y constitutiva de la ideologaburguesa, en un contexto en el que las nuevas clases dominantes in-tentaban construir un nuevo modelo de sociedad; podramos afirmarque ambas propuestas, la protestante y la burguesa, eran una mismacosa, y que una y otra empujaban en una misma direccin. Ambaspropuestas tendan a profundizar la diferenciacin sexual entre hom-bres y mujeres, a enaltecer la maternidad y los valores morales de lafeminidad, a segregar a las mujeres en el mbito familiar, y a superarlas viejas nociones aristocrticas y la tradicin misgina que conside-raban a la mujer como un ser inferior, tambin moralmente inferior, alhombre. La alusin a una peculiar naturaleza femenina permita ponerlmites a un concepto de ciudadana, tericamente universal, pero que

    16 WIESNER, Merry, Luther and Women: The Death of Two Marys, en Jim OBELKE-RICH (ed.), Disciplines 01 Faith, Studies in Religion, Politics, and Patriarchy (Londres,Nueva York: Routledge, 1987), p. 305.

    17 Catherine HALL, White, Male and Middle Class. Explorations on Feminism and His-tory (Nueva York: Rout1edge, 1992), pp. 78 a 81.

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    en la prctica era construido en clave de gnero, y era enormementerestrictivo para las mujeres. Cuando, en el siglo XIX, se produjo unproceso de feminizacin de la religin18, las mujeres de estos pa-ses anglosajones pudieron beneficiarse del papel crucial que la iglesiaprotestante estaba jugando en la construccin de la nueva sociedadburguesa, y recabar as autoridad moral y autoestima de su privilegia-da relacin con el mundo espiritual. El nacimiento de los primerosmovimientos feministas no fue ajeno a este proceso.

    La relacin entre la Iglesia y las nacientes clases burguesas y el li-beralismo en los pases catlicos fue. sin embargo. bien distinta. Laburguesa espaola decimonnica estuvo lejos de imponer plenamentesus puntos de vista en la vida poltica y sociaL y, desde luego. el mun-do privado no logr convertirse en una excepcin. Por otro lado, laIglesia catlica espaola y los discursos asociados a ella fueron muybeligerantes con el liberalismo y los principios de la modernidad, y di-fcilmente podran ser considerados expresin de la burguesa espaola,aun cuando un sector importante de sta optara por un compromisoabierto con las fuerzas del Antiguo Rgimen. Los elementos progresis-tas de esta burguesa y de estas clases medias mantuvieron una pugnaconstante con el conservadurismo catlico. Este antagonismo tuvo unadimensin de gnero de enormes consecuencias para las mujeres. Unaidea fundamental pobl las mentes de los tericos progresistas y sirvide punto de partida en todas las polmicas sobre estas cuestiones. Ensu opinin. tanto en el campo sociaL como poltico e incluso epistem-logico. de un lado se situaban el progreso, la ciencia. la educacin. elmaterialismo ms o menos radicaL las nuevas clases sociales. la razn.el futuro, y tambin la masculinidad. Del otro, la religin. el espritu, latradicin, la ignorancia, la oscuridad. el pasado, y las mujeres. Esta vi-sin del mundo en los mitades irreconciliables demostr una vitalidadextraordinaria. y perdur hasta bien entrado el siglo xx. Bien es ciertoque algunas corrientes polticas e ideolgicas intentaron soslayar esteantagonismo entre la religin catlica y el pensamiento liberal. Nos re-ferimos concretamente al krausismo.

    I~ Este proceso fue primeramente analizado por Barbara Welter, y desarrollado por au-toras como Nancy Cotl. Ver Barbara WElTER. The Feminization of American Religion:1800-1860. en Clio's Conciousness Raised. (Nueva York: Rartman and Banner. 1976):Nancy COTT, The Bond~ 01 Womanhood: Woman's Sphere in New England 1780-1835(New Raven: Yale Cniversity Press. 1977); y para el caso francs, Paul SMITH, Feminismand rhe Third Republic (Oxford: C1arendon Press. 1996).

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    2. Krausismo y feminismo

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    Brevemente expuesto, el krausismo espaol se defina por un racio-nalismo armnico desde el punto de vista filosfico, y un liberalismoreformista desde el punto de vista poltico. El pensamiento krausista te-na como fundamento un cristianismo racional y tolerante, que abogabapor la libertad religiosa. Era una filosofa para la prctica, dirigida a lareforma tanto individual como colectiva, conseguida sta por medio dela educacin. Los krausistas profesaban una fe en el progreso a travsde la ciencia19 . Adolfo Posada defina en torno a 1925 el krausismocomo esencialmente una filosofa poltica, dinmica, de enjundia ticay de valor social20.

    Destacamos para nuestro propsito tres aspectos de la propuestakrausista: su contenido religioso, su posicin de defensa de la ciencia yel nfasis en la educacin como instrumento de reforma social. Aadi-mos a ellos otro de gran transcendencia, su voluntad favorable al mejo-ramiento de la condicin de las mujeres y su defensa, terica y prcticatambin, de la educacin femenina. Su liderazgo en este campo nopudo ser negado ni por sus ms beligerantes enemigos. Cuando en1908, el jesuita Alarcn y Melndez, firmemente antikrausista, hacareferencia a los paladines de los derechos de la muJer, aun en tonolgicamente descalificador se vea obligado a nombrar a los krausistasMara de Labra, Fernando de Castro y el propio Sanz del Ro, as comosu labor educativa a travs de la Institucin Libre de la Enseanza, lasConferencias Dominicales para la Educacin de la Mujer, el Ateneo deSeoras y la Escuela de Institutrices21 .

    La pregunta que nos interesa plantear es la siguiente, qu elemen-tos del pensamiento krausista propiciaron actitudes y polticas favora-bles a las mujeres? A diferencia de otras corrientes del liberalismo, elkrausismo albergaba un sentimiento humanista y un propsito de trans-formacin de la realidad hacia una sociedad mejor. De hecho, los secto-res de la burguesa asociados a esta corriente del liberalismo fueronresponsables en muy buena medida de las iniciativas del reformismo

    19 Las caracterizaciones llevadas a cabo por Elas Daz y Elena M. de Jongh-Rossel hanayudado a esta breve descripcin. Elas DAZ, La filosofa social del Krausismo espaol,(Madrid: Debate, 1989, primera edicin en 1972), y Elena M. DE JONGH-ROSSEL, El Krau-sismo y la Generacin de 1898 (Valencia: Albatros, 1985).

    20 Adolfo POSADA, Breve historia del Krausismo espaol (Oviedo: Universidad deOviedo, 1981), p. 43.

    21 Julio ALA.RC\' y MEL'\DEZ, Un feminismo aceptable (Madrid, 1908), p. 35.

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    social, tanto en su dimensin ideolgica como en su actividad desde lasinstancias del Estado. Sin embargo. la adscripcin de los movimientoskrausista e institucionalista a la burguesa liberal progresista no ofreceuna respuesta del todo satisfactoria a nuestra pregunta. Muchos libera-les, republicanos, e incluso socialistas adoptaron una opinin contrariaa cualquier mejora en la condicin y en la consideracin social de lasmujeres. Algo de ello le llev a Emilia Pardo Bazn a afirmar: Puntoes el de la situacin de la mujer en que coinciden y se dan la mano ra-cionalistas y neo-catlicos, carlistas y republicano-federalescc. Porotro lado. sectores catlicos antiliberales plantearon en ocasiones de-mandas de tipo feminista. Determinadas seas ideolgicas del krausis-mo favorecieron su talante favorable la emancipacin de las mujeres.Entre estos elementos, la resistencia del krausismo a enfrentar los uni-versos cientfico y religioso, y sus supuestos correlativos masculino yfemenino, desempe un papel importante. Asimismo. y a diferenciade los partidarios del positivismo cientfico. los krausistas defendieronla capacidad transformadora e incluso emancipadora de la educacin.frente a aquellos que proclamaron la inviolabilidad de unas supuestasleyes naturales.

