de lo negro y de lo oscuro

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  • 8/9/2019 De Lo Negro y de Lo Oscuro

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    DE LO NEGRO Y DE LO OSCURO

    EL VUELO DE LAS OCAS SALVAJES.

    Un resplandor lechoso y brillante se filtraba a travs de unos cuantos resquicios de los

    postigos y formaba, ante los ojos miopes de Jacques, algo parecido a un globo de gas flotando

    en la oscuridad de la habitacin e iluminado por una estrella oculta. Entre las deshilachadas

    frases del ltimo sueo y la primera toma de conciencia de la realidad, oy el caracterstico

    crujido metlico, muy leve, del termostato que pone en marcha el mecanismo de evacuacin

    incorporado al acumulador de calor. Estar haciendo fro afuera, se dijo, porque, dada la

    potencia del aparato, raras veces necesita recurrir a la expulsin para mantener la temperatura

    que se le ha encomendado. Este hecho le hizo pensar en lo que muchos consideran como la

    broma de Chalmers y entre los cuales, falto de pruebas, debe incluirse a s mismo ; cuentan

    que el mencionado cientfico lleg a afirmar que cualquier objeto que procese informacin

    debe forzosamente experimentar algn tipo de consciencia. Donde se procese una

    informacin simple , tiene lugar una experiencia simple y viceversa. Quizs, aade Chalmers,

    un termostato, la ms simple de las estructuras que procesan informacin, puede poseer algn

    tipo rematadamente rudimentario de consciencia.

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    En todo caso, aquel repentino despertar del termostato a la vida sensible desencaden un

    ligero zumbido de ventilador que no era grato a su finsimo odo. Ech pues a un lado las

    cobijas, se incorpor y con un movimiento certero, aunque reflejo, enfund sus pies en las

    mullidas zapatillas. Se levant, descorri las cortinas, abri ventana y contraventana para

    darse de bruces con un da desapacible y fro. Frente a l, los mirlos y las trtolas, que unos

    momentos antes deban haber estado escarbando bajo las hojas resecas y heladas de este ms

    que mediado invierno, en busca de algo que pudiera servir como alimento, batan ahora

    despavoridamente las alas en una huda que no por espectacular y estrepitosa dejaba de ser

    protocolaria, pues minutos despus volveran a picotear incluso en la hierba de su jardn,

    esperando a recibir en un cuenco su cotidiana racin de grano y tres o cuatro rebujos de pan.

    Sobre las descarnadas ramas de los robles del bosque frontero se coagulaba un cielo casi

    blanco.

    Cerr de nuevo la ventana y acometi la tarea de abrir todos los postigos de la casa, a fin de

    permitir la entrada de la mayor cantidad de luz posible, que no sera mucha. Cuando pas

    junto al termostato del acumulador, considerando por primera vez su fulgurante ascensin en

    la escala ontolgica, tentado estuvo de darle los buenos das.

    Entrando en la sala de plancha, ech mano del batn y mientras embocaba las mangas se

    col en el despacho para darle potencia al radiador de aceite. Todava levantndose el cuello

    baj cual si tocara un instrumento, pues la escalera cruja a cada peldao, al saln ; descorri

    los cortinones dobles de los ventanales que daban a la solana, abri los postigos de la planta

    baja, tom el cesto de la lea y sali al jardn. Entonces se le cruz por delante del ceo el

    primer copo de nieve.

    Al encender la chimenea tuvo la debilidad de confesarse que lo nico que hara con gusto

    aquella maana y todas las maanas del mundo, puesto que la cuestin era ardua, capaz de dar

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    candela para rato, sera sumergirse sin remordimientos en el apremiante problema , que

    constitua su obsesin. Obsesin y remordimientos forman una mala pareja.

    Lo que Jacques Morel llamaba el apremiante problema era su intento, tambin el de

    otros, de explicar la capacidad creativa de la mente y la posible aplicacin de las conclusiones

    obtenidas al tema de la inteligencia artificial.

    Se sentara en paz junto a la ventana, bien provisto de libros y de un paquete de folios, y no

    levantara la cabeza sino de tarde en tarde, para razonar viendo cubrirse de nieve su jardn y el

    bosque entero del fondo. En cambio, lo que iba a tener que hacer era preparar los exmenes de

    todas sus clases, as como elaborar una proposicin para la prueba conjunta de los alumnos

    del ltimo ao y, lo que es peor, corregirlo todo despus, durante la primera semana de las

    vacaciones de invierno.

    Su rostro se ti unos instantes de un resplandor anaranjado, hasta que consider que el

    fuego haba prendido y fue a prepararse el desayuno. Dej la leche calentndose en el

    microondas, para ponerse a extraer el zumo de naranja con un exprimidor que apenas

    reclamaba una leve presin de sus manos, lo que le permiti reincidir por unos segundos en el

    apremiante problema .

    Una vez reunidos todos los ingredientes necesarios sobre una bandeja, se acomod con ello

    ante una mesa camilla, situada donde se cruzaban los calores que provenan de otro

    acumulador ms grande que el de arriba y de la chimenea. Alz los ojos comprobando a

    travs de la ventana, cuyos vidrios estaban algo empaados cerca de la base, junto al listn de

    madera, que ya estaba nevando francamente. Al cabo, recogi la mesa, introdujo los platos,

    los cubiertos y la taza en el lavavajillas y con las mismas subi al despacho, dispuesto a

    realizar un trabajo que no le atraa en lo ms mnimo.

    Gracias a su precaucin, la temperatura de la pieza era buena. Sobre la mesa quedaban

    algunas hojas esparcidas que contenan unas cuantas ecuaciones, muy pocas, testimonio intil

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    de una tentativa ms, carente, como las otras, de conviccin. Las recogi con un gesto

    cansado, desengaado. Las reemplaz por los libros de texto, puso en funcionamiento el

    ordenador y dej pasar el tiempo con una actividad casi maquinal, tediosa, que no le aportaba

    nada, excepto el salario del esclavo. Afuera caan gruesos copos de nieve, impelidos

    alternativamente por moderadas rachas de viento.

    Slo cuando hubo confeccionado tres pruebas completas se permiti echar un vistazo a

    travs de los cristales, descubriendo un paisaje albino, cubierto por una capa de nieve de unos

    tres o cuatro centmetros y continuaba el meteoro desprendindose blandamente del

    algodonoso cielo, en medio de un silencio de mundo acolchado, donde nicamente se

    escuchaba el bordoneo tenaz del ordenador. Paisaje de raza blanca, rememorativo de la piel

    normanda de Anglique que nunca haba acariciado, su voz queda y suave, su semblanza

    como esa nieve que silenciosamente estaba cayendo. Una vez ms se prometi que al concluir

    el ao escolar, cuando termine la actual relacin profesor-alumna, la invitara a cenar en un

    buen restaurante y en el champagne le dira las cuatro palabras que suelen decirse en tales

    ocasiones. Despus ya podran proceder a llenar esta casa que l haba querido amplia, en

    previsin de semejante eventualidad.

    Trabaj un rato ms y baj a prepararse un caf. Ya le quedaba slo la prueba blanca de los

    alumnos de ltimo ao. Consult sus cuadernos, ech mano del programa, abri diferentes

    libros de texto y tecleando con todos los dedos hizo aparecer con orden en la pantalla los

    diferentes problemas y operaciones constitutivos de su propuesta. Seguidamente se conect a

    Internet para transmitirla a los otros profesores del departamento, recogiendo al mismo tiempo

    sus respectivos arbitrios. Una hora ms tarde haban alcanzado un acuerdo referente a una

    prueba nica para cada seccin. Apag el ordenador y baj de nuevo al saln.

    El fuego de la chimenea se haba extinguido casi por completo. Abri la puerta e introdujo

    varios troncos de la reserva. Liber la aspillera que se puso a absorber aire frenticamente con

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    un rumor sordo. Las llamas saltaron de inmediato tras el cristal sobre los troncos,

    producindose un crepitar salvaje, que vir bruscamente a la calma cuando cerr de nuevo la

    aspillera.

    Durante un tiempo indefinido permaneci tumbado en el canap sin pensar en nada, o quiz

    pensando en todo cual si tuviera un peso en la conciencia pero no acertara a determinar dnde

    le aprieta el zapato. Luego comi cualquier cosa viendo la abreviada edicin dominical del

    telediario, coligiendo que la segunda guerra del Golfo se perfilaba cada vez con mayor

    nitidez, contrapunteada en esta ocasin por la oposicin francesa. Esper hasta que el parte

    meteorolgico confirmara que las nevadas continuaran durante el da siguiente.

    Tras el ltimo sorbo de caf que diluy el simulacro de sabor de una comida falsa, fue hasta

    el aparador, tom una copa, abri el botellero, dud unos instantes entre un calvados y un

    whisky, aejos ambos y solemnes de sus diecisis aos. Se decidi en esta ocasin por el

    escocs, lo extrajo de su funda de cartn, contempl durante unos segundos el lquido marrn

    oscuro como un pulimento para madera noble, combustible pursimo, se sirvi

    moderadamente y alcanz de nuevo la ventana.

    Si segua nevando de esta manera tan cabal, maana no tendra ms remedio que dar un

    rodeo para llegar al instituto, puesto que la red secundaria haba que desecharla por completo

    en semejantes circunstancias, sobre todo si helaba fuerte durante la noche. No obstante las

    complicaciones, reconoci sin esfuerzo que el hombre mediterrneo que le habitaba nunca

    dejara de maravillarse ante el espectculo inslito de la nieve.

    Con la copa todava entre las manos subi al despacho, se sent ante el ordenador y se

    conect a Internet con objeto de consultar el boletn oficial del Estado. Recorri los ndices de

    los ltimos nmeros sin encontrar nada interesante. Se detuvo slo un momento curioseando

    los puestos libres en establecimientos franceses del extranjero. Comprob que algunas

    vacantes se hallaban cerca de universidades norteamericanas de prestigio y por unos instantes

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    acarici la idea, aunque la desech enseguida, pues la casa, que haba adquirido con la

    comisin de poblarla, el instituto que representaba un trabajo fijo, los compaeros del

    departamento, Anglique, las letras que tena la obligacin de pagar religiosamente cada mes,

    mejor dicho, no haba que pagarlas, el banco descontaba directamente las suyas y abonaba las

    restantes, todo esto significaba una realidad tangible, sobre la que poda apoyarse, entre la

    cual poda circular indeliberadamente, como si soara casi, organizar su tiempo, el poco

    tiempo genuino que le quedaba, pues el resto, la parte del len, se la llevaban otros y se la

    organizaban otros de antemano, un espacio, en fin, en el que poda tomar riesgos calculados.

    Rellenar una de estas solicitudes significara abrir un mundo que habra que inventar de

    nuevo.

    Quera pensar en otra cosa. A pesar de todo deseaba pensar en el apremiante problema .