    Ya sealamos anteriormente que el krausismo era un pensamientocontrario a la intolerancia practicada por la jerarqua catlica pero hon-damente religioso. Esta religiosidad creaba las condiciones de posibili-dad discursivas para la idea de un alma comn a hombres y mujeresque compartiran, de este modo, la naturaleza humana concedida porDios a unos y otras23 . Hablamos de condiciones de posibilidad porqueno se trataba de una consecuencia inevitable de los planteamientos reli-giosos (existan otras soluciones de tipo misgino. como la negacindel alma a la mujer. que tambin tuvieron cabida en el seno de la Igle-sia). Pero esta idea de unidad de la especie humana. unida a la confian-za depositada por los krausistas en la perfectibilidad humana por mediode la educacin. derivaba en actitudes propiciatorias del mejoramientofemenino a travs del cultivo de sus facultades racionales, comunes ensu opinin a todos los seres humanos. Una vez ms, Pardo Bazn nosofrece una lcida interpretacin del asunto, y de un modo que anunciael debate entre krausistas y positivistas a propsito de la educacin.Deca la escritora en la ponencia presentada por ella en el Congreso

    22 Emilia P-\RDO BAZ~. op. cit.. p. 156.23 Ver Denise RILEY. Am I That .Vame:'" Feminism and the Categor\' of" Women" in

    History (Minneapolis: University of Minnesota. 1988 J. pp. 18 Y ss.

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    Pedaggico de 1892 que, cuando menos, la educacin religiosa partadel supuesto de que las almas son entitativamente iguales, mientras laeducacin intelectual fundaba sus anomalas y desigualdades en lapresuncin de la inferioridad intelectual congnita de todo el sexo fe-menin024.

    El propio Krause inspirara una opinin favorable a las mujeres alescribir: La funcin sexual y sus consecuencias morales y jurdicas(educacin de los hijos, gobierno de la casa) no suprimen ni para lamujer ni para el hombre la exigencia y posibilidad de una cultura gene-ral humana y de una vocacin predominante en su vida en todas las es-feras del destino humano25. Defenda tambin Fernando de Castro launidad humana como integrada, y no dividida por la dualidad y oposi-cin de los sexos26. Los pensadores krausistas tendieron a mostrar untalante igualitarista de inspiracin cristiana, y se expresaron en trmi-nos semejantes a los del cataln Salvador Sanpere y Miquel, quien ase-guraba: Dios no se abre a un solo hombre, ni a una categora o clasede hombres: Dios est con todos los hombres (... ) sin distincin de cul-tos, razas, sexos, de condiciones sociales ... 27.

    Otra idea que funcion en pro del talante feminista de muchoskrausistas fue su percepcin del proceso educativo, entendido porellos como un desarrollo de las facultades humanas regidas por elprincipio de la razn en lucha contra la ignorancia y el fanatismo. Lasexpectativas que la educacin generaba en las filas del krausismoprovenan de la creencia en la perfectibilidad humana con respecto aun ideal armnic028. Los lmites de este optimismo pedaggico se re-lacionaban ms con la definicin del ideal hacia el cual tena que irencaminada la formacin, que con las capacidades concretas del edu-cando. No eran las limitaciones de estas capacidades las que ponancoto a la educacin femenina, sino el ideal femenino que se defenda

    24 Emilia PARDO BAZN, La educacin del hombre y de la mujer. Sus relaciones ydiferencias. Memoria leda en el Congreso pedaggico de 1892. En La mujer... , pp. 85Y 86.

    25 Citado por M. RO~ERA NAVARRa en su Ensayo de una filosofa feminista. Refuta-cin a Moebius (Madrid, 1909), p. 191.

    26 Fernando DE CASTRO, Discurso de inauguracin de las Conferencias Dominicalespara la educacin de la mujer (Madrid, 1869), pp. 3 Y4.

    27 Salvador SANPERE y MIQUEL, con eplogo de Nicols Salmern, La emancipacindel hombre (Barcelona, 1892), p. XLVII.

    28 El texto que sirvi de base de inspiracin a muchos krausistas espaoles fue SANZDEL Ro y KRAUSE, Ideal de la humanidad para la vida (Madrid: Orbis, 1985).

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    en cada momento y hacia el cual iba dirigida la labor educativa. Y eseideal era algo sometido a debate. un horizonte utpico, una propuesta.No es casualidad que Concepcin Arenal, cuyo progresismo convivicon su fe religiosa, manifestase su propia evolucin ideolgica haciauna postura ms feminista por medio de una redefinicin del ideal fe-menino. de una crtica del ideal del ama de casa como un anacronis-mo y una advertencia sobre la necesidad de crear un nuevo ideal so-cial para las mujeres29

    La confianza en la razn y en el espritu cientfico eran otras carac-tersticas del krausismo espaol de directas implicaciones para el temaque nos ocupa. El elemento a destacar aqu es que su racionalismo y suculto a la ciencia eran compatibles con su religiosidad. Mejor an. reli-gin y ciencia eran dos conceptos inseparables, hasta tal punto que elquehacer cientfico se converta en actividad religiosa y la ciencia de-vena, en su ms elevada expresin, en instrumento para conocer aDios3o . Consideramos transcendental esta compatibilidad e inclusoidentificacin de la ciencia y la religin en una sociedad en la que lasmujeres eran representadas como el baluarte para el mantenimiento dela fe catlica y en la que, de hecho, las mujeres eran ms religiosas quelos hombres. De este modo, el ingeniero de caminos y krausista. JosEchegaray, tras defender ante una audiencia femenina la unidad de larazn humana por encima de los sexos. declaraba que la ciencia era ac-cesible a la mujer no slo por ser sta un ser racional sino por razonesan ms concluyentes y ms elevadas. por el sentimiento eminente-mente religioso que a toda verdad cientfica acompaa'I. La identifi-cacin de las mujeres y la religin era tan evidente que no le resultnecesario explicar a Echegaray por qu el carcter religioso de la cien-cia haca a esta ltima accesible a las mujeres de un modo concluyentey elevado.

    Las ideas favorables a la educacin de las mujeres no quedaronen simple declaracin de principios sino que tuvieron su plasmacinprctica, como sabemos, en diversas iniciativas que, si bien con ca-

    29 Concepcin ARENAL, La mujer de su casa. escrito en 1881 y publicado en La eman-cipacin de la mujer en Espaa (Madrid: Biblioteca Jcar, 1974).

    30 Tales ideas aparecen expresadas, por ejemplo en SANZ DEL Ro y KRAUSE, op. cil.,p. 93 YG. TIBERGHIEN, Krause y Spencer (Madrid, 1883), traduccin y presentacin de Gi-ner de los Ros. p. 78.

    31 Jos ECHEGARAY. Octam Conferencia Dominical sobre la educacin de la mujer.sobre el lema "Influencia del estlldio de las ciencias fsicas en la educacin de la mujer (Ma-drid, 1869). p. 10.

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    rcter minoritario y dirigidas a las mujeres de clase media, dieron losprimeros pasos hacia el acceso de las mujeres a la educacin en laEspaa decimonnica. Por otro lado, es necesario sealar que de nin-guna de las afirmaciones mencionadas en los prrafos anteriores sedesprenda una total igualdad entre hombres y mujeres. Aun en laspropuestas ms elaboradas, es decir, en los escritos de ConcepcinArenal, el ambiente krausista no fue capaz de provocar una rupturatotal con los ideales tradicionales de mujeres y hombres. Sin embar-go, podemos afirmar que, con todas las limitaciones, los esfuerzosfeministas ms significativos de todo el siglo XIX espaol estuvieronvinculados a las iniciativas pedaggicas surgidas de los crculos krau-sistas.