    Apag el ordenador, puesto que le molestaba el parco zumbido de la mquina y se sent

    frente a su mesa de trabajo. En efecto, durante toda la maana haba estado postergando un

    razonamiento. Unamuno dijo que si algo sagrado haba en el hombre, estaba situado en el

    terreno de los sueos. Jacques Morel, profesor francs de matemticas, desconoca

    probablemente la existencia del ms espaol de los espaoles modernos, mas estando

    empeado en el estudio de las diferencias entre la inteligencia artificial y la humana, no haba

    tenido ms remedio que recalar en el interrogante que desataba la cuestin de los sueos. El

    que haba tenido esta misma maana, justo antes de despertarse, poda servir perfectamente

    como botn de muestra para afinar una vez ms, hacindolo pivotar sobre l, su pensamiento.

    El inconveniente de los sueos es que los detalles se olvidan con una facilidad pasmosa. Si las

    frases que surgieron de l ya le haban parecido deshilachadas y borrosas tan slo unos

    minutos despus de haberse levantado, qu no sera ahora, a media tarde. No obstante,

    globalmente, todos los elementos que planteaban un problema epistemolgico los conservaba

    todava, encerrados en algn puo de su memoria, listos para serles aplicado uno de los

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    postulados de la hermtica : formula conscientemente tus preguntas y desde tu propio

    interior te sern respondidas . Aunque en este caso no se haca demasiadas ilusiones, a corto

    plazo ; lo que s andaba buscando seriamente era una direccin, un camino.

    Poco importa si no recordaba las frases exactas, bastante es saber que haban sido frases

    cabales, las propias y las ajenas. El tenor del sueo fue el que sigue : se encontr viajando de

    noche por un pas extranjero, quizs Holanda. Anglique se hallaba junto a l y en el asiento

    trasero dorma un nio, el hijo de ambos que a la sazn tendra seis o siete aos. El nunca

    haba posedo uno de esos coches mixtos capaces de funcionar alternativamente con gasolina

    y electricidad. Estaba buscando una estacin de servicio a travs de las calles hirvientes de

    trfago, pertenecientes a un barrio perifrico e industrial. No todas las estaciones de servicio

    permitan efectuar ambas operaciones a la vez, reponer el combustible y recargar las bateras.

    Vislumbr uno de esos carteles que representan un cargador elctrico, pero ya era demasiado

    tarde cuando quiso reaccionar, lo haba rebasado. Se detuvo slo unos metros ms all, en el

    prximo entrante, ante una puerta que formaba sin duda parte del mismo taller que la que

    haba entrevisto en la escotadura anterior. Baj del coche para dirigirse al empleado, que tal

    vez era el dueo, con el propsito de explicarle lo que haba tratado de hacer pero que haba

    rebasado el borne. Se expres en francs, cuando hubiera sido ms lgico hacerlo en ingls,

    mas teniendo ya la frase medio embastada, tras dudar un instante, termin de formularla

    homogneamente en el primero de los idiomas. El hombre respondi con toda naturalidad que

    le poda ayudar y lo hizo con un francs perfecto, aunque impregnado de un ligersimo acento

    que l sera totalmente incapaz de imitar. Lo cual, en principio, no tiene nada de inverosmil

    puesto que el dueo de un taller en un pas rico puede permitirse unas vacaciones y una

    cultura.

    Veamos ahora lo que representa una dificultad en relacin con el apremiante problema ,

    se dijo. Lo primero es que mi cerebro haya sido capaz de proporcionarme imgenes

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    extraordinariamente ntidas de una ciudad que desconozco, ni siquiera s su nombre, y que

    probablemente no existe. Lo segundo, que tuve un verdadero dilogo con un interlocutor cuyo

    acento sera incapaz de reproducir y cuyas respuestas no poda en modo alguno prever antes

    de que fueran formuladas. Dicho dilogo fue singularmente claro y lcido por ambas partes,

    aunque ahora no lo recuerde en detalle. El sujeto en cuestin me dijo que me iba a ayudar, que

    no tena por qu sorprenderme de que hablara francs puesto que hablaba otras lenguas

    tambin, incluso me parece que toc algo el tema de las vacaciones en el extranjero. En suma,

    un individuo autntico, campechano, libre de sus palabras y de sus actos, de ayudarme o de

    decirme que me las arreglara como pudiera para sortear el trfico y ponerme en posicin de

    cargar las bateras. Lo tercero es que se despert en m el instinto de padre, quien se resista a

    efectuar una maniobra complicada en medio del trfico o a abandonar el volante del coche en

    que dorma mi hijo entre las manos de un desconocido. Afortunadamente, me parece, la

    solucin para mi sueo consistira en que el taller abarcaba un local espacioso y nico con dos

    puertas gemelas, a travs del cual poda circular un coche. Pero me despert.

    Algunos consideran el cerebro humano como una mquina constituida de 40 billones de

    conmutadores. Jacques, por el contrario, haba visto la necesidad de corregir esta afirmacin y

    al conceptuar el cerebro humano no pensaba en los 40 billones de conmutadores, sino en los

    40 billones de minsculos computadores que son las neuronas. Sin embargo, al despertar de

    sueos como ste, de todos los sueos, es preciso an reconsiderar la ltima proposicin.

    Jacques sola utilizar en estos casos el teorema del inacabamiento, formulado en 1930 por el

    matemtico Kurt Gdel, segn el cual cualquier sistema de axiomas lo suficientemente

    complejo como para generar aritmtica es incompleto ; lo dicho significa que el sistema

    proporcionar proposiciones irresolubles , cuya validez no puede ser establecida

    nicamente con los mencionados axiomas. En consecuencia, las matemticas nunca pueden

    ser reducidas a un algoritmo o serie de reglas que generan teoremas y pruebas. Por lo tanto no

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    existe el determinismo cientfico. Jacques obtena una prueba de ello en su propio trabajo

    matemtico, que no avanzaba mediante un proceso lgico y deductivo continuo e infinito,

    sino propulsado por repentinas intuiciones, osadas incursiones en un mundo complejo

    compuesto slo de ideas, reino fabuloso e inconcreto que tal vez tuvo a Platn como uno de

    sus primeros exploradores, y que para alcanzarlo es preciso viajar hacia adentro.

    Ningn sistema mecnico basado en reglas. Lo que equivale a decir, ni la fsica clsica, ni la

    ciencia de las computadoras, ni la neurociencia tal y como est actualmente construida,

    pueden dar cuenta de la capacidad creativa de la mente, ese arma secreta del hombre que le ha

    permitido establecer la supremaca de su especie. Lo ms que pueden hacer ya lo han hecho,

    crear mquinas a las que, como sucede con Pensamiento Profundo o Azul Profundo ,

    les fue dado derrotar a los mejores jugadores de ajedrez pero que, cuando son puestas fuera de

    combate, lo son por problemas que incluso un principiante sera capaz de resolver, porque lo

    que las computadoras son por el momento incapaces de hacer es comprender .

    Ms an, a esa capacidad humana de comprensin, habra que aadir el hecho de que

    algunas operaciones realizadas por el cerebro, como soar por ejemplo, son susceptibles de

    aportar elementos nuevos , no adquiridos nunca mediante la percepcin directa de nuestros

    sentidos, o la aparicin de ese Merln que, segn Jung, llevamos dentro y a quien los chinos

    atribuyen un horscopo distinto al del individuo que lo contiene, que dialoga con nosotros a

    travs de las sombras y las brumas de la noche, nos aconseja y, a veces, hasta nos provoca o

    se burla de nosotros.

    Habra que suponer por lo tanto que los 40 billones de computadores estn todos conectados

    a Internet.

    Jacques Morel saba desde hace mucho que la explicacin de la mente humana y la posible

    construccin de una mquina similar, slo podra llevarla a cabo una teora fsica que an

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    estaba por descubrir, la cual debera incorporar por lo menos los mtodos y los

    descubrimientos de la gentica, la mecnica cuntica y la teora de la relatividad.

    Acodado sobre su mesa de trabajo, not que la oscuridad se haba apoderado del despacho

    sin prevenirle. Baj tambalendose un poco al saln, haciendo crujir el rgano de la escalera.

    La chimenea estaba de nuevo casi apagada. Puso dos troncos ms y dio aire. Cerr la

    aspillera. Luego se dirigi a la cocina, sac del frigorfico los restos de la comida y los puso a

    calentar en el microondas, mientras tanto coloc un vaso, un cuchillo, un tenedor y una

    botella de agua mineral sobre la bandeja, llevndolo todo a la mesa camilla. Eligi un CD de

    Charlie Parker y lo dej preparado en el cargador de la mini cadena, depositando el mando a

    distancia junto a los cubiertos. Volvi a por el plato y se sent donde se cruzaban los dos

    calores, el elctrico del acumulador y el del fuego autntico de la lea. Apret un botn y el

    lamento de un saxofn traspas la penumbra de la sala.

    Antes de acostarse sali al mbito helado del jardn. Haba dejado de nevar. Avanz unos

    cuantos pasos observando bajo la luz de la farola las huellas de los gatos y los pjaros sobre el

    manto blanco. Mir al cielo y, no logrando distinguir ni una sola estrella, decidi poner el

    despertador un cuarto de hora antes.

    La alarma del mvil son ese lunes a las seis en punto de la maana. La apag a oscuras,

    guindose por la luz verde que emita el aparato, lo tom consigo y lo puso a cargar en el

    despacho. Se cubri con el batn y baj directamente a la puerta de la entrada. Segua

    nevando.

    En tanto que la leche se calentaba en el microondas, se prepar el zumo. Se lo tom. Apenas

    haba apurado el vaso, sonaba la campanilla. Sac la taza, aadi cacao en polvo, cort un

    pedazo de bizcocho y fue a sentarse ante la mesa camilla. Cinco minutos ms tarde estaba

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    bajo la ducha. Se visti, atrap el maletn al pasar por el vestbulo y un cuarto de hora ms

    temprano que de costumbre se dispona a salir de casa.

    Tuvo que volver a entrar precipitadamente porque el candado del portal del jardn tena

    hielo en la cerradura. Llen un vaso de agua caliente, lo verti encima provocando una

    columna de vapor, abri, volvi a la cocina para dejar el vaso y cerr definitivamente la casa.

    Todava era de noche. Accion el limpiaparabrisas para apartar la nieve que caa a rfagas y

    fue menester conducir con precaucin ya que, incluso la nacional, que haba sido salada,

    resbalaba en algunos tramos.

    Lleg a Evreux a la hora prevista pero se encontr con que haba atascos a la entrada de la

    ciudad y temi retrasarse. No lo hizo, entr a la hora justa en el aparcamiento, de modo que

    no pudo ir a mirar en su taquilla, acto ritual con el que todo profesor suele inaugurar su

    jornada de trabajo, pues all se le deposita el correo y toda clase de mensajes e instrucciones.