    3. La introduccin del positivismo

    Durante los cursos acadmicos de 1874-75 y 1875-76, el Ateneode Madrid sirvi de marco a unas jornadas de debate transcendentalespara la evolucin ideolgica de diferentes sectores de la burguesa es-paola. Tras el fracaso del Sexenio Revolucionario, se produjo unaverdadera inflexin del pensamiento espaol decimonnico, marcadapor el trnsito de una metafsica idealista a una mentalidad positiva32.Este viraje puso fin al protagonismo que el pensamiento krausista, decorte liberal idealista, haba tenido durante el periodo anterior. A lolargo del ltimo cuarto del siglo XIX, la ciencia positiva se fue progre-sivamente convirtiendo en juez incuestionable para discriminar lo ver-dadero de lo falso, y fuente inapelable de legitimacin ideolgica enlos medios liberales.

    La introduccin de positivismo tuvo un efecto social ambivalente.Por un lado, el empuje del positivismo afect a algunos sectores con-servadores, especialmente en Catalua, y ofreci ciertos elementosaglutinadores a grupos sociales que apoyaban la Restauracin borbni-ca33 . Sin embargo, la prctica totalidad de los estudiosos del tema hancoincidido en destacar el carcter fundamentalmente progresista de lanueva corriente de pensamiento en el contexto espaol, donde la defensa

    32 Diego NEZ, La mentalidad positiva en Espaa (Madrid: Ediciones de la Universi-dad Autnoma de Madrid, 1975), p. 17.

    33 Jos Luis ABELLN, Historia del pensamiento espaol (Madrid: Espasa, 1996),p.441.

  • El ngel del hogar y sus demonios. Ciencia, religin y gnero en la ... 377

    de la ciencia y el cuestionamiento del dogmatismo catlico quedabansituados siempre en una posicin enfrentada al poder34 .

    Ciertamente, el positivismo. lejos de proyectar una imagen conserva-dora y de defensa del orden social. apareci a menudo bajo la acusacinde promover las ideas socialistas. El krausista Gumersindo de Azcrateadverta, en 1877, que si bien era verdad que existan individualistaspositivistas, no lo era menos que los haba socialistas. a la vez que su-brayaba con actitud crtica las conexiones ideolgicas entre socialismoy positivism03'. Los temores de Azcrate eran infundados en lo que ha-ca a buena parte de los defensores del positivismo en el Ateneo madri-leo, quienes se movan dentro de los lmites del liberalismo burgus.Pero la afirmacin de Azcrate de que nadie poda poner en duda queel positivismo es la doctrina que priva entre las masas apuntaba a unhecho real: la influencia del positivismo en el socialismo y anarquismoespaoles. Esta influencia ha reforzado la visin del positivismo comoprogresista a diferencia de su funcin casi exclusivamente conservado-ra en otros pases europeos36.

    La problemtica positivista irrumpi inicialmente en los crculosnaturalistas y mdicos, quienes representaron en el Ateneo madrileolo que fue denominado positil'ismo dogmtico. Junto a este tipo de po-sitivismo, particip tambin del debate ateniense el llamado positivis-mo crtico. de inspiracin neokantiana. Manuel de la Revilla fue uno delos defensores de esta segunda corriente. En 1878, Revilla declaraba enun artculo sobre "La emancipacin de la mujer que, desgraciadamente,

    ,> Antonio Jimnez Garca ha destacado la utilizacin poltica vinculada al liberalis-mo progresi,ta del positivismo. En su opinin, sus seguidore, ,e erigieron en paladinesde la libertad frente al elemento conservador y reaccionario. Antonio JI\I:\EZ GARCI.A. ElKrausisl/lo \' la IlIslilucin Libre de EllSeanza (Madrid: Cincel. 1985 J. p. 113. Lpez Mo-rillas. en un estudio ya clsico. seal que el calificativo de progresi,tas pa, entonce, alos afiliados del positivismo, al neokantianismo, al evolucionismo ,penceriano y. muy enparticular, a los dedicados a las ciencias naturales. en Juan LOPEl MORILL.AS. El Krausis-mo epaol. Perfil de una (/l'e/llura illleleclltal (Buenos Aires: Fondo de Cultura Econmi-ca, 1956). p. 99. Otros autores han destacado tambin el balance positivo del giro hacia elpositivismo: ver Juan MO:\TA:\s RODRIGLEZ. Urbano Gonzlez Serrano y la introduccindel posiTiI'isl/lo en Espaa (Cceres: Institucin Cultural El Brocense, 1989), p. 69 YDiego NlSE1. op. cil., pp. 130 Y 131.

    Y5 Gumersindo DE AZC.\RATE. Eslltdiosfilosficos y polticos (Madrid, 1877), p. 104.,6 Eusebio FER:\,\:\DEl G.\RClA, Marxismo -'" positivismo en el socialismo espaol (Ma-

    drid: s.e.. 1981 l. p. 53. Campra Bassols ha puesto de relieve los lmites que la influenciadel positivismo impuso a los planteamientos revolucionarios de lderes anarquistas comoFrancisco Ferrer. Jordi DE C.A\IBRA BASSOLS. Anarquismo v posiTivismo: El cuso Ferrer(Madrid: Centro de Investigaciones Sociolgicas. 1981).

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    los buenos propsitos de los filntropos modernos obedecan ms alsentimiento que a la razn y se lamentaba del desconocimiento por es-tos reformadores de la naturaleza humana. El autor analizaba lo queeran en su opinin los dos falsos supuestos sobre los que se asentabanlas ideas de estos reformistas sociales: El de que los males que afligena los hombres no son producto de la naturaleza, sino de la imperfeccinde las leyes sociales, y el de que todos los individuos del gnero huma-no son iguales37. En opinin de los defensores de las nuevas teoras,se haca necesario que la razn fra y serena tomara la palabra en el de-bate y ofreciera soluciones a los males que afligan a la sociedad. Revi-lla expona as no solamente su crtica a lo que l denominaba un de-satentado idealismo, sino que tambinsealaba el principal obstculoque la introduccin del positivismo impondra al avance de las ideasfeministas.

    Debemos recordar que Manuel de la Revilla representaba al sectorde positivistas ms preocupado por el peligro revolucionario, y que, enconsecuencia, la declaracin contraria a la igualdad social era coheren-te con su defensa de la divisin de clases. Pero es importante subrayarque all donde el positivismo tuvo influencia oper, coherente o contra-dictoriamente, en un sentido de enfatizar las diferencias entre los sereshumanos y aplicar las leyes naturales al anlisis social. La introduccindel positivismo y el cientificismo radical impusieron cambios funda-mentales en la concepcin de los seres humanos, sus capacidades, susderechos, y su lugar en el universo. Las nuevas teoras hicieron ley dela mxima segn la cual la biologa se convierta en destino, de formaque el individuo era incapaz de actuar sobre las condiciones impuestaspor la naturaleza. Estos planteamientos desmentan dos de los princi-pios argumentales del krausismo y en general de los ideales feministasforjados en la sociedad espaola del siglo XIX, es decir, la perfectibili-dad humana y la capacidad reformadora de la educacin.

    Las nuevas ideas no slo calaron en los jvenes mdicos que defen-dan entusisticamente el positivismo en el Ateneo, y en los defensoresdel positivismo crtico, sino que afect al conjunto de la intelectualidaddel momento. Todos ellos y ellas tuvieron que hacer frente a los retosque las verdades cientficas, cargadas de creciente autoridad, plantea-ban. Buena parte de esas ideas venan a presentar argumentos sobre lainferioridad e incapacidad femeninas. Ello no signific que todos los

    37 Manuel DE LA REVILLA, La emancipacin de la mujer. Revista Contempornea,Tomo XVIII, Vol. IV (1878), p. 448.

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    intelectuales pasaran al bando antifeminista, pero tanto en los que abra-zaron la nueva doctrina como en los que opusieron mayores resisten-cias a aceptarla, observamos una fuerte tensin que muestra la fuerzadel ejrcito formado por los defensores de las ciencias naturales, porutilizar los expresivos trminos blicos empleados por el doctor JosUstriz'8.