    Enfil directamente hacia el aula, donde los alumnos le estaban esperando en el pasillo. Los

    hizo entrar. Pas lista y fue anotando en un impreso los ausentes, que no eran pocos ese da a

    causa del estado de las carreteras, y se puso a hablarles de problemas que no les concernan y

    de operaciones matemticas que no lograban despertar en ellos el menor inters. Al cabo de

    una hora les anunci que la clase haba terminado y ellos salieron. Otros los reemplazaron. La

    misma historia.

    A las diez y media baj a la sala de profesores, mir en el casillero, pleg los documentos

    que le interesaban y se los puso en el bolsillo de la chaqueta, tir el resto a la papelera, tom

    un caf con algunos colegas comentando las inclemencias del tiempo e hizo las fotocopias de

    los enunciados de los exmenes.

    A ltima hora de la maana le corresponda la clase de Anglique. Desde el arranque del

    pasillo la vio, esbelta y rubia como un lirio, apoyada junto a la puerta del aula. Si no se

    apartara, la operacin de introducir la llave en la cerradura le obligara a situarse muy cerca de

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    ella. No se apart y pudo absorber el aroma de almizcle que exhalaba su cuerpo. Ni siquiera

    sonri, porque lo que se estaba diciendo en el lenguaje de los cuerpos era muy serio.

    Una vez abierta la puerta, se ech a un lado para dar paso a sus alumnos. La primera en

    entrar fue obviamente, dada su proximidad a las jambas, ella, con una deliciosa resignacin

    femenina.

    Distribuy los enunciados, pas lista y se puso a mirar por la ventana, apoyadas las manos

    en la calefaccin.

    A las doce y media pasadas se dirigi de nuevo a la sala de profesores donde ya le

    aguardaban Richard y Charles, matemticos como l. Salieron al campus, cruzaron el estadio

    en direccin a las escalinatas que les conduciran a lo alto de una colina donde estaba situada

    la cantina. La nieve haba virado a la cellisca.

    -Este pas coment Jacques de mal humor- no es capaz de dar una nevada como Dios

    manda.

    -Calla replic Richard Coeurdacier con su invariable sentido prctico-, mejor. Ello nos

    permitir regresar esta noche a casa sin demasiados problemas.

    -La vaina ser maana intervino Charles Delamotte- porque segn las previsiones esta

    noche va a helar de nuevo.

    -Ya haca aos que no tenamos un invierno as.

    -No.

    -Yo lo prefiero a la humedad permanente opin Jacques.-

    -Ests loco.

    El fuerte olor entreverado del primer comedor, en el cual se sirven las comidas, le produce

    siempre un atisbo de nusea. Afortunadamente a los pocos minutos ya se ha pasado.

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    Aquella semana transcurri algo ms rauda que de costumbre, debido a la gran cantidad de

    exmenes que su pereza de las anteriores le oblig a poner y a las vigilancias de la prueba

    blanca del bachillerato, que no se referan nicamente a las de la asignatura propia. Esto le

    eximi de numerosas horas de clase efectiva.

    El viernes, para festejar la llegada de las vacaciones de invierno, Richard Coeurdacier invit

    a cenar a todos los profesores del departamento de las ciencias exactas con sus respectivas

    familias, donde las hubiere. Como suele suceder en tales casos, cada cual aporta un

    ingrediente, un plato cocinado, un postre, etc. Jacques desempeaba honorablemente las

    funciones de bodeguero y escanciador permanente.

    Lleg temprano a la cita con sus tintineos de cristal.

    -Lo primero el champagne en el congelador, durante una hora.

    Julie, la duea de la casa, cumpli solcita las instrucciones de aquel sabio, mientras que

    Richard depositaba las botellas de tinto en la mesa del saln. Despus regres a la cocina y

    empez a preparar los aperitivos.

    Romain, el hijo mayor de la pareja, tena un problema con el ordenador y recab el auxilio

    de su padre.

    -Yo voy dijo Jacques.-

    Al rato volvi.

    -No era nada.

    Richard le alarg un vaso de martini con hielo, pero no se detuvo, abri un cajn y fue

    sacando los cubiertos. Kelly entr en la cocina con una ecuacin que no saba resolver.

    -Jacques te la resuelve-se zaf el padre con una bandeja reluciente de nquel.-

    -Ven. Vamos a ver

    Se la explic despejando todas las incgnitas una tras otra. Son el timbre. Julie fue a abrir

    la puerta. Se trataba de Charles Delamotte, su mujer Ingrid, su hija de cinco aos y el beb

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    que vena berreando. De improviso alguien puso el televisor del saln a todo volumen. Julie

    se desplaz hasta el umbral:

    -Quentin, por favor.

    Y Quentin, el menor de los Coeurdacier, tron :

    -Es que no se puede escuchar tranquilamente la tele en esta casa !

    La madre cerr, sin replicar, la puerta del saln y la de la cocina. Acto seguido las volvi a

    abrir un instante para dejar paso a Manon Delamotte que quera ver la tele con Quentin. Al

    regresar, Julie se dirigi a Jacques :

    -Y t, joven catedrtico de veintiocho aos, a qu ests esperando, si se puede saber, para

    disfrutar de los gozos y de las alegras de la paternidad y del matrimonio ?

    -Pues estoy esperando. Un poco.

    -Djalo terci Charles- que todava tiene tiempo. Que respire

    -Que respire, s. Pero que no se entretenga, porque despus para soportar a toda esta grey

    hacen falta arrestos.

    -Redaos precis Richard entrando-. Redaos.

    Son el timbre de nuevo y entraron Frdric y Rachel, cargados de ollas y paquetes. Por

    ltimo lleg Akim con el postre.

    Tras unos minutos de confusin, todo estuvo a punto para el gape y la amable concurrencia

    se sent a la mesa. Jacques reconoca que, en el fondo, estaban todos reconciliados con su

    destino, con la confianza inamovible que les daba, a ellos y a sus esposas, parejas formadas

    por lo general bajo la bendicin del mismo Ministerio, la seguridad en el empleo, la misin

    sagrada de educar a las futuras generaciones, dedicando por supuesto un concentrado especial

    de su saber pedaggico a sus propios retoos ; asegurados todos en la MAIF, vestidos por la

    CAMIF, afiliados a la SNES porque todava les quedaba en el fondo de los bolsillos junto con

    otras borras, pero no era su culpa, algunas rmoras o resabios izquierdistas que se resistan a

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    perder, con el inconveniente de recibir una remuneracin suficiente tal vez, trabajando a dos,

    pero inferior al merecimiento de los esfuerzos consagrados, sin que la actual beatitud alcance

    a compensar por completo el remordimiento de haber abandonado, desde el principio, a sus

    hijos al cuidado de nodrizas y guarderas, desde las siete de la maana hasta las siete de la

    noche, sin olvidar la espordica infantilizacin, solicitada a veces por una extraa mezcla de

    masoquismo, sumisin, necesidad perenne y compulsiva de legitimacin y afn de medro,

    sufrida ante la figura solemne, soberana, inapelable del inspector, que no sirve para nada.

    Aquella noche del viernes que precedi a las vacaciones de invierno, Jacques conduca a

    travs de la campia, de regreso a casa, pensando en todos ellos y en s mismo. Se vea

    reflejado en las diferentes etapas que todava deba franquear, con sus ventajas e

    inconvenientes, que de todo haba, como en botica, o como en las casas ricas, segn el decir

    de las gentes de su pueblo. Pens tambin durante el trayecto en el teorema del inacabamiento

    de Kurt Gdel y una vez ms no crey en el efecto mariposa con el que suele ejemplificarse el

    determinismo cientfico, segn el cual el aleteo de una mariposa en el estado de Texas,

    mediante una complicada concatenacin de causas y efectos, producira tifones en la India.

    No, la naturaleza est ms bien plagada de focos absorbentes de energa que le atribuyen a

    cada uno su rbita inamovible, neutralizadores de nuestros actos sin maana. Sera preciso

    darles una inusitada potencia para que lograran evadirse de la zona de influencia de esa

    especie de campo magntico que los aspira, los cincha fuerte, los aprieta y, a la menor flojera,

    se los engulle como se traga un agujero negro la materia. El no la posea, esa potencia.

    El tiempo haba cambiado. A un breve deshielo, sucedi un fro intenso, aunque esta vez

    seco. Lo que los meteorlogos llaman el expreso Pars-Mosc.

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    Al despertar el primer da de vacaciones, cuando Jacques abri los postigos, un sol helado

    se arremolin dentro de la habitacin como queriendo calentarse. El ventilador del

    acumulador se puso enseguida a funcionar. Sobre su cabeza se abrieron inmensos campos de

    ndigo, sin la menor mancha blanca que diera una referencia ante la inconmensurable

    profundidad azul.

    Desayun raudo. Se puso una cazadora y unos guantes de piel, levant el cuello de velln y

    sali, pisando la hierba todava helada, despus la gravilla que no cruji bajo su peso sino que

    ofreci una resistencia inhabitual, pues formaba una masa compacta.

    A la salida de la aldea en que viva, la carretera corra an bajo la proteccin del viento del

    este que le ofreca un bosque somero, pero una vez rebasados sus lindes sinti sobre su mejilla

    un soplo helado. Ms tarde, cuando torci a la derecha, lo tuvo enfrente, frenando su avance,

    cortndole la cara.

    Por todas partes se extenda la llanura inmensa donde los panes alcanzaban slo unos

    centmetros de verde, salpicada aqu y all por breves motas sobre las que se elevaban unos

    puados de robles desnudos.

    El viento glacial le escatimaba la caricia del sol, pero a cambio le resarca obsequindole

    con una atmsfera translcida que permita la visin de los contornos con una inusual nitidez

    en el detalle que alcanzaba hasta los ms remotos confines, hasta la inslita y resplandeciente

    cal de los muros de las granjas, desplazado remedo de las ermitas y rbidas mediterrneas, y

    la negrura de las torres linterna de las iglesias normandas.

    Cruz aldeas, dejando atrs las viejas casas hechas de argamasa y madera aparente que aqu

    llaman colombages, con sus techos inclinados de tejas o de paja, sus chimeneas de ladrillo

    rojo y sus gruidos de perro en los jardines, tras los setos de espino y de haya blanca.

    Al rebasar una de esas aldeas oy un gritero de aves que en principio no supo si provena

    del cielo o de la tierra. Quiz fuera la intensidad del sonido, o la intuicin de que algo

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    extraordinario estaba ocurriendo all, cerca de l, lo que le hizo descender de la bicicleta y

    orientarse, tratando de descubrir el origen de toda esa algaraba. Primero pase su mirada por

    la inmensidad cerlea, acabando por descubrir en todo lo alto, encima de su cabeza, la V

    caracterstica que suelen dibujar en el cielo las bandadas de ciertas aves migratorias.

    Evaluando la distancia, el tamao y el color, concluy que eran ocas. Una bandada de ocas

    salvajes que haba venido a pasar el invierno por estas latitudes y que tal vez, intuyendo con

    este sol el final del mismo, remontaba su vuelo hacia el norte, Escandinavia o las lejanas

    estepas siberianas. Pero pronto comprendi que todo el misterio no estaba en lo alto. Al

    gritero que provena de arriba corresponda otro, distinto, que surga abajo, en algn punto

    de la tierra firme. Se orient de nuevo, descubriendo los almidonados muros de una pequea

    casa de campo, rodeada por un seto de tuyas reforzado por una alambrada. Entonces le fue

    dado abarcar con toda su amplitud e intensidad el drama que all estaba acaeciendo. A las

    voces altivas, desdeosas, de las ocas salvajes que surcaban el azul impoluto del cielo,

    respondan los lamentables quejidos, cargados de impotencia, melancola, aoranza de un

    estado ancestral de libertad plena, proferidos por las ocas de corral.

    Jacques comprendi por una vez el lenguaje de los animales como en los cuentos fantsticos

    y oy que desde arriba se gritaba a coro :

    -Vosotras tenis todo el alimento necesario y ms an. Pero nunca veris el mundo desde

    esta perspectiva, ni sentiris en vuestra sangre la fuerza capaz de responder a la llamada del

    gran norte, ni el poder de unas alas que os eleven hasta el mar de lo alto, ni sumergiris

    vuestras palmas en las azules, claras y fras aguas de las lagunas de la tundra. Y al final slo

    tendris una muerte innoble en pago de vuestra sumisin.

    De abajo nicamente emergan lamentos y splicas.

    El triste espectculo se prolong durante mucho tiempo, hasta que los alados jinetes ya no

    eran sino minsculos puntos claros, prontos a fundirse en una inmensidad de azul profundo.

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    Jacques se qued sobrecogido, estupefacto, con la mano izquierda agarrada al manillar de la

    bicicleta. Ms tarde, frente a las brasas de su chimenea, todava no haba logrado

    desembarazarse de las luces y los clamores de esta visin.

    Para la primavera ya tena un corpus terico lo suficientemente amplio como para ocuparle

    durante varios aos, en un laboratorio dotado de los medios tcnicos adecuados. Asimismo

    haba obtenido un puesto en el Instituto francs de Nueva-York, cuya universidad se haba

    mostrado interesada por su proyecto.

    Sentado al sol a la puerta de su casa, que ya estaba por cierto puesta en venta, consideraba

    con un entusiasmo moderado, no exento de melancola, todos estos avances.

    Se levant para recorrer el esplendor del jardn en primavera, oloroso todo l a hierba recin

    cortada. Al pie del seto lateral de tuyas, que l mismo haba plantado, el csped estaba todava

    mojado de roco. Record la zanja que haba tenido que cavar durante aquellas lejanas

    vacaciones de febrero, los montones de piedra de slex que extrajo de ella y la tembladera que

    le dio junto a la chimenea, preludio de una de las peores gripes de su vida. Lo que quedaba de

    la zanja no tuvo ms remedio que mandarlo hacer mecnicamente. Ahora el seto estaba

    magnfico, espeso y robusto en toda su extensin.

    Pas a la parte sur para sentarse en los peldaos de la escalera de la solana. Al fondo, los

    rboles frutales, plantados tambin con sus propias manos, estaban en flor, ocultando de rosa

    y almidn el pequeo huerto que aquel ao se haba quedado en barbecho, fertilizndose en

    espera de su prximo dueo.

    Baj, tom una silla de plstico y se sent bajo los abedules. En las tardes soleadas de

    primavera o de principios del verano, antes de irse a pasar las vacaciones en las esplendentes

    orillas de su mediterrneo natal, muchas horas apacibles de lectura haban transcurrido all.

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    Mas no pudo permanecer mucho tiempo viendo la desolacin del huerto, cubierto de mala

    hierba.

    Volvi sobre sus pasos a sentarse en el banco de la puerta de casa. El sol ascenda el cielo

    del este y resaltaba los oros y la blancura nupcial de los lirios, obligndole a levantar desde

    donde estaba la mirada para contemplar sus relumbrantes cumbres nevadas, cubiertas de miel

    como un yogur griego. La esbeltez de cuerpo, la claridad de piel, el dorado mar de trigo que

    ondulaba en la cabellera vikinga de Anglique le vinieron con ellos a la memoria cual espina

    olvidada, clavada en la carne. Una vez ms se le haba trascordado el sentido porque al final

    del ao escolar, a pesar de que las relaciones profesor-alumna habrn concluido, no habr

    restaurante, ni champagne, ni le dir una sola palabra a Anglique, ni habr existido, por

    tanto, nada entre ellos.

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    LA HORA DE LEVIATN.

    Los das de las grandes transformaciones pueden reconocerse desde que uno salta de la

    cama, o antes. Son das de marasmo. Por su parte, los das sencillamente impertinentes se

    anuncian tambin de inmediato, aunque de otra manera, cada movimiento termina en un

    tropiezo, los instrumentos rehsan su cometido, las llaves se ponen del revs a propsito y

    hacen cuanto se halla en su poder para no entrar en las cerraduras, luego les cuesta dar las

    vueltas o incluso se rompen y hasta se puede iniciar por esa va una larga concatenacin de

    dificultades que acaban por poner los nervios de punta, pero ah termina todo, esos das suelen

    saldarse sin consecuencias graves. Eso existe. Hay das repelentes, as. Los primeros son

    harina de otro costal. Los das que traen cataclismos, individuales o colectivos, son das de

    una quietud insalubre, el aire aparece como ms denso a causa de los presagios diluidos que

    mantiene, los colores se ven a travs de l con una intensidad mayor y los cuerpos se hallan

    invadidos por la serenidad que hace falta para afrontar esos formidables trastornos en sus

    destinos. Fue pues con cierta ecuanimidad y con paso uniforme como me diriga al banco, tras

    verificar, eso s, una por una, cada cifra, al igual que la fecha. Curiosamente, la nica

    inquietud que albergaba era la de haberme equivocado en alguna de ellas y hacer el ridculo

    ante los empleados de la sucursal.

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    Mentira si no admitiera que me puse a hacer planes pero ello es casi un acto reflejo. Me

    dej llevar a la eleccin de un modelo de coche, del tipo de casa que mandara construir, cosas

    as. No obstante, cuando me hall ante el director del establecimiento bancario ya tena

    tomada la decisin.

    -Deseo permanecer en el ms absoluto anonimato.

    El hombre comprob las cifras meticulosamente una segunda vez. La expresin de su rostro

    era de incomprensin profunda. Resultaba evidente que para l mi actitud no cuadraba con el

    significado de aquella papeleta. Alz los ojos y me mir como si acabara de salir de un coche

    que hubiera dado numerosas vueltas de campana antes de estrellarse contra un muro de

    hormign y, por todo comentario, le pidiera un papel de fumar para enrollarme un pitillo,

    mientras aguardaba la llegada de los atestados. Luego se puso a hacer llamadas, a rellenar

    formularios para que yo los firmara. Al final, tras una hora completa de formalidades, me dio

    una tarjeta mgica, inagotable. Con ella en el bolsillo me bastaba. Por el momento, claro.

    Pas de un banco a otro, es decir, entonces necesitaba un banco que sirviera para sentarse.

    Eleg uno a la sombra, en una plaza recoleta, con nios jugando a perseguir una bandada de

    colipavas, vigilados por abuelas haciendo calceta. El porvenir se vea, ciertamente, de otro

    modo, desde aquella soleada maana de primavera. Era como cuando uno se quita una

    camiseta interior demasiado estrecha. Se acerca el verano, se utilizan prendas ms ligeras,

    ms anchas. De repente una sensacin de desahogo, de frescor. Haba desaparecido esa

    angustia leve, esa espina que muchas veces parece no estar ah pero que nicamente haba

    sido olvidada unas horas, tal vez das, de la aprensin a que algn fin de mes las cosas hayan

    ido tan mal que no queden fondos, ni crdito, para pagar los gastos fijos. Por fortuna aquello

    perteneca a un pasado que perciba como anormalmente alejado. En cambio, deba parar

    mientes en esa intuicin, todava mal verbalizada, por la cual no me hallaba corriendo a toda

    prisa hacia mi mujer, luego hacia mis amigos y enemigos, para comunicarles la grata noticia,

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    a saber, que hara falta una notable imaginacin para conseguir gastar mediante una sola vida

    todo el dinero que me haba cado encima, as, sin comrmelo ni bebrmelo.

    Acababa de firmar lo que puede denominarse el acta de nacimiento de un rico y haba

    tomado la determinacin de sellar ese documento y quitarlo de la vista de todo el mundo,

    renunciando con ello, de modo provisional por supuesto, a la comodidad de hacer uso

    abiertamente de la recin adquirida riqueza. Sin cuya precaucin, la actitud de mi entorno

    hacia m habra sufrido un reajuste que consideraba prematuro. Mientras tanto, bajo mi

    epidermis de no haber roto nunca un plato, alentaba una bomba de hidrgeno.

    Mi piel haba sido siempre como un estuche, poroso por la cara exterior, liso e impermeable

    por la cara interna. Asimilaba las provocaciones del mundo, pero muy pocas veces

    reaccionaba, o si lo haca, era de manera muy atenuada. Posea una mezcla de timidez, ya sin

    complejo de inferioridad, y de misantropa inamovible, aunque poco patente. Todo el ejercicio

    fsico que haca para canalizar mi angustia, me daba msculos, no fuerza. Posiblemente mis

    relaciones interpretaban como apocamiento lo que era apata. No obstante, que Dios les pille

    confesados porque aquel da todo iba a cambiar. Una fuerza descomunal e inexplicable que

    brotaba desde profundidades insospechadas tom posesin de m como una meloda

    endiablada Esta vez habr para todos, me dije, cada cual tomar segn sus merecimientos.

    Sentado en el banco, experiment algo as como una entrada en trance. La plaza se haba

    convertido en un barco cabeceando ligeramente de proa, navegando en mar gruesa.

    Comprend que haba llegado el momento de tomarle las riendas a ese caballo de la accin y

    conquistar medio mundo, poner el mundo entero, si es preciso, a fuego y a sangre, para bien o

    para mal. Me senta capaz tanto de lo uno como de lo otro, lo que no dej de asustarme, pero

    la perplejidad slo dur un segundo. Me hallaba tan bien all, sentado en ese banco de piedra,

    viendo las colipavas, blanqusimas, los nios y las abuelas al sol, el mundo rodando

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    plcidamente junto a las dems esferas, que no poda albergar de manera duradera ningn

    temor.