    Las apreciaciones de Revilla estaban relacionadas con una idea queacompa todo el proceso de implantacin del positivismo: la identifi-cacin de los fenmenos naturales con los sociales, y de las leyes natu-rales con aqullas que regan las comunidades humanas. As. se hizocomn plantear, como lo hizo Eduardo Sanz y Escartn, que las mismasleyes que presidan los procesos csmicos y los procesos biolgicos.explicaban tambin el desarrollo de la razn y el progreso sociaP9. Estanocin derivaba de determinados planteamientos positivistas y evolu-cionistas. y tendra el efecto de justificar las injusticias sociales a tra-vs de paralelismo con el mundo natural. De acuerdo con esta visin.que goz de enorme popularidad. los bilogos y expertos en cienciasnaturales se convertan en jueces de los problemas sociales, los cualesobedecan a leyes que slo los hombres de ciencia podan desvelar.

    La doctrina invasora, tal y como defina Gumersindo de Azcrateal positivismo, fue capaz de hacer vacilar las convicciones ms firmesde la poca sobre las capacidades femeninas. La propia ConcepcinArenal admita, en 1881, que no albergamos hoy aquel ntimo conven-cimiento en la igualdad de la inteligencia de los dos sexos manifestadoen La mujer del porvenir. Nuevos datos observados y una reflexinms detenida nos han inspirado dudas que sinceramente exponemos-!

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    La introduccin del positivismo supuso un retroceso considerableen un debate social de especial importancia para el feminismo, el relati-vo a la educacin y el acceso de las mujeres a ella. La educacin fuepor muchos aos la piedra de toque del debate sobre lo que una mujerpoda y deba hacer dentro y fuera de la familia. En este sentido, ofreceuna gran inters el intercambio de opiniones llevado a cabo en la ltimadcada del siglo por gentes tan dispares como Urbano Gonzlez Serra-no, Adolfo Posada, Emilia Pardo Bazn y Concepcin Siz. Creemosque esta polmica es ilustrativa de los trminos en los que se produjo eldebate feminista sobre la educacin en el ambiente creado en torno alCongreso Pedaggico de 1892, y del efecto en el mismo de la crecienteautoridad de la ciencia positiva.

    Urbano Gonzlez Serrano desempe un papel significativo en lapenetracin del ideario positivista en Espaa y contribuy a la positi-vizacin de la psicologa en este pas. Inicialmente formado en la filo-sofa krausista, mostr ya su inters por la doctrina positivista desdeprincipios de los setenta41 . Sin menoscabo de su evolucin hacia el po-sitivismo, mantuvo siempre ciertas reas de su pensamiento al margende los nuevos postulados, concretamente los aspectos relativos a la mo-ral. Desde el punto de vista poltico, Gonzlez Urbano ha sido califica-do de republicano con tendencias socialistas42 y ciertamente mantuvouna posicin progresista respecto a lo que se denominaba en la pocala cuestin social. Gonzlez Serrano fue, sin embargo, un convenci-do antifeminista durante toda su vida, si bien sus opiniones sobre eltema fueron evolucionando con el tiempo. El sentido de esta evolucinfue el de una creciente beligerancia contra las demandas feministas y,particularmente, contra el acceso femenino a la educacin. Pensamosque esta evolucin estuvo en relacin directa con la progresiva positivi-zacin de su pensamiento.

    En 1875, al comienzo de su carrera, Gonzlez Serrano public susEstudios de moral y filosofa, en cuyo prlogo Manuel de la Revilla ha-ca ya referencia a la invasin del positivismo y el retroceso del restode doctrinas a su pas043 . El discurso del autor del libro era en esta oca-sin marcadamente contradictorio en lo referente a las mujeres. Por unlado, anunciaba ya las futuras constantes de su planteamiento al afirmar

    41 Su tesis doctoral vers sobre Los principios de la moral y la doctrina positivista.42 MONTAS RODRGUEZ, op. cit., p. 66.43 Urbano GONZLEZ SERRANO, con prlogo de Manuel de la Revilla, Estudios de mo-

    ral y filosofa (Madrid, 1875), pp. XII YXIII.

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    que no puede menos que notarse en las mujeres cierta inferioridad inte-lectual respecto a los hombres. porque les faltaba la fuerza creadora yno podan acceder por ello a la esfera superior de las ideas. Planteabaasimismo que haba en la misma constitucin del cuerpo de la mujer unafatalidad invencible, que le impeda dedicarse por largos transcursos detiempo al estudio, afirmando que la mujer. desde que es mujer. estabaenferma. y por lo tanto, no poda dedicarse a la especulacin que losestudios serios requieren+!. Pero a la vez que calificaba de artificial eilusoria toda educacin que intentara modificar la naturaleza del edu-cando. afirmaba. en una lnea que nos recuerda su formacin krausista,que la mujer forma parte de la naturaleza humana, y que es (... ), antetodo, un ser humano. y despus sexual. Insista Gonzlez Urbano enque el varn y la mujer posean toda la esencia de la naturaleza huma-na, lo mismo en el organismo de sus propiedades que en el conjunto desus facultades, y que por lo tanto el principio general a que deba obe-decer la educacin de la mujer y del hombre haba de ser el mismo,aunque la aplicacin de l fuera distinta despus segn el sexo de loseducandos~5. Su propuesta pedaggica era una enseanza igual en losprimeros pasos dirigida a despertar las aptitudes comunes, y una ense-anza separada en funcin del sexo a partir de la adolescencia. El cate-drtico de filosofa intentaba as solucionar la contradiccin entre sudefensa de una naturaleza humana comn y una visin de las mujerescomo tirnicamente determinadas por su condicin sexual. La tenden-cia a una total sexllali~acin de todos los aspectos de la personalidadfemenina fue la dominante en su obra posterior.

    Aos despus Gonzlez Serrano public sus Estudios psicol-gicoS~6. libro en el que incluy una reflexin contraria a la posibilidadde la amistad entre hombres y mujeres. Esta idea vino a ser objeto deuna dura polmica, a partir de que Emilia Pardo Bazn arremetiera convalenta contra los argumentos de Gonzlez Serrano~7. Pardo Baznatac el determinismo biolgico del que irnicamente denominabapensador avanzado con sus ribetes de heterodoxo~8. para despus tra-tarle abiertamente de reaccionario. La feminista gallega conclua: No

    44 lbidem. p. 1J5.45 Ibidem. pp. 108 Y 110.46 Urbano GO'iZAl.EZ SERRA';O. Estudios Psicolgicos (Madrid, 1892).47 Emilia PAR[)() BAZ.;'';. Del amor.l' la amistad (A pretexto de un libro reciente), 1892,

    publicado en La mujer ...4S Gonzlez Serrano denomin esta afirmacin como pualada en una publicacin pos-

    terior.

  • 382 Nerea Aresti Esteban

    es la naturaleza; es la sociedad tal cual hoy se encuentra constituidaquien acaso desequilibra a la mujer49. Quizs lo ms polmico de surplica result ser la comparacin que la autora realizaba entre el pro-gresista Gonzlez Serrano y Ort de Lara, catlico integrista y ultra-montano. Afirmaba Pardo Bazn: De fijo que el Sr. Gonzlez Serranotiene a su compaero de profesin y de glorias y fatigas en el cultivo dela metafsica, el seor Ort y Lara, por un inquisidor tremebundo. Puesno me admirara que el seor Ort y Lara, preguntando [sic] acerca dela capacidad amistosa de la mujer, respondiese: "Ya se ve que creo enella. Me basta recordar la nobilsima y celestial aficin de Santa Teresaa San Juan de la Cruz ... "50. El ejemplo mostraba la paradjica situa-cin en la que el pensador ultraconservador Ort y Lara era ms procli-ve a aceptar la posibilidad de una amistad entre un hombre y una mujerque el progresista Gonzlez Serrano. La escritora supo as poner de re-lieve las contradicciones que la lgica del determinismo biolgico, uni-da a sus prejuicios antifeministas, haban provocado en el pensamientodel catedrtico de filosofa.

    La crtica de Pardo Bazn a Gonzlez Serrano, en la que la escrito-ra le trataba de reaccionario y enemigo de la igualdad pedaggica y so-cial de los sexos, anim al psiclogo a pedir la opinin de Adolfo Posa-da sobre el tema. Adolfo Posada, abogado de formacin krausista ydecidido defensor de la causa feminista, no estaba tampoco exento deuna fuerte influencia del positivismo, y profesaba una sincera admira-cin a la prestigiosa figura de Gonzlez Serrano. Sin embargo, Posadano comparta con el positivismo ideas claves referentes al papel de lacultura y de las leyes naturales en los fenmenos sociales, y su acusadoambientalismo fue coherente con un ideario favorable a la educacinfemenina. As, ante la pregunta de Gonzlez Serrano, Posada tmida-mente sugerira la existencia de una miajita de contradiccin entre esaafirmacin particular y la que resulta de toda su filosofa51.

    Tras mostrar su desprecio por la opinin de Pardo Bazn, GonzlezSerrano contestaba a Posada con un dato a su entender evidente: queni la educacin, ni ningn principio filosfico podrn cambiar la ndole

    49 Ibidem, p. 151.50 Ibidem, p. 153.51 Adolfo POSADA y Urbano GONZLEZ SERRANO, La amistad y el sexo. Cartas sobre la

    educacin de la mujer (Madrid, 1893), p. 16. El ttulo del libro pone de manifiesto el signi-ficado que el debate sobre la posibilidad de amistad entre hombres y mujeres tena. En de-finitiva, se trataba de un debate sobre la naturaleza y capacidades intelectuales de las muje-res en relacin a los hombres.

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    fisiolgica del sexo52. En una carta posterior, Gonzlez Serrano insistien la misma idea criticando esta vez a la Institucin Libre de Ensean::a,inspirada en los principios del krausismo. Pensamos que el autor plantea-ba el ncleo del problema al afirmar: Me parece que usted (y todos lospedagogos de la Institucin) ve con cristal de aumento los soados efec-tos de una educacin total y humana. la cual no puede llegar a alterarleyes fisiolgicas que sirven de base. no de simple resultante, a todo em-peo pedaggico53. Base, y no resultallte, es decir, punto de partida yno ideal hacia el que caminar. Este ideal femenino. aquel que Concep-cin Arenal intentaba definir en diferentes momentos de su vida, era de-batible. construible, cambiante. Sin embargo. la base fisiolgica quemarcaba los lmites de la capacidad intelectual femenina y la educacinde las mujeres era una realidad unvoca, un dato objetim que poda sernicamente descubierto, para poder ser as respetado.

    La rplica de Posada en su siguiente carta mostraba ya una actituddubitativa y humilde al admitir que, segn reconoca entonces, lleg asus conclusiones en torno a la cuestin probablemente sin todos losdatos experimentales que hacen al caso, lo que le colocaba, deca, enuna situacin de aprender de su contrincante en el debate, GonzlezSerrano, y nunca al revs54. En esta carta, Posada recapitulaba parcial-mente con respecto a su posicin inicia!, aceptando el riesgo de ir con-tra naturam, y aceptando tambin los obstculos que la amistad entrehombres y mujeres encontraba en la sociedad de entonces. :--;os acer-camos algo, contest Gonzlez Serrano. a la vez que conclua con loque l identificaba como escollo fundamental de la polmica: Da us-ted, sin embargo. un alcance a la educacin de la mujer. que yo no con-cedo. Tras exponer una vez ms los presupuestos tericos de su deter-minismo biolgico, condensaba su postura en la expresiva frase: Nolo dude usted: el calor del ovario enfra el cerebro ( ... ) La ley de la di-ferenciacin se impone)).

    Formalmente Gonzlez Serrano haba triunfado en la polmica, o almenos as pareci a los ojos del literato naturalista Leopoldo Alas Cla-rn, quien en la Revista Literaria de El Imparcial valoraba del siguientemodo el resultado de la contienda dialctica: el seor Posada en cier-tos respectos del asunto vacila y casi acaba por declarar triunfante a su

    52 lbidem. p. 21.53 lbidem. p. 24.54 lbidem. pp. 25 Y 26.55 lbidem. p. 31.

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    adversario, el cual, con gallarda, frescura, gracia, profundo sentimien-to prctico ... defiende los fueros de la integridad moral de los sexos, asu juicio, en gran peligro con las tendencias modernas, groseramentedemocrticas e igualitarias ... 56. En realidad, la actitud de Adolfo Po-sada responda ms a un reconocimiento de la autoridad intelectual desu interlocutor y su dominio de los aspectos psicolgicos desde un pun-to de vista cientfico, que a un verdadero cambio de opinin. De hecho,cuando public en 1899 su libro El feminismo, Posada tuvo la ocasinde matizar sus argumentos. Explicaba entonces que la cuestin, en ver-dad, ofreca sus dificultades, sobre todo para los que no podemos ar-gumentar desde el terreno experimental de la fisiologa y lamentabaque si la fisiologa demostraba la incapacidad femenina qu vamos aargumentar en contra los que no somos fisilogos?57. Pero a continua-cin Posada rebata los argumentos provenientes de la fisiologa alu-diendo a los desacuerdos entre los cientficos mismos y reclamandoadems para la sociologa una parcela de autoridad intelectual, que lasciencias naturales intentaban monopolizar.

    Con todo, podemos afirmar que, en los ambientes progresistas, unaincuestionable autoridad asista a aquellos que tenan acceso a los nue-vos datos de la fisiologa y la psicologa experimental. Se trataba deuna constante que es posible observar en todo el debate social de fina-les de siglo. Pensamos que el desafo abierto a esta autoridad fuera delmarco de la derecha tradicional es una actitud excepcional, ejemplifica-da honrosamente por personas como Emilia Pardo Bazn. Las conse-cuencias perniciosas de esta supuesta infalibilidad de las verdades cien-tficas para el debate feminista quedaron tambin de manifiesto en eldebate mantenido, en esta ocasin, entre Gonzlez Serrano y la pedago-ga feminista Concepcin Siz de Otero. Ambos autores intercambiaronuna serie de cartas sobre cuestiones de pedagoga.

    Concepcin Siz de Otero incorpor a la discusin un aspecto deimportancia transcendental; ella mostr su resistencia a la positiviza-cin de las teoras pedaggicas desde sus convicciones religiosas. Sinembargo, sus cartas evidencian un cambio en sus puntos de vista, desdeuna actitud crtica hacia los excesos cientificistas hasta una aceptacinde los planteamientos de Gonzlez Serrano. Siz de Otero denunciaba enun principio cierta tendencia a someter la vida entera a los resultados de

    56 Escrito en 1893 y reproducido en Urbano GONZLEZ SERRANO, Psicologa del amor(Madrid, 1897, segunda edicin), p. 325.

    57 Adolfo POSADA. El feminismo, pp. 55 Y56.

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    la observacin cientfica, medio nico de llegar al conocimiento de larealidad, y acusaba a Gonzlez Serrano de parecer olvidar que existaen el alma un algo misterioso, tan incomprensible como inexplicable.que no caa nunca bajo la accin del intelect058 . Debemos tener encuenta que para la dcada de los noventa se haba producido ya una de-finitiva secularizacin del saber cientfico y, por lo tanto, un alejamien-to del concepto krausista de ciencia. Concepcin Siz defenda la capa-cidad de la educacin para modificar. perfeccionar y dirigir el elementosubjetivo del educando. Sin embargo, tras la afirmacin reiterada porGonzlez Serrano de la existencia de un sustrato inalterable del indivi-duo. inmodificable incluso a travs del hbito, la pedagoga acab poraceptar una tendencia ingnita, una inclinacin natural que debera-mos suponer permanente e inalterable en su esencia. ConcepcinSiz conclua: Intil es pretender que un de grano de cebada brote unaespiga de trigo59. Ambos escritores acabaron acordando que la educa-cin deba no slo respetar sino tambin fomentar la naturaleza primiti-va del educando. Este cambio de posicin debe ser atribuido no tanto alas dotes persuasivas de Gonzlez Serrano, quien obviamente nuncalleg a demostrar la veracidad de sus afirmaciones, como a la superio-ridad argumentativa que a ste conceda la autoridad cientfica. Tal ycomo sucedi con Adolfo Posada, Concepcin Siz supo superar elvencimiento momentneo ante la autoridad de su contrincante, y tanslo dos aos ms tarde denunciaba, a partir de argumentos de cortemendelista, el intento de alterar las leyes de la herencia en detrimentode la capacidad intelectual de la mitad femenina de la humanidad60.