    Me levant al cabo. Las calles eran lo que no haban sido nunca, un laberinto infinito de

    posibilidades y yo iba mirando a derecha e izquierda para ver cul era el primer hilo del que

    me placera tirar. Mi mujer, por ejemplo, consider, si fuera a decirle que la fortuna nos acaba

    de abrumar con un peso enorme, se pondra de inmediato en guardia contra m, tomara

    precauciones, incluso puede que dejara de engaarme con ese botarate. Pero yo no quiero que

    deje de engaarme, yo nicamente quiero saber si me engaa o me ha engaado con l o con

    cualquier otro. Especialmente con l. En el momento presente, ella no espera de m ninguna

    reaccin espectacular, me cree todava prisionero de mi horario de trabajo, sin ningn medio

    para averiguar, encerrado entre las cuatro paredes de mi oficina, lo que ocurre en el mundo

    durante un fragmento preciso, fijo, bien determinado pblicamente, de tiempo. Las

    circunstancias, empero, haban cambiado y ella no deba saberlo.

    Me sorprend al verme en mi barrio sin que la memoria hubiera registrado el menor detalle

    del trayecto. Lo que me devolvi a m fue una voz que llegaba a tocar en mi interior un punto

    de mxima irritabilidad. Alc los ojos. Un grupo de jvenes se hallaba todava a una distancia

    considerable. Sin embargo, de entre ellos, surga un vozarrn perfectamente capacitado para

    transmitir la extrema penuria intelectual de su propietario a cualquier punto de la calle. Dej

    de or el zumbido de los coches, desapareci el murmullo de la ciudad, el sol se puso ms

    amarillo y me invadi una serenidad y una ligereza de espritu que slo aportan ciertos puntos

    ubicados en los aledaos de la intoxicacin alcohlica. Al mismo tiempo era como si llevara a

    mi lado una bolsa de plstico que se iba inflando y adquiriendo un peso enorme hasta caer en

    un barranco, queriendo arrastrarme a m detrs, atrayndome en direccin a la banda de cutres

    con una fuerza irresistible. Que me diga algo el alipparo ese, algo personal, que me

    provoque, que lo haga. Lo hizo cuando ya casi pareca que me iba a dejar pasar de largo. T,

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    cara de culo, dame un cigarro. Afortunadamente, porque si no, hubiera desarrollado una

    cirrosis. Me detuve en seco, mis ojos buscaron con incontrolable avidez los de ese

    desgraciado y mis pies me lo acercaron hasta que su jeta se encontr a una distancia

    ligeramente inferior a la envergadura de mi brazo. No tengo cigarros, pero tengo un puro que

    t no te lo has fumado nunca. S? S. Pues dmelo. Mis pies estaban bien afirmados en el

    suelo, me concentr en mi estmago, luego en mis riones y finalmente dej que todo mi

    cuerpo se lanzara detrs de mi puo, de modo que la inercia casi me hace caer hacia delante.

    Toma puro. Recuper el equilibrio, di un paso atrs, junt mis puos por abajo, comb mis

    hombros acumulando fuerza y lo mand todo a rodar hacia arriba llevndome por delante las

    mandbulas de los dos figurantes que lo flanqueaban. Despus de ello, les incrust

    profusamente los pies en el hgado y en la cara a los tres y con las mismas me fui, sin que

    ninguno de los dems integrantes del rebao borreguil dijera esta boca es ma. Al llegar a la

    esquina, me volv. Se haba formado un corro de curiosos alrededor de los heridos, pero nadie

    miraba en mi direccin, ni en esa acera, ni en la opuesta.

    Durante la comida, sostuve una animada conversacin con mi mujer. Me bailaba intra

    muros la idea de preguntarle bueno y qu tal el gilipollas de tu amante? Yo, que soy tan

    comedido. Pero me retuve, claro. Ya salpicaremos con los remos a su debido momento.

    Despus de la siesta, en el momento en que, tras el ejercicio del amor, se qued frita, me puse

    delante del ordenador. Consult unas cuantas pginas, escrib en un trozo de papel dos o tres

    direcciones y, rico de esa nueva informacin, tom el montante y sal de casa.

    Al tipo que me atendi le expliqu en cuatro palabras y con toda franqueza el asunto que me

    traa entre manos. Hablamos de ello como si estuviramos negociando el alquiler de un piso.

    Eso me gust. En realidad de eso se trataba, del piso, por lo menos como una primera

    instancia. Me pregunt si poda facilitarles el acceso durante unas horas. Le repuse que me las

    arreglara.

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    De regreso a casa, le anunci a mi mujer que, puesto que se avecinaba Pascua de

    Resurreccin, nos iramos unos das a Europa Central. Proposicin que ella acogi

    favorablemente, si bien no sin cierta sorpresa por lo precipitado de la decisin. Por toda

    respuesta, le mostr los billetes.

    A la vuelta, tena instalado en el apartamento un sofisticado sistema de escucha que se pona

    en funcionamiento nicamente cuando se produca un ruido y cuyas grabaciones poda

    escuchar a travs de un ordenador mediante una clave secreta, o bien llamando por telfono a

    un nmero determinado.

    Durante una semana no hice ms que escuchar el chasquido de la puerta al cerrarse, casi

    inmediatamente despus de mi salida, y el crujido de la cerradura al abrirse, poco antes de mi

    llegada. Si algo se produce, no parece que vaya a ser en casa, concluy mi gua espiritual. Con

    la palabra todava en la boca, sali del despacho un momento y regres con unas cuantas cajas

    de cartn que empez a abrir. De una de ellas sac un telfono mvil. Parece un telfono

    mvil cualquiera, claro que con muchas funciones, un regalo ideal. Cierto que lo pareca, en

    efecto. De hecho lo es, se comporta como un telfono mvil normal. No obstante, tiene una

    funcin secreta. Llamando con otro aparato a un nmero convenido, el telfono no reacciona

    visiblemente en modo alguno, pero transmite a los odos interesados todo ruido que se

    produzca a su alrededor. Destap otra caja y sac lo que tena el aspecto de un pequeo imn.

    Coloque esto en el coche de su mujer y con esta pantalla, mediante la tcnica GPS, podr ver

    a dnde se dirige.

    Esa vez dimos en el clavo. Abr un cajn de mi escritorio y puse en el fondo la pantalla.

    Cuando vi que el coche se detena, aguard cinco minutos y compuse el nmero indicado. En

    efecto, reconoc las voces de ambos. Esper un instante y comenzaron a hacer el amor. Era

    todo lo que quera saber. A mi regreso de la oficina, le dira que esa noche la dormira todava

    en casa, pero que al da siguiente me ira para siempre.

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    Mi trayecto de vuelta me haca pasar por una de las calles ms comerciales de la ciudad. Ese

    da se haba instalado en la acera un joven mendigo que tocaba el violn. Llamaban la atencin

    sus ojos azules clarsimos y su larga cabellera rubia. En ese momento se hallaba interpretando

    el doctor Zivago. Pas de largo casi sin mirarle, en aplicacin de mis principios progresistas

    acerca de la mendicidad en la va pblica. La meloda, sin embargo, me condujo rpidamente

    a un estado de narcosis, sin prdida de lucidez, ms bien todo lo contrario, pam, pam, pa pam,

    pa, pa, pa, pa, pa, pa pam. Esa misma fuerza que haba invadido mi cuerpo el da en que me

    convert, por la gracia de Dios, en un hombre inmensamente rico, creca en progresin

    geomtrica y me estaba dejando en un estado de embriaguez peligroso, en una posicin que se

    hallaba por encima del bien y del mal, mis pies no tocaban el suelo, mis odos no me

    devolvan el menor sonido, todo a mi alrededor iba quedando cada vez ms velado por una

    cortina de sombra, mientras que las luces de las tiendas brillaban como estrellas. Quieto, aqu

    hay algo, no vayas a cerrar los ojos ante los signos, cuando se despliegan ante ti. Me detuve

    ante el escaparate de una librera fingiendo interesarme por los volmenes expuestos, pero en

    realidad mi mente estaba tejiendo ya a sus anchas el complot.

    Hay que probarlo todo, dijo l una vez, adoptando ese aire del macho al que no le importa

    besar los labios de otro hombre, sabiendo que su virilidad est muy por encima de semejante

    pacotilla. Lo dijo mirndome a m y yo le repuse que no lo crea necesario. Pero ahora soy yo

    el maestro de ceremonias, el que explora nuevos caminos, el tentador. Lo nico que poda

    perder era el tiempo, puesto que la prdida econmica iba a ser insignificante para mi nuevo y

    vasto bolsillo.

    Volv pues sobre mis pasos. No debi transcurrir mucho tiempo entre mi ida y mi vuelta

    porque el joven segua interpretando la misma pieza cuando me plant como una estatua

    delante de l, slo nos separaba el sombrero donde se ponen las monedas. Imperturbable,

    interpret la meloda hasta el final. Luego baj el arco y el violn. Aguard en silencio. Saqu

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    un billete que result ser de cien euros y lo deposit en el sombrero. Ni siquiera me dio las

    gracias. Erguido, me contemplaba con severidad, como si en lugar de un billete de banco le

    hubiera entregado un billete de desafo, cuyo contenido no ignoraba.

    Quieres ms?Cunto? Tres mil. Qu debo hacer? Tres mil slo por escucharme. Luego

    veremos.

    Lentamente se puso a guardar el violn y el arco dentro del estuche, recogi el sombrero,

    retir las monedas y el nico billete. Qued a la expectativa.

    Ech a andar. Cmo te llamas? Nicolai. Muy bien, Nicolai, t no has venido de la lejana

    Rusia para andarte con chiquitas, desde luego que no. Tocas bien el violn, pero el arte, por lo

    menos en occidente, hay que tocarlo con un poco de mano izquierda, de lo contrario uno no

    saca ni para pipas y tiene que enviar a hacer grgaras el arte para consagrarse a otra actividad

    ms clemente.

    En cuanto divis el primer cajero automtico, saqu tres mil euros y se los entregu sin

    mirarlos. Los recibi con una altivez desafiante que se resolvi en gesto de derrota y

    resignacin al guardarlos en el bolsillo de su chaqueta.

    De regreso a casa, no pude evitar mostrarme un tanto deprimido. Trat, no obstante, de

    tomar las riendas de mis emociones. El atractivo de estas cosas radica sobre todo en el efecto

    de sorpresa.

    Al da siguiente vest de punta en blanco a Nicolai en la tienda ms cara de la ciudad, le

    compr un coche y le di las instrucciones para alcanzar los primeros objetivos. Y como quiera

    que dichos objetivos se iban cumpliendo puntualmente, para gran sorpresa ma, todo hay que

    decirlo, pero ah estaba el viejo proverbio castellano para paliar ese tipo de pasmo, dime de

    qu presumes y te dir de qu careces, decid alquilar un tico y encargu a los de la agencia

    que lo rellenaran con el material de grabacin audiovisual ms sofisticado que tuvieran en los

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    almacenes. Tambin les ped que averiguaran a quin perteneca el chalet de la montaa al

    que acudan mi mujer y su amante.