    Para las personas empeadas en mejorar la situacin de las mujeresen aquella sociedad, pero a la vez situadas en el bando de los defenso-res de la ciencia frente a la intolerancia oscurantista. la situacin podaser insosteniblemente contradictoria. Situamos aqu lo que podramosdenominar el drama de las feministas espaolas de la poca. Existauna tremenda dificultad para encontrar un espacio de crtica a la cien-cia dentro del campo progresista. Las mujeres de ideologa liberal. yms tarde tambin las mujeres socialistas, las mujeres progresistas ylibrepensadoras. encontraron francamente difcil hacer congeniar sus

    5~ Concepcin SAIZ y OTERO. Urbano GONzALEZ SERRANO. con prlogo de Adolfo Po-sada. Cartas pedaggicas? Ensayos de psicologa pedaggica (Madrid. 1895), p. 20 l.

    59 Ibidem, p. 21 l.60 Concepcin S.\Jz. "El feminismo en Espaa. La Escuela Moderna. Tomo 13, nms. 2

    y 5.1897.

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    aspiraciones de libertad e igualdad con su respeto a aquel smbolo deprogreso que era la ciencia. Ello redundaba en grandes obstculos a lahora de elaborar una propuesta feminista dentro de este campo progresis-ta. El caso de Carmen de Burgos Segu, La Colombine, quien en 1906public la versin castellana del libro de P. J. Moebius La inferioridadmental de la mujer, es uno de los exponentes ms espectaculares de estasituacin comprometida de las feministas de vocacin cientfica. El librode Moebius era un rosario de insultos contra el sexo femenino. Pero LaColombine estaba fascinada, al igual que tantos de sus compatriotas pro-gresistas, por la supuesta capacidad de la ciencia para dar respuesta atodo tipo de interrogantes y para desvelar tambin el misterio de la dife-renciacin sexual. El prlogo a la obra misgina de Moebius es un oscu-ro e intrincado texto en el que la autora intenta despojarse de todos losprejuicios para reconocer as el valor de las demostraciones del alemnacerca de la inferioridad de las mujeres respecto a los hombres. La auto-percepcin de Carmen de Burgos en el principio de siglo como una per-sona incapaz de incidir sobre la marcha de la comunidad cientfica, sobrela definicin de las verdades cientficas, incidi de modo directo sobre suactitud indefensa frente a la obra de Moebius. De hecho, la ciencia se ha-ba constituido como una instancia privilegiada para distinguir lo verda-dero de lo falso y, no casualmente, las mujeres haba quedado totalmenteexcluidas de este mbito. La secularizacin del saber cientfico a partirde la dcada de los setenta y el descrdito de los esfuerzos krausistas porcompatibilizar religin y ciencia, haban sido factores claves en la deli-neacin de este mapa discursivo tan desfavorable para el feminismo.

    Tres son los factores que, en nuestra opinin, contribuyeron a queincluso los pensadores de sensibilidad social para la cuestin de clasedesarrollaran al extremo las derivaciones conservadoras del positivis-moen la cuestin feminista. En primer lugar, los prejuicios sexistas,que fueron alimentados despus por un segundo ingrediente, los temo-res masculinos provocados por los tmidos ejemplos de feminismo conlos que debieron convivir. Estos dos factores operaron de forma que lostericos sociales espaoles, lejos de evitar los excesos deterministasdel positivismo, agotaron la lgica interna del discurso y utilizaron losrecursos que la doctrina les ofreca para descartar cualquier posibilidadde cambio en una direccin feminista. No pensamos, por lo tanto, queuna lgica incontrolable del discurso llevara a estos intelectuales porcaminos no elegidos. Al contrario, los presupuestos positivistas colabo-raron fraternalmente con los prejuicios sexistas y los miedos hacia uncambio en los roles sexuales, y juntos todos ellos resultaron ms fuer-tes que cualquier otra motivacin.

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    4. La secularizacin de la ciencia y la feminizacin de la religin

    Durante el siglo XIX se produjo un proceso de feminizacin de lareligin en la sociedad espaola, en el sentido de una creciente diferen-ciacin entre los comportamientos religiosos de hombres y mujeres.Escapa a la capacidad del presente anlisis la caracterizacin de esteproceso en las diferentes clases sociales, si bien no es demasiadoarriesgado afirmar que afect especialmente a las mujeres de clase me-dia y alta. No se trataba tanto de un aumento de la religiosidad femeni-na, como sobre todo de un alejamiento progresivo de los hombres conrespecto a la iglesia, y una dejacin en manos de ellas de la observan-cia de los preceptos religiosos. Esta tendencia se tradujo en una cadavez mayor identificacin entre las ideas de religin y feminidad. Si lasexpectativas sociales en relacin a las mujeres tenan un componenteesencial en la religiosidad como atributo femenino, no suceda as en elcaso de los hombres.

    Sealaba Concepcin Arenal que era la mujer la que conservaba enel hogar el fuego sagrado de los sentimientos religiosos. El hombre pen-saba, en su opinin, que la religin es cosa de mujeres, y l debe osten-tar sus bros varoniles no creyendo en nada. Por otro lado, las mujeresparecan no mostrar una gran preocupacin por la religiosidad del mari-do, de quien pensaban que, si era bueno, no se condenara por no ir amisa, o no confesarse, o por comer carne en vigilia mientras ella comepescad061 . Tambin Emilia Pardo Bazn critic esta doble expectativa aldenunciar la ley, hecha por los hombres, de que, sean ellos lo que gus-ten -destas, ateos, escpticos o racionalistas-, sus hijas, hermanas, es-posas y madres no pueden ser ni son ms que acendradas catlicas. Estedualismo, como lo llam la escritora, funcion de tal modo que, segnella misma sealaba, decirle a un hombre que su madre careca de princi-pios religiosos, era ultrajarle poco menos que si la acusramos de liberti-

    naje6~. Si la religiosidad era un componente ineludible del ideal femeni-no, la masculinidad pareca construirse en claves opuestas. mediante unnfasis en la emancipacin de las ideas religiosas y de la Iglesia.

    En unos aos en los que se buscaba la explicacin de los fenme-nos sociales en datos empricos procedentes de las ciencias naturales,

    61 Concepcin ARE:\Al. El estado actual de la mujer en Espaa, 1895, y La mujerdel pon-enir. 1868. publicados en la recopilacin La emancipacin de la mujer... , pp. 52Y 145.

    6, Emi1ia PARDO BAZN. La mujer espaola... , pp. 34 Y35.

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    la religiosidad femenina pas a formar parte de su destino biolgico.Ya anunciaba el firme creyente y cientfico Fernando Corradi en 1869que por la delicadeza de su organizacin y exquisita sensibilidad, to-maba en la mujer el sentimiento religioso un carcter ms apasionado,ms vehemente que en los hombres63. La idea era coherente con el pun-to de vista segn el cual las creencias religiosas del hombre eran unaconsecuencia del desarrollo de su organismo, segn aseguraba el positi-vista Vicente Colorado64. Pero Urbano Gonzlez Serrano supo extraerla consecuencia lgica de este organicismo aplicado a materias religio-sas. El autor se apoy en Ferrero para defender que la mayor religiosi-dad de las mujeres no se deba a la educacin sino a algo ms funda-mental, a su propia naturaleza y, en concreto, a su supuestamentenatural pasividad. Por ello, en su opinin, resultaba vano el intento desecularizar la personalidad femenina, ya que la mujer luego que desa-loja del pensamiento el misticismo (a no ser que sea una aberracin desu sexo), lo halla persistente y perdurable en su vida afectiva65. Lasmujeres, de este modo, no solamente eran ms religiosas, sino que nopodan dejar de serlo por imperativo de su propia naturaleza. La posibi-lidad de la emancipacin del pensamiento religioso pasaba a ser un pri-vilegio masculino.