    No tuve que aguardar mucho, quin lo hubiera dicho. Una semana despus del lanzamiento

    del plan, tena en mi poder un CD bastante curioso. El modo en que iba a cursar dicho

    expediente lo haba concebido desde el primer momento, desde que me qued parado ante el

    escaparate de la librera. Grab pues su contenido en el ordenador, utilic una de esas

    direcciones electrnicas gratuitas que se crea uno mismo con nombre falso y, ni corto ni

    perezoso, lo mand a todos los empleados de la fbrica, desde los ejecutivos del sancta

    sanctorum hasta los encargados de la carga y descarga de camiones en el patio, incluida la

    suya y la ma, por supuesto. Pero lo hice de modo que no pudiera leerlo antes de llegar a la

    oficina.

    La venganza es un placer del que ni siquiera los dioses han querido prescindir, provoca una

    satisfaccin intensa y duradera. Cada cual considera como nica justicia verdadera la suya

    propia y cuando consigue concatenar una serie de acciones que den como resultado ltimo el

    cumplimiento de la misma, relacionada, por supuesto, con una sensacin de poder, de

    dominio del entorno y de los infelices que han osado oponerse a ella, que han pretendido

    hacernos dao, entonces conoce una exultacin inenarrable, que es preciso prohibir, por

    cierto, como cualquier otro placer desmesurado. Pero la maldad debe ser castigada, humillada,

    especialmente la que es dirigida contra nosotros.

    Lo nico que me restaba por hacer era no perderme ni uno solo de los detalles que prometa

    aquel da resplandeciente, en un mundo que rebosaba sol y perfumes y cantos de pjaro.

    Atendiendo a los cuales, debo confesar que nunca he presenciado una metamorfosis

    comparable en un ser humano. Entr como un pavo real, cual sola hacerlo, y sali como una

    mariquita, silbada por la dotacin en pleno de la descarga. La noticia haba corrido como la

    plvora. Antes de que l lo supiera, todo el mundo a su alrededor estaba al corriente. Yo

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    adopt, de puertas afuera, como tantos otros, la actitud consistente en un mutismo

    cariacontecido. Sin embargo, en mi fuero interno, la gran preocupacin era que no se

    desbordara una carcajada homrica que se iba inflando peligrosamente a medida que pasaban

    las horas. Hubo otros, menos discretos, que provocaron algunas fricciones por aquello de me

    has mirado de una manera rara, hoy no me gusta en absoluto tu sonrisa y tendr yo monos en

    la cara o qu? As hasta que el mismo que le prestara su chalet en la montaa para sus proezas

    de macho, le sugiri que consultara su correo electrnico. Cuando lo hizo, se le col en el

    cuerpo la pestilencia de un mal aire que le adscribi la propia palidez de un clico heptico.

    Not que de repente le haba crecido la barba y se le haban hundido las mejillas. Sali

    precipitadamente, sin mirar a nadie, tambalendose y tropezando con todo, como un borracho,

    o peor, como alguien a quien han inoculado el veneno de la muerte, para ya no volver ms.

    Tras su paso se arremolinaba el mismo tufo con sabor a musgo que esparcen los coches

    fnebres. Mientras presenciaba esa retirada atroz, no pude evitar un breve escalofro. Pero se

    lo mereca, me apresur a musitar para el cuello de mi camisa.

    A los dos das nos enteramos de que, al llegar a casa, se haba colgado de una lmpara.

    Entonces ya pude decirle a mi mujer que la dejaba para siempre. No protest. En su mirada

    poda leerse con toda claridad la interrogacin has sido t, verdad? Con la ma procur

    responder quin iba a ser si no? Pero nada de eso fue dicho con palabras. Di media vuelta y

    sin coger ni una sola prenda me fui.

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    DIEZ HISTORIAS CON PUNTO Y FINAL.

    La idea confusa de que iba a encontrarse con esa mujer le hizo adentrarse por entre las

    banderas del 16 de febrero. Una insensata pero intensa y palpitante llamada, a la cual era

    incapaz de hacer frente. No era ste ciertamente el lugar ms propicio para coincidir con una

    dama ; pero fue aquel tumulto, semejante al del 14 de abril, ese bullicio expectante, lo que

    abri la reminiscencia.

    La muchedumbre se diriga a la plaza para escuchar el discurso del nuevo alcalde, don

    Jaume Palau, despus de haber paseado y gritado su triunfo hasta enronquecer por todas las

    calles de la ciudad.

    Not que algunos rostros le eran hostiles y hasta le pareci or diluida en medio de toda

    aquella confusin, entre las consignas de venganza y de guerra, alguna que otra imprecacin :

    Qu haces t aqu, Pepe Colliure ? Vete a casa fascista. No es tu fiesta.Quin te ha dado

    vela en este entierro ? Vete a casa. Cuando se nos acabe la resaca, veremos.Te costar la

    torta un pan. Pepe senta el bulto de la Star 9 milmetros bambolearse en el bolsillo de su

    abrigo.

    Caa una lluvia tenue, constante, por lo que abundaban los paraguas y los capuchones de

    hule. Sus ojos, pequeos y vivos, escrutaban con inquietud. Resultaba difcil reconocer los

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    rostros que le circundaban, cubiertos, entapujados o chorreantes. Los enormes gonfalones

    rojos de la revolucin atajaban la visibilidad hacia numerosos puntos.

    Ya en la plaza, distingui a una mujer alta y esbelta, cubierta la cabeza con una almocela

    negra de tafetn doble. Avanz hacia ella apartando a la gente a manotazos. Cuando ya estaba

    muy cerca, la mujer se volvi desplegando para l la sonrisa ms bella de toda Sajar. Era

    Mara Masans, rodeada siempre, asediada por el elemento masculino. Musit algunas

    palabras de salutacin y sigui avanzando.

    El alcalde y su comitiva hicieron su aparicin en el balcn de la casa consistorial, con lo que

    la marea humana empez a crepitar en sucesivas salvas de aplausos ; seguidamente, de un

    modo desordenado, se gritaron consignas y se entonaron canciones que se iban superponiendo

    las unas a las otras, hasta crearse una atronadora cacofona, expresin nicamente del inmenso

    jbilo liberado por las masas, humilladas durante tantos siglos de inquisicin y de garrote vil.

    Traidor, fascista. Esta vez os tocar a vosotros segar los mrgenes del infierno. Las

    banderas y las pancartas eran agitadas frenticamente por manos robustas, crispadas sobre los

    palos como si fueran mangos de navaja.

    Pepe se volvi para tener una visin panormica del espacio que haba dejado a sus

    espaldas. La lluvia arreci de nuevo, de manera que no le sorprendi que Mara Masans

    apareciera ahora annima, por completo cubierta la cabeza con su enorme capuchn negro. Y

    sola. Pero ello no es posible, pens enseguida, Mara Masans nunca se encuentra sola. En

    efecto, a slo unos metros ms a la izquierda estaba ella, escoltada por su corte de hombres

    ansiosos, desafiando el chaparrn con la cabeza descubierta.

    Un escalofro terrible le sacudi todo el cuerpo cuando sus ojos le devolvieron la imagen de

    la otra encapuchada. El corazn no par de darle vuelcos mientras ella se iba descubriendo

    lentamente, hasta que apareci un rostro de tez plida como el de una figura de ncar, cuyo

    cuello cea el negro pao arrebujado, componiendo ambos una suerte de oxmoro visual, una

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    elipsis tan extrema en la escala cromtica que pareci alterar su percepcin ocular,

    aumentando la intensidad y el colorido de los objetos, suprimiendo la actuacin de los otros

    sentidos.

    Slo saba que el alcalde haba empezado su alocucin, mas su cerebro no poda registrar de

    ella ni una sola palabra. nicamente le era dado contemplar aquel semblante enmarcado de

    bucles dorados. Sereno esta vez y severo.

    Una mujer que, aquel lejano 14 de abril, mientras se despeda desde la portezuela del tren,

    ya le haba parecido irreal. Pero el viaje a Valencia fue cierto como el entumecimiento mismo

    de sus msculos al bajarse del coche.

    All, en medio de la plaza rebosante, su mirada fija era slo para l ; su belleza sobrenatural,

    pnica, tambin. El deseo tirnico y profundo que llevara a un hombre hasta las puertas del

    infierno gobernaba todo su ser, as es que avanz hacia ella. Sin embargo, an no haba dado

    el primer paso, cuando la dama, cubierta la cabeza de nuevo, se escabulla ya entre la

    multitud.

    Siguindola, empez a dejar atrs con alivio aquel compacto mare mgnum. Su manto

    negro se ocult tras la mole de la iglesia de San Pedro y cuando, a su vez, dobl la esquina ya

    no la vio, pero supuso que haba enfilado a travs de la calle que corre por el otro flanco del

    templo. En efecto, tuvo el tiempo justo de ver cmo desapareca su silueta por una bocacalle

    perpendicular.

    No se atreva a correr porque, an por aquellas callejas habitualmente solitarias, esa noche

    pasaba gente, atrada hacia el centro como por una parranda descomunal y colectiva, con una

    ansiedad semejante a la de las fiestas patronales. De este modo, en cada encrucijada apenas

    alcanzaba a ver la direccin que tomaba la dama. No obstante, a medida que avanzaban por la

    maraa de calles, cada vez ms estrechas y oscuras, los testigos comenzaban a escasear hasta

    que no hubo ni un alma. Entonces Pepe corri.

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    Demasiado tarde. La joven desapareci a travs de una puerta que exhalaba una luz tenue y

    amarillenta, la cual sin embargo permaneci abierta.

    Sin pensarlo dos veces, se col de rondn encontrndose, de manos a boca, con la htica

    circunspeccin de un cadver encajado en un atad somero, cuya tapa reposaba, de pie, contra

    el muro del fondo. La desmayada luz que haba visto desde fuera vena de cuatro velas

    colocadas en las esquinas del catafalco que sostena el fretro, bajo la cual se incrementaba la

    palidez cerosa de aquel rostro sereno pero de una humanidad inverosmil ya.

    Tratando de refrenar el jadeo, sintiendo de repente la sensacin de las ropas empapadas,

    aterido, iba poco a poco hacindose cargo de lo absurdo de la situacin, cuando una mano

    leve se pos sobre su hombro. Sin volverse supo que esa mano era la de ella. Y tambin supo

    que el momento de averiguar si era una mujer de carne y hueso o un fantasma haba llegado.

    Pero por el instante su cuerpo estaba paralizado, sus msculos no le obedecan.

    - Contempla el rostro de la muerte contempla el rostro de la guerra ms all del

    cual no hay nada, excepto el olvido .

    La voz era dulce, como la caricia que an persista en su hombro.

    Cuando empe toda su voluntad en darse la vuelta y no pudo, comprendi que de nuevo

    estaba viviendo un sueo. El 16 de febrero haba pasado, sus ecos corran ya a grabarse en los

    cilindros de cera de la historia. Adems, alguien estaba llamando a la puerta. Cerr los ojos en

    un desesperado intento de sintonizar con la onda perdida pero fue en vano, el inapelable

    fundido en negro se haba operado.

    Los golpes en la puerta persistan y Consuelo se hallaba despierta. Abri los ojos,

    comprobando que era noche cerrada. Se levant.

    -Soy Juan.Abre de una vez !

    Tras la puerta estaba, en efecto, Juan Fbrega solo. Le bast con verle los ojos desorbitados

    para comprenderlo todo.

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    -Los anarquistas de Alcira estn de camino, sabemos que vienen con la pretensin de

    saquear las iglesias de Sajar. Sanrom confa en ti para que organices la defensa de San

    Pedro. All todo el mundo espera tus rdenes.

    -Qu hora es ?

    -Las cuatro y media pasadas.

    -Hace mucho tiempo que salieron de Alcira ?

    -No.

    -Bien. Voy enseguida.

    Consuelo, que no haba odo nada de la conversacin, quiso levantarse para preparar el

    desayuno, pero l la retuvo en la cama asegurndole que tomara un caf con leche en cuanto

    pudiera.

    Apenas tuvo que caminar doscientos metros para llegar a la explanada de la iglesia, donde

    se encontr con menos de una docena de hombres, todos ellos armados con los fusiles

    Mannlicher que les haba entregado Sanrom. Comprob que la puerta estaba cerrada y

    mand que la abrieran. Rosendo y Ernesto Gisbert se dirigieron a la rectora, justo enfrente.

    -Que venga alguien a abrir les dijo-, vosotros dos os apostis en la terraza y no disparis

    hasta que yo no lo haga. Sobre todo evitad que las balas alcancen los neumticos.

    Seguidamente distribuy a los dems. Dos en lo alto de la casona que se hallaba en el

    lateral de la plazoleta, uno en el edificio de correos para cubrir la otra puerta del templo, otros

    dos en el campanario. Delio Sempere y Juan Fbrega con l en el atrio, guardando la entrada

    principal.

    Don Alejandro Perfecto baj con las facciones gruesas de quien acaba de ser despertado y

    con una llave enorme en la mano.

    -Procura que no haya muertos, Pepe.

    -Se har lo que se pueda, don Alejandro.

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    La puerta se abri con un chasquido que reson en toda la plaza, pero despus gir

    silenciosamente sobre sus goznes.

    -Ahora vyase a casa, don Alejandro. El resto corre de nuestra cuenta.

    Don Alejandro Perfecto obedeci.

    Haca fro y los tres hombres se refugiaron en el zagun. Ante ellos el antuzano, como un

    mausoleo, se llen de un silencio glacial. Pepe ofreci la petaca y el papel. Los otros dos

    aceptaron. En la penumbra, el humo blanquecino ascenda majestuosamente hacia el elevado

    techo del vestbulo. El tiempo comenz a deslizarse lentamente, escandido por campanadas

    solemnes, que sonaban cuando se haba dejado ya de creer en ellas.

    -Alguien se acerca susurr Delio-.

    En efecto, un ciclista aterido, con la boina calada hasta las orejas, apuntal con el pedal la

    bicicleta sobre el bordillo de la acera, subi de un salto el escaln de la explanada y avanz

    hacia ellos.

    -Los camiones acaban de pasar por Corriola. No tardarn en llegar.

    -Bien. Aqu estamos listos.

    El hombre dio media vuelta, mont y se fue por donde haba venido.

    -Espero que no se les ocurra tirar sobre las bombillas susurr Pepe.- Si lo hacen, cerramos

    las puertas y nos apostamos arriba.

    Todo estaba dicho, ahora slo caba escrutar el silencio para captar el ronroneo de los

    motores, o los primeros tiros provenientes de otras iglesias. Aunque lo ms lgico era que lo

    hubieran planificado para asaltar todas al mismo tiempo.

    Durante aquellos largos minutos record las escaramuzas de la guerra de frica, el silbido

    de las balas, los gritos de los heridos, el rostro de los muertos. Contempla el rostro de la

    muerte. contempla el rostro de la guerra. ms all del cual no hay nada, excepto el

    olvido . Yo no estar del lado de nadie. Pero estar en contra del primero que la chingue.

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    Vete a casa, fascista ! No es tu fiesta. Quin te ha dado vela en este entierro ? . Yo no

    soy fascista ! No s lo que es ser fascista, pero aqu el que la hace la paga. El caos no es

    revolucionario, la dignidad humana aborrece el caos. La naturaleza aborrece el caos.

    Excepto el olvido . Qu querr decir excepto el olvido?

    -Ya estn ah anunci Juan Fbrega.-

    Pepe aguz el odo registrando el mbito acstico de la ciudad durmiente, hasta reconocer el

    zumbido lejano de los motores. Avanz para situarse en un lugar bien visible y aguard con la

    mirada fija en el lmite del plano perpendicular del muro tras el cual, lo que todava es

    inquietud adquirira su bulto definitivo, irremediable. El rumor de los motores se perciba

    cada vez con mayor nitidez. Sbitamente comprendi que estaban atravesando la Plaza de la

    Constitucin. Una luz amarilla se proyect a lo largo de todo el bastidor del zoco hasta

    cebarse en los pomos y chapas dorados de una puerta situada en el extremo opuesto.

    Uno, dos, tres camiones entoldados cruzaron la lnea. Pepe Colliure hundi la mano en el

    bolsillo del abrigo y sac la Star, con la otra exhibi un cargador, procediendo a montar

    teatralmente el arma. Los camiones frenaron de sopetn en medio de la plaza mediante un

    nico chirrido. Hombres armados de fusiles bajaron sin tardar, parapetndose detrs de los

    vehculos, ya que una voz haba corrido :

    -Cuidado, llevan armas !

    Entretanto, Pepe haba vuelto a buscar refugio en la oscuridad del zagun, protegido como

    los otros por dos pilares que flanqueaban la puerta. Desde all previno a los recin llegados

    con una voz que deba sobrepasar el tableteo de los motores :

    -Estis rodeados, si queris evitar un bao de sangre salid pitando !

    Se abri el parntesis de un silencio denso, durante el cual debi prevalecer entre los

    asaltantes la opinin de que, habindose planeado la operacin la noche anterior en el ms

    absoluto secreto, podan desechar la hiptesis de una emboscada. Por el contrario, una

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    pequea guardia de tres hombres era plausible, casi consecuencia lgica de la actual situacin

    poltica y de orden pblico.

    Alguien hizo restallar un grito :

    -A la carga !

    Los atacantes que surgieron de los dos primeros camiones se dirigieron hacia la puerta de la

    iglesia, mientras los del ltimo trataron de buscar la proteccin del flanco de sta y ganar

    quizs la puerta lateral.

    Simultneamente Pepe haba gritado la orden de abrir fuego. Ponindose l mismo a

    accionar, con tiento, deteniendo la respiracin, el gatillo de la Star hasta vaciar el cargador.

    Las balas parecan llover desde todos los puntos de la plaza y fueron numerosos los que se

    hundieron de inmediato, vctimas del fuego cruzado. Los dems, de hecho, hicieron poco ms

    que dar la vuelta a los camiones, buscando otra vez el abrigo que stos ya no podan

    ofrecerles. Las bajas continuaban por lo que Pepe tuvo que gritar con todas sus fuerzas el alto

    el fuego.

    De debajo de los camiones alguien replic :

    -Echad abajo las puertas !

    Lo que desencaden de nuevo el tiroteo por unos instantes. Nuevas vctimas yacieron sobre

    el suelo.

    Al fin la misma voz orden la retirada :

    -A los camiones, pronto !

    Se fueron de estampida, dejando el empedrado lleno de muertos.

    No tardara en empezar a clarear. Pepe sali a contar los cadveres. Eran diez. Diez historias

    con punto y final.

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    FABULA DE OTOO.

    La gravilla comenz a crujir bajo las ruedas como si perdiera un empuje del mar, al

    internarse el coche en el estacionamiento del cementerio. Era un crujido blando de humedad,

    discreto, respetuoso con los muertos. El granito de las cruces y de las sepulturas e incluso el

    dorado de las inscripciones aparecan mates por impregnacin del gris cado de las nubes.

    Pero no hay que pensar en la muerte, ni aun en los cementerios, cuando la vida se quita el

    sombrero para saludarle a uno. Mejor sera no pensar en nada, si ello fuera posible. Se quita el

    sombrero y saluda, aunque siempre con irona, claro. Incluso cuando nos presenta su cara ms

    radiante, vemos que no renuncia al brillo maligno de la reticencia. Mira cmo s tenerte

    preso. Observa cmo no eres sino un juguete entre mis patitas. Y uno est siempre

    preguntndose qu diablos puede hacer para componer las cosas. Pero no hay que pensar en

    nada, cuando se est en la vecindad de un cementerio, ante la mirada atenta de las cruces y los

    ojitos perspicaces que escrutan desde las fotografas de los difuntos, aunque la muerte propia

    pueda parecer un acontecimiento lejano e improbable y la vida se quite graciosamente el

    sombrero para sonrernos. Hundi casi los faros en el seto de haya blanca, cort el contacto

    del motor como hubiera querido interrumpir el flujo de su conciencia y antes de quitarse las

    gafas para depositarlas sobre el salpicadero mir la hora. Ser tarde cuando termine el

    recorrido. De todos modos ya es tarde para casi todo y sus ojos haran mejor en tratar de

    adaptarse a la noche. Cerr la puerta y ech a andar haciendo rechinar la gravilla bajo sus

    bambas, con un crujido todava blando de humedad, cual si se escapara el agua del mar entre