    Paralelamente asistimos, tal y como sealbamos antes, a unabandono de la idea krausista sobre el maridaje entre religin y cien-cia, con lo que ello supona con respecto a la relacin de las mujerescon el saber cientfico. Algunos autores dedicaron sus esfuerzos a de-mostrar la incompatibilidad entre la ciencia y la religin, e incluso acriticar la propuesta defendida especialmente por la corriente neokan-tiana, segn la cual ambas formas de saber correspondan a mbitos deconocimiento de diferente naturaleza. El evolucionista Manuel Salesy Ferr, por ejemplo, dedic sus esfuerzos a demostrar que todo cien-tfico, por lo mismo que aspira a conocerlo todo, es antireligioso; yque todo religioso, por lo mismo que aspira a mantener sus creenciascontra la ciencia que se las disputa, es anticientfico. En la misma l-nea criticaba el intento krausista de ofrecer el ejemplo de la cienciahermanada con la religin, porque ni su tibia piedad consiente llamar

    63 Fernando CORRADI, Cuarta Conferencia Dominical sobre la educacin de la mujer enel Ateneo de Madrid, sobre el tema De la influencia del Cristianismo sobre la mujer, lafa-milia y la sociedad (Madrid, 1869), p. 5.

    64 Vicente COLORADO, Fundamentos de la Sociologa. Conferencia en el Ateneo deMadrid celebrada ellO de Noviembre de 1882 (P1asencia, 1883), p. 27.

    65 Urbano GONZLEZ SERRANO, Psicologa del amor, segunda edicin, p. 167.

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    religiosos. ni su indiferencia por la ciencia autoriza a considerar comocientficos 66.

    La puesta en relacin de los procesos arriba descritos hace fcil-mente comprensible lo que lleg a ser un lugar comn en la literaturacientfica de finales de siglo. es decir, la incapacidad de las mujerespara la ciencia. Las novedades en craneologa y ms tarde en endocri-nologa serviran para dotar a esta labor de exclusin de un fundamentocargado de autoridad. Le Bon. Moebius, Nordau, Lombroso y otroscampeones de la misoginia con aureola cientfica sirvieron de inspira-cin en este empeo. Aos ms tarde, el doctor Gregorio Maran notena problemas en reconocer que: Toda la literatura cientfica o seu-docientfica se esforz, al finalizar el siglo pasado y comenzar el ac-tual. en hacer un dogma de la inferioridad mental de la mujer67 . En miopinin, la sexualizacin de los mbitos religioso y cientfico era unaspecto de un fenmeno ms amplio que actu no solamente sobre laevolucin de los ideales de gnero. e interponiendo enormes obstculosa la incorporacin de las mujeres a la educacin y al trabajo, sino queestuvo relacionado tambin con la evolucin poltica del pas. La con-cepcin de las mujeres como un elemento retardatario y opuesto al pro-greso. identificado con la tradicin y contrario a todo proyecto detransformacin social, marc el desarrollo del feminismo espaol ycondicion la actitud tanto de la Iglesia como de los sectores progresis-tas de la sociedad hacia las demandas feministas. Pensamos que no fuehasta la proclamacin de la Segunda Repblica, y como sabemos toda-va con muchas reservas, cuando se dieron las condiciones para una re-conciliacin del feminismo con los idearios de la izquierda progresista.sobre la base de una dignificacin de la feminidad a partir de presu-puestos laicos.

    Por otro lado. tampoco nos debe extraar la capacidad de la IglesiaCatlica para estructurar una corriente feminista durante la dcada delos aos veinte y treinta. corriente que tuvo tambin su expresin orga-nizativa68 . Ciertos sectores de la jerarqua eclesistica vieron la conve-niencia y la posibilidad de liderar un movimiento feminista catlico quese apoyara en la religiosidad de las mujeres espaolas, particularmente

    66 Manuel SALES y FERR, El hombre prilllitil'o y las tradiciones orientales. La cienciay la religin. Conferencias celebradas en el Ateneo Hispalense (Sevilla, Madrid. 1881).pp. 238 Y 239.

    (,7 Gregorio M\R ..... >\;~. Tres ensaws sobre la 'ida sexual (Madrid. 1926). pp. 68 Y69.", Ver Miren LLO"\. "El feminismo catlico en los aos veinte y sus antecedentes ideo-

    lgicos. 'v'asconia 25. 1998.

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    de clase media y alta. En 1908 el jesuita Julio Alarcn y Melndez sepropuso elaborar una propuesta feminista catlica, una definicin de loque l podra denominar un feminismo aceptable. Alarcn afirmabaque en aquella cuestin, que l consideraba parte de la cuestin social,era imperdonable dejar que los enemigos de la Iglesia nos tomen la de-lantera, como se puede decir que la van tomando en la cuestin del pro-letariado69. Su propuesta plante escasos cambios con respecto al idealtradicional femenino, pero ste es sin duda un punto de partida tericodel feminismo catlico de los aos veinte.

    Alarcn y Melndez fue capaz de desarrollar un argumento basadoen una supuesta naturaleza comn para hombres y mujeres, y un almaque no atenda a diferencias de gnero a los ojos de Dios. El jesuitaarremeti eficazmente contra el antifeminismo de los racionalistas, a lavez que sealaba que no era extrao que las seoras mujeres estuvieranmuy poco agradecidas a ciertos seores antroplogos modernos, quie-nes estaban reclamando para la mujer un lugar ms bajo en la escalazoolgica, junto con las hembras de los simios. Subrayaba Alarcn quelas ciencias fisiolgicas, psicolgicas y psquicas del momento preten-dan hallar diferencias irreductibles entre el hombre y la mujer70 . Semostr tambin contrario a las teoras misginas de Moebius y Weinin-ger, autores muy populares en los medios progresistas de la poca, y noencontraba justificadas las dudas de Concepcin Arenal sobre la capa-cidad intelectual femenina a las que antes hacamos referencia.

    Hasta aqu los elementos que sirvieron a Julio Alarcn y Melndezpara hermanar una posicin feminista con el pensamiento catlico nodiferan mucho de los utilizados por los krausistas. Sin embargo, el fac-tor clave que permiti la derivacin de un catolicismo tradicional endemandas feministas era de una naturaleza bien diferente y estaba rela-cionado, paradjicamente, con su profundo conservadurismo. Fueronprecisamente la falta de modernizacin de la Iglesia Catlica espaolay su carcter radicalmente antiliberal los que proporcionaron el puntode partida ideolgico para un discurso favorable a las mujeres o, mejordicho, a un pequeo nmero de mujeres. Nos referimos a la toleranciacon la excepcin femenina que caracteriz al Antiguo Rgimen y quehall expresin en el conservadurismo tradicional de la jerarqua cat-lica espaola, de ideologa hondamente elitista. El razonamiento deAlarcn y Melndez se basaba en el principio de privilegio y .en un firme

    69 Julio ALARCN y MELNDEZ, Unjeminismo..., p. 37.70 Ibidem. pp. 15 Y 16.

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    sentir antidemocrtico que no le obligaba a conceder un derecho al con-junto de las mujeres por habrselo otorgado a unas pocas. Tras hacer re-paso de las personalidades femeninas ilustres a lo largo de la historia,animaba el autor a que Vengan. pues. en buena hora a proseguir tanhonrosas tradiciones; vengan, pues, a coadyuvar a la universal culturalas mujeres de la clase media y de las clases altas. Alarcn se pregun-taba por qu negar esto a la mujer espaola, despus de veinte siglos deverdadera libertad y progreso:1. El espritu que animaba sus palabrasquedaba plasmado en la afirmacin de que en Espaa no se haba nega-do nunca a las mujeres extraordinarias la subida al templo de la ciencia,pero la sensatez propia de nuestro carcter y de nuestro pueblo (... ) nodejar. de seguro, que suba la turbamulta del vulgo femenino, porque eltemplo se convertira en un gallinero'2. La diferencia entre un templo yun gallinero no vena determinada por la participacin de mujeres, sinopor la masificacin o democratizacin del derecho a participar.