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    sus pies, mucho ms discreto y respetuoso con los muertos. No iniciaba la carrera enseguida,

    al pie de las tapias, por deferencia hacia los muertos, aunque quiz ya no estn, mas se hallan

    sus smbolos esparcidos, derramados, las coronas y flores resecas, las lpidas mates, pardas, a

    lo largo de todo ese campo de desolacin y olvido. T no debes pensar en nada, pero tienes

    que respetar los smbolos. Recordaba el tratamiento que sola acordarles Juliana a los

    difuntos, cuando la acompaaba a visitar la tumba de su marido : a ellos esto les gusta,

    esto otro no les gusta. Suspicaces residentes, buenos conocedores de sus derechos. No en

    vano la bandera republicana ondea junto a la cruz. Y vosotros sois los habitantes de la

    commune del ms all, pero no debis tomar a mal esto que os digo, pues no es una broma

    perversa. Juliana, un cur simple, un hilo de voz, un corazn de mueca en un cuerpo que le

    peda ya catar la sal del olvido, el arte complejo de una afabilidad permanente. Tambin ella

    se encuentra ahora del otro lado de la tapia, con su mirada escrutadora y benevolente. No

    dejes que los recuerdos estraguen tu corazn pues lo necesitas an para la vida. Slo has

    venido a correr, puesto que deseas presentar batalla al tiempo. En efecto, no todas las guerras

    fueron hechas para ser ganadas, muchas de ellas se declararon por una simple cuestin de

    principios. T debes sentirte orgulloso de vivir en continuo estado de excepcin, siempre

    alerta, con las armas en la mano. Ahora ya puedes iniciar la carrera y procura no sentir

    demasiada lstima por ti, no es bueno, sobre todo cuando uno ha apostado por la vida, al

    menos durante algn tiempo, ya que la tiene de cara, ya que tiene la bondad de quitarse el

    elegante sombrero de plumas y sonrerle con deferencia, por ms que todos tus miembros

    acusen al comienzo el trabajo intenso de los das anteriores. Siempre ocurre lo mismo, los

    preludios suelen ser laboriosos. Las llagas, las ampollas, los amores, los duelos, las rupturas,

    hasta las palabras, duelen un poco al principio, pero luego se aplacan. Esto hay que saberlo. Si

    uno tiene la certeza de ello, es fuerte, aunque sea frgil. A ti ya no te importa ser fuerte o

    frgil, ahora slo te interesa saber qu diablos quiere de ti tu destino, por qu te solicita an,

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    por qu quiere mantenerte en vilo hasta el ltimo minuto. Desaparecieron las agujetas, has

    entrado en calor, alarga ahora las zancadas. No te preocupes si castigas en exceso tu cuerpo,

    porque se lo merece. Tambin l te ha jugado a ti malas pasadas, ha hablado ms de la cuenta

    en numerosas ocasiones, ha revelado tus secretos, ha dicho incluso lo que no hay. Y cuando

    no ha podido ms, ha prevaricado, ha difundido infundios intolerables sobre tu persona.

    Ahora est bien que sufra. Djalo estar. Olvdate de l. Corre. Y calla. Si pudieras no pensar.

    Si al menos pudieras no dejarte impresionar por el engaoso empaque de las palabras y

    admitir de una vez por todas que no son sino oropeles en las ferias, pacas de niebla en el

    vaco. Las hojas resecas del otoo, los rboles entreverados y los rboles encendidos y

    llameantes del otoo, con sus hecatombes de despojos por el suelo, como una universal

    resignacin a la taxidermia. Pero el espritu debera evolucionar de la misma manera, sin

    dejarse impresionar por los decorados de circunstancias, sin veleidades retroactivas. Pronto el

    viento se llevar todo tras de s, hojas y palabras, dejar inertes las ramas y los labios,

    desiertos los caminos, las conciencias y habr sido intil el sufrimiento, el deseo e incluso el

    miedo. Entonces alz los ojos y lo vio cruzar el camino, de izquierda a derecha, como se debe

    para que el presagio sea fausto, orgulloso y htico como un chambeln. -Mon Dieu, que tu

    es beau ! -exclam con una voz que se le antoj ajena, de tan indeliberada como fue la

    reaccin que la hizo surgir.-

    Sin el menor indicio de precipitacin, la visin cruz la linde del bosque y se adentr unos

    cuantos pasos, pero desechando intentar siquiera la ascensin del talud.

    l sigui corriendo, preocupado de nuevo por no hollar en exceso la amarillenta y crujiente

    nieve del otoo, el camino como de retablo, cubierto por un rebujo de telas recamadas y

    encajes. Demasiado bello todo para ser tocado, demasiado reventado en jalde para no

    amenazar con abatirse, venir a dar suavemente en el suelo, con slo el aliento irregular de un

    corredor irreverente, desatinadamente absorto, descuidado con lo nico que de verdad cuenta,

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    el misterio del tiempo, sus guios y sus huellas, su precaria estabilidad, la amenaza

    permanente de la podredumbre. No, declino la prerrogativa de alimentarme con carne que

    nutre hermosa pluma, ni deseo que la sangre altiva se apague en mis cenizas, me niego a ser

    cmplice del rito que inmole la llama de tus galas y renuncio de antemano a la hipstasis del

    dios devastador e implacable. No temas, aunque yo est a tu lado. No tengas miedo, aunque

    yo est contigo, pues desde hace mucho abandon la pretensin de ser el seor que reina sobre

    la destruccin y la muerte, resignndome a mi vez a la decadencia y al olvido. Una barrera de

    palabras, en efecto, como un retazo de niebla ocultando algo cuya capital importancia no se

    nos escapa en absoluto. Fin del recorrido. Vuelta.

    Corre, tus msculos estn calientes ahora, alarga la zancada y procura no prestar demasiada

    atencin a la reverencia chacotera. Un juguete, una pelotita de lana, un mueco, eso es. Pero

    el pensamiento no est hecho para auto envenenarse. Pisa fuerte, a ver si retumba el suelo,

    disimlate tu propia fragilidad pues tu carne es dbil y tu espritu podra evaporarse en una

    vaharada de bestia que salta en la espesura. El pensamiento est hecho para la

    prestidigitacin, para fabular eternamente fundido con la palabra. Corre. Procura no pensar en

    nada, si puedes. Oigo escarbar en la hojarasca. No es posible que contine ah. Me sigue. O

    me persigue. Su trayectoria es paralela a la ma, l dentro del bosque y yo fuera, halando

    camino. Corre casi a mi lado, apenas dos metros nos separan. Procuro no mirarlo, temiendo

    que una curiosidad demasiado impertinente rompa el hechizo. A mi derecha se extienden los

    pastos de la vega donde, lejanas e indiferentes, rumian las vacas. Tan slo algunos manzanos

    aislados esgrafian oro sobre verde. De cuando en cuando tomo conciencia del graznido

    agorero de los cuervos, de su parsimonioso vuelo, de sus frecuentes y pesadas cadas.

    Espectculo de druida. Que no menge tu atencin durante las tardes ms cargadas de

    presagios. No dejes que te distraiga la aparente caducidad de la estacin, con sus leves soplos

    engaosos, con el sigilo de sus auras silenciosas, con su entretejida maraa de filamentos

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    dorados y purpurinas, pues en cualquier momento puede atronar el aire un disparo. La caza

    est abierta.

    En el colmo de la osada, baj al camino y se puso a correr a su lado con una desconcertante

    familiaridad, con el gesto distrado del colega que, de repente, sin tomarse la molestia de dar

    explicaciones, deja languidecer la conversacin para concentrar su mente en el esfuerzo de

    avanzar a buen ritmo. Cierto que los faisanes que suelen encontrarse por estos pagos han sido

    criados en granjas y luego abandonados en parajes aparentemente agrestes, para que el

    cazador encuentre al menos alguna pieza al alcance de su pericia, pero an as, semejante

    actitud no dejaba de ser inslita, incluso para un faisn de granja.

    De este modo, con el recelo desmochando ya la veracidad de su percepcin, abandon el

    camino principal y tom, a la izquierda, otro ms estrecho que ascenda el talud, adentrndose

    en el bosque. All, la sorprendente ave se entreg a una operacin inimaginable. Procuraba

    quedarse un poco rezagada para despus abalanzarse rauda y golpear con las alas las piernas

    del maravillado corredor. Subi y baj el talud varias veces, entretenido en tales escaramuzas.

    A la tercera, tenda el brazo y el faisn suba por unos segundos a la mano, estrujando con sus

    uas aceradas la carne desprevenida hasta provocar un reguero de sangre que se infiltraba por

    la bocamanga o goteaba dejando sobre la hojarasca relucientes mojones de grana. Un amigo

    hace sufrir tanto como un enemigo. El dolor nacido de tu aparente fragilidad revela que el

    mundo no es todava un aula de diseccin desierta y que siguen existiendo cosas cuya

    importancia est por encima de nuestro miedo. No es fatuidad la altivez que pone en la

    balanza vida de un lado y muerte del otro, ni es insolencia el arrebato que nos lanza a una

    lucha perdida nada ms que por una cuestin de principios ; siempre hay detrs de ello un

    orgullo ancestral, incapaz de renunciar a lo bsico, que certifica y extiende nuestra inveterada

    ejecutoria sin la cual nada es posible, ni tendra sentido. No ser refrenado por lo mximo,

    dejarse retener por lo mnimo, divino es. Sublime entonces ese impulso tuyo, tan slo para

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    recordarme que soy humano y que sigo aspirando a estar vivo. S, la vida nos hace guios de

    complicidad incluso al borde del abismo. Ven, sube otra vez a mi mano, mantn arrogante el

    porte, no puedes ser real, pero bien s que tu gesto es un mensaje de amistad y confianza,

    aprieta sin miedo, la sangre es lo ms espiritual que contiene el cuerpo del hombre, con ella

    sellaremos un pacto indeleble. Acrcate otra vez, no temas, pues yo estoy contigo.

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    DEVORATOR.

    Camino por el andn con el convencimiento cumplido de que el tren situado a mi derecha es

    el mo, as como de la inminencia de su partida. La inmensa bveda de medio punto que se

    extiende en las alturas, delimitando un vasto espacio interior muy por encima de mi cabeza,

    est llegando a su fin y el sol de medioda cae a plomo repentinamente, cegndome un poco al

    principio, propulsando despus mi visin hacia delante, como si me hubiera impuesto la

    obligacin de alcanzar todos los detalles de la perspectiva, examinarlos con la minucia propia

    del orfebre, cada puerta y cada ventanilla de la hilera infinita de vagones a diestra tanto como

    a siniestra, los rostros y las espaldas de los viajeros yentes y vinientes, cada ventana y cada

    balcn con su respectiva barandilla de hierro forjado incrustados en las fachadas de los

    edificios colindantes, como si pesara sobre m el compromiso de perderme en aquel retazo

    pavonado de cielo, sorprendentemente oscuro por encima de la eclosin de tanta luz,

    desgajado de la degradacin que conduce a las claridades de los bordes, invisibles desde

    donde estoy, en el cual parece reinar la angustiosa opresin de la nada. Llevo el abrigo abierto

    y el manteo negro ondea ligeramente junto a mis pies. La sensacin de pesar muy poco,

    contraria a la habitual ilusin de que el calor adensa los cuerpos enervndolos, yergue el mo

    como un virote. Se trata de una maana tan esplndida que la plenitud y el agobio se

    confunden, mezclan sus aguas turbulentas creando una espuma albugnea, hirviente,

    reverberando en el agitado fondo de la conciencia con un resplandor demasiado intenso,

    alucinante.

    De vez en cuando echo un vistazo a la derecha, hacia el interior del tren, para comprobar

    que los vagones sig