    Desde el punto de vista catlico tradicional, las mujeres en su con-junto no eran ni buenas ni malas. Los hombres de la Iglesia no partici-paron de la obsesin, tan comn entre los cientficos, por caracterizarminuciosamente cada sexo, en oposicin recproca. En opinin de loscatlicos, no era posible catalogar a todas las mujeres sin ser injustoscon las mujeres buenas o inmorales al juzgar a las malas. porque unadireccin toman las hijas de Eva, las seducidas por la serpiente, y otralas hijas de la que a la serpiente haba de aplastar la cabeza73. Desdela perspectiva catlica los seres humanos no estaban determinados porsu organizacin biolgica ni por las caractersticas psquicas asociadasa su constitucin, sino que eran, al contrario, sujetos de libre albedro.La capacidad de los individuos para decidir entre el bien y el mal, entrepecar y no pecar, marcaba la trayectoria de sus vidas y el juicio quemerecan a los ojos de la Iglesia. Esta Iglesia pretenda gobernar sobrela conducta de los seres humanos, quienes, siguiendo los dictados de lareligin, elegiran supuestamente el buen camino. Esta visin no tuvosu origen en un nimo de abrir el abanico de posibilidades al desarrollode la personalidad femenina, pero ciertamente poda ser utilizada eneste sentido frente a nociones fatalistas de la condicin humana.

    El respeto al principio de privilegio, unido a un firme sentir antide-mocrtico y a su visin de la naturaleza humana, permita a Alarcn

    71 lhidem. pp. 179 Y 180.12 Ibidem. p. 137.73 lhidem, p. 6.

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    conceder un derecho a unas pocas mujeres sin otorgrselo a todas. Estatolerancia con la excepcin se hizo inviable para los hombres de cien-cia de talante liberal democrtico. As, los defensores de la existenciade una naturaleza femenina que definira a todas las mujeres sin excep-cin, no podan coherentemente favorecer con un derecho a unas muje-res y privar de ese derecho a otras. Disyuntivas semejantes atravesaronel debate en torno al derecho a voto de las mujeres. La misma lgicaque llevaba a los conservadores a rechazar el voto universal masculino,les obligaba a negar el sufragio femenino, pero nada tenan en contrade que algunas mujeres expresaran, al igual que algunos hombres, suopinin poltica. El conservador y paladn del catolicismo a ultranza,Alejandro Pidal y Mon, aprovechaba para sealar que los que procla-maban y aceptaban la brutalidad del sufragio tendran inters, perono lgica, en negar a las mujeres en derecho al voto74. Desde sus presu-puestos antidemocrticos, Pidal y Mon pona de manifiesto las incon-sistencias de sus adversarios polticos.

    La capacidad de la Iglesia catlica para liderar un movimiento demujeres de incuestionable importancia tuvo que ver con su habilidadpara rentabilizar polticamente este potencial discursivo y favorecersede la hostilidad antifemenina de las corrientes liberales progresistas,particularmente segn nos acercamos al cambio de siglo. Al oportunis-mo de la Iglesia, aspecto ste sobre el que se ha insistido con frecuen-cia, hay que aadir otros elementos que permiten traer a las propiasmujeres a un lugar protagonista de sus propias opciones ideolgicas ysuperar las interpretaciones basadas en la mera manipulacin de lasmujeres por los curas. Estos elementos estaran relacionados con lasventajas discursivas que aquellas mujeres pudieron encontrar en el pen-samiento religioso frente al secularizado y cientfico, as como con elefecto dignificador de la condicin femenina que este pensamiento reli-gioso produca en un momento en el que la ciencia se empeaba endespreciar a las mujeres.

    La religin catlica contaba, en su cuerpo doctrinal, con una seriede ideas y dogmas que resultaron eficaces para hacer frente a los exce-sos misginos de los cientficos del momento. Entre estas conviccionesdestacaremos las siguientes: el conocimiento humano es limitado; to-dos los seres humanos estn dotados de alma; existe una barrera infran-queable entre los seres humanos y el resto de especies animales; la razn

    74 Alejandro PlDAL y MON, El Feminismo y la cultura de la mujer (Madrid, 1902),pp. 9 Y 10.

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    no reside en el cerebro; la inteligencia y el espritu no tienen sexo. Po-demos afirmar que este conjunto de ideas se convirti, de modo con-sistente. en instrumento de oposicin al determinismo biolgico y a lasteoras de la inferioridad de las mujeres. No es extrao, en consecuen-cia, que muchas mujeres, particularmente creyentes, hicieran uso de talinstrumento. Concepcin Gimnez de Flaquer, por ejemplo, haca deuna de estas ideas, la de la comunidad de un alma humana por hombresy mujeres. y afirmaba: Lo repetimos una y mil veces: el alma no tienesexo7'.

    * * *

    Los principales textos que reflejaron el ideal de feminidad dominantedurante el siglo XIX no se inscriben ni en el marco del pensamiento krau-sista ni, menos an, en el de las corrientes positivistas. Sin embargo,krausistas y positivistas fueron prcticamente los nicos liberales que,durante aquellas dcadas. hablaron de lo que las mujeres eran y debanser. Unos y otros lograron incidir en la evolucin de los ideales de gne-ro. Pese a ello. el mundo liberal burgus no lleg a generar un discursode la domesticidad capaz de suplantar el ideario tradicional de un modoradical y definitivo durante el siglo XIX. Los sectores del liberalismo mspreocupados por este tipo de cuestiones bien por su afn reformador opor su vocacin misgina, no crearon sin embargo unas nuevas coorde-nadas ideolgicas capaces de estructurar un nuevo orden sexual. dife-rente al heredado del Antiguo Rgimen. Emilia Pardo Bazn resinti estacarencia y supo expresar el vaco provocado por la particular evolucinde los pensamientos liberales espaoles, que hemos intentado analizar enestas pginas: Quejbaseme hace pocos das un amigo mo. de ideasnada reaccionarias. de que la mujer espaola carece de ideal: y pensabayo, al or su queja, que no puede tenerlo. porque ni le han infundido elnuevo, ni le han respetado el antiguo'6.

    Hemos afirmado que los textos socialmente ms influyentes sobreel tema que nos ocupa responden en buena medida a las pautas discur-sivas del catolicismo tradicional y a una visin del mundo lejana a ladel liberalismo. Sin duda. aquellos populares libros presentaban nove-dades importantes con respecto al pasado, y nacan en el seno de una

    " Concepcin GI\fE\;O DE FL.-\QlER. La //lujer espl/Ilola. Estudios acerca de su educa-ci" y SI/S .t/cl/hades inrelectuales (~1adrid. 1977 l. p. 150.

    76 Emilia Po-\RD(l Bv-\\;. La //ll/jero o00 po :i~o

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    sociedad cambiante, en la que las mujeres deban reencontrar su sitio.En esa medida, aquellas ideas eran hijas de su poca y, por lo tanto, hi-jas de una sociedad contradictoria y compleja, en la que la burguesaexploraba tortuosos caminos para imponer su dominio. De hecho, y taly como sugeramos al inicio de estas pginas, la evolucin de los idea-les de gnero en el siglo XIX reflejaba la inestable convivencia de con-cepciones y valores de muy variada naturaleza. La tarea de definir loselementos de novedad y de pervivencia del pasado en el modelo dengel del hogar espaol est an lejos de haber sido concluida. Laspresentes pginas han intentado plantear lo complicado de esta tarea yla propia necesidad de llevarla a cabo.